_______________________________________ Esta publicación es la continuación de “AYER en BAIONA”, y contiene los dos últimos capítulos del libro.
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XVII. La colonia veraniega.
Al convertirse Baiona en una estación balnearia de moda, surge una importante colonia veraniega que cobra un fuerte protagonismo en la villa durante aquel principio de siglo. La afluencia de visitantes propicia la apertura de hoteles y pensiones, y familias de renombre edifican sus casas a lo largo del trozo de carretera que va desde A Concheira hasta el Rompeolas. Los Amor, los Mulder, los Zarauza, los Landín, los Tapias, los Cuervo, los Ferro, los “Chilenos”, los Mirambel, los Tenreiro… se afincaron en aquella tranquila zona. Otras familias tenían casa en plena villa, o bien alquilaban piso por temporada, costumbre ésta que se estableció entonces y que aún hoy, 2014, continúa vigente. Los baioneses ceden en muchos casos sus propias viviendas durante los tres meses del verano a cambio de suculentos alquileres. Les compensa. En aquellos albores del siglo XX, Baiona vivía una época de esplendor turístico, interrumpida en 1936 por la Guerra Civil. Este tiempo de conflicto y una dura posguerra frenan el auge de antaño, pero el pueblo no tarda en rehacerse y recuperar su atractivo como destino de veraneo. Muchas familias de entonces vuelven, y surgen otras que van engrosando la creciente colonia veraniega. Madrileños, ourensanos y vigueses son de siempre los más asiduos visitantes. Después de tantos años han ido desapareciendo del verano de Baiona muchas familias de principios de siglo. El paso inevitable del tiempo lo modifica todo: los cambios familiares, el peso de la edad, las mismas consecuencias de la gue-
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rra, las circunstancias económicas, las costumbres, los traslados de residencia, los modos vacacionales… Pero a pesar de ello y de las modas actuales que han distorsionado la Baiona de antes, aún quedan generaciones de aquellas familias que verano tras verano acuden fieles a la cita con la Real, Noble y Leal Villa de Baiona. De aquella larga lista de chalets de los años veinte se conservan unos pocos, casi todos destinados a otros fines bien distintos a los de antaño: “Villa Rosa”, convertida en pub, “Villa Maruxa”, actual sede del Casino, “Villa Zoila”, restaurada y a la venta por apartamentos, “Villa Lola”, un bloque de viviendas, “Villa Sol” de los Tapias, abandonada y en venta… Como excepciones permanecen en pie “Villa Angelines”, donde sigue viviendo la viuda de Florente, “El Gurugú” y “Las Cuatro Torres”. Algunos familiares de los Prieto Cuervo y de los Ferro, propietarios de estas dos últimas casas, siguen acudiendo todos los veranos a Baiona. Otras familias han cambiado su vieja casa de entonces por pisos nuevos en las recientes edificaciones que proliferan por la villa. Y además, a todas estas familias del más tradicional rango veraniego de Baiona, hay que añadir otras tantas que fueron llegando desde mediados del siglo pasado: los Pérez Moreiras, los Gallego, los Charro, los Alonso, los Galbán, los Ortiz, los Lorenzo, los Abollado, los Portolés, los Aguirre, los Leal, los Lira, los Abia, los Orío, los Díaz Carvajal… En mi familia, los Rey Lama, que veraneamos en la villa desde los años cincuenta, mis nietos ya pertenecen a la cuarta generación. Entre las familias de “siempre” se encuentran los Barreiro, los Bonín, los Leal, los Cuervo, los Ferro, los Lojo, los Brandón, los Gil, los Allen-Perkins… Sus descendientes, todavía fieles a Baiona, deben pertenecer a la quinta o sexta generación, incluso puede que aún más allá en el caso de los Ba-
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rreiro, cuyos antepasados conocidos se remontan a finales del siglo XIX.
Baiona, años treinta. Fila de chalets que se extendían desde la playa de A Concheira hasta la ladera de la Virgen de la Roca: la casa de madera de los “Caringa”, “Villa Enriqueta” de los Mulder, “Villa Maruxa” de los Landín, “Villa Emma” de los Zarauza, “El Gurugú” de los Prieto Cuervo, y “Villa Rosa” de los Mirambel. Frente al parque de A Palma se encontraban “Villa Lola” de “los Chilenos”, y “Villa Angelines” del armador Florente. Detrás, “Villa Sol” de los Tapias, y “Las Cuatro Torres” de los Ferro. Más adelante, “Villa Zoila” y la casa de Amor.
