Los Inconformistas. Martin Parr

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Fiesta en la calle por el Jubileo de Plata de la reina Isabel II, Elland


El ba単o anual de A単o Nuevo, Lee Dam, Todmorden

Hebden Bridge


Sarah Hannah Greenwood en la granja de Thurrish, Crimsworth Dean

Sarah Hannah Greenwood en la ceremonia del Aniversario, capilla metodista de Crimsworth Dean


Cornholme

Limpieza anual de primavera previa al culto del Aniversario, capilla metodista de Crimsworth Dean.


los inconformistas martin parr

Taller de costura de Scarbottom, Calderdale

textos susie parr


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introducci贸n de susie parr 16

la clivager coal company 24

la caza del urogallo rojo 34

el cine de hebden bridge 46

calderdale 84

la f谩brica de refrescos lydgate, en todmorden 92

las capillas inconformistas 116

capilla metodista de crimsworth dean 126 el culto semanal 134 la escuela dominical 136 celebraciones especiales 138 teatro, conciertos y pases de diapositivas 140 la limpieza de la capilla para el aniversario 156 la fiesta de la cosecha 160 bodas y bautizos 162 navidad Hebden Bridge

164 el futuro


introducción

introducción susie parr

En la década de 1970, Mánchester era un lugar fascinante para vivir, una especie de país extranjero más allá de los barrios periféricos de Londres. Nada de clases de golf, jardines cuidados ni bonitos pubs. Las franjas de ruinosas viviendas adosadas de Mánchester, sus monstruosos edificios públicos victorianos, los descampados a la espera de ser construidos, los mugrientos parques y los odoríferos restaurantes orientales resultaban exóticos, irresistibles. Corría un rumor según el cual se habían encontrado pastores alemanes en el congelador de uno de esos restaurantes, como sustitutos del pollo en el pollo al curry. Pasábamos el rato bailando en el Conti Club, desayunando chana dal en el Ghulam y bebiendo en las bodegas de Yates’s, grandes graneros con suelos de madera desgastada donde vendían un vino dulce y viscoso directamente de los toneles de madera. El tiempo era frío y deprimente, y llovía, llovía mucho. Nuestras residencias de estudiantes eran baratas, pero sin calefacción, y estaban infestadas de ratones. Conocí a Martin unos meses antes de que se fuera. A pesar de su excéntrica apariencia y comportamiento (una vez lo vi vestido con su chaqueta roja de los campamentos familiares de vacaciones Butlins adornada con chapas, vaqueros, calcetines y sandalias, bailando frenéticamente con una mopa), me sentí instantáneamente atraída por la quietud y profundidad de sus fotografías de June Street, retratos de residentes de una calle de Mánchester cuyas viviendas iban a ser demolidas. Hablamos de la posibilidad de trabajar juntos; yo le dije que quería escribir. Mantuvimos el contacto durante mi último año en la universidad. Junto con unos amigos de la Escuela de Bellas Artes, Martin montó un taller en Hebden Bridge, una pequeña ciudad de la industria textil en los Peninos. Nevó cuando fui de visita en Pascua; nieve de verdad, que cuajó, no aguanieve de ciudad. Me impresionaron las pendientes, los muros traseros de las casas clavados en las laderas de las montañas. Paseamos por valles profundos y boscosos hasta llegar a las cimas: páramos claros y sin árboles donde domina el viento. El aire olía a limpio. Las ovejas eran blancas. La vista abarcaba millas de distancia. Martin me escribió más tarde, mientras yo languidecía durante mis horas de estudio, que «Pecket Well se había puesto la chaqueta de verano». Mánchester estaba empezando a aburrirme. Me resultaba opresiva —una extensión plana y sin límites de ladrillo rojo—. Decidí irme yo también a vivir a Hebden y trabajar en mis escritos. Así que me mudé a una casita de campo con un salón abajo y un dormitorio arriba en Pecket Well, un caserío en la

colina más arriba de Hebden, dominado por un enorme fábrica de fustán y una sombría capilla metodista. Hebden Bridge lo tenía todo, en especial una animada comunidad de «forasteros», recién creada por jóvenes artistas refugiados de Mánchester y Leeds en busca de estilos de vida alternativos y viviendas baratas. Pero también tenía el ambiente de un pueblo tradicional. Había una auténtica frutería a la antigua donde comprar manzanas reineta y granadas. Waites, el panadero, vendía tambaleantes pasteles de crema salpicados con raspaduras de nuez moscada y panes de malta calientes. Se podía comprar carbón, zuecos y pana (todos nos hacíamos nuestros propios pantalones en esa época). Y bajo las tradiciones se percibían raíces profundas: personas que habían sido vecinos y compañeros de trabajo durante décadas, comunidades de toda la vida, campos que habían sido cultivados por las mismas familias durante generaciones. Personas que se conocían los unos a los otros, que conocían cada árbol y cada piedra de sus campos, cada curva de la carretera. Esta sensación de conexión era, para mí, tan exótica y seductora como la vida en la lluviosa ciudad. En Chislehurst, donde me crié, nunca se hablaba con los vecinos excepto en las temibles fiestas de adolescentes en torno al mueble bar cuando los padres salían. No había ningún sentimiento de comunidad, de Valle del Calder

