BORGES
“Soy un simple hombre de letras.”Entrevista inédita en español con Jorge Luis Borges/ Patricia Marx y John Simon
BORGES: “SOY UN SIMPLE HOMBRE DE LETRAS”. ENTREVISTA INÉDITA EN ESPAÑOL CON JORGE LUIS BORGES
El sitio altísimo que Jorge Luis Borges ocupa en la historia de la literatura universal hace que cualquier ponderación tanto de su obra como de su agudeza, su profunda inteligencia y el resto de sus dones, corran el riesgo fatal de no ser más que una colección de lugares comunes que, por supuesto, nada sustancial añadirían a su prestigio. Asimismo, es ampliamente conocida una enorme cantidad de frases suyas ya proverbiales relativas a la escritura, la lectura, el pensamiento, la ceguera, la muerte, el amor y muchos otros tópicos, y lo mismo sucede con el que posiblemente sea el rasgo más esencial no sólo en su calidad de intelectual de primerísimo orden, sino de su persona en general: la humildad, tan ajena o imposible para otros y que en Borges resulta un auténtico sello de la casa, como bien puede verse en la entrevista, inédita en español, que ofrecemos a nuestros lectores, con quien se consideraba a sí mismo “un simple hombre de letras”.
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(1931-2023)
JORGE EDWARDS,
EL ENIGMA DE LA VIDA Y EL MISTERIO DE LA ESCRITURA
Jorge Edwards (Santiago de Chile, 1931-Madrid, 2023) fue uno de los escritores latinoamericanos más importantes de su generación.
“Decano de la novela en Chile”, según Carlos Fuentes, Edwards se dedicó también a la diplomacia y al periodismo. Le rendimos homenaje en este texto.
Una de las formas más perfectas de felicidad
JORGE EDWARDS (Santiago de Chile, 1931-Madrid, 2023) escribió una frase paradigmática en La muerte de Montaigne (2011) que adquiere significados distintos para diferentes personas: los lectores cambiamos los atributos. En algunos casos es un sentimiento compartido por una pareja. En otros, la soledad resulta fundamental. Se trata de una constante reflexión sobre el sentido de la existencia y, por ende, de la escritura. En su chef-d’œuvre, Edwards narra: “Escribir en el tercer piso de la torre de Montaigne, mirando de vez en cuando el paisaje por los boquetes de las ventanas, paseando, abriendo un libro, bajando a estirar las piernas, a tomar unos sorbos de vino de Castillon o de Saint-Émilion, me parece una de las formas más perfectas de felicidad que puede concebir un ser humano.” Cada consideración posible es luminosa. Siempre he pensado que la frase del escritor chileno significa que en contadas ocasiones la idea de la muerte puede ser vencida por un instante, por un día, por una docena de años. La memoria logra que su disertación resulte asida a lo
esencial. La fugacidad de la vida –que incluye la alegría a pesar del dolor– es la clave del planteamiento de Edwards y uno de los ejes de su vasta obra. Desde mi perspectiva, La muerte de Montaigne resulta un texto más autobiográfico que Los círculos morados o Esclavos de la consigna, libros de memorias.
Escribir sobre Montaigne, escribir sobre sí mismo
EN LA GRAN novela latinoamericana Carlos Fuentes evocó a Cervantes para expresarse sobre Edwards. El autor del Quijote juntó todos los géneros –épica, picaresca, pastoral, morisco– en uno solo: la novela, y le dio un giro insospechado: “la novela de la novela, la novela que se sabe novela, como lo descubre Don Quijote en una imprenta donde se imprime, precisamente, la novela de Cervantes”. Fuentes invocó el antecedente para hablar sobre la obra maestra del ganador del Premio Cervantes 1999, quien desarrolló una multitud de géneros para crear La muerte de Montaigne, pieza literaria inclasificable que oscila entre la narración, el ensayo y la introversión. Edwards desplegó la vida de Michel Eyquem de Montaigne (Saint-Michel-de-Montaigne, 15331592), la Historia de Francia en las postrimerías del siglo XVI, la importancia del Renacimiento francés y la política de las grandes potencias.
Para Fuentes, la trascendencia del libro reside en que la vida de Montaigne tiene un lugar rigurosamente descrito. Se refirió a una mansión que no llega a ser castillo, a sus torres y a sus vigas, a sus viñedos, a sus boscajes y a sus trigales. El escritor mexicano afirma que el enigma de la vida es el misterio de la novela. Comprendió que Edwards, al escribir sobre Montaigne, escribió sobre sí mismo, nunca de manera estrictamente autobiográfica, sino como acercamiento a un modelo más complejo. El autor de libros fundamentales como El peso de la noche (1967), Persona non grata (1973), Adiós, poeta… (1990), El whisky de los poetas (1994), El sueño de la historia (2000), El descubrimiento de la pintura (2013), La última hermana (2016), Los círculos morados (2012) –volumen en el que pondera: “ya de joven había considerado la insatisfacción como la esencia y la naturaleza más íntima del talento”– y Esclavos de la consigna (2018) es considerado por el periodista cultural español José Vasconcelos como un memorialista ilimitado, como un autor capaz de alumbrar desde múltiples ángulos lo previamente escrito, como el humanista que en cada libro ofreció distintas revelaciones.
Es la obra maestra del ganador del Premio Cervantes 1999, quien desarrolló una multitud de géneros para crear La muerte de Montaigne , pieza literaria inclasificable que oscila entre la narración, el ensayo y la introversión.
Periodista incansable y lector acucioso
DECANO DE LA novela en Chile –el apelativo es de Carlos Fuentes–, Edwards fue también un ensayista excepcional y un sobresaliente cronista. Escribió miles de textos inscritos en ambas categorías literarias. Fueron sus amigos editores de periódicos y de revistas los que lo invitaron a colaborar en La Tercera, La Vanguardia, El Mercurio, Mundo Diners, La Segunda, Le Monde, El País, Corriere della Sera, La Nación y Clarín, entre otros medios. Narró la aventura en El whisky de los poetas. Durante la escritura para los periódicos se cuestionó: ¿cómo escribir relatos no ficticios a la manera de la ficción? La respuesta se encuentra en la propia gesta del escritor.
“Un periodista chileno encuentra en la Biblioteca Nacional de Francia, detrás de unas estanterías polvorientas”, unas memorias olvidadas hace más de un siglo, cuenta en El whisky de los poetas. Comenzó las crónicas y los ensayos en 1968, después de visitar Cuba, de pasar tres días en la Primavera política de Praga y semanas antes de que comenzara la Revolución de Mayo en el corazón estudiantil de París, en un estudio del barrio de Montparnasse.
En la antología periodística aborda a Julio Cortázar, Isidore Lucien Ducasse –conocido como Conde de Lautréamont–, Michel Eyquem de Montaigne, Henri Beyle –cuyo nombre de pluma fue Stendhal–, Joaquim Maria Machado de Assis, Franz Kafka, Jorge Luis Borges, Pío Baroja, Pablo Neruda, Alexander von Humboldt, Joseph Conrad, Rubén Darío, Oscar Wilde, Alain Robbe-Grillet, James Joyce, Charles Baudelaire, Jean-Paul Sartre, Pablo Picasso, Juan Gris, Vicente Huidobro, Jean Cocteau, Jean Arp, Max Jacob, Walt Whitman, Arthur Rimbaud, Jorge Teillier, Edgar Allan Poe, Gustave Flaubert, Samuel Taylor Coleridge, William Shakespeare, Jules Laforgue, Luis Goytisolo, José Agustín, Ana María Moix, Juan Marsé, Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, Josep Pla, François Rabelais, Jules Michelet, Victor Hugo, Marcel Proust, Honoré de Balzac, José Donoso, Julian Barnes, William Faulkner, Herman Melville, Martin Heidegger, Immanuel Kant, Georg Wilhelm Friedrich Hegel, Friedrich Nietzsche, Heinrich von Kleist, Friedrich Hölderlin y Thomas Mann, entre centenares de creadores y pensadores.
El arte de la memoria
LOS CÍRCULOS MORADOS –el primer libro de memorias del escritor chileno– constituye una extraordinaria meditación sobre el recuerdo: “Memoria cercana frente a memoria profunda. El lente desenfocado produce el misterio, o ayuda a producirlo. Permite que exista el misterio, por lo menos.” Y en Esclavos de la consigna, su segundo volumen de memorias, Edwards escribie: “Miro las cosas con la perspectiva de los años y llego a conclusiones probables, sólo probables.” La duda que conduce a la reflexión fue un punto cardinal en su trayectoria.
