La casa de Baiona

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La CASA de BAIONA LUIS ALBERTO REY LAMA

Vientos de Erizana Luis Alberto Rey Lama


Bibliografía y Fotografía Fondo Local de la Biblioteca Pública Municipal de Baiona. “O Val Miñor na tarxeta postal”, de Salvador Fernández de la Cigoña. “Bayona de Galicia”, de Héctor Barreiro Troncoso. “Crónicas y estampas de Baiona la Real”, de Salvador Fernández de la Cigoña. “Historia de Bayona”, de Antonio de Mauricio. “Imaxes para a memoria”, de IEM Instituto de Estudios Miñoranos. “Co sal nas mans” de Paulino Ambrosio Costas Blog de Baiona TV Colección fotográfica de Aurelio Rey Alar. Luis Alberto Rey Lama, septiembre de 2013 Diseño de Cubierta: Carlos Veiga Fotografías de Cubierta: “El Universo” y Aurelio Rey Alar Corrector de Texto: Rubén Rey Primera Edición: Noviembre de 2013. Editorial PICA Galicia


A mi familia de ayer y de hoy. ---------------------


INTRODUCCIÓN

Quería escribir sobre mi familia de Baiona. Era una deuda que tenía conmigo mismo. “Será un texto breve, sencillo, entrañable, casi íntimo…”, pensé. Pero al indagar en la vida de mis familiares, me fui encontrando con imágenes, escenas, anécdotas, vivencias, leyendas… que no podía pasar por alto. Se me presentaba la obligación añadida de retratar una época, con sus gentes, sus costumbres, sus vicisitudes… Baiona se ofrece repleta de historia en sus monumentos, en su castillo, en las arenas de sus playas, en los montes, en las aguas de su mar, en las islas… en su singular idiosincrasia… En mi empeño de aspirante a escritor -que llegaré a serlo, pero malo-, quiero dejar a mis descendientes este legado sobre la tierra de sus antepasados. Pretendo que la conozcan palmo a palmo de la mano de “sus mayores”, que lleguen a sentirla en el alma, y la amen como en su día la amaron sus tatarabuelos, sus bisabuelos, sus abuelos, sus padres, sus tíos, sus primos... Lo que de ninguna manera pretendo es hacer del contenido de estas páginas un documento histórico, porque aunque hay bastante de realidad en todas ellas, la fantasía del escritor siempre añade algún elemento de ficción fruto de su propia inventiva. Los dos libros que contienen este extenso relato, “La CASA de BAIONA” y “AYER en BAIONA”, beben de los recuerdos familiares, y de la memoria de los baioneses y de los veraneantes tradicionales, que tan bien y con tanto


calor me han ido prestando vivencias e imágenes de su tiempo. Lo que aseguro es que los dos libros están escritos desde el corazón, y no son sino fiel reflejo del amor que este baionés de adopción siente por esta villa tan maravillosa…


ÍNDICE Página

____________________________ I

Los abuelos y “la casa de Baiona” ......................... 11

II

Las “historias” de la tía Carmen ............................ 23

III

La vida de los abuelos ............................................ 37

IV

El transporte ........................................................... 51

V

El tío Álvaro ........................................................... 65

VI

A Ribeira ................................................................ 97

VII

El tío Aurelio ........................................................ 123

VIII

El viejo Erizana .................................................... 159

IX

La tía Amparo ...................................................... 181

X

La Rúa de Elduayen ............................................. 191

XI

Las torres del castillo ........................................... 211

XII

Naufragios ............................................................ 221

XIII

La Virgen de la Roca ........................................... 247

XIV

La Praza da Fruta ................................................ 265

XV

Personajes............................................................. 277

XVI

Rúa Ventura Misa ................................................ 309

XVII Estampas de verano .............................................. 333 XVIII El Palacio de Monte Real ..................................... 357 XIX

Mis padres ............................................................ 377


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I. Los abuelos y “la casa de Baiona” El abuelo Daniel se enamoró muy joven de Baiona… y en especial de una baionesa. No se sabe qué fue primero, si la belleza natural de la villa o la fresca lozanía de la muchacha… o tal vez ocurrieran las dos cosas al mismo tiempo… y hasta puede ser que como consecuencia una de la otra. Natural de Tui, el abuelo era huérfano de padre y de madre sordomuda; persona educada y discreta, de un porte señorial, estatura media, fuertote, con cierta cultura para aquellos tiempos, y sastre de oficio. Contaba con veinte años cuando comenzó a cortejar a la que terminaría por convertirse en su esposa. A nosotros, los nietos, al ir creciendo, nos intrigó el hecho de que hubiese encontrado a su pareja en un lugar tan alejado de su pueblo natal. Pensábamos que a finales del siglo XIX no debía resultar demasiado fácil trasladarse desde un pueblo hasta otro para cumplir con el obligado tiempo de noviazgo previo al matrimonio. Hasta meses antes del fallecimiento de la abuela Fabiana, en 1951, no aclaramos nuestras dudas. Supimos por fin cómo y cuándo se habían conocido, porque ella nos lo explicó con la habitual dulzura con la que la anciana se dirigía siempre a sus nietos. <<Vuestro abuelo era sobrino de sastre, y de ahí le venía el oficio. La sastrería de su tío tenía fama de ser la mejor de la comarca de Tui, y en ella se vestían las familias de mayor abolengo y más adineradas de la zona, además del señor Obispo y los principales curas del Seminario. De forma que de la “Sastrería Tudense”, tanto podían salir trajes de


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hombre a la última moda, como impecables sotanas, como uniformes para la Comandancia de Marina, como simples mandilones para los seminaristas… >> - Abuela, ¿vosotros no os casaríais por un acuerdo familiar? -le interrumpe mi hermano Gonzalo- Antes era frecuente. Nuestros abuelos de Vigo se casaron así en Buenos Aires. - ¡Nooo! ¡Qué va! -y se reía mucho al contestar-. Fuimos novios durante casi dos años -añadía con aire nostálgico y la mirada encendida. - Pero abuela… Tú en Baiona, él en Tui…

“La casa de Baiona”, 1946. La abuela Fabiana, con su nieta Mary Cruz.


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<<Os lo voy a contar, aunque no sé por qué os interesa un asunto tan viejo. -y se encogía de hombros con ademán de incomprensión-. El abuelo venía a Baiona esporádicamente, enviado por su tío para atender a antiguos clientes de la sastrería de Tui: el Comandante de Marina, al que habían trasladado aquí; el nuevo coadjutor de Santa Cristina, llegado de Tui recién ordenado; el Jefe de Correos, don Agapito, destinado a la oficina que se acababa de abrir en Baiona; el teniente de la Guardia Civil… Su tío se veía comprometido con estos clientes y amigos. >> <<La fama de la “Sastrería Tudense” se fue extendiendo de boca en boca por el Val Miñor, y las visitas esporádicas de Daniel en los primeros tiempos, se convirtieron pronto en mensuales, y luego en semanales, con los nuevos clientes que le surgían en toda la zona. >> <<Así que “mi Daniel” llegaba a Baiona con su pequeño maletín, atendiendo los avisos que recibían en Tui a través del carruaje de línea. Se personaba en las casas de sus clientes al día siguiente, con cinta métrica y tiza para tomar medidas, elegían los tejidos en un pequeño muestrario, y ya a los pocos días volvía para hacer la primera prueba. Una semana más tarde regresaba para la segunda, y un par de días después regresaba con el encargo finalizado. Total, quince días más o menos, y el uniforme del señor Comandante, o la sotana de don Dositeo, o el abrigo del Jefe de Correos… eran entregados con puntualidad y máxima satisfacción de los clientes… y decían que perfectos de confección y a la última moda -y recalcaba esto último con mucho orgullo. >> - Abuela, ¿y el abuelo siempre tenía trabajo en Baiona? -le pregunta Isabelita, una de las nietas. - Supongo que sí, porque no fallaba nunca a nuestras citas… Aunque ahora que lo dices… -la abuela se queda meditando un instante- estoy pensando que si no lo tenía, seguro que se lo inventaba. Mientras fuimos novios, el abuelo no faltó nunca a nuestros encuentros semanales.


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<<Antes no había autobuses ni tranvías, ni tampoco coches de viajeros, de manera que tenía que coger tres carruajes de línea tirados por mulas para llegar hasta aquí: Tui-Gondomar, Gondomar-A Ramallosa y A Ramallosa-Baiona, aunque a veces este último trayecto lo hacía a pie. Tardaba casi cuatro horas en llegar desde la Alameda de Tui hasta el muelle de Baiona. >> <<Nos conocimos en el bar de abajo, el que ahora se llama “Bar Blanco”, que entonces se llamaba “Bar Alar” y que era de mi hermano. Lo demás ya os lo podéis imaginar... Siempre juntos hasta que se murió, hace ahora cinco años. Fuimos muy felices… pero es así la vida -comenta con tristeza-. Pronto me tocará a mí. >>

Baiona, A Ladeira, 1942. El abuelo Daniel, con los nietos que llegó a conocer: Gonzalito, Mari Cruz, Ángeles, Luis Alberto, Isabelita y Álvaro.

Yo, el quinto de sus once nietos, lamentaba siempre el no haber conocido al abuelo Daniel… hasta que la prima Ángeles me mostró esta deliciosa fotografía. Aún no tenía dos años.


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”La casa de Baiona” de los abuelos estaba situada en pleno corazón de la villa, en la Praza Pedro de Castro, frente al muelle, al pie de la calle principal y con la carretera de Vigo pasando por delante. Era un precioso ejemplar de arquitectura popular marinera de mediados del siglo XIX. Se trataba de un edificio modesto con dos plantas, muy simple, de forma rectangular, con paredes lisas y encaladas…

Baiona, años veinte. La casa de los abuelos es la del centro, blanca, con una ventana y un balcón en la fachada lateral, y otro en el frente, cara a la bahía. (Foto Alar).

Su sencillez contrastaba con el refinamiento y la ornamentación que mostraban el edificio de enfrente, la Casa del Deán de la Catedral de Santiago, don Policarpo de Mendoza, que la mandó edificar en 1768, y la Casa de Carvajal, al fondo de la plaza, ambas de piedra, con los escudos de nobleza en sus fachadas, amplios balcones y ventanales, lujosos portones de madera, acogedores soportales… La mezcla de estilos conformaba un pintoresco grupo arquitectónico, que enmarcaba con categoría la tradicional actividad del lugar: ”Praza da Fruta” en la mañana temprano, y escenario singular de los acontecimientos más señalados del día a día de la villa.


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Desde el balcón que daba al mar, en aquellos años cincuenta, se podían sentir como propios los latidos de la vida baionesa: el movimiento pesquero del puerto; el paso de los carros cargados con los aparejos de pesca, y empujados por los marineros camino de Os Tendales y de A Palma; las pescantinas con sus cestas dirigiéndose a la Praza do Pescado en A Ribeira; el caminar lento y chirriante de los carros de bueyes repletos de algas; el mercadeo de las frutas y las verduras en la plaza; el rodar ruidoso del tranvía que anunciaba su llegada y su inminente salida; el creciente tráfico de coches que empezaba a perturbar la tranquilidad del pueblo… los botes de Antonio llevando y trayendo a los veraneantes a la Praia da Barbeira; los grupos de forasteros acudiendo a comer y a cenar al “Bar Moscón” y al “Naveira”, situados en la casa de al lado y en algunas más allá, y los de más renombre del pueblo; el ir y venir de los baioneses a la peluquería de Federico, a dos casas de la nuestra; el rugido de las primeras “Vespas”; el pasear apacible de la gente por la rúa de Elduayen… El balcón ofrecía perfecta perspectiva de todo cuanto ocurriese en Baiona. Para completar el privilegio, el otro balcón que daba a la plaza, te otorgaba sillón principal para contemplar en las Fiestas de La Anunciada el tradicional “Baile de las Espadas”, el paso de los “Gigantes y Cabezudos”, los conciertos de la Banda Municipal, y por supuesto, la solemne procesión, que haciendo parada en la plaza y con la Virgen mirando al mar, recibía en su honor la espectacular salva de fuegos artificiales lanzados a medianoche desde el muelle. Hasta el grupo de titiriteros ambulantes que solía pasar todos los veranos por el pueblo hacían su función en plena plaza, y le pedían a mis tías -ya habían fallecido los abuelosque les cedieran como improvisados camerinos las habitaciones de la planta baja… Después, en su actuación, les dedicaban alguna de sus canciones. Recuerdo a las mujeres y a los niños asistiendo al espectáculo, diez de la noche, con sus pequeños bancos individuales… bancos muy curiosos que nunca


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supe por qué eran tan pequeños y bajitos… y que pasado un tiempo, no se volvieron a ver.

Años treinta. El balcón de “la casa de Baiona”, con el letrero del “Bar Alar”.


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Y en los días señalados, los grupos de bailes regionales elegían la plaza para sus exhibiciones. Mozas y mozos, ataviados con los trajes del país, nos deleitaban con las muiñeiras, as pandeiradas, os alalás, las jotas gallegas, as ribeiranas… y todas ellas con aturuxos de por medio. Con los naturales altibajos que se producen a lo largo de los tiempos, Baiona mantuvo siempre su escuela de gaiteiros, de tamborileiros, de pandereteiros… y de bailadores y bailadoras, que ya de niños comenzaba a adentrarse en el encanto y el significado de la danza regional.

Baiona, años veinte. “Danza de las Espadas” en honor a la Virgen de La Anunciada.

La “Danza de las Espadas”, muy celebrada por el pueblo baionés, es una tradición marinera que se remonta a cuatrocientos años atrás. Perpetuada de padres a hijos a través de los tiempos, la bailan los pescadores de Baiona con gran solemnidad en honor a la Virgen de La Anunciada, patrona de la villa, y a la Virgen del Carmen, protectora de las gentes del mar. Veinticinco pescadores unidos por las espadas, se mue-


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ven con agilidad y ritmo al compás de una música cadenciosa y pegadiza. La danza tiene más tradición secular que valor artístico, pero transmite un sentimiento ancestral, íntimo, respetuoso, de identidad… en los asistentes, que encuentran entre los bailarines a padres, hijos, tíos, primos… incluso abuelos. Más de una vez asistí a discusiones de marineros veteranos acerca de los distintos “puntos de baile” y de las formas de ejecutar la emblemática danza. La guardan como un tesoro popular, y a veces, de tan querida, hasta surgen enfrentamientos sobre quién será “el guía” del grupo en próximas citas.

Baiona, años veinte. Praza Pedro de Castro y Casa del Deán. Desfile de los “Gigantes y Cabezudos” en las Fiestas de La Anunciada.

Tantos nos juntábamos en verano que el balcón y las ventanas de la casa resultaban insuficientes para albergar a todos con una mínima comodidad… y más aún cuando padres y tíos… o mejor dicho, madres y tías, invitaban a sus amistades a compartir las celebraciones desde tan preferente posición. Al final, los niños nos íbamos a la calle… y de paso nos librábamos de los saludos de rigor… y de los comentarios


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cursis y aduladores: “¡Qué mayores están!”… ”Isabelita, ¡qué guapa!”… “¡Luis Alberto está hecho un mocetón!”… y de atender las órdenes acostumbradas: “Niños, venid a saludar”. Las Fiestas de La Anunciada, en los primeros días de agosto, eran el acontecimiento estelar del verano, y la tirada de fuegos artificiales en honor a la Virgen constituía el momento más relevante del programa de festejos. Se iniciaban a las doce de la noche con gran expectación, y tanto el muelle como sus aledaños, la Rúa de Elduayen, A Ribeira, la carretera a Santa Marta… estaban llenos de baioneses, sabariseños, guardeses, vecinos del Val Miñor, turistas… Era la hora cumbre de la jornada festiva, que concluiría horas más tarde con el baile popular en el parque de A Palma, repleto de puestos y de atracciones: churrerías, pulperías, rosquilleras… tiros al blanco, “tíos vivos”, teatrillos, coches de choque… Y como no podía ser de otra forma, ya antes de las doce, el balcón de casa que daba al mar se encontraba a reventar de familiares e invitados. Se había hecho tan tradicional la reunión previa como los mismos fuegos artificiales, y en esa noche, la mesa del comedor rebosaba de pasteles, tartas, bicas, café, aguardiente, licor-café… que se ofrecían generosamente a los presentes. ¡Qué recuerdos!...

Fuegos de la Fiesta de La Anunciada.


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1942. El abuelo Nicanor Daniel Rey Pérez.

<<Con tres añitos -recuerda Isabelita-, el abuelo Daniel me cogía de los dos brazos en el pasillo de casa, y bailando, me cantaba: “Eu teño un canciño que viu da marola, e baila o can-can cunha perna sola”


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Baiona, Rúa Ángel Urzáiz, 1900. Entrada a la villa. El piso de la carretera general Vigo-Baiona es de tierra, y aún no ha llegado la luz eléctrica. El farol que se aprecia a la izquierda es de gas. “La casa de Baiona” es la primera por la derecha. El bajo era por entonces un almacén de sal.


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II. Las “historias” de la tía Carmen

La Baiona que les tocó vivir a Fabiana y a Daniel de recién casados no se encontraba precisamente en su momento más esplendoroso, sino más bien todo lo contrario. A caballo entre los dos siglos, la Real, Noble y Leal Villa de Bayona había perdido todos los privilegios que décadas antes, y durante cientos de años, les otorgaran los reyes. En 1859, el Castillo de Monte Real perdía su condición de “fortaleza militar” según una Real Orden, y con ella, un buen número de prebendas y ayudas. Comenzaba una nueva era para el pueblo de Baiona. La tía Carmen, la hermana mayor de mi padre y baionesa de cuna, vivió con nosotros en nuestra casa de Vigo durante muchos años hasta su fallecimiento. A veces, cuando le petaba por ahí, nos contaba interminables historias de Baiona, que siempre tenían que interrumpirse por sus inaplazables labores domésticas. Mis hermanos y yo -el mayor, Gonzalo, no pasaba de los doce años- no sabíamos si creérselas. Muchas de ellas encajaban mejor en una película de aventuras que en una realidad verosímil. Un día nos hablaba de los romanos, al siguiente de los Reyes Católicos, al cabo de una semana contaba la visita a Baiona del rey Alfonso XIII y de la reina Victoria Eugenia, que si el primer indio americano había llegado a la Praia da Ribeira en “La Pinta”… Nos parecía imposible que aquellos acontecimientos tan relevantes pudieran haber ocurrido en la apacible Baiona que conocíamos. Los sobrinos escuchábamos asombrados las historias de la tía Carmen.


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- Cuéntanos algo, tía… - No puedo. Estoy muy ocupada. Pero a veces se sentaba y empezaba con sus apasionantes relatos. <<Hoy en día, Baiona es un pueblo pequeño, tranquilo y con pocos habitantes, pero hubo un tiempo, durante siglos, en los que Baiona era bastante más importante que Vigo. >> La tía exhibía su orgullo de baionesa de pura cepa, y tratando con nosotros, vigueses de nacimiento, acababa siempre haciendo comparaciones que nosotros rebatíamos al momento. Pero hemos de reconocer que aquellos grandes relatos que nos contaba quedaron grabados para siempre en nuestra memoria. <<Por Monte Boi… -comenzaba una tarde. - ¿Monte Boi…? - ¡Ay rapaces! Sodes moi modernos. Monte Boi era el nombre del castillo de Baiona en la antigüedad. Aún hoy en día algunas gentes de la villa le siguen llamando así. El nombre se lo cambiaron los Reyes Católicos, que ordenaron en 1497 que pasara a llamarse Monte Real, al mismo tiempo que concedían a Baiona los títulos de Noble y Real Villa. >> - ¿Qué pensades, que esos títulos se los había puesto vuestro tío Aurelio cuando fue alcalde? <<Esas distinciones fueron concedidas por los Reyes Católicos a raíz de la arribada de la carabela “La Pinta” a Baiona. Fue el primer lugar del continente que recibió la buena nueva del descubrimiento de las Américas. >> Los hermanos nos mirábamos sin decir palabra como preguntándonos si aquello podía ser verdad. Las “batallas” de la tía, que de mayores comprobamos que eran reales, nos dejaban perplejos y desconfiando de su veracidad.


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Castillo de Monte Real. Puerta de Felipe IV (s. XVII) y la Torre del Reloj (s. XVI).

<<Ahí mismo, na Praia da Ribeira, donde os bañáis tantas veces, desembarcó el bote que traía la noticia del descubrimiento, con los tres primeros indios que llegaban al Viejo Continente. Que por cierto, uno de ellos enfermó en la travesía, y acabó muriendo en Baiona. Dicen que está enterrado en la Horta de Os Frades, situada a extramuros y cerca de A Praia de Os Frades. >> << ¡Ay filliños! Por estas mismas tierras que pisáis cada día en los veranos, anduvieron hace muchos años romanos, sarracenos, normandos, vikingos, árabes, ingleses, portugueses, franceses… >> También andan ahora, tía -la interrumpe Gonzalo. - Sí, es cierto, pero los de ahora vienen tranquilos. Los de antes llegaban con las espadas, los arcabuces, las lanzas, los cañones, los puñales… a conquistar Monte Boi, y arrasaban con todo lo que se les pusiese por delante.


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<<Dos siglos a.C., la población de Erizana -que así se llamaba entonces Baiona- ya había fortificado Monte Boi para defenderse de las continuas amenazas que le llegaban por el mar. >> <<Un cónsul romano la sitió en aquellos años, y ante la férrea resistencia que mostró el pueblo, amenazó con pasarlos a cuchillo a todos si no se rendían. Le contestaron: “Oro y plata no tenemos para comprar la libertad; pero hierro nos sobra para defenderla”. ¿Qué os parece? Después de tantos siglos, esa heroica respuesta aún se conserva en boca de los baioneses. >> - ¿Y qué pasó, tía? ¿Los asesinó a todos? - Pues pasó que vino el caudillo Viriato en auxilio de la gente, y liberó a Erizana del asedio de los romanos, y de la muerte segura de sus habitantes. - ¿Qué Viriato? ¿El que estudiamos en la historia de España? - Ese mismo. Y es que aunque no lo creáis, por el Castillo de Monte Real han pasado grandes personajes de la historia. El emperador romano Julio César, el rey visigodo Recaredo, el caudillo musulmán Almanzor, el rey portugués Fernando I, el pirata inglés Sir Francis Drake -que nunca logró su objetivo de tomarlo-, y por supuesto, muchos reyes de España, que dejaron huella de su reinado en la villa de Erizana. <Uno muy importante fue el rey Alfonso IX de León, al que debe Baiona su nombre actual. En 1201, cambió el nombre a la villa con estas palabras: “Et impono eiden villae de novo nomen Vayonam”, y además la liberó de la servidumbre al Monasterio de Oia, le concedió plena libertad para el comercio marítimo, y dio la orden de reforzar y mejorar las murallas de la fortaleza. >>


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- ¿Sabéis qué significa Baiona? -nos dice- BAY, bahía, y ONA, buena. “Bahía buena”. ¿Qué os parece? - Nos parece muy bien. Es un nombre bonito respondimos los sobrinos-. Nos gusta. La tía Carmen, que rondaría los sesenta años, hacía gala de una memoria prodigiosa. Todo lo recordaba: nombres, fechas y hasta frases legendarias que han quedado impresas en la memoria popular. Nos explicaba que esos conocimientos le venían de sus abuelos, y que se los habían transmitido pocos años antes de morir. Ella nos decía siempre que las historias sólo las cuentan los viejos, porque los jóvenes únicamente piensan en el presente y en el futuro. “Los viejos en cambio, como tenemos poco presente y no nos queda futuro, sólo hablamos del pasado”. En una ocasión, durante la comida, mi padre mencionó las miserias de las guerras, con ciudades destruidas, miles de muertos, el hambre, las postguerras… Después, mi padre se fue a trabajar, y se ve que la tía Carmen, a raíz de sus comentarios, recordó alguna de las viejas historias de Baiona. Y ese día se encontraba habladora. <<A la antigua Erizana la arrasaron un montón de veces. Primero los sarracenos, luego los normandos, después Almanzor… Más tarde la peste negra, que se introdujo a través del puerto, y dejó a la villa sin gran parte de la población. >> <<En 1386, los ingleses destruyeron casi todo el pueblo, y la guarnición de Monte Boi se rindió sin hacer uso de sus piezas de artillería, ni presentar batalla. Fueron ejecutados a sangre fría. >> <<Dos años después, el rey Juan I recuperó la villa para la corona, y dispuso que la población pasase a habitar la península de Monte Boi mientras se rehabilitaba el pueblo.


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Los trabajos de reconstrucción se prolongaron durante casi un siglo. >> <<Pues bien, un siglo después, en 1474, el sanguinario Pedro Álvarez de Sotomayor, Conde de Caminha, y conocido popularmente como Pedro Madruga, arrasó e incendió buena parte de las casas del pueblo, y asesinó a muchos de los vecinos de Baiona. >>

Según la leyenda, esta fue la casa de Pedro Madruga de Sotomayor. En la actualidad, solo quedan las ruinas.

Nosotros escuchábamos esos “cuentos” con fascinación, pero aquella tarde, así de repente, sin aviso previo, la tía mira el reloj, se levanta de su sillón, y con un gesto autoritario da por finalizada la sesión de aventuras. - Ya os seguiré contando otro día, que hoy se hizo muy tarde. Así como “arrancaba” cuando le apetecía, también cortaba en el momento menos pensado. En ocasiones era mi madre la que le sugería que nos contase algo para tenernos entretenidos un rato. La tía era la única persona que lo conseguía.


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- Tía Carmen, ¿cuándo nos cuentas otra película? Ese día nos llenó de recados. Tuvimos que ir primero al zapatero, luego a la panadería de doña Consuelo, a Benita a buscar café y sal, a junto de don Luis, el párroco de María Auxiliadora, a entregarle un libro de don Bosco, al peluquero a pedirle vez para el día siguiente… Después de cumplidas las abusivas condiciones, no encontró excusas para satisfacer nuestros deseos… <<Como os contaba hace días, Pedro Madruga dejó destrozado el pueblo de Baiona una vez más, y sólo tras la llegada de “La Pinta” empezó a recuperarse, gracias a la protección y privilegios que recibió de los Reyes Católicos. >> La tía Carmen se levantó, buscó un rato en la librería, y volvió a su sillón con un libro en las manos. Después de sentarse, lo estuvo hojeando, y comenzó a leernos. “El 15 de enero de 1497, los Reyes Católicos le otorgaron a Baiona una carta-puebla en la que decían: “Sería bien que la población de la dicha villa se pasase é mudase á Monte de Buey que es justo con la dicha villa, que ahora Nos mandamos llamar MonteReal, porque allí estará más fuerte e más segura la dicha villa e vecinos della.”

- ¿Entendéis algo? -nos pregunta, repitiendo la carta otra vez con mucha calma. “Isabel y Fernando señalaban, además: “es nuestra merced é voluntad que haya en la villa de Monte-Real 200 vecinos é no menos porque si menos viviesen en ella no aprovechará dicha población.”

Y la tía Carmen vuelve a repetir esta última parte de la carta… y sigue leyendo.


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“Los monarcas favorecieron así el traslado de los baioneses al interior del castillo con exenciones de impuestos y otros privilegios. Al parecer, en el siglo XVI, llegaron a vivir 650 vecinos dentro de los muros del castillo, quedando en el pueblo nada más que pescadores y marineros.“ Los sobrinos nunca nos explicamos cómo la tía Carmen podía ser tan precisa en los datos, los nombres, las fechas, los hechos… Tenía el libro en las manos, pero apenas lo leía. Le echaba un vistazo por encima, y ya continuaba de corrido con la explicación. Recordaba con infalible concisión las historias de Baiona que le habían contado sus abuelos, y que ahora, había recopilado algún investigador. Aquellas famosas frases de los reyes las repetía como si estuviese rezando un padrenuestro, sin titubear un instante… ¡y en castellano antiguo, para mayor dificultad! Un día, a nuestras preguntas sobre este hecho, nos comentaba sonriente con toda la naturalidad: - Los viejos vamos perdiendo la memoria poco a poco, sobre todo e inexplicablemente con las cosas más recientes, pero en cambio, ya veis, hay sucesos de nuestra niñez, de nuestros años jóvenes, que quedan grabados a fuego en la memoria. Cuando la tía Amparo y yo éramos niñas, pasamos mucho tiempo con nuestros abuelos, y fueron ellos quienes nos trasmitieron todo ese conocimiento sobre la villa. La tía hace una pequeña pausa, hojea el libro de nuevo, y continúa medio leyendo… <<Baiona tuvo su época de máximo esplendor a principios del siglo XVI. Esta bonanza se inició cuando el rey Juan II de Castilla, en 1425, concede a A Coruña y a Baiona el privilegio de ser los únicos puertos de Galicia autorizados para comerciar con el extranjero. >> <<En agosto de 1500, los Reyes Católicos siguen favoreciendo a la villa, y autorizan la construcción de la Casa


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Consistorial en el interior del castillo. En este tiempo, Baiona expedía y comunicaba Órdenes Reales, era cabeza de Partido, y tenía dominio y señorío sobre los valles de Louriña y O Rosal. Los baioneses no eran muy partidarios de continuar viviendo en la fortaleza, así que empezaron a construir extramuros. >> <<En la entrada del castillo se levanta la Torre del Reloj, provista de una gran campana que alertaría a los vecinos en caso de ataque, llamándolos así a refugiarse dentro de Monte Real. >>

Baiona, Castillo de Monte Real, 1900. Torre del Reloj.


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<<En 1533, Baiona sufre otra violenta agresión, esta vez de los franceses, que atacan el puerto y el castillo, provocando serios daños. Siete años después, de nuevo una epidemia de peste se ceba con la villa y la deja casi despoblada. >> - ¿Sabéis quién fue el pirata Drake? -nos pregunta después de un pequeño descanso. La simple mención a un pirata cautivó al momento nuestra atención. <<En 1585, el temible corsario inglés Sir Francis Drake -y hojea el libro otra vez- desembarcó en las proximidades de Baiona, bombardeó la villa, y provocó la huida de la población. Había fondeado su flota de treinta navíos en las Illas Cíes, y se aprestaba con sus tres mil hombres a tomar la fortaleza de Monte Real. Tras capturar una barca de pesca, se enteró por los pescadores de que la guarnición del castillo no pasaba de doscientos hombres, y decidió atacarlo de inmediato. >> <<Pero la formidable defensa y resistencia ofrecida por las tropas del Comendador Pedro Bermúdez, junto a la llegada por la noche de refuerzos, hicieron fracasar los repetidos intentos del pirata. Diego Armando de Acuña, Señor de Salvatierra, había enviado trescientos hombres armados, y los paisanos de Baiona y de la comarca, alertados por la campana de la Torre del Reloj, fueron entrando en el castillo armados con picas y arcabuces. >> <<Cuentan que al día siguiente del primer ataque, se juntaron en el castillo cinco mil hombres bien armados y doscientos caballos, y que Drake se vio obligado a desistir, con su flota castigada también con fuerte temporal. >> ¡Qué valientes! -exclamamos entusiasmados-. ¿Nunca más se atrevió a volver?


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- Nunca más. Baiona tiene una bien ganada fama de pueblo aguerrido y luchador, siempre dispuesto a plantar cara a posibles invasores.

Castillo de Monte Real. Batería de San Antón.

<<Pero seguía siendo atacada cada poco tiempo. En 1591, el rey Felipe II mandó reconstruir y reforzar las murallas, y aumentar la guarnición de Monte Real. La dotó de artillería, pólvora y munición, al mismo tiempo que ordenaba la construcción de seis molinos para el abastecimiento de pan a los soldados y a la población. >> <<Años después, el monarca reuniría en Baiona una flota de 98 navíos y 16.000 hombres, entre soldados y marineros, que se hizo a la mar con el propósito de eliminar a los piratas ingleses que asolaban las costas gallegas. Al mismo tiempo, trataría de liberar a la católica Irlanda de su sometimiento a Inglaterra. Por desgracia, un temporal dio al traste con los planes del rey. >> <<Además de los molinos, en 1580 ordenó construir un gran pozo de agua dulce para abastecer a la toda la guarnición y a la población civil, y más adelante se le añadió una cisterna subterránea de grandes dimensiones. La entrada al


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pozo, que dicen que aún se conserva con agua, está situada cerca de la puerta por donde salían los frailes a cuidar de sus cultivos y a disfrutar de la playa, conocida desde entonces por A Praia dos Frades. >> <<Pese a las mejoras, la villa de Monte Real estaba próxima a desaparecer. De los 650 habitantes que tuvo en el siglo anterior, se pasó a 250. Los incesantes ataques a Baiona fueron disminuyendo considerablemente, casi habían desaparecido, y en esas condiciones los pescadores preferían vivir extramuros. >> <<Medio siglo después, Juan Feijóo de Sotomayor, gobernador militar, ordena destruir cuatrocientas casas del interior del castillo, a fin de mejorar la defensa de la fortaleza. >> <<En la orden estaba incluida la Capilla de la Misericordia, que había mandado construir Felipe II en honor a Santa Isabel. En lugar de destruirla, fue trasladada por los baioneses al pueblo, y aún se conserva en la actualidad delante del actual Concello, y en excelente estado. >>

Baiona, Castillo de Monte Real, 1930. Entrada al pozo. (Foto Alar).


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<<Y ya por último, en la Guerra de la Independencia, en 1809, aún tuvo Baiona que sufrir el ataque de los franceses, repelidos con la ayuda de los portugueses. >> - Y lo siento por vosotros -nos decía la tía al finalizar- pero aquí se acabó la “película” de las batallas de Baiona. Poco después de la Guerra de la Independencia, el Rey dio la orden de que Monte Real dejase de ser fortaleza militar. Y aquí se acabaron todas las prerrogativas y apoyos políticos que tenía la villa, incluida la guarnición, que llegó a ser de tres mil hombres. Así finalizaba una época gloriosa para la Real, Noble y Leal Villa de Baiona… y comenzaban otros tiempos bien distintos.

Baiona, principios del siglo XX. El Palacio del Castillo de Monte Real y las antiguas Caballerizas. Esta casa pasó a ser vivienda de parte de la familia de los Bedriñana, últimos propietarios del castillo antes de convertirse en Parador Nacional. Se trata de una vieja fotografía tomada desde la Torre da Tenaza.

A partir de entonces no se volvieron a ver los uniformes militares por la villa, ni el paso de los soldados a caballo, ni los carruajes del castillo, ni los sonidos de cornetas y tambores de la milicia, ni los navíos de guerra en la bahía…


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Junto al desaparecido pueblo interior de Monte Boi, allí se quedaban olvidados el Convento de los Frailes, la Casa del Corregidor, los cuarteles de la guarnición, el Palacio de Justicia… y años más tarde, el palacio que servía de residencia del Conde de Gondomar. Solamente se conservan las ruinas de la casa del sanguinario Pedro Madruga. El histórico Monte Boi ya no sería escenario de la vida y el trasiego cotidiano de Baiona, y se quedaba como un bello fondo del paisaje de la villa, tan solo evocador de recuerdos para la población. Los abuelos Daniel y Fabiana comenzaron su vida familiar en esa villa decadente, que intentaba levantarse de la postración en la que había quedado tras perder Monte Real su condición de fortaleza militar. La economía del pueblo se reducía por entonces a la pesca, a algo de agricultura y de ganadería… y poco más. Baiona, en 1900, había pasado a ser una modesta villa de pescadores.

1935. Las tías Carmen y Amparo Rey Alar.


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III. La vida de los abuelos

Los abuelos Daniel y Fabiana tuvieron su primera casa en Baiona, cerca de la Rúa do Conde. De piedra, no muy grande, y que aún se conserva en la pequeña plaza que hay algo más arriba del Concello de Baiona. Entonces se llamaba Praza da Aurora, y la casa se distingue por la cuidada imagen de la Virgen de la Aurora que tiene en la fachada. Era el año 1892.

Baiona, 2013. Fachada de la primera casa donde vivieron los abuelos en 1892. En la actualidad presenta un estado de conservación impecable. La Virgen de la Aurora, en el centro.


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Baiona, principios del siglo XX. Al final de la Rúa Lorenzo da Carrera estaba situada la casa de los abuelos. Al fondo el Restaurante del “Hotel La Anunciada”.

Pero no residieron allí demasiado tiempo. Pronto se trasladaron a Santa Cristina de A Ramallosa, cerca de A Ponte Vella, en una casa colindante con el estuario del río Miñor. Contaban los tíos que en las mareas altas se veían rodeados por completo por el agua, y que con un tenedor pinchado en un palo, pescaban las sollas encarnadas en la arena desde la misma galería. Y allí fueron naciendo todos sus hijos: Carmen, Álvaro, Amparo, Aurelio, Gonzalo y Fernando. En medio de éstos, también María, que falleció a los veinte años víctima de la temible tuberculosis de entonces, y Enrique, fallecido a poco de nacer.


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Ni uno sólo de los chicos quiso ser marinero. Tanto en A Ramallosa como en Sabarís, al contrario que en Baiona, las gentes se dedicaban preferentemente al trabajo del campo y de la huerta, a la ganadería, a los “oficios” -carpintero, fontanero, hojalatero, zapatero, albañil… Y las tradicionales ferias de los lunes invitaban a no pocos vecinos a afanarse en tareas comerciales. Los niños pasaron toda su infancia corriendo por A Ponte Vella, jugando en el estuario del Miñor, bañándose en el río en los veranos, curioseando por la Feria de los lunes, acudiendo a la catequesis de Santa Cristina, recibiendo sus primeras lecciones en la Escuela Provalle de Mañufe…

Mañufe, 1913. La Escuela Provalle en construcción.

La Escuela Provalle costeaba sus gastos con las aportaciones de los “indianos” del Val Miñor. Además de las enseñanzas habituales, tenían clases de costura para las niñas, contaban con un laboratorio con su microscopio, se impartían clases de música, de mecanografía… Para aquella época y para un pueblo, era una escuela de un apreciable nivel… y completamente gratuita. Cuando la crisis azotó Argentina en los años veinte y los “indianos” dejaron de enviar dinero, la Escuela Provalle sufrió para seguir funcionando.


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El campo, el río, el mar, el ganado, el mercado, el monte, la pesca, la escuela… dibujaban el entrañable escenario en el que los niños pasaron una infancia plena y feliz, a pesar de las estrecheces que obligaba el momento.

A Ramallosa, años veinte. A Ponte Vella, en el Camiño Real de los romanos.

Carmen, la mayor, nació en 1894; Álvaro, en 1898; después fue Amparo en 1902; Aurelio en 1904; mi padre, Gonzalo, en 1906, y por último, Fernando. Aurelio fue monaguillo en la vieja capilla de Santa Cristina… pero monaguillo de lujo, de los actos principales: bodas, bautizos, primeras comuniones, fiestas patronales… cuando había propinas. Para las misas y rosarios del día a día, se las arreglaba para enviar a otros niños, haciendo cumplido uso del enchufe que tenía con el párroco, pariente cercano de la familia.


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Sabarís (Baiona), 1904. La vieja capilla de Santa Cristina con la imagen de la Virgen en la fachada. Al poco tiempo de esta fotografía, fue destruida para construir la iglesia actual, unos metros más adelante en dirección a Baiona.

Sabarís (Baiona), 1917. El Obispo de Tui, Leopoldo Éijo Garay, en el acto de colocación de la primera piedra de la iglesia de Santa Cristina, donación de Julián Valverde y Victoria Rodríguez Cadaval. Sería inaugurada en 1920.


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Gonzalo, mi padre, debió de ser alumno aplicado, porque contaba su hermano Álvaro, que en cierta ocasión, el señor Urzáiz, importante benefactor del Val Miñor, le concedió de premio un duro de plata por su destacado aprovechamiento escolar.

Sabarís, 1915. Fiesta de Santa Cristina en la vieja Porta do Sol. En la actualidad se conoce por Praza de Victoria Cadaval, en honor a la gran benefactora de la parroquia.

Donde más disfrutaban los rapaces era en la Feria de Sabarís de los lunes, así que cuando el colegio se lo permitía, se pasaban allí toda la mañana, desde muy temprano. Curioseaban por un lado y por otro, viéndolo todo, entre un enorme barullo de gente. Los puestos de ropa, calzado, fruta, verduras… los artesanos zapateros, hojalateros, carpinteros, joyeros, reposteros… la venta y compra de ganado… vacas, cerdos, mulas… algún caballo… las pescantinas con sardinas recién pescadas… La Feria marcaba en gran medida la vida de la parroquia. Se celebraba desde muy antiguo gracias a un privilegio concedido por los Reyes Católicos en 1497. En un principio se


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estableció en el interior de la fortaleza de Monte Boi, más tarde salió a la villa de Baiona, y definitivamente, a petición de los comerciantes y agricultores, se instaló a lo largo del Camiño Real que pasa por el centro de Sabarís. Argumentaron entonces que Baiona ya contaba con todo el mercadeo del pescado, y que Sabarís era el emplazamiento óptimo para vecinos de A Ramallosa, Nigrán, Panxón, Gondomar… La situación mejoraba el trasiego de los productos del campo, de las granjas, de los pequeños artesanos… así como las ofertas de los muchos mercaderes ambulantes que llegaban puntuales a la cita semanal. A lo largo de A Ponte Romana y en sus alrededores, se exponían las cestas con los productos, y se hacían transacciones de todo tipo.

1903. Feria de Sabarís.

El abuelo Daniel también se benefició de la Feria. La gran afluencia de gente, además de permitirle seguir en contacto con todos sus parroquianos, le proporcionaba siempre algún encargo. La proximidad de su sastrería le favorecía para ganar nuevos clientes.


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1902. Vista de la Feria de Sabarís.

La visita a la Feria de Sabarís de los lunes constituía una cita semanal obligada para las gentes del Val Miñor.

Pero un buen día los abuelos decidieron trasladarse a vivir a Vigo.