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de fútbol, los criadores de ratones y palomas, los guardabosques en la hacienda de lord Savile, un club para maridos calzonazos y el restaurante Lady, de Willie Sutcliffe, en la parte alta, donde hacían bizcochos borrachos en palanganas. Siempre le daba una copia de la foto a quienquiera que fotografiara, para darle las gracias. Queríamos trabajar juntos y empezamos a documentar tímidamente elementos que parecían ser profundamente tradicionales o estar en declive, o ambas cosas a la vez. Empezamos poco a poco, en una carnicería en cuyo escaparate se exponían trozos de carne asada en enormes fuentes de porcelana ensangrentadas y a los clientes aún se les cobraba en libras, chelines y peniques. Después pasamos al cine de Hebden Bridge, iluminado a gas, y a la Cliviger Coal Company, ya en Lancashire. Ninguno de los dos conducíamos, así que íbamos a todos los sitios a pie, en bicicleta y, a veces, en autobús. Yo escribía sobre la gente que conocíamos, incorporando en ocasiones citas de grabaciones de audio. Algunos fragmentos de esos textos, escritos entre 1975 y 1979 para acompañar las fotografías de Martin, se reproducen en estas páginas. Quizá debido a su educación, a Martin le atraían mucho las capillas llamadas «inconformistas» que encontrábamos por todas partes, muchas de ellas bien cerradas o en declive terminal. Históricamente, los inconformistas se habían distanciado de la ceremonia, la liturgia y la arquitectura de la Iglesia de Inglaterra. En los siglos xviii y xix, los predicadores metodistas y baptistas, incluidos los hermanos Wesley, habían viajado por toda Gran Bretaña buscando a los pobres en el campo, en los pueblos y en las ciudades. Creían que todos podían salvarse. En West Yorkshire, como en cualquier otro sitio, se celebraban cultos en los campos, en claros del bosque y en graneros, hasta que las comunidades recaudaban los recursos necesarios para construir sus propias capillas. Durante la Revolución Industrial, el rápido crecimiento de nuevas factorías y fábricas textiles se sumó al declive de las industrias artesanales para crear el ambiente adecuado para la proliferación de los grupos de disidentes inconformistas. Martin fotografiaba actos y cultos en una variada gama de lugares, incluida la que tenía el maravilloso nombre de Mount Zion Strict and Particular Baptist Chapel (Capilla Baptista Particular y Estricta del Monte Sión). Para nosotros, había algo en el etos de los inconformistas que evocaba a la idiosincrasia de West Yorkshire: trabajadores, frugales, mesurados, disciplinados, autosuficientes, aficionados al té y a las tartas. En un paseo, cruzando los páramos hasta Haworth en el verano de 1976, nos encontramos con la minúscula capilla

pertenencia. Las personas eran muy reservadas, trabajaban en el centro y cortaban el césped el fin de semana. Pero el Hebden tradicional también estaba en declive. Las fábricas textiles cerraban y las antiguas industrias se iban a la quiebra. La arena de la rueda del molino seguía siendo negra y la vida en los pueblos del valle podía ser muy dura. Había una sensación de pérdida y melancolía en aquel lugar, y cierto resentimiento también en la gente que observaba a los hippies recién llegados restaurando ruinas y cultivando pequeñas parcelas. Empezaron a surgir residencias para escritores, estudios de escultura y alfarerías en fábricas textiles abandonadas y viejas granjas. Martin se sentía mucho más cómodo con la cultura de Hebden Bridge que yo, gracias a sus abuelos paternos, George y Florrie, que habían vivido en Calverley, pero nacieron y crecieron en Yorkshire. Algunos de sus recuerdos de la infancia más felices eran de las temporadas que pasaba con ellos. Lo llevaban a la función musical navideña en Bradford, y a Scarborough y Brimham Rocks de excursión. Recogían arándanos y su abuela hacía una riquísima tarta con ellos. Su abuelo le enseñó a utilizar maravillosamente la cámara de fotos y le hizo conocer la magia del cuarto oscuro. George Parr era un predicador laico metodista y Martin solía ir a la capilla con ellos todos los domingos. Aunque no me di cuenta de ello entonces —seguía pensando en él como otro refugiado más de los condados de alrededor de Londres—, llevaba Yorkshire en la sangre. Quizá sea ésta una de las razones por las que estas fotografías rezuman un sentimiento melancólico y nostálgico. Martin había iniciado un exhaustivo estudio fotográfico de Hebden Bridge y la zona circundante. Fotografiaba los partidos Descanso de los guardabosques en Walshaw Moor

