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LOS REFUGIADOS TAMBIÉN LLEGAN EN AVIÓN / Refugees also arrive by plane
cantidad de energía que recibe cada segundo el soleado archipiélago. Esto, unido a una evolución sustancial de los cambios que, a finales de la segunda década del siglo XXI, ya se veían en materia de transporte (coches eléctricos, motos eléctricas), hará que el aire puro de Ibiza sea incluso más puro y, algo que quizá llamé más la atención, eliminará todo el ruido al que nos hemos acostumbrado. Un café con leche en una terraza del centro de Santa Eulària no sólo será un placer, será un placer doble sin la estridencia de los antiguos motores de combustión. No tendremos la misma suerte con nuestra manera de llegar a la isla por el aire: el avión, tal y como lo conocemos, cambiará muy poco en los siguientes treinta y cuatro años, ya que los motores alimentados por combustibles fósiles ofrecen dos grandes ventajas: mucha potencia por kilo de combustible y la aeronave va pesando cada vez menos (y por lo tanto gasta menos energía) a medida que vuela. Los aviones contaminan mucho y alguna alternativa tendrá que llegar, pero serán, sin duda, de las últimas cosas en cambiar. Eso sí, casi seguro que ya podremos hablar por teléfono y utilizar internet sin ser amonestados por el auxiliar de vuelo. La tecnología liberará mucho tiempo y eliminará la necesidad de estar físicamente en una tienda, por ejemplo, para comprar ropa. Es probable que la Ibiza de 2054 cuente con menos tiendas físicas, pero con muchas más tiendas virtuales. Dicho esto, es improbable que los mercadillos dejen de existir de manera física, aunque habrá maneras de vivir una experiencia muy parecida (¡pero nunca igual!), a pesar de encontrarnos a miles de kilómetros de distancia. Con todo, la sociedad ibicenca de 2054 no será muy distinta a la de 2022 por la sencilla razón de que los humanos somos, después de todo, criaturas que adoran sus costumbres y sus tradiciones. Las puestas de sol seguirán hipnotizando nuestras miradas, tal y como ya lo hicieron en tiempos de Odiseo, y el amor seguirá siendo el motor del mundo, un motor ecológico, aunque no siempre fiable. Sería bonito volver a los diecisiete después de vivir un siglo, pero sería más bonito todavía confiar siempre en el mañana, a sabiendas que uno ha hecho hoy todo lo posible para que mañana sea mejor.
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day. This, together with a substantial evolution of the changes that can already be seen in the area of transport (electric cars, electric motorbikes) at the end of the second decade of the 21st century, will make Ibiza’s clean air even cleaner, and something that might even call our attention more, it will eliminate all the noise that we have grown accustomed to. A white coffee on a terrace in the heart of Santa Eulària will not just be a pleasure; it will be a double pleasure without the harsh noise of the old combustion-engine motorbikes. We won’t be as fortunate with our means of arrival to the island by air: the airplane, as we know it today, will change very little over the next thirty-four years, as fossil-fuel-powered engines offer two major advantages: high power per kilo of fuel and the aircraft gets lighter and lighter (therefore consuming less) the further it flies. Airplanes pollute a great deal, and some day there will have to be an alternative, but planes will undoubtedly be the last things to change. That said, we can be almost certain that we’ll be able to talk on the phone and use the internet in flight, without being reprimanded by the flight attendant. Technology will free up a lot of time. For example, it will do away with the need to be physically standing in a shop to buy clothing. It is probable that the Ibiza of 2054 will have fewer physical stands, but many more virtual shops. That said, it is unlikely that flea markets will no longer exist physically, although there will be ways to live a very similar experience (but never the same!), even from thousands of kilometres away. All in all, the Ibizan society of 2054 won’t be very different from that of 2022 merely because, at the end of the day, humans are creatures that adore their customs and traditions. The sunsets will continue to hypnotise us, just as they did in the times of Odysseus, and love will continue to be the driving force of the world, an ecological motor, though not always reliable. It would be nice to go back to age seventeen after living for a century, but it would be still nicer to always trust in tomorrow, knowing that we’ve done everything possible today to make tomorrow better.
