AYER en BAIONA LUIS ALBERTO REY LAMA
Bibliografía y Fotografía Fondo Local de la Biblioteca Pública Municipal de Baiona. “O Val Miñor na tarxeta postal”, de Salvador Fernández de la Cigoña. “Bayona de Galicia”, de Héctor Barreiro Troncoso. “Crónicas y estampas de Baiona la Real”, de Salvador Fernández de la Cigoña. “Historia de Bayona”, de Antonio de Mauricio. “Imaxes para a memoria” y “Baiona nas ondas do tempo” del IEM Instituto de Estudios Miñoranos. “Co sal nas mans” de Paulino Ambrosio Costas. Blog de Esperanza Fernández Vernet. Blog de Julio E. Villarino Espino. Blog de Baiona TV. Colección fotográfica de Aurelio Rey Alar. Luis Alberto Rey Lama, abril de 2014 Diseño de Cubierta: Carlos Veiga Fotografía de Cubierta: Aurelio Rey Alar Corrector de Texto: Rubén Rey Primera Edición: abril de 2014. Editorial PICA Galicia
Mi agradecimiento a todos aquellos que nos han prestado su memoria.
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A mi hermano Gonzalo.
______________ Al pueblo de Baiona y a la colonia veraniega.
INTRODUCCIÓN
Saldando mi deuda sentimental con la familia, continúo el relato iniciado en “La CASA de BAIONA”. Sigo el paseo por la villa acompañado de los míos, y a cada rato encuentro algo que no debo pasar por alto. En el caminar lento por las viejas calles, por el muelle, por los montes cercanos, por las arenas de las playas, por las rocas, por las murallas… presiento que resultará imposible condensar tanta historia. Recojo voces de veteranos marineros, de madres que ya son bisabuelas, de entrañables cocineras de mitad de siglo, de los chicos de las pandillas del verano, de entusiastas seguidores del futbol de A Palma, de familiares de los primeros veraneantes de la villa… Hablé de la intensa y extensa vida de Baiona, y lo difícil que resultaría no olvidar algo en el relato. Aclaro de nuevo que ante todo escribo sobre mi familia y para ella, y que no pretendo hacer de este libro un documento histórico. Sólo se trata de recordar… A buen seguro que mis ancestros podrían enmendarme más de una página… como también lo harían muchos baioneses del pasado siglo. Y seguro que tanto unos como otros querrían recriminarme el olvido de personajes o hechos significativos… e incluso alguna que otra invención mía, producto de las licencias literarias de cualquier autor de ficción… que igualmente existe en estas páginas.
Me han quedado grabadas frases elocuentes, de interesante contenido… “Esto se acaba, Luis. No hay un sólo joven por el muelle. En menos de diez años, la pesca desaparece de Baiona”. “En los descansos de los partidos del Erizana, “pasaban la boina” con una bandera española sostenida entre dos directivos”. “La tumba de los náufragos del “Aslaug” la financió nuestro padre”. “O Lobo quiso levarme dúas veces” “¿Lo del palacio? Una barbaridad”. “El balneario se lo ofrecieron a mi padre para hacer un hotel. Lo cogieron demasiado mayor”. … y otras muchas frases que ya he olvidado… y algunas que no se deben repetir en voz alta. En definitiva, tan sólo pretendo dejar este legado a mis descendientes, y que el resto de posibles lectores encuentren una agradable lectura que de paso, tal vez les invite a recordar…
ÍNDICE Página
____________________________ I
Nostalgias ................................................................ 11
II
Los viejos marineros ............................................... 33
III
Los nietos de Daría y Gonzalo ................................ 91
IV
A Concheira .......................................................... 125
V
Leyendas de Baiona .............................................. 143
VI
El nuevo Erizana. .................................................. 155
VII
De iglesias y capillas ............................................. 169
VIII
A Barbeira ............................................................. 195
IX
Historias del verano .............................................. 217
X
Las “crónicas” de papá.......................................... 225
XI
Escenas de playa ................................................... 253
XII
Gentes de Baiona .................................................. 291
XIII
“El Aral” ............................................................... 353
XIV
Pandilleos de verano ............................................. 361
XV
Galería de imágenes… .......................................... 405
XVI
La hostelería .......................................................... 433
XVII La colonia veraniega ............................................. 499 XVIII Los tataranietos ..................................................... 551
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I. Nostalgias
Gonzalo, el mayor de los seis hermanos Rey Lama, fue el que menos disfrutó de los veranos de Baiona, y sin embargo es el que más recuerdos atesora de aquellos tiempos. Media docena de temporadas estivales en la villa le bastaron para almacenar multitud de vivencias, guardar sentimientos profundos, mantener una viva nostalgia… Primero los estudios, después el trabajo, y más tarde su propia familia, motivaron su alejamiento de Baiona para siempre. Por entonces, mediados de los sesenta, su esposa, Marisa López, ejercía de secretaria del Ayuntamiento de Padrón, y él había sido destinado a Santiago por la empresa constructora familiar. A partir de ahí, las ocupaciones laborales de ambos y la llegada de los primeros hijos llevaron a su familia a veranear a Aguiño, pequeño pueblo marinero próximo a Compostela. Baiona se quedaba limitada a una visita rápida de vez en cuando, y nada más. Comían con nuestros padres y con los hermanos que andábamos por allí, traían a sus hijos para que los viesen los abuelos… y enseguida, de regreso a Santiago a media tarde. A Gonzalo no le daba tiempo ni a mirar de soslayo aquellos escenarios de juventud tan entrañables para él. Ahora, pasado tanto tiempo, cuando la jubilación ha llegado a nuestras vidas hace años, nos vemos, y recordamos con melancolía aquellos veranos de Baiona. Y al final acabo por pensar que esa nostalgia es más por los años de juventud que volaron que por las propias vivencias en sí mismas.
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“Son tantos los recuerdos -me dice-, que los ordenaré un poco con calma, y te los enviaré por correo para que los aproveches en tu libro.”
Baiona, 1963. Mis hermanos Gonzalo y Miguel, en el puerto pesquero. Sería el último veraneo de Gonzalo en Baiona.
Gonzalo se hizo esperar durante meses, pero al fin llegaron los esperados recuerdos, adornados con todo tipo de mínimos detalles que había conservado en su prodigiosa memoria. <<A efectos de estos recuerdos -aclara antes de comenzar-, Baiona era para nosotros, Bayona, con “y”; y así será en lo que escriba; y así será con otros topónimos que citaré con el nombre con que se conocían en nuestra infancia y adolescencia: Panjón, Plaza de la Fruta, calle de Elduayen, La Palma, Corujo, El Burgo, etc., etc. >>
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Debo reconocer que ese mismo planteamiento me lo hago yo a mí mismo en cada página, y que en mis dudas no resueltas de cómo escribir, se imponen al final las normas lingüísticas actuales. Pero siempre me queda un recelo de que hablo de algo distinto, no de “Bayona”, ni de la “Plaza de la Fruta”, ni de la “Calle de Elduayen”, ni de “la Barbeira”, ni de la “Playa de los Frailes”… <<Nuestros veranos en Bayona -escribe Gonzalotienen dos épocas: la primera es la del tranvía como único medio de transporte entre Vigo y Bayona, que coincide, más o menos, con mi bachillerato; la segunda es la de la aparición del coche -sin renunciar al tranvía-, que coincide, más o menos también, con mis estudios en Madrid. > <<Es imposible hacer memoria de los días pasados en Bayona, sin recordar el viaje en tranvía. En aquellos años posteriores a nuestra guerra civil, tiempos de racionamiento y escaseces, ir a Bayona en tranvía era una de las mayores aventuras que podía correr un chaval de entonces, aunque él no se diera cuenta. Nuestro padre era baionés, y nuestros abuelos paternos vivían en “la casa de Baiona”. En los veranos solíamos pasar unos días con la abuela y nuestras tías solteras; o, en mi caso, también en La Ramallosa, la antesala de Bayona, en casa del tío Álvaro. >> <<Para ir a Bayona había que coger el tranvía; el autobús que iba hasta La Guardia era infinitamente más lento e infinitamente más aburrido. El “Vigo-Bayona” salía a las horas de la calle Uruguay, donde se encontraba el despacho de billetes, enfrente al cine Fraga. >> <<Bajaba por Colón; torcía por Policarpo Sanz para cruzar la Puerta del Sol y subir algo agobiado por Calvo Sotelo -hoy Elduayen-, y descansar un rato en el Paseo de Alfonso. Luego se adentraba por General Aranda -hoy Pi y Margall- hasta Peniche y, dejando a la derecha el ramal que llevaba a Bouzas, seguía culebreando por López Mora hasta
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las Traviesas y de allí a La Florida, que era el límite occidental del casco urbano vigués de entonces. >>
Años cuarenta. El tranvía Vigo-Bayona atraviesa el centro de la ciudad.
<<Luego llaneaba atravesando leiras, prados y pinares por la Bouza, San Andrés de Comesaña y los Molinos, de donde salía una desviación hacia la playa de Samil. Subía hasta las estaciones de Corujo y Canido, y se recuperaba en San Miguel de Oya. Luego Priegue y Patos, con Monteferro anunciando ya la ensenada de Bayona. La estación de Panjón, y en un “plis plas” Nigrán y Playa América, la desembocadura del río Miñor y La Ramallosa, en donde una de las dos unidades del tranvía se desviaba hacia Gondomar mientras la otra seguía hasta Baiona por Sabarís, el Burgo y Santa Marta, dejando la playa de la Ladeira a un lado, y con el Castillo de Monte Real y los barcos al frente. El tranvía Vigo-Bayona concluía su viaje delante de la casa de mis abuelos y del puerto pesquero. Había sido hora y media de viaje. Entonces interminable; ahora, en el recuerdo, maravilloso. >>
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<< ¿Por qué maravilloso? Por dos cosas. Una, por la inmersión en la naturaleza con aquel paisaje singular: el campo gallego y el mar de Vigo se percibían juntos en el subconsciente, y ahora los recreamos luminosamente; y otra, porque el niño viajero iba componiendo su propio itinerario, un rosario de referencias que crecía en cada viaje, que buscaba meticulosamente en viajes sucesivos, y que ya no iba a abandonar en toda su vida. >> <<La primeras referencias eran el local del Celta, en la esquina de Uruguay con la calle Colón, casi al lado de la estación del tranvía, y el mar al fondo de la calle Colón, con Moaña en la lejanía; luego vendrían todas las demás. El Casino, donde la leyenda decía que el gran Ricardo Zamora, siendo entrenador del Celta, se jugaba el sueldo al póker o al monte o al bacarrá o a lo que fuera. El Comercio -así, con mayúscula- de los abuelos -“El Sport”-, con su toldo verde, unas veces desplegado y otras no, y un guardia de salacot blanco dirigiendo el tráfico de la Puerta del Sol. En “Adela”, el quiosco que había en la parte alta, a la izquierda, el tío Emilio compraba “L’Equipe” cuando venía de vacaciones en verano, para ver cómo iba el Tour…>> Gonzalo se extiende en sus recuerdos con una profusión de datos sorprendente. Su memoria viaja por lugares desaparecidos hace tiempo, por tiendas perdidas en el olvido, por aquellas legendarias estaciones del tranvía… “Almacenes Ferro”, “La Onza de Oro”, “Librería Cervantes”… la preciosa estación de La Florida… Pero también se acuerda de “protagonistas” vigentes, como “el olivo vigués”, la “Cafetería El Castro”, el quiosco del Paseo de Alfonso… <<… pero lo más extraordinario de la parada del Paseo de Alfonso, era que desde allí se contemplaba la ría de Vigo en todo su esplendor: se veían los muelles del Berbés y la pequeña Bouzas de entonces. >>
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Vigo, años cincuenta. Paseo de Alfonso, con “el olivo”.
<<Tratábamos de adivinar el buen o mal tiempo que nos anunciaban las Cíes, para lo cual los alumnos del Colegio Labor teníamos una clave infalible: los barcos de carbón de Vicente Suárez, fondeados delante de lo que hoy es Orilla Mar. Si miraban a tierra, mal tiempo, si miraban a Cangas, buen tiempo; nunca fallaba. >> <<También buscábamos desde aquel mirador la sombra alargada y blanca de la fábrica de Massó, al otro lado de la ría, en Cangas. Y al mismo tiempo no resultaba difícil encontrar el barco de Cangas en una ida o en una venida, o ver la entrada o salida del “Alcántara” o de cualquier otro barco de la “Mala Real Inglesa” -“Estanislao Durán e Hijos”- rozando el Cabo do Home. >> <<El colmo de la dicha era tropezarse con un barco de guerra, que no se por qué razón, era siempre un destructor o, mejor dicho, un destroyer, según los enterados del Colegio Labor. >> Todavía en su recorrido por Vigo, Gonzalo nos lleva en su relato por el Barrio del Cura, el Convento de las Herma-
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nitas -”quién les iba a decir por entonces que lo acabaría comprando un ruso”-, y llega a Peniche, con las Escuelas de Comercio y Peritos Industriales, y el popular baile de Las Cabañas. Luego el Instituto Santa Irene, las cocheras del tranvía, el viejo Cine Traviesas, la fábrica de latas para conservas y de tubos para pasta de dientes, y el rumor metálico en el aire cuando soplaba viento favorable- de los Astilleros Barreras. Enseguida la histórica parada de La Florida, destino de los hinchas que se dirigían a Balaídos cuando jugaba el Celta. <<Aquí se acababa la ciudad y comenzaba para mí el mundo exterior. >> <<Saliendo de Vigo -continúa Gonzalo-, el apeadero de La Bouza, Los Molinos -y recuerda al “Bar Patouro”, pionero de la Playa de Samil-, las coquetas estaciones de Corujo y Canido, San Miguel de Oya, Sayanes… y el espléndido paisaje del mar con las Islas Cíes, la playa de Patos y Monteferro. Ya en la parada de Panjón, se contemplaba la torre neogótica del Templo Votivo del Mar, esa joya arquitectónica de Antonio Palacios… >>
Panxón, años cuarenta. Templo Votivo del Mar.
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<<… rebasado el campo de fútbol y la subida a Monte Lourido, se nos ofrecía la hermosísima salida al mar del río Miñor, con Sabarís al fondo -señalado por la torre de la iglesia de Santa Cristina-, el pinar de la playa de la Ladeira a un lado y los puentes de La Ramallosa al otro. >> <<Se llegaba a la espaciosa estación de La Ramallosa. Allí el tranvía se fraccionaba en dos: la mitad seguía hasta Bayona y la otra mitad se dirigía a Gondomar. Entre la estación y el río había un bonito parque asilvestrado que los rapaces de entonces no sabíamos apreciar. Al otro lado, desde la estación hasta el cruce de las carreteras de Bayona y Gondomar, se encuentra la finca de la casa del tío Álvaro, con la casa en la esquina del cruce. Al llegar al cruce, siempre echábamos una mirada hacia su deliciosa galería a ver si veíamos a alguien de la familia, mientras el tranvía doblaba a la derecha para encarar el puente. >> <<A la familia de La Ramallosa le dedicaré unas líneas, contando mis temporadas de verano en aquel tranquilo lugar de entonces. >>
Años treinta. Vista del estuario del río MIñor, con Sabarís al fondo.
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<<El tranvía se lanzaba por la recta que llevaba al Burgo, con dos referencias “importantes”: la chimenea del horno de cal, y en la ladera del monte, una especie de castillo, con murallas, almenas y todo lo demás que siempre consideré, no sé por qué, cosa moderna. En el Burgo, giro a la derecha y a un lado la Ladeira, una playa de fondo de ensenada, no muy limpia y solitaria de veraneantes por entonces. >> <<Sigue el pequeño promontorio de Santa Marta, rodeado por el mar, con su pequeño embarcadero y su ermita en la cima. Era un lugar entrañable, aunque en aquellos años tampoco su playa, sucia por la proximidad de las conserveras, resultaba frecuentada. >>
Años treinta. Vista de Santa Marta, con su playa delante. (Foto Alar).
<<Y ya de frente, el puerto pesquero de Bayona, con el castillo de Monte Real cerrando el paisaje. >> <<Ya estábamos en Bayona, dejando a la izquierda la carretera que subía a Bahiña y la fábrica de Puga, entrando en el pueblo por delante de las escuelas públicas y llegando hasta la lonja del pescado donde el tranvía remataba su viaje. Al otro lado de la vía estaba la casa de los abuelos de
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Bayona, Daniel y Fabiana. Esta casa, precioso ejemplar de arquitectura popular marinera, cerraba un lado de la Plaza de la Fruta, que con ese nombre se conocía en aquella época la Plaza Pedro de Castro. De aquella no se había colocado en el centro de la plaza el monumento a “La Pinta”, y esta casa sencilla enfrentada a la solemne arquitectura de piedra de la Casa del Deán, creaban un contraste ciertamente interesante. >>
Baiona, años cincuenta. Terraza del “Bar Blanco”. En el piso superior encontramos el balcón de “la casa de Baiona”. Enfrente estaba situada la llegada del tranvía Vigo-Baiona.
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La familia de la Ramallosa <<En los años cuarenta, cuando yo estudiaba el bachillerato en el Colegio Labor -cuenta Gonzalo-, mi primo Alvarito estaba interno en los Jesuitas de Vigo, e iba dos o tres cursos más adelantado que yo. Los domingos, papá y yo cogíamos el tranvía de Los Caños, y pasábamos a recogerlo para que comiera con nosotros en casa. Quizás por corresponder, mis tíos de La Ramallosa me invitaban a pasar unos días con ellos en el verano. Siempre fue una familia muy cumplida. >> <<Aquello suponía un cambio notable para un niño de ciudad. Era pasar a vivir en un ambiente casi rural, por así decir; con una nueva familia a la que adaptarse, nuevos amigos que conocer, nuevos juegos que practicar, nuevos escenarios que disfrutar. >> <<No había cosas extraordinarias que hacer y las normales eran casi rutinarias. En la pequeña placita de cemento a la entrada del puente romano -delante del antiguo “Bar Galicia”- jugábamos al fútbol muchos más chiquillos que los que cabían en aquel espacio. >> <<En el estuario del río Miñor andábamos a la caza y captura de la miñoca, para luego ir a pescar; y como este safari tenía que hacerse con la marea baja y meter los pies en el lodo -negro, pegajoso y blandengue-, a mí me daba un repelús difícil de disimular. Luego íbamos al puente romano, e insertábamos la pobre miñoca viva en un anzuelo, para tratar de pescar algo; cosas ambas que se me daban muy mal, para desesperación de Alvarito que no entendía que fuera tan torpe, aunque lo encajaba con una paciencia sin límites, porque para él la pesca era su deporte favorito. >>
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A Ramallosa, años cuarenta. “A Ponte Vella”.
<<Según como estuviera la marea, alta o baja, nos bañábamos en el río o en Playa América. Yo, usuario habitual de Samil, prefería el río porque pasaba transparente por debajo de los puentes, y podía tirarme de cabeza desde la rampa que allí había. En cambio, a Playa América había que ir andando, en tranvía, o en bicicleta, que por cierto tampoco se me daba muy bien. >> <<Por las tardes, el grupo se reunía en la placita futbolera a contar batallitas. Recuerdo que uno de los chicos era hijo del cartero, que tenía su cartería en una tienda que había al final del pueblo subiendo por la carretera de Vigo, y recuerdo también que todas las mañanas íbamos Alvarito y yo hasta allí para recoger el correo y el periódico. El primer día que subí sólo sentí que ya me había integrado del todo en el pueblo. >> <<Otro de los chicos era el hijo del dueño del comercio de tejidos y cosas por el estilo, que estaba en el cruce de las carreteras de Bayona y Gondomar, delante de la casa de mis tíos; era el mayor del grupo y fardaba con nosotros de sus primeros escarceos con las mozas. >>
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<<Al anochecer íbamos a los alrededores de la capilla de San Campio a tirarle jerseys a los murciélagos que a esa hora salían de caza, para ver cómo los esquivaban con aquel radar natural que tenían instalado en su pequeño cerebro. >> <<Como era norma en la época, la pandilla era machista; las chicas que conocíamos eran amigas de mi prima Ángeles: la de la farmacia, a la entrada del puente nuevo; las hijas de Fontán, ex alcalde de Vigo, que vivían en la acera de enfrente. Había también un grupo de chicas de una familia de Madrid que veraneaba en La Romana, cuyo nombre no recuerdo… >>
A Ramallosa, años cuarenta. La casa de las tías. (Foto Alar).
<<En aquella casa de La Ramallosa los niños dormían la siesta, y para que se nos hiciera más llevadera, Alvarito y yo dormíamos en la misma habitación, lo que aprovechaba “Vari” para decirme que los mejores jugadores del
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Celta era del Valle Miñor: Alvarito, Nolete y Hermidita que iban en tranvía a Balaídos los dos días semanales de entrenamiento y cuando tenían que viajar para jugar por España adelante. >> <<Los domingos y días de precepto me vestía de punta en blanco, con pantalón corto y medias de lana hasta la rodilla -entonces los niños no se ponían pantalón largo hasta los 15-16 años, todo un acontecimiento en ese momento-. La tía Sara me ponía de ejemplo delante de Álvaro, con gran vergüenza por mi parte. >> <<De aquellos veranos de La Ramallosa hay dos cosas que nunca he olvidado. La primera fue en el año 1948 en el que el Celta llegó a jugar su primera final de la Copa del Generalísimo -hoy Copa del Rey, claro-. La final fue precedida de una semifinal con el Español en la que hubo que jugar cuatro partidos y dos prórrogas para saber quién iba a ser el finalista: el partido de ida, el de vuelta y dos partidos de desempate en Madrid, porque todavía no se había inventado eso de los penaltis ni la televisión daba el coñazo. Las eliminatorias se decidían en el campo, como debe ser, jugando los partidos que hiciera falta. Como consecuencia, el Celta llegó agotado a la final, donde, para colmo, Arza, interior del Sevilla que más adelante sería entrenador del Celta, lesionó a nuestro portero Simón en una salida a los pies -alevosamente, decíamos los celtistas-; y como tampoco se habían inventado las sustituciones, fue Alonso -lateral izquierdo de aquella legendaria selección de Brasil- el que se puso de portero. Siempre he pensado que lo eligieron porque era el más bajo de un equipo que tenía el portero más bajito de España -pero también el más valiente y el mejor estratega del área-. El caso es que el Sevilla nos ganó 4-1 y el Celta, con nueve jugadores sobre el campo y alguno cojeando, tuvo que dar la vuelta a Chamartín como premio a su esfuerzo y en desagravio, al pa-
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recer, por algunas decisiones arbitrales realmente arbitrarias -como debe ser-. >> <<Pues bien, los partidos de la semifinal y la final los seguimos por la radio en la cartería. La tele era sólo un trasto que aparecía en algunas películas americanas de aquellas que se llamaban de “teléfonos blancos”, es decir, comedias de gente pija. >> <<El otro acontecimiento que viví en La Ramallosa fue la muerte de Manolete en 1947. Manolete era un torero tan carismático y, para entendernos, tan mediático que llegaba a alcanzar popularidad en zonas donde el toreo era como las carreras ciclistas: se conocía de oídas. Pero las gafas de Manolete, el coche de Manolete, la novia de Manolete… eran tan famosas como es hoy el peinado de Cristiano Ronaldo. Por entonces todo el mundo cantaba un pasodoble que decía: “Manolete, Manolete, si no sabes torear p’a que te metes…”, que se trataba de la interpretación popular de un estilo nuevo de torear, entre místico y estoico. >> <<Un día estábamos jugando al fútbol en la placita y uno de los chicos llegó gritando: ”¡Murió Manolete!”, lo que nos llevó a todos -¡unos críos!- a pegar el oído a la radio para saber que un toro llamado “Islero” le había matado en Linares. >> <<Pero lo verdaderamente importante de aquellos días, lo que recuerdo con más fuerza y con feliz melancolía, era nuestra familia de La Ramallosa: el tío Álvaro -hermano mayor de mi padre-, la tía Sara, y sus hijos Alvarito -“Vari”y Ángeles -“Piru”-. Era una familia realmente encantadora, con dos características fundamentales: su deliciosa urbanidad y su humor indesmayable. >> <<He elegido la palabra urbanidad con toda intención, porque es una palabra en desuso que indica un saber estar y un comportamiento en todo momento, ser educado en
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cualquier circunstancia. En casa del tío Álvaro y de la tía Sara, esta virtud se ejercía con una naturalidad extrema, sin la mínima tensión, como si se estuviera disfrutando de esa manera de vivir, incluso cuando había que hacerle una visita protocolaria al médico y a su “sofisticada” mujer, o al pesadísimo párroco de Santa Cristina. Le achaco el mérito a la tía Sara, que sin duda contaba con la bondadosa complacencia del tío Álvaro -¿estaba la bondad de los Rey Alar en su ADN?-. Aquella casa era la afabilidad y la tranquilidad personificadas, sin que ello supusiera una carga para los más pequeños; aunque nuestra tendencia veraniega a vivir siempre fuera de casa nos impidiera disfrutarla más que esporádicamente. >>
A Ramallosa, años treinta. La tía Elisa.
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<<En cuanto al humor, el caso era sorprendente, porque se ejercía por todo los miembros de la familia, incluida Elisa, una hermana de la tía Sara, y Pepa, una prima de las tías, que vivía con ellos. Y era sorprendente también porque se trataba de un humor casi subliminal, nada explosivo, nada fulminante; era algo que se deslizaba en medio de la conversación casi sin sentirlo, hasta el punto de que había que estar pendiente de la ceja derecha del tío Álvaro -¿lo hacía mi padre también?-, o de Alvarito, o de un brillo en la mirada de la tía Sara o de Ángeles, para saber que algún comentario, alguna historia más o menos pequeña, nunca un chiste, eran pasados por el filtro de un humor que era como una bendición. >>
A Ramallosa, años treinta. Pepa, prima de las tías Sara y Elisa.
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<<Cómo el tío Álvaro contaba cuando él y sus hermanos iban de pesca al río con la marea baja, y se ponían en fila india con las piernas abiertas para que los primeros hicieran pasar los peces entre las piernas de la fila, y el último le atizara con un pincho; o cuando relataba cómo en la tienda de tejidos del otro lado de la carretera, un día el dueño pescó un ratón en una estantería y lo puso sobre el mostrador diciendo: ”alá vai o rato”, poniendo a la clientela femenina al borde del colapso; o cuando Alvarito contaba que un día, en el cine de Sabarís, salió el encargado diciendo ”suspéndese a película porque se escaralló o proyector”. >>
A Ramallosa, años cuarenta. El primo Alvarito, mi hermano Gonzalito, y las primas Ángeles e Isabelita.
<<Decir una especie de taco en casa de mis tíos sólo era posible a menos que pasara por su filtro humorístico.
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Contadas por la familia de La Ramallosa, aquellas historias eran como un anticipo de Cunqueiro. Cuando Ángeles contaba alguna historia pintoresca de alguna persona conocida, sabía hacerlo con estilo, sin recochineo, descubriendo su lado desenfadado, tanto más respetuoso cuanto más apreciada era la persona citada. Los que hemos tenido más contacto con Alvarito sabemos muy bien a qué me estoy refiriendo. >> <<Eran una delicia aquellos días del verano en la casa de La Ramallosa. Ir con ellos a la viña que tenían en lo alto de la cuesta de la carretera de Vigo resultaba como una excursión a la Rioja. Allí aprendí a apreciar el vino del Rosal -que no bebía, por supuesto- y su aguja -misteriosa palabra-. Alguna vez íbamos a Monte Lourido, donde tenían alguna finca, y donde todavía se podían ver las trincheras de las baterías de costa de la guerra -no sé muy bien de cuál-. >> <<Y ya no digamos cuando decidieron aprovechar la planta baja para poner una especie de bazar. Aquel verano mi visita coincidió con las obras de acondicionamiento del local: mostradores, estanterías, etc.; un trabajo de carpintería que me tenía fascinado, con aquellas herramientas tan extrañas, capaces de hacer maravillas en la madera. Los domingos venían desde Bayona el tío Aurelio y la tía Isabel, expertos y veteranos comerciantes, y en la galería del primer piso aconsejaban sobre las gestiones pertinentes, ayudaban con las mercancías a ofrecer, daban referencias de los proveedores… Un día se dedicaron a ponerle nombre a la tienda y acabaron eligiendo “La Espuma”, porque, decía el tío Álvaro: “O esto sube como la espuma o se convierte en aire como la espuma”. La realidad es que les fue muy bien hasta que Ángeles se cansó y decidió traspasar el local a un banco, con lo que una vez más se demostró que aquel saber estar y aquel humor estuvieron siempre acompañados de una certera gestión del patrimonio familiar. >>
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<<Más adelante, mucho después de morir los tíos Álvaro y Sara, echaron la casa abajo e hicieron una nueva. Aquella referencia de mis veranos y de mis viajes a Bayona desapareció; pero esa pérdida no podrá borrar nunca las muchas horas felices que pasé en aquel lugar, al amparo de aquella familia extraordinaria. >>
La nueva casa de A Ramallosa, con “La Espuma” reformada y ampliada.
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Repentinamente, nos hemos quedado sin los recuerdos que mi hermano conservaba de Baiona y sus veranos. “Ya los tengo ordenadas in mente. Te los envío la próxima semana”. No fue posible, se los llevó con él a los cielos. Unos días después de aquel encuentro, fallecía tras una rápida enfermedad. Sucedía el lunes, doce de noviembre, una semana antes de cumplir los setenta y siete años.
Gonzalo Rey Lama.
Nos ha llenado de tristeza a todos: familiares, amigos y conocidos. Recién jubilado, ya podía disfrutar sin prisas de su tiempo, dedicándolo por entero a sus múltiples aficiones e inquietudes. Estaría a punto de escribir algún libro -tal vez sobre nuestro padre, Gonzalo Rey Alar-, de incrementar sus columnas en “El Correo Gallego”, de reforzar su colaboración
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con los salesianos, de renovar sus proyectos en la Asociación Española de las “Casas Museos” -organismo que presidía desde su época de secretario de “La casa de Rosalía”-, con las publicaciones nacionales sobre rehabilitación… Desde su gestión en la constructora Neorsa, estaba considerado como el mejor restaurador de monumentos históricos de la región… En una entrevista reciente en TVG, declaraba: “Trabajamos en la mayoría de los conventos y monasterios gallegos... En Santiago estuvimos rehabilitando múltiples zonas de la catedral durante veintitrés años ininterrumpidos… Pero me quedó una espina: la catedral de Lugo…”. Gonzalo impulsó numerosas actividades culturales, y formó parte del Consello da Cultura Galega. Participó activamente en la preparación de las tres visitas papales a Compostela: las de Juan Pablo II en 1982 y 1989, y la de Benedicto XVI en 2010. Tuvo la oportunidad de saludar a ambos pontífices, e incluso llegó a celebrar una audiencia especial con el papa Benedicto. Es posible que Gonzalo estuviera preparando un libro sobre estos acontecimientos, que dejaron huella en su vida, constituyendo para él experiencias inolvidables. Pero a pesar de sus múltiples actividades laborales, culturales, deportivas, religiosas… de su alejamiento en Santiago… de las obligaciones familiares que conllevan cinco hijos… mi hermano Gonzalo siempre guardó Baiona en su sentimiento. La Real, Noble y Leal Villa pierde un amante fiel…
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II. Los viejos marineros.
En los veranos, cuando ya había rebasado de largo la treintena de años, una de las cosas que más me fascinaba era charlar con los marineros. Me contaban sus andanzas, sus experiencias, sus idas y venidas, embarques aquí y allá, algún naufragio… Rememoraban aquellas vidas intensas, repletas de riesgos y emociones, de un esfuerzo físico imponente… y lo contaban todo con una naturalidad sorprendente, como si nada fuera de lo normal hubiese sucedido. Los escuchaba, y la admiración y el asombro me embargaban al conocer de su viva voz la grandeza de su trabajo. Hombres de apariencia tan modesta, de escasos estudios, de expresión torpe… y dueños en cambio, cada uno de ellos, de una vida auténticamente novelesca. Reservados, distantes, tímidos con los desconocidos, poco dados a compartir demasiados detalles de su oficio… “Xa sabes cómo son. Collen cen capachos e din que non colleron nada”, dicen los unos de los otros. Intuyo que prefieren salvaguardar ciertos secretos de profesión, sea por los motivos que sea. Nunca cumplí con el reto que me planteaba todos los veranos: embarcarme con ellos un par de días, salir a faenar en la pesca de bajura, y observar de cerca los movimientos, el arte de la pesca, la crudeza del mar, el esfuerzo… No tuve valor, y mis deseos se quedaron en nada. Y en cierto modo hasta me da vergüenza pensar en los doce, trece años que tenían muchos de ellos cuando se enrolaron, mientras yo, de mayor, no reuní el arrojo suficiente para conocer in situ algo del oficio.
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Me impresionan estos veteranos de la mar que han surcado todos los océanos del mundo. Al bacalao en Terranova, a la merluza en Sudáfrica, a la pota y al calamar en Boston, á ardora en las costas portuguesas, al atún en el Cantábrico… a las Malvinas, a Marruecos… al pez espada en Chile… al camarón en Islandia… Nos sentamos en cualquiera de las entrañables tascas del casco viejo, y al sabor de unas tazas de ribeiro, van dando rienda suelta a sus recuerdos más lejanos. Y charlamos… ellos son los que charlan… Yo escucho.
Baiona, 1924. El muelle era de madera en su tramo final. Atracado, el “Carmiña”, un velero mercante de tres mástiles propiedad de los Barreiro; fondeado, otro de dos. La fuerza del viento todavía empujaba los barcos en aquellos años. El motor estaba a punto de desplazar a las velas.
Lito, un veterano marinero ya retirado, recuerda a Baiona en los años cincuenta, con su bahía plagada de barcos pesqueros a ambos lados del viejo muelle de madera. - Por los bajos del muelle -me cuenta- había unas nécoras gigantescas… y nadie las quería. Ni tampoco la
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merluza. Íbamos “al cerco” más allá de las Illas Cíes, a la sardina, al jurel, a la caballa… y siempre venía alguna merluza en medio de las redes. Se desechaban, y los rapaces, antes de tirarlas, las ofrecíamos por lo que nos dieran, y hacíamos peto para las chiquitas.
Años cuarenta. El viejo muelle de madera de Baiona.
Los niños baioneses se incorporaban a la pesca en edad temprana: doce, trece, como mucho con catorce años. Unos lo hacían en las lanchas o en los barcos de la familia, y los más, se embarcaban como simples aprendices de marineros con unos cuantos reales de sueldo, o incluso sin nada. Eran las costumbres. Los rapaces iban familiarizándose pronto con la que sería su profesión. - ¿Sabes por qué mi padre era tan buen cocinero? me cuenta una amiga, de la familia de los Caringa- Porque un día, con doce años, se escondió en el barco de su padre para ir a pescar. Descubierto, cuando ya no podían devolverlo a tierra, el padre lo mandó a la cocina. Lo hacía por miedo a que cayese al mar... Allí aprendió a cocinar.
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<<Ya ves, los niños de Baiona no tenían otra opción que ser pescadores, pero mi padre, hijo de armador con posibles para que estudiara o eligiera otra profesión, pudo optar por otra forma de vida. Lo llevaba en la sangre, igual que sus antepasados, e igual que su padre, que iba de patrón al mando de su propio barco. >> Un viejo marinero me cuenta que antes ni tenían seguridad social. En una ocasión, embarcado con los Naveira, se cortó un dedo con una espada, cerca de Las Palmas, cuando ya regresaban de la campaña en Boston. Tardaron tres días en llegar a Baiona y estuvo a punto de perder el dedo. Nada más atracar, lo llevaron al Hospital Xeral de Vigo con la cartilla de un compañero que sí estaba asegurado, y allí se lo salvaron. El armador le preguntó al doctor si conocía el “Restaurante Naveira” en Baiona, y sin esperar respuesta, lo invitó a él y a su familia a cenar cuando quisieran. Y así se iba resolviendo todo…
Baiona, principios de siglo XX. Los viejos lanchones de bajura, impulsados a vela y a remos, llegando de sus faenas. Pronto aparecerían los barcos a vapor.
<<El patrón nos pagaba tres “patacones” de mala muerte, y en cambio, cuando llegábamos a Las Palmas de re-
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greso de la “marea” -íbamos a la pota y al calamar-, nos mandaba a todos a dormir a un hotel en la noche en la que permanecíamos en puerto. Ya ves, agarrado para unas cosas, y espléndido para otras. Andaba siempre con un buen fajo de billetes en el bolsillo. >>
Carmen, pescantina, hija de “Chiriví”, sube la rampa con la patela bien cargada de robalizas. Se dirige a la lonja para venderlas… si es que por el camino no aparece algún comprador.
<< ¡Buenos percebes! -me decía Suso, delante de un escaparate de un conocido restaurante de Baiona-. Y ya ves, en los años cuarenta la gente de Baredo los usaba como abono para los campos. Tanto los percebes como los pequeños mejillones pegados a las rocas. Ésos que ahora cogen para criar en las mejilloneras. >> <<Mi mayor felicidad de niño era ir a pasar el fin de semana con el abuelo. A las cuatro de la mañana salíamos de pesca en su barco. Tenía nueve años, y cuando hacía un poco de mar, me metía en el puente para resguardarme de las olas. Yo tenía verdadera afición por la pesca, pero mis padres me desaconsejaron esta profesión… Con dieciocho años me fui a Madrid a buscarme la vida... >>
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Quico y Lito empezaron a pescar a los trece años; a esa edad, Antonio ya iba a Terranova al bacalao; Feluco, el hijo de “Charlot”, salía a la mar con el abuelo a los doce… Lito llegó hasta Boston en la campaña de la pota y del calamar, pero iba de cocinero. <<Ganábamos buen dinero, pero estábamos de seis a ocho meses en la mar. Llenábamos el barco y desembarcábamos la pesca en la isla francesa de Saint Pierre et Miquelon. Volvíamos a Boston, pescábamos hasta llenar, desembarcábamos de nuevo, y otra vez a Boston. A la tercera vez ya volvíamos a casa. Teníamos un sueldo pequeño, y el dinero importante lo ganábamos por las capturas. Cada campaña nos reportaba entre 200.000 y 300.000 pesetas. Así hice mi casa, que por entonces ya me costó 900.000 pesetas. >>
Baiona, años sesenta. El “Cachalote”, de Nartallo, patroneado por el baionés Manolo “O Marejada”.
<<Después, una semana en casa… y a la mar de nuevo. >>
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<<La temporada de la sardina empezaba en agosto y terminaba en diciembre -me cuenta Fernando- Desde Baiona salían los barcos rumbo a la costa portuguesa, y regresaban en el mismo día. En todo caso, llevábamos víveres para un par de jornadas por si no hubiese pesca y tuviésemos que quedarnos… y más de una vez nos quedamos… y más de una vez nos acercamos a la costa para reponer la despensa… >> Fernando me confiesa que el mar no era lo suyo, que no le gustaba. Probó varias veces, y al final encontró su vocación y su oficio en el taller de bicicletas.
Recogiendo las redes, con abundante captura de sardina.
<<Durante la Guerra Civil -comenta Feluco-, mi padre había sido chófer de un general, y recordaba la requisa de un automóvil que habían dejado escondido en un galpón de Zamora. Al acabar la guerra, y normalizarse la vida de Baiona, se le ocurrió ponerle motor a mi lancha -papá no era pescador-, y sin dudarlo un momento, cogió su coche y allá nos fuimos a rescatar el motor del Mercedes abandonado… Después de unas cuantas chapuzas, salí de pesca con la barca motorizada. >>
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<<Estuve trabajando siete años en Holanda, primero en una fábrica de aparatos marinos, y luego en un astillero. Mi mujer trabajaba en una fábrica de bolsos, pero cogió una enfermedad grave, y el médico nos recomendó regresar a España en busca de un clima más propicio para su recuperación. >> Le pregunté si no había echado de menos la pesca durante aquellos años, y me hizo un gesto de asentimiento bastante esclarecedor. “Sí… pero uno se acostumbra a todo. Además, como andaba entre barcos y con el mar cerca… me servían de consuelo” <<Gané mucho dinero cuando volví a Baiona. Salía a la almeja por una zona de A Concheira que conocía bien. Una almeja grande y blanca, tan limpia que no necesitaba ni lavado. Cada día llegaba con cuatro o cinco capachos repletos, es decir, entre veinte y treinta mil pesetas. En poco tiempo hice la casa donde vivo. >> <<En una ocasión, un primo mío me pidió prestadas ciento cincuenta mil pesetas. “Espera unos días, y ya las tienes.” Una semana de pesca y asunto resuelto. >> <<Luego me denunciaron, y la Comandancia de Marina me multó con veinticinco mil pesetas. Yo me peleaba con el comandante, argumentándole que no estaba prohibido coger almeja, y que además iba a morir en el mar sin beneficio para nadie. Ni caso, tuve que pagar. “O cabrón tíñame que foder… e fodeume.” Pero eso no podía quedar así, de manera que llamé a Valcárcel, un abogado de Madrid al que le cuidaba el yate durante el invierno. Le conté lo que sucedía, y me dijo que ya se encargaba. Al cabo de unos días me mandó ir a la Comandancia de Vigo, volví a exponer el caso, y allí me dieron una carta para el comandante de Baiona. Aún me puso pegas… pero al final o fillo de puta tuvo que dar orden a la Caja para que me devolvieran las veinticinco mil pesetas. >>
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<<Antes de emigrar a Holanda -continúa Feluco-, estuve embarcado con Vieira en Sudáfrica, en la campaña de la merluza. Fui de cocinero. Éramos treinta y tres tripulantes en el barco, a tres comidas al día, tenía que hacer un total de noventa y nueve comidas diarias. Me ayudaban un pinche y un camarero. >>
“Nuevo Antonio Vieira” de Vigo, saliendo a faenar “al palangre”.
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Entre 1950 y 1970, Baiona contaba con varios armadores de renombre: los Caringa, los Maciel, los Naveira, los Canero, los Almuíña, los Florente, los Nartallo… Con ellos andaban enrolados la mitad de los baioneses. Había trabajo para todos, y la villa iba viviendo con cierta holgura. Cuando los patriarcas de aquellas familias de armadores hubieron de retirarse, las siguientes generaciones no quisieron continuar en el sector, y la flota de Baiona fue menguando de forma considerable. Los marineros baioneses empezaron a enrolarse en los barcos de Vigo y de Bouzas: Vieira, Freire, los Veiga, Mar, Puerta, Pescanova, Macalla… Muchos se fueron al País Vasco, y en Baiona sólo quedaron las pequeñas lanchas a motor, conocidas por planeadoras, y las viejas gamelas de remos, provistas ahora de “motor fuera de borda”.
Baiona, 2010. Una planeadora de las de ahora, de las del siglo XXI. Parece que trae buena pesca en razón al enorme grupo de gaviotas que la rodean. (Foto Isabel Rey Vilar).
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<<Empecé a los trece años en la gamela de mi padre -cuenta Ricardo, otro veterano marinero-, y después me embarqué con el abuelo. Aún no me daban cartilla de marinero, y tuve que ir con un permiso firmado por mi padre. >> <<Las condiciones de trabajo eran tremendas. En Marruecos, con el calor que hacía, el patrón no nos dejaba ni lavarnos para no gastar la reserva de agua. No había aseos, de manera que ya te puedes imaginar cómo hacíamos nuestras necesidades, por la borda. >> <<Estábamos unos quince días. Íbamos a la merluza, y la pesca se descargaba en Algeciras, el puerto más cercano. Repetíamos la operación tres veces antes de regresar a Baiona. >> <<Al bonito se iba al Cantábrico, y a veces llegábamos hasta Irlanda. Para la pesca de palangre utilizábamos varas de eucalipto de más quince metros, con cuatro liñas colgando, y como carnada se ponían hojas de maíz muy blancas. Cada marinero llevaba una cuerda enrollada al brazo controlando la vara. Comíamos cuatro en una palangana sobre cubierta. Cuando picaban, la comida salía por el aire y a recoger. >>
1945. Caldeirada a bordo. (Del libro “CO SAL NAS MANS”).
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<<La mejor hora para pescar el bonito era de cinco a nueve de la mañana, o amanexo, y por la tarde, de siete a diez, o axexo. Si el mar estaba en calma dormíamos en la cubierta. >>
1945. Durmiendo en la proa con buen tiempo. (Del libro “CO SAL NAS MANS”).
<<”¡Hombres de hierro en barcos de madera!”, nos decían en Irlanda cuando atracábamos en sus puertos para reponer víveres y combustible, o para resguardarnos de los frecuentes temporales que azotaban la zona. >> <<Echábamos cerca de un mes en el Gran Sol, y la pesca era extremadamente dura, de sol a sol. Allí, en el verano, las jornadas sólo tienen tres horas de noche. >> Miguel, otro marinero, me contaba que los hombres de mar conocían muy bien su oficio: empatar, alistir, encarnar, largar y levantar el aparejo… <<Para ser “home de a bordo”, el rapaz debía ser diestro en todas estas habilidades. En caso contrario su propia integridad física podría correr peligro. Con solo el peso del aparejo al caer en la mar sería suficiente para arrancarle un brazo a cualquier marinero imprudente. >>
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Las dos varas de popa son de eucalipto y miden más de quince metros. Las de proa, miden la mitad. También se llevaban una a babor y otra a estribor. (Del libro “CO SAL NAS MANS”).
Cada armador pintaba la chimenea de unos colores determinados, por lo cual incluso en alta mar era sencillo identificar a cada barco. Algunos también llevaban pintada una bandera en el remate final de la chimenea. Los baioneses siempre fueron muy dados a buscar motes para todo, y los barcos, en muchas ocasiones, tampoco se libraron de la costumbre. << ¿Sabes por qué al barco de mi tío le llamaban “Fumanchú”? -me comenta una sobrina- El verdadero nombre era “Ángel Vilar”. Cuentan los mayores que en aquellos primeros años del Cine Avenida en Baiona, proyectaban una película de Fu Manchú. Era un personaje de ficción, chino, perverso, de los bajos fondos, que odiaba a los blancos… y de plena actualidad en la villa por su maldad. >> <<Como el “Ángel Vilar” no acababa de llegar del astillero, los marineros, sin poder salir a pescar y desesperados por la espera, le pusieron el apodo del malvado personaje del cine. >>
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El “Ángel Vilar” de Baiona, más conocido por “Fumanchú”. Entre los pescadores, izando el aparejo, se encuentran Policarpo “O Caringa” y su hermano Carlos “O Caringa”, propietarios del barco. (Fotografía del libro “Co sal nas mans”).
Baiona, años cincuenta. Xurelo a esgalla.
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<<Salí a la mar con trece años -cuenta Antonio-. No me daban aún la cartilla y tuve que salir con un permiso especial de mi padre. Me embarqué en el “Pedreña”, un barco de Santander, y fuimos a Terranova al bacalao.”
Terranova, 1954. Embarcados en el “Pedreña”. Antonio, el segundo por la izquierda, junto a otros marineros gallegos. El segundo por la derecha es su tío, Pepe “O Aragón”. (Archivo A. Pérez).
<<En la pesca de bajura estuve en varios barcos de Baiona: el “Maciel”, el “Filomena”, el “María Eva”, el “Julio Bueno”, el “Río Miñor”, el “Rompeolas”… >> <<En Cádiz embarqué en el “J. Veiga”, que era de unos armadores de Bouzas. En Vigo me enrolé en el “Mar Once”, en el “Altamar”, en el “Vimianzo”, éste de mil toneladas y uno de los primeros congeladores de España, y en el “Rosendo Davila”, un barco de Manolito Freire de mil quinientas toneladas. >> <<Con estos barcos de Vigo, íbamos a Sudáfrica a la merluza. Hacíamos unas campañas de nueve o diez meses. Llenábamos el congelador, y descargábamos en Ciudad del Cabo. Otra vez a la mar, vuelta a pescar hasta llenar el barco, y nueva descarga. Así, durante toda la campaña. >>
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Ciudad del Cabo, 1965. El “Vimianzo” descarga de más de veinte toneladas de pesca. Había sido la captura de dos horas “al arrastre”. (Archivo A. Pérez).
Ciudad del Cabo, 1965. Antonio, su hermano José y un compañero del “Vimianzo”, con compras de un gran almacén de la ciudad. (Archivo A. Pérez).
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Sudafrica, 1967. El “Vimianzo”, en plena faena. (Archivo A. Pérez).
