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Madera de castaño ___________________________________________________
Tiempos de Papá Felipe __________________________________________
LUIS ALBERTO REY LAMA
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En tiempos de Papá Felipe, el balcón de su casa de Cenlle servía de privilegiada atalaya desde donde observar el lento pero incesante discurrir de la vida de la familia, una vida repleta de vicisitudes de todo tipo. El cultivo del vino, el cuidado del ganado, la atención a la huerta… ocupaban el quehacer cotidiano de sus gentes… Hasta que de pronto surge la madera de castaño…
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Madera de castaño ______________________________________________
Tiempos de Papá Felipe _______________________________ LUIS ALBERTO REY LAMA
Escudo del Concello de Cenlle
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Bibliografía Blog “Cenllemóvese”. “Cenlle, entre el Miño y el Avia”, de Magdalena del Amo Freixedo. Poema “Cenlle”, de Francisco Fernández Muleiro (Buenos Aires, 1963). Poema “Elvira y Carmen López”, del libro “Nostalgias de Galicia y de Asturias” de Francisco Fernández Muleiro (Buenos Aires, 1963). Poemas del libro “REBENTO”, de Helder Quiroga. Imágenes del cortometraje “Égun”, de Helder Quiroga. Fotografías Enrique Huertes.
Luis Alberto Rey Lama, enero de 2019. Diseño de portada: Carlos Veiga Corrector de texto: Rubén Rey Fotografía: Archivos Familia Marzoa Primera Edición, enero de 2019 Editorial PICA GALICIA
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Gracias a todos los que escribieron estas páginas conmigo… los de antes y los de ahora. _________________
A los que faltan, con nuestro recuerdo eterno… y a los que están. _________________________
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"Voar é desejo de muitos, mas somente os pássaros o sabem fazer com certa elegância." Del libro de poemas, REBENTO, de Helder Quiroga.
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ÍNDICE
Página
Introducción
I II III IV V VI VII
“La eterna sobremesa”…………………………..
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La aldea de Cenlle………………………………. Papá Felipe………………………………………. Los abuelos Digna y Arturo……………………... “Los argentinos”…………………………………. Las tías de Cenlle………………………………… Pepe Quiroga y “las brasileiras”…………………. ¡Hermosa juventud!.................................................
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INTRODUCCIÓN “La eterna sobremesa” La historia se fue escribiendo a lo largo de más de un siglo, pero la tarea final de contarla comienza en una sobremesa eterna de un día de marzo lluvioso y de viento. Todo empieza después de un tradicional cocido en O Carballiño -en casa de Silda y ”Pericocho”, pero sin ellos-, con la tía Purita presidiendo la mesa, en compañía de algunos de sus sobrinos mayores -la cuarta generación desde el abuelo Felipe- y de sus respectivas parejas. El aspirante a historiador encuentra al fin el momento que llevaba tiempo persiguiendo, tal vez en un último y complicado intento. Cuando lo va consiguiendo, las páginas ya comienzan a escribirse con avidez, sin pausa, sin límites, con sorpresas, con alegrías y penas, emociones, también lágrimas, gritos, exclamaciones, muchas risas… La tía Purita es el último testimonio vivo de la familia Marzoa López y de la mítica casa de Cenlle… la persona clave que aún hoy puede mantener viva la noticia de un hermoso pasado, que pretende hacerse eterno a través de estas páginas. ¡Por favor! -el narrador reclama silencio-. ¿Nos cuentas, Purita? <<El abuelo Felipe era tremendamente presumido. Andaba siempre muy bien vestido, con chaqueta y chaleco, la cadena de su reloj de oro colgando de uno de los bolsillos, con señoriales capas, su sombrero de paño, bastón… Cuando ”namoraba” a Carmen -su futura esposa- en Sampaio, las hermanas y las primas de ella se asomaban a la ventana para ver cómo venía vestido el pretendiente. Era un elegante… >> <<Luego, cuando el abuelo falleció -comenta Purita con ironía-, con sus imponentes capas les hicieron unos pantalones a los nietos. >>
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La tía, a sus noventa y cinco años ya cumplidos, conserva recuerdos “de su época” con asombrosa precisión y fiabilidad, tal como suele ocurrir en los mayores con el pasado más lejano. Nombres, escenas, parentescos, detalles, conversaciones, aconteceres, costumbres, fechas, apodos… hasta secretos. Su memoria no falla. Hoy, 2018, su habitual ímpetu ha mermado, pero halagada ante lo imprescindible de su papel, asume el reto y no sin esfuerzo se adentra en el relato de toda una vida. Y siempre con ese fino sarcasmo que la caracteriza.
La tía Purita.
Purificación Marzoa López, la tía Purita, nace en Saa en 1923. Hija de Arturo Marzoa y Digna López, es la cuarta de los seis hermanos, Antonio, Carmucha, Manolo, Purita, Silda y
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Pacita, y la única de todos ellos que todavía vive. También la única de la familia que desde el fallecimiento del abuelo Felipe, ha permanecido hasta hoy en la casa paterna de Cenlle, compartiendo estancia con las tías Elvira y Carmen, y con Pilar, la fiel sirvienta que llegó a ser una más de la familia. Durante casi medio siglo, todas ellas se cuidaron mutuamente día a día con cariño y dedicación, hasta que las mayores, y no por orden de edad precisamente, comenzaron a faltar. Después, ya fallecidas las tres, es Purita la que reside y conserva en la actualidad la querida mansión del abuelo, la casa de Cenlle, testigo vivo y silencioso de tantos personajes, de tantas vivencias, de las costumbres de nuestros antepasados, de fechas señaladas, de los rigores de la vida, de las celebraciones… de la historia de la familia.
Cenlle (O Ribeiro-Ourense), 15 de agosto de 1982. Reunión en la casa familiar con motivo de la “Fiesta del Quince”. David Marzoa Rodríguez, Suso y Carmen Díaz Marzoa, Antonio y Pacita Marzoa López, Carmen Lacambra y Purita Marzoa López. (Archivo familiar de Cenlle).
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La “eterna sobremesa” contó como escenario con una casa y una costumbre históricas para la familia. En O Carballiño, al calor y al sabor de un clásico cocido -como los que preparaba la tía Silda-, regado con vinos del “Pericocho”, celebramos una vez más un entrañable encuentro. A Silda y a Manolo los echamos de menos… pero a pesar de su ausencia, no dejaron de sumarse a la historia pendiente, ofreciendo un valioso testimonio en forma de emocionantes y hermosas fotografías… “La eterna sobremesa” durará varios meses…
La tía Purita.
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I. La aldea de Cenlle La aldea de Cenlle, en pleno corazón de la comarca de O Ribeiro, se encuentra situada en una planicie muy soleada de la montaña, a 400 metros sobre el nivel del mar, y rodeada de pequeños montes como A Corredoira, Názara, Monte Piñeiro, Monte de San Breixo, Monte de A Pena, Monte de San Berismo, Monte Trocado… Con una superficie aproximada de tres kilómetros cuadrados, la Parroquia de Santa María de Cenlle está formada por las pedanías de Cenlle, A Pena, A Torre, La Quintá, Názara, Campo de Vales y O Pereiro. El pueblo en sí -ya se habla de Cenlle en el siglo XII-, nunca fue grande, más bien pequeño, pero en cambio el municipio de Cenlle abarca una gran extensión de monte y de tierras, donde se asientan una decena de parroquias: A Barca de Barbantes, Esposende, Laias, Osmo, A Pena, Razamonde, Sadurnín, Trasariz, Vilar de Rei... Todas dedicadas en especial al cultivo del vino, aunque también en pequeña escala al maíz, al centeno, a la huerta y al ganado. Bañan las tierras del municipio múltiples regatos que acaban desembocando en los ríos Avia y Miño, que marcan a ambos lados los límites del Concello de Cenlle.
Ubicación geográfica de Cenlle.
A algo más de 30 kilómetros de Ourense, a 11,9 de O Carballiño y a 8,4 de Ribadavía, el pueblo de Cenlle no se encuentra demasiado distante de la carretera principal Vigo-
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Ourense, pero su situación en pleno monte la deja a desmano de cualquier itinerario común, y bastante aislada en sus comunicaciones. En la primera mitad del siglo pasado, una destartalada furgoneta, “La Lechera”, propiedad de Bugarín “o zorro”, salía los lunes camino del mercado de Ribadavia, y los jueves, con destino a la feria de O Carballiño. Atendía también cualquier solicitud de transporte que demandaran los vecinos. A diario, la camioneta de “El Hazaña” llevaba desde Ribadavia a la aldea alimentos y demás productos de primera necesidad, sobre todo a la tienda de Pilar en La Cruz, en pleno centro de Cenlle, e incluso realizaba algún encargo que otro durante la ruta o en la misma Ribadavia. La empresa “González” mantenía un autobús de línea, que salía de Cenlle por la mañana con destino a Ourense, y regresaba a última hora de la tarde. Los vecinos de Cenlle contaban con estos medios de transporte y comunicación para resolver papeleos en O Carballiño, en Ribadavia y en Ourense, o bien para recibir asistencia médica especializada, o realizar sus habituales transacciones comerciales en los mercados: llevaban legumbres, frutas, huevos, leche... y volvían con ropa, calzado, utensilios del campo y de la casa...
Mapa del municipio de Cenlle.
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Por lo demás, si no era así, no les quedaban otras opciones para moverse que “bajar” a pie hasta la carretera VigoOurense y coger el autobús del “Auto Industrial”, o bien dirigirse a la estación del tren de Barbantes. En ambas posibilidades, para el camino de ida, casi hora y media cuesta abajo; en el de vuelta, el martirio de dos horas cuesta arriba... y por supuesto, tanto en un sentido como en otro, bajo los rigores del sol, del frío, o de la lluvia... y de la posible carga que hubieran de llevar. En cada una de las casas de Cenlle, más de cien a principios de siglo XX, nunca faltaron, como mínimo, un cerdo, una vaca y media docena de gallinas que atender, además de la huerta, más o menos grande según los posibles de los dueños. Después de realizar estas labores domésticas, el trabajo en el campo, ya sea en alguno propio o como jornalero, ocupaba a la mayoría de sus gentes. Por entonces, los vecinos de la parroquia de Cenlle se acercaban a los mil, pero el conjunto del municipio superaba de largo los cuatro millares. Las casas, desperdigadas sin orden como es costumbre en tierras gallegas, se encontraban cercanas a la pista que cruzaba el pueblo, acercando a los vecinos a la carretera de Ourense y a las aldeas próximas.
Vista panorámica de Cenlle, enclavado en el corazón de O Ribeiro.
Es el municipio de Cenlle tierra de vinos, de aguas termales, de gente recia y trabajadora de sol a sol. Durante generaciones vivió en sus propias carnes el peso de los tributos, foros, rentas y diezmos. Herencia de aquellos días es La Tenen-
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cia, plaza en la que sigue celebrándose la “Fiesta de la Asunción”, el 15 de agosto, y que en el Medievo radicaba la casa del obispado en la que se recogían los frutos que debía entregar cada vecino como tributo. La Casa del Concello -situada en Trasariz-, la escuela, la Plaza de La Tenencia, la iglesia parroquial y el cementerio de Santa María de Cenlle, O Cruceiro, O Peto das Ánimas, A Fonte do Moucho, O Monte da Pena, O Cruceiro de Osmo, el Pazo de Saa, la Iglesia de San Xoán de Sadurnín... constituyen sus lugares más significados.
O Cruceiro de Ánimas de Cenlle, próximo a la iglesia parroquial. Situado sobre un cubo, en donde se representan los símbolos de la Pasión de Cristo.
Por Cenlle pasaba el Camino Real con destino a Santiago y Portugal, y hacia Ourense en sentido contrario. El rey Alfonso IX visitó la comarca en el siglo XII, y su paso originaba un auténtico revuelo entre los parroquianos, que se agolpaban curiosos para ver el cortejo.
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Iglesia Parroquial de Santa María de Cenlle (siglos XVI-XVIII), con el cementerio a un lado. Destaca en su interior una escultura de Santa Lucía del siglo XVI.
Peto das Ánimas, adosado a una pared lateral de la Iglesia de Santa María, con un meritorio relieve policromado en su cuerpo central.
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Mapa de la comarca de O Ribeiro.
En el último tercio del siglo XIX y en la primera mitad del XX, el Concello de Cenlle vive sus años de mayor esplendor. El permanente crecimiento de la comarca, cimentado en una sólida economía que se apoyaba en el comercio del vino, y algo del maíz, del centeno, de la castaña, de la madera… y también en la constante mejora de sus comunicaciones… hacen que en 1950 alcance su cota más alta de población, superior a
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los cinco mil habitantes. El municipio, por entonces, disfrutaba de aquella riqueza sólida ganada a pulso con el esfuerzo de sus vecinos.
Evolución de población del Concello de Cenlle (Ourense).
Estos fueron los tiempos de bonanza que le tocaron vivir al abuelo Felipe, nacido en 1867 y fallecido en 1950. En medio de esa etapa, las graves consecuencias de la Guerra Civil, del treinta y seis al treinta y nueve, rompieron la armonía de la zona a lo largo de casi una década. Justo en los años cincuenta, el Concello de Cenlle, igual que muchos otros de toda Galicia, comenzaba a experimentar un continuado retroceso de población tan significativo como preocupante. La emigración a Argentina, a Venezuela y a México… en los inicios de siglo, y a Europa más adelante, fue haciendo mella en la demografía de la zona de una manera alarmante. Los tiempos cambiaban, y la juventud, incluso aconsejada por sus propios padres, ya no quiso compartir aquella vida de sacrificio y esfuerzo que exige el campo, con horarios interminables, sin apenas días de descanso, y sin los frutos necesarios que compensaran esa dedicación tan extrema.
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Las nuevas generaciones empezaron a estudiar y a prepararse para otras profesiones. Muchos emigraron a Sudamérica, a Europa; bastantes se fueron a unir a familiares ya instalados en países como Argentina, Venezuela, México, Suiza, Alemania…; y la mayoría se trasladaron a las grandes ciudades del país en busca de otro estilo de vida y de un enfoque laboral distinto. En el último censo de 2017, el Concello de Cenlle figura con 1.176 habitantes, y con un 93% de la tierra dedicada al cultivo del vino.
Viñedos en el Concello de Cenlle.
Eso sí, raro es el emigrante que no vuelve a su tierra en cuanto puede. Los que viven en las grandes capitales de Galicia visitan Cenlle a menudo, cada semana, cada quincena…; los más alejados aprovechan sus vacaciones para dar una vuelta, aunque sea rápida; y los de América y Europa regresan cada año, cada dos, cada tres… tan pronto les es posible. Llevan Cenlle en el corazón.
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Francisco Fernández Muleiro, poeta, emigrado de niño a Buenos Aires, dedica estos bellos versos desde allá a su amado pueblo. CENLLE Aquí está el pueblo de mis dulces sueños tendido en una dilatada loma; le ofrece al Avia cánticos y ensueños y al Miño terso azul, brisas y aroma. Cuajan en su vergel la rubia poma, la nuez y los racimos octubreños; revuela sus tejados la paloma celebrando yantares hogareños. A lo lejos grisáceas serranias, en contorno las tierras labrantías cubiertas siempre de otoñal verdor; y en sus blancas y estrechas callejuelas bullicio de rapaces y chicuelas y el recio trajinar de la labor....... Francisco Fernández Buenos Aires, 1963 En tan genuino escenario nacieron los personajes de esta historia familiar, que se remonta al menos hasta mediados del siglo XIX. Algunos han permanecido en él toda su vida; otros, yendo y viniendo; una mayoría que se fue, tan sólo regresó, y sigue regresando, de visita; bastantes, emigrados sobre todo a Sudamérica, vuelven ansiosos buscando recuerdos…
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Y se reencuentran con la casa de Cenlle del abuelo Felipe, la de As Chavolas de los abuelos Digna y Arturo, el Pazo do Conde de Saa de los Quiroga… que aguardan fieles a la cita con su mágica e infinita aureola de nostalgias en el aire…
Cruceiro y Pazo do Conde de Saa, en Sadurnín.
También en paciente espera permanecen la iglesia de Santa María de Cenlle y el cementerio -donde descansan los restos de muchos antepasados-, la iglesia de San Pedro de Sanín -donde estuvo enterrado el abuelo Arturo-, la iglesia de San Xoán de Sadurnín… Lugares todos ellos de oración para la familia desde mediados del siglo XIX: misas, primeras comuniones, novenas a los santos patronos, bodas, entierros, funerales…
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Iglesia de San Xoán de Sadurnín (Cenlle), siglo XII, estilo románico.
Iglesia de San Pedro de Sanín (Ribadavia).
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Felipe López Fernández, “Papá Felipe”.
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II. Papá Felipe Por las tierras de O Ribeiro, pobladas de esforzados y sufridos trabajadores de las vides y de los campos, se consideraba un “señorito” a todo aquel que no tuviera esa ocupación. No importaba que fuera carpintero, carretero, maestro, médico, tabernero… o negociante en madera… era un “señorito”. A finales del siglo XIX, primer cuarto del XX, la percepción de los vecinos de la comarca latía por esos cauces. Felipe “O Listo”, también pertenecía al grupo de los “señoritos”, si bien de joven había conocido el trabajo en el campo, aunque tan sólo como observador. Desde la casa paterna de Cenlle, pronto comenzó a acompañar a los jornaleros hasta Trasariz, donde su familia había heredado un pazo señorial con extensos viñedos que atender, algo de maíz para el ganado, y de patatas para el consumo familiar. Su único cometido consistía en vigilar el trabajo de los jornaleros. Decían de él que era un hombre simpático y agradable, y cuentan que cuando pasaba el tren mientras trabajaban, les gritaba: “¡Eh! Mirade o tren, que así tamén eu podo miralo”. La mayoría de las casas de las aldeas de O Ribeiro tenían animales. Una vaca, el cerdo, unas gallinas… En la casa familiar de Felipe, el ganado, vacas y bueyes sobre todo, era cuidado por los caseros. Cuando los jornaleros volvían de trabajar en Trasariz, llegaban con cestos en la cabeza con abundante comida para los animales. Felipe López Fernández, “Papá Felipe” para su numerosa descendencia, nació en Cenlle en 1867, en el seno de una familia con “capital”, que así se decía de los que poseían tierras. La mayor o menor riqueza se medía por la extensión de los campos en propiedad, ya fuese en una sola parcela o en varias.
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Hijo de José Ramón López y Benita Fernández, su niñez discurre, como la de tantos niños del pueblo, entre la escuela con el maestro, el catecismo con el párroco, los campos con los jornaleros, la huerta con los animales, el monte… y sus juegos infantiles con los amigos. A principio de los noventa -siglo XIX-, con algo más de veinticinco años, Felipe se casa con Carmen Montero García, natural de Sampaio (Ribadavia), también de familia con posibles, y unos años más joven que él. Fijan su residencia en Cenlle, en la que terminaría por convertirse en la estimada casa familiar, rebosante de historia y de vida durante más de un siglo, y venerado origen de la saga de los Marzoa.
Felipe López Fernández, “Papá Felipe”, y Carmen Montero García, “Mamá Carmen”, en los años noventa del siglo XIX.
<<El abuelo Felipe heredó la casa de su padre -cuenta la tía Purita-, y por entonces era de planta baja. Con anterioridad, ya en propiedad de la familia, había acogido en parte la sede del Ayuntamiento del pueblo. En la herencia, le habían ofrecido también la casa de al lado, con la que se comunicaba por el interior entre sí, pero la rechazó por no ser soleada. Más adelante, se la quedó una hermana de Felipe, que luego la vendería a los propietarios actuales, los Carrasco. Con los años, el abuelo fue mejorando la casa. Le echó un piso, hizo la galería, el balcón, las seis habitaciones, el salón y el comedor, las escaleras, trasladó la cocina al piso, y ese espacio que había quedado vacío se convertiría más adelante en la vivienda de Pilar… >>
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Ourense, siglo XIX, años noventa. Los abuelos Carmen Montero García y Felipe López Fernández. (“Fotografía Artística”, Ourense).
El matrimonio tuvo cuatro hijas, nacidas todas ellas en la casa de Cenlle: Elvira (1894/1986), Digna (1895/1977), María (1897/1967) y Carmen (1902/79).
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Un revés del destino, que como él decía, no excluía a nadie en sus designios, segó en seco la felicidad de la familia. Su esposa Carmen fallecía al dar a luz a la pequeña de las cuatro hijas -después bautizada Carmen, en su recuerdo-, a pesar de los esfuerzos por evitarlo del médico de casa y de la comadrona, llegada desde Ribadavia. En aquellos inicios de siglo XX, estas desgracias ocurrían más a menudo de lo deseable. El abuelo Felipe se encontró viudo a los treinta y cinco años, y con cuatro hijas menores de ocho, incluida por supuesto la recién nacida. No volvió a casarse. Se mantuvo fiel al recuerdo de su esposa, y desde ese instante se convirtió a la vez en padre y madre de las pequeñas. Lo más urgente, encontrar un ama de cría para el bebé. La escogida cumplió a la perfección, hasta que un día Felipe la sorprendió con un hombre en casa. La despidió de inmediato. Es entonces cuando una tía se hace cargo de Carmen, y encuentra una mujer de la montaña para alimentarla. Más tarde pediría la ayuda de otra tía que vivía enfrente de la casa de Felipe, con la que estuvo criándose hasta los cinco años, momento en que pasa a vivir en la casa paterna.
El balcón de la casa de Cenlle, con la puerta de acceso a una habitación.
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Ourense, siglo XIX, años noventa. Felipe López Fernández y Carmen Montero García. (“Fotografía Artística”, Ourense)
Desde el primer instante, don Felipe educa a sus hijas con especial mimo y rigor. Fueron a la escuela del pueblo; al catecismo con el párroco; les enseñaron los trabajos domés-
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ticos; aprendieron labores con Agripina, la costurera, natural de Ourense, y casada con Fulgencio, el carpintero. El mismo padre les compraba en Ourense el calzado y las ropas -incluida la ropa interior, aún después de mayores-... Y en verano, tomaban en Vigo sus quince días de baños de mar, tal como por entonces se aconsejaba para una buena salud. Aunque faltaba la madre, la casa conservaba un intenso calor de hogar.
En los años cuarenta, la espléndida casa de Cenlle abarcaba también la parte de la vivienda de la derecha -de paredes blancas-, con una perfecta comunicación interior entre ellas que las hacían una sola. Al repartirse la herencia de sus padres, Papá Felipe rechaza esa parte por ser poco soleada, y es entonces cuando se la queda su hermana Pepa. Años después, ésta se la vende a la familia Carrasco, y fue cuando hubo
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La casa de Cenlle, 4 junio 1943. Antonio, Carmucha, Carmen y Purita, en la bonita y cuidada huerta de entonces. (Archivo Antonio Marzoa López).
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Ya viudo, a Felipe no le faltaron insinuaciones para una nueva relación. A los treinta y cinco años, se conservaba tan apuesto y elegante como siempre. Espigado, moreno, pelo liso, bigote y barba bien cuidados, porte señorial, vestido con corrección y pulcritud, capa negra en invierno... No era de extrañar, por lo tanto, que al cabo de pocos meses, tampoco demasiados, le rondasen pretendientes, y más que ellas mismas en persona, sus propias madres, intentando el compromiso nupcial para alguna hija.
La casa de Cenlle, en los años noventa.
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La casa de Cenlle de Papá Felipe. Arriba, la galería y el balcón, donde están asomadas Purita, Elvira y Pilar. Abajo, a la izquierda, las puertas que dan a la bodega y a la cuadra de los animales. A la derecha, la antigua cocina, convertida con el paso del tiempo en la vivienda de Pilar. Por detrás, están las escaleras de acceso al piso, y al fondo se puede observar el muro de separación con la vivienda de al lado. (Archivo familiar de Cenlle).
<<En el bajo de la casa -continúa explicando Puritaestaban situadas la bodega y las cuadras. Y a un lado se reservaba un pequeño espació para las gallinas. En la huerta se cultivaban repollos, patatas, tomates, lechugas, judías, zanahorias… había un pequeño viñedo… una higuera, un limonero, un cerezo, un ciruelo… A un lado de la huerta estaba el pozo, que abastecía de agua a toda la casa, y a los distintos cultivos cuando lo necesitaban, así como a las muchas flores que presidían la casa y el muro de separación de la carretera: margaritas, rosas, geranios, hortensias… >>
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La casa de Cenlle. A la izquierda de la galería, se encuentra la cocina y el baño. En la parte baja, una de las dos puertas de la bodega, y en la esquina debajo de la galería, el gallinero. (Foto Enrique Huertes).
La tía Carmen, delante de una de las puertas de acceso a la huerta de la casa.
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Hombre de palabra, honrado, experto en la dirección de sus negocios, tenía fama de persona inteligente. Por eso Papá Felipe era conocido en la comarca por “O Listo”. Generoso y buen vecino, jamás dejó de ayudar a las gentes de Cenlle, que a menudo acudían a él en busca de consejo: cuando se les presentaba alguna dificultad legal; o problemas de salud; dudas en los negocios; peleas de lindes en los terrenos; herencias poco claras… o dudas acerca de cómo cuidar el campo o el ganado… o el ritual para casar a los hijos, o enterrar a los abuelos... Don Felipe, “O Listo”, como le llamaban con respeto y veneración, velaba por los vecinos del pueblo. Les ofrecía trabajo en sus tierras, les aconsejaba, y permanecía siempre dispuesto a ayudar. Su trato fácil y cercano facilitaba las cosas, y no escatimaba cariño, honradez y lealtad. Por todo ello era una persona querida, y el vecindario sentía auténtica adoración por él y por su familia, un respeto que llega hasta hoy encarnado, primordialmente, en la tía Purita.
Bastón-estoque del abuelo Felipe, que solía utilizar para espantar a los lobos cuando iba por el monte desde Cenlle hasta As Chavolas. En la actualidad, se conserva en Vigo en el piso de Antonio, su nieto preferido, fallecido en 2010. En la casa de Cenlle, el nieto dormía con Papá Felipe en la misma habitación. Se profesaban un especial afecto. Fue su primer nieto. A finales del siglo XIX y principios del XX, el bastón-estoque se puso muy de moda como arma defensiva, pero al poco tiempo su uso fue prohibido. (Foto Pacita Marzoa Rodríguez).
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<<En cada una de las seis habitaciones de casa -sigue Purita con el relato- hay un mueble-lavabo. Encima del grifo se encuentra el depósito del agua, y el desagüe sale a un cubo situado debajo. Eran tiempos en los que no había agua corriente. >>
Mueble-lavabo de principios del siglo XX, cuando aún no había agua corriente en los hogares. (Foto Enrique Huertes).
<<El abuelo Felipe se dedicaba al negocio de la madera. Compraba partidas de castaños por los montes cercanos, iba con los aserradores, y una vez convertidos en tablones, los facturaba en la estación de tren de Barbantes con destino a Vigo. Allí tenía un local alquilado en las Avenidas, en el que almacenaba la madera a la espera de su venta. Se hospedaba en el “Hotel Regina”, desde donde realizaba las gestiones pertinentes. >>
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Tresillo del salón de la casa de Cenlle, adquirido por Papá Felipe en Ourense en los años veinte, y que se conserva en la actualidad en perfecto estado.
Cómoda de una de las habitaciones de la casa de Cenlle, en madera de castaño, fabricada por el abuelo Arturo en su taller de As Chavolas.
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Vigo era entonces, primer cuarto de siglo pasado, una ciudad emergente, de un crecimiento imparable, y con grandes oportunidades para negocios audaces. <<Algo antes del Alzamiento Nacional -continúa la tía-, Papá Felipe llevaba una temporada larga aserrando por los montes cercanos, incluso llegó hasta los montes de Lugo. Había reunido una importante cantidad de madera, que trasladaba en carros de bueyes a la estación de Barbantes. Llenó de tablones de castaño quince vagones del tren para luego enviar con dirección a Vigo. “O venderse esta madeira, xa non traballo máis. Quedamos ricos pra sempre”, les decía a las hijas. Pero de repente estalla la guerra civil, la construcción se frena en seco, y el almacén se encontraba en ese momento repleto de madera hasta los topes. Había quedado empeñado en aquella operación, y no tuvo más remedio que regresar a Cenlle para evitar los gastos del hotel. Al mismo tiempo, hubo de buscar una persona en Vigo que le atendiera las pequeñas ventas que se pudieran ir produciendo. Un buen cliente, Modesto Martínez Silva, se encargó da dar salida poco a poco a la madera almacenada para consumo propio y de otros constructores. Y así fue como mi hermana Carmucha conoció a Enrique, hijo de Modesto Martínez Silva. >>
Cenlle, años cuarenta. Carmucha y Enrique, de novios.
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Transcurridos ya quince años desde el fallecimiento de su esposa Carmen, el calor de hogar, el orden, el amor entre todos, el sentido del deber... se habían asentado con fuerza en la familia. La casa funcionaba en base a un perfecto reparto de obligaciones: Elvira, la mayor, con veintitrés años, en las tareas domésticas, ayudada años después por Pilar, la hija de Misperina, la cocinera en las grandes celebraciones; Digna, con un año menos, de carácter fuerte y trabajador, al cuidado de los campos y de organizar a los jornaleros; María tenía a su cargo la huerta, y echaba una mano a los caseros en el cuidado de la vaca, las gallinas, los cerdos…; Carmen, la pequeña, cumplidos los quince años y estudiante destacada, parecía destinada a hacer carrera.
Papá Felipe, años veinte, en la época de negociante de madera de castaño.
<<Don Antonio, el cura de Cenlle -sigue Purita en sus relatos-, muy amigo de casa, tenía una hermana, Sara, de la misma edad que Carmen. Un día le dice al abuelo: “Bueno, vamos a mandar a Sara a estudiar magisterio a Santiago. Y tú, Felipe, mandas también a Carmen”. >>
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<<Fueron las primeras mujeres que salieron de Cenlle y de la comarca para estudiar una carrera. Residieron en el Colegio de la Enseñanza, con las monjas, y para ir a la Normal -la escuela de Magisterio-tenía que acompañarlas una señora, que asimismo las recogía al acabar las clases para el regreso al colegio. No podían ir solas, y debían acudir bien vestidas y con sus correspondientes sombreros. Eran las costumbres de mucho abolengo que había por entonces para estudiar, años veinte. Los estudios, por supuesto, no estaban al alcance de cualquiera. >>
Carmen López Montero, con apenas dieciocho años.
Cuando los vecinos hablaban de don Felipe, entre la cantidad de cosas que contaban de él, destacaban su extrema generosidad. A lo largo de los años, nunca había dejado de atender a los muchos mendigos errantes que abundaban por los pueblos en aquellos finales del siglo XIX y principios del XX. A su paso por Cenlle, hasta les ofrecía aposento si lo necesi-
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taban, en una caseta que había a un lado de la huerta, ocupada parcialmente con aperos de labranza. Persona religiosa -dicen que casi en exceso-, rezaba a diario el Santo Rosario en familia a las ocho de la tarde. Además de las hijas, incluso asistían al rezo las visitas y los caseros si los hubiese en casa en aquel momento. La novena de la Asunción, a mediados de agosto, se celebraba antes de la Guerra Civil a las cuatro de la mañana. La enorme devoción y el fervor por la Virgen en Cenlle y en la comarca, obligaba al párroco a elegir esa hora tan temprana, para que los campesinos pudieran asistir a los rezos antes de ir a su trabajo en los campos. Acudía todo el pueblo y vecinos de los alrededores, y por supuesto que el abuelo Felipe y sus hijas ocupaban los primeros bancos de la iglesia.
Cenlle, finales de años cuarenta. Silueta de Papá Felipe en sus últimos tiempos. Ya retirado de sus negocios y bastante enfermo, pasaba muchas horas en el balcón de casa. (Archivo familiar de Cenlle).
La casa de Felipe se había convertido en algo parecido a una consultoría vecinal. Se acercaban a que les leyera las cartas que recibían de sus familiares en la emigración… y a contestarlas; venían a ponerse las inyecciones recetadas por el médico -lo hacía Purita desde los años cincuenta-…
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Las hijas de Felipe, sobre todo Carmen, acostumbraban muy menudo a reunirse en casa con sus amigas: organizaban fiestas en el balcón, meriendas, celebraciones… “A miñas fillas moito lles gusta ´socear´, comentaba el abuelo Felipe en estas ocasiones. Al día siguiente, cuando las despertaba y se quejaban, les decía: “Non tedes prisas pra vos acostar… e tampouco tedes pra vos levantar”.
Cenlle, 1938. Reunión de amigos en el balcón de casa. Entre otros: Silda, Manolo, Amparito, Carmen, Antonio, Purita, Teresiña “a Bugarina”, Carmucha…
<<Al estallar la guerra -recuerda Purita-, llegaron los rojos a As Chavolas, y lo primero que hicieron fue ir a por don Antonio, el cura, a por Papá Arturo y a por Odilo, un primo del abuelo. Menos mal que a los poco días, As Chavolas era tomada por los nacionales. Mientras tanto, se escondieron en el fallado de casa, hasta que pasó el peligro. >>
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Al poco tiempo de iniciarse la Guerra Civil, Antonio, el primero y más querido nieto de Papa Felipe, es llamado a filas. Después de ser destinado a Tetuán, acabaría en el Frente del Ebro, la zona más conflictiva de toda la guerra. Pertenecía al cuerpo de zapadores del ejército de Franco.