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El espíritu emprendedor del abuelo Daniel y su decidido empeño por dar una educación de calidad a sus hijos, motivaron la mudanza a la que él denominaba “la ciudad del futuro”. Alguno de sus importantes clientes le debió informar e incluso aconsejar en esa trascendental decisión de traslado. En 1926 se iba a inaugurar el tranvía eléctrico VigoBaiona. Unos años antes, la familia Rey Alar emprendía el viaje a Vigo caminando justamente por las obras en construcción de la futura vía del tranvía. No se sabe por qué lo decidieron así, si sería por el elevado coste del viaje en autobús, eran ocho, o por cualquiera otra razón, pero lo cierto es que lo hicieron a pie. También es verdad que las distancias en aquellos tiempos merecían una consideración muy distinta a la de ahora. La gente estaba acostumbrada a caminar largos trayectos a diario. Con sus bolsas a cuestas, la familia tardó unas cuatro horas en llegar al barrio de Coia, en donde se instalaron inicialmente. Pronto advirtieron que quedaban muy alejados del centro de la ciudad, y se trasladaron al poco tiempo a la céntrica calle Cervantes. La casa era demasiado pequeña para tantos -y para la sastrería-, pero la economía ni permitía ni aconsejaba otra solución mejor. Los pequeños ahorros de los abuelos se empleaban en cuestiones más urgentes. Una vez acomodados en la ciudad, Daniel empezó enseguida con sus quehaceres de sastre. Lo primero, organizando su lugar de trabajo; después, dándose a conocer entre el vecindario; luego, y en poco tiempo, consolidando el taller merced a su enorme valía e incansable dedicación. Mientras, Fabiana se iba poniendo al tanto de los menesteres domésticos. Buscó colegio para los niños, al tiempo que trataba de adaptarse al ritmo vertiginoso de Vigo. Al principio se sintió confusa con aquel profundo cambio que daban sus vidas… pero también celebraba las múltiples oportunidades que se les abrían a sus hijos y a su marido.


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La ciudad viguesa, en aquel principio de siglo, progresaba con un fuerte impulso, fundamentado sobre todo en la pesca, y en las enormes opciones de negocio que brindaba el puerto. La ciudad se había convertido en el mejor puerto comercial de la zona, arrebatándole a los baioneses ese privilegio. Su mayor calado y sus aguas más tranquilas se ganaron la preferencia del tráfico marítimo, en detrimento del muelle de Baiona que quedó reducido a un discreto movimiento de la pesca de bajura. Los abuelos comprendieron con rapidez que allí, además de mejores estudios, encontrarían sus hijos un porvenir con muchas y variadas oportunidades. El tiempo confirmaría su criterio como acertado, si bien en el recuento final los resultados fueron bastante dispares. Los chicos en los Salesianos y ellas en las monjas de “La Enseñanza”, recibieron una educación avanzada y provechosa, reforzada, tal como era deseo paterno, con una adecuada formación religiosa. Álvaro, el hijo mayor, con sus estudios ya bastante adelantados al llegar a Vigo, se hizo maestro en poco tiempo. Fue el primero en abandonar el hogar paterno. Se casó en A Ramallosa con Sara en 1930, y tras un tiempo ejerciendo en la Escuela Provalle de Mañufe, recibió su primer destino como maestro nacional en Pousa-Crecente, donde pasó tres años. Aurelio, a diferencia de sus hermanos, y para colaborar en los gastos familiares, no quiso seguir estudiando. Sería el segundo de los hijos en abandonar el hogar. Reclamado por su tío y padrino Aurelio Alar, hermano de Fabiana, y de quien le venía el nombre, regresó a Baiona a los pocos años de llegar a Vigo. Acudía de vuelta para ayudarle en el “Bar Alar”, propiedad del tío, y ubicado precisamente en el bajo de “la casa de Baiona”.


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Baiona, años treinta. Espectacular movimiento con motivo de la Romería de San Cosme. Las mesas del “Bar Alar”, en el bajo de “la casa de Baiona”, aparecen a la derecha de la imagen. (Foto Alar).

Las niñas Carmen y Amparo, en cambio, se adaptaron bien en la ciudad. Al completar sus estudios con las monjas, un par de años escasos, Carmen empezó a trabajar de dependienta en la zapatería Escobar, en la calle Colón, y su hermana, en otra tienda del mismo ramo. Gonzalo completó sus estudios en los Salesianos, y al acabar, continuó en el colegio para sacar la diplomatura de Estudios Mercantiles, título que alcanzaba en 1922. También Fernando recibió en el Colegio Salesiano una preparación parecida a la de su hermano, pero al finalizar la fase primaria, decidió hacerse maestro, como Álvaro, su hermano mayor. Ninguno de los dos hermanos pequeños ejercería en su vida las profesiones para las que se habían preparado. Gonzalo empezó a trabajar como ayudante en una tienda de ultramarinos próxima a casa, en la calle Uruguay, y Fernando, en empleos esporádicos que encontraba. Tras unos años de escar-


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ceos en distintos trabajos, los dos dedicaron definitivamente sus vidas al periodismo, y se asentaron en la ciudad viguesa para el resto de sus días. La familia Rey Alar iba encarrilando su vida poco a poco. El abuelo Daniel defendía el sustento de la casa con la sastrería; Álvaro se había asentado en A Ramallosa; Aurelio continuaba en Baiona con el tío; las niñas seguían trabajando en las zapaterías de Vigo; y Gonzalo y Fernando, completados sus estudios, se abrían paso en sus primeros empleos. Por supuesto, Fabiana, en sus atentas funciones de madre, cuidaba de todos. Transcurridos diez años desde el traslado, con más nostalgias baionesas para unos que para otros -así regresaron pronto Álvaro y Aurelio-, la familia parecía adaptada a la ciudad, aunque nunca estuvo exenta de lucha y dificultades. Vigo, en permanente expansión y desarrollo, deparaba extraordinarias perspectivas para todos, empezando por Daniel, con más clientes y de más posibles cada día. Fue en los albores del año treinta, cuando llegó de Baiona la mala noticia: el tío Aurelio, el hermano de Fabiana, había enfermado de cierta gravedad. Solo como estaba desde el fallecimiento de su esposa Candelaria, y sin hijos, con la única presencia en casa de su sobrino Aurelio, se encontró de pronto necesitado de alguien que lo cuidara. Cerca de un año permaneció Fabiana atendiéndolo, hasta su fallecimiento. En Vigo, mientras tanto, las niñas se habían hecho cargo de los menesteres domésticos, y el buen orden del hogar se mantuvo con cierta normalidad. Sin embargo, la ausencia de la madre durante casi un año se hacía notar… faltaba su aliento, su consejo, su cariño… Pero la situación familiar viviría un nuevo sobresalto. Fabiana heredaba de su hermano Aurelio “la casa de Baiona”, y los Rey Alar tomaban la decisión de regresar a su


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villa natal e instalarse en aquella preciosa casa, que no tenía nada que ver con la pequeña vivienda de la Calle Cervantes. La familia se separaba: los padres y Amparo retornaban a sus orígenes. Mientras, Gonzalo y Fernando encauzaban su porvenir en el periodismo vigués, con Carmen “cuidando” de ellos.

Vigo, 1930. Los padres: Fabiana y Daniel. Los hijos: Aurelio, Álvaro, Carmen, Amparo, Fernando y Gonzalo.



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IV. El transporte.

El abuelo Daniel fue testigo de la evolución experimentada por el transporte a principios de siglo en el Val Miñor. Lo comentaba muchas veces, recordando la enorme cantidad de horas de su vida que empleó viniendo desde Tui, su pueblo natal, hasta la villa de Baiona. Llegaba agotado después de las casi cuatro horas de viaje, dando tumbos por los caminos, llenos de piedras y baches, en aquellos incómodos carruajes tirados por mulas o caballos. Los viajeros, que por un lado soportaban la desesperante lentitud subiendo San Antoniño, por el otro sufrían un miedo pavoroso cuando bajaban aquellas curvas temerarias del camino a Gondomar o a Tui. <<Cuando vuestro abuelo viajó por primera vez en el autobús de la “Empresa Gondomar” para visitar a su familia en Tui -contaba la abuela Fabiana-, vino tan maravillado que no paraba de hacer comparaciones y prodigarse en alabanzas. >> << ”Querida Fabiana -me decía desafiante para pincharme-, si en mis tiempos de joven existiera esta comunicación de ahora no sé si me habría casado contigo”. ”Pues tú te lo hubieras perdido”, le respondía en el mismo tono. >> <<Me lo decía porque nos conocimos en una tardenoche en que había perdido la diligencia de las cinco, la última del día. Se quedó a dormir en casa de don Dositeo, el cura, y antes fue a merendar algo al bar del tío. Nos vimos por primera vez… y ahí comenzó nuestro romance. >>


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Baiona, Rompeolas, 1905. Por la carretera de A Guarda coinciden los medios de transporte de la época: la bicicleta, el automóvil y el carro de bueyes. Sólo falta el carruaje de viajeros tirado por caballos o mulas. Al fondo, el Monte Sansón pelado, todavía sin Virgen de la Roca, y al pie del monte, el último chalet de la villa, la casa de Amor.

En el libro “Imaxes para a memoria”, del IEM Instituto de Estudios Miñoranos, nos ofrecen esta fotografía de principios de siglo, de un encanto irrepetible: un automóvil de la época cruza A Ponte Vella.


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En los años veinte, la “Empresa Gondomar” ponía en marcha un servicio de viajeros que abarcaba el Val Miñor. Aquel autobús “Hispano Suiza”, la única marca que se fabricaba en España por entonces, sirvió para cubrir uno de los recorridos más exigidos por la vecindad: Gondomar-A Ramallosa-Baiona. Posteriormente aumentó la línea hasta Tui, y hasta A Guarda.

Estampa de la Baiona de los años veinte. Parada del autobús delante de la “Praza da Fruta”, que presenta una gran animación. A la izquierda se ve el Castillo de Monte Real, y parte de la bahía, por cierto, aún sin doca, y muy escasa de embarcaciones. Acostumbraban a fondear hacia el otro lado, más cerca del muelle.

Años antes, en mayo de 1908, ya había entrado en servicio el ómnibus público Vigo-Baiona, que lucía en sus laterales un enorme letrero anunciado a su fabricante, la Hispano Suiza de Barcelona. Era una de las primeras líneas en España que utilizaba vehículos a motor. El trayecto de veintiocho kilómetros lo cubrían dos unidades de cerca de treinta caballos de potencia cada una, que se cruzaban a medio camino. El billete costaba cinco pesetas, que para entonces no era poco dinero, y hacía dos viajes diarios en ambas direcciones.


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1908. Primer autobús en cubrir la línea “Vigo-Bayona”.

En 1926, y después de muchos años de estudios y unos cuantos más empleados en la construcción de la vía y del tendido eléctrico, se inaugura la línea de tranvía Vigo-Baiona.

A Ramallosa, 1926. Inauguración del tranvía Vigo-Baiona.


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Se construyeron apeaderos en distintos puntos intermedios del recorrido, y estaciones en Canido, Panxón y A Ramallosa. En esta última, se edifican dos naves dedicadas a cocheras, y se convierte así en el centro de operaciones de la compañía en la zona. Se pone en marcha al mismo tiempo un ramal que une A Ramallosa con Gondomar: cuatro kilómetros que se cubrían en unos diez minutos. En el trayecto Vigo-Baiona, algo menos de hora y media, los viajeros disfrutaban de unos paisajes de belleza incomparable: la ría de Vigo, la Praia de Patos, Monteferro, las Illas Cíes, Praia América, el estuario del Río Miñor, Monte Lourido, Santa Marta, Baiona… y poniendo fin al recorrido, el Castillo de Monte Real. Un delicioso itinerario que lugareños, vigueses y visitantes saboreaban como una postal inolvidable. Era una maravilla… al menos, ese es mi recuerdo.

El tranvía de Baiona llega a la estación de Canido. El conductor espera la autorización del Jefe de Estación para salir.

La velocidad máxima que alcanzaba el tranvía eléctrico era de unos cuarenta kilómetros por hora. Dos unidades compuestas de máquina y un vagón, y a veces con otro más de mercancías, cubrían el viaje durante todo el día. Se cruzaban


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en el camino, por lo general en la estación de Canido o de Panxón. La puesta en marcha del innovador transporte público supuso para el Val Miñor un notable avance. Hasta entonces se encontraba prácticamente incomunicado con la ciudad de Vigo y los pueblos cercanos. Durante más de cuarenta años (1926 -1968), el tranvía pasó a ser elemento indispensable para entender y vertebrar la vida de las gentes de Molinos, Coruxo, Canido, Prado, Saiáns, Patos, Panxón, Praia América, A Ramallosa, Gondomar, Mañufe, Sabarís, Baiona… Pintados en blanco y rojo, destacaban en el paisaje con su peculiar estampa y su avance acompasado y tranquilo. Fieles a sus horarios, aparecían con puntualidad con aquel ruido inconfundible que anunciaba y despedía su paso.

Interior del tranvía Vigo-Baiona, con sus típicos bancos de madera. Éste es un viaje tranquilo; nada que ver con los de las horas punta del verano, cuando los pasillos iban abarrotados de gente de pie. Mientras pudieran subir, no había límite de viajeros.

Cuando el alcalde de Vigo, el señor Portanet, decidió de forma dictatorial clausurar el tranvía, el Val Miñor perdió algo más que un buen servicio de transporte de viajeros. Para


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sus vecinos posibilitaba una forma de articular sus relaciones económicas, comerciales y humanas. Parte esencial de su vida durante más de medio siglo se había ido de un plumazo.

Un billete de entonces. Se puede observar cómo hay tarifas especiales para niños, militares y familias numerosas.

Años treinta. El tranvía discurre entre los campos del camino, formando parte activa del paisaje miñorano.


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Baiona, años cuarenta. Llegada y salida del tranvía en las Fiestas de La Anunciada. Acuden varias unidades de refuerzo ante la enorme afluencia de visitantes. (Foto Alar).

Los abuelos, al vivir en Vigo durante varios años, utilizaron el tranvía de Baiona en cuanto comenzó a funcionar, aunque no en demasiadas ocasiones. No se podían hacer gastos superfluos, y su coste no resultaba pequeño en aquella época. Al principio, mientras vivió su madre, Fabiana se acercaba algún día que otro a Baiona para verla, y en la visita siempre iba acompañada por una de las niñas. Al mismo tiempo, también veía a su hermano y a su cuñada, y sobre todo a su hijo Aurelio, el primero en regresar a Baiona. Tampoco dejaba de detenerse en A Ramallosa para saludar a su hijo Álvaro y a Sara, su nuera. Fabiana echaba mucho de menos a estos dos hijos. Pronto volvería la familia a Baiona y los tendría cerca, pero después le faltarían Gonzalo y Fernando, asentados en Vigo para siempre.


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Llegada del tranvía a Baiona en los años veinte. En la primera unidad, la máquina arrastra dos vagones; en la segunda, un vagón de mercancías. En la calle se observa movimiento de viajeros. Por detrás, una panorámica irrepetible… A la derecha, por encima de los vagones, la explanada que conducía al muelle.

Los hijos de Fabiana y Daniel, y desde luego los nietos en nuestra juventud, vivimos el tranvía hasta su desaparición como inevitable acompañante de nuestros viajes entre Vigo y Baiona. De aquellos trayectos a Baiona con mis padres, recuerdo en especial la subida apresurada al tranvía de los hijos mayores para cogerles sitio a las madres y a las abuelas. El trayecto de hora y media así lo aconsejaba, pero cuando en verano iban abarrotados, no había otro remedio que ir de pie, y atentos a la bajada de algún viajero en cualquiera de las muchas paradas intermedias. De todas maneras, y en lo que se refiere al asiento para mi madre, debo asegurar que por entonces los hombres dejaban el sitio a las damas, incluso a las jóvenes. Quizás por situaciones habituales como éstas se escucha hoy a veces eso de “Ya no quedan hombres…”, aunque las feministas les puedan contestar con alguna tontería. En Vigo, el tranvía de Baiona tuvo diversos puntos de salida. Primero fue desde la ajardinada y bien cuidada esta-


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ción de la Florida. Más tarde desde la explanada del Náutico, delante del Hotel Universal, y ya en nuestros tiempos, años cuarenta en adelante, desde la calle Uruguay, en frente del Cine Fraga. El tranvía subía por la calle República Argentina, entraba en Uruguay, y salía hacia Baiona por la calle Colón, para enlazar en el cruce con Policarpo Sanz. Una de las estrategias para coger sitio era subir al tranvía antes de su llegada. Se aprovechaba su lentitud en la cuesta de la República Argentina para subir en marcha y ocupar un banco completo.

Salida del tranvía Vigo-Baiona desde la Calle Uruguay: despacho de billetes, facturación de mercancías y una pequeña sala de espera. (Foto Magar).

Al llegar a Baiona, la vía hacía un pequeño bucle en el que se apeaban los viajeros, y la máquina, después de desenganchar el vagón, seguía hacia la calle de Elduayen para maniobrar: cambio de vía, vuelta marcha atrás, nuevo cambio de vía, y a recuperar el vagón ya en dirección a Vigo. La salida quedaba lista en pocos minutos para cumplir puntual la frecuencia del viaje.


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El horario de los últimos tiempos lo conservo en el recuerdo con absoluta claridad: llegaba a Baiona a las “y veinte”, y salía “a la media”. Desde Vigo, tanto la llegada como la salida eran a las horas en punto, y los viajes se repetían sin pausa desde las siete de la mañana hasta las diez de la noche. En Baiona se iniciaban a las siete y media, y el último hacia Vigo era a las diez y media.

Baiona, 1928. El tranvía maniobra hasta la Rúa de Elduayen, mientras los marineros conversan apaciblemente sentados en el murallón, como era su costumbre. A la izquierda se observa un coche aparcado, y el caminar pausado de la gente por la mitad de la carretera. Al fondo, a la derecha, A Praza do Peixe.

<<El tranvía de Bayona -recuerda mi hermano Gonzalo, y recalca…-, Bayona con “y”, que es como se conocía en nuestra niñez, era distinto a los tranvías de la ciudad, incluso a los que iban a Bouzas o a Chapela o a Porriño. Tenía otro porte, más grande, más solemne, más potente… y solía estar formado por dos unidades que parecían vagones de tren pintados de blanco; el conductor iba aislado en una cabina inaccesible que lo convertía, a los ojos de un chaval, en un personaje misterioso y envidiable. Los asientos eran de largueros de madera, y había unas barras verticales de acero


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cromado para que se agarraran los viajeros que iban de pie; así que tratábamos de subir de los primeros para viajar sentados, y a ser posible de cara a la marcha y en el lado derecho del tranvía, que era el del mar; y rezando para que no subiera en el trayecto una mujer o una persona mayor a la que habría, inexcusablemente, que dejarle el asiento -eran otros tiempos, sin duda-. >>

El tranvía Vigo-Baiona cruzando el puente nuevo de A Ramallosa.

<<Pasado el puente de A Ramallosa -continúa Gonzalo con sus recuerdos-, desde el que se veía A Ponte Vella a la izquierda, con la cruz y la imagen de San Telmo en el centro, el tranvía torcía a la derecha por delante de la casa de Nolete -alcalde de Baiona entre 1965 y 1972-, aquel jugador de los tiempos heroicos del Celta, que jugaba con un pañuelo anudado a la cabeza. Luego torcía a la izquierda para coger la recta que pasa delante de la iglesia de Santa Cristina a un lado, y del Casino de Sabarís al otro, para llegar a la plaza de la Puerta del Sol, donde se celebraba el mercado cada lunes. Se dejaba el puente romano a la izquierda, aquella casa de la frondosa buganvilla a la derecha que tanto nos llamaba la atención, y casi a lado, la que fue escuela de papá cuando era niño, según él contaba. >>


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Los mayores que conocimos el tranvía no hemos dejado de echarlo de menos. Estaba tan engarzado en la vida del Val Miñor, que nadie podía imaginar la actividad de la comarca sin el tranvía de por medio. Los viajes a Vigo, los desplazamientos cercanos a Sabarís, a A Ramallosa, a Gondomar, a Panxón… La modernidad nos invade, nos invadirá siempre… por supuesto que para mejorar, pero aquellos tiempos dejaron atrás muchas cosas incomparables. Algunas insignificantes, hasta sin valor material… como el sabor de aquel pan crujiente de “Las Adrianas”, tan blanco, me dijeron que porque no le echaban sal… los viajes en la barca de Antonio camino de A Barbeira… los churros de Emilín en su puesto de Elduayen… los verbenas del Casino de Sabarís… las andanzas en el bote de los Lira… las excursiones a la Virgen de la Roca… Durante medio siglo, el tranvía encarnó el corazón palpitante de la vida de Baiona…

Billete de tranvía para los trayectos cortos.



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V. El tío Álvaro

Álvaro fue el primero de los hermanos en abandonar el hogar paterno de Vigo. Su nostalgia miñorana iba más allá de su casa de Sabarís, de los juegos de la niñez, de la Escuela Provalle, de sus aventuras por el río, por Monte Lourido, por la feria de los lunes… Algo insustituible se había quedado en A Ramallosa… Se casó con Sara en 1930, poco después de que a ella le falleciese un tío sacerdote íntimamente ligado a la familia. No hubo celebración. Los lutos por entonces se llevaban con un respeto absoluto. A Sara le había muerto la madre siendo ella niña, con tan sólo tres años, y su padre fallecía siete años después. Al morir el tío cura, la casa les quedó en herencia a Elisa, su hermana menor, y a ella, y terminaría por ser la vivienda del nuevo matrimonio. Elisa, soltera y muy unida a su hermana desde siempre, se quedó a vivir junto a ellos.

Praia América, 1929. Sara, la primera por la derecha, con unos amigos.


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Durante un tiempo, Álvaro ayudó en funciones de maestro en la prestigiosa Escuela Provalle de Mañufe, siendo muy apreciado por los alumnos, y todavía más por los padres. Además de las enseñanzas básicas de costumbre, compartía con los chicos excursiones y actividades de todo tipo, entre otras, formaba parte de un entusiasta grupo de exploradores.

Mañufe (Gondomar), 1930. El tío Álvaro, en su época de maestro en las Escuelas Provalle.


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En esa época la Escuela Provalle recibió la visita protocolaria del General Primo de Rivera, máxima autoridad de la dictadura que rigió el país entre 1923 y 1930. El general acostumbraba a tomar las aguas en Mondariz, y solía acercarse al Val Miñor para cumplir con sus obligaciones políticas.

Mañufe (Gondomar), 1927. Visita del General Primo de Rivera a las Escuelas Provalle. Fue recibido por las autoridades locales, el profesorado y algunos alumnos. El general aparece en el centro con abrigo, gorra de plato en la mano, bastón y zapatos blancos. El tío Álvaro es el primero por la izquierda, y entre los asistentes a la recepción, personas conocidas de la zona: Enrique Valverde, las hermanas Niel Villamarín, Eloísa Vidal, Rosario Iglesias, Tutor…

<<Contaba la tía Isabel -me dice Alvarito al ver la fotografía-, que durante su estancia en el Balneario de Mondariz, el general tenía alojada a una “amiga” en un hotel de Baiona, y que a menudo se presentaba un coche de la policía para recogerla. >> El dictador Miguel Primo de Rivera acabaría exiliado en París, y moría en 1930 a causa de su diabetes, aunque llegó a circular el rumor de que lo habían asesinado sus enemigos en acto de venganza.


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En esos años, el tío Álvaro fue corresponsal en el Val Miñor del diario vigués “El Pueblo Gallego”, y permanecía siempre pendiente de las noticias de la zona que pudieran resultar de interés.

Carnet de identidad de “El Pueblo Gallego”, 18 de junio de 1929, que lo acreditaba como corresponsal en el Val Miñor.

En diciembre de 1932 la pareja tiene su primer hijo, también de nombre Álvaro, y es entonces cuando al padre le llega un eventual destino como maestro nacional en PousaCrecente, provincia de Pontevedra, al que debía incorporarse cuanto antes. Allí pasarán tres años muy felices, viendo crecer al pequeño en la tranquilidad del campo. Era una pequeña aldea a orillas del río Miño, dedicada a la agricultura y a la ganadería vacuna y lanar… y el lugar más estrecho del río a lo largo de su recorrido fronterizo con Portugal. Cuentan sus hijos, que un día primaveral que pasaban por delante de unas preciosas mimosas, su padre les comentó que algunos vecinos de Pousa las plantaban a la orilla del río para ocultarse de la vigilancia de la Guardia Civil durante las noches de contrabando.


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De ese tiempo en aquel pequeño pueblo pontevedrés guardaba el matrimonio los mejores recuerdos, a pesar de la excesiva tranquilidad y de la lejanía con A Ramallosa, a más de cien kilómetros y con una complicada comunicación. La comarca apenas reunía treinta niños en edad escolar, pero se trataba de una gente noble, amable y cariñosa con el maestro, y que se desvivía en atenciones hacia él. Raro era el día en que algún alumno no se presentaba con un cariño para don Álvaro: fruta, huevos, legumbres, patatas, chorizos en la época de matanza… Y no podía rechazarlos, porque eso significaría una gran ofensa para los campesinos.

Pousa, 1934. Visita de la familia de Baiona. Las tías Sara, Isabel y Carmen, y el tío Álvaro. El niño es el primo Alvarito, con poco más de un año.

La familia regresa a A Ramallosa en 1936, a punto de iniciarse la Guerra Civil española. La escuela de Pousa había sido concedida en propiedad a un joven maestro de A Cañiza, que la tenía solicitada desde ya hacía un par de cursos. Álvaro, con treinta y ocho años, se libraría de ser llamado a filas por su edad, ya avanzada para ser reclutado. Durante un tiempo, no le quedó otra opción que aguardar pacientemente a que le diesen un nuevo destino como maestro. Llegó a sus oídos que lo podrían enviar a un alejado pueblo de la provincia de Pontevedra, rumor que no le agradó lo más


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mínimo, y que lo puso en alerta. Una vez confirmada la noticia, llegó a tomar posesión de su plaza en Rodeiro, que así se llamaba la localidad en cuestión, cercana a Lalín. Se encontró con una escuela en mal estado, con los cristales rotos, mucho frío… y aún encima, en un lugar con pésimas comunicaciones. Total, que le cedió provisionalmente el puesto a un compañero. Más tarde, una inspección lo cesaría definitivamente en el escalafón de maestro. Mientras tanto, se le presentó la oportunidad de ocupar una plaza vacante en la oficina de Recaudación de la Contribución del Val Miñor, situada frente a su casa. Desempeñaría ese cargo para el resto de su vida. En aquel 1936, la familia crecía con la llegada de una preciosa niña, nacida felizmente en la propia casa como era costumbre en aquellos tiempos. Se barajaron para ella los nombres de Fabiana, en recuerdo de la abuela de Baiona, o de Domitila, la otra abuela ya fallecida. Cuando regresó Álvaro del registro y le preguntaron por el nombre, contestó escueto y con claridad: “María de los Ángeles Sara Elisa”. “¡De la que me salvé!”, aún dice hoy en día la prima. El matrimonio ya tenía la parejita. Ahora era momento de criarlos. Un año antes habían contraído matrimonio en Baiona su hermano Aurelio e Isabel, después de un largo noviazgo, y al parecer, tras un ultimátum de la novia. Aurelio prefería esperar a tiempos mejores. Siempre mantuvieron los dos hermanos una relación cercana y afectuosa. Contaba el tío Álvaro que de niños, en Sabarís, él tenía bicicleta, y su hermano Aurelio se moría de ganas de andar en ella, pero no le llegaba a los pedales. Una mañana que lo intentaba, le dijo: “Aurelito, aínda tes que comer moito pan de millo pra medrar.” Esa misma tarde se tomó tal enchenta de pan de maíz que anduvo mal un par de días. ”Los tíos de Baiona venían de visita a casa todos los domingos”, comentan los primos.


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Baiona, A Colexiata, 1935. Boda de los tíos Isabel y Aurelio. En el centro, el nuevo matrimonio. A un lado, la tía Sara, y al otro, el tío Álvaro.

Pousa-Crecente (Pontevedra), 1934. Aurelio e Isabel, con Alvarito en los brazos. Por entonces aún eran novios.


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A Ramallosa, 1933. Alvarito, con poco más de un año.

Vigo, 1940. Foto de Pacheco en su estudio de la Calle del Príncipe. Alvarito y Ángeles, con ocho y cuatro años respectivamente.


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La casa de A Ramallosa estaba situada en pleno centro del pueblo, en el cruce estratégico de todos los caminos posibles. Desde la misma galería, sentado con tranquilidad en uno de aquellos confortables sillones de mimbre, se observaba con claridad absoluta el movimiento vecinal, el ir y venir de la gente por los puentes, el paso de los coches -antes carruajes de caballos- por las carretera de Vigo, de Baiona, de Gondomar… y a partir de los años veinte, con la estación situada a cien metros, también se veía pasar el tranvía. Hasta se contemplaba el estuario de A Foz, llenándose y vaciándose al ritmo de las mareas.

A Ramallosa, 1910. Carretera general Vigo-Baiona. La casa de las tías es la de la esquina de la izquierda. En la otra esquina, el “Bar-Café Centro”, y la parada de uno de los primeros coches de alquiler de la zona.

Los padres de Sara y Elisa les contaban que años antes, en 1905 más o menos, el agua del río alcanzaba el muro de la finca de la casa cuando había marea alta. Las gamelas de los pescadores llegaban directamente del mar a vender las sardinas en la Feria de Sabarís de los lunes, y decían los padres que desde la misma galería se las compraban.


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Claro que entonces lo terrenos de la huerta llegaban hasta el mismo río, y tan sólo un pequeño muro los separaba del agua en las mareas altas, o en las crecidas del Miñor a causa de las lluvias del invierno. <<El abuelo -me cuenta Ángeles- tenía una gamela fondeada delante de una puerta que había en el muro, que comunicaba directamente con el río. Salía a veces a pescar o a dar un paseo río arriba con la subida de la marea. Cuando se tiró la vieja casa para construir la actual, en 1983, aparecieron en el sótano los remos de la lancha, medio podridos. Llevaban allí casi un siglo. >> <<Por esa misma puerta soltaba los patos que tenía en la huerta, para que se paseasen por el río. >>

A Ramallosa, 1926. La casa de las tías. (Foto Alar).

- ¿Y qué pasó con los terrenos? -le pregunto. - Nuestro tío cura, el propietario, consideró que la llegada del tranvía suponía una gran mejora para el pueblo, así que hizo la donación de unos 600 metros cuadrados. Las cocheras y las vías estaban en un espacio ganado al río, lo mismo que la Capilla de San Campio, que fue trasladada de donde se encontraba al lugar actual.


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Ponte Vella, o cruceiro y la capilla de San Campio, el río Miñor, su estuario y la linda desembocadura, el bosque de A Foz que se estiraba con gracia para separar mar y río, el frondoso Monte Lourido… Un paisaje único, y un escenario idóneo para los juegos y el desarrollo de los niños.

A Ramallosa, 1903. Aún no se ha producido el relleno de los alrededores de la Capilla de San Campio. La casa de las tías es la de la izquierda, detrás del crucero.

A Ramallosa, 1903. La Capilla de San Campio y lavanderas en el río. La finca de los padres de Sara llegaba por entonces hasta el muro que se ve cerca de la capilla, por la parte derecha. Con la irrupción del tranvía, la familia perdió gran parte de ese trozo de terreno.


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A Ramallosa, 1926. O Cruceiro. Por detrás, se ven los postes de electricidad del tranvía recién inaugurado. Las piedras esparcidas por el suelo son restos de la construcción de la nave-taller instalada a un lado de la Capilla de San Campio. (Foto Alar).


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Delante de la casa, en el primer cuarto de siglo, se celebraba la popular y concurrida Feria del Ganado, competencia de otra celebrada periódicamente en Gondomar. La feria de A Ramallosa acabó despareciendo en los años veinte, y la otra poco después. Con la repoblación forestal de la sierra de A Groba, se fueron perdiendo pastos para el ganado, y como consecuencia se produjo una lenta disminución de la cuadra ganadera de la zona.

A Ramallosa, 1926. Feria del Ganado. Al fondo, la casa de los tíos. (Foto Alar).

A Ramallosa, 1926. Feria del Ganado. Detrás de la Capilla de San Campio se ven las cocheras de la estación del tranvía. (Foto Alar).


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En principio la Feria del Ganado se hacía delante de la casa de las tías, pero al cabo de un tiempo, el Concello expropió unas tierras en el barrio de A Romana para establecerla allí con más amplitud y comodidad. Con la desaparición de la feria, aquel espacio reservado se convertiría en una enorme explanada de hierba donde jugaban los niños, hasta que los antiguos expropiados reclamaron su propiedad.

A Ramallosa, 1926. Feria del Ganado. (Foto Alar).

A Ramallosa, A Romana, 1926. Grupo de ganaderos en la Feria del Ganado.


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Por el paseo junto al río jugaron y crecieron sus hijos Alvarito y Ángeles, primero de la mano de sus padres y de la tía Elisa, y después con sus primos y amigos. Todavía hoy, en plena madurez, evocan con alegría aquellos momentos… y nosotros, los primos, también…

A Ramallosa, 1942. Alvarito, Gonzalito, Ángeles e Isabelita.


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A Ramallosa, noviembre de 1941. La tía Sara con Alvarito y Ángeles. Ésta, al contemplarse con tan poco pelo, recuerda que le habían rapado la cabeza a causa de la varicela, y que su hermano se burlaba mucho de ella.

El tío Álvaro y sus hermanos continuaron muy unidos de mayores, y eran frecuentes los intercambios de visitas entre ellos. Muchas veces en A Ramallosa, otras en Baiona, y algunas también en Vigo. En principio se reunieron con sus parejas, Sara, Isabel y Daría, y más tarde ya con los hijos. La buena relación de los padres fue heredada por los pequeños, que disfrutaban de aquellos encuentros entre primos.

Baiona, Virgen de la Roca, 1942. Gonzalito, Isabelita, Ángeles y Alvarito.


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Alvarito cursaría el bachillerato en los Jesuitas de Vigo, Gonzalito en el Colegio Labor, Ángeles en el Instituto Santa Irene vigués, e Isabelita en la Escuela Pública de Baiona con las monjas de Sabarís, en la escuela de don Pepe “Codá” y en la Escuela de Comercio de Vigo. Con el paso del tiempo, la familia tuvo el primer médico y el primer ingeniero, mientras que las chicas decidieron trabajar en las tiendas familiares.

Monte Lourido, 1943. Preciosa fotografía tomada por el tío Aurelio. Al grupo de primos se incorpora Mary Cruz, con algo más de un año. A su izquierda, Ángeles y Alvarito. A su derecha, Gonzalito e Isabelita.

Durante los veranos, y mientras no se hicieron mayores, mi hermano Gonzalo pasaba en A Ramallosa, en la casa del primo Alvarito, algo más de una semana. Recuerdo una tarde, al ir de visita con mis padres, que la tía Sara me ofreció unas ciruelas negras de la huerta, las más ricas que haya comido en mi vida. Era una señora fina, agradable, hospitalaria… se hacía casi imposible salir de su casa sin que te invitase a algo… y no aceptases. Su hija Ángeles, ya desaparecidos los mayores, debió heredar la misma condición que su madre, porque en una visita de hace años, salí bajo el brazo con una bolsa de un delicioso membrillo elaborado por ella con la fruta de su huerta.


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En nuestra casa de Vigo siempre nos llamó la atención la exquisita ironía de la familia de A Ramallosa. Contaban las cosas con tanta gracia, haciendo comentarios tan curiosos, se gastaban tanta guasa… que resultaban únicos para hacerte sonreír… o reír a carcajadas. Al tío Álvaro lo conocí poco, pero con los demás, incluida la tía Elisa que vivía con ellos, resultaba una delicia charlar un rato. En 1948, la tía Sara abrió una pequeña tienda en el bajo de la casa -en épocas anteriores alquilado en los veranos a la familia Villamarín de Vigo-. La bautizaron con el nombre de “La Espuma”. Según el tío Álvaro, con bastante visión comercial, el negocio subiría o desparecería como la espuma. Vendían un poco de todo, lo habitual en aquellos tiempos en una tienda de pueblo: artículos de droguería, mercería, papelería, cuentos, tebeos, libros, souvenirs para los veraneantes, bisutería, zapatillas de playa, algunos juguetes, algo de ropa, sombrillas… Le ayudaba en la tarea su hermana Elisa… y la tienda, efectivamente… subió como la espuma. A los pocos años, Ángeles acabó sus estudios de bachillerato, y decidió quedarse en la tienda a trabajar. “La Espuma” marchaba bien y su ayuda se recibía con satisfacción. No tardaría demasiado tiempo en hacerse con el negocio, y dedicarse a él de cuerpo y alma. 1929. La tía Sara, en Praia América, antes de casarse.


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<<Mi madre era muy aficionada a jugar a la lotería -cuenta Ángeles una mañana-. Un buen día me dijo que viera en el periódico si estaba premiado el décimo. Se los solía comprar al “Mudo”, un popular vendedor de la zona, algo borrachín, y con unos bigotes afilados y largos, a lo Dalí. >> <<Comprobé que no estaba premiado, y dejé el décimo tirado en cualquier sitio. “No tocó nada, mamá.” >> <<Al día siguiente aparece el “Mudo” por la tienda todo alborotado, emitiendo sonidos ininteligibles, haciendo gestos de dinero… y mucho… El décimo estaba premiado. Yo salí disparada a buscarlo, subí las escaleras con el alma en vilo y allí se encontraba el décimo, donde lo había dejado. >> <<Fue en el año 1965, y las 250.000 pesetas que le tocaron a mi madre, significaban una cantidad de dinero bastante respetable. Mi madre me había dado un periódico equivocado, y por poco lo pierde todo. >>

1966. Los dos hermanos, Ángeles y Alvaro, en una boda.

<<Después, entre la Caja de Vigo, el Banco de Galicia, el Banco de Bilbao… el Opus… le amargaron el premio. Lo utilizó, entre otras cosas, para reformar la tienda, por primera vez desde su inauguración en 1948. >>


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Años después, y con “La Espuma” ya cerrada, la prima Ángeles recordaba las muchas anécdotas vividas en la tienda. <<“Ángeles, dame un tinteiro de tinta pra un “clincataplín”, y yo a adivinar que se trataba de un tampón. “Bos días. Quería lacra.”-laca-; “Nena, dame un bote de etcétera, etcétera.”- ZZ-; “Señora Elisa, póngame un frasquito de aceituna.”-acetona-; “Me manda mi madre a buscar crema “pómez” -Ponds-… >>

La prima Ángeles.

Lo contaba con tanta gracia, imitaba tan bien el peculiar acento de la zona, gesticulaba con tanta simpatía… que no podías menos que reírte mucho. <<Un día entró una conocida en la tienda, y empezó a hablar. “Miña filla, xa de rapaciña e logo de noivos, deuse a respetar sempre, sempre, sempre -y batía el puños con energía en el mostrador-… ata que quedou preñada”. >>


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<<Otro día me contaba una de Baiona: ”Meu pai foi home de cinco mulleres, e eu sei del porque o colleu o cura pola gorxa e fíxoo casar coa miña nai. Logo, pasados moitos anos, meu irmán tivo unha noiva, e meu pai non lle deixaba…ata que se soubo o porqué… eran do mesmo pai.”… >> <<En una ocasión, con motivo de una reunión vecinal, dos amigas de Baiona empezaron a discutir entre ellas, hasta que una le espeto a la otra: “Sabes qué, vai tomar por onde se empezan a facer as cestas.” Al cabo de unos días: “¡Carallo Carmiña! O luns, que diplomática estiveches para mandarme a toma polo cú.” Como fuimos comerciantes los dos, a menudo compartíamos vivencias. Me decía, entre otras cosas, que en verano tenían mucha salida aquellos collares de conchas que yo había visto vender tantas veces a la tía Amparo y a las primas en las tiendas de Baiona. <<Vendíamos bastantes tebeos. Había una clienta, una tal Lola, que nos mandaba reservarle “El Guerrero del Antifaz”, y todos los lunes, sin faltar uno, se presentaba con puntualidad a recogerlo. >> <<También recuerdo unos libros de bolsillo de Editorial Bruguera, que daban consejos de cómo comportarse en situaciones cotidianas: “Cartas de Amor”, “Pésames”, “Vestidos de Fiesta”, “Dedicatorias”, “En las Bodas”… Siempre me arrepentí de no haberme quedado con ellos. >> También comentaba que hubo mucha pobreza en Baiona en la primera mitad del siglo, según contaban los tíos. Los marineros llegaban a veces hasta Santa María de Oia, hasta Gondomar, hasta A Ramallosa… en busca de “comida”, y cambiaban los peixes por algo de legumbres, huevos, patatas, leche… Algunas amas de casa, con un orgullo muy baionés, hasta encendían la cocina sólo para que la chimenea echase humo, y las vecinas no detectasen que no tenían qué comer.


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Según su hija, el tío Álvaro, en su trabajo de recaudador de la contribución, pasaba periódicamente a cobrar los recibos a los vecinos por todos los concellos del Val Miñor. Después de los cobros, su compañero y él acostumbraban a ir a comer juntos. El vecindario, jocosamente, decían que con su dinero. En Gondomar, un cordero exquisito.

Val Miñor, 1936. El tío Álvaro, en uno de sus desplazamientos de trabajo.

El problema venía después de la recaudación. No había ni una sola sucursal bancaria en toda la zona, de manera que había que llevar cantidades importantes de dinero al Banco de España, en Vigo. Y no se sabe por qué razón, tal vez por enviarla de incógnito, allá salía la tía Sara a ingresar a veces hasta 400.000 pesetas, muerta de miedo en el tranvía, y con las piernas temblando hasta que dejaba el dinero en ventanilla. Esas cantidades, a mitad del siglo pasado, no eran precisamente poca cosa.


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A Ramallosa, 1952. Ángeles con Sara, su madre, en la huerta de casa.

Una tarde, de merienda en su casa, Alvarito y Ángeles sacaron una caja llena de fotografías. Además de las familiares, había muchas y sugerentes imágenes del Val Miñor: reliquias de principios de siglo, varias que testificaban la historia, bellas instantáneas del tío Aurelio… y aparecieron dos con un poético pie de foto. “Son de papá -explicaron-, de un reportaje sobre Baiona que hizo para “El Pueblo Gallego” en los años cuarenta.”


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… sobre sus recias fortificaciones se alzan los árboles, centinelas del progreso…

… los pinos, en muchos sitios, mojan sus raíces en el agua del mar amigo…


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<<En la época de esta fotografía -me comenta Álvaro-, aún no habíamos nacido, y por supuesto, nuestros padres tampoco se habían casado. Hasta puede que ni se conocieran. Desde la que hoy es nuestra casa, y entonces el hogar de mamá, se observaba, según nos contaba, todo el movimiento de las carreteras del Val Miñor. >>

A Ramallosa, 1910. Cruce de las carreteras de Vigo, Gondomar y Baiona.

