PALABRAS PUERTAS ADENTRO Diario ficcional de la pandemia Antología 2020 Taller de Escritura La Calabaza Productora Cultural @LaCalabaza.ProductoraCultural @Calabazacultural Queda permitida la reproducción parcial o total de este libro citando a “La Calabaza - Productora Cultural” y a lxs autorxs de los relatos. Fotos de tapa y contratapa: Antonela Nieva @antonelanieva Arte: LCD / La Calabaza Diseño Impreso en Cooperativa El Zócalo Imprenta Gráfica & Editorial
PALABRAS PUERTAS ADENTRO Diario ficcional de la pandemia
la productora cultural # ArteEnEstadoDeAgite
Taller de Escritura AntologÃa de cuentos 2020
UN LIBRO COMO AGITE Y GESTO DE TERNURA
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os gusta pensar la cultura como verbo, como movimiento. Como acción: la acción de habitar el mundo. Poblarlo de signos, de imágenes, de sonidos, de colores, de palabras. La cultura como ese fueguito que se enciende, arma ronda y habilita una ranchada. La cultura como un domiciliarse en el mundo. Como creación y producción colectiva de condiciones simbólicas para que la vida despliegue toda su potencia. Y ahí, en esa trama, un libro es más que una cosa que encierra enunciados. Es un modo de hacer paisaje. Un compost de palabras y sensaciones para abonar el suelo del que somos parte. Un libro. ¿Punto de llegada? ¿Resultado de un proceso? ¿Importa eso cuando en el camino se armaron alianzas, se desplegaron estrategias para cuidar el ánimo, se ensayaron otras formas del pensamiento, se compartieron voces, silencios y aprendizajes? Nada de solemnidades y formalismos. Este nuevo libro del taller de escritura de La Calabaza es una fiesta, una nueva apertura. Otro punto en el cielo del agite para seguir dibujando constelaciones e imaginar otros mundos posibles. Este libro, en un año tan jodido como el que nos tocó transitar, es un gesto de ternura, una manera de abrazar la vida. Salud por eso.Y felicitaciones a todes les participantes que lo hicieron posible. La Calabaza —5—
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Y esta pestilencia tuvo mayor fuerza porque de los que estaban enfermos de ella se abalanzaban sobre los sanos (…) y en ultraje nuestro de andar cabalgando y discurriendo por todas partes, acusándonos de nuestros males con deshonestas canciones. Y no otra cosa oímos sino «los tales son muertos», y «los otros tales están muriéndose»; y si hubiera quien pudiese hacerlo, por todas partes oiríamos dolorosos llantos. Giovanni Bocaccio,“El Decamerón”
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EL AÑO QUE VIVIMOS TRAS LAS REJAS
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n desafío bastante común en los talleres de Escritura es la de construir un relato en el que se relacionen dos elementos aparentemente inconexos. Entonces pensamos: Pandemia y soledad. No. Pandemia e intolerancia. Tampoco. Pandemia y angustia. Pandemia y pandemia. Pandemia y… Moraleja: quienes pretendan encontrar atisbos de una consigna original en las páginas que vienen les aconsejamos, ya desde estas primeras líneas, que desistan de la lectura y que vayan en busca de otro libro. A lo largo del año ha habido una proliferación de comentarios (serios y de los otros), artículos periodísticos, streamings, ensayos, cuentos, papers, series, cómics, vivos en redes, concursos de relatos. de poesías, comerciales, largometrajes, documentales, cortos y otras yerbas sobre la pandemia. La historia de la literatura está plagada de argumentos en torno al “enemigo invisible” (mote poco creativo que han acuñado algunos comunicadores haciendo gala de cierta pereza intelectual). Solo por citar algunos: “La máscara de la muerte roja”, de Poe, “El amor en los tiempos del cólera”, de García Marquez, “Ensayo sobre la ceguera, de Saramago, “La peste escarlata”; de Jack London, o “La peste” a secas, de Camus, tal vez el relato universal por antonomasia referido al azote de epidemias. Ya en el siglo catorce, el Decamerón de Bocaccio, del que nos valemos en el acápite (un gesto de vagancia antes que de erudición) —9—
hace referencia a la peste bubónica que había golpeado a Florencia en la Edad Media. Es así que desde el taller de Escritura de La Calabaza hemos considerado que estábamos frente a una consigna tan trillada como ineludible. Sin embargo, en estos relatos hemos decidido no contar necesariamente las peripecias de las pestes, ni siquiera de aquella no convencional que nos golpeó duro en los cuatro años anteriores. Quisimos crear ficción desde nuestro diario trajinar a pesar de ella. Cuestiones acaso tangenciales que describen las vivencias de personajes que deambulan por los rincones del gran escenario pandémico sin pasar inadvertidos, maniatadxs por la incertidumbre mientras los de siempre se preparan para la nueva “normalidad” como en vísperas de la gran batalla. La discusión sobre quién paga fiesta que no fue; las dos miserias, la de aquellos quienes perdieron casi todo y la otra, las miserias humanas de los mariscales de la posverdad. Las “deshonestas canciones” de las que hablaba Bocaccio siete siglos atrás, esa pátina de resaca con la que enchastran una y otra vez el cristal que nos separa de la realidad. Así pasamos el año tras las rejas de la casa, leyendo y escribiendo, hablando de literatura y de tantas otras cosas, mientras los minutos del zoom corrían sin que nos diésemos cuenta. Con algunxs de lxs compeñerxs ni siquiera nos conocemos personalmente. A pesar de ese detalle que podría parecer un obstáculo, hemos forjado una corriente de afecto que trasciende la pantalla.Y hablando de canciones (honestas), nos preguntamos — 10 —
quién cuida por nosotros las puertas del nuevo cielo. Acunamos la esperanza, que es lo anteúltimo que se pierde antes que se pierda la vida misma, de que el vendaval de la nueva normalidad nos encuentre unidos antes que dominados. Unidos del mismo lado de la mecha. Horacio Fdez.*
* Desde 2017 coordina el taller de Escritura de La Calabaza. Asistió a talleres literarios en el Centro Cultural Rojas con Alberto Laiseca y Darío Miranda, entre otros. También cursó con Cristina Feijoó y Ernesto Bavio. Editó dos libros de cuentos: “Cuentos a escala” (2014) y “Equilibrio inestable” (2017). Finalista de los concursos de novela “Eduardo Gregorio” de Mendoza y “Tristana” de Santander, España. Ganó el primer premio del Concurso Federal de Relatos (Ministerio de Cultura, 2015), entre otras distinciones en Argentina, España y Colombia.
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La otra orilla
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Claudio Szapiel
El todo por el toro
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Emanuel Macedo
Dos caras, una moneda
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Mariana Perata
El cuadro
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Marina Vitagliano
Una pista para Matías
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Ayelén Rodríguez
Atravesada 39 Ayelén Herrera Fantasía o realidad
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Ezequiel Angarill
Las máscaras
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Yanina Bustos
Ciudadanx digital
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Lis Martin
Marisa 49 M. Sol Egisti Staniscia Fotos viejas
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Miguel Ángel Luna
Detrás de la puerta
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Bárbara Reale
Normalidades
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Pablo Petix
El amigo de la secundaria
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Andrea Fernández
Desdobleces
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Pablo D’Andraia
Último bondi hasta la bember
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Augusto Campos
Celebrities: El detrás de escena de la foto de tapa
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LA CALABAZA - ANTOLOGÍA 2020
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Palabras puertas adentro
CLAUDIO
SZAPIEL
Periodista, fotógrafo y artesano. Argentino y berazateguense y, desde hace muy poco, escritor de cuentos en los ratos libres.
LA OTRA ORILLA La tipa salió a toda velocidad y rozó el pecho del caco que, rápido de reflejos, se puso de costado. Claro, era el único que la esperaba. Pasó frente a los vinos y whiskies sin siquiera mirarlos, voló sobre la cabeza de una nenita que la miró como quien sigue a una mosca y atravesó un paquete de harina de las góndolas del fondo haciendo que todo se nuble; siguió un par de metros más y se metió en el cuerpo de doña Ema, que esperaba su bolsita con medio de picada. Justo en el corazón. Quedó todo en silencio por unos segundos, la polvareda se empezó a disipar, y vimos a la señora Ema aún parada, en el mismo lugar, con la mano en el pecho. Lo miraba al chino en la otra punta del local, estaba muda, tiesa. Era un maniquí. Y en lo que parecieron mil horas después, cayó al piso. El Chino, que seguía apuntando, dobló el codo, cerró los ojos y volvió a disparar. Y entonces, lejos de irse corriendo, todos los que estaban afuera entraron a ver que rapiñaban. Yo me quedé duro. Era una película. Salí, crucé la calle y me senté a esperar a la policía. Dos horas después ya no quedaba nadie ni nada en el súper. Solo dos cuerpos. La poli nunca vino. No sé por qué pero entré, supervivencia creo, necesitaba alimentos. Góndolas desnudas. Por los pasillos iban y venían huellas carmesí, la sangre de Yuan se mezclaba con la de Ema. De atrás de una heladera pude rescatar una lata de tomates y una de arvejas, y desde ahí, arrodillado en el piso, vi el arma debajo del cuerpo del chino. Tampoco sé por qué, pero me la llevé. Tenía cuatro balas aún. Día más día menos esto iba a pasar, y eso que Yuan no era ningún boludo, trabajaba con la persiana baja y los dejaba entrar de a uno. Pero
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ese día se desmadró todo. Se le metió un grupito a la fuerza y empezó a vaciar las góndolas, al Chino ni lo miraron, como si no existiera. Qué loco decirle chinos a las personas con ojos rasgados, capaz era japonés o coreano, pero no, para nosotros era el Chino. El tema es que sacó un arma y los apuntó, dijo algo en chino, y disparó. Fue la gota que rebalsó el vaso. El empujón que esperábamos, ya no se podía vivir más en la ciudad. Teníamos que irnos. Todo pasó muy rápido, de epidemia a pandemia de baja mortalidad y de ahí a altísima mortalidad en un abrir y cerrar de ojos. La idea era no salir y autoabastecerse, pero la cosa no era tan fácil. Un tiempo funcionó, en casa había frutales y algunas verduras, y un vecino nos proveía de huevos. Pero el alimento no era el único problema, a los seis meses se cortó el gas y a los ocho la luz, por algo tan simple como la falta de personal. Y sin electricidad se acabaron las comunicaciones. Decidimos partir. A las sierras; Soledad, su madre y yo. Una pareja de amigos vivía en un pequeño pueblito perdido en medio de la nada, intentaremos llegar allí. Cargamos la Fuego solo con lo indispensable. A la mañana siguiente fui a buscar a Ana Laura que vivía a un par de cuadras y ahí arrancaron las sorpresas. —No voy a ir, seré un estorbo. Decile a Sole que me encontraste seca, en el piso, que seguro no sufrí, andá –me dijo mi suegra. Me quedé atónito, sin saber qué hacer, mirándola. —¡Dale, volá! ¿Qué esperás? Menuda tarea la que me encomendó mi suegrita, no sé si lo hace porque me quiere o porque me odia. En fin, Sole me creyó, en algún momento le tendré que decir la verdad, va a ser duro. Lo más complicado será salir de Buenos Aires, la gente que quedaba estaba re sarpada, te mataban por cualquier cosa, nafta, comida, armas. Pero las mañanas eran relativamente tranquilas. Salimos tipo seis. Había que tener mucho cuidado, también había gente del gobierno y grupos paramilitares buscando a los poquísimos recuperados —Sole era uno de ellos— para sacarles compulsivamente el valioso suero con anticuerpos de su sangre. Por suerte, antes de que todo se vaya al carajo, había llenado el tanque de nafta y los tubos de GNC, con eso al menos llegaremos — 16 —