Durante la Guerra Civil, el abuelo Felipe tuvo a su nieto Antonio alistado con los nacionales de Franco. Desde el mismo frente del Ebro, les envía esta fotografía con una cariñosa dedicatoria. (Archivo familiar de Cenlle).
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<<Mi padre -recuerda Pacita, hija de Antonio- contaba que había acompañado más de una vez a Papa Felipe hasta Betanzos. En sus negocios con la madera, se desplazaba a veces hasta allí para tratar con un almacén maderero importante, que le enviaba directamente sus pedidos a Vigo. Cuando destinaron a mi padre a Betanzos durante el servicio militar, Papá Felipe le indicó que visitase a los del almacén, y que les diese saludos de su parte. Por entonces, el abuelo ya estaba retirado. Pasados casi cincuenta años, fui yo la que me desplacé a una localidad cercana a Betanzos para participar en unos ejercicios espirituales, y ese fue el motivo de que mi padre me contara esta pequeña historia. También me dijo: “Acércate a ver si aún existe el almacén”. Seguí sus instrucciones, y en efecto, encontré el almacén, si bien, completamente en ruinas y abandonado. >>
Betanzos (A Coruña), 15 de agosto de 1943. Antonio, descansando en el parque, durante el servicio militar. (Archivo Antonio Marzoa López).
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Cenlle, aĂąos cuarenta. Antonio Marzoa LĂłpez. (Archivo familiar de Cenlle).
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El cuarto por la izquierda es Felipe López Fernández, “O Listo”.
Papa Felipe pertenecía al “Somatén de Cenlle” desde los años noventa -siglo XIX-. Se trataba de un grupo de vecinos, armados, que se reunía en ocasiones singulares para combatir la invasión de lobos que asolaba los montes de la comarca. Cuando se producían repetidos ataques a los animales domésticos, e incluso a personas que transitaban por el monte, el “Somatén de Cenlle” era citado a golpe de campanadas de la iglesia para efectuar la correspondiente redada. En esas fechas de la imagen anterior, Papá Felipe, con sesenta años, llevaba más de treinta en aquella labor, que abandonaría por motivos de salud en sus últimos tiempos de vida. Estos grupos se constituían también en los pueblos para perseguir criminales o defenderse de alguna amenaza de diferente naturaleza.
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Cenlle, 1949. Papá Felipe, en el balcón de casa, retirado de sus negocios.
Ni su avanzada edad, ni su menguante salud, ni la consciencia de su cercano desenlace, Mermaron en Papá Felipe su condición de hombre presumido, elegante y de ideas claras. El paso de los años no conseguiría al final cambiar su carácter ni en aquella definitiva situación. Quiso tener el mejor entierro, el mejor nicho del cementerio. Había elegido la ropa indicada con la que quería ser enterrado, y deseaba la caja mortuoria más sofisticada que se pudiera conseguir. El ataúd, como rememorando los muchos años de relación comercial con Vigo y con su gran amigo Modesto, lo encargó al hijo de éste, Enrique, ya esposo por entonces de su nieta Carmucha. Lo quiso en madera de castaño, con aplicaciones de plata.
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Felipe López Fernández, meses antes de fallecer.
Cuando el encargo se lo facturaron desde Vigo a la estación de Ribadavia, su yerno, Arturo, se encargó de recogerlo, y le avisaría enseguida: “Felipe, xa tes aquí o encargo de Vigo. ¿Queres que cho leve?”. A lo que Felipe contestaría airado: ¡Ay non, non! ¡Deixao ahí ata que falla falta! Non quero nin velo”. Así fue, nunca llegó a ver el encargo.
Recordatorio del fallecimiento de Felipe López Fernández.
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El fallecimiento del abuelo no impidió que la casa de Cenlle continuase ejerciendo como lugar de consulta y acogida para el vecindario. Fueron las hermanas Elvira y Carmen, y la sobrina Purita, las que tomarían el relevo…
Los restos de los abuelos Carmen y Felipe descansan en el cementerio de la Iglesia Parroquial de Santa María de Cenlle. (Foto Enrique Huertes).
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Los abuelos Digna Lรณpez Montero y Arturo Marzoa Bรณveda.
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III. Los abuelos Digna y Arturo Digna, la segunda hija del abuelo Felipe, había asumido desde joven la función de atender los campos de la familia. Mujer recia, activa, trabajadora, y al mismo tiempo, discreta y silenciosa, relevó a su padre en ese cometido, que a él le gustaba más bien poco, por no decir nada. Todo lo contrario que a su hija, que fue una amante fiel y apasionada de aquellas tierras desde el primer momento en que, desde Cenlle, comenzó a recorrerlas con los jornaleros. Los azares de la vida la llevaron a casarse con un “señorito”, que igual que su padre, no quería saber nada del trabajo de los campos. Y debió de ser una unión inteligente, porque Arturo, su marido, como hijo único, recibiría en herencia todas las tierras de sus padres… que naturalmente pasaron también al cuidado de Digna. De manera que Mamá Digna dedicó toda su vida a las fincas… ¡y tan feliz! Unas jornadas en una, las siguientes en otra, más tarde en el resto… volvía con la primera, seguía con la segunda… no paraba nunca de atender las muchas tierras a su cargo. Hasta que ya mayor, sus hijas la obligaron a retirarse. Las Huertas del Seijo, con viñedo y patatas; la Finca do Lameiro, una de las más grandes, con viñedos y hortalizas; la Huerta das Bouzas, frente a la casa de As Chavolas, un bonito lugar para pasear bajo su hermosa parra y por los viñedos, con pozo propio, y donde se cultivaban tomates, lechugas, repollos, fresas… Viña Hermá, en Saa; un monte en Sanín, y otras pequeñas viñas sin nombre… Cuando Papá Felipe vende su parte del Pazo de Trasariz, reparte lo que le pagan entre sus hijas. Tal era la pasión de Digna por aquellas tierras de O Ribeiro, que con lo que le correspondió, compró las viñas de Sanín. Una de ellas contaba
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con un enorme castaño centenario en el centro del viñedo, que cuentan que confería a las uvas una calidad exquisita.
As Chavolas, 1940. En la Huerta das Bouzas. Manolo, Carmucha, Pacita, la abuela Digna, Silda, Delfina -la maestra- y su novio “Che de Ribadavia” -el taxista del pueblo-, y el abuelo Arturo. (Archivo familiar de Cenlle).
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Mamá Digna se mantuvo siempre puntual en este duro trabajo de atender las fincas de casa. “Vai nos eidos”, contestaban a menudo cuando preguntaban por ella. Al amanecer, “moi cedo”, contaba ella, salía a los campos con los jornaleros. Trabajaban de sol a sol, y paraban un rato al mediodía, cuando hacía más calor.
1917. Mamá Digna, con veintidós años.
<<Cuando iba a As Chavolas en vacaciones -recuerda su nieta Picuca-, acompañé a la abuela Digna en varias ocasiones a trabajar los campos. Antes de marchar desde casa, aún sin salir el sol, los jornaleros y la abuela desayunaban copiosamente alrededor de “a lareira”. De la artesa que estaba enfrente, la abuela cogía la harina, la amasaba sobre la misma tapa, y preparaba la bica. Los trabajadores, también de la artesa, cogían “o touciño”, el chorizo, el licor-café, el aguardiente… Era una entrañable escena que se repetía cada día. A un lado, delante de “a lareira”, había un pequeño banco, y de la pared se descolgaba un tablero que servía de mesa para una
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o dos personas. Por el otro lado, con un espacio mayor, había otro banco más largo, y también se descolgaba de la pared un tablero para varios comensales. Enfrente de “a lareira”, además de la artesa, estaban las sellas del agua, y unas alacenas. Recuerdo que los niños de casa, cuando comíamos en la cocina, nos peleábamos por ocupar el banco pequeño de “a lareira”. Nos hacía una especial ilusión. Ya en el campo, Mamá Digna -se la veía feliz desde que salía de casa-, no paraba quieta un instante. De un lado a otro sin descanso, vigilaba con detalle el trabajo de los jornaleros, colaborando en la faena. >>
1917. Papá Arturo, con veinticinco años.
Digna se casa en 1917, a los veintidós años, con Arturo Marzoa Bóveda, carpintero de profesión y natural de As Chavolas, la pequeña aldea situada en el límite entre Cenlle y Ribadavia, próxima a Ventosela.
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A lo largo de la reunión, Purita recuerda: <<Digna, mi madre, al casarse, abandonó Cenlle y se fue a vivir con mi padre a la casa familiar de As Chavolas, un hermoso edificio de piedra, con balcones pintados de blanco, siempre repletos de geranios de distintos colores, y con un escudo de familia en el alto de la fachada. En el bajo se encontraban la bodega y las cuadras. Se entraba por un gran portalón de madera de dos hojas, que comunicaba al fondo con una bien cuidada huerta, y tenía a un lado unas artísticas escaleras de madera muy empinadas que llevaban a la vivienda. Era la primera casa del pueblo viniendo por la carretera de Ourense en dirección a Vigo. Papá Arturo tenía su carpintería enfrente, al otro lado de la carretera, en una casa alargada de planta baja propiedad de la familia, que él ocupaba parcialmente. A su parte le añadió un piso. A ambos lados de la carpintería, la familia tenía terrenos, una parte a monte sin cultivar -donde se celebraban las fiestas del pueblo-, y otra conocida como la Huerta das Bouzas, con una bonita parra, su pozo, frutales, patatas, repollos, grelos… Mi padre era hijo de Juan Marzoa y de Casilda Bóveda. El abuelo Juan, al que apenas conocí, de profesión carretero -aunque también atendía los campos-, andaba por la comarca transportando en su carreta de bueyes toda clase de mercancías. Falleció en un desgraciado accidente. En uno de aquellos días de transporte, regresando de Ribadavia, el carro iba chirriando en exceso a lo largo de todo el trayecto. Se paró en mitad del camino, en Sadurnín, y como hacía tantas veces, se metió debajo para untar de jabón los ejes y evitar así el estridente ruido. Cuando estaba en ello, los bueyes se arrancaron de repente, y las ruedas le pasaron por encima. Murió en el acto; una costilla se le clavó en el hígado. No derramó ni una sola gota de sangre. Fue en 1928, cuando yo tenía cinco años. Recuerdo bien el enorme disgusto que hubo en casa, y la cantidad de problemas legales que tuvieron que resolver para poder darle sepultura. >>
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Juan y Casilda tuvieron dos hijos. El primero de ellos, una chica, falleció a los dieciocho años a causa de una enfermedad. Arturo, por lo tanto, quedaba como hijo único. Cuentan que nació “señorito” -no quería trabajar en el campo, ni con los animales, ni en la bodega…-, y sus padres decidieron -atendiendo los deseos del hijo- que aprendiese el oficio de carpintero en Argentina, bajo la batuta de un maestro de gran reputación. Permaneció allí una larga temporada, sin cobrar ni un peso, y al regreso, instaló la carpintería. Había aprendido bien el oficio, y vino preparado para hacer muebles, levantar casas, fabricar toneles, cubas para el vino… Convertido en un excelente artesano, alcanzó pronto un reconocido prestigio en la comarca, y de su taller, ayudado por dos empleados -Emilio, el más conocido de la familia-, salían multitud de muebles de todo tipo. También especializado en la fabricación de barriles, los hacía de todos los tamaños imaginables. En plena comarca de O Ribeiro, nunca le falló este trabajo, y en su carpintería fabricaba desde inmensas cubas para los bodegueros, hasta simples barriles en miniatura utilizados para licores selectos: aguardiente blanca, licor-café, aguardiente de hierbas, crema… <<Hacía unas cubas gigantescas para los bodegueros -cuenta Purita-, “Cubas que non tiñan volta”, decían los parroquianos como elogio a su buen trabajo, sin fallos. Las montaba en la acera del taller, y Mamá Digna le ayudaba sosteniendo las tablas. En una ocasión fabricó una cuba de treinta y cinco mollos -unos ocho mil quinientos litros-, que no sé por qué razón, vendió por tres “chicas”. Al enterarse el abuelo Felipe, se incomodó mucho con su yerno Arturo, pues a él mismo le hubiese interesado comprarla. ¿Me preguntas si aún hay muebles en casa hechos por mi padre? Pues sí, los hay. El armario de la entrada -contaba Purita, refiriéndose a la casa de Cenlle-, los bancos del balcón, el arcón que trajo de Argentina llena de herramientas… Los primeros bancos que tuvo la iglesia de Cenlle los hizo él, y
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también los de la iglesia de Saa. En la casa de As Chavolas teníamos dos sellas preciosas, fabricadas por Papá Arturo. >>
Vigo, 1917. El matrimonio Digna López Montero y Arturo Marzoa Bóveda.
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Digna y Arturo tuvieron seis hijos: Antonio (1918/ 2010), Carmucha (1919/2007), Manolo (1921/2010), Purificación (1923), Casilda (1925/2008) y María Paz (1928/2008). Todos ellos nacidos en Saa, parroquia de Sadurnín, excepto la pequeña, que lo hizo en la casa paterna de As Chavolas. Y por supuesto, siempre con la asistencia de don Casiano, el leal doctor de Ribadavia especializado en partos.
1923. Los dos hijos mayores de Digna y Arturo: Carmucha y Antonio, con cuatro y cinco años. (Archivo familiar de Cenlle).
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Arcón que trajo de Argentina Papá Arturo, repleto de herramientas de carpintero. Se conserva en la actualidad en la casa de Cenlle. (Foto E. Huertes).
Mueble tocador de una de las habitaciones de la casa de Cenlle, fabricado por Papá Arturo en madera de castaño, en su taller de As Chavolas. (Foto Enrique Huertes).
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Dicen las malas lenguas que el abuelo Arturo, aún siendo un brillante ebanista, no se caracterizaba por sus ansias de trabajar. Siempre bien vestido, con buenas ropas que llevaba con estilo, destacaba en su entorno de campesinos... era un “señorito”. Recuerdan asimismo que le gustaba beber el buen vino de casa, no así los licores.
As Chavolas, años treinta. Delante de la casa familiar. Detrás: Silda, Delfina -la maestra, que se hospedaba en casa de los abuelos-, Antonio y Papá Arturo. Delante: Pacita y Manolo. En el balcón, Mamá Digna. La piedra que se observa a la derecha servía de parada para el “Auto Industrial”.
De los dieciséis nietos de Mamá Digna, fue Picuca la que pasó más tiempo con ella. Así como sus hermanos y primos fueron más de ir a Cenlle en vacaciones, a Picuca la mandaban a As Chavolas. Abuela y nieta entablaron una relación especial, de gran afecto. <<Me fascinaba aquella casa de As Chavolas -evoca Picuca-. Mamá Digna era una mujer muy sabia, y eso que no tenía estudios. Pero la vida le había enseñado… >>
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<<Sólo muy de vez en cuando me dejaba acompañarla a los campos. Tenía miedo de que a mis padres no les gustase que me mezclara con los jornaleros, y que hablara gallego como ellos… Y a mí me encantaba ir, y también a ella, llevarme. Disfrutaba recibiendo a los nietos en su casa, pero temía que alguna de las costumbres de la aldea incomodasen a mamá, e impidiese que volviéramos en futuras ocasiones. >>
As Chavolas, Huerta de As Bouzas, 1940. Detrás: Silda, Papá Arturo, Manolo, Mamá Digna y Pacita. Delante: Enrique y Carmucha -todavía novios-, y Delfina, la maestra. (Archivo familiar de Cenlle).
<<Yo le pedía a diario -continúa Picuca con sus recuerdos- que me llevase “aos eidos”, que nos dejase ir a la huerta, andar con los animales… Era feliz con todas aquellas tareas de la aldea que no teníamos en la ciudad. >>
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As Chavolas (RIbadavia-Ourense), 1924. En de la puerta de casa. Entre otros, detrás: Mamá Digna, Purita, Manolo, don Antonio, Papá Arturo…; delante: Carmen, Antonio, Carmucha… (Archivo familiar de Cenlle).
As Chavolas, 1940. Delante del portalón de casa. Manolo, Pacita, Purita, Mamá Digna, Carmucha, Papá Arturo y Silda. (Archivo familiar de Cenlle).
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San Amaro, 19 de abril de 1952. Asunción, Eugenia, Maruja, Mamá Digna -medio escondida-, Pepita, Antonio -de pie-, Carmucha, Aurora y Rubén -el médico de Ribadavia, primo de las tías- con sus hijas, Carmen y Papá Arturo.
”¿A dónde vas abuela?”, le preguntaba Picuca cuando la veía salir de casa, intentando que le dejara acompañarla. “Está caladiña, nena, que non vou a ningures.”, contestaba resuelta.
As Chavolas (Ribadavia-Ourense), 1940. Papá Arturo, con Silda -a la derechay dos amigas de la nieta. (Archivo familiar de Cenlle).
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As Chavolas, años cuarenta. Entre otros: Carmiña “de San Lorenzo”, Amparito, Enrique, Carmucha, Carmen, Purita… (Archivo familiar de Cenlle).
As Chavolas (Ribadavia-Ourense), años cuarenta. Entre otros: Purita, Carmen, Amparito, Carmucha… (Archivo familiar de Cenlle).
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As Chavolas, 1935. Purita, con doce años, Carmucha, con dieciséis, y una vecina de casa. Delante, Silda, con cinco. (Archivo familiar de Cenlle).
Las hijas de Digna y Arturo destacaban por guapas y distinguidas, y siempre tuvieron muchos pretendientes alrededor. La mayor, Carmucha, muy pronto estuvo rodeada de admiradores, a los que nunca dio demasiada opción según dicen, hasta que llegó “el suyo”, el vigués Enrique Martínez.
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En octubre de 1940, desde México D.F., un admirador envía a Carmucha la fotografía de arriba, con esta dedicatoria en el reverso. (Archivo familiar de Cenlle).
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As Chavolas, 1941. Reunión de la familia y amigos en un día de fiesta. Entre otros: Manolo, Carmiña “de San Lorenzo”, Purita, Carmen, Elvira, Silda, Teresa “a Bugarina”, Amparito… (Archivo familiar de Cenlle).
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As Chavolas (Ribadavia-Ourense), 1940. Manolo, Pacita y Silda, en las parras de la Huerta de As Bouzas. (Archivo familiar de Cenlle).
<<Papá Arturo -recuerda Purita al mirar la fotografíase había roto una pierna en las parras de la huerta. Se subió a una escalera para coger un racimo de uvas, y se cayó. Para recuperarse, tuvo que pasar internado una temporada en el sanatorio de Ourense. >>
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As Chavolas (Ribadavia-Ourense), 1940. Enrique, Carmucha, Manolo, Delfina y el abuelo Arturo. Delante, Silda y Pacita. (Archivo familiar de Cenlle).
A principios de los años cuarenta, Carmucha iniciaba su relación con Enrique, su futuro esposo, que comienza a aparecer en muchos de los testimonios fotográficos de entonces.
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As Chavolas (Ribadavia-Ourense), aĂąos cuarenta. De pie: Silda, Pacita y Mayeya. Abajo: Carmucha y Silda, a la derecha. (Archivo familiar de Cenlle).
As Chavolas, 1941. Carmucha.
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Carretera de As Chavolas, 1940. De izquierda a derecha: Amparito -hermana de Roberto, dentista de Vigo y amigo de la familia-, Carmucha, la hija de Rubén -médico de Ribadavia-, Silda, Purita, Carmen y Pacita.
Carretera de As Chavolas, 1940. Detrás: Purita, Carmen, Carmucha y Enrique. Delante: Pacita, Amparito y Silda. (Archivo familiar de Cenlle).
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Carretera de San Andrés, años cuarenta. Silda, Rogelia “de San Andrés”, Purita, Pacita y Carmucha. (Archivo familiar de Cenlle).
Cenlle, años cuarenta. Delante: Pacita, en el colo de Enrique, y Carmen. Detrás: Carmucha, Silda, Purita y Amparito. (Archivo familiar de Cenlle).
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Baiona, 1941. Carmucha, en el Rompeolas.
A buen seguro que Carmucha no imaginaba entonces que Baiona sería su futura residencia de verano en la ultima fase de su vida. Durante casi veinticinco años, su hermana Pacita, sus hijas Picuca y Carmela -fallecida en 1988-, y parte de sus nietos, le proporcionarán una conveniente compañía que compensará de algún modo la llorada pérdida de su esposo Enrique. A principio de los años noventa, su hermana Silda y su cuñado Manolo “Pericocho” se sumaban también al “verano baionés”. Y con ellos, por supuesto, sus hijos y sus nietos. Y tampoco faltaban frecuentes visitas: su hermano Antonio y su esposa Carmen, “los argentinos”, su hermana Purita, sus sobrinos…
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Antonio y Carmucha, los dos hijos mayores de Digna y Arturo, estudiaron Magisterio en Ourense. Así como Antonio ejerció la profesión de maestro toda su vida, Carmucha, que además hizo los estudios de Enfermería, nunca trabajó en ninguna de las dos profesiones. Antonio también obtuvo el título de practicante en Santiago, actividad que sí ejercía en los lugares donde estuvo como maestro.
As Chavolas, 1934. Carmucha, recién aprobados los estudios de Enfermería.
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Cuando en 1936 estalla la Guerra Civil, Antonio estaba estudiando en Ourense. Tenía dieciocho años, y se encontraba hasta tal punto enfervorizado con el general Francisco Franco, que quería presentarse como voluntario para luchar con los nacionales. No hubo lugar, porque antes fue llamado a filas y destinado a Ceuta. La familia se quedó más tranquila porque en su destino no se daban las cruentas confrontaciones militares de la península. La tranquilidad no duró demasiado, ya que Antonio, apenas se le presentó la oportunidad, se anotó voluntario para ser trasladado a Teruel, uno de los puntos calientes de la contienda. Estuvo en una compañía de zapadores, dedicados exclusivamente a cavar zanjas para las trincheras, y por consiguiente, no le tocó disparar demasiado.
Antonio Marzoa López, de soldado de Infantería en la Guerra Civil.
<<Nos escribía a menudo desde el frente -recuerda Purita-, pero en casa no había tranquilidad porque no se sabía lo que podría estar pasando entre carta y carta. Cuando venía de permiso, llegaba lleno de piojos. Mamá ponía una caldera
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de agua al fuego, y allí metía toda la ropa que traía. Aún después de lavada, con un cepillo del piso, teníamos que raspar en los bolsillos los piojos muertos allí almacenados. Mi hermano venía desde las mismas trincheras. En cambio Manolo, que sufría ataques de paludismo, consiguió quedarse en Pontevedra, gracias a la gestión del teniente Bóveda, pariente de mamá. Habíamos ido Carmen y yo a hablar con él. En el Ejército le habían tratado su enfermedad con quinina, que terminaría por provocarle una fuerte sordera que le iba a acompañar el resto de su vida. >>
A Guarda (Pontevedra), 1941. Carmucha y Manolo.
Manolo aprendió con su padre el oficio de carpintero, y acabada la guerra, se trasladó a Vigo a trabajar en la carpintería de la empresa de su cuñado Enrique, situada en “La Chavola”, la casa familiar de la Calle Llorente.
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Enrique y Papá Felipe hacían cuentas de vez en cuando de la gestión de la madera almacenada en Vigo desde el inicio de la Guerra Civil. Modesto Martínez, el buen cliente y amigo del abuelo, le gestionaba el almacén, y su hijo Enrique se acercaba a Cenlle a rendir cuentas. No tardó demasiado en “entablar noviazgo” con Carmucha. Venía en el “Auto Industrial” hasta Ribadavia, y después de la correspondiente caminata monte arriba, llegaba a Cenlle… Cuentan que a veces Carmucha aún no se había levantado de cama, y le hacía esperar un buen rato.
Cenlle, años cuarenta. Carmucha y Enrique, de novios.
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As Chavolas, 1941. Arriba: Enrique, Carmucha, Lolita “de Santiago” y Silda. Abajo: en el centro, Enrique y Carmucha, de novios, acompañados de Silda y Lolita “de Santiago” -con blusa blanca-. (Archivo familiar de Cenlle).
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Silda, la quinta de los hermanos, estudió Corte y Confección, y llegó a ser una modista de categoría. Montó un espléndido taller en la habitación más grande y soleada de la casa de As Chavolas, con un coqueto probador instalado en un pequeño cuarto contiguo. En el centro de la sala había una gran mesa donde cortaba los patrones, y a su alrededor cosían las aprendices. <<Cuando se acercaban las Fiestas de Cenlle o de As Chavolas -recuerda Picuca-, todas las chicas de la zona venían a hacerse vestidos nuevos para esas fechas. En aquellos días previos, se vivía en el taller una animación bárbara, todas eligiendo en los figurines su modelito; era muy divertido… Al parecer, los figurines se los enviaban desde Argentina. En España, recién acabada la Guerra Civil, no había. >>
As Chavolas, 1950. Silda, planchando uno de sus vestidos.
<<De novios -cuenta Picuca-, Silda esperaba por Manolo en el banco de piedra de la puerta. Se ponía guapísima, con aquellos vestidos de mucho vuelo, muy bien peinadita y maquillada… Yo tenía que acompañarla, porque no estaba bien visto por entonces que estuviese sola esperando a su pareja. Manolo llegaba en bicicleta, sudando, sucio y mal
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vestido, los zapatos embarrados… después de trabajar en la bodega familiar de Ventosela. Toda su vida repitieron la misma escena: ella impecable, él siempre descuidado. >>
Cenlle, 16 de agosto de 1954. Manolo “Pericocho” y Silda.
Tras casarse, Silda cerró el taller, pero nunca dejó de ejercer de modista para los de casa. Las tías, las mayores y las más jóvenes, siempre lucieron bonitos y elegantes vestidos hechos por ella... y también por Purita. Y por supuesto, Silda conservó siempre su impecable presencia…
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As Chavolas, 1950. Silda y Manolo “Pericocho”, de novios.
As Chavolas, 1950. Fulgencio, Rosiña “Pericocha” -hermana de Manolo-, Silda y Manolo “Pericocho”. (Archivo familia Díaz Marzoa).
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As Chavolas (Ribadavia-Ourense), 1950. Rosiña “Pericocha” y Silda, paseando por la carretera. (Archivo familia Díaz Marzoa).
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Vigo, 1950. Una amiga, Alicia Coloret, Ligia y Silda, paseando elegantes por la Calle del Príncipe. (Archivo familiar de Cenlle).
A lo largo de los años cuarenta y principios de los cincuenta, la casa de As Chavolas, tan llena de vida hasta entonces, se iría “vaciando” de hijos paulatinamente, y los abuelos Digna y Arturo se encontraron solos casi sin advertirlo. En 1931, ya Purita había dejado el hogar paterno para acompañar a la tía Carmen en su tarea de maestra. A finales de los años treinta, Antonio y Carmucha se fueron a estudiar a Ourense, y sólo volvían en vacaciones. En esa época, tiempos de la Guerra Civil, Antonio y Manolo fueron llamados a filas y estuvieron ausentes hasta que se acabó la contienda en 1939. Es a principio de los cuarenta cuando comienzan las bodas. Carmucha con Enrique, Antonio con Pepita, Manolo con Lola, y por último, en 1954, Silda con Manolo “Pericocho”. La hija pequeña, Pacita, se había trasladado a Vigo a principios de los años cuarenta para estudiar Magisterio, y poco después ingresó en la orden de las monjas carmelitas.
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Cenlle, Iglesia Parroquial de Santa María, 16 de agosto de 1954. Los abuelos Digna y Arturo, con su nieto Quique en su Primera Comunión.
As Chavolas, años cuarenta. El abuelo Arturo.
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A la abuela Digna le incomodaba bastante tener que vestirse de forma especial para asistir a los actos sociales de la aldea. Al contrario que a su marido Arturo, que como “señorito” que era, disponía de soltura sobrada para presentarse debidamente trajeado.
Años cincuenta. Los abuelos Digna y Arturo.
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Vigo, “La Chavola”, 25 de diciembre de 1957. Foto de la familia, casi al completo, en las escaleras de casa. Arriba: Geluco, Arturo, José Antonio, Lito, Carmela, Enrique, Felipe y Carmucha. En medio: Quique, Picuca, Purita, Manolo, Lola, Manolo “Pericocho”, Silda, Manolito, María Jesús, Pepita y Antonio. Delante: Pacita, Mayeya, los abuelos Digna y Arturo, Juan Luis, Elvira y Carmencita. Falta en la fotografía la tía Pacita, que por entonces se encontraba en el convento de Vitoria, preparándose para tomar los votos de monja carmelita. (Archivo familia Martínez Marzoa).
Digna y Arturo tuvieron diecisiete nietos: seis mujeres y once varones. A su vez, los nietos le proporcionarían veinte biznietos: ocho mujeres y doce varones. Mientras Papá Arturo no conoció a ninguno, la abuela llegó a conocer a casi todos. Y de momento, son ocho los tataranietos, cuatro varones y cuatro hembras, a los que Mamá Digna ya no conocería. Aunque ellos sí sabrán de los tatarabuelos por sus abuelos, por sus padres… y por las páginas de este libro.
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El abuelo Arturo fallecía en 1960. Fue enterrado en el cementerio de la Iglesia de Sanín (Ribadavia), cuyos primeros bancos para los fieles había hecho el mismo.
Cenlle, 16 de agosto de 1954. El abuelo Arturo, en el balcón de casa.
Cementerio de San Pedro de Sanín, donde estuvo enterrado el abuelo Arturo, hasta el traslado de sus restos mortales al cementerio parroquial de Cenlle.
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Recordatorio del fallecimiento de Arturo Marzoa Bóveda, el 30 de marzo de 1960, en su casa de As Chavolas. (Archivo familiar de Cenlle).
El velatorio del abuelo se instaló en el salón de entrada de la casa de As Chavolas, con el ataúd colocado en el que fuera probador del taller de Silda. Luego, el cortejo fúnebre salió caminando hasta el cementerio de San Pedro de Sanín. La anécdota fue que Manolito, el hijo de Silda y Manolo, con siete años por entonces, vio salir la comitiva del entierro desde el balcón. Al cabo de un tiempo, observó otro entierro por la carretera, y entró en la casa alborozado, gritando: “¡Abuela! ¡Abuela! Ya traen de vuelta al abuelo”.
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As Chavolas, aĂąos sesenta. Arriba, la abuela Digna con su hija Carmucha. Abajo: la abuela, cosiendo en su casa. (Archivo familiar de Cenlle).
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Tras el fallecimiento del abuelo Arturo, sus hijas insistieron para que Mamá Digna dejase de trabajar en los campos. Lo hizo de mala gana, puesto que a pesar de su edad, cerca de los setenta años, se encontraba en perfecto estado, de salud y de cabeza, para continuar en la faena. Poco después del abandono de los campos, la abuela se traslada a vivir a O Carballiño con su hija Silda. Desde allí comienza a vender su “capital” poco a poco, y va repartiendo la herencia anticipada entre sus hijos. “Treinta pesetas entre seis toca a cinco. Ocho eidos entre seis, sólo peleas.”, explicaba con sabiduría.
Años setenta. Mamá Digna, Carmucha, Enrique y la tía Elvira.
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La abuela Digna fallecía en 1977 en la casa de Cenlle, después de un tiempo encamada, y sin que estuviese aquejada de ninguna enfermedad en concreto. Tenía ochenta y dos años.
O Carballiño, 1977. Mamá Digna, ya encamada y poco antes de morir, con su nieta Carmencita y sus biznietos Camilo, Cristina y Rubén.
Recordatorio del fallecimiento de Digna López Montero.
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Cenlle, Iglesia de Santa María, 24 de octubre de 1977. Entierro y funeral de la abuela Digna. Delante: sus nietos María y Suso, su hermana Carmen, sus hijas Purita y Carmucha, y su hermana Elvira. Detrás: su hijo Manolo, su nieto Carlos, su nuera Lola y su hija Pacita. Más atrás: Gonzalo Rey Alar, suegro de su nieta Picuca. (Archivo familiar de Cenlle).
Esquela publicada en “La Región” de Ourense.
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Después de trasladar las cenizas del abuelo Arturo desde el cementerio de San Pedro de Sanín, los restos mortales de los abuelos Arturo y Digna se encuentran en el camposanto de la Iglesia Parroquial de Santa María de Cenlle.
Cementerio de la Iglesia de Santa María de Cenlle. Lápida del nicho que contiene los restos de los abuelos Arturo y Digna. También están depositadas las cenizas de su hija Pacita, fallecida en 2008. (Foto Enrique Huertes).
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Baiona (Vigo-Pontevedra), 1984. “Los argentinos”: Antonio Freijedo López y Olga Haydeé Alizieri González. (Archivo familia Martínez Marzoa).