<<En esta otra, se observa una tremenda inundación del río Miñor. Había estado lloviendo durante una semana seguida. Yo lo recuerdo -explica Álvaro-. Tendría poco más de diez años. >>

A Ramallosa, años cuarenta. Marea alta e inundación en el estuario de A Foz.


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Baiona, Palacio de Monte Real, 1930. La tía Sara, primera por la izquierda, y el tío Álvaro, en una visita al castillo junto a unos amigos.

No resultaba fácil acceder a Monte Real cuando era propiedad privada y permanecían todas sus puertas cerradas. Por entonces yo no llegué nunca a conocer la fortaleza. Sin embargo, mis hermanos Ana y Miguel, de niños, entraban a menudo gracias a su amistad con una hija de los Bedriñana. Cuentan que el sitio preferido para sus juegos era el pequeño pinar de O Cantiño, donde se instaló más tarde el Club de Yates. <<El tío Aurelio fue bastante amigo de Ángel Bedriñana, el último propietario del castillo antes de convertirse en Parador -explica el primo Álvaro-. Durante los inviernos lo dejaba encargado de su vigilancia, y de supervisar cualquier obra que se estuviese realizando. Por eso Aurelio facilitaba aquellas visitas a familiares y allegados. >>


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El tío Álvaro fue el primero de los hermanos en fallecer. Murió en 1958, a causa de un derrame cerebral, a la edad de sesenta años.

Los tíos Álvaro Rey Alar y Sara González Domínguez.

En 1969 la prima Ángeles se casa con Abelardo Rodal Sarmiento, natural de Mañufe, y representante de un almacén de calzado al por mayor de Vigo. Se conocieron casualmente en el barrio, pronto iniciaron su relación… y hasta el altar. Su hermano Álvaro fue el padrino de boda… aunque confesaba abiertamente que no le gustaba ser testigo de cosas tristes… Así que éste, de bodas, nunca quiso saber demasiado. Cuenta su hermana que siempre había sido un soltero codiciado… pero hasta hoy... Médico pediatra en Madrid durante toda su carrera, con varios hospitales en su curriculum, era persona agradable, de buena presencia física, trato tranquilo, gran conversador, culto, de fina ironía… con buena posición… muy unido a su


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hermana de siempre… amante de la buena mesa… Ángeles sabe de sus muchas pretendientes…

A Ramallosa, años ochenta. Ángeles y Adelardo en una celebración familiar en la casa de A Ramallosa. El tío Aurelio aparece al fondo.

La tía Sara fallecía en 1979 a los setenta y cinco años, pero antes aún conocería a sus dos primeras nietas, María Ángeles, como su hija, y Sara, como ella. Poco antes, en 1976, había fallecido la tía Elisa. Al que no conocieron ninguna de las dos fue a Álvaro, el tercer nieto, bautizado con el nombre del abuelo y del tío. La casa de A Ramallosa, después de más de un siglo de vida, fue derribada en 1983. “La Espuma” gozaría en el nuevo edificio de un local más grande, con amplios escaparates, mejor oferta de artículos, cómodo almacén en el sótano… y mucho más trabajo, que Ángeles ya compartía desde hacía años con su marido, Abelardo. La tienda cerró en el año 2000, cuando se jubilaron Ángeles y Abelardo. Ninguno de sus hijos quiso continuar en el comercio familiar.


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Poco después también le llega a Álvaro la jubilación. Regresa a su tierra, y vive en A Ramallosa en una casa próxima a la de su hermana, aunque no deja pasar un invierno sin visitar Madrid, y dar un vistazo al piso que aún conserva. Tal vez necesite equilibrar la quietud y tranquilidad del Val Miñor, con la vida ajetreada de la capital, sus ofertas culturales, sus viejas amistades, sus recuerdos de otros tiempos…

A Ramallosa, años ochenta. El primo Álvaro Rey González.

Una nueva generación ya estaba al acecho desde hacía unos años. El tiempo fue pasando, y a la familia de A Ramallosa llegan dos flamantes abogados, María Ángeles “Chiky”, y el pequeño Álvaro, carrera, la de derecho que no había elegido antes ninguno de los veintitrés biznietos de Fabiana y Daniel. “Chiky” había estudiado en Madrid bajo el amparo de su tío, y Álvaro sacó su licenciatura en Santiago. Ambos ejercen la abogacía en el Val Miñor.


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A Ramallosa, años ochenta. Álvaro, “Chiky” y Sara, los hijos de Ángeles y Abelardo.

A Ramallosa, años ochenta. Sara, “Chiky” y Álvaro, en la terraza de su casa.


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Baiona, años ochenta. Sara, “Chiky” y Álvaro.

Ahora aguardan el turno los tataranietos de nuestros abuelos Fabiana y Daniel… y vienen empujando fuerte. Reclaman un protagonismo que ya están ganando día a día…



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VI. A Ribeira

Hasta finales del siglo XIX, A Ribeira constituyó el centro neurálgico de la vida de Baiona. El pueblo, con sus orígenes en A Palma, su historia en el castillo, su vocación en el mar… vivía en ese lugar de privilegio la mayoría de su actividad social, laboral, e incluso militar cuando fue menester. En 1425, Baiona y A Coruña eran los únicos puertos gallegos autorizados para el comercio marítimo, por Real Orden del rey Juan II. En las arenas de A Ribeira se descargaban toda clase de mercancías de distintas procedencias, y también salían otras con los más diversos destinos. La trascendencia de su protagonismo a través de los tiempos, se aumentaría todavía más para la historia con la arribada de “La Pinta”, portadora de la noticia del Descubrimiento. Con el paso de los siglos, al liberarse el tráfico marítimo comercial, la villa no soportó la competencia de la ría de Vigo, dotada de un puerto de más calado y aguas más tranquilas para el trasiego de mercancías. La pesca, en cambio, mantuvo su hegemonía económica en el pueblo, y supo conservar A Ribeira como zona exclusiva para su actividad. Con la Praza do Peixe a pie de playa, los barcos varaban en sus arenas para descargar las capturas directamente en la lonja. Allí mismo, los marineros protegían las embarcaciones de las inclemencias del tiempo, aprovechando también aquel espacio para limpiar y calafatear los fondos. Ese rincón, al amparo de las murallas


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y de la frondosa arboleda de Monte Real, se conocía entonces como el Varadoiro de O Cantiño. Hasta los años cuarenta no se construyó el espigón, de manera que en los temporales el mar azotaba la bahía con violencia.

Baiona, 1900. En los días de temporal, el mar batía con fuerza en A Ribeira.

Baiona, 1900. Varadoiro de O Cantiño.


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<<Esas murallas las conocí sin almenas -comenta la prima Isabel mientras caminamos por el paseo-. Las mandaron colocar los Bedriñana, últimos dueños del castillo, antes de convertirse en Parador Nacional. Yo vi cómo los canteros trabajaban en ellas. >> Los Bedriñana, propietarios durante casi un siglo de Monte Real, quisieron dignificar la entrada al castillo, e hicieron mil gestiones para que retiraran del lugar la Praza do Peixe. El permanente y a veces nauseabundo olor originado por los deshechos y la suciedad consentida, colisionaban con el aire señorial que se pretendía dar a aquel paso obligado camino de la fortaleza. La vieja aspiración se haría realidad en los años sesenta, tras llegar a un acuerdo en las negociaciones con las autoridades de la villa. Era alcalde José Pereira Troncoso. A cambio de la concesión, don Ángel Bedriñana donaría a Baiona una nueva Praza de Abastos en la Rúa Carabela Pinta, tal como luce en la fachada del edificio actual. A partir de entonces, A Ribeira y la Praza Pedro de Castro dejaron de albergar respectivamente los mercados del pescado y de la fruta.

Baiona, 1904. Praza do Peixe.


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Los aparejos de pesca se extendían a secar por A Palma, en Los Tendales, en el solar preparado para ello cerca del Rompeolas, en la Praia de A Ribeira… y cuando ya no quedaba sitio, había que recurrir a la Praia de A Ladeira. Hubo un tiempo en que incluso el murallón de la Rúa de Elduayen se utilizaba para ese fin, hasta que el tío Aurelio, en su época de alcalde, lo prohibió.

Baiona, A Ribeira, 1900. La Praza do Peixe, y barcazas varadas en la playa. Por entonces aún no existía la fábrica de salazón que hubo años después en medio de las casas que se ven al fondo.

Baiona contaba a principios del siglo XX con al menos diez barcos de vapor, que descargaban al año unas 1.000 toneladas de sardina, 250 de merluza y 6 de almeja. Al calor de estas importantes capturas, se instalaron en la villa dos fábricas de conserva -delante de la Praia de Santa Marta- y otra de salazón -frente a la Praza do Peixe-. Todas ellas, lamentablemente desaparecieron a mitad de siglo, al igual que las tres mejilloneras instaladas en la bahía, primero situadas cerca del espigón, y después frente a la conservera de mejillón de Molíns.


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Baiona, años cuarenta. Fábrica de conservas de Molíns, a la entrada de la villa.

Baiona, años cuarenta. Anuncio publicitario de la fábrica de Puga, situada en O Burgo, y desaparecida en los años setenta con el “boom” de la construcción.


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Baiona, 1962. En primer término los hermanos ourensanos Marian y Miguel Pérez Moreiras, preparados de hawainos para una de las Fiestas de Disfraces del verano. Al fondo, la antigua fábrica de salazón, convertida ya en “Fábrica de Conservas Alfonso Riveiro”, con su camión de transporte delante. La nueva industria también desaparecía pocos años después, y la nave pasaría a ser Salón de Baile, Garaje… y finalmente destruida para convertirla en los actuales edificios de viviendas, donde se sitúa la tienda “Náutica Pedro Madruga” y la “Cafetería Monterrey”.

Baiona, años cuarenta. Anuncio publicitario de la fábrica de salazón de pescado, desaparecida poco tiempo después.


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Baiona, principio de siglo XX. Praia de A Ribeira. Una embarcación llega de faenar y se dispone a la descarga. Las pescantinas aguardan en la orilla.

La escena anterior ya no se volverá a repetir. Faltan demasiados protagonistas. Ya no hay embarcaciones de madera de ese tipo; tampoco se descarga el pescado en esta playa; ni las mujeres conservan las costumbres tan arraigadas de recibir a sus hombres del mar; ni habrá caballeros tan elegantes en esas faenas… ni estará “la casa de Baiona” de mis abuelos en la Praza Pedro de Castro, ni el monte se encontrará tan despoblado de casas…


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A un lado de la Praia de A Ribeira, pegado a O Cantiño, se encontraba por entonces un pequeño astillero de ribera, el “Astillero Esperón”. Yo sabía que mi amiga Flora podría contarme algo… y una tarde nos encontramos en el paseo. <<Mi padre -me cuenta-, Daniel Esperón Villar, llegó a la villa en 1934 procedente del Areal de Vigo, con el cometido de construirle un barco a Manuel Pedreira Alonso, mi futuro abuelo. Pedreira era natural de A Guarda, pero trabajaba de patrón en Baiona. Ese primer barco construido para él se bautizó con el nombre de “Manolito”. >> <<Estableció su pequeño astillero en plena playa de A Ribeira -y me señala el lugar exacto con la mano-, y allí quedó ubicado para futuras construcciones navales. >>

Baiona, 1934. El “Astillero Esperón”, situado en la Praia de A Ribeira, junto a la muralla de la fortaleza.

<<Además de construir barcos de pesca -continúa Flora en su relato-, fabricó las gabarras que trasladaron los materiales para la construcción de la doca de Baiona. Las piedras se almacenaban delante de Villa Rosa, y desde allí se llevaban hasta el muelle para cargar en las gabarras. Éstas eran remolcadas después por el “Salinas”, un barco que había participado en la II Guerra Mundial, propiedad de la em-


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presa vasca “Elosúa y Cia”. Mi padre hizo como mínimo tres gabarras: las dos primeras de construcción tradicional; la tercera, ateniéndose a un proyecto de unos ingenieros navales vascos, y de un formato muy extraño. Mi padre advirtió al señor Elosúa que la nueva gabarra no iba a flotar debido precisamente a su forma, pero no dio crédito a sus palabras. El día de la botadura fue arrastrada hasta el mar sobre unos troncos, y nada más entrar en el agua, se hundió ante la mirada atónita de los presentes. >> <<El “Astillero Esperón” realizó muchos barcos para los armadores de Baiona. Yo recuerdo el “Titiño”, de Florente Vázquez Ratel, y también varias chalanas auxiliares para los barcos de Policarpo Vilar. >>

Baiona, años cincuenta. El “Titiño”, de Florente Vázquez Ratel, en el día de su botadura. Se trataba del primer barco con popa redondeada que construía el astillero.

Flora Esperón Pedreira, nombre completo de mi amiga, hablaba de su padre con un orgullo exultante, y a todas luces justificado. El buenhacer de Daniel Esperón se ponía de manifiesto con la sorprendente variedad de construcciones


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navales que acometía, más dignas de un gran astillero vigués que de un modesto astillero de ribera como era el de la playa.

Baiona, 25 de agosto de 1961. Daniel Esperón Villar, en A Palma, cerca de su taller y de la entrada al castillo, donde varaban las gamelas en el invierno. La fotografía es de Jesús, popular fotógrafo madrileño y asiduo de los veranos baioneses.

<<Las primeras mejilloneras que hubo en Baiona fueron encargadas por el señor Molíns al astillero de mi padre. En principio estuvieron situadas a un lado de la doca,


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delante de la Praia de A Barbeira. Años después se trasladaron a una zona intermedia entre el muelle y Santa Marta, enfrente de la fábrica de mejillones. >> Por cierto, tanto la fábrica como las mejilloneras han desaparecido de Baiona. Igual que la fábrica de salazón -obsoleta, pero susceptible a una adaptación a los nuevos tiempos-, y la conservera de Puga. La villa se quedaba sin sus industrias del mar. <<La madera que utilizaba para los barcos era del aserradero de “Barreiro y Pereira, S.L.”, situada en la Praia de A Ladeira, en Sabarís. Mi padre también la compraba a otros proveedores de la zona, cuando éstos disponían de algún árbol de calidad extra, como el roble. >>

Baiona, A Palma, 1956. El “Astillero Esperón” se encontraba en la Praia de A Ribeira, al lado de O Cantiño, muy próximo a este lugar de la imagen. Los marineros varaban sus gamelas a pocos metros de la antigua entrada al castillo.

<<Del astillero salieron embarcaciones para los Gandón, armadores de Aldán, y para los de A Guarda y Panxón. >>


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A principios de los años setenta, con Daniel Esperón en edad avanzada, el astillero cesó su actividad. Otra industria de Baiona que se perdía, al igual que el aserradero de los Barreiro y Pereira.

Baiona, años cincuenta. El “Titiño”, atracado al viejo muelle.

1963. Sobre comercial del “Astillero Esperón”. Carta dirigida a la hermana de Daniel.


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Vigo, O Berbés, años cuarenta. El barco “La Guardia”, fabricado en el “Astillero Esperón” de Baiona, atracando en el puerto vigués.

También me cuenta Florita que en su niñez iba en el verano a la Praia de A Barbeira, “la de los señoritos”. En aquella época, A Ribeira era poco aconsejable para el baño a causa de los desagües y la suciedad que llegaba desde la lonja. Cuando la marea se encontraba medianamente alta, ya no se podía pasar por las rocas de O Cantiño, y para acceder a A Barbeira no quedaba más remedio que ir a dar la vuelta al castillo -camino intransitable por entonces-, o encontrar a alguien que te pasara en barca. De vez en cuando llegaba algún marinero al astillero a pedirle a su padre unas puntas, o unos remaches o unos tornillos… para reparar cualquier pequeño fallo de su gamela. Él se los daba con la ya conocida condición: “Ahí van, pero xa sabes, levas a rapaza a A Barbeira”.


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Al desaparecer la Praza do Peixe de A Ribeira, la playa y su entorno se fueron adaptando para fines muy distintos de los que tenía hasta entonces. Ya no hay descarga de pescado, las embarcaciones no pueden varar en la playa, el astillero cesa en su actividad, la lonja se destruye, los desagües de la villa se reconducen al Rompeolas... Aquel espacio privilegiado, corazón de la villa, testigo de la Arribada… se acondiciona para paseo, la playa para el baño, se pavimenta el piso, se adorna con plantas y flores… y se conservan los arcos del mercado y el Pozo de la Aguada como recuerdos de la “antigua” Baiona. En la vieja arcada del mercado se rememora la Arribada con un emotivo monumento. Por un lado, varias placas homenaje, un ancla de época, y un cuadro de azulejos ofrecido por Palos de la Frontera, ciudad hermanada con Baiona. Por el otro, mirando al mar, un imponente mural de azulejos, regalo de Moisés Álvarez y fabricado en la desaparecida factoría cerámica de Vigo, emula el viaje de vuelta de las dos carabelas, “La Pinta” y ”La Niña”.

Baiona, 1962. Monumento conmemorativo de la Arribada de la carabela “La Pinta” a Baiona, capitaneada por Martín Alonso Pinzón.


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Baiona, 1962. Mural de azulejo con las rutas de “La Pinta” y ”La Niña” en el regreso tras el descubrimiento de América. Obsequio del industrial vigués Moisés Álvarez.

Tras arribar a Baiona el 1 de marzo de 1943, y una vez aprovisionada de víveres y agua, “La Pinta” parte hacia Palos de la Frontera. Llegaría el 15 de marzo de 1943, tal como se recuerda en el mural.


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1993. Cuadro de azulejos ofrecido por el Ayuntamiento de Palos de la Front era al Concello de Baiona en el “V Centenario del Descubrimiento de América”.

En una de las placas, el Concello de Baiona recuerda con sus nombres y apellidos a los veintiséis tripulantes de “La Pinta”: un capitán, Martín Alonso Pinzón, un maestre, un piloto, un contramaestre, un despensero, un aguacil, un cirujano, once marineros y ocho grumetes. Entre los marineros venía Rodrigo de Triana, el primero en avistar la costa del nuevo continente, dejando para la historia el famoso “¡¡¡Tierra!!!”. Por la parte de las arcadas que da al parque de A Palma, se encuentra el Pozo de la Aguada, del siglo XV. Al parecer abasteció de agua a “La Pinta” para continuar viaje rumbo a Palos de la Frontera. La nave llevaba nueve barriles de agua y otros tantos de vino, guardados celosamente por un despensero.


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Baiona, años sesenta. Pozo de la Aguada, del siglo XV. En este pozo se aprovisionó de agua la carabela “La Pinta”, para seguir su viaje hacia Palos de la Frontera.

A la izquierda de los arcos, en un espacio libre entre la playa y el paseo que va al castillo, se ubicó en los años setenta la popular churrería de Emilín. Antes tenía su puesto enfrente de “A Ribeira”, la tasca de Lola “la Zapatillera”, al principio de la calle Ramón y Cajal. Emilín era zapatero en invierno y churrero en verano. Su puesto estaba autorizado por la alcaldía de 15 de junio a 15 de septiembre, y empezó allí en 1971. El nuevo vecino que llegó a aquella esquina, el Restaurante “Pedro Madruga”, no paró hasta echarlo de aquel lugar. El sitio lo quería para sus afanes comerciales, es decir, para colocar mesas y sillas donde atender a sus comensales del verano. Al final, el “invasor” lo consiguió… pero con beneficio para Emilín, que resultó un rival duro en las negociaciones.


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Durante aquellas difíciles gestiones sobre el “desahucio” de la churrería, recuerdo que Emilín acudía a mi padre a Vigo, o coincidían en verano, para solicitarle que intercediese a su favor ante el Gobernador y ante las autoridades locales.

Baiona, julio, 1974. Quiosco de la “Churrería Emilín” en la calle Ramón y Cajal.

“Ramona” y Emilín, en plena elaboración de los famosos churros.


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Emilín siempre se vio acompañado en la churrería por su esposa “Ramona” -apodo familiar, se llamaba Dolores-, que era quien atendía y batallaba con los clientes. Él hacía los exquisitos churros, y ella los servía con agradable disposición. Y aunque el “desahucio” ya no se pudo evitar, el nuevo destino que le otorgaron mejoró ampliamente su situación anterior. Así que en A Ribeira montó Emilín su churrería en condiciones óptimas, que aún pudieron superarse si no fuera por las contradicciones de los políticos... y las “zancadillas” que algunos quisieron poner. Primero le ordenaron hacer un quiosco que estuviera acorde con su entorno, es decir, de piedra, como las murallas del castillo. Emilín se puso a ello, y la obra prometía…

Baiona, A Ribeira, 1975. La nueva churrería de Emilín en plena construcción, manteniendo el estilo del entorno. Los políticos ordenaron derribarla, y hacer una obra menor, que sería al fin de aluminio, a modo de quiosco provisional.

Parece ser que aquel espacio era jurisdicción de Costas, y que dicha construcción no se atenía a la legalidad, o al menos esa era la versión oficial; porque otras teorías hablan de determinadas influencias que pretendieron boicotear la churrería.


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Baiona, A Ribeira, verano de 1975. “Churrería Emilín”.

Emilín inauguraba su nueva churrería en el verano de 1975, y según el acuerdo con el Concello, iba a disfrutar de aquella privilegiada concesión durante quince años. Prorrogó hasta 1994. Entonces, su presencia en A Ribeira llegó a su fin.


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El quiosco colisionaba con el proyecto de embellecimiento de la zona. La “Churrería Emilín” tuvo nuevamente que cambiar de sitio.

La “Churrería Emilín”, con su preciosa y tranquila terraza al mar, desapa recía de A Ribeira en 1994.


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Los que respetamos la vieja tradición de saborear el chocolate con churros de Emilín, al menos media docena de veces al año, aún podemos hacerlo en su actual ubicación: delante del Paseo de Martín Alonso Pinzón.

En 1994, la “Churrería Emilín” se abría en su nuevo emplazamiento: delante del Paseo de Martín Alonso Pinzón. “Ramona” y Emilín, preparando su mítico chocolate con churros.

Para la pandilla veraniega de mi madre, era como un ritual la despedida de las amigas con un chocolate con churros en “Emilín”. Podrían hacer otras celebraciones al uso, como cenas, comidas, meriendas… pero desde que mi madre dejó de trabajar y pasaba el verano en Baiona, las señoras se reunían puntuales en A Ribeira para cumplir con el protocolo. De manera que si pasabas una tarde por la “Churrería Emilín” y veías una mesa -a veces más- repleta de jubiladas, es que estaban despidiendo a alguna de ellas que se ya se iba hasta el próximo año. Mi madre, una enamorada de Baiona, era de las primeras en llegar, y la última en marcharse, y la romería de San Cosme y San Damián, a finales de septiembre, ponía fin a aquellos deliciosos meses. En el último y obligado chocolate, ya sólo quedaban dos o tres asistentes.


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Mi suegra, mi familia de O Carballiño, la tía Pacita, que vivía con nosotros… recogieron la tradición, y tampoco pasaban por alto el protocolo de las despedidas.

Baiona, años cincuenta. Praia de A Ribeira, con el pueblo al fondo.

Esta bonita fotografía del tío Aurelio tampoco se podrá repetir. Con las redes sobre la arena a secar, con el camino de tierra hacia el castillo, con la Praza do Peixe a un lado, con la vieja lonja sobre el muelle, los montes vacíos, con “la casa de Baiona” que se adivina frente a la rampa… Tampoco estará el astillero de Esperón… ni la fábrica de salazón … ni el surtidor de gasolina… ni la farmacia de los Barreiro… ni el “Hotel La Palma”… ni el legendario campo de fútbol… Baiona caminaba hacia una profunda transformación. Se acabaron las “rederas”, las trabajadoras de las conserveras, casi no quedan pescantinas… oficios de las mujeres baionesas perdidos para siempre.


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Baiona, años treinta. Vista desde la Praza do Peixe. (Foto Alar).

Quién le iba a decir a los baioneses de siglos pasados que A Ribeira, el centro neurálgico de sus actividades pesqueras y comerciales, varadero protector de sus embarcaciones, mercado popular… se convertiría años más tarde en un lugar de ocio, de turismo, de baño en los veranos, de agradable paseo hasta el castillo… Poco que ver con lo que fue durante casi veinte siglos.

Baiona, A Ribeira, años cuarenta. Cuatro pescantinas con sus patelas llenas de peixe. Consuelo, Filomena “a nai de Marieta” y Lola “la Zapatillera” entre ellas… El astillero, al fondo.


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A principios del siglo pasado, el Servicio de Correos autorizó el uso de las tarjetas postales para comunicaciones urgentes y breves, y fueron utilizadas también como recordatorio de los lugares por donde pasaba el viajero. Se pusieron de moda… hasta hoy en día. Estas imágenes tampoco se podrán repetir.

Postales de la Praia de A Ribeira y de O Cantiño. La primera de 1913, y la segunda de 1920. Las murallas del castillo aún están sin almenas.


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La juventud podía con todo. Aunque A Ribeira era una zona de mar sucio, desembocadura de los desagües del pueblo, hasta con basura flotando, a veces mal oliente… los rapaces de Baiona no ponían demasiadas pegas y se bañaban igual.

Baiona, A Ribeira, años cincuenta. Mucha rapazada en la gamela de Lola “la Zapatillera”: Tino “Canero”, Antonio “Xilgaro”, Quico Leyenda, Eduardo “Caldeireiro”, Antonio “Airecho” y Segundo Amó.

La Praia de A Ribeira sería en el futuro la más concurrida y cuidada de Baiona. “Bandera azul”, casi todos los veranos.


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VII. El tío Aurelio.

Al llegar a Vigo, Aurelio decidió dar por finalizados sus estudios, y buscar trabajo para contribuir así al sustento de la casa. Sería el segundo de los hijos en abandonar el hogar paterno. En 1926 regresaba a Baiona reclamado por su tío Aurelio, padrino suyo y a quien debía el nombre, para ayudarle en las tareas del “Bar Alar”. “El tío de los bigotes”, como le conocían sus sobrinos, lucía unos bigotes largos y afilados a la última moda de fin de siglo, a “lo Káiser”. Sin descendencia, se había quedado sólo al fallecer su esposa Candelaria. Dicen que a principios de siglo, el tío había comprado “la casa de Baiona” gracias a un premio de lotería, 15.000 pesetas, de las que destinó 7.000 para adquirir la vivienda. En el bajo, antiguo almacén de sal, instaló el “Bar Alar”, una modesta taberna de marineros que permaneció abierta hasta mediados de los años treinta con una estimable parroquia. Contaba Aurelio que, en esos últimos tiempos, un veraneante madrileño introdujo en Baiona la moda de “las terrazas”, precisamente en el “Bar Alar”. Le pidió al dueño que le permitiera estar sentado a la puerta, para observar desde ese lugar privilegiado el ajetreo del pueblo: las llegadas y salidas del tranvía, el paso de la gente, el movimiento en el muelle, el tráfico de los coches, el correr presuroso de las pescantinas… Se pasaba horas y horas allí sentado, y le recomendó al tío que pusiera mesas fuera, que la gente se sentaría y haría gasto. Desde ese instante, “el tío de los bigotes” situó delante de la puerta las primeras sillas y mesas de una terraza en la villa… y con gran éxito cuando el clima acompañaba.


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Baiona, años veinte. El “Bar Alar”, con la primera terraza de la villa.

1900. Los tíos-abuelos Candelaria Torres Varela y Aurelio Alar Abal.


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A principio de los años veinte, poco antes de regresar a Baiona, Aurelio había cumplido el Servicio Militar en Vigo. Este deber con la Patria lo libraría más adelante de ser reclutado durante la Guerra Civil de 1936.

Vigo, 1924. Aurelio, con veinte años, cumpliendo el Servicio Militar.


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Durante su etapa en la ciudad viguesa, Aurelio había aprendido el incipiente arte de la fotografía de la mano de un inmejorable maestro, Xaime Pacheco, que tenía su estudio en la Calle del Príncipe, y que a la postre se convertiría en ilustre fotógrafo de la ciudad. Así que al volver a Baiona, Aurelio se estableció como fotógrafo de la villa, y lo hizo bajo el nombre de “Alar”, su segundo apellido y con el que pretendía asociar su nuevo negocio al del popular bar de su tío.

Baiona, Rúa de Elduayen, 1926. “Laboratorio Fotográfico Alar”.

En esa época, primer cuarto de siglo, la tarjeta postal se puso de moda en todo el mundo. Aurelio realizaría una espléndida colección de fotografías de la zona para la venta en su tienda. Aún se conservan hoy en día en manos de coleccionistas. Los originales se encuentran guardados celosamente por sus hijas Isabel y Cruz, que al parecer piensan donarlos al pueblo de Baiona.


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Sello que acreditaba sus trabajos fotográficos.

Por entonces, “Ultramarinos El Universo” y “Ultramarinos Carrasco”, ambos en el centro de la Rúa de Elduayen, rivalizaron también con las postales, y los dos tenían sus propias colecciones. Más tarde, “Las Verísimas”, “La Madrileña”, “La Estrella”… dispusieron igualmente de breves colecciones, pero ninguna de las mencionadas con la cantidad y calidad de la de “Laboratorio Fotográfico Alar”.

Logotipo de sus postales.

Como es natural y de obligado reconocimiento, en estas páginas se encuentran muchos de sus espléndidos retratos, reflejos de la Baiona de la primera mitad de siglo. También hay unas primorosas fotografías familiares.


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Baiona, años veinte. Carpetillas del laboratorio para la entrega de fotografías y postales. También se anuncia discretamente la venta de otros artículos.


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Al poco tiempo del retorno a Baiona, el tío Aurelio, con tan sólo veintitrés años, es nombrado concejal, cargo que desempeñaría durante apenas tres meses, del 15 de marzo al 4 de junio de 1927. España vivía bajo la Dictadura del General Primo de Rivera. Unos años después, con la II República, volvería a ser concejal, esta vez elegido de forma democrática. Permanecería en el Consistorio baionés desde 1931 hasta 1936, momento en que estalla la Guerra Civil.

Baiona, Rúa de Elduayen, años veinte. En el número siete de esta calle se estableció el tío Aurelio con el “Laboratorio Fotográfico Alar”.

Aurelio Rey Alar, años treinta.


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Los primos de A Ramallosa cuentan que el tío Aurelio era muy elegante, tal vez herencia de su padre Daniel, de porte tan distinguido, y en su condición de sastre, siempre impecable en el vestir. Su hijo heredó el talante y el buen gusto para la elección de su vestimenta. Lo recuerdan con un inmaculado pantalón blanco, americana azul, bastón de bambú y sombrero de pajilla. Todo un galán con argumentos de sobra para conquistar a la guapa Isabel.

Años treinta. Isabel Vilar, engalanada para asistir a la procesión de la Virgen del Carmen, patrona de Baiona.


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Se casaron en 1935, y el convite de la boda se celebró en “Villa Lola”, residencia veraniega de una familia madrileña que cuidaba en los inviernos la abuela Agripina, madre de la tía Isabel. La bella foto de familia, hecha en los jardines de la casa, es obra de su amigo Xaime Pacheco. No faltó nadie, incluido su hermano Álvaro, al que no encontramos en la fotografía, y que sin embargo, junto a su esposa Sara, habían sido los padrinos de boda.

Baiona, 1935. La tía Isabel y el tío Aurelio, en el día de su boda.


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Baiona, “Villa Lola”, 1935. Boda de la tía Isabel y el tío Aurelio. Foto de familia de los asistentes al enlace.

Baiona, 1935. La abuela Fabiana y mis padres, Daría y Gonzalo, en la boda.


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Años después, Aurelio da muestras de su versatilidad y abre una ferretería en la Rúa Alférez Barreiro, pero al mismo tiempo, continúa ampliando su espléndida colección de postales.

Baiona, años treinta. La “Ferretería Alar”, en la Rúa Alférez Barreiro.


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Con la pequeña playa de A Ribeiriña delante, se estableció el tío Aurelio en el bajo de una bonita casa de galería blanca, que había sido sede del Casino de Baiona. A un lado estaba el “Café Victoria” de Herminio Santos, y al otro, el cuartelillo de la Guardia Civil -poco después el “Bar Erizana”y el “Restaurante Naveira”. Café, bar y restaurante continúan en plena actividad.

Baiona, años cincuenta. Panorámica de la Rúa Alférez Barreiro desde el muelle. La ferretería del tío Aurelio se encontraba en el bajo de la tercera casa por la derecha, haciendo esquina con la Rúa Oia. (Foto Alar).

Hay que reseñar, observando con detenimiento la fotografía anterior, que los montes de Baiona aparecen casi pelados, cuando siempre pensamos que su abundante arbolado estaba allí de toda la vida. La repoblación forestal en el Val Miñor comenzó en los años sesenta. También es de destacar el hecho de que tan sólo se observe un camión en todo el trozo de carretera. Casi no había coches por entonces; era el tiempo de una Baiona tranquila.


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Baiona, años treinta. Aurelio Rey Alar.

En los inicios de la ferretería, Aurelio recibió la inestimable ayuda de su hermano Álvaro. Desde A Ramallosa, cuando su trabajo se lo permitía, se trasladaba en bicicleta hasta Baiona. La relación entre los dos hermanos mayores también con Gonzalo-, se mantuvo siempre viva y fuerte.


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Baiona, Castillo de Monte Real, 1936. Los tres matrimonios juntos: Daría y Gonzalo, Isabel y Aurelio, y Sara y Álvaro.

Pronto llegarían niños a las familias de A Ramallosa, de Baiona y de Vigo. Primero fue Alvarito, luego Isabelita y Gonzalito, más tarde Ángeles, y después Mary Cruz y yo. Durante los veranos coincidíamos en muchas ocasiones, y compartíamos momentos muy felices. Con pocos años de diferencia entre nosotros, siempre nos entendimos con mucha armonía en nuestros juegos por Monte Lourido, por la Virgen de la Roca, por A Foz, por las playas… El tío Aurelio y mi padre, nos dejaron fotografías magníficas de estas jornadas, en las que los niños mostramos una enorme alegría. Y no eran precisamente momentos fáciles, porque los cinco primeros nietos de los abuelos Fabiana y Daniel nacimos en tiempos de la Guerra Civil o recién acabada la contienda. Hasta bien avanzada la década de los cincuenta aún se necesitaba la Cartilla de Razonamiento para comprar ciertos alimentos de primera necesidad.


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Baiona, Rompeolas, 1944. Las familias de Baiona y Vigo, merendando en las rocas. A la izquierda: los tíos Aurelio e Isabel, con las primas Cruz e Isabelita. En el centro: la tía Amparo y Darita, mi madre. A la derecha: mi hermano Gonzalito, yo, una amiga, la tía Carmen y Gonzalo, mi padre.

Baiona, años cuarenta. El tío Aurelio y Gonzalo, mi padre, a los remos de una gamela, se acercan a la playa de A Ladeira.


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Baiona, 1942. Isabelita, con cinco aĂąos, y Mary Cruz, con uno, son fotografiadas por su padre en el estudio de la RĂşa de Elduayen.


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Cartilla de Razonamiento de mi prima Mary Cruz del año 1950.

Tanto Aurelio como Álvaro se libraron de ser llamados a filas por su edad, pero mi padre, Gonzalo, fue reclutado, aunque con la suerte de no ir al frente. Desempeñó labores periodísticas en Vigo, ciudad declaradamente franquista, y atendiendo órdenes escribió a favor del régimen.

Monte Lourido, 1944. La prima Isabelita, mi hermano Gonzalo y yo. Se nos ve muy felices. (Foto Alar)


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Monte Lourido, 1944. Isabelita, Gonzalo y Luis Alberto, el más pequeño.

Desde que el tío Aurelio se estableció con la ferretería en la Rúa Alférez Barreiro, el local de la Rúa de Elduayen, donde estuvo inicialmente el Laboratorio Fotográfico Alar, permaneció cerrado. A principios de los años cincuenta, los tíos decidieron aprovechar su lugar estratégico para abrir una pequeña tienda, “Mercería Isabel”, que sería atendida por la tía Isabel y la hija pequeña, Mary Cruz. Tanto Mary Cruz como Isabelita, la otra hija, al dar por finalizados sus estudios, comenzaron a ayudar a sus padres en la atención de las tiendas, la pequeña en la mercería, y la mayor en la ferretería.


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En la “Mercería Isabel” se vendían muchos más artículos de los que anuncia su nombre. La tienda fue evolucionando con los tiempos, y llegó a vender libros, cuentos y tebeos, productos de droguería, algún juguete, sombreros de playa, sandalias de baño… y sobre todo un surtido enorme de recuerdos y souvenirs orientados a un naciente turismo que crecía año a año. Por supuesto que no faltaba en la oferta la amplia colección de postales del tío Aurelio, exitazo de venta en los veranos. Tengo un especial recuerdo de los collares de conchas que se hacían artesanalmente en la trastienda de la ferretería de Aurelio. El tío había organizado una pequeña industria que empleaba a dos o tres mujeres para la elaboración, y a otras tantas para la recogida de conchas en las playas de A Concheira y de Os Frades.

Anuncio de los años cuarenta.

Yo las veía trabajar en la ferretería, y siempre me llamó la atención el proceso. Primero seleccionaban los tipos de conchas y las clasificaban en distintas cajas, después las agu-


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jereaban con sumo cuidado para no romperlas, le pasaban una tanza, y finalmente componían unos preciosos, originales y típicos collares, también pulseras, pendientes y broches, de gran aceptación entre los forasteros. Hasta llegaron a fabricar cajas de conchas de distintos tamaños, marcos para fotos, cruceiros… La particular “industria” del tío debía de ser bastante rentable, y me parece recordar que todo el trabajo, según comentaba, se desarrollaba durante los inviernos. En los veranos, la producción casi siempre se agotaba sin tiempo material para reponer, y eso que se provisionaban cada vez más unidades. Me cuenta su hija Mary Cruz que su padre llegó a vender al por mayor todos aquellos souvenirs por los pueblos turísticos de la provincia. Cuando le pregunto qué pasó con la “industria”, se encoge de hombros, y me responde que desapareció, como tantas cosas en Baiona.

Publicidad de la época.


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El tío Aurelio fue alcalde de Baiona entre 1949 y 1951. Es posible que las tiendas, la fotografía, la venta por los pueblos vecinos de los collares de conchas, los Seguros La Adriática que representaba por la zona… le hubieran forzado a dejar el bastón municipal. Pero un tiempo después volvería a la función pública como concejal, entre 1966 y 1968, en la corporación presidida por Manuel Copena “Nolete”. Durante su mandato de alcalde, Baiona dio el impulso definitivo para la traída de aguas, no sin grandes disputas y enfrentamientos entre los vecinos del municipio por las consiguientes expropiaciones, las molestias ocasionadas por las obras… sobre todo en la parroquia de Bahiña.

La casa de Lorenzo Correa (siglo XVIII) alberga desde 1943 la sede del Concello de Baiona, que la adquirió ese año por 100.000 pesetas.

<<En ese tiempo en el que papá fue alcalde -me cuenta su hija Mary Cruz-, yo tenía diez años, y me habían mandado al colegio de las monjas de Sabarís. Debía de ser bastante traviesa porque siempre recuerdo a los tíos aconsejándome que me portara bien. El caso fue que empecé a notar que una monja me maltrataba, me hacía la vida imposible, y en casa no creían que fuese cierto lo que les contaba. Al fi-


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nal me tuvieron que sacar del colegio sin acabar el curso… pero mi padre, aunque nunca lo dijo, sabía el por qué. Tenía serios problemas con las monjas por culpa de una caja de naranjas que venía en el camión del transporte, y que según las monjas era una donación para ellas, pero la realidad era que los jugueteros valencianos se la mandaban siempre de obsequio a papá con el pedido de Reyes.… Total, que después las pagué yo. >>

Baiona, julio de 1950. Procesión de la Virgen del Carmen. Al frente de las autoridades, el alcalde, Aurelio Rey Alar (con gafas negras).

El sacerdote de la derecha es el Padre Fernando Muñoz. Detrás, las autoridades civiles y militares: don Rufo, comandante de marina, el comandante de Cabo Silleiro, el alcalde, Aurelio Rey Alar, y los concejales Policarpo Vilar y Enrique Prado.


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En 1962 se casa Mary Cruz, la hija pequeña, con Antonio Pereira, dedicado a la construcción en la empresa paterna, y posteriormente funcionario del Concello de Baiona. A partir de su boda, y al vivir en O Burgo, Mary Cruz dejaría de trabajar en las tiendas de sus padres, y se dedicaría por completo a su hogar. Dos años después era Isabelita la que se casaba. Lo hacía con Miguel Mosquera, empleado de la Caja de Ahorros de Vigo, y director durante bastantes años de algunas sucursales de la zona.

A Colexiata de Baiona, 1962. La novia, Mary Cruz, entrando en el templo del brazo de su padre.


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A Colexiata de Baiona, 1962. Saliendo de la boda de Mary Cruz y Antonio. De izquierda a derecha: Darテュa -mi madre-, la prima テ]geles, la tテュa Isabel, los amigos de la familia, Elena y Horacio, y Gonzalo -mi padre-.

La tテュa Isabel, saliendo de A Colexiata.


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1964. Boda de Isabelita y Miguel. A los lados, Antonio y Mary Cruz.

1964. El tío Aurelio, con su primera nieta, “Curry”, en el día de la boda de Isabelita y Miguel. Su cara de satisfacción con la niña en el colo, y puro en mano, evidencian la felicidad del momento.


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Y así como la tía Isabel perdía en la mercería la ayuda importante de su hija Mary Cruz, Aurelio ganaba en la ferretería la colaboración de su yerno Miguel, que por las tardes les echaba una mano cuando su trabajo en la caja se lo permitía. A finales de los años sesenta, Aurelio, en una de las muchas ocupaciones de su variada vida laboral, tomó la representación por Galicia, Asturias y Castilla de la empresa Caucho Atlántica, fábrica dedicada a la producción de calzado de goma y deportivo, tubería de caucho… En esa época, mi padre era durante la semana director administrativo de esta empresa, y los fines de semana, director de la “Hoja del Lunes”, el periódico de los periodistas. Los hermanos siempre se ayudaron a lo largo de sus vidas. Me acuerdo que Aurelio vendía en la ferretería de Baiona el bisemanario deportivo “Meta”, propiedad de mi padre, y también la “Hoja del Lunes”, el semanario de la Asociación de la Prensa de Vigo.