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a entrar en Córdoba, luego veríamos. Nos escabullimos bastante bien, aunque también tuvimos algo de suerte, claro. Para la medianoche habíamos pasado lo peor: pudimos salir de la provincia. Cada tanto, a los costados de la ruta veíamos gente parada junto a sus vehículos rotos o sin combustible. Varados. Pidiendo ayuda. Nosotros habíamos establecido tres reglas claras antes de salir: - No somos la Cruz Roja, no había manera de ayudar a toda la gente que nos pidiera auxilio. - Una persona con síntomas es una persona muerta, así sea yo mismo. - Por ninguna razón le contaríamos a nadie hacia dónde íbamos. Pero como todo en la vida había excepciones. Una mañana no nos arrancaba el auto y apareció una parejita que se ofreció a empujarnos. Cruzamos palabras, agradecimos y seguimos viaje. Y ahora estaban ahí, al costado de la ruta, haciendo señas. Nos miramos con Sole, paramos. Barbijos y máscara por las dudas y bajamos. No pudimos hacer mucho por ellos, el auto no les funcaba más. Si hubieran pedido nafta o comida, tal vez, pero no podíamos llevarlos. Entendieron. Soledad quería, me di cuenta, pero no dijo una palabra. Las reglas. Un par de horas después, nos detuvimos a comer y estirar los pies debajo de unos eucaliptus. Se nos acercó un perrito, hermoso. Parecía de raza, no sé cuál, muy cuidado.Tenía un collar con su nombre:Toby. Ahí estaba el loco, solo, vagando. —Pobrecito, si pudiera llevarlo. Me da una pena…—dije en voz alta. —¡Aaah! ¡El perro te da pena! ¿Y los pibes no? —Y… La verdad que no, ellos se las van a arreglar de alguna manera y saldrán adelante, este perro quedó huérfano, no está acostumbrado a la calle, no va a sobrevivir. Más que seguro que termina en la parrilla de alguien, me duele el corazón de solo pensarlo. —¡El corazón te duele! ¡Mirá vos! ¡Y por los chicos nada! —Mmm, no, nada. —Sorete. No quería discutir, empujé un cassette de Viejas Locas, sí un cassette, en pleno sigloXXI, ¡ja! Y bueno, es que la quise mantener original. Al rato llegamos a las puertas de un pueblo. Se ve que hubo un retén y algo salió — 17 —
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mal. Había dos patrullas cruzadas y un montón de cuerpos tirados en medio de la ruta. No fue el virus. O de alguna manera sí. Fue un enfrentamiento, estaban todos llenos de agujeros. Olor a muerto había, si es que eso existe. Tuvimos que correr a un par para no pasarles por arriba. No había nada que nos sirviera, nafta, comida, armas, balas, nada. Casi nada, nos pusimos chalecos de la policía, podrían ser de mucha utilidad. El pueblo daba miedo, no se veía un alma, vidrieras rotas, algunos focos de incendio, y algún que otro cuerpo en las veredas. Debíamos atravesarlo rápido. Pasamos por la puerta de un hospital, pensé en Sole, este año se hubiera recibido de médica. Ya en las afueras nos sacamos los chalecos, daban mucho calor. A los pocos kilómetros vimos una casita, sola, en medio de la nada, de la que se asomaba una camioneta desde atrás de un galponcito. Necesitábamos nafta, nos acercamos con carpa a ver qué onda. En eso aparece una nenita de unos diez años, levantó la mano y nos saludó. Feliz. Paramos el auto y nos miramos con Soledad. —Puede ser una trampa, ¿nos arriesgamos? —Estamos sin combustible, si nos quedamos en medio de la nada, será igual o peor –me respondió Sole. Entramos. Alma se llamaba la nena, y nos contó que hacía unos meses sus padres la dejaron ahí, con su abuelo, prometiendo volver en un par de días. Eso nunca ocurrió. También contó que hace unos días vino un grupo de gente que les robó todo y mataron al abuelo, que alcanzó a esconderla en el maizal. —Allá está –susurró la nena y señaló un montículo de piedras. Lo vi en una película, nos dijo después con una sonrisa en la cara, como si fuera lo más normal del mundo, no lo podíamos creer. —Acá no hay nada, vamos —la apuré a Soledad. No me respondió y se dirigió a la niña. —¿Querés venir con nosotros? —¡Epa! ¿Qué pasó? ¿Y las reglas? Soledad, que estaba agachada para estar a la altura de la nena, levantó la vista y me miró. Me callé, obvio. —No sé. Hay muchos choclos, ¿quieren? Son ricos, hace dos semanas — 18 —
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que los vengo comiendo lo mismo —respondió Alma. —Tus padres no van a volver —la interrumpió Soledad—. Dale, ¿vamos? —Bueno, está bien. Tengo una mascota, ¿puedo? Soledad me miró otra vez. —Y dale, total con la nafta que tenemos nos vamos a quedar a cuatro cuadras. Saldrá un regio asado de perrito. —¡No lo vamos a comer, y no es un perro! —dijo Alma—. Y en el galpón papá dejó tres bidones con nafta, por las dudas, me dijo. Con el tanque lleno y un par de botellas extra seguimos viaje. La mascota era un cerdito bebé de unos cuarenta centímetros. Alcancía se llamaba. Ya faltaba poco, unos doscientos kilómetros, pero había que atravesar un par de caseríos aún. Y no sería fácil. La Fuego no pasaba desapercibida, a veces me daban ganas de embarrarla toda para que no se viera el lila impecable. Ya había cumplido treinta años, pero se la bancaba re bien. “Bienvenidos a Salsipuedes” Encaramos despacio, enseguida alguien se cruzó y nos pidió algo y luego otro, y otro, de repente estábamos rodeados. Tuve que acelerar, creo que pisé a un par, pero eran ellos o nosotros. Bien puesto el nombre, la puta que te parió, dije en voz alta mientras nos alejábamos. Estuvimos un rato en silencio. Puse Un baión, de Los Redondos, y me dirigí a la niña. —Almita, escuchame una cosita, si nos da hambre, ¿le podemos comer una patita a Alcancía? —¡Dejá la nena tranquila grandulón! Reímos los tres. Debían faltar menos de cien kilómetros cuando tuvimos que poner nuestra reserva de nafta en el tanque. Creo que llegamos bien, les dije. En eso vemos a un hombre al costado de la ruta. Bajamos la velocidad. Un tipo grande ya, lentes oscuros, un bastón y con un perro al lado. Caminaba. Tranquilo. Parecía inofensivo. Sin bajar del auto, le preguntamos si conocía el ingreso al pueblo, que, sabíamos, no era fácil de encontrar. —Hola disculpe, ¿conoce la entrada a San Marcos Tierras? — 19 —
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—Es una Fuego ¿no? Una GTA —dijo sin dejar de caminar—. Disculpen. Deben faltar unos quince kilómetros. La última vez que la vi era una tranquera roja, a mano izquierda, con un montecito de olivos a cada lado. Pero eso fue hace más de diez años, no sé cómo estará hoy. De ahí, son otros siete kilómetros de tierra. Bueno, muchas gracias, le dije, y estaba subiendo el vidrio cuando Sole me sacó la mano del botón y le preguntó: y usted, ¿qué onda? ¿Adónde va? No sé, solo camino. Hace unos días mi pibe salió a buscar comida y ya no volvió. Adiós, muchas gracias, volví a decir, y arranqué. —Es no vidente —dije, solo por decir algo. —Ah, mirá, ¡te diste cuenta! Llevémoslo. Cuadra justo con tu teoría del perro, no está acostumbrado a vivir en la calle, en una semana termina en la parrilla de alguien. —Sí, sí, llevémoslos —agitó Alma desde atrás. —Pero, ¿tengo cara de buen samaritano yo? ¿La Fuego tiene cara de bondi? No mis chiquitas. Seguro se las van a arreglar. Las chicas no insistieron. Habremos hecho unos dos mil metros y frené. Respiré hondo y giré en U.Vamos a ir re apretados, por suerte ya falta poco, les dije. Sonrieron. Antonio era su nombre, mecánico de autos desde chiquito. Era Stevie Wonder. El pastor alemán se llamaba Luque, por Leopoldo Jacinto, nos contó. Llegamos. Tranquera, monte de olivos y una camioneta con gente armada de cada lado. Nos dijeron que no podíamos pasar, que podíamos hacerlo solo si un residente del pueblo nos hubiera invitado a su casa con anterioridad. Por suerte cumplíamos con ese requisito. Tres horas después, ya finalizados los trámites, pasamos. Siete kilómetros de tierra y otro retén. Había un pequeño campamento al costado del camino. Ahí pudimos hablar con nuestro amigo, a unos seis metros de distancia. Tuvimos que pasar veinte días allí, él nos traía agua y comida y la dejaba en el piso, bastante lejos de las carpas. Era el protocolo. Todos habíamos pasado por adversidades, dormimos la mitad del tiempo, nos vino bien. Finalmente entramos. La casa era inmensa, y por suerte aceptaron a
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nuestra nueva familia. El lugar era re tranquilo. En el pueblo había solo cinco vehículos que funcionaban, y los usaban lo menos posible. Quedaban cuarenta y seis habitantes. Y medio, porque la Bety estaba embarazada. Enseguida nos contaron que allí las cosas no estaban tan bien como pensábamos. O en realidad sí, hoy sí. Pero la gente se estaba enterando y, si franqueaban alguna de las tres entradas al pueblo, sería el fin. El camino de montaña, de por sí, siempre fue muy peligroso, eso sumado a una cantidad de desmoronamientos provocados intencionalmente. Era casi imposible pasar por allí. El ingreso por ruta estaba bien custodiado por los dos retenes, el problema era el río. Y si bien hacía rato habían hecho volar el puente, en la otra orilla había gente acampando a la espera de poder ingresar. Por su correntada, era casi imposible de cruzar en bote o nadando, y si alguno lograba hacerlo, era fácil de repeler. El miedo estaba en que baje el caudal de agua, a todos juntos sería imposible pararlos. Pasamos unos meses tranquilos, incluso un día festejamos porque vimos que más de la mitad de los acampantes del río se fueron. La alegría duró poco, nos enteramos de que habían ido al dique, a intentar cerrar las esclusas. Alma se ve feliz. Se rumorea que se armó un caserío en la cima del Uritorco con una única e infranqueable entrada. Luque juega con Alcancía. Conseguí diez litros de nafta para la Fuego, por las dudas. Tony toca la armónica. El agua está bajando.
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EMANUEL
MACEDO
Escribe cosas. Nació en Quilmes, vive en Berazategui, trabaja en Varela. Peronista, desde el conurbano al mundo.
