La Mirilla - Número 11

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Año 1 - Número 11 / Abril 2015

MEJOR HABLAR DE CIERTAS COSAS Arquitectura e Inclusión social

HACIENDO CIUDAD EL TRABAJO COLECTIVO COMO BIEN COMÚN

Centro Minka

INCLUSIÓN EDUCATIVA EN COLOMBIA HISTORIAS DE AUTOSTOP Tres x Tres

CERVEZA ARTESANAL relatos Viernes Santos en Humahuaca


Staff

Sumario ]5[ La chica de la libretita

]6[ Mejor hablar de ciertas cosas ]10[ ¿Hay inclusión educativa en Colombia?

Directora y editora responsable Jessica Conde Editora responsable - Argentina Carolina Noya Consejo de redacción Diego Obispo, Carolina Noya, Jorge Luis Galeano, Analía Fernández, Catalina López Fernández, Sebastián Walch, Mariana Gioiosa, Analía Dobrov, Romina Cirillo, Juliana Fitzgerald, Cecilia DP, Belén Fourment Playnes, Maxi Fleitas, Rodrigo Spa, Nicolás Marrero, Javier Pérez Seveso, Carlos Lazo, Rodrigo díaz Diseño Jessica Conde Contacto redaccion.lamirilla@gmail.com

www.revistalamirilla.com

]12[ El trabajo colectivo como bien común ]16[ Haciendo Ciudad

]20[ En los zapatos del otro

]22[ Relatos

]28[ Tres x Tres

]29[ Historias de Autostop ]33[ Danzar y cantar a la memoria de Jesús


A veces, hablar de inclusión social es hablar de la utopía. De ese “algo” inalcanzable, de una realidad que nos recuerda día a día nuestra deuda con el otro. La inclusión social es construir comunidad, es pensar en el otro como parte nuestra construcción como individuos y como sociedad. Todos los días, diferentes colectivos, personas, organizaciones, trabajan denodadamente para mostrarnos aquello que nos negamos a ver; para ayudar a quienes no pueden gozar plenamente de sus derechos a luchar; para proteger a aquellos a quienes excluimos. Hablar de exclusión social supone reconocer que hay sectores marginados: personas con discapacidades físicas y/o mentales, personas de distinta raza, distinto credo, quienes tienen una condición sexual diferente, quienes no tienen determinado nivel económico, en fin, aquellos que nos empecinamos en dejar de lado por diversas razones. Allí radica uno de los pasos fundamentales para crecer como individuos y sociedad: la aceptación de la diversidad y del otro como partes de nuestra vida; como sujetos de derecho; como personas cuya realidad es tan importante como la nuestra. La desfragmentación social y la exclusión es responsabilidad de todos y es el gran desafío de Latinoamérica de cara al futuro. En ese sentido, los Estados son responsables de promover y apoyar políticas que contribuyan a reducir y superar las brechas sociales y a atender las desigualdades con todos los recursos disponibles. Eso es una inversión a futuro. Pero el cambio cultural y social también está en nuestras manos. Nos leemos


