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HACER EL AMOR CON ELLA Pág

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HACER EL AMOR CON ELLA

Sí, Alva quería tener hijos. Pero eso fue hace años, cuando tenía una relación estable con un hombre bueno, trabajador y honrado. Eso me dijo: que era bueno, trabajador y honrado. Él también quería ser padre, pero su estatura tan baja, su lechoso tono de piel, sus músculos de flan casero, aniquilaban las ganas que Alva tenía de engendrar un hijo suyo. Pero sí, alguna vez pensó en tener hijos. Un día me dijo: “Tengo que confesarte que por alguna extraña razón y, a pesar de su físico, me excita de sobremanera, nunca un hombre me ha excitado tanto.” Eso me dijo del hombrecito. Yo le empecé a llamar Copitodenieve (nunca lo supo Alva). Luego me dijo que cuando pensaba en su descendencia, los genes del chaparrito inhibían sus ganas de procrear. Fue entonces, cuando de tanto darle vueltas al asunto, se acordó de mí. En su mente construía, planeaba, elucubraba constantemente las estrategias para conseguir la preciada leche con los genes perfectos sin lastimar el ego de aquel pequeño amor suyo. Sin embargo, siempre llegaba al mismo callejón sin salida: si pretendía tener un hijo que no se pareciera a su amado, tendría que hacerlo a escondidas. Ella me contó estas historias. No sé por qué me tenía tanta confianza, pero me acuerdo muy bien de esa vez, me acuerdo muy bien. Me acuerdo siempre. Siempre pienso en aquella vez cuando me llamó y me explicó que asistir a un banco de esperma no era opción, pues nada garantizaba qué clase de hombre era el donante. “Me ha costado mucho llamarte y pedirte esto”, me dijo —creo que le daba pena—. Y me dijo que me conocía de toda la vida —así dijo “toda la vida”—, le gustaba que yo era un hombre sano —y sí, sano sí soy, no me emborracho, ni fumo—. Dijo también, sí, me acuerdo que me lo dijo, que yo era inteligente —tal vez lo dijo porque me gustaba leer, todavía me gusta leer, sí, leo mucho, me gustan las palabras—. Pero sobre todo le gustaba mi cuerpo de deportista, mis músculos bien desarrollados, mis piernas largas bien marcadas, mi estómago plano, férreo —férreo, esa palabra me gusta, férreo, así tengo todavía el estómago—. Yo aún tenía ganas de hacer el amor con ella. Siempre me ha gustado Alva, desde que se sentaba en el pupitre de enfrente en la secundaria y yo aspiraba el olor de su pelo recién lavado, de la goma de peinar con que se restiraba su cola de caballo. Pero ella, entonces, estaba enamorada del profesor, un hombre mayor moreno y de gestos graves que jamás la hizo en el mundo. Alva, al verlo se enar-

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decía, sí, se enardecía —esa palabra también me gusta, la voy a anotar en mi libreta. Creo que no he anotado férreo. Voy a anotarla también: férreo y enardece—. Porque a mí Alva me enardecía. Bueno, me enardece. Todavía me enardece —tengo una libreta donde apunto las palabras que me gustan—. Cuando Copitodenieve se enteró —así le decía yo secretamente: Copitodenieve—, se indignó tanto que jamás quiso volver a ver a Alva. Por más que ella le rogó y le dijo que tendría un hijo suyo y que no, que nunca hicimos el amor, Copitodenieve no volvió con ella. Yo le dije que de todas maneras podíamos hacer el amor. Yo todavía quiero hacer el amor con ella. Pero ella creo que ya no quiso, o no pudo porque me trajeron aquí. Ya sé que no puedo salir de aquí, pero tal vez ella podría venir, aunque me dicen que ahora, afuera, tampoco sale la gente. Me dicen que yo soy afortunado porque en esta clínica no estoy solo, afuera la gente está sola, encerrada en sus casas, y otros, los que tienen que salir, a veces se contagian y se mueren porque hay una pandemia —pandemia, esa palabra me gusta, la voy a anotar en mi libreta—. Yo ahora que estoy aquí. ¿Cuánto tiempo llevo aquí?, no me acuerdo, siempre pienso en Alva, en su cuerpo, en el olor de su cola de caballo. No, no quiero contagiarme, pero todavía tengo ganas de hacer el amor con ella.

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