<<Mis sobrinos representan la quinta “generación Bonín” que veranea en Baiona. Carmen y Manuel, mis bisabuelos, se conocieron en O Porriño a finales de 1800 -recuerda María José-. Ella era natural de Baredo, y había vivido en Baiona algún tiempo. Así que el abuelo Enrique, en los años veinte, decidió comprar casa en el pueblo, “la casa de los Bonín”, en la calle Alférez Barreiro. >>
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Baiona, 1923. La familia Lojo en su casa de la Calle Urzáiz -en la actualidad, Alférez Barreiro-: Mery López Lojo, Margarita Barreiro Troncoso, xxxxx, Mercedes Lojo Vieta, Carmen López Lojo y Laura Lojo Vieta; de pie, Ramón Lojo Vieta y Juana López Lojo. (Archivo Familia Barreiro).
Baiona, 1924. Las hermanas López Lojo: Juana, Emma, Clemen, Mery, y abajo, Carmen. (Archivo Familia Barreiro).
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A Concheira, 1922. Clementina L贸pez Lojo y Laura Lojo.
Baiona, 1923. Mercedes Lojo Vieta.
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Vigo, Colegio de los Jesuitas, 1924. Los hermanos Barreiro Troncoso. Arriba: Manolo, Ram贸n y H茅ctor. Abajo: Pepe y Eduardo.
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Baredo, 1924. Excursión a la Fiesta de A Cela. Abajo: Laura Lojo, Gloria Nogueira, Juana L. Lojo, Rosario Gil y Lola Gil. (Archivo Familia Barreiro).
Baiona, 1924. La familia Lojo, de merienda en la Virgen de la Roca: Laura, Mercedes, Ramón, Juana, Mery… (Archivo Familia Barreiro).
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Baiona, 1928. En la casa de los Lojo, en la calle Urzáiz. Emma López Lojo, Juana López Lojo y Gloria Nogueira, preparadas para un acto religioso.
Los Lojo, los Barreiro, los Bonín, los Nogueira, los Gil… participaban en toda cuanta actividad social se celebraba en la villa. Los jóvenes de la época exprimían al máximo sus vacaciones estivales: cuando no era una excursión a la Virgen de la Roca, era a Monteferro o a Cabo Silleiro; un día se iba a la playa de A Concheira, al siguiente a la playa de A Barbeira, y a veces a Playa América; en bote hasta Monte Lourido, o a subir por el río Miñor con la marea… los más atrevidos hasta iban a las Illas Estelas. Lo mismo se organizaba una fiesta de disfraces, como se montaba una fantástica representación teatral; de mantilla española para las procesiones de la Virgen del Carmen o de La Anunciada, o de camareras en una tómbola benéfica; bailes sociales en casas de los veraneantes, o en el castillo, o en el Casino de Sabarís o de Baio-
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na; y si había que jugar al fútbol, se jugaba; ¿participar en las regatas de gamelas?, también… La jornada en las Illas Cíes era una tradición verano tras verano. Sin cine, sin coches, sin ordenador, sin móviles, sin televisión… la juventud tiraba de imaginación para divertirse a lo grande. Si a los chicos de hoy les sacasen las redes sociales, las consolas, el Smartphone, lo pasarían mal. Claro que si a los chicos de entonces les pusiesen twitter, Internet y teléfonos inteligentes, tal vez abandonasen las excursiones.
Baiona, 1928. Las actrices, preparadas para la obra de teatro del verano. (Archivo Familia Barreiro).
Hay que resaltar que no faltaba nadie a cualquier tipo de cita social, incluso si se demandaba una vestimenta especial: un disfraz, una ropa elegante, mantilla española, traje regional… vestuario adecuado para el papel en una obra de teatro… Y al atardecer, los paseos: por el Rompeolas, por las rocas de A Concheira, por A Palma rodeando la muralla, por el casco viejo… Todo con una cierta elegancia en el vestir,
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costumbre que de algún modo se conserva hoy en día para salir por las tardes.
Carretera del Rompeolas, 1925. Las hermanas López Lojo: Juana, Mery y Clementina. Detrás, la casa de Magno Amor. (Archivo Familia Barreiro).
Baiona, 1928. Olga Barreiro y Juana López Lojo.
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Praza Pedro de Castro, 1935. De pie: MarĂa Luisa Troncoso, xxxxx, Marosa Tenreiro, Olga Barreiro y Loly Vales. De rodillas: Marieta Ferro.
A Barbeira, 1935. Manrique R. BonĂn y Marosa Tenreiro.
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Baiona, 1928. Las hermanas Emma y Juana L. Lojo. (Archivo Familia Barreiro).
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A Colexiata, 1925. Coro de jóvenes baioneses ataviados como baturros para un concierto. De pie, entre otros: Juana, María del Carmen Casal del Rey, Carmiña Varela, Angelita Olaguivel… En medio: María Teresa Casal del Rey, Lola Gil…
Sabarís, 1925. Preparadas para la fiesta. Gloria Nogueira y Juana López.
