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VII. Las fiestas… y la sorpresa

VII. Las fiestas... y la sorpresa

A la semana siguiente de su regreso a tierras gallegas, sin pérdida de tiempo, Camilo se trasladó en tren a Vigo para planear su futuro. Siguiendo las recomendaciones de don Alberto Prego, nada más pisar la estación, se dirigió con paso vivo a la tienda de la hermana, doña María Prego, situada en la Plaza del Capitán Carreró. Todo fue presentarse a doña María como enviado de su hermano Alberto en Argentina, y transmitirle con timidez sus saludos, abrazos, besos... además de entregarle unos pequeños obsequios de su parte... y la actividad del negocio quedó paralizada de inmediato. Don Basilio, el marido, al oír el murmullo de la conversación en la que se citaba a su cuñado Alberto, salió apresurado de la trastienda. — ¡Ven, ven, Basilio! -le pidió María con impaciencia. El chico nos trae saludos y noticias recientes de Alberto... y desde el mismo Buenos Aires.

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El matrimonio, abandonado su posición tras el mostrador, se acercó con prisas a Camilo, y aguardó expectante. Lo que empezaría con educada prudencia, se convirtió al poco rato, en un incesante y desbocado bombardeo de preguntas de toda índole. Las predicciones de don Alberto sobre el particular se cumplían al píe de la letra... y aún se podría añadir, que se habían quedado bastante cortas.

Lo primero, como es natural, fue interesarse por el estado de salud de Alberto y de su esposa Ana María. — Los deje en Buenos Aires el jueves pasado, los dos perfectos de salud, y con un formidable estado de ánimo. Se les ve contentos, satisfechos, optimistas con sus quehaceres... Son personas muy queridas y bien consideradas en la capital. Sin embargo, don Alberto, como él mismo confiesa, se encuentra más morriñento que nunca... y eso sí, con una tremenda envidia de no poder acompañarme en el viaje. Visitar Galicia, recorrer su aldea de Vilar do Miño, correr por los prados como de rapaz, contemplar el río, caminar por los montes... y sobre todo, abrazar a la familia… son deseos tan fervientes en él, que parece imposible que nunca los haya podido cumplir. Me explicó, que ciertos motivos de índole política lo impedían actualmente, pero me prometió que para el verano próximo, una vez superadas las dificultades, ¡por fin!, vendría a Galicia, estrecharía con fuerza a cada uno de sus queridos familiares, y asistiría a mi boda. — ¡No me digas que va a venir! -exclama doña María, alborozada. ¡Esa sí que es la mejor de las noticias! Ya me pongo nerviosa sólo con pensarlo. Nos escribimos a menudo, cada quince días, y salvando las inevitables distancias, acostumbramos a estar bastante informados de nuestras vidas. Aunque la realidad, es que ya hace más de treinta años que no nos vemos. ¡Qué emocionante va a ser!... Pero dime, ¿cómo es que los dejaste el jueves

pasado en Buenos Aires? El barco tarda, por lo menos, veinte días en hacer la travesía. — No regresé en barco, doña María. Vine en avión en menos de un día. Después, seguirían las preguntas sobre su relación con Alberto, y al contestarles Camilo que durante su estancia de más de un año en Buenos Aires, había sido como un verdadero padre para él, tanto María como Basilio, asintieron con un gesto expresivo. Ya sabían de su carácter generoso y protector con cuanto gallego apareciese en su entorno. — A don Alberto -continuaba Camilo, lo adoran en todo Buenos Aires. Sólo con mencionar su nombre, tienes las puertas abiertas en cualquier lugar. En el Centro Gallego lo consideran persona insustituible, con tanto respeto, autoridad, y con un aprecio generalizado tan singular, que a pesar de no ser directivo de la sociedad actualmente, le mantienen el mismo despacho que usaba en el momento de su inauguración, allá en 1907. Cuando Camilo les informó que era afilador, y vecino de Valdovento, don Basilio no pudo menos que dar un brinco en el sitio, y espontaneamente, abrazarlo con afecto. — ¡Un abrazo, rapaz! -le dijo. Yo también fui afilador, y soy natural de aquellas tierras, de Ventosón, muy cerca de tu pueblo, como ya sabes. La conversación siguió sin descanso, y Camilo respondía a las sucesivas preguntas, sin casi darle tiempo a completar la respuesta de la anterior. Las andanzas de Alberto por Buenos Aires, los eter-