Para Edwards, la escritura de sus memorias involucra –entre penumbras y luces– una visión parcialmente desvanecida que atañe a los recuerdos primigenios, de los lejanos terrenos de la infancia y de la juventud, que se asemejan a un eco, a sombras que tienden a disiparse. Supo que la memoria propia o ajena, real o ficticia –sus distinciones son fascinantes–, producen una “vibración” interna. “Toco una nota, un punto sensible del pasado, un nudo, y su resonancia permanece vibrando durante un buen rato”, afirma Edwards sobre el ars memoriae. Brindemos por el escritor chileno, a modo de despedida, con el whisky de los poetas l
Marco Antonio Campos
CENTENARIO DE LA MUERTE DE
PEDRO GÓMEZ VALDERRAMA
UNA NOVELA CLÁSICA COLOMBIANA LAOTRARAYADELTIGRE,
El 13 de febrero de 2023 se cumplió el centenario del nacimiento del escritor colombiano Pedro Gómez Valderrama (Santander 1923-Bogotá, 1992), quien merece estar en el listado de los ficcionistas mayores latinoamericanos del siglo XX. En especial sus cuentos son de una belleza imaginativa que crea mundos nuevos y nos adentra en ellos. Quizá Cortázar lo leyó; hubiera quedado encantado con su literatura. No sólo en el cuento, el colombiano también se distinguió en la novela y el ensayo. Como Alfonso Reyes y Octavio Paz, SaintJohn Perse y Paul Claudel, el ejercicio de la diplomacia nunca debilitó su escritura.
a Pedro Alejo Gómez Vila
En 1993, luego de una reedición en la Editorial Norma, Hernando Valencia Goelkel, compañero de aventura de Pedro Gómez Valderrama en la revista Mito, escribía que La otra raya del tigre se había vuelto desde su publicación, en 1977, “uno de los clásicos de la narrativa nacional” y cómo el estado de Santander y el personaje Georg von Legerke son, en su
fundamento, invenciones de Gómez Valderrama (“Otra vez la otra raya”, Lecturas Dominicales, agosto 23, 1993). La otra raya del tigre es de esas novelas trabajadas línea por línea, con un vasto pero preciso repertorio verbal, con repentinos instantes poéticos y una delgada música, salvo algunos pasajes impetuosos, como el violento capítulo de la llamada revuelta del “Siete y Ocho”, en que todos perdieron: combatientes y ciudadanos, y muy principalmente, la ciudad de Bucaramanga. Con educada maestría, Gómez Valderrama, como José Eustasio Rivera o Gabriel García Márquez, describe la feraz naturaleza colombiana, en su caso, ante todo, de la región de Santander. Hay párrafos bellísimos que recobran los ríos turbulentos, las sinuosidades y quiebres de las montañas, los “valles profundos”, la intrincada selva, llamativos crepúsculos, noches estrelladas en cielos límpidos… Sobre la multiplicidad de las aves, animales y reptiles acuáticos de las zonas –del Bajo y Medio Magdalena–, Gómez Valderrama señala alguna vez la Santísima Trinidad de aquella dilatada superficie: el dominio de los cielos es del cóndor, la tierra es del tigre y el caimán es “el dueño del río”. Símbolos que encarnan en una realidad despiadada.
No menos cuidadosos son sus cuadros descriptivos de los que eran en la segunda mitad del siglo XIX pequeños pueblos o pequeñas ciudades: Bucaramanga, desde luego, y Zapatoca, Socorro, Montebello, Girón, San Vicente, Barichara... En otra orientación, las travesías del alemán Lengerke por el Atlántico o el Río Grande de la Magdalena, con sus enmarañadas dificultades, tienen algo o mucho de pesadilla.
En su obra de ficción y ensayística, como escribió Pablo Montoya en un notable artículo, no cae nunca “en la arrogancia cultural o en la pesada erudición”. (“Pedro Gómez Valderrama: cien
años”, Criterio, febrero 12, 2023). Novela escrita entre lo mucho que documenta y lo mucho que imagina, fue la única que escribió el santandereano; no necesitaba más.
Georg von Lengerke, el personaje-novela
SI EN EL curso de su vida y posteriormente Lengerke ya tenía en Colombia un aura legendaria, La otra raya del tigre, editada en 1977, la hizo crecer más. Con su vitalidad y carisma, Lengerke casi borra en la novela a los demás personajes. Podríamos llamarlo, quizá con algo de acierto, un personaje-novela. Alto, pelirrojo, “brioso como una bestia”, llega a Colombia en 1852 y vive en el país, sobre todo en la región de Santander, hasta su muerte el 4 de julio de 1882, a un mes y medio de cumplir cincuenta y cinco años. Había nacido en Dohnsen-an-der-Weser, el 31 de agosto de 1827, un pequeño pueblo en el norte de Alemania. Su huida del país natal se atribuye (es lo que más se menciona) a su participación en las revueltas liberales de 1848, en su caso en Alemania, o a un duelo con un marido agraviado, a quien mata.
Ya desde su primer viaje a Colombia desde Europa, Lengerke trae guardados en el portafolios sus gustos musicales y literarios: las partituras para piano de Schubert, Mozart, Beethoven y Wagner y los libros de Hoffmann (Cuentos fantásticos), de Eugene Sué (El judío errante), Walter Scott (Ivanhoe), las novelas de Victor Hugo, los cuales, si se ve bien, son volúmenes para que en su fuga y aventura lo ayuden a imaginar y a vivir.
Gómez Valderrama logra recrear de la segunda mitad del siglo XIX la vida de Santander, y por extensión del norte colombiano y del país mismo: la inmigración alemana, las profusas guerras civiles, la cuerda de políticos ínfimos y ambiciosos, la religión pétrea, el comercio creciente, las luchas por la tierra, la cruenta vida de los peones abriendo caminos o en los afanes por obtener la corteza de la quina, y por otro lado, la aparición del “progreso”, entre otros, con el telégrafo y la locomotora, la electricidad y el teléfono. Al leer la novela, Gómez Valderrama hace sentir al lector que vivió en persona esos años de la Colombia del siglo XIX, entre los cincuenta y principios de los ochenta, y más, nos los hace vivir.
Si en Montebello,Lengerke construye un castillo o caserón o hacienda para vivir, en Bucaramanga, donde tendrá también vivienda, crea la Casa de Comercio, y su labor inicial será la comercialización del tabaco y los sombreros, y luego el café, el cacao y la quina, la cual lo conllevaría a su adverso fin. La capital Bucaramanga era en aquel entonces una pequeña ciudad con “una vida social pacata y tímida”.
No pudiendo fundar su imperio en el norte de Alemania, Lengerke lo erige en pequeño en el norte de Colombia y para eso aun lleva a decenas de alemanes, personajes que menciona por sus nombres y a veces en qué trabajan, pero que al lector le cuesta trabajo figurárselos. Imágenes y sombras que acabarán haciendo con el paso de los lustros una ciudad alemana dentro de la ciudad de Bucamaranga, ya sea trabajando en el comercio para Lengerke, o por su cuenta, pero siempre aliados con los políticos o comerciantes que dominan el sitio. Dos mundos divididos por un océano, pero uno, pese a los regresos a Europa, acabará siendo más de él y lo será aun para los alemanes que trajo. En Colombia esos alemanes trabajarán y se continuarán en sus descendencias sudame-
Con educada maestría, Gómez Valderrama, como José Eustasio Rivera o Gabriel García Márquez, describe la feraz naturaleza colombiana, en su caso, ante todo, de la región de Santander. Hay párrafos bellísimos que recobran los ríos turbulentos, las sinuosidades y quiebres de las montañas, los “valles profundos”, la intrincada selva.
ricanas. Uno de los más recordables episodios, de hondo tono melancólico, el cual es un punto de inflexión en su vida, es cuando Lengerke asiste al velorio de su fiel amigo Strauch, que le ahonda la conciencia de la fugacidad de la vida. Hay un protagonista clave, el abuelo Juan de Dios, que aparece a lo largo de las páginas, para atestiguar los pasos de Lengerke, y el abuelo a su manera cuenta la novela para que luego sus descendientes la cuenten. Sabremos al final que es el abuelo de Gómez Valderrama. Gran testigo, personaje múltiple, si no es el que escribe la novela es el que describe los hechos y por otras vías los contará a su hijo, quien los contará con sus variaciones a su nieto Pedro –quien los escribe–, que pasará la historia al biznieto Pedro Alejo. “El destino sólo está en el pasado. El destino es la conciencia del pasado”, dice Pedro Alejo alguna vez a su padre a propósito de la novela.
Otros personajes que aparecen, comunes en la obra de Pedro Gómez Valderrama, son el diablo y las brujas, quienes –lo saben los santandereanos, lo sabía Geo von Lengerke– rondan dondequiera y buscan apropiarse de las almas de hombres y mujeres. Están también los indios, encabezados por el jefe Carlos, quienes han vivido “siglos de muerte, de esclavitud, de persecución”.
Con todas sus luces y sombras emociona la simpatía que siente Gómez Valderrama por la figura y los afanes del volcánico Lengerke, “ciudadano en exilio, ex militar, ex alemán, ex revolucionario”. Lengerke era asimismo un Don Juan nórdico que atraía magnéticamente a las mujeres, campesinas o no, que morían por acostarse con él o acostarse él con ellas, estimulados por la inmediatez de la hoguera tórrida que es buena parte del norte colombiano. Hombre solo, no dejó de buscar “el amor fresco y pasajero”, el amor que no compromete, y quien solamente al final tendrá una mujer más estable, Francisca, viuda del hermano de su capataz, con fuerza de carácter, fogosidad sexual y desprendimiento generoso. Quizá de la novela la desinteresada Francisca sea el personaje femenino que más atrae al lector. Como el gran sensual que fue, Gómez Valderrama no dejó de admirar a Lengerke en esta tarea placentera, quien paradójica-
mente morirá soltero. Uno de los mejores pasajes en este aspecto es la aventura que el alemán tiene con Elisenda Zambalamberri, con fama de bruja y con fama de poseída por el diablo, una de las esposas del jefe indio Carlos, que despertará a corto plazo odios y venganzas. Menos que un pasaje de hechicería la aventura deja en el lector un toque dramático.
Si pensamos en todas las mujeres con las que Lengerke se acostó en el curso de treinta años, en especial con campesinas, es dable imaginar que tuvo docenas de hijos no legítimos. Preferible, se decía, las mujeres sencillas y naturales a las europeas civilizadas con su prenda sobre otra prenda como si quisieran esconder todo.