EL TODO POR EL TORO Volvía de trotar por la Peralta Ramos y decidí bajar más cerca de la orilla para escuchar el ruido del mar. Lo bueno de tomarme vacaciones en esta época del año es que no hay tanto turista dando vuelta, las playas están casi vacías y todavía hay algunos días de calor. Jamás me hubiera imaginado estar corriendo por acá, y menos tener vacaciones en marzo. Esto es algo de mi nueva vida; desde que Claudia me dejó, todo es distinto. Digo me dejó porque para mí estábamos bien. Pero según ella no conectaba ni con ella ni con la realidad. Siempre decía que calculaba todo, que pensaba mucho. Puede ser, no sé. Pero ese Pablo quedó atrás. Ahora me tomo vacaciones en marzo y corro por la playa, ya no más eneros en San Marcos Sierra, intentando hippearla quince días al año, ahora puedo ser yo. Nunca iba poder hacer lo que ella me pedía: dejar todo y armar una casa de barro en Merlo. No va conmigo, soy un tipo normal que ahora arriesga y se toma vacaciones en marzo, sí, ¡en marzo! Ahora troto y corro maratones ¿Quién no podía cambiar, eh? En tu cara Claudita. Espero que te vaya bien con los sahumerios. Bueh, si ella es feliz, no sé por qué me enrosco. Ahora soy otro, más decidido, seguro de lo que hago. El jefe de personal no lo podía creer cuando le pedí las vacaciones para marzo. Si de los diez años que laburo ahí, siete años me tomé vacaciones en enero. Cambié, le dije, sí, cambié y ahora tomo el toro por las astas. Me dijo que era todo un aventurero y sí, la verdad que sí, ahora corro mirando el mar. Casi llegando al paseo Hermitage una señora me frenó y me dijo: Oye mi Chayanne, no quieres que te lea el futuro en tu mano? Sí, obvio, le dije. — 23 —
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Ahora que soy un aventurero ya no pienso mucho. Me dijo que por más que haya sufrido, la curva de mi camino iba a crecer, se iba a aplanar, iba a decrecer para al fin volver a crecer. Pero para tener éxito iba a tener que soltar. Esa última frase fue un clic, ni bien terminó de hablar una canción empezó a sonar en mi cabeza: De lunes a domingo, voy desesperado / el corazón prendido / allí en el calendario. Sabía lo que tenía que hacer. La señora me extendió su mano en busca de una compensación. Revolví en mi bolsillo y encontré dos billetes de cinco, no tenía más, dejé la billetera en el hotel. Se los di a la señora, pero no le gustó, me dijo que esos billetes no servían. Me encogí de hombros y me fui. La señora escupió al suelo y lanzó una puteada, creo que a mí. Yo, que me considero ateo y escéptico a todo tipo de creencias, entendí que la predicción de esa señora era lo que necesitaba y la canción seguía ahí, boyando: Buscándote y buscando, como un mercenario / tú dime dónde estás, que yo no te he encontrado / Las manecillas giran, yo voy al contrario. / bebiéndome la vida, a sorbos y a tragos. Eso sí, tenía que romper la matrix. Volver, soltar y empezar de nuevo. Redescubrirme, encontrarme con el otro. Pensar en el otro. Amar al otro. Volví al hotel, junté mis cosas y así como estaba me fui. Agarré la ruta a toda velocidad. Me viste así de frente / que tremendo impacto / para unirme a tu mirada. / Dime si hay que ser Torero / poner el alma en el ruedo / no importa lo que se venga / pa’que sepas que te quiero / como un buen torero, me juego la vida por tí... Y ahí estaba cada vez más claro la vida era un toro y yo era el torero. Me iba a jugar el todo por el toro. Llegue a casa de noche, junté lo poco — 24 —
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que quedaba en un bolso, guarde los cubiertos y la única olla que me dejó Claudia. A los libros de Kiyosaki los prendí fuego. Le dejé un mensaje de voz a Gabriel avisándole que dejaba terapia. Desarmé la cama y la até al portaequipaje. Los muebles los dejé en la vereda. De la excitación no pegué un ojo en toda la noche. Te buscaré, vuelve conmigo / porque tú no sabes, que yo te necesito. / Como el perro al amo / que si tu no respondes / aquí todo es caos. / Me viste así de frente / qué tremendo impacto / para unirme a tu mirada / dime si hay que ser. / Torero... Empezó a amanecer, fui al correo a mandar el telegrama de renuncia. Dejé las llaves del departamento en la inmobiliaria y el auto en lo de mi vieja y salí para Retiro. Saqué boleto de ida a Merlo, la real aventura comenzaba. De noviembre hasta enero / sé que te necesito / Ay de junio a febrero / quiero que estés conmigo / y en marzo el amor. / En diciembre tú y yo / no importa mi amada. / Si hay, si hay que ser: Torero... Ahí estaba el torero sentado en Retiro a punto de ir a buscar al toro. Hasta que todos los televisores empezaron a transmitir el mensaje del presidente. Entre las puteadas y los murmullos solo pude escuchar: Pandemia, Covid 19, Coronavirus y cuarentena obligatoria.
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MARIANA PERATA
Escritora e ilustradora. Ama los libros para las infancias y los proyectos colectivos.
DOS CARAS, UNA MONEDA Va a ser un día complicado Clara se levanta temprano, va a ser un día complicado. Lunes supermercado. Cada quince días va al supermercado. No hay que olvidarse de comprar nada, ir al supermercado puede ser muy peligroso. Busca la lista que escribió minuciosamente día tras día durante dos semanas y nada, la lista no aparece, no la encuentra. Sale rápido, Jorge duerme, los nenes duermen; a las diez tiene que estar de vuelta porque Ramiro tiene un zoom con la señorita, la concha de la lora, justo en primer grado le tenía que tocar la chota pandemia; ya empezó octubre y Ramiro no lee, no escribe, no distingue un número de una letra. Focalizate Clara, una cosa a la vez, supermercado. ¿Qué compra si no tiene lista? Carne, mucha carne, así Jorge no jode. Un lomo, no, mejor tres lomos, total los freeza. La mostaza ¿dónde está la mostaza?, no puede ser, se equivocó de góndola, da vueltas, una vuelta, tres vueltas, no la encuentra, no puede ser, puede faltar cualquier cosa menos la mostaza, pregunta. —No entraron los productos importados señora. Definitivamente no es su día, quien aguanta a Jorge quince días sin mostaza, la última vez que le llevó savora casi la mata. Va hasta la camioneta. Un empleado del súper que está acomodando los changos le ayuda a descargar las bolsas. ¿Cuánto comen cuatro personas en quince días?
Clara se levanta temprano, va a ser un día complicado. Tiene que apurarse, a las doce reparten alimentos en la escuela y el cuadernillo de
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primero para Ramiro. No se puede dar el lujo de no llegar. Revisa el monedero, no sabe para qué pero lo revisa igual, sigue buscando, en los bolsillos de la campera, en la cajita de música, en los pantalones de Ramiro no hay nada; en la cartera vieja, en la cartera nueva no porque nunca tuvo una cartera nueva. Entre todo lo que encontró juntó quinientos cuarenta pesos. Piensa, harina, una docena de huevos, no, una docena de huevos no, media, media docena de huevos; aceite, no, aceite no, manteca, no, manteca no, margarina; papa, papa sí, definitivamente papa sí. Jorge no está, se fue hace tres años, a Salta o a Jujuy, no se sabe, paradero incierto, esperemos que no se le ocurra volver justo ahora. Son las nueve, tiene que apurarse, los nenes duermen, empieza a caminar por la avenida con su cartera vieja bajo el brazo, camina mucho, al mercadito que está lejos, muy lejos, cerca del centro, en el barrio no se puede comprar nada, está todo muy caro.
Jorge deambula por la avenida, está desorientado.Va a ser un día complicado. No comió hoy, ayer tampoco. Ve una mujer y una cartera vieja bajo el brazo. Forcejea, arrebata, corre, corre. Son las diez menos cuarto, Clara acelera va a llegar tarde. Clara grita. Jorge corre. En el asfalto roñoso cinco billetes, tres lomos y un charco de sangre.
La vida en pausa
a Laura Entre agujas de crochet y ovillos de lana ella espera. Mientras el otoño da paso al invierno y se vislumbra la primavera, disfruta del tiempo de remojar las semillas, las sumerge en tierra fresca, las mira mientras brotan. Vive despacio entre plantas que crecen, centímetro a centímetro, para descubrir que entre las habas se asoman racimos blancos con manchitas oscuras. Sin la prisa, se sorprende pidiendo permiso a las abejas para recoger las flores de las borrajas, saborea sus azules con reflejos lilas y violetas. — 28 —
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Por las noches cocina tortillas de hojas urticantes, prepara la mesa con ternura e invita a comer a la luna.
Alguien murió del otro lado de la tapia y Mina quedó sola. La gata, sigilosa y hambrienta, recorre el jardín todas las noches. La mujer sueña cosas inquietantes y extrañas que olvida al despertar. Cuando la humedad se va a otra parte Laura abre los vidrios de las ventanas para que la brisa limpie los rincones. Esos días la gata entra a la cocina, come el pan casero olvidado en la mesa y duerme satisfecha sobre el mantel de uvas bordadas. Ella descansa al sol del mediodía envuelta en el canto de los pájaros libres. Este sol cálido todo lo cura. —No hay nada más suave que tu pelo suave. En su regazo la gata se acomoda.
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Palabras puertas adentro
MARINA
Profesora de Música,
VITAGLIANO nacida el día de la
Autonomía berazateguense.
EL CUADRO Suena el timbre, Liliana abre la puerta, Camila entra al consultorio, la saluda sin mirarla siquiera y se sienta en el sillón. Nuevamente despertó en la madrugada por una pesadilla. Hacía seis meses y medio que su sueño se interrumpía cada noche. Su cuerpo estaba cansado y dolorido, tampoco lograba dormir durante la siesta. Esta situación inédita despertaba su ansiedad. Necesitaba salir a caminar, aunque sea. Respiró hondo y fijó su vista en un cuadro de arte abstracto que Liliana tiene en la pared orientada al sur, y en la mancha de humedad que se escondía detrás. Junto a estas imágenes había varios estantes con libros, uno rojo y de gran tamaño atraía la mirada de Camila, decía: Libro Rojo, Carl Gustav Jung. Recupera la atención y comienza el relato: —No sé qué hacer, Lili, agoté todos mis recursos, hablar con él es inútil, no me escucha… o quizás sí lo hace, pero me ignora, no sé. Y ahora me perturba cuando duermo. Siempre es el mismo sueño: mágicamente aparezco en esa casa; a veces hablo con mi viejo, a veces la veo a mi mamá, se me aparecen todos mis ancestros, pero él, que está vivo, no está. Y la verdad es que despertarme así, con la sensación de haber estado en esa casa… increíble que haya vivido ahí mi niñez. Es revivir lo lóbrego y lo agobiante cada noche. Obviamente ir para allá es una locura; imaginate, ¿cómo hago?, es súper lejos y auto no tengo; el transporte público es solo para esenciales, así que no sé. —¿Y qué experimentás a nivel físico al despertar? Quiero decir, ¿qué es lo que percibís en tu cuerpo en al momento de despertarte? —Siento una electricidad que recorre mis brazos hasta llegar a las
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manos. —A lo mejor esto se termina cuando la casa se venda. Ahí vas a poder darle un cierre a esa parte de tu vida. Camila volvió a mirar el cuadro. ¿Qué era lo que estaba dibujado? Siempre lo mismo con esa imagen. ¿Serían solo rayas sin sentido, quizás?; pensó que era muy mala para interpretar el arte visual, sencillamente no entendía mucho del tema, así que para qué seguir con la mirada sobre aquella pintura. La mancha de humedad sí que tenía sentido para ella: claramente era una sirena cabeza abajo tapándose la nariz bajo el agua y en posición boca arriba. Ver aquella expresión del moho en la pared sur de Liliana la llevaba rápido a zambullirse en el mar, hasta sentía el olor del puerto y como en un flash veía el faro —siempre flotando boca arriba desde el mar—, mientras se preguntaba cuánto tiempo más resistiría esta vez en el agua helada. De chica había aguantado hora y media, aunque claro, estaba segura de que el movimiento de esas olas gigantes, tan adoradas por los surfistas, le daban a su cuerpo una energía extra, que le generaba cierto calor. Cosas inexplicables de la adolescencia, como aquella capacidad de resistir las bajas temperaturas. Se produjo un silencio incómodo. Al cabo de unos minutos Liliana le preguntó en qué pensaba. A Camila le daba vergüenza mencionar la mancha de humedad, porque tal vez ese cuadro ahí, justo en ese lugar, era un intento por ocultarla. Esas rayas no dicen nada, pensó. Desplazó la vista hacia la mancha de la pared: la sirena cantando en vano, triste sería su desenlace. Tampoco sabía cómo explicar esta sensación nueva de excesiva incertidumbre, la sensación de un año perdido; pensó que seguro Lili ya sabría de este sentimiento colectivo. No sería ella la primera persona a la que escuchaba durante el aislamiento. —En ese cuadro —contestó. —¿Te gusta? Es “Muelle y océano”, de Mondrian. —Para mí solo son un montón de rayas. Lo que sí puedo ver es a la sirena.