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IV. “Los argentinos” El discurrir de la vida de María, la tercera hija de Papá Felipe, en su aldea natal se vio alterada para siempre por un suceso que marcaría el futuro del matrimonio casi desde recién casados, un suceso lamentable más propio del cine de ficción que de la realidad misma. Después de unos años de noviazgo, en los que el pretendiente no era precisamente “gustante” de Papá Felipe -tal vez por ser de un rango social inferior-, María y Salvador se casan al fin en 1923. En las aldeas, con diferencias sociales mucho más acentuadas que ahora, casi un siglo después, eran extremadamente “mirados” para las relaciones entre las parejas, y que el cartero del pueblo se casase con una señorita como María resultaba chocante y motivo de comentarios. Pero así fue. María López Montero, con veintiséis años, y Salvador Freijedo Bóveda, con veintiocho, se casan el 11 de enero de 1923, en la iglesia de San Lorenzo da Pena. Salvador había sustituido en el puesto de cartero de Cenlle al popular Graciano, muerto en la Guerra de Marruecos. Entre sus funciones cotidianas estaba el ir de Cenlle a San Amaro a buscar el correo. Para ello atravesaba una peligrosa zona de monte, donde algunas veces se habían cometidos asaltos. <<Para ir a San Amaro a recoger el correo -contaban las tías de Cenlle hace muchos años-, Salvador tenía que cruzar el monte de A Corredoira, que siempre estuvo considerado como un lugar muy peligroso. Los mayores del pueblo hablaban de robos, atracos a mano armada, agresiones a caminantes... y durante la Guerra Civil, y también después, se encontraban a menudo cadáveres tirados entre los tojos, víctimas de los temidos “paseos” y de los ajustes de cuentas de la época. Aún hoy en día, a los que conocemos el pasado, nos impone
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andar por A Corredoira. Se respira en el aire una sensación inquietante, propia de aquellos escenarios que han sido testigos de historias de dolor y muerte. Pues bien, ocurrió que una mañana, al amanecer, encontraron el cadáver de un hombre en A Corredoira, desangrado por las numerosas puñaladas recibidas. Se trataba de un vecino de Sadurnín, y según su familia, venía de O Carballiño, donde había cobrado una importante cantidad de dinero, fruto de la venta de unas tierras. El dinero no apareció por ningún lado, y cuentan que una paisana declaró a la Guardia Civil haber visto a aquel hombre con Salvador, el cartero, en la tarde anterior, y que discutían a voces en medio del monte. A simple vista, se convertía en el primer sospechoso. Así que de inicio, culparon a Salvador, que posiblemente fuese la única persona que había pasado por allí a lo largo del día. Lo detuvo la Guardia Civil, y al poco lo dejó en libertad por falta de pruebas. Pero al cabo de unos días, Carmen, la madre de Salvador, llegó muy alterada a casa de Papá Felipe, anunciando que iban a volver a detener a su hijo, y que debía esconderse cuanto antes. El abuelo, conocedor del proceder de la Guardia Civil en aquellos tiempos, buscó a Salvador por el pueblo, lo escondió durante todo el día, y esa misma noche, acompañados de María, salieron los tres rumbo a Vigo. A la mañana siguiente, primeros de diciembre de 1923, Papá Felipe embarcaba a los dos “por la alta” -sin papeles- con destino a Buenos Aires, cogiendo la lancha que trasladaba a los viajeros desde el muelle al barco, anclado en mitad de la ría. Llegaron a Argentina el 31 de diciembre, para iniciar con el Año Nuevo una vida en un lugar desconocido que no sabían qué les depararía. >> Comenta Antonio desde Buenos Aires que, cuando llegaron a puerto, la Oficina de Emigración estaba cerrada por ser Fin de Año, y como consecuencia, no pudieron desembarcar. Pasaron la noche en el barco en medio del ruido de bombas y fuegos artificiales con los que el pueblo bonaerense festejaba la entrada de año. Al día siguiente, iniciaban su vida
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en Argentina. En el muelle los esperaban los primos, y con ellos se fueron a vivir transitoriamente a casa de la tía Pepa, hermana de Papá Felipe, y residente allí desde hacía años.
Vigo, Puerto de A Pedra, años veinte. Emigrantes, esperando el embarque.
<<María iba embarazada -recordaban las tías-, y tuvo su niño unos meses después, el 14 de marzo, al que bautizaron con el nombre de Antonio. En casa, como es de suponer, sufrimos un disgusto tremendo e irreparable por aquella “huida” obligada de Salvador y María. A Papá Felipe no había forma de consolarle. Andaba lloriqueando por todas las esquinas, y cuando alguien le recriminaba tanto lloro, que al fin no arreglaba nada, contestaba con enorme pena: “Ti non choras porque non é tua filla”. >> <<Un mes después, descubrieron al verdadero asesino, un vagabundo que pasaba por allí en el momento de la discusión. Les oyó hablar de dinero, de bastante dinero, y se deduce, por la declaración del culpable, que Salvador no estaba muy de acuerdo con las condiciones del negocio. Nunca se supo a ciencia cierta el porqué, si fue por la cuantía de la
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operación, o bien porque él mismo había aspirado a comprarlas. Tan pronto se separaron, el vagabundo siguió al paisano, y aprovechando la noche, le asestó varias cuchilladas que resultaron ser mortales. Él mismo se delató disponiendo de un dinero del que no pudo dar explicación. La Guardia Civil le hizo “cantar” en media hora, pero había tardado demasiado tiempo en dar con él. ¡Vete tú a saber qué hubiese sucedido si acaban deteniendo a Salvador!... ¡Y quién sabe si no le hubiera caído el “muerto”! ... y nunca mejor dicho. Para Papá Felipe fue un consuelo que se esclareciesen los hechos, pero a la inmediata sugerencia de que volvieran, contestaron que Salvador no se fiaba en absoluto de la Guardia Civil. Temía, que al haber huido en su día, lo pudiesen detener ahora por obstrucción a la Justicia. Comentaron que de momento no pensaban regresar, que además, les iba muy bien en Buenos Aires. Aunque la morriña les atacaba un día sí y otro también, habían decidido que su porvenir estaba allí. Papá Felipe no volvería a ver nunca más a su hija María y a su yerno Salvador, y por supuesto, no llegó a conocer a su nieto Antonio nada más que en fotos. >>
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1917. María López Montero (Cenlle, 1897 - Buenos Aires, 1967).
El 14 de marzo de 1924 nacía en Buenos Aires felizmente Antonio Freijedo López, hijo de María y de Salvador. Más de medio siglo después, junto a su esposa -también con antepasados de Cenlle-, pasarían a ser conocidos por sus familiares gallegos como “los argentinos”.
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Iglesia de San Lorenzo da Pena (Cenlle-Ourense), donde se casaron en 1923, María López Montero y Salvador Freijedo Bóveda.
Acogidos y apoyados con la acostumbrada hospitalidad que dispensaba la numerosa colonia gallega a los emigrantes recién llegados, el matrimonio no tardó en adaptarse a la nueva vida. Salvador encuentra trabajo con facilidad, y logran asentarse en la capital argentina, donde nace su hijo Antonio tres meses después de su llegada. Allí residía desde finales del siglo XIX, “Pepa” López Fernández, hermana de Papá Felipe, y casada en 1891, antes de emigrar, con Luis González Diéguez, en la Iglesia Parroquial de Santa María de Cenlle. Tuvieron siete hijos en Argentina. <<María, mi mamá -cuenta Antonio Freijedo López-, ya conocía a la tía Pepa y a seis de sus siete hijos de su estancia en la casa de Cenlle desde 1914 a 1918, en plena Guerra Mundial. En este período de conflicto, Argentina, a pesar de su neutralidad, atravesó grandes dificultades económicas. >> Durante ese tiempo en Cenlle, la tía-abuela Pepa fue vendiendo todo su “capital” heredado, excepto la parte de la casa paterna que le había correspondido. La vendería más adelante, a mediados de los años cuarenta. Tan sólo conservaría la casa de La Cruz, hoy en día en propiedad de un biznieto, que la ha conservado, mejorado y ampliado.
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Cuando acabó de vender la casi totalidad del su patrimonio en Cenlle, la tía Pepa y los seis hijos regresaron a Buenos Aires.
Buenos Aires, años treinta. La abuela Josefa “Pepa” López Fernández. (Archivo familia Freijedo González).
<<Los hijos de la abuela Pepa que estuvieron en Cenlle durante cuatro años -prosigue Antonio en el relatofueron los que nos contaron infinidad de detalles sobre la aldea, la familia, la casa, las costumbres… Hay que reseñar que Pepa jamás habló en castellano, siempre utilizaba el gallego, circunstancia que en Buenos Aires no le ocasionaba ningún problema. Falleció en 1943. >>
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Buenos Aires, 1905. Foto de familia. Los abuelos Luis González Diéguez y Pepa López Fernández, con sus hijos Julio, Pura, Emilio, Luisa y Amelia. (Archivo familia Freijedo González).
<<Sus hijos, Amelia -mi futura suegra-, Luisa, Pura, Emilio -el único hijo que no viajó a Cenlle-, Julio, Francisco y Alfredo, fallecieron en Buenos Aires hace muchos años. >>
Cenlle (Ourense), años cuarenta. La casita caleada de la derecha, integrada en la casa paterna de la izquierda, la heredó la tía Pepa, hermana de Papá Felipe. (Archivo familiar de Cenlle).
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<<En Buenos Aires, capital de la República, mi padre trabajó durante un año, -cuenta Antonio-, en una curtiduría. Luego nos trasladamos a Campana, provincia de Buenos Aires, una ciudad eminentemente industrial, donde le habían ofrecido un puesto en una importante empresa frigorífica. >>
Buenos Aires, 1927, Salvador Freijedo Bóveda y María López Montero, con su hijo Antonio, a los tres años. (Archivo familiar de Cenlle).
<<Durante nuestra estancia en Campana, papá contactó con el sacerdote don Jesús Domínguez, natural de Cenlle y al que conocía de la aldea, hermano de don Antonio, el cura
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de Cenlle. Era el párroco de la Catedral de Campana; mi padre estuvo colaborando con la parroquia mientras residimos en esta ciudad. >>
Buenos Aires, 1927. Fotografía de Antonio Freijedo López, con casi cuatro años. Lleva una dedicatoria al dorso: “Dedicado a mis queridas tías Elvira y Carmen para demostrarles cuánto las quiero. Firma, Antonio”.
<<En 1926 -sigue contando Antonio-, un aparatoso e importante incendio deja completamente destruido el frigorífico. Perdido el trabajo, retornamos definitivamente a Buenos Aires. Al volver, mi papá consigue un empleo en la administración de propiedades más importante de la capital, en la que trabajaría hasta su jubilación. Mientras, mamá se encargaba del hogar, y también de mi educación. >>
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Buenos Aires, 1931. Primera Comunión de Antonio.
Buenos Aires, años cuarenta. Salvador Freijedo y María López.
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<<Dos años después de su llegada a Argentina -cuenta Antonio-, mis papás tuvieron la suerte de ver amerizar al hidroavión “Plus Ultra” en el Río de la Plata, el 10 de febrero de 1926. Fue el primer avión que completó el vuelo entre España y América, cruzando el Océano Atlántico Sur en siete etapas, y tras casi sesenta horas de navegación. Había salido de Palos de la Frontera el 22 de enero, con el comandante Ramón Franco al mando, y tres tripulantes más. Esta hazaña culminó con el recibimiento de la tripulación en la Casa Rosada -sede del gobierno nacional-, por el presidente argentino Marcelo Torcuato de Alvear, quien, por tal motivo, interrumpió sus vacaciones de verano en Mar del Plata para volver a Buenos Aires. Por invitación del presidente, saludaron desde el balcón presidencial, frente a la histórica Plaza de Mayo, donde los aclamaba una fervorosa multitud. Además, Carlos Gardel les dedicó el tango “La gloria del águila”. >>
Buenos Aires, 1926. El hidroavión “Plus Ultra”, amerizando a su llegada en el Río de la Plata, recibido numerosas embarcaciones.
<<Con posterioridad, el rey de España Alfonso XIII donó a Argentina el hidroavión, que hoy se encuentra en el Museo Udaondo de la ciudad de Luján (Provincia de Buenos Aires), donde es visitado por miles de turistas nacionales y extranjeros. >>
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<<Mi madre falleció en 1967, a la edad de setenta años, y mi padre en 1978, a los ochenta y tres. Ambos fueron enterrados en el impresionante panteón del Centro Gallego de Buenos Aires, en el marco del grandioso Cementerio Municipal de La Chacarita. >>
Buenos Aires. Panteón del Centro Gallego en el Cementerio de La Chacarita.
<<Allí también reposaban los restos de muchos de los familiares de Olga en Buenos Aires. Años después, resolvimos incinerar sus restos, y trasladar sus cenizas al cinerario del Santuario y Basílica de Santa Rosa de Lima, patrona de América Latina y de nuestra Independencia. >>
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<<Mi familia se carteaba con las tías de Cenlle, y de esta forma, nos manteníamos al tanto de las novedades familiares, así como de los acontecimientos del pueblo. Y a su vez, nosotros informábamos de lo que iba sucediendo en Buenos Aires. >>
Buenos Aires, 1951. Antonio Freijedo López. La fotografía, del viejo archivo fotográfico de las tías de Cenlle, cuenta con una dedicatoria por el reverso: “A mis tías con el mayor cariño”. (Archivo familiar de Cenlle).
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Antonio, el hijo de María y Salvador, siguió sus estudios primarios y secundarios en los centros de la capital, hasta ingresar en la Universidad de Buenos Aires a principios de los años cuarenta. Obtiene los títulos de Licenciado en Economía, en Administración, de Contador Público y de Doctor en Ciencias Económicas. <<En mi largo peregrinaje laboral -hace Antonio una “pequeña” semblanza de su trayectoria-, inicié mi carrera docente a los dieciocho años en escuelas secundarias como profesor de la English High Schcool; luego fui profesor del Colegio de Segunda Enseñanza de Lanús, de la Escuela de Comercio General San Martín, de la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini (de la Universidad de Buenos Aires) y de la Escuela Presbítero Manuel Alberti, en la que también desempeñé el cargo de director. La docencia universitaria la inicié a los veintidós años, después de graduarme de Contador, dictando cursos de Trabajos Prácticos en la Universidad de Buenos Aires. Culminé mi carrera docente como profesor titular de Estadística de la Universidad de Belgrano y de la Universidad Nacional de Buenos Aires; con anterioridad fui Jefe de Estadística y Análisis Matemático de ésta última universidad. Durante mi vida profesional, participé en numerosos congresos nacionales y extranjeros, e impartí conferencias en otras universidades del país. Aún ahora, a pesar de estar jubilado, continúo como profesor consulto de la Universidad de Belgrano. También fui director de los cursos de capacitación y actualización del personal de la Caja Nacional de Ahorro Postal y Seguros -con sucursales propias y adheridas en todas las ciudades del país-, y Supervisor del Área de Organización e Informática de dicha entidad. Toda mi actividad docente la realicé ejerciendo al mismo tiempo mi profesión, principalmente, de Perito de
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Tribunales. En este trabajo, tuve la colaboración de mi hijo Claudio. Los cargos docentes fueron obtenidos a través de concursos de antecedentes y oposición ante jurados integrados por representantes de otras universidades. Completé publicaciones en Argentina y Estados Unidos, y mi tesis doctoral fue publicada por la Federación Latinoamericana de Bancos, por considerarla de interés universal. Mi primer libro, editado en 1948, fue “Derecho Internacional I Privado y Legislación Consular”. Después siguieron otras publicaciones como “Mecanización Integral de un Servicio”, “El SCD y la Contabilidad de la Gran Empresa”, “Tendencia Secular del Ahorro en la República Argentina”, “Función Social de las Inversiones Bancarias”, “Teoría de los Mínimos Cuadrados” y “Teoría y Cálculo de Probabilidades”. Todo ello me llevó a figurar con mi biografía en los libros “Quién es quién” en Argentina, y “Quién es quién” en Sudamérica. >>
<<Una auténtica locura de actividades en mis setenta y dos años de vida profesional, por supuesto soportados por mi esposa Olga desde que nos casamos en 1956, e incluso antes, durante el noviazgo. Hoy, junio de 2018, descanso tranquilo como jubilado junto a Olga, pero añorando el pasado, principalmente la docencia, iniciada cuando tenía dieciocho años. >>
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Antonio Freijedo López, a finales de los años cuarenta. Desde Buenos Aires envía esta fotografía a Cenlle. Al dorso figura una dedicatoria: “A mi abuelo y mis tías, cariñosamente”. (Archivo familiar de Cenlle).
Es sabido que Buenos Aires ha sido considerada en el siglo pasado como “la quinta provincia gallega”. Se calcula que la población en la capital argentina superaba los quinientos mil gallegos en los años de emigración más intensa. La relevancia de la colonia gallega, tanto en lo social como en lo económico, en lo cultural e incluso en lo político, alcanza su máximo exponente en el Centro Gallego de Buenos Aires. En la década de los cincuenta, ya cuenta con la imponente cifra de cien mil asociados. Cuatrocientas camas hospitalarias, el Museo Castelao, el Instituto Argentino de Cultura Gallega, el gran SalónTeatro, una enorme biblioteca… dan vida a un organismo que vertebra el sentimiento gallego.
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El vestíbulo de la entidad está presidido por los bustos de Rosalía de Castro y Alfonso Rodríguez Castelao, y en sus dependencias adornan las paredes valiosos cuadros de grandes pintores gallegos, como Sotomayor, Laxeiro, Maside, el propio Castelao, Díaz Pardo, Colmeiro, Seoane, Souto, Minguillón, Pesqueira… Insignes artistas que, a su paso por Buenos Aires, dejaron su huella en el enclave que aglutinaba “la Galicia sudamericana”.
Centro Gallego de Buenos Aires.
Ha sido visitado en numerosas ocasiones por las autoridades gallegas. En 1997, con motivo del noventa aniversario, el presidente de la Xunta, Manuel Fraga Iribarne, y el presidente de Argentina, Fernando de la Rúa, estuvieron presentes, designando la esquina de Belgrano y Pasco, donde se encuentra el Centro Gallego, como “la esquina de la galeguidade”. <<Cada año -cuenta Antonio-, en la celebración del aniversario, acudimos más de quinientas personas a celebrar los actos conmemorativos, donde entre jotas y “muiñeiras”, nos tomamos también varias “chiquitas” de “queimada” que, con el correspondiente “conxuro”, prepara el señor Ramón Suárez Álvarez, más conocido como “o muxo”. >>
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Antonio Freijedo conoció a su futura esposa, Olga Haydeé Alizieri González, en Buenos Aires, en el contexto de las acostumbradas relaciones entre familias, que los gallegos mantenían tan vivas en la capital argentina. Olga resultó ser nieta de Pepa López Fernández, la hermana de Papá Felipe, y Antonio, nieto de este último, de manera que iniciaron su noviazgo a sabiendas de su parentesco. Primos primero, y también esposos después, cuando se casaron en 1956.
Buenos Aires, 1928. Reunión de primos: Salvador y María, Antonio Alizieri y Amelia, Pepita y Luisa. Delante: Antonio y Olga. (Archivo familia Freijedo González).
<<La tía-abuela Pepa había emigrado a Argentina -cuenta la tía Purita- poco después de casarse en Cenlle con Luis González Diéguez. Les fue muy bien en Buenos Aires, y no
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tardaron en alcanzar una pujante situación económica. Él, al cabo de unos años, se hizo con dos fábricas de tabaco que funcionaban con éxito. Tuvieron siete hijos, y Amelia, la mayor de todos, sería con el tiempo la madre de Olga. Dentro de sus limitaciones, el matrimonio acogía en su casa a muchos emigrantes gallegos recién llegados, en tanto no encontraban dónde instalarse. Hasta que un día contrataron a una de aquellas jóvenes que llegaron para las labores domésticas, que por entonces, con tantos hijos, nunca faltaban. Pero la vida es como es, y el marido acabó enamorándose precisamente de la chica, con lo cual, pasado un tiempo, abandonó a su mujer y a sus siete hijos. >> Fue entonces, cuando Pepa López Fernández y seis de sus siete hijos, se trasladaron a Cenlle, donde permanecieron durante cuatro años, de 1914 a 1918, viviendo en la casa de Papá Felipe. <<Luis González Diéguez, el ex marido de Pepa, al romperse el matrimonio, plantó fuego a las dos fábricas de tabaco que tenía en propiedad, con el fin de cobrar el seguro. El fraude fue descubierto y acabó perdiéndolo todo. Al final, se marchó a Chile con su nueva pareja, y desde allí, en un buen gesto con Pepa, le envió un poder autorizándola a vender todos los bienes que tenían en España, lo que significó una valiosa ayuda económica para ella. >> La abuela Pepa, después de regresar con sus hijos a Buenos Aires, se instalaría a los pocos años, en 1923, en el recién inaugurado Barrio Monseñor Espinosa, una hermosa urbanización, donde viviría hasta su fallecimiento en 1943. <<Desde la inauguración -explica Antonio-, los siete hijos de la abuela Pepa vivieron en distintas casas del Barrio Monseñor Espinosa hasta que todos ellos fallecieron. Emilio vivía con su señora y tres hijos; Francisco, con su esposa; Julio con su mujer y tres hijos; Luisa con su esposo, y Amelia
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con su marido. La distancia entre las casas de todos ellos no rebasaba los cincuenta metros. La abuela Pepa mantenía en casa a sus dos hijos solteros, Pura y Alfredo, y también a su nieta Olga, que nunca residió con sus padres. Vivió siempre con la abuela desde que nació, y al fallecer ésta, permaneció con sus tíos solteros, hasta nuestro casamiento en 1956. Olga tuvo su consultorio odontológico en esta misma urbanización, en casa de sus padres, hasta que abandonó su profesión para atender tanto a su familia como a la mía. Las dos hermanas, Luisa y Amelia -la madre de Olga-, se pasaban todo el día en casa de la abuela, y los domingos nos encontrábamos todos para el almuerzo, que generalmente preparaba Amelia. En estas reuniones familiares, Luisa, al igual que su madre, sólo hablaba en gallego. Los almuerzos del domingo continuaron celebrándose aún después del fallecimiento de Pepa. >> En medio de este concienzudo relato, Antonio hace hincapié en una serie de casualidades que se han dado en la vida de la familia. <<Durante su estancia en la casa del abuelo Felipe, Amelia compartía habitación con María. Quién les iba a decir por entonces que sus respectivos hijos, Olga y Antonio, contraerían matrimonio casi cincuenta años después… y en Buenos Aires. Otra curiosidad: los abuelos de Olga por parte de madre son gallegos, y sus abuelos por parte de padre, son italianos. En Olga se junta la ascendencia de las dos corrientes migratorias más importantes de Argentina, la gallega y la italiana. En cambio yo soy gallego de pura cepa, lo que me permitió obtener la doble nacionalidad, y los correspondientes pasaportes argentino y español. >>
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Buenos Aires, Barrio MonseĂąor Espinosa, donde vivieron la abuela Pepa LĂłpez FernĂĄndez y los siete hijos hasta el fallecimiento de todos ellos.
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Amelia González López, la hija mayor de la abuela Pepa, nació en 1901 en Buenos Aires. Llegó con su madre a Cenlle a los trece años, y regresaría a Buenos Aires a los diecisiete. De vuelta a Argentina, comenzó a trabajar en una perfumería, y más tarde en una fábrica de tabaco. El propietario, Antonio Tomás Alizieri, descendiente de emigrantes italianos, se enamoró de ella, y ella de él. Se casaron en 1925, y se fueron a residir al Barrio Monseñor Espinosa. Allí nació y vivió Olga Haideé Alizieri González hasta su casamiento con Antonio Freijedo López. Su padre fallecía en 1971, y su madre, en 1989.
Buenos Aires, Barrio Monseñor Espinosa, 1928. Olga Haydee, con dos años. Al reverso, una emotiva dedicatoria de Antonio: “A mis primas cariñosamente”, en referencia a Elvira, Digna y Carmen. (Archivo familiar de Cenlle).
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Buenos Aires, 1933. Primera Comunión de Olga Haydee.
Olga Haydeé Alizieri González nació el 24 de noviembre de 1926 en Buenos Aires. Doctora en Odontología, tan sólo ejerció durante una década, ya que llegó un momento en que se vio obligada a
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dejar su profesión para atender a sus propios padres y a los de Antonio, e incluso a alguno de sus tíos. Se casa con Antonio Freijedo López en 1956, en la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús de Buenos Aires. Han tenido un hijo, Claudio Felipe Freijedo Alizieri.
Buenos Aires, 1 de octubre de 1956. Boda de Olga y Antonio. (Archivo familiar de Cenlle).
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Basílica del Sagrado Corazón de Jesús, en Buenos Aires.
Buenos Aires, 1 de octubre de 1956. Boda de Olga y Antonio, con sus padres a ambos lados. (Archivo familia Freijedo González).
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Buenos Aires, 1 de octubre de 1956. Los novios y sus padres, en la misa de esponsales en la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús. (Archivo familiar de Cenlle).
Buenos Aires, 1 de octubre de 1956. Salvador Freijedo y María López, con los novios Olga y Antonio. (Archivo familia Freijedo González).
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Buenos Aires, 1 de octubre de 1956. Olga y Antonio, saliendo de la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús después de su boda. (Archivo familiar de Cenlle).
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En 1957 nace en Buenos Aires, Claudio Felipe Freijedo Alizieri, y Antonio no tarda en informar de la feliz noticia a las tías de Cenlle, con una carta acompañada de fotografías del pequeño.
Buenos Aires, 1957. Antonio y Claudio Felipe, a los tres meses. Las tías de Cenlle recibieron esta fotografía, con una dedicatoria al dorso: “A nuestras tías con todo cariño”. (Archivo familiar de Cenlle).
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Buenos Aires, 1958. “Con cariños de Antonio y Claudio Felipe”. (Archivo Antonio Marzoa López).
Claudio Felipe, a los doce meses.
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Buenos Aires, 1958. Salvador y María, con su nieto Claudio Felipe en brazos.
Buenos Aires, 1961. Olga y Antonio, con su hijo Claudio Felipe. Fotografía recibida en Cenlle, con una dedicatoria al dorso: “A nuestras queridas tías Elvira y Carmen con todo cariño. Firmado: Olga y Antonio”. (Archivo de Cenlle).
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Buenos Aires, diciembre de 1958. Claudio Felipe, a los dieciocho meses, sostenido por su padre. (Archivo familiar de Cenlle).
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Buenos Aires, 1961. Claudio Felipe, a los cuatro aĂąos. (Archivo familiar de Cenlle).
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Buenos Aires, 1962. Claudio Felipe, a los cinco años. Imagen recibida en Cenlle, con un mensaje al dorso: “Dedicado a sus tías para que vean qué guapo es el sobrino. Firmado, Antonio Freijedo”. (Archivo familiar de Cenlle)
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Buenos Aires, 1964. Olga y Antonio, con su hijo Claudio Felipe. (Archivo familiar de Cenlle).
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Buenos Aires, 17 de agosto de 1965. Antonio y Olga, con Claudio Felipe, en una fiesta escolar. (Archivo familiar de Cenlle).
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Buenos Aires, 1967. Primera Comunión de Claudio Felipe. Elvira, Carmen y Purita, las tías de Cenlle, han guardado entre su colección de fotos de Primera Comunión de sus muchos sobrinos-nietos, ésta de Claudio, al único que no conocían personalmente: Felipito, Picuca, Quique, José Antonio, Geluco, Carmela, Suso, Lito, Juan Luis, María, Pacita, María Jesús… A Claudio, el sobrino-nieto argentino, lo han querido como a uno más. (Archivo familiar de Cenlle).
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Buenos Aires, 1972. Claudio, en “su sala de estar”, luciendo el reloj que le habían regalado sus tías argentinas. (Archivo familiar de Cenlle).
Buenos Aires, 1972. Antonio, Olga y Claudio, en el living de su casa. (Archivo familiar de Cenlle).
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Las familias gallegas de Argentina mantenían estrechos vínculos entre ellas, tal vez para enmendar de alguna forma la ausencia de los otros muchos familiares que se habían quedado en Galicia. Y aunque Antonio y Olga no conocieron Galicia, ni a sus tías, primos, parientes… hasta finales de los años ochenta, fueron educados por sus padres en el respeto a sus raíces: su tierra, su lengua y su familia gallega.
Buenos Aires, 1972. En la casa de Amelia, en el “Barrio Monseñor Espinosa”. Olga, Antonio, la abuela Amelia (sentada), la tía Luisa (detrás), el tío Alfredo, Claudio y la tía Pura. (Archivo familiar de Cenlle).
Cuando Amelia vio las fotos que su hija Olga y Antonio habían tomado de la casa en su visita a Cenlle, se acordaba de ella perfectamente. Reconocía todos los muebles -aseguraba que eran los mismos de entonces-, el balcón, la galería, la huerta… Habían pasado setenta años, y a pesar de ser argentina, no olvidaba aquella etapa que pasó en Cenlle, entre 1914 y 1918. Llegó allí con trece años, se fue con diecisiete, y recordaba a todos los familiares, empezando por el abuelo Felipe, las tías Elvira, Digna y Carmen, pasando por las costumbres del pueblo, los lugares más emblemáticos de la comarca… Se consi-
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deraba “medio gallega”, tan sólo por aquellos cuatro años de vivencias.
Buenos Aires, 1972. El tío Alfredo, Olga y Claudio, en el comedor de la casa de Olga y Antonio, durante una cena con la familia. (Archivo familiar de Cenlle).
Buenos Aires, años setenta. En la casa de Olga y Antonio, en una cena familiar. Salvador, los tíos Francisco y Alfredo, y Olga, en un rincón del comedor. (Archivo familiar de Cenlle).
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Buenos Aires, 1972. Arriba: Salvador Freijedo, conversando en un rincón del living de la casa de Olga y Antonio. Su esposa María había fallecido en 1967. (Archivo familiar de Cenlle).
Buenos Aires, 1972. En la casa de la abuela Amelia en el Barrio Monseñor Espinosa. La tía Pura y Amelia, sentadas; la tía Luisa, detrás de la tía Pura; y el tío Alfredo, detrás de Amelia. La biblioteca de la derecha era de la abuela Pepa, y hoy se encuentra en poder de Claudio. Tiene más de ochenta años. (Archivo familiar de Cenlle).
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Buenos Aires, años setenta. Los tíos Pura y Alfredo, sobrinos-nietos de Papá Felipe. (Archivo familiar de Cenlle).
De los siete hijos de la abuela Pepa, Emilio fue “contador” de una firma importadora; Julio, empleado y viajante de una importante fábrica de medias, y hasta concejal de la ciudad de Buenos Aires; Francisco era funcionario municipal; Alfredo, jefe de taller de una concesionaria de automóviles Chevrolet. Amelia, Luisa y Pura, amas de casa.
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Buenos Aires, años setenta. En casa de Antonio y Olga, durante una cena de hermanos. A la izquierda, Alfredo y Luisa. A la derecha, Luisa y Pura. Los cuatro, sobrinos-nietos de Papá Felipe. (Archivo familiar de Cenlle).
El abuelo Felipe conoció a todos los hijos de su hermana Pepa -excepto a Emilio, que se había quedado en Buenos Aires-, cuando estuvieron en su casa entre los años 1914 y 1918. Tras regresar ellos a Argentina, ya nunca los volvería a ver. Todos vivían en Buenos Aires en el “Barrio Monseñor Espinosa”, y ya fallecieron hace años. Amelia, la mayor, se casó y tuvo una hija, Olga; Luisa y Francisco no tuvieron hijos; Emilio -al que no conoció Papá Felipe-, tuvo tres hijos: Sergio, Abel y Rubén; Julio, de apellidos González López como su esposa Julia, prima también descendiente de gallegos, le dieron sus mismos apellidos a los tres hijos, Milka, Ariel y Mirian -fallecida tristemente a los siete años-; Pura y Alfredo permanecieron solteros.
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Buenos Aires, años setenta. Los tíos Julia y Julio González López, en el balcón del apartamento de Antonio. (Archivo familiar de Cenlle).
Buenos Aires, años setenta. Reunión familiar. Cuatro hermanos González López: Pura, Amelia, Luisa y Alfredo, acompañados de Olga. (Archivo familiar de Cenlle).
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Claudio, el hijo de Olga y Antonio, una vez finalizados los primeros estudios, ingresa en la Universidad de Belgrano, en Buenos Aires, donde se gradúa como Contador Público. Cursa un Máster en Administración en la Universidad Católica Argentina, y por último, se doctora en Ciencias Económicas en la Universidad Nacional de Buenos Aires.
Buenos Aires, años ochenta. Claudio Felipe Freijedo Alizieri, en su casa. Sobre el mueble, un hórreo da fe del sentimiento gallego de la familia.
Y es en la universidad donde conoce a Alicia Beatriz Cortagenera Montagut, que como él, saca la titulación de Contador Público, además, entre otros títulos, del Postgrado de Educación para Profesionales y Universitarios en Docencia en la Universidad del Salvador. Alicia y Claudio se casan en 1981 en Buenos Aires.
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Buenos Aires, años ochenta. Claudio y Alicia. (Archivo familiar de Cenlle).