nos viajes oceánicos que debían soportar los emigrantes, el famoso Centro Gallego, la imponente Avenida 9 de Julio, la Plaza de Mayo, los típicos asados de carne, el mítico tango argentino, la rivalidad en el futbol de River y Boca, el río de la Plata... No había tema que quedase sin comentar. Llegó la hora del cierre del negocio, y por lo tanto, también la de comer, y no hubo alternativa. — Camilo, tu vienes a comer a casa con nosotros -dijo tajante doña María. Ya por fin, cuando se calmaron las preguntas y quedaron saciadas las muchas curiosidades, Camilo puso de manifiesto con discreción, sus proyectos y las muchas dudas que tenía en poder llevarlos a cabo. Al momento, doña María le salió al paso como un torrente. <<Camilo, eso que tu planeas con tanta indecisión, lo hemos vivido nosotros en tres ocasiones a lo largo de nuestra vida: dos en Mendoza y una en Vigo. Y en las tres, aunque con esfuerzo y tesón, conseguimos siempre salir adelante. Basilio empezó con su taller -continuó doña María- en un pequeño portal de una casa de barrio. Al principio, yo iba por los pisos y los negocios ofreciendo sus servicios, y recogiendo tareas que luego devolvía, una vez solventadas. Pronto cogimos fama, y ya no fue necesario recorrer piso a piso en busca de trabajo. A los tres años justos, ya conseguimos trasladarnos a un buen local, en pleno centro comercial de Mendoza, y ahí, comenzamos también a funcionar como una tienda tradicional.

<<Después de ahorrar lo suficiente, vinimos a Galicia de visita... y una vez aquí, ya nada nos movió de nuestra tierra. Era tan fuerte la ilusión de quedarnos, que no hubo barrera que no pudiéramos salvar. Asumimos el riesgo con valentía, aunque a fin de cuentas, si las cosas no hubieran marchado bien, todo sería cuestión de volver a emigrar. Así que, afortunadamente, nos asentamos para siempre en la tierra madre, y como es natural, empezando de nuevo desde abajo. Y ya ves, Camilo, aquí estamos, desde 1916, y tan felices. >> — En resumen, Camilo, que tu taller ya está en marcha. Yo te buscaré el local axeitado -le asegura doña María sin la menor desconfianza. Luego, se prepara con todo lo necesario, y después, ya estudiaremos con calma lo que te conviene hacer.

Doña María no necesitó ni una semana para encontrar el local adecuado. En la Plaza de la Princesa, la frutera de toda la vida, doña Laura, dejaba su ocupación de más de cincuenta años. En los últimos tiempos, aunque renqueante a veces por alguna dolencia que otra, nunca hizo casi de las continuas recriminaciones de sus hijos por seguir trabajando a edad tan avanzada. Y es que además, no tenía ninguna necesidad material de hacerlo. Pero llevaba un mes medio enferma, y su ya delicada salud acabó por obligarla a retirarse definitivamente. Su local se traspasaba. Durante cerca de dos meses, Camilo trabajó sin descanso para preparar el local, y adecuarlo a sus necesidades futuras. Echando mano de las ense-

ñanzas de albañilería que le había dejado su padre en herencia, pintó paredes, colocó baldosa nueva, levantó una pared de separación entre el propio taller y el lugar del público, rehízo escaparates... Sobre la marcha, doña María y don Basilio le fueron aconsejando en todos los pormenores. En los momentos finales, antes de abrir, y tal como habían empezado ellos, estudiaron los artículos que se debían vender, y compaginar con las tareas del taller. Cuchillos, navajas, tijeras, máquinas de cortar el pelo, peines, brochas, navajas de afeitar... paraguas de señora y caballero... maletas, sacos... A primeros de diciembre, ”O Taller do Afiador” abría sus puertas. La vieja tarazana, compañera fiel de los afiladores de la familia durante tantos años, presidía autoritaria, en uno de los escaparates, el comienzo de una nueva etapa. Se la veía cansada, llena de golpes y cicatrices, con el brillo perdido en los caminos... pero ahora, serena y en un merecido descanso, conservaba todavía la fuerza carismática de su presencia. No le acompañaba el sonido del chifre, ni el canto de su dueño anunciando el oficio, pero atestiguaba sin palabras, la enorme tradición y arte, heredado de antiguo, que contenía aquella casa. Era como una imagen, impartiendo bendiciones sin gestos, protegiendo a los suyos... y dando garantía a los parroquianos de que se podía entrar. En letras claras, a modo de chifre anunciador, el rótulo en lo alto de la fachada enviaba el mensaje conciso y breve a la parroquia, “O Taller do Afiador”.