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En los años cincuenta, Aurelio, ya había abandonada casi por completo la fotografía. Pero el excelente trabajo de años anteriores seguía mostrándose con brillantez en su imponente colección de postales. Continuaron vendiéndose en las dos tiendas mientras éstas permanecieron abiertas. ¿Cuántas tarjetas se llegarían a vender? ¿Cincuenta mil? Entre los años veinte y los noventa, desde la mercería de la Rúa de Elduayen y desde la ferretería de la Rúa Alférez Barreiro, salieron postales para todo el mundo. No se sabría elegir cuál de todas ellas es la mejor. Sería un intento imposible porque no es sólo una, son muchas las que merecerían el galardón. Los paisajes desde la Virgen de la Roca, desde el Castillo de Monte Real, desde A Ribeira… las escenas de la vida de Baiona, del Val Miñor… de sus calles y playas… de sus iglesias y capillas…

Baiona, años treinta. La ola descarga con fuerza en el murallón de A Ribeiriña. La minúscula playa desaparece en la marea alta y en los temporales. (Foto Alar).


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En páginas anteriores ya hemos visto algunas fotografías del tío Aurelio, y en las próximas las seguiremos viendo. En ellas se observa la profunda transformación experimentada por Baiona en el siglo XX. Su colección de postales es testimonio incuestionable del transcurrir de la vida del pueblo a lo largo de los años.

Baiona, años treinta. Panorámica desde la ladera de Monte Boi: la Praia de A Barbeira, O Cantiño, el pueblo, la antigua lonja, el muelle de madera, el mar y el monte vacíos… ”la casa de Baiona”… (Foto Alar).

A mí, personalmente, para qué negarlo, y de primeras sin pensarlo mucho, me gusta más la Baiona de las postales del tío Aurelio que la actual... A Barbeira sin el Club de Yates y con el bote de Antonio que nos traía y llevaba, el campo de A Palma donde jugaba al fútbol, la Praza Pedro de Castro antes del monolito, el mítico tranvía llegando puntual cada hora, el monte más despejado de casas, la entrada de Baiona sin esos bloques de pisos tan feos, el muelle sin esa lonja tan grande que tapa el paisaje… y “la casa de Baiona”, que ahora tampoco está…


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Después, meditando con más perspectiva, llego a la conclusión que lo que en verdad añoro no es la antigua Baiona, sino la juventud que a mí me acompañaba entonces. Y es que además contradigo mi opinión de que tiempos pasados no fueron mejores. En una Baiona… sin electricidad… sin traída de aguas… sin teléfono… con casitas demasiado viejas… sin los centros escolares de Covaterreña y Primero de Marzo… sin el Centro de Salud… sin la Biblioteca… sin los campos de futbol de Val de Martín y del Aral… sin la Arribada…

Baiona, años veinte. El Rompeolas, en un día de temporal. Las Illas Cíes al fondo. (Foto Alar).

En todo caso, sí que existen elementos muy representativos de la personalidad de la villa y que, sin lugar a dudas, han empeorado con los años: la Praia de A Barbeira, que ya explicaré el porqué, la pesca, el abundante trabajo para las mujeres, perdido con las desaparecidas conserveras, con la fábrica de jabón, con el Balneario de A Concheira, con los oficios de “rederas”, de pescantinas… que ya no hay…


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Las postales de Aurelio también constatan el enorme cambio que se ha producido en A Ramallosa: el gran espacio abierto de campo y monte ya no existe hoy en el barrio de A Romana.

A Ramallosa, 1926. Feria del Ganado en A Romana. (Foto Alar).

A Ramallosa, 1928. Feria del Ganado en A Romana. Los postes del tranvía indican que ya funcionaba la línea A Ramallosa-Gondomar. A la derecha, el popular “Bar Galicia”, escenario de la vida de la zona durante medio siglo. (Foto Alar).


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A Ramallosa, 1928. Los ganaderos bajan el ganado por la carretera general de Vigo, en dirección a la feria que se celebra en A Romana. (Foto Alar).

Y por supuesto que los Gigantes y Cabezudos de los años veinte tampoco pasaron desapercibidos a la cámara del Aurelio. Esta vez en la Praza Pedro de Castro, delante de casa.

Baiona, 1926. “Gigantes y Cabezudos” en un día de fiesta. (Foto Alar).


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No tardarían en llegar a la familia las primeras nietas: María del Socorro “Curry” y Cruz por un lado, e Isabel, Eugenia y Margarita por el otro. Y con ellas volvería a la actividad la cámara fotográfica de Aurelio… y repetiría fotos de antaño, aunque con el escenario algo distinto. En aquellos años sesenta habían cambiado muchas cosas en Baiona.

Baiona, A Ribeira, 1962. Esta fue una de las últimas fotografías tomadas por Aurelio. Ya no está la antigua Praza do Peixe, y el entorno de A Ribeira comienza a cambiar. En primer plano vemos su vieja Vespa, que seguía usando para recorridos urbanos. Desde hacía unos años, el SEAT Seiscientos la había sustituido.

La década de los sesenta trajo notables cambios para la villa, pero también para él y su familia. Se casaron las dos hijas, llegaron las primeras nietas, tuvo su primer coche, comenzó a viajar con las representaciones… y hasta se mudó de casa. Desde su primer hogar de casado situado en la Rúa Urzáiz -en la actualidad Alférez Barreiro-, se trasladaría a casa propia, en Lorenzo de la Carrera, cerca del Concello. Después de las bodas de las hijas, llegarían bautizos, primeras comuniones, cumpleaños… Los nietos ganaban protagonismo en sus vidas.


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Baiona, Rompeolas, 1966. Mary Cruz y Antonio, con sus hijas “Curry” y Cruz.

Baiona, O Burgo, 1973. Primera comunión de Cruz. A su izquierda: las primas Sara, Isabel y Margarita. A su derecha: su hermana “Curry” y la prima María Eugenia.


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Las alegrías que ofrecían los niños contrastaban con la tristeza de las pérdidas de los mayores. En ese tiempo, la familia sentiría el dolor por los fallecimientos del tío Álvaro, en A Ramallosa, en 1958 y de forma repentina, de la tía Carmen, en Vigo, en 1968, y un año después de la tía Amparo, que vivía con ellos desde los años cincuenta. Mientras tanto, “la casa de Baiona” fue cayendo en un notable estado de deterioro. Vacía todo el año, excepto los dos meses de verano que la ocupaba la familia de Vigo, necesitaba una profunda y costosa rehabilitación. Sin ningún familiar que la demandase, Aurelio y Gonzalo deciden ponerla a la venta. A finales de 1981, “la casa de Baiona”, con su peculiar estilo marinero y testigo privilegiado de la vida baionesa del último siglo, era demolida. Dicen los expertos que la ley actual no lo hubiera permitido.

“La casa de Baiona”, 1981.


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A principios de los ochenta, el tío Aurelio pondría fin a una vida laboral que había durado más de cincuenta años. El trabajo en la ferretería ya resultaba excesivo para su edad, y a pesar de su obstinada oposición, la familia le “obligaría” a cerrar la vieja tienda. En cambio, la tía Isabel, persona de fuerte carácter y privilegiada cabeza, permaneció al frente de su tienda hasta tres meses antes de su fallecimiento. Moría en 1988, a los ochenta años. Isabelita, la hija mayor, siempre vivió con sus padres en la casa de Lorenzo de la Carrera, incluso después de casada. Cuando años más tarde los jóvenes hicieron su propia casa en la subida a la Virgen de la Roca, Isabel y Aurelio pasaban los inviernos con ellos en la nueva vivienda, en la que ambos terminaron por fallecer.

Viana do Castelo, años ochenta. Isabelita y Miguel con sus tres hijas: María Eugenia, Margarita e Isabel.


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En esas estancias temporales, los abuelos conocieron muy de cerca a sus nietas y las vieron crecer en el día a día. La tía Isabel mostró siempre una predilección especial por María Eugenia, la segunda hija de Isabelita, que le ayudaba en la tienda, y que al final recibiría en herencia la “Mercería Isabel”. Asesorada por sus padres, el negocio permanecería abierto hasta bien entrada la década de los noventa. Al morir la tía Isabel, Aurelio, ya algo senil y delicado de salud, se trasladó definitivamente a vivir con Isabelita. Fallecía en 1993, a los 89 años. Fue el más longevo de los hermanos Rey Alar.

1964. Aurelio Rey Alar.


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VIII. El viejo Erizana

Cuando yo tenía diez años, 1951, el tío Aurelio me llevó a un partido del Erizana por primera vez. Al llegar a A Palma me sorprendió encontrar el campo completamente vallado por lonas, sábanas, sacos, redes y todo aquello que pudiese impedir la entrada y la visión del partido desde fuera. Es decir, te invitaban a pasar por taquilla. Después ocurría que en el campo había mucho más público del que había pagado la entrada, al menos de eso se quejaban los mandamases del club. Al parecer, los niños se colaban por debajo de la “muralla”, y los menos niños se supone que lo harían por cualquier imperfección de la misma. Previamente, los armadores habían retirado del terreno de juego los aparejos que allí se ponían a secar. Era una norma municipal en los domingos de partido. Y asimismo, los directivos del Erizana se cuidaron de pintar las líneas del campo: bandas, áreas, medio campo, penalti, córner… Y no lo hacían con cal, como en todos los campos de fútbol, sino con “casca” -producto elaborado con cortezas de pino y tinte, utilizado para la conservación de las antiguas redes-, que dejaba el pintado reglamentario de un color marrón oscuro que destacaba muy bien en el blanco del terreno arenoso de A Palma. Así lo encontramos aquella tarde del partido. Jugaba el Erizana contra el Gondomar, y como era julio, me imagino que con motivo de las Fiestas del Carmen. Ganó el equipo local, no recuerdo el resultado. Lo que sí me acuerdo es que el Erizana jugaba de camisa roja y pantalón azul, que el portero se llamaba Montaña, y que jugaban “Cabeci-


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tas”, “Lanina”, “Mekerle”, “Pití”, “Rato”… De estos nombres me informó el tío Aurelio, que me pareció bastante entusiasmado con el equipo. “El Erizana quedó campeón de la Liga Comarcal”, me explicó orgulloso. También recuerdo que al cabo de unos años, al llegar de veraneo, le pregunté por el Erizana, y me contestó con cierto enfado: “Nada. Éstos son unos “mantas”. Resulta que ese año “sólo” quedaron subcampeones de liga.

Baiona, A Palma, 1921. Bayona Sporting Club. De pie: Ignacio Seoane Fernández, José Almuiña, Pepe do Castillo, José Ca rneiro “Virasuela”, Camilo Soliño “O Cangas”, Marcial Fariñas, Alfonso Ve rnet, Remigio Eloy, Chicho y “Peladillo”. Sentados: Quidán y Paco Mandado. Detrás: Eleuterio Lira Vernet -alto, de gorra-, y el hermano de Quelito.

El Bayona Sporting Club, fundado en 1921, fue el primer equipo que hubo en la villa. Su presidente, Manuel Godoy, solicitó ese año al Ayuntamiento permiso para derribar parte del muro, un tramo de once metros, que cerraba el Parque de A Palma por la parte de la Praia de A Concheira, así como para cortar tres o cuatro árboles que había por esa zona. Todo ello para que el campo cumpliese con las medidas reglamentarias para la práctica del fútbol.


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El Bayona Sporting Club desapareció al comienzo de la Guerra Civil española. Durante más de una década no hubo fútbol en el pueblo.

Baiona, Campo de A Palma, 1935. Bayona Sporting Club. De pie: un aficionado, Lolo Puga, Carlos Marques, Paco “Moscón”, Eulogio Estelas, “Virasuela”, Pipo Varela, Román, Antonio “O Portugués” y Amador Zapatero. Agachados: Martín Varela, “Rachote”, Amberes y “Virolas”.

Escudo del Bayona Sporting Club.


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Baiona, Campo de A Palma, 1950. Juvenil Erizana. Uno de los primeros equipos de su historia. Detrás, la vieja muralla del castillo, que ya no existe De pie: Moncho, Manolo, Balbino, Nando, “Chalana”, Avelino y Antonio Goce “Cabecitas”. Agachados: Ramón, José Cedeira “Papelitos”, Loro y Villamarín.

El Juvenil Erizana lo funda en 1950 el Padre Fernando Muñoz, joven coadjutor de A Colexiata, y persona muy querida y popular en la villa. Comienza su actividad futbolística jugando partidos amistosos durante todo el año, mostrándose ya como un equipo potente, talentoso y prometedor. Al año siguiente, el Juvenil Erizana se federa y pasa a jugar la Liga Comarcal.

Escudo del Juvenil Erizana. Para su equipaje se elegirían los colores de la bandera de Baiona: camisa roja y pantalón azul.


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Junta directiva del Juvenil Erizana en los años cincuenta. El Padre Fernando Muñoz, fundador del club, en el centro. Abajo se ve la bandera con el escudo.

Cuenta Victorino Goce, sucesor del Padre Fernando en el cargo de presidente, que el equipo tenía que jugar en Tui, Goián, Caldelas, A Guarda, O Rosal, Gondomar… <<Por entonces no había autobuses, y para los desplazamientos usábamos camiones abiertos que durante la semana viajaban a Madrid llevando pescado. Era un peligro, y de hecho, en no pocas ocasiones nos paró la Guardia Civil para conocer los motivos de viajar en esas condiciones. Se fue salvando la situación. >> <<El Gobernador Civil, don Elías Palao Martialay, veraneaba en A Ramallosa, casualmente en la casa de nuestro portero Montaña. Le pedimos ayuda, y nos dio un permiso para circular sin que nos molestase la Guardia Civil. Un año después se presentó en casa un policía, y me pregunto con qué permiso, y de quién, viajábamos en ca-


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miones abiertos. Al responderle de quién venía la autorización, salió disparado y nunca más nos pararon, ni volvieron a hacernos pregunta alguna. >>

Baiona, A Palma, años cincuenta. Juvenil Erizana. Al fondo, la desaparecida casa de Maciel. De izquierda a derecha: Ladio Vasconcellos, Suso Cedeira, José Goce “Lanina”, Antonio Goce “Cabecitas”, Arturo Blach “Mekerle”, Manuel Chamorro, Tomás Vilar, Jesús Goce “Rato”, Joaquín Leyenda “Quin Canero” y Urbano Montaña.

<<El primer entrenador del Erizana fue Alvarito, natural de Gondomar, y famoso ex jugador del Celta. Las tres primeras temporadas quedamos campeones de la Liga Comarcal. Después estuvimos siempre entre los primeros: subcampeones, terceros… >> <<En 1965, el Gobierno compra el Castillo de Monte Real a los Bedriñana, y decide convertirlo en Parador Nacional de Turismo. El alcalde, a partir de ahí, nos prohíbe instalar cualquier tipo de lonas y cierres provisionales en el recinto del campo. La directiva acuerda poner el club a disposición del Ayuntamiento, y cesar en su actividad. Baiona iba a estar otra década sin fútbol, y durante esos años, los jugadores baioneses se desperdigaron por otros equipos de la comarca. >>


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Baiona, A Palma, 1953. Juvenil Erizana. Campeón Liga Comarcal. De pie: Urbano Montaña, Alvarito, Darío Maciel, Suso Cedeira, Jesús Goce “Rato”, Antonio Goce “Cabecitas”, Fino y Andrade (entrenador). Agachados: Arturo Blach “Mekerle”, Tomás Vilar, José Goce “Lanina”, Madeo y Herminio “Pití”.

Baiona, Campo de A Palma, 1954. Juvenil Erizana. Campeón Liga Comarcal. De pie: Ayú (entrenador), Suso Cedeira, Pino, Jesús Goce “Rato”, Urbano Montaña, Darío Maciel, Antonio Goce “Cabecitas”, Herminio “Pití” y Chamorro. Agachados: José Antonio, Tomás, José Goce “Lanina”, Mario “Calambritos” e Isaac Rodríguez.


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El tío Aurelio era un gran aficionado al fútbol -de hecho fue socio del Celta durante muchos años-, y recuerdo que acudía puntual a todos los partidos de Balaídos, primero en tranvía, después en su Vespa, y más tarde en su SEAT Seiscientos. En la época de la fundación del Juvenil Erizana, el tío era alcalde de la villa (1949-51), y es de suponer que desde el Concello, el nuevo club habría tenido todo el apoyo posible. Luego, todavía estuvo un par de años más como concejal, y seguiría al lado del equipo con entusiasmo. Estoy seguro de que si en ese año en el que “echaron” al Erizana de A Palma, hubiese sido alcalde el tío Aurelio, ya tendría buscada una solución para el equipo de futbol. No consentiría que desapareciese durante un largo período de doce años, como así sucedió.

Baiona, Campo de A Palma, 1954. Juvenil Erizana. De pie: Ayu (entrenador), Urbano Montaña, Arturo “Mekerle”, Quin “Canero”, Madeo, Darío Maciel, Isaac, Fino y Victorino Goce (presidente). Agachados: Jesús Goce “Rato”, “Papelitos”, Lalo, “Lanina” y Herminio “Pití”.

Al calor del Erizana, fueron surgiendo nuevos valores en Baiona. No tenían equipos inferiores, y los chicos los organizaban por su cuenta para enfrentarse a otros con-


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juntos del Val Miñor: A Ramallosa, Gondomar, Nigrán, Baredo… y a los veraneantes en los meses estivales.

Baiona, Campo de A Palma, julio de 1955. Partido amistoso de verano. De pie: José “Pequeno”, Chaves, Román, Eulogio y José Luis “Federico”. Agachados: “Molowny”, Jesús Figueirido, Eladio, Ventura, Lolito y Ángel M anuel.

Baiona, Campo de A Palma, julio de 1960. Partido amistoso de verano. De pie: el árbitro, Lito, “Caldereiro”, Suso, Moncho, Eulogio y José Luis “Fed erico”. Agachados: “Enano”, Ventura Leyenda, Roque, Valeriano y “Grillo”.


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En mis muchos años de fútbol como jugador aficionado primero, y asiduo espectador después, no recuerdo unos partidos más auténticos que los de A Palma. Se respiraba en la villa un entusiasmo limpio, noble, primario, encendido… por aquel Juvenil Erizana que arrastraba a todo el vecindario, y que era capaz de superar cuantas dificultades se le presentaban: un campo al aire libre que había que cerrar de forma provisional cada domingo; un terreno arenoso surcado diariamente por los carros con los aparejos, y que había que allanar para los partidos; las líneas de juego que habían de ser pintadas para cada encuentro; unos vestuarios ocasionales en el mercado, con su permanente olor a pescado, no demasiado limpios, y por supuesto sin duchas; unos jugadores que apenas podían entrenar por sus faenas en el mar; algunos que jugaban recién llegados de pescar, y después de remar y trabajar duro toda la mañana; otros, a los que dejaban en tierra los domingos para poder jugar… Existía en el pueblo un esfuerzo colectivo por algo que se sentía como propio, el Juvenil Erizana. Y a todo esto, se le añadían los temporales del invierno que entraban justo por la Praia de A Concheira… Era un fútbol épico, de valientes. No había ni un solo encuentro que no fuese de máxima rivalidad: A Guarda, Goián, O Rosal, Tui… Pero de todos ellos, los partidos contra Gondomar siempre fueron especiales. Y qué casualidad, el Erizana desaparece siendo alcalde Nolete, ex futbolista del Celta y natural de Gondomar, y obviamente hombre que quedó bajo sospecha hasta hoy en día. Era conocida públicamente su mala relación con el club de Baiona ya mucho antes de ser regidor de la villa. El Juvenil Erizana se hizo con los tres primeros títulos de Liga, en la que debuta en 1951/52. El fervor de los baioneses por el equipo se agigantaba día a día. Era la época gloriosa del Erizana, la de los “Cabecitas”, Montaña, “Lanina”, “Rato”, Isaac, “Papelitos”, Darío… El pueblo


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acompañaba a “los diablos rojos” en los desplazamientos por toda la comarca. Dicen que Baiona se quedaba vacía. Esa generación de formidables futbolistas fue sucedida por otra de talento similar: la de los Ventura, “Grillo”, Roque, los hermanos Núñez, Flecha, Jorge…

A Guarda, Campo de Santa Tecla, 1954. Juvenil Erizana. De pie: Eduardo, Darío Maciel, “Galeón”, “Rato”, Montaña, “Cabezitas” e Isaac Rodríguez. Agachados: “Rincho”, “Molowny”, Ventura Leyenda, “Papelitos” y Mario “Calambritos”.

Dos jugadores históricos del Juvenil Erizana: Jorge Vasconcellos “Papelitos” e Isaac Rodríguez.


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Hasta se llegó a tener en Baiona un “semanario” con el nombre de “Erizana”, que daba cuenta de todas las noticias del club, de la Liga, crónicas, entrevistas…

Baiona, 6 de junio de 1955. Cabecera del semanario deportivo “Erizana”.

Clasificación de la Liga Comarcal a punto de finalizar. El Gondomar-Erizana de la última jornada, decidiría el título de la temporada 1954/55.


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Baiona, Campo de A Palma, 1959. Juvenil Erizana. De pie: Jorge, Suso, “Rincho”, Lalo “Canco”, Flecha, “Grillo” y Dopico (entrenador). Agachados: Paco Núñez, Manolo “Careta”, Paulino “Chuzo”, “Catalán” y Tino.

Baiona, Campo de A Palma, julio de 1963. Juvenil Erizana. De pie: Jorge, Galiñanes, Jaime, Eladio, Emilín y Flecha. Agachados: Jesús, Manolito, Tino, Ventura Leyenda y Suso.


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Gondomar, Campo de As Gaiandas, 1963. Juvenil Erizana. De pie: Jorge, “Grillo”, “Rincho”, Eladio, Lalo “Canco” y Flecha. Agachados: Manolo, Tino, Paulino “Chuzo”, Ventura Leyenda, Suso y Alfredo “Michiva” (masajista).

Baiona, Campo de A Palma, julio de 1964. Juvenil Erizana. De pie: Jorge, “Rincho”, Jaime, Lalo, “Grillo” y Flecha. Agachados: Manolito, Tino, Chaver, Ventura Leyenda y “Catalán”.


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Temporada 1964/65. Juvenil Erizana. Campeón Liga Comarcal. De pie: Rodal, “Grillo”, Galiñanes, “Zapatillera”, Lalo “Canco”y Flecha. Agachados: Alfredo “Michiva” (masajista), Juste, Manolo, Paulino, Tino y Suso

Victorino Goce.

Victorino Goce Carballo ha sido el presidente más significado de la historia del Erizana. Participó con el Padre


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Fernando en la fundación del club, y asumió el cargo de presidente al año siguiente de su creación, 1951, justamente cuando el club se federa y comienza a participar en la Liga Comarcal. Permaneció en el cargo hasta 1955. En ese tiempo el Juvenil Erizana ganó la Liga en las tres primeras campañas, y quedó subcampeón en la cuarta. No sabemos cuál pudo ser la razón para el cambio de presidente que se produjo en 1955, pero tal vez la desilusión de no ganar el título en aquella temporada, o ciertas críticas recibidas, muy propias cuando llegan las derrotas, o el cansancio que conlleva el cargo... Le sucedió en la presidencia el armador José Almuiña (1955/57). Victorino volvió de nuevo a la dirección del Erizana en 1957. Ocupa el cargo hasta 1965, momento de su desaparición por las causas ya mencionadas. En 1988, veintitrés años después, ya refundado el nuevo Club de Fútbol Erizana, regresa a la presidencia, que ostentaría hasta 1992. Victorino Goce ha sido el presidente que más años ocupó el máximo cargo del club, un total de dieciséis, doce en la primera etapa, y cuatro en la actual. Nunca disfrutó de dos formidables campos de fútbol como los que cuenta el C.F. Erizana en la actualidad. En sus años de presidencia peleó por conservar al menos un campo, primero el histórico Campo de A Palma, y después el Campo de Santa Marta. Ambos, sometidos a criterios de alto rango, con imposibles negociaciones y resoluciones contundentes. En A Palma, con el envite del Ministerio de Turismo, y en Santa Marta, con el de la Jefatura Provincial de Costas. Los dos campos de leyenda quedaron para la historia, pero la lucha titánica de Victorino Goce y otros presidentes ha dado como fruto la envidiable situación actual: el estadio de Val de Martín, inaugurado en 1994, y el Campo de Aral-Fontiñas, de 2005.


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Una mañana, charlando con Florita Esperón, vino a la conversación el viejo campo de futbol de A Palma. “Yo fui madrina del Erizana en los años cincuenta -me dice-. Tengo fotografías. Ya te las enseñaré”. En una de ellas, le acompañan todas las fuerzas vivas del Erizana: directivos, jugadores, algún entrenador, seguidores… A pesar de los años, se acuerda de todos: Serafín Lorenzo, Ángel Fernández, Fermín Pereira, José Pereira (alcalde de 1951 al 65), el Padre Fernando, Urbano Montaña, Florentino Vázquez, Casimiro Pereira, Enrique Salgado, Herminio “Pití”, Victorino Goce (presidente durante años), “Lanina”, Tomás Vilar, Alvarito (entrenador), Juan Manuel Santos, Madero, Andrade (entrenador), Avelino Amberes, “Rato”, Antonio Vilar “Sierra”, Quín “Canero”, José González, Suso Cedeira, Antonio Goce “Cabecitas”, Montaña hijo, Arturo “Mekerle”, Darío Maciel, Eladio Vasconcellos y Serafín Lorenzo hijo.

Baiona, años cincuenta. La madrina del Juvenil Erizana, Florita Esperón, rodeada de directivos, jugadores y aficionados, haciéndole los honores.


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Uno de los jugadores más carismáticos del Erizana de aquellos años fue Antonio Goce, conocido popularmente por “Cabecitas”. “Aprendí a jugar descalzo en A Palma -declara en una entrevista a “Faro de Vigo”-, y a los dieciséis años ya fiché por el Juvenil Erizana.“ “Yo me di a conocer con doce años en los partidos del verano entre ricos y pobres, es decir, los del pueblo contra los veraneantes. Jugaba de medio.“ “Estuve en el Erizana nueve años seguidos, y después jugué en el Tyde dos temporadas, en el desaparecido campo de Chau Chau. Allí me pagaron siete mil pesetas de ficha anual. Luego volví a Baiona y permanecí en activo hasta los cuarenta años.”

Antonio Goce “Cabecitas”.

“Viví la “época de oro” del Erizana. La afición nos seguía a todos los campos, incluso los marineros dejaban la pesca para asistir a nuestros partidos.” “Salvo cuatro o cinco jugadores, los demás éramos marineros. Cuando estábamos embarcados, nos dejaban en tierra para que pudiéramos jugar, y nos pagaban igual.” “Otras veces llegaba de pescar en As Estelas, en As Cíes, en Cabo Silleiro… Iba en la gamela y a remo… Y


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casi sin comer, a jugar. ¿Qué si cobrábamos en el Erizana? Un bocadillo y un cuartillo de vino por partido.” <<El apodo de “Cabecitas” me viene porque remataba muy bien de cabeza, y hacía remates en tijereta para atrás. Yo metía, al menos, un gol por partido. ¿Los ídolos de la afición baionesa? -contesta riéndose- “Cabecitas”, “Lanina” y “Pití”. ¿El mejor jugador de Baiona? Valeriano. >> <<Los mejores recuerdos fueron cuando le ganamos al Celta y al Pontevedra en A Palma. En otra ocasión empatamos a uno con el Pontevedra. >>

“Faro de Vigo”, 9 de diciembre, 1995. Entrevista a Antonio Goce “Cabecitas”.


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Nigrán, 1962. Juvenil Erizana. Partido amistoso frente al Club Dunas. De pie: Jorge, Galiñanes, Jaime, “Chiño” Sastre, Manolo “Caruto”, Flecha y Eduardo. Agachados: xxxxx, “Jaburú”, Chaver, Paulino, Susito y Alfredo “M ichiva” (masajista).

Baiona, Campo de A Palma, 1964. Uno de los últimos equipos de Juvenil Erizana, entrenado por “Cabecitas”. De pie: “Grillo”, Emilín, Jaime, Mino, Andrés, Eduardo “Caldeireiro”, “Cabec itas” (entrenador) y el niño Serafín Selegante. Agachados: el niño Miguel “Chamorro”, Milla, Paco Núñez, Roque, Tino, Manolo “Pica” y Ángel Núñez.


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Se acababa el fútbol en A Palma en 1965, un campo que permanecerá en la historia de Baiona como un lugar mítico. Es curioso que fuese precisamente en el mandato en la alcaldía de un ex futbolista del Celta, “Nolete”, Manuel Copena Araújo, cuando despareciese el glorioso Juvenil Erizana. Está claro que el alcalde no hizo otra cosa que cumplir órdenes recibidas desde arriba.

Rápido de Sabarís, principios de los años setenta. Los jóvenes valores de Baiona tuvieron que emigrar a otros equipos. De pie: Luis Blach y Puskas. Agachados: Lalo y Rúa.


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Baiona, Campo de A Palma, años cincuenta. El Padre Fernando, con un equipo de niños del Erizana. Entre otros: Toñito López, Manolo Lafuente, Emilín, Sito Calero, Dardo, Fael…

En el Campo de A Palma, con la arboleda, la vieja muralla del castillo y el Palco de la Música dando fondo a la imagen, vemos al Padre Fernando educando a los niños de Baiona en el deporte. Pasados unos años, la mayoría de ellos llegarían al primer equipo del Juvenil Erizana. Sirva esta entrañable fotografía como respetuoso homenaje al sacerdote don Fernando Muñoz, fundador del Erizana, y personaje de su tiempo en la villa. Querido y recordado por los vecinos de Baiona, fallecía en 1958 en un desgraciado accidente de moto bajando de O Cortelliño. El pueblo le ha dedicado una plaza en su honor, Praza do Padre Fernando, delante del Convento de las Dominicas.


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IX. La tía Amparo

El abuelo Daniel, instalado ya en su nueva casa de Baiona, estableció su sastrería en el bajo, y contó desde el primer momento con la inestimable ayuda de su hija Amparo. Con el paso del tiempo la hija fue aprendiendo el oficio, y se convertiría en una estupenda modista, la mejor de la villa en aquella época, mitad del siglo XX. Tras la muerte del abuelo, 1946, la sastrería sufriría un cambio inevitable. Ya lo venía haciendo desde unos años atrás debido a la edad avanzada del veterano sastre, y también a su delicada salud. El viejo taller de sastre se convertiría poco a poco en taller de modista, y Amparito, como cariñosamente se le conocía en el pueblo, pasaría a coser para la alta burguesía de la zona… al tiempo que enseñaba a las jovencitas lo básico del oficio de Corte y Confección. <<Estaba a todas horas metida en el taller de la tía -me cuenta la prima Mary Cruz-. A los cinco años sabía coser y ya le ayudaba. Pero mi padre no le dejaba que me enseñase a cortar. De manera que ya ves, teniendo la profesora en casa, y yo sin saber Corte y Confección. >> La tía Amparo alternaba su trabajo con los cuidados de la abuela Fabiana, y a pesar de contar en el taller con muchas aprendices, había días en los que se acostaba a altas horas de la noche para acabar encargos urgentes: vestidos de novia, vestidos para bodas y celebraciones, primeras comuniones, abrigos y chaquetones en invierno… Llegó a tener cerca de veinte chicas cosiendo para ella… casi todas de la alta sociedad del Val Miñor. Por entonces, las jóvenes con buena for-


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mación debían saber al menos coser a máquina, algo de costura, y algunas otras cosas que Amparito también les enseñaba. Fue una persona muy querida y respetada en la villa.

Taller de la tía Amparo en “la casa de Baiona”, 1946. Una alumna, Paz Besada, acudía desde A Ramallosa para recibir clases de Corte y Confección. Se ve por detrás una vieja máquina de coser “Singer”.

Al morir la abuela Fabiana, la tía Amparo se quedó sola en la casa, una casa excesivamente grande para una única persona. Las sobrinas, sobre todo Mary Cruz, la acompañaban a menudo, e iban a pasar la noche con ella. <<El taller estaba en el bajo -recuerda Mary Cruz-, pero el probador se encontraba en el piso, en aquella enorme sala que daba a la Rúa Ventura Misa, con un gran espejo, una enorme lámpara, y cortinas por todos los lados. No tenía ni una sola puerta de cierre. Yo jugaba con mis amigas al escondite por aquellas habitaciones, y ¡muchas riñas recibimos de la tía! La sala debía mantenerse limpia y ordenada para las pruebas. >>


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Baiona, agosto de 1942. La tía Amparo, a la izquierda, con algunas de sus alumnas: Concha Prado, Juana, la hermana de Juana, Julia, Tita… y Lano Calero, novio de Juana.

Amparo siguió con el taller, reconocida como la mejor modista de la villa. Continuó con sus aprendices… también les hacía a ellas muchos vestidos… El taller de modista y escuela de Corte y Confección se había convertido en su auténtico hogar. Yo todavía recuerdo, con poco más de diez años, a las chicas cosiendo en el bajo de casa, sentadas en aquellos banquitos bajos que ya mencioné con anterioridad. La tía no


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me dejaba entrar en el taller, pero yo me colé muchas veces; era siempre recibido con gran alborozo, en especial cuando llegaba de A Palma sucio y ennegrecido por la tierra, después de estar jugando al fútbol toda la tarde. En estas ocasiones el cálido recibimiento iba acompañando de muchas risas… que Amparo no compartía al verme en aquel estado… La prima Mary Cruz me contaba que de niña estaba siempre metida en el taller de la tía Amparo, que era muy divertido estar entre las chicas. Siendo tan jóvenes, de quince a veinte años más o menos, y tantas, las risas y las bromas eran permanentes. De ahí que Amparito mantuviese una pelea continua con ellas para conseguir un mínimo orden. Bien es vedad que atendían sus reprimendas al momento, la respetaban mucho… y la querían. Era una persona afectuosa, amable, tranquila, educada, discreta en sus modales, se imponía sin levantar la voz… se hacía querer.

Baiona, Praza Pedro de Castro, 1946. Aprendices de la tía Amparo. Arriba: Chicha, Florita, Chenta Vilar, Carmen y xxxxx. Abajo: María Cachú, Paz Besada, Carmen, la prima Mary Cruz, Delia, Custodia y Carmen.


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También cuentan las primas que cuando llegaba O Entroido, el taller entraba en efervescencia. Entre sus alumnas y su cuñada Isabel, especialista en disfrazar a todo el mundo, las ideas más alocadas, los vestidos más estrafalarios, los más elegantes, de hombre o de mujer, de perro o de gato… se convertían en realidad. La diversión y el buen ambiente, con momentos de auténticas carcajadas, definían el mes de preparativos, y en ese tiempo, con ropa vieja, telas de la feria, cartones, sábanas, papeles de colores… y Dios sabe qué, se confeccionaban los disfraces de media Baiona para el Carnaval… Pero lo más gracioso todavía, es que algunas querían mantener el anonimato… que no se enterase nadie de lo que mascullaban como disfraz… Otras confesaban en voz alta, y muy contrariadas para despistar, que ese año no podían ir al Casino… Amparito, normalmente seria, no podían contener la risa con toda aquella comedia… y es que O Entroido en Baiona era mucho, una tradición de siglos… y en el taller de Amparito comenzaba un mes antes todos los años.

Casino de Baiona, 1959. Baile de O Entroido. Una gueisa -Primitiva, la suegra de mi prima Mary Cruz-, un borrachín, una gata presumida…


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Casino de Baiona, 1958. Baile de O Entroido. Un grupo de penitentes, entre ellos mi prima Cruz y su futuro marido, Antonio. La identidad de los disfrazados se mantenía en absoluto secreto. Solamente se daban a conocer los premiados.

La tía Amparo mantuvo siempre un fuerte vínculo con su familia, en especial con su hermano Aurelio, el único de los tres que vivía en Baiona. Dicen los que la conocieron que era persona hogareña, poco dada a las fiestas, entregada a su trabajo, a las tareas de casa, y con una especial predilección por su sobrina Mary Cruz.


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Al contemplar esta fotografía que sigue, Mary Cruz me explica con todo detalle las circunstancias que se daban en ella. Yo no me acordaba de nada. <<La tía Amparo iba muchas veces a Vigo a visitar a la tía Carmen y a tus padres. Me llevaba de compañía, y yo encantada. Todo lo que fuese salir de Baiona, e ir de “excursión”, me hacía feliz. >> <<Así que mientras ella se quedaba de rollo en casa con la tía Carmen y con tus padres, Gonzalito, tú y yo nos íbamos al cine. Para mí no podía haber plan mejor. Solíamos ir al Cine Fraga, y a veces al Tamberlick. >>

Vigo, Puerta del Sol, 1954. La tía Amparo, de visita familiar por la ciudad, pasea con sus sobrinos Mary Cruz y Luis Alberto.


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Llegó un momento en que su hermano Aurelio casi le obligó a dejar de coser para afuera. Era demasiado esfuerzo para ella vestir a media Baiona, y tampoco la necesidad le obligaba a tanto: soltera, sola en casa tras la muerte de la abuela Fabiana, sin bocas a que alimentar, ni necesidades que cubrir… El tío Aurelio se salió con la suya: a mediados de los cincuenta cerró definitivamente el taller, y se fue a vivir con ellos a la casa de Lorenzo de la Carrera. “La casa de Baiona”, a partir de ahí, quedaría vacía nueve meses al año, a la espera de que llegásemos “los vigueses” en verano. De manera que Amparo comenzó a ayudar en las tareas del hogar, y a trabajar en la ferretería. El negocio demandaba mucha atención, y a veces Aurelio e Isabelita no se bastaban para sacar adelante el trabajo. <<Mi padre nunca me permitió aprender Corte -me cuenta Mary Cruz-. En cambio mi hermana Isabelita tuvo más suerte, porque en la ferretería, en los ratos libres, la tía Amparo le fue enseñando poco a poco. >> Unos años después llegaría la boda de sus sobrinas, primero de Mary Cruz, y luego de Isabelita. Para ella, que no se había casado y no tenía descendencia, eran como dos hijas.

Baiona, A Colexiata, 1962. Boda de Mary Cruz. La primera por la derecha, pelo blanco, con gafas, es la tía Carmen.


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Baiona, 1962. Celebración de la boda de Mary Cruz y Antonio. La tía Amparo, Carmina Selegante y la tía Carmen.

La tía Amparo fallecería en 1969 a los 67 años, y aún tuvo tiempo de conocer a sus sobrinas-nietas: “Curry”, Isabel, Eugenia y Cruz.

Baiona, O Burgo, 1964. La pequeña, María Socorro “Curry”, con sus abuelos Fermín y Primitiva, y la tía Amparo.


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Nadie imaginaba entonces que esta niñita tan linda, tan graciosa, “Curry”, se moriría muy joven a causa de una extraña enfermedad. Ni los bisabuelos, ni los abuelos, ni los tíos y tías, ni tampoco su padre, Antonio, también fallecido prematuramente, tuvieron que sufrir esta triste pérdida.

O Burgo, 1964. La tía Amparo Rey Alar.


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X. A Rúa de Elduayen.

Desde la calle principal, Baiona recibe al visitante cuando llega y le despide al marchar. Al pie del camino y con el mar delante, la Rúa de Elduayen conduce al forastero en todos sus pasos, ya sea para acercarse al casco vello, ir a la playa, pasear por el Castillo de Monte Real, subir a la Virgen de la Roca, recorrer el paseo hasta Santa Marta, catar sus vinos en las típicas tascas, saborear sus pescados y mariscos… Disfrutar de Baiona. Desde que don José Elduayen, marqués del Pazo de la Merced, ordenó construir la carretera Vigo-Baiona y el malecón sobre el mar, la calle que lleva su nombre tomó todavía mayor protagonismo del que tenía. La vida baionesa se desarrolla a su alrededor, y allí se encuentran el comercio, los bares y restaurantes, los bancos, la Comandancia de Marina, el puerto a un lado, los quioscos de prensa, el castillo al otro, detrás el Concello, la zona antigua… y el paseo tranquilo en los tiempos de ocio. El viejo camino romano de comunicación que entraba por O Burgo y la Puerta de la Villa procedente de Sabarís y A Ramallosa, pasó a un segundo plano, y tan sólo lo siguen utilizando los vecinos próximos en sus quehaceres cotidianos. Don José Elduayen y Gorriti, de origen vasco, ingeniero y diputado por Vigo durante más de treinta años (1857/1891), ministro en varios gobiernos, fue un gran benefactor para la villa de Baiona. Se hizo con la propiedad del Castillo de Monte Real cuando el Estado lo saca a subasta pública en 1877. Al amparo de sus murallas construye


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el desaparecido Palacio en 1886, que sería su habitual residencia de verano. Entre las numerosas e importantes obras que llevó a cabo por toda Galicia, también fue suya la construcción del viejo faro de Cabo Silleiro.

José Elduayen y Gorriti, marqués del Pazo de la Merced.

La villa de Baiona, eternamente agradecida al marqués, le dedicó en 1865 su calle más emblemática, la Rúa de Elduayen, delante de la carretera y del malecón que había construido él mismo.


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Baiona, finales del siglo XIX. Obras de construcci贸n de la carretera VigoBaiona y del malec贸n sobre el mar.

Baiona, 1908. Entrada a la villa por la carretera de Vigo.

Estas dos fotos son testimonio de la obra ordenada por Jos茅 Elduayen. Se gana un espacio al mar que ser铆a esencial para el desarrollo de la villa. En la marea alta, el agua llegaba hasta el Convento de las Dominicas y a las casas de Ventura Misa. En un principio, el pavimento de la carretera era de tierra.


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En los años cuarenta, el tranvía de Baiona tenía su despacho de billetes, el correo y la facturación de paquetes en la primera casa de la Rúa de Elduayen, el bajo de la Casa del Deán.

Baiona, Rúa de Elduayen, 1908. Acaba de llegar la electricidad a la villa. La calle empieza en la Casa del Deán, y en sus primeros soportales, la Compañía de Tranvías de Vigo establecía años después el despacho de billetes de la línea Vigo-Baiona, que comenzaría a funcionar en 1926.