Claudio Felipe Freijedo Alizieri es profesor titular de la Universidad de Buenos Aires, e imparte cursos de Maestría y Doctorado para graduados en las universidades argentinas de Buenos Aires y Rosario, y en la ciudad de Asunción, capital de la República del Paraguay. <<Su carrera docente -explica su padre- comienza a los veinte años como profesor de escuela secundaria, y la docente universitaria, no bien se recibe de Contador Público, dictando cursos de Trabajos Prácticos en la Universidad Nacional de Buenos Aires, en la que llega a ser profesor titular de Sistema de Información. Ha trabajado para empresas internacionales como Shell y Esso, ocupando niveles gerenciales en importantes firmas nacionales como el Banco de Crédito Argentino, hoy BBVA. >>
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<<A menudo es invitado a congresos, y es autor, junto a su esposa Alicia, de varios libros sobre su especialidad. >>
Algunos de los libros técnicos publicados por Alicia B. Cortagenera y Claudio F. Freijedo.
Por su parte, Alicia Cortagerena es profesora titular de la Universidad Privada de Maimónedes y de la Universidad Nacional de Buenos Aires y Rosario, y también ejerce en la ciudad de Asunción, capital de Paraguay. Al margen de actuar en la enseñanza también trabaja en su profesión de Contador Público, principalmente en la parte de organización administrativa y liquidación de impuestos. Junto a su marido, ha escrito libros profesionales, impartió clases en la Escuela Argentina de Negocios, además de participar en numerosos congresos relacionados con su profesión.
Otros libros de Alicia B. Gortagenera y Claudio F. Freijedo.
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El matrimonio tiene dos hijos, Gonzalo Agustín y Fernando Joaquín, nacidos en Buenos Aires en 1985 y 1988, respectivamente.
Buenos Aires, 1986. Antonio con Gonzalo Agustín en brazos, su primer nieto.
Los hermanos Gonzalo Agustín y Fernando Joaquín Freijedo Cortagenera.
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Buenos Aires, septiembre de 1990. Toda la familia reunida: Antonio, Olga, la tĂa Luisa, Gonzalo, Fernando y Claudio. Delante, Alicia. (Archivo de Cenlle).
Buenos Aires, septiembre, 1990. Alicia y Claudio. (Archivo familiar de Cenlle).
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Buenos Aires, aĂąos ochenta. Olga y Antonio, en su casa, con su nuera Alicia. (Archivo familiar de Cenlle).
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Buenos Aires, aĂąos ochenta. Olga, Alicia y Claudio. (Archivo familiar de Cenlle).
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<<En 1980, después de jubilarme -cuenta Antonio-, decido con Olga visitar a la familia española, conocer Galicia y hacer un recorrido por Europa. >> Así que viajan por primera vez a España para descubrir la tierra de sus antepasados y de los muchos familiares gallegos que aún vivían. Cuando llegaron, “los argentinos” sabían más de la historia de la familia que los de aquí. Hablaban de todos como si los hubiesen conocido de siempre, y no se equivocaban nunca en su parentesco, dónde residían, cuántos hijos tenían, sus nombres… La abuela Pepa, Amelia -madre de Olga- y los cinco tíos les habían informado con todo detalle acerca de la vida de Cenlle durante aquellos años de principios del siglo XX en los que había vivido allí. Las costumbres, las ocupaciones, los lugares emblemáticos, los nuevos familiares… y cómo eran Papá Felipe, Mamá Digna y Papá Arturo, las primas Elvira y Carmen… <<Cuando llegamos a Madrid, a la puerta del hotel, nos esperaban Antonio, su esposa Carmen y su hijo David. Luego de darnos a conocer, comimos en el “Museo del Jamón”, y cenamos en un restaurante de la Plaza Mayor. Al día siguiente emprendimos una ruta que nos llevaría por nueve países europeos. Y después… Vigo. En la estación del tren aguardaban nuestra llegada Carmucha, Luis, José Antonio y Manolo. Fuimos al departamento de Carmucha, y al rato apareció Picuca con su hija Cristina, diciéndonos a manera de saludo cordial: “Ya llegaron los ´che primos´ ”. Después conocimos a Quique, Lolita, Suso… Con Carmucha viajamos a Cenlle, y conocimos a la tía Elvira, a la prima Purita y a Pilar. Por parte de mi padre, estuvimos con la tía Ermelinda, con Teresita y su esposo Francisco, con Carmiña, con Maruxa y esposo. Teresita, Maruxa y Carmiña, hijas de los hermanos de papá, Peregrina y Luis. >>
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Antonio solía recordar con alegría una de las primeras cenas en Cenlle, na lareira, con chorizos y castañas que preparaba Manolo “Pericocho”, y buen vino del Ribeiro… La tía Elvira había comido tanto que, al terminar, pidió un poco de “digestónico”, es decir, licor-café. <<En una de aquellas largas conversaciones al caer la tarde en Cenlle -evoca Antonio desde Buenos Aires-, la tía Elvira pidió a Purita que trajera un paquete envuelto en un periódico que se encontraba en un baúl. Purita, extrañada, lo fue a buscar y se lo trajo. El paquete guardaba una sorpresa enormemente emotiva para nosotros, ya que contenía el mantón con el que se había casado María, mi madre, en 1923. Se conservaba impecable, como nuevo. Se lo regaló a Olga. >>
Vigo, julio de 1980. En casa de Carmucha, reunión con “los argentinos”. Por la izquierda: Manolo, Olga, José Antonio, Luis, Daria y Gonzalo -padres de Luis-, Picuca y Pacita. De pie, Carmucha. Tal vez Antonio haya sido el fotógrafo. (Archivo familia Martínez Marzoa).
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Antonio y Olga estuvieron cerca de un mes en Baiona, en “Villa Maruxa”, la casa de veraneo que alquilaban Picuca y Carmela. Desde allí se desplazaban a Cenlle, a O Carballiño, a Vigo… para ver a la familia. Un día, Picuca y Luis -quien esto escribe-, los llevaron de visita a la fábrica de Sargadelos, en Cervo (Lugo). Regresarían a Buenos Aires cargados de piezas de esta fantástica cerámica gallega, que habían adquirido en la Galería de Sargadelos de Vigo gestionada por Picuca. En fotografías que llegaron más tarde a Cenlle y a Vigo, queda constancia del acopio de figuras, platos y demás piezas pequeñas, ante la preocupación de Antonio, que no veía claro cómo embalar tantos objetos para el viaje. <<Me acuerdo bien de nuestra visita a Sargadelos -comenta Antonio-, donde los jefes nos invitaron a comer. Nos sorprendió ver a los patrones trabajando en las máquinas junto a los obreros. El director, Isaac Díaz Pardo, el primero, con su mandilón color marrón. >>
La tía-abuela Elvira.
<<Al despedirnos en el primer viaje, la tía Elvira nos dijo llorando: “No os voy a ver más”. Yo le prometí que cuando ella cumpliera noventa años, volveríamos. >>
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<<Cumplimos el compromiso y volvimos. Almorzamos en la galería, entre otras cosas con marisco, que me “pelaba” Manolo “Pericocho”. Yo lo comía con tenedor y cuchillo. Uno de los hijos de Quique -no recuerdo cuál- fue a buscar una cámara para hacerme una foto, ya que nunca había visto comer marisco de esta manera. >>
Cenlle, 1983. Celebración en el balcón de casa de los noventa años de la tía Elvira, que preside la mesa. A un lado: Enrique, José Antonio, Manolito, Carlos -de pie-, Lolita, Carmucha y Purita. Al otro: Olga, Antonio, Manolo “Pericocho”, Silda, Pacita, María y Pilar. (Archivo familiar de Cenlle).
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Cenlle, 1983. Foto familiar a la puerta de la galería al acabar el almuerzo. Delante: la tía Elvira, con los niños: Enrique, Javier y Carlos. Detrás: Quique, José Antonio, Lolita, Antonio, Silda, Olga, Pacita, Purita, Carmucha y Pilar.
Cenlle, 1983. La tía Elvira, con la tarta por su noventa cumpleaños. Con ella, Enrique, Purita, Carmucha, Olga y Carlos. (Archivo familiar de Cenlle).
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<<Con posterioridad, hicimos más de diez viajes a Galicia, alojándonos en el departamento de Carmucha en Vigo, y luego en Baiona, en la casa que alquilaba Picuca, o bien en hoteles del pueblo. En el segundo viaje, pasamos unos días en Vigo en casa de Antonio. Olga, por entonces, necesitaba dormir en cama dura, y como no había en la casa, Geluco, sin dudarlo, sacó la puerta de la cocina, y la colocó debajo del colchón. >> Años más tarde, cuando volvieron “los argentinos”, la familia de Picuca alquilaba para el veraneo la casa de Manuela, en Covaterreña. Al mismo tiempo, Silda y Manolo “Pericocho”, comenzaron a veranear en la casa de enfrente. Las reuniones familiares de hermanos, tíos, primos… se hicieron históricas.
Vigo, años noventa. Olga, Carmucha y Antonio.
<<En viajes posteriores -recuerda Antonio-, disfrutábamos de las permanentes invitaciones de Manolo “Pericocho” para comer jamón y queso, y beber su rico vino y licorcafé. Asistían a aquellas entrañables reuniones media familia: Silda, Carmencita, Quique de León, María, Luis, Picuca, Carmucha, Pacita, Quique de Vigo… y Olga y Antonio. >>
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<<Una vez, comiendo con Picuca y Luis en Santiago, al solicitar la cuenta le dije al camarero: “Con descuento para extranjeros”. Me contestó rápido: “Los argentinos no son extranjeros”. >>
Guimerães (Portugal), años noventa. En una de las muchas excursiones que se hacían con “los argentinos” desde Baiona. De izquierda a derecha: Luis, Miguel y Ángela -un matrimonio amigo de León-, Cristina, Mayca -una amiga de casa-, Olga, Picuca, Quique y Antonio. (Archivo familia Martínez Marzoa).
En 1995, en unos de sus viajes a Galicia, les acompañaron Claudio, Alicia y sus hijos Gonzalo, de diez años, y Fernando, de siete. Estuvieron alojados una semana en el Parador Nacional Conde de Gondomar. Luego los hijos siguieron viaje por Europa, mientras que Antonio y Olga continuaron su estancia en Baiona, en la casa de Carmucha, Pacita, Picuca… y muy cerca de Silda, Manolo “Pericocho” y demás familia. Convivieron a diario durante un mes, y todos -menos los mayores que ya han fallecidoaún recuerdan aquellos días felices con enorme alegría.
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A Guarda (Pontevedra), Monte de Santa Trega, 30 de julio de 1995. Claudio y Alicia, con sus hijos Gonzalo y Fernando. Dedicatorias al dorso: “Me gustó mucho estar acá”. Fdo: Gonzalo. “Me gusto mucho”. Fdo. Fernando. “A mi también me gustó mucho. Los esperamos pronto allá”. Fdo. Alicia. “Nos vemos en Buenos Aires”. Fdo. Claudio. (Archivo familia Martínez Marzoa).
La “pollerita”, hemos estado “lo más bien”, el “tapado” por si refrescaba, el “sandwichito”, el tratamiento de usted a todos, “manejar” por conducir… eran formas de hablar de “los argentinos” que dejaron huella en la familia por largo tiempo. Pasadas dos décadas desde su última visita, todavía se recuerda ese peculiar estilo argentino en la expresión. Claro que ellos dirán lo mismo de los gallegos... Ese mismo año, Olga y Antonio invitaron a toda la familia a una cena en el prestigioso “Restaurante Los Abetos”, en Nigrán. Habían escogido el menú con el cocinero argentino, y allí nos deleitaron con los platos típicos de su tierra: “Chorizos criollos, morcillas, chinchulines, riñones, mollejas, pollo, asados de distintos tipos de carne vacuna, bondiola, carré de cerdo y provoleta, con aderezos de mostaza, ají molido picante, salsa criolla y chimichurri, acompañado de ají morrón asado, papas fritas y ensaladas de varios vegetales”. Banquete a lo
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grande, con más de veinte comensales… y por supuesto con “dulce de leche”, el tradicional postre argentino.
Nigrán (Pontevedra), 1995. Olga y Antonio, en la cena celebrada en el “Restaurante Los Abetos”. (Archivo familia Martínez Marzoa).
<<Antes fuimos conociendo paulatinamente -sigue escribiendo Antonio-, al resto de la familia, diseminada por Vigo, Ourense, León, A Coruña, Ferrol, O Carballiño... En Madrid estuvimos en una ocasión con Camilo y Cristina, los hijos de Picuca, antes de emprender el viaje de regreso a Buenos Aires desde el Aeropuerto de Barajas. >> “Allá tienen ustedes su casa”, insistían siempre en el momento de las despedidas. En 1984, José Antonio Marzoa, el sacerdote, fue el primero en ir a Buenos Aires para casar a Claudio y Alicia. Les prometió regresar para darle la Primera Comunión a su primer hijo. Y así aconteció, en 1993.
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Buenos Aires, años noventa. Antonio y Olga, en una Primera Comunión.
<<Con José Antonio -recuerda Antonio- visitamos las Cataratas de Iguazú, Necochea, Mar del Plata y localidades intermedias, celebrando misas cuando le correspondía. En Mar del Plata, José Antonio dijo misa en la catedral, y el párroco lo anunció como un sacerdote de Vigo que estaba de vacaciones. Lo esperamos en la calle al terminar la misa, y tardó más de una hora en salir, dándonos la explicación: “Se enteraron las gallegas que estaban en la misa y me apabullaron a preguntas, no me dejaban salir”. En nuestra casa, José Antonio almorzó con Francisco Fernández Muleiro, un hijo de Cenlle -más conocido como Paco, o como “O Muleiro”-, el autor del libro “Nostalgia de Galicia y de Asturias”, donde le dedica una poesía a las tías Elvira y Carmen. >>
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<<José Antonio había llegado con el encargo de su padre de saludarlo en su nombre. Se habían hecho muy amigos en Cenlle. >>
Cataratas del Iguazú.
Ese mismo año, Manolito -el segundo hijo de Silda- y su esposa Sabela también aceptaron la invitación, e hicieron su viaje de novios a Buenos Aires. Recuerda Manolito que llevaba en sus maletas bastantes botellas de aguardiente, licor-café, hierbas… y que al pasar las aduanas, le dijeron: “Deíxoche pasalo porque vés de Ribadavia”. <<Manolito también trajo -recuerda Antonio- los elementos necesarios para preparar una “queimada”. Una noche, con mis familiares y amigos, hizo en casa la prometida “queimada”, incluyendo, por supuesto, el correspondiente “conxuro”. Con Manolito y Sabela visitamos las Cataratas del Iguazú, y luego estuvieron con nosotros en Necochea, donde asistimos a un almuerzo con doscientas personas en una tradicional fiesta española. Comimos una exquisita paella, cocinada en una gigantesca paellera, que sorprendió tanto a Manolito por su tamaño, que le hizo una fotografía como recuerdo. >> Más tarde, en 2006, Cristina -la hija de Picuca- y Manolo, su marido, pasaron unos días de vacaciones en Buenos Aires con Antonio y Olga. “No sé cómo ustedes son capaces de ´manejar´ por estos caminos tan angostitos”, repetía Antonio cuando lo llevaban de un lado a otro durante sus estancias en Galicia.
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Buenos Aires, 2006. Manolo y Cristina, junto a Olga y Antonio, en su viaje a Argentina. (Archivo familia García Rey).
Cristina y Manolo cuentan el miedo que pasaban cuando Antonio los llevaba de visita turística por Buenos Aires. Conducía a toda velocidad por la Avenida Nueve de Julio -“la más ancha del mundo”, según los argentinos-, al mismo tiempo que les iba indicando con gestos y sin parar de hablar, los monumentos por los que pasaban, los lugares por donde circulaban, cientos de anécdotas… Manolo acababa escondiéndose detrás de un periódico en el asiento de atrás, para no mirar cómo “manejaba” en medio de aquel caótico tráfico… Y mientras Olga, a su lado, le ordenaba tajante en la mitad de la calle: “¡Antonio, Antonio, pará aquí! ¡Los chicos tienen que ver esto!”. Pero eso sí, les atendieron de maravilla… y comieron “dulce de leche” hasta hartar… <<Con Cristina y su esposo -cuenta Antonio-, por razones de tiempo, solamente recorrimos algunos lugares de la ciudad de Buenos Aires. El día de su llegada almorzamos en Puerto Madero, para que contemplaran el “Puente de la Mujer” del arquitecto español Santiago Calatrava. >>
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Buenos Aires, Puerto Madero, 2006. Cristina, Manolo, Antonio y Olga, con una de las vacas de la “Cow Parade”, la popular manifestación artística que estaba dando la vuelta al mundo. Detrás, el “Puente de la Mujer”, obra de Santiago Calatrava, y al fondo, el Ministerio de Defensa. (Archivo familia García Rey).
<<Desde allí nos fuimos a la famosa Calle Caminito, a El Rosedal, a los bosques y lagos de Palermo, donde se encuentra el “Monumento a los Españoles”… Almorzamos otro día en el restaurante gallego “O Toxo”… >> <<Un día de aquéllos -recuerda Cristina-, me hicieron una estupenda chaqueta de piel de la mañana para la tarde en un taller especializado, y por un precio baratísimo. Entonces Olga, al escuchar mis entusiastas comentarios de alabanza, se empeñó en que trajésemos de allá una maleta llena de dichas prendas de piel, para aprovechar así de su calidad y de su precio. >> Y ya en 2009, fue Enrique, el hijo mayor de Lolita y Quique, el último que visitó a “los argentinos” en Buenos Aires. Enviado por Citroën -donde trabajaba- por temas laborales, estuvo con ellos tan sólo una tarde, pero dejó constancia de la presencia, una vez más, de los familiares “gallegos” en su tierra.
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Buenos Aires, 2000. El nieto Gonzalo y la abuela Olga. Sobre el mueble, la figura de Sargadelos “Forma paxárica”, que se habían llevado en su primer viaje a Galicia en 1980. (Archivo familiar de Cenlle).
Buenos Aires, año 2000. El nieto Fernando y la abuela Olga. Sobre el mueble, la figura de Sargadelos “O ardora pequeno”, y en la pared, platitos de las distintas provincias gallegas y “a figa”, recuerdos del viaje a Galicia en 1980. (Archivo familiar de Cenlle).
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Buenos Aires, principios de siglo. Fernando, Olga, Gonzalo y Antonio.
Buenos Aires, principios de siglo. En la casa paterna. Claudio y Alicia, y Olga y Antonio. (Archivo familiar de Cenlle).
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Buenos Aires, 2002. Gonzalo, Fernando, Claudio y Alicia. (Archivo familiar de Cenlle).
A medida que van creciendo los nietos, se percibe en toda la familia un enorme cariĂąo entre ellos, abuelos, padres e hijos. Las imĂĄgenes expresan por si solas esta apreciaciĂłn.
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Buenos Aires, julio de 2002. Claudio y Alicia, con Gonzalo -diecisiete aĂąos- y Fernando -catorce aĂąos-. (Archivo familiar de Cenlle).
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El 14 de marzo de 2004, Antonio cumple los ochenta años, y la familia lo celebra en casa con felicidad. <<El día de mi cumpleaños, ochenta, Olga me hizo una “torta” con ochenta velas, que apagué de un solo soplido, con ¡admiración de los presentes! >>
Buenos Aires, 14 de marzo de 2004. Cumpleaños de Antonio, 80 años. Comentario al dorso: “Espantoso sin anteojos”. (Archivo familiar de Cenlle).
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Buenos Aires, 14 de marzo de 2004. Fernando, Antonio y Gonzalo.
Buenos Aires, 14 de marzo de 2004. CumpleaĂąos de Antonio, 80 aĂąos. Alicia, Antonio, Olga y Claudio. (Archivo familiar de Cenlle).
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Antonio y Olga, en el cumpleaños. Comentario al dorso de la fotografía: “Luciendo mantel del hilo con bolillo, regalo de casamiento de las tías españolas”. Un bello recuerdo. (Archivo familiar de Cenlle).
Los chicos se van haciendo mayores, y los abuelos, ley de vida, con ellos. En el momento de esta celebración, Gonzalo, el nieto mayor, ya está en la universidad estudiando para licenciarse en Derecho. A Fernando, el menor, le falta muy poco para iniciar su licenciatura en Economía. Sus padres, por entonces, se acercan a los cincuenta años, y además de los ochenta de Antonio, Olga ya alcanza los setenta y ocho.
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Buenos Aires, 2004. Olga, en su casa, ”Luciendo plato de Sargadelos (regalo de todos), y tapete gallego… te acordás Picuca”, escribe Antonio al reverso de la fotografía. (Archivo familia Martínez Marzoa).
Desde su primera visita a España -y ya antes sin conocer ni a la familia, ni la tierra de sus padres-, “los argentinos” mantuvieron muy presentes sus raíces gallegas. No dejaban nunca de cartearse con las tías de Cenlle y con los distintos primos, a fin de comunicarles las novedades que pudiera haber en su entorno, y enviarles noticias frescas en forma de fotografías. Al tiempo que se interesaban por todos: por los mayores, por los medianos y por los niños. A su vez, recibían puntualmente en Buenos Aires las noticias de la familia gallega. Hoy en día, suena el teléfono, saluda Antonio, y enseguida cede el aparato a Olga, que será la que lleve la voz cantante en la conversación… siempre larga y cariñosa.
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Buenos Aires, 2004. Alicia, Claudio, y delante, Olga. Cerรกmica de Sargadelos sobre el mueble.
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Buenos Aires, 2004. Olga, en su casa, y comentario al dorso: ”Luciendo tapete tejido a mano por Carmen y Purita… ¡Qué lucimiento!”.
La casa de Antonio y Olga se encuentra lleno de recuerdos de Cenlle, y de su paso por Vigo, por la Galería de Sargadelos, por la fábrica…
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Buenos Aires, 2004. Olga y Antonio.
Los años fueron pasando, los nietos se hicieron mayores, acabaron sus estudios, encontraron sus parejas y fijaron sus residencias. Gonzalo, el mayor, es abogado penalista, y actúa como Defensor Público en el Fuero Penal. Vive en Buenos Aires con su pareja, Lucía Cañaveral, licenciada en Sociología. Fernando es licenciado en Economía, y después de trabajar varios años en la capital argentina, reside en la actualidad en Nueva York, donde trabaja en la unidad consultora de “The Economist” como analista económico para América Latina. Vive con su esposa, la abogada norteamericana Ariel Elisabeth Gould.
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Buenos Aires, 2009. Reunión familiar en casa de Alicia y Claudio. Arriba: Fernando, Alicia, Claudio y Gonzalo. Abajo: Blanca -madre de Alicia-, Olga y Antonio. (Archivo familia Freijedo González).
Buenos Aires, 2016. Los padres, Alicia y Claudio, en el centro, con sus hijos y nueras. A su izquierda, Fernando y Ariel; a la derecha, Gonzalo y Lucía.
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En marzo de 2018, comunicamos vía mail a Antonio que íbamos a escribir la historia de la familia, nos llamó por teléfono inmediatamente. Nos anunciaba entusiasmado que iba a recopilar datos, y nos los mandaba, pero que iba a tardar unos días porque tenía la “computadora” un poco averiada. El 31 de mayo llegó la extensa y detallada información, que trasladamos enseguida a estas páginas. Ahora, en agosto de 2018, en pleno invierno argentino, estarán los dos, Olga y Antonio, pendientes de recibir este libro familiar… En la paz y serenidad de una jubilación bien ganada, y con su acostumbrada sensibilidad por sus queridas gentes de Galicia, se encontrarán impacientes por leer, por recordar, por conocer… y podrán recrearse en la multitud de imágenes que van a ver… Habrá emoción… y a buen seguro que alguna lágrima se deslice por sus mejillas…
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Cenlle, años sesenta. La tía-abuela Carmen, la tía Purita, Delfina -la maestra-, Carmen -madre de Eulogio- y la tía-abuela Elvira. (Archivo familiar de Cenlle).
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V. Las tías de Cenlle Con el fallecimiento en 1950 del abuelo Felipe, el protagonismo de la casa de Cenlle en la familia cambia. Finalizados los negocios del abuelo con la madera, y el cultivo de los campos en vías de desaparecer, la vida del hogar paterno, corazón de la saga durante más de medio siglo, pasaba a manos de las tías-abuelas Elvira y Carmen, y de la tía Purita, solteras las tres. Después de la boda de Digna, la segunda de las hijas, en 1917, y de la obligada emigración de María, la tercera hija, en diciembre de 1923, la casa quedó ocupada tan solo por Papá Felipe y por Elvira, la hija mayor. Carmen, la pequeña de las cuatro hermanas, también faltaba en casa durante casi todo el año, desde que en 1920 se traslada a estudiar en la Normal a Santiago. Volvía en las vacaciones. Después, al finalizar la carrera de maestra, Carmen fue destinada a la escuela de San Andrés (Ribadavia), donde permaneció más de doce años. En los dos primeros cursos se vio acompañada por sus sobrinos Antonio y Carmucha, que estuvieron con ella preparando el ingreso a la Normal de Ourense. Cuando los sobrinos aprobaron el ingreso y se trasladaron a estudiar a Ourense, Carmen se encontró sola en San Andrés. En ese momento, 1931, propone a su hermana Digna, siempre ocupada con el intensivo trabajo de los campos, la posibilidad de que Purita, con ocho años en ese momento, se fuese a vivir con ella, que ya se encargaría de cuidarla y de darle estudios. “Yo iba a la escuela como una más. Éramos más o menos setenta alumnos, entre niñas y niños”, recuerda Purita. En aquellos años, 1931 a 1936, tiempos de la Segunda República, la educación constituyó uno de los grandes compro-
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misos sociales del gobierno. El objetivo era configurar un estado docente que acercase la cultura y la enseñanza a los rincones más remotos del país para construir una sociedad más justa, libre, equitativa y solidaria. “Los maestros de la república”, como se les conoce históricamente, participaron de forma comprometida y valiente en el desarrollo de este proyecto, interrumpido por desgracia con la Guerra Civil. Carmen formaba parte de esta extraordinaria generación de maestros, que hicieron de la escuela de su tiempo, la mejor de la historia de España. <<La guerra no se hizo notar en la Escuela de San Andrés -explica Purita- Las clases se siguieron impartiendo con normalidad. Sólo cuando pasaban las caravanas de camiones con nacionales, o simplemente algún camión en solitario, había que levantar el brazo para saludar. Si no era así, te exponías a que se parasen y “te investigaran”. >>
Ourense, 16 de febrero de 1940. Certificado del Ministerio de Educación Nacional de la propiedad de Carmen López Montero como Maestra Nacional de la Escuela de San Andrés (Ribadavia). (Archivo familiar de Cenlle).
En 1941, Carmen solicita el traslado a Vigo, y la destinan a la escuela del barrio de Lavadores.
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<<Yo me había quedado definitivamente a vivir con la tía en San Andrés. Tenía dieciocho años cuando nos trasladamos a Vigo. La tía Carmen alquiló una casita en el centro de O Calvario, muy cerca del mercado, y a cinco minutos andando de la escuela. Íbamos a menudo a la casa de Carmucha y Enrique, casados a los pocos meses de nuestra llegada a Vigo. “La Chavola”, que así se llamaba la casa, también se ganó poco a poco un carisma especial para la familia. >> Nueve años estuvieron Carmen y Purita en Vigo. En ese tiempo, el sobrino-nieto Felipe le cambió el nombre a Carmen y la “bautizó” de nuevo. Incapaz de pronunciar la “r” de “madrina” -lo era de Carmucha-, convertía la palabra en “mayiya”… en “mayina”… en “Mayeya” al fin. Carmen se quedó como Mayeya para siempre en el seno familiar.
Vigo, “La Chavola”, 1946. Felipe, en la huerta de casa.
Tía y sobrina vieron nacer y crecer a los cinco hijos de Carmucha y Enrique. Vinieron muy seguidos: Felipe, en 1943, Picuca, 1945, Quique, 1947, Carmela, 1948 y Arturo, 1949.
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Vigo, “La Chavola”, 1949. Arriba: Carmucha, con Arturo en brazos, y Pacita, con Carmela. Abajo: Purita y Mayeya, con Quique, Picuca y Felipe.
Carmen y Purita conservan muchos recuerdos agradables de su etapa en Vigo. Sus paseos por la ciudad, por los pueblos de los alrededores, en las playas…
Vigo, 9 abril 1946. Pacita, Alicia Coloret -prima de Enrique y vecina de “La Chavola”-, Mayeya y Purita, paseando por la Calle del Príncipe. (Archivo familiar de Cenlle).
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Vigo, 1942. La tía Mayeya y Carmucha, subiendo por la Calle Elduayen.
Puente Internacional Tui-Valença, años cuarenta. Mayeya, con su sobrino Manolo. (Archivo familiar de Cenlle).
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Puente Internacional Tui-Valença, aùos cuarenta. Carmucha, Manolo y Mayeya. (Archivo familiar de Cenlle).
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Baiona, el Rompeolas, aĂąos cuarenta. De pie: Enrique, Carmucha y una niĂąita amiga. Sentados: Manolo y Mayeya. (Archivo familiar de Cenlle).
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<<Mayeya era una fantástica contadora de cuentos, y ávida lectora de libros -recuerda Picuca-. Cuando estaba en nuestra casa de Vigo, en “La Chavola”, los niños quedábamos cautivados con sus relatos. El mayor de los hermanos, Felipe, aún no tenía diez años, y allí nos quedábamos los cinco escuchándola sin pestañear. Estábamos deseando que llegara el atardecer para que nos leyera o contara algo. Y si íbamos al cine con ella, que a veces nos llevaba, era un primor comentar después la película que habíamos visto. En el Cine Franciscano, al lado de casa, vimos “Lilí” con Mayeya, aquella deliciosa película de Leslie Caron y Mel Ferrer. >>
Cenlle, 1972. Mayeya, con una vecina.
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Años veinte. Carmen López Montero, “Mayeya”, en su época de estudiante en la Normal de Santiago. (Archivo familiar de Cenlle).
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Ourense, años treinta. Sara y Carmen, por el paseo. A la izquierda, el famoso “Teatro Losada”, hoy desaparecido, y convertido en una tienda de “Zara”.
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Vigo, Monte de O Castro, años cuarenta. Pacita, Purita y Alicia Coloret, con la ría al fondo. (Archivo familiar de Cenlle).
Años cuarenta. Purita Marzoa López.
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<<Casi todos los vestidos de las tías y de mis hermanas los confeccionaba yo -aclara Purita-. Aprendí a coser en San Andrés, con dos hermanas modistas amigas de la tía Carmen, que tenían su taller en un pueblo cercano. Eran personas muy distinguidas, de alto rango social, y con una costura de gran nivel. Por eso que cuando llegamos a Vigo, yo ya sabía coser perfectamente. >>
Cenlle, años cuarenta. Purita, en el balón de casa.
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En 1945, durante su estancia en Vigo, Purita obtendría el título de profesora de Corte y Confección, si bien tan sólo emplearía sus conocimientos en trabajos muy puntuales, casi siempre para las tías, para las hermanas y también para alguna amiga de Cenlle.
Arriba: Carnet que acredita a Purificación Marzoa López como Profesora de Corte y Confección, con fecha 5 de enero de 1945. Abajo: Diploma del Título de Aptitud a favor de Purificación Marzoa López, que se conserva enmarcado en una de las habitaciones de la casa de Cenlle. (Foto Enrique Huertes).
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Cenlle, 14 de junio de 1943. En las escaleras de casa: Antonio, Carmen, Purita y, sentada, Carmucha. La elegancia de las mujeres de la familia, y su buen vestir se pone de manifiesto en esta imagen. (Archivo Antonio Marzoa Lรณpez).
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En el verano de 1949, la tía Elvira tuvo que desplazarse a Vigo con cierta urgencia para ir al dentista. Le atendió Roberto “de Coia”, hijo de Herminia y hermano de Amparito, amigos de la familia de Enrique de toda la vida, y establecido en el barrio vigués de Coia.
Vigo, 1949. La tía Elvira es atendida por Roberto “de Coia”, dentista amigo, en su consulta, con la presencia de Carmucha y de Amparito. Abajo, el dorso de la fotografía, con una afectuosa dedicatoria. (Archivo familiar de Cenlle).
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Vigo, 1940. Purita y Carmucha, a la derecha, sentadas delante del Pazo de Castrelos junto a un matrimonio amigo. (Archivo Familia Martínez Marzoa).
Al morir Papa Felipe, Carmen, algo delicada de salud, y “morriñenta” de tantos años alejada de la casa paterna, decide regresar a Cenlle, donde además podría acompañar a su hermana Elvira. La inspectora de enseñanza de la zona sentía un gran aprecio por Carmen, y era conocedora de la situación del contexto familiar. Consciente de su valía como maestra, crea en Cenlle una escuela de párvulos para que la atendiera ella. Fue instalada en la propia casa paterna, habilitando para ello la antigua caseta de los jornaleros, ya en desuso entonces. A partir de aquí, la casa de Cenlle, por añadidura, también sería lugar de formación para los niños.
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La caseta de los jornaleros de la casa de Cenlle, ya en desuso, se habilitó como Escuela Pública de Párvulos, donde ejerció Carmen como maestra hasta su jubilación, a finales de los años sesenta. (Foto Enrique Huertes).
Carmen López Montero, en su época de maestra.
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Cenlle, 1950. Purita y Carmen, al poco tiempo de su regreso a la aldea.