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LA CHICA DE LA LIBRETITA

Qué le hace una mancha más al zurdo Hay momentos en nuestras vidas donde debemos enfrentarnos a nuestras imperfecciones, a nuestras deficiencias, a todo aquello que nos hace disfuncionales frente al común del mundo. A veces, esas batallas nos dejan marcados para siempre; a veces, por suerte, solo son manchas temporales, como serán las de quien escribe estas líneas cuando termine el boceto de esta columna, y deba, mientras se queja de lo borroneadas que quedaron las hojas, lavarse las manos para quitar las manchas de tinta. Quienes estén suponiendo que esta escena es un mal menor: felicidades, pertenecés al casi 90% de la población diestra —cifra estimada a nivel mundo—, y por ese motivo probablemente nunca sufras —ni hayas sufrido— un ataque de pánico frente al pedido de que ese escrito a entregar quede "prolijo y sin manchones". Es que sí, la Chica de la Libretita es zurda. La vida de un zurdo está marcada desde que es pequeño. Literalmente marcada. Las tijeras para no-diestros son algo raro de ver, lo cual fomenta el uso de tijeras comunes, que dejan marcas —¡y hasta ampollas!— en nuestras manos. Y no nos olvidemos de las manchas. Desde grises del grafito de los lápices hasta coloridas de marcador, pasando por las clásicas azules de cartucho de lapicera. Lapicera que está condenada a durar bastante menos que sus afortunadas compañeras, ya que las plumas están diseñadas para funcionar siendo presionadas "al derecho". Por intentos que haga, el niño que escriba con la mano izquierda verá sus trabajos siempre borroneados en algún renglón. Años enteros de escolaridad primaria arreglando las hojas de cuadernos y carpetas, para que las manchas se vean menos. Toda esta situación no mejorará cuando el individuo pase a escribir con birome. Objeto tirano que además dejará de cumplir sus funciones con frecuencia —sí, la tinta fluye cuando se arrastra sobre el papel, no cuando empuja...—. Con los años, tras sufrir por largas temporadas la carpeta con anillos, se llegará a un momento de felicidad, en el cual, si el alumno en cuestión escribe en hojas sueltas y luego las abrocha, nadie dirá nada. Claro, llegar a la facultad libererará de pequeñas cuestiones a nuestro particular individuo. Salvo que en el aula se usen pupitres individuales. ¡Hola dolor de espalda! Los banquitos individuales para diestros tienen dos particularidades: tienen tablas chicas, donde es imposible apoyar más que el cuaderno, y están pensados para apoyar el brazo derecho. Sí, ya sé. Existen mesitas para zurdos. Donde yo estudié había tres de hecho. Si llegabas temprano podías recorrer las aulas hasta que dabas con alguno y lo llevabas a tu curso, sabiendo que corrías el riesgo de que hubiera otros como vos en la comunidad estudiantil.

Comunidad, que linda palabra. Sí, se genera un sentimiento de hermandad entre todos los siniestros. De hecho, ahora que lo digo así: ¿les parece bonito que en gran parte del mundo los calificativos que se utilizan para quienes son mas hábiles con su lado derecho hagan referencia a cualidades desagradables como desafortunado, inútil, incorrecto o lisa y llanamente malvado? Decía: existe un sentimiento de hermandad zurda, que se rompe al momento de apoderarse del último pupitre adecuado, o de la única guitarra con las cuerdas "al revés". Es bueno que seamos pocos, porque seguro que si fuéramos mas, las guerras serían mucho mas frecuentes... Pero bueno, no todo en la vida son problemas, y es seguro que todo este palabrerío te dio hambre. "¿Hacemos tarta de atún? Ah, no, claro, hay que abrir la lata y vos..." La cantidad de veces que habré soñado con un abrelatas eléctrico. Díganme materialista, pero no tener que pensar cómo abrir una lata es una de esas cosas que creo que me simplificarían la vida. Vida que va a ser mucho más entretenida, sobre todo ante cada nueva máquina a utilizar o técnica a aprender —y "domesticar" a mis costumbres—, pero también más corta. Al menos teóricamente. Los estudios varían pero se habla de hasta 10 años menos de supervivencia, cifra que empeora cuando se debe emplear maquinaria —que casi siempre será para diestros—. La probabilidad de provocar o sufrir un accidente por esta condición también esta ampliamente estudiada en esos experimentos teóricos que todos conocemos. Sí. Los mismos estudios que para compensar todo esto dicen que los zurdos son más creativos. ¡¿Cómo no vamos a ser creativos si cada pequeña cosa que vamos a hacer nos cuesta el doble?! Ya esta, ya solucioné mi problema con el almuerzo, comemos en el bar de la esquina. Total a esta hora en la barra no hay nadie, solo nos tenemos que fijar de qué lado te sentás para que no nos choquemos. ¿Vamos cerrando? No sea cosa que algún habitué ocupe la esquinita izquierda y lo codee accidentalmente. Por cierto, si algún alma bondadosa tiene en cuenta mis sueños de abrelatas el 13 de agosto es el Día Internacional de la Zurdera, aunque en Facebook circule la placa conmemorativa todos los días...