En el bajo de la segunda casa de la calle se encontraba “Las Verísimas”, uno de los comercios más emblemáticos de la Baiona de entonces. Vendía ropa, calzado, perfumería, juguetes, recuerdos… Desaparecía en los años noventa.

Anuncio en un periódico de la época.


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Dos casas más adelante estaba situada la peluquería de Manolo “el Quisque”, luego el anticuario Paco, y al lado, en el número siete, la “Mercería Isabel”, la tienda de mi tía. A continuación se encontraba el ultramarinos “El Universo”, y muy cerca su gran competidor, “Casa Carrasco”, que se anunciaba en la calle con un singular letrero colgante que rezaba:

Casa Carrasco TIENE DE TODO BAYONA -----------------------------

Sello de la tienda

Años veinte. Anuncio publicitario de “Casa Carrasco”en un periódico de la época. Su extraordinaria oferta concuerda con el emblemático lema de la casa.

“El Universo”, de Enrique Prado, fue la primera tienda de ultramarinos de Baiona que empezó a aplicar las técnicas de supermercado: autoservicio, y a pagar por caja.


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Recuerdo a la tía Carmen contando que cuando mis hermanos pequeños le acompañaban a la compra, don Enrique Prado, el propietario de “El Universo”, les ofrecía obsequioso aquellos pirulís de caramelo de entonces, que naturalmente los niños aceptaban felices. Luego su insignificante importe era incluido en la cuenta de la tía. “Cosas de Enrique. Es buena persona, pero…”, comentaba resignada.

Años veinte. Anuncio en el periódico del Val Miñor.

Después estaba la “Ferretería Casal del Rey”, el “Hotel Anunciada”, la confitería “Las Colonias”, que al cerrar sería sede de la Caja de Ahorros de Vigo…

Anuncios de prensa de los años veinte.


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De todos estos negocios tan sólo continúa activo el “Hotel Anunciada”. Los demás han ido cerrando con el paso del tiempo, sin relevo generacional, siendo sustituidos por otros, casi siempre con nueva dedicación. La tienda de antigüedades de Paco pasaría a ser una tienda de ropa, la sastrería de Gerardo Pereira se convertía en 1966 en la pastelería “La Madrileña”, que aún hoy, en el siglo XXI, sigue trabajando. Haciendo esquina con la Rúa Caja de Ahorros de Vigo, donde se encontraba la “Confitería Las Colonias”, abrió a finales de los años sesenta la “Cafetería Atlanta”. Desde que mis padres se jubilaron a principios de los setenta, frecuentaban su terraza a última hora de la tarde, en busca de la tertulia con los amigos del verano, al mismo tiempo que vivían de cerca el animado ambiente del paseo.

Baiona, Rúa de Elduayen, años cuarenta. Veraneantes en la terraza de la “Confitería Las Colonias”.

De niños no nos gustaban nada los encuentros con los mayores: saludos, besos, presentaciones, cumplidos cursis… y luego, de mayores, tampoco. En esa hora de paseo por Elduayen, momento de dar una vuelta antes de finalizar


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la jornada, nos encontrábamos con mis padres y toda su pandilla en el “Atlanta”, y nos veíamos obligados a parar, a saludar, a responder a preguntas de protocolo… Yo, con más de treinta años, vestido de cualquier manera, sabía que a mi madre no le gustaba demasiado que me presentara con esa “pinta” tan descuidada ante sus amigas. Por entonces, y aún ahora, la gente se “viste” para el paseo de la tardenoche por Elduayen, costumbre que nunca respeté.

Baiona, Rua de Elduayen, años cuarenta. La terraza de la “Confitería Las Col onias” era la única en la calle. Nuestra madre -según cuenta la prima Mary Cruz- solía desayunar aquí, cautivada por sus célebres cañitas.

No obstante, debo matizar que cuando éramos pequeños, mis padres sí que nos llevaban a toda clase de paseos y excursiones por Baiona y alrededores. Prueba de ello es la valiosa colección de fotografías familiares que nos han dejado, en las que se puede apreciar la variedad de escenarios por los que nos movimos. Mi padre, aunque nunca ejerció como fotógrafo, era un buen aficionado, y aprovechaba esos momentos para disfrutar con su cámara, y de paso perpetuar nuestra niñez.


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Baiona, Rúa de Elduayen, 1956. Sentados en el murallón, mis hermanos Enrique y Ana, con once y cinco años; Luis Alberto, el que esto escribe, con quince. Se puede ver a la izquierda una de las gabarras construidas en los Astilleros Esperón de la Praia de A Ribeira, utilizada en las obras de ampliación de la doca.

Baiona, Rúa de Elduayen, 1956. Mi hermana Ana. Detrás, uno de los pocos coches que circulaban por entonces, un “Citroën 15 Ligero”. Al fondo se observa la frondosa arboleda del castillo, hoy desaparecida, en beneficio del Monte Real Club de Yates y de la entrada del Parador Nacional.


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Siendo alcalde el tío Aurelio (1949/51) amplió y pavimentó las aceras de Elduayen. Además prohibió a los marineros que secasen sus redes en el murallón de la calle.

Dos estampas de la Rúa de Elduayen de principios de siglo. En la de abajo se puede apreciar que la “Carretera General del Estado”, como proclama la po stal de 1905 sellada en Los Andes de Chile, aún es de tierra. En esa época se pusieron de moda las postales, y había muchos coleccionistas por todo el mundo que solicitaban intercambio.


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Hacia la mitad de la calle, en el bajo de uno de los viejos edificios, se encontraba el Casino de Baiona. De niño, al pasar, me llamaban la atención las mesas de juego de mármol blanco con sus tapetes verdes, y las disputadas partidas de naipes que se veían por la ventana. Fuera, en una hilera de sillones de mimbre, se sentaban los “señorones” del pueblo y los veraneantes… Elizabeth fue conserje del Casino cuando apenas tenía trece años. “No cobraba nada. Vivía de las propinas que me daban los socios por ir a buscarles el café y los puros al “Bar Blanco”, debajo de la casa de tus abuelos.” Era tradicional por entonces que el Casino organizase el baile de Fin de Año, el baile de O Entroido, y las verbenas de verano. A estas últimas asistí de joven más de una vez. Mis hermanos Ana y Miguel, junto a su pandilla, se han disfrazado en varias ocasiones en la Verbena de Disfraces que se celebraba al aire libre en la Rúa Laureano Salgado. Las instantáneas del fotógrafo madrileño Jesús nos devuelven a aquellas inolvidables noches.

Baile de Disfraces en el Casino de Baiona, 1966. Alejandro Núñez Samper, mi hermano Miguel, César Núñez Samper y Luis Paz. Detrás: Miguel y Marian Pérez Moreira; a la derecha, “Chuca” y Ángeles Gil, disfrazadas de colegialas.


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Baiona, 1967. Entrada y jardín del “Gurugú”, la casa de los Prieto Cuervo. El enfermo grave es mi hermano Miguel, y está atendido por los enfermeros Javier “Brandón” y Alejandro Núñez Samper. Los piratas, Miguel Pérez Moreiras y César Núñez Samper, están a punto de rematarlo.


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En los años ochenta el Casino de Baiona se traslada a la Rúa Laureano Salgado. En esa casa, antes de ser comprada y restaurada por la veterana sociedad, viví felizmente con mi familia durante dos o tres veranos. Ya estaba casado y con mis tres hijos, Camilo, Cristina y Rubén.

Baiona, 1966. Verbena en al Casino de Baiona. Pepa Pereira y Quico Leyenda aún de novios-, Del Mar y Chiño.

Y en 1979, junto al Casino, abre “Cerchas”, una cafetería que suponía en aquel momento una auténtica revolución en la hostelería de la villa. La ponía en funcionamiento Álvaro Álvarez, baionés “retornado” tras muchos años viviendo en Vigo, y que, igual que otros veraneantes de entonces, decidió asentarse en Baiona. Le ayudan en el proyecto de decoración sus dos amigos de pandilla, los arquitectos Alberto Abia y Manolo Portolés, veraneantes madrileños que también “se quedarían” y elegirían Baiona como residencia. Aún hoy en día, segunda década del siglo XXI, “Cerchas” permanece con la misma pujanza que en su inauguración.


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Baiona, 1975. Una de las pandillas del veraneo. Arriba: Alfonso Mandado, Julián Zubimendi, Edmundo Portolés, José “el alemán” y Fausto. Abajo: José Luis “el neno”, Manuel Orío, Álvaro Álvarez y mi hermano Miguel.

<<Los hermanos Portolés, Edmundo y Manolo me cuenta mi hermano Miguel-, veraneantes de Madrid como ya sabes, se quedaron por aquí, y aunque vivieron y trabajaron en Vigo, también tienen vivienda en Baiona; el madrileño Manuel Orío se casó con Marta “Brandón”, vive en Vigo, trabajó en el desaparecido “Pueblo Gallego” y ahora en el “Atlántico”, y tiene vivienda en Baiona; Julián Zubimendi, de Madrid, se quedó en la villa, y es profesor del Colegio Apóstol y de la Universidad de Vigo; Alberto Abia, también madrileño, fue arquitecto del Concello de Vigo, y siempre alternó su vida entre Baiona y Vigo. >> Y muchas generaciones de veraneantes de los años sesenta, setenta… siguen viniendo por Baiona en verano, aunque sea tan sólo una semanita: los Charro, los AllenPerkins, los Pérez Moreiras, los Leal, los Cuervo, los Carvajal, las Bonín, los Alonso, los Gil, los Galván, los Lorenzo… y una larga lista de amantes de la villa.


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En la parte final de la calle se encontraba la Comandancia de Marina, ubicada en el hermoso edificio conocido como “Casa de Godoy”. Era habitual ver a los marinos de la Armada en sus dependencias, y su comandante, el señor Rufo, fue personaje muy popular durante su destino en Baiona, allá por los años cuarenta y cincuenta. En las celebraciones especiales del año, la Virgen del Carmen, La Anunciada… tanto en las misas solemnes como en las procesiones, los marinos adornaban con su presencia los actos, y el comandante formaba parte de la comitiva de autoridades.

Baiona, 1949. Procesión de la Virgen del Carmen.

En la actualidad, la Comandancia se ha convertido en Capitanía Marítima; su comandante y los marinos han desaparecido de las escenas de Baiona.


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La calle finaliza con la “Casa de Barreiro”, que aún se conserva en más que aceptable estado, y alberga el “Hotel Pinzón”. En ella vivió Manuel Barreiro Álvarez, destacado ingeniero militar y piloto de aviación, que recibió la primera Cruz Laureada de San Fernando del Ejército del Aire. Es uno de los grandes personajes baioneses de principios de siglo XX. De él hablaremos en otro capítulo. Se retiró a esta casa aquejado de una grave dolencia pulmonar que le llevó a la muerte en 1940.

Baiona, Rúa de Elduayen, años veinte. En primer lugar, la “Casa de Barreiro”.

Pasarían más de cuarenta años desde el fallecimiento del general Barreiro, cuando su familia decide vender la casa a los actuales propietarios del “Hotel Pinzón”, que lo inauguran en 1987. Hablando de hoteles también debemos mencionar al “Pazo Mendoza”, que en 1998 ocupa la histórica “Casa del Deán” y comienza su actividad hostelera. En el bajo, que hasta ese momento ocupaban “Las Verísimas”, abre el restaurante y la cafetería.


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En los años cincuenta llegaba a Baiona la Caja de Ahorros de Vigo, y elegía la Rúa de Elduayen para abrir su primera oficina en el municipio. Fue la primera entidad bancaria que se instalaba en la villa, y todavía recuerdo el sonido de las campanadas de su reloj, situado en el alto de la casa que ocupaba. Se oían por todo el pueblo, y a nosotros, en la Praia de A Barbeira, nos indicaban la hora de retirada, cuando daban las dos y media. Años más tarde se mudaron a la nueva calle de Carabela Pinta, y al interesarme por el reloj, me respondieron sus empleados que lo conservaban en el actual edificio, pero que los vecinos pidieron que se silenciara porque no les dejaba dormir. El Concello de Baiona le dedicó una pequeña calle, Rúa Caja de Ahorros de Vigo, que une Elduayen con el casco vello, y que comienza justo en la esquina que ocupaba la primera oficina bancaria que existió en la villa. Durante la primera mitad del siglo XX, Baiona se había visto incapaz de superar la sucesión de contratiempos y calamidades que le fueron cayendo. Primero fue la pérdida de su puerto comercial en beneficio de Vigo; le siguió Monte Real al cesar su condición de fortaleza estratégica militar, con todo lo que conllevaba; después llegó la nefasta Guerra Civil española que destrozó el equilibrio y la ya endeble economía del pueblo; y luego, y aún peor, la espantosa y cruel postguerra que vivió. Razones que la fueron sumiendo década tras década en una situación precaria que parecía no poder remediarse nunca. Pero a mitad de siglo, la villa comienza a recuperarse: con lentitud, con el esfuerzo de sus gentes, hasta alcanzar un status muy mejorado. La prueba de ello no es otra que la continua llegada a Baiona de los bancos importantes del país. Tras la Caja, vinieron el Banesto y el Banco Pastor en los años setenta, ubicando sus oficinas la calle principal, la Rúa de Elduayen.


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Placa conmemorativa en la Rúa de Elduayen. “La Pinta” fue reparada en Baiona y justo en esa zona, antes de continuar rumbo a Palos de la Frontera. (Foto Alar).

La Rúa de Elduayen, ya antes de serlo como tal, ha permanecido en su papel de testigo silencioso del transcurrir de la vida baionesa durante más de cinco siglos. De sus alegrías, de sus penas, del auge que la vivió la villa en sus siglos de oro, XV, XVI y XVII, de su caída en los siguientes, del progreso, de los horrores de la guerra, de pestes y de hambrunas, de su paulatina recuperación… y de su papel en la historia universal con la arribada de la carabela “La Pinta”.


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Baiona, Rúa del Elduayen, 1920. Fotografía tomada por el tío Aurelio. Delante, en el mar, los bloques de cemento utilizados en la construcción del muelle y de la doca. El monumento de la Virgen de la Roca aún no existía.

Rúa de Elduayen, 1900. La carretera general Vigo-Baiona, de tierra.


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A finales de los años ochenta se inaugura el nuevo paseo marítimo que une Baiona con A Ramallosa. El primer tramo, desde A Ribeira hasta el puerto pesquero, le aportaría a la Rúa de Elduayen una estética novedosa, moderna, espaciosa, universal a través de las numerosas banderas que ondean al viento… Es en definitiva otro ejemplo más de la profunda transformación que la villa experimentó a lo largo del siglo XX. Este espacio ganado al mar, es en la actualidad lugar preferido por los baioneses y visitantes para sus paseos tranquilos, sus caminatas, el esparcimiento de los niños, las salidas en bicicleta, en patines, para el footing de los deportistas… Mamás con los coches de sus bebés, jubilados paseando, niños en triciclos, viejos marineros reunidos, sitio de encuentro…

Baiona, siglo XXI. Paseo marítimo de la Rúa de Elduayen.


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XI. Las torres del castillo

Durante los meses de verano, la tía Carmen se quedaba en “la casa de Baiona” con todos los niños a su cargo, es decir, mis cuatro hermanos y yo. Nuestros padres, en cambio, permanecían en Vigo, muy a su pesar, cumpliendo con sus obligaciones. Sólo venían los fines de semana y los días festivos. Nada más regresar a casa, los niños debíamos ir junto a la tía para darle el parte de nuestras andanzas. Las mañanas nos las pasábamos en la Praia de A Barbeira, pero por la tarde los planes podían ser de lo más variado. Las pandillas de los mayores y de los medianos, cada una por su lado, andaban por Baiona y alrededores con entera libertad. Los pequeños ya estaban más controlados. Pero en cualquier caso, el orden familiar establecido nos obligaba a cumplir la norma así como entrábamos por la puerta, sin más dilación. - Tía, hoy fuimos a dar la vuelta al castillo -informamos los mayores-, y estuvimos recordando las “historias” que nos contabas. - ¿Os gustó el paseo? Pasaríais por la Praia de Os Frades, por la Torre del Príncipe… - Tía, ¿y por qué se llama Torre del Príncipe? - ¡Uy! Hay mucha leyenda… Si os contara… - ¡Pues cuenta! ¡Cuenta! Así que, atendiendo a nuestro interés, la tía Carmen comienza el relato, centrado aquel día en las torres del castillo. Nos contaba que eran tres, cada una con sus propias leyendas… Empezó con la Torre del Príncipe…


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<<La torre primitiva era utilizada nada más que como faro marítimo, y había quedado media destruida en uno de los muchos ataques que sufrió Monte Boi. >> <<El rey Alfonso V de León la mandó reconstruir en los últimos años del siglo I, y cuentan que en 1137 estuvo allí en cautiverio el príncipe portugués Alfonso Enriques, que se convertiría más tarde en el primer rey de Portugal. A partir de aquí la torre pasó a conocerse como Torre del Príncipe. >> <<Al parecer, vuelven a destruirla los normandos en uno de los asedios de entonces, y el rey Alfonso XI la levanta de nuevo. Por un Real Decreto de 1337, se ordena a la población de Erizana que “cada casa aporte un cantero por cuatro años.” >> <<En 1493 se avistó desde la torre la llegada de “La Pinta”, comandada por Martín Alonso Pinzón, y con Diego Sarmiento, natural de esta comarca, como piloto. >> Castillo de Monte Real. Torre del Príncipe.

<<Baiona recibía la gran noticia, entrando en la historia como la primera población del continente en saber del descubrimiento de América. >> <<La leyenda asegura que el primero que la vio fue un pastor de un monte cercano, que desde entonces se conoce con el nombre de Monte de la Carabela. >>


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<<En 1568, bajo el reinado de Felipe II, la torre se derriba y se edifica de nuevo. En esta época, harto el rey de los excesos y abusos de su hijo y heredero, el príncipe de Asturias, don Carlos de Austria y Portugal, lo manda encarcelar en la Torre del Príncipe. Moriría seis meses después sin salir de su confinamiento. >> <<Hay una versión de la leyenda que asegura que en el encarcelamiento estuvo acompañado por una doncella. Otra versión cuenta que una doncella y su pretendiente fueron emparedados en la torre por orden de un padre furioso con sus amoríos. Los desgarradores lamentos de los amantes se mezclarían con el rugido de las olas y el viento en los días de temporal. >>

Castillo de Monte Real. Interior de la Torre del Príncipe.

<<Y otra leyenda habla de un príncipe encarcelado en la torre, que se escapó durante la noche. Ayudado desde el exterior, descendió con una liana desde lo alto de la torre, bajo por el monte hasta las rocas, y fue recogido por una barca para trasladarlo a la carabela que lo esperaba a pocos metros de la costa. >>


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Torre del Príncipe.

<<En 1663, siendo gobernador de la fortaleza Payo Gómez de Sotomayor, la torre vuelve a ser edificada. Ya no sufriría cambio alguno hasta nuestros días. En sus muros conserva tres escudos significativos: uno es de los Austrias, otro de de la villa de Baiona, y el tercero de la casa de Soutomaior. >> - A vosotros, ¿cuál es la torre que os gusta más? nos pregunta la tía al finalizar el relato. - Nos gustan todas, cada una en su estilo. La Torre de la Tenaza nos gusta menos, porque da un poco de miedo. Dicen que allí estaban las mazmorras del castillo. << La Torre de la Tenaza se llama así por esa forma que tiene. Se utilizó siempre como polvorín y almacén de armas, pero en el siglo XV, el Conde de Caminha, el sanguinario Pedro Madruga, que se había adueñado del castillo, la


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utilizó como cárcel para encerrar en ella a su enemigo, el obispo de Tui, Diego de Muros. >> <<Cuentan que Pedro Madruga hizo construir en la torre una celda especial con una pequeña puerta de acceso, y que una vez encarcelado el obispo, ordenó que le diesen de comer copiosamente para que engordara tanto, que no pudiera salir por aquella puerta diminuta. No se sabe si consiguió sus propósitos, porque al poco tiempo de esa afrenta y humillación a la máxima autoridad de la iglesia en la zona, los Reyes Católicos liberaron al obispo y desposeyeron a Pedro Madruga de sus posesiones. >>

Castillo de Monte Real, años treinta. Torre de la Tenaza. (Foto Alar).

<<Meses después, y cuando Pedro Madruga viajaba rumbo a Castilla para suplicar el perdón de los monarcas, fue


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encontrado muerto en Alba de Tormes en circunstancias no muy claras. Se sospecha que se trató de un ajuste de cuentas de alguno de los numerosos enemigos del odioso conde. >>

La mazmorra de la Torre de la Tenaza, donde se cuenta fue encarcelado el obispo de Tui por orden de Pedro Madruga.

- Supongo que por el camino habréis visto la imagen de la Virgen de las Angustias -nos pregunta la tía Carmen. Ante nuestra negativa, nos explica dónde se encuentra, para que nos fijemos otro día al pasar. <<Está colocada en una hornacina en el alto de la muralla, delante de la Batería de Santiago, que da a la Praia de Os Frades, y debajo de un pequeño crucero de piedra que destaca sobre las troneras. >> << A mediados del siglo XVI se fundó fuera de las murallas del castillo, cerca de la Puerta del Pozo, el Convento de San Francisco, habitado por un puñado de religiosos llegados de Andalucía. Entre las murallas y el mar, los franciscanos tenían sus cultivos, y aquel lugar era conocido como la Horta de Os Frades. >>


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<<Antes de finalizar el siglo, el rey Felipe II, para evitar el peligro que corrían en posibles ataques, ordena trasladar el convento al interior del castillo. Se mudan a las llamadas Casas de San Juan de Mendoza, que ya no existen en la actualidad. Del convento únicamente se conserva la Virgen de las Angustias, que ocupaba uno de los altares de la capilla. >>

Castillo de Monte Real. Debajo de la cruz, se conserva en una hornacina la imagen de “Nosa Señora das Angurias”.

<<Y nos queda la Torre del Reloj, la más alta de las tres, que ya sabéis que la mandaron construir los Reyes Católicos. Como ya os expliqué hace poco, tenía una enorme campana, con la que se alertaba al pueblo extramuros del peligro de los ataques que llegaban por mar para que se resguardasen con urgencia dentro del castillo. >> <<La población utilizaba la Puerta del Sol para acceder a la pequeña villa del interior de Monte Real. Es la puerta más antigua de la fortaleza, y en su dintel, aun se con-


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serva el escudo de España sin corona, el único vestigio existente del antiguo Palacio de Justicia que existía en el interior del castillo, y que sirvió por entonces de prisión pública. >>

Castillo de Monte Real. Torre del Reloj y la Puerta de Felipe IV (s. XVII)


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<<También existen otras dos puertas que cerraban en siglos pasados el acceso a las murallas: la Puerta del Príncipe, coronada por un blasón, y la Puerta Real, con escudos de los Sarmiento y de los Austrias. >>

Castillo de Monte Real. Puerta Real (s. XVI).


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Castillo de Monte Real. Puerta del Príncipe y Puerta Real. (Foto Isabel Rey).

- Así que ya sabéis niños, pedirle al tío Aurelio que os lleve a conocer el castillo por dentro. - ¿Y el tío puede llevarnos? ¿Tiene llaves? - Seguro que sí. Es amigo del dueño, el señor Bedriñana. Tanto Gonzalo, como Enrique y como yo, nunca pudimos conocer el castillo por dentro hasta que se convirtió en Parador Nacional. Ana y Miguel tuvieron mejor suerte.


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XII. Naufragios

El pueblo de Baiona ha sido testigo de no pocos naufragios, consecuencia de la costa traicionera que la rodea. Nos contaba mi padre que había tenido que cubrir la información de más de uno de ellos, no sólo para “El Pueblo Gallego” en el que desempeñaba el puesto de redactor jefe, sino también para la agencia internacional “The Associated Press”, de la que era corresponsal en Galicia. <<Los baioneses son gentes de valentía y arrojo nos comentaba una tarde-. En los muchos naufragios que hubo en Os Farallóns, los marineros de Baiona siempre fueron los primeros en llegar en socorro de los náufragos. En medio de los colosales temporales, sólo las gamelas de Baiona lograban acercarse al barco encallado, para asistir a sus tripulantes. >> Cuando mi padre nos estaba hablando de los naufragios, recordé que hace unos años entré en el “Restaurante Naveira” para interesarme por los orígenes del establecimiento. Llamaron a la propietaria, Mary Carmen Ratel, y ella me informó de que lo había fundado su abuela, Lola Naveira, en los años cuarenta. Me conocía de verme todos los veranos por Baiona, y sabía que era sobrino de Aurelio Rey Alar. Le pregunte por las fotografías que adornaban las paredes del restaurante, y comenzamos a hablar… <<Mi abuelo Joaquín y mi tío abuelo José fueron condecorados por el rey de Noruega en reconocimiento de su participación en el salvamento de los tripulantes del


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carguero “The Skogland”. Naufragó cerca de Baiona, en Os Farallóns, en febrero de 1923, cuando se dirigía a Río de Janeiro con una carga de 3.000 toneladas de carbón y 1.000 de cemento. Los treinta y tres tripulantes fueron rescatados. Ellos salvaron al capitán y a doce marineros. >>

Medalla de Plata de 1ª Clase de la Orden del Santo Olair concedida por el rey de Noruega, Haakow VII, a Joaquín López Fernández, al tiempo que lo nombra Caballero de la Real Orden.


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Baiona, Comandancia de Marina, 1925. El cónsul de Noruega en Vigo y las autoridades locales, con los marineros condecorados por S.M. el Rey de Noruega, Haakow VII, con la Medalla de Plata de la Orden de Santa Olair.

Joaquín y José López Fernández con sus condecoraciones. En medio, un aguacil.


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Cartilla de marinero de Joaquín López Fernández, natural de Baiona.

En la cartilla de marinero, se refleja el historial de Joaquín López Fernández con todo detalle. Además de la mencionada Medalla de Plata concedida por el rey de Noruega, también le han otorgado otras condecoraciones: una Real Orden le concede en 1923 la Cruz al Mérito Naval con Distintivo Rojo; la Sociedad Española de Salvamento de Náufragos le otorga la Medalla de Plata en abril de 1923; una Real Orden de septiembre de 1925 le distingue con la Cruz de la Orden de Beneficencia con Distintivo Blanco y Negro.


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La cartilla de marinero de Joaqu铆n L贸pez Fern谩ndez recoge la condecoraci贸n otorgada por el rey de Noruega.


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Continuación de la página de la cartilla de marinero de Joaquín López Fernández, en la que se mencionan sus hechos notorios y recompensas otorgadas.


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<<En septiembre de 1929, en Os Farallóns, encalló el “Highland Pride”-nos contaba mi padre-. Se trataba de un buque mixto, mitad pasaje y mitad carga. Llevaba cincuenta y ocho pasajeros y otros tantos tripulantes. Salía de Vigo con buen tiempo rumbo a Brasil, pero se vio sorprendido por un banco de niebla. >> <<Recuerdo como si fuera hoy todos los detalles del naufragio -nos explicaba-, porque fue uno de mis primeros trabajos como corresponsal de “The Associated Press”. Me había impactado mucho por ser en Baiona, por el heroico socorro prestado por marineros baioneses a los que conocía, por transmitir para el mundo la noticia… >>

1927. Hundimiento del “Highland Pride” en “Os Farallóns”.

<<Desorientados en medio de la niebla, el buque encalló en Os Farallóns. Se abrió una vía de agua en el casco que inundó rápidamente la bodega del barco. Lanzados los avisos de auxilio, pasajeros y tripulantes fueron puestos a salvo por dos pesqueros y varias gamelas de Baiona. >> <<No se hundió de inmediato, y al final se pudo recuperar gran parte de la carga y de los equipajes. Al día


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siguiente, en la playa de A Concheira, seguían apareciendo restos del naufragio. >> Os Farallóns, es una rompiente situada frente a Baiona, y constituye una trampa muy peligrosa en los días de fuertes temporales y nieblas espesas. No pocos naufragios agrandan la leyenda negra de Os Farallóns.

Los marineros de Baiona se acercaban al barco en sus frág iles gamelas .

El “Highland Pride” se fue hundiendo lentamente.


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En 1926, el buque “Skogland” se hundía en estos bajos. Dos años después, el vapor “Eyen”, también con pasajeros, se vio sacudido por un temporal y se hundió en el mismo lugar. No hubo víctimas. <<Meses más tarde del hundimiento del “Highland Pride” -seguía contando mi padre-, el buque noruego “Aslaug Haugesund” era esperado en Vigo, pero ya sumaba cuatro días de retraso. Traía desde Reykjavick mil quinientos fardos de bacalao para Evaristo de Vicente, conocido almacenista vigués. >> <<El “Aslaug” nunca llegaría a Vigo. El día de Nochebuena de 1929, a las dos y media de la mañana, colisiona contra Os Farallóns. Una vez embarrancado, pide ayuda de inmediato, haciendo sonar su bocina repetidamente y lanzando bengalas. Unos jóvenes baioneses que festejaban la Nochebuena en plena calle, y la Guardia Civil de vigilancia, advierten enseguida el peligro que corre el barco. >> <<Policarpo Vilar, uno de los patrones más experimentados de Baiona, sale con su pesquero “Clotilde Fernández” en auxilio del “Aslaug”. Le acompaña su hijo Pepe Vilar, José Nartallo, Joaquín Payo y Manuel Gesteira, todos ellos patrones expertos. Se unen varios marineros provistos de utensilios de salvamento y con dos barcas a remolque. >> <<Los conocía a todos -nos aclara mi padre-, y otra vez informé para “El Pueblo Gallego” y para la “The Associatte Press”. >> <<Los hermanos Joaquín y José López, de la familia de los Naveira, también se sumaron al rescate por su cuenta, y llegaron hasta allí en gamela. >> <<Al llegar al lugar el “Clotilde Fernández”, después de hacer señales y ser contestado por el “Aslaug”, intenta acercarse, pero las olas imponentes que batían el barco y el estado de la mar lo impiden. No fue posible


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aproximarse más de 600 metros. Después de varios intentos fallidos, con gran riesgo del pesquero baionés, deciden fondear cerca del barco siniestrado, a la espera de una posible encalmada al amanecer. >> <<Con las primeras luces del alba, del barco sólo quedaban los mástiles y la chimenea… y un último marinero encaramado al mástil de proa haciendo señales. Al final, se vio como una tremenda ola arrancaba al hombre del mástil y barría los restos del “Aslaug”, ante la desesperación y la impotencia del “Clotilde Fernández”. Fallecieron todos los tripulantes. >> <<Los doce cadáveres irían apareciendo durante las siguientes semanas, uno sujeto a una boya, cuatro en la Praia de Os Frades, dos en A Concheira y cinco más en los acantilados de la Virgen de la Roca. >> <<En el cementerio de Baiona fueron enterrados los restos de las víctimas. A la izquierda de la entrada, el epitafio de la tumba-homenaje reza: “En memoria de los náufragos del “Aslaug Haugesund”. >>

Tumba de los náufragos del “Aslaug Haugesund” en el cementerio de Baiona.


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Posteriormente se mejoraría de forma notable la señalización de los faros de la zona: Cabo Silleiro, Illas Cíes, Punta Lamela (Monteferro)… Se les dota de mayor luminosidad y de potentes sirenas, única guía posible en los días de fuerte niebla. Sin embargo, los imponentes avances en los instrumentos de navegación, en las comunicaciones vía satélite, en el radar… han sido los elementos decisivos para evitar más tragedias en Os Farallóns. Aún así, todavía en 1948 se produciría un nuevo naufragio en la zona, pero no donde siempre, sino en la batida costa de Cabo Silleiro. El yate noruego “Thalassa”, procedente de Vigo y con destino a las Islas Galápagos, rebasada la desembocadura del río Miño, decide regresar a Vigo ante el creciente temporal que se avecinaba. Parece ser que la mar embravecida y la espesa niebla le hicieron tocar fondo a la altura de Cabo Punto do Lobo, se abrió una vía de agua, y a pesar del auxilio solicitado por los tripulantes, el mar acaba estrellando el yate contra las rocas, y barriendo de la cubierta a todos los tripulantes antes de hundirse. Quince personas perdieron la vida. Sólo se salvó una niñita de diez años, Arnhild, que fue rescatada por unos marineros de Baredo. Su padre la había dejado sobre unas rocas, y al ir a salvar a la madre, un fuerte golpe de mar se llevó a la pareja. La pequeña se quedaba huérfana. Su padre, su madre y su hermano de nueve años, así como el resto de la tripulación, murieron en el naufragio. Con el tiempo fueron apareciendo los cadáveres entre las rocas. Los restos mortales de las víctimas de la tragedia reposan en el cementerio de Baiona, en la misma tumba que recuerda a los náufragos del “Aslaug”.


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La información de “Faro de Vigo” al día siguiente de la tragedia del “Thalassa” iba acompañada de estas impactantes fotos obra de Pacheco.


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En 1983 volvió a producirse un naufragio en Os Farallóns. El “Antártico”, un carguero italiano, embarrancaba en As Serralleiras en una tranquila tarde de verano. El mar estaba en una total calma chicha. No hubo víctimas. Por Baiona circuló el rumor de que el naufragio fue intencionado, y que lo provocaron para cobrar del seguro. El barco italiano estuvo encallado unos días, hasta que en una noche de temporal la fuerza del mar lo partió en dos hasta terminar por hundirse.

Os Farallóns, 1983. El carguero italiano “Antártico”, encallado, antes de hundirse definitivamente.

También se cuenta en Baiona que los marineros de los alrededores desvalijaron el buque antes de que se hundiese: víveres, instrumentos de navegación, alguna lancha de salvamento, toda clase de material náutico… Un saqueo “legal”, ya que una vez considerado el siniestro total, y según la más antigua ética marinera, lo que aparece en el mar es del primero que lo coge.


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Faro de As Serralleiras, 1983. El “Antártico”, partido en dos, no tardaría en hundirse.

Manolo Neira y el matrimonio Kaifer, buenos aficionados a la pesca submarina, se acercaron al barco.


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¿Sabéis por qué la Virgen de La Anunciada es la patrona de los marineros? -nos pregunta una tarde la abuela Fabiana. - Porque los protegerá desde el cielo -contestamos los nietos sin demasiado convencimiento. - Sí, por eso también, pero hay algo más. Os lo voy a explicar. -

<<La devoción de los marineros de Baiona por la Virgen de La Anunciada viene del año 1848. A media tarde de un lluvioso día de abril de ese año, salieron a la mar siete “pincheros”, tripulados por trece hombres cada uno de ellos. A pesar de la pertinaz lluvia, nada hacía presagiar mayores peligros, y los barcos zarparon como de costumbre en busca del sustento para sus familias. >> <<Así que a base de remo y de vela se desplazaron a faenar fuera de la bahía. Había dejado de llover, y la noche se mostraba apacible y estrellada, pero de repente, se produjo un fuerte temporal de viento, el mar se encrespó cada vez más, y las olas batían con estrépito contras las rocas de A Concheira. >> <<Los marineros lucharon lo indecible por llegar a tierra, y al final, seis embarcaciones consiguieron entrar en el puerto de Baiona. Pero faltaba una, la “San Telmo”, que dieron por hundida tras varias horas de espera. Los vecinos, sobrecogidos por la certeza de la tragedia, ya lloraban amargamente la pérdida de sus trece tripulantes. >> <<Los marineros del “San Telmo” pelearon hasta la extenuación para ganar tierra, pero la tormenta y la fuerza de las olas había desmantelado el bote, dejándolo sin palo, con la vela destrozada, y los remos tronzados. >> <<Desfallecidos y sin medios para gobernar la embarcación, se guarecieron debajo de las bancadas, mientras el patrón se amarraba al timón, lo único que le quedaba para tratar de dirigir la barca. Con el ánimo de alcanzar la playa, lo dejó ir hacia el rompiente de las olas,


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a pesar de las muchas posibilidades de perecer si se estrellaban contra las rocas. A aquellos trece tripulantes sólo les quedaba rezar y pedirle a Dios un milagro. >> <<Ante el peligro evidente de morir, rezaron con impresionante fervor y una fe enorme… y se obró el milagro. La leyenda cuenta que, de pronto, un resplandor celestial cubrió el firmamento, y bajo un dosel azul apareció la imagen de María en el Misterio de la Anunciación. >> <<El patrón, de rodillas sobre la borda, dirige una plegaria a aquella visión fantástica y celestial, mientras la aparición se va difuminando hasta desaparecer en la noche oscura y tenebrosa. >> <<Luego, aquellos hombres agotados caen en un sueño profundo, y al despertar con la luz del alba, se encuentran varados en las arenas de la playa de A Concheira. “¡Camaradas, ya estamos en nuestra playa! ¡Que Viva la Virgen de La Anunciada!”, grita el patrón. >> <<Descalzos y con las ropas mojadas se dirigen al templo de la Anunciación de María, el convento de las monjas dominicas, donde postrados de rodillas dan las gracias a la Virgen por el favor recibido, mientras en el coro resuenan las dulces voces de las monjitas de clausura entonando un “Tedeum”. >> <<Entre abrazos y lloros de la familia de aquellos trece marineros, nacía así el firme propósito de celebrar una misa solemne todos los años en honor a la Virgen de La Anunciada. >> La abuela detiene su explicación, reflexiona unos segundos, y por fin le dice a Gonzalo, mi hermano mayor, que abra un cajón de la cómoda, y que entre aquellos papeles busque un librillo con la Virgen en la portada. “Es el programa de las Fiestas de La Anunciada de hace unos años”, nos aclara. “Lo guardo porque cuenta cosas interesantes… y también por la Virgen.”


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Baiona, 1948. Programa de Fiestas de la “Virgen de La Anunciada”


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Las Fiestas de La Anunciada de aquel año las había organizado Carlos Vilar Rodríguez, de la familia de los “Caringa”. Su tatarabuelo estaba entre los trece marineros “salvados” por la Virgen tras aquel tremendo temporal. Habían prometido entonces celebrar todos los años una misa solemne para honrar a La Anunciada y agradecerle aquel “milagro”. El tatarabuelo trasladó ese legado a su hijo Buenaventura, que a su vez se lo encomendó a su hijo Policarpo Vilar. Lo hizo con estas palabras. “Policarpo, mientras te corra una sola gota de sangre por tus venas, no dejes de hacer la misa en honor a la Virgen de La Anunciada.” Años después, Policarpo adquirió personalmente en Andalucía una imagen de la Virgen de La Anunciada, que se guardaba en su casa, y salía todos los años para la procesión. Tras su muerte, llegó a la villa el Padre Fernando, que le pidió a la familia “Caringa” que entregase la imagen a la parroquia. También el sacerdote de la familia, Ángel Vilar Fernández, había intercedido ante el obispo para que cuando muriera su abuelo Policarpo, ya enfermo, la Virgen fuese trasladada a la iglesia de A Colexiata de Baiona. Policarpo Vilar, en su lecho de muerte, la proclamó Reina y Patrona de los marineros de Baiona, y legó en testamento verbal a su hijo mayor la obligación de servirla y festejarla cada año, y al menor, de sacarla en procesión por el mar y oficiarle una misa. Desde entonces, se celebra la misa solemne en A Colexiata, y seguidamente sale la procesión por las calles del pueblo, haciendo un alto en la Praza Pedro de Castro para contemplar la tradicional tirada de fuegos. Al finalizar, la procesión continúa hasta el Convento de las Dominicas, donde la Virgen de La Anunciada queda expuesta durante toda la noche para veneración de los baioneses.


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Antiguamente, el día de La Anunciada, se celebraba en la “primera luna llena” de agosto, que era cuando los barcos no salían á ardora porque con la luz lunar no veían el brillo del pescado en el mar. Al llegar la sonda y el radar a los barcos, pasa a conmemorarse en el segundo domingo de agosto.

Los costaleros de la Virgen de La Anunciada son siempre marineros.

El Día de La Anunciada se conserva la tradición de sacar a la Virgen en procesión marítima por la bahía. Los pesqueros, engalanados con banderas, guirnaldas y repletos de vecinos, acompañan a la imagen en su recorrido, haciendo sonar sus sirenas.


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Baiona, años treinta. Barco pesquero llevando a la Virgen de La Anunciada en procesión por la bahía. (Foto Alar).

Baiona, años cuarenta. Fiestas de La Anunciada. Cucañas en el mar.


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Años cincuenta. El “Pepe Nartallo” y el “Joaquín Vázquez”, ambos de Baiona, durante la procesión marítima de la Virgen de La Anunciada.