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AYELÉN
Psicóloga, de Berazategui. Coordina el espacio virtual
RODRÍGUEZ de escritura colectiva Muchapalabreria (www.muchapalabreria.com.ar)
UNA PISTA PARA MATÍAS Era la época del tapabocas. La primera vez que lo usó, se sintió raro. Pero después ya era como un saquito cuando hace frío o una gorra para el sol: no importaba la comodidad, era un mal necesario. Es increíble el poder de adaptación que tienen las personas. Algo que parecía imposible ahora es parte de una normalidad, o al menos eso dicen. O al menos es lo que se decía a sí mismo. Las relaciones humanas en pandemia se habían reducido a la videollamada y al sexting. Y las relaciones comerciales, a la compra por internet con envío a domicilio. Eugenio era un tipo tranquilo que, a fuerza de necesidad primero y exigencia después, había logrado acomodar su rutina a la virtualidad y seguía con el trabajo contable para el mayorista desde su casa. En su casa también vivía su querida esposa, también adaptada a un trabajo de oficina por computadora. En su casa, también estaba Tito, el perro, y Vito, el gato. En su casa también vivía su hijo, Matías. Matías no era ni como su papá ni como su mamá. No se había adaptado (tampoco tenía la necesidad ni la exigencia) a las clases por zoom del jardín. Desde navidad, Matías quería una pista de autos. Estaba próximo a cumplir cinco años y sus padres con mucho esfuerzo habían decidido, esta vez, comprarle una hermosa pista, reforzada y de marca extranjera. Un mes antes del día de su cumpleaños, su papá se encargó de hacer
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la compra. Averiguó en qué lugares vendían esa que había visto una vez por la tele. Comparando precios y modelos y teniendo en cuenta sus preferencias, se decidió por una de dos pisos, que en la parte de la “llegada” tenía tribunas, luces de colores y los autos se manejaban por control remoto. Entonces dio el clic, puso los números de la tarjeta de crédito y efectuó la compra. Dejó los datos de su domicilio y para quedarse tranquilo, a pesar de que en la web indicaba que la demora era de quince días, decidió enviar un correo. Estimados: Acabo de efectuar la compra por la pista de autos “Nave de fórmula 1- modelo 2200/ultraK”. Escribo este correo para confirmar la compra. Aguardamos el envío dentro de los plazos estipulados. Saludos, Eugenio López Ferreyra Sr. López Ferreyra, recibimos la compra y el pago. Tenemos stock, se la mandamos mañana. Recuerde que el pago por el gasto de envío ya fue efectuado. Saludos, Juguetería El lobo marino. Frente a la velocidad de la respuesta y a la emoción de que al otro día recibiría la pista, Eugenio habló con la mamá de Matías y decidieron recibir el paquete a escondidas para que el nene no sospechara. Lo guardarían en el armario hasta el día de su cumpleaños. Finalmente, al otro día, el paquete llegó, pero tenía una forma redonda, perfectamente redonda. La emoción de Eugenio se opacó cuando recibió lo que suponía era una pelota en un papel de regalos con lobitos marinos saltando y bailando. Al señor de la mensajería le recibió el paquete para no ser descortés, pero, sin desenvolverlo, se sentó a redactar el mail. Estimados,
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Les envío este correo porque hoy esperaba recibir la compra realizada de “Nave de fórmula 1 - modelo 2200/ultraK”, y a mi casa llegó una pelota. Desconozco el error del envío, y también desconozco el tipo de pelota porque no abrí el paquete. Supongo que será de otro cliente. Les pido que cumplan con el envío del producto comprado. Aguardo respuesta, Eugenio López Ferreyra Hola Euge! Si, nos confundimos. Lo que pasó es que la compra fue asignada a otro cliente que en el mismo momento compró el mismo producto, la última “Nave de fórmula 1 - modelo 2200/ultraK” que nos quedaba en stock. Para que te quedes tranqui, te escribo en unas semanas cuando nos vuelva a entrar y te aviso el día que te hacemos el envío. Saludos, Juguetería El lobo marino. Hola lobo marino(?). Bueno, no sé quién está del otro lado y no tengo un teléfono, sino solo este mail para comunicarme. Agradezco la rapidez en responderme y la buena predisposición, pero no puedo esperar unas semanas. Como máximo puedo esperar unos días. El 4 de mayo mi hijo cumple años y mi intención es regalarle su pista anhelada. ¿Será posible que la tengamos para ese día? Saludos, Eugenio López Ferreyra Eugenio, yo soy Carla, los otros mails te los habrán respondido Tito o Fer. Entiendo que tu hijo cumpla años, pero no tiene sentido que apeles a ablandarnos el corazón, como hacen todos los clientes. Los productos de esta juguetería vienen del exterior y tardan lo que tardan, más en este contexto. Cuando lleguen te avisamos. Sr. López Ferreyra, le pedimos disculpas por el mail que le acaba de en-
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viar la señorita Carla. El tono de ese mail tiene que ver con conflictos internos de la Juguetería El lobo marino. Reiteramos nuestras disculpas. Si usted no puede esperar a que llegue la “Nave de fórmula 1- modelo 2200/ultraK” podemos ofrecerle la “Nave de fórmula 1- modelo 4200/ ultraZ” que tiene doble curva en el piso inferior. Su valor es el mismo y la tenemos en stock. Saludos, Fernando de Juguetería El lobo marino. Fernando, gracias por tu buena disposición y ayuda. Sobre Carla, acepto las disculpas. Sinceramente me siento un poco molesto. Entiendo las demoras, pero por eso me ocupé con tiempo de este tema. Sobre la “Nave de fórmula 1- modelo 4200/ultraZ”, no tendría problemas, pero no vi fotos de ella, porque no hay información en la web de la juguetería. Si vos me asegurás que es exactamente igual a la otra, pero con doble curva, la espero. Saludos. Eugenio López Ferreyra Sr. López Ferreyra, le aseguramos que es idéntica. pero con doble curva. Le escribimos cuando hagamos el envío. Saludos, Fernando de Juguetería El lobo marino. Fernando, sigo esperando la pista. Mi hijo cumple años en quince días. Realicé con ustedes la compra con tiempo, y el tiempo máximo de envío era de quince días. Ese tiempo se termina hoy. Es imperioso ya tenerla en casa. Supuestamente la tenían en stock. Exijo una pronta respuesta. Saludos, Eugenio López Ferreyra Fernando, Tito, o Carla, mandé un mail hace una semana y no obtuve
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respuesta. Sigo esperando la pista. El tiempo pasa y ustedes tienen que traerla. Cuando efectué la compra, era con envío en 15 días, después me aseguraron que vendría al otro día. Al otro día me llegó, lo que a esta altura ya sé que es una pelota FIFA mundialista. La abrimos porque nunca se molestaron en retirarla y doy por sentado que es parte de la recompensa por el daño provocado, la preocupación que me hacen pasar y la molestia que me generan. Sería imposible viajar hasta la otra punta del país y acercarme a la juguetería para retirarla por mis propios medios. Estoy muy molesto y cansado. Siento que me están faltando el respeto. Exijo el envío. Eugenio López Ferreyra Eugenio, El delivery pasó por su casa 4 veces las últimas dos semanas. Usted no estaba, y no encontraron a nadie para dejar el paquete. Si quiere le pasamos el detalle de días y horarios. Deberá esperar a que se envíen nuevos paquetes por esa zona. Saludos, Fernando de Juguetería El lobo marino. Fernando, es increíble lo que me estás escribiendo. Siempre hay alguien en esta casa. Estamos en pandemia mundial y laburamos acá. ¿Me están cargando? Además, quedaste en avisarme cuando enviaban el paquete... Qué desastre... ¿Estás seguro de que lo enviaste a Chacabuco 860, Bernal Oeste, Quilmes, Buenos Aires, Argentina? Eugenio, perdoname, me confundí de Eugenio. Le estaba respondiendo a otro cliente que había comprado una muñeca Barbie y que se llama igual que vos. Sí, mañana sin falta sale el envío de la pista a la dirección indicada. Ya
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está en el correo zonal. Saludos, Fernando de Juguetería El lobo marino. Eugenio ni respondió el mail. Seguía a las puteadas. Sintió un poco de alivio, pero dadas las circunstancias, estaba preocupado. Ya había pensado cómo resolver el tema si la pista no llegaba. A las dos de la tarde del día siguiente, tocaron a la puerta. Era el delivery y llegó lo que se suponía. La pista envuelta con papel de regalos con dibujos de lobitos marinos saltando y bailando. Guardaron el paquete en el armario para dárselo a Matías al día siguiente. Pero a la madrugada, Eugenio no podía dormir. Hay algunas cosas a las que las personas no se adaptan nunca. Como un nene, rompió el papel desesperado, emocionado y entusiasmado. Ahí encontró una cocinita y un juego de té.
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AYELÉN
Docente, actriz y hacedora de arte.
HERRERA Amante de la Luna, el teatro y los proyectos que traen nuevas experiencias.
ATRAVESADA Yo, la almohada, más allá la ventana (tiene un vidrio y está cerrado), la reja, el cable que funciona de soga para tender la ropa (puesto de forma provisoria, como tantas cosas que uno pone en ese plan), la medianera del vecino y los cables (de vaya a saber qué), que la atraviesan partiéndola a la mitad frente a mis ojos. Así veo la Luna desde la habitación. Y pienso cuántas cosas están atravesadas, así tal cual sucede ahora entre la Luna y yo. Pasan unos minutos y dejo de verla. Justo en ese momento entra a la habitación abriendo la puerta con brutalidad, como de costumbre. Cierro los ojos y procuro mantener una respiración de ensueño, para al menos intentar que me advierta dormida y no quiera despertarme. Me sacude y me muevo pero mantengo mi idea inicial de estar dormida. Siento su mano pesada sobre el rostro. Me golpea bruscamente, obligándome a girar mi cabeza y con ella mi cuerpo. Ahora toma mis brazos con una de sus manos y los mantiene inmóvil. Se sube arriba mío y me penetra. Se mueve ferozmente mientras me aprieta los brazos y me tira del pelo diciéndome que me quede calladita y que no me resista, que hoy no tuvo un buen día y que si lo hago poner loquito quizás se le vaya la mano. Se mueve cada vez más rápido y fuerte. Quiero decirle que me ahogo porque está apretando mi cabeza contra el colchón, pero no puedo moverme. Explota en éxtasis y me suelta, respiro, me gira de nuevo y vuelve a golpearme. —¡Que sea la última vez que te haces la viva! ¿Me entendiste?—. Me quedo callada. Se fastidia, vomita dos o tres puteadas y se acuesta. Fue en primavera cuando nos conocimos. Él bailaba al compás del
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redoblante. Saltaba, giraba y hacía piruetas en el aire. Tenía una sonrisa increíble, mágica, de esas que te cambian el día. Para ese entonces yo era una piba de quince años y él tendría unos treinta. Esa noche hicimos un fogón con los pibes y las pibas del barrio, entre ellos estaba él, Germán. Se acercó, hablamos largo rato y nos besamos, me besó. Nunca antes había besado a un hombre y mucho menos había sentido su sexo. Me cruzo una mano por la cintura y con la otra me agarró la nuca, casi sin poder evitarlo tenía su mano debajo de mi remera. Intenté correrme hacia atrás pero su fuerza era mayor que la mía y no pude soltarme. En ese momento se acercó Juan a pedirle fuego y plata para comprar un par de vinos más. Me soltó y volvimos a la ronda. Me sentí incómoda, rara, pero las pibas me dijeron que estaba bien, que era normal, y que Germán estaba fuerte, que aproveche. Desde ese día nos empezamos a ver con frecuencia. La primera vez que pasó, sentí dolor, miedo. Me había apretado tan fuerte los brazos y las piernas que hasta tenía moretones. Pero de nuevo las pibas me decían que la primera vez nunca estaba buena, y que Germán tenía pinta de ser un tipo intenso, era cuestión de acostumbrarme a sus formas. Ayer me llamó Iara para hablarme del barbijo rojo y que con las pibas creen hace un tiempo las cosas con Germán se me fueron de las manos. ¿Se me fueron de las manos?, pensé. Quería explicarle que hace meses que no salgo, que Germán me encierra cuando se va. No me animé a decirle. Quería, pero no supe explicarle que cuando Germán llega yo tengo que quedarme callada, mirada al suelo, y hacer y deshacer a su antojo. Que ayer me llamó la vieja, para agradecerme, y contarme que gracias a German la China está comiendo mejor, y que de a poquito recupera su peso. Que a este pibe me lo mandó el nono desde arriba, para ayudar a la familia, que no lo pierda. Quería decirle a Iara y a las pibas que si pudiera me iría bien lejos y me llevaría conmigo a la vieja y a la China a un lugar donde nada se me atraviese. Pero no pude, Iara siguió hablando de cosas que no alcance a escuchar, y Germán estaba de vuelta en casa.