El día antes de abrir, 8 de diciembre, festividad de la Inmaculada y Día de la Madre, celebraron en la intimidad la puesta en marcha del taller. En la propia tienda, don Nicanor, el cura párroco de Pereiró, y primo de doña María, bendijo el local, y auspició mucha suerte con breves palabras, manifestando con una sonrisa, que sus oraciones nunca habían fallado hasta ahora... que eran garantía de éxito...

— No le hagas mucho caso, Camilo -interrumpe doña María, que este cura lo único que sabe es enterrar a los muertos. Así que, por lo que pueda ocurrir, reza por tu cuenta a Santa Eulalia. Su madre estaba feliz. “Es el mejor regalo del “Día de la Madre” que me podías hacer”, le dijo abrazándose a él. Todos, los más queridos, se encontraban presentes en el acontecimiento: sus hermanas Carmeliña y Xiana, muy guapas con sus vestidos estampados; Papá Felipe, elegante como siempre; sus futuros cuñados, Digna y Arturo, con Antón de la mano, jugueteando sin parar; el matrimonio Loira, cariñoso y entrañable; la pequeña Maruxa, graciosa con sus trenzas, y con Herminda a su lado pendiente de ella; Marcelo, el encargado del almacén, con su esposa; el “abuelo Nando”... ... y Pilar, más bonita que nunca, y resplandeciente de amor y felicidad, sin separarse ni un sólo instante de Camilo.

Las dos familias pasaron juntas las fiestas de Nochebuena y Navidad en la casa de Bande, Fin de Año en Valdovento y Luintra, y la noche de Reyes, de nuevo en Bande, con visita en la tarde del día siguiente a las tías de Xanín. En Nochebuena, las niñas se hartaron de cantar los villancicos que habían aprendido en la escuela: “Campana sobre campana”, “Los peces en el río”, “El tamborilero”... Los mayores, con más resignación que entusiasmo, las acompañaron; Xiana, con la pandereta, ponía el ritmo; y el pequeño Antón, con cara de asombro, lo aplaudía todo con su gracia infantil. Después, Camilo hizo reír a carcajadas a toda la familia con su inacabable repertorio de chistes, incluidos los argentinos recientemente incorporados. No paraban de reír, y al cabo de un buen rato, no tuvieron más remedio que hacerlo callar, porque ya no aguantaban más... se morían de la risa. En medio del alboroto, Pilar y Xiana pidieron un poco de silencio, y conseguido el ambiente apropiado, entonaron una conocida canción gallega, escuchada con respeto por todos...

“Eu namorar. eu namorar, eu namoreime. Eu namoreime na beira do mar...”

Siguió una canción bullanguera, coreada por mayores y pequeños... “A saia de Carolina ten un lagarto pintado, cando Carolina baila, o lagarto dálle ó rabo. ¿Bailaches Carolina? Bailei, sí señor. Dime ¿con quén bailaches? Bailei co meu amor...” Luego “A Rianxeira”, aquella de “... vai o gato metido nun saco”, “E quer que lle quer”, “O rodaballo”, “Miudiño”... — Y para rematar el concierto de esta noche de fiesta -anuncia Xiana con modales radiofónicos, la familia le va a dedicar a Pilar y a Camilo una canción muy especial.

“Bebín un viño albariño por ver se me consolaba, e o viño como era novo ó ilo a beber choraba. ¡O vivir en Vigo que bonito é!, andar de parranda, e durmir de pé. ¡O vivir en Vigo que bonito é!...” Pilar y Camilo se besaron con cariño, dieron las gracias, y recibieron vítores y aplausos. Ya se sabía que su destino, después de la boda, no podía ser otro que Vigo.

