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VIII Las fotografías de Rey Alar

VIII. Las fotografías de Rey Alar

Durante su corta estancia en la ciudad viguesa, de 1920 a 1924, Aurelio Rey Alar, persona bien conocida entre los baioneses del pasado siglo -tío del que esto escribe-, además de acabar su formación y cumplir el servicio militar obligatorio, se había introducido en el incipiente arte de la fotografía de la mano de un inmejorable maestro, Xaime Pacheco, que tenía su estudio en la Calle del Príncipe, y que a la postre se convertiría en ilustre fotógrafo de la ciudad de Vigo. Así que al volver a Baiona, Aurelio se estableció como fotógrafo de la villa, y lo hizo bajo el nombre de “Alar”, su segundo apellido, con lo que pretendía asociar el nuevo negocio al del popular bar de su tío y padrino Aurelio Alar Abal.

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Baiona, Rúa de Elduayen, 1926. “Laboratorio Fotográfico Alar”.

En esa época, primer cuarto del siglo pasado, la tarjeta postal se puso de moda en todo el mundo. Con tal motivo, Aurelito

-como se le conocía en Baiona- realizaría una extraordinaria colección fotográfica de la comarca para su posterior venta en sus tiendas, una vez convertidas en postales.

Sello que acreditaba sus trabajos fotográficos.

Por entonces, “Ultramarinos El Universo” y “Ultramarinos Carrasco”, ambos en el centro de la Calle de Elduayen, rivalizaron también con las postales, y cada uno vendía sus propias colecciones. Más tarde, “Las Verísimas”, “La Madrileña”, “La Estrella”… dispusieron igualmente de breves colecciones, pero ninguna de las mencionadas con la cantidad y calidad de la del “Laboratorio Fotográfico Alar”.

Logotipo de sus postales.

Al poco tiempo de su retorno a Baiona, el tío Aurelio, con tan sólo veintitrés años, es nombrado concejal, cargo que desempeñaría durante apenas tres meses, del 15 de marzo al 4 de junio de 1927. España vivía bajo la Dictadura del General Primo de Rivera.

Unos años después, con la II República, volvería a ser concejal, esta vez elegido de forma democrática. Permanecería en el Consistorio baionés desde 1931 hasta 1936, momento en que estalla la Guerra Civil.

Aurelio Rey Alar (Baiona, 1904 / 1993), años treinta.

Desde su privilegiada posición de concejal, supo escoger con enorme sensibilidad los lugares más emblemáticos de la villa, donde los baioneses desarrollaban su vida cotidiana. Con el paso de los años, la tremenda transformación del pueblo impedirá que la mayoría de estas fotografías puedan repetirse.

Baiona, años veinte. Panorámica de la Rúa Alférez Barreiro desde el muelle. En la actualidad se conservan todos estos edificios casi en idénticas condiciones que los de entonces. Observamos la Praia de A Ribeiriña, las dos rampas del muelle desaparecidas, las lanchas de pesca de aquellos tiempos... (Foto ALAR).

Hay que reseñar, observando con detenimiento la imagen anterior, que los montes de Baiona aparecen casi pelados, cuando siempre pensamos que su abundante arbolado estaba allí de toda la vida. Y es que la repoblación forestal en el Val Miñor comenzó en los años sesenta. También es de destacar el hecho de que tan sólo se vea un camión en todo el trozo de carretera. Casi no había coches en esa época. Era el tiempo de una Baiona tranquila. En la abundante colección fotográfica de Rey Alar, se puede comprobar con todo detalle el profundo cambio que experimentó Baiona en el siglo XX. Se trata de un testimonio incuestionable del transcurrir de la vida del pueblo a lo largo de los años.

Baiona, años veinte. La ola descarga con fuerza en el murallón de A Ribeiriña, la minúscula playa que desaparecía en la marea alta y en los temporales. (Foto ALAR).

A mí, personalmente, para qué negarlo, y de primeras sin pensarlo mucho, me gusta más la Baiona de las postales del tío Aurelio que la actual... A Barbeira sin el Club de Yates y con el bote de Antonio que nos traía y llevaba… el campo de A Palma donde jugaba al fútbol el Erizana… la Praza Pedro de Castro antes del monolito y del comedor turístico… el mítico tranvía llegando puntual “a las y veinte”… el monte despejado de casas… la entrada de Baiona sin esos bloques de viviendas tan feos… el muelle sin una lonja tan grande que tapa el paisaje… y “la casa de Baiona” de mi familia, que ahora tampoco está… Hasta faltan aquellas entrañables escenas de antes. Ya no hay marineros sentados en el murallón... ni carros con los aparejos de un lado para otro... Tampoco pasan las pescantinas con su patela en la cabeza... también se fueron los puestos de la Praza da Froita, que ajustaban el precio a gritos y dejaban el aroma a fruta... se acabó el taller de costura de la tía Amparo con las modistillas... las peluquerías de Federico y Manolo “el Quisque”, una de los hinchas del Barcelona y otra de los del Madrid...

Baiona, años veinte. Panorámica desde Monte Boi: la Praia de A Barbeira apoyada en las murallas del castillo… O Cantiño limpio… el antiguo pueblo… la vieja lonja… el muelle de madera… los históricos barcos de pesca esperando a faenar… el mar vacío… el monte repleto de árboles… ”la casa de Baiona” de los Alar, que se adivina delante del puerto… (Foto ALAR). Después, meditando con más perspectiva, llego a la conclusión de que lo que en verdad añoro no es exactamente la antigua Baiona, sino la maravillosa juventud que me acompañaba entonces. Y es que además, voy en contradicción con mi opinión de que tiempos pasados “no fueron mejores”. Se vivía en una Baiona sin traída de aguas… sin teléfono… con casitas demasiado pequeñas y viejas... calles de tierra… sin neveras ni lavadoras… sin los centros escolares de Covaterreña y Primero de Marzo… sin el Centro de Salud… sin la Biblioteca… sin los campos de futbol de Val de Martín y del Aral… sin el Pabellón de Deportes… sin la Arribada… sin coches, tan tremendamente incómodos como necesarios… Se vivían en cambio tiempos del tranvía -eliminado por el alcalde vigués Portanet en busca de la modernidad-, que hoy en día desde esa modernidad buscada, se echa de menos por muchos ciudadanos del Val Miñor que lo conocieron.

En todo caso, sí que existen elementos muy representativos de la personalidad de la villa, que sin lugar a dudas, se han perdido para siempre: aquella pujante pesca -verdadero motor económico de Baiona-, el abundante trabajo para las mujeres de entonces, perdido con las desaparecidas conserveras, con la fábrica de jabón, con el Balneario de A Concheira, con los oficios de “rederas”, de pescantinas… que ya no hay… el trabajo de los hombres en los dos pequeños astilleros de A Ribeira y de Santa Marta… el aserradero y los hornos de cal en A Ladeira…

Baiona, años veinte. Vista del pueblo desde A Palma. (Foto ALAR).

Esta bonita fotografía del tío Aurelio es una de tantas que no se podrá repetir. No habrá aparejos de pesca a secar sobre la arena, ni Praza do Peixea un lado, ni la vieja lonja en el muelle, ni la rampa de las gamelas a un lado del murallón, ni un mar vacío de barcos, ni los montes con sus arboledas… Y ese camino de tierra que llevaba a la puerta del castillo, ya no es el de hoy. A Ribeira de entonces, nada tiene que ver con la actual. En la de antes vivían los baioneses con intensidad su quehacer cotidiano... En la de ahora, es un simple lugar de ocio, sobre todo para bañistas, veraneantes, turistas...

Baiona, A Ladeira, años treinta. La Fábrica de Aserrar Maderas y los Hornos de Cal, propiedad de Ramón Barreiro, Ramón Troncoso y José Pereira. A la derecha, la carretera inicia la “recta de Sabarís”. Hoy en día, este complejo industrial está abandonado y casi en ruinas. (Foto ALAR).

En 1919, fue botado en A Ladeira el velero “Carmiña”, que los propietarios del aserradero encargaron construir en el varadero de los Ríos en dicha playa. Tenía veinticinco metros de eslora y siete de manga, con capacidad de carga de doscientas toneladas. Se había construido con la finalidad preferente de trasladar tablillas de madera fabricadas en el aserradero hasta la ciudad de Sevilla -para fabricar barriles-. De regreso volvía cargado de sal. Por entonces la sal era un bien escaso, y en Baiona se necesitaba, entre otras cosas, para la conservación de la pesca en los barcos, y para la fábrica de salazón de pescado que había frente a la Praia de A Ribeira. En la zona de Sevilla abundaban las marismas, de manera que el viaje del “Carmiña” se aprovechaba al máximo. Los Barreiro habían tenido una gran visión empresarial. Con la llegada de los barcos a vapor, el “Carmiña” se quedaría obsoleto para el transporte. Después de cerca de veinte años haciendo la misma ruta, Baiona-Sevilla-Baiona, su inversión ya se encontraba sobradamente amortizada.

Baiona, años veinte. El muelle de entonces, con su tramo de madera en la parte final; la pequeña lonja; el velero “Carmiña”, dedicado al transporte entre Baiona y Sevilla, llevando tablillas de madera del aserradero de A Ladeira, y volviendo cargado de sal; los históricos barcos de pesca de madera aguardando la faena; el frondoso Castillo de Monte Real, sin doca, y con un despejado Cantiño sin club de yates… (Foto ALAR).

El velero “Carmiña” atracado al muelle. Durante dos décadas, el hermoso velero lucía espectacular por la ría con las velas desplegadas, formando parte del paisaje baionés.

(Fragmento de Foto ALAR).

A principios del siglo pasado, la Praia de A Concheira era el centro neurálgico del verano de Baiona. Una colonia importante de veraneantes acudía a la villa en busca de los baños de algas y del iodo del mar, con grandes propiedades terapéuticas.

Baiona, años veinte. Praia de A Concheira, con el Balneario y la torre de calentar el agua. Detrás los chalets de la colonia veraniega. (Foto ALAR).

El médico madrileño Ignacio Cordero percibe a finales del siglo XIX las bondades de las aguas de A Concheira, y en sociedad con Agapito Ordóñez, instalan un balneario al lado de la playa. En 1893, consiguen una concesión sin fecha de caducidad. A partir de entonces, Baiona se convierte en una estación balnearia de gran renombre, y en Madrid comienza a sonar con fuerza. La afluencia de veraneantes aumentaba cada año, y la villa empezó a ser frecuentada por la alta sociedad de la capital. Duques, marqueses, condes, militares de alta graduación, dignatarios de la Iglesia, artistas… Baiona se había puesto de moda a la sombra del balneario, y pronto se abrieron hoteles y se edificaron chalets lujosos en aquella zona. El “Hotel La Palma”, el “Hotel Suizo”, el “Hotel Madrid”, el “Hotel Roma”, además de varias pensiones de categoría menor, daban albergue a los cientos de

visitantes que llegaban a la villa, gente adinerada en la mayoría de los casos. La primera línea de playa se fue poblando de chalets: “Villa Lola”, “Villa Rosa”, “Villa Enriqueta”, “El Gurugú”, “Villa Zoila”, “Villa Angelines”, “Villa Maruxa”, “Villa Emma”, “Villa Sol”, “O Pedregal”… El verano baionés vivía una época de esplendor.