Las nuevas generaciones que ya no residieron en Cenlle, aprovechaban cualquier oportunidad para visitar la casa, donde daban pierna suelta a sus más tiernos recuerdos de niñez y de juventud. Las fiestas de la Asunción del quince de agosto, reunían a gran parte de la familia, unas veces a unos, otras veces a otros, y a veces a casi todos. La casa conservaba aquella magia atrayente, tal vez aumentada ahora aún más por el natural alejamiento de los jóvenes. Unos en Vigo, otros en O Carballiño, en Ourense, en Madrid, en León, en A Coruña… Los recuerdos de la casa de Cenlle se mantenían tan vivos, que los llamaba a volver con cierta añoranza de aquellas épocas pasadas.
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Cenlle, 1941. En el balcón de casa: Carmucha, Teresa “a Bugarina”, Amparito “de Coia” y Purita. (Archivo familiar de Cenlle).
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Cenlle, 1951. En el balcón de casa, en una de las muchas visitas que recibían las tías. De pie: Carmucha y el matrimonio Maruja y Roberto “de Coia”, amigos de la familia. Sentadas: Elvira, Herminia -la madre de Roberto-, Carmen y Quique. Delante, Felipe. (Archivo familiar de Cenlle).
<<Al volver de Vigo -explica Purita-, yo llegué a Cenlle enferma de peritonitis. En casa de Carmucha ya me había tratado el doctor Amoedo, y en la aldea continuaron el tratamiento, primero Rubén, primo y médico de la zona, y luego Luis Vallejo, también médico y amigo de casa. Estuve convaleciente casi un año, sin apenas levantarme, en una cama de madera especial que me hizo Enrique en su taller de Vigo. “El carrito”, le llamábamos en casa, ya que contaba con unas ruedas para poder trasladarme con facilidad. Además, me permitía también pasar sentada algunos ratos. “Al tiempo” -expresión muy de Cenlle-, no había las camas que hay ahora en las tiendas ortopédicas. >
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1950. Purita, en la galería de la casa de Cenlle, encamada durante varios meses por enfermedad. (Archivo familiar de Cenlle).
Cenlle, 1950. Purita, durante su enfermedad, recibía visitas a menudo. No podía faltar la del cura don José “de San Lorenzo”, con su sobrina Carmiña.
Después de varios meses postrada en cama y sin mejoría, su cuñado Enrique le conseguiría en Portugal la medicina necesaria que por entonces no había en España. Se curaría en cuestión de días.
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Años cincuenta. En la casa de Cenlle: Mayeya, sentada con la plancha en la mano, y Purita, de pie. Delante, cosiendo, Silda y una amiga del pueblo.
Cenlle, años cuarenta. Arriba: Estrella, Purita, Amparito “de Coia” y Carmucha. Abajo: Mayeya, Silda, Pacita y Enrique. (Archivo familiar de Cenlle).
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Cenlle, 14 de junio de 1943. En la galerĂa de casa. Mayeya, sentada, Pacita y Silda. (Archivo familiar de Cenlle).
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Cenlle, años cuarenta. Detrás, una amiga de la aldea y Purita. Delante, Pilar “de Názara”, Estrella y Susa. (Archivo familiar de Cenlle).
Cenlle, años cuarenta. Purita, con varios amigos de la aldea.
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Cenlle, años cincuenta, en el balcón de casa. Teresiña “a Bugarina”, Adélia Quiroga, Carmen -madre de Eulogio-, María Quiroga, Purita y Mayeya, agachada, atendiendo al “Puskas”.
Cenlle, años cincuenta. En el balcón de casa, alrededor de la caseta del “Puskas”. Carmen -madre de Eulogio-, Teresiña “a Bugarina”, Mayeya, Purita, Elvira, Adelia y María Quiroga.
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Las tías de Cenlle invitaban a toda la familia a su casa, de una manera especial en la “Fiestas del Quince”, en el mes de agosto. Allí coincidían varios hermanos, con sus parejas e hijos.
Cenlle, años cincuenta. La tía Mayeya, con sus sobrinos de Vigo: Felipe, Quique, Picuca y Carmela. (Archivo Antonio Marzoa López).
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Cenlle, años sesenta. Reunión familiar. Arriba: Purita, Carmucha, Felipe, Silda, Manolo “Pericocho”, Lola y Manolo. En medio: Carmela, Picuca, Arturo y Quique. Abajo: Manolito, Juan Luis, Carmencita y Lito. (Archivo familiar de Cenlle).
La tía-abuela Elvira, la mayor, que vivió siempre en Cenlle al cuidado de la casa y de Papá Felipe, era una persona sumamente hospitalaria, y especialmente insistente para que los invitados comiesen un poco más, lo hacía tanto con los niños como con los mayores “¡Come, Quique, come, que total el “Puskas” esto no lo come!”, refiriéndose al perro palleiro de casa, feo y de color grisáceo. << ¡Peregrinita, Peregrinita -cuenta Picuca que le decía-, ven aquí! No seas bule-bule. >> Picuca y Quique recuerdan con una sonrisa cómo las tías se referían al hermano mayor como “Felipito”… y aparece de pronto un sobre dirigido por ellas al “Sr.D. Felipito Martínez Marzoa, Llorente 20, Vigo.”
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Cenlle, 1942. En la parte de atrás de la huerta de casa. Entre otros: Pacita, Teresiña “a Bugarina”, Carmiña “de San Lorenzo”, Purita, Amparito “de Coia”, Mayeya, Silda, Manolo, Carmucha… (Archivo familiar de Cenlle).
Estas fotografías en grupo solían tomarse en los días de las Fiestas de Cenlle. En esa fecha, 15 de agosto, festividad de la Asunción de María, las tías recibían muchas visitas, tanto de la familia como de sus amigos de la comarca. Las imágenes que veremos a continuación están tomadas delante de la huerta que Papá Felipe tenía enfrente de casa, al otro lado de la carretera. Se trataba de una finca grande, en la que se cultivaban toda clase de hortalizas: tomates, judías, repollos, patatas... Contaba con un pozo, una parra y algo de viñedo. Los encuentros familiares se acostumbraban a cerrar allí con la habitual fotografía de todos los presentes.
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Fiestas de Cenlle, 16 de agosto de 1954. Atrás: Manolo “Pericocho”, Silda, Enrique, Carmucha, Carmencita, Antonio, Pepita y María Jesús. En medio: Felipe, Picuca, los abuelos Digna y Arturo, Carmela, Quique, Pacita y Elvira. Delante: Mayeya, Purita, José Antonio, Geluco y Arturo.
Cenlle, 16 de agosto de 1954. Atrás: Carmucha, Eugenia “de Roucos”, Mayeya, Quique y Manolo “Pericocho”, con Carmencita en brazos. Delante: Purita, Lito y Avelina “de San Amaro”.
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Las “Fiestas del Quince” de 1954 estuvieron más concurridas que nunca. Vinieron los de El Mesón del Cura, las dos familias de Vigo, los de O Carballiño, los abuelos de As Chavolas… Roberto “de Coia”, su esposa, sus padres…
Cenlle, 16 de agosto de 1954. Pacita, con dos años, y Geluco, con cuatro. Venían con sus padres desde El Mesón del Cura, y visitaban la casa de las tías por primera vez. (Archivo Antonio Marzoa López).
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Cenlle, 1954. Arriba: José Antonio, Pacita y Geluco, en el balcón de casa. Abajo: Pacita, por la carretera. (Archivo Antonio Marzoa López).
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Fiestas de Cenlle, 16 de agosto de 1954. Atrás: Felipe, Silda, Manolo “Pericocho”, Carmencita, Carmucha, Mayeya, Elvira, Enrique, Pepita, Pacita, los abuelos Digna y Arturo, y Antonio. Delante: Carmela, Picuca, Arturo, Quique, Purita, Geluco, José Antonio y agachada, Pacita.
Carretera de Cenlle, 1954. Roberto “de Coia”, con su hija en brazos, Herminia, Elvira, Mamá Digna, Papá Arturo, Maruja y Fermín. Delante, Mayeya.
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Cenlle, años cuarenta. Dosa, Amparito, Mayeya y Alicia Coloret, viniendo de misa. (Archivo familiar de Cenlle).
Cenlle, años cuarenta. Purita y Mayeya, en las escaleras, antes de la separación de la casa pequeña. La huerta continuaba hacia el otro lado de la entrada.
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En 1955, las tías Elvira y Mayeya deciden desplazarse a El Mesón del Cura, en Infesta, provincia de Ourense, para visitar a Antonio y a Pepita, y al mismo tiempo conocer a la familia de ella.
El Mesón del Cura (Infesta-Ourense), 19 de marzo de 1955. Mayeya, Severina -madre de Pepita-, y Elvira. (Archivo Antonio Marzoa López).
Aprovechan para recorrer la comarca, pasan por Lamas (Concello de Cualedro), primer destino como maestro del sobrino, y tienen la oportunidad de ver cómo crecían sus sobrinos-nietos de El Mesón: José Antonio, con seis años cumplidos, Geluco, con cuatro, y Pacita, con tres.
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El Mesón del Cura (Infesta-Ourense), 19 de marzo de 1955. Con la familia de Pepita. Arriba: Concha Lacambra, con José Antonio en brazos, Mamá Severina, Pepita, con Pacita en brazos, y Elvira. Abajo: Filo -sobrina de PepitaCarmen Lacambra, y Mayeya. Tumbado, Fidalgo, amigo de la familia..
El Mesón del Cura, 1955. Arriba: Mayeya, Concha y Carmen Lacambra, Pepita, con Pacita en brazos, y Filo. Abajo: Antonio, con Geluco y José Antonio. (Archivo Antonio Marzoa López).
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<<Al abuelo Felipe -cuenta Purita-, enfermo en sus últimos años, si le faltaba don Pepito Vallejo, el médico de casa, “le faltaba todo”. En tiempos en los que no había ni coches, ni autobuses, ni bicicletas, el doctor se movía por toda la comarca en un hermoso caballo blanco. Atendía las parroquias de Riobó y Leiro, y a nuestra casa venía debido a su larga amistad con la familia. Cuando falleció, su hijo Luis Vallejo tomó el relevo, y siguió viniendo cuando lo llamábamos. Él atendió mi peritonitis. >>
Cenlle, años sesenta. Luis Vallejo, el médico de Cenlle, y Enrique. Se cuenta en la familia que el médico fue pretendiente de la tía Purita.
<<Luis Vallejo se había comprado un coche de segunda mano bastante viejo. “O meu futingo”, le llamaba. Era
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el único que se veía por la comarca. Un día nos llevó a ver a don José, el cura de San Lorenzo, y nos decía sonriendo al salir: ”Si non para, chegamos alá”. Cuando Silda tuvo a Manolito en Ventosela, Luis Vallejo la había atendido en el parto. >> Cuentan que Luis Vallejo, hombre con fama de guapo y de padres con “capital”, había sido un serio pretendiente de Purita. Cuando a la tía se le pregunta ahora, contesta enérgica: “¡Qué más quisiera!… Andaba detrás”. Lo cierto es que Purita fue una joven muy guapa -igual que sus hermanas-, y no es de extrañar que contase con una larga corte de admiradores por la comarca. No encontraría nunca la pareja adecuada.
Cenlle, años cincuenta. La tía Purita.
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Cenlle, años cincuenta. Purita, en la huerta de casa.
En los años cincuenta, el balcón de la casa de Cenlle fue objeto de pequeñas obras de reparación y mantenimiento. Alguien apunta que también pudo ser elegido ese momento para colocar la espléndida parra que tantos años lució delante
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de la casa, hasta que en la actualidad fue retirada por Purita ya que, según ella, le tapaba la visión de la calle desde la galería.
Cenlle, años cincuenta. Purita, don José “de San Lorenzo” y Aurita. Delante, José Luis, el hijo de Aurita. Detrás se observan las obras del balcón.
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Cenlle, años cincuenta. En esta fotografía de Carmucha se puede observar el balcón sin barandilla. (Archivo familiar de Cenlle).
Enrique, el marido de Carmucha, fue persona muy allegada a Cenlle desde que a finales de los años treinta, durante la Guerra Civil, comenzó a visitar con asiduidad a Papá Felipe para rendir cuentas sobre la venta de madera de su almacén en Vigo. Su vida se vio siempre muy ligada felizmente a la familia de Cenlle, incluso en ocasiones por cuestiones de salud.
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Cenlle, años sesenta. Arriba, Enrique, en el balcón de casa. Abajo, respirando aire puro en “La Cerrada”, un monte de la familia que aún se conserva a día de hoy, 2019. (Archivo Familia Martínez Marzoa).
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Con el paso del tiempo, los vecinos de Cenlle comenzaron a servirse de los coches de alquiler para trasladarse de un lado a otro. Uno de los más utilizados era “La Lechera”, de Bugarín “o Zorro”, que había perdido un brazo al explotarle en las manos una pequeña cantidad de pólvora que almacenaba en casa.
Cenlle, La Tenencia, años cincuenta. “La Lechera” dispuesta para un viaje, con Amparito, Purita, Visi, Pilar “de Názara” y Dosa, de rodillas.
As Chavolas, años cincuenta. Purita, delante de otro coche de alquiler.
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A Toxa, años cincuenta. Más de cuarenta vecinos en la excursión a la isla con “Viajes Cenlle”. Entre ellos: Eulogio, don Serafín -el párroco-, Purita, Mayeya…
1940. Otra excursión de los vecinos de Cenlle. Esta vez a O Morrazo. En la imagen, en Cangas, delante de la fábrica de conservas de Massó. Entre otras: Carmucha, María Quiroga, Purita, Amparito “de Coia”, Adélia…
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En aquellos años cincuenta, sesenta, setenta… incluso ochenta, en los que se mantenía viva la tradición de celebrar las “Fiestas del Quince” con una espléndida y concurrida comida, era Misperina, la madre de Pilar, la encargada de cocinar. se le avisaba para que viniera a cocinar. También iba en cualquier otra ocasión especial con muchos invitados a comer. En 1957 había regresado de Argentina convertida en una excepcional cocinera.
Misperina, marzo de 1968.
Cuando emigró a Argentina en los años veinte, Misperina había dejado a su hija Pilar con sus padres. Pilar y Purita, de una edad similar, entablaron amistad. Al regreso de la madre en los años sesenta, se estableció con su hija en Názara, una pedanía en el monte, cercana a Cenlle. Al fallecer Misperina -sus padres ya habían muerto hacía años-, su hija se encontró muy sola en Názara, y se quiso trasladar a vivir a Cenlle. Fue entonces cuando las tías, a través de la amistad existente entre ella y Purita, le ofrecieron la vivienda de los caseros, a cambio de sus servicios domésticos, nunca por dinero. A partir de ahí, Pilar pasó a vivir en la casa de Cenlle como una más de la familia, hasta su fallecimiento en los años noventa.
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Cenlle, agosto de 1991. Pilar, sentada a la puerta de casa.
La antigua vivienda de los caseros, en desuso desde los años cuarenta, fue ocupada por Pilar al fallecimiento de su madre Misperina. Desde entonces se convertiría en una más de la familia. (Foto Enrique Huertes).
Cuentan de Pilar que tenía poderes sobrenaturales, de tal forma que anunciaba la muerte de personas conocidas antes de producirse. Así fue, entre otros, con Enrique y Carmela… Siempre hubo algo de misterio en todo esto... <<La que atendía a los niños cuando íbamos a pasar unos días a Cenlle -recuerda María, la hija de Silda- era Pilar.
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Ella nos llevaba a las cuadras a ver a los animales, a los montes, a las grutas de Názara, nos contaba leyendas fantásticas… Yo la quería mucho, y ella a mí. Poco antes de morir le encargó a la tía Elvira que me entregase dos anillos de oro, uno de su madre Misperina, y otro de ella, que naturalmente conservo. Sus nombres están grabados por el interior. >>
Pilar “de Názara”.
Posiblemente, María fue la sobrina-nieta que más tiempo pasó en Cenlle, porque además de ir en verano, coincidiendo en algunas ocasiones con sus primos Camilo y Cristina, también iba en el invierno, durante las vacaciones de Navidad, de Semana Santa… <<En una ocasión nos encontramos en la escalera con una culebra enorme. Asustadas, Cristina y yo empezamos a gritar sin que nadie nos hiciera mucho caso. Los amigos de la pandilla y las tías al oír los gritos, no se inmutaron. Enseguida pensaron que, con lo miedosas que éramos, se trataría de una lagartija más o menos grande… Tuvo que venir Pilar, y con un sacho, le cortó la cabeza. >>
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Años cuarenta. Purita -a la derecha-, paseando con dos amigas.
La familia de Cenlle mantenía una gran amistad con sus vecinos de enfrente, el matrimonio Carmen González y Fermín Porto. Su hijo Eulogio era como un sobrino para las tías. En el
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seminario de Ourense desde niño -auspiciado por las tías-, Eulogio finalizó la carrera sacerdotal, y fue destinado por el obispo a la parroquia de Santa María de Melón.
Melón (Ourense), años sesenta. De visita a la casa de Eulogio Porto, párroco de la Iglesia de Santa María. Purita, Misperina, Pilar, Elvira y Eulogio. Abajo, Mayeya. (Archivo familiar de Cenlle).
Cenlle, años sesenta. Teresa “a Bugarina”, María Quiroga, Purita, Eulogio Porto, Carmen y Mayeya. (Archivo familiar de Cenlle).
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Cenlle, años setenta. Delante de casa. Mayeya, Purita, Delfina -la maestra-, Carmen González -la madre de Eulogio-, Elvira y Fermín Porto -padre de Eulogio-. (Archivo familiar de Cenlle).
Ya desde niño, Eulogio Porto González fue considerado siempre como uno más de la familia, sin que realmente existiesen auténticos lazos familiares. Las raras veces que se desplazaba a Vigo, acostumbraba a comer en casa de Carmucha o de Picuca, siendo recibido con todo el afecto. Cuando a finales de los años setenta abandonó el sacerdocio, las tías de Cenlle sufrieron una enorme decepción. Tal vez por ello, Eulogio, conocedor de la situación, empezó a distanciarse hasta que al poco tiempo ya nadie supo de su vida. Más adelante llegó el rumor de que había comenzado a trabajar en una autoescuela de Pontevedra, de que se casó… y poco más. Era una persona querida en la familia, desde las tíasabuelas de Cenlle, hasta los sobrinos de las nuevas generaciones que tuvieron la oportunidad de conocerlo… todos lo
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apreciaban. En el ámbito familiar se sintió esa pérdida de relación, con preguntas sobre su vida sin apenas respuestas…
Cenlle, años cincuenta. Mayeya, en el balcón de casa.
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Mayeya, la más animada, sociable y movida de las tías, aprovechaba cualquier pretexto para desplazarse a Vigo. Digamos que la aldea se le caía encima, y añoraba aquella época en su escuela de O Calvario, entre otras cosas, con el mar tan cercano.
Playa de Samil, años sesenta. Purita y Mayeya, contemplando el mar.
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Vigo, Playa de Samil, años sesenta. Las tres hermanas, Carmucha, Purita y Pacita, y la tía Mayeya, a la orilla del mar. (Archivo familiar de Cenlle).
La tía Mayeya era muy miedosa. Antes de acostarse, pasaba revista por media casa. Abría las alacenas, los armarios, miraba detrás de las puertas, debajo de la cama… por si había algo… o alguien. Ella tampoco se salvaría de las frecuentes travesuras de su sobrino-nieto Quique, que a menudo pasaba temporadas en la aldea. Además de la típica “petaca”, de meterle tojos entre las sábanas… un día le colocó debajo de la cama los ojos de una merluza. El susto que se llevó Mayeya resultó mayúsculo… La travesura de Quique, ya pasado medio siglo, aún se recuerda en la familia. <<En Cenlle, yo tenía el típico aro de los niños de entonces, que se empujaba con una vara -comenta Quique-, y jugaba mucho con él por la carretera. Cuando había tormenta, mi aro desaparecía. Hasta que me dijeron que lo tiraban por el monte para evitar que atrajese los rayos. De manera que al día siguiente de una tormenta, tenía que buscarme otro aro entre los toneles del vino desechados y viejos. >>
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Vigo, “La Chavola”, años sesenta. Mayeya y su sobrina-nieta Pacita, hija de Antonio y Pepita. (Archivo familiar de Cenlle).
Mayeya tenía una mano especial con los niños, tal vez por su condición de maestra. A los pequeños de la familia se los ganaba desde el primer saludo.
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Cenlle, años sesenta. Delante de la puerta de la huerta. Entre otros: Mayeya, Elvira, Teresa “a Bugarina”, Purita, José Antonio, María Jesús…
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En la carretera de Cenlle, años setenta. Manolo, Elvira -de espaldas-, Pacita con Cristina en brazos, Adelia -la esposa de Pepe Quiroga-, Purita, Manolo “Pericocho”, Pacita y Luis -marido de Picuca y quien escribe-.
En los años setenta, Cenlle vivía como un gran acontecimiento la adquisición de un coche por parte de Purita, tras sacar el correspondiente carnet de conducir en O Carballiño. El flamante “Seat 850”, color vainilla, llamó la atención de todo el vecindario. Junto a la antigua escuela de Mayeya, se habilitó un garaje para el coche, y la realidad fue que el Seat de Purita pasó muchísimo más tiempo guardado que en la carretera. Algún viaje a Vigo, a O Carballiño, a lugares cercanos… hasta que entró en un desuso absoluto, ya que a su propietaria le imponía el tráfico tan solo un poco más allá del que había en Cenlle. Hace varios años, Purita lo vendió casi en perfecto estado. Lo que no se sabe es si el comprador encontraría el motor y su funcionamiento en buenas condiciones, no fuera a ser que algunas piezas se hubieran oxidado después de tantos años sin uso.
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Carretera de Cenlle, 1970. El “Seat 850” de Purita, recién estrenado. A la izquierda: Teresa “a Bugarina”, su hija Teresiña, María Quiroga y Purita. Dentro del coche, Mayeya y Eulogio. (Archivo familiar de Cenlle).
Cenlle, 2018. A la izquierda, la antigua Escuela Pública de Párvulos, de Carmen López Montero. A la derecha, el añadido que se le dio para el garaje del coche de Purita, en donde permaneció guardado cerca de treinta años sin apenas ser utilizado. (Foto Enrique Huertes).
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Cenlle, 1970. Purita, con Camilo, el hijo de Picuca, en brazos, a la puerta de casa. (Archivo familiar de Cenlle).
Aunque las tres tías de Cenlle se mostraban hospitalarias hasta la exageración, la tía-abuela Elvira siempre fue la que más. Tal vez por el hecho de no salir del pueblo casi nunca
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a lo largo de su vida, resultaba la más insistente en sus continuas invitaciones a que las visitasen. Resultaba para ella la única forma de ir conociendo a los nuevos miembros de la familia. Y la realidad es que por Cenlle acabaron pasando todos: los nietos, los sobrinos, los hijos de éstos, los matrimonios nuevos, los novios -incluso los pretendientes que no fueron más allá-, y por supuesto, los que iban naciendo. Elvira, siempre cariñosa, abría los brazos de par en par a los nuevos chiquillos. Los hijos de Carmucha y Enrique pasaron muchos veranos en Cenlle; el que más Quique, que dicen en la familia que “era el niñito de Elvira”. Pasó en la aldea cerca de siete años, hasta que lo admitieron en el Colegio Labor de Vigo. Años más tarde, Cristina, la hija de Picuca, vivió algunos meses en Cenlle cuando casi de bebé, el doctor Herránz aconsejó que pasara un tiempo en un lugar alto, para superar una leve dificultad respiratoria. Estuvo acompañada de la tía Pacita -por entonces ya vivía en la casa de Picuca-, y permaneció casi todo ese tiempo en el balcón, dentro de su cuna. Camilo y Cristina aún recuerdan sus estancias en Cenlle en los años setenta. Al atardecer, cuando estaban en pleno partido de fútbol en la carretera con el resto de los niños del vecindario, les avisaban desde el balcón de casa para subir a rezar el rosario. Cuando Cristina iba a Cenlle, su prima María se acercaba desde O Carballiño para acompañarla… y allí, por la carretera, no olvida cómo aprendió a andar en bicicleta. Rubén, el hijo pequeño de Picuca, niño de ciudad -nacido y criado en Vigo-, en una visita a Cenlle exclamaba al ver pasar una vaca por delante de casa: “¡Qué perro más grande!” Y Purita, en su flamante coche color vainilla, después de quitarle la cubierta plateada que lo protegía en el mismo garaje, llevaba a los sobrinos a diario a Leiro a bañarse en el río, y a veces, al Balneario de Partovia.
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Cenlle, 1975. Camilo, la tía Purita, Suso, María, la tía-abuela Mayeya y la tía Pacita, en la carretera. Pasaba un coche muy de vez en cuando.
Cenlle, 1975. La tía Purita, con su sobrino Suso.
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Vigo, 1967. La novia, Picuca, antes de salir hacia la iglesia para su boda. Con ella, Mayeya, a la izquierda, y Purita y Lolita “de Santiago”, a la derecha. Delante, Graciela, una vecina, y Carmela. (Archivo familiar de Cenlle).
Vigo, 1972. Saliendo de la Iglesia de María Auxiliadora, tras la boda de Carmela y Enrique: Daría Lama -madre del novio-, Carmucha, Gonzalo Rey Alar -padre del novio-, la tía Elvira y Lola. (Archivo familiar de Cenlle).
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En los años setenta, las tías reciben la visita de Antonio y su familia, residentes en Madrid. Era la presentación “en sociedad” de Carmen, su nueva esposa; vinieron acompañados de los dos hijos pequeños, María Jesús y David.
Cenlle, 1972. Visita de Antonio y Carmen, con los niños. Atrás: Pilar, Purita, Antonio, David y María Jesús. Delante: Elvira, Carmen y Mayeya.
Cenlle, 1978. En el balcón de casa. De pie: Purita, con Enrique en brazos, Carmen y Pacita. Sentados: Mayeya, David y Elvira.
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Cenlle, 1978. De pie: Carmen, Purita y Mayeya. Abajo: Antonio, Enrique -con diez meses- y David. (Archivo Antonio Marzoa López).
Así como su padre llegó a pasar en Cenlle cerca de siete años, Enrique hijo, con diez meses de edad, estuvo dos meses largos viviendo con las tías. Esto ocurría cuando nació su hermano Carlos en julio de 1978. Contaban las tías Elvira y Mayeya que Enrique padre, con más o menos cuatro años, pronunciaba mal la s, era un poco zarabeto, y que también tenía una tozudez singular en su proceder. “¡Quique, no pases por ahí!”. “Puez pazo”, contestaba enérgico. Las tías se lo repetían varias veces, y respondía de igual manera. Hasta que aburridas, le decían: “Pues pasa por donde quieras”. Entonces Quique se plantaba: “Puez ahora no pazo”.
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Cenlle, años ochenta. Tertulia familiar en el balcón. Elvira, Silda, Carmen, Pacita, Antonio y Purita, de espaldas. (Archivo familiar de Cenlle).
La tía Purita.
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<<Francisco Fernández Muleiro, “Paco”, nacido en Cenlle, y emigrado de niño con su familia a Buenos Aires, fue uno de los numerosos admiradores que tuvo Mayeya -cuenta Purita al ver una poesía de “Paco” dedicada a la aldea-. Había venido a Cenlle en un verano de los años sesenta, y a partir de aquella visita, mantenía correspondencia con ella. Era un hombre delgado, alto, con buena planta, culto y elegante, de la misma edad que Mayeya… Escribió varios libros en Argentina, y le había dedicado dos o tres poesías a la tía que andaban hasta hace poco por casa. >>
Carmen López Montero.
<<Entre las obras de Paco “O Muleiro”, que así era conocido en Cenlle” -explica Antonio Freijedo desde Buenos Aires-, destaca el libro “Nostalgia de Galicia y Asturias”, que recoge muchas poesías dedicadas a su vivencia en tierras gallegas: “Campiñas de Orense”, “Cenlle en mi nostalgia”, “La Virgen de Cenlle”, “Cenlle”, “La Qintá”, “Barbantes”, “Razamonde”, “Cando salín de meu lar”… y una muy especial, “Elvira y Carmen López”. >>
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Libro dedicado por Paco “O Muleiro” a las tías Elvira y Carmen.
“Elvira y Carmen López” Dos lirios, dos azucenas de los valles del Ribeiro, cándidas de enero a enero, de enero a enero serenas. Viven mitigando penas, la vista fija en el cielo, firmes en el santo anhelo de darse en luz y en amores… dos palomas, dos olores que llenan de gracia el suelo.
<<Paco “de Argentina” -continúa Purita-, dejaba atrás un pasado desgraciado. Se había hecho policía en Buenos Aires, y se casó allí, pero su matrimonio no resultó lo bien que esperaba. Su mujer fue detenida y encarcelada por varios delitos, y aunque Paco la visitaba a menudo, pidiéndole
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que se enmendara para tratar de sacarla del encierro, no consiguió de ella ningún cambio. Un día, enfurecido con ella por su infame conducta, no pudo contenerse y le pegó dos tiros con su pistola de policía. Fue condenado y pasó una buena temporada en la cárcel, porque además el delito elevaba la condena por su condición de policía. Fue expulsado del cuerpo. Al salir de la cárcel, se buscó trabajo y allí siguió. Tuvo una suerte nefasta, porque no era la mala persona que evidenciaba su asesinato. Cuando estuvo en Cenlle, Mayeya y él habían sido padrinos en la Confirmación de los niños de la parroquia. >> Carmen se quedó soltera, pero contó con admiradores y pretendientes toda su vida. Un maestro de Cenlle, un tal Ramón, también le había dedicado una apasionada poesía.
Años sesenta. Carmen López Montero, “Mayeya”.
El 13 de enero de 1979, la tía-abuela Carmen fallecía en la casa de Cenlle, a la edad de setenta y seis años.
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Recordatorio del fallecimiento de la tía-abuela Mayeya.
Esquela publicada en “La Región” de Ourense.
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El fallecimiento de Mayeya dejó un vacío enorme en la familia, en especial en sus eternas compañeras de casa, su hermana Elvira y su sobrina Purita. Mayeya era el corazón del hogar, la sonrisa, el optimismo, las ideas, la cercanía con los suyos…
Cenlle, años setenta. Pacita, Elvira y Purita, en la huerta de casa.
Cenlle, años dos mil. Lolita y Purita, en la entrada de la huerta.
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En 1980, Antonio y Olga visitaron España por primera vez. Él era el único hijo de María -la tercera hija de Papá Felipe- y de Salvador Freijedo, quienes habían emigrado a Argentina en los años veinte ante las circunstancias adversas que les tocó vivir en la aldea. Nunca más regresaron. Olga era nieta de Pepa -hermana de Papá Felipe-, que también emigró a Buenos Aires -en su caso, por voluntad propia-, en la última década del siglo anterior. Nacidos ambos en la capital bonaerense, llegaban a Galicia a conocer la tierra de sus antepasados. Él con cincuenta y seis años de edad; ella, con dos menos. Nada más pisar Galicia, el matrimonio, con la natural impaciencia y emoción, se trasladó de inmediato a Cenlle a conocer el pueblo de sus padres y la casa familiar, así como a las tías Elvira y Purita -Carmen ya había fallecido-, y a los primos por la rama de los Freijedo, hijos de sus tíos Peregrina y Luis, también fallecidos.
Olga y Antonio, “los argentinos”, en uno de sus viajes a Galicia.
Antonio mantenía desde Buenos Aires una asidua correspondencia con sus tías de Cenlle. Su madre María lo venía haciendo desde su forzada marcha en 1923.
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A través de las tías, “los argentinos” se mantenían informados de todas las novedades familiares, y de los acontecimientos más importantes de la comarca. Las tías, a su vez, sabían al dedillo de las vidas de María y de Salvador, luego de su hijo Antonio, de la boda con Olga, de Claudio, de sus hijos… Recibían a menudo testimonios fotográficos de todos ellos. Pasado casi un siglo, el contacto se mantenía tan firme como el primer día. A los pocos días de su llegada, Cenlle celebraba las fiestas patronales, a las que acudían un año más familiares de O Carballiño y de Vigo, con el aliciente adicional de la presencia de Olga y Antonio. “No os volveré a ver”, les dijo la tía Elvira con mucha pena cuando se despedían. Le prometieron que regresarían para su noventa cumpleaños. Y así fue.
Cenlle, 1984. La tía Elvira cumple noventa años. Con la correspondiente tarta delante, la acompañan Enrique, Purita, Carmucha, Olga y Carlos. (Archivo familiar de Cenlle).
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Cenlle, “Fiestas del Quince”, 1984. La tradicional comida se celebró en el balcón de casa. De espaldas, Elvira. A la izquierda: Carlos, Enrique, Manolito, Javier, Lolita, Carmucha, José Antonio y Purita. Por la derecha: Olga, Antonio, Manolo “Pericocho”, Silda, Pacita, María y Pilar. (Archivo familiar de Cenlle).
