LO QUE EL VIENTO NO PUDO LLEVARSE
Doscientas semanas en el tamiz
Antología 2019
Taller de Escritura
La Calabaza Productora Cultural @LaCalabaza.ProductoraCultural @Calabazacultural
Queda permitida la reproducción parcial o total de este libro citando a “La Calabaza - Productora Cultural” y a lxs autorxs de los relatos.
Fotos de tapa y contratapa: Anahí Luz Fernández @fotos_al_paso
Arte: LCD / La Calabaza Diseño
Impreso en Cooperativa El Zócalo Imprenta Gráfica & Editorial
LO QUE EL VIENTO NO PUDO LLEVARSE
Doscientas semanas en el tamiz
Taller de Escritura Antología de cuentos 2019
IMAGINAR OTROS MUNDOS POSIBLES:
LA ESCRITURA EN ESTADO DE AGITE
Dado que el futuro no está prescripto, y la sucesión del ahora y el mañana no es monolítica ni está predeterminada, nuestra tarea consiste en distinguir las leyes de la futurabilidad inmersas en el entramado de la realidad actual y la conciencia presente.
Franco “Bifo” Berardi
En la actual configuración de eso que llamamos realidad conviven y coexisten (siempre en tensión) una multiplicidad de futuros posibles. Las maneras de habitar el mundo con otrxs, de transitarlo, de diseñarlo, de soñarlo no son infinitas pero sí muchas.
Sin embargo el régimen semiocapitalista en el que vivimos sujeta toda esa multiplicidad de posibles a un único código generativo, codificando una suerte de grilla que muestra y legitima sólo algunas de esas muchas posibilidades, aniquilando e imposibilitando otras, des-potencializando toda su capacidad de realización y despliegue.
No obstante existen prácticas que pueden agujerear esa monotonía sintáctica del sistema, fisurar ese bloque de significantes cerrados, totalizantes y absolutos desde los que día tras día se pretende colonizar, digitar y cancelar nuestros modos de estar siendo juntxs.
¿Por qué escribir? ¿Por qué apostar a la literatura? Porque en ella habita una fuerza inventiva capaz de trazar líneas de fuga y hacer máquina con todas esas múltiples resistencias e insistencias que sueñan un mundo más libre y más amoroso.
La escritura como poiesis, es decir como creación, como invención. Poiesis que rompa el flujo de lo repetitivo; cartografía colectiva de sensibilidades; punto donde se conjuguen y entren en alianza aquellos cuerpos e intensidades anónimas que ya no quieren ajustarse a las formas opresivas del poder.
Escritura en estado de agite, que denuncie la podredumbre y las violencias de la actual configuración social, no sin anunciar la posibilidad de imaginar otros mundos posibles.
La Calabaza
ESCRIBIR, ESCRIBIR, ESCRIBIR: EL GUALICHO PARA ESPANTAR PESADILLAS
Después de desempolvar libros que gozan de renombre, en una búsqueda tan tenaz como aburrida, llegamos a la conclusión que empezar un prólogo con una cita de Borges queda bárbaro, resulta cool y supone cierta erudición, tanto del prologuista como de los autores de los cuentos. De modo que aplicaremos esa fórmula, que sólo requiere la condición de que se tome como inicio de este texto el párrafo siguiente.
Jorge Luis Borges decía algo así como que las antologías constituyen una recopilación de obras de amigos y gente a quien uno aprecia. La cita no es textual, pero ése es el concepto. En el Taller de Escritura de La Calabaza no somos exactamente amigos, pero sí podría decirse que hay una corriente de aprecio entre quienes nos juntamos cada lunes a respirar literatura. Nos propusimos esta construcción colectiva, que es motivo de orgullo y que nos obliga a ir por más.
Buscamos un hilo invisible que uniera los textos, entonces surgió la propuesta de exorcizar el pasado reciente desde la escritura. La consigna fue situar los cuentos en los últimos cuatro años, algo más de doscientas semanas. El lector sospechará que el período elegido no fue casual, y sospecha bien. El desafío fue: además de lo que refleja impúdicamente el día a día, ¿qué otras historias nos han atravesado como individuos, o como sociedad? A veces, la realidad queda en carne viva. Otras, es apenas la textura de fondo sobre la que contrasta un relato de tono costumbrista. Pinturas en las que
el deterioro no queda expuesto, pero subyace en el derrotero de los protagonistas. Situaciones dramáticas o risueñas, algunas esbozadas en el plano de lo real; otras desde lo ficcional.
Stephen Dedalus dice en Ulises que la historia es una pesadilla de la que trata de despertarse. Tratándose de un personaje de ficción, es de suponer que Dedalus (alter ego de James Joyce) ha despertado de ese mal sueño más o menos entero, cosa que no ocurrirá con muchos de quienes nos rodean.
El pasado es un lugar incómodo. Las dinastías de la China antigua llegaban al poder con la obsesión de abolirlo. El califa Omar, fósforo en mano, tacho de querosén a un costado, biblioteca de Alejandría enfrente, dijo que si los libros de la biblioteca decían lo mismo que el Corán, no eran necesarios, por lo tanto era menester quemarlos. Si lo contradecían, había que quemarlos, con más razón. Montag, en Fahrenheit 451, es un bombero que en lugar de apagar incendios quema libros: otra vez, el pasado incomoda.
Un día, Montag cede ante lo prohibido y los empieza a leer. En las páginas que siguen vamos rescatando de las cenizas lo que quedó de nuestra propia Alejandría. Ayelén, Celeste, Claudio, Emanuel, Fernando, Liliana, Luciana, María Elena, Menta, Silvia y Susana (un equipo compacto que se hace fuerte de local, con las disculpas del caso a quienes, con toda razón, desprecian las metáforas futboleras), nos sumergen en historias simples, humanas. Muchas conmueven; otras reproducen tan calcadamente la realidad que indignan. Algunas arrancan
sonrisas. Todas nos dejan pensando. Escribimos por muchos motivos. Tal vez el principal sea que, al hacerlo, uno siente que ha bebido una pócima milagrosa, capaz de espantar el sueño de un tiempo aciago del que vamos despertando de a poco. Ya conocemos la verdadera herencia, la que queda luego de estas doscientas semanas. Lo que sigue es un convite a recorrer pequeñas historias que se sucedieron en medio de la devastación. En todos los casos, buscamos abrevar en las fuentes del cuento como género, saltar hacia esa frontera invisible, mágica y difusa que nos lleva a lo inesperado.
Horacio R. Fernández* @cuentosaescala
* Desde 2017 coordina el taller de Escritura de La Calabaza. Asistió a talleres literarios en el Centro Cultural Rojas con Alberto Laiseca y Darío Miranda, entre otros. También cursó con Cristina Feijoó y Ernesto Bavio. Editó dos libros de cuentos: “Cuentos a escala” (2014) y “Equi librio inestable” (2017, ed. Modesto Rimba). Ganó el primer premio del Concurso Federal de Re latos (Ministerio de Cultura, 2015), entre otras distinciones en Argentina, España y Colombia.
LO QUE EL VIENTO NO PUDO LLEVARSE
Doscientas semanas en el tamiz
Autorxs (por orden alfabético):
El (otro) diario de Mariana 15 Ayelén Rodríguez
Ángeles y demonios 23 Celeste Sánchez
La primera vez 27 Claudio Szapiel
Nada que festejar 35 Emanuel Macedo Lo prometido 39 Fernando Olmos
Después de todo 43 Liliana Rodaro Ni una más 47 Luciana Marro
Cuatro cuartos y un misterio 51 María Elena García Giraldo Corina y el vuelto 59 Menta
Las viejas 63 Silvia Jasis
De este lado de la calle 67 Susana Carelli
(...) El adorador de la propiedad privada, a medida que el hambre carcome sus principios, no ve en su imaginación sino asado y desplumado el pollo del vecino.
Juan José Saer, “El entenado”
LA CALABAZA - ANTOLOGÍA 2019
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AYELÉN RODRÍGUEZ
Lo que el viento NO pudo llevarse
Psicóloga, de Berazategui.
Su catarsis literaria esta compartida en: www.muchapalabreria.com.ar
EL (OTRO) DIARIO DE MARIANA
“Hay alertas de tormentas muy fuertes, te recomiendo no salir de tu casa y quedarte viéndonos a nosotros, porque se viene lluvia fuerte, quizá granizo también. Este calor para esta época es inusitado totalmente. Algo va a caer. Mi madre diría (le mando un beso a mi mamá) sorullos de punta”.
Mariana Fabbiani *
Lunes 12 de agosto de 2019
Querido diario:
Ayer echamos a Luisa. Ella limpiaba casa una vez por semana desde hacía cuatro años. Mamá sostiene que no le podíamos pagar más; papá dice que fue porque nunca le cayó bien. Igual, no importa eso ya. En todo caso, cuando se puedan pagar los gastos de otra, papá se preocupará por encontrar una que le caiga mejor que Luisa y no se robe los caramelos de la caramelera, ni hable de cómo sacrificaron a su perro después de morderle la mano a una visita. Es que así es ella, un poco vulgar y bruta, contadora de anécdotas sin importarle las
* Frase dicha el 11 de abril de 2018 en el programa El diario de Mariana por su conductora. El diario de Mariana es un programa de televisión argenti no, de actualidad, espectáculos y variedades, conducido por Mariana Fab biani, emitido por canal Trece, en el que participan panelistas referentes de distintos ámbitos.
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LA CALABAZA - ANTOLOGÍA 2019 críticas. Por eso, no importan los motivos por los que ya no trabaja en casa, porque durante los últimos cuatro años pasaron otras cosas realmente más importantes que el desorden de los libros en la biblioteca que después de su partida, cada semana, mi mamá, volvía a poner en orden alfabético para que a la semana siguiente Luisa volviera a desordenar.
Jueves 22 de agosto de 2019
Querido diario:
Estoy muy contenta. En el día del niño me regalaron un equipo de música que funciona con Bluetooth y MP3. Es gris plata y suena espectacular.
Lunes 26 de agosto de 2019
Querido diario:
Hoy extraño al tío José, que en realidad no era mi tío pero creí que lo era hasta mis siete años, cuando entendí que la gente le dice “tío” a amigos muy cercanos, que son como hermanos, incluso hasta más importantes que los de sangre.
Durante años, mi papá y el tío hicieron un lazo fraternal inquebran table, o al menos eso parecía.
De chicos compartieron jardín de infantes, primaria y secundaria. Esa amistad que se había hecho a fuerza de obligaciones pasó con los años a convertirse en hermandad.
Compartieron momentos hermosos. Como cuando jugaban a la pelota en el patio del edificio donde vivía el tío, o cuando salían a bailar, como adolescentes insoportables tratando de conquistar chicas lindas y excitantes, o en su defecto cualquier mujer, porque excitados ya estaban ellos de por sí.
Decirle “mejor amigo”, quedaba corto para ese humano que supo
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Lo que el viento NO pudo llevarse estar para papá en las buenas y en las malas, en las fiestas y en los funerales. Como cuando murió mi abuela: se encargó de arreglar con la casa de sepelios y pagó la mitad de la cremación. Como cuando murió mi abuelo y él lo lloraba como un hijo más.
Crecieron juntos. Los amigos de uno eran amigos del otro. Para mi mamá y para nosotros, el tío era una persona muy importante. Cuando pensaron en buscar a alguien para que venga a limpiar a casa, el tío le contó a mis papás de Luisa, que estaba limpiando en la casa de su hermana (de sangre) y entonces por resultar una persona de confianza es que vino ella y no otra.
El tío y papá, verano tras verano, se cocinaban asados haciendo chin chin con un choripán en la mano cada uno; era su código, el saludo, la anécdota.