Baiona, años treinta. Panorámica desde A Palma. Delante, las redes de los marineros a secar sobre el piso arenoso. Detrás, el Balneario y el inicio de la Praia de A Concheira. A la izquierda, la hilera de chalets de los veraneantes. Al fondo, la Virgen de la Roca en un monte pelado. (Foto ALAR).

El edificio del balneario era de madera, y junto a él, una torre cuadrangular de piedra se encargaba de calentar el agua del mar. Los baños se tomaban en grandes bañeras individuales. Las crónicas de los historiadores dicen que el balneario abría entre las cinco y seis de la mañana. Pero la hora “elegante” se situaba entre las diez y la una. A la entrada del balneario había una placa con el siguiente mensaje: “Adiós Concheira queridiña, algas, agua e canto tes. Vin xunto a ti tullidiño e volvo por os meus pes.”

Baiona comienza a echar de menos al Balneario de A Concheira desde el mismo momento de su desaparición. Mucho más en los tiempos actuales, en los que estos centros con fines terapéuticos se encuentran enormemente solicitados y ofertados en la mayoría de las rutas turísticas. Poco antes de fallecer, Maribel, la hija del popular Paco, propietario del Restaurante El Moscón, nos comentaba que a su padre le habían ofrecido el Balneario, y que no lo cogió porque ya se encontraba muy mayor. De no haber este contratiempo, tal vez seguiría existiendo hoy en día el Balneario de A Concheira.

Baiona, años treinta. El Balneario, en su inicio a finales del s.XIX. En los cuarenta fue reformado y ampliado, pasando a ser una bonita construcción de piedra. A finales de los sesenta, desapareció tras el abandono de sus últimos propietarios. (Foto ALAR).

Parte de la colonia veraniega que se allegaba a Baiona en busca de los saludables baños de A Cocheira, lo hacía en septiembre. Los tomaban poco después de la salida del sol, abrigándose al salir del agua hasta con bufandas, para luego irse a desayunar. A este grupo de visitantes les llamaban “Colonia da Poubana”, en alusión a su condición de gente modesta de aldea, y en su mayoría mujeres bastante mayores. As poubanasse bañaban en camisón, se arrimaban a una roca durante unos minutos, y al salir, rodeadas por otras haciendo corro, se mudaban y se iban a la habitación que alquilaban en casas particulares con derecho a cocina.

Baiona, 1918. Parte de la colonia veraniega de entonces, en especial formada por madrileños, en la Praia de A Concheira. (Foto ALAR).

Baiona, Praia de A Concheira, 1930. A la izquierda, la hilera de casetas; en el centro de la imagen, el Balneario y la torre de piedra para calentar las frías aguas del mar; al fondo, a la izquierda, el “Hotel La Palma”, “Villa Lola” y “Villa Angelines”; por la derecha, “Casa Enriqueta” y “Villa Maruxa”. (Foto ALAR).

La abundancia de algas y demás flora marina en la Praia de A Concheira no sólo era utilizada para los baños del Balneario, sino que también constituía un excelente abono para los campos. A lo largo de todo el año, pero especialmente con las mareas vivas de septiembre, se podía observar la recogida de algas en la orilla del mar -conocida como o argazo-, y el posterior transporte en carros de bueyes hasta Baredo, Bahiña, Sabarís, Belesar… Pasaban renqueantes y rechinando por la carretera, dejando en su camino un reguero de agua de mar que chorreaban las algas, y formaban parte de la escena cotidiana de la villa. La prima Mary Cruz, hija de Aurelito, nos contaba que más de una vez recriminó a los campesinos por el mal trato que daban a los bueyes. “Tenía bastante genio de joven, y no me podía contener. Después acabé amiga de todos… pero conseguí que a los bueyes los trataran mejor… al menos al pasar por delante de nuestratienda.”

Baiona, Praia de A Concheira, años treinta. Los campesinos de la comarca, recogiendo algas para abono de sus campos. Detrás, se contemplan los primeros chalets de los veraneantes: “Villa Emma”, “Villa Rosa”, “Villa Zoila” y “O Pedregal”. A la derecha, la Virgen de la Roca recién inaugurada, en un monte completamente limpio de arboleda.

(Foto ALAR).

Baiona, años treinta. En la Praia de A Concheira, los campesinos en las labores de o argazo, mientras un grupo de veraneantes observa el trabajo. (Foto ALAR).

El tío Aurelio dejó unas excelentes fotografías que explican gráficamente o argazo, aquel específico trabajo de recogida de algas, desaparecido en la actualidad por la utilización de abonos químicos en los campos.

Una vez recogidas las algas del mar, la familia campesina se dispone a cargar el carro de bueyes. (Foto ALAR).

O argazoera un trabajo bastante duro, desde su recogida en el mar durante la marea baja, pasando por la carga y descarga de los carros, hasta su traslado lento y pesado por la carretera y los caminos. En ocasiones era preciso ayudar a los bueyes cuando el recorrido se volvía complicado. Participaba toda la familia: hombres, mujeres y niños. Desaparecida esta tarea para el campo, hubo un tiempo que las algas continuaron recogiéndose para aprovechamiento en los laboratorios de productos químicos. Los carros de bueyes fueron sustituidos entonces por pequeñas camionetas, que, repletos de algas hasta los topes, circulaban por la carretera algo más rápido que los renqueantes carros.

Baiona, años treinta. Recogida de o argazo en la Praia de A Concheira. Los campesinos, metidos en el mar hasta la cintura, arrastraban las algas con unos rastrillos larguísimos que les permitía alcanzar aguas más profundas y lejanas. Al fondo, se observa el Balneario y el Hotel La Palma -desaparecidos-, testigos de un tiempo y un espacio en el que se había iniciado el turismo en Baiona. (Foto ALAR).

Baiona, A Palma, 1935. Artístico obelisco en homenaje al benefactor de la villa, el Marqués don Ventura Misa y Bertemati, como agradecimiento a sus muchas donaciones y para perpetuar su recuerdo. Su primera ubicación, en 1912, fue en el centro de A Palma, enfrente del desaparecido “Hotel La Palma”. Luego, en 1933, se trasladaría delante de la arboleda, y cerca del Palco de la Música. En los años sesenta pasaría a ocupar un lugar destacado en el comienzo de A Ribeira. En la actualidad, 2022, se conserva en la Casa-Museo de la Navegación, en el patio posterior que da a la Rúa do Conde. (Foto ALAR).

Quién le iba a decir a los baioneses de siglos pasados que A Ribeira, el centro neurálgico de sus actividades pesqueras y comerciales, seguro protector de sus embarcaciones, mercado popular… se convertiría años más tarde en un lugar de ocio, de turismo, de baño en los veranos, de agradable paseo hasta el castillo… Poco que ver con lo que fue durante casi veinte siglos.

Baiona, años veinte. Panorámicas desde la Praza do Peixe. (Fotos ALAR).

Baiona, 1950. Un día de regatas en la bahía. Las competiciones a vela se remontan a principios de siglo. (Foto ALAR).

Baiona, años treinta. Una escena habitual en el puerto pesquero: el barco cargando el aparejo desde el carro que lo trajo desde A Palma después del correspondiente secado. Por entonces, la parte final del muelle era de madera. En la bahía, dos típicos barcos de madera fondeados, a la espera de salir a faenar. (Foto ALAR).

Baiona, años treinta. Espectacular movimiento de gente con motivo de la Romería de San Cosme. Las mesas del “Bar Alar”, en el bajo de “la casa de Baiona”, aparecen a la derecha de la imagen. (Foto ALAR).

Baiona, años treinta. Llegada y salida del tranvía en las Fiestas de La Anunciada. Acuden varias unidades de refuerzo ante la enorme afluencia de visitantes de todo el Val Miñor y alrededores. (Foto ALAR).

Baiona, años treinta. Jornada de fiesta en la villa. Vecinos de toda la comarca acuden en masa a las famosas celebraciones baionesas. Esos días, los tranvías se refuerzan con varias unidades que, por momentos, se hacen insuficientes. Desde “la casa de Baiona”, a la derecha, lugar de privilegio, se observa todo el ir i venir de las gentes. Debajo, el “Bar Alar”, por entonces uno de los más populares del pueblo. En el poste de la luz pegado a la casa, aparece colgado un cuadro anunciador de los eventos del día. Hasta podría ser sitio de colocación de los bandos municipales, medio habitual de comunicación utilizado en aquellos tiempos. (Foto ALAR).

En 1928, “Faro de Vigo” informaba sobre “una hermosa función benéfica en Baiona”, celebrada en el “Teatro Cabanillas”, y que sirvió de presentación de la zarzuela “La primavera pasa”, obra de don José Barreiro Troncoso, música de don Francisco Núñez, y dirección escénica de don Eduardo Souza. Interpretada por la colonia veraniega, el diario vigués deja para el recuerdo escenas y nombres que ya forman parte de la historia de la villa.

Baiona, “Teatro Cabanillas”, 1928. Grupo de aficionados de Baiona y Sabarís, que representaba interesantes obras de teatro a finales de los años veinte y principio de los treinta. (Foto ALAR).

Entre el elenco de artistas se encontraban Tacho Barreiro, Luis y Lola Gil, Mery López Lojo, Jesús San Román, Héctor Barreiro, Juana López Lojo, Amparo López Barreiro, Angelita y África Olaguivel, Lourdes Viaño, Lita Leal, Alfredo Carrasco, Michita Suárez, Marina Leal, Gloria Fernández, Antonio Veyra, Corina Pereira, Rafael Lojo, Vicente Casal, Isidro R. Civantos, Felisa García, Óscar Gonda, Ventura Salgado, Francisco Allen-Perkins… Apellidos, todos ellos, de mucho arraigo en la villa baionesa. Mención aparte para Consuelo Cordero, que además de actriz, tocaba el piano y dirigía el coro cuando la obra lo exigía.