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MEJOR HABLAR DE CIERTAS COSAS Por Belén Fourment

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¿Montevideo es inclusivo con los músicos? ¿Hay suficientes lugares para que las bandas medianas logren mostrar su producto o el sacrificio siempre es demasiado para el resultado final? ¿Qué hay que cambiar? Diego Moreira de Juana Grey, Betina Sánchez de Nameless y Nicolás Molina de Molina y los Cósmicos buscan las respuestas. Dice Lalo Mir en “Encuentro en el estudio”, el programa que conduce en el canal argentino Encuentro, que en Uruguay levantás una piedra y salen tres músicos, que es el país con más músicos per cápita. Y sin entrar en detalles ni hacer estudios numéricos, su afirmación parece ser cierta. Basta salir a caminar una tarde por una calle de Montevideo para encontrarse con guitarreros, tamborileros, trompetistas y últimamente violeros que muestran su arte para divertirse, ganarse la vida o simplemente compartir. Otra alternativa para verlos es tomar ómnibus urbanos. Es cierto que suben muchos hombres y pocas mujeres a ejecutar y cantar de mejor o peor manera puñados de las canciones de moda, pero siempre aparece alguno que acaricia una fibra íntima u ofrece algo diferente: una versión moderna de la clásica “Para Elisa” de Beethoven en un teclado o un combo de “Angie” de los Rolling Stones más algún hit de Michael Jackson en versión instrumental con guitarra y violín. Claro que en estas circunstancias planteadas vivir de eso puede no ser posible, así como tampoco cumplir el sueño de tener una banda o ser solista con un buen soporte de músicos. Para eso es necesario otro tipo de infraestructura y, sobre todas las cosas, un presupuesto que no cualquiera en el mercado uruguayo logra cubrir. De cierta manera, Montevideo tiene problemas para ser inclusivo con las bandas emergentes, aunque el panorama ya no es tan oscuro para los músicos. De eso hablaron con La Mirilla Diego Moreira, cantante de Juana Grey; Betina Sánchez, vocalista de Nameless; y Nicolás Molina, la cabeza del proyecto Molina y los Cósmicos.

fuerza en el léxico de los artistas, pues también lo usará Betina Sánchez, líder de Nameless, una de las bandas más convocantes en el circuito nacional del rock alternativo metalero desde 2005. “Lo que da más resultado actualmente son los toques autogestionados. Es un mercado muy chico con muchas propuestas musicales, de muchos géneros distintos y pocos lugares en buenas condiciones para shows medianos”, le dice a La Mirilla. Con unos cuántos años sacudiendo las noches capitalinas, Nameless tiene un público muy fiel que lo sigue a donde vaya, sea bar o teatro, sea en formato eléctrico o acústico. “Es un porcentaje bastante chico del mercado musical, aunque por otro lado es un público bastante acostumbrado al under y a las propuestas de boliches”, rescata. Nameless, que acaba de hacer fechas en Brasil, siempre encuentra dónde tocar, con las exigencias y esfuerzos que eso implique. Igualmente, Betina reconoce que hay falencias en Montevideo a la hora de escoger dónde hacer un show, y también apunta a los medios para difundir actividades. “Lo principal es la falta de lugares para shows prolijos, con buen sonido e iluminación. Por otro lado la falta de opciones de apoyo y el hermetismo de los medios de publicidad para la comunicación de todo esto tampoco ayuda, y generalmente tenés que autogestionar tu campaña en base a herramientas gratuitas como las redes sociales”, dice.