Octubre, 1967. Atravesando el Ecuador camino de Sudáfrica en el “Rosendo Davila”. Antonio, que iba de camarero, con los jefes de máquinas. (Archivo A. Pérez).
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<<Ya ves -continúa Antonio-, empecé de marinero cuando era un niño, pero en cambio me retiré muy pronto… con treinta años, en 1972. Luego aún estuve embarcado un año en un petrolero de Campsa. >> <<Tucho Liboreiro, a quien tú conoces, me buscó un puesto en Frigoríficos Berbés, y ahí me jubilé. >>
La última cartilla de Antonio.
Embarques de Antonio en el “Maciel” en 1959, y en el “María Eva” en 1960.
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Terranova. Campaña del bacalao. (Del libro “CO SAL NAS MANS”.)
<<En una ocasión fuimos hasta Islandia a la pesca del camarón -me cuenta Lito-. Estábamos rodeados de montañas completamente nevadas. Se desprendían avalanchas de nieve por las laderas, precipitándose con estrépito sobre el mar. No volvimos; no resultaba demasiado rentable. >> <<Otra vez, regresando de pescar merluza “a la volanta” más allá de las Illas Cíes, en el “Día”, del armador José Puerta -sigue contando Lito-, me avisa un aprendiz, muy alarmado, de que el camarote estaba inundado. Me acercó a comprobarlo, llamamos al patrón, y éste, alertado ante la posible vía de agua, solicita ayuda por radio. No llegó nadie en nuestro auxilio, y vinimos achicando agua todo el camino. Conseguimos llegar a Vigo, y fuimos directos al varadero de Guixar. >> <<De entrada, nuestro patrón tuvo una tremenda “agarrada” con el jefe del varadero, que le acusaba de arrimarse demasiado a las rocas y provocar el grave contratiempo. Estuvieron a punto de llegar a las manos. >> <<Se comprobó después que la vía de agua fue provocada por un pez espada, que había embestido contra el barco, clavando su espada en el casco de madera. >>
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Baiona, años sesenta. El “Día” de Vigo, del armador José Puerta. Su tripulación estaba compuesta en su totalidad por marineros baioneses. En la cabina: Tino, “O Buzo” y Lucho. Delante, Arsenio. (Archivo J.M. Fernández).
El “Día”, atracado en el puerto de Baiona.
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En el “Día”, 1967. Durante una marea a la merluza en Marruecos, se prepara un cabrito para una comida de fiesta. Entre otros: Guillermo, Arsenio, Lucho, Nardo, Cuquito, Pepe “Capelán”, Lito “O de Piño”, Nando “Belán”, Neno “O de O Burgo”…
En el “Día”, 1967. Lucho y su hermano Nardo, el cocinero, sostienen el manjar. Pepe “Capelán” observa detrás. (Archivo J.M. Fernández).
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En el “Día”, 1967. Entre otros, Pepe “Capelán”, Cuquito, Chuco, Ángel “O de Xosé”, el señor Emilio “O Bolas”… (Archivo J.M. Fernández).
En el “Día”, 1967. Pepe “Capelán”, Eulogio “Galán”, Tino y Tonio “O de Xosé”.
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Alguien me cuenta que se ha pescado tanto, tanto, tanto… por las aguas próximas a Baiona, que muchas especies de la pesca de bajura se han quedado casi esquilmadas. “Pescado siempre hay, pero no como antes”, me comenta el viejo marinero.
Años cincuenta. El “Jesús Vilar”” de Baiona, llegando a puerto cargado de sardina y jurel. (Archivo Familia Vilar).
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<<Cuando salíamos a pescar “al arrastre”, cogíamos toda clase de pescado: fanecas, rayas, marucas, rubios, congrios, maragotas, beretes… Si el arrastre no pasaba era porque encontraba alguna roca, pero si no se enganchaba en nada -el mar de escoso como decían los viejos marineros-, largabas el aparejo y lo subías lleno de peixe. >>
El barco, lleno de pescado, dispuesto para la descarga. (De “CO SAL NAS MANS”).
<<Los armadores abusaron mucho de nosotros cuenta otro viejo “lobo de mar”- Ellos se quedaban con más de la mitad del valor de la pesca, y a los marineros nos daban el resto para repartir entre todos. Pero antes, nos descontaban los víveres, el importe del combustible, una cantidad fija para ir pagando los aparejos…; al poco se compraba una sonda, y nos descontaban otra cantidad fija para ir amortizándola…; más adelante se compró el radar, y venga a descontar… Y así siempre… >>
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<<Y no podías quejarte, porque prescindían de ti al día siguiente… y en Baiona ya nadie te contrataba. Muchos se embarcaron en Vigo, otros se fueron con los vascos… >>
Baiona, 1948. El “Nartallo”, preparado para salir á ardora.
<<Yo navegué en el “Nartallo”, en 1948 -me cuenta Ventura, asiduo compañero de fútbol en la Praia de A Barbeira-. Después en el “Ballenato”, en 1953, y en el “Canero” en los años sesenta. Estos dos ya eran barcos de mi familia. Iba de maquinista y fui de los primeros en manejar la “sonda”. No tenía ni veinte años. Al principio sufría el acoso de los mayores, que no se fiaban para nada de los nuevos inventos… ni de mí. Llegaba un momento que me hacían dudar: “¡Rapaz, imos perder o aparello!”, “¡Mira ben o que fas!”… me gritaban con muy malos modos. En aquellos tiempos, a los marineros veteranos se les guardaba mucho respeto, y cuando te reñían, callabas. >> <<Izábamos la red, y cuando empezamos a utilizar la “sonda”, de tan pesada que venía, nos hacía pensar en lo peor… pero es que subía repleta de pescado… “Moi ben, fillo. ¡O fixeches ben, eh!”, me reconocían entonces con admiración. >>
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1962. El “Canero” de Baiona sale a faenar rumbo a Marruecos.
<<Al “Canero” le instalamos la máquina a vapor del “Ballenato”, y solíamos ir a Marruecos a la merluza. Echábamos unos dos meses, y las descargas las hacíamos en Algeciras. Pescábamos a la altura de Rabat, Agadir… Íbamos trece o catorce marineros, y a veces nos acompañaba don Domingo, un cura del Apostolado del Mar. >>
Marruecos, 1964. El “Canero”, en altamar. Ventura, Enrique, Paulino, José, Matos y “Fumeja”, preparando el aparejo. (Archivo V. Leyenda).
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1953. El “Ballenato” de Baiona llega a O Berbés de Vigo y descarga el jurel capturado en Cabo Silleiro. (Archivo V. Leyenda).
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Algeciras, 1964. El “Canero”, atracado en el puerto para la descarga de merluza. Reponiendo fuerzas a la hora del almuerzo: Ventura Leyenda, Eulogio Leyenda, Joaquinillo, Pablo Leyenda (hijo), el armador Pablo Leyenda, Quico Leyenda y “Lanina”. El armador se trasladaba desde Baiona en una furgoneta con carrocería de madera -de moda por entonces-, para controlar los precios y la marcha de la campaña. (Archivo V. Leyenda).
1963. El “Canero”. Su patrón, Quin “Canero”, sentado a la entrada de la cabina.
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Ventura Leyenda, “O Canero”, famoso “lobo de mar” baionés de la primera mitad de siglo. “El mejor patrón de su tiempo”, comenta un marinero veterano. Una enfermedad descuidada lo abatió a los cuarenta y pocos años. Fallecía en 1941. Por nada del mundo abandonaba su puesto de proa, en sus funciones de patrón.
Ventura Leyenda, “O Canero”, ejerció como patrón en el “Xarrán” y en el “Joaquín Vázquez”, de los Nartallo. Sus hijos le sucedieron en el “Ballenato” y en el “Canero”, ya de su propiedad. En la imagen de la derecha, años treinta, lo vemos sentado en el Rompeolas con su hijo “Quin”.
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1964. El “Canero”, a la merluza en Marruecos. A estribor, Ventura, Piñote y Miguel.
<<En las Islas Berlengas tuvimos que remolcar al “Almuíña”, también de Baiona. Se le averió el motor, y lo llevamos al puerto de Peniche, en Portugal, para ser reparado. >>
Las Islas Berlengas, 1964. El “Almuíña” de Baiona, arrastrado por el “Canero”.
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Marruecos, 1964. El “Canero” de Baiona. Enrique, “Cachelas” y Ventura, de espaldas, estrobando en altamar. (Archivo V. Leyenda).
Marruecos, 1964. El “Canero”. (Archivo V. Leyenda).
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Dakar, años cincuenta. Campaña del atún con el matricero vasco “Perla Marina”. Día de descanso. No todo va a ser trabajo. También llega la hora del ocio y la diversión. A la izquierda, los baioneses Carlos Mosquera y Quico Leyenda. Con ellos, compañeros de Moaña y de Euskadi. (Archivo E. Leyenda).
Baiona, 1959. El grupo acaba de regresar después de un año embarcado en el “Factoría Lugo” de Pescanova, a la campaña del atún en Ciudad del Cabo. Quico Leyenda, Suso, Pepe “Rachote”, Andrés “O Coruxeiro”, “Chucho”, Guardés, José “del Burgo” y Paulino “Chucho”. Les espera una buena comilona en A Guarda.
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<<Mi madre, contraviniendo las costumbres de Baiona -me cuenta Rafael-, no me permitió ser marinero, como mi padre. Mi abuelo era armador y patrón de su barco, y sus hijos salieron con él a la mar desde los doce o trece años. Cuando aprendieron el oficio y se hicieron mayores, le fue comprando un barco a cada uno. Mi padre tenía el suyo, y por tradición esperaba que nosotros, los hijos, nos incorporásemos a la tarea. Era un poco deshonroso para un pescador, y al mismo tiempo armador, que sus descendientes renunciasen al mar, como así sucedió. >>
Años sesenta. El “Ángel Vilar”, “el Fumanchú, amarrado en el puerto de Baiona.
<<El “Jesús Vilar” tuvo un final desgraciado, aunque afortunadamente sin víctimas. Solía ir a pescar a la costa portuguesa, y en una ocasión, regresando a casa, se vio sorprendido por el inicio de un temporal. Decidieron guarecerse en Baiona y descargar al día siguiente en Vigo. >> <<Durante la noche el temporal fue en aumento, y hasta tal punto arreció, que rompió el amarre del “Jesús Vilar”, se lo llevó al pairo, y acabó estrellado contra las rocas de Monte Lourido, y encallado finalmente en las arenas de Praia América. El barco quedó totalmente destrozado, y su valiosa pesca esparcida por toda la playa. Los vecinos del lugar tuvieron merluzas gratis durante unos días. >>
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Finales de los años cincuenta. El “Jesús Vilar”, con Policarpo Vilar como patrón, llega a Bouzas para descargar, procedente de la costa portuguesa. La captura de sardina y jurel ha sido tan abundante que navegaba algo hundido.
<<Se perdió todo: el barco y la pesca. Menos mal que no hubo víctimas personales, porque cuando se habla de un accidente grave en un barco, lo primero en que se piensa es en las pérdidas humanas. >> <<El suceso salió en toda la prensa local, dándole casi más importancia a las “capturas de merluza” de los vecinos de Nigrán que a la pérdida del barco. >> Los “Caringa”, la legendaria saga de armadores de Baiona, ponía fin a su historia cuando José Ángel Vilar González decide desguazar el “Nuevo José Ángel” en 1994. Todavía quedaban pescando los últimos “Caringa”, los hermanos Policarpo y Ángel Ramón Vilar Rodríguez, pero embarcados como patrones de distintos barcos de una armadora portuguesa y de A Guarda. Ya están retirados. El último marinero de la saga fue Ángel Ramón, “Mon”, que se jubiló en 2010.
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1967. El “Jesús Vilar”, encallado en las rocas de Monte Lourido, y finalmente en la orilla de Praia América. (Archivo Familia Vilar).
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Baiona, 1929. El flamante “Policarpo Vilar”, recién salido del astillero.
- ¿Por qué no quedan barcos de pesca en Baiona? pregunto a Rafael. - Existen varias razones de peso. La principal es que los armadores veteranos no encontraron sucesores. Los chicos, tal vez aconsejados por sus madres, algunos también por sus padres, prefirieron estudiar y prepararse para otras profesiones. El mar es muy duro, y las mujeres conocían de sobra las penurias que pasaban sus abuelos, sus padres, sus maridos… No es de extrañar que deseasen un futuro mejor para los hijos. <<Pero además llegó un momento en el que había que renovar toda la flota. Los barcos eran de vapor, y ya se imponían los de gasoil, mucho más rápidos, rentables y eficientes. >> <<Esta renovación requería de una fuerte inversión: barcos más modernos, con sonda, radio, radar, aparejos de nylon... Los viejos barcos ya estaban completamente obsoletos. >> <<Por otro lado, los gastos del barco se hacían cada vez mayores. El gasoil subía cada día, las cargas sociales
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de los marineros aumentaban, las exigencias para la pesca también… Controles, cuotas, limitación de zonas de pesca… y el pescado no subía de precio. >> <<Baiona fue perdiendo poco a poco toda la riqueza que proporcionaba la pesca: su fábrica de salazón, las dos conserveras -una de ellas con mejilloneras propias-, sus pequeños astilleros de ribera, el transporte de pescado por carretera… Y así llegó la emigración de los marineros, el desempleo de las rederas y de las empleadas en las fábricas de conservas, y en definitiva, el declive del sector… >> <<Hoy, aún operan planeadoras de bajura, que ocupan a un número significativo de baioneses, pero muy lejos de aquella Baiona cien por cien marinera. >>
Años treinta. El “Jacobito” de los Fontán, patroneado por Manuel Pedreira Alonso.
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Años sesenta. Antonio “Indio”, con un atún, en el “Juan de Alurio”, barco vasco.
En el “Almuíña”, años sesenta. Entre otros: “O Papudo”, Manolo, Enrique “Boulá”, Manolo Silva, “O Ardilla”, Dico, Penegrín, Piño, “O fillo da Gumersinda”…
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Años sesenta: dos barcos legendarios de Baiona. Ambos, propiedad del armador Florente Vázquez. En ellos embarcó la gran mayoría de los pescadores baioneses de entonces. Arriba: el “Erizana”, con más de treinta marineros a bordo. El popular Chiriví, en el centro, con boina y camisa de cuadros. Abajo: el “Pinzón”, atracado en el muelle de Baiona. Vemos, entre otros, al señor Ramón, a Negrín, a Mauricio, a Tanano, a Machinango…
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Baiona, 1969. Rachote, en el barco “Monchito”.
José Ratel Álvarez, conocido por “Rachote”, ha sido uno de los marineros más populares de Baiona. Nacido en 1908, se embarca en el “Policarpo Vilar” con catorce años, y después de cincuenta años ininterrumpidos en la mar (1922 a 1972), se retira en el “Pinzón” con sesenta y cuatro. Bien de marinero, bien de patrón, faenó en veintitrés barcos de Baiona y otros tres de Vigo. Sus viejas cartillas de marinero recogen uno por uno todos sus embarques, y parecen un recuento de los barcos de la época: “Policarpo Vilar”, “Clotilde Fernández”, “Pepe Nartallo”, “Ángel Vilar”, “Nuestra Señora de la Vega”, “Nartallo”, “Joaquín Vázquez”, “Ballenato”, “Manuel”, “Maciel”, “Gelma”, “Feluco”, “Melucha”, “Julio Bueno”, “Marina Albo”, “Carmucha” (Vigo), “Almuíña”, “Dicho-
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sa”, “Cristina”, “José Antonio”, “Monchito”, “Bernardina”, “Monte Carmelo”, “Platier” (Vigo), Mogrovedo (Vigo) y “Pinzón”.
Villa Cisneros (Sahara), 1964. El “Ángel Vilar” de “Os Caringa”, reponiendo agua dulce para la caldera. Entre otros: Miro “O da Chavoleira”, “O Curbino”, Pepe “Rachote”, “O Sacristán”, “O home da Carmela Villa”, Carlos “O Caringa”, Moncho “Boulá”, señor José, “Valjamedios”...
A Coruña, 1969. Pepe “Capelán”, Rachote y Manolo “O Barros”.
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Baiona, años sesenta. Los hermanos José y Ángel Ratel Álvarez, miembros de una larga estirpe de marineros, se saludan en el muelle, con el “Pinzón” como testigo.
José Ratel Costas, “Pepe Rachote” (Hijo).
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Algeciras, años sesenta. Marineros del “Darío”, barco de los Maciel, revisando las redes. De izquierda a derecha: Manuel, Tura, Carlos Mosquera, un compañero de Panxón, Manuel Gómez Pérez, Luis Costas González, y dos compañeros de O Burgo.
A Ribeira, 1962. Repasando las redes. De izquierda a derecha: un hermano de “O Meco”, Lorenzo Refogos, “O fillo do Xan Julió”, “O Galán”, Julio del Llano, Carlos “O Caringa”, Tito Florente, Ángel Ramón Vilar y José Luis Vilar.
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Astilleros de Portonovo, 1980. El “Nuevo Márquez”, rumbo a Baiona con sus propietarios, los hermanos Fernández Leyenda. (Archivo J. Fernández Leyenda).
1963. En el “Marta Elena”, de Pepe “O Caringa”. Entre otros: José Cedeira, Blach “Petotes”, Pepe “Capelán”, Moncho “O Lujo”, Baldo “O de Ubaldo”, Alberto “Kanikí”, Moncho, Suso, Canco “O Negro”, “Chalo”, “Xano”… (Archivo J. F. Leyenda).
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Las palabras y los recuerdos de Mon destilan auténtica devoción por el mar. Ahora, ya jubilado después de más de cuarenta años faenando, le preguntas algo y te responde como un torrente, con una profusión de datos, de vivencias, de curiosidades, de experiencias… Ha pescado “al arrastre”, “al palangre de fondo y de superficie”, “a la volanta”… Conoce todas las artes de pesca. En las costas portuguesas, en las Azores, en Cabo Verde, en las costas de África, desde Marruecos hasta Sierra Leona, en los caladeros de África del Sur… Ha ido a la merluza, al pez espada, al mero, al congrio… Me contaba hace poco que de vez en cuando se marcha con su caña a Oia, a Mougás… a pescar maragotas, pintos, sargos… y con buena marea, ¿cómo no coger unas buenas almejas para hacerles una empanada a los nietos? Pese al retiro, él continúa acudiendo a la llamada del mar. He de confesar que Mon habla con tal derroche de conocimientos, evocando tantos lugares marineros, tantas artes de pesca, tantas palabras “de mar”… que en muchas ocasiones no soy capaz de seguirle. Mon conoce al detalle la historia de la pesca en Baiona, de la que él y sus antepasados fueron destacados protagonistas. Ángel Ramón Vilar Rodríguez, “Mon”, pudo elegir un camino alejado del mar como hicieron todos sus primos. Pero él siempre quiso ser patrón, como su bisabuelo Ventura Vilar, su abuelo Policarpo Vilar Ochoa, sus tíos José, Jesús y Policarpo Vilar Fernández, y como su padre Carlos, “mi querido maestro”, me cuenta. “De mi padre lo he aprendido todo, y recuerdo que me decía siempre que un buen patrón tiene que respetar para ser respetado”. De la última generación de los “Caringa”, sólo algunos de los hermanos de Mon dieron continuidad a la tradición familiar: Carlos y Policarpo, y algo José Luis… A Mon trata-
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ron de orientarlo hacia otras profesiones, y para ello recibió formación, e incluso llegó a trabajar en Vigo. Hasta que con veinte años renunció a todo, y manifestó su inquebrantable deseo de ser marinero. Ni él mismo sabe a ciencia cierta a dónde se remontan sus antepasados pescadores… Los veteranos marineros con los que charlo, transmiten la idea de que el mar no fue elegido por ellos, sino que fue el mar el que los eligió a ellos… y lo cuentan con cierta resignación… con amargura… Algunos renunciaron a la pesca en cuanto pudieron, y acabaron sus días a bordo en petroleros, “cocheros”, cementeros… Pero cuando hablo con Mon me sorprende. Me encuentro con un marinero distinto, de una firme vocación y con una inmensa pasión por la mar. No hay tristeza en sus palabras, más bien todo lo contrario. “Se ganó mucho dinero en los años ochenta”, comenta satisfecho. “Los pescadores de Baiona eran de lo mejor. Para salir al mar hay que saber… y los de Baiona sabían”, sentencia con orgullo. Un apresamiento de Marruecos o un naufragio en aguas africanas apenas constituyen para él pequeños lunares propios de una profesión de riesgo, y que en absoluto ensucian sus felices recuerdos de viejo “lobo de mar”. Sin embargo, su lamento se convierte casi en llanto cuando habla de la desaparición de la flota pesquera de Baiona. Debate con sus compañeros sobre ello, con una manifiesta tensión que se percibe más allá de las palabras, se le enciende esa pasión que lleva en el alma… Si pudiera, si tuviera una varita mágica, si le tocaran todas las loterías del mundo… estoy seguro de que Mon recuperaría la mejor flota pesquera de Galicia... y hasta se pondría al frente…
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<<El 5 de febrero de 1979, a las diez y media de la mañana -relata Mon con todo detalle-, el “Cruz de Almena” fue abordado por un barco de guerra marroquí. Estábamos faenando con “palangre de fondo” a la pesca del congrio, a catorce millas y media de la costa. Se acercaron en una lancha cuatro marineros, uno de ellos con metralleta, subieron dos a bordo en demanda del patrón y de la documentación del barco, y muy correctamente nos ordenaron dirigirnos al puerto de Agadir (Marruecos). Nos anunciaron que no habría problemas, pero antes de partir exigieron un rehén para que les acompañase. Allá se fue con ellos voluntariamente mi hermano Policarpo, el segundo patrón, para evitar la elección de nuestro padre, que iba como patrón de pesca. >> <<No pasamos miedo porque éramos conscientes de que pescábamos acorde a la normativa vigente. Llegamos a Agadir a las cuatro y media de la tarde, y enseguida se personaron las autoridades de Marina. Nos decomisaron la documentación, y nos informaron de que estábamos detenidos, sin aportar la menor explicación. Al finalizar la jornada, dieciocho barcos españoles se encontraban retenidos en el puerto. >> <<Informamos al cónsul de lo sucedido. Se extrañó. El acuerdo verbal entre ambos gobiernos autorizaba a pescar entre las doce y las setenta millas. >> <<El día 7, a las nueve de la mañana, se persona en nuestro barco un oficial marroquí con la pretensión de que firmásemos un documento inculpatorio, declarando que estábamos pescando a doce millas de la costa. Nosotros y el resto de los barcos españoles nos negamos, pero el cónsul, para evitar males mayores, nos recomendó que firmásemos, dando así el apresamiento como correcto. >> <<Teníamos a bordo unas nueve toneladas de congrio. Junto a los días de pesca perdidos, calculamos el perjuicio total en unos cinco millones de pesetas… ¡de entonces!
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-recalca Mon-. Nos dejaron algún pescado para comer, y el resto de la captura fue incautado. Los pescadores baioneses mostraron un temple admirable, ayudando a descargar, y demostrando una raza marinera digna de elogio. >>
Baiona, 22 de febrero de 1979. El “Cruz de Almena”, recién llegado a puerto, tras ser liberado por las autoridades marroquíes seis días antes. (Foto “Faro de Vigo”).
<<Aunque estuvimos muy bien tratados tanto por las autoridades de Marruecos como por nuestro cónsul, pasamos momentos de mucha tensión, ya que las noticias que recibíamos a través de Radio Nacional no se correspondían con la realidad. Cuando informaron de que no nos habían requisado nada, ya hacía tres días desde la incautación de la pesca, y cuando dijeron que ya estábamos en libertad, aún tardó el cónsul tres días más en entregarnos la documentación que nos permitía levar anclas y poner rumbo a casa. Nos detuvieron el día cinco, y nos liberaron el diecisiete. >> <<Al llegar a Baiona me hicieron varias entrevistas, y expuse la necesidad de que Madrid y Rabat llegaran a un acuerdo formal, para evitar este tipo de situaciones. >>
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Titulares de la entrevista que “Faro de Vigo” publicó sobre el apresamiento del “Cruz de Almena”. Fotografía del capitán entrevistado, Ángel Ramón Vilar Rodríguez.
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“Faro de Vigo”, 22 de febrero de 1979. Información acerca de la llegada a puerto del barco retenido en Marruecos durante doce días. En la fotografía de la izquierda, Policarpo Vilar Rodríguez.
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El 17 de noviembre de 1985, el palangrero “Hermanos Fernández” se hunde en aguas de la República de Guinea Conakry, a causa de una vía de agua producida en la sala de máquinas. Navegaba en busca de un nuevo banco de pesca. <<El barco lo acabábamos de comprar mi hermano Poli y yo, en Algeciras -me cuenta Mon-, y lo llevamos a revisar al varadero. El director del varadero nos informó de que podíamos salir con plenas garantías, pero que en Navidades era conveniente varar el barco para una revisión más concienzuda. >> <<Hicimos dos viajes: el primero, a la zona de Cabo Blanco; el segundo, a Guinea Conakry. Descargamos la pesca en Las Palmas. >> <<En el tercer viaje, volvimos a Guinea, y cuando estábamos en la búsqueda de pesca, se origina una vía de agua en la sala de máquinas. Pusimos en marcha todas las bombas de achique, pero resultó imposible contener el agua. La sala se inundó con rapidez, el motor principal y los dos auxiliares quedaron inutilizados, nos quedamos sin corriente eléctrica, y una hora más tarde el agua ya llegaba a cubierta. >> <<Damos la orden de desalojo, soltamos las balsas, y emitimos las correspondientes llamadas de auxilio. La vía de agua se detectó a las l4.30 horas, y el barco empezó a hundirse a las 16.50. Quedamos a la deriva en tres balsas, unidas por un cabo, dos con siete hombres cada una, y otra con los enseres más necesarios para sobrevivir a las eventualidades que pudieran surgir. >> <<Estuvimos en el mar durante casi veinticuatro horas, hasta que avistamos una motonave. Lanzamos bengalas de auxilio, el buque cambió de rumbo y se dirigió a socorrernos. Se trataba de un barco japonés, el “Ishiaki-Maru”. A las seis estábamos todos a bordo, sanos y salvos. La maniobra de salvamento se desarrolló con éxito y rapidez. >>
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<<El barco nipón se dirigía a Dakar (Senegal), en donde desembarcamos. Una vez cumplimentadas todas las diligencias, regresamos en avión a casa. >> <<Fue la ruina. Perdimos nueve millones de pesetas, el valor de la pesca que había a bordo: siete mil kilos de cherna, dos mil de aguja y mil de pargo. Llevábamos cuarenta mil litros de combustible y ochocientos de aceite de engrase, que me habían costado en Las Palmas cerca de dos millones. Todos los aparejos de pesca perdidos… El coste del hotel y el avión para los catorce tripulantes… >>
Algeciras, 1985. El palangrero “Hermanos Fernández”, uno de los últimos barcos de los Caringa, hundido en aguas de Guinea Conakry. (Archivo Familia Vilar).
El apresamiento del “Cruz de Amena” en Marruecos, y el hundimiento del “Hermanos Fernández”, fueron dos golpes duros para la familia de “Os Caringa”. En el incidente con los marroquíes, el cónsul les había prometido una indemnización gubernamental para compensar la incautación de la pesca. Nunca llegó. Carlos “O Caringa”, padre de Policarpo y de Mon, llegó tan impresionado del apresamiento de Marruecos, que ya no quiso salir a la mar nunca más. Lo relevó su hijo Policarpo. En el hundimiento del palangrero, menos mal que la póliza del seguro cubrió por completo lo que se había pagado por el barco en Algeciras.
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Los armadores baioneses, a menudo criticados con gran dureza por los marineros, se juegan cada día su capital en la mar, expuestos permanentemente a toda clase de contingencias adversas e imprevisibles. En Baiona, los Caringa, los Maciel, los Canero, los Almuíña… ejercieron como patrones en sus propios barcos. Su condición de propietarios y su gran pasión por la mar dieron como fruto los mejores años de la pesca en la villa. Entre los cincuenta y los ochenta se vivieron tiempos esplendorosos. Trabajaron a destajo, con enormes esfuerzos, sin apenas descanso… “pero se ganaba buen dinero”, me confiesa un marinero.
Baiona, 1933. Policarpo Vilar Ochoa, “O Caringa”, patriarca de la saga marinera de “Os Caringa”. (Archivo Familia Vilar).
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Baiona, 1933. Tres de los hermanos Vilar Fernández: Manolo, Carlos “O Caringa” y Luis “el chavoleiro”. (Archivo Familia Vilar).
“Mi abuelo y mi padre, como era costumbre entre los marineros de entonces, siempre iban a la mar con boina”, comenta Mon al encontrarse con fotografías de la época.
Vigo, años sesenta. El “Ángel Vilar”, descargando sardina en O Berbés. ”Este barco, conocido por “Fumanchú”, fue tal vez el más famoso de toda la historia de Baiona”, recuerda un marinero. (Archivo Familia Vilar).
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Baiona, años cincuenta. El “Titiño”, del armador Florente Vázquez Ratel, acaba de ser botado en los Astilleros Esperón, situado en la playa de A Ribeira.
Baiona, años cincuenta. “El “Titiño”, con su tripulación de diecisiete hombres.
Florente Vázquez Ratel, otro de los armadores importantes de Baiona en los años cincuenta y sesenta, tuvo en el “Pinzón” y en el “Erizana” a sus barcos más emblemáticos. Este último fue el primero en la flota baionesa en usar la sonda eléctrica. La había adquirido en Portugal. A partir de entonces se abría una nueva época en las formas de pescar.
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Recuerdo el ir y venir de los carros, cargados con aquellos pesados aparejos, y empujados por los treinta o cuarenta marineros que componían las tripulaciones. Eran escenas cotidianas entonces y desaparecidas para siempre hoy.
Calle de Elduayen, años treinta. La tripulación, antes de salir a faenar, pasa por A Palma para recoger el aparejo. Cargado el carro, todos a empujar hasta el muelle, donde espera el barco.
El trabajo del marinero no concluía al llegar a tierra. Aún faltaban la descarga del pescado y el traslado de las redes a los tendales de “Os Caringa”, de Maciel, de Almuíña, de Florente, al campo de A Palma, a la playa de A Ribeira… a cualquier lugar donde se pudieran poner a secar. Luego llegaban las “ataderas”, y sentadas en el mismo suelo, hiciese frío o calor, repasaban metro a metro las redes, reparando las partes dañadas en la marea, y dejándolas a punto para salir a la mar horas más tarde. Antes de embarcar, los marineros debían pasar a recoger el aparejo. Otra vez a cargar el carro, empujarlo hasta el muelle, y pasarlo al barco.
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Baiona, 1931. “A de Alar” y María Vasconcellos, trabajando de “ataderas” en A Palma. Turistas ingleses quisieron fotografiarse junto a ellas.
El oficio de “atadera” es uno más de los que perdieron las mujeres en Baiona. Sin este empleo, sin las conserveras, sin el balneario, sin la fábrica de jabón, sin pescantinas… a las baionesas poco más le queda que la hostelería y el turismo.
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Calle de Elduayen, 1956. Quico Leyenda y Juan Barreiro se dirigen al muelle con sus atados de la cena. Salen “al cerco” en el “Fumanchú”. (Archivo E. Leyenda).
En la actualidad, son pocos los chicos que viven de la mar. Los hijos de marineros han elegido otras formas de vida, y sino que se lo pregunten a cualquiera de los dos protagonistas de esta imagen. - ¿Mi hijo? Es patrón de pesca en un barco canario -me contesta Quico con cierto orgullo. Alguna excepción tendrá que haber, pero por lo de pronto, el hijo ha subido de graduación.
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III. Los nietos de Daría y Gonzalo La desaparición de “la casa de Baiona” no fue motivo para que dejásemos de acudir a la Real Villa en los veranos. Mis padres alquilaron a partir de entonces el bajo de la casa de los Galván, en la misma calle Alférez Barreiro, pero algo alejada de la familiar “Praza da Fruta”. Y allí siguió veraneando nuestra madre hasta su fallecimiento en 1993. Antes, en 1987, nos había dejado nuestro padre. Durante una década permaneció mamá en aquella vivienda -cuatro años con papá-, disfrutando de sus últimos tiempos en Baiona. Mi hermano Miguel y su esposa Pili siguieron pasando los veranos con ellos, cuidando de los dos hasta el último momento. Los fines de semana llegaba Marta, nuestra hermana pequeña, desde Carballeda de Avia, la aldea de Ourense donde desempeñaba el cargo de secretaria de ayuntamiento. En esta última etapa en Baiona, mis padres venían acompañados de Puri, que tantos años ayudó en la casa de Vigo en tareas domésticas y en el cuidado de los mayores. La familia le guarda un enorme afecto por su lealtad y cariño, y también por sus virtudes de excelente cocinera y laboriosa ama de casa. Algún yerno y más de una nuera se la quisieron “robar” a mi madre… que rabiaba y no quería oírlo ni en broma. Pocos años antes del fallecimiento de mamá, Puri dejó la casa por su voluntad -con gran disgusto de mi madre-, simplemente porque quería cambiar de trabajo… y entonces, sin dudarlo, me la llevé yo a “El Sport”. Sigue siendo una persona de gran valía en toda cuanta función desempeñe.
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Y al poco tiempo se ampliaba la familia con las niñas de Pili y Miguel. Primero llegaba Patricia, y después Marta. Volvían al hogar del verano los biberones, los pañales, los chupetes, las cunas… más tarde, las muñecas, las cocinitas, los peluches, los cuentos… las alegrías que siempre dan los pequeños en una casa. Mamá vio crecer a sus nietas muy de cerca: “Patri”, bonachona, tranquila, dulce…; Marta, llorona, rebelde, más difícil…
Baiona, 1985. Mi madre con Patricia.
Baiona, 1988. Patricia y Marta, en el patio de la casa de los Galván.
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Baiona, 1987. Patricia le hace un cariño a su hermana Marta, aún bebé, en presencia de mamá y de Pili.
Casa de los Galván, 1990. Mi madre con sus nietas Patricia y Marta.
A finales de los sesenta habían llegado a la familia las dos primeras nueras de mis padres, Marisa y Picuca. No tardaron en nacer los primeros nietos: María y Gonzalo por un lado, y Camilo y Cristina por el otro.
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Santiago de Compostela, 1967. Marisa y Gonzalo, con María, su primera hija, y también primera nieta de nuestros padres.
Mis hijos, Camilo y Cristina, veranearon en Baiona desde muy pequeños. Los de Gonzalo y Marisa, residentes en Santiago, lo hacían tan sólo de visita con sus padres.
A Ribeira, 1974. Cristina y Camilo, con tres y cinco años.
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Gonzalito, Camilo y Cristina compartieron días de verano en “la casa de Baiona”. Tuvieron tiempo de conocerse y de disfrutar de muy buenos momentos, pero los caminos de las dos familias no coincidían. Los de Santiago comenzaron a pasar los veranos en Aguiño (A Coruña), y nosotros fuimos unos años a Raxó (Pontevedra), a casa de los abuelos maternos.
A Barbeira, 1977. Camilo y Gonzalo.
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Camilo, Gonzalito y Cristina, en el escenario de tantas y tantas vivencias, la Praia de A Barbeira. Era el a単o 1977.
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Entre mediados de los años setenta y mediados de los ochenta, mis padres fueron ampliando el número de nietos. Antes de morir mi madre eran quince, y pocos meses después de su fallecimiento, nacía Miguel, el último, que completaba la cifra de dieciséis. Patricia y Marta fueron sus nietas favoritas, y con las que más convivió.
Baiona, 1989. Patricia y Marta en la casa del verano.
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En los años ochenta dejamos de ir a Raxó. Las dos familias de hermanos decidimos alquilar casa en Baiona para pasar juntos los veranos. Así que los niños de Carmela y Enrique, y los nuestros, convivieron varios años como si fueran hermanos. Fue una época inolvidable; su recuerdo nos llena de nostalgia.
Baiona, 1982. Los primos Rey Martínez: Cristina, Belén, Rubén y Pablo.
La primera casa que alquilamos en Baiona estaba en O Burgo, un poco alejada del centro, con lo cual al verano siguiente nos trasladamos a “Villa Maruxa”, más tarde Casino de Baiona, donde pasamos unos años muy felices. Los niños disfrutaron como nunca. En O Burgo, con la vivienda situada en el antiguo camino romano, bajábamos a las playas de A Ladeira y de Santa Marta, íbamos a misa a la vieja ermita, nos acercábamos a la Foz… A partir del segundo verano ya fuimos asiduos a la Praia de A Barbeira, a los paseos en bote por la bahía, a la vuelta al castillo, al Rompeolas… y al campo de A Palma, pero no para jugar al fútbol, sino al baloncesto.
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Baiona, 1981. La tropa Rey Martínez, en el cruceiro de “Villa Rosa”. Hermanas casadas con hermanos dan como resultado primos con el mismo apellido. Carmela, con sus hijos Belén y Pablo, y sus sobrinos Camilo y Rubén.
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Monte da Carabela, 1981. Reponiendo fuerzas después de la “escalada” al monte. Belén, Julia, Carmela, Rubén, Pablo y Camilo.
“Villa Maruxa”, 1981. Camilo Rey Martínez.
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Baiona, 1982. Pablo, Rubén, Belén y Julia.
Baiona, 1982. Los primos Pablo y Rubén.
Después de cuatro veranos, nos quedamos sin “Villa Maruxa”. La había comprado el Casino de Baiona. Nos pasamos a “Villa Zoila”, en la que estuvimos un verano. También se vendió.
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En 1979 nació Daniel, el hijo de mi hermana Ana y de Toño. Rubio, blanco de tez, risueño, muy simpático, ¡listo!… Sufrió en su niñez y en su adolescencia graves problemas asmáticos, que ocasionaron no pocos sustos. Tal vez por ello gozó siempre de un cariño y un afecto especial en toda la familia.
Virgen de la Roca, 1981. Ana, Daniel y la abuela Daría.
Baiona, 1981. Luis Rey López, el nieto santiagués.
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A Concheira, 1981. Marta y Daniel.
Daniel, el primo pontevedrés, y sus primos de Santiago, apenas disfrutaron de Baiona. Las ocupaciones laborales de sus padres les alejaban de la villa, y les acercaban a otras costumbres veraniegas. Así que Daniel anduvo más por la ría de Pontevedra, y los de Santiago por Aguiño, pueblo marinero cercano. Pero sus visitas a Baiona no faltaron en ningún verano, incluso algunas veces se prolongaban durante días. A buen seguro que mis hermanos Ana y Gonzalo sentían cierta “morriña” de la Baiona veraniega, escenario de etapas muy felices de sus vidas.
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Santiago, 1982. Daniel, con tres primos de Santiago, María, Luis y José.
Había algo que unía de manera especial a los primos de Santiago y al de Pontevedra: la madre de unos y el padre de otro compartían el mismo origen: Monforte. Marisa y Toño presumían de ello, y hablaban de su tierra como la mejor: los mejores pasteles, los mejores vinos, la mejor gastronomía… Toño nos contaba un día que tenían una ría casi tan grande como la de Vigo… y en otra ocasión, hasta se aventuró a asegurar que el mejor marisco era el que se comía en Monforte.
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En 1984, Daría y Gonzalo celebraban sus Bodas de Oro. Tal vez haya sido una de las pocas ocasiones en la que se reunieron a la vez todos sus nietos, excepto la mayor, María, estudiando en el extranjero. Claro está, faltan Sabela, Patricia, Marta y Miguel, que aún no habían nacido.
Vigo, Praia de Samil, 1984. Celebración de las Bodas de Oro de nuestros padres. Toda la familia presente menos la nieta mayor, María, por entonces estudiando en Estados Unidos, a la postre su país de residencia.
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Vigo, Praia de Samil, 1984. Luis, José, Rubén y Pablo, cuatro de los nietos de Daría y Gonzalo.
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Vigo, 1984. Diez de los dieciséis nietos de nuestros padres: Arriba: Carmen y Gonzalo. En medio: José, Rubén y Pablo. Abajo: Patricia, Belén, Luis, Daniel y Julia.
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La sierra de A Groba siempre fue destino preferente en las excursiones del verano. Se iniciaban en la Virxe de A Rocha, pasaban por Chan da Lagoa, O Cortelliño, As Pozas, Os Muiños do Folón… y llegaban muchas veces hasta O Rosal. Caballos y vacas salvajes, ovejas… naturaleza, vistas maravillosas, aire puro… aquellas salidas familiares contaban con un escenario inmejorable para compartir convivencia, risas… y bocadillos.
A Groba, As Pozas, años ochenta. Pablo Rey Martínez.
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A Groba, 1988. Delante, Patricia y Sabela. Detrรกs, Julia.
A Groba, 1988. Patricia, Sabela y Marta.
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Las primas, Patricia y Sabela.
Parte de la tropa: BelĂŠn, Marta, Patricia, Julia, Sabela y Pablo.
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En 1986, la repentina pérdida de Carmela acabaría ocasionando la separación de las dos familias Los hijos de Carmela y Enrique y los nuestros, que habían convivido casi como hermanos, se distanciaron por la falta de trato. Muy triste.
Villa Zoila, 1988. Camilo Rey Martínez.
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“Villa Maruxa”, 1984. Julia, la tercera de Carmela y Enrique, con dos añitos.
Baiona Baiona, 1986. Arriba: Julia, en el balcón de “Villa Zoila”. Abajo: las primas Julia y Patricia.
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En febrero de 1987 fallecía nuestro padre. Dejaba tras de sí el legado de una intensa y extensa trayectoria profesional: “El Pueblo Gallego” -su primera ocupación periodística-, “Meta”, el “Anuario de Vigo”, “Faro de Vigo” y la “Hoja del Lunes”. Durante veintiún años, de 1954 a 1975, fue presidente de la Asociación de la Prensa de Vigo y director de su publicación semanal.
Gonzalo Rey Alar (Baiona, 1906 -Vigo, 1987)
Sus convicciones eran firmes e inquebrantables: la familia, el periodismo, Baiona -su pueblo natal-, Vigo -su ciudad- y la obra salesiana. De religiosidad profunda, fue presidente durante muchos años de la Asociación de Antiguos Alumnos Salesianos de Vigo, formando parte de la directiva regional. En su solapa lucía siempre la insignia de oro de la asociación. En su funeral, en la iglesia de María Auxiliadora, más de treinta salesianos oficiaron la solemne misa, en un acto religioso inolvidable y de gran emoción para nuestra madre y para todos los hijos.
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Marta y Patricia, con dos y cuatro años, en el patio de la casa de los Galván.
A finales de los ochenta desaparece el viejo malecón que unía Santa Marta con A Ribeira. En su lugar se construye un bello paseo marítimo que transita entre Baiona y A Ramallosa, robándole algunos metros al mar y al río. La imagen de la villa en su zona centro cambia por completo con el nuevo paseo, inaugurando “la Baiona moderna”. La ampliación del muelle, la presencia de una réplica de “La Pinta” en la bahía, los nuevos pantalanes de atraque de las lanchas de pesca, la lonja, el segundo club de yates, la reforma de A Palma con su aparcamiento subterráneo, el enorme crecimiento urbanístico con bloques de viviendas y nuevas calles, la desaparición de la finca de “El Aral” y el posterior campo de fútbol, la Rúa de Elduayen engalanada de banderas… La nueva Baiona va imponiéndose…
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Baiona, 1988. Marta y Patricia, con dos y cuatro a単os, en el nuevo paseo.
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Baiona, 1999. Arriba: Marta y Patricia, con sus primos de Vigo, Roi y Paula, y con Daniel, el primo de Pontevedra. En medio: Patricia. Abajo: Marta.
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En 1990, Carmen, la tercera de los hijos de Marisa y Gonzalo, lleg贸 desde Santiago para pasar unos d铆as en Baiona. Estuvo en casa de mi madre, y convivi贸 de cerca con Pili, Miguel y con las ni帽as.
A Groba, 1990. Arriba: Carmen, Patricia, Marta, Pili y Miguel. Abajo: Carmen, Marta y Pili.
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Durante la estancia de Carmen, estuvieron una tarde en A Groba, y en otra visitaron el castillo. Las mañanas, como era costumbre, se pasaban en la Praia de A Barbeira.
Parador Nacional “Conde de Gondomar”, 1990. Arriba: Patricia, Carmen y Marta. Abajo: Patricia y Marta, en los cañones de la batería de Santiago.
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1990. Marta y Patricia, en Monte Real.
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Todos los componentes de la familia han paseado a menudo por el Castillo de Monte Real. Han recorrido sus murallas, de niños se subían a los cañones, se asomaban a las almenas, se metían en las garitas… y escucharon las interminables historias que se cuentan sobre la fortaleza, levantada a orillas del Atlántico. Nuestra madre nunca rehuía un paseo por Monte Real, es más, lo sugería con el menor pretexto. Ya fuera para llevar a familiares y amigos de visita, o para disfrute de los nietos en la piscina, o para tomar un café… Y en esos casos siempre había una cámara dispuesta a perpetuar el momento.
Baiona, finales de los ochenta. Nuestra madre, Daría Lama Prada.
Patricia y Marta, sus nietas preferidas, pasearon por Monte Real desde muy pequeñas. Los padres, Pili y Miguel, se habían casado en la capilla del castillo, circunstancia que refleja el apego familiar por Monte Boi.
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Miguel con Patricia, en Monte Real. Arriba, en 1985. Abajo, en 1986.
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En octubre de 1993 fallecía nuestra madre en Vigo, poco después de disfrutar de su último verano en Baiona. Se acabaron sus tardes en la terraza del “Atlanta”, las tertulias con las amigas, las comidas de fin de temporada, el chocolate con churros de “Emilín”, los atardeceres en el Rompeolas, los paseos por el castillo… Su ausencia limitó la presencia de mis hermanos en la villa, que tan sólo de vez en cuando aparecen en visitas esporádicas y breves. Picuca y yo somos los únicos que permanecimos durante los veranos en Baiona, hasta terminar por elegirla para nuestro retiro.
Parador Naciona, 1975. Mis padres, en la boda de Pili y Miguel.
A mamá le faltó conocer a su último nieto, Miguelito, el tercer hijo de Pili y Miguel, que nacería unos meses después de su fallecimiento. Le hubiera gustado mecer a Migueli-
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to en el colo, darle el biberón, vigilar sus primeros pasos… verlo crecer como a sus hermanas.
Baiona, 1994. Miguel, Patricia y Marta.
Si aún viviesen nuestros padres, encontrarían entre sus nietos a una filóloga, tres ingenieros, dos licenciados en imagen y sonido, una química medioambiental, una geóloga, dos arquitectos, un periodista, una técnica en hostelería, una veterinaria, una abogada y economista, una traductora de idiomas, y un futuro diseñador gráfico. Menos políticos, afortunadamente, de todo. Papá hubiera disfrutado al comprobar que la estirpe de periodista se extendía con sus nietos, Camilo, Rubén y Patricia… Ellos le hablarían de nuevas técnicas de la comunicación que lo dejarían asombrado… y él, sin lugar a dudas, les daría múltiples consejos de los que no caducan: ética profesional, conducta ante la noticia, estilo de la entrevista… Incluso podría explicarle cómo era posible hacer un periodismo sin móviles, sin Internet, sin Google…
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Mamá, de familia gallega emigrada a Argentina, encontraría entre sus nietos a tres emigrantes: María y Patricia, en Estados Unidos, y Xabela, en Alemania. Una filóloga, una técnica en imagen y sonido, y también traductora de idiomas, y una veterinaria. La notable diferencia es que éstas se han ido con sus títulos bajo el brazo. Y también se encontrarían con biznietos…
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IV. A Concheira
A principios del siglo pasado, la Praia de A Concheira era el centro neurálgico del verano de Baiona. Una colonia importante de veraneantes acudía a la villa en busca de los baños de algas y del iodo del mar, con grandes propiedades terapéuticas. El médico madrileño Ignacio Cordero percibe a finales del siglo XIX las bondades de las aguas de A Concheira, y en sociedad con Agapito Ordóñez, instala un balneario al lado de la playa. En 1893, consiguen una concesión sin fecha de caducidad. A partir de entonces, Baiona se convierte en una estación balnearia de gran renombre, y en Madrid comienza a sonar con fuerza. La afluencia de veraneantes aumentaba cada año, y la villa empezó a ser frecuentada por la alta sociedad de la capital. Duques, marqueses, condes, militares de alta graduación, dignatarios de la Iglesia, artistas… Baiona se había puesto de moda a la sombra del balneario, y pronto se abrieron hoteles y se edificaron chalets lujosos en aquella zona. El hotel “La Palma”, el “Hotel Suizo”, el “Hotel Madrid”, el “Hotel Roma”, además de varias pensiones de categoría menor, daban albergue a los cientos de visitantes que llegaban a la villa, gente adinerada en la mayoría de los casos. La primera línea de playa se fue poblando de chalets. “Villa Lola”, “Villa Rosa”, “Villa Enriqueta”, “El Gurugú”, “Villa Zoila”, “Villa Angelines”, “Villa Maruxa”, “Villa Emma”, “Villa Sol”, la casa de Amor… El verano baionés vivía una época de esplendor.