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introducción

metodista de Crimsworth Dean, un estrecho valle que bajaba desde las cumbres situadas por encima de Hebden Bridge. Martin descubrió que un puñado de personas se ocupaban de la capilla, casi todos criadores de ovejas de edad avanzada cuyas familias habían vivido en Crimsworth Dean durante generaciones. La congregación era un poco reservada al principio, pero a medida que nos fueron conociendo empezaron a ser más cordiales y a acostumbrarse a que les fotografiaran. Empezamos a visitar a algunos de los principales personajes y los grabábamos mientras hablaban de la capilla o de sus vidas en general. En particular, conocimos a Stanley Greenwood, un devoto metodista, y a su hermano y sus hermanas, que vivían en la granja de White Hole, en la parte de arriba del valle, y a Charlie Greenwood y su hermana Sarah Hannah, que vivían en la cercana Thurrish. Nos encariñamos mucho con Charlie y Sarah Hannah, personas dulces y divertidas que vivían en gran medida como lo habrían hecho sus abuelos. Recuerdo partirme de risa cuando Charlie describía cómo aprendió solo a conducir y pensaba que podía frenar el coche tirando del volante, igual que tiraba de las riendas para detener el caballo y la carreta. Decidimos documentar un año de la vida de la comunidad de Crimsworth Dean. Perdí la cuenta del número de veces que subimos pedaleando la interminable colina a la salida de Hebden, atravesando Pecket Well, para finalmente dejarnos caer cuesta abajo por la antigua carretera de Haworth para asistir a los cultos y los acontecimientos especiales. Éramos intensamente conscientes de la fragilidad de la comunidad. Reacia a quedarme a un lado observando cómo se desmoronan las cosas, tomé el relevo de la maestra de catequesis (a pesar de no ser creyente) cuando la tarea fue demasiado ardua para Mary Tatham. Ayudamos también de otras formas, especialmente cuando Thurrish y White Hole quedaban aisladas por la nieve durante varias semanas. Subíamos varias millas atravesando nieve alta, cargando mochilas llenas de té, leche, azúcar, pan y comida envasada. Aunque no nos percatamos de ello en ese momento, Stanley Greenwood se tomó nuestro interés por la comunidad y la capilla como un indicio de que podríamos ser nosotros quienes nos ocupáramos de la capilla en el futuro. Esto en parte era culpa nuestra, porque nos habíamos implicado precisamente en lo que intentábamos documentar. Stanley pareció percatarse de su error cuando vio la exposición de las fotografías de Martin en el centro de información turística de Hebden Bridge. Frustradas sus esperanzas, expresó su decepción con cierta amargura.

Té del Aniversario de la capilla de Booth

Poco después dejamos Hebden y nos fuimos a vivir y trabajar a Irlanda. Stanley, Charlie y después Sarah Hannah murieron. La capilla cerró en 1997 y fue transformada en una vivienda privada en 2000. En los treinta y tantos años que han pasado desde que nos fuimos, Hebden Bridge se ha convertido en una atracción turística, rebosante de cafeterías y tiendas de antigüedades y artesanía. Modernizada y sugestiva, hoy es, es un baluarte de lesbianas y una animada ciudad dormitorio para profesionales que trabajan en Leeds, Bradford y Mánchester. Pero algunas cosas siguen igual: las granadas siguen brillando en el escaparate de Holt y aún se puede comer una fragante tarta de crema en Waites. Una radiante y helada mañana de 2011 paseamos por Crimsworth Dean; había una capa de hielo sobre el barro. Pasamos junto a la capilla, con sus ventanas adornadas con cortinas y su cuidado jardín delantero, y bajamos el empinado sendero hasta las cascadas de Lumb Falls. Subiendo el camino hacia Haworth, tras pasar las ruinas de tres granjas, miramos abajo hacia Thurrish y White Hole, recordando a Stanley, Charlie y Sarah Hannah. El valle relucía a la luz del suave sol de invierno.

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la clivager coal company

En un momento dado, la Coal Board tenía mucho carbón y pensaban que no hacía falta más, pero nosotros seguimos insistiendo. Nos llevó seis años conseguirlo, pero al final se dieron cuenta de que la única forma de librarse de nosotros era darnos una licencia. Les damos dinero y no recibimos ninguna subvención. Con la Ley de Nacionalización de 1946 se apropiaron de todo el carbón de Inglaterra, por lo que todo les pertenece, y nosotros tenemos que pagarles un canon. Al final es una buena cantidad. Además del canon, tengo que aportar bastante a un fondo de garantía que se paga semanalmente, por si hubiera algún problema y la Coal Board tuviera que venir después a arreglarlo todo. Por otra parte está la tasa de rescate, por si tuvieran que venir con los equipos de rescate a sacar a algún minero en caso de accidente. Así que se llevan un buen pico todas las semanas. Pero en realidad no los vemos mucho; puede que vengan una vez al año a comprobar que todo está en orden en lo que se refiere a la seguridad. Pero hay que llevar la explotación conforme a la Ley de Minas de Carbón, y el inspector de minas y canteras comprueba que todo se hace respetando las medidas de seguridad. Con la Ley de Minas de Carbón estamos obligados a cumplir todas las leyes y normativas. Por ejemplo, no se puede bajar a la mina con lámparas de llama desnuda, y hay que inspeccionar la mina dos veces al día para verificar que la madera del techo esté en buenas condiciones y demás. Sí, con toda la legislación hay muchísimo que hacer.