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En 1951, siendo alcalde de Baiona el tío Aurelio, el vapor panameño “Cokerel” embarrancaba de madrugada en Os Farallóns. El barco quedó destrozado entre las rocas, y todos sus tripulantes fueron recogidos por los marineros baioneses, trasladados al pueblo, y alojados en el Hotel Anunciada. El tío, en sus funciones de alcalde, enseguida les dispensó una hospitalaria acogida, y les atendió convenientemente, a la espera de que se recuperasen del naufragio y organizasen el regreso a su país. El rumor de que el naufragio había sido voluntario no tardaría en circular por Baiona: las condiciones de la mar no eran adversas y el Libro de Navegación marcaba el rumbo perfectamente señalizado contra las rocas de Os Farallóns. La tripulación regresó a su país de origen al cabo de un par de días, mientras que el capitán, su señora y el contramaestre, de nacionalidad griega, permanecieron en Baiona durante una semana más para arreglar los papeleos. En esos días hizo la primera comunión mi prima Mary Cruz, y con la buena intención de agradarles en su corta estancia, su padre, Aurelio Rey Alar, el alcalde, no dudó en invitar a los griegos a la ceremonia y al convite. <<Me quedé sin una fotografía de mi primera comunión -cuenta Mary Cruz-, cosa insólita en mi casa con papá de por medio. Resulta que los invitados griegos se llevaron con ellos los carretes de las fotos, en los que también estaban las del barco naufragado. Quedaron con mi padre de enviarlas cuando llegaran a sus casas. >> <<El tiempo fue pasando, las fotografías no llegaban, y papá se decidió a indagar el paradero de los griegos para reclamarles las dichosas fotografías. En Vigo, la agencia marítima del barco, le informó de que en el viaje de regreso, el avión en que viajaban se estrelló, y habían muerto todos los ocupantes. Una desgracia. >>


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A los pocos días del naufragio, la agencia consignataria de la armadora en Vigo, “Estanislao Durán e Hijos”, anunciaba en la prensa la venta de los restos del barco embarrancado, así como de su carga de fosfato. La empresa vasca “Orbegozo”, conocida fabricante de electrodomésticos, se hizo con los restos del “Cokerel”, y nombró al tío Aurelio encargado de controlar su desguace y posterior envío de la chatarra. Precisamente, durante su estancia en Bilbao para hacer cuentas con los vascos, falleció la abuela Fabiana. Hubo que retrasar su entierro un día, para que Aurelio pudiera regresar. Durante el desguace del “Cokerel”, además de los operarios que mandaba el tío Aurelio a Os Farallóns, también llegaron ás agachadas marineros de Baredo -especialistas en saqueos de este tipo-, y más de un baionés. Se acercaban en sus gamelas y se llevaban todo cuanto encontraban en los restos del barco: aparatos de navegación, víveres, cobre, salvavidas, lámparas, muebles… Cuentan los viejos marineros de Baiona que los de Baredo se jugaban la vida para lograr los mayores botines. Utilizaban vejigas de cerdo secas, las hinchaban, les hacían un agujero, se conectaban con ella a través de una caña con la que respiraban, y se sumergían con mucho riesgo en el interior del barco. En una ocasión, al parecer, una rata del barco pinchó una vejiga, se perdió el aire, y el “submarinista” estuvo a punto de perecer ahogado. En el naufragio del “Highland Pride”, en 1927, hasta consiguieron llevarse un piano entre dos gamelas. Una conocida familia de Baiona también participó activamente en el saqueo del “Cokerel”. Uno de ellos me cuenta, riéndose de sí mismo por la aventura, que al día siguiente del naufragio se acercaron al barco en la motora de su padre, y ya se llevaron lo que pudieron. “Mi padre era telegrafista, se ponía su uniforme azul marino, con su go-


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rra, y de pie en la proa al acercarnos al barco embarrancado, espantaba a los de Baredo, que nos tomaban por los de la Comandancia de Marina.” Me confesó que se llevaron de todo, desde instrumentos de navegación, cables enormes de cobre… hasta el ancla con su cadena. “Tenía unas eslabones de casi medio metro, y hubo que partirla en trozos para llevarla. ¡As qué alí fixemos, meu Deus! Hasta llegamos a abrir las neveras. Había una caja enorme de huevos, y al cogerla, se rompieron varios y resulta que estaban completamente podridos. Allí quedaron tirados por el barco. ¡Mucho martillamos en él! Sólo se nos resistió la chimenea, por más que lo intentamos. Cuando ya teníamos aserrado un buen trozo, se desprendió y se nos cayó al fondo del mar...” <<Mi padre, de la pesca y del mar no quería saber nada. Se mareaba antes de llegar a las Cíes. Pero era un mecánico bárbaro. ¿Te acuerdas del “Thalassa”, el yate que embarrancó en Cabo Silleiro? Le “requisamos” el motor auxiliar, y él se encargó de adaptarlo a una de nuestras barcas. >> La tía Isabel, esposa de Aurelio, era persona muy divertida y animada para todo cuanto fuese fiesta y jolgorio. Tenía además una gracia especial para contar las cosas, y para sacarle punta a cualquier detalle. Te reías con ella. No había pasado ni un mes del naufragio del “Cokerel”, y llegaba la semana de O Entroido, fechas muy celebradas en el Concello de Baiona. Acudió al baile del Casino disfrazada, como de costumbre, esta vez de hada madrina tremendamente gorda. Para ello, cuenta nuestra prima Ángeles sin poder contener la risa al recordarlo, se había atado a la cintura dos almohadones. Vestido vaporoso de gasa blanca, cucurucho en la cabeza, zapatos plateados, varita mágica… “Estaba formidable”, recuerda la prima.


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Una de las cosas que le habían robado al “Cokerel” era el ancla con su correspondiente cadena. En medio del baile, Isabel ve un presidiario arrastrando un trozo de una pesada cadena… se le acerca… y de careta a careta, le dice: “O acabar o Entroido, non te esquezas, e vaille devolver a cadea ao Aurelito”.

Baiona, Fiestas de O Entroido en el Casino, 1959.

Los viejos marineros no agotan historias que contar. De hecho, la simple vida de cada uno de ellos es de por sí una historia fascinante. Hay un factor común en todos, que no es otro que vivir siempre al límite: del esfuerzo físico, de caerse al agua, del riesgo incuestionable del mar, del peligro a algún accidente o enfermedad en alta mar, del cumplimiento de las cada vez más numerosas normas de pesca, de los cupos, del calendario de capturas, de los caladeros autorizados, de los naufragios… y ahora de los piratas del Índico. Los pescadores pueden con todo.



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XIII. La Virgen de la Roca

En los años cincuenta, la excursión familiar a la Virgen de la Roca se había convertido en una tradición veraniega. En pleno monte, disfrutábamos del entorno, de la naturaleza, de la compañía… y de un buen chocolate o una sabrosa tortilla. No faltaba nadie a la cita: mis padres, todos mis hermanos, los tíos, las primas de Baiona, amigos agregados, las de Lira… Así que a media tarde, con la cacharrería y los utensilios a cuestas, salía la comitiva monte arriba hasta llegar al pie del monumento, bajo la vigilancia exhaustiva de los mayores, no fuera a ocurrir que un niño bajara rodando hasta el Rompeolas. Lo primero era ascender por el interior de la Virgen hasta la barca que porta en su brazo derecho. Desde allí arriba, las vistas son espectaculares. Pero los niños no estábamos para eso, y lo que si nos emocionaba era hacer carreras por la escalera interior, asomarse a la barca, y gritarle desde las alturas a los de abajo. Luego, los mayores buscaban acomodo entre las rocas para hacer el fuego con la necesaria prudencia, y a los pequeños nos mandaban a recolectar piñas y ramas para encender la lumbre. Los niños rodeábamos expectantes el lugar hasta que el fuego prendía… y de inmediato los mayores nos apartaban. Encontrábamos ocupación al momento, y tras un buen rato jugando al escondite, o los niños a la pelota y las niñas con la cuerda de saltar… nos reclamaban a gritos para iniciar la anhelada merendola.


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Baiona, Virgen de la Roca, 1954. La tía Amparo y su sobrina Mary Cruz, delante del altar donde se acostumbra a celebrar la misa de campaña en los días de fiesta.

Acabada la merienda, alguien contaba un chiste, nos mandaban cantar algo… y la costumbre daba paso a la sesión de fotografía, intento no demasiado fácil con toda la niñería en plena ebullición. El tío Aurelio sacaba de máquina, y las fuentes para su inspiración artística en aquel marco incomparable


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resurgían inagotables. Con su don, las escenas familiares que nos ha dejado ocupan espacios destacados en nuestros álbumes, en marcos sobre los muebles de casa, en cuadros colgados en las paredes… En una pausa del ajetreo cotidiano, nos detenemos en familia a verlas con calma, y cuanto más tiempo pasa, más nos llaman la atención y más avivan nuestros entrañables recuerdos de la niñez.

Baiona, Virgen de la Roca, 1945. La tía Isabel y el tío Aurelio con Mary Cruz y Luis Alberto, el que esto escribe.

En una de aquellas tardes, alguno de nosotros preguntó algo sobre la Virgen de la Roca, y la disertación de los tíos no se hizo esperar. <<Ahora este monte se conoce como la Virgen de la Roca -comienza la tía Amparo-, pero en realidad es el Monte de San Roque. Antes estaba completamente pelado, y cuando se comenzó a construir el monumento, no había ni un sólo árbol. >> <<Tampoco existía carretera como ahora, y los obreros subían las piedras de granito en carros de bueyes por


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caminos llenos de baches y de pedruscos, y en ciertos sitios dificultosos, incluso tenían que ayudar a los animales empujando por detrás. >> <<La obra comenzó en 1910, y tardaron veinte años en acabarla, dicen, que con menos altura de lo previsto por su creador, el prestigioso arquitecto porriñés Antonio Palacios. Cuentan que a pesar de la protección de los andamios, los obreros sentían mucho vértigo, y que uno de ellos se mató al caer al vacío. Así que la Virgen de la Roca, aún con la rebaja, se quedó nada menos que en quince metros de altura. >>

1911. Inicios de las obras de la Virgen de la Roca.


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El Monte de San Roque se eleva noventa metros sobre el nivel del mar, de forma que sumándole los quince de la Virgen de la Roca, se consiguen desde la barca unas vistas espectaculares. En días claros hasta se adivinan las rías de Vigo y de Pontevedra.

Baiona, Monte de San Roque, 1912. Visita de autoridades al inicio de las obras.

<<El coste de la obra se hizo por suscripción popular -apunta el tío Aurelio-, pero tardó en finalizarse más de lo previsto por falta de dinero en algunos momentos. Al final se inauguró en 1930, y fue bendecida por el Señor Obispo. >> <<La Virgen es de granito, excepto la cara y las manos, que son de mármol blanco, obra de un escultor madrileño. La corona es de porcelana. >> <<Años después de su inauguración embellecieron el entorno, pusieron bancos y mesas, e incorporaron las escaleras y el Vía Crucis que vimos al subir. También construyeron debajo del monumento a la Virgen, en una


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pequeña cueva entre las rocas, un altar donde se celebra misa en las festividades, con una sencilla cruz de piedra por detrás. >>

Baiona, septiembre de 1930. El obispo de Tui bendice la Virgen de la Roca.

Baiona, 1930. Vista de la Virgen de la Roca, recién inaugurada. Se puede apreciar el monte completamente pelado de árboles. (Foto Alar).


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Entrada al interior de la Virgen de la Roca. Unas estrechas escaleras conducen al barco que porta la Virgen en su brazo derecho.

Baiona, Virgen de la Roca. Años después de la inauguración, se construyó alrededor del monumento un artístico Vía Crucis, financiado por diferentes familias baionesas.


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La Virgen de la Roca, al poco tiempo de su inauguración.

<<Yo estuve en la inauguración de la Virgen de la Roca -interviene mi padre-. Me mandó “El Pueblo Gallego” a cubrir la información. Acudió todo el vecindario… vosotros también -y mira a los tíos de Baiona, que asienten con la cabeza-. Fue un acto muy emocionante.”


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Los montes de la Virgen de la Roca y la sierra de A Groba eran de los lugares preferidos por el tío Aurelio para hacer sus fotografías de paisajes. La altura le permitía capturar en su cámara unas panorámicas únicas, muchas de ellas irrepetibles por los numerosos cambios que se han producido con el paso de los años.

El rostro de mármol y la corona de cerámica de la Virgen de la Roca.

Altar para las celebraciones de la Santa Misa en los días de fiesta.


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El tío Aurelio nos ha dejado esta extraordinaria panorámica de los años treinta. El monte se estaba repoblando, y el monumento se levantaba solemne sin árboles que dificultasen su visión. La Virgen de la Roca se asoma a la bahía desde su privilegiada atalaya, como brindando su protección al navegante.


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En Monte Real se observa el antiguo Palacio; en la Praia de A Concheira aún estaba el balneario; el pequeño muro que había delante de las murallas ya no existe; en la carretera de A Guarda se ven los últimos chalets… y por la ladera del monte asciende el sendero que llevaba a la Roca.


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La fotografía del tío Aurelio de la página anterior está tomada desde una cueva del Monte Sansón. También nuestro padre fue un excelente fotógrafo, aunque nunca se dedicó a ello de forma profesional. Es posible que, igual que su hermano Aurelio, recibiera las enseñanzas de Pacheco, el famoso fotógrafo vigués, que quedaron plasmadas en una colección formidable de fotografías familiares. Eran tiempos en los que la cámara, los carretes y el revelado no suponían un gasto menor, y no permitían, como ahora, tirar fotos sin mesura, ni disponían del aporte técnico actual, impensable por entonces.

Baiona, Virgen de la Roca, 1948. Gonzalito, el hermano mayor.


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De la instantánea de Gonzalito, el hijo mayor, vamos a la de Marta, la hija pequeña, con treinta años de por medio entre una y otra. En los años setenta, mis padres se encuentran en el veraneo acompañados tan sólo por Marta, la pequeña. Los que no se han casado andarán con sus novias y sus pandillas, pero los paseos a la Virgen de la Roca continúan, y muy pronto llegarán los nietos para tomar el relevo.

Baiona, Virgen de la Roca, años setenta. Mi hermana Marta.


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Baiona, 1912. Cartel anunciador de las Fiestas de la Virgen de la Roca.


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Baiona, 1961. Excursión del colegio de los Maristas de Ourense a la Virgen de la Roca. En primer término, a la derecha, Pepe Pérez Moreiras. (Archivo Familia Pérez Moreiras).


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La subida a la Virgen de la Roca constituye una visita obligada para el turista que llega… que a veces se pierde con el coche, y sigue hacia arriba sin acertar con la desviación. El letrero que la señala, tan sólo en gallego, Virxe da Rocha, tampoco es la referencia más clara para un castellano parlante. Mi yerno, madrileño, la llama, todo lleno de razón, la “Virgen de la Piedra”.

Baiona, 1987. Una estación del Vía Crucis de la Virgen de la Roca. Mis sobrinas Patricia y Marta, con mi hermano Miguel, su padre. La penúltima generación de la familia. Mientras fueron pequeñas se conservó la tradición de la merienda en “la Roca”.

El enclave natural en que se encuentra, las imponentes vistas al Atlántico, sus puestas de sol, la propia belleza del monumento, el simbolismo cultural que encierra… “La Roca” merecería sin duda un mayor reconocimiento. Dicen que los gallegos no somos de “darnos importancia”. Y quizás sea cierto…


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Baiona, a単os cincuenta. La Virgen de la Roca.


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XIV. La Praza da Fruta

Cuando la tía Amparo cerró el taller de costura situado en el bajo de la casa, los niños empezamos a dormir allí durante el verano. Las dos habitaciones instaladas daban de lleno a la “Praza da Fruta”. Me acuerdo de que a las seis de la mañana ya estábamos informados del precio del kilo de manzanas, de claudias, de pexegos, de peras… y escuchábamos el regateo constante que se estilaba en el mercado. Delante de las dos ventanas del bajo se colocaban dos puestos de fruta: uno de la señora Carmen y el otro de Manuela, quienes, por cierto, no se llevaban demasiado bien, o eso percibíamos desde nuestras almohadas. Nunca les vimos las caras, ni supimos de su edad, pero las dos parecían mujeres de temperamento. A menudo las escuchábamos hablar mal la una de la otra. La competencia era tan feroz que no pocas veces alguna lercha se aprovechaba para lograr mejores precios. Cuando la tensión del mercado subía de tono, incluso con palabrotas e insultos que nosotros escuchábamos con nitidez, el municipal de turno llegaba para restablecer el orden. La plaza nos despertaba temprano, pero una vez acostumbrados a las voces, a los regateos, al “run-run” de fondo que aumentaba con el día… el sueño nos vencía, y nos volvíamos a dormir. Cuando a media mañana nos levantábamos, ya sólo quedaban restos del mercado…


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Baiona, 1900. La “ Praza da Fruta”.

En esta escena, la plaza ya se muestra tranquila. Es media mañana y apenas queda un grupo de mujeres recogiendo los últimos puestos. José “el Corneta”, cabo municipal, vigilará hasta que todo el mercado se haya desmontado… hasta el día siguiente. A la típica casa baionesa que se ve al fondo a la izquierda le quedan pocos días de vida. En su lugar se levantará la señorial Casa de Carvajal, que ya vemos en la fotografía siguiente, tomada pocos años después. En ella, también se puede observar la plaza en plena ebullición. A la derecha, asoma la torre de un transformador que confirma fehacientemente la llegada de la electricidad a la villa. La hermosa Casa del Deán, a la derecha, acogió hasta 1942 el Concello de Baiona, momento en que se traslada a la Casa de Lorenzo Correa, espléndida joya del siglo XVIII, y adquirida para tal objeto, según cuentan, por cien mil pesetas.


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Baiona, 1910. La “Praza da Fruta”, en plena ebullición. Ya aparece a la izquierda la Casa de Carvajal. Por entonces la Casa del Deán albergaba el Concello de Baiona.

Años después, la Casa del Deán albergó -en los soportales de la derecha que dan a la Calle de Elduayen- el despacho de billetes del tranvía Vigo-Baiona, así como la facturación y recogida de paquetes. Allí permaneció ubicado hasta la desaparición del mítico medio de transporte en 1969. Recuerdo salir a todo correr de casa y cruzar la plaza en un instante, para sacar apresurado los billetes a Vigo, con el tranvía a punto de arrancar. También recuerdo perderlo más de una vez, y aguardar impaciente la hora de espera hasta el siguiente viaje. En 1933, la plaza pasa a llamarse Praza Pedro de Castro, en homenaje al ilustre médico y pedagogo, “Hijo de Baiona”. El 28 de mayo las autoridades descubrirían en la fachada de la Casa del Deán una placa conmemorativa, obra de tres canteros sordomudos de Compostela, ciudad donde el doctor había sido un gran propulsor de los métodos de enseñanza en el s. XVII. Al solemne acto acude una representación importante de sordomudos del Colegio de Santiago. La Banda Municipal amenizó el acto, presidido por el alcalde, Vicente González Cadilla, con presencia de gran cantidad de vecinos.


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El tío Aurelio, establecido en Baiona desde tiempo atrás, no podía faltar a la cita. Como en otros muchos acontecimientos de relevancia, dejó para la posteridad el sello de su virtuosismo fotográfico.

Baiona, 28 de mayo de 1933. Placa-Homenaje a don Pedro de Castro en la plaza que pasa a llevar su nombre. (Foto Alar).

Baiona, 28 de mayo de 1933. Momento de la colocación de la Placa-Homenaje a don Pedro de Castro. La casa de la derecha no es otra que “la casa de Baiona”.


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El caso es que el tío Aurelio nunca fotografió su propia casa paterna. Ignoro los motivos, pero lo cierto es que nos hizo una buena faena, porque por mucho que busco en todo cuanto archivo fotográfico encuentro, no hay forma de dar con una buena panorámica de “la casa de Baiona”.

Baiona, años veinte. La ”Praza da Fruta”.

En 1962, siendo alcalde José Pereira Troncoso, se inaugura la Praza de Abastos en la Rúa Carabela Pinta, donación de don Ángel Bedriñana, por entonces propietario del Castillo de Monte Real. Como consecuencia, la “Praza da Fruta”, al igual que la “do Peixe”, se traslada al nuevo mercado. Después de tantos años delante de casa, tal vez más de un siglo, abandonaba aquella ubicación. A pesar de los ruidos tempraneros, el ajetreo diario, la afluencia de gente… la echamos de menos desde el primer día. Daba un peculiar ambiente a las mañanas,


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y cuando se trasladó al mercado nuevo y nos encontramos con aquel vacío, fue como si nos robaran algo de nuestra alma… como si nos sacaran un diente. La señora Carmen y Manuela, que al fin conocimos cuando se iban, así como José “el Corneta”, ya casi formaban parte de la casa, como si fueran de la familia.

Baiona, Rúa Carabela Pinta, 1962. Inauguración del Mercado de Abastos, donado por Ángel Bedriñana. (Archivo Esperanza Fernández Vernet).

Pero el señor alcalde y sus concejales debieron advertir pronto del hueco que había quedado en el lugar, y decidieron situar allí el Monolito en Homenaje al Descubrimiento del Nuevo Mundo. Se trataba de una donación del Instituto de Cultura Hispánica, cuyo director era el insigne doctor don Gregorio Marañón. Se inaugura el 22 de marzo de 1965, y lo compone una imponente roca de veinte toneladas arrancada de los montes de A Groba, en la que se esculpe la carabela “La Pinta”, junto a una placa conmemorativa.


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Baiona, 22 de marzo de 1965. Inauguración del Monolito Homenaje al Descubrimiento de América. A la izquierda, ”la casa de Baiona” de los abuelos, engalanada con la bandera de España.

La carabela “La Pinta” esculpida en la roca, y la placa conmemorativa del acto.


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Baiona, 1965. Otro momento del acto de inauguración del Monolito Homenaje al Descubrimiento de América en la Praza Pedro de Castro. El edificio de la derecha es “la casa de Baiona”. La parte delantera del bajo estaba ocupada por el “Bar Blanco”.

Entre las autoridades civiles y mandos de la Armada y del Ejército que se ven en la fotografía, debe de estar mi padre, Gonzalo Rey Alar, que como presidente de la Asociación de la Prensa de Vigo, siempre era invitado a estos actos inaugurales. Siendo además natural de Baiona, su presencia es incuestionable. El que vemos en el centro de la plaza con los brazos en jarra, no es otro que Ángel Llanos, legendario fotógrafo vigués, que trabajaba entre otras publicaciones para la “Hoja del Lunes”, el periódico de los periodistas que tantos años dirigió mi padre. Por cierto, ambos se guardaban un recíproco afecto que sobrepasaba las habituales relaciones profesionales. Lo recuerdo en casa haciéndonos las fotografías para el Libro de Familia.


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Monolito Homenaje al Descubrimiento de América. Detrás, “la casa de Baiona”. Las dos ventanas eran las de nuestras habitaciones. La de la derecha había sido antes una puerta de entrada a la sastrería del abuelo Daniel, y posteriormente, al taller de costura de la tía Amparo.


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El caso es que la Praza Pedro de Castro cambiaba de fisonomía por completo. También su rol dentro de la villa experimentaba una transformación radical. Escenario habitual de manifestaciones culturales, políticas, conmemorativas, festivas, económicas, sociales… se convierte ahora en la sede de un monumento que recordaba a vecinos y a visitantes que Baiona conoció la noticia del Descubrimiento de América antes que nadie La plaza se despedía del mercado de la fruta, del Baile de las Espadas en los días de fiesta, de las danzas regionales, de los conciertos de la Banda Municipal, de los teatrillos de verano… Aún conservaba el paso de los Gigantes y Cabezudos, y las paradas de las procesiones del Carmen y de La Anunciada, para que la Virgen recibiera la ofrenda de los fuegos artificiales… Hoy, tantísima terraza de la hostelería habilitada en la plaza -“el comedor de Baiona” le llaman- sería incompatible con las viejas costumbres.

Baiona, 1977. Mi hermana Marta, con dieciocho años, en el balcón de casa. Como se puede comprobar, las vistas hacia la bahía no podían ser mejores.


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Baiona, 1967. Mi hermana Ana, con dieciocho años, en el balcón de casa.

La “reconversión” de “nuestra” plaza fue acogida en la familia con pena y melancolía, nostálgicos todos nosotros de tantos momentos inolvidables allí vividos. Estas fotografías de Marta y de Ana, en el balcón que daba a la plaza, pertenecen ya a la época postrera de “la casa de Baiona”. A finales de 1982, el derribo de la entrañable casa de los abuelos cerraba una etapa irrepetible que marcó la vida de todos nosotros…



XV. Personajes

Me comentaba un cura de Baiona que la villa estaba repleta de “personajes”, dignos de protagonizar la mejor novela o la última producción de Spielberg... Que si indagaba entre la gente mayor, no tardaría en conocer sus “aventuras”. Que no tenía que remitirme a tiempos del castillo, ni de la arribada, ni de Pedro Madruga… sino que eran mucho más recientes. “Puede que algunos ya hayan fallecido -me decía-, pero siempre habrá familiares, amigos, conocidos… que cuenten…” - Papá, ¿no había un humorista en Baiona que contaba chistes por la radio? -le pregunté una tarde. - Sí, sí, era el famoso “Joselín”. Yo lo conocí, porque entre otras cosas también fue periodista. <<”Joselín” fue un personaje de película. Todo el mundo creía que era de Baiona, pero no es así: había nacido en Vigo, en el barrio de O Berbés. Lo que ocurre es que se casó con una baionesa, Isabel Ante, y vivió en Baiona durante algunos años, llegando incluso a ser alcalde de la villa entre 1927 y 1929. >> <<Nació en 1895, y emigró a Uruguay siendo muy joven. Cuentan que limpiaba coches durante el día, y de noche se enfundaba el frac y actuaba como humorista en un café-teatro. Es allí donde crea el protagonista de sus célebres cuentos: “Joselín”, un gallego de pueblo, bonachón, con poca cultura… pero con mucha retranca y gran sabiduría popular. >> <<Desde entonces fue conocido por “Joselín”, aunque su nombre real era José Rodríguez de Vicente. >>


“Joselín”, en su papel de contador de cuentos gallegos.

<<Lo conocí siendo “Joselín” alcalde de Baiona continúa mi padre-: elegante, de simpatía arrolladora y voz que cautivaba, no tardaba en meterse a la gente en el bolsillo con su carisma y su sentido del humor. Con su brillante ironía, retrataba con precisión la peculiar forma de ser de los gallegos. En definitiva, lograba lo más difícil: reírse de sí mismo. A principio de los años treinta, la histórica productora Columbia le grabó su extensa colección de “Cuentos Gallegos”, que tú, Luis, oíste por radio. >>

Tres de los discos publicados por Columbia con los cuentos de “Joselín”.


<<Regresó a Galicia en los años veinte e hizo de todo. Fue administrador de las Escuelas Provalle de Mañufe, alcalde de Baiona, exitoso humorista teatral en Vigo con lleno absoluto en cada función… Después se trasladó a Salamanca primero, y a Madrid después, donde alternó el periodismo con el teatro. >> <<De carácter inquieto e inestable, y una actividad permanente, regresó a Buenos Aires a mediados de los años treinta, donde ejerció el periodismo. Escribió guiones de documentales para el productor vigués Cesáreo González. >> <<Unos años antes de su fallecimiento en Buenos Aires, en 1958, le fue concedida la Cruz Isabel la Católica al Mérito Civil. >> <<Incluso el rey Alfonso XIII pudo comprobar en primera persona cómo se las gastaba “Joselín”. “Es la primera vez que un alcalde me pone a sus órdenes”, comentaba el monarca después de su visita a Baiona en 1929. >> <<Resulta que el protocolo había previsto la recepción de los reyes en la entrada del Castillo de Monte Real. Pero el alcalde “Joselín” decidió recibir al rey y a su séquito al comienzo de la Rúa de Elduayen, a la altura de la “Praza da Fruta”. >>

Baiona, 1929. Recepción a los reyes.


<<Cuentan que al pararse la comitiva, “Joselín” se dirigió al coche del rey, abrió la puerta y le dijo: “Majestad, el pueblo de Baiona quiere aclamar a su rey a pie firme y vitorearle hasta el Castillo de Monte Real”. Alfonso XIII, obediente, se apeó y siguió las instrucciones del alcalde. Fue caminando hasta la puerta del castillo en medio de las aclamaciones del pueblo. De ahí viene su comentario acerca del primer alcalde que le dio órdenes. >>

Baiona, 1929. Visita de los reyes.

<<De “Joselín” se cuentan cientos de anécdotas continúa mi padre-, a cada cual más divertida. Alguien de Baiona le recordó un día que uno de los mayores aciertos de su mandato de alcalde había sido la instalación de un retrete público en el muelle. Le contestó: “Bueno, con eso o que queres decirme é que só te lembras de min cando vas mexar ou cagar”. <<En otra ocasión, al llegar al aeropuerto de Buenos Aires, los periodistas le preguntaron si había tenido un viaje feliz: “Si acabar o papel hixiénico do excusado é felicidade, eu funlle inmensamente feliz. Xa me entendedes, ¿verdade? ”


Los reyes pasan por delante de la fábrica de salazón y de la Praza do Peixe.El recorrido hasta el castillo, se adornaba con unos decorativos arcos florales.

El rey Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia, en el Castillo de Monte Real. Detrás de la reina, se ve a “Joselín”, alcalde de Baiona.

<<En sus tres años de alcaldía, “Joselín” también recibió la visita del general Primo de Rivera, que entre otros lugares, subió a la Virgen de la Roca, a punto de concluir sus obras. >>


Baiona, 1927. Recorrido por la villa. El general Primo de Rivera, en el centro; a su izquierda, el juez Ulpiano Nogueira, y a su derecha, el alcalde “Joselín”, el capitán Manuel Barreiro, famoso aviador de la época, y el concejal Jorge Pereira.

El general Primo de Rivera visita la Virgen de la Roca.


<<Unos años antes de convertirse en alcalde, “Joselín” era un asiduo a toda cuanta fiesta se celebrase en Baiona. En su condición de actor de teatro y cuentista, se hacía notar en O Entroido o en los Bailes de Disfraces del verano. Siempre llamaba la atención por su disfraz. >>

Baiona, A Palma, 1924. Fiestas de disfraces de verano. El quinto por la derecha, con chaqueta blanca, es “Joselín”. A su lado, su esposa Isabel Ante, con una banda blanca por delante. Destaca la elegancia de la pareja.

”Joselín” y su esposa, Isabel Ante.


<<Siendo alcalde Benigno Rodríguez Quintas, el pueblo de Baiona acordó concederle a José Rodríguez de Vicente el nombre de una calle, Avenida de Joselín, en un acto que contó con la presencia de su viuda, doña Isabel Ante. >>

Baiona, 1930. Este tramo de la carretera Baiona-A Guarda, que va desde la Praia de A Concheira hasta el Rompeolas, pasaría a ser en los años setenta la Avenida de Joselín. (Foto Alar).


Baiona siempre ha sido especialmente respetuosa a la hora de honrar a sus benefactores y a los grandes personajes de su historia. Así, calles y plazas de la villa llevan el nombre de los Joselín, José Elduayen, Diego Carmona, Vasco Gallego, Pedro de Castro, Ventura Misa, el alférez Barreiro, el Padre Fernando, Ventura Misa… Sin embargo, no se sabe muy bien por qué, se han olvidado de un hombre insigne de la tierra, el general de aviación Manuel Barreiro Álvarez, tío del alférez Barreiro, muerto éste en la Guerra Civil, y al que sí han dedicado la calle donde estaban -algunos aún hoy permanecen- la ferretería y la casa del tío Aurelio, las peluquerías de Federico y de “El Gaiteiro”, el Casino de Baiona, el “Bar Gringo”, el “Naveira”, el “Moscón”, la “Cafeteria Erizana”, la “Cafetería Victoria”, las Escuelas Públicas… y “la casa de Baiona” de los abuelos. Alguien me apunta que en el Concello se le está preparando un homenaje en toda regla, aunque de momento no sabemos con exactitud en qué consistirá. Si bien con excesivo retraso, bueno resultará que el general Barreiro sea recordado en la villa por las generaciones actuales y las futuras como se merece. Manuel Barreiro Álvarez, nacido en Baiona en 1880, fue uno de los primeros alumnos del colegio jesuita de Camposancos en A Guarda. A los dieciocho años ingresa en la Escuela Militar de Ingenieros, y años después es ascendido al grado de teniente y destinado a Valladolid. Después de varios destinos en regimientos bien diversos, de zapadores, de telefonía, de telegrafía… en 1913 es elegido entre un grupo de veinte oficiales para la observación y ascensión en globo aerostático en Cuatrovientos (Madrid). Aquí inicia el capitán Barreiro su relación con la aeronáutica militar, donde se instruye como piloto, y pasa a formar parte del Arma Aérea Española. Realiza su primer viaje en un biplano volando desde Alcalá de Henares hasta Cuatrovientos. La aviación daba sus


primeros pasos y las pruebas para conseguir el título de piloto, resultan ridículas desde la perspectiva actual: recorrer cinco kilómetros por el aire sin tocar tierra y dando vueltas por el aeródromo, y alcanzar la altura de cincuenta metros. Por contra, el riesgo que asumían los pilotos era alto, como lo demuestran los graves accidentes ocurridos entre 1911 y 1913, con varias víctimas mortales. En 1918, los pilotos civiles con título no pasaban de treinta y cinco, de los que tan sólo volaban media docena. De ahí la importancia de la aviación militar para el desarrollo de la Aeronáutica en España.

El general Manuel Barreiro Álvarez.


En octubre de 1913 parten de Cuatrovientos los primeros aviadores del mundo que iban a participar en una acción de guerra. El capitán Manuel Barreiro y sus compañeros son despedidos por la familia real, en su salida hacia Marruecos. Un mes después bombardearían el país vecino, dicen que lanzando las bombas con la mano. El piloto de Baiona protagonizaba las primeras horas de vuelo en misión bélica de la historia. Los aviadores se exponían a grandes peligros en estos vuelos por la vulnerabilidad de los aviones, la poca altura a la que volaban (200 metros), y su escasa velocidad (70-80 kilómetros).

Uno de los aviones modelo “Maurice Forman” en los que voló el capitán Manuel Barrero en Tetuán, durante la Guerra de África.

En noviembre de 1913, desde el aeródromo de Adir, en Tetuán, despegan el capitán Barreiro y el teniente Ríos para realizar un vuelo de observación en Alucen. Sobrevuelan el valle de Jemis y el monte Cónico en Tetuán. Pero la meteorología favorable cambia, aparecen nubes, y se ven forzados a descender para orientar el vuelo y seguir adelante en su misión. Volando tan bajo, son blancos fáciles para los fusiles


“Mauser” de los rifeños. Barreiro es herido en el vientre y Ríos en el vientre y piernas. Con todo, son capaces de regresar a la base tras un aterrizaje de emergencia, conservando el aparato perfectamente operativo y con el reconocimiento militar cumplido. El capitán Barreiro y el teniente Ríos fueron los primeros aviadores de la historia mundial de la aviación en ser heridos en acción de guerra. La Guerra de África era el primer lugar en el que se utilizaba el avión con fines bélicos. Pocos meses después, en febrero de 1914, comenzaba la Primera Guerra Mundial, y los combates aéreos se convirtieron en habituales. De inmediato el rey de España, Alfonso XII, decide premiar la hazaña de los dos aviadores, y remite al general en mando el siguiente telegrama: “Ruego a vuecencia participe a los aviadores heridos que se les asciende al grado superior, y que les felicito por su brillante conducta, así como por el valor y la serenidad…” Luego reciben múltiples felicitaciones, les conceden la Cruz de María Cristina en 1913, al mismo tiempo que asciende el capitán a comandante, en 1920 a teniente coronel, en 1928 a coronel, y en 1931 a general de brigada. Pero de todos los honores recibidos, el reconocimiento más importante de Manuel Barreiro fue la concesión de la Cruz Laureada de San Fernando, en 1922. En un acto en el Colegio Apóstol Santiago de Vigo, el exalumno jesuita recibía la condecoración de mayor relevancia en el ámbito militar. La ceremonia se inicia con una misa oficiada por el obispo de Tui, y a continuación el gobernador militar le impone la valiosa distinción. Un desfile de la tropa, que resaltaba el acto con su presencia, da por finalizada la condecoración del aviador baionés en la finca de Bellavista, propiedad de los jesuitas.


Vigo, Colegio Apóstol Santiago, 1922. Imposición de la Cruz Laureada de San Fernando al general Manuel Barreiro Álvarez.

Manuel Barreiro Álvarez pasó los últimos años de su vida en Baiona, en su casa de la Rúa de Elduayen. Fallecía en 1940 aquejado de una grave enfermedad pulmonar. Fue enterrado en el cementerio de Baiona, donde un destacamento de la División 82 de Vigo, desplazado hasta Santa Liberata, rindió honores correspondientes a su grado de general de brigada.


Baiona siempre ha tenido fama de ser cuna de grandes “lobos de mar”. Su arrojo, su valentía, sus conocimientos, su arte para la pesca, su vocación de navegantes… les ha otorgado esa consideración. Hay dos calles de la villa con nombres en honor a dos ilustres marineros de esta tierra, Diego Carmona y Vasco Gallego, que en 1512 dieron la primera vuelta al mundo con la expedición de Juan Sebastián Elcano.

Baiona, años cincuenta. Rúa Diego Carmona.

Paseo de Martín Alonso Pinzón. Monumento a Diego Carmona y Vasco Gallego.


Y el caso es que hace un siglo, cuando ya habían pasa-

do más de cuatrocientos años desde aquella hazaña, otro baionés repetía la gesta, aunque esta vez por partida doble, y aumentado el mérito con una vuelta completa a las Américas. Ángel Ratel Álvarez, nacido en Baiona en 1913, con veinte años, y durante tres haciendo el servicio militar en la marina, dio dos veces la vuelta al mundo con el buque-escuela “Juan Sebastián Elcano”.

1933. El marinero baionés Ángel Ratel Álvarez, en el “Juan Sebastián Elcano”.

Por supuesto que las condiciones de navegación del buque-escuela no fueron ni parecidas a las que tuvo que soportar en el siglo XVI el famoso navegante Elcano, pero el mérito también es digno de resaltar.


Poca gente del mar puede ostentar en su “Libreta de Marinero” dos vueltas al mundo completas y una vuelta a las Américas, como lo hizo el popular Ratel.

El “Juan Sebastián Elcano”, lanzando salvas de honor a la salida del puerto.

El “Juan Sebastián Elcano”, buque-escuela de la Armada española, fue botado en Cádiz en 1927, y gozaba de una autonomía en altamar de veinte días sin tocar puerto. Su primera vuelta al mundo se inició en agosto de 1928, y finalizó en mayo de 1929. Partió de Cádiz, y desde de allí siguió a San Vicente, Montevideo, Buenos Aires, Ciudad del Cabo, Ade-


laida, Melbourne, Sidney, Suva, San Francisco, Balboa, La Habana, Nueva York y vuelta a Cádiz. Es decir, realizo el viaje en el sentido contrario al del histórico navegante. En sus casi cien años de navegación, el buqueescuela de la Armada ha dado la vuelta al mundo diez veces, visitando sesenta y ocho países repartidos por los cinco continentes. Ángel Ratel Álvarez participó en la segunda y tercera vuelta, entre 1933 y 1936. De aquella fantástica experiencia conserva su familia una imponente colección de fotografías.

El bergantín-goleta “Juan Sebastián Elcano”.

Después de pasar por Las Palmas y Tenerife, atraviesa el Atlántico, y llega a Uruguay y a Argentina tras veinte días de navegación. En ambos países, como suele ocurrir en casi toda Sudamérica, aparecerán emigrantes gallegos que pasarán a saludar a sus paisanos.


Montevideo, 1933. Una de las primeras escalas del “Juan Sebastián Elcano”. Ángel Ratel, el segundo por la izquierda, junto a otros compañeros.


Puerto de Buenos Aires, 1933. Ángel Ratel, con unos familiares emigrantes.

La ruta prosigue hasta La Habana, donde la expedición española encontrará un cálido recibimiento, con pancarta y homenaje incluidos. Los gallegos en Cuba estarán presentes en todos los actos, verdaderos promotores de la extraordinaria acogida brindada al buque.


La expresiva pancarta recibe a la tripulación española a la entrada del restaurante, en donde les espera un banquete con todos los honores.

La Habana (Cuba), 1933. En la “Cervecería Polar” se rinde homenaje a la tripulación del buque-escuela “Juan Sebastián Elcano”.


La Habana (Cuba), 1933. El buque-escuela “Juan Sebastián Elcano” en puerto, con el Castillo del Morro al fondo.

En plena navegación, los marineros reciben instrucciones del oficial.


La tripulación, encaramada a los cuatro mástiles del “Juan Sebastián Elcano”, formación ceremonial para recibir a las autoridades, en una de las escalas del viaje.


Atravesando el Canal de Panam谩.

Un momento de descanso durante la navegaci贸n.


San Francisco (California-EE.UU.). La marinería del “Juan Sebastián Elcano”.

En la escala de San Francisco, recibiendo visitas.

En todas las escalas del viaje, el buque-escuela abría las puertas a los ciudadanos para que lo visitasen. Por el “Juan Sebastián Elcano” han pasado toda suerte de razas.


En el puerto de New York.


El gatito serรก un nuevo tripulante enrolado por el camino.

Visitas al barco, en San Francisco.


テ]gel Ratel, con un compaテアero durante la travesテュa.


En Honolulu.

En plena navegaci贸n, repasando las velas.


En Jerusalén.

Alejandría, 1934. En el bauprés del “Juan Sebastián Elcano”.


Shanghái (China), 1934. Banquete ofrecido al “Juan Sebastián Elcano”.

Yokohama (Japón), 1934. Visita al buque-escuela de unos oficiales japoneses.


Filipinas, 1934. Baño para los caballeros cadetes.

Nueve meses necesitaba el “Juan Sebastián Elcano” para completar la vuelta al mundo. Ángel Ratel visitó Las Palmas, Tenerife, Cabo Verde, Río de Janeiro, Tokio, Cape Town, Pernambuco, Recife, Jamaica, Nueva Orleans, Fernando Poo, El Cairo, Angola, Saigón, Lima… El “Libro de Marinero” de Ángel Ratel registra las dos vueltas al mundo, y una a las Américas.


El caso es que podríamos continuar dando cuenta de las biografías de tantos y tantos ilustres personajes de la Baiona del siglo XX. De momento, nos detenemos aquí, con las andanzas de un polifacético hombre de ciudad -José Rodríguez de Vicente, “Joselín”-, de un valiente aviador de guerra -Manuel Barreiro Álvarez- y de un viajado hombre de mar -Ángel Ratel Álvarez-. Son sólo tres ejemplos, pero sin duda habría muchos más… y es que la historia de la villa es interminable.


XVI. La Rúa Ventura Misa “La casa de Baiona” tenía su entrada “por detrás”, por la Rúa Ventura Misa. Recuerdo el portal como si fuera hoy, con aquellos portones de madera tosca y recia tan característicos de la villa, y que todavía en la actualidad se pueden encontrar por el casco vello. Eran pesados, pintados en marrón, y divididos al medio en dos partes. La superior permanecía abierta durante el día, como invitando al visitante a pasar. Con soltar el tosco pestillo de la de abajo y empujar hacia dentro, ya se entraba. Después de un pequeño hall con el piso de piedra, había una puerta normal de madera que llevaba a las escaleras… Bueno, no tan normal. Contaba con un especial dispositivo para abrirla desde afuera, que también vi en alguna otra casa de Baiona. Por el lado contrario de la cerradura, tenía un minúsculo orificio por el que sobresalía un pequeño nudo de una cuerda. Se tiraba del nudo, y el pestillo se abría. El sentido acogedor de “la casa de Baiona” prevalecía sobre cualquier medida de seguridad. Por entonces en la villa, años cincuenta, se trataba de una costumbre generalizada. También recuerdo a visitas de confianza, que a media tarde llegaban a casa, entraban, subían, se asomaban al balcón que daba al mar… y tras no encontrar a nadie en todo el piso, salían de nuevo a la calle, “cerrando” antes la puerta y el portón. ¡Qué tiempos! Que yo sepa nunca faltó nada en casa. Y eso sí, las tías Carmen y Amparo nos reñían cuando dejábamos las puertas “abiertas”.