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Baiona, 1900. Balneario en la Praia de A Concheira.
El edificio del balneario era de madera, y junto a él, una torre cuadrangular de piedra se encargaba de calentar el agua del mar. Los baños se tomaban en grandes bañeras individuales. Las crónicas de los historiadores dicen que el balneario abría entre las cinco y seis de la mañana. Pero la hora “elegante” se situaba entre las diez y la una. El pago se podía hacer diariamente, o bien con un abono de temporada. A la entrada del balneario había una placa con el siguiente mensaje: “Adiós Concheira queridiña, algas, agua e canto tes. Vin xunto a ti tullidiño e volvo por os meus pes.” En el Paseo de Pinzón, delante de A Concheira, una nueva placa perpetúa en la actualidad las frases del visitante anónimo curado por las aguas sanadoras de Baiona…
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La postal de 1910 nos muestra la playa. A la izquierda, las casetas, las redes de los marineros a secar, los parasoles… Detrás, el hotel “La Palma”, “Villa Lola”, “Villa Angelines”, el balneario con su torre, “Villa Maruxa”, “El Gurugú”…
También los baños en el mar estaban considerados como altamente beneficiosos para la salud. Por entonces, la Praia de A Concheira era la elegida por la colonia veraniega para su esparcimiento.
Baiona, 1900. Praia de A Concheira, con bañistas. Vestidos largos, sombreros, sombrillas de mano…
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Baiona, años veinte. Praia de A Concheira. Veraneantes bajo los parasoles.
Parte de la colonia veraniega que se allegaba a Baiona en busca de los baños fríos en el mar, lo hacía en el mes de septiembre. Los tomaban poco después de salir el sol, abrigándose al salir del agua hasta con bufandas, para luego irse a desayunar. A este grupo de visitantes les llamaban “Colonia da Poubana”, en alusión a su condición de gente de aldea, y en su mayoría mujeres bastante mayores. Se bañaban en camisón, se quedaban quietas arrimadas a una roca durante unos minutos, y al salir, rodeadas por otras haciendo corro, se mudaban y se iban a la habitación que alquilaban en casas particulares con derecho a cocina.
El Balneario de A Concheira, en los años cuarenta.
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A単os veinte. Carteles publicitarios de la Praia de A Concheira y de un hospedaje.
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A Concheira, años cuarenta. A la izquierda, el balneario. En el centro y a la derecha, los chalets de la zona: la casa de madera de “O Cusco”, “Villa Emma”, “Villa Enriqueta”, “Villa Maruxa”, “El Gurugú”, y “Villa Rosa”.
Baiona, años veinte. Un lujoso coche de la época delante de “Villa Enriqueta”, la casa de los Mulder.
El glamour del veraneo de Baiona en el primer cuarto de siglo se puede comprobar con estas imágenes de chalets, de coches -sólo al alcance de personajes acaudalados-, de veraneantes distinguidos en los paseos o en las playas, de los lujosos hoteles…
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Baiona, años treinta. Los chalets en la carretera en dirección a A Guarda, y el coche aparcado en la puerta.
Los Bonín, los López Lojo, los Barreiro, los Gil… familias asiduas a los veranos de Baiona desde mediados del siglo XIX, no han dejado de recorrer ni un solo palmo de la villa y de sus alrededores. Como no podía ser de otra forma, también estuvieron en la Praia de A Concheira en infinidad de ocasiones. En el primer tercio de siglo era la playa de moda.
A Concheira, 1926. Pepe Viaño, una amiga, Elena P. Real, Juana López y Luis Gil.
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Baiona, 1934. Manrique Rodríguez Bonín -con chaqueta- y su pandilla, en la playa de A Concheira. Queda bien patente de cómo se iba a la playa en aquellos años, y el por qué de las casetas para mudarse. (Archivo M.R. Bonín).
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1934. Moda baño en A Concheira. Sofía Tenreiro, en el medio, con dos amigas.
Baiona, el Rompeolas, 1935. La tía Geles R. Bonín -vestido blanco y cinturón- con unos amigos del verano. (Archivo M.R. Bonín).
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A Concheira, 1929. Clementina López Lojo y Eduardo del Río.
A Concheira, 1931. Noemí Bravo, la primera por la izquierda, y Pilar Bravo, la última, con unas amigas de la pandilla. (Archivo Familia Barreiro Troncoso).
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La abundancia de algas y demás flora marina en A Concheira no sólo era utilizada para los baños, sino que también constituía un excelente abono para los campos. A lo largo de todo el año, pero especialmente con las mareas vivas de septiembre, se podía observar la recogida de algas en la orilla del mar -conocida como o argazo-, y el posterior transporte en carros de bueyes hasta Baredo, Bahiña, Sabarís, Belesar… Pasaban renqueantes y rechinando por la carretera, y formaban parte de la escena cotidiana. La prima Mary Cruz me cuenta que más de una vez recriminó a los campesinos por el mal trato que daban a los bueyes. “Tenía bastante genio de joven, y no me podía contener. Después acabé amiga de todos… pero conseguí que a los bueyes los trataran mejor… al menos al pasar por delante de la tienda.” El tío Aurelio dejó unas excelentes fotografías que explican gráficamente o argazo, aquel específico trabajo de recogida de algas, desaparecido en la actualidad por la utilización de abonos químicos.
A Concheira, años treinta. Recogiendo algas para abono de los campos. (Foto Alar).
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Baiona, aĂąos veinte. En el mar de A Concheira, los campesinos en las labores de o argazo. Un grupo de veraneantes observa el trabajo. (Foto Alar).
Cargando el carro de bueyes con las algas recogidas. (Foto Alar).
El argazo era un trabajo bastante duro, desde su recogida en el mar durante la marea baja, pasando por la carga y descarga de los carros, hasta su traslado lento y pesado por la carretera y los caminos. En ocasiones era preciso ayudar a los bueyes cuando el recorrido se volvĂa complicado. Participaba toda la familia: hombres, mujeres y niĂąos.
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En los cuarenta, el viejo balneario y la torre para calentar el agua son reemplazadas por un edificio de piedra.
El nuevo balneario, construido en los aĂąos cuarenta, sustituĂa al viejo edificio de madera.
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Los descendientes del médico Ignacio Cordero y de su socio Agapito Ordóñez no atendieron el balneario con el mimo de sus antecesores. Poco a poco lo fueron abandonando, hasta tal punto que la mitad de la parte baja que vemos en la fotografía anterior y que daba al parque de A Palma, fue alquilada para un taller de bicicletas. El popular taller de Fernando permanecería funcionando allí hasta la demolición del edificio a finales de los años setenta, siendo alcalde Benigno Quintas, “Chicho”. La dejadez de los herederos acababa por provocar que Baiona perdiese otra de sus grandes fuentes de riqueza. Hoy se pagaría una buena cantidad de euros por establecer en A Concheira un balneario moderno.
A Concheira, años sesenta. Un temporal barrió la costa, y dejó la playa sembrada de espuma. Las enormes olas sobrepasaron el muro de separación existente entre A Concheira y A Palma. (Archivo Familia Vázquez Ratel).
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Años sesenta. Temporal en A Concheira. Los baioneses se protegen en la t erraza del balneario para contemplar la belleza del mar enfurecido.
Contaban las tías de Baiona que a principios del siglo pasado, cuando había fuertes temporales, el mar unía A Ribeira y A Concheira, cubriendo de agua todo el campo de A Palma.
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Praia de A Concheira, años sesenta. Las olas rompen con fuerza, comiéndose el arenal, y llegando hasta el mismo campo de A Palma. (Archivo Familia V. Ratel).
El espectáculo del mar en Baiona.
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El atractivo del oleaje en el Rompeolas siempre ha acaparado la atención de los visitantes. Durante los fuertes temporales del invierno, los vigueses y la población del entorno se acercan a Baiona para contemplar la imponente fuerza del mar. También los baioneses disfrutan del espectáculo que regala el Atlántico, aún a sabiendas de que acercarse demasiado puede resultar peligroso.
Baiona, años veinte. Veraneantes en el Rompeolas.
El Rompeolas y A Concheira. (Foto Isabel Rey Vilar).
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Baiona, años treinta. Vista desde el balneario.
El Balneario de A Concheira, precursor tempranero de los balnearios gallegos, podría seguir existiendo en este lugar a día de hoy. ¡Qué pena!
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V. Leyendas de Baiona
Recuerdo un lluvioso día de verano. Estábamos en “la casa de Baiona”, aburridos ya de jugar a todo cuanto juego de mesa conocíamos. La tía Carmen, que tampoco podía salir al balcón a media tarde como era su costumbre, trataba de poner un poco de orden entre los sobrinos, que hartos de estar sentados, empezamos a jugar al fútbol en plena sala, a correr dando vueltas alrededor de la mesa, a pelearnos, a tirarnos cosas… El comedor de aquella vieja casa retumbaba, amenazando con venirse abajo. Al “Bar Blanco”, situado justo debajo, le temblaban las lámparas. Más de una vez su propietario, Paco Blanco, trasladó sus quejas a las tías por las molestias que ocasionábamos con nuestras carreras y voces… Pero sujetarnos quietos no era tan sencillo... Así que la tía decidió emplear el recurso de emergencia: un cuento. Nunca llegue a discernir si conseguía mantenernos quietos y callados gracias a la magia con que contaba las historias, o si por el contrario la magia estaba en los propios relatos. - ¿Sabéis cuál es la Praia de Os Frades? Tras nuestra ruidosa respuesta afirmativa, nos manda callar, y en esta ocasión anuncia que va a leernos una vieja leyenda de Baiona, “La leyenda de la cala de las sirenas”, escrita por Julio E. Villarino Espino.
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“La leyenda de la cala de las sirenas” (De Julio E. Villarino Espino)
<<Cuenta la leyenda que el Conde de Gondomar, gobernador del castillo de Monte Real, tenía un hijo único de no más de catorce años. Al parecer, el chico se había enamorado de una de las mozas, rubia y hermosa, que a menudo se bañaban en la Praia de Os Frades, así llamada porque en ella se lavaban los frailes del castillo. >> <<Sin embargo, los guardias, extrañados de que alguien pudiera entrar en el arenal tan cercano al castillo sin ser visto, extremaron la vigilancia y comprobaron que allí no aparecía nadie, a pesar de que el joven conde aseguraba ver a las muchachas todas las mañanas, muy temprano, bañándose entre las rocas. >> <<Así fue alimentando el hijo del conde fama de loco, porfiando en aquellas historias y mostrándose profundamente enamorado de una nena de ojos verdes, de cabello largo y muy rubio… que nadie podía ver. >> <<El señor conde, angustiado por el trastorno de su hijo, decide acudir a los galenos, que después de examinarlo, le aconsejan retener y encerrar al joven muchacho en una torre del castillo, para ver si así curaba de sus ensoñaciones. Pero él seguía perjurando que veía a las rapazas todas las mañanas en la Praia de Os Frades. >> <<Un día, el joven desapareció, escapando de su prisión no se sabe cómo. Encontraron sus ropas en la arena de la playa, pero ningún otro rastro de él. >> <<Hubo quien dijo que en su locura, el mozo se lanzó al agua y murió ahogado, en la búsqueda de la chica de cabellos rubios. Pero los guardias no quisieron confesar que aquella mañana habían visto a unas muchachas en el fondo del mar, riendo y mirando hacia la playa. >>
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<<Nadie se atrevió a poner nombre a aquellas misteriosas mujeres, pero desde ese día quedó prohibido ir a aquella playa antes de que el sol estuviese en lo alto del cielo. Un cartel alertaba al viajero del peligro del lugar: “La cala de las sirenas”. >> <<El joven conde no aparecería nunca más. Quizás, feliz para siempre, se quedo en las profundidades del océano con la sirena que le arrebató el corazón. Quizás murió en el intento de alcanzarla. >> <<Dice la leyenda: el enamorado persiguió el amor hasta el final y con todas sus consecuencias, un comportamiento apasionado y casi heroico. >>
La Praia de Os Frades y “La cala de las sirenas”.
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En cuanto la tía Carmen acabó con la leyenda de las sirenas, enseguida le pedimos que nos contara otro cuento. Nos hizo merendar primero, después echó un vistazo por la ventana, y al comprobar que la lluvia no cesaba, accedió ante nuestra insistencia. - Ahora os voy a relatar una de las muchas leyendas que conocía la abuela Fabiana, y que nos contaba a veces en días como hoy, de tormentas y mal tiempo. ¿Conocéis la Rúa Entre as Hortas, al lado de la Fonte da Laxe? Mi hermano Gonzalo y yo nos miramos, hicimos un claro gesto de ignorancia, y quedamos expectantes a ver que contaba la tía. - Es un caminito muy estrecho, en el que hay que caminar de uno en uno, y que va desde la fuente hasta la calle de Carabela Pinta… ¿No lo conocéis?... Pues, mañana pasáis por alli para conocerlo. Le llaman la Rúa Entre as Hortas, o también es conocido por “O Callexón das Sete Esquinas” Gonzalo ya tenía dieciséis años y yo iba a cumplir doce, y en los muchos veranos que habíamos pasado en Baiona, jamas anduvimos ni oimos hablar de aquel camino. <<En la época medieval -nos explica la tía- este camino transcurría entre la huerta del convento que cultivaban las monjitas de clausura, y las de hacendados particulares. Por eso se llama así: Rúa Entre as Hortas. >> Era un callejón sombrío, de tierra oscura y sucia, increiblemente estrecho, que corre entre dos altos muros de piedra, húmedos y llenos de verdín y musgo, que no permiten al que transitan por el, mirar nada más que al cielo. Aún perviven en el muro de los particulares las puertas por las que se accedía a sus campos, campos que ya no existen. Desde unos metros antes de entrar, aquel extraño camino emana un aire de
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misterio e incluso peligro, que no parece demasiado recomendable para el viandante.
“Fonte da Laxe”.
<<Tenía por entonces fama de lugar poco recomendable -continúa la tía con el relato-, y siempre frecuentado por malhechores y truanes, que encontraban en este camino oscuro, estrecho y poco concurrido, como podréis ver mañana, el sitio ideal para sus escaramuzas, robos y trapicheos. Pobre del que pasase por el, que se arriesgaba a pagar caro el peaje con su propia sangre. >> <<Los baioneses lo conocen también por el “Callexón das Sete Esquinas”, debido a una vieja leyenda que decía que si al pasar, ibas tocando con la palma de la misma mano las siete esquinas del camino, podrías pedir un deseo a los hados en la fuente que hay al salir. >> <<De todos modos, esta leyenda, aún extendida hoy en día, sólo atañe al ámbito amoroso y sentimental, y está enraizada en unos hechos sorprendentes y ejemplarizantes que ocurrieron aquí hace cientos de años. >>
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“La leyenda del `Callexón das Sete Esquinas´ y el muro del Convento de las Dominicas” (De Julio E. Villarino Espino)
<< Sofía era una hermosa joven hija de don Gonzalo Fernández de Córdoba y Quesada, hermano del Conde de Gondomar. Como moza casadera, su fama de guapa se había extendido por los pueblos y villas de la comarca. Su dulce rostro, su cabello negro como el azabache, adornaban su angelical figura. Pero como hija pequeña de una de las familias más acaudaladas y nobles del Val Miñor, no podía desposarse con cualquiera. >> <<Sofía, la menor y preferida de don Gonzalo, estaba muy consentida por su padre. Soñadora y anhelante de esos amores caballerescos y corteses que leía en folletines y poemas, le solicitó a su padre poner una prueba de coraje a los candidatos a su mano. Todos aquellos que la pretendieran tendrían que pasar un año entero a la intemperie en el muro del convento de clausura, pasando las penalidades e inclemencias del tiempo, y las incomodidades de un pobre mendigo. >> <<Aunque la idea era descabellada, a don Gonzalo le pareció bien porque aquel que superase la prueba daría señal sobrada de virtud de caballero, rectitud de costumbres y fortaleza de ánimo. Así soñaba su hija en aquel galán que la desposara, que por ella superara todas las adversidades, tal y como conocía de los libros de caballería. >> <<Así pues, se señaló el uno de enero como el día convenido para iniciar la prueba, que finalizaría el treinta y uno de diciembre, es decir, una año completo. En la fecha indicada se presentó en el muro del Convento de las Dominicas lo más selecto de la nobleza regional. Allí se encontraba
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uno de los vástagos del duque de Lerma, el conocido don Joaquín, el viudo don Carlos de Lamas y don Alejandro Javier de la Trinidad, tío y sobrino respectivamente de la casa de los Montenegro. Más allá se acomodaba entre almohadas traídas de Valencia y mantas zamoranas don Diego de Acuña, sobrino del Conde de Gondomar. Muchos otros jóvenes se hallaban en el muro en el plazo convenido. >> <<También se habían presentado no pocos gentilhombres, que si no podían aspirar a la dama por la nobleza de sus armas, si lo hacían por su abundante bolsa. Allí se encontraba, entre otros, Juan de Calatrava, hijo del mayor sazonador de pescados de la vecina villa de Redondela; Daniel de Entre Ríos, hijo del comerciante don Guzmán de Entre Ríos, que poseía patente de corso para tres navíos, y comerciaba con ocho más en la ciudad fortificada de Tui. >>
Rúa Entre as Hortas o también conocida como “Callexón das Sete Esquinas”.
<<Unos aguaciles vigilaban desde la mañana, e iban echando fuera a harapientos, truhanes, y todos aquellos que no demostrasen limpieza de sangre, o condiciones de oro
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o armas para aspirar a la mano de la hermosa Sofía. Lo cual no evitó que algunos cristianos viejos, artesanos o comerciantes, accediesen al concurso pese al exiguo de sus bolsas. >> <<Paseaba doña Sofía y su padre por entre los aspirantes, mostrando la joven su lozanía -premio para el más valiente-, pero decepcionada porque la mayor parte de los pretendientes reposaban cómodamente entre criados y siervos, acomodados en confortables tiendas de campaña, con braseros, mantas y viandas, que hacían de su estancia algo muy diferente a la penalidad que ella soñara y ideara para elegir marido. >> <<Comenzaron a pasar los días, y poco a poco fueron abandonado su sitio en el muro algunos de los aspirantes. Al principio debieron abandonar aquellos cuya estancia era más gravosa para sus bolsas, los comerciantes menos acaudalados y los nobles menos enriquecidos. Así, lentamente, se fueron marchando, bajo la atenta mirada de doña Sofía -que comprobó que poca era la persistencia masculina-, ya que pronto empezaron a dejar el lugar muchos de los más valiosos nobles por aburrimiento y cansancio. >> <<El pueblo también contemplaba la extraña competición con curiosidad, e incluso algunos taberneros avispados comenzaron a hacer negocio con apuestas sobre el vencedor de la prueba. Permanecían nueve aspirantes, y cuando pasó el mes de junio ya sólo quedaban tres. Con las primeras lluvias del invierno abandonaban otros dos. >> <<Solamente quedaba en el muro don Andrés de Comesaña y Sarmiento, bastardo del Conde de Gondomar, joven de hacienda disminuida, pero de distinguida nobleza. Contaban que era fiero en la batalla y en el amor, y que aunque no era guapo ni buen mozo, su sola presencia elevaba el ánimo de las gentes e inspiraba una energía imponente a sus cercanos. Doña Sofía pronto se había fijado en él, y cuando se quedó solitario en el muro, se le acercaba algunas veces
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disfrazada de campesina o de peixeira para verlo de cerca, intercambiar unas palabras y curiosear en el único hombre que al final, sobrevivía a aquella criba. >> <<Acercándose las fechas de Navidad, doña Sofía comenzó a verse casada con don Andrés, y su padre, a verlo como yerno, y por lo tanto a preparar los esponsales de su hija. Una tarde hasta se acercó a hablar y cerrar algunos detalles del futuro matrimonio. Además, no pocos del pueblo habían apostado por él en las tabernas, por lo que en Baiona le tenían aprecio, y se alegraban de su presumible victoria. Todo el mundo parecía contento por el cariz que había tomado aquella competición, y por los próximos esponsales de doña Sofía. >>
Rúa Entre as Hortas, en la actualidad.
<<Pasaron las fiestas, Nochebuena y Navidad, con frío y lluvia, y toda Baiona se asombraba del estoicismo con el que se mantenía el candidato en el muro de las Dominicas, cobijado entre mantas y alimentado por las viandas que le facilitaban los vecinos y allegados. Paso el día de la Matanza
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de los Santos Inocentes, y aproximándose Año Nuevo, se aprestaban todos los detalles de los esponsales, siendo ya un secreto a voces cada uno de ellos. >> <<Pasó un día y otro más, y naciendo el mismo treinta de diciembre, la ciudadanía amaneció con la sorpresa mayúscula de que el joven don Andrés no se encontraba en el muro. Por lo tanto, la apuesta de la boda de doña Sofía se encontraba desierta. >> <<Todo eran suposiciones y dudas, y no pocos vecinos acudieron al hogar de los Comesaña, en la aldea vecina de As Fontes de Bahiña, y descubrieron atónitos que el mozo estaba allí, almorzando con buen apetito, y sin perder la compostura. Todos le preguntaron el motivo que lo llevara a abandonar su hazaña, cuando estaba sólo a un día de su conclusión, y una vez acalladas las exclamaciones de asombro y el alboroto imperante, el joven se decidió a hablar. >> - Hace poco me apareció en el muro doña Sofía, disfrazada de campesina, para hablarme y conocerme, pero yo me di cuenta por sus rasgos y gestos que era ella. Después habló conmigo su padre y regidor cortesano dando por hecho nuestra unión. Habló conmigo hasta el mismísimo Arcipreste del Condado, para indagar sobre mi religión y fe cristiana. <<Muchos vecinos lleváis preguntándome, comentando y opinando sobre la romántica y hermosa prueba de amor que me impusieran, y del mucho valor y tesón que llevo demostrando últimamente por este amor que tenía en mi interior. Sin embargo, me veía en las noches de frío, de hambre, de penurias, con tan sólo el cobijo que buenos vecinos como vosotros me ofrecíais con honrosas intenciones. En este año me encontré famélico, helado de frío y empapado de lluvia hasta la saciedad. Me vio doña Sofía en estas circunstancias, y a pesar de todo, ¿tan vano es su amor, tan nula su humanidad, que hace meses que era sabido que era yo el que me había
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mostrado como el único capaz de vencer su apuesta, y fue incapaz de evitarme un mes, una semana, un solo día de sufrimiento y pesar? >> <<Si es así -cavilaba más para sí mismo que para el entregado auditorio-, más me vale huir a tiempo que humillar a una dama. Por eso me marché del muro, ya que no deseo esposarme con aquella a quien su amor no acompañe su corazón y su sentimiento, y que sea incapaz de evitarme una migaja de sufrimiento a pesar de que mi devoción por ella era total, y entregara mi alma, mi hacienda y mi honor. >> _________________________________________________ <<POR ESTA HISTORIA, Y POR EL INFAUSTO RECUERDO DEL JOVEN DON ANDRÉS Y DE LA NECIA DOÑA SOFÍA, Y SOBRE TODO POR AQUEL AMOR QUE NO FUE, TODOS LOS JÓVENES, EN RECUERDO DE LA LEYENDA, DEBEN TOCAR LAS SIETE ESQUINAS DEL CALLEJÓN QUE VA POR EL MURO DE LAS DOMINICAS, Y AL MISMO TIEMPO REFLEXIONAR EN CADA UNA DE ELLAS CON LA FUERZA Y EL ANHELANTE AMOR DEL JOVEN ANDRÉS. Y HACIENDO MEMORIA DE QUE SIN ESA TENACIDAD Y APOYO COMÚN, TODO SENTIMIENTO REMATA POR PARECER VANO A NUESTROS OJOS, Y DESAPARECER, AUNQUE SEA CON EL AMOR MÁS ARDIENTE. SI EL AMOR ES REAL Y SINCERO, EVITA, MÁS QUE CAUSA, DOLOR AL SER AMADO. >> __________________________________________________________________
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Al día siguiente, mi hermano Gonzalo y yo fuimos a reconocer el “Callexón das Sete Esquinas”, y resultó todo un descubrimiento… y mucho más cuando nos adentramos en el estrecho, sució y oscuro camino… que efectivamente daba miedo.
Baiona, 1962. La tía Carmen Rey Alar.
La tía Carmen moría en 1968 en nuestra casa de Vigo a los 74 años, y está enterrada en el cementerio de Baiona.
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VI. El nuevo Erizana
En 1977, después de doce largos años sin fútbol en Baiona, se refunda un nuevo Erizana. Un grupo de entusiastas directivos presididos por José María Besada resuelve el primer grave problema que se le plantea al club: el campo de juego. Se encuentra un lugar adecuado en la Praia de A Ladeira, pero la Jefatura Provincial de Costas no da su autorización. Con la arrogancia, el ánimo y el consejo del alcalde, Benigno Rodríguez Quintas, “Chicho”, se consigue por fin inaugurar el Campo de Santa Marta el 4 de junio de 1978. Comenzaba una nueva etapa para el Erizana.
Campo de Santa Marta, 1977. Directivos y aficionados trabajaron sin descanso para sacar adelante el nuevo campo. (Archivo C.F. Erizana).
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El cierre del campo fue una de las urgencias. (Archivo C.F. Erizana).
Baiona, 1977. Equipo de veteranos en el estreno del campo de hierba de Santa Marta. (Archivo C.F. Erizana).
Recuerdo que cuando llegué de veraneo y me enteré de la buena noticia, acudí a Santa Marta tan pronto como hubo partido. Ese día conocí a la nueva generación de los Luis, Puskas, Kopa, Naveira, Conde, Morel, Esperón… Me llevé una grata impresión, y ya presagié que el Erizana volvería por sus fueros… como así fue.
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Campo de Santa Marta, años ochenta. Además del cierre completo, ya contaba con luz artificial para poder entrenar de noche durante la semana. (Archivo C.F. Erizana).
En 1978 se federa el equipo con el nombre oficial de Club de Fútbol Erizana. Participa en el Campeonato de Segunda División Comarcal, gana el título de campeón y asciende a 1ª División. En la siguiente temporada, 79/80, se proclama campeón y logra el ascenso a Serie A Preferente.
El nuevo escudo del Erizana.
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Gondomar, As Gaiandas, 1975. C.F. Erizana. Partido amistoso de verano. De pie: Manolo Vilar, Morel, Luis Blach, Tonucho, Grillo y Carlos Márquez. Agachados: Javier, Tonio, Miguel, José y Tuli.
Baiona, Campo de Santa Marta, 1978/79. C.F. Erizana. Campeón Grupo II de Segunda División Comarcal. De pie: Luis Blach, Esperón, Almuíña, Mosquera, Manolo y Carlos Conde. Agachados: Urbano, Suso, Miguel, Susiño, Jorge, Puskas y Galo.
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Campo de Santa Marta, 1980/81. C.F. Erizana. Primera Regional y Ascenso a Serie A. De pie: Luis Blach, Esperón, Mosquera, Kopa, Comesaña, Manolo y Antón Las Heras (entrenador). Agachados: Pucho, Puskas, Ratel, Chano, J. Besada, Conde II, Morel y Vicente (masajista).
Campo de Santa Marta, 1981. C.F. Erizana. Serie A Regional. De pie: Puskas, Luis Blach, Jalo, Alvarito, Rafael Cedeira, Moncho Viaño, Esperón, Rulé y Suso. Agachados: Julio Mosquera, Besada, Cachucho, Carlos Conde, Rober, xxxxx y Vicente (masajista).
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Campo de Santa Marta, 1981/82. C.F. Erizana. Serie A, cuarto puesto. A punto de ascender a Tercera División. De pie: Novoa, Luis Blach, Ratel, Morel, Vilán, Conde I, José Luis y Cerviño. Abajo: Antonio Vasconcellos (masajista), Raúl, Puskas, Néstor, Kopa, Conde II, José Ramón y Manoli.
Otra espléndida generación de futbolistas se abría paso para dar muchas alegrías a Baiona. El portero Luis Blach, el centrocampista Puskas, el delentero centro Kopa, los defensas Ratel y Morel… En tres temporadas consiguieron el ascenso desde la categoría más baja, Segunda Regional, a Serie A, y les faltó muy poco para alcanzar la Tercera División. Tuvieron en este tiempo dos entrenadores de mucha popularidad en la comarca, el ex jugador del Celta, Antón Las Heras, y el ex del Turista, Quin, con los que lograron los mejores resultados.
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Campo de Santa Marta, 1981/82. C.F. Erizana, Serie A Regional. De pie: Quin (entrenador), Luis Blach, Soliño, Esperón, Moncho, Mosquera, Conde y Adolfo. Abajo: Antonio Vasconcellos (masajista), Almuíña, Jaime, Raúl, Morel, Puskas, Alfonso y Javier. (Archivo L. Blach).
Campo de Santa Marta, 1981. Luis Blach, con unos “jóvenes” seguidores. (Archivo L. Blach)
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Campo de A Palma, años sesenta. El portero Luis Blach y el centrocampista Puskas, de niños, en el viejo campo. Años después serían de los jugadores más destacados del F.C. Erizana. (Archivo L. Blach).
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Campo de Santa Marta, 1981. Luis Blach, portero del F.C. Erizana, recibe de Alfredo “Michiva”, el trofeo al “Portero Menos Goleado de Primera Regional”. (Archivo L. Blach).
Tras los dorados años setenta y ochenta, el Erizana sufriría un ligero bajón en su rendimiento, e iría perdiendo las categorías, hasta caer en la última, la Tercera Regional.
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Baiona, 1983/84. C.F. Erizana. De pie: Manolo, Zamorano, Mario, Puskas, Kopa II y Alvarito. Agachados: José, Avelino, Julio, Celsi y Silva.
Campo de Santa Marta, 1984/85. C.F. Erizana. Partido amistoso. De pie: Mosquera, Luis Blach, Kopa I, Julio, Zamorano y Vilán. Agachados: Kopa II, Cesar, Ratel, Julio, Morel y Néstor.
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De la mano de Kopa, el equipo se proclama campeón de Tercera Regional en la temporada 1998/99, y año a año comienza a recuperar categorías.
Baiona, Campo de Santa Marta, 1989. C.F. Erizana. Campeón Tercera Regional 1988/89. De pie: Joaquín, Tito, Julio, José, Luis, Taco y Kopa (entrenador). Agachados: Pousa, Celsi, José, Andrés, Álvaro y Manoli.
Baiona, Campo de Santa Marta, 1990. C.F. Erizana. Campeón Comarcal de Segunda Regional 1989/90. De pie: Ratel, Julio, Xavi, Rubinos, Paco y Manolo. Agachados: Mariano, Joaquín, Santi, Julito y Ángel.
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En 1994, el Club de Futbol Erizaba inicia su era moderna con la inauguración del flamante campo de hierba natural, el “Val de Martín”, con un partido amistoso frente a la Sociedad Deportiva Compostela.
Baredo, 1994. Campo de Val de Martín.
Quién les iba a decir a los Cabecitas, Montaña, Lanina, Isaac, Darío… que su equipo podría contar algún día con un campo de la categoría del “Val de Martín”. Quién les iba a decir a la generación siguiente, la de los Ventura, Grillo, Jorge, los Núñez… que podrían deleitarse jugando en aquel perfecto césped… con unos balones deliciosos... con unas botas de fútbol que hasta da pena mancharlas… Más de uno de entonces dirán: “Con todo o que lles dan agora, xoga ben calquera. O imposible é xogar mal.” El Erizana de este siglo cuenta con dos campos de fútbol, el “Val de Martín” y el “Aral”, y nada menos que catorce equipos federados, entre ellos, uno de Segunda Nacional Femenina.
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Baiona, 1952. Directiva del Juvenil Erizana. De pie: Serafín Lorenzo, Urbano Montaña, Fermín Pereira, Victorino Goce, José Pereira y Remigio Eloy. Sentados: Ángel Fernández, Casimiro Pereira, Antonio Marcote y Juan Manuel Santos.
Quién les iba a decir a estos directivos sacrificados de mitad del siglo pasado, que el Erizana llegaría a contar con dos campos de fútbol de hierba… con catorce equipos… con uno de ellos de chicas… Ni con muchas botellas de vino que disfrutasen serían capaces ni de imaginarlo.
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VII. De iglesias y capillas
Siempre me llamó poderosamente la atención que en una villa tan pequeña como Baiona existiesen tantas capillas e iglesias. Sólo en el casco vello cuento tres, y apenas unos pasos más arriba se encuentran las imponentes iglesias de A Colexiata de Santa María y Santa Liberata. Este hecho no deja de sorprenderme. Por deducción se puede pensar que los baioneses son religiosos fervientes y apasionados. Nunca me lo parecieron, aunque tal vez sí lo hayan sido en el pasado. Quizás fueron levantadas como promesa por salvarse de un naufragio; o en acción de gracias por liberarse de los muchos ataques y asedios sufridos a lo largo de la historia; o en acto de súplica rogando buenas campañas de pesca; o que una única iglesia no fuese suficiente para albergar a tantos fieles… ¿Quién sabe?... Es posible también que los baioneses tuvieran muchas vírgenes y santos que honrar, y de ahí la proliferación… Mis primos, los curas, podrían sacarme de dudas… A Colexiata de Santa María es la iglesia parroquial, una joya arquitectónica construida entre los siglos XII y XIV, y centro de la vida espiritual de Baiona. Los vecinos de la villa han recibido en ella el bautismo, la primera comunión, la confirmación, se han casado, rezaron por sus difuntos… Fue construida en el mismo solar que ocupaba una iglesia anterior, y se trata de un monumento de estilo transitorio del románico al gótico, con evidentes influencias cistercienses, no en vano dependía por entonces del Monasterio de
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Oia, de la Orden del Císter. Fue reconocida como Colegiata en 1484. El retablo del altar mayor es barroco, de 1726. A Colexiata contaba en la fachada principal con un pequeño atrio, que se destruyó en los primeros años del siglo XX.
Baiona, años veinte. A Colexiata de Santa María.
Los cruceiros que marcan las estaciones del Vía Crucis alrededor de la iglesia fueron recuperados poco a poco por los sucesivos párrocos, ya que antes se encontraban desperdigados por todo el pueblo. La tarea les costó a los religiosos no pocas riñas con el vecindario. Cuentan que en una romería de San Cosme y San Damián, uno de los cruceros se desplomó, matando a un hombre que se encontraba debajo.
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Fachada de A Colexiata de Santa María de Baiona.
Los vecinos de Baiona, fieles o no, recuerdan sin dudas a los párrocos de los últimos tiempos. El cura siempre ha tenido en los pueblos un considerable peso social y político. El padre Alejandro, don Enrique Pequeño, don Juan Bravo, don Moisés… el padre Fernando Muñoz, don José Antonio Marzoa, don Miguel… Todos ellos lideraron la religiosidad de la villa, pero su influencia también trascendió a otros ámbitos de la sociedad baionesa.
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Tal vez el padre Fernando haya sido el más popular, y el que mayor conexión logró con las diferentes esferas sociales de la villa. Adorado por las beatas, fundador del Erizana de fútbol, benefactor de los marineros -para los que consiguió muchas gamelas de ayuda-, hospitalario con los veraneantes, amigo de los cazadores… Tras una cena con éstos en O Cortelliño, y de regreso a Baiona en su moto, falleció en un desgraciado accidente. Tenía treinta y nueve años y un futuro esplendoroso como sacerdote. Su pérdida fue muy sentida en todo el Val Miñor. El Concello de Baiona le dedicó una plaza, Praza do Padre Fernando, situada delante de la capilla del Convento de las Dominicas.
Retablo barroco del s. XVIII del altar mayor de A Colexiata de Santa María.
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Baiona, años veinte. El tío Aurelio tomó esta bella fotografía del interior de A Colexiata de Santa María.
El interior de A Colexiata fue restaurado en 1976, estando nuestro primo José Antonio de coadjutor. En su trayectoria sacerdotal a menudo ha afrontado reformas y restauraciones de las iglesias a las que fue destinado. Desde 2013 es párroco de Santiago de Vigo, y le vuelve a tocar la tarea Entre otras modificaciones, se eliminó el antiguo coro y su órgano, situados en medio del templo, y que impedía la visión del altar a los feligreses del fondo.
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Baiona, aĂąos veinte. Fachada lateral de A Colexiata de Santa MarĂa.
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Imagen de la Virgen del Carmen, patrona de los marineros, venerada con devoción en A Colexiata de Santa María de Baiona.
A Colexiata alberga en su interior las imágenes de dos vírgenes muy veneradas por los baioneses, la Virgen del Carmen, patrona de los marineros, y la Virgen de La Anunciada, patrona de Baiona y de los pescadores.
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Interior de A Colexiata de Santa María después de la restauración llevada a cabo en 1976.
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La otra gran iglesia de Baiona es Santa Liberata, construida en el siglo XVII por suscripción popular, y en honor a la primera mujer cristiana muerta en la cruz, en el siglo II. Cada año, cuando llega la festividad de Santa Liberata, el 20 de julio, la megafonía de la fiesta nos recuerda la leyenda de la santa y de sus hermanas gemelas. Nacida en el año 119 en Balchagia -así se llamaba Baiona entonces-, fue una de las nueve hermanas gemelas que dio a luz su madre, Calsia. Asustada por el múltiple alumbramiento, pensó que su marido, Lucio Catelio Severo, gobernador romano de Gallaecia y Lusitania, que permanecía lejos en campaña militar, le podría acusar de infidelidades, y ordenó a la nodriza Sila, de su máxima confianza, que en absoluto secreto arrojase a las niñas al Río Miñor. Sin embargo, Sila, de profundas creencias cristianas, las fue entregando a familias que en aldeas cercanas profesaban su misma fe. En plena campaña de persecución del cristianismo, ordenada por el emperador Adriano, las nueve hermanas hubieron de comparecer ante su propio padre acusadas de ser cristianas. Al ser informado el gobernador Lucio de que eran sus hijas, y reconocer su inconfundible parecido físico, les brinda la oportunidad de abandonar a Cristo a cambio de vivir con los lujos y comodidades propias de su estirpe. Ante su negativa, las manda encerrar, pero todas ellas consiguen escapar. Poco tiempo después serían capturadas en distintos lugares. Liberata y Marina eran sacrificadas en la cruz cerca de Sigüenza en el año 139, a la edad de veinte años. Las nueve vírgenes y mártires hijas de Baiona son honradas con gran devoción en esta iglesia centenaria, En la placa colocada en su fachada se pueden leer los nombres de todas ellas: Liberata, Xenebra, Victoria, Eumelia, Xer-
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mana, Xena, Marciana, Basilia y Quiteria. TambiĂŠn el de la nodriza, Sila.
Baiona, aĂąos veinte. Iglesia de Santa Liberata. (Foto Alar).
Santa Liberata es una hermosa iglesia de estilo plateresco, con dos torres, y una hornacina en la fachada en la que destaca la imagen de la virgen. Junto a ella, sobresalen los escudos de Castilla-LeĂłn y de Baiona.
Iglesia de Santa Liberata. Hornacina de la fachada con la imagen de la santa.
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Arriba: fachada de Santa Liberata. Abajo: La hornacina con Santa Liberata y los escudos de Castilla-León y de Baiona.
La iglesia de Santa Liberata, hasta hace poco permanecía cerrada al culto y a las visitas de los feligreses. Sólo en las festividades de Santa Liberata en el mes de julio, y de San Cosme y San Damián en septiembre, el templo abría sus puertas. Esos días se celebran novenas, misas, y solemnes procesiones recorren el pueblo.
Imagen de Santa Liberata que sale en solemne procesión cada 20 de julio.
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Retablo del altar mayor de la iglesia de Santa Liberata.
El centro del retablo del altar mayor lo ocupa la imagen de Santa Liberata en la cruz, rodeada de sus ocho hermanas.
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Imagen de Santa Liberata, en el retablo.
En la iglesia de Santa Liberata también se profesa sentido culto a dos santos mártires, San Cosme y San Damián, que cuentan con honda devoción en la comarca. Los devotos ofrecen productos del campo, figuras de cera, donativos… Los dos hermanos médicos fueron decapitados por orden del emperador romano Diocleciano en el año 300, después de haber sobrevivido previamente a torturas y a la condena de ser quemados en vida. San Cosme y San Damián son patronos de cirujanos, farmacéuticos, médicos y trabajadores de balnearios. Las fiestas en honor a los dos mártires se celebran los días 26 y 27 de septiembre, y de algún modo ponen fin al verano. Es la romería de la miel y de las nueces.
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Iglesia de Santa Liberata. Imágenes de San Cosme y San Damián.
Baiona, 1920. Romería de San Cosme y San Damián.
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Y si estas iglesias destilan historia y tradición, la Capilla de la Misericordia no les va a la zaga. Fue construida en 1595 en el interior del castillo, por orden del rey Felipe II y bajo la advocación a Santa Isabel. En 1656, el gobernador militar de Baiona, Juan Feijóo de Sotomayor, ordena la destrucción de cuatrocientas casas situadas en el interior del castillo, con el objetivo de mejorar la defensa de la fortaleza. Entre ellas se encontraba la Capilla de la Misericordia, que el pueblo decide conservar y reconstruir en el casco viejo, en lo que es hoy la Rúa Lorenzo de la Carrera. Es una iglesia de planta rectangular, sencilla, austera, que alberga en su interior un patrimonio artístico de gran valor.
Capilla de la Misericordia, siglo XVI.
Destaca en ella el retablo del altar mayor, de estilo barroco, con un Cristo Crucificado de cruz hueca. Cuenta la leyenda que en los tiempos en que el envío de oro procedente del Nuevo Mundo estaba prohibido bajo penas severísimas, la cruz vino de México llena de monedas de oro, como donativo de los baioneses residentes en aquella colonia española. La
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aportación sirvió para la reconstrucción de la capilla en su actual emplazamiento. Con esta práctica se evitaba el robo del oro por parte de los corsarios ingleses de origen protestante, que respetaban las imágenes de Cristo pero destruían las de vírgenes y santos. La capilla también guarda imágenes de “O Cristo da Caniña”, de la Virgen de los Dolores, de Santiago Apóstol, de Santa Isabel -Reina de Portugal-, del Cristo del Oro y de la Inmaculada Concepción.
Capilla de la Misericordia.
Estas imágenes se encuentran en excelente estado de conservación, y acostumbran a salir en las procesiones de Semana Santa. Desde el siglo XVI, la capilla pertenece a la Hermandad de la Santa Casa de Paz y Misericordia, que cuida de ella con devoción. Hasta hace poco no permanecía abierta al culto, excepto en las jornadas de fiesta o conmemorativas de alguna efeméride, y también en entierros y funerales de algún fiel
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perteneciente a la Hermandad, o de alg煤n fallecido de familias sin recursos. Con motivo de su cuarto centenario, el Concello de Baiona concedi贸 a la hermandad la Medalla de Oro de la villa.
Capilla de la Misericordia, siglo XVI.
Imagen de Santa Isabel en la fachada de la capilla.
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Sin lugar a dudas, Baiona posee un rico patrimonio histórico y arquitectónico. A las iglesias y capillas situadas en el casco vello, se suma el Convento de las Dominicas, construido en 1547 en pleno centro de la villa. En los siglos XVI y XVII, la orden contó con grandes privilegios otorgados tanto por los reyes como por las élites eclesiásticas. Acumularon tierras y propiedades, que alquilaban a los campesinos, pero que después acabarían por perder.
Capilla del Convento de las Dominicas de Baiona.
Entrada lateral al Convento de las Dominicas de Baiona.
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Las monjas de clausura del convento custodian y son depositarias de las joyas que luce la Virgen de La Anunciada en el día de su fiesta, y que son donación de Carmen Hervás, de la familia de los Pereira y Barreiro.
Baiona, años veinte. Convento de las Dominicas.
Desde siempre, las monjas del convento gozan de una más que merecida fama de excelsas reposteras. Diferentes premios confirman su mano para el dulce. La venta de almendrados, brazos de gitano, tartas de Santiago, pastas de coco… les sirve para ir cubriendo necesidades, ahora que su economía en poco se asemeja a la que gozaron durante varios siglos atrás. A finales del siglo pasado quedaban muy pocas monjas en el convento, no llegaban a veinte. Esa vida de retiro, oración, siempre entre rejas -las escuchas en sus rezos y cantos cuando acudes a misa-, separadas por el torno en el trato con sus clientes… no parece apetecible para las nuevas generaciones. Faltan vocaciones, y sospechamos que el Convento de las Dominicas como tal, durará poco… aunque cuentan que hace poco ingresaron dos novicias.
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Convento de las Dominicas.
Placa en la fachada del Convento de las Dominicas.
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En el casco vello, por último, también se encuentra la Capilla de San Xoán, del siglo XVII. Sólo se puede visitar en Semana Santa y el día de San Juan, aunque no es fácil de encontrar, ya que se ha quedado encajonada entre varias casas de reciente edificación.
Capilla de San Xoán, siglo XVII.
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Campanario de la Capilla de San Xoรกn.
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El Cruceiro de la Santísima Trinidad, situado en la antigua calzada romana, completa el jugoso patrimonio religioso que adorna el casco vello baionés.
Baiona, 1900. Cruceiro de la Santísima Trinidad.
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Se trata de uno de los pocos cruceiros con baldoquino que se encuentran en Galicia -”o cruceiro tapado”, le llamaban los vecinos-, a pesar de la prohibición eclesiástica que consideraba que la cruz no debía tener más techo que el cielo. Está construido sobre unas rocas, data del siglo XV, y es de estilo gótico. A los pies del Cristo hay una imagen de la Virgen, junto a la Dolorosa, la Magdalena y Santiago Apóstol. En el monumento existe un pequeño altar donde se llegó a celebrar la santa misa. La tradición sostiene que el cruceiro fue levantado a raíz de la mortal epidemia de peste que asoló la villa en aquel siglo, y con el fin de que los enfermos pudiesen oír misa sin entrar en el pueblo, y contasen así con su consuelo espiritual.
Cruceiro del monumento, de estilo gótico.
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Cruceiro de la Santísima Trinidad, años veinte. Visita de un grupo de escolares.
El tío Aurelio realizó esta fotografía en los años treinta. Ya no se podrá rep etir. Las nuevas edificaciones impiden tomar estas vistas.
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VIII. A Barbeira
La Praia de A Barbeira era nuestro segundo hogar. Allí pasábamos las mañanas del verano, a veces hasta con mal tiempo. En aquellos años cincuenta, principios de los sesenta… antes del Parador Nacional y del Club de Yates... era la playa más bella del mundo. Escondida entre las murallas del castillo, en un lugar idílico, apacible, silencioso… protegida del viento, con el agua transparente, tranquila y brillante… poca gente de fuera sabía de ella, y no sé por qué razón, los baioneses parecían cedérsela a los veraneantes. El bote de Antonio nos llevaba cada día desde la rampa del muelle de delante de casa hasta su peculiar “embarcadero”, anclado en la misma arena de la playa. Recuerdo el remar pausado de Antonio, que apenas dejaba caer los pesados remos en el agua, sorteando en el camino toda suerte de embarcaciones fondeadas. Y recuerdo también con qué felicidad cedía los remos a cualquier voluntario -yo entre ellos- que supiese remar. Se iba haciendo mayor, y aquel bote se volvía más pesado cada año. Su sobrino Xoanciño, primero, y Enrique después, le echaban una mano con otro bote. Entre los dos, y algunas gamelas que partían desde A Ribeira, lograban trasladar a decenas de bañistas hasta la Praia de A Barbeira Luego, en el regreso, ya pasadas las tres de la tarde, aún escucho su voz potente avisando desde el “embarcadero” de madera: “¡Úuuuultimo bote! ¡Úuuuultimo bote!”… Y el que no lo cogía era porque se quedaba a comer en la playa… o pasaría de vuelta por las rocas de O Cantiño cuando bajase la
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marea… También, cómo no, recuerdo al rezagado de turno que cruzaba corriendo la playa para subir a bordo en el último instante, e incluso lo veo remangándose los pantalones para no mojarlos al subir al bote que ya zarpaba.