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Baiona, principios de siglo XX. Familia Barreiro Álvarez. De pie: Martín, Ramón, José y Manuel. Sentadas: Rita, María y Amparo. (Archivo Familia Barreiro).
Los Barreiro son una familia muy extensa, de enorme influencia y relevancia en la vida de Baiona. Desde finales del siglo XIX, ha dado escritores, médicos, periodistas, alcaldes, concejales, empresarios, militares, deportistas…
Baiona, años veinte. Hermanas Barreiro Troncoso: Margarita -arriba-, Amparo, María Teresa y Olga -en medio-, y Maria del Carmen -abajo-.
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Baiona, “Teatro Cabanillas”, 1928. La zarzuela “La primavera pasa”, obra de José Barreiro Troncoso y Francisco Núñez, interpretada por la colonia veraniega. Es de destacar la formidable puesta en escena de Eduardo Sousa, el director. Entre el elenco de artistas, Tacho Barreiro, Luis Gil, Mery L. Lojo, Héctor Barreiro, Juana L. Lojo, Amparo L. Barreiro, Angelita Olaguivel, África Olaguivel, Lourdes Viaño, Lita Leal, Michita Suárez, Marina Leal, Gloria Fernández, Antonio Veyra, Vicente Casal, Isidro Civantos, Ventura Salgado, Francisco Allen-Perkins… (Fotos Pacheco).
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Parque de A Palma, 1930. Gloria Nogueira.
Praza de Pedro de Castro, a単os treinta. Marosa Tenreiro.
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Baiona, años treinta. Los Lojo, en el jardín de su casa de la Calle Urzáiz. El matrimonio Ramón Lojo y Esperanza Vieta, Mercedes Lojo, Carmen López Lojo, Joaquín Lojo Vieta, Julia Lojo, Fermina Lojo, Laura Lojo…
La familia Lojo es una de las más antiguas de la colonia veraniega de Baiona. Su presencia en la villa nos lleva al menos hasta 1861, año en el que Ramón Lojo compra la casa de la calle Urzáiz -ahora Alférez Barreiro-, que permanece, tras siglo y medio, habitada por descendientes de la cuarta generación. Los primeros Lojo tienen sus orígenes en Muros (A Coruña). Se trasladan a residir a Vigo, y comienzan a pasar los veranos en Baiona. Durante todos esos años, la familia ha ido creciendo sin pausa con los nuevos enlaces -Lojo Vieta, Lojo Montojo, López Lojo, López Barreiro…-, y la nueva descendencia, ya en la sexta generación, sigue acudiendo a la villa en los veranos. Al emparentar con los Barreiro, con una antigüedad similar en Baiona, forman una familia tan numerosa como inacabable. Hasta tal punto que algunos de los descendientes ya han perdido los ilustres apellidos de sus antepasados.
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Las vecinas de Baiona guardan con especial cariño el recuerdo de la escuela de Mery López Lojo, en Rúa do Conde, donde la maestra impartía clase. También encontraba tiempo para “actividades extraescolares”, como las obras de teatro que preparaba. Alguna “actriz” de entonces recuerda hoy con una sonrisa aquellos efectos sonoros de tormenta, obtenidos de tirar un banco por las escaleras.
A Concheira, 1930. Gloria Nogueira, Juana López Lojo y Héctor Barreiro -en el servicio militar-. (Archivo Familia Barreiro).
Los Nogueira, los López Lojo, los Barreiro… eran familias de origen baionés, y los chicos, mientras fueron creciendo, estudiando y antes de trasladarse a la ciudad para desarrollar así sus carreras profesionales, pasaban algunos meses del invierno en la villa. Las viejas fotografías lo certifican.
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Baiona, 1931. Juana L. Lojo, Godoy, Gloria Nogueira y Héctor Barreiro.
Rompeolas, 1931. Héctor Barreiro Troncoso, Juana L. Lojo, Pepe Barreiro Troncoso y Gloria Nogueira. (Archivo Familia Barreiro).
Pero todos ellos, si podían, elegían Baiona como destino vacacional, y lo siguen haciendo desde los más distantes puntos del país. “Tuve unos tíos que venían todos los veranos desde Argentina”, comenta María del Carmen Barreiro.
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Mientras fue propiedad de los Bedri帽ana, el Castillo de Monte Real cont贸 con un enorme protagonismo entre la colonia de veraneantes. Tanto en el primer cuarto de siglo, como luego, hasta los a帽os sesenta, fue un lugar de privilegio para las pandillas j贸venes del verano.
Castillo de Monte Real, verano de 1931. (Archivo Familia Barreiro).