Baiona, 1932. Fiesta de verano en “Villa Emma”. El coro de “Los Nardos”, de la revista “Las Leandras”, que actuó en el “Salón-Teatro Bayona”, bajo la dirección y el acompañamiento al piano de la Srta. Consuelo Cordero. De izquierda a derecha: Lola Gil, Arminda Salgado, Lourdes Viaño, Julia Salgado, Gloria Fernández, Margarita Barreiro, Corina Pereira, Raquel Cernadas, Teresa y Cándida Pereira, Juanita Castromán y Gloria Olaguivel. (Fotos ALAR).

“La casa de Baiona” de los abuelos estaba situada en pleno corazón de la villa, en la Praza Pedro de Castro, frente al muelle, al pie de la calle principal y con la carretera Vigo-Baiona pasando por delante. Se trataba de un precioso edificio de arquitectura popular marinera de mediados del siglo XIX. Era una casa modesta de dos plantas, muy simple, de forma rectangular, con paredes lisas y encaladas, siete habitaciones… apropiada para una familia con muchos hijos, tal como se estilaba por entonces en los matrimonios baioneses.

Baiona, años veinte. “La casa de Baiona” de los abuelos es la del centro, blanca, con dos ventanas y un balcón en la fachada lateral que daba a la plaza, y otro en el frente, cara a la bahía. (Fragmento Foto ALAR).

Su sencillez contrastaba con el refinamiento y la ornamentación que mostraban el edificio de enfrente, la Casa del Deán de la Catedral de Santiago, don Policarpo de Mendoza -la mandó edificar en 1768-, y la Casa de Carvajal, al fondo de la plaza, ambas de piedra, con los escudos de nobleza en sus fachadas, amplios balcones y ventanales, lujosos portones de madera, acogedores soportales…

La mezcla de estilos conformaba un pintoresco grupo arquitectónico, que enmarcaba con categoría la tradicional actividad del lugar: ”Praza da Froita” en la mañana temprano, y por la tarde, escenario singular de los acontecimientos más señalados del día a día de la villa. Desde el balcón que daba al mar, en aquellos años cincuenta que recordamos, se podían sentir como propios los latidos de la vida baionesa: el movimiento pesquero del puerto; el paso de los carros cargados con los aparejos de pesca, y empujados por los marineros camino de Os Tendales y de A Palma; las pescantinas con sus cestas dirigiéndose a la “Praza do Peixe”en A Ribeira; el caminar lento y chirriante de los carros de bueyes repletos de algas; el mercadeo de las frutas y las verduras en la plaza; el rodar ruidoso del tranvía que anunciaba su llegada y su inminente salida; el creciente tráfico de coches que empezaba a perturbar la tranquilidad del pueblo… los botes de Antonio llevando y trayendo a los veraneantes a la Praia da Barbeira; los grupos de forasteros acudiendo a comer y a cenar al “Bar Moscón” y al “Naveira”, situados en la casa de al lado y en algunas más allá, y los de más renombre del pueblo; el ir y venir de los baioneses a la peluquería de Federico, a dos casas de la nuestra; el rugido de las primeras “Vespas”; el pasear apacible de la gente por la rúa de Elduayen… El balcón ofrecía una perfecta perspectiva de todo cuanto ocurría en Baiona. Para completar el privilegio, el otro balcón que daba a la plaza, nos otorgaba sillón principal para contemplar en las Fiestas de La Anunciada la tradicional “Danza de las Espadas”, el paso de los “Gigantes y Cabezudos”, los conciertos de la Banda Municipal, y por supuesto, la solemne procesión, que haciendo parada en la plaza y con la Virgen mirando al mar, recibía en su honor la espectacular salva de fuegos artificiales lanzados a medianoche desde el muelle. Tampoco faltaron en la plaza actos políticos de relieve, que valiéndose de su protagonismo social en la villa, trataban de conseguir la máxima afluencia de vecinos. Como la colocación de una placa en homenaje a Pedro de Castro; o la visita del gobernador civil con motivo de la inauguración de la Traída de Aguas; o en la inauguración del Monolito de la Arribada a principios de los

sesenta, que pondría fin al singular escenario social para entregárselo a la hostelería, con la total desaprobación del pueblo.

Baiona, Praza Pedro de Castro, años treinta. Los “Gigantes y Cabezudos” en una jornada de fiesta. (Foto ALAR).

Baiona, años treinta. La tradicional “Danza de las Espadas” baila en la Praza da Froita en honor a la Virgen. (Foto ALAR).

Hasta el grupo de titiriteros ambulantes que solía pasar todos los veranos por el pueblo, hacían su función en plena plaza, y le pedían a mis tías -cuando ya habían fallecido los abuelos- que les cedieran como improvisados camerinos las habitaciones de la planta baja… Después, en la actuación, les dedicaban alguna de sus canciones. Recuerdo a las mujeres y a los niños asistiendo al espectáculo, diez de la noche, con sus pequeños bancos individuales… bancos que nunca supe por qué eran tan pequeños y bajitos… y que pasado un tiempo, no se volvieron a ver. Es en 1933, cuando la “Praza da Froita” pasa a llamarse Praza Pedro de Castro, en homenaje al ilustre médico y pedagogo, nombrado “Hijo de Bayona”. El 28 de mayo, las autoridades descubrirían en la fachada de la Casa del Deán una placa conmemorativa, obra de tres canteros sordomudos de Santiago, alumnos de don Pedro. Al solemne acto acude una representación importante de sordomudos del Colegio de Santiago, donde impartía clases el doctor. La Banda Municipal amenizó el acto, presidido por el alcalde, Vicente González Cadilla, con presencia de gran cantidad de vecinos.

Baiona, 28 de mayo de 1933. Placa-Homenaje a don Pedro de Castro en la plaza que pasaría a llevar su nombre. (Foto ALAR).

Baiona, 1916. “Danza de las Espadas” en honor a la Virgen de La Anunciada en la Praza da Froita. Al fondo, la gente subida al murallón. (Foto ALAR).

Baiona, 1952. Recibimiento del pueblo al Gobernador Civil en la Plaza Pedro de Castro. Visitaba la villa con motivo de la inauguración de la Traída de Aguas, proyecto iniciado por Aurelio Rey Alar en su época de alcalde -1949 / 51-, y finalizado por su sucesor en la alcaldía, don José Pereira. (Foto ALAR).

La Praia de A Barbeira era el segundo hogar de los veraneantes. Allí pasaban las mañanas del verano, a veces hasta con mal tiempo. En aquellos años… antes del Parador Nacional y del Club de Yates... era la playa más bella del mundo -opinión del que esto escribe. Escondida entre las murallas del castillo, en un lugar idílico, apacible, silencioso… protegida del viento, con el agua transparente, tranquila y brillante… poca gente de fuera sabía de ella, y no sé por qué razón, los baioneses, por tradición, le han cedido su disfrute a los “madrileños”, que así definían a la generalidad de los forasteros. Para ellos se reservan A Concheira, a Praia dos Frades, A Ribeira...

Baiona, Praia de A Barbeira, años veinte. Tras el arenal existía una frondosa arboleda, que incluso tapaba las murallas. (Foto ALAR).

“El bote de Antonio nos llevaba cada día desde la rampa del muelle de delante de casa hasta su peculiar “embarcadero”, anclado en la misma arena de la playa. Recuerdo el remar pausado de Antonio, que apenas dejaba caer los pesados remos en el agua, sorteando en el camino toda suerte de embarcaciones fondeadas. Y recuerdo también con qué felicidad cedía los remos a cualquier voluntario -yo entre ellos- que supiese remar. Se iba haciendo

mayor, y aquel bote se volvía más pesado cada año. Su sobrino Xoanciño, primero, y Enrique después, le echaban una mano con otro bote. Entre los dos, y algunas gamelas que partían desde A Ribeira, lograban trasladar a decenas de bañistas hasta la Praia de A Barbeira.”

Praia de A Barbeira, años treinta. En el centro, el “embarcadero” de Antonio en plena faena de embarque de bañistas. Detrás, la vieja trainera -también utilizada-, manejada por uno de sus ayudantes, a la espera por si fuese necesario para el traslado. (Foto

ALAR).

“Luego, en el regreso, ya pasadas las tres de la tarde, aún escucho su voz potente avisando desde el “embarcadero” de madera: “¡Úuuuultimo bote! ¡Úuuuultimo bote!”… Y el que no lo cogía era porque se quedaba a comer en la playa… o pasaría de vuelta por las rocas de O Cantiño cuando bajase la marea… También, cómo no, recuerdo al rezagado de turno que cruzaba corriendo la playa para subir a bordo en el último instante, e incluso lo veo remangándose los pantalones para no mojarlos al subir al bote que ya zarpaba.”

Praia de A Barbeira, años treinta. El bote de Antonio, recogiendo a los bañistas para su regreso al muelle. (Fragmento Foto ALAR).

El bote de Antonio formaba parte importante de la vida social de los veraneantes. El cuarto de hora largo de trayecto, entre embarques, acomodar a los pasajeros, esperas y desembarques, era más que suficiente para entablar amistades, comentar novedades, establecer citas para la tarde, cotillear a tope… Parecía un salón de té, aunque sin bebida y sin pastas. Hasta puede que allí mismo se hubieran iniciado idilios de verano… o incluso noviazgos definitivos. Pero cuando las madres coincidían en el viaje, el trayecto se tornaba en un pequeño suplicio para los niños: las presentaciones, los comentarios cursis, las preguntas tontas que nos hacían, lo crecidos y guapos que estábamos… Tan pronto los chicos se hacían algo mayores y con cierta independencia, elegían las rocas de O Cantiño para ir y volver de la playa… que al mismo tiempo acortaba el traslado en más de diez minutos. Claro que esta elección sólo se podía hacer cuando no había marea alta. Mi madre

siempre nos decía que el encanto de la Praia de A Barbeira comenzaba con el paseo en el bote de Antonio, criterio que sólo comprendimos años después al alcanzar la madurez.

Praia de A Barbeira, años veinte. Hasta bien avanzado el siglo pasado, la gente acostumbraba a acudir a la playa vestida de calle, con chaqueta los hombre y vestido las mujeres. Por ello la necesidad de las míticas casetas, que en A Barbeira ocupaban casi la totalidad de la parte superior del arenal. (Foto ALAR).

Nosotros teníamos una caseta pintada en listado color azul y blanco, que todos los años el tío Aurelio se encargaba de recoger hasta el próximo verano. Estaba situada entre las más alejadas de O Cantiño, cercana a la de los Lira y a las de los Bedriñana, propietarios por entonces del castillo. Las casetas de Carolina, la esposa de Antonio el barquero, eran de color blanco, y las utilizaba para alquilar a la gente de paso. Ella se encargaba de mantener limpia la playa, de colocar los parasoles familiares, vendía alguna bebida... y por supuesto recogía las muchas cosas que se dejaban olvidadas las familias. En aquella época, hasta bien avanzados los años sesenta -con la implantación del Parador Nacional-, Antonio y su familia se encargaban de mantener la playa impecable. Por otro lado, nunca hubo ningún accidente digno de reseñar, ni en el propio arenal ni en el traslado en los botes. A Barbeira siempre fue una playa de la máxima seguridad.