Sin embargo, hay en el alemán un fracaso amoroso, que será un doloroso punto de inflexión, y le dolerá el tiempo que aún le tocará vivir. Manuela Martínez, una bellísima adolescente de dieciséis años, de ojos verdes y cabellera negra, a quien conoce en la fiesta que ofrece a Geo el gobernador, el General Solón Wilches, en el pueblo del Socorro, por haber terminado el puente sobre las aguas del río Suárez, le pone una distancia inalcanzable que la volverá inabordable. En sus últimos diez años Lengerke llevará la tristeza de la pérdida de la muchacha, quien acaba casándose con su detestado enemigo en el comercio y después en el amor, David Puyana, y la conciencia dolorosa de la proximidad de la vejez. Es la derrota amorosa, quizá la única, pero demoledora.
Guerras civiles: inútiles, interminables...
AUNQUE YA VENÍAN las luchas desde años atrás, de alguna manera la vida de Lengerke en Colombia entre 1852 y 1882 coincide con los tiempos de guerras fratricidas y una sucesión porosa de presidentes efímeros. En eso se asemeja en mucho a casi todos los países latinoamericanos de aquel siglo XIX, pero en Colombia se alargó ostensiblemente, o como dice Gómez Valderrama, o hace decir a sus
Guerras entre liberales y conservadores, radicales y ultraconservadores, que en el vaivén político pueden, por ambición o despecho, ir de un bando al otro. Guerras inútiles en las que demasiados mueren y todos pierden y en que los bandos se igualan en la tarea de arrasamiento y abrasamiento.
protagonistas en algunos momentos: “la guerra que no termina”, “este pobre país no sale de la guerra”, “la misma, misma guerra”. Guerras entre liberales y conservadores, radicales y ultraconservadores, que en el vaivén político pueden, por ambición o despecho, ir de un bando al otro. Guerras inútiles en las que demasiados mueren y todos pierden y en que los bandos se igualan en la tarea de arrasamiento y abrasamiento. Saqueos, violaciones, pérdidas de civiles, cárceles, exilios.
En su arte o en su estrategia, Gómez Valderrama puede ver las guerras fratricidas como una obra de teatro o como partidas de ajedrez, es decir, un juego de estratagemas por los actores en el escenario o ajedrecistas de diversa destreza, arte o estrategias, que por demás se arman… desde Bogotá. Como si hubiera lejanos ecos, por un lado, de dramas de William Shakespeare, y por otro, de textos geométricos del ajedrecista literario Jorge Luis Borges. Una dificultad ardua para alguien no enterado de las guerras cainitas colombianas: sin precisar a menudo las fechas, con la acumulación de tantos nombres y batallas, el lector, confuso, se dice en algunos
momentos que sólo un historiador o un lector avezado en aquellas guerras fratricidas de Colombia puede seguir los hilos o el tejido con fidelidad. Sin embargo, hay en esos capítulos episodios muy conmovedores, como el de los hermanos Ordóñez, cuando Jesús coloca a su mal herido hermano Francisco sobre la silla, y atraviesa con habilidad, con dramatismo, las filas de los ejércitos en pugna; asimismo está el de don Pablo muerto, amarrado sobre la silla de la mula, y ésta, en su última fidelidad, lo lleva de regreso a casa. Cuentista natural, un buen número de episodios de la novela podrían aislarse como notables cuentos.
El viaje es el camino
GEORG VON LENGERKE, quien se sentía al final más colombiano que alemán, siguiendo las enseñanzas de Rousseau y de Humboldt, hizo el viaje a las Américas en busca de encarnar al buen salvaje. Oh gran paradoja, su conducta con la naturaleza acaba siendo feroz y lo hace en una doble forma: tanto para volverla habitable como para someterla y aprovecharla: una, la brillante idea de abrir caminos y levantar puentes; la otra, el comercio infame, como la explotación de la quina, que trae la depredación de la naturaleza.
Desde su llegada en 1852 a Santa Marta, “sintiéndose perdido entre la selva”, a Lengerke se le vuelve una obsesión fascinante convertirse en hacedor de caminos. Es ponerle otra raya al tigre, y otra, y otra. “Aquí los caminos duermen entre las rocas o debajo de la selva. Hay que sacarlos a la luz.” Los caminos que abrirá, aun contra el laberinto verde de la selva, los disparos traicioneros de los forajidos y las flechas envenenadas de los indios yarigüíes que tratan de salvar sus tierras, se articularán a su manera con todos los caminos del mundo.
Cabalgar, cabalgar. “Tener las posaderas encallecidas, como Bolívar. América a caballo.” Construir caminos que se acaban llevando el cuerpo y de paso la mitad de una vida. Si por algo Lengerke vive en párrafos de la historia de Colombia fue por los caminos santandereanos que trazó en distintas direcciones donde aún se oyen las huellas de sus pasos y los pasos de los caballos. Admirado por su ingeniería, se basa en los caminos reales de los españoles y los respeta hasta donde puede para hacer los caminos de la república. Pero en esa tarea quienes más pierden son los indios yarigüíes, quienes, pese a la enconada resistencia, son muy inferiores en armas. Se les despoja de tierras que les han pertenecido por siglos. Al describir las luchas, el liberal Gómez Valderrama no puede dejar de sentir una simpatía trágica por los indios, quienes, pese a su encono en la guerra de defensa, acaban perdiendo en la lucha por la quina, tanto del lado de Lengerke como de sus enemigos David Puyana y el judío curazaleño Manuel Cortissoz. Los últimos capítulos de la novela se leen como una larga elegía. Las enfermedades, el desgaste de los años, la derrota amorosa con Manuela Martínez, las terribles pérdidas con el negocio de la quina, lo van minando y lo acaban eliminando. El camino del hacedor de caminos tiene su fin en Bucaramanga. “Más que de enfermedad murió de fracaso, de frustración, de desencanto”, dice Robert Werham, uno de los amigos alemanes, luego del entierro. Muere el hombre, nace la leyenda. La utopía que Lengerke soñó despierto tantas veces quedaría atrás, en el lugar del pudo ser y el debió ser.
Escritor de culto, Pedro Gómez Valderrama tendrá en Colombia, en su centenario, una merecida celebración; creemos que debería extenderse a toda Latinoamérica l
Por una circunstancia provocada por el azar, el Centro Cultural de España en México y la Editorial Planeta organizaron la presentación de Un año y tres meses , de Luis García Montero, un 14 de febrero; un azar afortunado y una manera de asumir la intensa cursilería que todo poema de amor pone en juego porque el libro es, sin la menor duda, de poemas de amor en una circunstancia terrible, pero que el autor no vuelve ni trágica ni mucho menos melodramática.
Un año y tres meses
Luis García Montero pertenece a ese espíritu generacional representado por las canciones de Joaquín Sabina, que no quiere un 14 de febrero, pero a la vez tiene el valor de asumir la afectividad que esa fecha mercadotécnica puede haber ganado más allá de los mercaderes sentimentales. Pero, además, se trata de poemas de amor cumplido, así sea en el horizonte de la enfermedad y de la muerte de Almudena Grandes, la pareja de García Montero.
Las pocas veces que vi en persona a la autora de Las edades de Lulú siempre admiré su rostro radiante y su sonrisa franca. Fue autora de éxito desde sus inicios y también una narradora de muy alto nivel –tengo sobre el escritorio su ciclo sobre la Guerra civil como asignatura pendiente–y a Luis me lo he encontrado en muchas y diversas ocasiones y hasta he sido su editor. La crónica de esta presentación me permitirá plantear algunas cosas sobre la poesía. La primera, que García Montero es uno de esos raros poetas que tienen lectores, fue considerado durante años jefe de fila de la llamada poesía de la experiencia –como si pudiera haber otra–, contrapuesta a la poesía del silencio –como si, también, pudiera haber de otra– y hoy es alto funcionario del gobierno español, a cargo del Instituto Cervantes. Y, además, porque podría ser todo lo anterior sin ser esto último, es muy buen poeta.
Por eso, aunque fuera un día difícil para una presentación, el auditorio estaba lleno y la presentación estuvo también teñida de intensa afectividad. Recordó su amistad con Rafael Alberti, su cariño y admiración por Joan Margarit y reveló algunas de las claves cifradas –es un decir– del libro. Digo “es un decir” porque es difícil escribir un libro más transparente que éste sin perder densidad emotiva e instinto conceptual; su entrevistadora manejó con soltura el diálogo y dio pie a una lectura en la que el acento andaluz del poeta se volvió a imponer a su tono neutro de hombre cosmopolita. En resumen: una de esas raras presentaciones sin peros posibles, todo salió bien.