Es difícil seguir encontrando carbón, ya que se ha estado extrayendo en esta zona durante años, y ahora se está agotando. Ya nos hemos quedado sin él en un par de ocasiones. Hemos llegado a estar desesperados. Pero hay que ser previsores y empezar a pensar en el siguiente filón de carbón antes de que se extinga el anterior. Es un recurso agotable, y va disminuyendo. Al principio es fácil de encontrar, pero cuanto más tiempo llevamos con él, menos queda. (John Little, Cliviger Coal Company)

la clivager coal company

El páramo situado encima de Burnley está salpicado de restos de minas de carbón subterráneas y a cielo abierto abandonadas desde hace tiempo. Pero en la granja de Merril Head sigue funcionando muy bien una de las minas más pequeñas del país. La dirige John Little, un granjero que tiene cuatro mineros trabajando bajo tierra, un mozo de carga en superficie y un repartidor. La mina es tan productiva —alcanza una media de 13 toneladas de carbón al día— que, para poder centrarse en su gestión, John ha tenido que delegar en su hijo Andrew la dirección de la granja (donde cría vacas de raza angus). Todo el carbón de Inglaterra pertenece a la empresa estatal National Coal Board. En 1954, tras obtener el permiso de las autoridades encargadas de la planificación estatal y local para erigir bocaminas en sus tierras, John solicitó una licencia de explotación minera a la National Coal Board. Obtuvo su licencia en 1960, y desde entonces ha pagado un canon a dicha empresa estatal por el derecho a extraer carbón de sus tierras.

A pesar del trabajo adicional que implica y del dinero que se llevan, John está satisfecho con la Coal Board: Son realmente muy buenos. Para mí son como un hermano mayor. Nunca hago nada sin consultarles.

Mina de carbón de la granja de Merril Head

Sin embargo, a diferencia de los mineros de la Coal Board, los empleados de John trabajan a destajo: Cuanto más carbón sacan, más ganan. La Coal Board abandonó este sistema porque consideró que ponía en peligro la seguridad: los mineros aceleraban su ritmo de trabajo y descuidaban su seguridad para alcanzar la media diaria lo antes posible. Sin embargo, para John este es el mejor sistema. Sus mineros obtienen un salario medio superior al de los empleados de la Coal Board. Y la mina mantiene un nivel de seguridad excelente.

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la clivager coal company

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No hemos tenido nunca un accidente. Seguramente tengamos el mejor historial de seguridad del mundo, en serio. Solo tenemos una entrada en el libro de registro de accidentes y llevamos diez años trabajando. Y fue porque alguien se cortó un dedo. Los mineros son muy militantes, y John ha tenido que hacer frente a un considerable número de disputas y dificultades, a menudo sin implicar al Sindicato Nacional de Mineros. Lo cierto es que tenemos nuestras pequeñas diferencias, ¿sabes? Sobre la paga. Ellos piensan que deberían cobrar más, y yo creo que deberían cobrar menos. Pero es una pena no poder negociar con tus propios hombres sin que intervenga el sindicato. El sindicato negociaría por nosotros en caso de que llegáramos a un punto muerto, pero prefieren que no estemos en el sindicato. Imagínate que hago alguna tontería y llegamos a un punto muerto, y entonces mi pequeña mina va y dice: «Nos ponemos en huelga». Bueno, pues es posible que todo el sindicato tuviera que ir a la huelga por mi culpa, con solo cinco hombres. Por eso prefieren mantenerme a cierta distancia. Pero ya les hemos consultado en otras ocasiones, y es cierto que son expertos negociando. De hecho, los mineros de Merril Head no se encuentran en desventaja por estar fuera del sindicato. Durante la última gran huelga de mineros, continuaron trabajando, cobrando su salario completo. John admite: Aquello no les gustó, pero yo les dije: «Consigan lo que consigan, vosotros tendréis lo mismo». Los mineros que trabajan para John ganan más que los miembros del sindicato (cerca de 100 libras a la semana en el momento de escribir estas palabras) y no están obligados a secundar las huelgas. Además, cada uno recibe un suministro de 6 toneladas de carbón anuales, y el compromiso de apoyo sindical en caso de que haya problemas graves. Su horario laboral es comparativamente más corto: empiezan a las 8:50 de la mañana y vuelven a casa en cuanto han alcanzado la media diaria, normalmente sobre las 15:00. No obstante, como en cualquier mina de carbón, las condiciones bajo tierra son difíciles y el trabajo es duro. La entrada a la mina actual se hace a través de una torcida caseta de chapa rodeada de montones de escombros y cisco que se extraen mientras se busca el carbón. La caseta está en un campo de cría de cerdos, a una milla de la granja de Merril