A Barbeira, 1926. “Carolina”, el bote del barquero Antonio, embarcando bañistas de regreso al muelle; en medio, el barquillero; las dos últimas casetas son las de los Bedriñana, propietarios del castillo. (Foto ALAR).

Praia de A Barbeira, años cuarenta. El bote de Antonio en la orilla, desembarcando bañistas; en el mar, una de las gabarras empleada en la construcción de la doca -fabricada en “Astilleros Esperón” de A Ribeira-; al fondo, los barcos de pesca amarrados, a la espera de salir a faenar. (Foto ALAR).

Baiona, Ex Colegiata de Santa María, años veinte. De estilo románico ojival, se construyó entre el siglo XII y el XIV. Al fondo, el antiguo coro con su correspondiente órgano, que no se ha conservado tras la restauración de la iglesia en 1976. (Foto

ALAR).

Baiona, Iglesia de Santa Liberata, años veinte. Construida en el siglo XVII por suscripción popular, en honor a la primera mujer cristiana muerta en la cruz en el siglo II. (Foto ALAR).

Cuando llega su festividad, el 20 de julio, la megafonía de la fiesta que recorre el pueblo anunciándola, nos recuerda cada año la leyenda de la santa y de sus hermanas gemelas. Nacida en el año 119 en Balchagia -así se llamaba Baiona por entonces-, fue una de las nueve hermanas gemelas que dio a luz su madre, Calsia. Asustada por el múltiple alumbramiento, pensó que su marido, Lucio Catelio Severo, gobernador romano de Gallaecia y Lusitania, que permanecía lejos en campaña militar, le podría acusar de infidelidades, y ordenó a la nodriza Sila, de su máxima confianza, que en absoluto secreto arrojase a las niñas al Río Miñor. Sin embargo, Sila, de profundas creencias cristianas, las fue entregando a familias que en aldeas cercanas profesaban su misma fe. En plena campaña de persecución del cristianismo, ordenada por el emperador Adriano, las nueve hermanas hubieron de comparecer ante su propio padre acusadas de ser cristianas. Al ser informado el gobernador Lucio de que eran sus hijas, y reconocer su inconfundible parecido físico, les brinda la oportunidad de

abandonar a Cristo a cambio de vivir con los lujos y comodidades propias de su estirpe. Ante su negativa, las manda encerrar, pero todas ellas consiguieron escapar. Poco tiempo después serían capturadas en distintos lugares. Liberata y Marina eran sacrificadas en la cruz cerca de Sigüenza en el año 139, a la edad de veinte años. Las nueve vírgenes y mártires hijas de Baiona son honradas con gran devoción en esta iglesia centenaria, En la placa colocada en su fachada se pueden leer los nombres de todas ellas: Liberata, Xenebra, Victoria, Eumelia, Xermana, Xena, Marciana, Basilia y Quiteria. También el de la nodriza, Sila.

Baiona, Cruceiro da Santísima Trinidade, años vente. (Foto ALAR).

Hablando del interesante patrimonio religioso del casco vellode Baiona, no podemos olvidarnos del Cruceiro da Santísima Trinidade, situado en la antigua calzada romana, y justo en la entrada de la villa de entonces. Se trata de uno de los pocos cruceiroscon baldoquino que se encuentran en Galicia -”o cruceiro tapado” le llamaban los vecinos-, en contra de la prohibición eclesiástica existente, que consideraba que la cruz no debía tener más techo que el cielo. Construido en el siglo XV encima de unas rocas, el crucero es de estilo gótico. A los pies del Cristo hay una imagen de la Virgen, junto a la Dolorosa, la Magdalena y Santiago Apóstol. En el monumento existe un pequeño altar donde se llegó a celebrar la santa misa.

La tradición habla de que el Cruceiro da Santísima Trinidade fue construida a raíz de la mortal epidemia de peste que asoló la villa en aquel siglo, y con el fin de que los enfermos pudiesen oír la misa sin entrar en el pueblo, y contasen así con su consuelo espiritual.

Cruceiro da Santísima Trinidade. (Foto Alar)

Baiona, Ermita de Santa Marta de Baiña, años treinta. (Foto ALAR).

Entre el abundante patrimonio religioso de Baiona, se encuentra la ermita de Santa Marta de Baiña, situada en el alto de la pequeña península. En 1585, fue destruida e incendiada por el pirata inglés Francis Drake, siendo reconstruida por los vecinos de O Burgo en el siglo XVII, conservando el trazado románico original de la primitiva capilla (siglo XIII), con una planta rectangular y una sola nave. El corsario Drake se había asentado en Santa Marta durante su asedio al Castillo de Monte Real. Al fracasar en su intento tras una heroica defensa de los baioneses, tal fue su frustración, que mando incendiar la ermita antes de abandonar el lugar. El pirata, con 1.500 hombres y apoyado por la reina inglesa, se había acercado a las costas gallegas con el propósito de destruir la flota española que el rey Felipe II estaba formando para atacar a Inglaterra. La ermita está cerrada al culto durante toda la semana, excepto en la celebración de una misa en la tarde del sábado, y otra en la mañana del domingo.

Baiona, Santa Marta, años veinte. Tanto la recta de la carretera Vigo-Baiona, como la propia península, aparecen vacías de edificios. Una más de las fotos irrepetibles del tío Aurelio. (Foto ALAR).

La pequeña península de Santa Marta sería invadida con el tiempo por el astillero de los Correa, por varios chalets, e incluso por un bloque de viviendas situado casi en la misma playa. Hace poco, también se construiría un hotel. Del trozo a monte delante de la carretera Vigo-Baiona que se observa en la imagen, poco hay que comentar, como no sea que en ese espacio se establecieron con los años la Conservera de Puga, una fábrica mejillonera y una vieja herrería. Todas estas industrias desaparecieron a causa de la salvaje especulación urbanística que se produjo en esa zona de Baiona. Ahí se han construido unos enormes bloques de viviendas, a cada cual más feo, que han transformado el lugar de una manera determinante. Al entrar en Baiona, lo mejor es dirigir la mirada hacia el mar. El desastre urbanístico también se ha llevado por delante cientos de empleos en las conserveras, en la pesca de bajura, en el correspondiente transporte, en la industria mejillonera...

Puesta de sol desde las murallas del Castillo de Monte Real. Esta es una de las pocas fotografías que podrían repetir hoy en día, (Foto ALAR).

<<La devoción de los marineros de Baiona por la Virgen de La Anunciada proviene -según relataba el patrón Carlos Vilarde un extraordinario suceso acaecido en 1848. Cuentan de mi tatarabuelo, que un día lluvioso de ese año,salió a la mar junto a otras seis pincheiras de Baiona, tripuladas cada una de ellaspor trece hombres. Nada hacía presagiar mayores peligros. A base de remo y vela, salieron a faenar fuera de la bahía. Había dejado de llover y la noche se mostraba apacible y estrellada. De pronto, se levantó un fuerte temporal de viento, el mar se encrespó cada vez más, y las olas batían con estrépito contra las rocas de A Concheira. Los marineros lucharon lo indecible por llegar a tierra, y al final, seis embarcaciones consiguieron entrar en el puerto de Baiona. Pero faltaba una, la “San Telmo” de Juan Vilar, que acabaron dando por perdida tras varias horas de dramática espera. Los vecinos, sobrecogidos por la certeza de la tragedia, ya lloraban amargamente la pérdida de sus trece tripulantes. Los pescadores del”San Telmo” pelearon hasta la extenuación para ganar tierra, pero la tormenta y la fuerza del oleajehabían desmantelado el bote, dejándolosin palo, con la vela destrozada, y los remos tronzados. Desfallecidos y sin medios para gobernar la embarcación, se guarecieron debajo de las bancadas. A aquellos hombres sólo les quedaba pedirle a Dios un milagro. Rezaron tanto y con tanta fe… que el milagro se produjo. La leyenda cuenta que un resplandor celestial cubrió el firmamento, y bajo un dosel azul apareció la imagen de María en el Misterio de La Anunciación. El patrón, de rodillas sobre la borda, dirige una plegaria a aquella visión fantástica, que se va difuminandohasta desaparecer en la noche tenebrosa. Luego aquellos hombres agotados caen en un sueño profundo, y al despertar con la luz del alba, se encuentran varados en las arenas de la playa de A Concheira. ¡Ya estamos en nuestra playa! ¡Qué viva la Virgen de la Anunciada!, grita el patrón.Se había producido el milagro. >>

<<Entre abrazos y lloros de las familias de los trece marineros, nacía esa firma promesa de celebrar una misa solemne todos los años en honor a la Virgen de la Anunciada.>>

Baiona, años treinta. Un barco pesquero de “Os Caringa”, llevando a la Virgen de La Anunciada en procesión por la bahía. (Foto ALAR).

Desde entonces, “Os Caringa” se encargaban de la celebración del día de la Virgen de La Anunciada. Juan Vilar, el tatarabuelo de Carlos, trasladó aquel legado a su hijo Buenaventura, que a su vez se lo encomendó a su hijo Policarpo Vilar. “Policarpo, mientras te corra una gota de sangre por tus venas, no dejes de hacer la misa en honor a la Virgen de La Anunciada.” Años después, en 1918, Policarpo Vilar “O Caringa”, adquiría en Andalucía una bella imagen de La Virgen de La Anunciada, que guardaba y veneraba con devoción en su propia casa. Sólo salía de su aposento el día de fiesta para la procesión. En algunas ocasiones, fue expuesta a los fieles en la iglesia durante la celebración de la novena.

Virgen de La Anunciada. (Archivo familia Vilar).

Baiona, 1925. Solemne procesión de la Virgen de La Anunciada, patrona de los marineros baioneses, recorriendo o casco vello de la villa. (Foto ALAR).

Baiona, 1916. La procesión de la Virgen de La Anunciada se detiene por tradición en el Convento de las Dominicas, donde los marineros bailan la Danza de las Espadas en honor a la virgen. (Foto ALAR).

Esta hermosa panorámica está tomada desde una cueva del Monte San Roque.

(Foto ALAR).

En el Castillo de Monte Real existen tres torres destacadas que se han hecho famosas a través de la historia y de las leyendas populares que las rodean: la Torre del Reloj, la Torre del Príncipe y la Torre de la Tenaza.

Baiona, Castillo de Monte Real, años veinte. La histórica y legendaria Torre del Príncipe, tal vez la más conocida de la fortaleza. (Foto ALAR).

La primitiva torre era utilizada nada más que como faro marítimo, y había quedado media destruida en uno de los muchos ataques que sufrió Monte Boi.