Praia de A Barbeira, años cuarenta.
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Ya en la playa, Carolina, la discreta y laboriosa esposa de Antonio, se cuidaba de limpiar la arena, colocar los parasoles, preparar las casetas de alquiler, recoger la ropa abandonada, también los cubos y las palas de los niños, enfriar las gaseosas… poner un poco de orden. Todos nos conocíamos, y cada familia tenía su lugar asignado, sin necesidad de ningún letrero, ni reserva, y situado delante de la caseta de cada cual. Eran tiempos en que ellos llegaban a la playa de camisa, pantalón y zapatillas, y ellas, de vestido camisero. De forma que todo el mundo pasaba por las casetas a mudarse, tanto al llegar como al marcharse. Nuestra caseta era de las más bonitas, en azul y blanco listado, y el tío Aurelio se encargaba de ordenar su recogida en el invierno y su colocación, ya retocada y reluciente, en el verano.
Baiona, años cuarenta. El bote “Pepita”, con Antonio a los remos. En popa, la tía Amparo, sentada, y la tía Carmen, de pie. En proa, mi madre, de pie, sujetándome, y a su lado, Gonzalito, mi hermano. Delante, la prima Isabelita.
Todos los chicos -hermanos y amigos- aprendimos a nadar en aguas de A Barbeira. Sin Protección Civil, sin boyas separadoras del tráfico marítimo, sin las recomendaciones a los bañistas que hay ahora, sin megafonía, sin walky-talky, sin
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tantas cosas que existen en la actualidad… no recuerdo que hubiese ahogados, ni accidentes de gravedad, ni atropellos de bañistas… ni nada parecido… bueno, a veces alguna faneca. Tan solo acontecía un pequeño problema: los partidos de fútbol -los Rey Lama éramos titulares-. Además de ocupar media playa, de vez en cuando propinábamos algún balonazo perdido… o incurríamos en alguna invasión de toldos, sillas y toallas en la lucha encarnizada por la pelota… o propiciamos algún encontronazo involuntario con bañistas en placentero paseo… Año tras año nos amenazaban un millón de veces con pincharnos el balón, cosa que nunca llegó a ocurrir. A fin de cuentas, rara era la familia que no tenía un miembro -hijo, sobrino, nieto, hermano, marido, cuñado, o incluso abuelo- jugando el partido…
Praia de A Barbeira, años cincuenta.
En aquel tiempo aún no se había alargado la doca, y en el mar, a la altura del faro situado al final del murallón, se encontraban tres bateas de mejilloneras, alineadas en paralelo a la playa. Algunos valientes nadaban desde la orilla hasta las bateas, en donde descansaban un rato enganchados en las mismas cuerdas de los mejillones, antes de regresar a la arena.
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Baiona, 1956. En la entrañable “Marina”, el paseo diario de los Lira desde la Praia de A Barbeira, acostumbraba a llegar hasta las mejilloneras de la doca.
En ocasiones, cerca del espigón, asomaban simpáticos arroaces saltando en el mar durante un instante. Dos o tres saltos seguidos como mucho, y desaparecían enseguida. Era el deleite de los niños, que esperaban ansiosos que emergieran de nuevo. A veces lo hacían a lo lejos. Pero ya hace muchos años que no los hemos vuelto a ver. Y como no podría ser de otra forma, A Barbeira y alguna otra playa de la villa han sido escenario inevitable de multitud de fotos familiares. Hoy, todos las conservamos como las fotos más hermosas que guardamos.
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Santa Marta, 1946. Mis padres, Daría y Gonzalo, la prima Isabelita, y mi hermano Gonzalito. Al fondo, la Praia de A Ladeira.
Y pese al progreso, sigue habiendo escenas que son de toda la vida: el niñito con su cubo en la arena, la parejita de hermanos en la orilla del mar, la pandilla en grupo, fotos en las barcas… Y hay hermanos que se han parecido tanto de niños, que incluso ahora se duda de quién es quién.
A Barbeira, 1943. Mi hermano Gonzalito y yo.
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A Barbeira, 1942 y 1943. Mi prima Isabelita, mi hermano Gonzalo y yo, jugando en la arena. Cubos de lata con asa de alambre y madera, y la mĂtica carretilla de madera, imprescidible para los niĂąos de entonces.
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A Barbeira, 1955. Mi hermano Miguel, con un flotador de goma, de los de antes.
Los cubos, las palas, los flotadores, las carretillas… los juguetes de entonces… poco tienen que ver con los de ahora. ¿Más bonitos? No. Quizás más auténticos, con mucha artesanía detrás…
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A Barbeira, 1955. Mi hermana Ana y mi hermano Miguel.
A Barbeira, 1961. Una pequeña representación de la pandilla de mi hermano Miguel. Delante: César Núñez Samper y el ourensano Miguel Pérez Moreiras. Detrás: Alejandro Núñez Samper y Miguel.
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El bote de Antonio formaba parte importante de la vida social de los veraneantes. El cuarto de hora largo de trayecto, entre embarques, acomodar a los pasajeros, esperas y desembarques, era más que suficiente para entablar amistades, comentar novedades, establecer citas para la tarde, cotillear a tope… Parecía un salón de té, aunque sin bebida y sin pastas. Hasta puede que allí mismo se hubieran iniciado idilios de verano… o incluso noviazgos definitivos.
A Barbeira, años cuarenta. El bote de Antonio, atracado al “embarcadero”.
Pero cuando las madres coincidían en el viaje, el trayecto se tornaba en un pequeño suplicio para los niños: las presentaciones, los comentarios cursis, las preguntas tontas que nos hacían, lo crecidos y guapos que estábamos… Tan pronto nos hacíamos algo mayores y con cierta independencia, elegíamos las rocas de O Cantiño para ir y volver de la playa… que al mismo tiempo acortaba en más de diez minutos el traslado. Claro que esta elección sólo la podíamos hacer cuando no había marea alta.
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Mi madre siempre nos decía que el encanto de la Praia de A Barbeira comenzaba con el paseo en el bote de Antonio, criterio que sólo comprendimos años después, ya algo más mayores.
A Barbeira, 1955. La “Marina” formaba parte de nuestros veranos. En la proa, mis hermanos Ana y Miguel. A los remos, Chicha Lira. (Archivo M.C. Veiga).
Los Lira, amigos y vecinos de casa en Vigo, nos dejaban compartir la “Marina” a todas horas, hasta tal punto, que más parecía un bote de los Rey Lama que de sus verdaderos propietarios. Ya en la playa, el paseo en barca hasta el espigón y el baño posterior eran casi rituales. Las hermanas Lira, su sobrina Kiri, mis padres cuando estaban… y toda suerte de hermanos Rey Lama y amigos, conformábamos la abundante tripulación. En el camino, algunos ya se echaban al agua bastante antes de llegar a las mejilloneras, el destino final para los nadadores valientes. En muchas ocasiones, la “Marina” se quedaba abandonada al mando de un único remero, casi siempre Kiri o yo; los demás, regresando a nado en el mar… aunque a veces había que recoger a más de uno por el camino.
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A Barbeira, 1956. Kiri y yo, remeros oficiales de la “Marina”. (Archivo M.C. Veiga).
En los años sesenta y setenta -quién nos lo iba a decir durante estos días de playa-, Kiri y yo compartimos tiempos de baloncesto en el Real Club Celta. María del Carmen Veiga y Rey Lama eran nuestros nombres deportivos. Ella, destacada alero anotadora; yo, el entrenador.
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En aquellos veranos, el primo Agustinín acostumbraba a pasar unos días con nosotros. Nacido en Chile en tiempos de emigración del tío-abuelo Agustín Prada, estudiaba medicina en Santiago, y vivía en Ourense con sus padres. Persona agradable, culta, discreta, de modélica educación, se había ganado el afecto de todos. Era un enamorado más de Baiona, y su feliz estancia en la villa se interrumpía cada año -creemos que muy a su pesar- por el insistente reclamo de su novia ourensana.
A Barbeira, 1956. Kiri Veiga y Agustinín Prada se pelean por los remos de la “Marina”. En la proa, Chicha Lira y Ángel Veiga, hermano de Kiri. En la popa, familiares de los Lira. (Archivo M.C. Veiga).
El primo acabó medicina, se casó con su novia de siempre, y ejerció de médico militar en Barcelona. Un desgraciado accidente doméstico le costó la vida cuando más la estaba disfrutando. Sucedía en los años ochenta. Supuso un duro golpe para todos. Agustinín era muy querido en la familia y entre sus amistades de Baiona.
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Baiona, 1962. La “Marina”, atracando en la rampa del muelle, de regreso de la playa de A Barbeira. Rema Gonzalo, con mamá y Marta en la popa, y Miguel, la prima Magena y Ana en la proa.
Baiona, 1963. Miguel, remando en la “Marina”. En la proa, Ana.
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No podían faltar cada verano las excursiones en la “Marina” a Praia América, a la Foz, a Santa Marta, a la playa de A Ladeira… y la más clásica de todas, la subida por el Río Miñor aprovechando la marea favorable. Llegábamos muy arriba, aunque no podría decir hasta dónde, tal vez hasta A Xunqueira.
A Barbeira, 1957. “La Marina” equipada para una de las excursiones largas del verano: doble juego de remos y timón. Reman Kiri Veiga y Chicha Lira. Yo, de timonel. (Archivo M.C. Veiga).
Regresábamos al atardecer, algunas veces ya de noche, sorteando en la penumbra las embarcaciones fondeadas cerca del muelle. A esas horas, el último escollo a salvar no era otro que encontrar a alguien que nos acercara a la rampa desde la boya en que amarrábamos el bote. Al final siempre había algún pescador con su gamela que nos recogía… y si no, ya se sabía, Kiri o yo a regresar a nado.
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La tranquilidad de sus aguas, la sutil inclinación de la arena hacia el mar, la entrañable familiaridad reinante, el tamaño acogedor y controlable… hacían de A Barbeira una playa especialmente adecuada para los niños. Aún siendo muy pequeños, no necesitaban una gran vigilancia, ya que la orilla, el agua, las rocas o la arena eran muy seguros para sus juegos.
A Barbeira, 1943. Mi hermano Gonzalo, con un bañador de los de entonces.
Desde los toldos se controlaba la orilla con facilidad, y las familias vigilaban no sólo a los hijos propios, sino también a los del resto de la comunidad.
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En 1965, el Gobierno compra el Castillo de Monte Real, siendo Manuel Fraga ministro de Información y Turismo. Se convierte en Parador Nacional, y se instala en O Cantiño el Monte Real Club de Yates. La Praia da Barbeira nunca volverá a ser como antes. Al principio, los botes de Antonio seguían pasando por debajo del muelle construido en la esquina de O Cantiño. Hasta llegó a tener su gracia, porque en marea alta, era necesario agacharse para que las cabezas no chocasen contra el cemento. Pero al poco tiempo, la proliferación de yates y embarcaciones de recreo cerró el paso a los botes de Antonio. No tardarían en desaparecer, y con ellos, el delicioso paseo de ida y vuelta que embelesaba a mi madre… y el salón de té… y el esmerado servicio de conservación y limpieza que Carolina llevaba a cabo en la playa… y la oficina de objetos perdidos… y la colocación de toldos… y la distribución de espacios… La Praia da Barbeira había cambiado para siempre.
Este paisaje no se podrá repetir. Eran los años cuarenta.
Marta, la hermana pequeña, aún disfrutó de la playa de antes. Jugó con el cubo y la pala, aprendió a nadar, e igual que a los demás, le sacaron fotografías con el flotador. Era la
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última de los Rey Lama… Los Rey López, los Rey Martínez, los Rey Mallén, ya conocerían una playa de A Barbeira diferente, aunque todavía hermosa y divertida.
A Barbeira, 1963. Mi hermana Marta ya utiliza un flotador de plástico.
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Las generaciones siguientes que no conocieron A Barbeira de otra forma, siguieron gozando de una playa única, maravillosa, con la Torre del Reloj y las murallas del castillo de fondo. Y en ella, como habíamos hecho nosotros, aprendieron a nadar, jugaron en la orilla con el cubo y la pala, pescaron cangrejos, más tarde los niños jugaron al fútbol… La mítica “Marina” fue sustituida por la “Chata”, una barca muy peculiar y que durante años hizo las delicias de la familia surcando las aguas de la bahía en excursiones hasta Praia América, A Ladeira, Santa Marta, el río Miñor... No era de madera, sino de poliéster, ni tan buena y segura, ni de formato tan marinero, mucho más pequeña… pero cumplió a la medida su función. La “Chata” se hizo tan mítica para la siguiente generación como lo fue la “Marina” para la anterior.
A Barbeira, 1976. La “Chata”, con Gonzalo, a los remos, Camilo, Cristina y Rubén. Al fondo, un espigón ya ampliado.
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A finales de los setenta, las familias crecen, y los “peques” de Carmela y Enrique, o los de Pili y Miguel, empiezan a disfrutar de A Barbeira.
A Barbeira, años setenta
A Barbeira, 1983. Julia cuida de su prima Patricia. Al fondo, Pablo.
A Barbeira, 1978. Belén y Pablo, los mayores de Carmela y Enrique.
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A Barbeira, 1986. Sabela, la pequeĂąa de Carmela y Enrique.
A Barbeira, 1986. Las primas Sabela y Patricia. DetrĂĄs, mi hermano Enrique.
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Y sobre todo, pensando en los más jóvenes -tataranietos de los abuelos Daniel y Fabiana-, es por lo que escribo estas páginas, para que conozcan algo mejor la historia de su familia y de la villa de Baiona.
2012. Los primos de Vigo y A Coruña, disfrutando de A Barbeira con sus primos de Madrid. Arriba, los gallegos: Carlos, Pepe, Marta y Antón. Abajo, los madrileños: Ayana, Estela y Bruno, tataranietos de Fabiana y Daniel.
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IX. Historias del verano
En una de sus últimas visitas a Baiona, que repite cada verano, nos deleitó con varias “batallitas” de las que componen su amplio repertorio. Como buen contador de cuentos, acostumbra a erigirse en protagonista de la “hazaña” correspondiente. Camilo, amigo de juventud, se conserva muy bien: un poco más gordo, menos pelo, algunas canas… pero mantiene su característico andar estirado, mentón alto, porte arrogante… simpático, bullicioso, parlanchín… y con aquel delicioso acento argentino, huella de su condición de emigrante en Buenos Aires. <<La casa de mi amigo estaba al comenzar la recta de Sabarís, y tenía siempre la bodega bien provista de vinos del país, que de eso se cuidaba su padre con esmero. Una tarde de verano, al atardecer, y en ausencia de su padre, nos acercamos la pandilla del veraneo a beber un par de botellitas en la bodega. Éramos seis o siete chicos de unos dieciocho años. Botella va, botella viene… >> <<Total, que salimos un poco cargaditos, y a alguien se le ocurrió la feliz idea de ir al Cine Imperial de A Ramallosa. Nos acomodamos en nuestras butacas ruidosamente, causando evidentes molestias al resto de la sala. Se apagan las luces, comienza la película, nuestro jolgorio continúa, y las protestas van en aumento. Pepucho, uno de la pandilla, se había traído una botella de vino escondida debajo del jersey, y ante las recriminaciones que recibíamos, ni corto ni perezoso, sacó de botella, y la vació por encima de las cabezas de los vecinos de delante. ¡Dios mío, la que se
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armó allí! La bronca fue monumental... Insultos, empujones, peleas, puñetazos… llega la Policía Municipal… y Pepucho, Valentín y yo acabamos en el calabozo del Ayuntamiento de Baiona. >> Valentín, dile al guardia que eres el hijo del alcalde -lo achuchaba Pepucho con insistencia. - Calla, Pepucho, que va a ser peor. Los guardias me conocen de sobra, y es mucho mejor que no digan nada. <<El padre de Pepucho, un eminente médico de Madrid, se va a ver al alcalde con urgencia cuando se entera a medianoche de la situación de su hijo. El alcalde no sabía nada. Los municipales, conociendo el percal de ambos, padre e hijo, y recordando experiencias anteriores, no le habían informado ni palabra >> - Pepe, que tienen encerrado a mi hijo en el calabozo del Ayuntamiento. Por favor, llama allí para que lo suelten. - ¿Y por qué? ¿Qué pasó? - No sé bien lo que pasó, Pepe. Será lo de costumbre, alguna chiquillada del muchacho. - Voy a enterarme. <<El alcalde llama a la Policía Municipal, y le van informando poco a poco de lo sucedido, más por la insistencia del mandatario en aclarar el suceso, que por las ganas de los municipales en contarlo, sabedores de las represalias que les podrían caer a su hijo y compañía. >> - Amigo Andrés: tu hijo, el amigo y también mi hijo -remarcando a éste-, están muy bien donde están, y hasta mañana, a esta hora, seguirán allí… y gracias que no los dejo otro día más. <<Salimos al día siguiente, pasadas las veinticuatro horas reglamentarias de prisión. >>
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Concello de Baiona, “Casa de Lorenzo Correa”.
Esta historia me la iba contando Camilo por la calle de Elduayen, rememorando escenas, viejas amistades, lugares, las fiestas del verano… e intercambiando conmigo los muchos recuerdos grabados en nuestras memorias. - ¡Mira quién está ahí! Le voy a dar una sorpresa. Y con sigilo, Camilo se acerca por detrás a una señorita, ya algo madura, le tapa los ojos con sus manos, y le susurra unas palabras al oído. Ella da un grito de sorpresa, se vuelve, se abrazan cariñosamente, charlan un rato, y quedan en verse otro día. - Es Maruchi, la de la tienda. - Ya sé, la conozco de vista, eran varias hermanas. - Te cuento -me dice-. Nosotros éramos tres hermanos, y ellas también eran tres. Estábamos ennoviados todo el invierno, pero al llegar julio, aparecían las madrileñas y demás forasteras, y claro está, nos íbamos con la novedad, con las pandillas de veraneantes, con el ambientorro del verano… y las pobres hermanas se quedaban algo olvidadas. Volvía el
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invierno, arreglábamos el enfado con mucho trabajo -los tres hermanos teníamos buena labia-, y vuelta con el noviazgo… hasta el verano siguiente… ¡Unos cabroncetes! Camilo me llevaba del hombro, y cada poco se detenía para recordar algo. Pasamos por “Las Verísimas”, por “O Mosquito”, por “Isabel”, por “El Universo”, por “Casa Carrasco”… y acabamos por sentarnos en la terraza del Hotel Pinzón.
Baiona, principio del siglo XX. La Casa de Barreiro, más tarde convertida en el Hotel Pinzón.
<<Estudiaba en el Instituto Santa Irene de Vigo, y al final de curso, se tardaba mucho menos en encontrar los aprobados que en contar todos los suspensos. Aprobados, “las marías”: Religión, Educación Física y Espíritu Nacional… ¿Se llamaba así? Aquello de la Falange, el “Cara al Sol”, José Antonio… ¿Te acuerdas? >> <<En resumen, que “El Jefe” -así llamábamos a mi padre-, me castigaba constantemente, si no era por una cosa, por otra. Y a mis hermanos también. >>
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<<Me estoy acordando ahora de una muy sonada que ocurrió poco antes de emigrar. El médico de la zona, don Segundo, vivía en Gondomar, y pasaba consulta en Baiona las tardes de los lunes y jueves. De regreso, se paraba siempre con mi padre y su pandilla a tomar unas botellitas en la bodega de casa, en la recta de Sabarís como ya te dije. Tenía un “Topolino” de color negro, un coche muy popular por aquella época, de dos plazas y bastante pequeño, y que dejaba aparcado a la puerta de casa, enfilando rumbo a A Ramallosa, para continuar su camino a Gondomar. >> <<Una tarde, ya empezaba a anochecer, llegamos los hermanos a casa y vimos el “Topolino” de don Segundo delante de la puerta. No sé a cuál de los hermanos se le ocurrió, el caso es que en un instante cogimos el coche entre los tres, y lo pusimos en dirección contraria, mirando hacia Baiona, adivinando lo que iba a suceder cuando el doctor saliese con más líquido encima del que tenía al entrar. >> <<Dicho y hecho. Sale el doctor, nosotros lo saludamos educadamente, monta en el coche, y allá se va para Baiona sin pensarlo más. >> <<Al cabo de un buen rato -nosotros permanecíamos expectantes-, lo vemos pasar de vuelta, y dirigir una mirada a la casa con evidente furia. Nos tronchábamos de risa, pero lo mejor vino luego. >> <<Al lunes siguiente, don Segundo se para en casa como de costumbre, y no se le ocurre mejor idea que dar las quejas a mi padre. >> - Pepe, os cabróns dos teus fillos fixérónme unha boa o xoves pasado. - Entón, ¿qué che pasóu con eles? -“El Jefe” ya estaba “mosqueado”. - ¿Qué me pasóu? Despois dos vasos de sempre con todos vos, saín da túa casa, e os fillos de puta non puxéranme o coche cara a Baiona. Eu ía distraído e montei no coche, arranquei, aparco na Palma, collo a carteira, chego a consulta,
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e atopo todo pechado, non había ninguén. ¿Qué pasa eiquí? Miro o reloxo, as dez, ¡coño!... e entón me din conta de que era noite e que xa rematara a consulta. Se os collo, matoos. - ¿E por qué sabes que foron eles? -le contesta mi padre conteniendo la risa. - Porque aínda por riba, saudáronme con moito respeto cando ía coller o coche: “Boas tardes, don Segundo”. ¡A nai cos pariu! <<Las carcajadas de la pandilla se oían hasta en la calle, y la tomadura de pelo al doctor fue tan épica, que ya habían pasado un par de semanas, y aún le decían a don Segundo que vigilase de cerca el coche que andaban por allí los rapaces… o que echase menos gasolina al cuerpo, porque luego… A los quince días toda Baiona conocía el suceso, y la gente tenía que contener la risa al verlo pasar… y no digamos los pacientes en la consulta. >>
A Palma, 1900. La carretera aún está sin asfaltar. Eran tiempos de carruajes de viajeros tirados por mulas o caballos. A la derecha, el Hotel La Palma y Villa Lola.
<<La broma nos costó un par de fines de semana sin salir. ”El Jefe”, pasara lo que pasara, tenía que mantener el orden y los buenos modales, aunque después fuera él quien
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más se reía del cambio de rumbo de don Segundo. Menos mal que en los castigos del fin de semana siempre nos escapábamos por la ventana. >> <<Aquel sábado se celebraba la mejor verbena del verano en el Casino de Sabarís, con la famosa orquesta Florida de Pontevedra, y la prometedora asistencia de todas las veraneantes de Baiona, Panxón, A Ramallosa, Praia América… hasta venían desde Vigo. Era el acontecimiento verbenero del verano. >> <<Cuando estábamos castigados, nos mandaban rápidamente a dormir. Nos acostábamos ya vestidos de verbena, preparados para la inmediata fuga, y tapados hasta el cuello para no delatarnos, fingiendo dormir. Al cabo de una hora, “El Jefe” pasaba la correspondiente revista por las habitaciones, y se acostaba. No habían pasado cinco minutos, y ya estábamos saltando por la ventana camino de la verbena de Sabarís. >> <<Hasta aquí, todo iba perfecto… Pero ese día, mi padre, sospechando algo ante el sepulcral silencio de nuestras habitaciones, se levanta de nuevo a pasar revista… y allí no quedaba nadie. >> <<Yo estaba bailando todo acaramelado en la mitad de la pista con Maribel, una madrileña guapísima. El célebre Diosiño, director de la Orquesta Florida, cantaba aquel bolero de moda, “… Sahara, la favorita del sol…”. >> <<Siento unas palmaditas en el hombro, me doy la vuelta, “Perdone señorita”, le dice mi padre a mi pareja, y me coge por la nariz, y de esa forma me lleva arrastrado por el medio de la pista y de las mesas hasta la salida. La vergüenza fue horrorosa… y mientras, mi padre sin decir palabra… y yo sin abrir la boca. >> Estuvimos allí sentados con Camilo más de una hora. Sus andanzas del pasado no parecían tener fin, y aunque llevaba en Buenos Aires más de cuarenta años, se notaba que los recuerdos los tenía bien presentes. Sus añoranzas afloraban a
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cada paso. “Tengo que venir de “balneario” al menos una vez al año. A tomar los aires de la ría de Baiona… también algún marisco… unhas tazas de ribeiro cos amigos… unhas cancións das nosas… unhas risas, unhas lembranzas… Pasado ese mes, ya me marcho tranquilo de vuelta a Buenos Aires. “
Casino de Sabarís, años sesenta. Baile del Farolillo.
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X. Las “crónicas” de papá
Papá siempre nos decía que Baiona tenía mucha más historia que la que se contaba en los libros, y que versaba sobre el castillo, los piratas, la arribada de La Pinta, los reyes, Pedro Madruga... Nos explicaba que la vida de la Real Villa estaba repleta de otros acontecimientos, de otras aventuras formidables, de personajes variopintos, de múltiples curiosidades… y de todo tipo de eventos reseñables: religiosos, festivos, marineros, deportivos, políticos… En resumen, que Baiona era única… para lo bueno y para lo malo. Mi padre era un enamorado de su tierra. Las pocas veces que no andaba absorto en sus pensamientos periodísticos, se sacaba de la chistera apasionantes relatos de esa “otra crónica” de Baiona. En nuestro caminar cotiadiano por la villa, era lo mismo andar por el casco vello, que por el muelle, que por el monte, que por la playa, que entrar en A Colexiata, que comprar algo en “Las Verísimas” o en la tienda de Aurelio… No tardaba ni un poco en encontrar algo que contarnos… de esa “historia” que él mencionaba… Papá, por vocación, era un “informador”. Cuando conseguía relajarse y salir de su ensimismamiento profesional… nos contaba… y nos contaba… hasta que mi madre le decía… más bien le gritaba, “¡Papá! ¡Deja a los niños!…”… o lo que es lo mismo, “no les metas más rollos”, “…y que se vayan a jugar”.
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Una tarde de agosto habíamos ido de paseo hasta Santa Marta, y subimos a la ermita, situada en el alto de la pequeña península. Nos contaba mi padre que fue destruida e incendiada por el pirata Drake en 1585, y reconstruida por los vecinos de O Burgo en el siglo XVII, conservando el trazado románico original de la primitiva capilla (siglo XIII).
Ermita de Santa Marta, siglo XVII. (Foto Alar).
Según mi padre, el pirata Drake se había asentado en Santa Marta mientras asediaba el Castillo de Monte Real. Al fracasar en su intento, incendió la ermita antes de abandonar el lugar. Ya bajando por el camino, cara a la Praia de A Ladeira, nos encontramos con restos de un pequeño astillero, según papá nos explicó. Nos dijo que perteneció a los Correa, una familia de Bouzas. <<Un par de años antes de irnos a vivir a Vigo -papá ya se lanzó a uno de sus relatos-, tendría yo trece años, estuvimos aquí en la botadura del primer barco de vela construido en Baiona, precisamente en este astillero, y el único que hubo en la bahía durante muchos años. Fue todo un
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acontecimiento. El pueblo se quedó lleno de orgullo con aquel hermoso velero, que lucía espectacular por la ría con sus velas desplegadas. Aquel barco fomaría parte del paisaje baionés durante más de dos décadas. >>
Santa Marta, 1956. Mis hermanos Ana y Miguel, con siete y cinco años.
<<Se llamaba el “Carmiña”, y lo mandó construir una fábrica de aserrar madera que había ahí enfrente, delante de la playa. Era propiedad de los Barreiro Troncoso y de José Pereira, y el nombre del velero debieron de elegirlo en honor a su madrina, Carmen Troncoso de Barreiro. >> <<El “Carmiña” tenía veinticinco metros de eslora y casi siete de manga, y soportaba una carga de doscientas toneladas. Se había construido con la finalidad preferente de
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trasladar tablillas de madera fabricadas en el aserradero hasta la ciudad de Sevilla. De regreso volvía cargado de sal. >> - ¿De sal? -le preguntamos. - Sí, sí, de sal. Por entonces era un bien escaso, y en Baiona se necesitaba, entre otras cosas, para la fábrica de salazón de pescado que había frente a la Praia de A Ribeira. En la zona de Sevilla abundaban las marismas, de manera que el viaje del “Carmiña” se aprovechaba al máximo. Los Barreiro habían tenido una gran visión empresarial.
Baiona, Praia de A Ladeira, 1919. Botadura del velero “Carmiña”.
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<<Con la llegada de los barcos a vapor, el “Carmiña” se quedó obsoleto para el transporte. Pero para entonces, su cuantiosa inversión ya se encontraría sobradamente amortizada con los cientos de viajes realizados entre Baiona y Sevilla durante cerca de veinte años. >>
Baiona, 1920. El velero “Carmiña”, atracado en el muelle.
<<Posteriormente, y atendiendo a la recomendación del patrón, añadirían al barco un palo adicional en la popa, con el objetivo de mejorar su navegación. >>
Baiona, 1926. El “Carmiña”, atracado en el muelle. Ya cuenta con tres palos. La antigua lonja, a la izquierda. (Foto Alar).
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<<Uno de los socios del aserradero era José Barreiro Álvarez -continúa mi padre-, que al mismo tiempo que atendía la fábrica, abrió la primera farmacia de Baiona. Estaba situada al final de la calle Ramón y Cajal, ya en el límite de lo que podríamos considerar entonces el centro del pueblo. Más lejos, en los años veinte, tan sólo había el hotel “La Palma”, el balneario, y algo más de media docena de casas de veraneo, por supuesto cerradas casi todo el año.>> <<La calle Ramón y Cajal, prolongación de la calle de Elduayen, se iniciaba con la “Casa de la Zapatillera”, seguía con la antigua fábrica de salazón, luego la “Casa Cabezallas”, y por último, la señorial casa de la farmacia Barreiro, con una hermosa galería hacia el parque de A Palma. >> - ¿Pero estas casas que dices ya no existen? pregunta mi hermano Gonzalo- ¿Dónde están? - No quedó ni una. En la primera casa, donde estaba la popular taberna “A Ribeira”, hay ahora, en un edificio nuevo, el “Restaurante Pedro Madruga”. La fábrica de salazón se cerró, la farmacia también, y sus respectivas casas se derribaron para construir edificios de varios pisos.
Baiona, 1915. Calle Ramón y Cajal. A la derecha, el edificio de la “Farmacia Barreiro”, y dos casas más allá, la fábrica de salazón. La carretera general aparece sin asfaltar, y los postes del tendido eléctrico se encuentran casi en medio de la vía.
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Baiona, años veinte. Tarjeta publicitaria del Hotel “La Palma”. En el bajo se ve el café-restaurante, y más adelante Villa Lola y Villa Angelines. Delante se puede observar el campo de A Palma con los aparejos de redes extendidos a secar.
Baiona, el pequeño pueblo marinero de principios de siglo, aquel en el que mi familia creció, comenzaba poco a poco a ser “invadido” por el progreso, del que formaron parte decisiva la especulación y el turismo. Pero al mismo tiempo que se avanzaba en la construcción, en la hostelería, en la afluencia turística… ¡en la enseñanza!... la villa iba perdiendo buena parte de sus medios productivos y de su tejido económico. Se fueron cerrando, una tras otra, la fábrica de salazón de los Nartallo y los Godoy, la conservera de Puga, la fábrica mejillonera de Molíns -con varías bateas en el mar-, el aserradero de los Barreiro, los hornos de cal, la fábrica de jabón, el Balneario de A Concheira, el astillero de Esperón, el astillero de los Correa, la flota pesquera… Por perder, hasta fue perdiendo el mar. Hace no demasiado tiempo, vino de visita a Baiona mi hermano Gonzalo, tras más de una decada sin pisar la villa. Llegaba desde Vigo, y al pasar la curva de Santa Marta, exclamó: “¿Pero dónde está el mar?”. Los clubs de yates casi se lo han tragado.
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Más tarde, paseando… “¡Ah!... ¿Y la farmacia? ”… ¿Y el surtidor de gasolina?...
Baiona, 1920. El farmacéutico José Barreiro Álvarez, en su farmacia de la calle Ramón y Cajal, fundada en 1901. Su protagonismo en la villa se alargó hasta los años setenta, cuando el último propietario, Héctor Barreiro, se jubiló.
Baiona, años cuarenta. “Farmacia Barreiro”. Detrás, el boticario Fernando Viaño. Delante, sus ayudantes Carmeli, Cristina Gil y Chelo Viaño. A la derecha, Olga Barreiro Troncoso, una de las tres hermanas que atendían la farmacia familiar.
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Publicidad de dos de las empresas de la familia Barreiro.
La legendaria “Farmacia Barreiro”, con el teléfono número 1 de Baiona, desaparecía a principios de los años setenta al ser traspasada por su último titular, Héctor Barreiro. Se perdía un establecimiento emblemático, que había acompañado a la vida de la villa durante más de setenta años.
Baiona, A Ladeira, años treinta. Fábrica de Aserrar Maderas y Hornos de Cal, propiedad de Ramón Barreiro, Ramón Troncoso y José Pereira. A la derecha, después de la curva, la carretera inicia la “recta de Sabarís”. (Foto Alar).
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A lo largo de todo el siglo pasado, la numerosa familia
Barreiro contó con un gran peso y protagonismo en la vida social y económica de la villa.
Baiona, años treinta. Familia Barreiro Troncoso.
Baiona, años cuarenta. Hermanos Barreiro Troncoso. De mayor a menor: Pepito, Héctor, Manolo, Ramón, María Teresa, Margarita, Olga, Eduardo, Amparo y María del Carmen.
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También se cerró el Hotel “La Palma”, pero los motivos habría que buscarlos en los tiempos y las consecuencias de la Guerra Civil. Se sabe que el edificio fue requisado y utilizado como cuartel, y una vez finalizada la contienda ya no se volvería a abrir.
A Palma, años treinta. Desfile militar.
Luego, los bajos donde se encontraba el restaurante se utilizaron como chabolas de armadores, y como escuela del popular maestro don José Blanco “Codá”. Este apodo se debía a la costumbre del maestro de andar siempre con la máquina de fotos -Kodak- colgada al cuello. Dicen sus antiguos alumnos que se pagaban veinticinco pesetas al mes por ir a clase, y que por entonces, años cuarenta y cincuenta, no resultaba poco dinero. Allí aprendería a leer, a escribir, a sumar y a restar medio pueblo de Baiona. El resto de los niños estudió en la escuela de Mery López Lojo -situada en la Rúa do Conde-, en las Escuelas Públicas, y en las monjitas del Hospital del Sancti Spiritus, que tenían las aulas en la casa de enfrente.
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Otro día, mi padre, al ir de visita a la ferretería del tío Aurelio, en la calle Alférez Barreiro, se detiene ante la “Cafetería Erizana”, y extendiendo el brazo, nos dice: <<Ese espacio, en donde se encuentra la parada de los tranvías y empieza el muelle, era antiguamente una explanada vacía, por donde pasaban los carruajes de viajeros, los marineros con sus carros de redes, los carros de bueyes repletos de algas, las pescantinas con sus patelas… Pues en 1917, en este lugar -aún no había tranvías y apenas camiones-, se produjo “el motín de la harina”. Yo tenía once años.>> <<Parece ser que un grupo de especuladores se hizo con el mercado de la harina en Galicia, y les resultaba más lucrativo venderla en Portugal que aquí en la región. Los portugueses, tal como la recibían, la reenviaban a los paises aliados e inmersos en la primera guerra mundial. Esto encareció de forma notable el precio de la harina en Baiona, hasta el punto de empezar a escasear. >> <<En junio de 1917, los baioneses advierten el paso de una caravana de carros, cargados hasta los topes de sacos de harina, que se dirigen a Portugal. En rápida acción, capitaneada sobre todo por las mujeres, deciden impedirle el paso. La caravana estuvo retenida durante todo un día aquí delante, y al amanecer, al recibir órdenes del Gobernador de continuar el viaje hacia Portugal, se dispuso a partir. >> <<Al percibir los baioneses que la caravana iba a iniciar la marcha, se avalanzaron en masa sobre los carros, y requisaron violentamente la carga, enfrentándose a los carreteros -con fama de matones y pendencieros- con palos, con utensilios de pesca y del campo… con cuanto encontraron a su alcance, haciéndose finalmente con los sacos. Algunos se rompían en la huida, y la harina era recogida en tinas,
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tarteras, cubos… hasta en las gorras de los niños. Baiona quedó alfombrada de harina. >> <<La Guardia Civil llegó a intervenir, hubo disparos, pero no pudo contener a la marea humana que acudía a la requisa de la harina. Hombres, mujeres, niños… Todo la villa participó. >> <<Al día siguiente, la benemérita fue casa por casa buscando los sacos, pero éstos ya estaban ocultos y a buen recaudo. >>
Baiona, 5 de junio de 1917. El “motín de la harina”. El pueblo retiene los carros cargados de sacos de harina, impidiéndoles continuar su camino rumbo a Portugal.
<<Nos contaba mi madre -continúa papá con la “crónica”- que ya en el siglo anterior hubo problemas de abastecimiento de maíz en Baiona, y por razones parecidas. En Portugal lo pagaban mejor, y hubo acaparadores que se hicieron con grandes cantidades; dejaron el Val Miñor sin maíz. Se lo llevaban en barcos desde el puerto baionés. >> <<El pueblo de Baiona, incansable luchador y defensor de sus derechos a lo largo de la historia, ya se amotinó por el maíz en 1823 y en 1840. >>
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En otra ocasión, tomando algo en la cafetería del parador, nos llamó la atención el anuncio de las famosas “cenas medievales” que allí se celebraban. Por entonces, años setenta, siendo mi padre presidente de la Asociación de la Prensa de Vigo, albergaban en su sede de Marqués de Valladares a un grupo formidable de teatro aficionado. Entre el elenco de actores destacaba Jaime Gómez -un amigo personal del baloncesto-, que todas las semanas, junto con otros compañeros del grupo teatral, escenificaban pasajes de la historia del castillo en aquellas tradicionales cenas del Parador Conde de Gondomar. También se anunciaba a un grupo mixto de Baiona que bailaría la “Danza de las Espadas”. - Tenía entendido que la “Danza de las Espadas” sólo la bailaban hombres -le comenté a mi padre. - La costumbre es que sólo la bailen los marineros en las fiestas en honor a la Virgen del Carmen, a La Anunciada, a la Virgen de la Roca, a Santa Liberata...
Baiona, años veinte. “Danza de las Espadas”.
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<<Pero hace unos años -continúa mi padre-, Educación y Descanso organizó un Concurso Nacional de Danzas Tradicionales, y una de las normas era que los grupos participantes debían estar formados por hombres y mujeres. >> <<Un grupo de Baiona se presentó, ganó el Primer Premio en el Concurso Regional celebrado en el Teatro García Barbón de Vigo, y después conquistaría en Madrid el primer premio nacional. >>
Baiona, Cena Medieval del Parador Nacional Conde de Gondomar, 1968. Grupo Mixto de “Danza de las Espadas” de Baiona, Primer Premio en el Concurso Nacional, organizado por Educación y Descanso en Madrid. Arriba: Carlos “Puskas”, José Manuel Blach, Arturo Blach, Carlos “Refuxio”, Luis Blach, Pepito, Chicho, Roberto, Ángel y Mini. Abajo: Pili, Maria del Mar, María José, Miniño, Elda, Luca y María del Carmen.
Baiona, años setenta. “Danza de las Espadas”, en honor a Santa Liberata.
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Praza Pedro de Castro, 1910. “Danza de las Espadas”.
<<Tras la Guerra Civil, una familia de marineros en Baiona recupera la tradicional “Danza de las Espadas”, olvidada desde 1936. Se trata de los hermanos Laureano y Perucho Ratel, que enseñan a hijos y sobrinos las ancestrales costumbres de los hombres del mar en honor a sus patronas. >>
Los marineros Celso, Ricardo, Rachote, Piño y Enrique, solían participar en la “Danza de las Espadas”. (Archivo Familia Ratel Álvarez).
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Baiona, Santa Liberata, años cuarenta. “Danza de las Espadas”. Al fondo, la desaparecida finca de “El Aral”. Arriba, entre otros: Perucho, Pepe “da Coxa”, Laureano -que actúa de capitán-, “O da Guarra”, Jaimito, Ricardo, Franquiño, Manolo “Comilón”, “O Piolliño”, Ricardo, Rachote, “O Borracho”, “O da Perla”, Saturno “Pelele”… Abajo, entre otros: Enrique, Jacinto “O Tiqué”, “O Músico”, Vicente “O Patata”… (Archivo Familia Ratel Álvarez).
Mi padre nos fue mostrando varias fotografías al llegar a casa, y nos comentaba cada una de ellas. Antes, las veía con calma, y luego les daba la vuelta para comprobar los datos. Cuando le toco el turno a la que vemos en la próxima página, se paró un buen rato leyendo el reverso. - Ahí tenéis una buena explicación de lo que es la “Danza de las Espadas”. Se trataba de una foto de finales de los años cincuenta, que tenía como escenario la Plaza de la Leña -así se le llamaba a la actual Praza do Padre Fernando-, y en la que
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aparece la típica “Danza de las Espadas” interpretada por los marineros en honor a la Virgen de La Anunciada. - La que toca es la Banda de Música del Regimiento de Infantería de Murcia nº 42 de Vigo, que supongo te traerá buenos recuerdos -me dice mi padre. Yo había hecho el servicio militar en el citado regimiento en los años sesenta. Durante veinte meses acudí al cuartel de Barreiro, donde estaba ubicado por entonces, a cumplir con mis obligaciones con España. Lo pasé bien, pero fue un tiempo perdido. Por fortuna, las nuevas generaciones ya hace bastantes años que quedaron exentas de aquella imposición absurda y trasnochada.
Baiona, años cincuenta. “Danza de las Espadas”, en honor a la Virgen.
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El reverso estaba escrito con letra menuda y clara. Papá nos dijo que aquella fotografía se la había regalado un antiguo amigo, de la familia de los Ratel, y daba por hecho que el texto había sido escrito por él. “Me la entregó para que la publicara en “El Pueblo Gallego” con motivo de las Fiestas de La Anunciada. En años sucesivos, se volvería a publicar varias veces.” <<La plaza de la Leña se encuentra abarrotada de gente. La Virgen de la Anunciada, llevada en hombros por los marineros, preside el acto. La banda de música permanece atenta y preparada. El espacio que deja libre el gentío lo ocupan los veinticinco marineros ataviados para ejecutar la “Danza de las Espadas”. >> <<Laureano Ratel, el capitán, hace una señal al director de la banda y comienza la música. La primera figura es “el puente”: los bailarines saltan y baten las espadas por encima de la cabeza; en dos filas, cruzan las espadas en lo alto, y por el puente formado van pasando el capitán y los demás; al salir reciben un golpe de pandereta del “rabero”, el último de los veinticinco. >> <<La música continúa, los cuerpos sudan, las espadas siguen en alto. La Señora, vigilante y paciente. Se suceden las figuras: caracol, puente, estrella, puente doble, la piña… El punto sublime llega en el saludo a la Virgen: veinticuatro hombres dispuestos en cuatro filas de seis, y cada cabecera de fila clava su espada en el cuerpo del capitán, dos en la barriga y dos en la boca. Luego, todos arrodillados, saludan cansados y agradecidos a su Virgen de la Anunciada. >> Baiona, agosto de 1952. (De Manolo Castro Ratel en “BAIONA NAS ONDAS DO TEMPO”)
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- ¿Sabéis que antiguamente el pueblo de Baiona se asentaba en torno al parque de A Palma? -nos comentaba papá una tarde al pasar por allí. - La tía nos contó que los vecinos se refugiaban dentro del castillo cuando había asaltos a la fortaleza -contestó Gonzalito-, pero siempre pensamos que el pueblo estaba en donde se encuentra el casco vello. <<Hace muchos siglos -nos explica papá-, en el arenal que iba desde A Concheira hasta A Ribeira, había un pequeño barrio de marineros, que con el paso de los años fue creciendo tanto que las casas llegaban al mismo pie de las murallas. Los historiadores de Baiona llegan incluso a mencionar el nombre de algunas de sus calles: Rúa da Faixa, Rúa dos Canos, Rúa da Cuncheira, Rúa dos Galáns, Rúa dos Clérigos, Praza Vella… El modesto barrio inicial se fue agrandando poco a poco hasta alcanzar un tamaño considerable. >> <<A partir de una guerra librada contra los portugueses en 1622, el Gobernador de Monte Real se encontró con que los asaltantes se valían del pueblo -una vez refugiada su población en el interior del castillo- como escondite y parapeto para sus asedios. De manera que decidió destruir parte del pueblo para dejar despejada toda la zona próxima a las murallas, sin siquiera considerar las fuertes quejas de los vecinos. >> <<Así pues, el pueblo de Baiona se vio obligado a mantener vacía la zona de A Palma. Sólo más adelante, cuando las guerras y los asedios remitieron, se le permitió plantar la arboleda que aún existe, y comenzó a utilizarse como secadero de redes, luego como campo de fútbol, parque de paseo, lugar de celebración de fiestas… Después se construyó la antigua lonja del pescado en la Praia de A Ribeira… don Ángel Bedriñana sufragó el Palco de la Música en 1927… A Palma que vosotros conocéis ahora. >>
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La primera imagen nos muestra A Palma de principios del siglo pasado. Los aparejos a secar ocupan todo el campo, mientras las “ataderas” repasan las redes. Ropa a secar y una vieja portería de fútbol en medio. En la siguiente, de 1933, vemos la poda de árboles, el Palco de la Música, y el obelisco en honor a don Ventura Misa. Al fondo, la lonja del pescado. En la última, años veinte, se muestran los primeros tiempos del fútbol en la villa.
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Aquello que no nos contó nuestro padre de joven, nos lo contó después de mayor, cuando se había jubilado, y pocos años antes de su fallecimiento. De Baiona lo sabía todo… que no es poco. La historia de nuestra querida villa es interminable. Era persona de conversación fácil, al que su condición de periodista le otorgaba un conocimiento global acerca de la realidad de las cosas, forjado a lo largo de medio siglo de información diaria. Poseía habilidad y estaba documentado para participar de cualquier debate sobre cualquier tema. Recuerdo en los años ochenta, cuando ya la preocupación obsesiva por su trabajo del día siguiente había desaparecido, que a menudo evocaba acontecimientos acaecidos en Baiona. No había lugar, esquina, monte, barrio… que no trajese a su memoria algún relato. Y lo hacía con soltura, con voz entonada, con las pausas del buen orador, y con toda suerte de datos que enriquecían su historia. Por deformación profesional, gustaba de marcar nítidas referencias entre lo confirmado y lo que sólo formaba parte de la rumorología. Aquella mañana, no sé por qué, hablábamos de cruceiros, tal vez al pasar por alguno de los muchos que hay en el pueblo. Caminábamos junto a él Picuca -mi esposa- y yo; mi madre, con los niños, venía detrás. - ¿Conocéis la leyenda de A Ponte Vella de A Ramallosa? -nos pregunta. - Algo escuchamos acerca del viejo puente romano, sobre unos ritos de fertilidad… - Esa leyenda la contaba la madre de vuestra abuela Fabiana… Así que echad cuentas a ver qué parentesco tenía con vosotros, y comprobaréis hasta dónde se remonta el cuento.
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<<Aún hoy en día -nos comenta-, se sigue hablando de un rito ancestral conocido como “Bautismo Prenatal”. Si pasáis por A Ponte Vella, a veces veréis flores depositadas al pie de San Telmo. Son de alguien que ha hecho ese rito la noche anterior, o deja la ofrenda de flores para dar gracias al santo por un feliz alumbramiento. >>
A Ponte Vella de A Ramallosa.
<<Esta práctica supersticiosa se realiza sobre determinados puentes de características muy concretas. Han de ser viejos, y preferiblemente construídos por los romanos o por los árabes. Debe tener un cruceiro, o estar al píe de una capilla, aunque también es cierto que muchos puentes en los que se realiza este rito bautismal no cumplen las condiciones. >> <<El “Bautismo Prenatal” consiste en el bautizo de la criatura en el vientre de su madre. El rito comienza con la llegada de la futura madre al puente poco antes de las doce de una noche de luna llena, acompañada al menos por dos personas. La comitiva debe llevar consigo todo tipo de comidas y bebidas como si de un bautismo normal se tratara. >>
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A Ramallosa, A Ponte Vella, 1930. Cruceiro, imagen de SanTelmo y altar. (Foto Alar).