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Baiona, 1931. En la piscina del Castillo de Monte Real. (Archivo Familia Barreiro).
Baiona, 1931. Junto a las murallas del castillo. (Archivo Familia Barreiro).
Las fotografías en el castillo proliferan en los álbumes de todas las familias. Más de uno se reconoce de bebé, después de mozo, y hoy ya de jubilado. Las bellas murallas pegadas al mar y a las playas ofrecen una inagotable fuente de inspiración para los fotógrafos.
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Castillo de Monte Real, 1931. Arriba, Juana L. Lojo; en medio, una amiga y Olga Barreiro Troncoso; abajo, Pepe Barreiro Troncoso. (Archivo Familia Barreiro).
Castillo de Monte Real, 1934. La pandilla del verano. Entre otros: Arminda Salgado, Lola Gil, Lourdes ViaĂąo, Julia Salgado, Mery L. Lojo, Juana L. Lojoâ&#x20AC;Ś
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Generación tras generación, el murallón de Elduayen era otro de los marcos fotográficos más escogidos.
Baiona, 1931. Joaquín L. Barreiro, Mima R. Bonín, dos amigas y Manrique R. Bonín.
Baiona, 1935. Mila Vales, María Luisa Troncoso, Loly Vales, Marosa Tenreiro y Olga Barreiro. (Archivo M.R. Bonín).
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Calle de Elduayen, 1935. La pandilla del verano. Entre otros: Loly Vales, Geles R. Bonín, Olga Barreiro, Mila Vales, Manrique R. Bonín, Joaquín L. Barreiro…
Baiona, años treinta. Geles R. Bonín, en el murallón, junto a una amiga.
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Aquellos tiempos sin coche no impidieron a los jóvenes recorrer todos los alrededores de Baiona. Primero a pie, luego en tranvía desde los años veinte, aunque hubo lugares a los que inevitablemente había que llegar caminando: la Virgen de la Roca, Cabo Silleiro, Monte Lourido, Baredo, Santa Marta…
Virgen de la Roca, 1935. Geles R. Bonín , arriba, con dos amigas.
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Virgen de la Roca, 1932. De merienda. (Archivo Familia Barreiro).
Virgen de la Roca, 1935. Eduardo Barreiro, Gina Barreiro y Geles R. BonĂn, con dos amigos de la pandilla. (Archivo M.R. BonĂn).
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Cabo Silleiro, 1931. (Archivo Familia Barreiro).
Cabo Silleiro, 1935. Manrique R. Bonín y Héctor Barreiro, a la derecha, con unos amigos. (Archivo M.R. Bonín).
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A Ramallosa, 1933. Entre otros, Antonio Veyra y Geles Bonín…
1931. Excursión a Monte Ferro en lancha motora. Cadena humana para el desembarco de víveres. (Archivo M.R. Bonín).
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Santa Marta, 1931. Entre otros: Gloria Nogueira, Mery L. Lojo, Lourdes Viaño, Clemen L. Lojo, Ignacio Domínguez Lojo, Juana L.Lojo, Amparo López Barreiro…
Las “chocolatadas” en Santa Marta o en la Virgen de la Roca eran una tradición verano tras verano. Los que las vivieron las recuerdan hoy de forma entrañable.
Santa Marta, 1931. Juana L. Lojo y Amparo Barreiro, en el centro, con unas amigas.
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Luego llegaría el mítico tranvía Vigo-Baiona, que para el comercio, para el trabajo, y también para el ocio, facilitó la comunicación y la movilidad de los vecinos del Val Miñor.
Estación de A Ramallosa, años treinta. (Archivo Familia Barreiro).
Baiona, 1932. Despedida de algún chico de la pandilla. (Archivo Familia Barreiro).
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A Colexiata, la farmacia, el muelle, Elduayen… han sido siempre los lugares de encuentro más frecuentes.
A Colexiata, Fiesta de San Cosme, 1931. Los hermanos López Barreiro, Joaquín, Pilar y Amparo, con Juana L. Lojo, en el centro. (Archivo Familia Barreiro).
A Colexiata, 1931. María Teresa Casal del Rey, Juana L. Lojo y Carmen C. del Rey.
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Baiona, puerto pesquero, 1934. Manrique R. Bonín, con familiares y amigos. La tía Geles , la tercera por la derecha. (Archivo M.R.Bonín).
A los veraneantes nos gusta visitar el muelle, observar los barcos de pesca, asistir a las descargas o a las subastas… Un veterano marinero me comenta: “La pesca se acaba, Luis. No hay ni un sólo rapaz por el muelle. Nosotros de niños no salíamos de aquí”.
Baiona, 1934. Manrique R. Bonín, arriba a la derecha, con familiares y amigos. La tía Geles, abajo, la segunda por la derecha. (Archivo M.R. Bonín).