Dos años después de esta celebración, Elvira fallecía a la edad de noventa y dos años. A pesar de ser la mayor de las cuatro hermanas, resultó la última en morirse. Primero fue María en Buenos Aires en 1967, luego Digna en Cenlle en 1977, y después Carmen en 1979, también en Cenlle. La tía-abuela Elvira era lo que se denomina una persona “auténtica”. Apegada a la casa paterna desde su nacimiento en 1894, fue aquella tía de la aldea siempre cariñosa, dulce, acogedora, generosa… presente y recordada… que abría a todos las puertas de su hogar con los brazos abiertos. No se entendía la casa de Cenlle sin su presencia. Elvira constituía para la familia un querido y respetado símbolo que marcaba el último eslabón de su generación, el de las hijas de Papá Felipe.
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Y si fue sentida la falta de Mayeya en la casa de Cenlle, no resultó menos la de Elvira. La familia, que ya echaba de menos el optimismo, la sonrisa abierta, la rica conversación… de la más pequeña de las hermanas, perdía ahora el tierno y carismático referente de la mayor de las tías-abuelas.
Cenlle, años ochenta. Elvira López Montero, en el balcón de casa. Fallecía en 1986, a la edad de noventa y dos años. (Archivo familiar de Cenlle).
La tía Elvira está enterrada en el panteón familiar del Cementerio Parroquial de la Iglesia de Santa María de Cenlle, junto a sus padres y a sus hermanas.
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Cenlle, 2018. Panteón familiar en el Cementerio Parroquial de la Iglesia de Santa María de Cenlle. (Foto Enrique Huertes).
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Recordatorio del fallecimiento de la tĂa-abuela Elvira.
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Con el fallecimiento de Elvira, la tía Purita se quedaba en la casa de Cenlle tan sólo con la compañía de Pilar, que también moría seis años después, en 1992. Comenzaba para ella un tiempo largo de soledad, amortiguado levemente por la compañía cercana de las amigas y vecinas de la aldea, que diariamente la acompañaban y se brindaban para cualquier ayuda.
O Carballiño, años noventa. La tía Purita, en el parque.
Por proximidad, los de O Carballiño fueron los familiares que más convivieron con la tía Purita durante estos años. Silda, Manolo “Pericocho”, Manolito, Suso… ya menos Carmencita y María por su lejanía, aunque ahora la cuidan por temporadas. Siempre la familia le ofreció soluciones a su soledad, sobre todo en los fríos días del invierno. En alguna ocasión aceptaría una breve estancia en O Carballiño, en Vigo, en A Coruña… pero nunca sin pasar de una semana. <<Me acuerdo que a Baiona nunca quería venir -comenta Picuca-. Decía que para estar en una aldea prefería estar en Cenlle… y eso que tenía allí a sus tres hermanas, Carmucha, Silda y Pacita. >>
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Por los años ochenta comenzaron a llegar a Cenlle los más jóvenes de la quinta generación familiar: Javi, el tercero de Lolita y Quique, y Óscar y Bea, los hijos de Carmencita y Quique “León”. Para entonces, ya solo vivía en la casa de la aldea la tía Purita.
Cenlle, finales de los ochenta. La tía Purita, con Javi, Bea y Óscar.
Por los Montes de Cenlle, finales de los ochenta. Óscar, Lolita, Purita, Javi, Carmencita, Quique, Bea y María.
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Carmucha y Purita, las hermanas de Antonio que vivían solas, comentaban con cierta envidia lo bien que lo cuidaba su hija Pacita. Lo repetían con asiduidad, hasta que una tarde, en una de aquellas conversaciones del atardecer en Baiona, Picuca les sugirió alquilar un buen piso para los hermanos -incluía también a Antonio-, y encargar a Pacita -especializada en Atención Geriátrica- el cuidado de todos ellos, y por supuesto, cobrando adecuadamente. “¡Ay! ¡Qué mal nos quieres, mandarnos con Pacita!”, fue la respuesta inmediata de las dos. La sobrina tenía fama de “mandona”, rasgo inevitable para gestionar una convivencia ordenada, sobre todo con personas mayores. Ni Carmucha, ni Purita se dejaron nunca gobernar, y para ellas su independencia era totalmente innegociable. Y eso de que viniera la sobrina a ponerles normas de conducta…
Baiona, 2006. Las hermanas Marzoa, en la casa del verano. Pacita, Carmucha, Silda y Purita. (Archivo familia Martínez Marzoa).
Pero con el inevitable paso del tiempo, los inviernos del 2015 y 2016 ya los pasó Purita con su sobrina María en A Coruña.
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Baiona, 2006. Reunión de hermanos Marzoa al atardecer en la casa del verano. Antonio, Silda, Carmucha y atrás, Pacita. (Archivo familia Martínez Marzoa).
Cuenta Pacita, que Purita se pone muy nerviosa cuando ve que ella se dispone a salir a la calle a hacer algún recado. “¡Ay, te vas! ¡Ahora que parece que me está viniendo la muerte!, le dice en tono suplicante. “¡Pues dile que no, que espere, que ahora no me va bien!”, le contesta la sobrina muy en su papel.
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San Andrés de Campo Redondo (Ourense), 2013. Homenaje a Purita en su noventa cumpleaños, celebrado en el pueblo donde comenzó en 1931 a compartir su vida con la tía-abuela Carmen, maestra de la escuela de San Andrés. Arriba: David, Pau, Teresa, Manolo, María, José Antonio, Pepiño, Geluco, Carmencita, Quique, Pacita, Javier, María Jesús, Picuca, Chus, con Anxo en brazos, Luis, Marta, Pepe y Antón. Delante: Purita, rodeada de sus tres ahijados: Enrique, Suso, y Quique. (Archivo familia Marzoa López).
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Belo Horizonte (Brasil), 2017. Las hermanas Quiroga: Ana María, Consuelo, Alzira y Carmen, en el “Día de las Hermanas”, celebración muy festejada en Brasil.
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VI. Pepe Quiroga y “las brasileiras” Cuando Pepe Quiroga y sus hijas salían en cualquier conversación, las tías de Cenlle explicaban que la gran amistad entre los Quiroga y los Marzoa ya venía desde hacía más de un siglo. Hasta tal punto estaban unidas ambas sagas, que sus relaciones se encontraban en ese límite justo que separa la fuerte amistad de la familia, que al fin y al cabo no es otro que la propia sangre. Los abuelos de los Quiroga, Manuel Quiroga Álvares y Dosinda Carballada, eran originarios de la provincia de Lugo. No se sabe el porqué de su llegada a estas tierras de Saa de Sadurnín (Concello de Cenlle), pero lo cierto es trabajaban como caseros en la “Casa do Conde”, una de las más pujantes de la comarca de O Ribeiro. Con el paso del tiempo, acabarían por comprarle el pazo a sus ya ancianos propietarios, y allí nacerían sus dos hijos, Pepe y María. Así que aquella intensa amistad de los padres de Pepe Quiroga con Juan Marzoa y su esposa Casilda -padres de Papá Arturo-, se mantiene aún hoy en día entre los descendientes de ambas familias, a pesar del tiempo transcurrido y de la mucha distancia que los separa. José Quiroga, el primer hijo, nació en Saa en 1908. Más conocido por “Pepe do Conde”, ingresó en el Seminario de Ourense a los diez años. Solía ocurrir por entonces en las aldeas que los padres que aspiraban a que sus hijos varones estudiasen algo más allá de lo que les ofrecía la escuela primaria del pueblo, tomasen la alternativa de ingresarlos en el seminario a temprana edad. Por otro lado, “hacerse cura” significaba un orgullo para muchas familias gallegas creyentes, y no digamos “hacerse misionero”, que completaba la aspiración cristiana más ambiciosa.
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El Seminario de Ourense se regía por normas de conducta muy rigurosas. Una noche, cuando ya Pepe rondaba los veinte años, se le ocurrió escaparse del centro junto a su compañero Piñeiro, con la mala suerte de ser descubiertos por los superiores. Fueron expulsados del seminario al día siguiente.
Ourense, años veinte. Dosinda Carballada y Manuel Quiroga, con su hija María. (Archivo familia Quiroga).
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Ourense, aĂąos veinte. Dosinda Carballada, con sus hijos MarĂa y Pepe. (Archivo familia Quiroga).
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Seminario de Ourense, años veinte. Pepe Quiroga, el primero por la derecha, y Piñeiro, el primero por la izquierda, junto al Señor Obispo y demás superiores. (Archivo familia Quiroga).
Pepe Quiroga y Piñeiro acordaron entonces trasladarse a Brasil para continuar allí sus carreras de cura. En 1929 ingresan en el Seminario Diocesano de Diamantina (Minas Gerais), donde Pepe termina su curso de Filosofía. Al poco tiempo, ambos abandonan los estudios sacerdotales. Esta decisión supondría una gran frustración para la familia, en especial para su madre Dosinda, que valoraba al máximo el “tener un hijo cura”… y misionero. Comienza para Pepe Quiroga una trayectoria profesional muy distinta a la de cualquier emigrante español de aquella época. Tras su salida del seminario, Monseñor Messías, director de un colegio interno para muchachos, le ofrece ingresar como profesor, y le nombra Instructor General, cargo que conllevaba la sustitución del director en su ausencia. Así que la enseñanza en Minas Gerais comenzaría siendo el horizonte de trabajo de Pepe Quiroga.
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Más de dos millones de gallegos emigraron a América Latina entre las dos últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX. A Brasil llegaron ochocientos mil españoles, y mientras los andaluces se iban a trabajar en el campo a Sao Paulo y al sur del país, los gallegos se dirigían más bien a las grandes ciudades, donde se empleaban en comercios, servicios, construcción… profesiones que no requerían excesiva cualificación.
Minas Gerais (Brasil), 1937. Pepe Quiroga, delante del colegio en el que comenzó de maestro al salir del seminario. (Archivo familia Quiroga).
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Pepe Quiroga se dedicaría por entero a la enseñanza en colegios, en dos Facultades de Letras y en cursillos particulares de español: llegó a ser conocido como “el maestro”. En uno de estos cursos, entabló amistad con la brasileña Adélia Melquíades de Sousa; se enamoraron, y pronto se casarían.
Minas Gerais (Brasil), 1936. Adélia Melquíades y Pepe Quiroga, durante su noviazgo. (Archivo familia Quiroga).
Adélia y Pepe contraían matrimonio en Río de Janeiro, en mayo de 1937.
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Río de Janeiro, mayo de 1937. Adélia Melquíades de Sousa y Pepe Quiroga Carballada, en el día de su boda. (Archivo familia Quiroga).
Tuvieron ocho hijos, tres varones y cinco hembras: José (1938), Dosinda (1939), Fernando (1940), Carmen (1942), Francisco (1943), Ana María (1945), Consuelo (1946) y Alzira (1947). De los ocho hijos, los tres varones murieron de pequeños, lo que dejó una enorme herida en el corazón de Adélia y de Pepe. La mortalidad infantil, muy común en aquellos tiempos, dejaba a las familias con tremendos vacíos. Quiroga nunca superaría del todo la pérdida de sus hijos.
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Belo Horizonte (Brasil), 1952. Pepe y Adélia, con sus hijas: Carmen, Dosinda, Ana, Chelo y Alzira. (Archivo familia Quiroga).
Belo Horizonte (Brasil), 1949. María Quiroga -hermana de Pepe-, con sus sobrinas: Carmen, Dosinda, Alzira -en brazos de la tía-, Chelo y Ana. (Archivo familia Quiroga).
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Desde el punto de vista profesional, Pepe Quiroga alcanzaría una relevancia notable en la ciudad de Belo Horizonte. Además del magisterio, acabaría por ser nombrado Cónsul de España en la provincia de Minas Gerais. <<Este nombramiento marcaría profundamente la vida de mi padre y de toda la familia -cuenta su hija Ana María-. El Consulado funcionaba en nuestra propia casa, y por allí pasaban todos los ciudadanos españoles recién llegados al país. Muchos se quedaban en nuestra casa mientras no tenían dónde instalarse. Las esperanzas, los anhelos, los dramas personales y familiares de aquellas gentes recién salidas de su tierra y de su hogar, se exponían en casa y eran escuchados paciente- mente por Adélia, mi madre, que los atendía. Mi padre se comportó como un “misionero”, no en el sentido estrictamente religioso, pero sí en el humano. Así fue ganando una enorme respetabilidad por parte de la comunidad de emigrantes gallegos asentados en Minas Gerais. Pepe Quiroga se transforma así en una especie de “Juez de Paz” dentro de la colonia española. >>
Belo Horizonte (Brasil), 1979. Ana María Quiroga Melquíades, a los treinta y cuatro años. (Archivo familiar de Cenlle).
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<<Como todo emigrante -continúa Ana María-, mi padre anhelaba regresar a Galicia. Lo intentó en repetidas ocasiones. >>
Mapa de la República Federal de Brasil. En el sudeste, el estado de Minas Gerais, uno de los veintisiete que forman el país. Su capital es Belo Horizonte.
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Pepe Quiroga hablaría muchas veces, primero a su esposa, y más tarde a sus hijas, de cómo era el Pazo de Saa, de cómo eran sus padres, del tipo de vida que hacían en Sadurnín, les hablaría de los campos y de los viñedos, de la belleza del río Miño, que discurría muy cerca de la aldea…
Saa de Sadurnín (Cenlle-Ourense), 2018. Arriba: Cruceiro y Pazo de Saa, conocido popularmente como la “Casa do Conde”. Abajo: puerta de entrada a los campos y viñedos del pazo. (Fotos Enrique Huertes).
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Después de diez años en Brasil, Pepe Quiroga, junto a su esposa y a su hija, viaja por primera vez a Galicia en 1940 con la inmensa ilusión de poder quedarse. Tras una travesía en barco de más de veinte días, llega a Vigo, y deseoso de pisar la casa paterna y la aldea donde nació, se desplaza raudo al Pazo de Saa, al cuidado por entonces de su madre Dosinda y de su hermana María, con las que vive un reencuentro emocionante y feliz. Después de presentar a su esposa Adélia y a su hijita Dosinda -con poco más de un año-, recorre palmo a palmo los escenarios de su niñez. Los campos y viñedos de casa, los montes próximos, bajan hasta el río Miño, rezan en la iglesia de San Xoan, se acercan a As Chavolas a saludar a los Marzoa… Son momentos gozosos plagados de recuerdos, que comparte con Adélia, a la que va contando con detalle todos sus andanzas en aquellos inolvidables años de juventud.
Belo Horizonte (Brasil), 1940. Adélia, con su hija Dosinda.
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Luego, ya entrando en la realidad de la vida, intentan establecer un colegio en Vigo con un entusiasmo desbordante, pero al final sería un sueño imposible de alcanzar. Eran momentos muy difíciles en España, con la guerra civil recién finalizada, y el comienzo de la segunda guerra mundial. El presente y el futuro inmediato no resultaban especialmente prometedores. Su esposa Adélia venía embarazada de Brasil, y aquí nació su hijo Fernando, que por desgracia fallecía al poco tiempo. La ilusión del padre de tener un hijo gallego se venía abajo. Con esta pena, y con las enormes dificultades que se le presentaban para su proyecto, los ánimos de Pepe Quiroga y el sueño de quedarse en Galicia se desvanecen. Regresa a Belo Horizonte.
Vigo, 1940. María Quiroga y Adélia, con Carmucha, en el Monte de O Castro.
Durante ese tiempo de gestiones en Vigo, Carmucha y Enrique llevan al matrimonio Quiroga a conocer la ciudad y su entorno. Visitan el Parque de Castrelos, suben al Monte de O Castro y al Monte de A Guía, van a O Berbés, se acercan a Panxón, a Baiona, a O Morrazo…
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Baiona, 1940. En el puerto pesquero. Detrás: Adélia, Enrique, Carmucha y María Qiroga. Delante: Purita y Amparito. (Archivo familia Martínez Marzoa).
Vigo, O Berbés, 1940. Por entonces ya se veían pocos carros de bueyes por la ciudad. Carmucha, Adélia, María Quiroga, Purita, Amparito, entre otras, se hicieron esta curiosa fotografía en el puerto. (Archivo fam. Martínez Marzoa).
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Baiona, Playa de A Ribeira, 1940. Purita, la segunda por la izquierda, María Quiroga, Adélia y Carmucha. De pie, Amparito. (Archivo Antonio Marzoa).
Panxón (Nigrán), 1940. En un faro cercano. Una amiga, Purita, Amparito, María Quiroga, Adélia y Carmucha. (Archivo familia Martínez Marzoa).
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El año 1946 es de malas noticias para los Quiroga. Fallecen Mamá Dosinda y el marido de María, con escasos meses de separación entre ambas pérdidas. María se queda completamente sola en Sadurnín. Después de unos meses en soledad, tristemente soportada en el Pazo de Saa, María decide emigrar y unirse a su hermano Pepe en Belo Horizonte. Llega a Brasil en 1947, y la “Casa do Conde” se queda en manos de los caseros, sin ningún familiar posible que la atienda. Ya en Brasil, María se solidariza con la labor de su hermano Pepe, y le ayudará al cuidado y educación de sus hijas. Años después, será Adélia, su cuñada, la que necesitará de una atención especial debido a su enfermedad.
1946. María Quiroga Carballada.
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En 1953, seis años después, Adélia viene a Sadurnín con la misión de vender la legendaria “Casa do Conde”. Tras la decisión familiar -tardarían unos meses desde su llegada en resolverlo-, el pazo fue vendido a Tomás y Pacita Alfaro. Adélia había llegado en el viaje acompañada de su hija Consuelo, de siete años, que mientras estuvo en la aldea, acudía a la Escuela de Cenlle, atendida entonces por la señorita Delfina, compañera de estudios de Mayeya, y amiga íntima de los Marzoa. Durante ese tiempo, Chelo -así se le conocía en casa- aprendió bastante español… y tuvo muchas vivencias relacionadas con la tierra de sus antepasados. <<Mi hermana Chelo -explica Ana María- guarda grandes recuerdos de aquellos meses en la aldea. En especial se acuerda de Quique, el hijo de Carmucha, y compañero inseparable de juegos en sus vacaciones en la casa de Cenlle. >>
Belo Horizonte, 1979. Consuelo Quiroga Melquíades, a los treinta y tres años.
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<<Aprendí a convivir con una realidad de vida dominantemente campesina -según Chelo afirma ahora desde su madurez-, que mucho ha contribuido en la formación de mi identidad, incorporando todo un sentido vinculado al mundo rural, y también a la hispanidad. La vivencia en Galicia a los siete años de edad resultó muy significativa en mi vida, empezando por la travesía del Atlántico en barco durante catorce días, que me dio una primera noción de la inmensidad del mar y del mundo. >> Entre los recuerdos de su estancia en la aldea, Chelo mantiene muy viva la significación de la casa de los Marzoa en Cenlle. <<Allí, en su patio, se ubicaba la escuela de párvulos, que recibía diariamente a los niños chiquitos del pueblo, y que tenía como maestra a Mayeya. Ella era una figura reconocida por su calidad como persona y por su autoridad intelectual, siempre con una gran influencia en las decisiones colectivas de la aldea. También en ese mismo patio, los Marzoa cedían una casita que utilizaba el médico semanalmente para pasar consulta a los vecinos. La disponibilidad de Purita, también añadía un diferencial a aquella familia. La gente del pueblo, cuando se encontraba enferma, llamaba a Purita para ponerle las inyecciones recetada por el médico. >> De regreso a Brasil, la familia Quiroga quiso llevarse algunos de aquellos objetos domésticos utilizados en la casa de Sadurnín, algo que contenía para ellos un alto valor sentimental. Los compradores se lo permitieron con generosidad, pero llegado el momento de la partida, solo pudieron trasladar el reloj de la sala, la olla del caldo gallego, algunos cubiertos, y sabanas y mantas artesanales de Mamá Dosinda, que se han guardado celosamente como recuerdos de vida. La casa de Sadurnín y su contenido centenario, fue otro de los referentes perdidos para siempre por los Quiroga.
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Pepe Quiroga no cesaba nunca en su intento de volver a Galicia. A pesar de su buena situación en Belo Horizonte, la nostalgia de su tierra permanecía presente, y si acaso, con mayor fuerza cada día que pasaba. En 1957 habrá otra tentativa de regreso, y esta vez con más decisión que en ocasiones anteriores. Viaja a Galicia, su tierra querida, con su esposa Adélia y las cinco hijas: Dosinda, con dieciocho años, Carmen con quince, Ana María con doce, Chelo con once y Alzira con nueve. Viven durante ocho meses en la casa de Cenlle, con Elvira, Mayeya y Purita. <<Ellas han demostrado una inmensa amistad y solidaridad con nuestra familia -declara Chelo-, al recibir y acogernos en su casa por toda esa larga permanencia. >> En aquel momento se estrecharían todavía más los lazos de amistad entre las familias Marzoa y Quiroga.
Cenlle, 1957.Detrás: Elvira, Adélia -con muletas-, Purita, un matrimonio amigo y Mayeya, con Lito delante, el hijo de Manolo Marzoa. En medio, cuatro hermanas Quiroga: Ana María, Carmen, Chelo y Alzira. (Arch. familiar de Cenlle).
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<<Me acuerdo -se expresa Chelo con profunda nostalgia- de señalados encuentros de las dos familias en Cenlle, reunidos en la galería y en el balcón de la casa, todos juntos, y con Enrique cantando ‘Amapola, lindísima amapola, no seas tan ingrata, y ámame…’; o la canción que hacía suspirar con tristeza a todos los emigrantes que habían dejado Galicia: ‘¡Ay Pepiño adiós!, ¡ay Pepiño adiós!, ¡ay Pepiño por Dios non te vayas!, ¡Quédate con nós…’. >>
Panxón (Nigrán-Pontevedra), 1957. Reunión familiar. Adélia, Arturo, Picuca, Carmen, Eulogio Porto, Ana María, Carmucha, Consuelo, Purita, y Carmela.
<<Aquel fue un viaje que marcaría a toda la familia para el futuro -cuenta Ana María-. Cruzamos el Atlántico en un buque inglés que tardó catorce días en la travesía. El contacto con la aldea fue para nosotros un hallazgo inimaginable, ya que éramos absolutamente urbanas. Veníamos de una ciudad de setecientos mil habitantes, y a excepción de Chelo, que había estado anteriormente en Sadurnín por unos meses, las demás hermanas no conocíamos otra forma de vivir que la de Belo Horizonte. >>
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<<Un mundo enteramente rural -añade Consuelo-, que nos ha propiciado convivir y entender las relaciones de proximidad entre las personas de pueblos más chicos; el gran significado de las fiestas religiosas y populares, su organización bajo el comando de su “fiestero”; la existencia de pequeñas tiendas que vendían de todo, y donde se entablaban muchas charlas, regadas con copas de aguardiente, al final de cada día cuando los hombres regresaban de su jornada en el campo; la feria de Ribadavia -el 10 y 25 de cada mes- en la que se establecía un comercio aún marcado por relaciones de trueque, y que comer el pulpo con cachelos en platos de madera, acompañado por el vino do Ribeiro, constituía un momento de confraternizar y compartir los resultados de los negocios realizado a lo largo del día… >> <<Aprendimos cómo abrigarnos en invierno -cuenta ahora Ana María-, cómo usar los zuecos y las gabardinas… Todo era novedoso, incluso la escuela de la señorita Delfina, la maestra, a la que asistimos, donde muchas veces se realizaba el aprendizaje cantando: ´Dos por uno, dos; dos por dos, cuatro…´. Las matemáticas se mezclaban con la geografía: “España limita al norte con el mar Cantábrico, con los Montes Pirineos, que la separa de Francia…” >> <<Y donde el dictado de un texto -añade Chelo- se hacía en castellano, aunque el idioma dominante en el vivir cotidiano de los niños era el gallego. >> <<Las cinco brasileiras -recuerda Ana María- ocupábamos la mesa de la maestra, porque ya no había ni un solo pupitre libre. Nos daban de merienda queso y leche americana, recibidos de un programa de complementación alimentaria de Estados Unidos. Todo aquello fue una experiencia absolutamente impensable para un grupo de niñas que vivían en Brasil una realidad totalmente urbana, y no habían conocido el mundo más allá de sus casas y del camino del colegio de Belo Horizonte. >>
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En ese verano de 1957, Pepe Quiroga alquila un piso en Panxón, pueblo de marineros por entonces, que en aquel momento no tenía la consideración del gran centro de veraneo que alcanzó en la actualidad. Al mismo tiempo, Carmucha y Enrique también se deciden a alquilar otra casa, y pasan juntos el verano en Panxón. Fue un tiempo inolvidable para las dos familias. <<Por el “tobogán” de las dunas de Panxón se tiraban los niños, dejando sus zapatillas, en muchas ocasiones, allí enterradas para siempre. En las dunas nos divertíamos a menudo los cinco hijos de Carmucha y Enrique, y las cinco brasileiras. >>
Panxón (Nigrán-Pontevedra), 1957. Adélia, Pepe Quiroga y Ana María, en el balcón de la casa donde vivían. (Archivo familiar de Cenlle).
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Panxón, 1957. De pie: Felipito y Enrique. En medio: Pacita, Carmen y Purita. Delante: Consuelo, Quique, Ana María, Picuca, Carmela, Alzira y Arturo.
Playa de Panxón, 1957. De pie: Consuelo, Quique, Carmen, Carmela, Ana María y Arturo. Delante: Felipito, Dosinda, Picuca y Alzira.
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Playa de Panxón (Nigrán-Pontevedra), 1957. Foto de familia en una barca de la playa. Detrás: Carmen, Pepe Quiroga, Adélia, Sara Pérez, Pacita, Dosinda, Ana María, Mayeya, Carmucha y Felipito. Delante: Carmela, Purita, Quique, Chelo, Picuca, Arturo y Alzira. (Archivo familiar de Cenlle).
Playa de Panxón (Pontevedra), 1957. Detrás: Quique, Picuca, Dosinda, Carmela y Felipito. Delante: Arturo, Lito, Juan Luis y un niño amigo.
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Playa de Panxón, 1957. Picuca, Arturo, Dosinda, Ana María, Purita, Pepe Quiroga, Carmen y Quique. (Archivo familia Martínez Marzoa).
Las dos familias vivieron momentos felices, sobre todo los niños. Todos ellos tienen muy presente en la memoria aquel verano en Panxón. A pesar de los años transcurridos, aún hoy, comentan con detalle los juegos que hacían, las excursiones, cómo nadaba Adélia a pesar de las muletas que se veía obligada a utilizar por la calle…
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<<Toda la invalidez que tenía Adélia para caminar -recuerda Picuca-, le desaparecía en el agua. Se le veía feliz cuando se bañaba, y siempre se iba nadando hasta muy lejos. >>
Panxón (Nigrán), 1957. Reunión familiar. De pie: Carmucha, María Quiroga, Sara Pérez, Carmen, y Consuelo. Sentados: Purita, Carmela, Alzira, Pepe Quiroga, Ana María y Arturo. (Archivo familia Martínez Marzoa).
Desde Panxón solían hacer excursiones a lugares cercanos. Uno muy recordado fue al Monte de Santa Trega, en A Guarda (Pontevedra). Había ido una buena pandilla.
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A Guarda, Monte de Santa Trega, 1957. Picuca, Consuelo, Arturo, Purita, Carmela, Eulogio, Alzira, Felipito y Dosinda. (Archivo fam. MartĂnez Marzoa).
A Guarda, Monte Santa Trega, 1957. A la izquierda: Consuelo, Carmela, Eulogio y Dosinda. A la derecha: Purita, Felipito, Picuca, Arturo y Alzira.
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<<Benito y yo nos habíamos enamorado -contaba Carmen Quiroga hace poco-. Nos carteamos durante bastante tiempo, pero la distancia acabaría inevitablemente con la relación. >> Benito Pérez García, primo de Manolo “Pericocho”, una vez acabada su carrera de Medicina, atendería como ginecólogo a Silda, a Picuca, a Carmela… a las futuras madres de la familia.
As Chavolas, 1957. Purita, Carmencita -hija de Silda y Manolo “Pericocho”-, Benito Pérez García y Carmen Quiroga. (Archivo familiar de Cenlle)
Por entonces, Carmen tenía quince años, y aquel idilio temprano debió quedarle grabado en el alma. En la visita reciente de las hermanas Quiroga a Galicia, en 2018, Carmen se interesó por Benito, que había fallecido unos años antes.
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As Chavolas (Ourense), 1957. Carmen Quiroga, con Carmencita en brazos. La primera casa a la izquierda era la de Odilo, primo del abuelo Arturo, y la Ăşltima, la casa de los abuelos Digna y Arturo. (Archivo familiar de Cenlle).
Belo Horizonte, 1979. Carmen Quiroga Melquiades.
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De vez en cuando variaban de playa, y en lugar de ir a la de Panxón, acudían a la Playa de A Madorra, al otro lado del puerto. Enrique, el marido de Carmucha, cuando su trabajo se lo permitía, aparecía por la playa.
Panxón, Playa de A Madorra, 1957. Enrique jugando a la pelota con Carmen Quiroga. Felipito, al fondo. (Archivo familia Martínez Marzoa).
A Madorra, 1957. Sara Pérez, Carmen Quiroga, Felipito y Enrique Martínez.
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Panxón, 1957. Carmucha, Adélia y Pepe Quiroga, en el balcón de casa.
Desde Cenlle, una vez pasado el veraneo de Panxón, se acercaron a Vigo en muchas ocasiones a visitar a Carmucha y Enrique. La amistad entre las dos familias se fue acrecentando día a día, y tanto los padres como los niños, habían llegado a tal grado de entendimiento y afecto, que se echaban de menos unos a otros si no andaban juntos.
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Vigo, 1957. Tertulia en “La Chavola”. Arriba: Enrique, Carmen Quiroga, Carmucha, una amiga, Adélia Quiroga y Mayeya. De pie, Felipito y Sara Pérez. Abajo: Mayeya, Carmen Quiroga, Carmucha, y un matrimonio amigo. De pie: Felipito. (Archivo familia Martínez Marzoa).
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Durante esos meses que la familia Quiroga permaneció en Cenlle, se dio la coincidencia de que dos familias gallegas que vivían en Belo Horizonte andaban también por Galicia. Se citaron un día en Cenlle, y desde allí hicieron un pequeño viaje por Galicia y Asturias.
Galicia, 1957. Viaje de los Quiroga con dos familias amigas de Belo Horizonte. Delante: Ana Quiroga, Mayeya, Adélia, y uno de los matrimonios. Detrás, entre otros: Carmen Quiroga, Purita, Chelo, Alzira…
Adélia Quiroga, bajando del coche, ayudada por Mayeya.
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Aquellos ocho meses que pasaron en Cenlle, alternados con el veraneo en Panxón y algunos días en Vigo en “La Chavola”, dejaron profunda huella en el alma de ambas familias, los Quiroga y los Marzoa, con tal dosis de afecto que, pasados más de sesenta años, permanecen tan vivos como entonces.
Panxón, 1957. Adélia, Mayeya y Carmucha, en el balcón de casa.
Panxón (Nigrán-Pontevedra), 1957. Las tres Carmen: Carmucha Marzoa, Mayeya López y Carmen Quiroga. (Archivo familia Martínez Marzoa).
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1957. MarĂa JesĂşs, la hija de Antonio y Pepita, en brazos de la chica que trabajaba en su casa, y a la derecha, Carmen Quiroga. (Archivo familiar de Cenlle).
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Panxón (Nigrán-Pontevedra), 1957. Los dos matrimonios en la casa del verano de los Quiroga. Detrás, Enrique y Carmucha; delante, Adélia y Pepe. (Archivo familia Martínez Marzoa).
Pasado más de medio siglo desde entonces, los Quiroga y los Marzoa siguen carteándose -ahora a través del correo electrónico y del watshap-, y tanto unos como otros permanecen al día de todas las novedades familiares que van aconteciendo. En mayo de 1962, llega la noticia de que Dosinda, la hermana mayor, toma sus votos de monja en São Paulo. La familia acude al convento donde se celebra la profesión final de los votos. Dosinda María, nacida en Belo Horizonte en 1939, había ingresado en el convento para hacerse monja en 1961. Tenía veinte y dos años.
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São Paulo (Brasil), mayo de 1962. Consuelo, Alzira, Carmen y Ana María Quiroga, delante del convento donde residía Dosinda.. (Arch. familia Quiroga).
Dosinda María Quiroga Melquiades, a los cuarenta años.
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Belo Horizonte (Brasil), 1965. En la casa paterna de los Quiroga. La tía María, Alzira, Chelo, Ana María y Carmen. (Archivo familia Martínez Marzoa).
Belo Horizonte (Brasil), 1965. A la salida al patio de casa: Alzira, Chelo, Ana María y Carmen. (Archivo familia Martínez Marzoa).
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En los anteriores testimonios fotográficos se echa en falta a la hermana mayor, Dosinda María, que por entonces ya se encontraba de monja en el convento. Sin embargo, después de ocho años como religiosa, Dosinda decide salirse de la orden, e ingresa en la Universidad Federal para graduarse como enfermera. En 1975, con treinta y cinco años, emigra a Estados Unidos, y se establece en Louisiana, donde ejerce su profesión de enfermera. Allí se casa con Eurípedes Batista, adoptan un hijo, Nicolas, que ahora, pasados los años, pertenece a la Marina Norteamericana. Estuvo casado con Dana Lee -hoy divorciados-, y tienen una hija, Serena, única nieta de Dosinda. Tristemente, la mayor de las Quiroga fallece en febrero de 2010, a la edad de setenta y un años. Su enfermedad fue diagnosticada tardíamente cuando ya no tenía perspectiva de cura.