El rey Alfonso V de León la mandó reconstruir en los últimos años del siglo I, y cuenta la leyenda que en 1137 estuvo allí en cautiverio el príncipe portugués Alfonso Enriques, que se convertiría más tarde en el primer rey de Portugal. A partir de aquí la torre pasó a conocerse como Torre del Príncipe. Al parecer, vuelven a destruirla los normandos en uno de los asedios de entonces, y el rey Alfonso XI la levanta de nuevo. Por un Real Decreto de 1337, se ordena a la población de Erizana que “cada casa aporte un cantero por cuatro años.” En 1493 se avistó desde la torre la llegada de “La Pinta”, comandada por Martín Alonso Pinzón, y con Diego Sarmiento, natural de esta comarca, como piloto. Baiona recibía la gran noticia, entrando en la historia como la primera población del continente en saber del descubrimiento de América. La leyenda asegura que el primero que la vio fue un pastor de un monte cercano, que desde entonces se conoce con el nombre de Monte de la Carabela. En 1568, bajo el reinado de Felipe II, la torre se derriba y se edifica de nuevo. En esta época, harto el rey de los excesos y abusos de su hijo y heredero, el príncipe de Asturias, don Carlos de Austria y Portugal, lo manda encarcelar en la Torre del Príncipe. Moriría seis meses después sin salir de su confinamiento. Hay una versión de la leyenda que asegura que en el encarcelamiento estuvo acompañado por una doncella. Otra versión cuenta que una doncella y su pretendiente fueron emparedados en la torre por orden de un padre furioso con sus amoríos. Los desgarradores lamentos de los amantes se mezclarían con el rugido de las olas y el viento en los días de temporal. Y otra leyenda habla de un príncipe encarcelado en la torre, que se escapó durante la noche. Ayudado desde el exterior, descendió con una liana desde lo alto de la torre, bajo por el monte hasta las rocas, y fue recogido por una barca para trasladarlo a la carabela que lo esperaba a pocos metros de la costa. En 1663, siendo gobernador de la fortaleza Payo Gómez de Sotomayor, la torre vuelve a ser edificada. Ya no sufriría cambio alguno hasta nuestros días. En sus muros conserva tres escudos

significativos: uno es de los Austrias, otro de de la villa de Baiona, y el tercero de la casa de Soutomaior.

Castillo de Monte Real, años treinta. Torre de la Tenaza. (Foto ALAR).

La Torre de la Tenaza es otra de las famosas torres del castillo, y fue llamada así por la forma que tiene. Se utilizó siempre como polvorín y almacén de armas, pero en el siglo XV, el Conde de Caminha, el sanguinario Pedro Madruga, que se había adueñado del castillo, la utilizó como mazmorra para encerrar en ella a su enemigo, el obispo de Tui, Diego de Muros. Cuenta la leyenda que Pedro Madruga hizo construir en la torre una celda especial con una pequeña puerta de acceso, y que una vez encarcelado el obispo, ordenó que le diesen de comer

copiosamente para que engordara tanto, que no pudiera salir nunca por aquella puerta diminuta. No llegó a conseguir sus propósitos, porque al poco tiempo de esa afrenta y humillación a la máxima autoridad de la iglesia en la zona, los Reyes Católicos liberaron al obispo y desposeyeron a Pedro Madruga de sus posesiones.

Meses después, y cuando Pedro Madruga viajaba rumbo a Castilla para suplicar el perdón de los reyes, fue encontrado muerto en Alba de Tormes en circunstancias poco claras. Se sospecha que se trató de un ajuste de cuentas de alguno de sus numerosos enemigos.

Castillo de Monte Real. La Torre del Reloj. (Fragmento Foto ALAR).

Y nos queda la Torre del Reloj, la más alta de las tres, que la mandaron construir los Reyes Católicos. Tenía una enorme campana, con la que se alertaba al pueblo extramuros del peligro de los ataques que llegaban por mar, para que se resguardasen con urgencia dentro de la fortaleza. Y escribiendo sobre la historia interminable del castillo, no nos podemos olvidar del tristemente desaparecido Palacio de Monte Real, mandado construir a finales del siglo XIX por su propietario José Elduayen Gorriti, ingeniero y político, marqués del Pazo de la Merced.

Años después, la propiedad del Castillo de Monte Real pasaría al asturiano Ángel Bedriñana, último dueño antes de ser adquirido por el Estado para convertirlo en Parador Nacional.

Baiona, Palacio del Castillo de Monte Real, años veinte. (Foto ALAR).

No resultaba fácil acceder al Castillo de Monte Real cuando era propiedad privada y permanecían cerradas todas sus puertas.

<<El tío Aurelio fue bastante amigo de Ángel Bedriñana, el último propietario del castillo antes de convertirse en Parador Nacional -explica su sobrino Álvaro-. Durante los inviernos lo dejaba encargado de su vigilancia, y de supervisar cualquier obra que se estuviese realizando. Por eso Aurelio, desde ese cargo de administrador, facilitaba aquellas visitas a familiares y allegados. >>

Baiona, Palacio de Monte Real, 1930. La tía Sara, primera por la izquierda, y el tío Álvaro, a la derecha, en una visita al castillo junto a unos amigos. (Foto ALAR).

En 1859, una Real Orden marcó el final del Castillo de Monte Real como fortaleza militar, disponiéndose como consecuencia el abandono de la guarnición y del cuidado de la fortaleza. Años después, en 1872, es adquirido en subasta pública por el ingeniero y político conservador José Elduayen Gorriti, marqués del Pazo de la Merced. En 1880, el nuevo propietario ordena la construcción de un bello palacete sobre las ruinas del antiguo convento y su iglesia, que le servirá como residencia. De estilo neogótico, se convertirá en su interior en una auténtica joya, con espléndidos salones de juegos, de armas, biblioteca, comedor principal... acondicionados con lujoso mobiliario, tapices, pinturas, armaduras y toda clase de ornamentos, muchos de ellos conservados en el actual Parador Nacional Conde de Gondomar.

En la fotografía siguiente, aparecen mis padres y mis abuelos maternos, preparados para asistir a una boda en Baiona. Antes, una bonita visita al Castillo de Monte Real de la mano de Aurelio. Hay que destacar la natural elegancia de todo el grupo.

Visita al Castillo de Monte Real, 1935. De izquierda a derecha: un amigo de la familia, mi padre, la abuela Daría, mi madre, una amiga y el abuelo Camilo. (Foto ALAR).

Baiona, Castillo de Monte Real, 1936. Tres de los hermanos Rey Alar, Gonzalo, Aurelio y Álvaro, con sus respectivas esposas, Daría, Isabel y Sara, a la puerta de la Torre del Príncipe. (Foto ALAR).

Baiona, Palacio de Monte Real, años treinta. (Foto ALAR).

Con la construcción del Parador Nacional, el palacio es derribado en 1963, y del mismo nunca más se supo, como no fuera que sus piedras fueron cuidadosamente numeradas... ¿para reconstruirlo?... ¿en dónde?...

Entre las muchas obras importantes efectuadas a lo largo de la historia en el Castillo de Monte Real, también conocido como Fortaleza de Monte Boi, está el gran pozo de agua dulce mandado construir por el rey Felipe II para abastecimiento de la guarnición y de la población civil. Más adelante se le añadió una cisterna subterránea de grandes dimensiones. La entrada del pozo, que al parecer aún se conserva con agua, está situada cerca de la puerta por donde salían los frailes a cuidar de sus cultivos y a disfrutar de la playa, conocida desde entonces como A Praia dos Frades. El tío Aurelio, desde su privilegiada posición de administrador de Ángel Bedriñana, tuvo oportunidad de realizar cientos de fotografías entre los muchos lugares de interés del castillo. Aunque se conservan varias, pensamos que la mayoría se habrán perdido, al menos, como efectuadas por él.

Baiona, Castillo de Monte Real, años treinta. Entrada al pozo y a la cisterna subterránea. (Foto ALAR).

Una tarde, de merienda con los primos de A Ramallosa en su casa, sacaron a relucir una caja llena de fotografías. Además de las familiares, había muchas y sugerentes imágenes del Val Miñor: reliquias de principios de siglo, varias que testificaban la historia, bellas instantáneas del tío Aurelio… y aparecieron dos con un poético pie de foto. “Son de papá -explicaron, de un reportaje sobre Baiona que hizo para “El Pueblo Gallego” en los años cuarenta.”

Baiona, Castillo de Monte Real, años treinta. … sobre sus recias fortificaciones se alzan los árboles, centinelas del progreso… (Texto de Álvaro Rey Alar) (Foto ALAR)

Baiona, años treinta. Puesta de sol desde Monte Boi.

… los pinos, en muchos sitios, mojan sus raíces en el agua del mar amigo…

(Texto de Álvaro Rey Alar)

(Foto ALAR)

Baiona, Calle de Elduayen, 1928. Placa conmemorativa de la arribada de “La Pinta” en 1493, al mando de Martín Alonso Pinzón. La carabela fue reparada justo en esta zona de la villa, antes de continuar rumbo a Palos de la Frontera. (Foto ALAR).

La Calle de Elduayen, ya antes de serlo como tal, ha permanecido en su papel de testigo silencioso del transcurrir de la vida baionesa durante más de cinco siglos. De sus alegrías, de sus penas, del auge que vivió la villa en sus siglos de oro, XV, XVI y XVII, de su posterior decadencia en los dos siguientes, de los horrores de la guerra, de pestes y hambrunas, de su paulatina recuperación, del progreso… y de su protagonismo en la historia universal con la arribada de la carabela “La Pinta”.

Baiona, Calle del Elduayen, 1920. Delante, en el mar, los bloques de cemento abandonados tras la construcción parcial del muelle. Al fondo, el Monte Sansón sin el monumento de la Virgen de la Roca, que aún no existía. (Foto ALAR).

Otra panorámica de Baiona de finales de los años veinte. Ya aparece la Virgen de la Roca al fondo. En primer plano, una escena típica de la bahía: una gamela avanza hacia el barco fondeado con el marinero xiando -remando con un solo remo por popa. (Foto ALAR).

Baiona, años treinta. La Calle de Elduayen, con la vieja torre del tendido eléctrico -ya suprimida en aquella década-, las vías del tranvía, el desaparecido murallón donde hacían tertulia los marineros, las redes extendidas a secar… (Foto ALAR).

Baiona, años trienta. La Calle de Elduayen vista desde el arenal de A Ribeira. Por detrás de las casas se observa la arboleda espesa del monte, hoy en día completamente poblado de edificaciones. (Foto ALAR).