Almudena Grandes y Luis García Montero se merecen tener lectores, ella más que él, porque ya se sabe, la novela… pero agregaría que nunca son suficientes, siempre merecen tener más y este libro, Un año y tres meses, es uno de los mejores de Luis, pues precisamente el intimismo le quita el lastre de la evidencia y el lugar común que rondan algunos otros de sus escritos. El volumen reúne, como un diario lírico, los días transcurridos a partir de la conciencia de la enfermedad de ella, pero más que la lucha clínica, que también aparece, lo que se relata es la de un amor en circunstancias nada
idílicas, y por eso más necesario. No es extraño que Luis escribiera un libro así, aunque lo es un poco más que sea un libro tan optimista y casi sin quejas, escrito por un autor sin el paliativo de lo religioso y el otro mundo, que, sin embargo, es otro y está ahí, al menos para los que estamos aquí. Por eso el azar escoge un 14 de febrero para la presentación. Los poemas muestran además un poeta absolutamente dueño de sus herramientas, lejano ya de las polémicas, y consciente de pertenecer a una tradición muy rica y múltiple. Consciente también de los riesgos de escribir un libro así y dispuesto a asumirlos. ¿Por necesidad personal? Yo creo que sí; quien apuesta por una condición catártica de la literatura como él podría, sin embargo, haber optado por un duelo personal íntimo y secreto, y nadie se lo hubiera reprochado, pero escoge seguir confiando en la literatura como opción vital y como nexo con su compañera de vida más allá de la muerte. ¿Qué quiere decir más allá? Bueno, él lo dice de manera clara: uno tiene que seguir vivo no sólo para afirmar la vida del otro, sino para afirmar la vida a secas. Por un lado, reivindicar y afirmar el sentido lírico de la modernidad: toda poesía es de amor. Por otro lado, legitimar la vitalidad. Por ello no fue extraño que al acabar la presentación se formara una larga cola de personas para que Luis les firmara el libro. Así como el poeta asume de pronto y sin remilgos la condición de cursilería que le hace falta –Tomas Segovia decía que no hay gran poeta que no asome a ese abismo–, también el crítico debe asumir la suya: por eso no quiero negar que esta crónica de una presentación es emocionada l
(crónica de una presentación)
BORGES: “Soy un simple hombre de letras.”
En 1968 el narrador, ensayista, traductor y poeta argentino Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 18991986) trabajaba en El informe de Brodie , que sería publicado en 1970. En ese mismo año, el gobierno italiano lo elevó a Gran Oficial de la Orden al Mérito; mientras que la Universidad de Harvard lo invitó a dar un ciclo de clases en Estados Unidos. Dentro de este contexto, Patricia Marx y John Simon lo entrevistaron para Commonweal , revista fundada en 1924 y de publicación mensual, que incluyó las colaboraciones, entre otros, de Hannah Arendt, Graham Greene, Thomas Merton, Robert Lowell y G.K. Chesterton. La entrevista, publicada el 25 de octubre de 1968, con el título Reality Is Perplexing Enough , es amplia y hermosa. Inédita en español, aquí presentamos un fragmento.
Entrevista con Jorge Luis Borges
–Inició como poeta y ensayista, y sólo después de una grave enfermedad comenzó a escribir cuentos. ¿Qué forma de escritura aprecia más?
–Supongo que todas son formas parecidas. De hecho, no sé qué voy a escribir y de qué forma, ya sea un artículo periodístico, un ensayo, un poema en verso libre... Sólo lo sé cuando tengo en la cabeza la primera frase. A partir de esa primera frase se produce una especie de patrón que me lleva al ritmo exacto. Después, sigo adelante. Pero no hay ninguna diferencia esencial, al menos para mí, entre escribir en verso y escribir en prosa.
–De modo que construye forma y contenido durante el proceso creativo...
–Así es. Cuando siento que estoy escribiendo algo, camino al silencio, trato de escuchar. Después algo se asoma. Hago lo que puedo para manipularlo, para manejarme a mí mismo. Entonces, cuando ese algo sucede, escribo. Trato de evitar la buena escritura, el oropel, ese tipo de cosas... creo que es un error. A veces sucede, otras veces no, todo está a merced del azar.
–Esto es la inspiración...
–Inspiración… qué palabra tan ambiciosa...
–¿Este proceso, por llamarlo así, es un hecho cotidiano, normal en su vida?
–No. Hay períodos de aridez en los que no pasa nada. Son momentos reales. Cuando pienso en mí mismo completamente exhausto, sin nada más que escribir, sé que algo está ocurriendo dentro de mí. A su debido tiempo, ese algo saldrá a la luz, y haré todo lo posible para atraparlo. Pero no hay nada místico en esto: casi todos los escritores hacen lo mismo, supongo.
–Sin embargo, a diferencia de todos los demás escritores, usted no parece hacer distinciones entre la realidad y la ilusión.
–¿Cómo podría hacer distinciones? Quiero saber si somos reales o irreales. De esto han discutido los filósofos en los últimos tres mil años: no me corresponde a mí decidir. Decir que una “cosa” es “irreal”, resulta una contradicción en
estos términos. Si puedo hablar o soñar con algo, bueno, eso es real. A menos que por “real” nos refiramos a otra cosa. No veo cómo pueden existir cosas irreales. Hamlet no es menos “real” que Lloyd George.
–Usted siempre fue atraído por la literatura fantástica…
–Sí, me fascina la literatura fantástica. Pero, de hecho, lo que llamamos fantástico es real, es un símbolo real. Si escribo una historia fantástica, escribo algo que representa mis emociones, mis pensamientos, que son reales, quizá más reales que la simple realidad circundante. Después de todo, las circunstancias pasan y los símbolos permanecen. Los símbolos son persistentes. Si escribo sobre una esquina en Buenos Aires, esa esquina, por lo que sé, podría desaparecer. Pero si escribo sobre laberintos, espejos, de la noche, del miedo, del mal, esas cosas son eternas, siempre están con nosotros. En cierto modo, un escritor de textos fantásticos escribe cosas mucho más
reales que la mayoría de los periodistas. Cuando escribimos sobre lo fantástico, nos alejamos de nuestro tiempo para escribir sobre cosas eternas. Hacemos nuestro mejor esfuerzo para estar en la eternidad.
–¿Siente alguna afinidad con Pirandello?
–Pirandello me gusta muchísimo. Me refiero a ese juego entre actores y espectadores. Sin embargo, creo que él no lo inventó. Ese juego lo ves en Cervantes: algunos personajes del Don Quijote se burlan del narrador. Ahí está el mismo juego.
–En cambio, ¿qué piensa de E. T. A. Hoffmann y el romanticismo alemán? ¿No tiene algún vínculo con esos ambientes?
–Hice uso de todos mis medios para admirar a Hoffmann, saliendo siempre derrotado. Lo considero un irresponsable. Y, al mismo tiempo, no parece muy divertido. Por supuesto, Lewis Carroll también es irresponsable: pero él me
Quiero saber si somos reales o irreales. De esto han discutido los filósofos en los últimos tres mil años: no me corresponde a mí decidir. Decir que una “cosa” es “irreal”, resulta una contradicción en estos términos. Si puedo hablar o soñar con algo, bueno, eso es real. A menos que por “real” nos refiramos a otra cosa. No veo cómo pueden existir cosas irreales.
atrae, mientras que Hoffmann no. Pero esto podría ser un error personal, una especie de herejía.
–¿Qué entiende por irresponsabilidad en Hoffmann?
–Acumulación de agonía. Recuerdo que cuando le preguntaron a Poe si su noción del horror provenía del romanticismo alemán, respondió: “El horror no pertenece a Alemania, sino al alma.” Supongo que su vida era lo suficientemente horrible como para no tener que buscar el horror en los libros.
–Usted dijo que el propósito de su escritura es “aprovechar las posibilidades literarias de la filosofía, o de los sistemas filosóficos”.
–Muchos piensan en mí –y estoy agradecido, que quede claro– como en un filósofo, un místico. La verdad es que aunque encuentro lo real bastante desconcertante –y paradójico–, no me considero un filósofo. Algunos creen que practico la cábala o que estoy comprometido con el idealismo y el solipsismo, porque escribo sobre ello en mis libros. De hecho, yo sólo estaba tratando de averiguar qué podía hacer con estos temas. Sentí una cierta afinidad, es obvio. Pero estoy demasiado confundido para comprender quién soy y dónde pertenezco, si por lo menos soy un idealista. Soy un simple hombre de letras. –¿Tiene una religión personal?
–No, pero espero tener una. Por supuesto, puedo creer en Dios, en el sentido que le otorgó Matthew Arnold: algo que produce en nosotros la idea de la rectitud. Pero supongo que se trata de un pensamiento oscuro. En cuanto a un dios personal, bueno, no me gusta pensar en Dios como una persona, a pesar de que amo a muchas personas y asumo que yo mismo soy una persona. Pero no creo que me interese un dios que se ocupa de lo que estoy haciendo. Prefiero pensar en Dios como un aventurero –en los términos en que los pensaba H. G. Wells– o en algo que está dentro de nosotros para un propósito desconocido. No creo que pueda creer en el Día del Juicio, en las recompensas y los castigos, en el cielo y el infierno. Creo que soy totalmente indigno del cielo y del infierno, pero también de la inmortalidad. Si hay vida después de la muerte, no me gustaría saber nada de Borges y de sus experiencias en este mundo.
–Quizá en una reencarnación no le desagradaría ser un lector de Borges... –Bueno, espero un mejor futuro literario...
–Cuénteme algo de Rainer Maria Rilke. –Tengo la sensación de que está sobrevalorado. Lo considero un poeta notable, conozco de memoria algunos de sus poemas. Pero no estoy muy interesado en él. Si tengo que hablar de escritores de la lengua alemana, hay uno que me fascina. Creo que pasé parte de mi vida leyéndolo y releyéndolo, en alemán e inglés. Ese escritor es Arthur Schopenhauer. Creo que si tuviera que elegir un filósofo, lo elegiría a él. De lo contrario, volvería a Berkeley y a Hume. Verá, soy anticuado.
–¿Existe alguno entre los escritores contemporáneos que la atraiga?
–Si debo hablar de “contemporáneos”, hablaría de Platón, de sir Thomas Browne, de Spinoza, de Thomas de Quincey, de Ralph Waldo Emerson y de Schopenhauer... y después de Angelo Silesio y de Flaubert. Estos me interesan, y no hago más que repetir lo que, con razón, dijo Ezra Pound acerca de que “todo el arte es contemporáneo”. No veo por qué un hombre que vive en mi misma época debería ser más importante para mí que un hombre que murió hace muchos siglos atrás. Creo que la palabra “moderno” no significa nada, como la palabra “contemporáneo”.