Belo Horizonte (Brasil), 1966. En la casa paterna de los Quiroga. Chelo sostiene a Bernardo, hijo de Carmen. Sentadas, Ana María y Adélia. (Archivo familia Quiroga).
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En 1970, Pepe Quiroga vuelve a Galicia con su esposa Adélia y su hermana María. Una de sus primeras visitas fue a la nueva casa de Silda y Manolo “Pericocho” en O Carballiño.
O Carballiño (Ourense), 1970. En la terraza de la nueva casa de Silda y de Manolo “Pericocho”: María Quiroga, Adélia Quiroga, Suso -con cuatro años, María -con algo más de un año- y Purita. (Archivo familiar de Cenlle).
O Carballiño, 1970. Purita, Silda con María en brazos, Elvira, Adélia y María Quiroga, Suso, Manolo “Pericocho” y Mayeya. (Archivo familiar de Cenlle).
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O CarballiĂąo, 1970. Carmencita, Mayeya, Purita, Suso y MarĂa Quiroga.
Cenlle (Ourense), 1970. Pilar, Mayeya, Pepe Quiroga, Purita y Eulogio.
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Con anterioridad a este último viaje a Cenlle, Pepe Quiroga había recibido en su casa de Belo Horizonte a José Porto, hermano de Eulogio, y cura como él. A su regreso a Brasil, les envía a las tías una fotografía con un sentido texto al reverso.
Belo Horizonte, 15 de febrero de 1968. José Porto -hermano de Eulogio y curamisionero salesiano en Brasil- , Ana María, Adélia y Pepe Quiroga.
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En 1975, vuelve Pepe Quiroga a Galicia una vez más. Viene solo, y se aloja en la casa de Cenlle, en la que se siente siempre como en casa propia y bien acogido. Llega del viaje en un estado de salud bastante precario, y las tías Elvira, Mayeya y Purita hubieron de cuidarlo con esmero para su pronta recuperación. Nada más recuperarse, trata de contactar con sus antiguos compañeros de seminario, con los que convivió durante diez años de niñez y de adolescencia. Para ello, no deja de visitar aquellas parroquias y monasterios donde le informaron que se encontraban los seminaristas de los años veinte. En su empeño, hará un largo recorrido por su amada Galicia, llegando a los lugares más recónditos. Como a modo de despedida definitiva, va repasando los recuerdos de los muchos momentos vividos en su terruño gallego. Esta ocasión acabaría siendo su última visita a Galicia.
O Carballiño (Ourense), 1975. En la terraza de casa. Silda, Pepe Quiroga, Suso, Mayeya y Manolito. Ya se observa en Pepe un mal aspecto físico.
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Pepe Quiroga fallecía en Belo Horizonte en 1978, a los setenta años. <<Moría un gallego que -comenta su hija Chelo-, igual que la mayoría de los emigrantes, había anhelado toda su vida regresar a su tierra, un sueño que al fin no consiguió realizar. Mi padre decía, y lo ha repetido un montón de veces, que con razón Calderón de la Barca afirmaba que, “la vida es sueño, y los sueños, sueños son”. >>
Belo Horizonte (Brasil), 1978. En el centro, Pepe Quiroga, en su último cumpleaños con los amigos, pocos meses antes de su fallecimiento. (Archivo familia Quiroga).
Tres años después, en 1981, se moría su esposa Adélia Melquíades de Sousa, y en 1983 sería su hermana María Quiroga la que fallecía. En cinco años desaparecían los mayores de la familia Quiroga en Brasil.
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Belo Horizonte (Brasil), julio, 1979. Adélia, en el centro, con sus cinco hijas: Dosinda, Alzira, Consuelo, Carmen y Ana María. El padre, Pepe Quiroga, había fallecido el año anterior. (Archivo familiar de Cenlle).
María Quiroga Carballada, años cincuenta.
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En 1991, pasados más de treinta años desde su estancia en Cenlle, Carmen Quiroga vuelve a Galicia acompañada de su esposo, Omar Souki. Llega a Vigo, y visita a Carmucha y a Pacita. Se informarían mutuamente de sus respectivas familias.
Vigo, 1991. Carmen Quiroga, Carmucha y Pacita, en la visita que Carmen, junto a su marido Omar Souki, hizo a Galicia ese año.
En el reverso de la fotografía anterior, Carmen y Omar les dedicaban estas sentidas palabras a Carmucha y a Pacita. (Archivo familia Martínez Marzoa).
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Vigo, Monte de O Castro, 1991.Omar Souki, el marido de Carmen Quiroga, -a la derecha-, con Picuca y Luis. (Archivo familia Martínez Marzoa).
Los que conocieron de adolescentes a las hermanas Quiroga, cuentan que Ana María era la soñadora y comunicativa, Alzira la intelectual, y Carmen la “guapita” de todas ellas. Nacida en marzo de 1942 en Belo Horizonte, María Carmen se hizo terapeuta ocupacional, profesión que ejercería hasta su jubilación. Casada con Omar Souki, tienen cuatro hijos: Bernardo, Juliana, Gustavo y Marcelo. Los tres varones viven en la actualidad en Brasil, mientras que Juliana reside en Estados Unidos. Bernardo, casado con Barbra Bastos, tiene dos hijas, Ana Clara y Nina; Juliana, con Daniel Richardson, tienen dos niños, Gabriel y Diogo; Gustavo, con Rejane Santana, también tiene dos hijos, Fernando y Leonardo; igualmente Marcelo, casado con Taciana Carneiro, tiene otros dos hijos, Thiago y Guilherme. En total, Carmen y Omar, ya jubilados desde hace tiempo, son abuelos de ocho nietos: dos mujeres y seis varones.
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Madrid, 2017. Carmen Quiroga, en uno de sus viajes a EspaĂąa. La Puerta de AlcalĂĄ al fondo. (Archivo familia Quiroga).
Omar y Carmen, con sus hijos mayores, Bernardo y Juliana, en brazos.
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Foto de familia. Carmen Quiroga, a la izquierda, y su marido Omar Souki, al fondo, con su hija Juliana Souki, su marido Daniel Richardson, y sus hijos Diogo y Gabriel. (Archivo familia Quiroga).
Parte del árbol genealógico de la Familia Quiroga, correspondiente a Carmen. (Archivo María Carmen Quiroga Souki).
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Mapa de las regiones más importantes de la República Federal de Brasil. En Belo Horizonte, capital del Estado de Minas Gerais, vivió siempre Pepe Quiroga desde que emigró a Brasil. Allí se casó con Adélia Melquíades, y allí nacieron todas sus hijas, y casi todos sus nietos. En la actualidad, 2018, la mayoría de su familia sigue residiendo en Belo Horizonte.
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La tercera de las hermanas, Ana María Quiroga, vive en Río de Janeiro desde hace casi treinta años. Nacida en Belo Horizonte el primero de año de 1945, puede que sea esta circunstancia de nacer en un día tan señalado, el motivo de su carácter divertido y parlanchín… es decir, que tal vez ya le venga de nacimiento su forma de ser. “Siempre romántica y llena de fantasía, se expresaba muy bien”, recuerda Picuca. Se gradúa en Trabajo Social, y en 1972, a los veintisiete años, se casa en Belo Horizonte con Antonio Fausto Neto, licenciado en Periodismo y Comunicación. Trabajaron los dos en la Universidad Católica de Minas Gerais. Tres años más tarde, en 1975, se desplazan a Brasilia para realizar los Máster del Post-Grado exigidos para profesores de enseñanza superior. Así que Fausto cursó un Máster en Comunicaciones, y Ana María, en Antropología Social. Residieron allí casi tres años, y durante ese tiempo, en 1976, nació su primer hijo, Tiago. Recuerda Picuca, que Ana María le comentaba por teléfono: “Brasilia es una auténtica locura de ciudad”. Al acabar sus estudios, ingresan ambos como profesores en la Universidad Federal de Paraíba, por lo que se establecen en esta localidad, una región al nordeste del país. En Paraíba nace su segundo hijo, Daniel, en 1978. En los años ochenta, el matrimonio pasa una temporada estudiando en París, donde nace en 1981 su tercer hijo, en este caso una niña, Nina. A principios de los noventa, la familia se traslada a Río de Janeiro para que Fausto haga un curso de Post-Doctorado en Comunicación en la Universidad de dicha capital. Al mismo tiempo, a Ana María la invitan en la misma universidad como investigadora social durante seis meses. Al final de este periodo, Ana María decide quedarse en Río, y no volver al Nordeste de Brasil. Con tal motivo, solicita la transferencia de su puesto de profesora a la Universidad Federal de Río de Janeiro, donde trabajaría hasta su jubilación.
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A la izquierda, el mapa de la República Federal de Brasil, en el que se puede observar el Estado de Paraíba en la Región Nordeste del país.
<<Mi hijo Tiago tiene ahora cuarenta y dos años -cuenta Ana María- Es un enamorado de Galicia, tal vez porque lleva el nombre de Santiago. Estudió Comunicación Social, alcanzando también la Maestría y el Doctorado. Ejerce como profesor en la Universidad de Brasilia, igual que su esposa Claudia Sáez. Tienen dos hijos, Lucas, de once años, y João, de siete. En la actualidad, 2018, Tiago está finalizando un curso post doctorado en Berlín, y al parecer, la familia regresará pronto a su vida normal en Brasilia: no quieren más tiempo en tierras alemanas, a pesar de su excelente confort de vida. >> En el último viaje de “las brasileiras” a Galicia, en marzo de 2018, les acompañaron los dos hijos de Ana María, Tiago y Daniel, así como sus esposas, Ananda y Claudia, y sus tres nietos, Lucas, João y Maya. <<Daniel, mi segundo hijo -sigue Ana María con el relato -, es un gran aficionado al deporte, en especial, al fútbol. Estuvo en España una corta temporada jugando al fútbol-sala en el Caja San Fernando de Jerez de la Frontera, de División de Honor. No jugó más de seis meses debido a una lesión en un pie, que le obligó a regresar a Brasil. Durante ese tiempo, tuvo la oportunidad de conocer a Picuca. >>
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<<De regreso, se graduó en Publicidad en la Universidad Nacional de Río de Janeiro. Trabaja en una emisora de televisión, “Sport TV”, dedicada a deportes. Casado con Ananda Decanio, también publicitaria, tienen una hija, Maya, de siete años. >>
Daniel Quiroga y su esposa Ananda Decanio, con su hija Maya.
Cenlle (Ourense), 2018. Daniel y Tiago, los dos hijos de Ana María, en su reciente viaje a tierras gallegas. (Archivo familia Quiroga).
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<<Nina, la tercera de mis hijos, nacida en París, tiene treinta y siete años. También se graduó en Comunicación Social, y su tesis de Maestría trató sobre las concepciones y los prejuicios en relación a los “sudacas” -trabajadores de las ex colonias españolas en la sociedad española contemporánea-. La publicaría en You Tube, y contiene algunas entrevistas con activistas muy críticos con la “invasión de los sudamericanos” en el mercado de trabajo de España. Hoy en día trabaja con una “ONG Católica para Refugiados”. >>
Nina Quiroga.
Al parecer, según cuenta su madre, Nina viajó a España en 1999/2000, y en ese tiempo conoció a Carmucha, Purita y Picuca. También se desplazó brevemente a Sadurnín y a Cenlle. Luego permaneció unos meses más en Madrid con su tía Chelo.
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<<Nina está casada con Tiago Carvalho, que trabaja en Cine Documentario, o sea, otro comunicador en la familia. Tienen dos hijos, Antonio, de cinco años, y Clara, de tres. Es la única de mi familia inscrita en el Censo Electoral de Madrid, y por lo tanto vota como ciudadana española en el exterior. Mis dos hijos y yo -continúa Ana María- votamos por Galicia, ya que estamos inscritos en el Concello de Cenlle. Todos somos ciudadanos españoles, algo también común en los primos -los hijos de Carmen, los de Consuelo y parte de los de Alzira-. Esa ciudadanía no ha sido impuesta nunca, e incluso se presentaron voluntarios para el servicio militar, con la correspondiente “Jura de Bandera”, algo que está en desuso en la actualidad. No hay duda de que Pepe Quiroga -afirma Ana Maríalogró dejar profundas huellas en los corazones y sentimientos de toda la familia. Pasados cuarenta años de su partida de este mundo, su ideario se mantiene bien firme. >>
Cenlle (Ourense), 2018. Ana María, en medio, con sus nietos Lucas, João y Maya, y su hijo Daniel. De fondo, la casa de Cenlle. (Archivo familia Quiroga).
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Parte del árbol genealógico de los Quiroga, correspondiente a Ana María Quiroga. (Archivo María Carmen Quiroga Souki).
2018. Ana María Quiroga, con su nieta Maya, en su reciente viaje a Galicia.
En marzo de 2018, las hermanas Carmen, Ana María y Alzira Quiroga visitan Galicia una vez más. Para Carmen habían pasado veintisiete años desde su visita anterior, pero para sus otras dos hermanas, el tiempo se hacía todavía mayor,
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nada menos que sesenta y un años. Llegaban las tres felizmente jubiladas, y muy ilusionadas con aquel nuevo encuentro con la aldea de su niñez. <<En el momento de encontrarnos -comenta Picucanos reconocimos como si fuera ayer cuando jugábamos por las arenas de la playa de Panxón. >> Se hospedan en una casa rural de Cenlle, y nada más llegar, sin apenas descanso, enseguida los recuerdos comienzan a fluir con fuerza y en pleno desorden. El paisaje, los lugares, las anécdotas, los viñedos, La Tenencia, la iglesia de Santa María, la escuela de la señorita Delfina… y los tremendos cambios que encuentran a cada paso… Pocos vecinos… muy pocos vecinos. La aldea, aunque casi muerta ahora, permanece en cambio llena de vida para ellas. Se acercan a la casa de las tías Elvira y Mayeya -sabían de sus fallecimientos-, pero la encuentran cerrada y vacía. Purita, su última moradora, pasaba una temporada en Vigo justamente aquellos días. Pero allí estaba la casa de Cenlle, bien conservada, intocable en el tiempo, sin vida en aquel momento, pero con un alma infinita llena de nostalgias... Y como es natural, se trasladaron de inmediato a la “Casa do Conde”, ahora el Pazo de Saa, que también permanecía impecablemente conservado… ¡pero qué pena!, sin los magníficos viñedos y campos de antaño, donde según su padre, trabajaban cada día los abuelos Dosinda y Manuel. Alguna de las hermanas, al obsequiarles a Picuca y a Quique con una fotografía de esta visita, escribía en el sobre una bella reflexión: “Voltar ao pasado para entender o presente e projetar o futuro”. Una vez en Vigo, Picuca y Quique las acompañan a Panxón a vivir viejos recuerdos de la niñez. Comen en una tapería situada en el paseo, delante de la playa… y desde luego no reconocen nada de lo que era el pueblo cuando pasaron allí todo un verano. Chelo Quiroga, la hermana que no pudo venir, le mandaba a Picuca un sobre lleno de fotografías, que eran mucho más que
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una simple colecciรณn de imรกgenes. Se trataba de un acopio de recuerdos imborrables, que se conservaban tan vivos como si no hubiese pasado sobre ellos mรกs de medio siglo de existencia.
Sobre enviado por Chelo Quiroga para Picuca, conteniendo fotos de juventud.
Consuelo Quiroga.
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Consuelo Quiroga, “Chelo”, la cuarta hija de Adélia y Pepe Quiroga, nació en Belo Horizonte en 1946. Se graduó como Trabajadora Social, y ejerció de profesora en la Pontificia Universidad Católica de Belo Horizonte hasta su jubilación. <<Además de mi vinculación a la universidad -explica Chelo-, he vivido en Lima (Perú) en los años setenta, coordinando un proyecto de trabajo social en el que tuve la oportunidad de convivir con la América Latina de habla hispana. También ha sido muy significativo en mi experiencia de vida, la inmersión en el mundo indígena Inca, su cultura y modos de vivir. >> La proximidad de Chelo con su origen español se ha concretado de manera especial en varios momentos importantes de su vida. Las primeras ocasiones, en 1953 y 1957, vividas en Sadurnín y Cenlle, en compañía de su mamá, primero, y de toda su familia, después. Más tarde en Perú, en los años setenta, reactualizó esa relación en un país con todo un expresivo vínculo con España. <<Las influencias de España en Latino-América –reafirma Chelo- se mantienen muy fuertes en todos los instantes de su trayectoria histórica, desde la relación colonial hasta nuestros días. En España también he realizado parte de mi doctorado en la Universidad Complutense de Madrid, llevando a cabo un estudio comparativo sobre el significado del (no)trabajo para la juventud en Brasil y en España. >> Consuelo Quiroga se casa con el boliviano Juan Carlos Sandi en los años setenta, con el que permanece unida durante doce años. <<La convivencia con Juan Carlos -añade Chelo-, debido a su origen boliviano, ha profundizado aún más en mi vínculo hispánico. >>
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Belo Horizonte (Brasil), 1974. Chelo Quiroga y Juan Carlos Sandi, en una jornada de camping. (Archivo familia Quiroga).
<<Juan Carlos llegó a Brasil para estudiar ingeniería eléctrica en Belo Horizonte -cuenta Chelo-, y en ello trabajó a lo largo de un par de años. Poco después, se vuelca en Comunicación Social y en sus estudios de post-grado, para dedicarse posteriormente a la docencia en la Universidad Federal de Minas Gerais, en nuestra ciudad. En este puesto permaneció hasta su jubilación. >> En 1976 tienen un hijo, André, hoy con cuarenta y dos años, que vive en la actualidad, 2018, en Belo Horizonte. André ha vivido durante catorce años en el sur de Brasil, realizando su maestría y doctorado en temas relacionados con las tecnologías de información y comunicación. Allí trabajó como docente, pero hoy está vinculado a la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Federal de Ouro Preto, una ciudad histórica cercana a Belo Horizonte. Comparte su vida con Cinara Lisboa, que igual que él, trabaja en Comunicación Social.
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2017. André Sandi Quiroga, con su pareja Cinara Lisboa.
Después de su separación con Juan Carlos Sandi, Chelo Quiroga conoce a Aluisio Coelho, y desde 1982 conviven juntos hasta hoy. Treinta y seis años de relación con “Neco” -es conocido por todos con este apodo-, y una hija, Inés, fruto de esa unión.
2017. Aluisio Coelho, “Neco”, con su hija Inés.
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<<Inés cumple en la actualidad treinta y tres años. Igual que su tía Ana -explica la mamá-, es una apasionada de la antropología, a la cual dedicó sus estudios de grado y postgrado, y sigue acaparando su interés hasta hoy. >>
2016. La tía Ana y su sobrina Inés.
<<Inés ha vivido durante algunos años en Río de Janeiro, trabajando en una ONG vinculada a acciones para jóvenes en situación de vulnerabilidad social, estimulando el desarrollo de su potencial de expresión en cuanto a la tecnología, al arte y a la educación. Hoy, vive en Belo Horizonte, y trabaja -según su madre- en la misma línea de actuación, concretamente en el proyecto “Plugminas”, de la Secretaría de Educación del Gobierno de Minas Gerais. >>
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<<Y ahora que nuestros hijos ya tienen su vida propia -comenta Chelo-, estamos los dos, Neco y yo, disfrutando de una merecida vida de jubilados después de tantos años de trabajo. Neco, con su formación en Economía y Derecho, se ha dedicado durante años a la constitución del Partido dos Trabalhadores, y ha sido asesor de sus parlamentarios. Hoy destina gran parte de su tiempo a la música, en concreto, al aprendizaje de la percusión. >>
Bahía (Brasil), 2017. Chelo Quiroga, con su pareja Neco Coelho.
Parte del árbol genealógico de la Familia Quiroga, correspondiente a Consuelo y a Alzira. Hay que actualizarlo con Cinara Lisboa, pareja de André Sandi Quiroga. (Archivo María Carmen Quiroga Souki).
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Alzira María Quiroga, la pequeña de las cinco hermanas, nació como todas ellas en Belo Horizonte. Llegó a este mundo el 15 de noviembre de 1947, es un año menor que su hermana Chelo, dos que Ana María y cinco que Carmen, y cumplirá setenta y un años dentro de unos días, tal vez cuando este libro salga a la luz. En un hogar donde la enseñanza presidió siempre los aconteceres de la familia, Alzira estuvo pronto involucrada en la docencia. Maestra de inglés en enseñanza básica en sus inicios, se pasó a la comunicación social comunitaria, luego a la edición de periódicos corporativos, y trabajó en comunidades pobres en el interior del país, hasta llegar a un proyecto de escuela infantil cooperativa gestionada por los propios padres de los alumnos.
Alzira María Quiroga, en su última visita a Europa en 2018.
Durante muchos años, Alzira permaneció comprometida en la investigación sobre la educación infantil, tanto en la escuela de párvulos, como en la formación en la universidad de maestros de primera infancia. Tras diez años en esta última labor, se jubila.
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Casada desde 1974 con el panameño Jorge Enrique Mendoza Posada, economista, y profesor hasta su jubilación en la Pontificia Universidad Católica de Minas Gerais. Llevan cuarenta y cuatro años de matrimonio, y ambos disfrutan de un merecido retiro tras muchos años de lucha. Tienen tres hijos, Helder, Vinicius y Patricia Quiroga Mendoza, que siguiendo costumbres de Brasil, toman antes el apellido de la madre que el del padre. Helder es cineasta y productor cultural; Vinicius es psicólogo, y trabaja con adolescentes en conflicto con la ley, al mismo tiempo que cursa una maestría en salud pública y superación de la violencia; Patricia se graduó en Relaciones Internacionales, y trabaja en la actualidad en una agencia de intercambio cultural de jóvenes.
Belo Horizonte, 2015. Helder Quiroga Mendoza, cineasta y productor cultural.
En 2014, Helder publica un interesante libro de poesía, “REBENTO”, con treinta y un bellos poemas escritos a lo largo de sus últimos cinco años. En 2016, Helder Quiroga, en su actividad como cineasta, presenta un cortometraje de animación, “ÉGUN -Os mistérios do mar-”, en el “40 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano” celebrado en La Habana. Con anterioridad había producido “Onírico” y “Grito” en 2002, y “O Negro” en 2003.
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Portada del libro “REBENTO” de Helder Quiroga. Abajo: uno de sus poemas.
“Universo feito agua Cada vida numa bolha Mil siléncios pelo mundo Inundando os pensamentos” Helder Quiroga
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“Dentro de nós existen abismos Mas também existen borboletas” Helder Quiroga
“O sol se acostumou em dormir nos braços das nuvens e se acolher nos sonhos das montanhas.” Helder Quiroga
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Brasil, 2015. Presentación de la película “Égun”, dirigida por Helder Quiroga Mendoza. De izquierda a derecha: su hermana Patricia, su padre Jorge Mendoza, Helder, su made Alzira Quiroga y su hermano Vinicius. (Archivo familia Quiroga).
Imagen del cortometraje de animación “ÉGUN -Os mistérios do mar-”, de Helder Quiroga.
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Cartel del cortometraje “ÉGUN -Os mistérios do mar-”, del Helder Quiroga. En 2014, fue premiado como “Mejor Cortometraje de Animación” en el
“15 Grande Premio de Cinema Brasileiro”.
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Vinicius esta casado con Flávia Pereira Cordeiro, también psicóloga como él. Tienen un niño, Caio, que cumplió dos años.
Brasil, junio de 2018. Vinicius, Caio y Flávia, en tiempos del Mundial de Fútbol.
<<Mis recuerdos de Cenlle -comenta Alzira con cierta nostalgia, no exenta de pasión- se componen de las vivencias de una niña de nueve años que descubre de repente la libertad de los amplios espacios. Fue un tiempo vivido tan intensament que, al volver a Belo Horizonte, me resultaba hasta difícil hablar en portugués. Cambiaba las palabras, confundía la gramática, y en la escuela tuve bastantes malas notas en esta asignatura. Mis recuerdos de Cenlle van desde el olor, los sabores y las luces de la casa de Elvira y Mayeya, hasta los juegos en el campo, las caminatas a Sadurnín o a Názara junto con Teresiña -la hija de Teresa “a Bugarina” que trabajaba en casa-, con la que también salía por los viñedos, recogiendo uvas, subiendo a un cerezo para probar aquellas frutas por primera vez, o a una higuera para saborear sus higos. ¡Ah, que cosa tan sabrosa e inolvidable!
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Fueron los primeros contactos con toda una selección de frutas que jamás había probado: manzanas verdes -de un manzano de casa- que se caían al suelo y eran ofrecidas a los cerdos; las ciruelas, de las que aún hoy llevo su sabor en la memoria gustativa; las peras de San Juan, sabrosísimas. Todas eran frutas a las que no teníamos acceso en Brasil, porque aquí no se sembraban por entonces. Comíamos plátanos, mangos, papayas, piñas, naranjas y otras frutas de clima tropical. Pero lo más importante era que en Cenlle las podíamos coger simplemente subiéndonos al árbol. >> “A mí me tocaba siempre subir a coger las frutas más altas del árbol”, recuerda Picuca como si fuera hoy. <<Otro hecho inmborrable en mi memoria que me ha marcado para siempre -continúa Alzira-, fue estudiar en la escuela de la señorita Delfina, en una clase multiseriada, como solían ser las escuelas rurales por entonces. Pero la configuración de esa escuela volvió muy fuerte a mi memoria cuando, muchísimos años más tarde -en los ochenta- ingresé en un movimiento pedagócico llamado Escuela Moderna, basado en el pensamiento del pedagogo francés Célestin Freinet, el cual inició su experiencia docente en una escuela rural de Francia a inicios del siglo XX, y, en sus descripciones, yo veía el salón de clases de la escuela de Cenlle y la actuación de la señorita Delfina. Freinet percibía la riqueza de las expereiencias de la vida cotidiana en la aldea y buscó desarrollar técnicas pedagógicas que valoraran esas experiencias vividas en el campo, en el contacto con animales y plantas, así como el conocimiento construido por los niños en la observación de las leyes naturales, lo que hizo que las llamara técnicas de Método Natural. Así que, agregando el estudio de esta metodología de enseñanza con mis percepciones en la escuela de Cenlle, trabajé veinte años en una escuela de párvulos en la cual seguíamos la Pedadogía Freinet -en España, el sistema era conocido como MCEP, Movimiento Cooperativo de Escuela Popular-.
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Otra experiencia muy fuerte fue pastorear ovejas en el pueblo de San Lorenzo, con hijos de amigos de papá. Cuando salíamos a llevar los animales al monte, íbamos cantando cantando música de la época: “Por el camino verde, camino verde que va a la ermita, desde que tú te fuiste llorando quedan las margaritas. La fuente se ha secado, las azucenas están marchitas, por el camino verde, camino verde, que va a la ermita…”
En este año de 2018 en que volvimos a pasar una semana en Cenlle, reencontramos a Teresa “a Bugarina” -ya bien mayor, con noventa y siete años- y a Teresiña, su hija, así como a otros personajes del pueblo que yo no recordaba. Pero he percibido que algunos valores que veíamos en el cincuenta y siete seguían presentes en las personas que encontramos -la extrema afectuosidad, la generosidad y la sencillez-. Nos hemos reencontrado con esos valores que nos han sido transmitidos por el viejo Quiroga y la tía María, como memoria de Sadurnín, de Cenlle, de Galicia… >>
Cenlle, marzo de 2018. En el salón de la casa rural que ocuparon las Quiroga en su visita. Ana María, Teresiña “a Bugarina”, Alzira y Niza, la dueña.
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Del último viaje de “las brasileiras” a Europa, y por supuesto, de su visita a Cenlle, nos han dejado algunos testimonios fotográficos.
Lisboa, marzo de 2018. Carmen, Ana María, Alzira y Maya.
Lisboa, marzo de 2018. Alzira, Daniel, Ana María, Ananda y Carmen.
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Lisboa, marzo de 2018. Daniel, Carmen, Ana María, Alzira y Ananda, la esposa de Daniel. Delante, Maya, hija de Daniel. (Archivo familia Quiroga).
Después de esta reciente visita a Cenlle, tendremos que añadir a la entrañable familia de los Quiroga, a los dos hijos de Ana María, Daniel y Tiago, a sus respectivas esposas Ananda y Claudia, y a sus hijos Lucas, João y Maya.
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Sabemos que el resto de las nuevas generaciones, no tardarán demasiado en pasar por Cenlle, Saa, Sadurnín, As Chavolas… por la tierra, en definitiva, de sus antepasados. Los esperamos.
2018. La expedición brasileira delante de la “Casa do Conde” de Saa (Sadurnín-Ourense): Claudia, Tiago, Ana María, Alzira, Ananda, Daniel y Carmen. (Archivo familia Quiroga).
<<Todas nosotras -escribe Chelo-, las hijas de Pepe Quiroga, nos consideramos españolas, no solamente por ser ciudadanas censadas en el país con doble nacionalidad, sino fundamentalmente por los vínculos afectivos con España que nuestro padre nos ha inculcado toda la vida. En la formación de este vínculo, la familia Marzoa tuvo un especial significado por todo lo vivido con ella. >>
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Uno de los dos escudos de la fachada de la “Casa do Conde” en Saa.
<<Mis hijos, André e Inés, también han incorporado a sus vidas ese profundo sentimiento con España -continúa Chelo-. Los dos, a lo largo de mi permanencia en Madrid realizando mis estudios de doctorado, han disfrutado intensamente de sus vivencias madrileñas. André, cursando asignaturas en la Universidad Complutense, e Inés en el segundo curso de la ESO en un colegio de la capital. >>
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<<Sin duda, haber vivido y estudiado en España ha estrechado aún más ese vínculo -acrecienta Chelo su explicaciónLa referencia en nuestra casa con relación a España permanece siempre presente en nuestra vida cotidiana familiar, ya sea pronunciando palabras en castellano, escuchando música, o saboreando comidas de inspiración española: la tortilla, el jamón… como también leyendo, escuchando noticias, recordando lo vivido… >>
Pepe Quiroga Carballada y Adélia Melquíades de Sousa.
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Entre otros: Enrique, Silda, Lolita “de Santiago”, Manolo, Pacita…
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VII. ¡Hermosa juventud! Al finalizar la Guerra Civil, los hermanos Marzoa se disponen a vivir junto a sus amigos de As Chavolas, de Cenlle, de Sadurnín… una década maravillosa para todos ellos, la de los cuarenta, que además de forma inevitable marcará su futuro de forma definitiva. Liderados por Antonio, el hermano mayor, con veintidós años por entonces, se encuentran en esa etapa espléndida de la madurez recién estrenada. Deseosos de disfrutar de su arrolladora juventud, la pandilla no pierde un instante para gozar y divertirse en momentos de ocio y vacaciones. Acuden a toda cuanta fiesta se celebra por la comarca: el Carmen en As Chavolas, “el Quince” en Cenlle, el Portal en Ribadavia, San Pedro en Leiro, el Corpus en Ourense, San Cibrán en O Carballiño, Santa Baia en Laias… De no haber fiesta en el fin de semana, y a pesar de las casi inexistentes comunicaciones, organizan sin falta sus acostumbradas excursiones de los domingos a Ribadavia, a Vigo, a Ourense, a Santiago… van a bañarse a Playa América… llegan hasta Betanzos a visitar a Antonio cuando cumple allí el servicio militar… recorren palmo a palmo pueblos cercanos: Ventosela, Castrelo de Miño, Leiro, Sampaio, O Carballiño, Laias, Riocaldo… En esos años, Antonio y Carmucha, los dos hermanos mayores, ya habían acabado sus estudios en la Normal de Ourense, y permanecían a la espera de decidir su futuro profesional. En el caso de Antonio, después de vivir la Guerra Civil en su lugar más conflictivo, el Frente del Ebro, todavía tuvo que permanecer en el ejército hasta 1945, primero en Zaragoza, y después de una tregua, en Betanzos, en Estella... A principio de la década, Carmucha conoce al vigués Enrique Martínez Domínguez, e inician un noviazgo, que aca-
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baría en boda en 1942. Durante ese tiempo, también Enrique acompaña a Antonio en el liderazgo de la pandilla, para entre los dos, elegir las excursiones y demás planes festivos.
Ourense, 1937. Antonio Marzoa López, con diecinueve años, estudiando en la Normal. (Archivo Antonio Marzoa López).
Desde pequeños, los hermanos Marzoa López alternaban su vida en As Chavolas, con temporadas más o menos largas en la casa de Cenlle de Papá Felipe. Con el fin de hacerles compañía, era habitual que alguno de ellos pasase un tiempo allí, sobre todo Antonio, muy allegado al abuelo desde niño, y aún después de mayor. Era su primer nieto.
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En esta peculiar situación, hermanos y amigos andaban permanentemente de un lugar a otro, tal como se puede observar en los abundantes testimonios fotográficos que nos han dejado.
Ourense, Río Miño, 1937. Antonio Marzoa López.
Tanto Antonio como Enrique, en aquellos años de juventud, fueron grandes aficionados a la fotografía, y ellos mismos revelaban en sus casas los carretes de las Kodak. De ahí viene la abundante colección de recuerdos que han dejado a las generaciones siguientes.