A continuación llegó la pantomima. Xiana y Pilar a dúo, comenzaron con gestos a imitar a los personajes de Bande, de Luintra, de Valdovento... y las risas volvieron a resurgir a borbotones. <<Uno que rema... Bertiño, el barquero; una bendición a medias y con gesto desplicente... don Eulogio, el cura de Bande; alguien pesca con un pitillo en la boca... don Arcadio, el secretario; otro, apunta al frente... el padre de Quique, el cazador; un hombre de bigotes da golpes en la mesa con mucho enfado... don Servando, el maestro, pidiendo silencio en clase; uno sirve, varios beben... Tonecas, el tabernero; mujer gorda, “muuuuu”... doña Matilde con sus vacas; varios en fila, cabeza inclinada, manos juntas... los frailes del Monasterio; un niño arrodillado, agita una mano en el aire... Genarito, el monaguillo, tocando la campanilla; gesto de mover un volante con violencia... Farruquiño, el transportista; alguien

golpea su mano abierta con los nudillos de la

otra, y con cara de “malas pulgas”... Aquilino, el recaudador de impuestos; un hombre con una pala hace un agujero en tierra... “O Morriñas”, el enterrador. >> — Y ahora, el acertijo más difícil -proclama

Xiana.

<<Un hombre empuja una rueda… suena un chifre… viene de muy lejos...>>

— ¿Un afilador? — Repuesta incompleta.

<<... formidable contador de chistes… se enamora... se enamora con pasión...>>

— ¿Camilo? — No -con risas, y más risas de todos.

<<... hace mucho tiempo… feo... muy feo… toca la flauta a su amada… ella lo rechaza… anda rodeado de chicos... >>

— Doménico Lama, el italiano -interrumpe Carmiña con gesto triunfal. En esto, entre el bullicio familiar, una silbante nota musical inunda la sala. Suena un violín que lo silencia todo. Papá Felipe, en lo alto de la escalera, inicia con suavidad la balada, una balada mágica, de amor... Desde la muerte de Consuelo, no se había vuelto a oír su violín... Instante crucial, ya nadie respira, arde el sentir, viene el recuerdo... La ternura de la música, las dulces notas en el aire, los agudos subiendo al cielo... Aquella balada se la dedicaba siempre a ella... Era su balada de amor. Las hijas, atónitas, se paralizan con la emoción, pierden la voz... lágrimas por sus mejillas... y al fin... estallan sus sentimientos, y se lanzan escaleras arriba para abrazarse a su padre... Luego, lo hace Carmiña... las niñas... y por último, los hombres... y en el brazo de éstos, también el nieto, Antón.

Pasado un buen rato de ensoñación, Papá Felipe rompe la escena y la nostalgia familiar, y se arranca con una briosa muiñeira... Renace la alegría, los bailarines se sueltan, danzan, piernas que ya se levantan, corren a un lado... Luego fue un vals vienés... un pasodoble torero... una jota aragonesa... una polka de los celtas...

Las parejas bailan, unas mejor que otras, no falta el arte, sobra ilusión... Digna y Arturo, Pilar y Camilo, Xiana y Maruxa, y la más graciosa, Carmeliña y Antón. ¡Qué momentos! Momentos inolvidables, para soñar bien despierto, para reír sin pausa, para que vuele la imaginación al cielo... Dos familias que se abrazan, son felices... Ya son una... Carmiña lo observa así... Felipe lo vio venir... — ¡Don Felipe, échele un tango! -suplica de pronto Camilo, arrodillado ante él, con aspaviento argentino. No se hace esperar. Felipe inicia la entrada, Arturo pone la voz, las parejas se preparan... “Corrientes, tres, cuatro, ocho, segundo piso ascensor, no hay porteros, ni vecinos. Adentro, coktail y amor...” Pilar y Camilo, bailan, “Como en La Boca”, le dice él. Cuerpos erguidos, caras pegadas, brazos al aire, piernas mezcladas, gesto serio, con pasión bien clara... Lo que nadie en su casa llegó nunca a sospechar, ni la propia Carmiña, fue el hecho de que Papá Felipe llevase un mes recibiendo clases de un afamado profesor. Dos o tres veces a la semana acudía puntualmente a Ribadavia, y culminaba, en el mayor de los secretos, su excelente puesta a punto. De nuevo, al cabo de doce años, volvía a reencontrarse con su amado violín. Se cerraba un tiempo, amanecía otro.

Al llegar el fin de semana, Camilo acostumbraba a ir hasta Valdovento para ver a Pilar y estar con la familia. Aquella tarde, como tantas otras, antes de acercarse a Luintra en busca de su pareja, pasó por casa a dejar la bolsa y a saludar a su madre y a las niñas.