Baiona, Rúa de San Lourenzo de la Carrera, años treinta. Una de las calles del casco vello, con el pavimento empedrado, y algunas de las pequeñas casas de los marineros a ambos lados, muchas de ellas de una sola planta baja. (Foto ALAR).

Baiona, años treinta. Rúa de Ventura Misa, tal vez la más antigua de toda la villa. En el siglo XIX, el agua del mar llegaba hasta esta zona en marea alta. (Foto

ALAR).

Pocos cambios en el casco vellorespecto al día de hoy. El empedrado del pavimento, la iluminación, alguna casa… y apenas algo más. Es evidente que las leyes lo impiden, lo cual no quiere decir que no haya algún “desliz”… o algunos. Pero las muchas panorámicas de Baiona que tomaba el tío Aurelio hace un siglo… ya no se podrán repetir. En algunos casos, porque ha desaparecido el lugar de la toma, convertido ahora en bloques de viviendas… En otros, porque el paisaje ha cambiado notablemente… Ni la misma bahía de Baiona, que parecería inamovible, es la que tenemos en este inicio del siglo XXI. Ni las frondosas arboledas de entonces han resistido a los años: A Palma, Monte Boi, el Bosque, O Cantiño… Hasta faltaría el Palacio del Castillo de Monte Real, que no se sabe qué desaprensivos se lo han cargado.

Vista panorámica de Baiona, años treinta. La península de Monte Boi contaba por entonces con una espesa arboleda, y aún no había doca ni Club de Yates. (Foto

ALAR).

Otra vista panorámica de Baiona de los años treinta. La vieja lonja, un trozo de bahía lleno de embarcaciones, el murallón, la calle de Elduayen, el “casco vello”, la finca del Aral, los tendales, la Percibilleira casi vacía de casas, la subida a la Virgen de la Roca… (Foto ALAR).

Panorámica del “casco vello” de Baiona de los años treinta. Destaca la “torre del reloj”, el campanario del convento de las dominicas, la “Praza do Peixe”, el arenal de A Ribeira con las embarcaciones varadas, el espeso arbolado de A Palma, las murallas del castillo… (Foto ALAR).

Baiona, principio de siglo. Los botes y las gamelas varadas en la arena; las murallas de O Cantiño sin almenas, y el precioso pinar ocupado hoy en día por el Club de Yates. (Foto ALAR).

Mis abuelos se casaron en Baiona en 1892, y después de residir algo más de un año en la Praza da Aurora -aún existe la casa, ocupada ahora por el Restaurante El Patio-, se trasladaron a Santa Cristina de A Ramallosa. Vivían en una casa colindante con el estuario del río Miñor. Allí nacieron sus seis hijos, Aurelio (1904) y Gonzalo (1906) entre ellos, mi tío y mi padre respectivamente. Ninguno de los cuatro varones quiso ser marinero, porque al contrario que en Baiona, las gentes de A Ramallosa y Sabarís se dedicaban preferentemente a las labores del campo, a la ganadería, a los “oficios” -carpintero, fontanero, hojalatero, zapatero, albañil…-, y las tradicionales ferias de los lunes, que se venían celebrando puntualmente desde hacía varios siglos, invitaban a no pocos vecinos a afanarse en tareas comerciales. De manera que los niños de la familia pasaron su infancia corriendo por A Ponte Vella, bañándose en el río, pescando sollas en las arenas del Miñor, acudiendo a la cataquesis de la capilla de Santa Cristina, recibiendo sus primeras enseñanzas en la Escuela Provalle de Mañufe… y sobre todo, disfrutando de los lunes en la Feria de Sabarís. Cuando el colegio se lo permitía, se pasaban allí toda la mañana desde muy temprano. Curioseaban por un lado y por otro, observándolo todo en medio del barullo de la gente. Los puestos de ropa, de calzado, de fruta, de alimentos… artesanos zapateros, hojalateros, carpinteros, joyeros, reposteros… la compra y venta de ganado… vacas, cerdos, mulas… las pescantinasofreciendo sardinas recién pescadas… La Feria marcaba en gran medida la vida de la parroquia. Se celebraba oficialmente desde 1497 gracias a un privilegio concedido a Baiona por los Reyes Católicos. En principio se asentó en el interior de la fortaleza de Monte Boi, más tarde salió a la misma villa, y definitivamente, a petición de comerciantes y agricultores, se instaló a lo largo del Camiño Real que pasa por A Ponte Romana, en el mismo centro de Sabarís.

1914. Panorámica de la Feria de Sabarís. (Foto ALAR).

Años treinta. Comerciante ambulante por Baiona. (Foto ALAR).

1928. Mercado de Sabarís. (Foto ALAR).

Sabarís, Porta do Sol, años treinta. Fiestas Patronales de Santa Cristina. Con los años, el lugar pasaría a llamarse Praza de Victoria Cadaval, en honor a la gran benefactora de la parroquia. (Foto ALAR).

Sabarís, 1931. Entierro de don Julián Valverde Pérez, benefactor del pueblo, y persona muy querida por los vecinos, que acudieron en masa al sepelio. (Foto ALAR).

El matrimonio Julián Valverde Pérez y María Victoria Rodríguez Cadaval fueron grandes benefactores de la parroquia de Santa Cristina de A Ramallosa. Entre sus muchas donaciones, figura la nueva Iglesia de Santa Cristina, inaugurada en 1920, en sustitución de la vieja capilla. Financiaron también las mejoras del Cementerio Municipal, y afrontaron la restauración de A Ponte Vella de A Ramallosa. Asimismo, regalaron al pueblo la sede del Casino Recreativo de Sabarís. Con el paso de los años, el Concello de Baiona le dedica en Sabarís con su nombre, Rúa de Julián Valverde, la calle que va desde el puente de A Ramallosa hasta la plaza del centro, que también en homenaje a su esposa, pasaría a llamarla Praza de Victoria Cadaval, justo donde se ubica el viejo puente romano del Camiño Real, y el centro original de la Feria de los lunes. En el inicio de la calle, aún se conserva la señorial casa donde residía el matrimonio.

Sabarís (Baiona), 1917. El Obispo de Tui, Leopoldo Éijo Garay, en el acto de colocación de la primera piedra de la Iglesia de Santa Cristina, donación de Julián Valverde Pérez y Victoria Rodríguez Cadaval. Sería inaugurada en 1920. (Fotos

ALAR).

Sabarís (Baiona), 1920. El Obispo de Tui, Manuel Lago González, rodeado de fieles y acompañado por los sacerdotes de la comarca, llegando al acto de consagración para el culto de la Iglesia de Santa Cristina. El costo del templo ascendió a 200.000 pesetas, y fue costeado por el matrimonio Julián Valverde Pérez y María Victoria Rodríguez Cadaval. (Foto ALAR).

Sabarís, años treinta. Desde la zona del estuario da Foz, frondosa como se puede observar en la imagen siguiente, está tomada esta panorámica de A Ponte Nova y de las primeras casas de A Ramallosa que todavía se conservan. (Foto ALAR).

A Ramallosa, 1929. Desde las primeras casas de la carretera a Gondomar, se contempla la pequeña arboleda -hoy desaparecida- que ocupaba un bello lugar a pie del estuario del río Miñor. El tranvía cruza A Ponte Nova, y a su lado, A Ponte Vella, en el Camiño Real de los romanos, que sigue vigilante el paso de las gentes del lugar. Al fondo, a la izquierda, emerge la torre de la Iglesia de Santa Cristina. (Foto ALAR).

Cuentan de la visita a Baiona de los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia en 1927, que “Joselín”, el célebre alcalde, al pararse la comitiva al llegar a la villa, se dirigió al coche del rey, abrió la puerta y le dijo: “Majestad, el pueblo de Baiona quiere aclamar a surey a pie firme y vitorearle hasta el Castillo de Monte Real”. Alfonso XIII, obediente, se apeó y siguió las instrucciones del alcalde. Fue caminando junto a la reina hasta la puerta del castillo, en medio de las aclamaciones del pueblo, y rompiendo el protocolo establecido, que no era otro que la recepción se efectuara a la entrada de Monte Real. El alcalde “Joselín” había decidido por su cuenta recibir a los reyes al comienzo de la Calle de Elduayen, a la altura de la Praza da Froita… y así se hizo. Luego el rey Alfonso XIII, después de su visita a Baiona, declaraba: “Es la primera vez que un alcalde me pone a sus órdenes” .

Baiona, 28 de septiembre de 1927. Arco floral al comienzo de la Calle de Elduayen para recibir a SS. MM. los reyes de España, Alfonso XIII y Victoria Eugenia. (Foto

ALAR)

Los reyes pasan por la desparecida fábrica de salazón -a la izquierda- y por la Praza do Peixe -también desaparecida- a la derecha, y atraviesan el artístico “Arco de la Marina”, al comienzo de A Palma. (Foto ALAR).

Baiona, 1927. Paseo por la villa de la comitiva del rey. De izquierda a derecha: el conde de Maceda, SS. MM. el rey Alfonso XIII, el excmo. Marqués de Quintanar, y don Enrique Troncoso, capitán de la Marina Mercante. (Foto ALAR).

Paso de la comitiva real por A Palma, de camino a la puerta del Castillo de Monte Real. El rey Alfonso XIII, oficiales de la Marina, Belarmino Misa, la reina Victoria y el alcalde “Joselín”. A la derecha, marineros de la Danza de la Espadas, que le ofrecieron su actuación a los reyes. (Foto ALAR).

Recepción a los reyes en el Castillo de Monte Real. Entre otros: Ángel Bedriñana, propietario del castillo, la reina Victoria Eugenia, Isabel Ante, esposa de “Joselín”, el alcalde José Rodríguez de Vicente “Joselín”, SS. MM. el rey Alfonso XIII… (Foto ALAR).

La construcción de la Virgen de la Roca contiene ensimisma una larga historia. Su gran promotor, el ingeniero Laureano Salgado (Cuntis, 1847/1930), testigo de la colocación de la primera piedra el 18 de septiembre de 1910, y luchador infatigable durante su ejecución, no podría asistir a su inauguración el 14 de septiembre de 1930, veinte años después, al fallecer unos meses antes.

Baiona, Virgen de la Roca, años treinta. (Foto ALAR).

El monumento, proyecto del arquitecto porriñés, Antonio Palacios, y realizado en la cima pelada del Monte de San Roque, a noventa y cinco metros sobre el nivel del mar, acabaría en una altura definitiva de 15 metros, rebajando algo la medida del pro-

yecto inicial. Más de un obrero perdió la vida al precipitarse al vacío desde los andamios, a causa del enorme vértigo.