Mina de carbón de la granja de Merril Head

Head, que es donde los mineros se cambian y se duchan. En realidad, este campo es propiedad de un vecino, el señor Thornber, al que John Little paga un alquiler por la instalación de la bocamina en sus tierras. Este vecino también se queda con un par de cubos de carbón al día que coge directamente de la pila que hay fuera de la mina. Bernard trabaja en la superficie todo el día, pendiente de la campana que tocan los hombres de abajo, y subiendo con un cabrestante las vagonetas de carbón por el pequeño raíl. Él se encarga de vaciar y esparcir la carga en el exterior y devuelve la vagoneta vacía. El raíl desaparece al fondo de la galería principal, que es como un pequeño túnel. Esta es una mina de galerías —una mina que atraviesa la ladera—, así que no es necesario que los mineros bajen en jaulas. En lugar de eso, recorren a pie la galería principal hacia el interior de la ladera. El túnel se va estrechando y descendiendo, y pronto las armaduras de hormigón dejan paso a la tierra, apuntalada con vigas de madera. Tal y como pudimos comprobar, uno tiene que agacharse doblando el cuerpo hacia el suelo y acaba avanzando en cuclillas, lo que enseguida resulta muy doloroso. Si no se tiene experiencia, uno se golpea frecuentemente la cabeza con las vigas, retorcidas y astilladas por el peso de la tierra que soportan. También resulta extraño caminar sobre los raíles y a menudo el suelo está inundado. En ciertos lugares las galerías tienen una altura de solo tres pies. Los mineros tienen que arrastrarse y reptar distancias considerables antes siquiera de comenzar su jornada laboral. Pero se acaban acostumbrando. Nuestro guía, Andrew Little, que trabajó abajo en la mina—, avanzaba a grandes zancadas laterales y evitaba con gran pericia golpearse la cabeza con las vigas. Pero también tuvo dificultades cuando empezó a «sacar».

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Se llama así al proceso por el cual un minero empuja una vagoneta llena de carbón desde el frente de la veta hasta la galería principal para luego acoplarla al cabrestante. Tiene que esperar a que le devuelvan la vagoneta vacía para volver, y entonces la empuja de vuelta por las galerías de la mina hasta el frente en el que él y su compañero estén trabajando. De hecho, dado que la vagoneta puede llevar parte de tu propio peso, puede resultar más sencillo empujarla por las galerías estrechas que ir gateando, inclinado, sin ningún apoyo. Todas estas maniobras se realizan a una gran velocidad. Los sacadores corren por las galerías y es un trabajo en el que se pasa tanto calor —y hace siempre tanto calor dentro de la mina— que incluso en los días de muchísimo frío, los mineros solo visten pantalones cortos, chaqueta y botas de goma.

en agujeros perforados —un proceso que ahorra tiempo y dinero—. Una vez hecho esto, los mineros trabajan el carbón liberado, con un pico si van siguiendo la veta o utilizando un martillo neumático cuando está más duro. Luego recogen con palas el carbón desprendido y lo meten en la vagoneta. Es muy incómodo manejar una pala cuando se está agachado. Las vigas que soportan las toneladas de tierra que hay sobre nosotros están continuamente chirriando y crujiendo. Es mucho lo que hay que aguantar: lidiar con las ratas, el aire sucio, el calor, la falta de luz y espacio, y la imposibilidad de moverse con libertad o comodidad. A pesar de todo esto, el ambiente es muy alegre, y no faltan los chistes y las bromas entre los mineros, que se pican unos a otros. Como Graham es el más joven, le toman el pelo constantemente:

Como ves, aquí no se para, porque cuando se trabaja a destajo hay que aguantar hasta que se llega a la media diaria. Sobre todo, cuando los otros hombres dependen de ti. Ahí sí que se va rápido al sacar. Yo solía hacerlo y todavía tengo cicatrices en la espalda. En realidad, es el trabajo de mula de carga.

Andrew: Si sentís que no podéis respirar, no os preocupéis, no es más que aire sucio. Rodney: ¡Son las botas de Graham!

Las cicatrices y las costras en la espalda son muy comunes. Se puede evaluar la experiencia de un minero por las marcas que tenga a lo largo de la columna vertebral. El minero más joven de Merril Head, Graham, que tiene 18 años, nos enseñó las costras que tiene por toda la espalda, mientras que Rodney, que ha trabajado en la mina durante once años, no tiene ninguna, a pesar de medir 1,80 m.

Los mineros hacen una pausa cuando han hecho más de la mitad del trabajo de la jornada. Almuerzan en una pequeña habitación de la caseta a la entrada de la mina. La charla guasona se acelera y se hace cada vez más picante según se van estirando y calentando en torno a la estufa de carbón, compartiendo bocadillos y bebiendo leche o sopa calentada en la propia lata. Incluso sacan energía para alguna pelea de lucha libre. Su relación física es muy cercana. Quizás sea por los peligros e incomodidades de su trabajo. Dependen los unos de los otros,

La galería principal se subdivide en un auténtico laberinto de túneles secundarios que serpentean y giran siguiendo los filones de carbón.