1963. “La casa de Baiona”. Portal de entrada, por la Rúa Ventura Misa. De izquierda a derecha: Alejandro, mi hermano Miguel y César.

La calle lleva ese nombre en recuerdo del baionés Ventura Misa y Bertemati, benefactor de la villa, y famoso


bodeguero en Jerez de la Frontera. Cuentan que había sido el inventor del vino de Jerez, allá por el año 1850.

Baiona, años treinta. Rúa Ventura Misa.

En 1880, el marqués de Misa hizo la donación al Concello de Baiona de un edificio en la Rúa Ángel Urzáiz -en la actualidad Alférez Barreiro- destinado a las Escuelas Públicas, en las que tantos niños baionenes iniciaron sus estudios.

Baiona, 1880. Escuelas Públicas, donación del marqués de Misa.


Don Ventura Misa y Bertemati, nacido en Baiona en 1802, y gran benefactor de la villa. Antes de fallecer en Jerez de la Frontera en1885, realizó importantes donaciones a su pueblo natal.

A principios de siglo, la población de Baiona en agradecimiento a sus donaciones y para perpetuar su recuerdo, dedica a don Ventura Misa y Bertemati un artístico obelisco, de cinco metros de altura, colocado en un primer momento en el Parque de A Palma, delante de la Praia de A Concheira. Con el tiempo sufriría varios cambios de ubicación.

Baiona, 1912. Parque de A Palma. El obelisco en homenaje a don Ventura Misa y Bertemati se levanta al fondo del paseo, en frente del señorial “Hotel La Palma”, desaparecido a mitad de siglo. En primer plano se observa a las rederas en su trabajo de repasar el aparejo mientras se seca.


A Palma, 1935. Obelisco en homenaje a don Ventura Misa y Bertemati. Delante, las redes extendidas a secar. A la izquierda, “Villa Angelinesâ€?. A la derecha, asoma el Balneario de A Concheira. Al fondo, se adivina el monumento de la Virgen de la Roca, reciĂŠn inaugurada. (Foto Alar).


Baiona, A Palma, 1933. El obelisco pasa a colocarse delante de la arboleda, y cerca del Palco de la Música, obsequio de don Ángel Bedriñana, propietario del Castillo de Monte Real. En el centro, una tradicional estampa de A Palma, con los aparejos de redes extendidos para secar.

En los años sesenta, el obelisco se traslada a la que es su actual ubicación, en el inicio del paseo de la Praia de A Ribeira, y cerca del Monumento al Descubrimiento del Nuevo Mundo.


La Rúa Ventura Misa, en el corazón del casco viejo, es, junto a Elduayen, la más concurrida y tradicional de Baiona. Lugar de encuentro de los marineros, visita obligada del turismo, cita de veraneantes, camino habitual hacia el Concello, A Colexiata, el convento, la biblioteca… y en el epicentro de una villa secular. Podríamos asegurar que Baiona no se entiende sin la Rúa Ventura Misa. Nace en la Porta da Vila y acaba en la Praza da Leña -en la actualidad Praza do Padre Fernando-, delante del Convento de las Dominicas. A cada paso se respira la historia de la villa. Al inicio de la calle, y durante casi un siglo, los vecinos se abastecieron de agua en la Fonte de Zeta, donada por Ventura Misa en 1863. Recuerdo a mi abuela Fabiana trajinando en la cocina de casa con sus tarteras y sartenes, y a un lado, encima de una mesa baja, como presidiendo la estancia, el balde de agua con un pequeño cazo de aluminio para servirse. Para los niños de ciudad como nosotros, aquel cántaro era todo un hallazgo, porque además Baiona, a mediados de los cincuenta, ya contaba con agua de la traída. Pero mientras no falleció la abuela Fabiana, en ”la casa de Baiona” se mantenía la vieja costumbre de ir a buscar agua a la fuente. Cuando entrabas en la cocina, sin aromas de cocinar, te encontrabas con un inconfundible olor a aquella agua que invadía la sala, por mucho que digan que es un líquido inodoro. Nunca más en mi vida pude disfrutar de este limpio, puro y singular olor. En la fuente, siempre había gente con baldes haciendo cola en sus dos grifos, al parecer, porque los mayores notaban una insoportable diferencia entre el agua auténtica de toda la vida y el “agua artificial” que le enviaba el ayuntamiento. Sin embargo, el progreso tiene estas contradicciones, porque, a veces, las gentes de hoy se acostumbran a cosas peores que las de antes. La Fonte de Zeta casi no se utiliza,


sus grifos apenas se abren. No sé los motivos, pero supongo que si ya no hay demanda, en cualquier momento dejarán de funcionar. Veo otras fuentes en el entorno, que sorprendentemente para mí aún siguen teniendo cola… y no poca.

Baiona, 1920. La Fonte de Zeta.


En la parte superior de la Fonte de Zeta, se conservan dos avisos importantes para los usuarios: SE PROHIBE EL USO DE LABAR Y FREGAR

EL INFRACTOR PAGARA DE 10 A 80 REALES DE MULTA

En la parte central, esta leyenda: LA MAGNIFICENCIA DE DON VENTURA MISA Y BERTEMATI UNO DE LOS HIJOS PREDILECTOS DE ESTA VILLA. Aテ前 DE 1863

Baiona, aテアos veinte. Mujeres portando los tradicionales baldes de agua.


En Baiona, durante los veraneos, los niños gozábamos de una libertad casi absoluta. Con ocho, nueve años… campábamos por la villa con la casi única obligación de presentarnos a las comidas y a dormir. Luego nos preguntaban qué habíamos hecho a lo largo del día; la tía Carmen, que estaba a nuestro cuidado, nos daba mil recomendaciones… y no existían muchos más requisitos. Para los niños de ciudad era uno de los grandes encantos de la Baiona de los años cincuenta. A veces, mientras cenábamos, a alguien se le ocurría ir al cine, que estaba unas cuantas casas más arriba de la nuestra. Casi a medio cenar, salíamos disparados de la mesa para llegar a la sesión de noche, programada para las diez y media. Los pequeños debían ir acompañados de los mayores, es decir, de los hermanos, primas o demás parientes con tres o cuatro años más. “¿Será una película de niños?”, nos preguntaba la tía. “Sí, sí, es de aventuras”, le contestábamos ya escaleras abajo. Allí vimos a los Hermanos Marx, a Robín de los Bosques, una de piratas… Más de una vez llegamos a las butacas sin saber ni qué película proyectaban. El cine -por entonces sin televisión-, era un espectáculo mágico. Como tantas cosas, el Cine Avenida desapareció. El paso del tiempo entierra costumbres, sitios… y aparecen otras, otros… que ocupan su lugar. En muchas estampas del pasado que vemos en estas páginas, se muestran a las claras los enormes cambios que experimentó la vida de Baiona. Los mayores, que los percibimos de forma diáfana, siempre nos planteamos la misma pregunta: “Los cambios, ¿para mejor o para peor?”. Dejando al margen la nostalgia -la más decisiva e inevitable, la juventud perdida-, debemos pensar que para bien. Se les puede preguntar a los marineros, a las familias de la villa de los años cuarenta, a los viejos futbolistas del Erizana, a las amas de casa en sus labores domésticas…


Pero al Cine Avenida yo lo echo mucho de menos… y es que además el hueco que dejó sigue allí, como a la espera… hasta conserva las huellas de la taquilla en la pared.

Baiona, 1900. Porta da Vila.

Al final de la Porta da Vila, en una pequeña plaza, Praza de Zeta, se encuentra la fuente, y la calle se bifurca en dos: a la izquierda empieza la Rúa do Conde, y a la derecha, la Rúa Ventura Misa. Su primera casa no era otra que el Cine Avenida… ahora un solar vacío. Seguimos bajando y nos encontramos con las entradas posteriores del “Naveira” y del “Moscón”, antes con el “Bar Charlot”, después la Casa de Carvajal, la de los abuelos, la Praza Pedro de Castro, “El Túnel”… Ventura Misa ha sido y es la calle del tapeo, de las tascas, con ese singular encanto que caracteriza a los cascos históricos, con las piedras rezumando historia, con “O Mosquito”, “O´Refuxio d´Antón”… las grandes casas de entonces, la “Casa de los Siete Bonetes”, la “Casa de Correa”, la “Casa de Zeta”, la “Torre do Reloxo”… y al final, el Convento de las Dominicas y la Praza do Padre Fernando.


Antes se conocía esta plaza como Praza da Leña, por ser el lugar dedicado a la venta de leña y de piñas para el cotidiano uso doméstico. Las gentes del interior de Baiona las recogían en los montes para venderlas. Recuerdo en los domingos del verano las carreras que nos pegábamos por las mañanas para llegar a la misa de diez. Casi sin desayuno, enfilábamos la Rúa Ventura Misa, girábamos por la Rúa do Reloxo, Rúa do Conde, y subíamos por delante del Hospital de Caridad de las monjitas. Por entonces se accedía a A Colexiata por una puerta lateral -en el fondo de la iglesia estaba el coro-, y después de subir las escaleras de dos en dos, si el cura aún estaba hablando desde el púlpito, bien. Si no, hasta las doce, y la playa de la mañana media fastidiada. No había misa por la tarde.

Baiona, Rúa Manuel Valverde. A la derecha, el Hospital de Caridad y la Casa da Cultura. Al fondo, A Colexiata.


En la misa, repleta de fieles, y ocupados todos los bancos, nos colocábamos en la parte derecha junto con los veraneantes -los del pueblo estaban más bien en el lado izquierdo-, y los niños nos sentábamos en los dos pequeñas escalones de la capilla de la Virgen de La Anunciada. Debo confesar que de la misa casi ni nos enterábamos, entre otras cosas porque desde allí apenas se alcanzaba a ver el altar. Pero… la misa era obligatoria.

Baiona, 1900. A Colexiata e iglesia parroquial. Llama la atención el pequeño atrio que se observa en la fachada, que se destruyó años más tarde.

El atrio de A Colexiata era punto de encuentro habitual para las familias. Al salir de las misas dominicales, abuelos, padres, tíos, hermanos, primos… acostumbraban a saludarse con calma, y a departir un buen rato. También con otras familias conocidas de veranos anteriores. Los niños solíamos ser tema de conversación de los mayores, sobre todo al principio del verano, cuando había transcurrido todo un año desde la despedida anterior. Los comentarios, los de siempre: “¡Qué mayores están!... “¡Ay que guapos!... “Ana ya está hecha una señorita.”… Nosotros, los


niños, hasta hacíamos apuestas a ver quién acertaba el comentario de turno… y a veces lo conseguíamos… y con las mismas palabras, idéntica frase y hasta con la misma entonación. En ocasiones nuestro gesto burlesco nos delataba. “¿De qué os reís?”. “Es Luis, que nos contó un chiste.” El tío Aurelio y mi padre solían hacernos bonitas fotografías en el atrio de la iglesia. “¡Sonreid!, nos mandaban. Algunas veces sonreíamos, otras ni caso, y muchas veces exagerábamos el gesto. Se pueden encontrar instantáneas de todas las versiones.

Baiona, A Colexiata, 1964. Cruceiro del Vía Crucis. Mi hermano Miguel, en lo alto; mi hermana Ana, a la derecha; abajo, Geles Gil, Mary Flor Puga, y Magena Lama, nuestra prima de Vigo.


Mis hermanos Ana y Miguel me cuentan que en un verano -tendrían doce y diez años-, nuestra madre, tratando de que no holgazaneasen por Baiona todo el día durante los tres meses de vacaciones, los mandó a clase a una academia de O Burgo para ocuparlos al menos un par de horas. <<Llegamos el primer día, y nos encontramos a don Rafael, que así se llamaba el maestro, con una vara en la mano… Ya no volvimos, y convencimos a mamá de que no teníamos por qué ir a clase, que nosotros ya habíamos aprobado todo en el curso… >> <<¡Pero!, fallido el intento, nos mandó a clases de piano con doña Consuelo. Daba las clases en el bajo de su casa, en la Rúa do Reloxo, y cuando estábamos con el “do-remi-fa…”, aparecían por la ventana los de la pandilla, nos hacían burla desde fuera, nos daba la risa… Duramos una semana con las clases de piano. >>

Praia América, 1961. Miguel y Ana.


En mitad de la Rúa Ventura Misa, se encontraba el “astillero” de “Chicho”. Así llamaba él a la buhardilla donde tenía el taller. Nos llevó una mañana de visita, y allí vimos desplegados los planos del barco en construcción, otros enrollados en una estantería, y a un lado, almacenado, todo el material preciso: velas, mástiles, escalas, anclas, cadenas, cañones, barcas auxiliares, banderas…

Maqueta de la nao “Santa María”.

Entre la imponente colección de maquetas de barcos que tenía el amigo Chicho, no podían faltar las carabelas del Descubrimiento de América. Manufacturadas con todo detalle, como si de una auténtica construcción naval se tratase, no les falta ninguno de los elementos de navegación de la época, además de sacos y barriles de víveres, el ancla… Asegura con orgullo que sus carabelas son más fieles que las que se exhiben en los puertos de Baiona y de Palos de la Frontera.


Réplica de la carabela “La Niña”.

Réplica de la carabela “La Pinta”.


Maqueta del “Santa Ana”, navío de 112 cañones, construido en 1784. Hundido en la Batalla de Trafalgar.

Maqueta del galeón “San Francisco”, perteneciente a la “Armada Invencible”. Construido en 1585. Equipado con 22 cañones, tripulado por 67 marineros y con una dotación de 127 soldados.


Maqueta del “San Felipe”. Construido en A Coruña en 1693. No entró nunca en combate. Fue desguazado en 1736.

Detalle interior de la maqueta del “San Felipe”.


Maqueta del clipper “Cutty Sark”, construido en 1869. Se dedicaba al comercio de té entre Londres y Ceilán.

Detalle interior de la maqueta del “Cutty Sark”.


Maqueta del barco “Real de Francia”.

Barco atunero del Cantábrico.

Cualquier día “Chicho” nos sorprende, y se decide a deleitarnos con una exposición de su construcción naval, auténticas obras de arte de la maquetación. ¿Lugar? El nuevo Museo Naval que dicen se va a ubicar en la Casa de Carvajal.


En la Rúa Xogo da Bola, la bocacalle que une Ventura Misa con la Rúa do Conde, se mantiene “Las Adrianas”, tan viva como hace más de cien años. La panadería más antigua de la villa, superando el tiempo, los inevitables cambios generacionales, el progreso, las competencias, el “pan artificial”… sigue ofreciendo su pan artesano a los parroquianos… puntualmente cada mañana. “Las Adrianas” era el nombre con el que se conocía a las hermanas Balbina, Antonia, María, y a sus primos Carmen y Ramón, ya antes de ponerse la panadería en funcionamiento. Cuentan que trabajaban hasta los domingos, y que se hicieron con una pequeña fortuna. La actual propietaria del despacho, María del Carmen, nos dice que el oficio de panadero, junto al de marinero, es de los más duros que hay. “Gabino, mi marido, trabaja en “Las Adrianas” desde hace más de cuarenta años. Empezó a los veinte, y al retirarse las hermanas de la panadería, se la cogió en traspaso. Fue en 1974. Pero es duro para la vida familiar. Cuando él se va a acostar, yo me levanto. Vivimos al revés… y un día tras otro”. Comenta que ninguno de sus hijos ha querido la profesión de sus padres… pero quién sabe si dada la difícil situación actual, alguno de los cuatro no tenga más remedio que arrimarse a la panadería en cualquier momento. A los hijos de marineros les sucede lo mismo, no quieren saber nada del mar. “Sí, pero yo tengo un sobrino que, después de mucho tiempo en el paro, se decidió ir a la mar. No le quedó más remedio. Y ya ves, está contento.” Las condiciones actuales de los marineros no tienen nada que ver con las de antaño. Ahora pescan durante cuatros meses, y descansan otros cuatro en sus casas. Los de antes trabajaban sin parar, tan sólo descansaban el tiempo necesario para aprovisionar el barco, repasar los aparejos, alguna pequeña reparación… no más de una semana… y a la mar. Desde hace tiempo ya disponen de su camarote, servicios, comunica-


ción diaria con tierra, navegación segura… En los años cincuenta, hasta cuarenta hombres dormían hacinados en la proa de los barcos, sin lavarse, con un olor y un ambiente apestoso, haciendo sus necesidades por la borda… - Gabino, ¿hubo mejoras en las panaderías? - Sí, también las hubo. Antes necesitábamos cantidades ingente de leña, tojos, ramas, rastrojos… todo aquello que ardiera para encender los hornos y mantener el fuego. El Concello, que tenemos ahí enfrente, nos dejaba por entonces un pequeño espacio que no utilizaba, donde almacenábamos la leña y demás. Todos los días llegaban carros a descargar. <<Hoy en día los hornos son a gasoil, y nos ahorran el enorme trabajo que suponía mantenerlos encendidos, y la preocupación constante de abastecerse de leña y demás. Ahora el trabajo es mucho más rápido… pero el horario, casi sigue siendo el mismo. Tal vez un par de horas menos en la noche. >>

Baiona, 1904. Juan, popular vecino de Baredo, abastecía de tojo a “Las Adrianas” en aquellos principios de siglo. Todos los días conducía su carro cargado hasta arriba de tojo para descargar en la panadería. Fue su trabajo durante muchos años.


Hasta los años sesenta, muchas mujeres baionesas acostumbraban a transportar sus enseres sobre la cabeza: los baldes de agua desde las fuentes, las patelas con el pescado, las tinas con ropa hasta el lavadero, los cubos con alimentos… Era todo un arte moverse con aquel peso encima de la cabeza… Esta imagen ya no se repite. Los tiempos cambian… y suele ser para bien.

Baiona, Rúa Ventura Misa, años cincuenta. Las hermanas Rosalía y Mercedes comparten el peso del garrafón-, y una amiga, transportando sobre la cabeza la compra del día… y tan contentas.


XVII. Estampas del verano

En la Baiona de aquellos apacibles años cincuenta de mi niñez, había al menos tres peluquerías: la de Federico -tío de mis primas-, la del “Gaiteiro”, y la de Manolo “el Quisque”. La primera, a donde me mandaba la tía Isabel a cortar el pelo, estaba situada dos casas más allá de la nuestra, y hacía esquina con el “callejón de Federico”, que así le llamaban los rapaces que a diario acostumbraban a jugar por allí. Desde el balcón, observaba todos los días la llegada del peluquero en su bicicleta robusta, negra, de rueda grande y guardabarros niquelados, y con aquellas curiosas pinzas en los bajos de su pantalón. Se ve que las utilizaba para no engancharlo en la cadena con el pedaleo, y también para evitar que se manchase de grasa. Siempre me llamó la atención este hecho, que denotaba una esmerada pulcritud, y que iba en consonancia con el aseo y la corrección en el aspecto con el que se presentaba cada día al trabajo, y mantenía en el interior del establecimiento. Después de guardar la bicicleta y abrir la peluquería, le pasaba una escoba a la entrada, colocaba su expositor de periódicos a un lado de la puerta, y ya entonces, se enfundaba su impecable mandilón blanco. Las primas me dijeron que vivía en Sabarís, y que por eso lo veía llegar en bicicleta todos los días, pero que en invierno solía coger el tranvía. Lo querían mucho.


Baiona, Rúa Alférez Barreiro, años sesenta. De izquierda a derecha: la peluquería de Federico, el “Restaurante El Moscón” y el “Bar Blanco”.

La segunda, varias casas más adelante, cerca del “Restaurante Naveira”, la llamaban “la del Gaiteiro”, por la afición del peluquero a la gaita gallega. Baiona y su entorno supieron mantener viva la pasión por el baile y la música de la tierra, fomentando la participación de los jóvenes, y siempre presentes en fiestas, actos culturales, celebraciones… Así que por un lado estaban las muiñeiras, las jotas, las ribeiranas… y por el otro, la gaita, el tambor y el bombo, el pandeiro y la pandereta… y buenas voces, que tampoco faltaron los grupos corales en el pueblo. Es fácil aventurar que el peluquero formaba parte entusiasta del grupo de gaiteiros, y que aprovechaba cualquier hueco libre para ensayar con su gaita. Dicen que era pieza fundamental en las actuaciones. Cambiaba su mandilón de peluquero por el traje regional, las tijeras por la gaita, su verborrea de profesión por el canto de su instrumento, y su gesto de gaiteiro lucía bastante más feliz que el que mostraba en los cortes de pelo y afeitados cotidianos. Pero del arte sólo uno pocos pueden vivir.


Peluquería de Manolo “el Quisque”. Su ayudante, José Mosquera, conocido por Pepito, ensaya con la armónica en un momento libre de parroqui anos.

La tercera peluquería estaba al comienzo de la Rúa de Elduayen, y hacía esquina con el callejón que lleva a “O Refuxio” y a “O Mosquito”. Era la de Manolo “el Quisque”, también apodado “Cara de Lata”. Los marineros en tierra solían sentarse de tertulia en el murallón de enfrente, y le avisaban a gritos: “¡Manolo, Manolo! ¡Un choco!” Y Manolo dejaba al parroquiano a medio afeitar en el sillón, cogía la pota que ya tenía preparado con carnaza, cruzaba la calle… y al cabo de un rato regresaba con la captura, para continuar con el afeitado. Además de afeitar, cortar el pelo y pescar chocos, Manolo “el Quisque” vendía a los vecinos las potas que él mismo hacía, así como jaulas para pájaros, también de su propia fabricación. ¡Que no perdía el tiempo! - Yo me cortaba el pelo en la de Federico, que era la peluquería barcelonista -me comenta Antonio al pasar por el lugar-. A Manolo “Cara de Lata” iban los del Madrid.


El murallón, al margen de su función como tal y como lugar de reunión de los marineros, era utilizado también para poner a secar los aparejos de pesca. Había que secar muchas redes cada día, y se aprovechaba para ello cualquier lugar.

Baiona, 1928. Escena típica de Baiona. Marineros de charla en el murallón.

Hay muchas escenas de Baiona en mi memoria de niño, y la del murallón con los marineros sentados de charla es una de ellas. A diferencia con los de la fotografía, los que yo recuerdo de los veranos vestían camisas blancas impecables, limpias y bien planchadas, y pantalones de mahón azul marino. Nos decía mi madre. “Las mujeres los cuidan con mucho amor cuando llegan de la mar. Hasta parece que compiten entre ellas a ver quién lleva a su hombre mejor cuidado.” Siempre tuve la sensación, no sé si es así, de que los marineros se encuentran algo perdidos en tierra, como sin rumbo, alejados de sus faenas de a bordo y del balanceo de la mar. Los veía desde el balcón rondando el muelle y


luego sentados apaciblemente en el murallón, como en la necesidad de sentir cerca el murmullo del agua, el olor a salitre… Debe de ser algo vital para ellos, como el respirar… Se sientan mirando hacia el pueblo, y lo contemplan como hacen cada día cuando salen a faenar en sus gamelas, en las lanchas a motor, en los barcos de más fuste… Más tarde irán a tomar las tazas a “O`Refuxio d`Antón”, a “Ribeira”, a “O Mosquito”, a la de “Charlot”… y a veces, al pasar, los he oído cantar con voces afinadas canciones populares gallegas.

Baiona, 1900. La calle de Elduayen desde el mar, y el murallón delante. Los marineros solían sentarse a la izquierda, justo enfrente del comienzo de la calle.

En alguna ocasión, para probar, quise sentarme en el murallón como ellos, pero me daba tanto miedo el poder caer hacia atrás, que desistía a los pocos segundos. Los marineros en cambio, tan tranquilos, a fin de cuentas, expuestos a irse al mar están todos los días de sus vidas… y eso que aseguran que antes la mayoría no sabía nadar. Menos mal que a los de ahora, con mucha más exigencia que con los de entonces, no les dan la Cartilla de Marineros si no saben nadar.


En esos años empezaron a llegar las primeras motos “Vespa” a las carreteras españolas. Desde el balcón de casa tenía localizadas a la media docena que circulaba por Baiona. En tiempos en los que no se obligaba a utilizar casco, se reconocía al conductor con facilidad. Veía pasar al tío Aurelio, conduciendo con discreción; a mi amigo “Rodri”, veraneante de Vigo, con agilidad; al popular “Charlot”, siempre sonriente y ademán pícaro; al Padre Fernando, el joven y moderno cura del pueblo, habilidoso, inquieto, y objeto de escándalo a veces entre las más beatas; a un hijo del alcalde Pereira, muy estirado en su moto y mentón elevado, que siempre me llamó la atención por los cambios de marcha y aceleraciones que hacía sin mover un solo músculo… Daba la sensación de que la “Vespa” los hacía de forma automática… Pero la atracción máxima la ponía Maribel, la hija mayor de Paco, el de “El Moscón”. Acababan de inaugurar el “Hotel Rompeolas”, y la joven -poco más de dieciocho años-, andaba de allá para acá haciendo recados con todas las prisas. Al regresar al bar, dejaba la “Vespa” apoyada en la cera, y casi se bajaba en marcha. Cuando arrancaba de nuevo para otra encomienda, salía medio derrapando y dando la curva completa a toda máquina. La “Vespa” del tío Aurelio.

Una mujer en una moto en los años cincuenta, y sobre todo en Baiona, no se veía todos los días. Si además se trataba de una moza de buen ver... Y si aún encima conducía con aquella temeridad y arrojo, es normal que llamase la atención de la gente, por lo menos la mía -con trece, catorce años-, que observaba con asombro sus maniobras desde el balcón.


Ya de mayor, lo primero que hacía al llegar a Baiona era acercarme a las monjas de clausura del Convento de las Dominicas para comprar unos almendrados. También elaboraban -y lo siguen haciendo- unas primorosas tartas de Santiago -las mejores que haya comido-, y exquisitos brazos de gitano, que yo reservaba siempre para las celebraciones especiales del veraneo. La particular compra tenía un curioso ritual. Primero el horario: de diez a doce de mañana y de cuatro a seis de la tarde, que no parece demasiado comercial. Debía establecerlo así la Superiora, para respetar las obligaciones conventuales de rezos, meditaciones, misas y penitencias. Una vez dentro del portal, enteramente de piedra, puertas de madera macizas, poca luz, cierto misterio… te encuentras a un lado el ancestral torno para la imprescindible relación de las monjas con el mundo exterior. Pulsas el timbre, y al cabo de un rato, una voz que debe bajar de los cielos te saluda, “Ave María Purísima”. Contestas como manda el Catecismo: “Sin pecado concebida” -los laicos, buenos días-, y se hace el pedido. Una mañana de agosto, con Baiona en pleno auge turístico veraniego, me acerqué a comprar los almendrados. “Sin pecado concebida”-contesté a la monja-. “Quería una caja de almendrados”. “¡Ay, lo siento! Se nos acabaron. Con tanta gente…” -me responde apesadumbrada-. “Pues hermana, habrá que trabajar más y rezar menos.”, le sugiero. “¡Ay no! ¡No diga eso!”, exclama escandalizada. Yo tenía cierto enchufe con las monjitas, desde que un día les comenté que era primo de don José Antonio, que había sido coadjutor de la parroquia, y les decía misa y las confesaba, por cierto, no sé de qué. Ese día, la monja de turno no debió reconocer mi voz, porque si fuera así, imagino que le habría pasado al primo cura la denuncia de mi hereje recomendación. Él nunca me dijo nada.


Convento de las Dominicas, que data de 1547. Fachada posterior. Por esa puerta se compran los dulces que hacen las monjitas. Hace muchos años también elaboraban chocolates de varias clases.

Históricamente, las monjas del convento fueron excelentes reposteras desde su fundación en el siglo XVI. Esta exquisita condición les valió como recurso para resolver las angustias económicas de estos últimos tiempos. En 1878, habían recibido un premio especial de repostería en Lugo, en una Exposición Regional. Le concedieron medalla de bronce, diploma y la cantidad en metálico de cuarenta pesetas. Durante siglos, gozaron de importantes privilegios por parte del obispado de Tui y de las autoridades del Castillo de Monte Real, incluso con la cesión en propiedad de muchos terrenos en el centro de Baiona, que al parecer alquilaban a los paisanos para su cultivo. Andando los años, esos privilegios se esfumaron, las generosas limosnas vecinales empezaron a decaer, y las “dotes” por el ingreso de nuevas monjas se perdieron por falta de vocaciones. A finales del pasado siglo no llegaban a doce, todas ellas de avanzada edad. Por eso yo, conocedor de sus vicisitudes, les recomendaba más trabajo y menos oración.


Nunca se me dio bien la pesca. Debe de ser cuestión hereditaria, porque ni mi padre ni mis tíos fueron pescadores, ni siquiera en tiempo de ocio, y estaba claro que lo de pescar tampoco era lo mío. Cuando tenía más o menos doce años, al llegar a Baiona en el verano, me acercaba a la tienda del tío Aurelio a que me preparase una liña: cortaba el nylon, empataba el anzuelo, y me daba unos pequeños consejos. Yo no hacía otra cosa que imitar a los muchos chavales veraneantes -y no tan chavales-, que andaban por el muelle pescando… o intentando pescar. Solíamos colocarnos en una rampa que había en la parte derecha del muelle, y mis capturas no pasaron nunca de unos pocos “panchitos”, que no medían más de diez centímetros, y que ni recuerdo qué hacíamos con ellos. De tan pequeños no creo que sirviesen ni para el gato de los tíos. Al cabo de tres o cuatro veces que iba de “pesca”, mi vocación de pescador aficionado se veía totalmente colmada. Así que no volvía más… hasta el verano siguiente, en el que se repetía el mismo proceso.

Puerto de Baiona, años treinta. El barco a vapor estaba a punto de desbancar al de vela en la pesca.


Resultaba evidente que yo prefería ir al campo de A Palma a jugar a la pelota. Lo hacía bastante bien, y los baioneses, fieles a su tradición inmemorial, me bautizaron enseguida con el apodo de “Basorita”, en alusión a un formidable extremo del Barcelona de aquellos tiempos… y la verdad es que en su día, no me pareció nada mal; era toda una alabanza. Las rederas y los marineros no nos dejaban jugar en el campo de fútbol -donde celebraba sus partidos el Erizana-, por temor a que les rompiésemos las redes extendidas a secar cuando corríamos por encima de ellas en busca del balón. De manera que nuestro “campo de juego” estaba situado entre el Palco de la Música y la puerta del Castillo, en una pequeña zona libre de árboles. Una de las porterías que improvisábamos, la formaban dos viejos y enormes árboles, uno de los cuales asoma en la parte izquierda de la fotografía siguiente.

Baiona, 1902. Entrada al Castillo de Monte Real.

Así que en los años cincuenta, cuando tenía doce años, y alguno menos y alguno más, las tardes del verano las pasaba jugando al fútbol con los niños del pueblo. Después de embadurnarnos de arriba a abajo de la tierra negra de aquel


descampado, volvíamos para la merienda por la Rúa Ventura Misa, y muchas veces proclamando nuestro apetito a voz en grito: “Teño lareca, ¡pun pun!, teño lareca…”. “¿Qué dirá la gente? Que no os damos de comer”… nos reñían las tías al llegar a casa, entre las risas de las chicas de la costura. En los pueblos son muy mirados… pero al día siguiente volvíamos cantando lo mismo… y de nuevo nos reñían… y las chicas se tronchaban, porque además, ¡vaya pinta debíamos traer!... ennegrecidos completamente por la tierra de nuestra particular cancha. Uno de mis compañeros del fútbol, también por las mañanas en la Praia de A Barbeira, era Valeriano, un par de años más joven que yo. Llegó a jugar en la selección gallega de juveniles, en el Real Club Celta, en el Atlético de Madrid, en el Córdoba… ¡Lástima! que no se cuidase un poco más.

Estadio de Balaídos, 1962. El extraordinario jugador Valeriano vistiendo la camiseta del Real Club Celta. En Vigo le apodaban “Bayona”.


El último partido de fútbol que jugué en mi vida, principios de los ochenta, fue en un tradicional enfrentamiento entre los del pueblo y los veraneantes. Ya no había campo en A Palma, y nos llevaron a jugar al campo de Baredo, en pleno monte. Me explicaron dónde estaba, pero con mi habitual falta de orientación, me perdí por los montes, y llegué tarde al partido. No me vino mal, porque así solo jugué la segunda parte. A los cuarenta años largos, no estaba para muchos trotes, como me demostré a mí mismo en el terreno de juego. No podía con el balón, no regateaba a nadie, no me movía, no cortaba ni una… pero metí los dos goles de la honrilla de los veraneantes. Ganaron los del pueblo, como casi siempre, por 6-2. Estas confrontaciones eran cita obligada del verano, nunca se pasaban por alto. Al desaparecer el campo de fútbol de A Palma se fue perdiendo el contacto, pero aún así se fue manteniendo por algún tiempo. También se organizaban, pero menos, partidos entre los veraneantes de Baiona y los de Panxón-Praia América. Tenían un ambientazo formidable, y por supuesto, asistían puntualmente las dos colonias veraniegas, desde los niños más pequeños hasta los abuelos. Aquí se jugaba en A Palma, y allí en el campo de Praia América, y con algo muy importante en disputa, el honor. En los años sesenta participé más de una vez en estos enfrentamientos, y tenía por compañeros a Quinucho Nartallo, a Ferro, a “Filipino” -el portero titular-, a Tito Charro, al mayor de los Abollado, a Carrasco… Con los de Panxón venía Emilio del Río, Cardín, Jones -delantero centro de color que llegó a jugar en el Atlético de Madrid-… Había mucha salsa. En el verano de 1958, con dieciséis años, me llamaron del Erizana para jugar con los juveniles un partido amistoso contra un equipo de Vigo que presidía el señor Albéniz, popular reparador de balones de fútbol. Yo no me acordaba en absoluto de haber jugado ese partido, pero el amigo Antonio, directivo por entonces, me


trajo la fotografía que certificaba mi participación… y al verla, recordé. Ganamos ampliamente, y el señor Albéniz, que me conocía de Vigo, se quejó de que jugara con los de Baiona.

Baiona, A Palma, 1958. Juvenil Erizana, categoría juvenil. Partido amistoso contra el Teis. Arriba: Tino, Suso, Jaime, Rey Lama, “Grillo”, Andrés y Alfredo “Michiva”. Abajo: Paco Núñez, Alfonso Sastre “Chiño”, Enrique, Manolo y Ángel Núñez.

Recuerdo también vagamente que un año después jugué un partido amistoso con el primer equipo del Juvenil Erizana. Creo que nos enfrentamos al Alondras de Cangas con motivo de las fiestas del Carmen. Jugaba “Cabecitas”, Montaña, “Lanina”, “Rato”, “Mekerle”… y no tengo ni idea de cuál fue el resultado, pero sí de que actué medio tiempo, con poco acierto. En mi defensa, hay que decir que Ventura Leyenda, estupendo jugador de la siguiente generación, denunciaba que los veteranos no recibían bien a los jóvenes como él.


Baiona, A Palma, 26 de julio de 1965. Equipo de Veraneantes que se enfrentó al Erizana. Arriba: Pepe Pérez Moreiras, Carlos “Brandón”, Emilio Galván, Enrique Rey Lama, xxxxx, Samuel, y Javier Castaños. Abajo: Luis Blach, Lolo Puga, Javier Abollado, “Chufa” Montero, Carlos Lama y Luis Martínez Borso.

Al ver esta foto, me extrañó no encontrarme en el grupo, pero enseguida advertí las causas de mi ausencia. En 1965 ya trabajaba en la tienda de la familia, y estos partidos solían celebrarse a mitad de semana. Y casi se podría afirmar con seguridad que éste debió ser el último partido que jugarían Veraneantes y Erizana en el legendario Campo de A Palma. No sé por qué razón, apenas empezó a funcionar el Parador Nacional, se le prohibió al pueblo utilizar este espacio como campo de fútbol. De hecho, el club llegó a desaparecer, dejando a Baiona sin equipo durante doce años. Entre los veraneantes, no podían faltar apellidos “ilustres” de la colonia veraniega de siempre: Pérez Moreiras, Rey Lama, Abollado, Lama, Brandón, Puga… Y también un refuerzo de lujo: Luis Blach, legendario portero del Erizana de los años ochenta, por entonces en edad juvenil.


Por entonces, comenzaba a ponerse de moda la pesca submarina. Tenía muchos amigos en Vigo que la practicaban, con las Illas Cíes como escenario favorito. Alguno de ellos hacía también submarinismo con botellas… y más de uno cogía percebes de forma furtiva, por partida doble, por Cabo Silleiro. En Baiona, unos de los primeros en practicar la pesca submarina fue precisamente un marinero, Feluco. Se supone que sus importantes capturas, como profesional que era, serían vendidas al mejor postor. Un día me trajo las fotografías…

Baiona, agosto de 1959. Feluco, con una corvina de 76 kilos, más alta que él, y que pescó en las rocas de Lourido.

Feluco presume con orgullo de sus artes para la pesca tradicional, pero en la submarina también destacaba, a tenor de las piezas que capturaba. Aún ahora, jubilado y con edad avanzada, sigue pescando en su lancha por As Estelas, por Cíes... “Ayer, veinte kilos de pulpo.” “Te van a denunciar, Feluco.” “¡Pobre de ellos! Conmigo no se atreven. Ya saben cómo me las gasto si se meten conmigo.” Y me contó cómo.


Baiona, A Ribeira, agosto de 1959. Colgada de un remo, otra corvina de más de 70 kilos que acaba de coger Feluco. Sostienen el remo su hermano “Grillo”, a la izquierda, “Chusco” y Valeriano, que sería futbolista destacado de mayor.

Otra formidable corvina pescada por Feluco en Lourido. Ésta pesó 67 kilos. Le acompañó en la captura Antonio González Ayas, médico de Madrid.


Entre los grandes pescadores de Baiona de esta modalidad de pesca, tampoco podemos olvidarnos de Jaime y Roberto Santos Rodal. A principios de los sesenta, Jaime capturó esta corvina en aguas de Baiona, y considerando que los hermanos miden 1,82 m. de estatura, se deduce que poco menos debe de medir la pieza; su peso andaría en los sesenta kilos largos.

Baiona, 1963. Roberto y Jaime Santos Rodal, con esta espectacular corvina pescada en aguas de la bahía. A Jaime, las veraneantes le apodaban “Weissmüller”, el célebre actor que protagonizaba a Tarzán.


Las mañanas del verano nos las pasábamos en la Praia de A Barbeira. En el mes de agosto, momento culminante de las vacaciones, recuerdo que los del “Gurugú” se dirigían caminando por la playa a pescar por los alrededores de la doca. Llevaban sus trajes de neopreno, sus fusiles, su boya… todos los aparejos necesarios para la práctica de la pesca submarina. A veces llegaban con su lancha a la playa, y en muchas ocasiones, ya de regreso, con sus capturas. <<Nos hinchábamos a pescar de todo: lubinas, sardos, congrios, pulpos, centollas… -cuenta Manolo- Luego, cuando volvíamos por el muelle, los marineros nos miraban mal. Ellos piensan que el mar es sólo de ellos, y que les estábamos robando sus pescados. >>

Baiona, Monte Real Club de Yates, años ochenta. Miguel Prieto “Li”, Miguel Pérez Moreira y Manolo Neira acaban de llegar de las Illas Estelas. Buena mañana de pesca: lubinas, sargos…


<<Iba a pescar con mi primo “Li”, con el tío Antonio, con “Lalo”, con Miguel, de los Pérez Moreira de Ourense… A veces venía Eliette, la esposa de “Lalo”, llevando la lancha. >>

Años ochenta. Regresando de Illas Estelas. Eliette, al timón, y Manolo, mostrando dos espléndidos sargos.


En el “Gurugú”, ante el asombro de los niños de casa, Manolo y “Li” muestran la pesca del día: dos formidables lubinas, varias maragotas…


<<Preferíamos pescar con fusil de gomas, porque al ser más largo, te permite acercarte más para disparar. Los fusiles de aire tienen mucha potencia, pero originan una pequeña explosión en el agua, y el pescado huye. >> <<En A Carral, en Cabo Silleiro… se pescaban buenas robalizas, lubinas… Íbamos allí a menudo, cuando el mar estaba tranquilo. >>

Baiona, años ochenta. Manolo Neira.


En el “Gurugú”, años ochenta. “Lo”, con una nécora y una centolla; Manolo, con dos pulpos. En la casa que se observa detrás, “Villa Maruxa”, veraneó felizmente mi familia en los años ochenta, antes de que la adquiriera el Casino de Baiona.


Baiona, años ochenta. En el “Gurugú”, y ante el asombro del sobrino, Manolo Neira sostiene el formidable congrio pescado en el muelle.


Se sabe que cuando venía Francisco Franco por estas tierras, su séquito de acompañantes solicitaba rápidamente la presencia de Pablo “el Músico”, el mejor pescador de lubinas de todo Baiona, según reconocen aún hoy en día los viejos marineros. Una vez personado en el Parador Nacional, recibía las pertinentes instrucciones para que saliese a pescar con Su Excelencia. Lo que nunca se supo es si también Feluco, o los hermanos Santos Rodal, o incluso Manolo, lo acompañaban en las citadas jornadas de pesca… pero por debajo del agua. Se supone que con el fin de insertarle en su caña una buena corvina, o un congrio gigante, o una hermosa lubina… naturalmente sin testigos. Lo curioso es que nunca, ninguno de ellos, se haya manifestado al respecto. Un silencio seguramente comprado con generosidad, y envuelto además en alguna “advertencia”… Lo que sí se aseguraba en los medios y se hacía creer al pueblo, es que el Generalísimo era un extraordinario pescador… y siempre, después de un día de pesca, aparecía en fotografías con formidables capturas. Debió de ser cierto…


XII. El Palacio de Monte Real

La real orden de 1859 que marcó el final de Monte Real como fortaleza militar, trajo como consecuencia inmediata la marcha del destacamento de soldados, y con ello, el más completo abandono de los cuidados y mantenimiento del castillo. El deterioro iba en aumento año a año, hasta que en 1872 el Estado lo saca a pública subasta por algo más de 45.000 pesetas. Se interesa en su compra el Concello de Baiona, pero al final, en 1877, es adquirido por el ingeniero y político conservador José Elduayen, marqués del Pazo de la Merced, y radicado en Vigo. El nuevo propietario fija su residencia veraniega en Monte Real, y construye un bello palacete sobre la base del antiguo convento de los franciscanos que allí existía. Lo finaliza en 1880. Al morir, hereda el castillo su viuda, Pura Fontán, marquesa del Pazo de la Merced, y al fallecimiento de ésta, la propiedad pasa a su hijo, que ya había heredado de su padre con anterioridad el título de marqués de Elduayen. El nuevo propietario, en 1924, vende el castillo a Ángel Bedriñana. Ángel Bedriñana, asturiano de nacimiento, indiano de enorme fortuna regresado a España, realizó importantes obras de mejora en el palacio, así como en las murallas del castillo. A él se debe el almenado de todo el perímetro defensivo de la fortaleza, del que carecía en zonas como A Ribeira, A Concheira, A Horta dos Frades…


En 1966, sus hijos y herederos vendieron el Castillo de Monte Real al Estado por quince millones de pesetas, siendo don Manuel Fraga ministro de Información y Turismo. Derribado el bello palacio para edificar el nuevo Parador Nacional, sería desde su inauguración en 1968, uno de los paradores más hermosos de la red nacional.