Pero un día, en un verano, se cortó la relación. Asombrado, papá sigue creyendo que evidentemente pasó algo que él no pudo notar. ¿Cómo puede ser que José se haya chiflado así?, lo escuché decir varias veces charlando con mamá.
Para mí, Luisa siempre supo algo al respecto, pero nunca dijo nada. La hermana del tío había logrado una especie de amistad con ella. Seguro le pedía que le contara cosas de casa y le sacaba información. Creo, a fin de cuentas, que por eso Luisa no le caía bien a papá.
Fue tan fuerte lo que pasó con el tío que incluso papá se volvió vegetariano. Nunca lo quiso admitir, y aunque diga que es porque la carnicería de la esquina se fundió, tengo la teoría de que lo hizo un poco para no volver a comer un choripán cargado de recuerdos.
Sábado 31 de agosto de 2019
Querido diario:
El viernes Tatiana se hizo señorita. Se puso a llorar en el salón y la vino a buscar la mamá. La seño nos tuvo que explicar lo que había pasado. Después hablé con ella.
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LA CALABAZA - ANTOLOGÍA 2019
Mamá hablo con su mamá y mañana voy a ir a jugar a la casa. Lunes 2 de septiembre de 2019
Querido diario:
Ayer con Tati la pasamos genial. La madre nos hizo un bizcochuelo, jugamos con su perrita Lola y le conté la historia de Lupe, la hija de la señora del almacén. Un jueves, cuando Luisa llegaba a casa, tipo ocho de la mañana, mamá salió a abrirle la puerta y justo pasaba Fernando, el señor del lavadero, y le contó que había nacido Lupe.
El nacimiento de la pequeña pudo haber sido el de una niña cualquiera, sin embargo, causó conmoción porque todos queríamos verle el rostro y así darnos cuenta si era la hija de Ignacio o de Raúl. La historia es que la señora del almacén apareció con una panza promi nente hacia su quinto mes de embarazo. Inevitablemente se le preguntó por el padre, porque resultaba muy intrigante que una señora de más de cuarenta y soltera estuviera embarazada. La hipótesis de que había comprado el esperma y se había hecho una inseminación con la intención de cumplir su sueño de ser madre quedó descartada muy rápido cuando frente a la pregunta: ¿quién es el padre?, Alejan dra desparramaba unas lágrimas enormes que no podía contener. Un día, en una conversación con la señora de la esquina, fiel clienta de su almacén desde hace años, Alejandra no aguantó más y confesó no saber si esa beba que esperaba era hija de Ignacio o de Raúl, ambos vecinos del barrio, ambos señores casados de buena reputación. Resultaba impensado no saber quién era el padre de esa beba pero era un bochorno que los amantes de Alejandra fuesen estos señores. Como la señora de la esquina era enfermera, la historia viajó hasta el hospital. Nos enteramos porque la hermana del tío que trabajaba ahí le contó a Luisa. Creo que media comunidad sabía el drama antes de que naciera Lupe. Para suerte de ella, Ignacio y Raúl tenían un color de tez muy distinta y fue fácil confirmar que Raúl era su papá. Ignacio
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Lo que el viento NO pudo llevarse al día de hoy continúa desmintiendo su amorío con Alejandra, y su familia le cree. Raúl, claro, no corrió la misma suerte.
Un hecho tan privado alcanzó una popularidad inusitada. Todos opinábamos porque a todos nos importaba. Cosa curiosa, porque en realidad no tenía por qué importarnos.
Miércoles 4 de septiembre de 2019
Querido diario:
Hoy me acordé de otras cosas importantes de estos últimos cuatros años mientras Luisa trabajó en casa, como la muerte del presidente del club que perdió la vida cuando la columna de una obra en construcción se le cayó encima. Gran tragedia. Además de la carnicería, cerró la pizzería de la estación y una zapatería que estuvo siem pre. Claro que pasaron otras cosas, pero a veces me da la sensación de que ni me entero.
Domingo 15 de septiembre de 2019
Querido diario:
Ayer tuvimos el cumpleaños de Sofía, la hija de la señora de la esquina. Le festejaron los quince en el salón de fiestas más caro, con todo el piripipí, así que con mamá fuimos a la peluquería y me compraron ropa y zapatos. Nos tocó la mesa 6, con Alejandra, Rubén y la pequeña Lupe. También estaba Fernando del lavadero y su esposa e hijos.
Los viejos hablaban de política y nosotros de lo que podíamos, no teníamos grandes temas, no nos conocíamos mucho.
Nos quedamos hasta el final, lo cual me sorprendió, porque papá en los cumpleaños siempre insiste en irse después de la torta.
A lo lejos, en otra mesa, estaba la hermana del tío José, la que nos recomendó a Luisa, que como es fiel compañera del hospital
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LA CALABAZA - ANTOLOGÍA 2019 de la mamá de Sofía, es una tía para la quinceañera, es decir, una tía pero no de sangre. Se la notaba alegre y bailaba muy pegada en el trencito del carnaval carioca de cuánto tipo se pudiera agarrar. Entre pito y matraca, la situación resultaba desubicada en algunos casos. Por ejemplo, eso pasó con Rubén, que sin mayores inconvenientes se dejaba atrapar por las garras de esa felina en celo que buscaba calor.
Después de la torta, Sofía agarró el micrófono y dijo unas pala bras, agradeciendo a los presentes. Luego, algunos de ellos, dijeron unas palabras a Sofía. Su tía lloraba y no paraba de decirle cuanto la quería, pero su actuación resultaba medio exagerada. Entonces, alguien atinó a sacarle el micrófono y, deseándole a la cumpleañera una vida feliz, trató de remontar la situación que se estaba tornando densa.
Ya era bastante tarde, todo se había opacado, mi peinado se había caído y me había sacado los tacos hacia como tres horas. Decidí ir al baño para emprolijar mi apariencia para la foto del final y me encontré con ella, con la tía, la hermana del tío. Por fin nos cruzamos. Nos miramos y en silencio fuimos al jardín de invierno del salón, ahí donde todos van a fumar. Se prendió uno, y me dijo, con muchas ganas: Luisa se acostó con tu papá los cuatro años que trabajó en tu casa. Yo seguía en silencio, sin preguntas, sin comentarios. Mi hermano se distancio de tu papá cuando confirmó que tu mamá, ni aun sabiendo que tu papá le era infiel, se iba a ir con él. Yo seguía atónita, y se ve que mi cara demostraba intranquilidad. Tranquila, siguió, realmente tu papá nunca se dio cuenta.Y sí, el papá de Lupe no es Raúl, es Ignacio, la nena es igual al abuelo paterno que vive en el sur.
Apagó el pucho sin terminarlo, ni chau me dijo, y entró al salón a seguir apoyando a quien quedaba de pie en la pista. Me quedé solita, en silencio, repasando la información un rato. Dudé de su veracidad pero intuí que papá quería confirmar que la hermana del tío no habla ra con nadie hasta el final y por eso había decidido quedarse.
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Lo que el viento NO pudo llevarse
Volví a la mesa 6. El hijo menor de Fernando dormía reposando su cuerpo en una cama improvisada que sus padres le habían armado uniendo dos sillas.
Entonces, me acerqué a mi papá, y le dije que ya era hora de que se volviera a comer un chori, ahora, tal vez con Luisa.
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LA CALABAZA - ANTOLOGÍA 2019
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CELESTE SÁNCHEZ
Estudiante de secundaria. Escribe poemas y cuentos. Berazateguense, amante de Soda Stereo y de la filosofía.
ÁNGELES Y DEMONIOS
8 de marzo de 2019, Buenos Aires.
Con la cabeza arrimada sobre la ventanilla del tren, las piernas cruzadas y los pies girando de un lado a otro como las agujas del reloj, Ángeles ansiaba encontrarse con su amiga, a quien no veía desde hacía cuatro años. Si bien las personas pueden cambiar de un año a otro, la vida de Ángeles fue más que una montaña rusa, especialmente en aquella fecha que marco su vida para siempre.
Cuando bajó del tren fue hacia la cafetería. Dos cuadras antes corroboró que las pulseras que llevaba puestas estuvieran bien acomodadas, igual que su cabello. Respiró aire frío, y con las piernas temblando entró a la cafetería. Las campanas de la puerta sonaron al abrirse. Una señora pelirroja se dio vuelta al instante.
¡Ángeles! ¿Cómo está mi cordobesa preferida?
Lo dijo con un tono de voz más fuerte de lo normal, casi toda la cafetería se dio vuelta.
―
¡Clara! ¿Qué tal? Ando muy bien, por suerte.
¿Segura? Te veo agitada.
―Fueron días movidos, es largo de contar.
Tenemos toda la tarde, sea lo que sea lo podemos hablar, no nos vemos hace como cuatro años.
Hace una semana pude salir adelante con algo que pasó hace mucho tiempo. Aunque fue trágico, sirvió para fortalecerme. De verdad,
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Lo que el viento NO pudo llevarse
LA CALABAZA - ANTOLOGÍA 2019
es algo largo y no quiero atormentarte con esto apenas nos vemos. No me intrigues más. ¿Qué pasó?
3 de octubre de 2005, Córdoba, Mina Clavero.
Casi la una de la madrugada y yo acá, con un nudo en la garganta. Nunca tendría que haber venido, es mi culpa es mi culpa es mi culpa o en realidad no, o tal vez sí, es mi culpa, fue por mí, por mi culpa por mi culpa.
Una semana antes.
Hoy es lunes y como siempre me quedé dormida.Trato de ser silenciosa y me pongo a trabajar sin que mi jefa se entere. Ella suspira y me fulmina con la mirada. Habrán pasado sólo treinta minutos, pero para mí fueron una eternidad. Estoy cansada de barrer pisos, lustrar muebles. Yo quería otra cosa para mi vida; ser modelo, viajar y no tener que preocuparme por llegar a fin de mes con un plato en la mesa.
Dadas las siete horas laborales (por las que me pagan una miseria), me dispongo a caminar hacia mi casita que queda a diez cuadras. Justo cuando pensaba en lo miserable que es que mi vida con tan sólo die ciocho años, vi algo en una vidriera, no sé si fue el destino, la suerte, o qué, pero cuando pensé que todo estaba acabado vi un cartel:
Se buscan modelos. No es necesario tener experiencia previa. Entre 18 y 25 años.
Me voy corriendo hacia mi casita con tanta emoción. Empiezo a revolver el armario para buscar la mejor ropa que tengo, un vestido, algo al cuerpo, que me favorezca. No le doy importancia a aquello que me trae recuerdos. Dos horas después ya estoy lista para la audición.
4 días después.
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Lo que el viento NO pudo llevarse
Entro al lugar tratando de no morderme las uñas cada dos minutos. El piso parece un espejo, puedo ver perfectamente mi reflejo en él. Minutos después nos indican a todas las chicas que nos pongamos en fila india y demos unos pasos adelante con una ligera vuelta al final. Luego de dos horas desfilando con cambios de ropa, siento la mirada de un hombre de unos treinta años, es uno de los encargados principales de la campaña. Cuando se acerca trato de disimular que yo también lo estaba observando.
―Hola. ¿Señorita…?
Ángeles digo, sonrojándome.
Fue así como inicié una charla con uno de los principales productores de la campaña que me podría llevar a cumplir mi sueño. Estuvimos un largo rato hablando, me propuso ir el domingo a un estudio que tiene el en centro del pueblo, me dijo que tenía potencial y que estaría bueno que tuviera un book de profesional.
3 días después.
Llego tarde, no encuentro el número de la casa y para peor mi celular no tiene señal. Luego de diez minutos dando vueltas encuentro el estudio. Toco timbre y a los cinco segundos se escucha enseguida voy. Era Gabriel.