–En su trabajo casi nunca aparece el sexo. ¿Por qué?
–Quizá porque pienso demasiado en ello. Cuando escribo, trato de alejarme de los sentimientos personales. Supongo que es por eso. Otra razón podría ser que es un tema sobre el que se ha escrito mucho, demasiado, sobre el que no tengo mucho que decir. Por supuesto, otros argumentos también han sido, por así decirlo, agotados: la soledad, la identidad... Sin embargo, de alguna manera, creo que puedo hacer frente con mayor claridad al tiempo, a la identidad, la soledad, en comparación con lo que William Blake definía como “tejer a través de los sueños un conflicto sexual y lamentarse en la red de la vida”. Me pregunto si entrelazo a través de los sueños mi conflicto sexual. Creo que no. Mi trabajo es tejer sueños. Creo que puedo elegir el material de la tela.
–En una entrevista bromeó sobre los treinta y siete ejemplares que se vendieron de su primer libro. Por lo menos, dijo, podía imaginar a esas treinta y siete personas...
–Bueno, si vendes miles de ejemplares es como si no vendieras ninguno. El infinito y el cero se unen. Pero treinta y siete personas... son rostros, eventos, simpatías, antipatías, parientes... Por eso agradezco el día en que vendí treinta y siete ejemplares. Pero creo que exageré: debieron ser veintiuno, quizá diecisiete...
–¿Le interesa llegar a un público vasto?
–Me preocupa llegar a una sola persona. Y esa persona podría ser yo mismo. Creo que es bueno para un escritor no ser famoso. Si un escritor es famoso, corre el riesgo de complacer a las multitudes, de coquetear con la celebridad. Pero en mi país se escribe para media docena de amigos y para sí mismos. Eso es todo. Esto mejora la calidad de la escritura. Si escribiera para miles de personas, escribiría para complacerlas l
Nota y traducción de Roberto Bernal.
Desde las entrañas. Ensayos autobiográficos de dos ciudades NYC/CDMX, Kurt Hollander, traducción de Pablo Duarte, Marianela Santoveña, Jaime Soler y el mismo autor, Editorial Turner, México, 2022.
Alejandro BadilloHISTORIA DE DOS CIUDADES
Hay una analogía interesante en uno de los ensayos de Desde las entrañas. Ensayos autobiográficos de dos ciudades NYC/ CDMX, de Kurt Hollander: la Ciudad de México –como todas las megaurbes– es un sistema caótico y su diversidad semeja las bacterias y microorganismos que habitan nuestro sistema digestivo. El título de la colección de textos publicada por Editorial Turner no es gratuito: Hollander sufrió, durante su larga estancia en nuestro país, de colitis ulcerativa crónica, un padecimiento autoinmune que puede ser provocado por parásitos, pero también por otros factores. Las entrañas, necesarias para la vida, se vuelven un monstruo que te desgasta poco a poco. Así son las grandes ciudades cuya transición del siglo XX al XXI ha acelerado su expansión: aglomeraciones que ponen en jaque la sobrevivencia de sus habitantes y que, al mismo tiempo, generan una importante diversidad cultural y creativa.
Kurt Hollander –promotor cultural, cineasta, editor de revistas, entre otros oficios– llegó a Ciudad de México en los años ochenta del siglo pasado. Oriundo de Nueva York, ha tenido un trayecto diferente al de muchos autores extranjeros que escriben sobre nuestro país. En lugar de una visita turística que tiende a romantizar lo mexicano o, por otro lado, estereotiparlo, Hollander se quedó a vivir más de veinte años en la capital mexicana, hizo familia y, de muchas maneras, aprendió el vínculo tormentoso que tenemos muchos con la capital, ahora parte de una megalópolis que incluye a estados como Puebla, Morelos y el Estado de México. Gracias a la relación que Hollander tiene con su ciudad natal, Nueva York, puede establecer comparaciones con la ahora llamada CDMX. En los ensayos autobiográficos iniciales recorre parte de su infancia y la rica vida cultural de los barrios obreros neoyorquinos, llenos de migrantes que mezclaban tradiciones, lenguas y formas de asumir su identidad. En las últimas décadas del siglo XX, Nueva York –en particular el Lower East Side– sufrió un proceso que después sería bautizado como gentrifica-
ción. Hollander retrata la segregación, el alza en los alquileres y, sobre todo, la uniformidad del capitalismo global que vacía de significado los lugares que habitamos. Ya no hay historias compartidas sino un desfile de cadenas comerciales gigantescas o tiendas que no pertenecen a la dinámica vital de las colonias y, por lo tanto, muchas veces son efímeras. Ese mismo proceso lo pudo comprobar en México.
Los ensayos que retratan la vida de Hollander en México son más numerosos. Siguiendo la analogía gastrointestinal, la CDMX, especialmente sus barrios populares, son mecanismos de resistencia (bacterias) ante la gentrificación que promueve una clase parasitaria que intenta acabar con su huésped. La diversidad, en todas sus acepciones, es la que crea a las ciudades y las dota de un sentido común que, muchas veces, se impone al conflicto. Por otro lado, hay una idea interesante del autor que rescata de su trabajo con el arte gráfico, la música, la literatura y la convivencia que surge de lo marginal: la imaginación. Lo popular –aquello despreciado por las clases medias y altas– es donde surge lo creativo. Lo popular es, también, donde se gesta una identidad que no sigue los dictados del mercado.
Hay una anécdota en el libro de Hollander que condensa la esencia de Ciudad de México y la de otras grandes ciudades. Después de hacer dinero por un billar que inauguró en la colonia Condesa, el escritor se convirtió en cineasta y filmó su ópera prima, Carambola. Sin embargo, no pudo completar en ese momento el proceso para llevarla a las pantallas. Un día encontró su película en uno de los innumerables puestos de piratería localizados en Tepito. Era una versión sin acabar, con algunos créditos falsos, que terminó por azares del destino junto a los estrenos de Hollywood. Ciudad de México te puede intoxicar, llevar al borde del colapso y de la locura; sin embargo, le tiene fe a sus habitantes. Después de todo, las urbes populosas son extensiones de nosotros y, por lo tanto, de nuestros sueños l
EL DISCRETO ENCANTO DE LA LIGEREZA
Las letras son dibujos, Alejandro Magallanes, Reservoir Books, México, 2022.
Entre las (siete) definiciones –y una no-definición– que el autor y el editor (en un libro como éste es fundamental) derraman en la cuarta de forros de Las letras son dibujos (en el verde volumen todo es fluido, no así en esta reseña multidigresiva), una apunta con sencillez la materia de que trata: la obra no es sino “una carta de amor a los libros y a sus creadores”. El edicto no miente porque el libro tampoco lo hace: la vasta caterva de dibujos, fotos, letreros, definiciones, ensayos brevísimos, listas, carteles, viñetas vicarias y enjundiosas ocurrencias que lo constituyen, apunta a un mismo concepto: la hibridez.
En un mundo en el que todo es cada día más mezclado, más difícil de separar; en una historia que es gradualmente menos pura, en buena medida porque ya no creemos en sustancias incólumes ni en límites profilácticos, una obra de esta naturaleza se revela como el, por qué no, punto de partida de una nueva forma de la escritura y la edición. ¿Punto de partida o sólo una puntada excepcional? Es difícil saberlo, es más fácil saborearlo. Como libro ilustrado, provoca una reconfortante ansiedad, una victoria de esa sensación infantil por jugar con todo, por todo revertirlo y vestirlo o travestirlo a nuestra manera, al modo del lector.
Algunos surrealistas y artistas de vanguardia de hace un siglo jugaron de esta manera y, si nos vamos un poco más atrás, el libro nos recuerda la página marmolada, la página en negro por el luto de Yorick, los diversos juegos digresivos y dibujos de líneas y manos del Tristram Shandy, ese modelo de literatura que luego no siguió, pero que desde el siglo XVIII habrá costado considerables esfuerzos a sus editores, dado el espíritu lúdico que anima tanto a la historia como a su “soporte técnico”. En el caso de Las letras son dibujos, el editor, Romeo Tello A., debió afrontar algunos riesgos y no pocos descalabros para dar la idea de un libro objeto dentro de un formato más o menos convencional.
¿Pero de qué va el libro? De la ligereza, de las múltiples ligerezas que ya Calvino había pronosticado como una de las seis (solo desarrolló cinco) lecciones del próximo milenio (o sea, este). Lo tenue, lo leve, lo inestable, lo menudo se dan cita en esta legítima investigación de sí mismo, en esta autobibliografía que emprende Magallanes tal como emerge del espejo del humor, porque al hablar de uno mismo –hay que reconocerlo– siempre estamos bromeando.
Enrique Héctor GonzálezEn la atmósfera de BEF, el escritor, historietista y diseñador Bernardo Fernández (su estricto contemporáneo), con roces inexcusables de la novela gráfica de los últimos tiempos (aunque aquí sería dable hablar de un nuevo género, del ensayo gráfico), el arte de Magallanes no es el del descubridor que podría sugerir su apellido, ni tampoco el del cómodo cultivador del libro ilustrado a la vieja usanza, sino el del recreador de su propia felicidad expresiva a través de la caprichosa (en el mejor sentido del término) proyección de lo que ha sido su historia como poeta, diseñador, artista visual, todo convertido en dibujos elementales
(también en el sentido esencial de la palabra) y frases sueltas, voces que todos nos decimos a la hora de probar con el pie la temperatura del agua al meternos a bañar, en el momento en que nos despertamos y nos ocurren las primeras sinapsis del día, cuando, en el letargo de la más plena ociosidad, pensamos que ya tenemos x cantidad de años y el próximo tendremos x más 1 “y así sucesivamente”, con esa inadvertida amenidad monterrosiana con que nos pasan los sucesos de la vida, pero que, como casi siempre estamos irritados arreglando el mundo o cansados de tanto no hacer nada o preocupados por quién sabe qué, casi no notamos en nuestras andanzas por la alfombra de los días.
