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II. Las sombras del pasado
II. Las sombras del pasado
Lo que nunca llegó a conocer Pilar hasta mucho tiempo después, fueron las largas conversaciones que mantuvo su padre con Camilo. Así como la hija se enamoró del afilador casi al primer golpe de vista, también don Felipe le había cogido al chico un afecto especial. Desde su aparición en Bande en aquella tarde-noche, durante el Rosario, y la posterior cena en familia, la simpatía inicial hacia aquel muchacho tan singular, se fue convirtiendo en aprecio sin apenas darse cuenta. Más adelante, al profundizar en su vida, con el conocimiento de su madre, de sus hermanas, y haber estado en su casa en varias ocasiones, su querencia hacia él aumentó. Casi sin saber el por qué, Camilo se había ganado un lugar en el corazón de don Felipe. El joven, en la búsqueda del consejo paterno que le faltaba, acudía a menudo al padre de Pilar para pedirlo, ya fuese directamente, o bien, a través de las muchas cartas que le dirigía a ella y a su madre. En los últimos tiempos, las consultas de Camilo se multiplicaban, y sus dudas no tenían fin. Menos mal que don Felipe las atendía con enorme paciencia y cariño, y haciendo todo lo posible por no crearle al muchacho más confusión de la que tenía. Iba solventado las papeletas con serenidad y buen juicio.
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En lo más hondo de su alma, Felipe Silva, aún amando con pasión a sus cuatro hijas -suplien-
do incluso, en lo que podía, el amor de la madre ausente-, siempre había suspirado por un hijo, un hombre en aquel hogar repleto de mujeres, un sucesor... que su querida Consuelo nunca le pudo dar. Tal vez esas ansias ocultas en lo más íntimo de su ser, reberberasen al exterior con la presencia del joven afilador, y lo empujasen, de forma instintiva, a ocupar con él las antiguas carencias... Ya hacía las veces de padre cuando él solicitaba consejo -también su madre se lo pedía para el hijo-, y sin mediar intención por su parte, de manera espontánea, iba asumiendo en esas ocasiones el puesto vacío de padre que tenía Camilo. No lo percibía, ni se paraba a pensar en ello, pero un creciente amor paternal fue invadiendo su alma poco a poco... aumentando cada día... y llenando así el espacio libre del hijo añorado... ... Y además, con el paso del tiempo, también surgieron otras razones de mucho peso que propiciarían aquel padrinazgo... Fue precisamente Carmiña, la madre de Camilo, la que planteó la situación a Felipe cuando éste menos lo esperaba. Había pasado más de un año desde el primer encuentro de los jóvenes en Bande, y aunque él sospechaba de una leve relación entre ambos, fruto de una simpatía mutua, siempre lo tomó como un simple escarceo de juventud. Ni le había dado especial importancia, ni tampoco pretendía, en modo alguno, invadir con preguntas los íntimos sentimientos de su hija Pilar... Y por otro lado, la incuestionable distancia que los separaba
habitualmente, no parecía indicar la posibilidad de otro trato que no fuera una noble amistad. Pero las mujeres, más sensibles y atentas en estos menesteres del corazón, perciben esas sensaciones bastante antes que los hombres. La madre, no tardó demasiado en adivinar en el hijo sus sentimientos amorosos. Ella estaba al tanto de sus andanzas con las chicas del pueblo, de las aldeas vecinas, y también de las muchas que conocía en los sucesivos viajes -él se lo contaba-. Con la lógica preocupación materna, siempre le aconsejaba lo mismo: “Ten sentidiño, meu fillo, que polo mundo haiche moitas lagartonas.” Camilo se reía, y de tanto oírlo, ya acababa la frase con ella a dúo -aquello de “moitas lagartonas”, seguido de las correspondientes carcajadas. Pero para sus adentros, Carmiña estaba segura de que a su hijo no lo iba a pescar “ningunha lagartona”. Camilo podría ser de todo, menos parvo, y ella sabía de sobra de los gustos del hijo. Y claro, pasó lo que pasó. Carmiña no necesitó más de un instante para descubrirlo. Al conocer a Pilar, aunque solo fugazmente, y conociendo a su hijo, comprendió muy pronto el motivo de que Camilo se estuviera enamorando con tanta pasión. — Es una muchacha que enamora, Felipe. No me extrañan nada estos amores alocados de mi hijo. Tan alegre, tan bonita, tan dulce, con esa mirada tierna, su porte elegante, femenino, ese trato educado... ¡Es un encanto!... Y tengo que decirte, amigo Felipe, que mi hijo Camilo no será otra cosa, pero a listo... pocos le ganan. Y aunque, por