Mina de carbón de la granja de Merril Head

En realidad, es imposible perderse. Cuando trabajas aquí abajo de forma regular, acabas sabiendo exactamente dónde está cada agujero y sabes perfectamente lo que estás haciendo. Cuando bajamos a la mina, dos o tres mineros estaban trabajando en diferentes frentes. Billy estaba buscando un nuevo filón y sacando todo lo que extraía. Rodney estaba terminando otro filón y había alcanzado «el límite», lo que quiere decir que había llegado a un nivel cercano a la superficie. Michael estaba trabajando en el fondo de la ladera, y Graham le ayudaba como «sacador». Cada día se hace una voladura, es decir, se suelta el carbón con pequeñas cantidades de explosivo que se colocan

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Es el caso de Sid, por ejemplo. Es un tipo que conduce un Vauxhall Viva y lleva una gorra tipo Ascot. Siempre viene a las seis en punto, cuando estamos cerrados, o los domingos por la mañana. Siempre cuando está cerrado. Un domingo por la mañana vino y estaba cerrado, y se quedó sentado en el coche dos horas y media, esperando el carbón. No pensaba irse sin él, y eso que solo quería dos bolsas.

tanto para su seguridad como para ganarse el salario. Alguien que no encaje en un círculo tan estrecho —y muchos no lo hacen— podría pasarlo realmente mal. Rodney dice que si un hombre aguanta los dos primeros días normalmente significa que se quedará. Muchos lo dejan después de tan solo unas horas. Rodney trabaja en la granja de Merril Head los sábados, haciendo algunas chapuzas y ayudando a pesar el carbón para los clientes. Nos explica por qué trabaja tanto:

La mina de Merril Head es un negocio próspero a pesar de la absoluta falta de publicidad. No hay carteles fuera de la granja ni nombres comerciales en los camiones. La mayoría de los clientes oye hablar de la mina de carbón local gracias al boca a boca. La señora Rawbottom, que vive en la granja de Hawk’s Nest, cerca de Merril Head, nos cuenta:

Es simplemente por costumbre. Solía trabajar hasta las diez de la noche. Es difícil dejar el hábito de trabajar. Reconozco que si eres un obrero manual y dejas tu rutina laboral, estás perdido. El trabajo en la granja me resulta relajante. No es para nada el mismo tipo de trabajo. Lo hago casi por gusto. Comparado con lo otro, realmente es un gusto. El otro trabajo no se puede hacer seis o siete días a la semana. Te mataría. Pero como te digo, este tipo de trabajo lo podría hacer eternamente. Siempre digo que el trabajo no es solo la tarea en sí, es el proceso de hacerla, no sé si me entiendes. Es ir a trabajar cada día, semana tras semana y mes tras mes. Más allá del esfuerzo físico, es la monotonía. La mina es muy dura, pero al menos no es tanto tiempo. Puedes terminar e irte.

Alguien nos habló de la mina. Fue cuando se produjo la primera huelga de mineros y el repartidor solo nos trajo carbón una vez. «Lo siento, no tenemos más». Y eso fue todo. Desde entonces siempre compramos el carbón de Merril Head. Nos lo traen —son muy buenos— y si necesitamos una bolsa o dos más para seguir tirando, podemos ir hasta allí y recogerla. Sí, lo compramos porque es más barato y quema bien, tanto en la cocina de carbón como en la chimenea. Es un carbón muy bueno.

Un cliente se acerca conduciendo por el accidentado camino de la granja y pide carbón, por lo que Rodney se acerca para atenderle. El carbón resbala por la rampa hasta caer en una bolsa y se pesa, y entonces Rodney lo carga en el maletero del coche del cliente. Dice que antes levantaba pesas y que puede levantar hasta 250 kilos. Nos habla de otro minero que también era muy fuerte: Un tipo que trabajaba aquí solía meter entre cien y doscientos kilos de carbón en una bolsa, echárselos a la espalda, subir hasta allá arriba, cargarlos en el autobús, bajarse en Shaw y llevarlos hasta abajo. Eso son narices, ¡vaya si lo son! Requiere mucho esfuerzo. Al principio se quedaban con la boca abierta en el autobús, pero pronto se acostumbraron a él. El cliente se marcha con el maletero lleno de carbón y Rodney vuelve a la tarea de colocar tiradores nuevos en las puertas del establo. Como en todo negocio, los clientes son una gran fuente de entretenimiento. Siempre hemos tenido una amplia variedad de clientes. Podríamos decir que al menos la mitad son algo excéntricos.

Mina de carbón de la granja de Merril Head

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Mina de carb贸n de la granja de Merril Head

Mina de carb贸n de la granja de Merril Head

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la caza del urogallo rojo

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Frank Ideson, guardabosques, Hebden Bridge

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Lord Savile el 12 de agosto, el primer dĂ­a de la temporada de caza del urogallo rojo, Hebden Bridge

Lord Savile, Hebden Bridge

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Guardabosques de lord Savile, Hebden Bridge

Frank Ideson, guardabosques de lord Savile

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Guardabosques de lord Savile, Hebden Bridge

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Caba帽a de recepci贸n para los cazadores del urogallo, Walshaw Moor