Baiona, 1929. Acto religioso en la Virgen de la Roca, con la presencia del general don Miguel Primo de Rivera. A su lado, entre otros: el juez Ulpiano Nogueira, el comandante de Marina don José Rufo, doña Mercedes de la Escalera, destacada promotora del monumento, José Rodríguez de Vicente “Joselín”, alcalde de Baiona, Paco Pereira, teniente alcalde, Belarmino Misa, concejal… (Foto ALAR).

La Virgen de la Roca fue construida por suscripción popular, y debido a serias dificultades económicas, estuvo parada en algunas ocasiones, a pesar de las muchas iniciativas destinadas a recaudar fondos. En agosto de 1910 se ofrece una brillante fiesta literaria-musical en el “Teatro Zorrilla” de Baiona. En septiembre de ese mismo año, se estrena en la villa la obra “La Virgen de la Roca”, con libreto de José María R. Barreiro, y música de Ángel Rodulfo, con el teatro completamente lleno, y en donde los autores tuvieron que salir a escena varias veces para recibir las aclamaciones del público. Su representación recorrió varias capitales de Galicia, y llegó hasta el Teatro Real de Madrid, donde la reina Victoria Eugenia acudió como patrocinadora del evento.

A Ramallosa, A Ponte Vella, 1930. Cruceiro, imagen de SanTelmo y altar. (F. ALAR)

<<Aún hoy en día -nos comentaba mi padre en los años setenta-, se sigue hablando de un rito ancestral conocido por “Bautismo Prenatal”. Si pasáis por A Ponte Vella, a veces comprobaréis que hay flores depositadas al pie de San Telmo. Son de alguien que ha hecho ese rito la noche anterior, o deja la ofrenda de flores para dar gracias al santo por un feliz alumbramiento. >>

<<Esta práctica supersticiosase realiza sobre determinados puentes con ciertas características. Deben ser viejos, y preferiblemente construídos por los romanos o por los moros. Otra característica del puente para su eficacia es que posea un cruceiro en el centro, o esté situado al pie de una capilla, aunquemuchos puentes en los que se realiza este rito bautismal no cumplen esas condiciones. El “Bautismo Prenatal” consiste en el bautizo de la criatura en el vientre de su madre. El rito comienza con la llegada de la futura madre al puente poco antes de las doce de una noche de lunallena, acompañada al menos por dos personas. La comitiva debe llevar consigo todo tipo de comidas y bebidas como si de un bautismo normal se tratara. La madre tiene que ir provista de un cubo, y de una cuerda tan larga como la altura del puente en su punto medio.Se coloca ella sola en el centro del puente, y los acompañantes esperan en la dos entradas del puente para impedir que nadie, persona o animal, cruce hasta las doce de la noche. Llegadas las doce, se invita al primer hombre o mujer a que se acerque a ser el padrino o madrina del bautizado. "¡Home o muller de boa ventura, bautízame esta criatura!". La invitación nunca debe ser forzada, ni obligar a nadie, pero si no la acepta, no se lepermitirá el paso al puente. Cuando un viandante acepta la invitación, que es lo habitual por tratarse de una obra de caridad, se acerca el solo al altar situado en medio del puente, y con el cubo atado a la cuerda coge un poco de agua del río. Luego vierte el agua sobre el vientre de la mujer, bien directamenteo con un hisopo hecho con una rama de olivo, a la vez que reza las mismas palabras que pronuncia el sacerdote en un bautizo normal. "No nome do Pai, do Fillo e do Espírito Santo", pero cuidando de no acabar ni él ni nadie, con la palabra “Amén”, pues silohiciera, el niño no nacería. >> <<Tambien existe otra fórmula más larga y complicada:

“Eu bautízote coa auga do Xordán como o señor San Xoán bautizou ó señor Xesucristo. Se meniña has nacer, o nome da Virxe has ter.

Se de varón tiveres condición, tera-lo nome de San Amaro glorioso que se senta á mesa de Deus, o Noso Señor Todopoderoso.”

“Nin can nin gato” debe pasar por el puente mientras se hace el rito. Si alguien lo hiciera, el rito debe comenzar de nuevo. Acabado el bautizo, se deja libre el paso por el puente y comienza la celebración de la fiesta, agrupándose todos en una de las entradas del puente o a la orilla del río para comer todo lo que llevaban preparado. Por fin, cuando ya no puedan comer ni beber más, se regresa al medio del puente, y se tira de espaldas al río y por encima del hombro toda la comida y bebida sobrante, incluído el mantel, vasos y cubiertos, fórmula eficaz para romper cualquier maleficio, y a modode pago de los poderes mágicos del río para asegurar el feliz nacimiento del niño. Cuando por fin llega el nacimiento, se repite la ceremonia del bautismo, pero ahora en la iglesia y con el cura, asistiendo comopadrino o madrinala misma persona que realizóel bautismo del puente. Usualmente, el niño recibía el nombre de su padrino. El “Bautismo Prenatal” fue prohibido por la Iglesia hace varios siglos, pero aún existen lugares y familias, que a pesar de todo, siguen con la tradición ancestral de los antepasados. En el Valle Miñor, San Telmo sigue recibiendo las plegarias de las futuras madres para un buen alumbramiento… y quién sabe si todavía se practicará en ocasiones el legendario rito. >>

A Ponte Vella, 1930. El cruceiro de San Telmo en el centro del puente. (Foto ALAR).

A Ramallosa, 1926. O Cruceiro de San Campio. Por detrás, se ven los postes de electricidad del tranvía recién inaugurado. Las piedras esparcidas por el suelo son restos de la construcción de la nave-taller instalada a un lado de la Capilla de San Campio. (Foto ALAR).

A Ramallosa, años veinte. El viejo barco abandonado delante del puente, permaneció allí durante años. En aquellos tiempos, en el río fondeaban pequeños barcos y lanchas de marineros de la zona, que naturalmente se veían obligados a esperar la subida de la marea para salir de faena. El tranvía pasaba cada hora por el puente con destino a Baiona. Lo volverá a hacer al cabo de media hora con dirección a Vigo. (Foto ALAR)

Gondomar, años veinte. La Alameda. (Foto ALAR).

Baiona, A Palma, años treinta. Se puede observar como un aparejo ocupa en su secado la casi totalidad del campo. En esa época, este espacio se dedicaba casi por completo para ese fin. A la izquierda, el obelisco en homenaje al gran benefactor de la villa, el Marqués don Ventura Misa y Bertemati. Con anterioridad, el monumento se encontraba ubicado delante del Hotel La Palma, hacia el Rompeolas. De este lugar de la fotografía, se trasladaría de nuevo en los años sesenta al inicio de A Ribeira, próximo a la carretera Vigo-Baiona. En la actualidad, año 2017, el monolito sufriría su cuarta ubicación desde que fue inaugurado a principios del siglo pasado. Se encuentra ahora en el patio del Museo de la Navegación, que da a la Rúa do Conde. El Palco de la Música, obsequio al pueblo de Ángel Bedriñana -antiguo propietario del Castillo, se pasaría al centro de la arboleda, cercano a la entrada del Castillo de Monte Real. En los años cincuenta, ya con el espacio liberado de obstáculos, comenzaría en el campo de A Palma a escribir su historia el mítico equipo de fútbol del Erizana, el de los Cabecitas, Montaña, Lanina, Rato, Papelitos, Isaac, Pití... Con la inauguración del Parador Nacional Conde de Gondomar, A Palma tuvo un cambio radical, y el histórico fútbol del Erizana en aquel peculiar campo, se acabaría en 1965. (Foto ALAR).

La casa de A Ramallosa de los tíos estaba situada en pleno centro del pueblo, en el cruce estratégico de todos los caminos. Desde la misma galería, sentado con tranquilidad en uno de aquellos confortables sillones de mimbre, se observaba con claridad absoluta el movimiento vecinal, el ir y venir de la gente por los puentes, el paso de los coches -antes carruajes de caballospor las carreteras de Vigo, de Baiona, de Gondomar… y a partir de los años veinte, con la estación situada a cien metros, también se veía pasar el tranvía. Hasta se contemplaba el estuario de A Foz, llenándose y vaciándose al ritmo de las mareas.

A Ramallosa, 1926. La casa de los tíos. (Fragmento Foto ALAR).

Los padres de la tía Sara, les contaban que años antes, en 1905 más o menos, el agua del río alcanzaba el muro de la finca de la casa cuando había marea alta. Las gamelas de los pescadores llegaban directamente del mar a vender las sardinas en la Feria de Sabarís de los lunes, y decían los padres que incluso ellos mismos se las compraban desde la misma galería. Claro que entonces lo terrenos de la huerta de casa llegaban hasta el mismo río, y tan sólo un pequeño muro los separaba del agua en las mareas altas, o en las crecidas del Miñor a causa de las lluvias del invierno.

<<El abuelomaterno–cuenta la prima Ángeles- tenía una gamela fondeada delante de una puerta que había en el muro, que comunicaba directamente con el río. Salía a veces a pescar o a dar un paseo río arriba con la subida de la marea. Cuando se tiró la vieja casa para construir la actual, en 1983, aparecieron en el sótano los remos de la lancha, medio podridos. Llevaban allí casi un siglo. Por esa misma puerta soltaba los patos que tenía en la huerta, para que se paseasen por el río. - ¿Y qué pasó con los terrenos?-le pregunto. - Los terrenos les fueron expropiados con la llegada del tranvía. Las naves de los talleres y las cocheras estaban justo en la huerta de casa, y las vías pasaban por delante de la galería. Lo que no tenemos muy claro los nietos es si le pagaron la expropiación al tío cura, propietario de la finca, o fue simplemente una donación.

A Ramallosa, 1926. Las cocheras y la nave-taller del tranvía, detrás de la capilla de San Campio. A la izquierda, el cruceiro. A la derecha se observan los postes del tendido eléctrico de la vía recién instalados. (Fragmento Foto ALAR).

Delante de la casa de los tíos, en el primer cuarto de siglo, se celebraba la popular y concurrida Feria del Ganado, competencia de otra celebrada periódicamente en Gondomar. La feria de A Ramallosa acabó despareciendo en los años veinte, y la otra poco después. Con la repoblación forestal de la sierra de A Groba, se fueron perdiendo pastos para el ganado, y como consecuencia se produjo una lenta disminución de la cuadra ganadera de la zona.

A Ramallosa, 1926. Feria del Ganado, delante de la casa de los tíos. (Foto ALAR).

A Ramallosa, 1926. Feria del Ganado. Detrás de la Capilla de San Campio se ve la nave-taller de la estación de los tranvías. (Foto ALAR).

A Ramallosa, 1926. Feria del Ganado. El tranvía circulaba por el medio de la gente y del ganado. Al fondo, el puente. (Foto ALAR).

A Ramallosa, 1928. Los ganaderos bajan el ganado por la carretera general de VigoBaiona, en dirección a la feria que se celebra en la finca de A Romana. (Foto ALAR).