desgracia, no es muy sabido, distingue de sobra dónde está lo que vale la pena... ¡Y el pobre, anda tan desesperado! — Calma, Carmiña, todo se andará. Si me lo permites, hablaré con él, como lo haría su padre. — Él sabe que no puede aspirar a tu hija. Lo tiene asumido, Felipe, y yo no sé qué decirle, porque lleva toda la razón. Hay demasiadas diferencias, y Camilo, es el primero en darse cuenta. “Es un amor imposible”, me repite mil veces, y yo no encuentro palabras ni para consolarle, ni para darle consejo. — Carmiña, vamos a darle tiempo al tiempo. Casi nada en este mundo es imposible... salvo acabar en el cementerio. La vida está llena de cosas imposibles... hasta que no lo son. Y si hay algo hermoso en nuestra existencia, ¡y tú lo sabes!, es el amor entre dos jóvenes. Y cuando es verdadero, como parece, puede saltar cualquier barrera que se le ponga por delante. Ni tú, Carmiña, ni yo, vamos a impedir o a obligar a nada a nuestros hijos. Ellos son los que deben allanar esas diferencias que se le hacen insalvables a tu hijo. Nosotros solo podemos aconsejar, y si siguen adelante, bendecir la relación con nuestro amor y comprensión de padres. Ahora -continúa Felipe después de una pequeña pausa, eso es lo único que nos queda por comprobar, que existe un amor de verdad, sólido y perdurable, tanto en Camilo como en Pilar... que no se trata de un simple arrebato juvenil. No es malo que se separen y pasen largas temporadas sin verse. Incluso, ¿por qué no?, que conozcan a otras gentes...
— ¡Pero Felipe! -interrumpe Carmiña. Si Camilo ya ha tenido más novias, que todas las que hayan podido pasar por la capilla del pueblo en sus cuatro siglos de existencia. Y Pilar, ¡no digamos!, aún más. No me refiero a novios de verdad, tú ya me entiendes. Pero a ella, debes saber, que la persiguen por la aldea como moscones desde hace bastante tiempo. Y no solo los vecinos, sino también chicos de todos los sitios de la comarca. ¡Y qué decir de su paso por Ourense! Sé de buena tinta por una de sus mejores amigas, que tiene allí una larga cola de pretendientes, y según ella, a cada cual mejor, es la envidia de la pandilla. Así que, ¿a quién más deben conocer estos dos? — Pues muy bien, Carmiña. ¡Tanto mejor! ¡Vale la pena esperar!
Se citaron una mañana de diciembre en Castro Caldelas. Faltaban pocos días para Navidad, y Camilo había regresado a su hogar para celebrar estas fechas en familia. Llevaba tres meses por Castilla, y venía muy satisfecho del resultado de la campaña. Sus ahorros sobrepasaban los cálculos más optimistas, y aunque pensaba salir de nuevo al acabar las fiestas, ya tenía cubierta la temporada. Cuando su madre le anunció la cita con don Felipe, Camilo acudió con la máxima diligencia. Al margen de que fuera el padre de Pilar, le tenía un gran aprecio y respeto. Sentía admiración por su rectitud, su caballerosidad, por el comportamiento generoso que siempre había tenido con él. Y encontraba muchas veces en don Felipe, los consejos que su padre ya no le podía dar.
— Para salvar esas distancias con Pilar -le aconsejaba, ¡que sabemos que hay muchas!, además de seguir trabajando con ahínco, lo primero que tienes que hacer es estudiar y mejorar tu formación. Esa es la gran barrera que debes superar. ¿Serás capaz de sacrificarte? Cuando acabes el trabajo diario, en vez de jugar a las cartas, o tomar unos vinos, o distraerte con los compañeros... estudia algo. Poco a poco, sin prisas... — Don Felipe, es que yo tengo prisas -le interrumpía Camilo. Si no me apuro, perderé a Pilar para siempre. — Pues eso será una prueba decisiva para los dos. Si de verdad te quiere, esperará. Si no lo hace...