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Hasta los sesenta, la farmacia de los Barreiro era la única del pueblo, y fue uno de los lugares de encuentro habitual. Aquella esquina marcaba el final de la zona centro.
Rúa Ramón y Cajal, 1933. Varando el bote “Tiburón”. Ventura Salgado, Antonio Veyra, Manrique R. Bonín, una amiga y Eduardo Barreiro. Detrás, la casa y la farmacia de los Barreiro. (Archivo M.R. Bonín).
Baiona, 1939. Delante de la Farmacia Barreiro: José Rufo, Enrique Holgado, Manolo Barreiro Álvarez y Héctor Barreiro. (Archivo Familia Barreiro).
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Baiona, T贸mbola ben茅fica, 1932. Felisa Prado, Olga Barreiro y Julia Salgado. (Archivo Familia Barreiro).
Baiona, T贸mbola ben茅fica, 1932. Margarita L. Barreiro y Julia Salgado.
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Baiona, 1932. Fiesta de verano en Villa Emma. “Coro de los Nardos”. De izquierda a derecha: Lola Gil, Arminda Salgado, Lourdes Viaño, Julia Salgado, Olga Barreiro, Gloria Fernández, Margarita Barreiro, Corina Pereira, Raquel, M. Bernis, Juana López y Gloria Olaguivel. (Foto Alar).
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Baiona, 1934. En la galería de la casa de los Bonín. Atrás, el abuelo Enrique. Delante, la abuela Pepita, y sus hijos, Geles y Manrique. (Archivo M.R. Bonín).
<<Mi padre, Manrique Rodríguez Bonín -cuenta su hijo Luis-, perdió una pierna en la Guerra Civil. Luego sacó la oposición de Inspector de Hacienda, lo destinaron a Teruel, y allí se casó con nuestra madre, María Dolores Ramos. Así que los Bonín llegamos todos los veranos a Baiona desde
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los sitios más diversos de España: Teruel, Burgos, Bilbao… Y ahora, en 2013, mis hermanas vienen desde Sevilla, y yo, desde Granada. >>
Ferrol, vapor “Cabo la Plata”, diciembre de 1936. A punto de desembarcar para incorporarse al “Baleares”, durante la Guerra Civil: Ramón Barreiro Troncoso, Rafael Lojo Vieta, Manrique R. Bonín y Ramón Viaño. (Archivo Familia Barreiro).
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Baiona, 1934. La familia Bonín, en el muelle. El abuelo Enrique, la tía Geles, la abuela Josefa, y Manrique, el padre de Manuel, María José, Luis y Conchi. (Archivo M.R. Bonín).
Años treinta. Manrique Rodríguez Bonín.
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Baiona, 1933. La familia Barreiro Troncoso, en su casa de Ramón y Cajal, donde se encontraba la farmacia. De pie: Olga, Pepe, Margarita, María Teresa, Eduardo, y Amparo. Sentados: Tacho, Carmen, los padres, Carmen Troncoso y José Barreiro, Gina y Héctor. El padre fue farmacéutico, y en esa época, alcalde de Baiona.
Rompeolas, 1936. El alférez José Barreiro Troncoso.
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Baiona, 1933. La familia Barreiro Troncoso, en el jardín de su casa en Ramón y Cajal. María Teresa, Héctor, Carmen Troncoso -la madre-, José Barreiro -el padre-, Carmen, Pepe, Margarita, Tacho y Olga. Sentados: Eduardo, Gina y Amparo.
Tacho Barreiro Troncoso. (Archivo Familia Barreiro).
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Durante estos años anteriores a la guerra, no faltaron las excursiones en barco a las Illas Cíes. Incluso hasta A Toxa, en alguna ocasión. Se iba en un pesquero de confianza.
Baiona, 1935. La tía Geles R. Bonín y una amiga.
Baiona, 1935. Entre otros, José Rufo, Loly Vales, Geles R. Bonín...
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Campo de A Palma, aĂąos treinta. Tacho Barreiro, portero, Juanito Carrasco, aficionado, y Prudencio Eloy, delantero, delante de una de las viejas porterĂas.
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La pandilla de los Bonín había fundado un club, el “Club Antropófago Radical”, que desarrollaba sus actividades por la zona. En su visita a las Illas Estelas, recrearon todo el ritual establecido por los caníbales: varado de su local flotante, la danza del fuego con sacrificio, la danza de la rana, la de las “ondinas”… ¡Qué feliz locura!
1934. “Varando el local flotante”, titulan la fotografía los socios del club. El primero, con sombrero y chaqueta, Enrique R. Bonín; el tercero, su hijo, Manrique R. Bonín, y a continuación, Joaquín López Barreiro y Juan Santos Ramos.