Una vez adentro, nos pusimos a charlar. Hicimos algunas fotos y luego me ofreció tomar algo. Sentía la mirada fija de él, era algo incó modo, pero traté de no darle importancia.
Ya se estaba haciendo bastante tarde, y yo al día siguiente tenía que ir al trabajo. Al momento de ponerme el abrigo para darle a entender que ya me iba, Gabriel insistió en que me quedara. En el instante que me despedía, me agarró del cuello, empujándome contra la pared.
―De acá no te vas.
Intento apartarlo, pero es inútil. Me pega una cachetada. Con las pocas fuerzas que me quedan agarro un jarrón, o tal vez una maceta
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LA CALABAZA - ANTOLOGÍA 2019
vacía, no recuerdo bien, y salgo de ahí lo más rápido que puedo.
3 de octubre 01:14 AM.
Corro, trato de sacar mi celular del bolsillo para llamar a la policía. En el momento en que me atienden, me replanteo si denunciarlo o no ¿Cómo podría explicar lo que pasó? Ni yo misma lo puedo decir en voz alta.
8 de marzo de 2019, Buenos Aires.
En ese momento me pregunté: ¿Y si fue mi culpa? ¿Y si no me creen? ¿Y si a la hora de denunciarlo descubro que tiene poder, que tiene contactos?
¿Y qué pasó finalmente?
Durante estos cuatro años, mi visión sobre las cosas fue cam biando mucho, para mejor. Esta semana fui a denunciarlo y me enteré de que no era la única víctima. Había otras cuatro denuncias por intento de abuso y violencia de género.
―¡Terrible!
¿Vamos yendo, que se nos hace tarde? Seguimos hablando en el camino.
Clara tomó su bolso y asintió con la cabeza.
―Es algo irónico, se quejan de las marchas, pero si no hubiera per sonas como Gabriel no tendríamos que estar marchando.
La realidad es que siempre va haber algo por lo que marchar, muchos casos en los que se debe hacer justicia, porque es nuestro derecho alzar la voz, sea cual fuere el motivo.
―
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CLAUDIO SZAPIEL
Periodista, fotógrafo y artesano. Argentino y berazateguense y, desde hace muy poco, escritor de cuentos en los ratos libres.
LA PRIMERA VEZ
¡España! Jodeme, ¿Cómo que se va a jugar en España? Qué hijos de puta, se salieron con la suya, nomás. No sólo no los descalificaron, sino que van a jugar la final-final en terreno neutral, ―le dijo Martín a Pato, su amiga y compañera de cancha.
―
―Bueno, Tincho, tranqui, al fin y al cabo es lo mismo.
―¡No, no! Vos no entendés. A nosotros por un ataque de la hinchada a los jugadores nos dieron salida, aquel día del Panadero y el gas pimienta, ¿te acordás? Y a River nada, y encima los premian porque ellos no querían cerrar la serie en su estadio, porque si bien últimamente nos tienen de hijos, en su cancha hace un montón que no nos pueden ganar. La cabeza juega, y mucho. Por otro lado, vamos a jugar la final de la Copa Libertadores de América en la cuna de los colonizadores de América. Totalmente disparatado.
Es verdad Martín, pero son rachas, tanto de suerte como de poder, hoy la Conmebol está en manos de ellos, y hay que bancársela lo consolaba Patricia.
No me hagás acordar, cómo robaron con ese VAR. No me olvido más de los gritos de Enzo Pérez diciendo inventaron el VAR, in ventaron el VAR para sacarnos de la Copa, cuando perdieron con Lanús después de estar tres a cero arriba. Debemos reconocer que apren dieron, hoy son todas para ellos.
Pato y Martín eran amigos desde el jardín, desde hace como trein ta años. Sólo amigos. Aunque Martín pasó por un momento de con-
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LA CALABAZA - ANTOLOGÍA 2019
fusión, allá por sus veintipico, pero ella enseguida lo bajó a tierra. Patricia era alta, morocha y de rasgos bien marcados. No se perdían ningún partido en La Bombonera. De visitante, iban sólo a veces, cuando pintaba.
―
¡Martín Martín, una buena! ―entró gritando Patricia a la ferretería en donde trabajaba su amigo.
―¿Qué pasó? ―contá.
En España dejarán entrar visitantes.
―Nooo, sentate ya, vamos a ver cómo sacamos entradas.
Fue fácil, había prioridad para socios, enseguida tuvieron sus tickets. Algo salados, pero bueno, valía la pena.
¿Y ahora?
―Y ahora qué ―lo miró Patricia.
¿Cómo llegamos allá?
Eso es lo de menos, debe haber mil vuelos, vos juntá plata y despreocupate.
Aunque las estadísticas no los favorecían, estaban ilusionados. Con Gallardo a la cabeza, River ganaba todo, en especial de visitante, pare ce que no aguantan la presión del Monumental, si a lo que sucede en ese estadio se le puede llamar presión. Pero afuera eran imbatibles. De todos modos, la ilusión se mantenía intacta.
Pasaron los días. Cuando fueron a sacar el pasaje, sólo quedaban vuelos chárter y a precios astronómicos. Se desesperaron y se pusieron a buscar opciones, él en la compu, ella en el celu. Tras un par de horas de fracasos, Martín gritó:
―¡Lo conseguí! Soy un genio, encima re barato.
Pero eso es un chino, explicame.
―Si está clarísimo. Salimos con Flybondi de El Palomar a Mendoza. Una conexión a Santiago de Chile, esperamos seis horitas y tomamos un vuelo de Egyptian Airlines con escalas en San Pablo, Ciudad del Cabo y Kuala Lumpur. Allí tenemos un bache de doce horas, nos podemos ir a sacar una foto a las Torres Petronas y volvemos al ae-
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Lo que el viento NO pudo llevarse ropuerto. De ahí estamos a un toque, Nueva Delhi y derechito a Madrid. ¿Qué tal?
―¿Qué tal? ¡Que sos un boludo! Pero bueno, es lo único que hay y cuesta una quinta parte de lo que sale el chárter. Vamo en esa. Confirmá.
Una mochi con unas pocas cosas, un abrigo porque allá es invierno, la camiseta de Adidas con el once de Comitas en la espalda que le regaló el padre para él y una entalladita con el dos del flaco Schiavi para ella. Así partieron.
Mirá si se cae el avión y tenemos que escuchar el partido cagados de frío, en una cueva de hielo, con la radio de la cabina, como los uruguayos de la peli tiró Pato, mientras pasaban por arriba de la cordillera.
Dejá, esas cosas no se dicen arriba de un avión, y menos cuando nos quedan mil millón horas de viaje aún.
Ya en Egyptian y rumbo a Ciudad del Cabo, Pato se preguntó si habría algún hincha de Boca en sus mismas circunstancias. A Martín se le ocurrió una idea, colgaron las camisetas en los respaldos que estaban delante de ellos y esperaron. Picaron seis personas que tiraron algún comentario, pero sólo tres iban a la cancha, aunque luego de Sudáfrica sus escalas eran distintas. Fueron a comer y pasaron unas horas juntos allí, incluso salió un Muuchas veces fui presoo y muchas veces lloré por vooos, yo a Boca lo quiero, lo llevo adentroo del corazoooón .
Martín se quedó pensando en la cantidad de veces que cantó esa canción, y la convicción con la que lo hacía, y que en realidad nunca había llorado ni pisado una comisaría por Boca.
Ya camino a Malasia, Martín le preguntó a Patricia si recordaba haber llorado por Boca alguna vez.
―No ―se apresuró a contestar la chica―. Pará, sí, pero fue de alegría. Estaba con vos, pero me hice la boluda para que no te dieras cuenta. Fue el día que volvió Palermo de una lesión y le hizo ese
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LA CALABAZA - ANTOLOGÍA 2019
gol en cámara lenta a River, en La Bombonera. No podía parar, lloré como cinco minutos. Lloraba y reía. Recuerdo que me puse adelante tuyo para que no me vieras.
¿Y vos? retrucó Pato.
―No, yo nunca.
Daaale, no te hagás el macho.
―No, en serio, lo reconocería, ¿Cuál sería el problema?
Pasó. Ya en Kuala Lumpur y sentados en una plaza frente a las Petronas del gran César Pelli, Martín le confesó a su amiga que tenía un mal presentimiento y se le vino a la mente la final perdida por la Recopa.
Me quedo a lavar autos en España. Si perdemos, no vuelvo dijo Martín.
Jaja, eso no va a pasar, tranquilo Patricia intentaba bajarle un poco el acelere que tenía.
Yo creí que con Macri de presidente nos iba a ir re bien, que iba a mover contactos, influencias, pero no, vamos para atrás. River gana de todo y nosotros estamos pintados. Era el momento de expropiar las manzanas que dan a los palcos y nada. Será por el qué dirán, no sé, realmente no sé. En la época de Menem, River ganó todo; con los K Racing y Quilmes la pasaron bien, en distintos aspectos, no sólo en lo futbolístico.Y nosotros, los boludos se siempre ―seguía indignado Martín.
―Bueno, no pienses en eso. Levantemos campamento que nos queda una escala más y estamos.
En Nueva Delhi no iban a tener tiempo de salir a pasear, eran tres horitas y tenían que partir hacia el destino final.
―Si te pido un gol, el primero que se te venga a la mente, que me decís preguntó Patricia mientras esperaban sentados frente a un televisor que daba las noticias en un idioma rarísimo.
Mmm, dejame pensar…
―No, sin pensar, el primero, ya.
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Lo que el viento NO pudo llevarse
¡Ya sé! No es de Boca. El del Cani a Nigeria en el 94. Cuando le pide la pelota a Diego, abriendo los brazos y en voz baja, y luego de una corrida, inclina el cuerpo y la pone al segundo palo. Golazo. ¡Jajaja! Si, maaal.
En eso ven que la gente se empieza a agolpar frente al televisor, que muestra disturbios en las calles. Intentan averiguar, pero nadie sabe inglés, y menos aún castellano. En la cartelera de arribos y partidas, los vuelos pasan de confirmados a demorados, y luego a cancelados.
Nooo, que mierda está pasando dijo Martín.
Patricia se paró arriba de un banco y pidió a los gritos por alguien que hablara español o inglés. Se les acercó un periodista puertorriqueño que estaba de vacaciones.
Hay una revuelta popular, esto se veía venir, mucha pobreza, mucha corrupción, concentración de las riquezas, el pueblo se cansó, dijo el boricua.
―
¡Ah! Igual que en Argentina ―comentó Martín.
Algo así chico, pero peor aún, han declarado estado de sitio. Pasaremos al menos un par de días aquí.
-Noooo, mañana es el partido, tenemos que salir de acá ya interrumpió Pato.
Temo que deberán agradecer si no cortan el wifi y lo pueden ver en sus celulares ―les dijo el morocho, casi con una sonrisa sobradora.
El periodista se acercó a las pantallas para tratar de entender lo que decía el noticiero local. La India es el país del mundo con más dialectos, alrededor de quinientos. A veces incluso mezclan un par, es muy difícil entender, si uno no tiene cierta experiencia. Búsquense un lugarcico, dijo, finalmente. Pasaremos aquí la noche.
La puta madre, me siento Tom Hanks, medicina para gato, medici na para gato ―largó Martín. Los tres rieron.
Resignación. Faltaba una hora para el partido. Al menos aún te
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LA CALABAZA - ANTOLOGÍA 2019 nían conexión.
¿Y si compramos una alfombra? propuso de repente Tincho. Pato sólo lo miró. Así vamos volando, se reía Martín. No sé si llorar o cagarte a piñas dijo sonriendo Patricia. Gritaron el gol del Pipa, sufrieron el empate de Prato y terminaron los noventa.