Pero Magallanes sí vio todo eso y lo anotó puntualmente y se despertó en él el desparpajado ánimo de Nicanor Parra, el espíritu lúdico y lúcido de los dibujantes de su propia destreza, y volvió a la gratuidad inefable de Ramón Gómez de la Serna y del impecable Macedonio y a la de todos aquellos macerados escritores y artistas plásticos cuyo espíritu es el de sumergirse en sí mismos para condimentar mejor el alimento que se llevan a la boca, sin temor a la simplonería pero sí a la solemnidad, de la que siempre conviene huir como de un clavo ardiendo.
Especialista en capturar la viva ocurrencia de las horas que pasan y las historias que suceden y las ideas que se van volando en la “mariposa loca” de un cartel, tal como el propio Magallanes define a uno de los oficios que le dan sustento, este libro híbrido, este líbrido puede dejar insatisfechos o perplejos a muchos lectores, de ésos para los que, fuera de Heidegger, todo es pura frivolidad, esos agelastas (como llamó Rabelais a quienes carecen de sentido del humor), ésos que no saben, como sí Magallanes, que lo aparentemente profundo o lo urgente “no deja tiempo para lo importante” l
Qué leer/
El eco de los disparos. Cultura y memoria de la violencia, Edurne Portela, Galaxia Gutenberg, España, 2023.
EN EL PRÓLOGO a la cuarta edición de El eco de los disparos, Edurne Portela (Santurce, España, 1974) cuenta que concluyó el libro en 2015. Desde entonces, el debate sobre el pasado se centró en torno a la llamada “batalla por el relato.” Es el esfuerzo por instaurar “una versión aceptable y aceptada por todos de lo que nos ha ocurrido.” Esta batalla por el relato ocurre en el terreno político y en el de la cultura. Portela escribió sobre la responsabilidad frente a lo acaecido.
Un país bañado en sangre, Paul Auster, fotografías de Spencer Ostrander, traducción de Benito Gómez Ibáñez, Seix Barral, México, 2023.
PASANDO DE LO personal a lo histórico y a lo periodístico, Un país bañado en sangre es un libro sobre las armas en Estados Unidos que examina la violencia mortal que los habitantes de ese país se infligen unos a otros. Según una nueva estimación –dice Paul Auster (Nueva Jersey, 1947)– hay 393 millones de armas en manos de los residentes de Estados Unidos, más de un arma de fuego por cada hombre, mujer y niño. Cada año, aproximadamente cuarenta mil estadunidenses mueren por heridas de bala. De esas cuarenta mil muertes por armas de fuego, más de la mitad son suicidios. Agrega los asesinatos, las muertes accidentales y los homicidios policiales. Reflexiona sobre los ochenta mil heridos anuales y aborda el dolor de los deudos. El texto de Auster está acompañado por las fotografías capturadas por Spencer Ostrander de los sitios de más de treinta tiroteos masivos.
La identidad múltiple, Luis Villoro, coordinación de Juan Villoro y Guillermo Hurtado, El Colegio Nacional-Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, México, 2022.
EL COLEGIO NACIONAL conmemoró el centenario del nacimiento del pensador Luis Villoro (Barcelona, 1922-Ciudad de México, 2014) con la publicación de La identidad múltiple, libro póstumo. Ingresó a El Colegio Nacional en 1978. Los doce escritos filosóficos que componen el volumen reflejan las preocupaciones de Luis Villoro durante sus últimos años de trayectoria intelectual. La educación, la multiculturalidad, la identidad y la izquierda son algunos de sus temas. Son ensayos inéditos o de difícil acceso. “Me parece notable que mi padre sigue interpelando la realidad”, dijo Juan Villoro sobre La identidad múltiple
Dónde ir/
Iván Flores, Magdalena Alpizar y Paulina Sánchez. Teatro El Milagro (Milán 24, Ciudad de México). Sábados y domingos a las 13:00 horas.
Hasta el 28 de mayo.
EN QUIJOTE Y PANZA Lucero Trejo, Mauricio Pimentel y el elenco crean una lúdica aproximación a Don Quijote de la Mancha. Trejo logró que sobresalieran el amor a Dulcinea, los molinos de viento y El retablo de maese Pedro, una obra para marionetas del compositor Manuel de Falla basada en un pasaje del libro cervantino. En una especie de juego, la puesta en escena evoca, a través de la versión de la novela de Miguel de Cervantes, la fantasía y el mundo onírico que representan la riqueza artística. Para los creadores el eje es la alegría.
Juegos de niñxs 1999-2022 de Francis Alÿs. Curaduría de Cuauhtémoc Medina y Virginia Roy. Museo Universitario Arte Contemporáneo (Centro Cultural Universitario, Insurgentes Sur 3000, Ciudad de México). Miércoles a domingo de 11:00 a 18:00 horas. Hasta el 17 de septiembre de 2023.
DESDE 1999, FRANCIS Alÿs (Amberes, 1959) ha producido videos que documentan juegos tradicionales que los niños practican en las calles y patios de todo el mundo. Dichas experiencias se ven afectadas. Juegos de niñxs incluye aspectos urbanos que la vida contemporánea ha desterrado del espacio público. Es un registro del juego. Son tradiciones que Alÿs ha suscrito. Creó un archivo para el futuro: múltiples videos de la infancia que se gozó en la calle.
Quijote y Panza. Dirección y diseño de producción de Mauricio Pimentel, versión de Lucero Trejo. Con Antony de la Vega, Dania Fuentes Marín, Diana Becerril,
JornadaSemanal @LaSemanal @la_jornada_semanal
Visita nuestro PDF interactivo en: http://www.jornada.unam.mx/
Artes visuales / Germaine Gómez Haro germainegh@casalamm.com.mx
Librado García Smarth, fotógrafo de lo sublime
Ferreira, Luis Barragán, Roberto Montenegro, Carlos Orozco Romero y Elías Nandino, entre muchos otros. A finales de la década abrió su estudio en Madero 66 en Ciudad de México y continuó trabajando simultáneamente en ambas sedes; además del retrato, explora otras temáticas que lo llevan a incursionar en experimentaciones creativas de aliento plenamente vanguardista. Se sabe que entre 1923 y 1925 fue profesor de fotografía en la Escuela Industrial Federal de Guadalajara; en 1931 se publicaron sus últimas fotografías conocidas y a partir de entonces literalmente desaparece del mapa.
El ojo aguzado de Carlos Monsiváis detectó en un mercadillo una serie de fotografías de desnudos masculinos que atraparon su atención. Sin advertirlo, estaba valorando la sofisticación de un artista desconocido que aún hoy no ha gozado del reconocimiento que su finísimo trabajo merece: Librado García, conocido como Smarth David Torrez ha sido un acucioso investigador y promotor de la obra de Smarth desde que también él lo descubrió en un puesto de la Plaza del Ángel. En 2016 organizó la primera exposición de este autor en la galería Patricia Conde y actualmente presenta en el Museo del Estanquillo su primera retrospectiva bajo el título Eterno resplandor. Así como su obra asombra por su exquisita calidad estética, su vida es todo un enigma. Unos cuantos datos componen su biografía hasta hoy: nació en 1892 en la Hacienda de la Cuesta, Nayarit; en 1910 estableció su estudio en Guadalajara donde desarrolló una importante trayectoria como retratista de niños, damas de la sociedad y personalidades del mundo de la política y la cultura como Jesús Reyes
Una sección de la muestra está dedicada a sus estampas nacionalistas que nos hacen pensar en las miradas de Gabriel Figueroa o el Emilio el Indio Fernández y toda la tradición de la época de oro del cine mexicano, aquí desplegadas avant la lettre. A partir de juegos lumínicos que crean un marcado geometrismo en los fondos de sus retratos, o bien el uso de sutiles esfumados que desvanecen las luces y las sombras en efectos claramente pictorialistas que evocan cielos y nubes, sus composiciones son de una modernidad inédita para la época en nuestro país. En sus diferentes exploraciones técnicas y formales se palpan ecos de estilos tan diversos como el art nouveau, el orientalismo y el tenebrismo de los pintores españoles del siglo XIX, e inclusive un guiño al expresionismo alemán en una de sus piezas más enigmáticas –Juego de sombras, 1929– que asocio a las imágenes de Murnau en su película Nosferatu. Llama la atención el retrato de Mina Gorozave (ca. 1920) que tiene franco parentesco con la icónica pieza de Álvarez Bravo La buena fama durmiendo que data de 1938-1939. ¿La habrá visto don Manuel? Un hecho crucial que apunta Torrez en cuanto al rescate del trabajo de Smarth es que no se conocen sus negativos, pero sí las impresiones hechas por el propio artista. Hay ludismo y humor en las escenas de damas de la sociedad ataviadas con ropajes exóticos muy afines al gusto orientalista de la época. Desde mi punto de vista, el núcleo de la muestra es la serie de desnudos masculinos que se puede considerar pionera en el género en nuestro país. Los cuerpos
espigados y estilizados de los modelos, identificados como integrantes del círculo de amigos de Chucho Reyes, semejan esculturas de mármol y bronce inmortalizados en poses elegantes y seductoras que revelan una sofisticación sin precedentes. Al contemplar las más de cien pequeñas obras maestras que integran esta exhibición, entiendo por qué Smarth colocó la siguiente cita de Johann Wolfgang von Goethe a la entrada de su estudio: “El supremo problema de todo arte es producir, por medio de apariencias, la ilusión de una realidad más sublime.” El arte de Smarth –enigmático, exquisito, a un tiempo inquietante y poético– se acerca a lo que podemos percibir como sublime l
Tomar la palabra/ Agustín Ramos
Cherán, doce años
EL 15 DE abril de 2011, las mujeres de la comunidad indígena de Cherán, en el municipio michoacano del mismo nombre, decidieron enfrentar a los criminales que además de traficar con drogas devastaban los bosques de la región. Durante más de tres años estuvieron saliendo de ahí “camiones cargados hasta el tope de troncos recién cortados”, señala Linda Pressly en un reportaje de 2016 para la BBC titulado “Cherán, el pueblo indígena que expulsó a delincuentes, políticos y policías.” Con ello empezó un movimiento social por la vida de los pobladores autóctonos y por un entorno pródigo en recursos naturales. El primer tramo de aquella lucha culminó con el reconocimiento oficial de un gobierno autónomo, constituido conforme a los usos y costumbres locales.