LOS REFUGIADOS TAMBIÉN LLEGAN EN AVIÓN
REFUGEES ALSO ARRIVE BY PLANE
Ghazaleh relata su peripecia para escapar del régimen islamista de Irán
Texto: Pablo Sierra / Fotos: Lorena Portero Ghazaleh describes the ordeal of her escape from the Islamic regime of Iran
Cientos de argelinos han navegado durante el último año los menos de trescientos kilómetros que les separan de las islas Pitiusas. Lo hacen a bordo de pequeñas embarcaciones en grupos de cinco, diez, veinte personas. La mayoría son hombres y algunos tienen menos de dieciocho años. Se la juegan cuando el Mediterráneo está en calma. Su objetivo, lanzarse al mar para buscar un futuro lejos de la agitación política que sacude su país. A riesgo de jugarse la vida o acabar confinados en un centro de internamiento de extranjeros. Repiten a la inversa la ruta que muchos ibicencos y formenterenses hicieron en la primera mitad del siglo XX. Entonces, Argelia formaba parte de Francia. Era una tierra próspera donde los desheredados de unas sociedades insulares que todavía desconocían el turismo esperaban encontrar una oportunidad. En el caso de los republicanos que tuvieron que escapar de Ibiza y Formentera durante la Guerra Civil y en los primeros años del nacionalcatolicismo, también perseguían un lugar donde resguardarse. Buscando también un refugio aterrizó en Ibiza una mujer iraní el verano pasado. Además de las noticias de llegadas de pateras, su historia apareció en las páginas de la prensa local cuando la Policía Nacional la detuvo el 17 de agosto de 2019 intentando embarcarse en un vuelo a Manchester. In just the last year, hundreds of Algerians have sailed the scarce three hundred kilometres that separate them from Ibiza and Formentera. They travel aboard small watercrafts in groups of five, ten or twenty people. Most of those passengers are men, and some are under age eighteen. They take their chances when the Mediterranean is calm. Their aim? To find a future far away from the political strife that ravages their country. Willingly assuming the risk of drowning or ending up in confinement in a foreigner detention centre. In doing so, they inversely retrace the route that many islanders from Ibiza and Formentera made in the first half of the 20th century. Back then, Algeria formed part of France. It was a prosperous land where the destitute people of the pre-tourist island societies hoped to find opportunity. In the case of the Spanish republican forces that had to flee from Ibiza and Formentera during the Spanish Civil War and the first years of national Catholicism, they were also looking for a safe haven. And just last summer, an Iranian woman landed in Ibiza, similarly seeking shelter. In addition to the news of the arrivals of small boats, her story appeared on the pages of the local press when the National Police arrested her on 17 August 2019, as she attempted to board a flight to Manchester.
Se llama Ghazaleh. En el pasaporte que enseñó en el control de aduanas del aeropuerto ibicenco aparecía otro nombre. El documento era una falsificación que había comprado en Turquía. Tuvo que pagar 16.000 euros para conseguirlo. Su nueva identidad le sirvió para viajar por medio mundo. Un mes antes de su detención en Ibiza había volado desde Teherán a Estambul; de allí a Ereván, Armenia, para regresar de nuevo al Bósforo. De Estambul voló a Singapur y desde Asia dio el salto a Europa. Ghazaleh pasó unas semanas frenéticas, cambiando de país sin descanso por miedo a que la deportaran a la República Islámica de Irán. «Cuando la policía me detuvo en el aeropuerto de Ibiza, mi corazón se quería parar. Sigo sin saber si este lugar es seguro para mí o no porque mi situación no es todavía clara», dice Ghazaleh, que recientemente ha podido frenar el expediente de expulsión que había iniciado la Policía Nacional al detenerla en Ibiza. Pero han pasado meses y sigue en la isla sin ser considerada una exiliada política por el Gobierno español. Ghazaleh necesita esa seguridad jurídica para respirar tranquila. Porque pasará mucho más tiempo, y su pecado, el motivo por el que decidió abandonar Irán, no prescribirá. Hace dos años Ghazaleh se convirtió al cristianismo. Según datos de la ONG Open Doors, 37 iraníes fueron encarcelados en 2019 por renunciar a la fe islámica. Las penas de prisión que se aplican a los conversos pueden llegar a los diez años.