Al principio, la Feria del Ganado se hacía delante de la casa de las tías, pero al cabo de un tiempo, el Concello expropió unas tierras en el barrio de A Romana para establecerla allí con más amplitud y comodidad.

A Ramallosa, 1928. Feria del Ganado en A Romana. (Foto ALAR).

A Ramallosa, 1928. Feria del Ganado en A Romana. Los postes del tranvía indican que ya funcionaba la línea A Ramallosa-Gondomar. A la derecha, el popular “Bar Galicia”. (Foto ALAR).

Con la desaparición de la feria, aquel espacio reservado se convertiría en una enorme explanada de hierba donde jugaban los niños, hasta que los antiguos expropiados reclamaron su propiedad.

A Ramallosa, A Romana, 1928. Grupo de ganaderos en la Feria del Ganado. (Foto

ALAR).

Carro de bueyes, con los aperos de labranza, en la Feria del Ganado de A Romana. (Foto ALAR).

Aurelio Rey Alar nos ha dejado esta extraordinaria panorámica de los años treinta. El Monte Sansón estaba completamente pelado, y el monumento se levantaba solemne, sin árboles que dificultasen su visión. La Virgen de la Roca, desde sus cien metros de altura sobre el nivel del mar, se asoma a la bahía brindando su protección al navegante. (Fragmento Foto ALAR).

En el Castillo de Monte Real se observa el antiguo Palacio; en la Praia de A Concheira aún estaba el balneario; el pequeño muro que había delante de las murallas ya no existe; se vislumbra extramuros la “Horta dos Frades” ; en la carretera de A Guarda se ven los últimos chalets… y por la ladera del Monte Sansón asciende el sendero que llevaba a la Roca. (Fragmento Foto ALAR).

<<Ahora este monte se conoce como la Virgen de la Roca -me contaba la tía Amparo hace muchos años-, pero en realidad es el Monte Sansón. Antes estaba completamente pelado, y cuando se comenzó a construir el monumento, no había ni un sólo árbol. Tampoco existía carretera como ahora, y los obreros subían las piedras degranito en carros de bueyes por caminos llenos de baches y de pedruscos, y en ciertos sitios dificultosos, incluso tenían que ayudar a los animales empujando por detrás. La obra comenzó en 1910, y tardaron veinte años en acabarla, dicen, que con menosaltura de lo previsto por su creador, el prestigioso arquitecto porriñés Antonio Palacios. Cuentan que a pesar de la protección de los andamios, los obreros sentían mucho vértigo, y que uno de ellos se mató al caer al vacío. Así que la Virgen de la Roca, aún con la rebaja, se quedó nada menos que en quince metros de altura. >> El Monte Sansón se eleva noventa metros sobre el nivel del mar, de forma que sumándole los quince de la Virgen de la Roca, se consiguen desde la barca unas vistas espectaculares. <<El coste de la obra se hizo por suscripción popular -me explicaba el tío Aurelio-, pero tardó en finalizarse más de lo previsto por falta de dinero en algunos momentos. Al final se inauguró en 1930, y fue bendecida por el Señor Obispo. La Virgen es de granito, excepto la cara y las manos, que son de mármol blanco, obra de un escultor madrileño. Lacorona es de porcelana. Años después de su inauguración embellecieron el entorno, pusieron bancos y mesas, e incorporaron las escaleras y elVía Crucis. También construyeron debajo del monumento a la Virgen, en una pequeña cueva entre las rocas, un altar donde se celebra misa en las festividades, con una sencilla cruz de piedra por detrás. >> La imagen de la Virgen de la Roca es hueca, y se accede a su mirador -situado en un barco sostenido por un brazo de la Virgen- por unas escaleras de caracol en su interior. Tiene capacidad para cinco personas. La idea originaria del monumento fue del ingeniero y empresario Laureano Salgado, natural de Caldas de Reis.

Baiona, la Virgen de la Roca, recién inaugurada n 1930. (Foto ALAR).

<<Yo estuve en la inauguración de la Virgen de la Roca -contaba mi padre. Me mandó “El Pueblo Gallego” a cubrir la información. Acudió todo el vecindario… vosotros también -y mira a los tíos de Baiona, que asienten con la cabeza-. Fue un acto muy emocionante. >>

Baiona, años veinte. Los chalets de la colonia veraniega ocupan espacios preferentes al pie de la carretera Baiona-A Guarda, justo delante del Rompeolas. A la izquierda, “Casa Enriqueta” de los Mulder; le sigue “Villa Emma” de los Zarauza, “Villa Rosa” de los Mirambel, y detrás, asoma “El Gurugú”, de los Prieto Cuervo. Enfrente, aguarda uno de los escasos coches del momento. (Foto

ALAR)

Siendo alcalde Benigno Rodríguez Quintas, años setenta, el pueblo de Baiona acordó concederle a José Rodríguez de Vicente el nombre de una calle, Avenida de Joselín. Se inicia en la Praia de A Concheira, y sigue hasta la curva del Rompeolas.

(Foto ALAR, 1930).

Baiona, años treinta. Vistas del Rompeolas. A la derecha, el Monte Sansón pelado de árboles, con la Virgen de la Roca en la cima. Al fondo, Monte Boi y el Palacio del Castillo de Monte Real. (Fotos ALAR).

Sin embargo, entre los cientos de fotografías que nos ha dejado Aurelio Rey Alar, que reflejan una a una los radicales cambios que se han producido en la villa, hay algunas imágenes -muy pocas- que sí permanecen intocables en la actualidad con la vigencia de antaño. Mientras la mayoría se hacen irrepetibles, las vistas del Rompeolas captadas por el fotógrafo baionés, se podrían hacer hoy en día en cualquier momento.

Baiona, años veinte. Vista del Rompeolas desde la carretera Baiona- A Guarda. Al fondo Cabo Silleiro. (Foto ALAR).

Vistas del embravecido mar de Baiona tomadas en los años veinte. Hoy se podrían repetir, en este caso, gracias a que el poder de la mano humana no alcanzó a modificar las fuerzas de la naturaleza. (Fotos ALAR).

“O Cruceiro de Mañufe”, también conocido como “O Cruceiro do Acordo”, está acompañado de un “peto de ánimas” en su base, y una alegoría al pecado original simbolizado por la serpiente que asciende por el fuste de la cruz. En el alto, además del Cristo, hay una imagen de la Dolorosa. Construido entre el siglo XVI y XVIII. Se conoce por “O cruceiro do Acordo”, porque era el lugar donde se reunían los alcaldes pedáneos del Partido del Val Miñor durante el Antiguo Régimen, para llegar a acuerdos comunes. (Foto ALAR).

Baiona, años treinta. Uno de los cruceiros del atrio de la Ex Colexiata de Santa María, que marcan el Vía Crucis alrededor de la iglesia. (Foto ALAR).

Baiona, años treinta. Otra perspectiva de uno de los cruceiros del atrio de la Ex Colexiata de Santa María. Al fondo se ve el Castillo de Monte Real. Los cruceiros alrededor de la iglesia que marcan las estaciones del Vía Crucis, fueron recuperados poco a poco por los sucesivos párrocos. Se encontraban desperdigados por toda la villa, y la tarea de los curas de reunirlos alrededor de la iglesia, les costó no pocas riñas con los vecinos. Pero el poder de la Iglesia por entonces era poco menos que insalvable. (Foto ALAR).

Baiona, años treinta. Cruceiro de San Patrick, situado delante del Rompeolas. Construido en memoria de San Patricio, el apóstol de Irlanda, que según la tradición llegó a Baiona predicando el Evangelio. Era costumbre de los baioneses, fotografiarse alrededor de este cruceiro, y sería raro que no se conserve en los álbumes familiares algún testimonio de ello. Ahora, en cambio, se ha perdido este escenario tradicional para las fotografías con la familia o con amigos. (Foto ALAR).

Baiona, años veinte. “La casa de Baiona” de la familia Alar, en el centro de la imagen, cercana a la antigua rampa del muelle, con el blanco caleado de sus paredes, con las ventanas y el balcón de la fachada que daba a la “Praza da Froita”, con el mítico balcón cara al mar, con el “Bar Alar” -más tarde “Bar Blanco”-, en el bajo… Fue testigo preferente de la vida baionesa durante casi un siglo. Su desaparición en los años setenta marca un antes y un después de la villa. (Foto ALAR).

Hace unos años, en mayo de 2011, el Concello de Baiona realizaba una interesante exposición en el Museo de la Navegación con la obra fotográfica de Aurelio Rey Alar, gentilmente cedida por sus hijas Isabel y María Cruz, herederas legítimas de la colección. Alcanzaría un éxito de público sin precedentes. Fue visitada por la mayoría de los vecinos de la villa, además de contar con la afluencia masiva de miñoranos de los concellos de Nigrán y Gondomar, y también de paisanos de Baredo, Oia, O Rosal... En la inauguración se presentaría un documental sobre la vida de Aurelio Rey Alar, que recorría sus primeros tiempos de joven, su actividad fotográfica, el enlace matrimonial con Isabel Vilar Fernández, su época de alcalde, el desempeño del cargo de concejal en varias ocasiones, mostraba la popular ferretería de “Aurelito”, nombre por el que era conocido por mucha gente de Baiona... Mientras la exposición se mantenía abierta al público en el Museo de la Navegación, el documental, con una duración de cerca de diez minutos, se exhibía en la pantalla con las imágenes y su música dando ambiente de fondo a la sala.

Museo de la Navegación de Baiona.

Recogida en su día la exposición de Aurelio Rey Alar del Museo de la Navegación, las fotografías, enmarcadas individualmente, desaparecieron en el edificio del Concello de Baiona, sin que nadie supiera de su paradero. Pasado un tiempo prudencial sin que las fotografías se mostrasen al público de alguna forma -juntas o por separadoen las instalaciones municipales -biblioteca, auditorio, pabellón de deportes, oficinas..., tal como estaba condicionado en la cesión, las hermanas Isabel y María Cruz Rey Vilar optaron por reclamar a la corporación municipal la devolución de la colección fotográfica de su padre. Nadie sabía de ellas. Se averiguó que las fotografías permanecieron olvidadas durante más de un año, en un rincón de una de las muchas oficinas del Concello. Más tarde desaparecieron de aquel lugar, y desde hace poco se sabe de forma casual que la colección está arrinconada y abandonada en un almacén del personal de limpieza del Concello, aunque se sospecha que faltan bastantes fotografías. María Cruz Rey Vilar -fallecida su hermana Isabel- viene haciendo gestiones y reclamando la citada devolución desde 2013, sin que por el momento haya tenido una respuesta adecuada -y por otro lado obligada- por parte del Concello. Ni sí ni no... sino todo lo contrario.

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