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La consolidación de ese movimiento sirvió de ejemplo para que otras comunidades indígenas de la región se organizaran de acuerdo con sus propias especificidades, a fin de vivir con seguridad, proteger la riqueza común, manejar con honestidad el presupuesto público y regirse políticamente sin depender de los niveles oficiales de gobierno. “Veinte comunidades de la Meseta Purépecha han proclamado su autonomía…” reza el encabezado de un espléndido reportaje del 6 de junio de 2022, escrito por Zózimo Camacho para el portal Contralínea, sobre la comunidad de Sevina, otrora perteneciente al municipio de Nahuatzen, Michoacán.
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Obtener la validez jurídica plena dentro de un régimen caracterizado por marginar sistemáticamente a los habitantes originarios e interesarse por ellos sólo para despojarlos, fortalece una inercia cuyo propósito, consciente o no, es revertir los procesos de autogestión comunitaria y regresar a los pueblos al redil del paternalismo y el clientelismo; en pocas palabras, “para destruir lo construido”, comenta un compañero cuando le pido su opinión sobre los primeros doce años de Cherán. Así es, las luchas de estas comunidades purépechas para tomar en sus manos su destino y conseguir la autonomía con respecto a las autoridades municipales, estatales y federales, no han resultado sencillas ni uniformes. Sufren crisis, atraviesan períodos de transición...
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LAS TÁCTICAS DE desestabilización practicadas en todo el país contra un proyecto gubernamental diferente se repiten a escala en estas comunidades, pero agravadas por los intentos de recolonización mediante propuestas ajenas a las necesidades genuinas, con promesas incumplidas de apertura, con la instauración de comunidades autónomas de membrete y sin base social, y con fondos que aparte de ser irrisorios se administran para la capitalización política que alienta ambiciones personales de lucro y arribismo. Y tales problemas se agudizan precisamente en el ámbito que originó esta gran lucha, el de la seguridad.
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LA ORGANIZACIÓN DE rondas comunitarias para proteger los poblados, en vez de alentar el fortalecimiento de la seguridad por parte de los organismos policíacos y militares, con frecuencia da pie a que autoridades de municipios adyacentes, de la entidad federativa o de la Federación, se desentiendan de dicha seguridad permitiendo corruptelas, infiltraciones y hasta colusión de elementos oficiales con el crimen organizado en la periferia de las comunidades autónomas, volviéndolas vulnerables. Así, la tradicional marginación de la que han sido objeto las etnias originarias, sumada a un desinterés no menos tradicional de las esferas gubernamentales, pone en jaque el desarrollo de los proyectos autogestivos indígenas.
“Por otra parte –concluye el compañero citado arriba–, ninguna forma de gobierno, por más transformadora que parezca, será efectiva si no se acompaña de una revolución del pensamiento.” l
La Meldadora Biblioteca fantasma/ Evelina Gil
A VECES, RESPONDER una pregunta tan compleja, ¿de dónde vengo?, puede dar origen a una respuesta tan extraordinariamente luminosa, que dé lugar, a su vez, a un libro del calibre de León de lidia, de Myriam Moscona (Tusquets, México, 2022). Aunque se presenta como novela, se trata de una suerte de collage elaborado mediante fotografías y memorias, elementos que juegan un papel preponderante al momento de indagar en ese misterio que llega a ser más trascendente que “¿quién soy?” Porque para comprender quiénes somos, la lógica dicta que habría que empezar por asuntos más concretos como estudiar a nuestros padres, y, de ser posible, a los ancestros. En el caso concreto de nuestra autora/narradora, cuyos antepasados estan enraizados en una cultura que tiene muy pocos puntos en común con la de acogida, se vuelve especialmente ardua la tarea. Myriam, junto con su hermano menor, son los primeros de una familia de inmigrantes búlgaros en nacer en el que sería país de acogida de sus padres, León y Lidia, judíos sefardíes. Guerrillero del Frente de la Patria contra los nazis, León. Nacida el 11 de marzo de 1958, en Ciudad de México, es, además de luminiscente narradora, una de las más destacadas poetas mexicanas, ganadora del Premio Aguascalientes en 1988, y ha ejercido el periodismo cultural durante muchos años. Y si bien integrarse a la comunidad judía mexicana no debió entrañar mayor dificultad para Myriam, tener sus raíces en un país que pareciera remotísimo en todo sentido, como Bulgaria, ha representado para ella una aventura, justo la que reproduce en León de lidia, entreverada con risa, llanto y algún escollo burocrático narrado con deleitable amenidad no exenta de poesía, la de la propia Myriam y, entre otros, la de Ekaterina Yosifova (1941-2022): “Aquí todo es amplio y sereno, nadie altera su vida/ La nube pasará. Nada hay en el horizonte, salvo la noche que se cierne.”
Esta suerte de álbum fotográfico, traducido no sólo de imagen a palabra, sino también de una cultura a otra; de dos lenguas (búlgaro y ladino) a otra; parte de una exhaustiva recuperación de documentos que nos brindan acceso a una serie de pintorescos personajes de otro tiempo, como la tía adúltera, suerte de Madame Bovary, a quien igual criticaban por leer demasiado, ganándose el apelativo de la Meldadora
En el caso concreto de Myriam, la Tante Blanche representa valentía y liberación femeninas en un tiempo y circunstancia en extremo desventajosas para las mujeres; tía que tejía no mientras aguardaba fielmente al amado, sino “para calmar las ansias”; pasando por una infancia entre divertida y ardua en la que se ve sometida a un autodescubrimiento más complejo que el de la mayoría de las niñas debido al referente cultural y a los secretos
familiares: “La niñez tiene oídos en los ojos y mira doble allí donde la oreja espía.” Cuando intenta tramitar la doble nacionalidad, es recibida en la embajada de Bulgaria con bombo y platillo por parte de quienes parecen haberla esperado una eternidad, aunque, justo a causa de esta prolongada vela, en medio del vino, bocadillos típicos y una fuente apagada que se enciende en honor de la distinguida visitante, no saben cómo proceder con el mentado trámite. Las múltiples historias, sustentadas varias de ellas en documentos o dibujos que atestiguan su veracidad, involucran también a gente entrañable que forma parte de su judeidad y sus afectos más profundos.
Por aquí desfila un apasionante elenco de amigos suicidas por amor, nadadores de aguas disolutas, viajeros de ocasión, coleccionistas de plumas de pájaros, mujeres castas por convicción que viven pasiones descarnadas y una protagonista que se desdobla en niña a la mínima provocación. Y una mujer convencida de haber heredado un triste pero fascinante gen que la mantiene en un estado suspendido entre el enamoramiento y la huida: “Al morir mi padre he buscado protección a toda costa y a cualquier edad. Parece que otro gong me despertaba del engaño.” l
Arte y pensamiento
Bemol sostenido / Alonso Arreola
t : @LabAlonso / ig : @AlonsoArreolaEscribajista
Esto no es un anuncio
HEMOS SIDO INVITADOS a participar en Expo Soundcheck 2023. Se trata de un encuentro que ocurrirá a partir de este domingo 23 y hasta el martes 25 de abril en World Trade Center de Ciudad de México. Justo hoy, a las 13 horas, daremos una charla y tocaremos con varios invitados. Esto es algo que nos entusiasma al margen de lo personal, pues cuando la industria de los instrumentos, de la iluminación, del audio, del video y de todo lo relacionado con la producción de espectáculos escénicos se muestra reunida en un mismo espacio, entonces hay esperanza para quienes apostamos por lo vivo.
Imagine nuestra lectora, nuestro lector, lo que esta comunidad sufrió con la pandemia. (Permítanos por ello dedicar una columna de apoyo.) Hablamos de esa parte invisible de la industria que da soporte no sólo a los grandes conciertos en foros renombrados, sino a todo el andamiaje –cultural o de entretenimiento– que va del pequeño centro de barrio a la plaza del pueblo y de allí a las ferias, palenques, fiestas privadas, espacios como librerías, galerías, teatros, salones para eventos, bodas, etcétera. Sí. Hablamos de todo aquello que necesita volumen, color y elevación para resonar en la mente y el corazón de los melómanos, de los amantes del teatro, del cine, de la danza y de cualquier proyecto performático.