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el cine de hebden bridge

el cine de hebden bridge

El cine de Hebden Bridge fue construido en 1922 y ha cambiado muy poco desde entonces. La impresionante fachada de piedra, con dos enormes pilares flanqueando los escalones de la entrada, tiene el nombre del cine esculpido en lo alto, proclamando que es un templo del entretenimiento. Dentro, las raídas alfombras y las polvorientas cortinas cuentan una historia muy diferente: el cine pasa por dificultades. Está tan anticuado que salió en una serie de la bbc sobre Gran Bretaña en la época de la guerra. En este sentido encaja perfectamente con el gusto de Lloyd Brearley, el director, quien prefiere las películas de James Cagney y Humphrey Bogart a los estrenos contemporáneos. A veces pone series de películas antiguas, y siguen funcionando muy bien. Lloyd empezó a trabajar en salas de cine cuando tenía 13 años, ayudando en la cabina de proyección en el cine Electric Theatre, en Sowerby Bridge. Durante la guerra, dirigió un cine de campaña para las fuerzas aéreas británicas en Torquay. Más tarde se compró una pequeña sala de cine propia, pero tuvo que cerrarla poco después debido a los altísimos y crecientes costes. Después trabajó como operador independiente de películas por todo West Yorkshire, y llegó al cine de Hebden Bridge en 1964. Resultó ser una carga financiera, por lo que Lloyd se lo vendió al Ayuntamiento de Calderdale en 1974. El Ayuntamiento mantuvo a Lloyd como director, y dice que les da lo mejor de sí mismo al dirigirlo como si siguiera siendo suyo. De hecho, para Lloyd, ser director del cine aquí es más una pasión que un trabajo. Los colegas del mundo del cine lo respetan por sus conocimientos y experiencia. Vienen a verlo, y lo llaman para pedirle consejo. Durante sus años en este cine ha sido testigo de los cambios en la fortuna de la sala de Hebden Bridge. En los buenos tiempos tuvo que contratar a veintiuna personas para gestionar la multitud que venía a las sesiones de bingo. Cuando el Ayuntamiento amenazó con cerrar el cine, Lloyd se dispuso a salvarlo.

Lloyd Brearley, director del cine de Hebden Bridge

Entraban mil personas, pero retiré muchas butacas, porque no quería tener tantas —no en esta época ni en estos tiempos. Digámoslo así, Hebden Bridge es solo un pueblo, y cuando construyeron este cine, no sé por qué lo hicieron tan grande, porque habría estado muy bien así en el centro de Leeds. Y allí es donde debería estar ahora. Pero realmente es demasiado grande para una población de seis mil personas. Tener una buena clientela depende de numerosos factores. Cuando hay que pagar impuestos o las facturas, o cuando se acercan las compras de Navidad, nadie quiere gastar dinero en ir al cine. Y el tiempo siempre ha influido también, especialmente el caluroso verano de 1976:

Puse en marcha una petición de firmas. Conseguí ochocientas o novecientas y llegó muy lejos, sí. Lo logramos en una semana. La gente venía todos los días, firmaba y decía: «No queremos que cierre, queremos que siga abierto». En esa época era el cine o el centro cívico, y cuando se cerró el centro cívico estuvimos en una posición mucho más segura.

Este ha sido el peor año del cine desde hace muchísimo tiempo, porque hemos tenido el verano que hemos tenido, ya sabes, y claro, en cuanto acabó el verano llegaron las lluvias y eso mantuvo también al público alejado. En noviembre hay niebla, y la gente no viene. Y luego llegan las compras de Navidad en noviembre y diciembre, con lo que tampoco vienen.

No es difícil entender por qué Calderdale pensó en cerrar el cine. Solían asistir pocas personas y el tamaño de la sala hacía que parecieran aún menos.

Aunque posiblemente el mayor obstáculo para el éxito de la sala de cine de Hebden Bridge sea la dificultad para conseguir películas realmente buenas. De vez en cuando un filme clásico

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Salí y dije: «Lo siento mucho, señoras y señores, pero tendrán que irse todos a casa. No tenemos la película». Algunos dijeron: «¡Joder!», y un par de ellos vinieron a por mí. Entré corriendo y cerré la puerta tan rápido como pude.

taquillero atrae a mucha gente, pero a menudo el cine solo ofrece películas X de segunda categoría y películas anticuadas para niños. Como se puede imaginar, esto no es por el mal gusto del director. Lloyd Brearley sufre una constante frustración por las restricciones que le imponen los grandes cines, que pueden «obstaculizar» a los establecimientos más pequeños, sobre los que tienen prioridad:

para la renovación del cine de Hebden Bridge. Será completamente redecorado por primera vez en doce años, y las antiguas y caras calderas de petróleo serán sustituidas por calefacción central a gas. Se cambiará la instalación eléctrica y desaparecerán las antiguas lámparas de gas. El Ayuntamiento también mejorará la zona del escenario, que ha sido utilizado en los últimos once años por la Sociedad de Opereta de Hebden Bridge en sus dos producciones anuales. Actualmente el cine tiene que cerrar una semana antes de la representación para poder construir un escenario y unos bastidores adecuados. Lloyd y Mary están encantados con las mejoras prometidas. Mary señala lo que supondrá:

Mary, que es de Dublín, ha trabajado en el cine durante siete años. Es la limpiadora, la taquillera, la que hace el café y la factótum general:

Lo que quieren es llevarte a la quiebra si pueden. Solo piensan en sí mismos. Cuando consiguen una gran película como Tiburón, se aferran a ella todo lo que pueden, y tienen todo el derecho a hacerlo. Pero lo que ocurre es que al mismo tiempo llegan nuevas películas, se van amontonando, y no se pueden ver hasta que Rank’s y abc han terminado con ellas. En lugar de tenerlas en una semana, hemos tenido que esperar ocho semanas. Y eso es lo que pasa: las retienen mucho tiempo hasta que las ponen allí. Desde que empezó el cine, las grandes salas siempre han tenido el monopolio, siempre han sido lo que se suele llamar «el bloqueo». Siempre te bloquean. Y eso fue lo que provocó el cierre de muchas de las pequeñas salas.