Los televisores sólo mostraban imágenes de disturbios callejeros. Arranca el primer suplementario, ataca Boca, se la lleva Carlitos, la tira larga para Pavón que se saca la marca de Mayada y… Y se cortó el wifi.
―¿Qué pasó? Buscá señal, hacé la parabólica humana. No sé Martu, no hay red disponible me dice, tampoco hay señal. Se quedaron paralizados, resignados. Era como estar en una playa y ver la ola de cuatro metros de un tsunami que se te viene encima. ¡Qué vas a hacer!, vení, pegame en el pecho. Pasaron casi tres horas y nada. Aislados. En eso aparecen dos rayitas de señal y a Martín le llega uno de esos videos que se hacen virales. Lo abre, desesperado. Era una chica hablándole a la cámara que decía algo así:
― Guillermo andate a la reconcha de tu madre. Esa puta costumbre de no saber cuándo carajo hacer los cambios, sacaste a Benedetto para poner a medio, un cuarto de Wanchope. Pusiste a Tevez cuando ya no ha bía un carajo que hacer. Esa costumbre de no saber remontar un partido, de no saber aguantar un resultado y de hacer los cambios que nadie te pide, que hagas. Andate a Brasil, a China, a Estados Unidos, a donde carajo sea, pero andate a la mierda de Boca. Porque el bicampeonato me lo paso por el orto, porque muchas veces fuimos bicampeones, pero tengo las pelotas llenas de que nos gane River. De que nos gane un amistoso, de que nos gane la Supercopa, de que nos elimine un año, al otro, y ahora nos gane la final. Guillermo-andate-a-la-concha-de-tu-madre.*
Pato lo vio a Martín tildado, mirando el celu, apagado ya, susurran-
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Lo que el viento NO pudo llevarse
do: Señores yo dejo todooooo, me voy a ver a Bocaa, porque los jugado reees, me van a demostraaar…
Y lloraba. Lloraba como un nene. Desconsolado. Ahí, en Nueva Delhi, fue su primera vez.
* El video de la chica puede verse en: https://bit.ly/2kJl3eP
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LA CALABAZA - ANTOLOGÍA 2019
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EMANUEL MACEDO
Escribe cosas. Nació en Quilmes, vive en Berazategui, trabaja en Varela. Peronista, desde el conurbano al mundo.
NADA QUE FESTEJAR
Acá estoy, intentando dormir en una cama pequeña que cada vez que me muevo parece que va a quebrarse, con un colchón lleno de pulgas, usado, gastado. Estoy en un cuarto pequeño, húmedo y frío. Estoy en el patio de la casa de mi vieja, una maestra jubilada, estoy donde era el taller de mi viejo. Estoy intentando prender una estufa vieja a querosén para combatir el frío. Estoy tratando de recordar la serie de eventos que me trajeron hasta acá.
Creo y siento que todo se desencadenó el 22 de noviembre de 2015, era mi cumpleaños y nada más, no había aniversarios de descubrimientos de América, ni de revoluciones, ni independencia, tam poco próceres muertos, pero ese 22 fue distinto, algo le quitaba la exclusividad a mi onomástico.
Lo recuerdo todo, yo vivía con Sofía, mi novia, desde hacía cuatro años. Hace dos que estamos en convivencia. La conozco desde el jardín, compartí con ella hasta quinto o sexto grado de la primaria privada, que iba antes de que mi a mi vieja le empezaran a pagar con patacones y a mi viejo lo echaran de la fábrica. A Sofía no la veía desde esos años, hasta que un día alguien que tenía bastante tiempo libre y Facebook, tuvo la brillante idea de hacer una juntada con excompañeros de primaria, y ahí nos volvimos a ver. Cuando éramos chicos, ella era una de las más lindas del salón, hija de un importante
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Lo que el viento NO pudo llevarse
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médico de la zona y yo era uno más, era ese pibe que nunca llenó un álbum de figuritas, bien hijo de mis viejos. Y cuando nos volvimos a ver ella seguía igual, y bueno, yo también, salvo que ahora no gastaba mis ahorros en figuritas. Ella se sentó a mi lado y charlamos casi toda la noche, me contó que era gerenta del departamento de marketing de una multinacional de la que no recuerdo el nombre. Se ve que a ella le interesó mi vida de docente de Historia y escritor amateur, ese día me alcanzó hasta casa. Al despedirnos me dio un beso y me dijo que en la primaria siempre estuvo enamorada de mí, lástima que eras muy callado.
Me bajé del auto con la promesa de que nos volveríamos a ver, ella me respondió con una sonrisa. Al poco tiempo empezamos una relación y se vino a vivir conmigo al PH que yo alquilaba, pero no estuvimos mucho ahí, quiso mudarse a una casa más grande, donde trajo sus caniches. Creo que la empecé a querer, a pesar de que para vacacionar prefería La Polinesia y yo Las Toninas, aunque le gustara Arjona y a m í los Redondos, por más que a la hora de la merienda eligiera un Earl Grey y yo el mate amargo. A pesar de que a veces mostraba veleidades y vanidad, nunca imaginé lo que iba a venir.
Ella, sin pudor, confesó que en las elecciones de octubre votó al candidato del PO, se excusaba de estar harta de populismo, no lo podía creer, tremenda confesión, yo, que si algo tenía claro en la vida era ser de Racing y peronista, las dos cosas por culpa de mi abuelo, que en mi primer cumpleaños me regaló la camiseta de la Academia, y a los nueve años un sábado en el living de su casa me sentó a ver Perón, sinfonía de un sentimiento de Leonardo Favio. Ahí el abuelo me dijo: ahora vas a entender por qué los días más felices fueron peronistas. Tenía razón, el peronismo a lo largo de mi vida me dio más alegrías que Racing. No podía asimilar semejante confesión, lo considere Alta Traición. No supe qué responder, quedé atónito.
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Lo que el viento NO pudo llevarse
A medida que iba pasando el día, los invitados empezaron a llegar, todos evitaban hablar del tema que le quitaba la exclusividad a mi cumpleaños, se palpaba en el aire cierta tensión.
Entre empanadas, choripanes y vino, el sol fue bajando, mientras el sol más bajaba, más subía el nivel de alcohol en sangre. Ya se hablaba de historia, política y filosofía, y una tía regordeta encendió la mecha. De haber sabido los alcances y consecuencias de esa bomba la hubiera detenido a tiempo. Aducía que todo era culpa de la grieta creada por el gobierno populista; mi tío, su marido, rojo de furia, dio un golpe tan fuerte en la mesa que tiró varios vasos y empezó a los gritos: ¿De qué grieta hablas, Irma? ¡¡La grieta, no la crearon estos, la grieta la crearon los unitarios cuando Lavalle fusiló a Dorrego!! ¡¡Saca un poco la cabeza de la tele y el culo del sillón!!
Mi tía explota en llanto y el caos se apodera de la tardenoche, todos discutiendo, gritando. Desde la cabecera de la mesa observo el espectáculo mientras lleno el vaso. De repente, la tele con una placa roja anuncia una noticia de último momento. Mis ojos no pueden creer lo que ven, me quedo atónito, tengo la misma sensación de cuando Gotze nos hizo el gol en la final del mundial de Brasil: un baldazo de agua fría. La placa roja anunciaba:
El candidato del PO se impone en el balotaje. Tenemos nuevo presidente.
Corro la vista del televisor y observo a mi Sofía con un gesto de placer en su rostro, como aprobando lo que decía la televisión. Un calor empieza a subir desde mis tobillos, me levanto torpemente de la mesa y lanzo todo tipo de barbaridades hacia su persona. Siento una presión en la sien, vomito el vino, todos me miran, veo sus rostros que se desvanecen frente a mí, caigo, golpeo con mi frente la mesa.
Ahora, cuando ya resigne prender la estufa, la cama sigue haciendo
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ruido, y las pulgas no dejan de picar. Pienso que en estos casi cuatro años, desde que ganó el balotaje el candidato del PO, del Partido Oligarca, perdí más de lo que gané. Hoy, sin comerme el chamuyo de la meritocracia, sin caer en Coelho o en Claudio María Domínguez, hoy, once de agosto del veinte diecinueve, pienso que algo bueno puede pasar.
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FERNANDO OLMOS
Empleado. En sus ratos libres transmite emociones, mensajes, y disfruta del solo hecho de escribir. Que el lector ame vivir, pensar y reflexionar.
LO PROMETIDO
A Graciela
¡6 años... 6 años... 6 años..! Prometimos volver y no volvimos. Fuimos los tres; Graciela, mi hija y yo. Vacaciones en Capilla del Monte. Escalamos el cerro Los Terrones, difícil tarea para cualquiera. En aquel entonces Graciela tenía varios kilos de más. Dijo: igual quiero su bir, al final yo me pierdo todo; lo recuerdo como si lo estuviera diciendo ahora en este preciso instante. Mi hija, con veintiún años, al frente con el guía; más atrás, Graciela y yo. La última pareja al fondo de la fila. Ella iba cómo podía, como el piloto rezagado de la Fórmula1que perdió la vuelta entera y sólo corre para promocionar las etiquetas. Ella con 44 años, yo 46. La ayudé en cada piedra movediza, cada pisada mojada, cada piso de conchillas, corriéndole cada rama, escuchando su aliento, su nariz y su boca, su gemido. Hasta el guía ya nos grita, nos alienta. ¡A ver la parejita del fondo si se apura nos retrasamos mucho! Que me lleva a upa si tiene apuro, dijo Graciela. Ella siempre tuvo esas salidas sinceras, chocantes, estrepitosas. Subimos a su ritmo, en tres horas llegamos, gozando todo el camino de la naturaleza, toda junta-toda entera-la montaña-aves-árboles-vegetación-peces-animales-flores-ai re puro de montaña-oasis-cascadas de agua.
Al llegar a la Cumbre, siempre la última pareja. Nos sentamos en las piedras. ¿Te gusta, Graciela? Más que eso, me fascina, me encanta, pero estoy cansada. Después del bypass gástrico, volvemos de nuevo,
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LA CALABAZA - ANTOLOGÍA 2019
¿te parece? Sí, me parece bien contesté, si lo hacemos ya con varios kilos menos aún será más placentero.
Su cara roja su aire pequeño . Cómo sonaba el fuelle en el pecho.
A bajar dice el guía. A ver cómo puedo, dice ella.
Otra vez la misma historia, el guía se hartó de gritar, sólo mira. Descendimos: agua-viento-caramelos dulces para subir la glucosa. Después de varios minutos, ya repuesta, a comprar de todo. Culo veo, culo quiero, siempre fue así, nuestro amor era más que todo eso. Después la operaron. Bajó un montón de kilos. ¡Éxito mundial!
Vacacionamos por otros lugares. Nunca volvimos allá. Después-des pués-después, más adelante. Ella dijo: ahora vamos a las Termas de Colón, y después sí, lo prometido. Allá fuimos una semana y volvimos.
A la vuelta enfermó. A los setenta días, con cincuenta años, partió. A Dios-a dios- a Dios.
Por cuestiones del destino y de Dios fui, solo, a cumplir por los dos.
Estuve siete días en Capilla del Monte. Subí Los Terrones, pedí en la cumbre por ella, a Dios. Recé todo el Rosario. Hice mis privadas oraciones, le hablé a ella todo el camino, le di las fuerzas que hubiera necesitado para subir, me puse las zapatillas, esas que siempre me elogiaba, diciéndome: ah qué zapatillas te compré, las más caras que tuviste en tu vida. Esas que se usaban en las fiestas elegante sport, modernas, domingueras. Las mejores suelas, taponadas, esas que usé poco y nada, esas que jamás había visto, esas que dormían y dormían en la caja, esas guardadas bajo siete llaves, porque estaban predestinadas.