Illas Estelas, 1934. “Danza del fuego”. Eduardo Barreiro, Joaquín López Barreiro, Manrique R. Bonín, Juan Santos Ramos, Manolo Godoy, Enrique R. Bonín…
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Illas Estelas, 1934. Socios del “Club Antropófago Radical”.
Illas Estelas, 1934. Los caníbales se preparan para el sacrificio. Juan Santos, Manolo Godoy, Enrique R. Bonín... “La caníbal”, de rodillas, es Eduardo Barreiro.
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”Sacrificio con fuego”. Juan Santos, Manrique R. Bonín, Enrique R. Bonín y Joaquín López Barreiro, cogiendo de pies y manos a la víctima, Eduardo Barreiro, y a punto de echarlo a la hoguera. (Archivo “Club Antropófago Radical”).
Illas Estelas, 1934. “Danza de la rana”.
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Se aproximaba la Guerra Civil, que resultaría tan nefasta para todo el país. Baiona la sufrió antes, durante y después, y la contienda también dejó huella entre la colonia veraniega.
Verano de 1936. Comienza la Guerra Civil. Arriba, entre otros: María Luisa Troncoso, Juan Santos Ramos, Olga Barreiro… Abajo: Joaquín Barreiro, Manrique R. Bonín, Eduardo Barreiro, Rafael Lojo Vieta y Héctor Barreiro. (Archivo Familia Barreiro).
Tras una dura posguerra, la villa tardaría en recuperarse casi una década. A comienzos de los años cincuenta se alcanzaría la normalidad de antaño. En el camino se quedaron familias de veraneantes que, por unas razones u otras, ya no volverían. En esa mitad de siglo se inicia una nueva época, que estaría marcada por profundos cambios de todo tipo. La tradicional colonia veraniega, a pesar de notables ausencias, aumentaría su número con el natural crecimiento familiar, y ya comenzaría a incorporar nuevas familias llegadas desde distintos puntos del país.
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Baiona 1945. Antonio Veyra, Marisa Prado y Vicente Casal. La niñita de la izquierda es Olga Moreiras, y la de la derecha, Mary Carmen Barreiro.
Baiona, 1956. Jardín de la casa de los Barreiro, en la calle Alférez Barreiro. Los padres, Juana López y Héctor Barreiro, con sus hijas, María del Carmen, Fermina, Juana Rosa y Emma. (Archivo Familia Barreiro).
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Baiona, 1956. Héctor Barreiro, destacado pescador deportivo, y ganador de más de un concurso de pesca. (Archivo Familia Barreiro).
Baiona, 1956. Héctor Barreiro, pescando robalizas. (Archivo Familia Barreiro).
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A Barbeira, 1957. Los hermanos Pérez Moreiras: Miguel, Pepe, Marián y Elisa, con su madre Maruja. Aún no había nacido Seles, el pequeño.
Baiona, 1957. Arriba: Eduardo Lira y su esposa Marina, con sus hijas Ángeles y Carmucha. Abajo: Gonzalo y Enrique Rey Lama, y Kiri Veiga, sobrina de los Lira.
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Baiona, 16 de julio de 1955. Celebración de la onomástica de María del Carmen Barreiro, en el jardín de su casa, Rúa Alférez Barreiro. Asiste la mayoría de los veraneantes de su generación, la de los cuarenta, año más año menos. Nos encontramos con unos jovencísimos protagonistas: Tito Charro, María Elena Bobo, Rosa Ferreira, Silvia Ortiz, Paz Brandón, Mallín Ferro, Javier Arana, Chuca Galbán, María Rosa Agustí, Ricardo Agustí, Carmen Areal, Mirian, Julia Ortiz, Julio Martínez Gil, Tacho Abollado, Rafa Lorenzo, Gonzalo Puerta, Juan, Ani Colón, Eduardo Gil, Carlos Lorenzo, María Lola Carrasco, María del Carmen Barreiro, Moncho Ferro, Juana Rosa, Lito Valente, José Ferro, Fernando Martínez Sayanes, Pancho Gil, Fermina Barreiro…
Esta generación de veraneantes fue testigo de los muchos cambios experimentados en la villa desde mitad de siglo. Si les pudiésemos preguntar sobre la Baiona actual, a buen seguro que casi todos nos contestarían que la de antes les gustaba bastante más… aunque queda siempre sobreentendido que lo que realmente les agradaba eran los veinte años que tenían entonces.
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Farmacia Barreiro, 2 de septiembre de 1963. Olga Troncoso, Héctor Barreiro y Caino Vasconcellos. (Archivo Familia Barreiro).
