Cuaderno 45 - Life´s Good

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HACER EL AMOR CON ELLA Sí, Alva quería tener hijos. Pero eso fue hace años, cuando tenía una relación estable con un hombre bueno, trabajador y honrado. Eso me dijo: que era bueno, trabajador y honrado. Él también quería ser padre, pero su estatura tan baja, su lechoso tono de piel, sus músculos de flan casero, aniquilaban las ganas que Alva tenía de engendrar un hijo suyo. Pero sí, alguna vez pensó en tener hijos. Un día me dijo: “Tengo que confesarte que por alguna extraña razón y, a pesar de su físico, me excita de sobremanera, nunca un hombre me ha excitado tanto.” Eso me dijo del hombrecito. Yo le empecé a llamar Copitodenieve (nunca lo supo Alva). Luego me dijo que cuando pensaba en su descendencia, los genes del chaparrito inhibían sus ganas de procrear. Fue entonces, cuando de tanto darle vueltas al asunto, se acordó de mí. En su mente construía, planeaba, elucubraba constantemente las estrategias para conseguir la preciada leche con los genes perfectos sin lastimar el ego de aquel pequeño amor suyo. Sin embargo, siempre llegaba al mismo callejón sin salida: si pretendía tener un hijo que no se pareciera a su amado, tendría que hacerlo a escondidas. Ella me contó estas historias. No sé por qué me tenía tanta confianza, pero me acuerdo muy bien de esa vez, me acuerdo muy bien. Me acuerdo siempre. Siempre pienso en aquella vez cuando me llamó y me explicó que asistir a un banco de esperma no era opción, pues nada garantizaba qué clase de hombre era el donante. “Me ha costado mucho llamarte y pedirte esto”, me dijo —creo que le daba pena—. Y me dijo que me conocía de toda la vida —así dijo “toda la vida”—, le gustaba que yo era un hombre sano —y sí, sano sí soy, no me emborracho, ni fumo—. Dijo también, sí, me acuerdo que me lo dijo, que yo era inteligente —tal vez lo dijo porque me gustaba leer, todavía me gusta leer, sí, leo mucho, me gustan las palabras—. Pero sobre todo le gustaba mi cuerpo de deportista, mis músculos bien desarrollados, mis piernas largas bien marcadas, mi estómago plano, férreo —férreo, esa palabra me gusta, férreo, así tengo todavía el estómago—. Yo aún tenía ganas de hacer el amor con ella. Siempre me ha gustado Alva, desde que se sentaba en el pupitre de enfrente en la secundaria y yo aspiraba el olor de su pelo recién lavado, de la goma de peinar con que se restiraba su cola de caballo. Pero ella, entonces, estaba enamorada del profesor, un hombre mayor moreno y de gestos graves que jamás la hizo en el mundo. Alva, al verlo se enar-

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