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VII. Las fiestas... y la sorpresa A la semana siguiente de su regreso a tierras gallegas, sin pérdida de tiempo, Camilo se trasladó en tren a Vigo para planear su futuro. Siguiendo las recomendaciones de don Alberto Prego, nada más pisar la estación, se dirigió con paso vivo a la tienda de la hermana, doña María Prego, situada en la Plaza del Capitán Carreró. Todo fue presentarse a doña María como enviado de su hermano Alberto en Argentina, y transmitirle con timidez sus saludos, abrazos, besos... además de entregarle unos pequeños obsequios de su parte... y la actividad del negocio quedó paralizada de inmediato. Don Basilio, el marido, al oír el murmullo de la conversación en la que se citaba a su cuñado Alberto, salió apresurado de la trastienda. — ¡Ven, ven, Basilio! -le pidió María con impaciencia-. El chico nos trae saludos y noticias recientes de Alberto... y desde el mismo Buenos Aires. El matrimonio, abandonado su posición tras el mostrador, se acercó con prisas a Camilo, y aguardó expectante. Lo que empezaría con educada prudencia, se convirtió al poco rato, en un incesante y desbocado bombardeo de preguntas de toda índole. Las predicciones de don Alberto sobre el particular se cumplían al píe de la letra... y aún se podría añadir, que se habían quedado bastante cortas.