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EZEQUIEL
Curioso por iniciativa, siempre con
ANGARILL confianza y respeto. Cada tanto escapa de la zona de confort.
FANTASÍA O REALIDAD Pablo sueña: está en una habitación cerrada frente a tres puertas. Siente una presión que lo obliga a cruzar alguna de ellas, duda y, ya sin tiempo, empuja la del medio con los ojos cerrados, dejando que su instinto de supervivencia haga todo el trabajo. Abrió los ojos y allí estaba. El lugar en el que tanto había sufrido, que ya siquiera quería volver a pasar por enfrente: la Facultad de Derecho. El edificio estaba igual, a pesar de verse más deteriorado que cuando se recibió, allá por los años setenta. El clima era agradable, sin embargo estaba sediento y un tanto abrumado. El reflejo del sol en el asfalto le nublaba un poco la vista y empezaba a marearlo. Decidió ir por agua al bufet, que sabía perfectamente donde se encontraba, subió la escalera pasando por la oficina de alumnos y dobló a la izquierda. —Qué año para recibirme —pensó Pablo—, entre el quilombo de la guita y los militares. Pero bueno, termino este año y me voy. Pobres los chicos, los voy a extrañar. A Paula y su monoambiente, su gata marmolada que le gustaba mirar por el balcón y ese sillón que invitaba a siestas monumentales. Mientras atravesaba el pasillo estaba tan distraído que ignoraba los afiches que lo rodeaban. Inadvertidamente divisaba tonos azules, verdes y amarillos, odiaba el verde oliva y le parecía extraño no distinguir el color rojo ni su estrella. Habían pasado solo diez minutos desde entonces y su estado obnubilado comenzó a desaparecer. Con mirada dudosa leyó el cartel del fren-
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te: “Al virus lo paramos entre tod@s “. Estos hippies ahora hacen publicidades, soltó por lo bajo. Le pareció gracioso. Le gustaba recolectar palabras que veía en pintadas callejeras, propagandas y hasta frases que escuchaba para luego crear extraños poemas que pocas veces rimaban. Y así fue anotando “gato”, “cuarentena “, hasta que presto atención a los carteles. Le pareció raro no haberlos visto antes, y menos a las personas que aparecían en ellos. —¿Y estos personajes quiénes son? Sin darle importancia, siguió su camino mientras cantaba por dentro “yo adoro a mi ciudad, aunque su gente no me corresponda”. Comenzó a notar la mirada de los demás. Serían sus mocasines gastados, o su barba desprolija. No se fijaba en ellos, marchaba cabizbajo sin hacer contacto visual, cada vez más nervioso, hasta que un anciano lo increpó con soberbia. —Ponete el barbijo, maleducado. Decidió levantar la mirada y enfrentar esa dudosa realidad que no se asemejaba en nada a la de su juventud. Entonces entendió que la virtualidad inundaba las casas, las amistades estaban a una video llamada de distancia, la sobredosis de información de mala calidad envenenaba las mentes de las personas y la soledad de su habitación era la única compañía.Tenían miedo, la peste estaba en la calle, una grieta los dividía, simulaba ser una grieta política como la que había existido desde siempre, pero ese era solo un disfraz. La grieta era entre los que desde la comodidad de su sillón hilaban barbaridades a través de sus smartphones contra aquellos que habían olvidado el sabor de la comida caliente, la tranquilidad de vivir en un hogar y no solo sobrevivir a un día a día agobiante, injusto y cruel. ¿Cómo había pasado Pablo de estar en el patio de su facultad a verse rodeado por una multitud de rostros cubiertos, recibiendo un caudal de información cuya procedencia desconocía? Sentía como si años de historia, libros y avances tecnológicos se hubieran introducido en su cerebro en décimas de segundo. La voz de su jefe lo despertó bruscamente. —Carranza, despiértese que ya terminó su hora de almuerzo. —Perdón, jefe. ¿Qué hora es?
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El pequeño comedor se llenaba de insultos, provenientes de la boca de su superior. El ambiente no era nada agradable. Florencia, con la mirada perdida en su plato, sabía que luego le iba a tocar a ella, quizás no hoy, pero podría ser mañana o la semana próxima ¿Qué le iba a responder? ¿Que no eran formas de hablarle a un empleado? ¿Que cada uno de los que estaba allí no tenía otra opción y que si la tuvieran ya hubieran planeado una venganza elegante y sutil contra aquel dinosaurio de saco y corbata? Pero ya era tarde, a Pablo no le interesaba armar una defensa contra aquel villano de oficina, no iba a plantear sus argumentos de por qué se quedó dormido; ni siquiera quería defenderse. Años atrás, el joven abogado que supo ser hubiera luchado por vencer la realidad, sin embargo ya era demasiado tarde y este viejo empleado estatal hecho añicos aprendió a conformarse con callar y vivir en la fantasía. —Es hora de que vuelva a su trabajo. ¿O que se piensa? ¿Que esos clientes lo van a esperar a que termine su siesta? —Ya voy. El sol de invierno desaparece, el frío se siente en la calle y Carranza Pablo abandona la oficina, se dirige hacia la parada de colectivo. Cruzando el café de la esquina divisa el zócalo amarillo del noticiero que anuncia “El fin de la pandemia”. Mira a su alrededor y suspira. —Claro, el fin de la pandemia.
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YANINA
Licenciada en Terapia Ocupacional. Docente
BUSTOS CRUDO de la Escuela Especial 501. Feminista.
Vive en Berazategui. Hobbies: leer y escribir.
LAS MÁSCARAS “Are we really happy with / This lonely game we play? Looking for the right words to say / Searching but not finding Understanding anyway / We’re lost in this masquerade”. The Carpenters
La vida se detuvo. Todes adentro. Todes tapados. Perderme fue la sensación que me interpeló. ¿Cómo reconocernos con la cara cubierta? Me hago preguntas incesantemente, penetro en esos espacios a los que nadie quiere ir. Preguntas incómodas, la incomodidad de lo desconocido. El virus llegó a nuestras vidas una tarde de verano y se quedó. Todo cambió, salir a la calle y ver a la gente con los barbijos, la dificultad para respirar, la distancia social. Me evocaba a películas apocalípticas. Mis pensamientos inquietos iban y venían entre… vamos a morir… que triste los pasos de la humanidad…, o los más deprimentes, la vida no tiene sentido. Me sentía ensimismada. Deseaba distraerme, hacer algo. Pero no se podía. Me gustaba vagabundear dentro de mí entre preguntas sin respuestas. Tapaboca, máscara, barbijo, tantos diseños diversos como personas, colores, detalles, posturas políticas, bandas de música, frases, luchas. Tal vez buscábamos, de alguna manera, la palabra, la voz, el decir. Sin embargo, la censura había sido impuesta igual. La censura a las sonrisas. Solo éramos ojos y velos. Había escuchado que en los ojos está el alma o que el que te mira a
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los ojos dice la verdad, va de frente, no sé. En cambio, hoy hay algunos ojos que dicen muy poco y otros que no dicen nada. Si llegábamos a sacarnos el barbijo, enfermábamos y podíamos morir. La exposición era la principal causa de contagio y corríamos mucho peligro. La pandemia y la rapidez de su transmisión nos redujo a eso. Al transcurrir los días empezó a gustarme el hecho de salir tapada. Me reía sola, hablaba conmigo misma, hacía muecas, cosa que si no tenía el tapaboca nunca hubiera hecho. Como cuando me crucé con Carlos, el viejo chusma de la cuadra, le saqué la lengua y me dio tanta risa. Abruptamente se internalizo en mi una sensación más real. Tapada se podía vivir mejor, nadie te critica, nadie te juzga. Ni bueno ni malo, ni lindo ni feo. ¿Nos gustaba estar con máscaras? ¿Evitar mostrarnos? ¿Nos gustaba el aislamiento? Nos manteníamos encerrados dentro de una rutina interminable. Ningune parecía captar que nuestras vidas atravesaban un proceso de transformación. ¿Éramos una sociedad enajenada o una sociedad liberada? Mi casa era un desastre, pero cada vez que tenía un zoom, iba a una pared blanca y lograba aparentar que estaba todo en orden. Los demás, seguro hacían lo mismo… o vestirse de arriba, y abajo pijama. Lo vivía como una especie de libertad, o una apariencia que me daba la sensación de recuperar el poder de hacer lo que quería. Cuando el día del final llegó, algo en nosotres había cambiado. Las relaciones eran superficiales; las sonrisas, el bienestar, la micro felicidad, el fitness, la ficción se había impuesto como forma de vida. Estaba mal visto que alguien llorara, que se sacara una foto triste o enojado. Había que agradecer por estar vivos, aunque todes dentro de un juego solitario. Nadie podía dejarse ver como verdaderamente se sentía. Toda percepción de otre era ilusión. Podíamos estar mirándonos a la cara y ser incapaces de percibir el engaño. Vivíamos del fingir y demases males modernos que terminarían, sí, por destruirnos.
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LIS
Conurbana que intenta mostrar,
MARTIN intenta escribir.
Feminista militante.
CIUDADANX DIGITAL —Ya estamos terminando el trimestre y la verdad es que igual yo escuché que todxs vamos a pasar de año, este año no se repite, con esto del COVID, en la tele dijeron eso, para qué voy a hacer la tarea, para qué me voy a conectar. Esas fueron sus palabras cuando le preguntaron por qué en el trimestre anterior no se había conectado a la plataforma virtual y por qué este trimestre tampoco había atendido las videollamadas de su coordinadora pedagógica. Que había tratado por todos los medios de ponerse en contacto con él, con su familia, con alguien que atendiera las llamadas de la escuela. —Si encima la profe me pregunta de todo, ¿qué le importa a la profe? ¿Para qué quiere saber la profe? Yo a ella no le pregunto cómo vive. Desde el colegio se habían querido contactar con su mamá varias veces, pero entre los otros cuatro nenes, y entre que internet va y viene, a causa del gran viento que hay en el barrio, la falta de árboles en la zona producto de las quemas y la contaminación producen ráfagas constantes, que dejan sin conexión y sin luz al barrio, no pudo prestar mucha atención a lo que lxs directivxs del colegio le quisieron decir acerca de su hijo mayor, que ya está en tercer año y que la verdad, como dice la tele, este año van a pasar todxs y en todo caso, repetirá y el año que viene se verá si aún está a tiempo de retomar las clases. El año pasado ya había tenido muchas inasistencias. El barrio está lejos del colegio, no hay un bondi que lo deje directo, caminar varias cuadras por calles de tierra los días de lluvia hasta la avenida a veces se torna — 47 —
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imposible y pareciera que la exigencia desde el colegio, que intenta averiguar las causas, asusta más al pibe. Construcción de la ciudadanía. ¿Cómo ser ciudadanx digital? Debemos tener presente las herramientas, los métodos y las acciones tendientes a convertirse en ciudadanx digital.Tener computadora o dispositivo en buen funcionamiento, contar con conexión a internet, saber que no siempre lo que aparece en internet es cierto, que hay que tener cuidado con quién unx se conecta... —Además, esto, ¿para qué me sirve? ¿Cómo ser ciudadanx digital? Si ni computadora tengo, mi celular está re roto y no anda el audio, por eso no puedo atender a la profesora cuando me llama, y cuando logro que ande, me hace mil preguntas. —Hola André, ¿me escuchas?, no te veo bien, prendé la cámara así charlamos. ¿Leíste la nota de ciudadanx digital? André, sigo sin verte, ¿vos me escuchas?