Conceptos alternativos Diego Moreira, quien desde 2013 es el frontman de la banda de pop rock Juana Grey, sabe de los dolores de cabeza que pueden generarse tratando de conseguir fechas en la movida nocturna para bandas que recién están empezando. Puede que les hagan ofertas que no impliquen rédito económico, puede que tengan que solventar gastos o, en el peor de los casos, que nunca les contesten las llamadas o los mails. Sin embargo, él siente que la reducida escena que había hace algunos años ya no es tan limitada. “El cambio se está dando. Aparecen oportunidades que creo que antes no existían. Pero más allá de eso, estoy viendo cada vez más músicos con proyectos artísticos muy buenos que buscan su lugar por sí mismos, autogestionándose. Está en el público ahora indagar ahí y ver qué pasa: a veces le cuesta, pero creo hay muestras de que de a poco se va soltando”, dice. El término “autogestión” parece haberse instalado a la

Betina Sánchez

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Nicol

Nameless - Cápsula Diego comparte la visión, aunque no cree que eso tenga que ver con algún tipo de discriminación ni por parte de otros artistas ni por los productores. “Los músicos consagrados se han ganado su lugar en base a méritos propios, al aporte cultural que han hecho. El sistema en sí marca un poco la cancha en todo el mundo, pero creo que acá esa brecha no es tan amplia; cualquiera puede difundir su música si se lo propone”, afirma. Las cosas son como son

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A cientos de kilómetros de Montevideo, Nicolás Molina convive con el fenómeno en que se transformó en los últimos meses su banda de folk Molina y los Cósmicos, aunque aturdido por la paz que reina en Aguas Dulces, balneario en el que habita y que fuera de temporada se completa por 300 habitantes. El mercado fue generoso con él, pero a pesar de su éxito puede ver los problemas, identificarlos y evaluar soluciones. Para él, la capital es inclusiva con los músicos del interior siempre y cuando los necesite: “la industria musical uruguaya no escapa a la centralización del país. Nosotros hemos tenido mucha suerte y estamos sorprendidos con la aceptación del público y la prensa capitalina, aunque quizás sea por fetichismo de ver un proyecto nuevo de un pueblo de Rocha”. Además, él sintió la inclusión desde los músicos que viven en Montevideo, al punto tal que cuando publicó en Facebook que necesitaba determinada guitarra para grabar, los primeros que se la ofrecieron fueron Santiago

Tavella, artista integrante del Cuarteto de Nos y de Otro Tavella Trío, y Garo Arakelián, ex La Trampa. “Sé que nuestro caso es particular, pero creo que hemos sabido usar algunas herramientas que hoy en día existen en el interior y que hace unos años atrás era imposible”, destaca Nicolás, contando que en Castillos cuentan con una usina cultural del Ministerio de Educación y Cultura una infraestructura “interesante” que le permitió darle vida a “El desencanto”, su primer disco- y con el Complejo Cultural “2 de Mayo”, en el que pueden crear sus propias “movidas”. “Pero es importante destacar que es en mi caso personal”, avisa Molina: “sé que el mercado musical montevideano es injusto, no sólo con el interior. Y los productores y los curadores de las salas, en su gran mayoría, se basan a la hora de la selección de bandas en el amiguismo y la conveniencia propia. Lo vemos mucho”. Molina y los Cósmicos consiguió rápida aceptación en el país y fuera de fronteras, al punto de que en abril, julio y agosto tiene varias fechas agendadas en Brasil. “Pero de Uruguay no nos podemos quejar: en mayo tocaremos en Paullier y Guaná junto a Diego Rebella y en agosto estaremos haciendo algo junto a Diego Drexler, y estamos muy contentos por ello”, admite. “Como dice el dicho: sarna con gusto no pica. La realidad es que en este momento la concreción de un toque en Montevideo no es el principal problema para