Me lo sé todo de memoria. Cuando Lloyd se va de vacaciones, no contrata a nadie más. Yo me encargo de todo, excepto de los proyectores. Lloyd se encarga de los proyectores personalmente los lunes, martes y jueves, y dos asistentes toman el relevo los viernes, sábados y domingos. La mujer de Lloyd también viene a ayudar, así que en total el cine tiene cinco empleados. Mary viene por las mañanas para limpiar y hacer café. Por la noche, llega media hora antes de que empiece la película y hace la ronda con una vela sujeta al final de una caña de bambú, encendiendo las veintinueve lámparas de gas que siguen utilizándose para iluminar el auditorio. Incluso los indicadores de «Salida» y «Servicios de señoras» se iluminan con gas, y parpadean ligeramente durante toda la proyección. Entonces Mary se sienta en la taquilla a esperar pacientemente a los clientes:

Lloyd ha observado que, en general, el público cada vez es más joven, y últimamente está formado en su mayoría por adolescentes y parejas de novios.

En invierno sufro en ese vestíbulo, terriblemente, las corrientes de aire que entran por ahí.

Las buenas películas antiguas, como Misión de valientes y La señora Miniver, funcionaban muy bien. El público de esos filmes tenía siempre entre cuarenta y setenta años. El público de hoy es mucho más joven. Pero también hay habituales.

Arriba, en la sala de proyección, Lloyd ordena los rollos de la película y coloca el primero en uno de los proyectores British

Dos habituales son Beryl Sunderland y Betty Lister, dos amigas que han estado viniendo fielmente al cine juntas todos los sábados por la noche durante los últimos veinticinco años, independientemente de la película que se proyectara. Las tristes historias de salas de cine vacías contrastan con la época en la que Lloyd tenía que decirle a la gente que ya no podían entrar. La última vez que ocurrió eso fue cuando se proyectó La señora Miniver hace seis o siete años. Niebla en el pasado y Errol Flynn en La saga de los Forsyte tuvieron un efecto similar. Lloyd también tuvo que despedir a la gente cuando la película Puños de furia, que venía de Londres, no llegó. Llovía, y la gente en la fila empezaba a ponerse nerviosa. Cuando el tren de Leeds no entregó el material, Lloyd envió a Mary Hall, la taquillera, a enfrentarse a la multitud. Mary recuerda:

Cine de Hebden Bridge

Es un servicio. Si cerraran el cine, ¿dónde irían los niños? No van a ir hasta Halifax y pagar ¿cuánto? El billete de autobús ha subido a 18 peniques y volverá a subir. En el abc los niños y los jubilados pagan 50 peniques, y los adultos, 95. ¿Quién va a pagar eso? Nuestros precios también tendrán que subir pronto, pero no pueden subir tanto. Me han dicho alguna vez: «Nos gustaría venir al cine, Mary, pero está demasiado oscuro y hace demasiado frío». Y aun así las calderas están ardiendo. Creo que volverán a venir cuando se enteren de que ha sido redecorado y de que hemos cambiado la calefacción. Lo pondremos por todo lo alto en el periódico. Y vendrán. Lo verán por sí mismos y se lo contarán a sus amigos, Id a Hebden Bridge, no vayáis a Halifax.

Cine de Hebden Bridge

Thomson-Houston. Se fabricaron en 1937 y se utilizan desde entonces. Usan lámparas de arco de carbono en lugar de luz eléctrica. Lloyd explica cómo funcionan: Sí, aún utilizamos carbono. Es para conseguir la fuente de luz, ¿sabes? En realidad, no se puede obtener la fuente de luz de una luz eléctrica. Hace falta una muy brillante. Es la más brillante de todas las luces. Son dos electrodos de carbón, negativo y positivo, y la electricidad salta en el espacio entre ambos. Y hay un gran espejo en la parte de atrás que dirige toda la luz hacia la película en sí. Usamos unos 11,5 cm de electrodo positivo cada veinte minutos y aproximadamente 2,5 cm del negativo. El positivo tiene 45 cm de largo, y el negativo, 30,5. Es una alimentación automática. Muchos cines siguen usándolos. Es el mejor método.

Cine de Hebden Bridge

El trabajo del proyeccionista implica cambiar los electrodos, rebobinar la película a mano y cambiar suavemente de un proyector a otro cada veinte minutos aproximadamente. Entre las películas, Lloyd entretiene al público con grabaciones cortas y chispeantes de Glenn Miller o Bing Crosby, reproducidas en discos de 78 rpm. Abajo, en el vestíbulo, un solitario policía entra a tomar una taza de café y charlar con Mary. A pesar de la anterior amenaza de cierre, el Ayuntamiento de Calderdale ha comprometido recientemente 40.000 libras

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