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MARÍA SOL
Socióloga, docente. Feminista, militante
EGISTI STANISCIA del campo nacional y popular.
Sagitariana desde Berazategui para el mundo.
MARISA Ahí estaba desparramada en el sillón. Me puse a preparar el mate. Recién había llegado del trabajo, aquellos días me estresaba volver a casa. Me tenía que sacar toda la ropa, rociarme de alcohol, pasarle el trapo con lavandina a todo y correr desnudo para ducharme. No podía acercarme ni sentirle olor, si hasta los pobres gatos despreciaba. Ellos que siempre se sentaban arriba mío dándome cariño, los únicos seres dulces del lugar. Intentaba evocar recuerdos felices, aquellas primeras salidas, los viajes al sur, los cumpleaños, las juntadas con les amigues. Nada, todo me oprimía el pecho cuando estaba ahí. Le esquivaba la mirada, prefería esquivar las conversaciones. Que el drama de las compras, que la persecución de la limpieza, la exigencia de los tres baños diarios porque era el que traía el enemigo. Cada movimiento era una puntada en el estómago. Cuando despertaba, abría la canilla para bañarme y me desayunaba con sus calzones colgados en la canilla, húmedos, con olor a perro mojado. Para qué carajos compré el lavasecarropa, para que sigas castigándome con tus tangas todas estiradas en la ducha.Todos los días de mi vida lo mismo, soportando el encierro en su decadencia. Cada mañana, cuando despertaba, mientras me hacía un desayuno, tenía que esquivar los cacharros que quedaban de la noche. Nada más asqueroso que despertarse oliendo los culos de las copas de vino con la panza vacía. El acuerdo era yo cocino, vos lavas. Siempre renegaba diciendo “el orden de los factores no altera el producto”. Su espiral — 49 —
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de hostilidad era lo único que me acechaba. Mientras me vestía, hacía malabares para encontrar alguna camisa blanca. Por supuesto ya había arruinado unas cuantas, separar lo blanco de lo de color era una pérdida de tiempo también. Había perdido los pocos pedazos que quedaban de mí en esos lavados. Una vez sentado con mi café, no me quedaba otra que compartir el momento con ella. Hasta el mate individual había sido prohibido bajo su Decreto de Higienidad. Su cara llena de lagañas, la almohada marcada en la cama, esos pelos que chorreaban grasa por el nuevo cowash, todo eso me estrujaba las tripas. Intentaba no prender la tele, así evitaba que comentara las noticias. No quería que abriera la boca. No se lavaba los dientes hasta después de desayunar, así optimizaba tiempo: dos lavadas en una. Cada vez que abría la boca para comer una tostada, la halitosis reinaba en el lugar, era como recibir un cachetazo. Buscaba en mi mente cuál había sido el día, cuándo Marisa dejó de ser. Esa noche no tenía ganas de cocinar. Pedí unas empanadas y descorché un vino. Era el día, había una espesura en el aire, podía cortar con un cuchillo desafilado. A pesar de todo no podía dejar de amarla. Era el principio del fin.
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MIGUEL ÁNGEL
Músico, compositor y productor
LUNA audiovisual de Berazategui.
A veces se anima a escribir.
FOTOS VIEJAS Era habitual que cada domingo después del almuerzo Omar subiera a su auto para manejar unos veintisiete kilómetros con el único fin de visitar a su mamá. No importaba si llovía o tronaba, si había un sol que derretía, un virus que mataba o dragones que escupen serpientes venenosas. Él iba sin falta. —Son un par de horas, no me cuesta nada— decía, pensando en voz alta, mientras levantaba la mesa con Raquel, su compañera de toda la vida. —Es un ratito, Negro, y para la Tita significa un montón —le contestaba ella en un tono alentador, porque sabía perfectamente lo que le costaba ir a verla.Varias veces Omar le confesó que lo partía al medio la situación. Antes de salir preparaba el mate, unas galletitas y algún álbum de fotos familiares para revivir anécdotas del pasado (aunque sabía que era inútil), y emprendía viaje. Ya en el auto, transitando calles silenciosas, se le iban colando lentamente los recuerdos. Es que para Omar hace tiempo que los domingos dejaron de tener ese aroma a bizcochuelo recién horneado y a tarde de fulbito con los pibes donde una mamá te esperaba con la chocolatada caliente y te retaba un poco por la mugre que dejabas en el piso recién baldeado. Estos domingos tenían más bien olor a podredumbre, a comida descomponiéndose en el tacho de basura. Comida que nadie había cenado la noche anterior porque papá y mamá se peleaban y el estómago se cerraba tan fuerte como los ojos. Por más que lo intentaba, no podía descifrar cuándo fue el momento justo en el que las cosas cambiaron. Cuándo fue que dejó de ser hijo para — 51 —
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convertirse en padre. Cuando esa guerrera que siempre lo protegió se volvió tan frágil. Le costaba horrores concebir el presente que lo estaba atravesando. Sin embargo ahí estaba, visitándola, como cada fin de semana. Para que no se olvidara de él, para sacarle al menos una sonrisa o simplemente hacerle compañía mientras ella intentaba tejer algún gorro o bufanda que terminaban siendo un entramado desprolijo. Cada vez que caminaba por el pasillo de entrada algo se modificaba en él. Sentía en el aire algo pesado. Quizá era la humedad de las paredes que le generaba una sensación de tristeza o tal vez la soledad que le transmitían los ojos de esos padres y madres sentados en la sala común, antes de llegar de las habitaciones. Como siempre le sucedía, lo naturalizaba. —¿Cómo estás? ¿Cómo te están tratando? —Hola hijo… ¡qué flaquito que estas vos, eh! Estás igualito a tu tío Juan cuando era chiquito —decía Tita, acomodándose el pelo, mientras se levantaba de la cama—. ¿Cómo debe andar ese atorrante? Hace rato que no me viene a visitar. —Bueno… ya va a venir. No debe tener tiempo, no te preocupes —respondía él, porque sentía que era una pérdida de tiempo repetirle una vez más que el tío había fallecido hacía varios años. —Mira lo que te traje. ¿Viste ma? Tus galletitas preferidas. —Ay gracias, hijo. Que rico. Pero por favor sacate eso que te tapa la boca, que no te escucho nada. La verdad yo no entiendo las cosas que usan ustedes los chicos de ahora. —No, ma. No puedo. Es peligroso —le contestaba, y enseguida cambiaba de tema porque no quería asustarla en vano. Por más que ella se olvidara de todo en los siguientes quince minutos, le parecía innecesario llenarla de noticias tristes y en un punto lo reconfortaba que la mente de Tita ignorara la realidad. Mientras ella degustaba unos ricos mates, Omar la observaba, contemplaba su rostro, sus gestos, la inmortalizaba en la memoria. Guardaba esa imagen tan valiosa en un recipiente que, él sabía, era muy frágil. En ese momento el aire se modificaba, y ahora sí era un aire más parecido a ese de los veranos de la infancia en los que una madre lúcida regaba — 52 —
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los jazmines del jardín de la casa. Y definitivamente dejaba de sentir ese aire denso y asfixiante como las manos de papá cuando se enojaba. —Mirá lo que traje, ma —le decía mientras le apoyaba en la falda el álbum de fotos y lo abría al azar.Tita solamente dirigía la mirada hacia donde él le indicaba. —Ésta es de cuando cumplí cinco. ¿Te acordás? —le comentaba, y al instante se arrepentía de haber utilizado esas palabras. —Qué lindo hijo. Estabas igual a tu tío Juan ahí. Y la abuela que hermosa que estaba ese día —decía ella, acariciando la mejilla de su rostro (o el de una Tita más joven) impreso en la foto familiar. —Esa sos vos ma. Y sí, estabas hermosa ese día. —Ay no nene, ¿qué decís? Esa es tu abuela —le contestaba en un tono que era autoritario y a la vez amoroso, que a él le hacía recordar las veces que ella lo retaba por meterse en las discusiones de grandes: “hay cosas que todavía no entendés, porque sos chiquito”. A Omar esas palabras siempre le habían parecido un gesto de protección. —Es verdad, mamá. Está hermosa la abuela. Por dentro se moría de ganas de decirle que aunque era grande había cosas que todavía no entendía y que necesitaba encontrar respuestas. Respuestas que Tita no podía dar. Preguntas que él jamás iba a hacer. Porque ya era tarde. Después de contarle algunas cosas del trabajo, de algunos silencios, y de decirle que Raquel le mandaba saludos, juntaba el paquete de galletitas casi intacto, el equipo de mate y el álbum, porque ya empezaba a oscurecer y no quería manejar de noche. Siempre volvía movilizado y al borde del llanto. Pero casi nunca se lo permitía. Entre tantas cosas que pululaban por su cabeza mientras manejaba, pensaba que nunca había visto un álbum de fotos en soledad. Eso le llamaba la atención. Pero enseguida utilizaba las líneas de la calle como método de distracción y le restaba importancia a sus propias reflexiones. Cuando llegaba a la casa le decía a Raquel que no iba a cenar. Que estaba cansado, que lo había matado el viaje y que le iba a venir bien dormirse temprano. Entonces entraba a la habitación y antes de acostarse guardaba — 53 —
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el álbum de fotos en el rincón más oscuro del ropero. Abajo de la ropa limpia. Ahí, donde se guarda lo que nos duele.
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BÁRBARA
Madre de dos hermosos hijos, Leandro (18) y Santiago (14).
REALE Cocinera (jardín 916). Bibliotecaria. Actualmente
cursando el último año de Bibliotecología en La Plata.
DETRÁS DE LA PUERTA Félix sueña: está en una habitación cerrada frente a tres puertas. Una es roja, otra negra, la tercera blanca. Desde un altoparlante aparece una voz, en tono mecánico, que le da instrucciones: debe elegir una de las puertas en los próximos diez segundos. Detrás de dos de esas puertas hay un enorme precipicio que lo deglutirá por la gravedad, como los agujeros negros fagocitan a las estrellas. Diez segundos. La misma voz del parlante, la voz del sueño, comienza con la cuenta regresiva. Él está en dudas, porque (nueve) hubiera preferido que una de las puertas (ocho) fuera verde, o en todo caso azul (siete), que son sus colores favoritos (seis). La roja le sonó a ira (cinco), la negra a muerte (cuatro) y la blanca, que podía simbolizar pureza (tres), o redención (dos), le huele a trampa (uno). Ya sin tiempo abre la puerta que quedó frente a él sin siquiera tomar reparo de su color, como si las otras dos hubieran desaparecido y solo le quedara esa única opción. En vano había hecho un análisis minucioso de cada una de ellas para terminar rendido ante la que le quedó de frente. Lo primero que lo inunda al abrirla es una brisa de aire fresco algo contaminado que le dio cierta tranquilidad; aun así, seguía sin bajar la guardia; las acciones siguientes se sucedieron en milésimas de segundos. Sin embargo, le daba la impresión que transcurrían en cámara lenta, podía sentir el despegue de su pie izquierdo al abandonar aquella lúgubre habitación y cómo cortaba el aire sin piedad, como el golpe seco que da el despostador cuando separa en dos a un animal. Su planta sintió primero lo que parecía ser un empedrado terminado recientemente, ya que todavía persistían restos de la arena que utilizaron al apisonarlo. Su pecho parecía una caja acústica — 55 —
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que amplificaba el sonido de su corazón, lo que le recordó al tic tac de la primera ecografía de sus hijos, ese ruido de locomotora a toda marcha a punto de descarrilar en medio de la nada que solía mirar en las películas de acción cuando tuvo su primer televisor en blanco y negro. Lo sentía tan real, con tanta intensidad que hasta podía escuchar cómo bajaba la barrera, la fastidiosa chicharra dando aviso, el guarda soplando con fuerza el silbato y agitando al unísono su pañuelo. Ni bien tuvo ambos pies adentro de esta nueva realidad notó una sospechosa desolación que le recordó por un momento a su niñez en su querido Corrientes y cómo solía caminar azarosamente por los senderos que se hacían en el altísimo pastizal, en los mismos en que algunos años después le había hecho el amor a la que hoy era su esposa y en lo felices que eran. A ella nunca le había importado que él fuera guacho, a él tampoco darle su apellido a las dos hijas que ella tenía a tan corta edad. Prefirieron no revolver el pasado, solo se entregaron a la vigorosa pasión juvenil, después vinieron los hijos propios, la llegada a Buenos Aires en busca de tierra en donde echar raíces, con los años de sacrificio, la casilla minúscula se convirtió en fría casa de material, el flexiplas desgastado, clara prueba que los hijos habían pasado allí largas noches bailando rock and roll. Pero no era el piso lo único que se había desgastado en esa casa, los reclamos, la ambición de más los habían llevado lejos del sendero, se hacía cada vez más difícil retomar el rumbo, ya no la encontraba como en el pastizal. Un día, las camas se separaron y los reclamos se tornaron aún más violentos, pero a él no le gustaba discutir, prefería callar, apretaba los dientes, se tragaba la angustia y así llenito de mierda se iba a dormir. Felix camina sobre calle 14, pasa frente al emblemático cuartel de bomberos, por la plaza huérfana de niños y de jóvenes circenses, como suele haber normalmente. Sigue varias cuadras en dirección a Mitre, de pronto ve a dos hombres vistiendo ambos en composé con sus bocas cubiertas, guantes negros de látex y mascaras transparentes sobre sus rostros. Pasan junto a él, le dirigen sus miradas penetrantes e inquisidoras. Mira hacia arriba, una multitud en los balcones lo está observando, algunos lo señalan. Desde un altoparlante aparece nuevamente la voz, en tono mecánico, que le da instrucciones: permanezca en su domicilio. Solo salga si es necesario. — 56 —
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Un patrullero se detiene, dos hombres robustos bajan, lo sujetan bruscamente y lo esposan, sentado ya en la parte de atrás del vehículo siente la cuerina del asiento en sus muslos, sus genitales expuestos, su cuerpo completamente desnudo. El policía que maneja el vehículo lo mira por el espejo retrovisor y le dice: señor, recibimos varios llamados. ¡No sabe que no puede salir sin barbijo!