nosotros, pero sí somos muy cuidadosos a la hora de seleccionar dónde y con quién tocar. Vivir a casi 300 kilómetros de Montevideo nos hace más complicada la logística para la realización de un show. Cada fecha es una quijotada: cargar la camioneta, intentar no olvidarnos de nada, pasar por varios departamentos, llegar a Montevideo, ver dónde nos quedamos, dónde comemos, armar.... Tenemos muchos gastos de arranque (tanto físicos como económicos). Esa es la principal dificultad, pero nos sentimos muy apoyados y nos gusta lo que hacemos”. El panorama no es tan gris para los artistas, que están dispuestos a sudar la gota gorda y sacrificarse para hacer lo que les gusta. Y aunque haya puertas cerradas para unos más, para otros menos-, siempre hay tiempo para golpear insistentemente. Es casi un leitmotiv.

Nicolás Molina - KVK Fotos

Juana Grey - Maggie Mae Nicol

Nameless - Cápsula

No sólo los toques salen mejor cuando son autogestionados. En la última década se afianzaron los sellos colectivos que permiten que decenas de artistas independientes saquen al mercado su trabajo. El caso más célebre es el de Esquizodelia Records, que hasta tiene su propio festival de música, el Peach and Convention. 10

Diego Moreira-Guille Rbb


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La Declaración Universal de los Derechos Humanos define a la educación como un Derecho Fundamental, del que son sujetas todas las personas sin distingo de etnias, ideologías políticas, condición social o ninguna otra, es decir que es obligación de los Estados fomentar las condiciones necesarias para hacerlo accesible a todos y todas. En Colombia, el Artículo 67 de la Constitución Política dice: "A través de éste se busca el acceso al conocimiento, a la ciencia, a la técnica, y a los demás bienes y valores de la cultura". Por otro lado, existen otras leyes que promueven la igualdad en la educación, incluyendo a las personas con algún tipo de discapacidad: "El Estado apoyará y fomentará la integración al sistema educativo de las personas que se encuentren en situación de discapacidad a través de programas y experiencias orientadas a la adecuada atención educativa y asimismo la formación de docentes idóneos" (Artículo 47 de la Ley 115 de 1994). Esta ley, que se consagró hace más de 20 años, afirma que los docentes recibirán una formación idónea para apoyar los procesos educativos de las personas con algún tipo de discapacidad, ya sea síndrome de Down, autismo, limitación auditiva o visual, entre otras. Además, en el 2013 se aprobó la Ley 1618, que hace énfasis en la inclusión educativa en Colombia, afirmando que las personas con alguna discapacidad cognitiva tienen derecho a ser parte del sistema educativo convencional, de igual forma dice que la educación de calidad es aquella que tiene en cuenta las necesidades educativas especiales, y en la que estas personas no son excluidas. Sin embargo, nos encontramos con que instituciones educativas y docentes no se sienten preparados y capacitados para atender a esta población, ya que hay un desconocimiento sobre las diferentes metodologías de aprendizaje que se pueden emplear con estos niños, por tanto hay temor al recibirlos y trabajar en igualdad de condiciones con niñas y niños que no tienen ningún tipo de discapacidad. "No quiere decir que las personas con discapacidad cognitiva no puedan aprender a leer o a escribir; de hecho lo logran, pero a un ritmo y metodología diferente a la convencional", afirma la docente y educadora especial Natasha Calero, quien ya lleva trabajando alrededor de ocho años con personas con discapacidad cognitiva. El derecho a la inclusión educativa se ha convertido en un reto para los docentes por su falta de capacitación y las exigencias que el tipo de discapacidad tiene en el método de enseñanza. "Es un desafío hacer inclusión en las escuelas y colegios privados, requiere apoyo del Ministerio de Educación en cuanto a la capacitación de los docentes, adecuar la planta física para los niños con discapacidades visuales o