Pero esta vez se encontró con la casa completamente vacía, incluso daba la sensación de un cierto abandono, como si faltasen de ella desde hacía varios días. Todo estaba silencioso, en un orden excesivo, sin rastros de vida... hasta sin el olor al pote diario que inundaba la casa a esas horas... Tan sólo se oía el rumor de los animales en las cuadras. Le pareció algo raro. Su madre sabía de sobra que siempre llegaba a esa hora, al atardecer, y solían aguardarlo cada sábado con impaciencia, deseando verlo, como también le ocurría a él. Quiso restarle importancia al hecho, y se tranquilizó pensando que habrían salido a algún recado urgente, o a dar un simple paseo, o a visitar a alguien... Era la primera vez en un par de meses, que no lo esperaban.

Aunque pensándolo bien, resultaba extraño que eligieran esas horas para salir, con el frío intenso que hacía en aquella época. En el mes de febrero, y anocheciendo, la temperatura no debía subir de los cero grados. ¿Qué pasaría? Ya se estaba empezando a preocupar... Cuando se disponía a salir, al cruzar la sala, le llamó la atención un sobre de color crema colocado en mitad de la mesa. Se acercó con curiosidad,

y comprobó que iba dirigido a su nombre, “PARA CAMILO”, se leía en gruesos trazos... y en la siguiente línea, con letra más menuda, “y para las niñas”. Intrigado, la abrió nervioso, preguntándose qué sería.

Valdovento, 5 de febrero de 1947

Queridos hijos: Hoy, jueves, nos hemos casado en la Iglesia de Santa Eulalia. A primera hora de la mañana, en una total intimidad, el cura don Segundo nos impartió el sacramento, y nos dio sus bendiciones. Los dos primos de Valdovento acudieron como testigos. No hubo nadie más. Hasta ahora, no habíamos tomado esta decisión tan meditada, a la espera de confirmar vuestras posibles reacciones. Queríamos asegurarnos de que nuestra boda sería bien recibida por todos vosotros. Después de pasar juntos las últimas fiestas de Navidad, y ver a todos tan felices, conviviendo ya casi como hermanos, nos hemos decidido a dar el paso final. Pensamos que era el momento oportuno, y pedimos a Dios no equivocarnos. A partir de hoy, ya tenéis la madre y el padre que os faltaba desde hace años, y confiamos que entre los dos, podamos sustituir de la mejor manera a esos seres ausentes tan queridos. También compartiremos los dos hogares de ambos, Valdovento y Bande, de forma que podréis estar donde más os guste. Suponemos que,

unos días en una casa, y otros en la otra. Pero de esto, tendremos tiempo de hablar. En el preciso momento en el que dais lectura a esta carta, nosotros estaremos embarcados en el “Yapeyú”, camino de Caracas. Al fin, cumpliendo mi ansiado anhelo desde su forzada huida, podré abrazar a vuestros hermanos, Elvira y Pepe, y conocer a nuestro nuevo nieto, Felipiño, sobrino para vosotros. Tras su precipitada marcha, a causa de los falsas acusaciones que conocéis, siempre deseé tenderles mis brazos, apretarlos con fuerza, llenarlos de besos, y ya enteramente limpias las dudas, darles mi bendición de padre, desearles la mejor de las suertes... y también, presentarles a su nueva madre. Os queremos pedir que informéis de la noticia a la familia y a las amistades, y tanto en Valdovento como en Bande, estaría bien organizar unas pequeñas fiestas en nuestro honor, y brindar por la nueva parentela. Hasta serían recomendables, unos cuantos “¡Vivan los novios!”. Además, lo más natural es que antes que los hijos, se casen los padres. Hasta sonaría mal que fuera de otra manera. Así que, en todo caso, pedirles explicaciones a Pilar y a Camilo, ellos son los culpables. Muchos besos para Antón, Carmeliña, Maruxa y Xiana. Abrazos para Digna, Arturo y Herminda. Bendiciones para Pilar y Camilo. Firmado: Carmiña y Felipe

Al leer las primeras líneas de la carta, Pilar dio un brinco en el sitio, levantó los brazos con alegría, brillaron sus ojos, y con gesto resplandeciente, se abrazó a Camilo... y al rato, le susurró al oído: “Ya tengo madre... y tú, Camilo, ya tienes padre”. “Yo ya lo tengo desde hace tiempo, Pilar.”

Monasterio de Santo Estevo de Ribas de Sil

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