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PABLO
Apasionado por la Historia
PETIX y las historias,
los museos y el fútbol.
NORMALIDADES Las escuelas Normales, por mucho tiempo, en la educación, fueron usina de producción y promoción de los maestros. La visión sarmientina pasaba por civilizar al iletrado desde una perspectiva gringa y europea. Domesticar al salvaje para diseñar un proyecto de país laico y civilizado. “Soy egresada del Normal, por lo tanto, maestra”, se decía con orgullo. Normal, en los años setenta, era vituperar, atacar, física y verbalmente, a todo aquel que no cumpliera, (sobre todo si trataba de un masculino), con la tríada varonil: macho, en lo posible bien peludo (coronado con una gruesa cadena al pecho de camisa abierta, sea del mineral que fuere) y con una inconmensurable potencia sexual, en estado erecto y desafiante. Seguramente me estoy olvidando de otros varios aspectos. Llegando a los ochenta, era normal la discoteca, el wiscola, otro ladrillo en la pared, eran normales los intentos desestabilizadores de los chacales de siempre, los barrabravas, hacer los trapos y el bombo loco sonando, todo eso mezclado con humo dulce y otras yerbas. Mucho más no recuerdo. Dicen que quien pasó los ochenta y sobrevivió quedó muy frágil de la memoria. Seguramente me estoy olvidando de otros varios aspectos y de otras tantas historias. En los noventa, era normal privatizar, precarizar empleos, frivolidad, minorías insensibles comiendo pizza y tomando champán delante de los pobres. Seguramente me estoy olvidando de otros varios aspectos. Abriendo el nuevo siglo la normalidad pasaba por cenar con sushi, la fiesta seguía siendo de pocos. Seguramente me estoy olvidando de otros
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varios aspectos. Siglo XXI, culto al cuerpo, culocracia, bicepcracia, muslocracia, caderocracia, en tiránicas, esforzadas, obligadas y repetidas sesiones de gym, sin fin. Octubre 2020, salgo a caminar para despejarme un poco y estirar los músculos, hago un par de cuadras y lo encuentro al Tano Walter; me mira, sus ojos brillan, casi con lágrimas a punto de estallar. Estaba paseando el perro con un barbijo del ciclón, yo tenía uno azul. Nos miramos y casi nos abrazamos, pero nos dimos un codazo, un absurdo y tonto codazo. Todo sucedió en el barrio, el perro se tiró en el pastito de la vereda, ahí nos quedamos, sentados, a un metro, sobre la pared de la casa del narigón Ciuccio, que ahora vive en Portugal. Mientras charlamos pasa una mujer de no más de cuarenta años. Nosotros, en la vereda. Ella, al vernos, baja a la calle, hace unos metros y sube nuevamente a la vereda. Nos pusimos a recordar viejos tiempos, le digo, Tano ¿te acordás del 7 a 1? Me putea y me dice:“pero si son hijos nuestros, no me jodas”. Lo dejo, nos saludamos con otro tonto codazo y, en el camino de regreso, encaro para la carnicería. La verdad es que tengo unas ganas locas de comer un buen vacío; trayecto mediante, la carnicería queda a media cuadra de casa. Hay cola, hago la fila, solamente dos en el local, el resto seremos unos cinco, afuera, con distancia social. Un flaco canoso, tendrá sesenta años, saca un pucho, se baja el barbijo, lo enciende (el pucho) y le da una pitada bien larga; otro que está en la cola habla por teléfono, con el barbijo que solo le tapa la boca, con nariz afuera. Y, sí, me caliento y le digo: no es normal usar el barbijo de esa manera. El tipo ni pelota. Mientras el carnicero despacha, otro a-normal (no hay connotación agresiva en el adjetivo, vale aclarar) agarra la plata del vuelto y no se pasa gel en las manos. Es domingo, parece que Trump va a perder, en Chile el pueblo sacude la constitución pinochetista. También las noticias dicen que ganó el candidato de Evo en Bolivia,un tal Arce. Creo que estamos volviendo a la normalidad.
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ANDREA
Profe de música, bandoneonista, curiosa,
FERNÁNDEZ amante y aprendiz de lo que genere arte, juego, comunidad y amor.
MI AMIGO DE LA SECUNDARIA Si tuviese que describirlo, diría que más bien era un volado, un pibe bastante cuelgue. Compraba toda su ropa en ferias americanas, usaba pantalones sueltos de un solo color, elegía siempre tonos marrones, sus camisas eran coloridas, con dibujos extraños. Tenía un bigote bastante particular y una voz demasiado grave para su contextura. Eramos amigues, nos habíamos conocido en la secundaria, yo bastante solitaria y correcta, él muy sociable y con mucha personalidad. Tenía una familia muy turbia. Muchas veces se quedaba a dormir en casa. Empezamos a hablar una vez que, en un recreo, me pidió plata para unas fotocopias y después lo vi comiendo un pebete. Lo increpé, le dije de todo, pero se excusó con la historia de que se lo había regalado el quiosquero porque se conocían, y así, relajado, me quiso convidar la mitad. Ese día seguimos la charla como si nada. Nunca supe si era cierto, pero en ese ejemplo sabrán ver cómo manejaba las cosas, cómo sabía traer calma. En otra de mis acusaciones y pataleos me dijo que si lo primero que pensaba sobre algo era negativo, me iba a arrugar pronto, y a los veinticinco iba a parecer de cuarenta. Yo vivía enojada, desconfiada y amargada, pero él sabía hacer de todo eso los chistes más graciosos. Éramos lo totalmente opuesto. Cuando terminó la secundaria no nos vimos más y tampoco seguimos comunicades. El martes estaba súper aburrida, algo angustiada, en esos momentos malos que tenemos todes por estos días. Frente a la pantalla, (como casi todas las noches) , boludeando en las redes sociales, me di cuenta que en el Facebook tenía un mensaje en esa parte en donde aparecen quienes
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no son tus amigos. Me sorprendí y me pareció genial que algo pasara en la monotonía de este encierro mundial. El mensaje decía: Hola Magu, soy Patricio, tu compañero de la secundaria, quería decirte que siempre te recuerdo, que tuve una hija y le puse tu nombre, fuiste siempre muy importante para mí. Caí en cana el verano de las vacaciones después de la secu y ya no pude contactarme, o a veces sí, pero no quería, la estaba pasando mal. Caí por gil, estaba en donde no tenía que estar, salvé a un amigo, en fin, no importa. Solo quería pedirte si podes ayudar a Magalí que está intentando dar un ingreso y necesita aprender bien inglés, yo se que vos eras muy buena y lo estudiabas en ese instituto después de clases. No te puedo pagar ahora, estoy bastante jugado pero te agradecería mucho. Cuando pueda te lo voy a devolver. Inventale algo cuando te comuniques: que sos de algún lugar, un sorteo, yo que sé, no le digas que te lo pedí yo porque no me quiere hablar, por quilombos que me mandé, en fin. Ahora estoy cumpliendo otros 5 años por una que sí me mandé, ya te voy a contar. No respondas por acá porque me lo prestan a esto, no es mío. Me vuelvo a contactar cuando pueda. El celu de Maga es 15 66 69 00 32 . Maga, te quiero mucho amiga, no te arrugues. Pato. Quedé unos minutos pensando, volví a releer. Me quedé helada, y no podía creer que ese pibe estuviera en cana ni que 18 años después se contactara conmigo así. Sentí tristeza, y necesidad de cumplir con lo que mi único amigo de secundaria me pedía. También sentí culpa por ser tan fría y no haberlo buscado después de ese verano, o los años siguientes. Por haberme olvidado de él, y él en cambio tenerme presente al punto de ponerle mi nombre a su hija. Agendé el número y me apareció la foto de Maga en el WhatsApp, tiene los ojos de Patricio en la secundaria, llenos de personalidad. Estuve toda la semana pensando en que se sentirá al estar preso. Cuán estúpida será la comparación, de la comodidad de mi casa y mis cosas a la vida que estará llevando mi amigo de secundaria ahí dentro. No imagino la razón, y que cagada se mandó para que lo metan en cana, y me cuesta imaginar que sea algo como asesinato, o ese tipo de cosas. De todas maneras, siento pena de que esté en un lugar así. Voy a contactarme con Maga mañana mismo, le voy a decir la verdad, (aunque él no lo — 62 —
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sabe), que soy traductora, y que me convocaron a ayudarla. Más adelante, si es como me imagino, le voy a contar que conozco a Patricio de la secundaria y a cantarle nuestra canción preferida en esas épocas en donde su padre me dejaba en ridículo en medio del pasillo, cantándome “She” con la camisa atada con un nudo en el pecho mientras la preceptora nos pedía entre risas que entremos al salón.
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PABLO
Docente y curioso lector, observador
D’ANDRAIA de la realidad y motivador
en el campo del aprendizaje.