Ni un paso en falso. Ni una sola patinada.
Fuertes y firmes porque yo sé que ella también las usaba, caminó conmigo, siempre marcando el paso―. No sé por qué no resbalaban, no le encuentro explicación.
El cúmulo de sentimientos agridulces en la garganta gastada, ojos enrojecidos, emociones y belleza. Todos los sentimientos, muy mal
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Lo que el viento NO pudo llevarse abarajados, en la montaña, el corazón, el cuerpo, el espíritu, el alma.
Si Dios me posibilitara dejarle a la sabia y perfecta naturaleza, des truir-exterminar-incinerar los últimos despojos desmejorados de tristeza y dolor que viven en mí. Dejarlos acá en el camino de ripio. Tal vez ella estaría más feliz conmigo y yo con ella.
Me di cuenta qué pobre soy mirando a mi alrededor. Mochileros y mochileras, hippies a mis espaldas, juglares de estos tiempos, vendedores de esperanzas, malabaristas, algunos con el ukelele en la espalda cantan rock nacional, rock inglés, artesanos de alma. Viven a la gorra, cuando yo me olvidé de vivir. Tienen la mirada franca, alegre, con amor, sin prisa ni distancia, de Ushuaia a La Quiaca, de la Cordillera al mar. Qué pobre soy. No es millonario el que más tiene, sino el que menos necesita. Qué pobre soy en mi cada día más pequeña jaula. Ellos sí son millonarios. Teniendo todo, no tengo nada. Sigo caminando la montaña, quiero alcanzar algo, dejo cosas en el camino, busco el éxito, el materialismo, la meta, objetivos, la llegada. Tengo todo y no tengo nada. Ellos tienen lo más valioso del mundo, el tiempo, para cantar-viajar-reír-bailar-pescar-descansar.
Entonces soy yo el que limosnea el tiempo, desesperado, a la gorra, soy yo quien limosnea por tiempo y no por hambre, yo que no saludo a mi amigo, que paso raudo al trabajo, yo que soy ladrón del tiempo. Envidio a los nómadas del Tercer Milenio, me inclino y me saco el sombrero, no sé; no sé muchas cosas. Sólo sé que no sé nada.
Destino-misterios- interrogantes indescifrables Si tan sólo fuera el ukelele que carga en la espalda, tal vez habría algo de lo que pasa afuera de mi jaula, algo de lo que a ellos les pasa.
Hora de volver de la montaña. Llegamos. Ya de bajada, al pie de Los Terrones, la Paz, la esperanza la pesada cruz de la promesa , el temor de no poder cumplir por los dos cayó al piso como rocas de montaña, crujiendo entre otras rocas. Ya no cargo la dolorosa y pesada mochila en mis espaldas, paso aliviado, sin temor, sin culpas, en paz, delante de todas las personas, de todas las miradas, de todas las
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iglesias, de todas las fotos de mi amada, de los ojos de mi hija. Sólo le pude robar a los millonarios, la mirada franca y alegre.
Algo más que la promesa conseguí, también Capilla del Monte, cambiar el quiero. Priorizar el necesito.
Necesito salud.
Necesito Paz.
Necesito felicidad.
Necesito tiempo de millonarios.
Necesito amar.
Necesito vivir.
Necesito soñar.
Necesito sentir.
Necesito ver al mendigo, linyera, vagabundo, enfermo, sucio, hijo de puta, podrido, sangrando, lastimado, oloriento, porque Dios lo puso ahí para que me dé cuenta de que soy un pelotudo.
Necesito ser amigo.
Necesito hacer amigos.
Necesito no olvidarlos.
Necesito regalar, donar, romper, tirar a la mismísima mierda todo todo todo todo lo que no necesito.
¿Por qué?
Porque algún día yo quiero ser millonario como ellos y vivir la vida. Lo prometido en estas humildes líneas.
Seis años, seis años, seis años prometimos volver. Y sólo yo volví por los dos a cumplir lo prometido.
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LILIANA RODARO
Vive en Berazategui, es docente, actualmente bibliotecaria en una escuela del distrito. Le gusta escribir cuentos y poemas.
DESPUÉS DE TODO
María es una enfermera muy conocida y querida de lugar. Solamente son ella y su hija Melody, su familia vive muy lejos. Se acerca fin de año y las dos recorren galerías, miran vidrieras y compran regalos. María es una mujer muy generosa. Ambas terminan el día sacándose una foto con papá Noel y cenando en un bar de comidas rápidas. Mientras me lo dice entretiene en uno de los juegos del lugar ve a su madre hablando con un hombre a quien ella no reconoce y que le entrega algo. Melody pregunta sobre él y ella le responde que es un gran amigo que les ha hecho un regalo. Así quedó todo.
Pasan las vacaciones y el verano. Es el último año del secundario de Melody y comienzan algunos desencuentros con su mamá. Como toda adolescente, pasa más tiempo con sus amigas, cambia algunas costumbres y algún muchacho le gusta más que otro. Al terminar la secundaria decide seguir Abogacía, pero su mamá insiste en que estudie Medicina. Para ir a la facultad de Derecho tiene que trasladarse a otra ciudad, y es eso lo que María no quiere. Finalmente, Melody hace valer su deseo. Cargan las cosas en el auto y juntas se dirigen a la otra ciudad. María está un poco triste porque es la primera vez que se separa por tanto tiempo; en cambio, Melody está feliz de estudiar junto a una compañera que quiere mucho.
A Melody le va muy bien en sus estudios y entabló una linda amistad con Any, su compañera de cuarto. Una noche, Any la invita al
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cumpleaños de un primo. Se arreglan y salen. Llegan a una casa muy linda, en el frente hay una placa de médico. Any le presenta a una familia cordial que la trata muy bien. Llega el padre del primo y la saluda amablemente, la felicita por su carrera y le dice que si algún día necesita algo él la va a ayudar. Se sientan alrededor de la mesa y comienzan a charlar. Pablo, el médico, le pregunta dónde vive, y Melody le responde que vive cerca de un hospital muy grande en donde trabaja su mamá como enfermera. Como él suele concurrir a los hospitales a dar charlas, le comenta que conoce a su madre, al director y a algunos médicos. Luego de las fiestas, las estudiantes regresan al edificio en donde viven.
Pocos días más tarde, Melody recibe una nota que la pone muy mal. En el mensaje le preguntan porque ella es morocha y su madre rubia.
Faltan apenas unos días para que comiencen las vacaciones de invierno y regrese a su casa. Llega el día, y María la espera. Entre risas, abrazos y besos, pasan la primera tarde juntas. Al día siguiente María va a su trabajo y Melody aprovecha para ver a sus amigos. Más tarde decide pasar por el hospital a buscar a su mamá para luego ir a cenar juntas. En el hospital todos la saludan, la quieren mucho. Una de las enfermeras le dice que su mamá se encuentra en la sala de maternidad. Melody se dirige hacia allí y en un pequeño cuarto, un lugar de descanso de las enfermeras, alguien con una voz familiar habla con su madre. Desde una diminuta ventana ve cuando este hombre le entre ga un sobre a María y le dice: Mirá, esto debe ser rápido porque sólo me quedo en el hotel esta noche.Ya sabés que tiene que ser un varón y, en lo posible, rubio. Por lo que veo hay bastantes parturientas.
Melody se esconde detrás de una columna, casi sin respirar y llena de espanto. Nadie puede verla, pero ella sí ve salir a su madre con el tío de Any, médico y padre perfecto de familia tan ejemplar.
Melody regresó a su casa para hablar con su mamá, pero no pudo ser. Como tantas otras veces, la llamaron del hospital para decirle que
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Lo que el viento NO pudo llevarse su mamá debía quedarse ya que no había ido el reemplazo. Melody se llenó de dolor y de interrogantes.
A la mañana siguiente decide volver al hospital para preguntarle por esa conversación que había escuchado. Caminando por uno de los pasillos observa, en una habitación, a dos jóvenes padres que lloran abrazados. Se acerca a ellos y nota una cuna vacía. Les pregunta qué les sucede y el joven le cuenta que esa noche había nacido su primer hijo, un varón, pero que nació muerto. A Melody se le congela la sangre, no quiere imaginarse lo que está sucediendo y, menos aún, que su mamá esté involucrada. Sale del hospital, le cuesta respirar. Se sienta en un banco y ve al médico dirigirse a su auto con una caja en la mano. Se arma de coraje y lo llama por su nombre. Pablo se da vuelta y, con una gran sonrisa, le dice: Que gusto verte, no pensé encontrarte por acá, pero claro, estás en vacaciones y venís a ver a tu mamá y amigos, ¿no es cierto? Ella lo mira y le pregunta por la caja. Él, entre desconcertado y cínico, le contesta que son papeles del hospital. Me lody ve, con desesperación, como el médico se aleja del lugar. Ella no sabe qué hacer, pero está segura de que en la caja hay algo más que papeles. Desesperada, empieza a seguirlo y a gritar que le muestre esa caja. Él la asusta para que se calle: no digas ni hagas nada, porque tu mamá es tan culpable como yo. Melody queda en estado de shock. Pablo sube al auto y se va. Melody entra al hospital gritando el nombre de María. No la llama mamá, la llama María.
El médico es demorado en la ruta. El bebé es entregado a sus ver daderos padres y María carga con la tan pesada culpa. Melody y María están cara a cara.
Ahora entiendo por qué vos sos rubia y yo morocha. ¿Quiénes son mis verdaderos padres? Seguramente, me mataste a mí también.
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LUCIANA MARRO
Nació en Quilmes y vive en Solano. Docente y comunicadora que vive para leer y escribe para vivir
NI UNA MÁS
Cruzamos miradas entre escaleras mecánicas: él descendía y yo subía. Creo que me reconoció porque bajó la mirada y enseguida buscó la salida. Cuando logré encarar la dirección contraria, corrí hasta las puertas automáticas para alcanzarlo pero ya era tarde: lo había perdido nuevamente entre los transeúntes que atravesaban Florida aquel sábado a la tarde.
Hoy no recordás muy bien que sentiste primero; quizás fue el sonido asqueroso que funcionó como alarma entre el tumulto de la hora pico. Después buscaste a su emisor: el tipo gemía con los ojos cerrados, gozando en la impunidad que le brindaba la multitud. Seguiste sus extremidades, desde su hombro hasta su mano, que se movía rítmicamente sobre tu cremallera.
¿Cómo no lo percibiste antes? Probablemente fue por tu incredulidad ante un acto tan infame. Habías sentido una presión contra tu cuerpo, pero en un principio pensaste que era uno más de los apretujones de esa tarde sofocante en el subte; hasta que se bajaron tres personas en Independencia y el espacio libre descubrió a la mano y a su dueño.
Aun después de conectar la visión con el espanto del tacto indeseado, tardaste unos segundos en caer. La reacción llegó recién cuando lograste arrancar la mano que se sujetaba a vos como un parásito.
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¿Qué hacés, hijo de la mierda?
¿Qué, que te pasa, qué?
Todos voltearon a mirar pero nadie se metió. Masticaste impotencia con todos los músculos de tu boca: sabía muy amarga y te quemaba como lava en la garganta. El tramo desde San Juan hasta Constitución se te hizo interminable, pero esperaste hasta tener espacio para moverte y actuar.
Estación: Constitución. La voz melosa de la locutora era la señal que el tipo esperaba para abalanzarse hacia las puertas, pero muches otres alcanzaron la salida antes que él. Su demora fue tu oportunidad para alcanzarlo con una piña en el hombro, torpe pero con la fuerza suficiente para detenerlo.