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En el ámbito familiar, Manolo, el tercero de los hermanos Marzoa, se llevaba la fama de exitoso con las mozas. Aseguran las que lo conocieron de joven, que además de un hombre guapo y atractivo, era buen compañero de fiesta, y siempre dispuesto para cualquier celebración o plan festivo. Pero Antonio, aunque no contaba con la fama de su hermano, tampoco se quedaba atrás, y de hecho, acostumbra a aparecer en las fotos muy bien rodeado de guapas y elegantes rapazas. Tanto es así, que descubriendo secretos íntimos en sus cuidados álbumes que se conservan, nos encontramos con numerosas fotografías de sus admiradoras, con dedicatoria incluida -siempre de una pulcra inocencia-, fruto de sus “conquistas” allá por donde iba. Además de proceder la mayoría de las aldeas próximas, recibía fotos de Zaragoza, de Ourense, de Vigo, de Santiago, de Betanzos, de Lérida… de Isabelita, de Merche, de una argentina -por su expresión-, algunas anónimas según él, de la viguesa Lucita, de Avelina, de Lalita…
As Chavolas (Ribadavia-Ourense), 6 de junio de 1943. Antonio, con unas amigas de la pandilla. El Río Miño, al fondo. (Archivo Antonio Marzoa López).
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Pero su inseparable compañera de juventud fue siempre su prima Lolita, María Dolores García Martínez, que aún de mayor, ya casada y con hijos de mediana edad, confesaba que Antonio había sido el gran amor de su vida. Persona de enorme simpatía, con una guasa imponente, le sacaba punta a todo… y se “cebaba” con las parejas de Antonio, dedicándoles por detrás toda clase de “lindezas”… Resultaba muy divertida… aunque ella misma decía que no iba de broma en sus burlas. Para Antonio era una prima querida, y nunca quiso pasar de ahí… pero una de sus hermanas, con su acostumbrada acidez y sentido crítico, asegura hoy en día que “Él también estaba por ella”.
Santiago de Compostela, 21 de diciembre de 1939. Lolita García Martínez, la prima de Sampaio, le envía a Antonio esta fotografía dedicada.
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Durante el servicio militar en Zaragoza, Antonio viene de permiso un mes entero. Era en pleno verano, y lo aprovechó bien. Las imágenes testifican esta afirmación.
Carretera Ribadavia-Vigo, 26 de agosto de 1940. Antonio, Lolita, Carmucha y el paisano amigo, dueño del animal. (Archivo Antonio Marzoa López).
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Ribadavia (Ourense), 26 de septiembre de 1940. Julio, Carmucha, Lolita y Antonio. (Archivo Antonio Marzoa López).
Las dos fotografías anteriores, y bastantes más, tomadas por Antonio en As Chavolas y en los alrededores durante el permiso militar, las recibiría reveladas poco después, a través de su amiga Purita García del Villar, que lo visita en Zaragoza. En su día, al regresar a la capital maña y no poder revelar el carrete personalmente como acostumbraba, lo había dejado para ello -lo usual en aquella época- en un taller fotográfico de Ourense. Ahora, la amiga, después de recogerlas, se las entregaba en mano en el cuartel el día del Pilar, 12 de octubre de 1940, y jornada de fiesta.
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Ribadavia, 26 de agosto de 1940. Antonio, Lolita y Carmucha, delante de la Capilla de la Virgen del Portal. (Archivo Antonio Marzoa Lรณpez).
Capilla de la Virgen del Portal, lugar donde se celebraban unas famosas fiestas.
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Carretera Ribadavia-Vigo, 26 de septiembre de 1940. Antonio, Lolita y Julio. (Archivo Antonio Marzoa Lรณpez).
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Carretera de Ribadavia-Vigo, 26 de septiembre de 1940. Antonio, con su amigo Julio y con Carmucha. (Archivo Antonio Marzoa López).
La carretera Vigo-Ourense comienza a mejorarse nada más acabada la Guerra Civil. Las obras aún tardarían varios años en finalizarse, pero de momento, el “Auto Industrial” entre las dos ciudades ya funciona con regularidad.
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Santiago de Compostela, Fiestas del Apóstol, 27 de julio de 1941. Lolita le dedica esta fotografía a Antonio, que por entonces permanecía en Zaragoza cumpliendo su larguísimo servicio militar. Le escribe como “su pareja del tango”.
La prima Lolita se traslada a estudiar a Santiago, y desde ese momento, como era costumbre por la comarca con los apodos, pasaría a ser Lolita “de Santiago”, en lugar de Lolita “de Sampaio”. La nueva coletilla le quedó para toda su vida. Medio siglo después, casada con Pepe Girón, con hijos, y afincada definitivamente en Compostela, se le seguía llamando así.
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Finalizada la guerra en 1939, Antonio se vio retenido durante dos años más en el ejército. Quedaría destinado en Zaragoza, en el Cuerpo de Ingenieros nº 5, Compañía de Zapadores.
Zaragoza, 25 de junio de 1941. Patio del Cuartel de Ingenieros nº 5. En la primera fila, de pie, y el segundo por la izquierda, el soldado Antonio Marzoa López. (Archivo Antonio Marzoa López).
Zaragoza, octubre de 1941. Antonio, a la derecha, con tres compañeros.
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El 4 de diciembre de 1941, Antonio se licencia del ejército por primera vez. Regresa en tren a Ourense con sus compañeros, y la expedición hace una parada en Ponferrada para el correspondiente trasbordo, los del norte gallego para un lado, los del sur para el otro.
Estación de Ponferrada (León), 4 de diciembre de 1941. Antonio, bebiendo por la bota de vino. La alegría, a pesar de todas las penalidades pasadas, no faltaba entre los soldados. Aunque ahora había buenos motivos: venían, por fin, licenciados del ejército. (Archivo Antonio Marzoa López).
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Estación de Ponferrada (León), 1941. Antonio, el primero por la izquierda.
Antonio, encima de un vagón del tren, con dos compañeros. La bota de vino permanecía siempre bien controlada. (Archivo Antonio Marzoa López).
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A principios de los años cuarenta se inicia el noviazgo de Carmucha y Enrique. En los planes de esparcimiento de los Marzoa y de su pandilla de amigos, el vigués comienza a aparecer con asiduidad, mezclado entre ellos como uno más de la aldea.
Cenlle (Ourense), 16 de agosto de 1942. Antonio y Enrique entablaron enseguida una excelente y duradera relación. (Archivo Antonio Marzoa López).
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1941. Amparito, Carmucha y Enrique, en una de las muchas excursiones.
As Chavolas, años cuarenta. Delfina -la maestra-, con su hija, al lado de Carmucha y Enrique. Los novios, siempre acompañados de la “carabina”.
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Cenlle (Ourense), años cuarenta. En la finca del abuelo Felipe, situada enfrente de casa. Por detrás se puede ver su inconfundible balcón. Arriba, Alicia Coloret -prima de Enrique- y Silda. Abajo, Enrique y Carmucha. (Archivo Antonio Marzoa López).
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As Chavolas (Ribadavia-Ourense), 12 de julio de 1942. Arriba, Carmucha y Enrique, durante su noviazgo. Abajo, Lolita y Silda, en su función de “carabinas”. (Archivo Antonio Marzoa López).
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As Chavolas, 12 de julio de 1942. Lolita, Carmucha, Enrique y Silda.
Como es normal, en los álbumes de Antonio no pueden faltar imágenes de las muchas fiestas a las que acuden el grupo. El baile, al son de la banda de música o de la orquesta, es el aliciente principal. Las Fiestas de As Chavolas, el 15 de julio, en honor a la Virgen del Carmen, se celebraban delante de la casa paterna, y en un terreno baldío propiedad de la familia. La asistencia a este evento era de obligado cumplimiento para todo la pandilla.
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As Chavolas, 6 de julio de 1942. De baile en las Fiestas del Carmen. Forman pareja: Lolita -no la prima- y Antonio, Carmucha y Enrique, y Estrellita y Julio.
Varios de la pandilla en una de las fiestas de la comarca. Tanto hombres como mujeres, se ponĂan sus mejores galas para asistir a estas festividades.
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Fiestas en As Chavolas (Ribadavia-Ourense), años cuarenta. Silda, a la derecha, bailando con un amigo. (Archivo Antonio Marzoa López).
Durante aquella década, Silda atiende en su taller de costura de As Chavolas a muchas de las mozas de la comarca, y les confecciona sus vestidos a estrenar en estas festividades. Según cuenta Picuca, más de una vez testigo en esas fechas, se montaba en el taller un bullicio monumental entre las chicas, primero, eligiendo sus modelos en los figurines, y luego, en los días de prueba.
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As Chavolas, 6 de julio de 1942. Detrás, entre otros: Enrique, Carmucha, Purita, Estrellita… Abajo, entre otros: Antonio, Silda, Lolita, Pacita…
Vigo, años cuarenta. Carmucha, de pie, y Antonio, a la derecha, con varios amigos de la ciudad. (Archivo Antonio Marzoa López).
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Al licenciarse del servicio militar por primera vez, Antonio comienza a disfrutar de su juventud con entera libertad.
Sampaio (Ribadavia-Ourense), 18 de julio de 1942. El ciudadano Antonio Marzoa López dejaba de ser soldado momentáneamente. Disfrutaría de esta condición por poco tiempo, porque más adelante sería llamado de nuevo a filas. (Archivo Antonio Marzoa López).
En este tiempo de transición en su vida, recorre la comarca de una punta a otra, y se traslada también a las grandes ciudades como Vigo, Ourense, Ferrol, Santiago…
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Sampaio, Carretera de Castrelo, 18 de julio de 1942. Antonio Marzoa López.
Sampaio (Ribadavia-Ourense), 18 de julio de 1942. Julio, Lolita y Antonio, en la carretera de Castrelo de Miño. (Archivo Antonio Marzoa López).
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Sampaio (Ribadavia-Ourense), 18 de julio de 1942. Antonio y Julio, su inseparable amigo de aquellos años. (Archivo Antonio Marzoa López).
Llama la atención lo bien que vestían todos los componentes de la panda, tanto hombres como mujeres. Era costumbre de la época vestirse “de domingo”, y en el grupo lo cumplían a rajatabla. Rara vez se encuentra a la gente en las fotografías, vestida de una manera descuidada.
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Vuelven las excursiones de la pandilla, y no falta a las correspondientes citas veraniegas la prima Lolita, de vacaciones en Sampaio, tras su curso acadĂŠmico en Santiago.
Ribadavia (Ourense), 26 de agosto de 1942. Lolita y Antonio. (Archivo Antonio Marzoa LĂłpez).
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En agosto de 1942, el grupo de amigos se acerca a Ríocaldo (Lobios-Ourense), a la orilla del Río Miño, y lugar fronterizo con Portugal. Al otro lado del río se contemplan los montes del país vecino. En esa zona, de ahí su nombre, discurre la corriente del río plácidamente.
Riocaldo (Lobios-Ourense), 10 de agosto de 1942. Varios chicos del grupo subidos a un árbol, entre ellos Antonio, a la derecha. Al pie del árbol, entre otras, Lolita y Purita. Al fondo se ve discurrir el Río Miño. (Archivo A. Marzoa).
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Ríocaldo (Ourense), agosto de 1942. Entre otros: Purita, Lolita, Antonio…
Ríocaldo (Lobios-Ourense), 10 de agosto de 1942. Purita, Lolita, Antonio y dos amigos del grupo. (Archivo Antonio Marzoa López).
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Las idas y venidas de Cenlle a As Chavolas, y de As Chavolas a Cenlle, siguen sin pausa a lo largo de aquella maravillosa década. Los hermanos Marzoa, sino todos al menos alguno, aparecen siempre como protagonistas en las imágenes que se conservan de la época.
Cenlle (Ourense), Fiestas de la Asunción, 15 de agosto de 1942. El grupo de amigos no podía faltar en un día tan especial. Antonio y Purita, entre ellos. (Archivo Antonio Marzoa López).
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Cenlle, 15 de agosto de 1942. Celebrando las fiestas del pueblo. Entre otros: Amparito, Carmucha, Antonio, Carmiña “de San Lorenzo”, Purita…
Años cuarenta. Purita, Alicia Coloret y Carmucha.
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As Chavolas (Ribadavia-Ourense), 6 de Julio de 1942. Arriba, entre otros: Carmucha, Silda, Lolita “de Santiago”, Julio, la otra Lolita, Antonio… Abajo, entre otras: Purita y Pacita. (Archivo Antonio Marzoa López).
As Chavolas, julio de 1942. El mismo grupo en otra escena. Aquí se ven a Antonio y Lolita, a Carmucha y Enrique, a “la Bugarina”, a Pacita, a Purita…
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As Chavolas (Ribadavia-Ourense), 1942. Silda, Alicia, Carmucha y Lolita.
Cenlle (Ourense), 1942. Encima del tejado de la casa de Pilar. Entre otros: Carmiña “de San Lorenzo”, Manolo, Purita, Carmucha, Camilo “el largo”, Silda, Mayeya, “a Bugarina”, Pacita… (Archivo Antonio Marzoa López).
El primero de año de 1942 se casan Carmucha y Enrique en la Iglesia de San Pedro de Sanín, y fijan su residencia en Vigo. A pesar de la distancia, aún siguen participando durante
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los fines de semana en las excursiones y en los planes de la pandilla. Cuando tienen el primer hijo, al cabo de un año, se ven obligados a empezar a cambiar los hábitos.
Cenlle, 1942. Arriba, entre otros: Silda, Carmucha, Enrique… Abajo, Lolita…
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Animadas por Enrique, las dos cuñadas, Purita y Pacita, y su prima Alicia Coloret, deciden acercarse a Vigo en abril de 1943. Visita obligada al Monte de O Castro, desde donde contemplan toda la ría, las Illas Cíes, la Península del Morrazo, el tráfico marítimo… Algo que disfrutarían las hermanas.
Vigo, Monte de O Castro, abril de 1943. Purita, Alicia, Carmucha y Pacita.
Vigo, Monte de O Castro, abril de 1943. Pacita, Alicia, Purita y Carmucha, con el Castillo de San Sebastián al fondo. (Archivo Antonio Marzoa López).
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Vigo, Monte de O Castro, abril de 1943. Pacita, Purita y Alicia, con la rĂa de fondo y la penĂnsula del Morrazo. (Archivo familia MartĂnez Marzoa).
Vigo, Monte de O Castro, abril de 1943. Carmucha, Alicia, Pacita y Purita.
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Un mes después, en mayo, Enrique vuelve a convencer a las hermanas para que esta vez vengan a la playa. El destino final será Playa América, aunque el mes no sea el más indicado para disfrutar de una buena jornada playera.
Playa América (Nigrán), mayo de 1943. Carmucha y Antonio.
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Playa América (Nigrán), mayo de 1943. Carmucha.
Playa América (Nigrán-Pontevedra), mayo de 1943. Silda, Alicia, Pacita, Antonio y Carmucha. (Archivo Antonio Marzoa López).
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Playa America (Nigrán), mayo de 1943. Alicia, Enrique y Silda.
Se observa que el único preparado para tomarse un baño, es precisamente Enrique, el vigués, que conoce de sobra cuál es el momento oportuno para ello. Por cierto, con un bañador de hombre a la moda de entonces, de cuerpo entero y con tirantes. Las ourensanas, en temas de mar poco sabían, y menos aún en tiempos sin televisión y casi sin cine en la comarca de Cenlle. Al menos ahora, los del interior, puede deleitarse con el mar a través de las imágenes televisivas que se ofrecen en películas y documentales.
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Playa América (Nigrán), mayo de 1943. Alicia y Silda.
Playa América, mayo de 1943. Carmucha, Pacita, Antonio, Silda y Alicia.
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Vigo, O Berbés, años cuarenta. Amparito “de Coia” lleva a Carmucha en un carro de marinero que encuentran en uno de los muelles. (Archivo familia Martínez Marzoa).
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Lolita “de Santiago” y Antonio acuden a una boda a Ferrol en mayo de 1943. Al cabo de unos días, la prima le envía una fotografía con un curioso comentario al dorso.
Ferrol, 8 de Mayo de 1943. Lolita y Antonio, de paseo por la ciudad.
Lolita comenta con sorna: “La novia como ya de por sí es muy guapa, fue la única que se puede ver como persona. Los demás… demonios disfrazados”.
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En los años cuarenta, las bicicletas comienzan a hacerse indispensables para el quehacer cotidiano de los vecinos del municipio de Cenlle. Los jóvenes, en sus momentos de ocio, echan mano de ellas para trasladarse a las fiestas de la comarca, para excursiones a lugares cercanos, para encargos en Ribadavia y en los pueblos próximos… y desde luego, para pasearse apaciblemente por la aldea.
As Chavolas (Ribadavia-Ourense), 5 de julio de 1943. Lolita “de Sampaio” luego sería Lolita “de Santiago”-, y Antonio, en un paseo en bicicleta por la carretera de Ourense. Detrás, a la derecha, se ve la galería de la casa de Odilo, un pariente de la familia, perito agrícola de profesión. Este pariente, junto al abuelo Felipe, al cura de Cenlle y a “Pericocho” padre, tuvo que esconderse en el fallado de la casa de As Chavolas, para ocultarse de los sindicalistas, que fueron a por ellos nada más iniciarse la guerra. Enseguida aquella comarca fue tomada por los “nacionales”, y pasó a ser una zona tranquila, sobre todo para los “franquistas”. (Archivo Antonio Marzoa López).
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No suficiente con haber intervenido en la Guerra Civil durante tres años, y alguno más en Zaragoza al finalizar la contienda, Antonio es reclamado de nuevo para cumplir el servicio militar ordinario en 1943. En el mes de mayo tiene que incorporarse al ejército en Betanzos (A Coruña).
Betanzos (A Coruña), 4 de mayo de 1943. El soldado Antonio Marzoa López, del Cuerpo de Ingenieros, Compañía de Zapadores. (Archivo Antonio Marzoa López).
Al cabo de unos meses de su ingreso en el ejército, en el agosto siguiente, un grupo de amigas se acercan a Betanzos para hacerle una visita. Antonio les enseña el pueblo y las acompaña a los lugares más significados.
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Betanzos (A Coruña), 15 de agosto de 1943. Las amigas visitan a Antonio durante el servicio militar. Arriba: Lolita -no es la prima- y Conchiña. Sentados: Purita -no es la hermana-, Antonio y Mercedes. (Archivo Antonio Marzoa).
Betanzos (A Couña), agosto de 1943. El grupo en el “Pasa-Tiempo”, el interesante parque público de la ciudad. (Archivo Antonio Marzoa López).
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Betanzos, agosto de 1943. El grupo en un monumento del “Pasa-Tiempo”. Antonio, con el uniforme de soldado del Cuerpo de Ingenieros del Ejército.
Colegio de las Carmelitas de Betanzos, agosto de 1943. El grupo, con Antonio de militar, saliendo de su visita al colegio. (Archivo Antonio Marzoa López).
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El grupo, como acostumbra a lo largo de aquellos años, repite trayecto: de As Chavolas a Cenlle, y de Cenlle a As Chavolas…
Cenlle (Ourense), 14 de junio de 1943. Antonio, Purita, Carmen y Carmucha, delante del pozo de casa. (Archivo Antonio Marzoa López).
As Chavolas (Ribadavia-Ourense), julio de 1943. El grupo de amigos, riéndose con “El loco” de A Groba, a la izquierda, de espaldas. Entre otros: Manolo, Silda, Lolita “de Santiago”, Enrique… (Archivo Antonio Marzoa López).
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As Chavolas, 6 de junio de 1943. A orillas del Río Miño. De pie: Luis y Antonio. Abajo: Consuelo, Lolita y Choncha. (Archivo Antonio Marzoa López).
Castrelo de Miño (Ourense), 6 de junio de 1943. El grupo, en plena carretera: Tony, Luisita, un amigo, Choncha, Antonio, Consuelo y Luis. (Archivo Antonio Marzoa López).
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As Chavolas, 6 de junio de 1943. Atrás: Tony, Lolita, Choncha y Luis. Delante: Consuelo, Antonio y Luisita. (Archivo Antonio Marzoa López).
En julio de 1943, Antonio y un grupo de amigos asisten por primera vez a las Fiestas del Apóstol, que tanto les pregonaba la prima Lolita “de Santiago”.
Santiago, julio de 1943. Antonio, en los jardines de la Herradura.
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Santiago, julio de 1943. La pandilla, de paseo por la Herradura. Entre otros: Camilo “el largo”, América, Julio, Purita, Leopoldo, Conchiña, Antonio…
Santiago, Fiestas del Apóstol, julio de 1943. Lolita García Martínez.
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Santiago, julio de 1943. En la Herradura. Entre otros: Camilo “el largo”, Lolita, Julio, Leopoldo, Purita, Conchiña, América, Antonio…
Antonio y Camilo “el largo”, en la Herradura de Santiago.
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Agosto de 1943. La prima Lolita, a la puerta de la Catedral de Santiago.
En abril de 1944, durante uno de los muchos permisos que goza en el servicio militar, Antonio, con su tĂtulo de maestro sin estrenar, se ofrece a ayudar en la Escuela de SadurnĂn. Aunque de forma desinteresada, serĂa la primera vez que ejerce como profesor.
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Escuela de SadurnĂn, 29 de abril de 1944. Antonio imparte sus primeras clases como maestro, primero por la maĂąana -arriba-, y luego por la tarde -abajo-.
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Cenlle (Ourense), 5 de marzo de 1944. Pacita, a la izquierda, Antonio, y Silda, a la derecha, con dos amigas. (Archivo Antonio Marzoa Lรณpez).
Cenlle (Ourense), 12 de marzo de 1944. En la carretera. Antonio, Pacita, y dos amigas de la aldea. (Archivo Antonio Marzoa Lรณpez).
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Cenlle (Ourense), 16 de abril de 1944. Arriba: Silda, Antonio y Pacita, con dos amigas. Abajo: Antonio, bebiendo o ribeiro de casa, rodeado de Pacita, Silda y las dos amigas. (Archivo Antonio Marzoa Lรณpez).
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En un domingo de abril de 1944, Enrique y los hermanos Marzoa se acercan desde Cenlle a Saa de Sadurnín a través de un bonito recorrido por el monte. Por entonces, Carmucha y Enrique ya estaban casados desde hacía dos años.
Camino de Cenlle a Saa de Sadurnín, 30 de abril de 1944. Purita, Enrique y Carmucha. (Archivo Antonio Marzoa López).
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Antonio y Enrique, por el camino de Cenlle a Saa de Sadurnín.
Los cuñados, que se entendieron a la perfección nada más conocerse, seguirían en contacto casi toda su vida, incluso en relaciones de trabajo. Antonio, cuando estuvo destinado en una escuela de Vigo, llevaba la contabilidad de la empresa constructora de Enrique.
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Iban juntos al fútbol a Balaídos, a presenciar los partidos del Real Club Celta desde la grada de Gol. Alguna vez les acompañaba Picuca, que recuerda ir caminando hasta el estadio desde su casa. Y la Navidad la celebraban juntas las respectivas familias en “La Chavola”, la casa de Enrique, hasta que por desgracia, en 1964, falleció Pepita, la esposa de Antonio, a los pocos días de la celebración de ese año.
Camino de Cenlle a Saa de Sadurnín, 30 de abril de 1944. Los tres hermanos: Purita, Carmucha y Antonio. (Archivo Antonio Marzoa López).
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La boda de Carmucha y Enrique, residentes en Vigo, supone un acercamiento definitivo de la familia de Cenlle y de As Chavolas a la ciudad viguesa. Antonio, con su acostumbrado ĂŠxito con las mozas, no tarda en encontrar nuevas amistades por la localidad, que enseguida se ofrecen a mostrarle la ciudad. El primer destino, el Monte de O Castro.
Vigo, Monte de O Castro, 3 de agosto de 1944. Antonio, junto a Lucita -con vestido de cuadros- y dos amigas. (Archivo Antonio Marzoa LĂłpez).
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Vigo, Monte de O Castro, 3 de agosto de 1944. Detrรกs, Antonio y Lucita. Delante, las otras dos amigas. (Archivo Antonio Marzoa Lรณpez).
Vigo, Monte de O Castro, 3 de agosto de 1944. Lucita, las dos amigas y Antonio. (Archivo Antonio Marzoa Lรณpez).
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Desde la boda, son frecuentes las visitas de las tías y de los hermanos a Carmucha y Enrique. Su casa de “La Chavola”, se convertiría en punto de referencia para la familia.
Vigo, 3 de septiembre de 1944. Una de las acostumbradas visitas a Carmucha. Entre otras: Silda, Pacita, Amparito “de Coia”, Alicia Coloret…
Vigo, 3 de septiembre de 1944. Silda y Antonio, en “La Chavola”.
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Vigo, 3 de septiembre de 1944. Pacita, en la huerta de “La Chavola”. Detrás, Amparito “de Coia”, a la puerta de casa. (Archivo Antonio Marzoa López).
La tía-abuela Carmen, destinada en 1941 a una escuela de Vigo en el barrio de Lavadores, permanecería en la ciudad
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viguesa durante nueve años. En ese tiempo, la acompañaba su sobrina Purita, que ya vivía con ella desde 1931. También Pacita, en 1943, se trasladaría a Vigo para estudiar Magisterio, y se alojaría en “La Chavola”.
Vigo, “La Chavola”, septiembre de 1943. Antonio y Pacita, en la azotea de casa. (Archivo familia Martínez Marzoa).
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Vigo, años cuarenta. Manolo, Silda, Alicia Coloret y Pacita, paseando por la Calle del Príncipe. (Archivo familia Martínez Marzoa).
Vigo, años cuarenta. De paseo por la Calle del Príncipe. Purita, Pacita y Dosa.
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En 1945, en la ciudad navarra de Estella, Antonio finaliza su casi interminable servicio militar. Total: tres años en la guerra civil, dos más a continuación, luego lo llaman de nuevo para cumplir el servicio militar por su quinta, y se pasa otros dos años… En resumen, cerca de siete años en el ejército.
Estella (Navarra), 1945. De maniobras por los alrededores de la ciudad.
Con el final de su servicio militar, Antonio acabaría aquel tiempo de despreocupada juventud que había vivido hasta ahora. Le espera su primer destino como maestro en Lamas (Cualedro-Ourense), en la comarca de Verín-Monterrey.
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Lolita “de Santiago” no deja de acordarse de su primo Antonio en las fechas señaladas, y le remite la fotografía con la dedicatoria al dorso. (Archivo Antonio Marzoa López).
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También Silda y Pacita, las hermanas pequeñas, forman parte de un animado grupo de generaciones más jóvenes, que tampoco deja de moverse por toda la comarca.
Cenlle, Plaza de “La Tenencia”, 1949. La pandilla de amigos, delante de “La Lechera”, el coche de Bugarín “o zorro”. Entre otros: Alicia Coloret, Pacita, Avelina, Purita, Visi, Silda, Manolo “Pericocho”… (Archivo familiar de Cenlle).
Cenlle, Plaza de “La Tenencia”, 1949. Silda y Manolo “Pericocho”, aún de novios, delante de “La Lechera”. (Archivo familiar de Cenlle).
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Cenlle (Ourense), 1949. Grupo de amigos en una celebración. Entre otros: Alicia Coloret, Silda, Lola, Manolo, Visi, Pacita, Odilo, Purita, Picuca… (Archivo familiar de Cenlle).
As Chavolas, finales de los años cuarenta. Silda y Manolo “Pericocho”, aún de novios, en un bar de la zona. Se casarían en 1952. (Archivo Díaz Marzoa).
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Siempre se comentaba en la familia, que Odilo Carrasco, vecino de Cenlle, y a la postre, destacado comerciante en Vigo, estaba por aquella época algo enamoriscado de Pacita, tan atractiva de joven como sus hermanas. La relación nunca llegaría a más, porque la pequeña de las Marzoa seguiría su vida por otros derroteros.
Cenlle (Ourense), años cuarenta. Odilo, Pacita y Alicia Coloret. Delante, Lolita. (Archivo familiar de Cenlle).
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Playa de Panxón (Nigrán-Pontevedra), años cuarenta. Pacita, de pie; Lolita y Odilo Carrasco, sentados en la arena. (Archivo familia Martínez Marzoa).
Años cuarenta. Pacita, Odilo Carrasco y Alicia Coloret.
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Silda, desde su noviazgo con Manolo “Pericocho”, se incorpora a menudo al grupo de amistades que tenía su novio en Ventosela (Ribadavia). Entre ellas, se encontraban los que serían sus futuros cuñados, Rosiña “a Pericocha” y Fulgencio.
Ventosela (Ribadavia-Ourense)), finales de los años cuarenta. De pie: una amiga, Rosiña “Pericocha” y Silda. Sentados: un amigo, Fulgencio y Manolo “Pericocho”. (Archivo familia Díaz Marzoa).
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Ventosela (Ribadavia-Ourense), años cuarenta. Paseando por la carretera: Manolo “Pericocho”, Silda, Rosiña “Pericocha”, unas amigas y Fulgencio. (Archivo familia Díaz Marzoa).
Finales de los años cuarenta. Merienda campestre por Ventosela. Entre otros: Pacita, Rosiña “Pericocha”, Silda, Manolo “Pericocho”, Visi, Fulgencio -bebiendo-… (Archivo familia Díaz Marzoa).
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Ventosela (Ribadavia-Ourense), finales de los años cuarenta. De pie: Fulgencio y un matrimonio amigo. Abajo: Rosiña “Pericocha”, Silda y una amiga de la aldea. (Archivo familia Díaz Marzoa).
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Los años fueron pasando, y se acababa la feliz década de los cuarenta para los hermanos Marzoa López y su grupo de amigos. Un tiempo que marcaría decisivamente el futuro de todos ellos. Ya no volverían aquella maravillosa época de insultante juventud, y ahora, sin esperas posibles, se iniciaba una nueva y trascendental etapa en su vida. A lo largo de la década, el entusiasta y animado grupo fue disfrutando de excursiones, bailes, celebraciones, meriendas, romerías, fiestas… con enorme alegría y con la suficiente mesura, sin perder por ello la más mínima oportunidad de sana diversión. Con la lógica naturalidad se formaron parejas, pasaron tiempos de noviazgos, y llegaron las bodas. Los primeros en casarse fueron Carmucha y Enrique en 1942, y al residir en Vigo y llegar los hijos, no tardarían demasiado en alejarse poco a poco del “pandilleo” de la aldea. Luego, Antonio es destinado por primera vez como maestro a la escuela de Lamas (Cualedro-Ourense). Allí conoce a Pepita Rodríguez Sánchez, se enamoran, y se casan en 1948. Fijan su residencia en El Mesón del Cura (InfestaOurense). Manolo, el tercero de los hermanos Marzoa, se traslada a trabajar a Vigo, e inicia su noviazgo con Lola Vázquez, natural de San Amaro, cerca de Cenlle. Ya se conocían de la aldea, y Lola, por entonces, vivía también en Vigo junto a su hermana, destacada modista en la ciudad olívica. Se casan en 1952, en la iglesia parroquial del pueblo de la novia. Purita, desde los ocho años acompañando a su tía Carmen, primero en San Andrés, y luego en Vigo durante la década de los cuarenta, solo estaba en As Chavolas en las vacaciones colegiales. A finales de los cuarenta, Silda comienza su noviazgo con Manolo “Pericocho”, vecino de Ventosela (Ribadavia), y se casarían en 1952, en el mismo año que su hermano Manolo La hermana pequeña, Pacita, también se va a Vigo a estudiar Magisterio.
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La prima Lolita “de Santiago” se casa con Pepe Girón, y se queda a vivir para siempre en la capital compostelana, donde había conseguido un puesto de funcionaria. Al margen de la familia, también los amigos siguen su curso. Unos se casan, otros eligen un destino diferente, alguna chica permanecerá soltera… pero todos, casi sin excepciones, abandonarían las tierras de sus antepasados para irse en busca de un futuro distinto. Cenlle y As Chavolas se iban quedando vacías… El incesante paso de los años durante aquella década inolvidable, fue disolviendo el grupo poco a poco, sin apenas ser percibido por los propios integrantes, que ni se daban cuenta de que se les estaba yendo aquella hermosa juventud…
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___________________________________ Llegados a este punto, hacemos una breve pausa en el relato de esta entrañable historia familiar. Cuando sigamos, les tocará el turno a los hermanos Marzoa López, la tercera generación desde Papá Felipe. Uno por uno, y por orden de edades, nos contarán bastante de sus vidas a partir de sus respectivos casamientos. Antonio, Carmucha, Manolo y Silda ocuparán las próximas páginas para narrarnos desde el cielo su tiempo, el de sus hijos, tal vez algo de sus nietos… y alguna cosa más que venga al caso. De Pacita, la hermana pequeña, escribiremos desde que profesa sus votos de monja carmelita… y se supone que ella misma tendrá mucho que contar de sus sobrinos… y de sus sobrinosnietos… La vida de Purita, la única superviviente de los seis hermanos, ya está recogida en el presente capítulo de las tías de Cenlle. Ella ha sido la fuente de casi todo de lo que aquí se cuenta.
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