<<La madre tiene que ir provista de un cubo, y de una cuerda tan larga como la altura del puente en su punto medio. Se coloca ella sola en el centro del puente, y los acom-
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pañantes esperan en la dos orillas para impedir que nadie, persona o animal, cruce antes de las doce de la noche. >> <<Llegada la medianoche, se invita al primer hombre o mujer que pase por allí a que se acerque a ser el padrino o madrina del bautizado. "¡Home o muller de boa ventura, bautízame esta criatura!". La invitación nunca debe ser forzada, ni obligar a nadie, pero si no la acepta, no se le permitirá el paso al puente. >> <<Cuando un viandante acepta la invitación, que es lo habitual por tratarse de una obra de caridad, se acerca él sólo al altar situado en medio del puente, y con el cubo atado a la cuerda coge un poco de agua del río. Luego vierte el agua sobre el vientre de la mujer, directamente o con un hisopo hecho con una rama de olivo, a la vez que reza las mismas palabras que pronuncia el sacerdote en un bautizo católico. "No nome do Pai, do Fillo e do Espírito Santo", pero cuidando de no acabar ni él ni nadie con la palabra “Amén”, pues si lo hiciera, el niño no nacería. >> <<Tambien existe otra fórmula más larga y complicada: “Eu bautízote coa auga do Xordán como o señor San Xoán bautizou ó señor Xesucristo. Se meniña has nacer, o nome da Virxe has ter. Se de varón tiveres condición, tera-lo nome de San Amaro glorioso que se senta á mesa de Deus, o Noso Señor Todopoderoso.”
<< “Nin can nin gato” debe pasar por el puente mientras se lleva a cabo el rito. Si lo hiciera, el rito debe comenzar de nuevo. >> <<Acabado el bautizo, se deja libre el paso por el puente y comienza la celebración de la fiesta, agrupándose todos en uno de los márgenes para comer lo que llevaban
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preparado. Por fin, cuando ya no puedan comer ni beber más, se regresa al medio del puente, y se tira, de espaldas al río y por encima del hombro, toda la comida y bebida sobrantes, incluídos el mantel, vasos y cubiertos, fórmula eficaz para romper cualquier maleficio, y a modo de pago de los poderes mágicos del río para asegurar así el feliz nacimiento del niño. >> <<Cuando por fin llega el nacimiento del niño, se repite la ceremonia del bautismo, pero ahora en la iglesia y con el cura, y asiste como padrino o madrina la misma persona que realizó el bautismo del puente. Usualmente, el niño recibía el nombre de su padrino. >> <<El “Bautismo Prenatal” fue prohibido por la Iglesia hace varios siglos, pero aún existen lugares y familias que, a pesar de todo, conservan esta ancestral tradición. En el Val Miñor, San Telmo sigue recibiendo las plegarias de las futuras madres para un buen alumbramiento… y quién sabe si todavía habrá alguien que practique el legendario ritual. >>
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He conversado con mucha gente de Baiona, de distintos oficios, de variadas edades, de diferentes estratos sociales, con biografías apasionantes… y encontré en la mayoría, relatos interesantes y dignos de ocupar las páginas de cualquier obra literaria. Mi primo José Antonio, el cura, ya me había puesto sobre aviso de la cantidad de historias que escondía Baiona. Me lo anunció también el amigo Chicho… aunque confesó que muchas no se podían contar. Pero ya antes, la abuela Fabiana, las tías Carmen y Amparo, los tíos, mi padre… mientras vivieron, nos lo comentaban a menudo. Quién sabe si esas anécdotas que de momento se han quedado en el olvido, puedan pronto ver la luz…
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XI. Escenas de playa
Entre la colonia veraniega tradicional, el verano de Baiona no se concibe sin la playa de A Barbeira como escenario cotidiano. Ha sido siempre, y lo sigue siendo, como una sala de estar comunitaria, pero con el plus añadido de contar con espacio suficiente para evitar, si fuese necesario, la mezcolanza de generaciones, las molestias mutuas, la invasión infantil, la represión de los mayores… Los niños con los niños, los chicos con los chicos -a veces en el espigón-, y los adultos en su grupo bajo una sombrilla, o tumbados en las toallas. Todos reunidos en la arena… pero separados. A los mayores también se les ve charlando con tranquilidad en la orilla, y muchas veces reencontrándose después del largo invierno. Cuando en agosto llega la mayor afluencia de veraneantes, y la playa se achica con la marea alta, es posible que en tu toalla te enteres, sin poder evitarlo, dónde y qué cenaron los vecinos, e incluso cuánto pagaron. Y como de esto, de muchas más cosas. “¡Bajad la voz, por favor!”, proponen a su grupo los veteranos de A Barbeira. Y llega el momento del baño. El agua helada se convierte en un duro escollo para los adultos, que titubean antes de lanzarse. Por el contrario, los niños parecen insensibles al frío y se bañan “como si tal cosa”. A Barbeira se ha caracterizado siempre por ser una playa de niños -incluidos bebés-, y de abuelas. Y se sabe de algunas históricas veraneantes que han venido a la playa de recién nacidas, y ahora, tres generaciones después, lo hacen de bisabuelas.
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A Barbeira, 1972. Los Pérez Moreiras: Elisa, los padres Maruja y Severino, Miguel, Marián, Pepe y Selis. Al fondo, Daría, mi madre, y mi hermana Ana. Delante, Cholo Orza, con su hijo Pablo en brazos, y Carlos Moya, asomando su cabeza entre Miguel y Marián. (Archivo Familia Pérez Moreiras).
Los ourensanos Maruja Moreiras y Severino Pérez llegaron a Baiona en 1946. Venían a tomar los baños de algas de A Concheira, que le recomendaron a uno de ellos para superar ciertos problemas reumáticos. Con anterioridad iban a A Coruña. Desde entonces no han faltado a su cita con Baiona ni un solo verano. El primer año les acompañaba tan sólo un bebé, Elisa. Los siguientes hijos, Pepe, Miguel, Marián y Selis, se fueron sumando a los veranos baioneses. Con el tiempo llegaron los nietos… Muchos años después, ya en el presente siglo, Maruja acude a la Praia de A Barbeira con sus biznietos.
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A Barbeira, 29 de julio de 1957. Elisa Pérez Moreiras, Pepita Arias, Maruja Moreiras y Pepe Pérez Moreiras. (Foto Jesús).
En un marco tan propicio, abundan las fotografías familiares. Es curioso que las escenas se repitan a menudo de forma casi idéntica. Distintos protagonistas, pero los mismos lugares. Las instantáneas en las barcas son un clásico del verano: los botes de Antonio, las gamelas de Eugenio, de Enrique, de Filomeno, de Angelito… la “Marina” de los Lira, la “Sofía” de los Allen-Perkins, el “Gurugú” de los Prieto Cuervo, el “Ala Vai” de Héctor Barreiro… y ya más lejano en el tiempo, años treinta, el ”Riscoburo” de los Bonín, o la anterior “Xoubiña” de los Barreiro, asiduas estas últimas familias a los veranos de Baiona desde mediados del siglo XIX.
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La bisabuela de los hermanos Bonín, Carmen Castro Amorín, era natural de Baredo. Residió en Baiona durante un tiempo, antes de casarse en Porriño con Manuel Rodríguez, escribano de profesión.
A Barbeira, 1932. El bote “Riscoburo”, de los Bonín. Manrique Rodríguez Bonín es el segundo por la izquierda; Eduardo Barreiro, el segundo por la derecha. Le acompañan unos veraneantes de la pandilla. (Archivo M.R. Bonín).
A Barbeira, 1935. El “Riscoburo”. El primero por la derecha es Eduardo Barreiro, y el segundo, Manrique Rodríguez Bonín. Detrás, de pie, Joaquín López Barreiro. Con ellos, unos amigos veraneantes. (Archivo M.R. Bonín).
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A Barbeira, 1933. Héctor Barreiro, con una amiga. (Archivo Familia Barreiro).
A Barbeira, 1945. María del Carmen, Juana Rosa y Emma Barreiro, en el “Xoubiña”.
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Muchas de las fotografías que documentan los recuerdos de la época son obra de Jesús, el popular fotógrafo madrileño. En verano cambiaba los barrios de Madrid por las playas, las calles, el muelle, las fiestas… de Baiona.
A Barbeira, 19 de julio 1957. Severino Pérez, con sus hijos Miguel, Pepe y Marián; a los remos, una amiga de la familia. (Foto Jesús).
A Barbeira, 1954. Entre otros: Mariló, Florita, Maruja Moreiras, Marián, Susa Capua, Belén, Miguel… (Archivo Familia Pérez Moreiras).
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A Barbeira, 1957. En el popular bote “Sofía”. Entre otros: Toñín, Manolito, Pepe, Miguel, Julia Moreiras, Carmina, Marián y Severino Pérez. (Archivo Familia Pérez Moreiras).
<<El distintivo de las gamelas que se dedicaban a llevar a la gente a la playa de A Barbeira -recuerda Elisa-, era una bandera española colocada sobre un palo a mitad de la embarcación. Un año, como se esperaba la llegada de un grupo importante de turistas alemanes, mi padre nos mandó hacer unas banderas de Alemania para las barcas de Eugenio, de Filomeno, de Angelito… Y ahí nos tienes a las mujeres de casa confeccionando banderas… Al poco tiempo, las banderas tenían que ser de Francia… >> <<A última hora de la mañana, desde la orilla, los barqueros anunciaban sus salidas de regreso a voz en grito. Antonio, que iba hasta el muelle, gritaba: “¡¡¡Úuuuultimo bote!!!”, mientras que los de las gamelas decían: “¡¡¡¡A ver quién “si” viene!!!”. >>
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<<Mi familia disponía de caseta propia -nos cuenta Ló Prieto Cuervo-, de color verde y blanco, y con su nombre, “El Gurugú”, pintado encima de la puerta. También teníamos un bote y una pequeña lancha, que junto a la caseta, guardábamos en los inviernos en casa, en “El Gurugú”. Para el transporte nos valíamos de uno de los muchos carros que los pescadores utilizaban para llevar los aparejos a secar. Después de cargar las embarcaciones con la valiosa, hábil e imprescindible ayuda de los marineros, todo el mundo a empujar hasta casa. >>
Baiona, 1953. El “Gurugú” va camino de A Barbeira. En la proa, los hermanos Lalo y Li Prieto Cuervo; remando, Antonio, el marinero; en la popa, Ló Prieto Cuervo y María Elena, la sirvienta portuguesa. (Archivo Lo Prieto Cuervo).
<<Mis hermanos eran muy aficionados a la pesca submarina -comenta Ló-, y salían a menudo hasta las Illas Ciés, Monte Lourido, las Estelas, Cabo Silleiro… Pescaban mucho, y al llegar al muelle con las capturas, los marineros los miraban mal, como si el mar fuese de su propiedad, y les estuviesen robando el pescado. >>
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Baiona, años ochenta. Eliette, la esposa de Lalo Prieto Cuervo, maneja la lancha, mientras su primo, Manolo Neira, exhibe dos espléndidos sargos. (Archivo Neira).
<< ¿De dónde viene el nombre de “Gurugú”? -explica Ló- Mi abuelo era militar, el general Cuervo, y había intervenido en la guerra de África, 1909, y en concreto en la batalla del Monte Gurugú contra los moros. De ahí el nombre de nuestra casa, como recuerdo. >>
“El Gurugú”, años ochenta. Li Prieto Cuervo, con dos magníficas lubinas pescadas en Cabo Silleiro. Los pequeños de casa muestran gesto de asombro. (Archivo M. Neira).
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Como ya dijimos, el bote “Marina” de los Lira era esencial para los Rey Lama en los veranos de Baiona, en especial para mí. Los recuerdos de A Barbeira van vinculados a aquel ir y venir en la barca. Se hacía indispensable en nuestras vidas, y años después, cuando despareció -no sé por qué motivo-, la echamos mucho de menos.
A Ribeira, años cincuenta. Bendición de la “Marina” y de la caseta, que se transporta desarmada para su instalación en A Barbeira. (Archivo M.C. Veiga).
Eduardo Lira López, baionés de nacimiento, bautizó el bote con el nombre de “Marina” en honor a su esposa Marina Castro. El matrimonio, con sus hijas Carmucha y Chicha, vivía en la Ronda de Don Bosco de Vigo, en la misma casa que nosotros, ellos en el segundo piso y nosotros en el primero. La amistad de los inviernos olívicos se trasladaba a los veranos baioneses. Los Lira pasaban el verano en casa de su abuela, en la Rúa do Reloxo. Recuerda Kiri, una sobrina de Marina, que a veces las campanadas del reloj no les dejaban dormir.
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Baiona, O Cantiño, años cincuenta. Después de su bendición, la “Marina” es llevada a la Praia de A Barbeira, y siguiendo el recorrido habitual, pasa cerca de las murallas del castillo y de las rocas de O Cantiño. Es una estampa típica de aquellos tiempos. Esta vez transporta la caseta de los Lira. (Archivo M.C. Veiga).
Se vivían los tiempos de la playa de A Barbeira de Antonio y de Carolina: entrañables, ordenados, llenos de imágenes, de escenas inolvidables… irrecuperables… Los veraneantes que venían desde A Ribeira, también tienen su recuerdo cariñoso para Eugenio, Filomeno, Enrique, Angelito… dispuestos siempre con sus gamelas para el traslado a la playa.
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A Barbeira, 1960. Subidos a la “Marina”, Chicha Lira, mi primo Agustín Prada, mis hermanos Miguel y Ana, Carmucha Lira y otro miembro de la familia Lira. (Archivo M.C. Veiga).
A Barbeira, 1959. En primer plano: Carmucha Lira, mi hermana Ana, mi madre, Mito Lama, Kiri Veiga, Magena Lama y mi hermano Enrique. Atrás, entre otros: Chicha Lira, el madrileño Satur, sosteniendo a mi hermano Miguel, su hermana Conchita… (Archivo M.C. Veiga).
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Baiona, 1955. La “Marina”, camino de la playa. De izquierda a derecha: Carmucha Lira, mi hermana Ana y yo, Satur a los remos, mi prima Isabelita, Conchita, Kiri Veiga, mi hermano Miguel, y unos amigos madrileños. (Archivo M.C. Veiga).
Baiona, 1956. Kiri Veiga, remando en la “Marina” hacia la playa de A Barbeira. Chicha Lira en proa y su hermana Carmucha en popa, junto a Conchita, una amiga madrileña, y la hija de ésta. El bote tenía en popa una pequeña escalerilla para que los bañistas pudieran subir con facilidad desde el agua. (Archivo M.C. Veiga).
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Baiona. 1956. Foto de familia en A Barbeira. Las Lira, con la familia madrileña de Satur. Detrás, mi primo Agustinín Prada y Kiri Veiga. (Archivo M.C. Veiga).
A Barbeira, 1957. La “Marina”, equipada para una de las excursiones del verano, con dos juegos de remos y timón. Reman Carmucha y Chicha Lira, Kiri al timón, y yo en la proa. (Archivo M.C. Veiga).
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María José y Concha, son parte de la cuarta generación de la familia Bonín que veranea en Baiona. <<Nuestra bisabuela era baionesa -explica María José-, y si calculamos que pudo haber nacido a mediados del siglo XIX, sacamos en conclusión que la familia de los Bonín mantiene su presencia en los veranos de Baiona durante al menos un siglo y medio… y mis sobrinos, la quinta generación, continúan con la costumbre. >> <<En la pandilla -recuerdan- había los que iban a la playa de A Barbeira desde el muelle en los botes de Antonio y Xoansiño, y los que salían desde A Ribeira en las gamelas de Angelito y Eugenio. A nosotras nos correspondía el bote del muelle, pero para “ahorrarnos” las dos pesetas del viaje, y quedarnos con ellas, pasábamos a la playa por O Cantiño… Antes convencimos a nuestro padre de que no le pagase a Antonio mensualmente, porque a veces íbamos a otras playas, o no íbamos a ninguna, y así se ahorraban esos viajes. Nuestra intención, por supuesto, no era el ahorro familiar… Así que con marea baja no había problemas, pero con marea alta, pasábamos por las rocas de O Cantiño con el agua al cuello, la ropa en alto para no mojarla… Beneficio: dos pesetas. Una aventura más. >> <<Está claro que nos gustaba mucho más el riesgo, el griterío que armábamos en la operación, el “pandilleo”, las risas cuando alguien caía al agua… que las pesetas que nos quedábamos -reconoce Concha-. >> <<En A Barbeira, Carolina nos reservaba el primer toldo de la playa, para no molestar a los mayores. Allí dejábamos las toallas, las bolsas, los balones… >> <<También hacíamos la excursión al río Miñor en gamela o en cualquier artilugio que flotase. Subíamos con la marea, y al regreso siempre teníamos que empujar la lancha, ya que el río se iba quedando sin agua al bajar la marea. >>
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Muchos años antes de esas excursiones por el río que evocan las Bonín, su abuelo y su padre ya habían hecho unas cuantas. La tradición familiar se conservaba desde “antes de la guerra”, como decimos los mayores.
A Ramallosa, 1932. Excursión por el río Miñor. “Al fin libró”, titula la fotografía Manrique Rodríguez Bonín -con camiseta blanca-. Parece que hubo que esperar a que bajara la marea para pasar con el “Riscoburo” por debajo de los puentes.
A Ramallosa, 1934. En esta excursión por el río participan los abuelos Bonín. Situados en la popa, el abuelo Enrique maneja el timón del “Riscoburo”.
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También la familia López Lojo nos dejó testimonio gráfico de sus excursiones al río Miñor.
A Ramallosa, 1925. Excursión por el río Miñor de la familia López Lojo. Arriba: Las hermanas López Lojo: Carmen, Emma, Clemen, Juana y Mery. Abajo: Clementina López Lojo.
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Baiona, 1959. Héctor Barreiro en el bote “Ala Vai”. Al fondo, las mejilloneras.
A Barbeira, años treinta. Los hermanos Barreiro del Barrio: Ramón, Carlos y José María. (Archivo Familia Barreiro).
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<<Mucha “bandera azul”, socorristas, duchas, servicios… pero ahora no hay ni dónde beber un poco de agua comenta María José en A Barbeira-. En los años sesenta, Carolina -la mujer de Antonio- siempre tenía gaseosas frescas, un porrón con agua y algunas botellas de vino. >> Hubo un par de veranos en los que la playa tuvo su “chiringuito”, que por cierto solía estar bastante animado, al menos por las mañanas. Esto ocurría en los años setenta, pero no sabemos por qué razón, nunca más se volvió a instalar. Dicen que si lo saqueaban durante la noche…
A Barbeira, 1972. Foto de familia. Los Pérez Moreiras al completo: Elisa, los padres Maruja y Severino, Marián, Miguel, Pepe y, delante, el pequeño Selis. En medio, Cholo Orza, con su hijo Pablo en los brazos, y Carlos Moya. Por cierto, las dos hermanas, Elisa y Marián, esperan familia. Detrás, a la derecha, Daría, mi madre, y Ana, mi hermana. En el fondo de la fotografía, delante de la arboleda que había entonces entre la arena y las murallas del castillo, se ve el “chiringuito” con bastante animación. A la derecha, un grupo de casetas públicas -las particulares ya no se instalaban-. (Archivo Familia Pérez Moreiras).
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Quedarse a comer en la playa de A Barbeira era todo un plan. También en esto, los abuelos y los padres de los Bonín ya habían marcado costumbre mucho antes.
A Barbeira, 1935. Jornada de playa con comida incluida. La familia Bonín y algunos amigos, en la arboleda existente por entonces delante de las murallas del castillo. (Archivo M.R. Bonín).
A Barbeira, 1935. Geles R. Bonín -con vestido blanco y cinturón-, y varios amigos del verano. A Barbeira se muestra solitaria. Parece una playa privada.
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A Barbeira, 1933. “Nuestro grupo”, titula la fotografía Manrique R. Bonín, el tercero por la izquierda. Mima R. Bonín es la segunda por la derecha; Joaquin López Barreiro, sentado, a la derecha. (Archivo M.R. Bonín).
A Barbeira, 1935. La pandilla del verano. Entre ellos: Geles Bonín, la segunda por la derecha; delante, Juan Santos; Loly Vales, en medio, a la izquierda; de pie, Mila Vales, la primera por la derecha… (Archivo M.R. Bonín).
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Las tradicionales regatas de gamelas en las fiestas patronales vienen de lejos. Los Bonín participaron en ellas en los años treinta.
A Barbeira, 1933. “Entrenándose”, titula esta imagen Manrique R. Bonín, que aparece remando en la proa de la gamela, junto a Joaquín López Barreiro.
A Barbeira, 1935. La colonia veraniega en pleno acudió a presenciar la salida de la regata. Era un acontecimiento tan deportivo como social. (Archivo M.R. Bonín).
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Las pandillas que agrupaban a los Pérez Moreiras, a los Rey Lama, a los Bonín, a los Brandón, a los Portolés, a los Capua, a los Tapias Presa, a los Prieto Cuervo, a los Orío, a los Barreiro, a los Abia… debieron ser las últimas de los veranos de Baiona. Eran los años sesenta y setenta. Los nuevos chicos que iban llegando se sumaban a las pandillas que les correspondía en razón a su edad. Estaba todo perfectamente organizado.
A Barbeira, 31 de julio de 1971. Belén Capua, Miguelito “Tragamillas”, Chusa, Federico Tapias y Marián Pérez Moreiras. (Archivo Familia Pérez Moreiras).
A partir de los ochenta, el verano baionés empezó a masificarse en exceso. Aquella familiaridad de la colonia veraniega se fue perdiendo poco a poco, y se acabaron las entrañables pandillas del veraneo, al menos con las características de antaño. Ya no fueron “auténticas”, ni tan numerosas, ni tan unidas, ni quedaban citados para el verano siguiente… Perdieron su identidad. Pasaron a ser pequeños grupos, casi siempre compuestos por familiares… Fueron
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desapareciendo lánguidamente las pandillas de los diez años, de los doce, de los catorce, de los dieciséis… Llegaba una Baiona distinta a la de nuestras niñez y juventud.
A Barbeira, 1967. La pandilla de niñas, en el día de la inauguración del Parador Nacional Conde de Gondomar. Arriba: Isabel Figueroa, Chusa, Belén Capua, Marián y María José. Abajo: xxxx, Marta Brandón, Ló Prieto Cuervo y María Nieves Portolés. (Archivo Familia Pérez Moreiras).
Las fotografías de aquella época muestran a unos chicos felices, despreocupados, con ganas de disfrutar de su juventud y del verano… A buen seguro que para todos ellos, las vacaciones de Baiona continúan siendo un recuerdo imborrable.
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A Barbeira, 1967. “Rostros de verano”. El ourensano Miguel Pérez Moreiras, rodeado de chicas: María José Bonín, María José Paz, Marta Brandón e Isabel Figueroa.
A Ribeira, 17 de agosto de 1969. Chusa, Marián Pérez Moreiras y Ana Crespo Leyenda. (Foto Jesús).
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1967. Ló Prieto Cuervo, Ana Carballal y Concha Bonín, en las arenas de alguna playa del entorno de Baiona. ¿Las dunas de Panxón? (Archivo M.J. Bonín).
Baiona, 1963. Mi prima Magena Lama, remando en la “Marina”. Durante los veranos pasaba siempre unos días con nosotros en “la casa de Baiona”. Cuando sus padres la recogían, un par de semanas después, se iba muy a disgusto.
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Las fotografías de cuando éramos pequeños no podían faltar. No creo que haya un sólo niño de entonces que no tenga una instantánea de su paso por A Barbeira.
A Barbeira, 1956. Belén Capua y Marián Pérez Moreiras, sentadas en un colchón de playa, tan de moda por entonces. Detrás, a la derecha, se ve la caseta de listas de los Rey Lama. (Archivo Familia Pérez Moreiras).
A Barbeira, 1968. Hermanos Bonín: Conchi, Manu y Luis. (Archivo M.J. Bonín).
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Para cerrar la evocadora colección de escenas de A Barbeira, fiel reflejo de costumbres y modas de cada tiempo, llenas de recuerdos de niñez y de juventud para tantos bañistas de siempre, y ¿cómo no?, fuente generosa de la nostalgia de muchos… será oportuno recurrir a estas bellas imágenes que reúnen a veraneantes de la Baiona de los años veinte.
A Barbeira, 1927. La colonia veraniega en pleno. Se puede apreciar cómo acudían a la playa los veraneantes de entonces. Vestidos en las damas, chaquetas, e incluso traje, corbata y sombrero en los caballeros. A la izquierda, Enrique Rodríguez Bonín. Entre otras del grupo, las hermanas Juana y Emma López Lojo, y Maria Teresa y María del Carmen Casal del Rey…
Nuesto homenaje a las antiguas generaciones de veraneantes: los Bonín, los Brandón, los Alonso, los García Durán, los Zarauza, los Tapias, los Del Río, los Valeiras, los Barreiro, los Galván, los Lojo y Montojo, los Tenreiro, los Carranza, los Mulder… Si aún vivieran, se reconocerían en
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cualquiera de los grupos que estamos viendo… y también puede ser que algún descendiente, todavía los reconozca…
A Barbeira, 1931. La moda de playa y baño de la época. Abajo: Geles Bonín y Juan Santos, los dos primeros por la izquierda. (Archivo M.R. Bonín).
A Barbeira, 1933. Veraneantes.
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A Barbeira, 1934. Geles R. Bonín y una amiga. (Archivo M.R. Bonín)
A Barbeira, años treinta. Geles R. Bonín y una amiga. (Archivo M.R. Bonín)
A Barbeira, 1935. A la izquierda, Celso Brandón, con gafas; en el medio, Geles Bonín, con vestido estampado. (Archivo M.R. Bonín).
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A Barbeira, 1930. “Tacho” Barreiro, tirándose de cabeza desde el embarcadero de los botes. Unos años después, en 1959, enseñándoles a sus sobrinos a tirarse, se desnucó en un fatal accidente. Se lanzaba desde un barco de pesca varado en la playa, la marea fue bajando, y cuando, al cabo de un rato, se tiró de nuevo por la popa, ya no había casi agua. (Archivo Familia Barreiro).
Baiona, años treinta. Tacho, a la derecha, y un amigo. (Archivo Familia Barreiro).
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A Barbeira, 1933. Los dos primeros de arriba por la derecha son Héctor Barreiro y Joaquín López Barreiro; en medio, Juan Santos Ramos; abajo, en medio, Benigna Fernández. (Archivo Familia Barreiro).
A Barbeira, 1930. Héctor Barreiro, el primero por la derecha, con la pandilla del verano. (Archivo Familia Barreiro).
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A Barbeira, a単os treinta. Las hermanas madrile単as Elisa y Rosa Bernis.
A Barbeira, a単os treinta. Entre otros, las hermanas Bernis.
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A Barbeira, años treinta. En la segunda fila, Carmen López Lojo y Merchy Suárez. (Archivo Familia Barreiro).
Años treinta. A los lados, las hermanas Bernis.
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A Barbeira, julio de 1930. Canducha, Carmen Torres y MarĂa del Carmen MartĂn.
A Barbeira, 1930. La pandilla. (Archivo Familia Barreiro).
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A Barbeira, 1931.
A Barbeira, 1931.
A Barbeira, a単os treinta. Loly Vales, la primera por la izquierda.
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A Barbeira, 1929. Por la izquierda: Mery López Lojo, Amparo López Barreiro… Por la derecha: Pilar López Barreiro, Juana López Lojo, Lourdes Viaño… (Archivo Familia Barreiro).
Si estas familias veraneantes de “antes de la guerra” volviesen hoy -2013- a la playa de A Barbeira en un día de agosto, se llevarían un tremendo susto. Echarían en falta la arena blanca de entonces, las casetas, la arboleda, su agua limpia y transparente, el mar abierto sin barreras… ¿y O Cantiño?… Les sobrarían el Club de Yates, los pantalanes llenos de embarcaciones, el muro de la doca… ¿Y tanta gente?... Tan sólo quedan las murallas… y la magia que conserva A Barbeira para los que nacimos con ella.
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XII. Gentes de Baiona
La Baiona de la primera mitad del siglo pasado hubo de soportar muchas más penurias de las que un baionés de hoy en día pueda imaginar. Cuentan las ancianas de la villa que se pasó mucha hambre. Baiona había perdido su condición de puerto comercial, y Monte Real ya no era el centro estratégico militar que había sido durante siglos. Cuando el pueblo baionés trataba de superar estos reveses, estalla la Guerra Civil. La contienda y sus consecuencias trajeron mucha miseria a la villa. Dicen que las mujeres se trasladaban con las patelas hasta Oia, hasta Bahiña, hasta Belesar, hasta donde fuera… dicen que hasta Tui… para poder cambiar el pescado que traían los maridos por comida, es decir, por pan, verduras, leche, huevos, patatas… Dicen que a veces no se encendía la cocina porque no había nada que cocinar… Que algunas la encendían a pesar de todo para que los vecinos vieran salir el humo de su chimenea, y disimular así su precariedad… Dicen que iban a coger croques y mejillones a las playas, la mitad para poder comer algo en casa, y la otra para cambiar por alimentos en los pueblos cercanos… Dicen que los productos que se retiraban con las cartillas de razonamiento se acababan casi antes del comienzo del despacho… Que iban a veces hasta Gondomar en busca de pan, y cuando les llegaba el turno en la cola, se había agotado… Y esto se daba en los años cuarenta… ”¿Qué pasaba?”, pregunto. “No había nada… y además estaba el negocio del estraperlo por detrás”, me contestan. Cuentan que en 1940 y 1941, no había ni pan, ni aceite, ni azúcar, ni jabón… nada de nada. “Mucha gente mu-
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rió de tuberculosis por falta de comida y de higiene”. Un amigo me cuenta que cuando era niño, de familia con posibles, tiraba a sus amigos pedazos de pan desde su ventana sin que lo supieran sus padres. <<Éramos diez hermanos -me dice Elizabeth-, y recuerdo escuchar desde la cama a mi padre preparándose para salir a pescar muy de madrugada. El taconeo de aquellas botas de piso de madera que usaban entonces los marineros, lo delataba. Si al poco tiempo se volvía a escuchar el taconeo, era señal inequívoca de que no había podido salir a faenar. Ese día no teníamos nada que llevarnos a la boca. >> <<Apenas la mitad de un cuartillo de aceite para preparar la comida de los diez hijos y de los padres. Y un cuarto de kilo de pan para toda la familia. >> <<Mi madre nos ponía los platos de comida en la mesa, menos el de ella. Cuando se lo decíamos, contestaba: “Xa comín”. Su parte la repartía entre los diez hijos. >> <Siendo niñitos, íbamos al Concello a que los falangistas nos diesen un plato de caldo. Antes teníamos que cantar el “Cara al sol” con el brazo en alto. En casa, hasta un familiar nos había hecho unas escopetas de palo pintadas con purpurina para ganar méritos en el reparto del caldo. >> <<A dos o tres niños del barrio, los falangistas le cortaron el pelo al rape, y le dieron la famosa “purga” -aceite de ricino- que descomponía el vientre. Todo por reírse de ellos cuando desfilaban con los tambores y el brazo alzado por las calles del pueblo. Bromas de niños. En otra ocasión, a una niñita le dieron “purga” de más y se murió a las veinticuatro horas. >> Cuentan que en ese tiempo hubo grandes madres en Baiona, que hicieron por sus hijos lo imposible, que vivieron una continua vida de esclavitud para poder sacarlos adelante… y los sacaron.
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Después de tantos años viniendo a Baiona en los veranos, siendo además hijo de baionés, nunca supuse que la Guerra Civil hubiera dejado atrás tantas y tan dramáticas huellas de su paso. Pensé que estando tan alejada del frente, sus efectos habrían llegado muy de refilón. Y sin embargo no fue así. Chicos fallecidos en combate, injusticias, asesinatos, hambre, pobreza… Bien es verdad -debo reconocerlo-, que tampoco en Vigo, la ciudad donde nací y me crié, escuché en mi entorno hablar de las terribles calamidades que la guerra provocó allí. Calamidades de las que me tuve que enterar ya de mayor, con esposa e hijos. Imperaba el silencio en todos los ámbitos -al menos por los que yo me movía-, por eso no puedo extrañarme de que con Baiona me ocurriese lo mismo. Prisioneros que traían en camiones hasta Baiona, y que “descargaban” en el muelle… algunos descalzos con los pies en llagas, otros medio muertos de hambre… luego trasladados a Camposancos (A Guarda) a la espera de lo peor… el antiguo horno de la Rúa do Conde requisado por los “muleros”, igual que el Hotel “La Palma”… el cabo Pena, ¡qué horror!... “mi suegro se tuvo que escapar al monte”… los pobres fusilados de Baredo… campesinos en sus campos, ajenos a todo, matados a tiros… <<Mi madre, para sobrevivir, tuvo que cocinar para la Guardia Civil y para los soldados, y a menudo le pedían que preparase el “rancho frío” para salir por las noches de batida por las aldeas del interior… Los pobres campesinos, ignorantes de todo, eran atropellados, robados, maltratados… y algunos acabaron muertos a tiros. Al día siguiente, un tal Insua, un guardia civil algo retrasadillo, lo contaba como si se tratase de una hazaña. Era horrible. >> En Baredo mataron a nueve hombres sin juicio y por el simple hecho de tener ideas distintas. Detenidos en Sabarís por los falangistas, llegó un pelotón militar de Pontevedra, los
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metió en un camión, y al llegar a la curva de A Bombardeira, los mató a tiros, y los dejó abandonados en la cuneta. Entre ellos estaba el señor Félix, un hombre bueno e ignorante de guerras, de peleas… Todos los días, durante muchos años, aparecían nueve cruces pintadas en la tierra. <<El cabo Pena fue el terror de Baiona, y no fue él sólo, también hubo algunos desalmados metidos a falangistas, que sembraron el miedo y la violencia entre la población. >> <<El guardia civil “O Soutelo”, se llevó del mercado y de las tiendas durante años, el pescado, el pan, el aceite, el azúcar… sin pagar ni una sola cosa. >> <<Los muertos en las “batidas” nocturnas eran enterrados en una fosa común, y no dejaban acercarse por allí a nadie para que no delatasen la inmensa barbaridad. >> <<Todos estos asesinos tuvieron un mal final en el pueblo. Quedaron repudiados y marginados para el resto de sus días… y menos mal que a nadie se le ocurrió tomar la justicia por su mano… que muchos estuvieron bien cerca de hacerlo. >>
Baiona, 1940. Los falangistas, de funestos recuerdos para los baioneses, desfilando por la Calle de Elduayen.
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Por todo esto, y por muchos más motivos que seguro no me contaron, yo quiero rendir homenaje a aquellas madres, a aquellas abuelas y tías, y también a abuelos, padres y tíos, que lucharon lo indecible para sacar a sus familias adelante. Sin comida, sin ley, a veces sin casa, casi sin futuro, sin vida… hasta sin dignidad en ocasiones… Pero pasados casi cien años desde entonces, ahí están sus descendientes: los Leyenda, los Blach, los Marcote, los Fernández, los Ratel, los Naveira, los Vilar, los Pereira, los Troncoso, los Cabral, los Costas, los Freire, los Cedeira, los Rodal…
Hermitas López Garbín, madre de diez hijos, hizo de todo por su familia. Fue lavandera, aguadora, cocinera para la Guardia Civil en la posguerra, vendía pescado, sirviente en casas ricas… (Archivo Elizabeth Fernández).
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Baiona, años cincuenta. En el centro, con el brazo derecho estirado, Ramón “Boulá” Fernández Gómez, embarcado en el “Espada”, del armador Ramón Lojo.
El padre de Elizabeth, Ramón “Boulá” Fernández Gómez, anduvo embarcado como patrón de costa en el “Espada” pequeño, y después en el “·Espada” grande, del armador don Ramón Lojo. Iba de patrón de pesca Pepe Vázquez, padre de Jesús Vázquez Almuíña, alcalde de Baiona desde 2004. En una ocasión fueron retenidos por las autoridades portuguesas, tras ser sorprendidos mientras faenaban en aguas lusas, y tuvieron que pasarse allí todas las Navidades. Los marineros, una vez más, buscando pesca al límite de la legalidad. En los años cuarenta, Ramón “Boulá” salía cada noche a la mar en busca de alimento para sus diez hijos. Faenaba con su gamela a remos por As Estelas, Cabo Silleiro, Cíes… Cuando traía pesca, su esposa Hermitas salía cargada con su patela a la cabeza para cambiar el pescado por harina, huevos, verduras, patatas… e iba hasta dónde fuera necesario. Ramón “Boulá” y Hermitas eran tíos de Isabel Vilar, esposa de mi tío Aurelio.
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El relato de la vida de Elizabeth precisaría de un libro tan grande como éste para ella sola. Si su madre hizo de todo para sacar a sus diez hijos adelante, la hija aún la superó. “Hasta fui comadrona. ´Cogí´ a cuatro niñitos. Uno, el pobriño, ya salió muerto…”, y me dice los nombres de los cuatro. A los trece años fue conserje del Casino de Baiona; ayudaba a su madre como sirvienta en la casa de los Barreiro, “cuidábamos su casa durante el invierno, y nos daban comida, ropa…” ; lavandera con su madre, “ella lavaba en el lavadero, y yo tendía la ropa a secar en Santa Marta”; aguadora de las del cántaro en la cabeza; trabajó en las dos conserveras, la de Puga, y la mejillonera; “¡Muchos ´plexiglás´ vendí en la Lonja! Era un pescado largo y fino, con una espada en la cabeza, una variedad del pez espada común. ¡Riquísimo! Debió desaparecer esa especie, porque ahora no se ve”; fue cocinera en el “Eixo”; hacía la limpieza en el “Pedro Madruga”; vendió legumbres en la Praza da Fruta; trabajó de modista arreglando ropa, haciendo mandiles…; “Llegué a plantar árboles para la Deputación en la repoblación forestal de la sierra de A Groba”…
Rúa do Conde, 1949. Elizabeth “a do Boulá”, con quince años, ya participaba en la preparación de las tradicionales alfombras de Corpus. Sesenta y cuatro años después, “Eli” sigue trabajando en esa bonita labor. (Archivo E. Fernández).
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Rompeolas, 1956. Elizabeth Fernández López, “a do Boulá”, madre de nueve hijos. En la fotografía, con uno de ellos, Antonio Enrique, en el colo.
<<Había que hacer de todo para dar de comer ós fillos. Tuve siete, más otros dos que nacieron muertos… En una ocasión, meu home se embarcó por siete meses, y no dejó en casa ni un pataco. Trabajaba de lo qué fuese. Sólo me faltó ser cupletista. >>
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Elizabeth “a do Boulá” y su marido, Antonio “Indio”, con sus siete hijos: Almudena, Tito, Jorge (en el colo) y Quique. Delante: Suso, Beba y Montse.
<<Cuando mi marido vino de regreso de aquellos siete meses en el mar, me trajo 25.000 pesetas, y con ellas compré un terreno. Con otras tantas que conseguí ahorrar al cabo de un tiempo, hice la casa donde vivimos ahora. >> Elizabeth no tuvo estudios, pero aprendió en el bachillerato de la vida… “y cuando hay necesidad, vas aprendiendo rápido. Fui comprando terrenitos de al lado de casa… y años después, uno que me había costado miles lo vendí en millones”.
Antonio “Indio”, marido de Elizabeth.
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Baiona, 1950. Yolanda “la Quintana”, Tere, Elizabeth y Goyita, en el murallón de la Calle de Elduayen. Tere y Goyita eran veraneantes madrileñas.
Praza Pedro de Castro, años sesenta. Manolo “O Lura”, Luis “O Pepejillo”, Manolo “O da Chavoleira”, Lano “Jesuita” y Antonio “Indio”.
Profesiones que empleaban a muchas personas se fueron perdiendo. Sobre todo para las mujeres. Una de ellas era el oficio de “redera”, que normalmente se pagaba por horas, y que permitía a las amas de casa cumplir con las labo-
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res del hogar. El progreso cambió los aparejos de algodón por los de nylon, que no precisaban de secado y eran más resistentes y duraderos. Se desvanecía una oportunidad laboral para muchas baionesas.
Baiona, años sesenta. Grupo de “rederas de noche”. El aparejo debía estar dispuesto a la mañana siguiente. Atrás: Pilar “A Mani”, “A filla do Chato”, Angelina “de Boulá”, “A filla do Cabezalla”, Dolores “A de Chareta”, Lara “Capelana” y “A do Cachavelas”. Delante: Manolita “Arnó”, Cristina “A do Pisqueto”, “Kaniquí”, Lola “do Calvo”, y Claudina “A Garexa”.
La fábrica de Puga también se perdió, así como la mejillonera. Ahora, en el nuevo siglo, para las mujeres queda poco más que la hostelería. Santa Marta, años setenta. Desde la gamela se ve la desaparecida fábrica de Puga. La casa blanca del fondo, en el Loureiral, es la de los abuelos de Caíno, el pintor.
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Tampoco ha vivido momentos muy fáciles la familia de Amparo Marcote Cabral. Su madre, ahora con cerca de noventa años, cuenta a sus nietos emotivos recuerdos de su vida que en ocasiones deja llorando a los presentes. “Cuando regresaba vuestro abuelo de pescar, yo subía hasta Belesar, A Granxa… con la patela en la cabeza llena de peixe a cambiarlo por harina, maíz, a veces me daban pan, huevos… Iba descalza por aquellos caminos llenos de piedras… y suerte si volvía con otra carga que no fuese pescado”. La abuela Amparo se fija en el calzado de las niñas: “¡Si yo tuviera de nena esos zapatiños que llevas tú! Era mi mayor deseo. Hasta tuve que ir descalza a hacer la Primera Comunión, y como al subir hasta la iglesia de Bahiña me llené los pies de barro, el cura me mandó a lavarlos”.
O Loureiral, 1953. Amparo Cabral Freire y Clodoaldo Marcote Rodríguez, “Lucho”, con su hijo Juan. (Archivo A. Marcote).
Lucho Marcote fue marinero desde edad temprana, y anduvo embarcado en el “Cachalote”, en el “Almuíña”, en el “Día” de Vigo… La abuela Amparo y sus hijas sirvieron
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durante muchos años en “La Casa del Bosque”, una finca enorme que había detrás de su casa de O Loureiral.
O Loureiral, años setenta. Lola Freire “A Tendeirina”. (Archivo A. Marcote).
A la abuela Lola, conocida por “A Tendeirina”, le venía el apodo de su madre Benita, que tenía un puesto de mercería en la Praza da Fruta. Tuvo nueve hijos, y fue a lo largo de su vida una persona adorable, cariñosa y sobre todo caritativa. No le negaba ayuda a nadie, a veces dando algo que ella misma necesitaba. Dicen los nietos que era el consuelo de la familia, que siempre tenía palabras de ánimo y consejo oportuno. La casa de O Loureiral siempre se encontraba muy concurrida.
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O Loureiral, años setenta. Primera Comunión de Andrés Vasconcellos. Arriba: Urbano Vasconcellos “O Sacristán” y las hermanas Amparo y Pepita “das Carrisas”. Abajo: un amigo, Andrés, Juan Marcote y Mercedes Gómez.
Urbano “O Sacristán” y Pepita “das Carrisas”, hija de Lola, son los padres de Caíno, el conocido pintor baionés, que sigue viviendo en la misma casa familiar de O Loureiral. Caíno Vasconcellos trabajó algunos años en la antigua farmacia de los Barreiro, y luego en la de Otaegui cuando estaba situada en la Praza Pedro de Castro. Abandonó este último empleo para trasladarse a Londres, y dedicarse por completo a la pintura. Ya de regreso a su tierra, está considerado como un artista de gran prestigio. Ha conservado y restaurado con acierto la casa familiar. Además le ha hecho un añadido de estética más actual, donde ubica su estudio, y que confiere a la vivienda un curioso y atractivo contraste de estilos. La obra reciente del siglo XXI se funde con la vieja casa del XIX: más de un siglo de historia, vivida a través de tres generaciones.
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Amparo Cabral Freire, con sus hijos Juan y Amparo, en las fiestas de Santa Marta. A la izquierda, en 1957, y a la derecha, en 1960. (Archivo A. Marcote).
O Loureiral, 1972. MarĂa y Amparo Cabral, JosĂŠ Carlos -ahijado de Amparo-, y Susana -hija de Angelines Vasconcellos-. (Archivo A. Marcote).
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Baiona, 1975. Enrique, tío de Amparo Marcote, lleva de paseo por la bahía a Manuela Cabral -a la derecha-, emigrada a Argentina, y de visita a su casa de Baiona después de cuarenta años. En el centro, Amparo y Arturo Cabral.
Baiona, años ochenta. Celso Cabral, en la boda de una sobrina.
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O Loureiral, aĂąos sesenta. Arriba: la abuela Lola Freire, su hija Pepita, su nieto Mou y su hijo Moncho. Abajo: su hijo Celso, su nieta Amparo, su hija MarĂa y su nieto Juan. (Archivo A. Marcote).
Parador Nacional, 1969. Visita al Parador con la abuela Lola. A un lado, Angelines Vasconcellos -hermana de CaĂno, el pintor-, con su hija Susana en el colo, y una amiga. Al otro, su nieta Amparo Marcote. (Archivo A. Marcote).
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O Loureiral, años ochenta. Celso Cabral, con su perro Tom.
La abuela Lola, el abuelo Claudino, Amparo, la tía Pepita, el tío Celso, el tío Moncho, Lucho, Juan… todos vivieron en la casa de O Loureiral. Celso era un personaje muy popular en Baiona. Además de marinero, tenía un pequeño rebaño de ovejas. Junto a su fiel perro Tom, sacaba a las ovejas a pastar por los montes de la zona. Luego las guardaba en el sótano de casa. “Cuando echaba en falta una oveja, salíamos todos a buscarla por O Loureiral, y no se regresaba hasta que aparecía”, cuenta su sobrina Amparo.
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Baiona, últimos años de la década de los cuarenta. Las fuerzas vivas de la villa aparecen agrupadas en esta interesante instantánea. Nos queda por adivinar el lugar del encuentro y el motivo de la xuntanza. Se intuye que no falta nadie a la cita. En primera fila vemos entre otros a Joaquín Nartallo, Herminio Santos Ramos, Laureano Calero, Juanito Carrasco… Más atrás aparecen Maciel, José Leopoldo Pereira, el párroco don Alejandro, el Comandante de Marina, Pepucho “O Carolas”, el alcalde Cadilla, Casal del Rey, Héctor Barreiro, Alfredo Carrasco, José Pereira, Florente Vázquez Ratel, Isaac Esperón, Policarpo “O Caringa”, el capitán del destacamento de Cabo Silleiro… Por arriba están Almuíña, Paco “el anticuario”, Juan Santos Ramos, Ángel Bravo, Pepe “Fariñas”, Pepe “O Caringa”… No encontramos al tío Aurelio en el grupo, circunstancia que nos hace sospechar que puede ser el autor de la fotografía.
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No todas las familias de Baiona hubieron de soportar en la misma proporción los sufrimientos de la posguerra. Hay algunas, tampoco demasiadas, que no padecieron las consecuencias de la contienda. “Mi familia, por fortuna, no fue de las que pasó hambre -me dice Pepa-, pero sí que hubo mucha gente que sufrió lo indecible”.
Baiona, años veinte. Isaac Santos Davila y Filomena Vilar Acevedo, abuelos de Pepa, con su primer hijo Jenaro. (Archivo J. Pereira)
<<Mis abuelos tuvieron ocho hijos: Jenaro, Perfecta, Generosa, María, Josefa -mi madre-, Isaac, Jacinta y Paco. Vivían en una casa al lado de la Capilla de la Misericordia. >>
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Baiona, 1947. La familia Pereira, en su casa de Rúa do Conde durante una celebración. En medio, los padres: José Pereira Prado y Josefa Santos Vilar. De izquierda a derecha, las hijas: Rosa, Mary Luz, Teresa, Normandina, Esther, Lourdes y Pepa de pie, en el colo de su hermana- También aparecen varios amigos de la familia, entre ellos, Vicente Cadilla y Juan Barreiro. (Archivo J. Pereira).
<<Mi padre -cuenta Pepa- navegó durante muchos años como patrón de pesca en el “Primavera” y en el “Verano”, de los Macaya de Vigo. Por eso nunca nos faltó nada. Cuando llegaba del mar nos traía de todo. >>
Baiona, años setenta. José Pereira Prado -padre de Pepa-, con una sobrina.