¿Qué hacés, pelotuda? el tipo no dudó en devolverte la trompada en la boca, convirtiendo el sabor a ira en gusto a sangre. Te tomaste la cara con ambas manos, como si te hubiera arrancado algo con el golpe.
¿Qué le pegas a la piba, gil? un veinteañero había asumido posición de ataque, pero el flaco arremetió con una piña que casi lo arroja a las vías.
A tu lado, una chica te acompañaba. ¿Estás bien?, te preguntaba constantemente.
Vos seguías gritándole al tipo que se escabullía entre los viajantes. Tu cuerpo temblaba.
―Flaca, busquemos un cana, sigámoslo, ¡dale! Sí, ¡dale, te ayudamos!
La chica y tu defensor te sacaron del estupor y te acompañaron hasta la escalera repleta, donde lo vieron huyendo, una vez más. Lo siguieron, pero cuando lograron abrirse paso y alcanzar el hall principal de Constitución, la rata ya había desaparecido entre el tumulto.
Él dijo que vos le agarraste la mano, que lo provocaste... claramente no le creo del todo a él, pero tampoco te creo del todo a vos.
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Lo que el viento NO pudo llevarse Perdón Eri, ¿qué querés que te diga?
Como su amiga, como la amiga que la había ayudado a conseguir ese empleo que ella tanto había buscado, Érica esperaba que le dijera que le creía, que la entendía, que no iba a culparla. Otra vez, había esperado de más.
―
Quería que me protegieras, pero ya es un poco tarde, ¿no? Tenés que relajarte, Eri Soledad prendió un pucho y continuó―.Y tenés que aprender a cuidarte sola también. ¿Te vas a poner así cada vez que un flaco se te tira? Andá acostumbrándote porque este ambiente está lleno de pajeros, nena.
Ojalá me hubieran avisado eso antes, deseó Érica. Ojalá le hubieran avisado tantas otras cosas antes. También se arrepintió de haber sido tan copada al principio, se arrepintió de haberse puesto un vestido tan suelto aquella mañana de enero. Pensó que en parte había sido su culpa, por no haberlo mandado a cagar desde el minuto cero. Deseó no haber entrado tan verde a este laburo y tan sólo por un minuto deseó haber sido como aquelles a quienes parecía no importarles entregar todo a cambio de un cargo. Pero, ¿hasta dónde puede llegar la ambición? ¿Qué precio tiene el poder?
¿Sabés qué es lo que no puedo entender? ¿Por qué no habló antes? Porque ahora es muy difícil comprobar todo.
En la tele, el noticiero mostraba la conferencia de prensa del colec tivo de Actrices Argentinas bancando la denuncia de Anahí de la Fuente. También mostraban imágenes de Thelma Fardín nueve meses atrás. Pensé en el valor de esas chicas para contar todo públicamente y tuve muchas ganas de llorar. Ya habían pasado dos años y yo seguía masticando el odio en silencio.
Tranqui, Eri: no pasó nada. No te van a creer, te van a culpar a vos, me van a culpar a mí. Sabés lo machista que es este ambiente.Y el que tiene la sartén por el mango siempre tiene la razón acá ―Soledad continuaba repitiendo los argumentos que, por suerte, ya ni ella creía.
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En las noticias transmitían ahora la lectura del comunicado:
Jefes que creen ser dueños de los cuerpos de sus empleades, manoseándoles, haciendo comentarios sobre su aspecto físico y su vestimenta, insinuándose, persiguiéndoles y castigándoles al menor asomo de rechazo, con gritos y trabajos fuera del horario pautado. Tratándoles de incapaces, rebajándoles, por su género, a realizar tareas no correspondientes y humillándoles públicamente en caso de no cumplir con sus reglas machistas y autoestablecidas (…)”. *
Me mantuve calma todo lo que pude, hasta que la bronca me quemó la garganta una vez más.
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¡Porque hablamos cuando podemos, Raúl! ¡Porque no tenés idea de lo que significa ser mujer en un ámbito como este! Ni de cerca te imaginás lo que se siente ser tratada como un cacho de carne, una cosa al servicio del patrón de turno.
Yo entiendo todo Eri, pero creo que ahora es muy difícil probar si realmente abusaron.
Raúl, ¿me hacés el favor de cerrar bien el orto? Espero que Guadita nunca tenga nada que denunciar, porque lo primero que harías sería pedirle pruebas.
Las noticias de último momento me sacaron de la discusión con mi compañero: se llevaban preso a un violador en Barracas, sus hijas lo habían denunciado. Decenas de chicas con pañuelos verdes y violetas lo esperaban afuera; sentí un gran alivio al comprobar que también estaban ahí. Una de ellas atravesó corriendo el cordón policial para sacarle la capucha; el detenido no pudo evitar mirar a la cámara más cercana.
Fue como si me hubiera reconocido nuevamente, entre escaleras mecánicas.
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* https://bit.ly/2kSwfFS
MARÍA ELENA GARCÍA GIRALDO
Lo que el viento NO pudo llevarse
Nació en Capital, vive desde siempre en Berazategui. Piloto civil, artesana y escritora, incursionó en diversos géneros como canciones, novelas y el que más ama: la poesía.
CUATRO CUARTOS Y UN MISTERIO
Doña Emma tiene una casa grande con cuatro cuartos que le sobran. Los hijos se fueron a vivir a Estados Unidos y Francia, y la más bohemia está recorriendo Sudamérica con dos amigas. El cuarto restante era de su marido, el finado Cosme, que dormía solo porque roncaba y se levantaba veinte veces durante la noche. El año pasado don Cosme pasó a mejor vida y doña Emma, en cierta manera, también.
Con el cambio de gobierno, las cosas se habían puesto difíciles. Era una mujer acostumbrada a vivir bien, pero en esos últimos años lo único que le importaba era tener algo en la heladera y, de cuando en cuando, salir con un par de amigas a tomar un té en la confitería de la avenida. Si no alquilaba esos cuartos vacíos, debía echar mano a los ahorros que estaban destinados al sueño de su vida: el viaje al pueblo de sus ancestros en Italia. Esa mañana puso en alquiler las habitaciones. Publicó sólo el teléfono porque las cosas no estaban como para poner la dirección en cualquier lado. Regresó a su casa, encendió la radio y comenzó a preparar la cena.
Emma era una mujer de levantarse muy temprano y de buen humor. Su familia siempre decía que ella era un ángel en la tierra pero que había que tener cuidado con pasarse de la raya porque ese ángel se transformaba en el mismísimo demonio. Muy pocas veces vieron a Emma enojada y, generalmente, fue para salir en defensa de terceros, de animales en desgracia o de su propia familia; las injusticias le
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resultaban intolerables.
Nueve de la mañana, suena el teléfono, un tal Eduardo pregunta si puede ver las habitaciones. Luego llaman Mabel y Marcela. Los tres se instalan con sus pertenencias y cada cual sale a hacer las compras para el almuerzo. Cerca de las dieciocho suena nuevamente el teléfono, alguien que se presenta como Fabián le suplica que le alquile la última habitación porque esa noche no tiene donde dormir. Emma duda, en invierno y a esa hora hay que dudar de todo. Finalmente accede, después de todo, no estaba sola en la casa. Luego de que Fabián acomodara sus escasas pertenencias en la habitación más pequeña, Emma los hace pasar a la sala para conversar acerca de la convivencia dentro de la casa y el respeto con el que tenían que tratarse. Convinieron en que ellos, además de una módica suma que pagarían por el alquiler, se encargarían de los alimentos. Emma, por su parte, prepa raría las comidas y ayudaría con alguna costura o arreglo de ropa. Por ser el primer día, todos se fueron a descansar antes de las diez para no importunar a la dueña de casa.
Ese viernes, Emma se levantó más temprano que de costumbre, quería que todos desayunaran antes de salir. La primera en levantarse fue Mabel, saludó cortésmente y se fue a bañar. Por suerte, el Cosme había hecho dos baños con ducha, y, en el quincho, uno con lavatorio e inodoro.
Fabián aparece en la cocina y pregunta si puede hacerse unos mates. Emma asiente con una sonrisa, le alcanza todo lo necesario mientras pone a calentar la pava. Cinco minutos más tarde se asoma Eduardo y se arrima a Fabián, que está comenzando el primer mate, le da una chupada y ceba otro. Marcela hace su entrada diez minutos después, aún vestida con su piyama cremita con dibujos de Kitty; se sienta a la mesa y cruza su pierna derecha por debajo de la otra. Emma la mira y sonríe.
―¿Qué vas a tomar?
―Café con leche ―le responde.
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Lo que el viento NO pudo llevarse
Emma prepara el pedido y se lo acerca junto con unas tostadas y el dulce de leche. Marcela toma una tostada y comienza a jugar con la cuchara adentro del dulce. Eduardo la mira y, haciendo una mueca dice: ¡Adolescentes!
Mabel entra en la cocina y va hacia la cafetera. Para el desayuno prefiere café negro y sin azúcar. Bebe el último sorbo y camina hacia la puerta de calle. Antes de que salieran de la casa, Emma se dirige a todos para comentarles que a la noche, después de la cena, le gustaría charlar un rato con ellos.
Emma decidió que ese día la cena la pagaría ella; quería agasajar a sus inquilinos y, ya que estaba, conocer un poco más de sus vidas, después de todo, estaban viviendo en su casa cuatro extraños. Un guiso de lentejas le pareció lo apropiado, con papas, batatas, carne de estofado cortada en pedacitos, chorizo colorado y panceta salada. También compró un vino tinto, dos cervezas y gaseosa para Marcela. Alrededor de las seis y media comenzaron a llegar. Se podía oler el guiso desde la puerta de entrada. Hubo muestras de agrado, menos en Marcela, que era un poco parca en a la hora a esbozar emociones. Dejaron sus pertenencias en las habitaciones, se lavaron las manos y se sentaron a la mesa. Emma veía con qué placer degustaban cada bocado, inclusive Marcela. Eduardo, Mabel y Emma tomaron vino, Fabián optó por la cerveza y la poco más que adolescente se sirvió la gaseosa bajas calorías. De postre había tiramisú y un licorcito que la dueña de casa había preparado con sus propias manos hacía un par de meses. Todo estuvo de maravillas. Emma los invitó a pasar al living, las mujeres se sentaron en sillones individuales, los varones lo hicieron en el sillón de tres cuerpos. Emma comenzó diciendo:
―Gracias por brindarme un ratito de sus tiempos para esta charla informal.Ya que vamos a compartir tantos ratos juntos, y como nunca los vi por el barrio, me encantaría saber algo sobre ustedes.
Mabel cuenta que está divorciada hace cuatro años, que pasó por muchos inconvenientes económicos durante este tiempo pero que
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ahora se reacomodó.
―Yo sí la conozco ―dijo mirando a los ojos a Emma―, y segura mente, si hace memoria, también se acordará de mí.
Emma la miró tratando de encontrar algún parecido con alguien de su pasado.
―
Fui su alumna de francés en la escuela del Sagrado Corazón de Jesús. Tenía un promedio excelente y la promesa de un auto y un viaje a Europa si terminaba como la mejor alumna. Lamentablemente para mí, no fue así, perdí el auto y mis padres se fueron solos a Europa mientras yo me tuve que quedar estudiando. Usted decidió ponerme un uno en la última prueba del año, sólo porque me vio hablando con mi compañero de atrás. Perdí los beneficios que tenía y tuve que trabajar para pagarme la carrera. Claro que me acordé de usted.
Emma de quedó muda.