DESDOBLECES Día 1: Acaba de terminar el aislamiento. Nueve horas cincuenta minutos, el asesino y su víctima están en manos de la policía. Me acerqué al edificio frente al Hipódromo a pedido del comisario Jaime Morán. La viuda no está allí, toda la escena familiar se está desarrollando en la guardia del hospital en este momento. El departamento está poblado de policías que trabajan en la escena del crimen. La TV encendida muestra las filas frente a las escuelas públicas, la noticia del momento: la vacunación masiva. Esto viene bien porque tenemos pocos periodistas merodeando. Tomé algunas notas, entrevisté a algunos policías y a vecinos de otros departamentos. El piso del living, plagado de charcos de sangre, lo mismo que el sillón Luis XV y las cortinas del ventanal que da a la arena hípica. En ese momento llegó Alicia, mi compañera. Escuché sus inconfundibles pasos en el palier. Corriendo como siempre, luego de levantar a los chicos, hacerles el desayuno y dejarlos en la escuela en el medio del alboroto de las vacunaciones y el recomienzo de clases presenciales. Llegaste a tiempo, tranquila, entremos al dormitorio un momento. Fue como entrar a un recinto sagrado, inexpugnable, en el espacio íntimo de esta celebridad. Algo que tenía, en el aire del cuarto, una consistencia más densa que el aire y que al respirarlo, ella y yo, nos ubicaba en otra dimensión, en un tiempo que no era circular ni espiralado, sino que era más bien como una presión hacia atrás. Hace quince años, este hombre tuvo al mundo a sus pies. Ayer mismo
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lo tenía. Ahora está irremediablemente muerto. Respirar este ambiente es casi místico, nos miramos y sentimos que estar allí era una profanación. El asesino, en la estación de policía, muy tranquilo al parecer. Solo pidió la llamada a la que todo imputado tiene derecho. Todavía no se la concedieron. Los pocos policías que no se encuentran afectados al plan masivo de vacunación, entran y salen de la oficina donde se encuentran y lo escrutan, a veces con disimulo y a veces de manera provocativa. En el canasto dejó hace un rato sus pertenencias: una foto autografiada por la víctima, una Glock nueve milímetros con la que perpetró el asesinato, un juego de llaves del Hotel Pennsylvania, habitación 209, y un libro: “El Guardián entre el Centeno” de JD Salinger. Jaime Morán, en el primer interrogatorio, le había preguntado su nombre, y él respondió sin dudar: Soy Holden Caulfield. El nombre del personaje principal de la novela de Salinger que el asesino llevaba consigo, y al que hora le presta su piel….
Día 2: Apurado, quiero hablar con la viuda. El ambiente está convulsionado. Es el mejor momento para escuchar relatos sinceros, un poco delirantes también. Me visto rápido, agitado, el concierto empieza en una hora y hoy fue un día interminable en el trabajo. La invité a Alicia pero no puede venir, siempre lo mismo, se mata ella sola por sus chicos, el jardín de los hijos, su laburo y su casa. Va a ser una noche de locura, el descontrol en el escenario derrama en el descontrol del público, terrible día de laburo y encima finaliza el concierto y yo corriendo como loco, huyendo de los gases de la cana. La gente en éxtasis con la banda. Parece un ritual totémico, el clima explota con la brutalidad policial. Tantos conciertos a los que fui y ahora me toca interrogar a su viuda. Le cuesta mantener la atención, se dispersa en anécdotas que me atrapan
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y de las que me escapo para mantener mi objetividad en la investigación. Mucha gente lo esperaba en la puerta de su casa; fanáticos, periodistas, oportunistas de toda laya, etcétera. A este sujeto particularmente lo vi varias veces. Parecía muy tranquilo, aunque, ahora que lo pienso, tenía algo en la mirada muy particular. ¿Cómo eran los días con su pareja? Me miró desde otro mundo, buscó la claridad de la ventana con la mirada y me respondió lentamente. Hace mucho que no tengo pareja, me sorprende su pregunta. ¿A qué se refiere?, pregunta Alicia. Usted sabe, estar sola aunque parezca que no, aunque salgamos sonriendo en las revistas y periódicos. A sus infidelidades, sus excesos, a su indiferencia. Salimos de allí con una extraña sensación. Como quien despierta de una fantasía inocente. El ambiente en ese lujoso departamento ya no tenía el aura de otra dimensión, nos pareció más bien de una banalidad completa.
Día 3: Carlos, ¿qué hacía ese día en la puerta del edificio? Carlos murió, yo lo maté, mi nombre es Holden Caulfield. Ok, cuénteme que pasó. Ella me llamó y me dijo que comenzaba el acecho. ¿Quién es ella?... Ella, su esposa, ¿Quién otra? Jaime Morán está del otro lado de un espejo bidireccional.Trata de entender qué hay detrás de esa actitud tan distendida, pero a la vez evasiva de mi interrogado. Responde en tono monocorde y sin gesticulaciones. ¿La esposa lo dejó entrar a usted en el departamento ese día? Carlos me mira y parece estar en otro lado, en otro tiempo. Venga Carlos, pase, suba conmigo. Señora, ¡que honor! ¿A dónde me lleva? A ver el recinto sagrado de su ídolo, que es el mío también. No, no puedo, no podría. Claro que si, Holden, no tenga miedo, suba.Verá que es una casa común, como la de cualquier otro, tal vez un poco lujosa pero nada más. ¿Lo ve? Recorra el departamento, verá que no hay nada de extraordinario aquí. ¿Me escucha, Holden? No se distraiga por favor. ¿Aparte de la viuda y usted, había alguien más en ese momento? No, solo ella y yo. Ahí me
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ordenó el acecho, cuando él llegó no había dudas, ese hombre no merecía seguir viviendo, nos traicionó a todos. Todas sus letras, todas sus poesías son una farsa. Carlos otra vez se pierde en sus pensamientos y calla. Señora, esto no tiene nada de sagrado, ¿cómo se atrevió a mentirnos así? Es un hijo de puta mentiroso. Holden, aguárdelo, en cuanto llega, usted mismo se lo dice. ¿Desea una taza de café mientras espera?
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AUGUSTO
Alguien que escribe y hace música
CAMPOS en el Conurbano. Un inquieto
que anda por la vida tramando ideas con otres.
ÚLTIMO BONDI HASTA LA BEMBER Son las doce de la noche. El negro y el murci tiemblan sin parar, incapaces de volver de un mamabo que podría durar un par de horas más a no ser por la bonaerense que se los va a bajar de un saque cuando lleguen al campito y los encuentre acurrucados y escondidos dentro de un auto incendiado, recontra puestos. Pero antes del campito, del auto incendiado y de la bonaerense son las nueve de la noche de un lunes desolado por el frío y por una estricta y obligatoria cuarentena que mantiene a todo el mundo dentro de sus casas. Afuera, bajo esa soledad inusual, un chofer de la línea 219 empalidece producto del miedo y del desconcierto. Es que antes de terminar su recorrido habitual dos bandoleritos sub dieciocho se le suben de prepo y fierro en mano lo obligan a entregar el colectivo. Ahora el tiempo presente son el negro y el murci haciendo de la bember una pista de fórmula uno; son el negro y el murci dándosela con todo; es también la velocidad incontrolable, es la adrenalina del poder, el goce de estar arriba en la cima, es la garita, es el estruendo, es el bondi incrustado y es el raje que no duraría mucho. Pero eso fue después, porque antes de las ocho de la noche de ese lunes desolado por el frio y el confinamiento social son las seis de la tarde y la pasta pega como loco y la cara del murci y del negro lo dicen todo. Y es ahí, bajo la mirada cómplice de un cielo teñido de naranja, cuando el murci pela un chumbo (que andá a saber de dónde lo sacó) y tirá una performance re picante diciendo que en este barrio mando yo y que acá no me descansa nadie y que si quiero ahora le caigo a cualquier gil y le zarpo — 69 —
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todo o que si quiero voy a la avenida y me zarpo un bondi y me paseo por toda la bember pisteando como un campeón. Todo eso al abrigo de un atardecer que antes fue cielo despejado y sol de las tres de la tarde, sol que vio cómo en la casa del murci se pudría todo con el hijo de puta de beto que, cagándose como siempre en la perimetral, cayó de nuevo re encascado a gritarle a la romi que sos una puta y que te cogiste a medio barrio y que tu vieja es una falopera igual vos y que ya vas a ver y que decí que estaba la tía y llamó al 911 y que como nunca el patrullero vino al toque y se lo llevaron y que al menos por una semana no va a aparecer más. Pero antes de estar ahí temblando de locura adentro de un auto incendiado, y antes de estar manejando un bondi re puestos y antes de las pastas y de la escena del hijo de puta de beto a las tres de la tarde en la casa del murci, fueron también las doce del mediodía y el negro fue a la escuela a buscar la mercadería con brisa y con tiago y tuvieron que volver pateando porque ningún chofer los quiso traer de onda y que dale amigo que no tengo sube y que estos negros de mierda siempre lo mismo, queriendo viajar gratis y que dele don no le cuesta nada y que sin sube no viajas y que andá a cagar viejo ortiba. Pero antes de ese mediodía también fueron las siete de la mañana y la vieja del murci lo levantó temprano para que se quede cuidando a bianca y entonces la película de siempre: y que qué rompebolas ma, que la cuide la romi, y que dale matías por favor no me la hagas difícil que estoy llegando tarde al trabajo y que sabes que la romi está con mil quilombos y que vos estas al pedo y que por lo menos ayudame con tu hermana, y que igual no podes estar todo el día sin hacer nada, que vas a terminar como el román y que hablando del román no te comprometas con nada mañana que nos dejan ir a verlo un rato y me tenes que ayudar porque quiero llevarle algunas cosas y que cuidense mucho y que bianca hacele caso a mati. Pero antes, mucho antes de que llegue la cana al campito y los encuentren re puestos en ese auto incendiado y les hagan la causa y se los lleven al instituto de menores; y antes de esas pastas que consiguió el murci y que cortaron con vino; mucho antes de chorearse un bondi a
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mano armada, estrellarlo contra la una garita de seguridad y salir en todos los diarios locales y estar en boca de todos los vecinos y en todas las conversaciones de almacén; antes, varios inviernos antes, eran la infancia y las cinco de la tarde. Y era sábado y era el festejo del día del niño organizado por el centro comunitario y era ese día que cayeron los del movimiento con un colectivo lleno de juguetes que repartieron por todo el barrio y era ese día que al negro le tocó una espada y al murci le tocó un camioncito y que estaban tan felices y tan alucinados con el colectivo que el murci le dijo al negro que cuando él sea grande iba a conseguir uno para viajar por todo el mundo.
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CELEBRITIES: EL DETRÁS DE ESCENA DE LA FOTO DE TAPA
A
lguna cuadra de alguna calle de Berazategui. Lo que para cualquiera de nosotrXs no es más que la imagen de dos vecinas que comparten el atardecer con mates individuales, para Anto, que acaba de asomarse a la ventana, es una foto. Corre a buscar la Nikon, hace foco y dispara. La foto habla. Deja entrever evidencias: conurbano sur, COVID, amistad, barrio, costumbres. En una lectura más atenta puede contemplarse cierta preocupación por cuidar las normas (los barbijos, los mates individuales, distanciamiento quizás no del todo estricto, pero distanciamiento al fin). La hija de Pety es médica y le explicó normas básicas para que puedan compartir la merienda y a la vez protegerse y proteger a su amiga Zulema. Desde la muerte de sus compañeros viajan, van a la pileta y toman mate antes de que baje el sol. Siempre juntas. No hay té a las cinco en punto: hay mate a eso de las cuatro, un mínimo rasgo que parece intrascendente pero que define el lugar desde el que miramos el mundo, a la hora de escribir o de sacar fotos. La imagen que atraviesa rejas y ventanas se mete como cuña de realidad en el mundo de ficción que recrean estos cuentos. Pety y Zulema también son personajes. A diferencia de los que encontramos en las páginas que anteceden a estas líneas que ofician de frutilla del postre, estos personajes captados por la precisión de la lente no escaparon de la imaginación de nadie. Tienen nombres reales, documento nacional de identidad, domicilio legal constituido y una historia de vida tan real como la de cualquiera. En medio de la charla saludan a los que pasan por la vereda. A veces preguntan: — 73 —
¿quién sos? Otras veces confunden nombres o personas, porque los tapabocas esconden hasta los rasgos familiares. Tal vez, cuando la cuarentena era cuarentena, se han encontrado subrepticiamente en el patio del fondo, aunque eso no nos lo van a confesar. Teníamos la imagen que buscábamos. Solo faltaba pedirles su consentimiento. Por suerte dijeron que sí. Desde el humilde cierre de nuestra antología les damos las gracias. Pety y Zulema no son celebridades ni lo quieren ser, pero ahora, en esta compilación de relatos, se han convertido en las modelos de nuestra foto de tapa.