Baiona, Palacio de Monte Real, 1912.

El Palacio de Monte Real, situado hasta entonces en lo más alto de la fortaleza, formó parte del paisaje de Baiona durante muchos años. Pero al tratarse de una propiedad privada, pocos baioneses han conseguido acercarse y verlo al pie de sus muros. Mi familia ha tenido la suerte de conocerlo gracias al tío Aurelio. Su amistad con Ángel Bedriñana, le valió, como persona de confianza, para ser nombrado administrador de Monte Real durante los inviernos. Bien es verdad que en estas visitas facilitadas por el tío, nunca permitía a nadie entrar en el interior del palacio, y se limitaban al simple y libre recorrido por sus murallas, sus bosques, sus jardines, el estanque, las torres…


Mis hermanos pequeños, Ana y Miguel, han estado en al castillo muchas veces por ser amigos de pandilla de Digna Molíns Bedriñana, hija de uno de los herederos de Ángel Bedriñana, últimos propietarios del Castillo de Monte Real. Recuerdan jugar en el pinar de O Cantiño, bañarse en la piscina situada en el mismo lugar que en la actualidad, comer unas manzanas exquisitas, hacer algún baile de disfraces… pero tampoco los dejaban entrar en el interior del palacio.

Baiona, Castillo de Monte Real, 1935. Mis padres, Daría y Gonzalo, en una de sus visitas al castillo.


Se supone que el palacete conservaba una cantidad considerable de bienes antiguos de gran valor, acumulados a través de los siglos. Los propietarios no podían permitir deambular sin vigilancia -que no la había- a aquellas personas que solicitaban visitar el castillo. Era evidente que debían atender ciertos compromisos, pero siempre con el límite del interior del palacio. Tapices, pinturas, muebles, lámparas, toda clase de armas medievales, armaduras completas, utensilios de cocina, del campo, relojes… Parte de esta valiosa colección se conserva en el Parador Nacional, otra parte se encontrará en museos, y mucho nos tememos que otra, y no pequeña, habrá desaparecido en manos de aprovechados.

Baiona, Palacio de Monte Real, años treinta. Visita de mi padre al castillo, acompañado de varios compañeros periodistas.

Poco sobrevivió del singular palacete construido por Elduayen. Una bóveda de la capilla, el escudo que luce en el exterior, una fuente de un patio interior… El resto de las piedras desaparecieron, se dice que requisadas por alguien para reconstruirlo de nuevo en un lugar desconocido. Aunque también se sabe que muchas de estas piedras fue-


ron abandonadas en el bosque cercano a las ruinas de la casa de Pedro Madruga, y que el pueblo de Baiona se las fue llevando poco a poco. Incluso dicen que el Concello pavimentó algunas de sus calles con los restos del palacio.

Baiona, Palacio de Monte Real, años treinta. Fotografía del tío Aurelio, con un sobrino en primer plano.


El derribo del Palacio de Monte Real fue largamente criticado por los entendidos. Pero en tiempos del general Franco no se daban demasiadas explicaciones sobre las decisiones del Gobierno. Se dijo que era inviable la restauración del palacete para el fin a el que iba destinado, entre otras cosas por la excesiva altura de sus techos, dificultades de todo tipo para restaurarlo... De todas formas el palacio pudo haberse conservado, eligiendo otro lugar para ubicar el edificio del Parador Nacional dentro del amplio espacio de Monte Real, o bien acoplarlo de alguna manera -los arquitectos sabrían- al viejo palacio.

Baiona, Castillo de Monte Real. Un salón donde se observa una vieja armadura de caballero medieval, muebles de aquella época, un enorme tapiz, un artístico reloj… El Palacio de Monte Real guardaba un valioso contenido de varios siglos atrás.

El hecho es que del Palacio de Monte Real sólo nos han quedado fotografías, alguna de ellas del tío Aurelio, y otras de tipo familiar con mis padres, mis abuelos de Vigo y mis tíos como protagonistas.


Palacio de Monte Real. Fachada Sur.

Baiona, 1900. Vista del Palacio de Monte Real desde la Torre de la Tenaza.


A partir de aquí entra en funcionamiento el Parador Nacional “Conde de Gondomar”, así llamado en honor a Diego Sarmiento de Acuña, I Conde de Gondomar.

Diego Sarmiento de Acuña, I Conde de Gondomar.

Diego Sarmiento de Acuña, nacido en Gondomar en 1567, noble, culto y destacado diplomático, desempeñó siendo muy joven el cargo de Gobernador de Baiona y del Castillo de Monte Real. Por encargo del Rey, participó activamente en toda Galicia en la lucha contra Sir Francis Drake y demás piratas ingleses. Fue nombrado embajador en Inglaterra en dos ocasiones, en 1613 y 1622, función en las que demostró sus magníficas condiciones de diplomático. El Rey Felipe III le otorga el título de I Conde de Gondomar por los servicios prestados a la corona.


Monumento en Gondomar a don Diego Sarmiento de Acu単a.

Escudo de Armas del Conde de Gondomar.


El Jefe del Estado, Francisco Franco, inaugura el Parador Nacional “Conde de Gondomar” en agosto de 1967, y es recibido con entusiasmo por el pueblo baionés, mientras las bocinas de los barcos pesqueros sonaban en el aire. Una compañía de Artillería le rindió honores a la entrada del castillo. Asisten al acto varios ministros, entre ellos Manuel Fraga, responsable de la cartera de Turismo. Un grupo formado por trescientos artistas, entre profesionales llegados de afuera y aficionados de la zona, escenificaron los momentos más significados de la historia de Monte Real.

Baiona, 1967. Inauguración del Parador Nacional “Conde de Gondomar”. Francisco Franco y Manuel Fraga Iribarne con sus respectivas esposas visitan la “Taberna La Pinta”, uno de los más bellos lugares del castillo.


Parador Nacional “Conde de Gondomar”.


Baiona, Parador Nacional “Conde Gondomar”. Arriba: hall de entrada. Abajo: salón de estar.

Si la situación del Parador Nacional es envidiable por su belleza natural, por ese paisaje a su alrededor irrepetible, por esos rincones de ensueño… el interior alberga pasillos, hall, escalinatas de acceso a la parte alta, cantidad de salones regios… con una enorme colección de piezas antiguas de un abolengo y categoría artística imposible de valorar.


Con la apertura del Parador Nacional se abrían nuevos tiempos para Baiona. Aquella apacible y humilde villa de pescadores de principios de siglo, que vivió durante tantos años a la sombra de la fortaleza militar, entraba de lleno en el mundo de un turismo creciente y prometedor que llegaba de la mano del progreso. Su belleza incuestionable, el imponente castillo, la impronta que deja toda su historia, el casco vello, las playas, sus montes, la pesca, su entorno… la hicieron pronto destino favorito de muchos turistas. Fue el “Conde de Gondomar” el que le daría el espaldarazo definitivo a la villa con su promoción y actividad hostelera. El Club de Yates, inaugurado en paralelo con el Parador Nacional, iniciaba un febril dinamismo en el campo del deporte de la vela, y también se sumaba al empuje imparable de dar a conocer al mundo la villa de Baiona.

Club Internacional de Yates Monte Real.

Por lo general, los veraneantes tradicionales de Baiona se hicieron enseguida socios del Club Internacional de Yates Monte Real. Como tales, fueron invitados a la


inauguración, y las clásicas pandillas del veraneo no podían faltar a tan importante acontecimiento.

Baiona, 1967. Inauguración del Club de Yates de Monte Real. “Marián”, Isabel Figueroa y Miguel Pérez Moreiras.

A partir de la puesta en marcha del Parador Nacional, las pandillas de la colonia veraniega echarían mucho de menos el castillo, donde tantas horas pasaron a lo largo de medio siglo. El Club de Yates le sirvió al menos como consuelo.


Baiona, 1967. Inauguración Club de Yates de Monte Real. Belén Capua, “M arián” e Isabel Figueroa.

Baiona, 1967. Inauguración del Club de Yates Monte Real. “Marián”, Belén Capua, María José y Miguel Pérez Moreiras.


En aquella primera mitad de siglo, los viajes de placer, las vacaciones, el turismo… eran exclusivos de gente adinerada. Con el progreso económico y social, esas oportunidades comenzaban a estar al alcance de buena parte de la población. Los españoles empezaron a tener coche -el mítico “Seiscientos”-, y los desplazamientos comenzaron a ser algo habitual en la vida de la población. Los periodos vacacionales se generalizaron por ley, y fueron aumentando progresivamente. El turismo estaba servido… Mi padre, que como periodista había sido invitado a la inauguración del Parador Nacional “Conde de Gondomar”, fue el primero desde la prensa en elogiar al día siguiente las nuevas instalaciones, y destacar el papel transcendental que tendrían para el futuro de Baiona. Su vaticinio sería recibido por muchos baioneses con escepticismo, opinión muy acorde a la idiosincrasia del pueblo, que como norma considera que el forastero viene a enriquecerse a su cuenta… Aseguraban que los beneficios del turismo del Parador no llegarían al pueblo… que la actividad del Club de Yates no les afectaría para nada… Como no podría acontecer de otra forma, el veredicto del periodista de la tierra, Gonzalo Rey Alar, se fue cumpliendo paso a paso, y Baiona empezaría a crecer desaforadamente. La que había sido una modesta villa de pescadores, eso sí, con una pequeña pero señorial colonia de veraneantes, pronto se convertiría en un pueblo turístico de moda. En cambio, sin apenas percibirse, se fueron perdiendo las principales fuentes hasta entonces de la economía: las fábricas de conservas, las mejilloneras, el balneario, el aserradero, la fábrica de jabón, los astilleros, la flota pesquera… Baiona había cambiado de sentido, había perdido sobre todo su identidad marinera, y se quedaba entregada de pleno al turismo.


¿Para bien? ¿Para mal? Como en todo lo que llega con el progreso, algunas cosas han resultado negativas, pero las positivas son muchas más. Sólo hace falta tener memoria. Lo que sí pudo ocurrir es que la especulación turística se haya llevado por delante algunas de las fuentes de riqueza de la villa. Riquezas plasmadas en puestos de trabajo para los baioneses que han desaparecido definitivamente, y esto sí que es grave. Pero también es indudable que las condiciones de vida de Baiona en nada se asemejan a las de la primera mitad de siglo. Las comunicaciones, la sanidad, la enseñanza, el deporte, la limpieza, el pueblo en sí mismo… Nada es igual que antes… Todo, o casi todo, ha ido a mejor.

Vista desde la Virgen de la Roca del Parador Nacional “Conde de Gondomar”. (Foto Isabel Rey Vilar).

Otra cosa es que se haya cuidado adecuadamente el progreso. Si se considera esencial el turismo para la economía de Baiona, habrá que cuidarlo con mimo, protegerlo,


y dotarlo de lo necesario para competir con otros destinos… y encontrar la manera de que su duración vaya más allá de sus tres escasos meses del verano.


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XIX. Mis padres

Los abuelos decidieron regresar a Baiona en 1932, pero Gonzalo y Fernando, los dos hijos menores, ya con más de veinte años, se quedaron en la casa de Vigo, atendidos por Carmen, la hermana mayor. Tanto uno como otro enfocaron pronto su vida profesional, y no tardaron demasiado en casarse y formar una familia. Con tal motivo, Carmen retornaría pronto al hogar paterno. Gonzalo, mi padre, con veintitrés años, empezó en 1929 a trabajar en el periódico vigués “El Pueblo Gallego”, favorecido por una oportuna recomendación de su hermano Álvaro. Las tareas periodísticas, que en principio parecían una ocupación momentánea a la espera de otras salidas más convenientes, se convirtieron enseguida en la pasión de su vida. Fue tal la seducción del periodismo que no volvió nunca más a pensar en otra profesión que no fuera esa. Contaba que al principio, en un tiempo en el que el periodista hacía de todo, a veces hasta barrer y limpiar, lo destinaron a sucesos, a noticias municipales, a recepciones menores… a misiones de escasa relevancia. Lo que ahora llaman trabajos de becario. Así fue aprendiendo, en una época en la que aún no existían los estudios periodísticos en la universidad. Se supone que a Daría, mi madre, la habría conocido en el entorno del colegio salesiano, bien en su etapa de estudiante, o bien más adelante, cuando acudía a toda cuanta actividad organizaban los antiguos alumnos. Mi padre era persona muy religiosa, devoto de María Auxiliadora y de San Juan Bosco, el fundador de la orden salesiana, como también lo era la familia de mi madre, los Lama Prada. Incluso es posible


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que el enamoramiento entre ambos hubiera comenzado con los furtivos intercambios de miradas lanzadas desde los bancos de la iglesia.

Vigo, 1932. Daría Lama Prada y Gonzalo Rey Alar se dedican fotografías en sus tiempos de noviazgo.

Se casaron en 1934 en la capilla de María Auxiliadora, por entonces instalada de manera provisional en la calle que lleva ahora su nombre, mientras se construía la actual iglesia de Ronda de Don Bosco. Tuvieron su primera vivienda en la calle de la Ronda, cercana a los salesianos, y también a la casa paterna de mi madre, en la calle del Progreso. Nuestra familia siempre vivió muy unida a los abuelos de Vigo, tal vez por ser mamá la única niña de los cinco hermanos. Hija y madre, madre e hija, se necesitaban mutuamente, aunque sólo fuera para pelearse. En la realidad se ayudaron mucho, la abuela cuidando de todos


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nosotros, los nietos, cuando fue menester, y mi madre atendiéndola en su vejez hasta los últimos días.

Vigo, Capilla de María Auxiliadora, 1934. Mis padres, Daría y Gonzalo, en su boda.


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En la Ronda nacimos los cinco hermanos, y tan sólo nuestra última e inesperada hermana, Marta, lo haría en la posterior y definitiva casa de la calle Ecuador.

Boda de mis padres, Daría y Gonzalo, en la capilla de María Auxiliadora en Vigo. De madrina, Fabiana, la abuela de Baiona; de padrino, Camilo, el abuelo de Vigo.

Un par de años después de su boda, en 1936 -ya había nacido Gonzalito, el primer hijo-, estalla la Guerra Civil. La familia viviría con mucho miedo, mucha incertidumbre, mucho pesar… aquellos años tan negros. El 20 de julio de ese año, y justo delante de la tienda de los abuelos -“El Sport”, en la Puerta del Sol-, el siniestro capitán Carreró proclama el estado de guerra con la plaza atestada de vecinos. El anuncio dio paso a una auténtica batalla campal, con profusión de tiros y violencia, y se saldó con decenas de muertos y una elevada cantidad de heridos. La guerra comenzaba en Vigo de esta forma tan trágica. Tres hermanos de mi madre fueron llamados a filas y destinados al frente. Manolo y Camilo estuvieron en la batalla de Oviedo, y en la conflictiva zona de Guadalajara. Emilio, el más joven y enfervorizado entusiasta de la causa franquista,


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llegó a ser encarcelado por los republicanos, y liberado al poco tiempo gracias a las influencias ejercidas desde Buenos Aires por el tío Rodolfo, un hermano de la abuela Daría. Nada más salir de la prisión como soldado republicano, se cambió al bando franquista en pleno frente, y vivió la cruenta batalla del Ebro, en la que hubo más de doscientos cincuenta mil muertos. Al final de la guerra, marzo de 1939, los tres regresaron a Vigo sin secuelas físicas. Las morales eran evidentes. Mi padre también fue llamado a filas, pero en su condición de periodista, permaneció en Vigo, acuartelado en el colegio jesuita -requisado por los militares durante la guerra-, y fue destinado a los servicios informativos del franquismo. Dos años después de finalizar la guerra, en 1941, nacía el que esto escribe, Luis Alberto, el segundo de los hermanos. Luego llegaría Enrique en 1945, Ana en 1949 y Miguel en 1951. Más tarde, en 1959 llegaría Marta, no sin sorpresa, la sexta y última de los hermanos.

Baiona, 1942. Mi hermano Gonzalito, con seis años, y yo, Luis Alberto, con poco más de uno.


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En 1952, la tía Carmen vino definitivamente a vivir con nosotros a Vigo. A partir de entonces comenzamos a pasar los veranos en Baiona. Ella se quedaba al cuidado de los niños en la villa, mientras mis padres atendían sus obligaciones en la ciudad, y acudían el fin de semana a estar con los hijos. Con anterioridad a nuestros veranos en Baiona, Gonzalito solía pasar unos días en A Ramallosa con el primo Alvarito. Yo también lo hacía en Baiona en la casa del tío Aurelio, con las primas Isabelita y Mary Cruz… Y no faltaron en ese tiempo cientos de visitas nuestras a ambas familias en domingos y días festivos.

Baiona, 1935. Visita al Castillo de Monte Real. De izquierda a derecha: un amigo de la familia, mi padre, la abuela Daría, mi madre, una amiga y el abuelo Camilo.

Tanto mis padres como los tíos de Baiona no tenían libres otros días que no fueran los domingos o los festivos. Por entonces se trabajaba hasta los sábados. Mi padre en “El Pueblo Gallego”, y los tíos y mi madre en las tiendas.


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Vigo, 1942. Arriba, Luis Alberto. Abajo, Gonzalito.


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En la década de los cuarenta -aún no veraneábamos en Baiona-, los domingos, muy temprano, cogíamos el tranvía en Vigo, las bolsas con la comida, y nos veníamos a pasar el día a la villa. Íbamos a la Praia de A Barbeira, visitábamos a los abuelos en “la casa de Baiona”, y a media tarde, con los tíos Aurelio e Isabel… y las primas… dábamos un pequeño paseo por el pueblo, antes de coger el tranvía de regreso al atardecer.

Baiona, Cruceiro de “Villa Rosa”, 1943. Luis Alberto, Gonzalito, Isabelita y delante, Mary Cruz.


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Baiona, Cruceiro de “Villa Rosa”, 1943. Papá y el tío Aurelio, con los niños: Luis Alberto, Gonzalito, Isabelita y Mary Cruz.

Los hijos mayores, Gonzalo y yo, mientras no empezamos a trabajar -principios de los años sesenta-, pasamos unos veranos inolvidables en Baiona. En cambio Enrique, el tercero de los hermanos, vivió su infancia con los abuelos de Vigo, y en la temporada estival permanecía en su compañía. Pero Ana, Miguel y Marta, disfrutaron de Baiona desde muy corta edad y durante muchos veranos. Ana dejó de venir cuando se casó con Toño Moure; Miguel se casó en Baiona con Pili Mallén, y continuó veraneando aquí; Enrique, ya casado y con hijos, disfrutó del veraneo baionés a lo largo de bastantes años; y Marta pasó sus vacaciones en Baiona hasta que falleció nuestra madre.


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Recuerdo una tarde de invierno en la que mamá comenzó a enseñarnos el álbum de su boda y de su viaje de novios por Portugal. Acababa de nacer Ana, aún la veo con la niña en brazos, y nos encontrábamos con ella los otros tres hermanos, Gonzalo, Enrique y yo, con catorce, cinco y nueve años. Me viene a la memoria como si fuese hoy cómo pasaba las hojas despacio, recreándose con cada foto, y explicándolas con emoción y nostalgia, y una media sonrisa en los labios, como si estuviese reviviendo aquella luna de miel. Hoy recupero aquel álbum, con mis padres enamorados, jóvenes y guapos, y acabo de comprender el amor que siempre expresaron por el país vecino.

Portugal, 1934. Mis padres, en viaje de novios.

Las fotografías hablan por sí solas del amor y la complicidad de los recién casados.


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Otra imagen de su viaje por Portugal.

Busaรงo (Portugal), 1934. Mis padres, en su luna de miel.


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Portugal, 1934. Mis padres.


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Durante el viaje de novios en Busaรงo (Portugal).


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Dicen, y yo lo suscribo, que el verano de Baiona cautiva, hipnotiza, enamora… Es como un flechazo, te engancha sin darte cuenta, igual que en el amor… y ya sólo piensas en volver… cuanto antes… en cuanto puedas… el verano que viene… A partir de esta sensación, la quieres con sus defectos y con sus virtudes; y todo pese al relativo recelo con que los baioneses tratan a los visitantes en algunas ocasiones. Digamos que no son demasiado hospitalarios, incluso a veces se permiten ciertos abusos con ellos. Cuando el verano alcanza los primeros días de agosto, con Baiona en pleno auge, hasta puedes oír: “Xa podían marchar, e deixarnos tranquilos”; o bien, lo que decían antes, ahora ya menos, “Os señoritos…”, dicho con tonillo, con “rin-tin-tin”, con aire despectivo, y añadiendo cualquier comentario crítico, como si los veraneantes viviesen del cuento y no trabajasen el resto del año. Baiona es así, con su idiosincrasia, el fuerte carácter de sus vecinos, el apego indestructible a su tierra, para ellos la mejor aunque despotriquen en su contra cada día… A veces llegan a reconocer su singular forma de ser. “Se non gustamos, xa saben onde está a porta.”… No van a tratar de agradar. Con todo, Baiona te conquista sin demasiados requiebros… te enamora… como aquella diva que pasa a tu lado desdeñosa y engreída, pero bellísima… y no puedes evitar caer en sus garras. Mi madre se enamoró de Baiona desde el primer día que llegó de visita. Desde la primera vez que fue a la Praia de A Barbeira en el bote de Antonio, disfrutó del baño, y jugó con los niños en la arena; desde que subió a la Virgen de la Roca, y contempló el paisaje imponente del Rompeolas y del inmenso mar; desde que paseó por el Castillo de Monte Real con autorización de los Bedriñana; desde que vio a los “Gigantes y Cabezudos”, la “Danza de las Espadas”, los pasaca-


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lles de la banda de música en los días de fiesta, los fuegos artificiales… Cuando el tranvía pasaba la curva de Santa Marta, y se daba de frente con Baiona, por entonces sin barrera visual alguna, mamá ya quedaba embelesada: el mar sereno, hoy azul, mañana gris, otro día verdoso… los barcos y las gamelas fondeadas apacibles en la bahía… el castillo al fondo cerrando el cuadro… a un lado Monteferro, las Estelas, las Cíes en días claros… hasta el olor la extasiaba, “¡Huele a mar!, decía… y lo repetía cada vez. Luego, al llegar, casi siempre al atardecer, después de acomodar las bolsas y el equipaje en casa, le sugería a mi padre: “Gonzalo, vamos hasta el Rompeolas a ver la puesta de sol”.

Puesta de sol desde las murallas de Monte Real. (Foto Alar).


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A principios de los años cincuenta, la abuela de Vigo, atendiendo la insistencia de sus hijos dejó de trabajar en el comercio. Lo hizo a regañadientes, pero lo dejó, todo por complacerlos. Yo, aunque niño, viví la situación de protesta, y años más tarde cuando me quedé en la tienda a trabajar, mantenía largas conversaciones con ella acerca de los quehaceres comerciales. Mi madre ocupó su lugar en “El Sport”, y para poder atenderlo, ella y mi padre solicitaron la ayuda de la tía Carmen, que permanecía en Baiona con la tía Amparo sin más obligaciones que cuidarse la una a la otra. Generosa como siempre, la tía aceptó enseguida la encomienda, y después de coger las riendas domésticas del hogar, pasó a vivir con nosotros el resto de sus días. Desde entonces, empezamos a pasar los veranos en Baiona. Durante esos meses, Carmen regresaba a “la casa de Baiona”, su casa, y convivía de nuevo con su madre, con sus hermanos, su cuñada y sobrinas… Disfrutaba de su tierra, de nuevo respiraba su ambiente, pisaba el empedrado de sus calles, recorría los rincones, encontraba a viejas amistades, retornaba a las costumbres de antes… y pasaba muchas horas sentada en el balcón, descansando, observándolo todo… como tantas veces. Recuerdo a la abuela Fabiana y a la tía Carmen faenando en la cocina desde media mañana para preparar la comida a los cinco hambrientos que llegarían de la playa hacia las tres. La abuela nos preparaba un “caldo de verano” delicioso, que al ser el primer plato, devorábamos con deleite y en completo silencio. En los primeros diez minutos de la comida, por más asistentes que hubiera, no se oía ni palabra. Mi madre siempre decía -yo lo aprendí de ella-, que una cocinera mejora sus cualidades dando de comer a comensales hambrientos… como los que llegan de la playa… y bien pasadas las tres. La abuela también nos hacía unas tortas de maíz riquísimas. Tras su muerte, nunca más las volví a comer… y la


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tía Carmen le cocinaba al abuelo Camilo cuando llegaba de visita, unos calamares en su tinta para chuparse los dedos… y que a mí me aterrorizaban solo con ver aquella salsa negra. En esas visitas de los abuelos de Vigo para ver a sus nietos, siempre en domingo, era cuando la abuela Daría, ya muy mayor, se sentaba en el balcón, y al ver pasar tanto coche para un lado y para el otro, exclamaba confusa: “¿A dónde irán?”

Baiona, 1960. El abuelo Camilo, mi madre y la abuela Daría, en el bote de Antonio, llegando a la Praia de A Barbeira.

Mis padres, en esos felices años, nos llevaban de paseo por los mejores rincones de Baiona para conocer y disfrutar. Las mañanas nos las pasábamos en la Praia de A Barbeira, y las “excursiones” las hacíamos por la tarde… por supuesto, caminando, y a veces, también en tranvía. La Virgen de la Roca, las caminatas hasta Santa Marta, hasta las Praias de A Ladeira y A Foz, los paseos al atardecer hasta el Rompeolas, las visitas a los primos de A Ramallosa, la vuelta a Monte Lourido, a Praia América, la subida a Monteferro…


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Baiona, 1952. Los cinco hermanos, aún no había nacido Marta, en un banco de A Palma. Era nuestro primer verano baionés. Enrique, de pie, Luis Alberto con Miguel en los brazos, Gonzalito y Ana.

El paseo hasta el Rompeolas al atardecer, era uno de los preferidos de mi madre. En una carretera, por aquel entonces, con escaso tráfico, resultaba una delicia el caminar con aquel paisaje único ante nosotros: las olas estallando en las rocas, el mar infinito, Monte Boi a un lado, la Virgen de la Roca al otro, las Estelas y las Cíes al fondo, las escolleras de Os Farallóns… y las puestas de sol más bellas que hayamos visto nunca…


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Baiona, a単os cincuenta. Mis hermanos: Ana, con tres a単os, y Miguel, con dos.


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Baiona, el Rompeolas, 1956. Mi hermano Miguel.

En 1959 mi padre estrena su primer coche, un “Seiscientos”, como tantos españoles de entonces. El mítico tranvía de Baiona empieza a ser abandonado por la familia, hasta que en 1969, el alcalde vigués Portanet lo retira drásticamente de la circulación. En diciembre de ese año el Vigo-Baiona circula por última vez. Desaparece de la vida del Val Miñor, pero no de los recuerdos de miles de viajeros que lo utilizaron durante más de cuarenta años.


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Disponiendo de coche, las pequeñas excursiones ya se alargaron hasta los montes de A Groba, el monasterio de Oia, el Monte Tegra y A Guarda, Valença do Miño…

Baiona, O Cortelliño, 1963. Mis hermanos Miguel, Ana y Gonzalo.

A Guarda, Monte Tegra, 1966. Mis hermanas Ana y Marta.


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En 1960 recibimos la entrañable visita del tío-abuelo Rodolfo, hermano de la abuela Daría, que llegaba acompañado de su esposa, Manolita. Emigrante y residente en Buenos Aires desde los dieciocho años, se había hecho en la distancia un “galleguista” de corazón, muy vinculado a Castelao y a los muchos intelectuales gallegos que allí residieron en el exilio motivado por la Guerra Civil española. A su paso por Galicia, el tío Rodolfo no dejaba de recorrer ni un sólo palmo de su tierra. En Baiona, mis padres lo llevaron a Monte Real, a O Cortelliño, al Monasterio de Oia… y a tantos sitios. Sus ansias, su amor, su pasión… por una patria que apenas había podido pisar en su juventud, dejaba esa mirada melancólica que se intuye en las fotografías.

Santa María de Oia, 1960. Rodolfo Lama Prada, hermano de la abuela Daría.

Era una persona muy querida en la familia, a pesar de ser conocido nada más que a través de los comentarios que sobre él hacía nuestra abuela Daría. Se carteaban continuamente, y el tío Rodolfo se interesaba por todos. Cuando llegó a Galicia en su primera visita, a finales de los años cuarenta, nos conocía a todos de nombre. “Espera, no me digas. Tú de-


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bes ser Luis Alberto”, le decía a mi madre cuando me presentó. Sabía más de Galicia que los propios gallegos que vivíamos en ella. Devoraba toda cuanta publicación sobre su tierra llegaba a sus manos, y en su paseo apurado por la región, hablaba de los lugares como si de un lugareño se tratase. Una nostalgia permanente de Galicia le acompañó toda su vida. Nunca pudo volver.

Santa María de Oia, 1960. Mi hermano Miguel, el tío Rodolfo y su esposa Manolita, los tíos Sirita y Camilo, mi hermano Enrique, mi madre y mi primo Mito.


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Tanto Ana como Miguel se fueron haciendo mayores, y muchas veces venían a aquellos pequeños paseos acompañados con amigos de su pandilla. Por supuesto que Gonzalo y yo, con más de veinte años, ya nos habíamos emancipado de la compañía dominical de nuestros padres.

A Ramallosa, 1964. Nuestra hermana Ana, con Mary Flor y Marga Puga.

Años más tarde, en 1959, nacía Marta, la hermana pequeña, que en los veranos de Baiona aprendería a nadar en la Praia de A Barbeira, escucharía atenta los cuentos de la tía Carmen, subiría a la Virgen de la Roca, acompañaría a sus padres al Rompeolas al atardecer… daría los mismos pasos por la villa que dimos sus hermanos. Papá, en sus momentos libres, que no eran muchos, volvería a coger en el colo a una hija, jugaría con ella, y su rostro expresaría por sí sólo el amor infinito de padre. Las fantásticas fotografías que nos hacía reflejan su cariño hacia todos nosotros.


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La ternura de la imagen lo dice todo. Nuestro padre, con Miguel en el colo.

Nuestros hermanos Miguel y Enrique, en el Monte del Castro.


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Nuestra madre siempre guardó una entrañable relación con su prima María Rita, de los pocos familiares de los Chamochín que le quedaban. El trato de cariño entre ambas las trasladaba a menudo a sus tiempos de niñez, de juventud… por las tierras ourensanas de Barra de Miño, de San Lorenzo, de Eiradela… donde habían nacido y pasado años inolvidables. Los doce hermanos Chamochín, seis varones y seis hembras, eran primos de la abuela Daría, y como ella, nacidos en Barra de Miño, una pequeña aldea cercana a Ourense. Un buen día y sin previo aviso, los seis hombres, con muy pocos años todavía, embarcaron como polizontes en distintos barcos con destino a México. Escapaban del autoritarismo y disciplina de su padre, porque a fin de cuentas, todos ellos eran gente de mucho carácter y personalidad. Al poco tiempo también emigró otra hermana. Eva, una de las que se quedó, también emigraría en 1951 después de casada y con dos hijas, Evita y María Rita. Regresaron a Galicia al cabo de nueve años, pero ya sin Evita, casada con un mexicano y asentada en Puebla para el resto de sus días. Cuando Evita venía de visita a Galicia en muchos de aquellos veranos, lo primero que hacía junto con María Rita era visitar a Darita, nuestra madre, que en muchas ocasiones se encontraba en Baiona. Ya de mayor, las escuché en varias ocasiones hablar largo y tendido sobre sus tiempos de mozas. Las dos hermanas, más jóvenes que mi madre, eran buenas conversadoras y muy divertidas, con esa chispa natural que tenían los Chamochín. Eva recordaba paso a paso toda cuanta fiesta había en Barra de Miño y alrededores, y le comentaba riendo a mi madre: “Con tu hermano Emilio, íbamos a todas las fiestas de la comarca, no fallábamos ni una.”


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Baiona, O Cortelliño, años ochenta. Eva Rodríguez Chamochín, nuestra madre Daría, y María Rita Rodríguez Chamochín.

Las excepcionales vistas desde O Cortelliño eran motivo justificado para llevar a las visitas hasta allí. Se subía por la carretera de la Roca hacia el alto de A Groba, en un paseo cercano que se acostumbraba a hacer a media tarde. Se contemplaba desde las alturas la ría de Baiona, la desembocadura del río Miñor, las Illas Estelas, las Illas Cíes, Monteferro, Praia América, la entrada a la ría de Vigo, el Morrazo… En la subida llegabas a Chan da Lagoa, y a partir de ahí, te cruzabas por el camino con caballos y vacas salvajes pastando apaciblemente en la hierba. De regreso, al atardecer, el paisaje ofrece unas puestas de sol maravillosas entre los pinos del monte.


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Eva y María Rita, así como el tío Rodolfo y su esposa Manolita, dejaron testimonio de sus visitas en estas bonitas fotografías que se conservan.

Baiona, A Groba, 1960. El tío Camilo y el tío Rodolfo. Detrás, la tía Manolita.

La década de los sesenta, además de la celebrada visita del tío Rodolfo de Buenos Aires, traería cambios notables a la familia. Comenzaba con la feliz llegada de un nuevo bebé a casa: acababa de nacer Marta, en diciembre de 1959.


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Unos meses antes nos habíamos cambiado a vivir a la casa de Ecuador, de gratos recuerdos para todos, y donde nuestros abuelos y nuestros padres permanecieron hasta el final de sus días. A mitad de la década llegaban las primeras bodas: Gonzalito y Marisa, y Picuca y yo, nos casamos con un par de años de diferencia. Por esa época, mamá se retiraba definitivamente de “El Sport”, y me cedía por entero la responsabilidad de la tienda familiar. A partir de entonces ella disfrutaría de los veraneos en Baiona, aunque siempre preocupada por atender y acompañar a la abuela en la casa de Vigo, ya viuda y sola, desde que a mediados de la década falleciera el abuelo Camilo, mi primer maestro en las artes comerciales. En 1968 fallecía en Vigo la tía Carmen, y en el 69 lo hacía la tía Amparo, en Baiona. En el último mes de la década se inauguraba en la Calle del Príncipe la nueva tienda de “El Sport”, con un deslumbrante éxito comercial, y con una innovadora decoración que aún hoy se recuerda ya pasado bastante tiempo. Nos ocuparía muchos años de trabajo a Picuca y a mí. Mientras tanto, papá veía finalizado su paso por el diario “El Pueblo Gallego” después de más de veinticinco años de trabajo intenso; pasaba un corto tiempo en “Faro de Vigo”, y tras dejarlo, se dedicaría por completo a la “Hoja del Lunes”, y a la presidencia de la Asociación de la Prensa. Durante unos años, compaginó este trabajo con la gerencia administrativa de “Caucho Atlántica”, una industria de la que eran socios los tíos de Vigo y él mismo. En ese tiempo, el tío Aurelio fue representante de la firma por Galicia, Asturias y parte de Castilla. Y así como hubo sentidas bajas en la familia durante esa década, también llegaron los primeros nietos: María, Gonzalo y Camilo.


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Entre las muchas excursiones por el entorno de Baiona, había una que tampoco podía faltar cada verano: el paso a Portugal en el ferry de Goián. En poco más de cinco minutos, el barco nos trasladaba de una orilla a la otra en un paseo delicioso. Una vuelta por Vilanova de Cerveira, una suave merienda y regreso de nuevo.

Años setenta. En el ferry de Goián: mamá, a la derecha, y Nieves Portolés, una buena amiga de Madrid, casada con un baionés.

A veces el regreso se hacía por Valença, a diez minutos escasos por carretera, y después de callejear por la histórica fortaleza, llena de tiendas… y de españoles en el verano, era costumbre acercarse a la Pousada para tomar un buen café con tostadas. Las tardes de Baiona, si el veraneante quiere, se pueden ocupar con un paseo distinto cada día. La visita al Monasterio de Oia, a Monte Tegra, el paso a la villa portuguesa de Viana do Castelo en el ferry desde Camposancos, el puerto de A Guarda, los montes de A Groba, O Rosal… En alguna ocasión nos acercábamos hasta Tui a visitar al tío Rodolfo. Su familia, hijos y nietos, solían pasar el verano en el precioso Pazo de San José.


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Tui, Pazo de San José, 1958. Reunión familiar de “los Lama Prada”. Los abuelos Daría y Camilo, en el centro.

En 1975, papá se jubila definitivamente. Ya había dejado la gerencia de Caucho Atlántica, y ese año acabó también su mandato como presidente de la Asociación de la Prensa (1954/75). Con la muerte de Franco, la ley cambia, y los periodistas pierden la publicación exclusiva de su periódico, “Hoja del Lunes”, en la mañana de los lunes. A principios de los setenta, Enrique se casa con Carmela, y poco después lo hacían Ana y Toño. Como es natural, empezaron a llegar más nietos. En 1978 fallecía la abuela Daría en la casa de Vigo. A partir de entonces, nuestros padres pasarían los veranos completos en Baiona, desde finales de junio hasta la festividad de San Cosme y San Damián, finales de septiembre, que marcaba la conclusión del veraneo. De los seis hijos, aún vivían con ellos Miguel y Marta, los dos pequeños.


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A Guarda, años sesenta. Mi hermana Ana.

En julio de 1981, durante el veraneo en Baiona, se casan Miguel y Pili. Celebran su boda en el Parador Nacional y será el último matrimonio de los hermanos. Junto a nuestros padres y a Marta, disfrutarán de los últimos días de verano en “la casa de Baiona”. Son tiempos en los que el protagonismo de las fotos familiares pasa de hijos a nietos.

Baiona, 1980. Mi hermana Marta.


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Aquellas entrañables imágenes de nuestra niñez pasarían al recuerdo, y el relevo lo toman arrolladores los dieciséis nietos que fueron llegando… Y es curioso que los parecidos llegan a ser tan intensos, que sólo los delata la vestimenta y el entorno de las imágenes.


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Marta y Miguel.

En la página anterior, vemos a Gonzalito, con siete años y su primera bicicleta; luego, Luis Alberto, con dos, en el Monte de O Castro; a la derecha, Enrique, con siete años, y Ana, con uno, también por O Castro; y abajo, Miguel, con tres, y Ana con cinco, en fotografía de estudio. En esta página, Marta con seis años en el Monte de A Groba; y Miguel, con tres, en foto de estudio.


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“La casa de Baiona” se vendía en 1982, y ese verano sería el último que pasaría la familia en el mítico hogar de los tíos-abuelos Candelaria y Aurelio, de los abuelos Fabiana y Daniel, de las tías Carmen y Amparo… y de nuestros tíos y padres. Aquellas entrañables veladas en el balcón que miraba al mar, se acabarían para siempre. Desde allí, los Rey Alar y sus descendientes, asistieron año tras año a la constante evolución de la villa durante el siglo pasado. Los primeros coches, los primeros autobuses de línea, la llegada del tranvía, el creciente tráfico, las repetidas ampliaciones del muelle y de la doca, el nuevo club de yates en O Cantiño… También la desaparición del tranvía, de las Prazas do Peixe y “da Fruta”, del campo de fútbol de A Palma… Ya no pasaban los renqueantes carros de bueyes repletos de algas, ni los marineros empujando aquellos característicos carros de los aparejos, ni Antonio llegaba con su bote a la rampa de delante de casa para trasladar a los bañistas a la Praia de A Barbeira…

Baiona, 1974. Mi hermana Ana, en el balcón de “la casa de Baiona”.


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En septiembre de 1982 fue derribada por los nuevos propietarios.

Baiona, 1956. Balcón de “la casa de Baiona”. Mis padres, Gonzalo y Daría, mis hermanos Miguel y Ana, y yo, Luis Alberto, el que esto escribe.


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Todos los hermanos Rey Lama nacimos en Vigo. Yo, el segundo de los seis, en 1941, y desde que guardo memoria, “la casa de Baiona” siempre fue protagonista en la familia, en el sentimiento de todos, en las conversaciones habituales, en los pequeños marcos y cuadros con fotografías, en los futuros planes… Era nuestra segunda casa: entrañable, querida, llena de recuerdos… aunque sólo viviéramos en ella un par de meses al año. Resultaban tan intensas las sensaciones, las vivencias, las anécdotas… de ese corto espacio de tiempo del verano, que se conservaban vivas durante todo el año como si hubieran acontecido ayer. Nuestros padres, la tía Carmen, y los hermanos mayores y pequeños, nos manteníamos en un permanente compás de espera, deseosos de que llegase el próximo verano. Cuando ya mayores, las circunstancias nos fueron alejando de “la casa de Baiona”, la nostalgia de ella se acentuaba, tal era el peso que había tenido en nuestras vidas. En 1982, con la desaparición de “la casa de Baiona”, se cerraba una época inolvidable para la familia Rey Lama. Comenzaba otra, ni mejor ni peor, simplemente distinta, muy distinta. Los seis hermanos ya habíamos pasado la niñez, la juventud, la madurez de los estudios universitarios y del trabajo, nos casamos -menos Marta, la pequeña-, llegaron los hijos… Empezaban otros tiempos…



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