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poético, plástico y fenomenológico, proporcionan una experiencia del paisaje pautada por cierta sensación de verticalidad, de caída, de vértigo. Por su parte, las imágenes de Ponds, desde las fotografías hechas en Bramford Speke hasta las de The Painter’s pool (El estanque del pintor), versan sobre una comprensión distinta, claramente mucho más horizontal y plástica. De una imagen a otra, de una fecha a otra, vemos cambios en esos pequeños estanques y en sus alrededores, en particular variaciones del nivel del agua y alteraciones físicas, formales y cromáticas de la vegetación y de la superficie que los rodea. Esos cambios nos hacen comprender las transmutaciones que acompañan a las diferentes estaciones del año, confirmando el fenómeno cíclico de la naturaleza, pero nunca como pruebas de un movimiento lineal y previsible, sobre todo porque ese movimiento se produce durante un intervalo de tiempo que no podemos ver. Al contrario, que solo somos capaces de deducirlo comparando el antes y el después. A través de esta cadencia de instantes fotográficos se configura una cronología de la naturaleza, una ordenación secuencial que nos recuerda una de las grandes ambiciones que la modernidad se empeñó en adjudicar a la fotografía: la representabilidad del tiempo, mediante una visualidad susceptible de afianzar la idea de un tiempo racional, homogéneo y divisible. En este contexto, inventariar, ordenar y archivar han sido consignas que han ido sedimentándose en una cultura fotográfica centrada en la objetivación del movimiento del tiempo, como modo de comparar los cambios en la naturaleza, los efectos de la acción humana, la presencia de objetos o las características momentáneas del espacio. No obstante, nos parece evidente que las fotografías de Jem Southam, más allá de la racionalización temporal, abren la posibilidad de que las imágenes produzcan un tiempo que es inmanente a ellas, un tiempo heterogéneo, creativo y predominantemente visual, un tiempo especulativo y sensible a fluctuaciones estéticas, fenomenológicas y mentales. Por los temas representados, pero sobre todo por las propiedades de las imágenes —el rigor de la composición y la enorme calidad técnica—, Jem Southam hace apología de una observación desacelerada, empática, paciente e intensa en los procesos de recepción. Exigiendo un claro esfuerzo por parte del receptor,
el descubrimiento de la imagen depende directamente del interés y de la disponibilidad hacia la experiencia propuesta. En estas fotografías apenas se vislumbran indicios de la presencia o de la acción del ser humano. Pero, pese a ello, estos paisajes que suscitan fascinación, idealización y deseo de contemplación nos revelan también que la naturaleza está hecha de gestos brutales, agrestes y dramáticos. Al mismo tiempo, comprendemos que el mundo natural no constituye un sistema cerrado y puramente físico, ya que despierta asociaciones y significados, en especial porque nosotros, en calidad de espectadores (así como el fotógrafo), no podemos limitarnos a obviar nuestras disposiciones psíquicas y socioculturales ni las condiciones de la experiencia contemporánea. Por eso, cuando pensamos en la entropía de la naturaleza, no podemos olvidar que ese mismo concepto se ha empleado en repetidas ocasiones en los análisis más recientes sobre los fenómenos económicos y medioambientales. Jem Southam utiliza una cámara de gran formato (de 8 × 10 pulgadas), un equipo pesado y complejo que implica un tiempo de preparación y exige ponderación y competencia en su manejo. Por otra parte, no podemos olvidar las condiciones geográficas y climatológicas, así como la necesidad de recorrer a pie distancias largas. En cierto modo, estas imágenes reflejan también la duración de un acto performativo, un proceso que va generando intuición y reflexividad, pero que requiere una gran tenacidad y una rutina. Estas circunstancias resultan particularmente evidentes en la serie The Painter’s Pool, uno de los trabajos de Jem Southam más singulares y programáticos. Al regresar casi a diario a esa laguna para fotografiar un lugar que un amigo pintor había escogido como tema, se ponen de relieve la proximidad y los vínculos que unen el imaginario de Jem Southam con los procedimientos y el legado de la pintura paisajística. Para el fotógrafo, representar un lugar implica esforzarse en alcanzar una verosimilitud visual, con objeto de que la imagen se parezca al referente real y esté vinculada a él. Pero, por otro lado, el reto artístico reside precisamente en suplantar la estricta función documental para conectar la imagen con una cultura pictórica. Es interesante señalar que la región en la que vive Jem Southam está relativamente cerca del sur de Gales, desde donde,