El éxodo de cristianos y judíos fue importante en los años que sucedieron a la revolución de los ayatolás que derrocó al régimen del sha y convirtió la antigua Persia en Irán. Las cifras oficiales indican que actualmente en el país viven más de 100.000 cristianos. La mayoría son armenios, un grupo religioso y étnico reconocido hasta el punto de contar con varios asientos reservados en el Parlamento nacional. También hay ortodoxos asirios y católicos de rito caldeo, además de una pequeña población que se Her name is Ghazaleh. She appeared under a different name on the passport that she presented in the airport’s customs control. A falsified passport that she had bought in Turkey and that had cost her €16,000. Her new identity enabled her to travel half the world. A month before her arrest in Ibiza, she had flown from Tehran to Istanbul; from there to Yerevan, Armenia, to then return to Bosporus. From Istanbul, she flew to Singapore, and from Asia, she went over to Europe. Ghazaleh spent several frantic weeks, tirelessly going from country to country, fearful that she might be deported to the Islamic Republic of Iran. “When the police detained me in the airport of Ibiza, my heart nearly stopped. I still don’t know whether this is a safe place for me, as my situation isn’t clear yet”, says Ghazaleh, who recently managed to stop the expulsion orders filed by the Spanish National Police when she was detained in Ibiza. But months have gone by, she is still on the island and the Spanish government has yet to recognise her as a political exile. To breathe easy, Ghazaleh needs that legal security. Because no matter how much time goes by, there is no statute of limitation on her sin: the reason why she left Iran. Two years ago, Ghazaleh converted to Christianity. According to the data of the NGO Open Doors, 37 Iranians were imprisoned in 2019 for giving up the Islamic faith. In Iran, converts can be sentenced for up to ten years of prison.
The exodus of Christians and Jews was considerable in the years following the Ayatollah revolution that overthrew the Shah’s regime and converted ancient Persia into Iran. According to official numbers, more than 100,000 Christians currently live in the country. Most of those people are Armenians, a religious and ethnic group with such official recognition that they hold several seats in the Iranian Parliament. There are also Assyrian Orthodox and Chaldean Catholics, as well as a small Protestant population. Worship is tolerated and in the main cities there are Christian temples and cathedrals. Nevertheless, evangelisation is strictly prohibited. The New Testament could not be translated into Farsi, the modern form of the Persian language, until 2003. In Iran, no Muslim can officially stop being Muslim, a regulation that completely clashes with
declara protestante. El culto se tolera y en las principales ciudades hay templos y catedrales cristianas. Sin embargo, la evangelización está terminantemente prohibida. Hasta 2003 no fue posible traducir el Nuevo Testamento al farsi, la forma moderna del idioma persa. En Irán, ningún musulmán puede oficialmente dejar de serlo y esa norma choca de frente con la realidad que explica Ghazaleh, sostienen organizaciones cristianas como Elam Ministries y admiten algunos miembros del Gobierno: cientos de miles de hombres y mujeres se habrían convertido al cristianismo en los últimos veinte años. «Las conversiones están ocurriendo bajo nuestros ojos», dijo el ministro de Inteligencia del país, Mahmud Alaví.
Ghazaleh explica su caso y el de otras muchas mujeres que ha conocido:
–Ser musulmana no fue mi elección. Después de pensar, de leer y ver muchas cosas decidí cambiar mi religión y convertirme al cristianismo. Estoy segura de que en Irán hay muchas mujeres que se consideran feministas y no están de acuerdo con la dominación masculina que nos impone el Islam. El problema es que no lo pueden decir abiertamente. Mucha gente me pregunta si celebramos fiestas, si bebemos alcohol o comemos cerdo, y les contesto que sí, que eso ocurre porque muchas personas solamente son musulmanas en los registros oficiales. Luego no se comportan como tal. Yo me reunía para rezar en casas que se han convertido en iglesias clandestinas de conversos. Llevé mi conversión en privado hasta que la policía vino a mi casa. Me di cuenta de que sabían muchas cosas de mí. Su vida acabó de dar un vuelco cuando contactó con Masih Alinejad, una periodista iraní que vive exiliada en Nueva York por sus críticas a la falta de libertad que impone a sus habitantes –especialmente a las mujeres– el gobierno islamista. Ghazaleh le contó su historia en unas imágenes en las que aparece con el pelo al descubierto y que acabaron colgadas en las redes sociales de Alinejad. El revuelo fue inmediato y se convirtió en una disidente señalada por the reality described by Ghazaleh, according to Christian organisations like Elam Ministries and some members of the government: hundreds of thousands of men and women must have converted to Christianity in the last twenty years. “The conversions are taking place under our watch”, said the country’s Minister of Intelligence, Mahmud Alaví.