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auditivas; se requiere de un equipo interdisciplinar, un terapeuta, una fonoaudióloga, una psicóloga", afirma Beatriz Eugenia Materón, docente titular de jardín. Pese a la existencia de leyes y decisiones judiciales en las que se enfatiza que las personas con alguna discapacidad cognitiva deben recibir una educación con calidad y adecuada para su tipo de discapacidad, la pregunta que surge es: ¿qué ha pasado con la aplicación de estas leyes? ¿Dónde quedó la preparación para los docentes y las instituciones para recibir a estos niños y niñas, y así poder cumplir con la Ley de Inclusión Educativa? De acuerdo a las cifras suministradas por la Secretaria de Educación, el año pasado en Cali se invirtieron 658.000 millones de pesos, dinero con el que se culminó la formación en el uso pedagógico de las TIC de 540 docentes vinculados al sistema educativo oficial, y se dio inicio a la capacitación en apropiación de las nuevas tecnologías a mil 700 docentes en 65 sedes educativas, además de la dotación de computadores a distintas instituciones. Así como en el 2014 se invirtió este dinero para fortalecer el uso de las TIC en el sistema educativo oficial, ¿por qué no se ha tenido la misma prioridad para invertir en la capacitación de docentes y adecuación de las instalaciones de las instituciones para que estén acondicionadas para recibir a las personas con discapacidad cognitiva, y poder implementar con efectividad la Ley de Inclusión Educativa? Lastimosamente pareciera que primero se piensa en crear las leyes sin tener las herramientas y recursos para implementarlas; ha pasado más de un año desde la promulgación de la Ley de Inclusión Educativa, y en los colegios continúa el temor y rechazo para recibir a personas con discapacidad cognitiva, y los padres al querer matricular a sus hijos tienen que soportar un NO por parte de las instituciones y seguir en la búsqueda de una educación de calidad y en igualdad de condiciones.

"Toda persona tiene derecho a la educación. La educación debe ser gratuita, al menos en lo concerniente a la instrucción elemental y fundamental. La instrucción elemental será obligatoria. La instrucción técnica y profesional habrá de ser generalizada; el acceso a los estudios superiores será igual para todos, en función de los méritos respectivos". Artículo 26, Declaración Universal de Derechos Humanos


Por Carolina Noya


Los Centros Comunitarios surgen como una modalidad alternativa para dar soluciones a problemas propios de un barrio o localidad. Brindan servicios que permitan la construcción a largo plazo, fomentando el voluntariado y apoyando la inclusión, con un marcado perfil social. El Centro Comunitario Minka, en Buenos Aires, nos abre sus puertas para conocer cómo trabajan y qué los motiva a seguir construyendo.

El ser humano no es un ente solitario, todos formamos núcleos sociales y relaciones con otros. Ya desde la intimidad de nuestro núcleo familiar se generan relaciones de solidaridad entre los integrantes, en busca del bien común. En muchas ocasiones, la familia opera como el primer formador del trabajo en equipo, desarrollando el espíritu de cooperación y la unión. Los Centros Comunitarios parten de esta realidad como premisa, para actuar como agentes de cambio ante las problemáticas de la comunidad en donde se encuentran. Se caracterizan por tratar a las personas como individuos, y por fomentar la cooperación entre sus miembros. A través del diálogo y de la participación ciudadana, que les permite acercarse a su comunidad y conocer en profundidad qué temas necesitan solución, procuran reconstruir el tejido social y la cooperación entre unos y otros. La realidad concreta del barrio y sus vecinos es el motor de su nacimiento, lo que permite identificar ciertos rubros en donde existan falencias: educación, salud, desarrollo de la mujer, medio ambiente, entre otros. La cooperación y el trabajo en equipo es la clave para encontrar las respuestas, para crear conciencia sobre lo que al vecino – símil núcleo familiar – le sucede y en qué medida se puede hacer la diferencia. Un caso concreto Silvina Lutterotti, presidente de la asociación Minka, marca un lineamiento fundamental para entender la filosofía detrás del trabajo comunitario: no se trata de asistencialismo, sino de promoción y trabajo en conjunto. Si bien brindan servicios, el objetivo de Minka es la construcción y el trabajo colectivo. “Un concepto que es crucial para