— Estudiaré, don Felipe, por lo menos lo he de intentar, para dejar así de ser un patán ignorante... y además, ahorraré el dinero suficiente para poder ofrecerle el presente y el futuro que ella se merece. — ¡Fíjate bien, Camilo! Como conozco demasiado a mi hija, tu decisión de estudiar y adquirir una buena formación, es lo más importante para ella... Ahí está, precisamente, el punto más débil de vuestra relación, y el que os puede desunir. Esa es la gran diferencia que existe entre los dos. El dinero, en cambio, para Pilar, poco significa. Después, Camilo -continuaba don Felipe, todo lo demás vendrá rodado. Y considera, que por suerte, cuentas con una cosa muy valiosa a tu favor, el bachillerato del mundo, que enseña tanto como el colegio de cada día. Anda despierto y aprende de la vida. Si luchas, que estoy seguro que
lo harás, no dudes de ti mismo. Pilar es una muchacha muy bondadosa, y te ayudará en lo qué sea. ¿De acuerdo, Camilo? — De acuerdo, don Felipe. — ¡Mucha suerte, hijo! -y se dieron un largo y sentido abrazo en la despedida.
Había pasado algo más de un año desde que conoció a Pilar, y Camilo recordaba paso a paso todos sus encuentros. La llegada a Bande, las primeras palabras que intercambiaron, los encuentros en la Plaza de la Tenencia, las inolvidables cenas de aquellos tres días... Luego, su fugaz estancia en Vigo, donde recorrieron los muelles, el barrio del Berbés, subieron al Monte del Castro, pasearon por la Calle del Príncipe, por la Alameda, la despedida en la Estación... ¡Qué felices habían sido! Al cabo de quince días, se volvieron a ver en Ourense. Pilar empezaba los estudios para maestra. La había encontrado en la Alameda a media tarde, acompañada de varias amigas, todas muy guapas y elegantes, y al descubrirla desde el fondo del parque entre la gente y los árboles, de lejos como estaba, hizo sonar su chifre con el encanto de aquella melodía que siempre le dedicaba. Pilar se volvió nerviosa como un resorte, orientada por el asubio conocido, y sin más, salió alegre corriendo hacia él y dando saltos... Y ya, en aquel momento, Camilo percibió que algo los separaba. El asombro y las risitas de sus acompañantes ante la sorprendente escena, le quedaron en la retina y en el sentimiento para mucho tiempo. Sus gestos lo decían todo:
“¿Qué hace Pilar con un afilador?...” Y al instante, notó una repentina turbación en ella después del arranque inicial... — No hagas caso de esas tontas, Camilo - le decía don Felipe. También Pilar, cuando la voy a visitar a Ourense, contagiada de sus amigas, me dice que se avergüenza de mí, al verme bajar del autobús de los asientos de atrás, los más baratos como tu bien sabes, y ocupados por la gente más modesta. Me recrimina por no ir en los asientos delanteros. “Éi chegar igual ca eles.”, le contesto un día tras otro. Las ourensanas son muy miradas para estas tonterías de aparentar, y la realidad de la vida está muy lejos de esas vanidades estúpidas. ¡Ni caso, Camilo! ¡Ni caso! Pero aunque don Felipe le animara constantemente en sus aislados encuentros, él no dejaba de sentir que algo le fallaba con Pilar. Cuando ella le contaba un sinfín de cosas, de antes, de ahora, de historia, de personajes, de capitales famosas... de las que nada sabía, se quedaba embelesado mirando aquellos ojos, sin poder seguir ni un poco las conversaciones que planteaba, y que aún encima, muchas veces ni comprendía. — ¿No sabes dónde está Londres?... ¿Y París?...¿Berlín?... ¿Y Hitler?... ¿No sabes nada de la reciente Guerra Mundial?... Así que estuviste delante de la estatua de Colón. ¿Sabrás quién era Cristóbal Colón?... Pasaste por delante del Museo del Prado... ¡y no se te ocurrió entrar!
... Situaciones como estas se repetían a cientos, y al principio, se sonreían comprensivos, pero llegó un momento que ellos mismos notaron en falta algo entre los dos. No bastaba con la atracción mutua, el cariño que se tenían, el bienestar que disfrutaban cuando iban juntos... Ni eran suficientes las risotadas que seguían a sus imponentes chistes, contados con tanta gracia por Camilo... Ni la sorpresa de verlo cocinar espléndidamente para ella... ¿Y cuando le cantaba aquellos boleros?... ¡Lo bien que bailaba! Ya fuera el pasodoble, el vals, el tango... a muiñeira, que se la había enseñado su abuela Anuncia... — ¿Cuando me vas a dar clases, Pilar? — Cuando tú quieras, Camilo. Pero, ¿cuándo?... si te estás marchando a cada rato.