Yo también la conozco dijo Eduardo ¿Se acuerda el quiosco que había en la esquina de la avenida, a dos cuadras de acá? Era mío, y por una denuncia suya me metieron preso cuatro años por venta de drogas. Sé que no estuve bien, pero necesitaba el dinero para la operación de mi madre. En la cárcel la pasé muy mal, y ahora mi mujer me dejó, casi no veo a mis hijos y mis laburos son en negro. Nadie me ofrece nada digno. Vaya que la tuve en la memoria durante todos estos años.
Emma tragó saliva.
También yo me acordé mucho de usted en estos años dijo Fabián . Era jardinero de día y cartonero de noche. Me mataba para llevar el pan a mi casa. ¿Se acuerda la vez que usted salió a la calle a gritarme porque apenas azoté al caballo porque no quería caminar? Llamó a la policía, les dijo que yo lo estaba maltratando, que lo pateé mientras estaba en el piso y que no le daba de comer. Por usted perdí el caballo, tuve que pedir plata para pagar una multa y hacer tareas comunitarias para que me dejaran en paz. Se me fue la mano, es cierto, pero el bruto no quería levantarse y yo tenía que terminar
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Lo que el viento NO pudo llevarse el recorrido.
―
Yo soy Marcela…Farías, ¿no le suena? Era la pareja de Natalia, su nieta, y cuando usted se enteró hizo un escándalo que llegó a todo el barrio. Me prohibieron, bajo amenaza, tener contacto con ella. Estuvi mos juntas cuatro años, nos llevábamos muy bien y nos queríamos de verdad. Teníamos proyectado terminar la carrera y poner, juntas, una veterinaria. Pero usted y su ignorancia cortaron toda posibilidad de felicidad entre nosotras. También dejé la carrera y todos mis proyectos. Tanto dolor me hizo recordarla muchas veces, señora.
Emma respiró profundo y se dispuso a contestar a cada uno de sus cuatro inquilinos. Comenzó por Mabel, quien había hablado en primer lugar.
Mi estimada Mabel, tardé en reconocerte con ese cabello corto y rubio, muy lejos de aquel enrulado y por la cintura que solías llevar a la escuela. Recuerdo muy bien ese día justamente porque me sentí muy decepcionada con tu actitud y tu falta de respeto. Parece ser que sólo viene a tu memoria la mitad del cuento, tendrías que recordar que dos veces avisé que estabas dictándole a tu compañero, que era tu novio. Dos veces, lo dejé pasar pero tu insolencia se ganó ese uno por mérito propio.
Emma gira la cabeza para mirar a Eduardo. Eduardo, claro que me acuerdo de tu quiosco. La verdad, no pensé que te hubieran dado tan poco tiempo en la cárcel, teniendo en cuenta el daño que les estabas haciendo a todos los jóvenes del barrio. ¿Tengo que creer que le destruiste la vida a cientos de pibes sólo para solventar los gastos de la operación de tu madre? Que yo sepa a doña Rosa la ayudó el municipio y vos no paraste con la venta de droga. Te soy sincera, no me arrepiento de nada, te lo merecías.
Dejó de mirar a Eduardo para volver la mirada hacia Fabián.
―¿Así que me puse a gritar y llamé a la policía porque te vi que azotaste un poco a ese caballo? No puedo creer lo que estás di ciendo. Fueron varias las veces en las que te dije que no golpearas al
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animal porque estaba terriblemente flaco y que no podía con tanta carga. Te cuento, por si no sabés, que el caballo que vos decís que perdiste por mi culpa, se cayó muerto en la vereda de enfrente.
Emma se dio vuelta y miró a Marcela, su rostro había adquirido una expresión más sombría.
Nunca pensé en volver a verte, Marcela, pero parece que la vida, últimamente, me pone en lugares en los que no quiero estar. El escándalo del que vos hablás no fue tal. No soy una persona que se meta en la vida privada de mis nietos, y menos en sus elecciones de pareja. Sería justo que recordaras los dos intentos de suicidio que tuvo Natalia durante la relación con vos, su anorexia nerviosa y su mal desempeño en la carrera que ella tanto amaba. Hace cuatro años que tiene entradas y salidas de una clínica psiquiátrica por sus ataques de pánico, no es capaz de mantener una relación por más de seis meses y eso es gracias a vos, a tus persecuciones y celos enfermizos. Entonces, mi querida, ¿seguís insistiendo en que me equivoqué en alejarla de vos? No, no me equivoqué y lo haría mil veces más si fuera necesario. Les aconsejo que vayan a dormir, mañana será un día muy largo.
A la mañana siguiente, todos se levantaron a desayunar pero nadie emitió una palabra. Uno por uno salieron de la casa para dirigirse a sus trabajos. Emma lavó todos los utensilios, puso las tazas en un bols con agua tibia y lavandina, al mate y la bombilla los tiró al tacho junto con un pequeño frasco y cerró la bolsa. Enjuagó todo, secó y guardó lo usado en la alacena. Se dirigió a las habitaciones de sus inquilinos y cerró una por una las ventanas y las puertas. Se llegó hasta su placar, sacó una maleta mediana de color rojo brillante y guardó algunas ropas de verano, dos suéteres livianos, un par de zapatillas y una campera. Tomó un bolso de mano y una pequeña mochila en donde colocó su documento, el pasaporte y el dinero que tenía ahorrado. Llegó hasta la puerta de salida, se dio vuelta para dar una última mirada y salió de la casa. Por la vereda pasaba don Chicho con Fiero, un perro pequeño y poco agraciado.Vio salir a Emma y la saludo amablemente.
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―¿Cómo anda doña Emma? Que pituca se la ve hoy.
―Hola don Chicho, gracias por el cumplido. Estoy bien, por suerte, con la medicación ya no tengo dolores, lo que es mucho decir.
―¿Se nos va de viaje?
Sí, me voy a Europa por unos meses, tengo ganas de visitar a los parientes que me quedan en Italia y después recorrer un poquito.
―¿Y los inquilinos, doña Emma?
Se fueron, usted sabe cómo son los jóvenes, no están quietos en ningún lugar.
Es así, son impredecibles. Que tenga buen viaje, doña Emma, Hasta la vuelta.
Gracias don Chicho, salúdeme a su esposa de mi parte.
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MENTA Según sus palabras, “Menta es una teoría humana experi mental. Un adverbio modificador de sintagmas nominales y verbales”. Casi poeta, profesor, cantautor, tímido megalómano.
CORINA Y EL VUELTO
De cuarta estos últimos cuatro años. Afuera del podio como siempre, ni oro, ni plata, ni bronce. ¿Qué metal al cuarto puesto? Ninguno. Oro jamás, de ninguna manera. Ni de primera línea, pero no, ni eso. Bronce parece premio consuelo para los pobres desconsolados, como moneditas de esas que ya nadie quiere, de bronce. Por qué en los tangos buscaban un cobre si las chirolas son de bronce como en la antigüedad. Qué pedo. Cuproníquel te dijo alguien por ahí. Coprofagia como por comer caca. Hay hambre pero no para tanto. Pensás que los billetes son animalitos. Papel pintado para la comidita. Flaca muerta de hambre te dijo un panchero cuando lo apuraste pero a la vez te guiñaba el ojo con excesiva carga libidinal. Adivinaste una frase vulgar en el brillo de sus ojos (Flaca si tenés tanta hambre comete ésta). No pronunció las palabras pero sin embargo las escuchaste. Pagaste con chirolas los sesenta pesos del súper pancho, sin papitas porque se te iba a setenta. Te ibas a quedar con hambre. Y bueno.
Siempre te cuestionaste cómo podía ser que si acaso fuera cierto que fueses tan bonita y tan buena como todos te han dicho todo el tiempo no tengas ni un poquito de rédito económico. No tenés un gramo de maldad, no tenés un gramo de nada te había dicho Héctor por tu complexión física, minúscula, esquelética, diminuta.
Siempre estuviste trabajando por centavos, chirolas de cobre. Nunca pudiste darte un gustito con algo más de platita. Pensaste en
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terminar con todo eso en el momento en el cuál recordaste esa película de Woody Allen Take the money and run y decidiste salir a robar con tu carita bonita e inofensiva. Te acordaste de tus antecedentes criminales. Cuando tu abuelita te mandaba a comprar Andá un tiro a la verdulería. Vos ibas contenta porque siempre te convidaban una banana, una manzana o un durazno todo sin lavar y bueno además te quedabas con el vuelto.
Eso podías robar. Pensaste en una abuelita distinta de tu abuelita, a la abuelita de alguien más. Pensaste en cuánto vuelto le podrías sacar a una señora a la que seguro le caerías bien porque sus nietos propios ni la visitarían ni siquiera para robarle los vueltos. Porque los nietos de hoy en día son terribles. No visitan a sus abuelitas ni en broma.
Elegiste una abuelita que alimentaba las palomas feas en la plaza fea, abandonada y solitaria, te le sentaste al lado. Justo del lado vacío dónde tenía la cartera discretamente disimulada entre la cadera y la pollera, porque del otro lado tenía el carrito de las compras de donde sacaba el alpiste para las palomas. Te miró en silencio con una inesperada y muda alegría familiar. Notaste la comodidad necesaria para empezar a charlar de las palomas y de cómo comen y cómo se ponen contentas de que alguien les dé de comer y de cómo se nota que son familia entre ellas y se quieren mucho.
Se nota que vos sos una chica buena, seguro todos te quieren mucho. Especialmente hablaron sobre un hábito que compartían: siempre trasladaban las estructuras de las relaciones humanas a los animales que viven en comunidades. Entre ellas siempre hay una que soy yo, dijeron casi al mismo tiempo, y se rieron. Dentro de un hormiguero seguro hay una que cumple con mi personaje y otra con el tuyo, dentro de la bandada de palomas pasa lo mismo, dentro de una jauría de perros también. Cada relación de familia con sus entramados se repetía en todo el reino animal, una fantasía ridícula que compartían en este tiempo de crisis. Que ella se quedara mirando los
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Lo que el viento NO pudo llevarse pichones te pareció el momento apropiado para agarrar la cartera y salir corriendo un tiro y a la verdulería.
Nunca pensaste que la señora que ahora te acaricia la frente fuera a tener un arma en el changuito y que te haya podido disparar, porque fingiste ser una nieta y la abandonabas llevándote el vuelto.
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SILVIA JASIS
Lo que el viento NO pudo llevarse
Profesora de matemática, ama a la literatura casi tanto como a los números. Aunque es porteña, encontró en Berazategui su lugar en el mundo.
LAS VIEJAS
La casa era chica, casi precaria. Viviana y Antonio igual estaban contentos. La hiperinflación los había dejado sin opciones, compra ban una vivienda con los pocos ahorros que tenían, o los gastaban en alquiler y comida.
Llegaron sin un mango, pero a tal punto que, el día que pagaron el grueso de la plata en la inmobiliaria, tuvieron que volverse caminando, no tenían ni para el colectivo.
Era un PH al fondo, una casa chorizo, dividida en departamentos. La antigua galería se había convertido en un largo pasillo al que daban las puertas de las dos viviendas.
Adelante vivían dos hermanas solteras, Ernestina y Lidia, de alrededor de setenta años. Salían poco, apenas hablaban entre ellas y, cuando lo hacían, era para pelear. Durante el día se entretenían mirando por la ventana, por eso sabían la vida de todos los vecinos. Al atardecer se sentaban en la cocina en silencio, no encendían la luz hasta que la oscuridad era total.
Sólo tenían un sobrino que les había prestado la vivienda heredada tras la muerte de sus padres y que de vez en cuando las visitaba.