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<<Después tuvo su propio barco en Baiona, el “Virgen del Carmen”. A veces iba a pescar por aquí en su lancha, la “Rosita”. >>
José Pereira Prado y Josefa Santos Vilar, los padres de Pepa.
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San Miguel de Tabagón, 1962. Boda de René “Coruxeiro” y Rosa. Foto de familia de los invitados. Entre ellos, muchos baioneses: Eduardo “Calero”, Lola “Coruxeira”, “Patola”, Milagros, Claudina “Coruxeira”, Herminio, “O Carou”, Manola, Carlos, Manolo “Coruxeiro”, Nora, Selegante, Colás, Triana, Lolita, Marcelo, Marilén, Carmen Selegante, Chelo…
- ¿”Coruxeiro, Coruxeira…” ? –pregunto. - Sí, es que el padre de estos chicos era de Coruxo. - ¿Y el Selegante que aparece en la fotografía es el popular marinero de los cuadernos de marcas? - Los Selegante eran once hermanos, y el de los cuadernos es José Antonio. En los años sesenta, Baiona ya había empezado a superar la crisis de la posguerra. La situación había ido mejorando poco a poco, por supuesto que con mucho sufrimiento en el camino, pero la miseria extrema y el hambre parecían superadas. Llegaban tiempos mejores, y los acontecimientos familiares se volvían a celebrar como de costumbre. La boda de Rosa y René, con cerca de cien invitados, resultaba sintomática de la paulatina recuperación de la villa.
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Más celebraciones en Baiona. En ambas aparece Mercedes “A Chineta” como experta cocinera.
“Hotel Bayona”, años sesenta. Preparando una celebración: Nanda, Esperanza, “A Soplina”, Pilar “A Capelana”, y las hermanas Mercedes y Nela Costas González, “das Chinetas”.
“Hotel Bayona”, años sesenta. Boda de Lolita Ratel, “a filla do Rachote”. Elvira, Lino, Mercedes “A Chineta”, Agustina Ríos Costas y Joaquina Pérez Leyenda. La niñita que se adivina detrás es Mercedes Gómez.
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Baiona, años sesenta. Tendales de Maciel, cerca del Rompeolas. Las hermanas Costas González, “As Chinetas”: Clara, Mercedes y Modesta.
El apodo de “As Chinetas” a las hermanas Costas González les venía de largo… de muy largo. Dicen que su tatarabuelo estaba al servicio del general Chineto, y el nombre de su jefe, lo tomaron los baioneses como apodo para él, “O Chineto”. Luego, los descendientes varones fueros “Os Chinetos”, y las mujeres, “As Chinetas”. La finca de la fotografía era propiedad del armador Maciel, que la utilizaba como tendedero para los aparejos de sus barcos. En esos mojones de granito, con un cable por arriba que los unía, se extendían las redes a secar. Allí mismo trabajaban las “ataderas”, repasándolas metro a metro. Pasando el tiempo, el solar se convirtió en bloques de viviendas, y parece que resultó un mejor negocio, más rápido y menos arriesgado que la pesca.
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El popular José Ratel Álvarez, “Rachote”, fue un personaje destacado en la Baiona de su tiempo. Anduvo embarcado en cantidad de barcos de la villa, incluidos algunos de la familia. Pero al margen de sus faenas en el mar, participó decisivamente junto a su padre, Laureano, y a su tío Perucho, en la conservación de la tradicional Danza de las Espadas. Su típica casa marinera en la Rúa do Conde me recuerda la de nuestros abuelos, con esas paredes encaladas, las ventanas abalconadas, con sus puertas acristaladas abriendo hacia afuera, las contras de madera en el bajo…
Rúa do Conde, años sesenta. Casa de Rachote. En la ventana, Rachote y Rosalía, su esposa. Abajo, entre otros, Carmen y Lolita. (Archivo Familia Ratel).
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Corcubión (A Coruña), años sesenta. Compañeros del barco “Feluco”. De pie: Manuel Gómez Pérez, Moncho “O de Charlot”, Pepiño Ratel “O do Rachote” y Francisco Trigo “Trímbole”. Sentados: Manolo “O da Chaboleira”, Juan “Cabezalla”, Rachote y Manuel Blach “O Pica”. (Archivo Familia Ratel).
En esta fotografía aparece también un personaje popular de la Baiona de mitad del siglo pasado. Se trata de Manuel Gómez Pérez, “el Rubio”, marinero de jovencito, y más tarde empleado de Fenosa. Junto a sus dos compañeros, Antonio y Jesús “el Rocha”, recorría en bicicleta todo el municipio arreglando averías, a menudo sobreponiéndose a severas condiciones meteorológicas. A finales de los años sesenta, la empresa les dotó de una Vespa, y poco tiempo después, de un Land Rover. El “Feluco”, que se dedicaba a la pesca de bajura y llegaba a menudo hasta Finisterre, tuvo entre su tripulación a personajes destacados de la villa. En la instantánea vemos a Manuel Blach “O Pica”, popular marinero, padre del no menos popular Luis Blach, destacado portero del Erizana de los años ochenta; al gran Rachote y a su hijo Pepe; a Moncho, el pequeño de los hijos de “Charlot”… y al propio Feluco, que no aparece en el grupo.
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Rúa do Conde, 1945. Atrás: Manolo Fasquías, Teresa “Chineta”, Conchita, Paca “Pinillas” y Rosalía “A do Rachote”. Delante: “Pelele”, Rachote, Felisa Fasquías, Manolo Fasquías y Pepe “Rachote”. (Archivo Familia Ratel).
Baiona, Villa Angelines, años sesenta. En el centro, Rachote, con camisa blanca, comiendo sandía con algunos compañeros: Piñote, Quidán, Nuño… y el niño es José “O de Arajonesa”. (Archivo Familia Ratel).
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Baiona, Puerta de la Villa, años veinte. Teresa Leyenda con sus siete hijos: Carmen, José, Emilio, Ventura, Joaquina, Clodoaldo y Herminia Pérez Leyenda.
Las tres hermanas Pérez Leyenda, Carmen, Joaquina y Herminia, eran de tez blanca, pelo muy rubio… y los baioneses no tardaron demasiado en apodarlas como “As Rubias”. En otra fotografía las veremos con algunos años más que en la anterior. Dejan atrás mucha vida y unos cuantos hijos. Carmen ha tenido uno. Herminia, seis: María Paz, Antonia, Carmen, Herminio, Quico, Manolo y José. Joaquina, dos: Quico y Manolo.
Madrid, 1958. Quico Leyenda Pérez, durante la “mili” en el Ministerio de Marina. Baiona, 1960. José “el Judas” y Quico Leyenda, en el Casino de Baiona.
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Baiona, 1940. Las niñas de toda una generación en la escuela. Entre otras: Liberata, Lolita Ratel, Flora “A de Amberes”, Marina “do Resucitado”, Mercedes “A Pimpina”, Isabel Rey Vilar, Tina Ríos, Maruja, Lola “La Zapatillera”… ¿Se reconocerán hoy en día? Algunas, por desgracia, ya no podrán. (Archivo E.F. Vernet).
Baiona, años cuarenta. Escuela de don Pepe Blanco, “Codá”. De pie: Luisa Viñas, Milucha Vicente, Mary Carmen Vernet, Charo Vázquez, Pilar Miniño, la profesora, Manuela Almuíña, Custodia Cabrera, Isabel Rey Vilar, una niña de Sabarís y Carmen Leyenda. Sentadas: Esperanza F. Vernet, Mary Paz Vilar, Ramona Leyenda, Lola “A de África”, Marita Pereira y Digna Seoane. (Archivo Esperanza F. Vernet).
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Hay en Baiona apellidos que se repiten hasta la saciedad. En ciertas ocasiones incluso provocan el efecto inmediato de sumir a uno en la más absoluta perplejidad, en el mayor de los interrogantes… Parece que en la villa todos fueran familiares… ¿cómo es posible? Ya me gustaría saber cuántos Leyenda hay… y cuántos Rodal… y Marcote… y Ratel… y Blach… y Vilar… Ni ellos mismos lo saben. Una de las familias baionesas más populares a mediados del siglo pasado fue la de “Charlot”. Los seis hermanos, los Rodal Leyenda, fueron “más listos que el hambre” -nunca mejor dicho-, y a pesar de los tiempos difíciles de la posguerra, siempre consiguieron salvar la situación con habilidad y pillería. Ángel Rodal “Charlot” y Laura Leyenda, la madre, inculcaron a sus hijos un espíritu de supervivencia que ellos aplicarían con sabiduría a lo largo de sus vidas. Es curioso que “Charlot” y casi todos sus hijos, al contrario de lo que solía acontecer en Baiona, nunca quisieran saber nada de la mar. Tan sólo uno fue marinero, Feluco, que debió retener para sí todos los genes de su abuelo materno. Sin embargo, y ahí estaba lo más chocante, aunque telegrafista de profesión, “Charlot” gozaba de un don especial para la reparación de motores de barcos y de lanchas. Cuenta uno de sus hijos que entre sus muchas habilidades, también les fabricaba unas cucharillas prodigiosas para pescar lubinas “al palangre”. <<Mi primer barco de marinero fue el “Charlot” -cuenta Feluco, el segundo de los hermanos-. Embarqué en 1952 con dieciséis años. Antes, cuando era todavía más niño, había ido a pescar con mi abuelo por aquí cerca, por A Concheira, As Estelas, Cabo Silleiro, Cíes… >> <<Mi padre encargó el casco del “Charlot” en un pequeño astillero de Canido, y él mismo -cosas de mi padrele adaptó el motor de un coche abandonado por tierras de Castilla en la Guerra Civil. Fue chófer de un alto mando militar durante la contienda, y conocía el lugar exacto donde
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el ejército había abandonado un Mercedes, previamente requisado. Allá se desplazó, desmontó el motor, y al poco tiempo el “Charlot” salía a navegar. A mi padre no le gustaba el mar. Se mareaba tan sólo salir de la doca, pero era un mecánico formidable. >>
El “Charlot”, en la Praia de A Barbeira en 1952. Ángel Rodal “Charlot”, con sus hijos Moncho y Feluco. Ese año y en este barco empezó Feluco a pescar. (Archivo F. Rodal).
<<El “Charlot” resultó un barco de extraordinaria rentabilidad. Fuimos los primeros en utilizar nasas para la pesca de la langosta. Después nos imitaron todos. >> <<Al finalizar la campaña de la langosta, poníamos rumbo a Finisterre a pescar lenguado, rodaballo… >> <<En los fines de semana del verano lo alquilábamos a veraneantes. Los llevábamos por aquí cerca, a una zona que conocíamos bien, y en la que se hartaban a pescar lubinas. Se iban encantados y con toda la pesca, para poder presumir de expertos pescadores. No nos dejaban ni un peixe para nosotros. >>
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<<De Vigo venían un Barreras -de los astilleros-, un Andrade -de los efectos navales-, el doctor Ruiz… Un verano se presentaron tres discapacitados, con sus sillas de ruedas, para participar en un Concurso Nacional de Pesca que se celebraba por la costa de Cabo Silleiro. Ganaron los tres primeros premios. >>
Baiona, puerto pesquero, 1952. Feluco Rodal Leyenda, cuando empezaba a navegar en el “Charlot”. Fueron pioneros en la utilización de nasas para la langosta. (Archivo F. Rodal).
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<<Por el alquiler del “Charlot”, con patrón incluido, cobrábamos unas quinientas pesetas por hora. En esa época fui muchas veces con los del “Gurugú” a practicar pesca submarina. Pescábamos cuanto queríamos. En una ocasión, don Antonio Cuervo, médico de profesión, acertó con un arpón a una curbina tan gigantesca, que por más que lo intentamos, de la fuerza que tenía, no fuimos capaces de cogerla. Se nos escapó, y seguro que acabaría muriendo, con aquel arpón que la atravesaba. >> <<También llevábamos a los veraneantes a las Illas Cíes. Cada verano hacíamos una media docena de excursiones con grupos diferentes. >>
Baiona, 1959. Feluco y su hermano José, “o Grillo”, con una curbina en el “Gurugú”.
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“Charlot” fue un hombre de enorme popularidad en Baiona. Vivía en Ventura Misa, detrás de la casa de los abuelos, donde tenía un bar que aún existe. Yo lo veía pasar a menudo por delante de nuestro balcón con su gran perro, o en su Vespa, o en compañía de alguno de sus hijos…
Baiona, años cincuenta. Ángel Rodal, “Charlot”, con su pastor alemán, “Chori”.
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Con el tercero de los hermanos, Grillo, jugué muchas veces al fútbol en A Palma. Era un muchacho simpático, alegre, siempre sonriente, jugador fogoso, valiente y eficaz… “un poco pirata”, dice Feluco. Un desgraciado accidente en el mar le costó la vida siendo todavía joven.
Baiona, años cincuenta. José Rodal Leyenda, “Grillo”, en la Vespa de su padre.
Los hijos de “Charlot” fueron casi tan populares en Baiona como lo era su padre, y Feluco aún lo sigue siendo en la actualidad. Camino de los ochenta años, todavía sale de pesca cuando el tiempo se lo permite… ¡y pesca!… aunque no se debe decir cuánto.
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- Feluco, ¿tu mujer y tú sois Leyenda los dos? - Somos primos segundos. El cura no quería casarnos. Decía que había que pagar no sé qué cantidad. Le contesté que no pagaba ni un real, que nos íbamos al juzgado directamente. Al día siguiente le llevé un par de centollas, y asunto resuelto. Él mismo me llamó a casa para decirme que ya estaba todo arreglado.
Virgen de la Roca, 1960. Mary Luz Leyenda Pérez, “Luti”, y Félix Rodal Leyenda, “Feluco”, todavía de novios. (Archivo F. Rodal).
Feluco siempre ha sido persona con recursos. Ante dificultades, injusticias, irregularidades, malos tratos… él responde con determinación y valentía, haciéndose respetar.
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El hecho de trabajar desde niño no le impidió disfrutar de cuanta fiesta se celebraba. Cuentan de él que de joven era un mozo de buen ver, con notable éxito entre las mujeres… es decir, que sabía engatusarlas. Habilidoso hasta en estas lides.
El Casino de Baiona, años cincuenta. De pie: Feluco Rodal y Roberto Juan Arrocha. Agachado: Antonio Pereira.
Desde las fiestas del Casino de Baiona, pasando por el Carmen y La Anunciada, Santa Cristina de Sabarís, San Pedro de A Ramallosa, A Cela en Baredo, As Angustias en Nigrán… hasta el Cristo de Cangas… Cuando estaba en tierra, las recorría todas.
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A Palma, 1959. Antonio Balboa “Xílgaro”, Carmen Ayú, Feluco Rodal, Lourdes “A do negro” y José “O Judas”. Según Feluco, … “esperaban a Luti, su novia”.
Baiona, 1955. Feluco Rodal, Moloni Leyenda y Joaquinillo.
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Baiona, años sesenta. En el bar de don Emilio, en la Calle de Elduayen, con compañeros del “Lola Calvo”. Arriba: Feluco Rodal y Emilio Cedeira. Abajo: Celso Rodríguez Ratel.
Cangas, Fiestas del Cristo, 1958. Antonio Balboa “Xílgaro”, Antonio Naveira y Feluco Rodal.
Boda en Praia América, 1959. Entre otros: Miguel y Manolo Papudo, Feluco Rodal, Chente Cadilla, Juan Leyenda, “Os Chusos” (de Praia América), Alemán “O Guapo”, Ángel Rodal, Panteón… (Archivo F. Rodal).
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Los años cincuenta también resultaron felices tiempos de juventud para Luti Leyenda, y por supuesto de intenso noviazgo con Feluco… no exento de alguna que otra riña puntual.
A Ribeira, año 1959. Las hermanas Mary Luz y Olga Leyenda, con dos amigas, Esmerilda y Elena Pérez. Es un día de fiesta. (Archivo F. Rodal).
De paseo por la Virgen de la Roca, 1960. Delante: Cristóbal González, Olga Leyenda, y unos amigos madrileños. Detrás: Feluco Rodal y Luti Leyenda.
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Momentos de trabajo para Luti, tan activa de soltera como después de casada. Había que buscarse la vida dónde fuese, y en lo que hubiera.
Baiona, puerto pesquero, 1966. Rederas trabajando para el barco “Feluco”. Luti Leyenda -ya casada con Feluco-, Rosario “A Narisona” y una sobrinita.
María Luz Leyenda Pérez y Félix Rodal Leyenda se casaron en 1962. A partir de entonces, a Feluco dejaron de gustarle las largas separaciones que demandaban las mareas de Canarias y Marruecos. Desde 1955 hasta 1966 anduvo embarcado en el “Feluco”, barco que su padre había encargado en el Astillero Esperón de A Ribeira, para sustituir al “Charlot”. Pescaron en abundancia durante once años. <<Pero llegó un momento en que los marineros empezaron a irse con los vascos al atún, y poco a poco nos encontramos sin gente. Allí ganaban más dinero. El “Feluco” se quedaba amarrado en Baiona. >>
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<<Más tarde, en 1966, pasé tres meses en el “Lola Calvo”. No iba de marinero. Me habían contratado exclusivamente para cuidar las redes. Era una de mis mejores habilidades. >> <<En una ocasión, un amigo me había animado para participar en un concurso de “rederos” en las Fiestas de La Anunciada. Me dio vergüenza y no quise ir. Mi amigo ganó el primer premio. Él, con nobleza, admitió que yo era bastante mejor, y que de haber participado, le hubiera ganado. >>
Baiona, 1966. A la izquierda, Feluco repasando la red en pleno muelle. A su alrededor, entre otros, vemos a “O Ratel”, a Juan Leyenda, a “O Guache”…
- ¡Hay Leyendas por todas partes! -le comento. - Pues aún te voy a enseñar más -me contesta Feluco, riéndose-. Pero ahora mujeres. Las hermanas de mi mujer, una prima lejana…
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Baiona, Rúa Santa Liberata, 1958. Herminia Pérez -madre de Luti Leyenda-, Lola “A Paloma”, las hermanas Carmina y Tonia “do Canero”, y Olga Leyenda Pérez -hermana de Luti-. (Archivo F. Rodal).
Baiona, años cincuenta. Las primas Tonia Leyenda y Carmen Leyenda, asomadas a la ventana de la casa de “O Canero”, en la Rúa Santa Liberata. (Archivo F. Rodal).
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Santa Marta, años cincuenta. Lavando ropa en la desembocadura del río Groba. De pie: Una veraneante inglesa -con el cubo a la cabeza-, Pilar Balboa “la jata” y la señora Adoración. Arrodilladas: Celia Gesteira, Carmen Leyenda, otra veraneante inglesa, y Coxa ”A do Pisitas”. (Archivo F. Rodal).
Baiona, 1952. Catequesis en A Colelexiata. Feluco calcula que en este grupo debe de haber, al menos, diez Leyendas.
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Arriba, a la izquierda: A Ribeira, años cincuenta. María de “Os de Cangas”, de niña. Sería en el futuro la esposa de “Poyoyo” Leyenda. A la derecha: Praza Pedro de Castro, 1966. Luti Leyenda, con su sobrina Bea Santos Rodal, y con Sena de “Os de Cangas”, hermana de María. Abajo, a la izquierda: A Barbeira, 1960. Carmen Leyenda, de pie, y Concha Arias, sentada, con unas sobrinitas. A la derecha, Carmen Leyenda, en la casa parroquial. (Archivos F. Rodal).
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<<Mira este comentario en el “Faro de Vigo” -me dice Feluco, mostrándome el periódico-. Cuando naufragó este barco de Moaña, el “Ave do Mar”, en las Illas Cíes, estábamos nosotros pescando en el “Feluco” por allí cerca. Ellos faenaban por fuera de las islas, y como el mar se embravecía cada vez más, decidieron regresar a puerto. Era una noche de escasa visibilidad, pero iban por una ruta tan conocida que la podían hacer casi a ciegas. Pasaron entre las islas muy arrimados a la costa, cuando de repente un golpe de mar levantó el barco de costado y lo estrelló contra las rocas. Se hundió al momento y murieron los veintiséis marineros. >> <<Al recibir la noticia, acudimos enseguida a la zona, pero ya no había ni rastro del barco, ni ningún superviviente. Al cabo de unos días, los buzos sacaron los cadáveres, muchos de ellos abrazados entre sí. >>
“Faro de Vigo”, noviembre de 1956. Sobrecogedora fotografía de las viudas de los marineros del “Ave do Mar”. Foto de Bene, un entrañable periodista muy amigo de mi padre.
<<Fue en 1956, y por entonces, sin los partes meteorológico, ni las comunicaciones de ahora, los marineros nos jugábamos la vida en la mar. >>
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Hoy en día, el olfato de viejo lobo de mar permite a Feluco intuir cuando el mar puede volverse peligroso. A sus setenta y muchos años, selecciona muy bien los días en los que puede salir a pescar. No hay tarea en la mar que no haya desempeñado. Con doce años le tocó limpiar la cubierta, las redes, el pescado, fondear la barca… y hacer los encargos propios de un aprendiz; luego fue marinero, y enseguida patrón. Primero en el “Charlot”, y después en el “Feluco”. Redero en el “Lola Calvo”, engrasador en el “Generosa”, marinero en el “Gerbi” y en el “Santiago Calviño”, cocinero en el “Vieirasa Cuatro”… Finisterre, Portugal, Canarias, Marruecos, África del Sur… Siete años trabajando en Holanda en un astillero… Se retiró como patrón del “Tiburón”, una pequeña lancha de su propiedad, en 1994. Había dejado atrás de forma oficial cuarenta y dos años de vida en la mar, con el leve paréntesis de su periplo en tierras holandesas. <<Tenía título de maquinista, y había embarcado en el “Generosa” como engrasador. Íbamos “a la volanta” a Canarias. Una tarde llamé al patrón a la sala de máquinas, y le avisé de que el motor iba fallando, que debería de ser de un inyector. “¡Pero ti que saberás disto!”, me contesta despectivo. “¡Veña, sal fora!”. Aquello me sentó como una patada, y me quedé cabreado en la puerta observando lo que hacían. Desmontaron el motor de arriba a abajo, probaron por un lado, por otro… y después de un par de horas, seguía fallando. Desde la puerta insistí con violencia: “¡Pruebe los inyectores de proa!… ¡Ahora los de popa!…” Por fin, en el último se detectó la avería. Habían dejado la sala de máquinas llena de agua sucia, de aceite, de humo ennegrecido… y durante el regreso me llama el patrón: “Félix, antes de llegar a tierra, limpia todo esto.” “¿Cómo? -le contesté furioso- ¡Mire! Esto lo limpia usted, que por no hacerme caso fue quien lo manchó. Y
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no me diga nada que ya me bajo tan pronto lleguemos. Yo no vuelvo a embarcar con usted.” Había durado tres meses en aquel barco. >> <<En 1968 embarqué de marinero en el “Vieirasa Cuatro” de Vigo, para hacer la campaña de la merluza en África del Sur. Al cabo de unos días se tuvo que ausentar el cocinero por unos graves problemas familiares que le habían surgido en casa. Me propuso el patrón que pasase de pinche a la cocina, y yo acepté. >> <<A la siguiente marea me vino a buscar a casa don Eduardo Vieira para que fuese de cocinero. No pensaba en volver, porque pasábamos seis meses fuera de casa, y ya no me apetecía estar tanto tiempo fuera. Pero me pagaba muy bien, y yo quería acabar la casa que estaba haciendo. Al final, acepté. >> <<Cada día tenía que preparar desayuno, comida y cena para treinta y tres tripulantes. Se daba bien de comer en los barcos de Vieira, en calidad y cantidad. Conmigo de cocinero estaban encantados. Alguna vez el patrón intentó algún extra para él y para el contramaestre, y se lo puse muy clarito: “Aquí comen y beben todos igual. >> <<Uno de los ingresos extras que tenía el cocinero era la comisión sobre las compras de las provisiones. En Walvis Bay le hice el pedido al patrón, y ya discutí con él porque yo siempre pedía para tres o cuatro días más de lo previsto. Treinta días de mar, hacía el pedido para treinta y cuatro por lo que pudiera pasar. A la mañana siguiente llegó el carnicero, hizo la descarga, y le pedí la comisión. Se la habían dado al patrón. Allá me fui, y le recordé con contundencia que según el contrato de cocinero, yo era el que mandaba en la cocina. Si no había comisión, mandaba al carnicero de vuelta, y ya haría yo mismo el pedido a otro carnicero. Pasó por el aro… pero ya quería quedarse con lo mío. >>
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<<En el regreso, ya cerca de Vigo, sucedió una anécdota graciosa. El pinche me avisa de madrugada de que estábamos llegando a Cabo Silleiro, y que había que preparar el desayuno. El barco navegaba muy lento a causa de una niebla espesa. Voy a la nevera, y compruebo que quedan tres jamones. Decido darles de desayuno como despedida unos buenos bistecs de jamón. Nos pusimos a cocinarlos, mientras los marineros empezaban a impacientarse y a reclamar el desayuno. >> <<El pinche fue en busca de un barril de vino para preparar las acostumbradas botellas individuales. Lo abre y se encuentra con el vino picado. Me lo comunica, lo pruebo para confirmarlo, y le pido que traiga bicarbonato y azúcar. Echamos en el barril el bicarbonato y el azúcar, y ordeno al pinche que revuelva un buen rato. Pruebo, echo un poco más de azúcar, pruebo, un poco más, vuelvo a probar… ya está. >> <<Tengo de testigos a Cabezitas y a algún marinero más de Baiona de que, según ellos, tomaron el mejor vino de toda la marea. Me lo recriminaron con insistencia, afeándome que lo hubiera dejado para el final. >> <<Luego, antes de llegar a Vigo, me quedé con el jamón sobrante. El resto de las provisiones las tiramos por la borda. Si no se hacía así, a la marea siguiente nos metían lo sobrante, posiblemente ya en malas condiciones. Las patatas, la harina, los huevos, el vino… El jefe me felicitó por no llegar con sobras. El camión ya esperaba en el muelle para recogerlas, y almacenarlas hasta la próxima salida. >>
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Illas Cíes, 1953. Feluco, con su hermano Ángel y un amigo de los Cuervo, yendo de pesca submarina. (Archivo F. Rodal).
<<Con los del “Gurugú” salía a pescar todos los veranos. Ya era como de casa, me querían mucho. A ellos no les cobrábamos. Aún hoy en día me encuentro con algunos de los chicos, y me saludan con un afectuoso abrazo. >> <<Esta fotografía es de un día en la isla sur de las Cíes, en la popa del “Feluco”. Ahí detrás, a la izquierda, se encuentra el cementerio de las islas. Tengo un tío, Pepe Leyenda, enterrado allí en los años cuarenta. Se había ahogado y apareció el cadáver en la ensenada. Hacía muy mal tiempo y las islas estaban incomunicadas, con lo que los habitantes de la isla decidieron darle sepultura allí mismo. Nos enteramos al cabo de más de una semana. >>
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Baiona, 1953. De pesca en el “Feluco”. Manuel Blach “o Pica”, Feluco, Ángel Rodal, un amigo y don Antonio Cuervo. (Archivo F. Rodal).
<<Nunca naufragué, pero sí pasé situaciones muy comprometidas. Un día en el “Feluco”, regresando de Finisterre con temporal, una ola nos barrió toda la cubierta. No quedaron ni aparejos, ni cajas, ni un barril de vino que llevábamos… no me llevó a mí, que estaba cogido a la ventana del puente para orientar al patrón, de puro milagro. >> <<En otra ocasión un compañero se cayó al agua mientras manipulaba unas compuertas. Me tiré por él, y lo saqué por los pelos, medio ahogado. Si tardo un segundo más, se nos queda. Entre dos, tuvimos que atarle un cabo a la cin-
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tura para que lo subieran a bordo. Echaba agua por la boca y tardó bastante en reaccionar. >> <<Años después me lo encontré en Cangas, era de un barrio cercano, y se abrazó a mis piernas llorando desconsolado. “¡Me salvaste la vida, Feluco!”. >>
Baiona, años cincuenta. Feluco llega de pescar con su fusil y unos buenos sargos.
<<La pesca submarina me sirvió para salvar a aquel hombre. El agua no me asustaba, y sabía cómo tomar aire y aguantar la respiración. >> <<Entre tantas dificultades, también teníamos nuestros momentos de alegría y fiesta… y la ilusión de regresar a tierra, donde esperaba la novia. >>
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Baiona, 1957. Lita Cedeira y Luti Leyenda.
Atrio de A Colexiata, 1960. Crist贸bal Gonz谩lez, las hermanas Olga y Luti Leyenda, y Feluco Rodal. (Archivo F. Rodal).
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El Casino, 1952. De pie: Luis “o Gaiteiro”, Miguel Mosquera y Quinucho Nartallo. Abajo: Sito Leyenda, Roberto y Feluco. Detrás: José Plumero y Luis Federico.
Baiona, 1959. José Goce “O Judas”, Antonio Peleteiro, Feluco Rodal y Antonio Balboa “O Xílgaro”. (Archivo F. Rodal).
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<<¿Ves esta cicatriz? -me dice Feluco, mostrándome una mano-. Me la hizo un tiburón en el Ecuador. Pescábamos camarón “al arrastre” con el “Vieirasa Cuatro”, y de pronto apareció una manada de tiburones. Nos destrozaron todos los aparejos, y tuvimos que regresar al puerto más cercano, en la isla portuguesa de El Lobito. >> <<Se enganchó uno de los tiburones en las redes, y no había manera, ni de cogerlo, ni de soltarlo. Cuando lo teníamos casi a bordo, nos habría aquella boca feroz que engullía un hombre de un bocado, y teníamos que soltarlo. A mí me rozó sólo un poco con los dientes, que parecían cuchillas, y tuve mucha suerte de no quedarme sin mano... y sin brazo. >>
A Barbeira, 1952. En la gamela, regresando de hacer pesca submarina. José “O Judas”, Feluco y Poli Vilar. Detrás, Pepe “Pirracas”. (Archivo F. Rodal).
<<Mi madre murió en mis brazos. Me había avisado mi padre de que viniera a casa para llevarla al hospital de Vigo.
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Ya no dio tiempo. Se me abrazó, dijo que se moría, y así fue. Corría el mes de marzo de 1988. >> <<Mi padre lo acusó mucho. Murió en 1994. Su pastor alemán, “Chori”, que le había traído mi hermano José “O Grillo” de uno de sus viajes por Europa como camionero, empezó a entristecerse, y acabó muriendo también poco después. >>
Baiona, 1956. Laura Leyenda, con sus hijos Feluco y Ángel, en el atrio de A Colexiata. (Archivo F. Rodal).
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Los barcos baioneses de mediados del siglo pasado, salían hasta las costas portuguesas a la pesca de la sardina con el arte de “á ardora”. Cada barco acostumbraba a llevar algo más de veinte marineros, aunque dicen los veteranos de entonces que a veces llegaban a cuarenta… y más. No se sabe a qué barco pertenece esta tripulación de veinticinco hombres, ni tampoco en qué año se sacó la fotografía. Lo que sí sabemos es que la instantánea está tomada en A Palma, con el viejo muro del castillo por detrás -ya no existe-, y es posible que se hiciera antes de embarcar, en el momento de recoger el aparejo -extendido por el campo a secarpara trasladarlo a bordo. En este grupo se reconocen ilustres “lobos de mar” de la época: “O Veneno”, “O Calero”, Rachote, Enrique “O de Sión”, “O Valixas”, Antonio “O Corrancho”, “O Fritidelas”, Juan “O de Ayú”…
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Santa Marta, años cincuenta. Tripulación del “Nartallo”, compuesta por quince marineros. Entre otros: Pepe “Rachote”, Vicente Davila, Quin, Antonio “Guardés”, Enrique “O de Estelas”, “O de Os Olliscos”, “Mon”…
Las tripulaciones acostumbraban a hacerse una fotografía de recuerdo al finalizar la marea, aunque a veces también se retrataban antes de embarcarse. Ahora, pasados más de cincuenta años, muchos de los marineros han fallecido, y los que aún viven puede que se acuerden de unos pocos, pero de la mayoría, o no recuerdan sus nombres, o no los reconocen después de tanto tiempo. ”Éste es de O Burgo, este otro ya falleció, era de Panxón… éste me parece que era de Sabarís… éste es el cuñado de Esperón, el del astillero…”, me van explicando dos de los supervivientes del grupo.
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Años sesenta. Reunión anual de los Armadores y Patrones de Pesca de Baiona en “Villa Lola”, por entonces convertida en la “Academia San Rafael”. Entre ellos vemos a Joaquín Nartallo, Lalo “Calero”, José Pereira, Luis Vilar Fernández, Roque Vázquez, “O Rachote”, Ventura Salgado, Pepe “O Caringa”, el señor García, Florente Vázquez, el administrador de “Os Melitons”, Manuelsiño, Carlos “O Caringa”, Policarpo Vilar Ochoa “O Caringa”, Sabas, Emilio Vázquez, Almuíña “O Fariñas”… (Archivo A.R. Vilar).
No faltaba a aquellas citas ni uno sólo de los grandes armadores y patrones de la villa, artífices de que la flota de Baiona fuese considerada la mejor de Galicia. Ángel Ramón Vilar recuerda que en los años setenta y principios de los ochenta, la pesca de Baiona vivió momentos de gran esplendor. “Se ganó mucho dinero”. “¿Qué pasó después?”, le pregunto a un grupo de marineros. En medio del debate, un veterano me dice con voz rasgada y en un aparte: “Non che hai que facer moitas contas. Morreron os vellos e acabouse todo”. Uno de los hijos de un antiguo armador, todavía en activo en un barco de A Guarda,
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opina: “La flota de Baiona no supo reciclarse”. Otro dice que los gastos fueron subiendo tanto, que a los armadores ya no les interesó invertir… y alguien añade que los marineros de los años ochenta ya no eran como los de antes. “Mi tío llegaba a veces al Casino casi llorando, al despedir a uno de sus barcos y comprobar en qué manos andaba”. Aquellos viejos lobos de mar no se ponían de acuerdo en los motivos del sorprendente fracaso. Yo observaba la discusión, que subía de tono por momentos, y cada uno apuntaba nuevas causas. “Los marineros exigían cada vez más al armador”, “el gasoil subió de costo exageradamente, los gastos aumentaban… y el precio del pescado seguía igual… o menos”, “cada día había más requisitos legales: licencias de pesca, seguridad social, cupos… “la Comandancia siempre ponía trabas”… Cuando les pregunté cómo en A Guarda había una excelente flota, no recibí respuestas muy claras… o al menos no las entendí.
Calle de Elduayen, años cuarenta . Reunión de las fuerzas vivas de la villa. Entre otros vemos a Joaquín Nartallo, Fernando “O Jorio”, Francisco “O Rapaciño”, Policarpo “O Caringa”, su hijo Pepe “O Caringa”…
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Estas páginas no pretenden ser sino el relato de una época, de una sociedad, de una forma de vida… la fotografía de las familias y de los personajes a partir de los cuales se intenta explicar la evolución de Baiona, con sus días de esplendor y sus etapas más grises. A buen seguro que olvidamos historias, anécdotas, protagonistas… que merecerían figurar aquí… Quién sabe si en un futuro habrá opción de recuperar algo de lo que ahora se ha perdido…
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XIII. “El Aral”
En lo que hoy es el corazón de la Baiona moderna, se encontraba en el siglo pasado “El Aral”, la finca agrícola más grande del pueblo… y dicen que la más bonita. Lindaba con Santa Liberata por la fachada de sus casas, con el cementerio por arriba, con los tendales de los Caringa y de Almuíña por abajo, y con la finca de Tapias y varios pequeños terrenos de distintos propietarios, por el otro lado. En una esquina, también tenía como vecina la casa de “As Fontiñas”, que todavía permanece como testigo mudo de los imponentes cambios que se dieron en la zona. En 1938, los caseros que cuidaban la finca, Bernardo Miniño Quinos y su esposa, Joaquina González González, se hicieron con la propiedad por 15.000 pesetas: “Una casa compuesta de dos pisos y bajo (bodega), señalada con el número 7, más una casa pequeña destinada a cuadra, un hórreo, cobertizo y demás dependencias, y el terreno unido a labradío y viña, formando todo una sola finca o lugar acasarado llamado El Aral, en el sitio del Campo de San Cosme, finca cerrada con muro en todo su alrededor, con una extensión total y aproximada de una hectárea y veinticinco áreas”, reza el acta del notario de A Ramallosa, Javier Alfaya. Los nuevos propietarios siguieron labrando los campos, cuidando las viñas, atendiendo al ganado, y mejorando el rendimiento de “El Aral”. Las parras de un formidable viñedo se extendían de lado a lado y de arriba abajo, cruzándose justo en el medio,
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donde Bernardo construyó una hermosa fuente cubierta por las viñas. En la bodega de la propia finca se elaboraba vino tinto, blanco y moscatel. Debajo de las parras se cultivaba toda clase de legumbres, y en los espacios laterales de la finca se plantaba maíz y centeno. Había frutales de varias clases, y abundancia de agua. Un regato recorría el terreno por el cauce que Bernardo había marcado con unas paredes de piedra, que protegían la propiedad de las crecidas del invierno. El solar contaba con dos pozos; a menudo los vecinos se abastecían allí, sobre todo los del barrio de La Anunciada, que no disponían de agua. En su descenso, el regato llenaba una alberca que servía como lavadero de ropa y como abrevadero de los animales.
Años ochenta. Vista aérea de “El Aral”, los tendales de los Caringa y de Almuíña, la finca de Tapias, y otros solares más pequeños. Esta zona está ocupada en la actualidad por un campo de futbol, por el Centro de Salud y por varios bloques de viviendas.
Había dos casas en “El Aral”. En la “casa grande” vivía la familia, y la “pequeña” hacía de cuadra para el ganado:
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vacas, cerdos, gallinas, ovejas y el caballo. A un lado estaba un cobertizo y un hórreo de buen tamaño. El matrimonio tuvo ocho hijos: Bernardo, Leocadia, José, Pablo, Dolores, Teresa, Isabel y Carmen. De todos ellos, fueron Pablo, Teresa y Carmen los que siguieron viviendo y trabajando en “El Aral”. Cuando se casaron, llegaron a vivir en la “casa grande” tres familias.
Pintura de Jesús Pedrosa de las casas de “El Aral”.
<<Arriba -explica Pepe Costas-, vivían mi tíos Pablo Miniño y Baselisa; abajo, mis tíos Manolo Pousa y Carmen Miniño, y mis padres, Pepe Costas y Teresa Miniño. Nosotros fuimos seis hermanos, todas mujeres menos yo. El tío Pablo tuvo dos hijas y un hijo, y la tía Carmen, dos hijos. >>
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<<Siempre convivimos muchos familiares en “El Aral”, hasta que después de varios años de negociaciones con el Concello, siendo alcalde Manolo Vilar, se llegó a un acuerdo y tuvimos que dejarlo. Desde entonces, finales de los ochenta, las tres familias se separaron, y cada una vive en su propia vivienda. >> <<Una de las habilidades de mi abuelo Bernardo era la matanza del cerdo, labor que llevaba a cabo no sólo en nuestra finca sino también en otras que requerían sus servicios. >> <<El tío Pablo heredó esta sapiencia, que le valió para ser considerado el mejor matarife de cerdos de todo Baiona. >> Cuentan que el veterinario que mediaba en la matanza y en el cuidado del ganado era delgadito y poca cosa, y que por ello le apodaban “O Cachito”. <<El tío Pablo era también el responsable del trabajo de los campos, de los viñedos, del cuidado de los animales… Faenas en las que le ayudaban mi tía Baselina -la esposa de Pablo-, mi tía Carmen y Teresa -mi madre-. Manolo Pousa, el marido de Carmen, era marinero, y mi padre, José Costas, trabajaba en la construcción. En las épocas de siembra se contrataban jornaleros de Baiona.>> <<Me contaba mi padre que en aquellos tiempos de hambre de la posguerra, muchas mujeres de marineros acudían a “El Aral” para cambiar el pescado por legumbres, huevos, fruta, patatas… >> <<Los vecinos íbamos diariamente a “El Aral” a comprar leche -recuerda mi amiga Elizabeth-. Era una finca preciosa. El vecindario también utilizaba la alberca para lavar la ropa. Recuerdo que en la esquina de arriba había una higuera enorme, que despedía ese olor tan característico. >>
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En 1983, una vaca de “El Aral” protagonizó una noticia que dio la vuelta al mundo. Periódicos como “The Times”, “O Globo”, “The New York Times” y tantos otros, se hicieron eco del suceso. Pepe Costas Martínez acostumbraba a llevar a pastar a las tres vacas de la finca a las inmediaciones de las murallas del castillo, en la zona que da a la playa de A Concheira, separada por un muro de los terrenos municipales. Los Bedriñana, todavía propietarios de ese monte, le habían concedido permiso hacía muchos años.
Baiona, años ochenta. Pepe Costas Martínez, bajando con las vacas desde “El Aral” camino de las murallas del castillo. La primera de ellas es la que después se haría famosa bajo el nombre de la “Pinta”.
Es presumible que al alcalde, Benigno Rodríguez Qintas, “Chicho”, no le gustase demasiado que las vacas de “El Aral” anduviesen circulando todos los días por el centro
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de Baiona. Resulta evidente que molestaban a la circulación, que adornaban el suelo con huellas “biológicas” de su paso, y que luego andaban sueltas por cerca del parque de A Palma. Y eso a diario. El regidor no encontraba la forma de evitar esta incómoda situación, y acabó por tomar una solución drástica: arrestar a una de las vacas por pastar en zona municipal. Así que personalmente, el 2 de octubre de 1983, se hizo acompañar de dos guardias, a los que dio orden de llevarse a una vaca a los calabozos del pueblo, donde pasó encerrada todo un día. Posteriormente la trasladaron al mercado del Concello, y allí estuvo recluida durante una semana. Testigos presenciales del hecho declararon que la vaca no estaba pastando en los jardines de A Palma, circunstancia que esgrimía el regidor para el insólito arresto, tal como se hacía constar en el expediente de más de doscientos folios que aún se conserva en el Concello. Un operario municipal reiteró: “Yo estaba limpiando los baños que había en esa zona, y las vacas estaban pastando dentro del muro, no en A Palma”. Otro empleado añadió: ”En ese momento sentí mucha pena. José Costas tenía mucho genio, pero mejor corazón; las vacas lo conocían y él nunca las dejaba solas. Era muy buen hombre”. Un municipal contaba: “En la semana que estuvo en el mercado, me tocó dar de comer a la vaca dos días por orden del alcalde”. ¿Y de dónde salió el nombre de “Pinta”, distinto al que le daba su dueño? Tal vez fuesen los periodistas o bien los mismos baioneses, siempre aficionados a poner motes a todo. Y tampoco está claro el por qué del nombre de “Pinta”, si acaso era por su piel blanca con manchas negras -una vaca pinta-, o si se trataba de una alusión a la carabela de El Descubrimiento, cuya noticia también dio la vuelta al mundo.
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El caso es que al cabo de una semana, Pepe Costas quiso recuperar la vaca “Pinta”, y se encontró con una multa de 25.000 pesetas, más otras 5.000 por liberarla. Total, que después de la renuncia de su dueño a liquidar la multa, la vaca “Pinta” fue trasladada a una finca de Belesar, donde permaneció al cuidado de una vecina durante cuatro años y cuatro meses, hasta que llegó el proceso judicial. Durante ese tiempo parió tres terneros. Dos meses después del apresamiento de la “Pinta”, Pepe Costas hizo una nueva intentona por recuperarla. Ahora la multa añadía otras 40.000 pesetas más, a razón de 500 pesetas diarias de manutención. A la vista de los hechos, el dueño optó por demandar al Concello, exigiendo la devolución de la vaca, y millón y medio de indemnización por los beneficios que le hubiera generado la venta de leche y de los terneros que hubiera parido en lo que duró su cautiverio. Por fin, llegado el día del juicio, el tribunal dio la razón a Pepe Costas, y condenó al Concello a pagarle 483.300 pesetas y a devolverle la “Pinta”. Al preguntarle ahora a su hijo, Pepe Costas Miniño, por el memorable suceso, nos contesta con una sonrisa: <<Fue una historia surrealista con final feliz, que ahora recordamos entre risas. Pero en aquellos momentos se pasó muy mal, por los disgustos que ocasionaron a mi padre, y porque el teléfono de casa no paraba, avivando todavía más el disgusto. Nos llamaban periodistas de todas partes. >> <<El 12 de febrero de 2013 se cumplía el veinticinco aniversario de la devolución de la “Pinta”. La prensa ha vuelto a revivir el acontecimiento, y me han llamado medios de todo el país. Incluso contesté en directo a la emisora argentina “Radio Mar del Plata”, para explicar la resolución del juicio. >>
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<<El mismo juez del proceso declaró en su día que había sido “un complejo y laborioso pleito”. Fue un periodo difícil y preocupante, pero mi padre supo mantener “la honra y los barcos”. >> También cuenta Pepe que la familia tuvo que esperar hasta el siguiente mandatario de la villa, Manolo Vilar, para cobrar la indemnización. El nuevo alcalde no quiso prolongar por más tiempo aquel disparatado capítulo de la historia de Baiona.
Baiona, años ochenta. La famosa vaca “Pinta”.
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XIV. “Pandilleos” de verano
Las hermanas Bonín cuentan que aún no habían acabado de comer, y ya estaban llegando a casa los jugadores de mus. El primero era Álvaro Álvarez -el de “Cerchas”-, luego Mundo Portolés, y el último Alfonso Aguirre, cuyas dificultades físicas le obligaban a subir las escaleras con lentitud. Siempre había alguno más, pero éstos que mencionamos eran fijos, igual que su madre, que no fallaba nunca. Su casa, que tenía la entrada por Ventura Misa, estaba a dos portales de la nuestra, y en su fachada enfocada hacia el mar, en vez de balcón, contaba con una hermosa galería de madera blanca. “La casa de los Bonín” recibía ese nombre por el abuelo, Enrique Rodríguez Bonín. <<Tu hermano Miguel -me cuenta María José- , todo un caballero, nos acompañaba hasta la misma puerta cuando llegábamos de las “correrías” nocturnas de la pandilla. >> El padre, Manrique R. Bonín, había alquilado el bajo a Federico, el peluquero, que además de dedicarse a cortar el pelo y afeitar a medio pueblo, también vendía la prensa. Cada mañana, desde su casa, Federico ataba el periódico a una cuerda para hacérselo llegar así a la galería superior a través de la fachada. El cabeza de familia desayunaba leyendo las noticias del día. <<Mi padre nos traía a Baiona -continúa María José-, al principio, desde Burgos, y luego, desde Bilbao, ciudades a donde había sido destinado como Inspector de Hacienda. Veníamos en coche, muy apretados, llenos de
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bultos por todos los lados, de ropa, de comida… y circulando por las carreteras infernales de entonces. “Papa, ¿falta mucho?”, le preguntábamos de pequeñas al cabo de una hora. “¿Veis aquellas montañas… y las de atrás? Pues aún tenemos que cruzar otras tantas”. Al verano siguiente volvíamos… y al otro… y al otro... Valía la pena. Ahora, llevamos casi treinta años viniendo desde Andalucía. >>
Baiona, Rúa Alferez Barreiro, 1952. A la izquierda, la casa de los Bonín. En el bajo, la peluquería de Federico, con el expositor de prensa en la puerta. A la derecha, la casa de Silvia, y en el bajo, el “Restaurante Moscón”. (Archivo E. Leyenda).
<<Uno de los muchos planes de la pandilla por las tardes, -según cuentan las hermanas- consistía en ir de “chocolatada” a la Virgen de la Roca. A veces, el chocolate era reemplazado por la tortilla, o por una “latada” -latas de con-
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serva-. De postre, iban a “rapiñar” uvas a la viña de “Villa Prestada”, en A Percibilleira, propiedad de los del “Restaurante Moscón”. Al día siguiente, Paco y su esposa María se quejaban a mis padres: “La pandilla de sus hijas nos estropean la viña. Si quieren uvas, que nos las pidan”. Pero eso no tenía gracia… Prometíamos que no se repetiría… hasta la próxima. >>
A Percibilleira, años cincuenta. Vendimia en “Villa Prestada”. Un hijo de Milla -el cartero-, Mary Carmen, Maribel, Paco “Moscón” y un camarero. (Archivo M. Esteiro).