nosotros es el tema del vínculo: priorizamos el lazo con el otro más allá de los servicios o actividades que podamos hacer. Se prioriza a la persona”, indica Silvina, lo que nos da a entender la importancia del hombre en lo que sucede en su entorno y lo diferenciador de trabajar desde lo que el vecino necesita dando contención y apoyo. No es genérico ni hay fórmulas mágicas, es relevamiento y trabajo puntual. Otra característica que los identifica es el voluntariado, al que definen como: “el trabajo hecho por convicción y amor, porque quiero y creo en el proyecto y en un mundo más inclusivo”. Ya desde el nombre Minka decide con firmeza a qué apuntan: Minka en quechua es "trabajo colectivo hecho en favor de la comunidad". Sin más ni menos. ¿Qué motivó la creación del centro y cómo fue el inicio? El centro comunitario -o la idea del centro- surge en 2006. Desde el año 2000 se venía trabajando en apoyo escolar pero surge la necesidad de hacer algo más grande y atender otras necesidades que veíamos en el barrio. Veíamos mucho asistencialismo y comenzamos a pensar en otra forma de construcción social y cambio.


¿Cuánta gente forma parte del centro comunitario? ¿Cuáles son sus pilares? Somos alrededor de 35. Nuestros tres pilares fuertes son: educación, salud y hábitat. Dentro de cada uno de esos pilares hay distintas actividades. ¿Sobre qué necesidades de la comunidad trabaja el centro? ¿Hay alguna temática puntual que encuentren más urgente de solucionar? Las necesidades son varias y trabajamos en los tres pilares anteriores. Hábitat, acceso a la salud y género son las cosas más urgentes. ¿Cómo es la operativa de investigación para conocer las necesidades de la comunidad? Existe un equipo de territorio que se encarga del mapeo y vinculación con otras instituciones y el barrio. ¿Qué importancia tiene el trabajo colectivo para la integración? El trabajo comunitario favorece la integración, el compartir y no el competir. Permite la inclusión y que se escuche la voz de todos. ¿Cómo es la relación con el barrio? ¿Se ve el interés de la gente y la participación? Hay interés, pero es complejo. Muchos años de pasividad y asistencia a veces dificultan que las personas se pongan en marcha, que sean protagonistas de su vida. Es un cambio de

Si querés conocer más sobre el trabajo de Minka, los encontras en: https://www.facebook.com/minkacentroc omunitario

paradigma, los procesos son lentos y largos pero se ve un impacto positivo. ¿Tienen nuevos proyectos para este año? ¿Trabajan con objetivos para cada proyecto? Este año reforzaremos todo lo que venimos haciendo. Recuperaremos nuestro lugar, porque lo prestamos al Municipio para alojar un jardín municipal que está en obra, y eso nos va a permitir rearmar la biblioteca popular. También reabre el proyecto de huerta comunitaria y un área de APS (atención primaria de la salud) con talleres y charlas en dos ejes fundamentales: salud reproductiva y nutrición. A su vez se está armando un grupo de mujeres. ¿Ya están operando como asociación sin fines de lucro? De hacerlo, ¿en qué los favorecería como centro comunitario? Sí, ya somos asociación civil. Esto nos ayuda a conseguir recursos, donaciones de empresas o padrinos a través de RSE (responsabilidad social empresaria) y poder presentar proyectos a nivel nacional y provincial. Pero nos auto gestionamos a través de la feria popular. Si tuvieras que definir: ¿cuál es el espíritu de Minka? Creo que los valores reflejan el espíritu de Minka. Si tuviera que buscar palabras diría AMOR ALEGRÍA- COMUNITARIO.