Se puede ver así: las venas, los huesos, los músculos, los nervios de esos sistemas y aparatos escénicos están compuestos por cables, bocinas, micrófonos, amplificadores, focos, soportes, tinglados, pantallas, consolas, cuerdas y, sobre todo, personas; gente vestida de negro que en la parte trasera de un tinglado o en las oficinas de una bodega hace hasta lo imposible para que las extravagantes fantasías de un artista puedan llevarse a cabo, aunque sea por un momento. Dicho de otra forma: esta industria es de las que materializan la imaginación y contribuyen a la felicidad.
También nos entusiasma, por cierto, que en la misma Expo Soundcheck presentaremos una guitarra electroacústica nueva. Se llama Curandera. La diseñamos junto al laudero sevillano Antonio Álvarez Bernal y al artista madrileño Alejandro Sanz. Pero esa es otra historia. Si quiere conocerla asista uno de estos días. El precio por las tres jornadas, con todas las actividades incluidas, es de $100 (cien pesos) si paga en línea: soundcheckexpo.com.mx; y aquí algo importante: no se trata de un evento exclusivo para profesionales. Mañana lunes podría escuchar a Benny Ibarra y el martes a Fela Domínguez (figura del teatro y los musicales). Asimismo, podría acercarse a conversatorios con personajes variopintos del entretenimiento y, por qué no, comprarse el instrumento que siempre quiso.
Habrá conferencias sobre música en el cine, producción discográfica, pedagogía musical, desarrollo escénico, iluminación, estudios de grabación y muchos otros temas. Las actividades comienzan diariamente a las 12 y terminan a las 8 pm. Con esta edición, la Expo Soundcheck celebra veinte años de vida. Dos décadas de provocar la unión entre actores de un sector que, antes de su existencia, no se reconocía bajo el reflector. ¿Quién hace esto posible? Un personaje llamado Jorge Urbano, acompañado por personas dedicadas a la creación de publicaciones y eventos relevantes.
Así es. En el pasado hemos dedicado algunas líneas a su labor. Hoy lo volvemos a hacer, creyentes de su relevancia para la salud de nuestro ecosistema; ése en que conviven Rosalía para el Zócalo y una lectura de poesía en La Bota del Centro Histórico. Lo dijimos al inicio y lo repetimos al final: este no es un anuncio ni un texto por conveniencia. Es un reconocimiento transparente en el que nos vemos involucrados por nuestro oficio. Es, sobre todo, una invitación para que se acerque a conocer y celebrar parte de lo que sostiene al mundo del espectáculo, desde las sombras. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos l
Cinexcusas/ Luis Tovar @luistovars
Cine de corte y pega (I de II)
SIN FALTAR A la verdad puede afirmarse que la tabasqueña Martha Elba Higareda Cervantes, profesionalmente conocida sólo por sus primeros nombre y apellido, es la reina cinematográfica mexicana de la memez ñoña o, para decirlo sin sombra de acrimonia, de la definición –si bien involuntaria al parecer, por lo deshilachada, confusa y de a ratos hasta contradictoria–, así como la ponderación, difusión, promoción y elevación a condición axiomática del statu quo sociocultural que priva en determinados estratos sociales contemporáneos nacionales, en más de una vertiente, comenzando por las relativamente simples de gustos, usos y costumbres, hasta llegar a la bastante más compleja y determinante de lo que podría –y para quienes piensan como Higareda y sus socios, no sólo podría sino debería– significar ser mujer. Prácticamente la totalidad de la filmografía de la señora Higareda sustenta y confirma lo antedicho, sobre todo el tramo más reciente en el que la nacida en Villahermosa hace poco menos de cuatro décadas ha fungido como productora y guionista. Pónganse por caso Te presento a Laura (2010), el tándem No manches, Frida (2016 y 2019) y Cásese quien pueda (2014): todas circunscritas a un entorno socioeconómico en el cual el sustento, el grado de escolaridad, las condiciones de vida, de seguridad, de salud y asuntos similares jamás representan un problema y, en esencia, éstos se reducen a encontrar el modo de “ser feliz” y este aserto significa, de modo invariable, “encontrar el amor”, por cierto, no de preferencia sino obligadamente heterosexual.
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EN DESCARGO de la señora Higareda debe reconocerse que no es ella la fuente original de lo monotemático, monolítico y limitado de los argumentos que concibe: sus colecciones de gags basados en el ridículo, planteamientos de situación y condición superficiales, chatos picos dramáticos y desenlaces obligadamente complacientes no provienen de la emulación del trabajo de un director o direc-
tora en particular, ni tampoco de una corriente o género cinematográfico específico –por más que a Higareda sólo se le dé (es un decir) la comedia romántica–, sino en bulto, indistintamente, del cine hollywoodense más ramplón y facilista, identificable precisamente por exhibir, como si de virtudes se tratara, taras similares y hasta peores.
Dicho en otras palabras, Higareda es la más exitosa y, por lo tanto, la más conspicua reproductora nativa de un modelo y una postura vitales propios de la clase media estadunidense –tropicalizadora, dirían algunos, en tanto lo suyo es la traslación al contexto local, en la mayoría de los casos forzada cuando no imposible, de un entorno, un imaginario y una idiosincrasia esencialmente diferentes.
Para infortunio del cine nacional la cosa no para ahí, es decir en las películas perpetradas por la señora Higareda y compañía, pues sin que a estas alturas quede claro a quién corresponde el rol de huevo y a quién el de gallina, el caso es que ese cine de miras cortísimas por culpa de su miopía copiona ha prendido a tal grado que no le faltan imitadores y, por lo que parece, su mata seguirá dando todavía durante un lapso indeterminado. Ejemplos de lo anterior son dos filmes de creación reciente: de la propia Higareda una cosa titulada Fuga de reinas (2023), debut como director cinematográfico de un español llamado Jorge Macaya, producida y coescrita por Martha Higareda, y otra cosa que lleva por título Casando a mi ex (2023), dirigida por Carlos González Sariñana, que hace tres lustros firmó el largometraje Spam (2013) bajo el nombre de Charly Gore y hace una década, ya con su nombre real, la comedia Actores, S.A. (2013). Si bien Fuga de reinas y Casando a mi ex comparten la característica de ser producidas por las dos principales plataformas streaming –Netflix y Amazon Prime, respectivamente–, no quiere decirse aquí que sus tramas sean similares –aunque sí su propósito: el único y último de ganar dinero–, sino que más bien son complementarias, casi como si hubieran sido concebidas de manera secuencial. (Continuará.)
Antonio Rodríguez Jiménez
Los banqueros y la lengua española
Defensa del español, idioma que hablan más de quinientos millones de personas, ciento treinta de ellas en México, ante no sólo la globalización del inglés como lengua franca, sino también su inherente colonización cultural en detrimento de nuestro idioma.
La más reciente Convención Bancaria –la reunión anual más importante para el sector económico-financiero en México–, en la que se pusieron sobre la mesa temas y preocupaciones relevantes para el país, trajo algunas curiosidades del lenguaje. Por fin los banqueros, como otros profesionales y empresarios del área hispana, se dan cuenta de que no es necesario doblegarse al inglés. Ya es hora de estar orgullosos del castellano, conocido también como español.
No se va a hablar aquí de colonización, sino de una realidad actual. El español es nuestra lengua y es necesario obligar a los estadunidenses o ingleses que vengan a México a que se acostumbren a hablar en español, un idioma practicado por 500 millones de personas en el mundo, 130 millones de las cuales lo hacen en México y el resto en toda Latinoamérica, excepto en Brasil, a lo que deben sumarse los casi 50 millones de españoles de la Península Ibérica, los 100 millones en Estados Unidos y otros muchos repartidos por el mundo, que se afianza cada vez más gracias al Instituto Cervantes, expandido en más de setenta países, incluido en Estados Unidos.
Pero aquí yo quiero hablar del detalle que tuvo el otro día un banquero mexicano, del que no recuerdo el nombre porque lo oí en la radio e iba conduciendo y no pude anotarlo. Fue genial cuando dijo que a partir de ahora hay que llamar a las cosas por su nombre y ya no se debe decir nearshoring, sino relocalización de las cadenas de proveeduría. Y me quedé gratamente asombrado porque ese es el camino para evitar una nueva colonización. Es estupendo que hablemos inglés, es sano, es culturalmente bueno. Pero no nos dejemos colonizar por el idioma cuyos hablantes hicieron desaparecer a las tribus de los indios de América del Norte, esos mismos que utilizaron tretas para quitarle a México medio país, por cierto, las tierras más ricas en petróleo. México es México y tiene una idiosincrasia propia y hay que estar orgullosos de ella y de uno de sus idiomas
más hablados, indisolublemente unido a nuestra cultura. Aquí no se quedó el francés, a pesar de la colonización de Maximiliano, como tampoco quedó en España a pesar de que Napoleón asustó a Felipe IV, el Borbón, y nombró rey a su hermano José Bonaparte. No tardaron mucho los españoles en unirse y sacarlos del país a trabucazo limpio. El otro día temblaron algunos cuando un político republicano estadunidense dijo que era necesario bombardear a los cárteles de México, creyéndose que estaba en un país tipo Irán o Afganistán. Locos hay en todas partes, pero que no nos conquisten, pues oigo a los jóvenes decir bye, bye o nos estamos viendo mañana en lugar de nos veremos mañana. Es de locos, pero tenemos que respetarnos a nosotros mismos si queremos que los “bárbaros y amigos del norte” nos respeten. Ellos tienen la fuerza, el poder, la economía, las armas. Nosotros tenemos la cultura, el respeto, la empatía y la asertividad de una civilización dialogante y diferente l