<<Éramos un poco “salvajes”, unos “asilvestrados”… -contestan a mi pregunta las dos hermanas Bonín con cierto rubor-… Esto sólo ocurría al llegar de vacaciones a Baiona, y cuando se juntaba toda la pandilla. >> Concha y María José hacían recuento de los componentes del grupo, uno por uno: mi hermano Miguel, Manolo y Nieves Portolés, Marta y Javier Brandón, Geles Gil, Alejandro y César Núñez Samper, Nacho y Juan Alberto Abia, Marián y
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Miguel Pérez Moreiras, Gonza Álvarez Jurado, Ló Prieto Cuervo, Isabel y Emilio Figueroa, Alfonso y Jaime Aguirre, Ana Carballal, Ana Crespo, Belén Capua, Miguelito “Tragamillas” Olaguíbel, Margarita Bedriñana, Chusa, Juan Carlos Castaños… “Y de vez en cuando se nos añadía alguno más de las pandillas de los pequeños, y la de los mayores. Nosotros éramos la del medio: unos catorce años de edad en 1965”.
Virgen de la Roca, 1963. María José Bonín y Ana Carballal, en una “chocolatada”. (Archivo M.J. Bonín).
Quedaban a las cinco en el murallón, y una vez reunidos, decidían el plan de la tarde. En ocasiones se instalaban allí mismo, tocando la guitarra y cantando… algo que no agradaba demasiado a los municipales… decían que molestaban al comandante de marina que vivía enfrente. “No les hacíamos demasiado caso, y en alguna ocasión tuvimos sus más y sus menos”. Por supuesto que en los años sesenta el tráfico por la carretera no era tan intenso como ahora.
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Baiona, 1968. La pandilla, ante el murallón de la Calle de Elduayen. Entre otros: Fernando y Pedro Tapias, Gonzalo Álvarez, María José Bonín, Miguel Pérez Moreiras, Melina Tapias, Manolo Portolés, Ana Carballal, Juan Antonio Abia, Nieves Portolés, Juan Carlos Castaños, Quique Gil, Cuchi Tapias, Ló Prieto Cuervo, Roberto, Raquel, Miguel Rey Lama, Ana Crespo, Emilio Figueroa, Manu Orío, Nacho Abia, Marimén Orío, Miguel “Tragamillas” Olaguíbel, Chusa, Isabel Figueroa… (Archivo M.J. Bonín).
<<Íbamos con las guitarras a cantar al murallón… y los municipales nos echaban; cambiamos al muelle… y tampoco nos dejaban; fuimos al Palco de Música de A Palma… y un par de chicos de la pandilla acabaron en el cuartelillo. >> Mi hermana Ana evoca que una costumbre habitual en las pandillas era coger las bicicletas, y acercarse hasta Baredo, Cabo Silleiro, Santa María de Oia… o hasta A Ramallosa, Praia América, Panxón… o ir al Cine Imperial o al de Gondomar… o a alguna fiesta de los alrededores, en Mañufe, Nigrán, Santa Cristina… “En Baredo cogíamos unas moras que eran una delicia”, cuenta Ana.
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Calle de Elduayen, 1964. Margarita Molíns Bedriñana, mi hermana Ana, mi prima Magena Lama y Marga Puga.
<<Solíamos colarnos en el desaparecido Cine Avenida de Baiona -confiesa María José Bonín-. Entrábamos todos en montón, pagábamos quince entradas y pasábamos veinte. El acomodador trataba de contar cuántos éramos en las butacas, pero las chicas nos metíamos en el aseo de señoras, y salíamos cuando ya había comenzado el “NODO”. >> <<Lo que de verdad nos encantaba era transgredir todas las normas establecidas, fuesen las que fuesen: sociales, familiares, comerciales… >> En un verano se fueron en una trainera a las Illas Cíes, a motor por supuesto, y otra vez en un barco de pesca. En esta ocasión lo pasaron bastante mal, porque al regresar se levantó tal oleaje que el patrón los ató uno a uno a la caseta del puente, por temor a que alguno cayese al mar. “Si no es así, no volvemos”, les dijo. “El miedo, y el frío que pasamos
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aún los recuerdo hoy… y eso que el marinero decía que eran unas olitas de nada”.
Baiona, 1972. Excursión a las Illas Cíes a bordo del “Charlot”. (Archivo M.J. Bonín).
<<En los años treinta -cuenta Luis R. Bonín-, la pandilla de mi padre, además de ir en bote al río de A Ramallosa, también iban de excusión a Monteferro y a las Islas Estelas. A veces comían allí, lo cual era todo un acontecimiento en aquel entonces. A tenor de las fotografías, algunas veces necesitaban más de una barca para movilizar a toda la cuadrilla. >> <<Contaba mi padre que esas excursiones se repetían todos los veranos. Formaban parte de un rito que había que cumplir a rajatabla, sin excusas. >> Luis saca el viejo álbum familiar, y nos muestra una colección de imponentes fotografías que documentan los hechos con absoluta fidelidad. La moda y las costumbres marcan la época. “Sólo reconozco a mi padre”, nos aclara Luis.
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Monteferro, 1931. Manrique Rodríguez Bonín, con camisa blanca, y la pandilla.
Monteferrro, 1931. Pasarela de moda-baño, en el Monumento a los Caídos en el Mar. (Archivo M.R.Bonín).
Excursión completita: baño en la playa, visita al Monteferro monumental, con escalada y posado de moda, comida campestre, largo paseo marítimo de ida y vuelta… Hoy en día una agencia de viajes lo explotaría.
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Monteferro, 1931. Comida en el monte. Manrique R. Bonín, con camisa blanca. Una cesta, una tartera, un botijo… Los de entonces no necesitaban para comer bien y ser felices ni de neveras ni de Coca-Colas… (Archivo M.R. Bonín).
Lo que no deja de llamar la atención es lo bien vestidos que iban chicos y chicas a estas excursiones marítimas. De no conocer su origen, al observar las siguientes fotos, se pensaría que están en alguna fiesta de ahora, del siglo XXI.
Monteferro, 1934. La tía Mima es la tercera por la izquierda. A su lado, Celso Ferro.
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Baiona, 1935. El “Riscoburo” sale del puerto rumbo a Monteferro, con dos juegos de remos, diez tripulantes y una dama al timón. (Archivo M.R. Bonín).
Llegada a una de las playas de Monteferro, y foto para la posteridad. La segunda por la izquierda es la tía Mima, y la siguiente, la tía Geles. Ambas, de los Bonín.
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Monteferro, 1934. Con el “Riscoburo” de apoyo, la expedición al completo… menos el que saca la instantánea. La tía Mima y Celso Ferro, futuro matrimonio, los dos últimos por la derecha. (Archivo M.R. Bonín).
Baiona, 1935. Salida en el “Riscoburo” hacia Monteferro. A proa, la tía Geles. El primero por la izquierda, Manrique R. Bonín. (Archivo M.R. Bonín).
La visita al “Monumento a la Marina Universal” no podía faltar en ninguna de aquellas excursiones a Monteferro. Obra del arquitecto vigués Manuel Gómez Román en 1903, está construido sobre un monolito de granito de veinti-
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cinco metros de alto, y tiene en su base una escultura de la Virgen del Carmen, patrona de los navegantes, con el Niño en sus brazos.
“Monumento a la Marina Universal”, en Monteferro. La expedición de la pandilla de los Bonin, al pie de la Virgen… y encima. (Archivo M.R. Bonín).
Recuerdan las hermanas Bonín que otra de las ocupaciones de las pandillas era acudir a toda cuanta fiesta se celebraba en la zona. Cuando no es en un sitio es en el otro. En Baiona y comarca hay fiestas todas las semanas del verano.
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“El Carmen”, “La Anunciada”, “Santa Cristina” en Sabarís, “Santa Marta”, “La Virgen de la Roca”, “San Pedro” en A Ramallosa, “Las Angustias” en Nigrán, “A Cela” en Baredo… ”Cogíamos las bicicletas y allá nos íbamos en pelotón”.
Fiestas de La Anunciada, 1964. Arriba: Marián Pérez Moreiras, Ana Crespo Leyenda, Chusa, Geles Gil e Isabel Figueroa. Abajo: Marta Brandón, Ló Prieto Cuervo y María José Bonín. (Archivo Familia Pérez Moreiras).
La Anunciada, 1964. Marta Brandón y Marián Pérez Moreiras.
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Cuentan las Bonín y Ló Prieto, que en el verano de 1972 actuaron de extras en el rodaje de la película “Aventura en las Islas Cíes”, de José Bódalo. Se ve Baiona en varias escenas. En una de ellas, en el puerto pesquero, los marineros bailan la “Danza de las Espadas”. Entre el público, aparecen mi hermano Miguel, Ana Crespo, Álvaro Álvarez, Belén Capua, Alejandro Núñez Sampere…
1972. Cartel anunciador de la película “Aventura en las Islas Cíes”, rodada en parte en Baiona.
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El verano del 71 también se había rodado alguna escena de “Mi querida señorita”, con José Luis López Vázquez como protagonista. Eligieron una de las casitas viejas de la “Praza da Fruta”, causando una gran expectación en el pueblo. Cuenta la ourensana Elisa Pérez Moreiras que aquel día había llegado la muchacha de casa diciendo que había una señora feísima en el rodaje. Se trataba de José Luis López Vázquez en su recordada caracterización de mujer.
1971. Cartel de “Mi querida señorita”, con José Luis López Vázquez en un papel de mujer.
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Los bailes de disfraces eran una tradición veraniega. Y no sólo los que organizaban los casinos de Baiona y Sabarís. Las pandillas hacían sus propias fiestas, muchas de ellas en el castillo, junto al estanque, en una preciosa casita de muñecas que su familia había construido para Margarita, hija de los últimos Bedriñana. Tenía cocina, un saloncito, y en ella le servían a la “panda” el ya consabido chocolate. También las organizaban en la casa de Pedro Madruga. <<En el primer baile de disfraces que hubo en el castillo, nos disfrazamos de fantasmas -comentan las Bonín. >>
Baiona, 1972. Baile de Disfraces: “Fantasmas”. De izquierda a derecha: Pili, Ángel, María José Bonín y Ló Prieto Cuervo. (Archivo M.J. Bonín).
Baiona, 1972. María José Bonín, de fantasma.
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Baiona, 1972. Baile de Disfraces: “Fantasmas”. De pie: Ángel, Pili, Pat, María José Bonín, Ló Prieto Cuervo. Agachados: Víctor y Chusco. (Archivo M.J. Bonín).
Baiona, 1972. Baile de Disfraces. De izquierda a derecha: Alfonso, Ló Prieto Cuervo, May, Chusco, Pili, María Pilar, Pat, Dolores, María José y Juana. (Archivo M.J. Bonín).
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Baiona, 1972. Después del baile de disfraces, un paseo por Elduayen: un fantasma irreconocible, Tito Charro y Javier Brandón. (Archivo M.J. Bonín).
Calle de Elduayen, 1972. De izquierda a derecha: Pat, Pili, Silvia, Manolo Portolés, Ángel, María José Bonín, Chusco y Ló Prieto Cuervo. (Archivo M.J. Bonín).
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<<Pasábamos muchas tardes en el castillo. En las primeras fiestas de disfraces íbamos de “niñas monas” -evoca Marián-. Teníamos diez o doce años. Cuando se vendió, sentimos en el alma la pérdida de aquellas felices jornadas en O Cantiño, en el estanque, cogiendo manzanas… >>
Baiona, 1963. Fiesta de disfraces en el Castillo de Monte Real. María José Bonín, Isabel Figueroa, Margarita Molíns Bedriñana, Geles Gil, Marta Brandón, Marián Pérez Moreiras, Ana Crespo... (Archivo Familia Pérez Moreiras).
Baiona, 1962. Marián y Miguel Pérez Moreiras, preparados para una fiesta de disfraces en el Castillo de Monte Real.
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Baiona, 1962. MariĂĄn y Miguel PĂŠrez Moreiras, de hawaianos, antes de acudir a una fiesta de disfraces en el Castillo de Monte Real. (Archivo Familia P. Moreiras).
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Muchas de estas fotografías, guardadas celosamente por sus protagonistas, las tomaba Jesús, el popular fotógrafo madrileño, que formaba parte como uno más de la colonia veraniega. Venía desde Madrid en su “Vespa”, y vivía en la casa de Cabezitas. Incluso ya casado, seguía viajando en la moto, con su mujer detrás. Por las carreteras de entonces, no era aventura menor recorrer en “Vespa” más de seiscientos kilómetros. A Jesús se le debe el testimonio de tantos y tantos momentos de la Baiona de aquellos tiempos, años sesenta y setenta. “Aunque la fotógrafa oficial de la pandilla era yo”, aclara María José.
Baiona, 1966. Alejandro Núñez Samper y una amiga, de pie. Abajo: Emilio, Chusa y César Núñez Samper. Más abajo: Luis -de Praia América-, Ló Prieto Cuervo, Marta Brandón y María José Bonín. (Archivo M.J. Bonín).
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Baiona, 1972. Concha Bonín, Marta Brandón y María José Bonín. Delante, Alfonso Aguirre. (Archivo M.J. Bonín).
Baiona, 18 de agosto de 1964. Manu Bonín, Ana Carballal y María José Bonín. (Archivo M.J. Bonín).
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<<Nuestro abuelo tuvo la primera lancha de recreo que hubo en Baiona… y el primer snipe, el “Olín”. Luego, de mayores, nos compró un “420”, el “Olin II”. Navegábamos Concha y yo, aunque lo cierto es que el snipe nos seguía divirtiendo más. En invierno, lo guardaba en el bajo de casa. >>
Santa Marta, 1953. Enrique Rodríguez Bonín, con sus nietos Manu, Luis y María José. (Archivo M.J. Bonín).
384 B Baiona, Club de Yates, 1973. El “Olín IV”, de Manrique Rodríguez Bonín. (Archivo M.J. B Bonín).
Baiona, 1966. Manrique R. Bonín, con su hija María José, en el “Cíes IV”.
Baiona, 1973. Concha Bonín, a la caña del “Olín IV”. (Archivo M.J. Bonín).
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<<Todos los veranos -recuerdan las Bonín- jugábamos un partido de futbol contra los chicos, unas veces en el campo de Gondomar, y otras en el de Playa América. Ellos jugaban en parejas con una pierna atada a la del compañero, y nuestro portero era Alfonso… que las paraba todas a pesar de su minusvalía física. ¿Quién ganaba? Ni me acuerdo, el resultado era lo de menos, ¡pero las risas!… >>
Baiona, 1971. Concentración en el murallón para desplazarse a jugar contra los chicos. Arriba: Carmen, Carmen Elola, María José Paz, Pinky Curbera, Marta Brandón, Belén Cuervo, Isabel Figueroa y Elsa Brandón. Abajo: Belén Capua, María José Bonín, Cristina Brandón, Ló Prieto Cuervo, Concha Bonín y Matusa. (Archivo M.J. Bonín).
Praia América, 1971. Partido Mujeres-Hombres “Pies Atados”. De espaldas, Chufa y Miguel Rey Lama. (Archivo M.J. Bonín).
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Praia América, 1971. Partido Mujeres-Hombres “Pies Atados”. Arriba: Manu Orío, Fernando, Iñaki Castaños, Samuel Estefanía, Gonzalo Álvarez Jurado, Pepe y Roberto. Abajo: Jesús, Moncho, Rogelio, José Luis Estefanía “el Neno”, Julián Zubimendi, Federico Tapias y xxxxx. (Archivo M.J. Bonín).
Gondomar, As Gaiandas, 1974. Entre otros: Alejandro Núñez Samper, Pilar, Montse, Marta Brandón, Belén Cuervo, Alicia Caicoya, Ana Parra, Elie, Concha Bonín, Cuchi Tapias, María José Bonín...
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Campo de Futbol de Praia América, 1968. Partido entre mujeres y hombres. Los hombres, con una pierna atada a la de su pareja. Arriba, entre otros: Nacho Abia, Julián Zubimendi, Juan Carlos Castaños, Miguel Rey Lama, Emilio Figueroa, Alejandro N. Samper, Luis Paz, Manolo Portolés, Gonzalo A. Jurado, José Luis “el Neno”, Fernando Abollado, Federico Tapias, Manu Bonín… Abajo, entre otras: Marián P. Moreiras, Marta Brandón, Isabel Figueroa, Belén Capua, Ana Crespo Leyenda, Geles Gil, Chusa, Ló Prieto Cuervo, María José y Concha Bonín, Cristina Brandón…
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<<Las fiestas de disfraces en el castillo concluyeron en 1962 -cuenta Marián-. Pocos años después comenzaríamos a asistir a los bailes de los casinos. >>
Baiona, 1968. Baile de disfraces en el Casino. María José Bonín, Cecilia, Miguel Olaguivel, Ana Crespo y María José España. Agachada: Ló Prieto Cuervo. (Archivo M.J. Bonín).
<<En una ocasión -recuerda Luis, “el otro Bonín”-, tiramos de ingenio para ahorrarnos la entrada al baile. Las niñas nos cosieron unas mantas y entramos varios disfrazados de gusano. Hasta nos dieron un premio. >>
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Casino de Baiona, 1969. Ló Prieto Cuervo, Nacho, Concha Bonín, Ana Crespo, María José Leis y María José Bonín. (Archivo M.J. Bonín).
Casino de Baiona, 1969. Arriba: José Luis. En medio: Ana Crespo, Nacho Abia, Ló Prieto Cuervo, Conchi Bonín, José Carlos, María José Leis y Manolo. Abajo: María José Bonín, Miguel Rey Lama, Juan Carlos y Jaime. (Archivo M.J. Bonín).
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Casino de Baiona, 20 de agosto de 1967. “Los Pelusas”, en el baile de disfraces de todos los veranos. La pancarta del centro proclama: “GIBRALTAR, PORTUGUÉS”. Entre otros: Marián Pérez Moreiras, Chusa, Isa y Belén Capua, Rosa, Pichili, Gonzalo, Isabel, Carlos, Mario, María José Bonín, Manolo, Roberto, Juan Carlos, Blaky Carbajal, Concha Bonín, Martín, Miguel Rey Lama, Juan, José Carlos, José Luis, María José, Nacho Abia, Ló Prieto Cuervo, Sergio… (Archivo M.J. Bonín).
Baiona, 1967. Baile de Disfraces en el Casino. Entre otros: María José Bonín, Ana Crespo, Ló Prieto Cuervo, Pachi Tapias, Manu Orío, tres egipcios negros y uno blanco… (Archivo M.J. Bonín).
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<<En un verano, a finales de los años sesenta, se organizó una fiesta benéfica para recaudar fondos a favor de Eugenio, el barquero, que se encontraba enfermo. Era muy mayor, y aún encima sin medios. Se hizo en el bajo de nuestra casa -cuentan los Bonín-, y además del éxito económico, se consiguió la asistencia de toda la colonia veraniega. Eugenio estuvo presente. Unos cantaron y tocaron la guitarra, las niñas bailaron muiñeiras y flamenco, más de uno contó chistes… y la actuación estelar fue la representación teatral de una obra de detectives con muertos incluidos. Al día siguiente, se le abrió una cartilla con la recaudación. >>
Baiona, años sesenta. Ló Prieto Cuervo, María José Bonín, Maria José y Ana Crespo. (Archivo M.J. Bonín).
Recuerda Miguel Pérez Moreiras, que en “A Ribeira”, la taberna de Lola “La Zapatillera”, nos daban pensión completa por cien pesetas. Para picar antes de la comida, servían una nécora o unos percebes… <<Un habitual de nuestro entorno veraniego era Paquiño -cuenta Elisa Pérez Moreiras-, un marinero de Baiona, que después de varios años viniendo aquí, se había con-
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vertido en el “novio oficial” de la asistenta doméstica que traíamos. Aunque cambiara cada verano, fuese morena o rubia, alta o baja, gorda o flaca… él siempre se hacía novio de la que llegaba con nosotros desde Ourense. >> <<Ya era como de la casa, y a menudo se quejaba de lo mal que estaban las cosas en Baiona, que no había trabajo… Un día mi padre se ofreció a buscarle algo. Al cabo de un tiempo le anunció que el primero de octubre comenzaba a trabajar en Ourense en una obra. Paquiño recibió muy bien la noticia, se puso muy contento… Pero pasada una semana, se ve que lo pensó con calma, se acercó a casa, y le dijo a mi padre: “Oiga, don Severino. De pico y pala… ´diso´ nada de nada”. >> Las baionesas de entonces cuentan con algo de resentimiento que los marineros andaban como locos detrás de las chicas de las familias veraneantes. “¡Tiven unha madrileña!… ¡Qué ben o pasei con ela!... Nin te conto”, recuerda un amigo. Otra amiga, ya entrada en años, me comenta que iban por los balcones a cantarles serenatas antes de salir a medianoche a pescar a o xeito. “Escucha, escucha Carmiña, escucha a Paco “o Canillo”, está debaixo da plaza esperando o bocadillo. E si, e si non me o das, márchome para o mar, porque Fina “ a do Caña” non me deu de cenar.”
Pero entre broma y broma de juventud, muchas de estas jóvenes acabaron quedándose aquí, casadas con marineros de Baiona y formando una familia.
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<<Aquí, en este mismo lugar -comenta Elisa en la terraza de la “Cafetería Monterrey”-, antes de esta casa, había un salón de baile. Recuerdo un año que asistimos a la actuación de la artista Aurora Bautista. Tenía los ojos de colores distintos, uno verde y otro azul. >>
Baiona, 1952. Antigua fábrica de conservas “Alfonso Riveiro”, convertida años después en el salón de baile, “Salón Océano”. (Archivo Familia Pérez Moreiras).
Baiona, 1956. Fiesta benéfica en el “Salón Océano”, con la actuación de la artista Aurora Bautista. A su lado, Macuca Tenreiro, Nachi, Maria del Carmen Barreiro y Juana Rosa Barreiro. (Archivo Familia Barreiro).
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<<Al principio -cuenta Luis Bonín- éramos muy pocos en la pandilla, los de Baiona de siempre: Alvarito Álvarez, Edmundo Portolés, Rafa Núñez, Antonio Abia, Juan Lojo, Rafa Díaz Salgado… Después se unieron Farruca Portolés, Tere Álvarez, Félix, Jorge Aguirre de Carce, Alberto Álvarez, su prima Carmen Díaz Salgado, los tres Bordallos, Paco, Lili y Marisa , Ana y Cristina Carbajal, Margarita y Luis España, Luis y Beatriz Rollo del Pozo, Manolo Calderón, Belén Courel, María Pura de los Sicilias… y algunos otros que se dejaban ver durante un tiempo y luego desaparecían. >> <<No parábamos en todo el verano. Subidas al río, previa comida en la “Ensenada del Huevo Frito”, en la punta de la Fox; llegábamos río arriba casi hasta Gondomar… Excursiones a la mina de Sabarís y al embalse, en donde andábamos a la caza del murciélago… Guateques, queimadas, ”leches de pantera”… Íbamos a las rocas del Rompeolas con guitarras y demás… >> Los veraneantes frecuentaban el muelle. Unas veces para pescar panchitos, otras para cantar con sus guitarras, o a presenciar la descarga del pescado… o simplemente a pasear. Así lo atestiguan numerosas fotografías.
Baiona, 1964. Montse, Marián P. Moreiras y Geles Gil. Agachada, Tachy.
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Baiona, 1964. Marga Puga y Ana Rey Lama, de “pandilleo” por el muelle.
Mis familiares también han dejado bonitas instantáneas de sus paseos por el muelle de Baiona. Algunos ya no están entre nosotros, y al mirar estas imágenes reviven los recuerdos.
Baiona, 1945. Mi prima Isabelita y mi hermano Gonzalito.
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Baiona, 1963. Con las bicis en el muelle. Mi hermana Ana, mi prima Magena Lama y mi hermano Enrique.
Baiona, 1960. Mi hermana Ana, mi prima Magena Lama y mi hermano Miguel.
Entre los enamorados de Baiona, recuerdo a dos familiares que nunca la disfrutaron como quisieran: mi tío Emilio Lama y mi primo Agustín Prada. Mi madre los invitaba, pero Emilio no pasaba de algunos domingos, y Agustín no llegaba ni a diez días. El primero, por culpa de los estudios; el segundo, reclamado en Ourense por su novia.
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Baiona, 1945. Mi tĂo Emilio Lama, con mi hermano Gonzalito.
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<<Un día de agosto -evoca Marta Brandón- mi hermano Santi encontró en A Palma una granada de la Guerra Civil. Él y sus amigos la utilizaron de balón de fútbol durante toda la mañana, ajenos al riesgo que corrían. Santi la llevó para casa, y allí la descubrió mi otro hermano Carlos, con tan mala fortuna, que le explotó en la mano. Casi la pierde. Carlos acabó en el Sanatorio de Fátima, y el doctor Troncoso se la recompuso con su acostumbrada pericia. >> <<Mi madre mandaba a mis hermanos a la peluquería que había al comienzo de Elduayen, “la del Quisque” -continúa Marta-. El peluquero los sentaba en un sillón requisado de los restos del barco “Coquerel”, naufragado en Os Farallóns. >> <<Lo que no faltaban nunca eran los bailes de disfraces -recuerda Marta, como todos los de su panda-. En el Casino de Baiona o de Sabarís, en el castillo, en guateques en casas particulares… >>
Casino de Baiona, 21 de agosto de 1966. Geles Gil, Isabel Figueroa, Amparo, Miguel y Marián Pérez Moreiras, Chusa y Marta Brandón. (Foto Jesús).
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Casino de Baiona, 18 de agosto de 1968. Bailes de disfraces. Isabel Figueroa, Marián P. Moreiras, Chusa y Marta Brandón. (Foto Jesús).
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Baiona, 1969. Verbena del Casino. A la izquierda: Cholo Orza, Elisa Pérez Moreira, E. Tapias y Nieves Portolés. A la derecha: Manolita y Etelvino Melón, Daría Lama, Maruja Moreira, Chicha y Manolo Iglesias. Detrás: Antonio Veyra, Gonzalo Rey Alar, Marta Rey Lama y Severino Pérez. (Foto Jesús).
Baiona, 1969. Baile de disfraces en el Casino. “La Boda”. La novia, Federico Tapias; el novio, Marián Pérez Moreiras; el séquito, entre otros, Maite Crespo, Chusa, Isidoro, Nacho Capua, Juan Tapias, Pepe P. Moreiras, Oscar Álvarez, Ana Crespo…
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Baiona, 1969. Baile de Disfraces en el Casino. “La Boda”, con Federico Tapias de novia, y Marián Pérez Moreiras, de novio. Detrás, de testigo, Juan Tapias. Y arroz para la “feliz pareja”. (Archivo María José Bonín).
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<<Nos fuimos haciendo mayores -cuentan las hermanas Bonín-, y los padres, muy a su pesar, nos empezaron a dejar salir de noche. “Queimadas”, “leche de panteras”, serenatas en el Rompeolas hasta las tantas, íbamos al “Tífanis” de Praia América, al “Vánitas” de Nigrán… Aquello fue el desmadre. >> <<Nuestros guateques se hacían en casa de los Portolés, en la terraza de los Brandón o en el bajo de los Olaguivel. >> <<La ida a Praia América se llevaba bien. En tranvía, algún coche que nos llevaba… ¡pero el regreso!… ¡a las tantas!… Llegamos a meternos veinte en un “Mini” -alguien delata a Manolo Neira como el propietario-… pero si perdías ese coche milagroso… a pie hasta Baiona… con avituallamiento en la “Panadería Isolina”. >> <<Y en esta época se incorporaron a la pandilla algunos mayores, como Blaky Carbajal, Alfonso y Jaime Aguirre, “El Neno” Estefanía, Julián Zubimendi, Luis y María José Paz, los hermanos Cuchy, Pachy y Fernando Tapias, María José España… y poco después aún llegaron Manu Orío, Lolo Puga, Quin Otero… >> <<Manolo Neira era más joven que nosotras -explica Ló-. Cuando nos llevaba a Vánitas, ya teníamos entre veinticinco y treinta años. Icluso alguna como yo, ya estaba casada. Los maridos no querían salir de noche, de manera que allá nos íbamos con el primo Manolo en su “Mini”. >> <<En alguna ocasión -descubre Manolo- acabamos a las siete de la mañana en el Barrio del Cura en Vigo, comiendo espaguettis. >> <<En aquellos años sesenta empezaron a llegar los coches. Los primeros en la pandilla fueron el “Mini” de Ló,
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de color burdeos y con matrícula portuguesa, y el “Mini” de José Carlos Díaz, “el principiño”, de color verde oscuro. >> <<El tráfico en los años sesenta era más de carros de bueyes que de coches. Transportaban espigas de maiz, tojo… y en septiembre, algas para abonar los campos. >>
Baiona, 1966. Alejandro Núñez Sampere y Miguel Pérez Moreiras bromean entre carcajadas. (Archivo Familia Pérez Moreiras).
- ¿Y de amores? -pregunto con “inocencia”. - Amores de verano hubo muchos… y apasionados. ¡Estábamos en una edad…! Tuve un novio de la pandilla durante todo un verano… Se lo presenté a una amiga de Barcelona… Hoy son un matrimonio feliz… Sólo acabaron casándose Marta Brandón y Manu Orío. De aquella Baiona no saldrían más parejas… - ¿Y Pili y Miguel? - Sí, es verdad. Pero Pili era de una pandilla de dos o tres años menos. - ¿Y Chelo y Luis?... ¿Y Toya y Filipino?...
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Lo que sí sabemos con seguridad es que más de una novia de la ciudad se “celaba” de Baiona, y como consecuencia, muchos chicos desaparecieron de los veranos de la villa... o venían por unos “poquitos” días… y al final se marchaban muy a su pesar. Es que aquellos veranos de Baiona fueron mucho…
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XV. Galería de imágenes
El siglo pasado nos dejó multitud de imágenes que expresan por sí solas la realidad de su tiempo: costumbres, acontecimientos ciudadanos, protagonistas, espacios callejeros… y también profundos cambios que influyeron decisivamente en el devenir de la villa. Se fueron perdiendo lugares, escenas, paisajes, oficios… que no volverán. Algunos vecinos mayores, bastante mayores tendrían que ser, todavía los recuerdan. Pero la mayoría de los baioneses no sabría nada de ellos si no fuera por los entrañables mensajes que trasmiten las cientos de fotografías que se han conservado como testimonios fieles de una época ineludible. Fue un siglo abundante en inauguraciones cruciales para la villa. Llega la luz eléctrica en la primera década; el tranvía, en los años veinte; la traída del agua en 1952; se abre la nueva Rúa Carabela Pinta; se estrena el nuevo mercado, donación de Ángel Bedriñana; finalizan las obras de la Virgen de la Roca; el viejo castillo se convierte en Parador Nacional; comienza a popularizarse el turismo… Tras la Guerra Civil, una posguerra terrible, con la dictadura franquista, antes de la llegada de la democracia… Si hacemos una interpretación atenta e incisiva de las fotografías de las páginas siguientes, intuiremos los cambios sin necesidad de muchas explicaciones… aunque tal vez a los muy jóvenes haya que ayudarles un poco.
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Praza Pedro de Castro, 1965. La casa que se ve detrás del “Monolito al Descubrimiento” es la de mis abuelos, “la casa de Baiona”. Por la puerta de la izquierda se entraba desde la plaza al “Bar Blanco”. En la ventana de la derecha -anteriormente era una puerta-, estaba situada la sastrería del abuelo Daniel, y más tarde, el taller de costura de la tía Amparito. Cuando desaparecieron ambos, aquel espacio se habilitó como habitaciones para los niños. El balcón de la izquierda era como un palco para ver procesiones, escuchar conciertos de la banda municipal, asistir a las “Danzas de las Espadas”, divertirse con los “Gigantes y Cabezudos”, ver los pasacalles de las Fiestas del Carmen y de La Anunciada… Con anterioridad a la presencia del monumento, la plaza la ocupaba el mercado de la fruta por las mañanas… y de vez cuando aparecían los “titiriteros”, que actuaban a las diez de la noche, utilizando como improvisados camerinos el bajo de “la casa de Baiona”. ¡Qué tiempos! No volverán. (Archivo Esperanza F. Vernet).
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El primero de marzo de 1965 se inaugura el “Monolito al Descubrimiento” en la Praza Pedro de Castro. Entre las personalidades vemos al intelectual José María Castroviejo, el segundo por la izquierda, al escultor Ángel Fernández, a Rafael Portanet, alcalde de Vigo, a González Sama, gobernador civil, a Gregorio Marañón Noya, director del Instituto de Cultura Hispánica, que financió el monumento, y al empresario vigués y presidente de la Diputación, Enrique Lorenzo. (Archivo Esperanza Vernet)
Calle de Elduayen, 1950. Ante diferentes autoridades, cónsules de países hispano-americanos entre ellas, se descubre una placa conmemorativa de la arribada de la carabela “La Pinta” a Baiona. (Archivo Esperanza F. Vernet).
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A Ribeira, años cuarenta. A la izquierda, el “Astillero Esperón” , apodado por los marineros “O Cambalache”. Las gamelas se guarecían en A Palma ante los rigores del invierno. (Archivo Esperanza F. Vernet).
A Palma, años cuarenta. Las gamelas, alineadas, se protegen en tierra del duro invierno. Detrás, el Palco de la Música, donado por Ángel Bedriñana en 1927, y al fondo, a la izquierda, el Hotel “La Palma”, “Villa Lola” y “Villa Angelines”; a la derecha, el balneario. (Foto Arjones).
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Castillo de Monte Real, década de los cuarenta. A la derecha, Francisco Álvarez, cantero de Baredo, que trabajó largas temporadas en el castillo. A su lado, Cecilia, que con tan sólo once años, también estaba empleaba allí. La puerta en arco que se ve al fondo, así como las almenas de la puerta y de la muralla, estaban recién construidas. Don Ángel Bedriñana, último propietario del castillo antes de que éste se convirtiese en parador, las ordenó colocar en los muros de A Ribeira, y en toda la parte amurallada que da a las playas de A Concheira y a la de Os Frades. Las gar itas que hay a cada lado de la entrada han desaparecido. (Archivo Familia Álv arez).
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Baiona, 1952. El alcalde, José Pereira Troncoso, el gobernador civil, y detrás, el padre Fernando Muñoz, en la inauguración de la traída de aguas. Su instalación había sido gestionada y tramitada con anterioridad por el tío Aurelio durante sus años de alcalde, entre 1949 y 1951. (Archivo Esperanza F. Vernet).
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Baiona, 1929. Visita de los Reyes de España, Alfonso XIII y Victoria Eugenia. Los monarcas son recibidos en la Calle de Elduayen. En un solemne paseo a lo largo de toda la calle, la comitiva se dirigió al Castillo de Monte Real en medio de las aclamaciones de los baioneses. La reina Victoria Eugenia, con el alcalde de Baiona, “Joselín”, a su lado, encabeza la marcha. (Archivo Esperanza F. Vernet).
Cuentan que el popular alcalde de entonces, José Rodríguez de Vicente, “Joselín”, se saltó todas las normas de protocolo establecidas por la Casa Real para la visita. La llegada estaba señalada en la misma puerta del Castillo de Monte Real, y sin embargo el alcalde detuvo a la comitiva al comienzo de la Calle de Elduayen, haciéndoles caminar entre la multitud hasta la entrada de la fortaleza en medio de las aclamaciones del pueblo. Mis primos me cuentan también que mi tía Isabel Vilar se encontraba entre los baioneses que los recibieron, y ocurrente y entusiasta como era, exclamó al paso de Victoria Eugenia: “¡Viva la reina! ¡Guapa!”. La reina se giró hacia la tía, y le respondió con una amplia sonrisa: “Guapa tú”.
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Vigo, años cincuenta. Equipo representativo de Baiona en el Campeonato Pr ovincial de Voleibol, celebrado en el Colegio de la Casa de Caridad. El título fue para el Instituto Femenino de Vigo, y el subcampeonato se lo trajeron estas baionesas para la villa. De pie: Esperenza F. Vernet, Lole Blach, María del Carmen Carneiro y María del Carmen Santos. Agachadas: Pilar, Isabel Rey Vilar y Maruja Veiga. (Archivo Esperanza F. Vernet).
Baiona, años cincuenta. Representación teatral en la escuela de la Srta. Mery Lojo.
La mujer baionesa de la posguerra hubo de soportar grandes penalidades, y trabajar en lo que se le presentaba para poder sacar a su familia adelante. Ya en los cincuenta, las madres empezaban a ser capaces de ofrecer a sus hijas la formación que a ellas se les negó.
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Baiona, años cincuenta. Amparo “A Tendeiriña”, Amanda “A Perrera”, una amiga y María Cabral, preparadas para asistir a un baile de O Entroido en el Casino. (Archivo A. Marcote)
Baiona, Fiestas de La Anunciada, años sesenta. Tere “La Malagueña”, la primera por la izquierda, y María Cabral, la tercera, acompañadas por dos much achas veraneantes. (Archivo A. Marcote).
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A través de los siglos, Baiona ha mantenido siempre un ferviente sentir religioso, y una devoción por “sus vírgenes” y “sus santos” que se manifiesta año tras año con solemnidad. La Semana Santa, el Corpus Cristi, la Virgen del Carmen, La Anunciada, Santa Liberata, San Cosme y San Damián, la Virgen de la Roca…
Baiona, años cuarenta. Procesión de Semana Santa, subiendo por la Rúa Laxe.
Baiona, años cincuenta. Procesión de la Virgen de La Anunciada, pasando por la Rúa Santa Liberata. (Archivo Esperanza F. Vernet).
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Baiona, años sesenta. La imagen de la Virgen de La Anunciada, saliendo en procesión desde la iglesia de Santa Liberata. Los marineros de la Comandancia portan las andas. (Archivo Esperanza F. Vernet).
Baiona, años cincuenta. El Santísimo, en procesión, pasando por la Plaza Vieja.
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Procesión de La Anunciada, 1958. Delante, Sabas Pedrera Santos; el port ador de las andas de la derecha, Luis Cedeira Vilar, y el de la izquierda, “O Sirín”; detrás, don Francisco, el abad de Bahiña. (Archivo Esperanza F. Vernet).
La historia no muy lejana cuenta que la imagen de la Virgen de La Anunciada fue adquirida por Policarpo Vilar Ochoa, “O Caringa”, en 1918. La gran devoción familiar por la virgen viene transmitida de padres a hijos desde 1848, año en que el abuelo de “O Caringa” y doce marineros más salvaron la vida milagrosamente después de ser sorprendidos por un terrible temporal.
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Baiona, 1953. El alcalde, José Pereira Troncoso, y el obispo, Fray José López Ortiz, en el acto de inauguración del Vía Crucis de la Virgen de la Roca. (Archivo E.F.V.).
La Virgen de la Roca y parte del Vía Crucis, inaugurado por el obispo en 1953.
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Virgen de la Roca, 1953. Inauguración del Vía Crucis. La comitiva de autoridades sube por las escaleras del recién inaugurado Vía Crucis que rodea la virgen. El alcalde de Baiona, José Pereira Troncoso, y el obispo, Fray José López Ortiz, encabezan la marcha, precedidos de un grupo de baionesas ataviadas con trajes regionales. Entre ellas, Toñita Salgado, Chicha Vilar, Mary Carmen Fernández… Detrás, don José María, párroco de Nigrán.
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En 1969, “El Pueblo Gallego” hace esta reseña del cumpleaños de la mujer más anciana de Baiona, Obdulia Carballo, a punto de cumplir los cien años.
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Rúa Ventura Misa, década de los cuarenta. La vieja casa de los Vernet, donde años más tarde se establecería el “Hotel Tres Carabelas”. (Archivo Esperanza F. Vernet).
Baiona, Plaza de las Monjas, 1950. En los años sesenta se abriría desde aquí la Rúa Carabela Pinta. El toldo de la derecha corresponde a la histórica tienda “La Real”. (Archivo Esperanza F. Vernet).
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Baiona, Fiestas de La Anunciada, 1962. Concierto en la Calle de Elduayen a cargo de la Banda Militar del Regimiento de Infantería de Murcia nº 42 de Vigo.
En 1962, yo me encontraba en Vigo prestando el servicio militar en el Regimiento de Infantería de Murcia nº 42. Por entonces tenía el cuartel en Barreiro, luego de pasar con anterioridad por el edificio de la antigua cárcel de la calle del Príncipe, y por el castillo de San Sebastián, en la ladera del monte de O Castro, donde hoy se ubica el Concello. Era una agrupación muy popular y querida en la ciudad, no en vano muchos vigueses habíamos formado en sus filas como soldados, en cumplimiento de las obligaciones militares. La Banda Militar del Regimiento era especialmente familiar para mí. Con el capitán al frente, los vi y escuché en sus ensayos durante casi todos los días de mis veinte meses de “mili”. Al encontrarme con esta estampa no pude menos que recordar con nostalgia aquellos tiempos
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Baiona, O Cortelliño, 1955. Sorprendente nevada. De pie: Guntín -del ultramarinos de Sabarís-, Mary Carmen Esteiro, Paco “Moscón”, Maribel Esteiro, el alcalde José Pereira, Humberto Pereira Manzanares -distribuidor de Butano-, Feluco Rodal y Ángel Rodal “Charlot”. (Archivo Familia Esteiro).
Baiona, O Cortelliño, 3 de febrero de 1963. Otra nevada en Baiona. Héctor Barreiro y su esposa, Juana López, inmortalizan el insólito momento, junto al mítico Renault de aquella época. (Archivo Familia Barreiro).
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Gondomar, As Gaiandas, años sesenta. Partido amistoso. Por Baiona formaron: Arriba: Mekerle, Pepe Fariña, Celestino, Juan Carlos, Paco “Moscón”, “O Canero”, Popó y Suso Carneiro, y Mauricio Vilar. Abajo: Grillo, xxxxxx, “El Gasolinas”, Lano, Pablito, Casimiro, y Chanes, el hijo de Frasquías. (Archivo M. Esteiro).
Años cincuenta. Liga de aficionados en el campo de A Palma. Equipo de Baiona. Arriba: Solleiro, Pepe Núñez, Jesús Marcote, Manuel Chamorro y Lalo Vasconcellos. Abajo, entre otros: “Lanina”, “Nolete”, Lolo, Nanito…
La temprana y apasionada afición al fútbol de los baioneses nace a principios del siglo XX. En los años cincuenta ya se disputaban partidos oficiales.
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Acto político en Nigrán, años ochenta, en apoyo del candidato de Alianza Popular, Avelino Fernández Alonso, a la alcaldía municipal. Delante, Xerardo Fernández Albor, presidente de la Xunta de Galicia, y Mariano Rajoy. Detrás, Avelino Fernández, que saldría elegido alcalde, y Manolo Vilar, que en un futuro no muy lejano también llegaría será elegido alcalde de Baiona.
En los años sesenta, Baiona recibe la visita de Carmen Polo, esposa de Franco. Llega a la villa por mar en un barco de la Armada, y es recibida en el muelle por el alcalde, Manuel Copena Araújo, “Nolete”. (Archivo Esperanza F. Vernet).
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Baiona, 1956. Inauguración de A Fonte da Laxe. (Archivo Esperanza F. Vernet).
Baiona, años sesenta. Inauguración de la Rúa Carabela Pinta. Las autoridades avanzan por la nueva calle entre un grupo mixto de la “Danza de las Espadas. (Archivo Esperanza F. Vernet).
La propaganda franquista fue siempre muy proclive a las grandes inauguraciones. Baiona, como es natural, tampoco se quedaba al margen de estas fastuosas celebraciones.
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Baiona, Rompeolas, principios del siglo XX. Los carros de bueyes vienen de Baredo y Silleiro cargados de tojo, con destino al horno del Balneario de A Concheira. Las mujeres, caminando por la mitad de la carretera con los fardos en la cabeza, regresan de comprar en Baiona y Sabarís. Ni el chalet de los Mulder ni los tendales que se ven al fondo existen en la actualidad. (Archivo Esperanza F. Vernet).
Niñeras en A Concheira, 1948. Recostada, Carmen Ulbeira “A Chaboleira”; con sombrero a rayas, Carmen Prado Grande; Carmen Senra, con blusa negra; y dos chicas más de Cangas. (Archivo Esperanza F. Vernet).
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Baiona, años sesenta. “Ataderas” trabajando en la chavola del armador Almuíña. De pie, Alejandro, y entre otras, Adelina Pérez Misa, Mucha Misa, Ramona, Amparo Misa, Pepita Lorenzo, Josefa “de Espaciosa”…
Baiona, años cuarenta. Imagen que se fue perdiéndose en la villa, a raíz de la inauguración de la traída de agua en 1952. (Archivo M. Esteiro).
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Baiona, años sesenta. Camión de Paco Fernández, modelo Dodge mixto. Junto con Vilán, era el transportista que traía paquetería desde Vigo, así como cargas especiales de cemento, harina, arena…
Baiona, Rompeolas, 1934. Uno de los primeros automóviles que hubo en la villa, propiedad de los Tenreiro, familia siempre presente en aquellos veranos.
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Baiona, 1957. Carlos Fernández, llevando un carro cargado de gaseosas por la Calle de Elduayen. Su padre era el propietario de la “Fábrica de Gaseosas El Pombal” de Sabarís. (Archivo Esperanza F. Vernet).
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Baiona, 1965. La villa recibía a los visitantes con una cordial bienvenida. Los hermanos Rey Lama: Ana, Luis Alberto y Enrique, ante el cálido cartel.
Baiona, 1963. El balcón de “la casa de Baiona” de mis abuelos, con la mítica parada del tranvía delante. El camión que aparece al fondo podría ser de Vilán o de Fernández, los transportistas de aquella época. El “Seiscientos” que se ve debajo es propiedad del “Restaurante Moscón”. La niña es mi hermana Marta, y los niños, veraneantes de la pandilla de mi hermano Miguel.
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Baiona, años cuarenta. Recta de Sabarís, con el humo de la chimenea del horno de cal tiñendo de negro el paisaje. (Archivo Esperanza F. Vernet).
Baiona, años sesenta. Los “Gigantes y Cabezudos” bajan por la Rúa Tomás Mirambell en una jornada de fiesta. A la derecha, “Villa Zoila”, y al fondo, “Las Cuatro Torres”: dos casas emblemáticas en la historia de la villa y que aún se conservan a día de hoy. (Archivo M. Esteiro).
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Estas dos fotografías anteriores ofrecen lecturas contrapuestas: la superior, irrepetible desde hace más de medio siglo. La de abajo, una imagen que sigue viéndose cada verano durante las fiestas locales. La antigua fábrica de cal dejó de funcionar a finales de los años cincuenta, igual que el aserradero, instalados ambos junto a la playa de A Ladeira. Aquellas históricas industrias, propiedad de Ramón Barreiro, Ramón Troncoso y José Pereira, constituyeron pérdidas lamentables para el tejido económico de Baiona. Los “Gigantes y Cabezudos”, en cambio, mantienen la inamovible tradición de salir con su alegría en los días de fiesta. Es más, casi se podría asegurar que recorren las calles de la villa con las mismas caras y los mismos trajes de siempre. No todo ha cambiado o desaparecido en Baiona con la llegada del presente siglo. Hay costumbres y lugares, también negocios, que perduran en el tiempo como si los años no hubiesen pasado por ellos, o si pasaron, con escasos cambios. Las fiestas que mencionamos, los “Gigantes y Cabezudos”, la gran tirada de fuegos en el día de La Anunciada, las solemnes procesiones… “O Mosquito”, el “Moscón”, “O Refuxio d´Antón”, el “Naveira”, el “Hotel La Anunciada”, el “Hotel Rompeolas”, “El Pote”, el “Hotel Pinzón”… el “Parador Nacional”, el “Club de Yates Monte Real”… A Colexiata, la Virgen de la Roca, Santa Liberata… el Concello…
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XVI. La hostelería
Cuentan los marineros que hace años las nécoras, las centollas, los percebes… incluso la merluza, no eran apreciados en la buena mesa… ni en la menos buena. En Baredo utilizaban los percebes como abono para los campos.”Cuando era niña, por mi casa las centollas caminaban por el suelo como si tal cosa”, me dice una amiga, “¡Qué miedo me daban aquellos bichos! Comentan que las nécoras las cogían los chavales debajo del viejo muelle de madera, como cogen los cangrejos los niños en la playa, para jugar. “Cuando íbamos “al cerco” a la sardina, siempre venía alguna merluza enganchada en los aparejos. Las desechaban, y los rapaces las cogíamos para que nos dieran algo por ellas. Con lo poco que nos daban hacíamos peto para las “chiquitas”. Esto sucedió hasta bien entrado el siglo pasado. Por entonces, la fama de Baiona en el buen comer residía en los pescados que ofrecían las tabernas del casco viejo, con las sardinas como plato estrella. De aquellos bares de marineros de principio de siglo, tan sólo sobrevive el “Bar Victoria” -convertido en cafetería, y que ha pasado por distintas manos- y “O Mosquito”, que por entonces añadía a la taberna una tienda de ultramarinos que “vendía de todo”, me apunta Lola, la actual propietaria. Los orígenes de “O Mosquito” datan de 1926. Se encontraba en la Rúa Ventura Misa, delante de la que es su ubicación actual. Cuando por motivos de herencias, los tíos de Lola tuvieron que dejar el local, se trasladaron a la esquina de
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enfrente, en el número 40. Su fundador era un hombre muy popular en la villa, Manuel “O Peixe”, y al fallecer, los herederos le dieron a su viuda, la tía Clementina, un año para abandonar el bajo y buscar otro lugar. Así empezaba la historia del bar más antiguo de Baiona, con permiso del Victoria. Los demás fueron desapareciendo paulatinamente.