Ghazaleh explains her case and that of many other women she has met:
–It wasn’t my choice to be Muslim. After thinking, reading and seeing many things, I decided to change my religion and convert to Christianity. I’m sure there are many women in Iran who consider themselves feminists and disagree with the male domination imposed on us by Islam. The problem is that they can’t openly say so. Many people ask me if we celebrate holidays, if we drink alcohol or eat pork, and I tell them that we do, and that this occurs because many people are only Muslim in the official records. But then they don’t necessarily behave like Muslims. I used to meet up to pray in homes that had become underground churches for converts. I kept my conversion a secret until the police came to my house. I realised then that they knew a lot about me.” Her life turned upside down when she contacted Masih Alinejad, an Iranian journalist who lives in exile in New York because of her critiques of the Islamist government’s harsh restrictions imposed on the country’s people—especially on the women. Ghazaleh told Alinejad her story in a series of images where she appears with her hair exposed. Those photos ended up on display in Alinejad’s social media. The commotion was immediate and she was soon singled out as a dissident by the authorities and the most conservative sectors of society. Her anonymous life—she studied graphic design and retrained herself as a school teacher—abruptly came to an end. “The debate on the use of a hijab now goes far beyond whether you wear it or not. It has many different meanings for us. In today’s state of affairs, it’s a symbol of oppression”, says
las autoridades y los sectores más conservadores de la sociedad. Su vida anónima –estudió diseño gráfico y se había reciclado como profesora de escuela– quedaba atrás. «El debate sobre el hiyab va mucho más allá de llevarlo o no llevarlo. Tiene muchos significados para nosotras. En la situación actual es un símbolo de opresión», dice Ghazaleh. Desde que salió de Irán, su única preocupación es que no la vinculen con los familiares y amigos que ha dejado en su país: «Una parte de mí está aquí y otra parte, en Irán. Amo mi país. Los iraníes no son malos, aunque lo piensen en parte del mundo. Somos realmente un pueblo pacífico. El problema es que somos un país maravilloso con un gobierno que nos hace vivir bajo una presión horrible». Ghazaleh cuenta su historia en inglés, la lengua que habla además de su persa natal. Los meses que lleva en Ibiza le están sirviendo para empezar a entender el castellano mientras espera la tarjeta blanca. Este documento se consigue cuando se acepta a trámite la solicitud de exiliado político. Tenerla da a los solicitantes la posibilidad de usar el sistema sanitario o abrir una cuenta bancaria en el país de acogida. Medio año después de haberla obtenido, haya una respuesta favorable o no, la tarjeta se tiñe de rojo, el color que identifica a los exiliados y les permite firmar un contrato de trabajo en su nuevo hogar. Ghazaleh pensaba que su nuevo hogar sería el Reino Unido. La organización clandestina que falsificó su pasaporte en Turquía le aconsejó viajar allí porque reduciría el riesgo de ser deportada. Por eso eligió Ibiza para dar el salto a suelo británico: era un aeropuerto secundario que tenía vuelos directos a ciudades como Manchester. La jugada le salió mal, pero ahora, ayudada por organizaciones como Cáritas, SOS Refugiados o Emprendada Feminista, y también por Kimia, una compatriota que encontró en Ibiza y le está haciendo de traductora para comunicarse con las decenas de personas que se han interesado por su situación, Ghazaleh aguarda y confía en empezar una nueva vida a más de 4.000 kilómetros de Teherán. Una distancia imposible de recorrer en patera. Una prueba de que los refugiados también llegan en avión. Ghazaleh. Since she left Iran, her only worry has been to keep herself completely disassociated from the family members and friends that she left behind in her country: “A part of me is here and another part is in Iran. I love my country. The Iranian people aren’t bad people, even though this is what part of the world thinks. We’re really a very peaceful culture. The trouble is that we’re a wonderful country with a government that forces us to live under horrible pressure”. Ghazaleh tells her story in her second language, English; her native tongue is Persian. The months that she has been awaiting the white card in Ibiza have enabled her to begin to understand Spanish. The white card is the official document issued to a person when his/her application for political exile is accepted. Having that card gives the applicants the opportunity to use the national healthcare system and open a bank account in the host country. Six months after they receive it, regardless of whether the government’s decision is favourable, the card turns red, to identify the exiles and enable them to sign a work contract in their new home. Ghazaleh thought her new home would be the United Kingdom. The underground organisation that falsified her passport in Turkey advised her to go there, as that would reduce her risk of being deported. Hence, she chose Ibiza as her connection point to the UK: it was a secondary airport with direct flights to cities like Manchester. The plan didn’t go so well, but now, with the assistance of organisations like Cáritas, SOS Refugiados and Emprendada Feminista, as well as the help of Kimia, a fellow countrywoman that she met in Ibiza and who is serving as her translator to communicate with the dozens of people who have taken an interest in her situation, Ghazaleh has high hopes to start a new life, more than 4,000 kilometres from Teheran. An impossible distance to travel in a small boat, and proof that refugees also arrive by plane.