Esta entrañable imagen sirve como homenaje a la farmacia de los Barreiro, inaugurada por José Barreiro en 1901, la única del pueblo durante mucho tiempo, y traspasada en los setenta tras la jubilación de Héctor Barreiro. El avance imparable del progreso trae consigo la demolición de casas emblemáticas: la de los Barreiro Troncoso que albergaba la farmacia… la casa de Lola “La Zapatillera”… la antigua vivienda de Carlos “O Caringa”… la de Cabezallas… la del marqués de Quintanar que ocupaba Pepe “O Caringa”… la de Maciel… La Baiona de principios de siglo pasaba a mejor vida. Dejaba paso a la “nueva Baiona”.
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XVIII. Los tataranietos
Si un viaje en el tiempo de ésos de las películas trajese hoy -2014- a los abuelos Fabiana y Daniel a “la casa de Baiona”, a “su” casa, ¿con qué se encontrarían? Habría tantas cosas sorprendentes para ellos, que sería imposible enumerarlas. Unas, referentes a la misma Baiona; otras, a sus gentes; muchas, a su propia casa; cientos, a los adelantos de todo tipo… ¿Y en la familia? Nada más asomarse al balcón de “la casa de Baiona” se quedarían asombrados. ”¿Dónde está el mar?”, preguntarían. Las aguas limpias y libres de la bahía de entonces, están ocupadas ahora por cientos de embarcaciones fondeadas, muros de muelles, pantalanes por todos los lados, una doca fronteriza, lanchas, yates, una carabela en medio, cientos de mástiles apuntando al cielo… La bahía había sido “tomada”. Contemplan un puerto pesquero que les parece gigantesco, así como la anchura de la carretera… ” ¿Y ese paseo?”, preguntan. ”Se lo robaron al mar”, le contestan. “¿Y el tranvía?”.“Ya no existe, ahora hay coches”. “Ya, ya… ya los vemos. No dejan de pasar”… ” ¡Ah! ¡El castillo! ¡Qué bonito está!”. Se retiran extasiados del balcón, sin decir palabra, y buscando descanso, se sientan en la sala… Alguien enciende la tele… ”¿Eso qué es? ¿Cine?”… Suena un móvil, alguien contesta, habla un rato… No salen del asombro…
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La abuela Fabiana se levanta, y dice que a va a preparar el desayuno, como siempre… Cocina eléctrica, nevera, lavaplatos, microondas… ”¡Agua!”, exclama “¡Sólo con girar una llave! ¡Daniel! ¡Ven!”… Más tarde pasean hasta Santa Marta, y no les gustan nada aquellas casas tan grandes y tan feas… “¿Y eso?” “Es un puerto deportivo”. ”¿Con todos esos coches delante?”. “Sí, abuelo”… “¿Y las fábricas de conserva?”. “Las cambiaron por casas”. “¿Y dónde trabajan las chicas? No contestó nadie. “¿La tienda de Aurelito?”, preguntan al pasar por delante. “Ya no hay tienda, abuelo. El tío Aurelio se murió hace tiempo”. “¿Y Álvaro?... ¿Las niñas?... ¿Gonzalo y Fernando?...” “Se murieron todos”. Quedaron muy apenados. “¿Hoy no hay mercado?, preguntan al salir de casa. “No, abuelo. La plaza de la fruta ya no está aquí. La trasladaron a un edificio grande, en el que también se encuentra la del pescado”. Ven el monolito en mitad de la plaza, se acercan, se quedan mirando… “¡Es un Monumento a la Arribada de la Carabela Pinta!”. “¿Y Las Verísimas?... ¿Paco, el anticuario?... ¿La tienda de Isabel?... ¿La de Enrique, la de Carrasco?... ¿La Comandancia?...” “¡No está la Praza do Peixe!… ¡y tampoco hay campo de fútbol en A Palma!”. “Están en otro sitio, abuelo”. ¿Y dónde secan las redes?”. “No hace falta secarlas”. Llegan a los bloques de viviendas de Los Tendales. ”¡Cuánta gente debe de vivir aquí!”. “No tanta, abuela. Algunos pisos están deshabitados”. “Pues qué pena, parecen unas casas estupendas… ¡y qué bonitas!”.
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Baiona, 1930. Los abuelos Fabiana y Daniel.
“¡Mira el Concello, Daniel!... ¿Y esta plaza?” “Es nueva, abuela, de hace pocos años”. Se paran en la Capilla de la Misericordia… en el Convento de las Dominicas… en el Hotel La Anunciada… en “O Refuxio d´Antón”… en “O Mosquito”… “Aquí trabajaban Clementina y su sobrinita Lola”… Se giran y se detienen en la Rúa do Reloxo… “Por esta calle vivía mi amiga Consuelo, la profesora de piano. Venía todos los días a casa a rezar el rosario”.