Baiona, 1939. Manuel “O Peixe”, con su sobrina Lola “A do Peixe”. Lola, con once años. (Archivo D. Barreiro).
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Lola “A do Peixe”, la dueña de ahora, llegó a “O Mosquito” con siete años. “Yo era de Baredo, y me lesioné un brazo de cierta gravedad. Tenía que venir andando hasta Baiona todos los días para hacerme las curas. El tío Manuel sugirió a mis padres que me quedara en su casa mientras me curaba el brazo”. Desde ese momento, Lola ya no regresaría nunca a Baredo. Dolores Barreiro Barreiro, Lola “A do Peixe”, nació en 1928, y desde 1935 hasta 1999 trabajó infatigable en “O Mosquito” sin parar. En total, sesenta y cuatro años atendiendo a los parroquianos, primero en la taberna-ultramarinos, en el bar-hostal después, y en el restaurante en los últimos tiempos. Se jubiló a los setenta y un años con el comienzo del nuevo siglo, y su hijo Rafael se hizo cargo del negocio.
Baiona, años veinte. La primera taberna de “O Mosquito”. Detrás, los productos de ultramarinos. De izquierda a derecha: unos clientes, el cabo de la Guardia Civil, Lola “A do Peixe”-subida a un banco-, “Culitos” -carpintero de profesión-, y el tío Manuel “O Peixe”-el fundador-.
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Allá por los años treinta, unos amigos de Manuel “O Peixe” le regalaron con motivo de su santo un tablón de madera con el lema, “Taberna O Mosquito”, letrero que luego se colocaría en la fachada.
Rúa Ventura Misa, años treinta. A la izquierda, en la esquina donde se inicia la Rúa do Reloxo, se ubicaba “El Mosquito”. Poco después se trasladaría a la esquina de enfrente. (Foto Alar).
Baiona, años treinta. Anuncio de “El Mosquito”, con la antigua dirección.
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<<Después de la guerra -recuerda Lola-, los de fiscalía nos volvían locos con sus inspecciones. Una tarde -aún estábamos en el primer local-, entró una amiga de Gondomar en la taberna con una cesta de pan de estraperlo. Escapaba de los “gabardinas blancas”. Se escondió detrás de unos toneles y al ver que entraban en el bar, abandonó la cesta en una esquina y salió huyendo por la puerta de atrás. Nos costó convencerles de que aquella cesta no era nuestra. Las multas por el estraperlo eran brutales. >> En los años cuarenta es cuando se produce el cambio al local actual, en el número 40 de Ventura Misa. Lola asegura con una franca sonrisa que por aquel entonces, con quince o dieciséis años, jamás había visto un billete de 1.000 pesetas.
Publicidad de los años cuarenta. En tiempos franquistas, los nombres de las tiendas, de los bares, de las empresas… tuvieron que castellanizarse. El gallego fue muy represaliado en esa época, de ahí el cambio, a “El Mosquito”.
<<Un día, ya en la taberna nueva -continúa Lola-, recibimos el chivatazo de que los inspectores venían de camino. Retiramos todo lo que nos pudiese traer problemas… menos unas velas que también vendíamos. El olvido nos costó 1.500 pesetas de multa y el cierre del local durante tres
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meses. No teníamos esa cantidad de dinero, y para juntarlo, nos fuimos a un terreno que tenía la tía en San Pedro de A Ramallosa, y empezamos a plantar patatas, repollos, zanahorias -que yo ni conocía-, cuidábamos el viñedo… Con la escasez de alimentos que había en la posguerra, nos salió redonda la idea. Vendíamos todo en un almacén que la tía tenía alquilado en la Rúa do Reloxo, hasta el vino de O Rosal. Los armadores de Baiona nos compraban la mayor parte de lo que producía el campo. >> <<Salvamos la situación, pero después de la multa, la tía decidió dejar la tienda. Tras la reapertura de “O Mosquito”, serían unos campesinos de Baredo los que se encargasen del campo de San Pedro. >>
Años cuarenta. Manuel “O Peixe”, con su esposa Clementina, en las Fiestas de Gondomar. (Archivo D. Barreiro).
<<Nuestros clientes eran sobre todo marineros y obreros de la construcción. Los sábados ofrecíamos empanadas, y los domingos, callos. El vino de O Rosal de “El Mosquito” era el mejor de Baiona. >>
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”El Mosquito” ocupaba la mitad del bajo. En la otra parte estaba la peluquería de Manolo “Cara de Lata”, también apodado “O Quisque”. Esta es la razón de que en un principio la cocina estuviese situada en el primer piso de la casa, para dejar más espacio para el bar y para la tienda. <<En ese momento del cambio, ya vivíamos en el piso de la casa de enfrente. La tía lo tenía alquilado, y le costó convencer al administrador, el señor Monteagudo, de que nos alquilase también la mitad del bajo que se encontraba libre. Pagaba más por esa mitad que por el piso completo. >> <<En los años sesenta, la tía Clementina acabó comprando la casa a los Jesuitas de Santiago. La había heredado una sobrina de la antigua propietaria, que a su vez la donaría a la orden antes de morir. >> <<Por esa época -ya habíamos pasado la cocina al bajo-, la sala de la galería del piso que daba a la calle de Elduayen, se habilitó como comedor. Teníamos cinco mesas. Todos los clientes querían ocupar las de delante, para ver el mar. >> <<En los años sesenta empezamos a dar hospedaje en casa. Disponíamos de siete habitaciones, y en los veranos siempre se ocupaban. Hubo veraneantes que repetían todos los años. En la actualidad, y aunque que ya no tenemos hostal, aún vienen a saludarme algunos de aquellos huéspedes cuando pasan por Baiona. Y es que con muchos de ellos había llegado a forjarse una buena amistad. >> <<También tuvimos algún cliente que se alojaba durante todo el invierno. Recuerdo un señor mayor, de Panxón, que en verano se iba porque no quería tanto bullicio en la casa. Pagaba 110 pesetas por la pensión completa. >>
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En 1946, la cocina de “El Mosquito” se encontraba en el primer piso de la casa. De izquierda a derecha: Lola -con18 años-, Sira -la cocinera y hermana de Policarpo “O Caringa”-, José -hijo de una prima de Lola-, la tía Clementina, Maruja -sobrina de Lola- y Juan Bautista -hermano de Lola-, seminarista y que venía a ganar un dinerillo en sus vacaciones de verano. (Archivo D. Barreiro).
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La taberna-ultramarinos “El Mosquito”, años cincuenta. María, “A do Peixe” -prima de Lola-, Lola “A Pamplona”, la tía Clementina, Marujita -prima de Lola-, Gloria “La Navarra” -la cocinera-, Mary y Lola (veraneantes de Ourense). Esta última era la mujer del relojero José “O Ourista”, vendedor muy conocido en Baiona.
“El Mosquito”, años cincuenta. Lola y su abuela Pilar, en el mostrador de la tienda.
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<<Cuando en 1954 me casé con José Pereira Santos, marinero de profesión, ya habíamos dejado la tienda de ultramarinos, y la taberna se dedicada exclusivamente a dar comidas. Poco después empezaríamos con la pensión. >>
“Restaurante El Mosquito”, años sesenta. José Pereira Santos, marido de Lola, reponiendo fuerzas para afrontar el duro trabajo en la mar. (Archivo D. Barreiro).
“El Mosquito”, años cincuenta. José Pereira Santos, marido de Lola, y el señor Alonso. (Archivo D. Barreiro).
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Baiona, A Colexiata, 1954. Leopolda, abuela del novio, con Juan Bautista, el hermano sacerdote de la novia, en la boda de Lola Barreiro y José Pereira Santos.
Los padres de José Pereira Santos: Pepita “de Isaac” y José “de Leopolda”.
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<<Los dos teníamos veinticinco años en el momento de la boda. La Seguridad Social nos dio una ayuda por matrimonio. Fuimos de viaje a A Coruña y a Ferrol. >> <<Mi marido andaba embarcado en el “Primavera”, de los Macaya de Vigo. Su padre era el patrón de pesca. Muchos años más tarde, en 1986, compró el “Bacho” de O Grove, un pequeño barco con el que faenaba por aquí. >>
Baiona, 1986. En el “Bacho” de O Grove. José Pereira Santos, el marido de Lola, asoma por la ventana del puente. A su lado, Raúl y Asun, un matrimonio madrileño, amigos a raíz de su estancia en “O Mosquito”. (Archivo D. Barreiro).
<<Yo hice de todo en el bar. Atendí en el mostrador, iba a los recados, estuve de camarera, limpiaba, ayudé en la cocina… y hasta fui cocinera en algunos momentos. >> <<La tía Clementina se encargaba de la cocina durante el año, pero en verano contrataba de cocinera a Sira, hermana de Policarpo “O Caringa”, que servía desde hacía años en Madrid en casa del señor Romero Civantos, almirante de la Armada. Esta familia venía a Baiona en verano de
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pensión, y mientras tanto Sira cocinaba para “O Mosquito”. Había estado en la capital en casas de mucho abolengo, y le sirvió para adquirir grandes dotes culinarias. >>
“O Mosquito”, 1946. Sira Vilar Ochoa.
<<De ella aprendí a hacer los “huevos encapotados”, que se convirtió en el plato estrella de “O Mosquito” durante muchos años. En verano llegábamos a cocinar hasta setenta platos al día de los famosos huevos. >> Al preguntarle por sus días de descanso, por sus vacaciones… Lola me responde que había que estar en el bar todos los días, y desde bien temprano. “La tía Clementina se levantaba a las seis de la mañana para atender a los marineros que llegaban del mar”. En sesenta y cuatro años de trabajo, Lola faltó algo más de una semana cuando se casó, un mes que estuvieron en Inglaterra en casa de un familiar, y en ocasiones puntuales en las que viajaban a Madrid. “Nada más. Era así la vida”, comenta resignada. <<La tía Clementina me dejó todo en herencia. Yo tengo dos hijos, Rafael y Mariló. Al jubilarme, el chico se hizo cargo del negocio... y ahí está “O Mosquito”, a punto de
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hacerse centenario… y de volver a ser hostal. Rafael está preparando los dos pisos para reabrir el mesón. >>
Baiona, años sesenta. José Pereira Santos, marido de Lola, con su hijo Rafael.
Lola come cada día del verano en el restaurante y aconseja a Rafael sobre el negocio. “En el nuevo hostal, ni se te ocurra dar pensión completa -le dice a Rafael-. Cada uno que vaya a comer donde quiera y lo que quiera… y que lo pague”. Y es que Lola tuvo que soportar las quejas de algunos huéspedes, que refunfuñaban por las comidas a pesar del enorme esfuerzo que se hacía para que todo estuviese a su gusto. Los primeros días estaban encantados con los menús, pero en cuanto pasaba la primera quincena, ya empezaban a protestar… “Y eran las mujeres que pinchaban a sus maridos. Yo sufría mucho porque nos desvivíamos en atenderlos… y a veces te respondían así”. Dolores Barreiro Barreiro, Lola ”A do Peixe”, es una de tantas madres de Baiona que ha luchado lo indecible para
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sacar adelante a su familiaâ&#x20AC;Ś y lo ha conseguido. Hoy goza de una tranquila jubilaciĂłn.
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Tras la guerra civil española, el “Restaurante Moscón” se convierte en referencia indispensable de la gastronomía local. Fundado en 1943 por Francisco Esteiro Fernández al poco tiempo de regresar del frente, su alta cocina le permitió compartir con el “Naveira”, el honor de ser reconocido como el mejor restaurante de la villa.
Baiona, años cincuenta. Tres de las casas más características de la Baiona de mitad del siglo pasado: la casa de los Bonín, con la peluquería de Federico en el bajo; la casa de Silvia, con el “Restaurante Moscón”; y “la casa de Baiona” de mis abuelos, con el “Bar Blanco”. En la puerta del “Moscón” vemos a su fundador, Francisco Esteiro Fernández, “Paco”, y a su lado, al botones, Moncho, hijo del popular “Charlot”. Las terrazas de ambos bares se encuentran repletas de gente. Las motos “Gucci”, de moda por entonces, aparcadas delante. (Archivo M. Esteiro).
<<Nos casamos en 1940 -cuenta María, la esposa del fundador-, tan pronto como Paco regresó de la guerra. Había estado cuatro años en el frente de Asturias; lo pasó bastante mal, pero volvió. Él tenía entonces veintiséis años y yo veinticuatro. >>
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Baiona, años cuarenta. Paco y María, en la puerta del “Restaurante Moscón”. Habían alquilado el local por 2.000 pesetas. (Archivo M. Esteiro).
María Vasconcellos, siempre trabajando en la cocina al lado de su marido, acaba de cumplir felizmente los noventa y ocho años -nació en Baiona en 1915-, y sigue bajando todos los días del verano al restaurante del “Hotel Rompeolas” para
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acompañar en su trabajo a las hijas, Maribel y Mary Carmen. Al recordar aquellos tiempos lejanos, alguna lágrima nostálgica asoma por sus mejillas. Cuando pregunto a las hijas por algo y surgen las dudas, la llaman: “¡Mamá! Ven un momento”. Lo aclara todo. Es un prodigio. Forma parte de ese grupo de madres excepcionales de Baiona, que se sobrepusieron a cuantas adversidades se fueron presentando ante ellas.
Baiona, 1955. A la puerta del restaurante: María y Paco, con su hija Maribel, que pronto comenzaría a ayudar en el trabajo. El “Moscón” ofrecía el marisco como una de sus ofertas gastronómicas más relevantes. (Archivo M. Esteiro).
Recuerdo de niño, asomarme al balcón de casa para asistir al incesante entrar y salir del restaurante. Pasaban muchos, y a veces afamados clientes. Tenía un especial glamour, que yo apreciaba a pesar de mi corta edad.
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Anuncio de los años cuarenta.
Tampoco olvido -como ya comenté en el anterior libro dedicado a Baiona-, las llegadas y salidas de Maribel al restaurante en la “Vespa” de su padre… así como las “arrancadas en redondo” para iniciar un nuevo recado en sentido contrario. En esas misiones de ida y vuelta desde el restaurante hasta el Bar-Merendero del Rompeolas -que habían inaugurado en el año cincuenta-, no paraba en todo el día. A mí, con ya dieciséis años, me llamaban la atención la “Vespa” -estaban de moda-, el arrojo y la pericia con las que manejaba la moto, y lo que más, la guapa Maribel. <<Por el “Moscón” pasaron infinidad de personalidades de la época -cuenta Maribel-. Artistas, políticos, empresarios, deportistas, famosillos… >>
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<<Guardo un recuerdo especial de la bailarina Ludmilla Tcherina, de cuando vino con el ballet ruso para actuar en el Auditorio de Castrelos de Vigo. Nacida en Paris, era hija de un príncipe ruso, y estaba considerada la mejor bailarina del mundo. Estuvo cenando. Era una mujer de una elegancia exquisita. >>
La casa de Silvia, con el “Restaurante Moscón” en el bajo, y la “Vespa” de Maribel apoyada en la acera. La parada del tranvía “Vigo-Baiona” estaba justo delante. (Archivo M. Esteiro).
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<<El director de cine, Manuel Mur Oti -continúa recordando Maribel-, el tenor Alfredo Kraus, los actores José Bódalo y José Luis López Vázquez, el humorista de radio José Iglesias “El Zorro”… y seguro que muchos otros que nosotros, aún muy jóvenes y sin la televisión de ahora, no reconocíamos. >> <<El cazador de tesoros Mister Potter, que anduvo haciendo prospecciones por las Illas Cíes; los escritores gallegos Álvaro Cunqueiro y José María Castroviejo… >> <<Todos las personalidades de las industrias de Vigo pasaban por el “Moscón”, con sus invitados de negocios: los Portanet, los Alfageme, los Freire, los Durán, los Barreras… Valverde, arquitecto del Parador Nacional… >> <<Venía a menudo el señor Ferrer, director de Caixa Ourense, y brazo derecho de Fraga en Galicia. Recuerdo que siempre lo llamaba por teléfono cuando estaba cenando. Tenía que levantarse y acercarse a hablar al teléfono fijo durante un buen rato. Aún no había móviles. >>
Baiona, 1958. Maribel, con su “Vespa”, llegando al merendero del Rompeolas. (Archivo M. Esteiro).
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<<En una ocasión, llegó Álvaro Cunqueiro al restaurante con la intención de hacer una fotografía a una buena fuente de marisco, con la mala suerte de que en aquel momento faltaban los percebes. Quizás la necesitase para alguno de sus libros gastronómicos. Total, que papá tuvo que ir a desenterrar percebes a un pequeño terreno de su propiedad donde se utilizaban de abono, porque ya no estaban en buen estado para comer. Se limpiaron con esmero, se les dio lustre, y se colocaron en la fuente para la fotografía. >>
Baiona, años cincuenta. María, en la finca de “O Casqueiro”, donde los percebes de Cunqueiro hacían de abono. (Archivo M. Esteiro).
En los cincuenta, la mayoría de los visitantes de Baiona llegaba en tranvía. El espectáculo de la fuerza del mar en el Rompeolas era una de las primeras visitas. Paco, conocedor de esta circunstancia, y nostálgico de aquel balcón al Atlántico que fue testigo de su noviazgo con María, pensó que sería una buena idea montar allí un pequeño merendero. Así nació lo que años más tarde se convertiría en el “Hotel Rompeolas”.
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Baiona, años cincuenta. A la puerta del “Restaurante Moscón”, un camarero y María “La Negra” muestran un espléndido ejemplar de abadejo. Delante Paco, y a un lado, empleadas de la cocina. (Archivo Familia Esteiro).
Baiona, “Restaurante Moscón”, años cincuenta. Paco, al frente de la barra.
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Anuncio de los años cincuenta.
Paco y María, dirigiéndose a Baredo en 1956.
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Al contemplar la fotografía anterior, María, haciendo alarde de su prodigiosa memoria, explica a sus hijas: <<Íbamos a Baredo a la Fiesta de A Cela. Entre vuestro padre y un amigo habían comprado un cabrito. Lo prepararon en “A Tenda do Demo”, y allí nos fuimos los matrimonios de merienda. >>
Curiosa comparación de menús y notas de 1957. El “Nuevo País” de Vigo, por un lado, y el “Bar-Restaurante Moscón y Rompeolas” de Baiona, por el otro. Ciento sesenta pesetas en la nota viguesa, y ciento sesenta y dos en la baionesa; dos días de diferencia, el 28 y el 26, del mismo mes de septiembre. También aparece un billete del tranvía en la parte superior. En un cuadro colgado en recepción, el “Hotel Rompeolas” conserva en la actualidad este curioso testimonio de sus orígenes. (Archivo Familia Esteiro).
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Baiona, 1950. Merendero “El Rompeolas” en sus comienzos. (Archivo M. Esteiro).
En 1955, el pequeño merendero comienza la transformación que lo convertiría en el actual “Hotel Rompeolas”. Delante se ve aparcado el “Seiscientos”, que sustituyó a la famosa “Vespa” de Paco y de Maribel.
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Cuando sus hijas Maribel y Mary Carmen se casaron y dejaron de residir en Baiona, Paco decidió traspasar el “Restaurante Moscón”, para dedicarse en exclusiva al hotel. En 1969, el famoso “Moscón” pasaba a otras manos. Entre las competencias surgidas y cierto cambio en la dirección, poco a poco iría perdiendo parte de su reputación, hasta pasar a ser uno más entre las muchas ofertas de la villa.
“Hotel Rompeolas”, años cincuenta. Chicas del servicio de cocina y camareros, todos ellos naturales los pueblos vecinos de Perdone y Viladesuso. El niño de la izquierda es el hijo de Milla, popular cartero de la Baiona de entonces.
Por aquellos años cincuenta, Gonzalo López, “Pisitas”, marinero amigo de la familia, confeccionó un precioso mosaico con piedras y conchas de la playa, una verdadera obra de arte ubicada en la ladera del monte y a un lado del hotel. Su trabajo se conservó durante mucho tiempo, llamando la atención de huéspedes y visitantes de Baiona. Lamentablemente el tiempo y la falta de conservación fueron deteriorándolo; apenas se mantienen pequeños restos.
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La fantástica obra de Gonzalo López “Pisitas”. (Archivo Familia Esteiro).
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El trabajo del artista ascendía por la ladera del monte.
Ante la entrada del hotel, Gonzalo López, “Pisitas” también levantó una preciosa fuente circular, decorada con conchas y piedras de A Concheira y de A Praia dos Frades.
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“Hotel Rompeolas”, años sesenta. A la izquierda, el botones del hotel, nieto del “Pisitas”. A la derecha, un camarero de Mariñas. (Archivo Familia Esteiro).
Parte del personal del “Hotel Rompeolas” en los años sesenta. En el centro, la hija de María “la Negra”; el niño es nieto de “Pisitas”; a la derecha, con boina, Eulogio “el hombre orquesta”, que imitaba el sonido de la gaita con nariz y dedos… y que después pasaba la boina; el resto, camareros y cocineras, son de Viladesuso, Mariñas, Oia, Mougás… (Archivo Familia Esteiro).
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“Hotel Rompeolas”, años sesenta. Paco, el propietario, con el personal de cocina. Entre ellos se encuentra uno de los hermanos Durán, que más tarde fundaría en Baredo el “Restaurante Os da Ponte”, y que fue aquí, en esta cocina, donde aprendió a cocinar. Los empleados eran de Viladesuso, Oia, Mougás…
Reponiendo fuerzas en la cocina antes de comenzar el servicio de comidas.
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<<A finales de los años cincuenta -recuerda Maribel-, cuando ya el merendero se había convertido en hotel, empezamos a recibir expediciones de turistas alemanes. Llegaban a Vigo en un barco de la Mala Real Inglesa, que representaba el consignatario Estanislao Durán, y los trasladaban a Baiona, donde pasaban algo más de quince días. >>
Baiona, años cincuenta. El “Hotel Rompeolas” acaba de abrir. (Archivo Familia Esteiro).
<<De estos grupos de alemanes -cuentan Maribel y Mary Carmen-, surgieron dos matrimonios con chicos baioneses: el de Raúl Nartallo y el de Moncho Barreiro. La primera pareja se estableció en Alemania, pero la segunda se afincaría en Baiona. >>
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<<Cuando llegaba el momento de que los turistas regresasen a su país, mi padre les organizaba una fiesta de despedida. Muchas de las chicas se iban llorando. Nos consta que estos grupos pasaban una estancia muy feliz en nuestro hotel, y por supuesto, en Baiona. Mis padres se desvivían por atenderlos lo mejor posible. >>
“Hotel Rompeolas”, años sesenta. Fiesta de despedida de los turistas alemanes.
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Rompeolas, años sesenta. Foto de familia de una de las expediciones de turistas alemanes, antes de salir hacia Vigo para embarcarse. Maribel Esteiro, en el centro. “Muy buena gente, muy distinguida”, según ella. (Archivo Familia Esteiro).
<<A los alemanes les encantaba nuestra gastronomía: el marisco, el pescado… el buen comer. Y no digamos el buen beber: las botellas de Rosal, de Ribeiro… desaparecían una detrás de otra. De noche les hacíamos las tradicionales “queimadas”, con el conjuro y toda la parafernalia. Con el mar quedaban embelesados. Se pasaban horas en las rocas de delante del hotel, contemplando el batir de las olas. >>
Día de temporal en el Rompeolas. La fuerza del mar alcanza el hotel. (Archivo Familia Esteiro).
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<<En la temporada 1957/58, el Real Club Celta se concentraba en nuestro hotel antes de los partidos importantes. >>
A la puerta del “Hotel Rompeolas” en 1956. Delante: a la izquierda, Paco y su esposa, María -sentada-. A su lado, de pie, Maribel, la hija mayor. El botones es un nieto del “Pisitas”. El resto, camareros y cocineras, son de Mougás. (Archivo Familia Esteiro).
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Maribel, la hija mayor, comenzó a trabajar con sus padres en los años cincuenta, y aun hoy continúa al frente del negocio.
“Hotel Rompeolas”.
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Mis padres se acercaban a menudo a “La Hermida”. Acompañados por Maruja y Severino -los padres de los Pérez Moreiras-, daban un agradable paseo por la costa, y luego allí, Paco o Jaime, los propietarios del puesto, les servían unos calamares, un pulpo, unas sardinas… que en medio del pinar situado frente al pequeño merendero, y al atardecer, sabían a gloria. En el inicio de los sesenta, el boom del automóvil facilita la movilidad de la gente y acorta las distancias. La población comienza a desplazarse por todos los rincones de la zona. Así lo debió entender Paco Martínez Miniño -con taberna en Baredo-, cuando decidió experimentar con poco más de una caseta de madera de cuatro paredes. Así nacía “La Hermida”, situada en plena carretera, entre Cabo Silleiro y Santa María de Oia. A pie de costa, con grandes vistas y el reclamo de unas exquisitas tapas, montó unas mesas y unos bancos rudimentarios en el bosque de enfrente, y atravesando la carretera, allí se las servía a los clientes. El negocio echaba a andar. <<No había casi tráfico, ni tampoco teníamos luz eléctrica -cuenta Maruja, la mujer de Jaime Martínez Miniño-. Pasaba el autobús de A Guarda dos o tres veces al día, el repartidor de leche con su camioneta, y pocos coches más. Los niños jugaban en la mitad de la carretera, y nosotros pasábamos con las bandejas de comida de un lado al otro con toda tranquilidad. >> <<El repartidor de leche, Castor, era un personaje muy popular en la zona. Iba desde Oia hasta el barrio de A Florida de Vigo, y cuando venía de regreso se paraba con Jaime a tomar unos vasos. >> <<En 1964, Paco le cedió el kiosko a su hermano Jaime, mi marido, y desde ese momento emprendimos la transición hacia el futuro “Restaurante La Hermida”. >>
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De la modesta caseta inicial se pasó a un bar, del bar a un restaurante, que se ampliaría varias veces… “La Hermida” crecía sin pausa. El primitivo “chiringuito” de los comienzos se convirtió poco a poco en un restaurante de renombre, que funcionaba a pleno rendimiento durante el verano, y que llenaba su comedor en los fines de semana del invierno. <<”El Rompeolas” y “La Hermida” -recuerda Maruja- eran los únicos restaurantes que había en la carretera Baiona-A Guarda. Fuimos buenos amigos de María y Paco, los propietarios de “El Rompeolas” -también del “Moscón-, y ellos, con su enorme experiencia y éxito, siempre nos aconsejaron bien. Comíamos juntos, al menos, un par de veces al año… y Paco se acercaba muchas tardes a beber una botellita con mi marido. >>
“La Hermida”, años sesenta. El pequeño chiringuito se había convertido al poco tiempo en el “Bar-Restaurante La Hermida”, con una estupenda terraza al aire libre. La calzada aparece llena de los famosos “Seiscientos”, que cambiaron la vida de los españoles. (Archivo Familia Martínez).
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<<Mi marido era un hombre emprendedor y decidido, y con un gran don de gentes. Raro era el día que no le aparecía por el bar algún amigote. >>
“Bar Restaurante La Hermida”, 1967. Ya aparece con el asador de sardinas a un lado. (Archivo Familia Martínez).
Las especialidades de la casa eran las sardinas, los percebes y el pescado en general. Cuenta Maruja que Jaime se acercaba a Vigo casi a diario, y volvía con la furgoneta llena de sardinas. Teresa, la cocinera portuguesa que lleva treinta y ocho años con la familia, recuerda asar sardinas sin parar durante los veranos. Se vaciaba la furgoneta todos los días. <<En los inicios del negocio vivíamos en el mismo bar -sigue contando Maruja-. Habíamos adecuado el sótano, y estábamos bastante bien. Allí nacieron mis dos hijos. >> <<¿Si pasaron famosos por “La Hermida? Seguro que han pasado multitud de famosos, pero en aquellos tiempos, sin la televisión de hoy, no los conocías físicamente. Los empresarios de Vigo eran buenos clientes, igual que las familias veraneantes de Baiona. >>
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<<En una ocasión, un amigo de mi marido le avisó de que al día siguiente vendría a comer el cantante Julio Iglesias, que actuaba en la sala “Nova Olimpia” de Vigo. Al día siguiente, al llegar, el artista se dirigió a mí solicitándome una mesa de cara al mar. Yo no lo reconocí, y como el comedor estaba a tope, no pude complacerle. Así que le tocó comer en una mesa del fondo. >>
Años setenta. El restaurante ya cuenta con una nueva terraza en la entrada, así como un pequeño ascensor de comidas para subirlas a la terraza superior desde la cocina. (Archivo Familia Martínez).
<<En los años noventa se casó nuestro hijo mayor, y mi marido le regaló el “Restaurante La Hermida” para ayudarle en su nueva situación familiar. >> <<Unos años antes, en 1975, nosotros habíamos comprado en Baiona la casa de Ventura Misa, a donde nos trasladamos a vivir. Al poco tiempo mi marido decidió instalar en el bajo el “Restaurante Plaza de Castro”. De ahí la cesión de “La Hermida” a nuestro hijo. >>
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<<Más adelante, en 1987, a Jaime se le ocurrió aprovechar un terreno que tenía a pie de carretera, para instalar en un autobús en desuso -bien pintado y acondicionado por dentro- el “Asador Las Mariñas”. Ofrecíamos sardinas y churrasco, y se ganó buen dinero en los dos veranos en que funcionó. >>
Jaime Martínez Miniño fallecía en 2006, y desde entonces, el “Restaurante Plaza de Castro” es administrado por su hijo Luis, quien recibe en todo momento el sabio consejo de su madre, María del Carmen Pereira.
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En 1967, alguien compuso este original cuadro, “A peña do bo dente”, que el popular fotógrafo madrileño Jesús recogió en su cámara, y que luce en las paredes de “O´Refuxio d´Anton”. Los comensales son de izquierda a derecha: Cristobal, Emilín, “O Borracho”, Antonio Mauricio, Milico, Rachote, Amador, Manolo Aragón, Manolo “Zapatero”, Trigo y León. Y la leyenda explica a las claras la conducta a seguir por los peñistas: “Comamos, bebamos, poñámonos gordos, e si nos critican, fagámonos os sordos”.
“O´Refuxio d´Antón” es una de las tabernas más antigua de la villa. Fundada en 1943, se conserva hoy en pleno auge. Se podría asegurar que desde su inauguración es la más concurrida por los marineros de Baiona, y muy visitada por veraneantes y turistas. En 1943, José Almansa, un pequeño empresario ourensano de Trasalva Amoeiro, se acercó a Baiona para visitar a un primo guardia civil. Le debió de gustar tanto la villa que decidió establecerse en ella y abrir un almacén de vino.
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Así que se trajo a Jesusa, su esposa, y se instaló en la Rúa Xogo da Bola. Vendían vino al por mayor; pronto los marineros empezaron a acudir a la bodega a tomar las “tazas”. Eran los primeros pasos de “El Refugio”. Mientras tanto, su hijo Antonio, de nueve años, se quedaba con los abuelos en la aldea. Allí iba a la escuela, y sólo visitaba Baiona en verano. “Nada más llegar, mis padres me mandaban a la escuela de don José “Codá” -cuenta Antón- Al preguntar al maestro por mis progresos, don José lamentaba que cuando ya empezaba a mejorar, tenía que regresar a la aldea”. Con quince años de edad, Antonio ya se quedaría definitivamente en la villa. Al cabo de un año de establecerse en la Rúa Xogo da Bola, José Almansa traslada el negocio a Ventura Misa, 44 -local actual-, y poco después al número 34, tras comprar la casa. Aquí ya empezaron a servir tapas y comidas. De todas formas el anterior local lo siguieron manteniendo como almacén.
Un anuncio en la prensa de los años cuarenta.
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José Almansa, fundador de “El Refugio”.
En 1965, José Almansa encontró una apetecible oportunidad de alquilar el “Bar El Refugio”, garantizando así unos ingresos mensuales fijos. Los primeros interesados fueron unos chicos de Santa María de Oia; luego pasaría por varias manos, hasta que los últimos inquilinos estuvieron casi treinta años, hasta su jubilación. Como consecuencia, José Almansa retorna a sus orígenes, a la bodega anterior en el número 44, donde vuelven a despachar vino, cerveza… Al tratarse de un local arrendado, no pudo hacer reformas. Sin disponer de cocina, regresaron a sus comienzos: despachar bebidas y nada más.
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En 1975, al fallecer su padre, Antonio se hace cargo del negocio. ”Aunque no teníamos ningún letrero que nos identificase, nos seguían conociendo como “El Refugio”.
Baiona, años setenta. Antonio Almansa, “Antón”, sirviendo unas “tazas” en la vieja taberna. (Archivo Familia Almansa).
<<En los años ochenta se puso de moda el moscatel -comenta su hija Nieves-, y la bodega se convirtió en punto de encuentro de la gente joven, que aún hoy recuerdan algunos. “Aquí cogí mi…”. “No me lo digas, ¿mi primera borrachera?”, le adiviné a más de uno, que se partían de risa cuando se lo decía. “¡Vamos “a de os dulces”!, nos conocían entre ellos. Moscatel y cacahuetes… Venía mucha gente de Vigo. >> <<El moscatel lo traíamos de Reus. Había días de vender hasta noventa litros en “chatos”… >> <<Durante aquellos años, los marineros de Baiona tomaban aquí sus tazas -recuerda Antonio con nostalgia-. Nuestra taberna era como su segunda casa. Pronto se convirtió en un auténtico santuario para ellos. Entre taza y taza, a
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menudo cantaban, y los que no lo hacían, venían a escuchar a los amigos. Teníamos un ambiente extraordinario, único… y los chicos cantaban muy bien. No sé por qué se perdió esa entrañable costumbre. >>
Antonio, en la cocina con las sartenes. (Archivo Familia Almansa).
<<Teníamos buena relación con tu tío Aurelio -me cuenta Antón-. Un día me comentó que habían ido a su ferretería de parte de “El Refugio” a comprar seis tazas y una jarra -de aquellas que se usaban por entonces de porcelana
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blanca-. Le aclaré que serían los que alquilaron el bar. Lo que precisamente le había extrañado a él es que compraran esa cantidad tan pequeña, cuando nosotros nos llevábamos más de cincuenta tazas de cada vez. >> <<En otra ocasión, al ir de compras a la ferretería de tu tío, me fijé en una pequeña machada que tenía en una de las vitrinas. Me interesé por ella y le pregunté el precio. Valía dos pesetas con cincuenta. Me la regaló. >>
“O´Refuxio d´Antón”, años noventa. Juego de jarra y tazas en madera de una peña. Cada uno de sus componentes tenía la taza con su nombre. (Foto Juan Pedro).
<<Antonia, mi mujer, conocía a tus padres -me comenta-. Estuvo de servicio en la casa de Antonio Veyra y Nieves Portolés durante cuarenta años. Vivían detrás de la casa de tu familia, y los dos matrimonios eran íntimos amigos. Mi hija los recuerda bien. >>
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Nieves me confirma que conoció a Dari, mi madre, y a Marta, mi hermana. “¿Qué es de Marta? No la volví a ver. Tu madre, cuando vendieron la casa, nos regaló un jarrón como recuerdo”. En 2001, Nieves, la hija de Antonio, compra la casa. Lo primero que hace es adecuar el local a los nuevos tiempos, y elegir un nombre para la taberna, “O´Refuxio d´Antón”. Empiezan de nuevo a dar tapas, sobre todo tortilla y langostinos. Pronto ampliarían el servicio con otras muchas comidas típicas.
Nieves Almansa Rodríguez, nieta del fundador de “El Refugio”, y en la actualidad, al frente de la taberna “O´Refuxio d´Antón”. (Archivo Familia Almansa).
“O´Refuxio d´Antón”, reformado hace poco, sigue conservando aquel sabor enxebre de la taberna que siempre ha sido. Con sus viejas puertas de madera acristaladas, su piso de piedra ennegrecido después de tantos años, las mismas paredes de granito y ladrillo de mitad del siglo pasado, dos radios antiguas, la fotografía de don Ramón Otero Pedrayo -vecino y
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amigo del fundador-, la jarra y las tazas de madera de una peña con el nombre de cada peñista, las toscas mesas de madera con sus taburetes y bancos, los diez mandamientos del bebedor, los toneles -ahora vacíos-, curiosas fotografías de las peñas…
Cuadro con los “diez mandamientos” de un buen bebedor, que luce en la entrada de “O´Refuxio d´Antón”. (Foto Juan Pedro).
E igual que en sus comienzos de 1943, la taberna de José Almansa, después de Antonio, y ahora de Nieves, reúne a diario a los marineros de Baiona. Recibidos con calidez y tratados por sus nombres, muchos de ellos, jubilados ya, llevan acudiendo a la vieja taberna desde que ésta existe.
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Pero si pasas por “O´Refuxio d´Antón” los fines de semana, o en los días de verano, te encontrarás también con multitud de veraneantes, visitantes y turistas. Es una visita obligada para todos los que llegan a Baiona.
Sobre la piedra, y en la misma entrada, destaca el nombre de la vieja taberna. (Foto Juan Pedro).
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El “Naveira” es otro de los restaurantes que han acompañado el curso de la historia de la villa desde el pasado siglo. Si entras a comer y abres la carta, puedes leer en la primera página los orígenes de uno de los lugares de comidas más emblemáticos de Baiona. <<En 1940, la familia López Naveira, natural de Betanzos, se asienta en Baiona y adquiere una pequeña casa frente al puerto pesquero, en cuyos bajos se encontraba una cuadra de carruajes y caballos dedicados a la estiba portuaria. Tras acondicionar ese pequeño establo, comienzan a servir vinos y comidas caseras a los marineros que frecuentaban el puerto y que iniciaban o regresaban de su duro trabajo en el mar. Y así comienza la historia del más longevo restaurante de Baiona que, regentado por la misma familia que llegó a la villa en 1940, continúa ofreciendo sus servicios a todos aquellos que deseen disfrutar de una atención cercana, familiar y de calidad. Restaurante NAVEIRA >>
Las hermanas Ramona, Matilde, Rosa y Lola Naveira Marcote inician su andadura recién finalizada la guerra. Tiempos difíciles, de mucha hambre, permanentes encontronazos políticos, abusos desmedidos de los poderosos, violencia… No parecía el momento más idóneo para inaugurar un bar, a pesar de su inmejorable ubicación, y por más modesto que fuese. Pero salieron adelante, eso sí, con enorme esfuerzo y tesón. Ahora, en 2014, y después de servir miles de “tortillas de Betanzos” -la especialidad de la casa en sus comienzos-, y de litros de vinos del país, el “Restaurante Naveira” celebrará pronto sus bodas de platino. No estarán las fundadoras para festejarlo, pero sí algunos de sus descendientes: María del Carmen Ratel López -nieta de Lola-, y Manolo Goce Ratel -biznieto-, regentan el establecimiento en la actualidad.
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Baiona, años sesenta. Terraza del ”BAR NAVEIRA”.
Baiona, hoy. Primera página de la carta actual.
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“Restaurante Naveira”, años setenta. Lola Naveira, una de las fundadoras, cortando una tarta en la celebración de la Primera Comunión de su nieto Joaquín. (Archivo Familia Naveira).
Años ochenta. Tres generaciones del “Restaurante Naveira”. A la derecha, la abuela Lola; a la izquierda, su hija Carmen; en el centro, su nuera Luisa. (Archivo Familia Naveira).
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Años ochenta. La primera y la cuarta generación de los Naveira: la abuela Lola y su biznieto Joaquín, hoy policía municipal. (Archivo Familia Naveira).
Los hombres de la familia siempre fueron gente de mar. El restaurante lo conducían las mujeres. Joaquín López Fernández, el marido de Lola -una de las fundadoras-, se dedicaba en su gamela a la pesca de bajura por el litoral de Baiona. En 1923, fue condecorado por el rey de Noruega por su participación en el salvamento de los tripulantes del carguero noruego “The Skogland”, hundido en Os Farallóns.
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Su hija Carmen se casó con otro marinero, Ángel Ratel Álvarez, que en su servicio militar dio dos veces la vuelta al mundo con el buque-escuela “Juan Sebastián Elcano”. Imponentes fotografías de su aventura adornan las paredes del comedor. Luego embarcó de marinero con el armador Ramón Lojo -poco tiempo-, siguió con los pesqueros de Almuíña, pasó al “Pinzón” de Florente, en donde se jubiló cuando este barco era ya propiedad de su yerno, Tito Naveira.
Ángel Ratel, marido de Carmen y padre de María del Carmen, con sus nietos Ángel y Joaquín. (Archivo Familia Naveira).
<<Después de estudiar en el Colegio de la Enseñanza de Vigo -cuenta Mary Carmen Ratel López, de la tercera generación de los Naveira-, comienzo a ayudar en el restaurante y a aprender. La abuela Lola me enseñó a guisar, la tía Lola, la repostería, y Carmen, mi madre, todo lo demás. Ellas me formaron para continuar con la tradición del “Restaurante Naveira”. >>
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<<A principios de los setenta, mi madre se retira, y yo me hago cargo del negocio. Mi primera responsabilidad: la cocina. >> <<Mi marido, José Goce, empleado de la Caja de Ahorros, me ayudaba cuando podía. Al final dejó el banco, y se dedicó por completo al restaurante. No tardaron en cambiarle el nombre: pasó a ser Tito Naveira. >>
Boda de Verísima Naveira. José Goce, luego más conocido por Tito Naveira, y Mary Carmen Ratel. “Aún éramos novios”, comenta Mary Carmen. El niño es Vicente Mandado. (Archivo Familia Naveira).
<<La especialidad de la casa en sus comienzos era la “tortilla de Betanzos” -continúa Mary Carmen-. La procedencia de mi bisabuelo, Ramón Naveira, evidencia el origen de la receta. Ahora tenemos otros platos estrella: el marisco en general, las empanadas de todas las clases, arroz con bogavante, pescados al horno… ¿La cocinera actual? Yo misma. >>
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<<Mi marido, de joven, formaba parte de la Rondalla de Baiona -cuenta Mary Carmen al ver la siguiente fotografía-. Tocaban muy bien. No sé por qué se deshizo. >>
Baiona, años sesenta. Rondalla de Baiona. Entre otros: Jesús “O Caringa”, Oli, Quenio, Luis, Piano, Tito, Emilín, Ángel “O Caringa”, Mario, Ángel…
“Restaurante Naveira”, 2 de agosto de 1978. Tito Naveira. (Foto Jesús).
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Tito Naveira y María del Carmen Ratel forman parte de la tercera generación familiar que se encarga del restaurante. (Archivo Familia Naveira).
“Restaurante Naveira”, 1993. Mary Carmen, con su hijo Manolo, despachando ostras. En la actualidad son ellos los que dirigen el negocio. Manolo ya pertenece a la cuarta generación de los Naveira. (Archivo Familia Naveira).
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En los tiempos de penurias que se vivieron en la posguerra, el ”Bar Naveira” estaba orientado sobre todo hacia los marineros y trabajadores del pueblo. Fueron pasando los años, y a medida que el turismo se cobraba relevancia en la villa, aquel modesto bar se fue transformando en restaurante. Veraneantes, turistas y “gente bien” engrosaban la mayor parte de una clientela que encontraba en el local alta cocina y un escenario perfecto para reuniones, celebraciones o almuerzos de negocios. Amantes de la buena gastronomía acudían a Baiona a deleitarse con las excelencias del “Naveira”, que junto con el “Moscón”, era punto de referencia de la comida tradicional de la Galicia marinera del Val Miñor.
“Restaurante Naveira”, años ochenta. “Nuestra pandilla de jóvenes, celebrando el carnaval”, explica Mary Carmen. De pie: Puskas y Manolito “Cachelas”. Sentados: Tito Naveira, César, Gelines, Chuca y Kina. (Archivo Familia Naveira).
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“Restaurante Naveira”, 1979. Celebración de la Primera Comunión de Ángel, que aparece en primer lugar. Detrás, sus padres, Tito y Mary Carmen, y al fondo, Joaquín, el hermano mayor. (Archivo Familia Naveira).
En el restaurante, 1983. Una celebración familiar. Mary Carmen, Tito, y sus hijos Manolo y Joaquín. (Archivo Familia Naveira).
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<<El local fue reformado tres veces -explica Mary Carmen-. En una de ellas se cerró la terraza que da al mar. Las fotografías de las dos vueltas al mundo del abuelo se colocaron en la última reforma. >>
“Restaurante Naveira”, años sesenta. Terraza del primer piso, por entonces sin cerrar. Arriba: Lola Naveira, la abuela. Abajo: Lola López, la tía. (Archivo Familia Naveira).
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“Restaurante Naveira”, 1993. Tito Naveira, comiendo, antes de iniciar el trabajo del mediodía. (Archivo Familia Naveira).
Durante tantos años, el “Restaurante Naveira” vio pasar por su comedor infinidad de personalidades del mundo empresarial, de la política, del cine, del deporte…
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<<Me acuerdo de José Iglesias “El Zorro”, un popular humorista de los años sesenta. Hacía un programa de enorme audiencia en “Radio Vigo”. Era un personaje muy dicharachero y simpático. En las comidas siempre había risas a su alrededor. >> <<Concha Velasco, Sara Montiel, Maribel Verdú… Todas estas estrellas venían acompañadas de su séquito, que se supone serían actores y gentes del cine. En los noventa, se rodó en Nigrán una serie de “Antena 3”. El catering se lo servíamos nosotros. >> <<Manuel Fraga y Mariano Rajoy solían venir acompañados de Barros, el otrora alcalde de O Porriño. Por cierto, Fraga y Barros tenían buen diente, “Comen a Dios”, decía de ellos un famoso intelectual gallego. >> <<Abel Caballero, cuando era ministro, llegaba a cenar con escolta. >> <<Por el Naveira también han pasado presidentes, entrenadores y jugadores del Celta de distintas épocas. >> <<Cuando el seleccionador nacional de baloncesto, Antonio Díaz Miguel, se alojaba en el parador, pasaba a comer o a cenar con otros entrenadores o directivos. >>
“Empanada Naveira”.
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Años noventa. Tito Naveira y su hijo Manolo, trabajando en la cocina.
Hoy en día, 2014, a punto de cumplir el setenta y cinco aniversario, la familia Naveira sigue manteniendo el prestigio ganado día a día desde tiempos de la abuela Lola. Fallecido Tito Naveira hace un par de años, ahora son Mary Carmen y su hijo Manolo los que llevan las riendas del emblemático restaurante baionés.
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Al glosar la hostelería de Baiona del siglo pasado, en especial de los lugares legendarios, seguramente habremos dejado atrás a más de uno de importancia reconocida. Dicen que el “Bar Victoria”, en la Rúa Alférez Barreiro, es el más antiguo de Baiona, y que el “Hotel La Anunciada” ya daba alojamiento y comida en 1900. También “O Pote”, en la Puerta de la Villa, goza de notable prestigio en comida tradicional desde hace más de medio siglo. Más modernos, pero con muchos años de historia, son “El Túnel”, el “Pedro Madruga”, el “Escondidiño”, el “Sandokan”, “Casa Soto”, “El Candil”, “El Bahiña”, “Rocamar”… Hoy, con una Baiona volcada con el turismo, la gastronomía se convierte en uno de los elementos que el turista valora, y que, junto a la belleza y bondades de esta tierra, lo animan a volver, y a hablar bien en su entorno de las excelencias de la villa.