Viviana era docente; Antonio, electricista en una fábrica metalúrgi ca de la zona. Tenían dos hijos, Matías y Dante, que iban a la escuela del barrio. Antonio se iba muy temprano, Viviana se levantaba más tarde y después de llevar los chicos a la escuela iba corriendo a su trabajo. Al mediodía pasaba a buscarlos y esperaba a su marido,
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entonces ella podía seguir trabajando. Llegaban a la noche agotados, pero felices. Se refugiaban en su cuarto, su mundo, donde, a puertas cerradas, podían hablar, discutir, llorar, reír y amarse con el corazón, el cuerpo y la vida misma. A veces amanecían amándose. A veces los despertaban los ruidos de la casa vecina.
Ernestina no tenía buen carácter, siempre peleando con su hermana, cada vez que Viviana pasaba podía oír los gritos. Parecían detenidas en el tiempo, con las mismas cuestiones desde hace cincuenta años.
No trabajaron nunca, ni viajaron, no hicieron amigos, no estudiaron nada, ni tuvieron novio. Ni siquiera aprendieron a tejer, a bordar, a coser. Lo único que hacían era correr los muebles por las noches, quizás para barrer. Desde el departamento de atrás podía oírse el ruido. Quizás por eso ningún vecino quedaba libre de sus críticas moralistas y pacatas. Que si una salía de noche, o que la otra charlaba con un hombre, que la de más allá usaba la ropa ajustada, o que el marido de la de a la vuelta tenía amante. Todo lo que sucedía, y a veces también lo que no sucedía, estaba en su boca; no se salvaba nadie.
Al principio, cada vez que pasaba le hacían comentarios sobre su propia vida. Viviana se enojaba, pero con el tiempo llegó a quererlas. Le daba compasión su soledad, su tristeza, sus viejas historias.
De vez en cuando las visitaba, o les llevaba un regalito para el cum pleaños, y se sentaba a escuchar la versión número mil del mismo relato. No se querían ni entre ellas, apenas una se distraía, la otra corría a hablarle a Viviana mal de su hermana.
En la casa de atrás todo era alegría, juegos, risas. Los chicos crecían felices, correteando de acá para allá, con el triciclo, la bici, los perros. Matías era un auténtico tsunami, no paraba de moverse y gritar ni un minuto. Dante era más dulce, tenía una gran imaginación. Antonio y Viviana con los años aprendieron a quererse más todavía, a pesar de sus diferencias, de venir de dos mundos totalmente distintos. Ella miraba con ternura algunas cosas de él que antes le habían molestado y el seguía amándola incondicionalmente.
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Lo que el viento NO pudo llevarse
Antonio empezó a sentir algunos dolores, pero no les dio importan cia. Cuando decidió ir al médico tomó el diagnóstico a la ligera. Artritis, nada importante, solo un poco de dolor de huesos y ya.
A los pocos días la noticia en la tele fue devastadora, una famosa actriz había muerto a causa de la misma enfermedad que tenía Antonio. Entonces entendieron que la cosa era seria.
Fueron años difíciles, de lucha. Los medicamentos eran caros y la obra social no cubría todo. Así que Viviana reforzó su horario de trabajo y tomó alumnos particulares. Apenas dormía, pero siempre llegaba al final del día con una sonrisa.
Él siguió con sus actividades, pero se cansaba demasiado. A la noche le costaba conciliar el sueño por los dolores, y cuando lo conseguía lo despertaba el eterno ruido de muebles del otro lado de la pared.
Al principio Antonio se deprimió, pero, con la insistencia de Viviana, decidió ser valiente y aprovechar al máximo lo que le quedaba de vida. En los diez años que vinieron, con los pocos recursos que tenían, hicieron todo lo que Antonio tenía pendiente. Sentían que la vida se escapaba y había que apurarse a vivirla, a pesar de los dolores y del terror de tener a la parca pisándoles los talones.
Una mañana de invierno, hace cuatro años, Antonio murió, tomado de la mano de Viviana, como había vivido. Un virus oportunista hizo lo suyo, antes de que su enfermedad se hiciera cargo de su dolorido cuerpo. Por suerte no sufrió demasiado.
Viviana se encerró un tiempo en la habitación a llorar, hasta que se le terminaron las lágrimas, hasta que se le vaciaron el alma y el corazón.
Así sobrevivió un tiempo, un día abrió la ventana, vio el sol del otro lado, redescubrió la risa, volvió a sentir el viento en la cara y entendió que ella estaba viva.
Un año después, Matías se fue a vivir con su novia. Al poco tiempo
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Dante alquiló un departamento para vivir solo, pero tuvo que volver a vivir con su madre porque no le alcanzaba el dinero para mantenerse.
Las viejas murieron no hace mucho, con un par de meses de diferencia y más de noventa años cada una. Hace unos días, Mario, el sobrino, que contrató albañiles para hacer reformas, hizo pasar a Viviana a la casa de adelante.
El dormitorio de las viejas le pareció inmenso, habían sacado casi todos los muebles, a excepción de un pequeño ropero antiguo contra la medianera de la casa de Viviana. Justo a la altura a la que, del otro lado, estaba la cama matrimonial. Cuando Mario corrió el mueble, ella pudo reconocer el ruido que tantas veces escuchó por las noches.
Pudo verse entonces el nicho en la blanquísima pared. No sólo no tenía revoque, sino que habían escarbado los ladrillos, de manera tal que ambos dormitorios quedaban separados por una fina capa de mampostería. Adentro del agujero había tres o cuatro vasos descar tables, de esos que se usan para los cumpleaños. O como un amplificador casero de sonidos.
Mario le pidió al albañil que arreglara la pared en presencia de Viviana, y prometió no poner ningún mueble en ese lugar.
Llegó a su casa con bronca, se sentía humillada, herida. De la rabia pasó al pudor.
En ese momento recordó una escena. Pudo ver a Ernestina, pocos días después de la muerte de Antonio, sudorosa y con los ojos muy abiertos por la ansiedad, preguntándole: ¿Usted piensa volver a tener marido?
Entonces, Viviana estalló en carcajadas.
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SUSANA CARELLI Vive en Berazategui. Dedicó años a la enseñanza y a la capacitación laboral. Apasionada de la lectura y escritura, fue postergando esas pasiones. Hoy es el momento justo.
DE ESTE LADO DE LA CALLE
La vida de Marcos era normal.
Una familia (mujer, dos hijas), padres, hermanos, un emprendimiento familiar que llevaba adelante con Laura y que ahora empezaba a remontar, después de remarla con ganas por largo tiempo.
Ese día, casi cuatro años atrás, salió temprano de la oficina, puso el GPS y enfiló hacia la zona norte, en donde lo esperaba un cliente. Un corte de calles lo obligó a buscar un estacionamiento antes de llegar a destino. Era temprano.
Nunca supo cómo fue que estacionó ahí. Nunca supo que para re tirar el vehículo tenía que presentar un ticket que se conseguía sólo ingresando en la sala.
Todavía era temprano.
Sólo fue la curiosidad, se dijo, y se convenció de su mentira. Miró la hora. Le quedaban sólo quince minutos.
Todo resultó como lo esperaba. El emprendimiento familiar con seguía un cliente importante que le permitía dar un salto para afianzarse en el mercado. Fueron días de euforia.
Marcos y Laura eran buenos padres.
Sus hijas, Ana, de nueve, y Lulú, de tres, eran el eje de sus vidas. No les mezquinaban tiempo ni juegos. Las charlas, los cuentos y el paseo de a cuatro era infaltables los fines de semana.
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LA CALABAZA - ANTOLOGÍA 2019
Tampoco supo cómo entró la segunda vez.
El tiempo ahí dentro volaba; el ruido, las luces, lo trasladaban, no sabía bien donde. Sí sabía que le resultaba placentero.
Miró el reloj. Era muy tarde. Casi madrugada. Laura fingió dormir.
Los días siguieron parecidos, pero se hacía cada vez más difícil escapar, robarle un ratito al tiempo de las chicas y al sueño de Laura.
Las salidas ya no eran de a cuatro. Quién más demandaba era Lulú, la más chiquita. Extrañaba los cuentos, los juegos, la risa y las monadas de papá. Laura callaba. Ella y Ana, la mayor, eran testigos de un momento raro, muy raro. Papá no está, contestaba al llamado de la abuela. Papá está reunido, papá todavía no llegó.
Poco a poco, un pozo enorme, negro, se abrió entre Marcos y los suyos. Entre Marcos y la vida.
De aquel tipo alegre, divertido, quedaba un rostro apagado, se rio, pleno de malhumor. Los hombros le caían, como si un peso invisible le encorvara la espalda. Se ensombrecía cada vez más. No quería ver a nadie, no tenía ganas de nada. Todo se lo llevaban esas horas que parecían darle sentido a ese día, el reloj se consumía en la adrenalina que le brotaba cada vez que estaba debajo de aquellas luces.
Pensaba que Laura era ajena a lo que vivía. Pero ella sabía todo. Marcos necesitaba ayuda, pero con la excusa del “yo puedo” la recha zaba una y otra vez. No había salida. Ese día acordaron que se iba de casa. No hubo despedida. Fue después del almuerzo, cuando las nenas estaban en la escuela.
Alquiló un departamento, justo enfrente a donde había estacionado aquella vez. Su amor de padre no lo perdió. Armó todo para llevar a sus hijas los fines de semana, y de hecho no dejaba de hacerlo. Jugaban, reían, y ya cansadas se dormían. Entonces, él cruzaba presuroso, rápido. Las horas lo absorbían en esa tentación irresistible.
En la empresa las cosas se complicaban. Marcos no contribuía en nada para sostenerla. Sus tiempos se repartían poco en lo importante
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Lo que el viento NO pudo llevarse y mucho en su abismo. El dinero se esfumaba. Laura intentaba una y otra vez, cada vez que cruzaban palabra en el trabajo él no acusaba recibo. El fin de semana no llevó a las nenas al departamento, el siguiente tampoco. Cuando volvía, de madrugada, buscaba mensajes, si llamaban, si avisaban cuando se verían.
No lo pensó más.
―Hola ―dijo, fingiendo la voz para no ser reconocido― ¿Está papá?
―¿Quién sos?
Era Lulú, que no lo reconoció.
―Un amigo…
Ah, no, papá no vive aquí. Se fue.
Marcos enmudeció en un segundo. La voz de su hija, el tono resignado y el arrastre de las palabras lo sacudió por entero.
Se paralizó. No podía seguir hablando. Se desplomó en la cama y un llanto apretado le explotó en la cara. No supo cuánto tiempo lloró. Ni cuánto durmió.
Esa noche no cruzó la calle.
Su cuerpo había descansado años, había reposado en paz como hacía mucho no lo hacía; el pesar que lo abrumaba había quedado en la almohada húmeda.
Era otro día.
Se cambió, y salió temprano. Hacía más de un mes que no veía a las nenas. Con Laura se cruzaba de vez en cuando. Trataba de evitarla las reuniones de trabajo. Si la veía, bajaba la cabeza. Era una sombra inanimada.
Un día, sin pensarlo, la llamó. Le dijo que estaba haciendo un intento por cambiar. Del otro lado de la línea, Laura dibujó una tenue sonrisa que él no pudo ver. Poco a poco se iba rearmando por partes, volvía a ser aquel Marcos que alguna vez fue. El grupo era contenedor. Nadie juzgaba, nadie señalaba. Ahí era como los demás.
Las nenas querían verlo. Cenaron temprano. Entre risas y piruetas
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LA CALABAZA - ANTOLOGÍA 2019
de Lulú se quedaron dormidas. Ordenó un poco el desorden, se cambió, se miró en el espejo y sonrió.Ya casi había olvidado el gesto. Bajó despacio, abrió la puerta, giró y la volvió a cerrar. pero ni se le ocurrió cruzar.
Frente a él estaba la calle. Miró el estacionamiento, el casino,
En la esquina lo esperaba Laura.
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