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Les anunciamos que vienen a comer todos los nietos. “Sí, sí, me acuerdo de ellos. Alvarito, Isabelita, Gonzalito, Ángeles, Mary Cruz y Luis Alberto”. El abuelo recitó sus nombres sin dudar. “Pero ya hay más nietos, abuelo”. La noticia les llena de expectación. “Los nuevos son Fernandito, María, Enrique, Ana, Miguel y Marta. En total, tenéis doce nietos”. Los abuelos, aturdidos, intentan digerir aquella nueva realidad que se abría ante ellos. ¿Y tú quién eres?, me dicen. “Yo, Luis Alberto”. Después de medio siglo, Daniel y Fabiana no nos reconocían, así que aprovechamos la comida para irnos presentando uno a uno. Y les anunciamos que al día siguiente vendrían los biznietos, y les hicimos el recuento con todo detalle. “Tenéis veintiséis biznietos: tres de Isabelita, cinco de Gonzalito, tres de Ángeles, dos de Mary Cruz, tres de Luis Alberto, uno de Fernandito, cuatro de Enrique, uno de Ana, uno de María y tres de Miguel”. Les aclaramos que faltarían algunos: María, que vivía en Estados Unidos; Sabela, en Alemania; los de Fernandito no se localizan; y Patricia, ahora en New York, se traslada a México. También faltaría “Curri”, hija de Mary Cruz, que había fallecido. ”¡Qué pena lo de “Curri”!... ¿Y qué hacen estas otras chicas fuera de España? ¿Son emigrantes?”. “Sí, pero son emigrantes con carrera universitaria, muy distintos a los de vuestros tiempos. María es licenciada en Filología Hispana; Sabela es veterinaria; y Patricia es periodista y licenciada en idiomas”.
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Al día siguiente conocieron a los biznietos. Hubo tanto revuelo, que quedaron bastante confusos y completamente agotados. Los llevamos pronto a descansar. A la vista del evidente cansancio de los abuelos, decidimos que los tataranietos no viniesen a casa. Resultaría demasiado esfuerzo para unas personas tan mayores, y aún encima, trasladadas de repente a medio siglo más adelante. Pensamos que sería mejor enseñarles algunas fotografías con calma, con mucha calma. Los abuelos le habían hecho a los biznietos preguntas sin parar: cuántos años tenían, en qué trabajaban, dónde vivían, si estaban casados, si tenían hijos… “¡Eres periodista! Como nuestros hijos Gonzalo y Fernando. ¡Qué bien!”, le comentan a Rubén. “¡Qué guapos todos! -nos decían- ¡Y qué mayores!”. Cuando se enteraron de que cada uno tenía su coche y que lo conducían, cayeron en el más completo asombro. Y con los móviles, las tabletas, las consolas e Internet, ni te cuento. Se les notaba completamente aturdidos. “Abuelos, os vamos a llamar al cielo con el móvil”. Fabiana y Daniel sonreían. - Abuelos, tenéis también diecisiete tataranietos. ¿Qué os parece? - ¿Y dónde están? ¿Van a venir? - No pueden, pero os vamos a enseñar sus fotografías”. Nos faltaban algunas: no había fotos de los nietos de Isabelita, ni de los de Fernandito y María; tampoco de Nicolás, hijo de Belén, ni de Pablo, hijo de Julia. Los dejamos descansar, y esperamos a media mañana para que conociesen a la última generación familiar.
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Los tataranietos mayores: MarĂa y Daniel, hijos de Curri.
Los tataranietos de O Burgo: Zoila y Antonio, hijos de Cruz.
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Los tataranietos de A Ramallosa:Leo y Eric, con siete y cinco aテアos, hijos de Chiky y Sara.
Eric y Leo, en casa de sus abuelos, テ]geles y Abelardo.
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Sabela, la tataranieta norteamericana, y sus primos coru単eses, Hugo y Luis. Ella tiene 15 a単os, y es hija de Mar鱈a; ellos, 7 y 4 a単os, y son hijos de Luis.
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Los tataranietos madrileños: Bruno, hijo de Alicia y Camilo, con seis años; Estela y Ayana, de Cristina y Manolo, de cinco y cuatro años.
“Ayana y Estela, en Madrid, durante la Navidad de 2012.
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“¡Qué guapos!... ¡y cuántos!”, exclaman los abuelos con entusiasmo. “Son diecisiete tataranietos”, les decimos.
En A Barbeira, 2012. Algunos nietos, biznietos y tataranietos juntos.
Es muy posible que cuando se acerque el final del presente siglo, alguno de los tataranietos de Fabiana y Daniel cuente lo que ha pasado en Baiona durante estos años que estamos viviendo.