Los valores que hacen a Minka - Creemos en el amor como forma de vida, de construcción de vínculos sinceros y auténticos. - Creemos en el valor de las personas, en su capacidad de crecimiento y promoción. - Creemos en la igualdad de condiciones desde la diversidad de género, cultura, origen, religión, razas, creencias, etc. - Creemos en el voluntariado, en el trabajo hecho por convicción y amor. - Creemos en las relaciones horizontales, en el diálogo y el debate como forma de construcción colectiva. - Creemos en la expresión popular, en la voz de todos. Creemos en dar voz a aquellos que les han robado o han perdido su voz - Creemos en la educación popular, donde todos aprendemos de todos; todos tenemos algo que aprender y enseñar al mismo tiempo. - Creemos en la palabra dada, el valor de la transparencia y credibilidad de lo que decimos a través de lo que hacemos. - Creemos en el buen vivir, en una economía sustentable, que respete al medio ambiente, promueva la reutilización y el consumo responsable. - Creemos en la economía popular, justa y solidaria.


HACIENDOCIUDAD


En el año 2009, la Intendencia de Montevideo inauguró la plaza Líber Seregni que rápidamente se convirtió en un símbolo de convivencia y de recuperación del espacio público. En tanto, el pasado 7 de abril, la comuna presentó el plan de recuperación del barrio Casavalle -considerado zona roja- con el cual busca promover la recuperación ambiental, la revitalización y reestructuración de la zona y su integración con la ciudad. La pregunta que se plantea es: ¿puede un buen espacio público determinar una mayor inclusión social y contribuir a la seguridad de la ciudad?

En 1982 y producto de una experiencia gestada en el marco de investigaciones en psicología social por Philip Zimbardo -profesor de la Universidad de Stanford-, George Kelling y James Wilson desarrollaron la Teoría de las Ventanas Rotas. La misma indica que “si una ventana rota se deja sin reparar, la gente sacará la conclusión que a nadie le importa y que el lugar no tiene quien lo cuide. Pronto se romperán más ventanas, y la sensación de descontrol se contagiará del edificio a la calle, enviando la señal de que todo vale y que allí no hay autoridad”. Esta teoría permitió que Kelling fuera contratado para asesorar al gobierno de la ciudad de New York con respecto a la problemática que reinaba en el subte de la ciudad: la inseguridad. El desafío fue cambiar la perspectiva del problema y mostrar que la solución no era aumentar la presencia policial y la represión del delito sino reacondicionar el subte e impedir sistemáticamente los grafitis, lograr que todos los usuarios abonarán su boleto y evitar que la gente pernoctara allí. A pesar de la cantidad de críticas que recibió la propuesta, la transformación del Metro de New York se llevó a cabo y, valiéndose de símbolos y detalles concretos pero muy visibles, consiguió restablecer el orden y la autoridad e incluso se convirtió en un modelo de espacio público que conjuga seguridad y eficiencia, y en un ícono de la cultura popular neoyorquina. Este es un ejemplo que, a pesar de que pueda parecer lejano, se ha aplicado en nuestro país y es el caso de la Plaza Líber Seregni. La manzana que otrora albergó la Estación de Trolebús de Montevideo y luego dos galpones municipales abandonados que transformaron la zona en “tierra de nadie”. La iniciativa fue ejecutada a través del Presupuesto Participativo de 2007 y se invirtieron unos $54 millones de dólares en su construcción, constituyendo una de las más fuertes apuestas del gobierno capitalino en materia de recuperación de espacios públicos y que rescató al barrio de la indiferencia y de la inseguridad. Actualmente, la plaza se convirtió en un ejemplo de discurso cuyo centro es la comunidad y como bastión de la idea de convivencia y promoción cultural. Es así que, en 2010, la Plaza Líber Seregni fue seleccionada -junto

a la Plaza de la Estación Peñarol, antiguo barrio de tradición ferroviaria-, para representar a Uruguay en la VII Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo de Medellín, cuyo eje fue, justamente, la integración ciudadana Réplicas En un evento denominado 'Convivencia, una estrategia para la seguridad' - organizado por Asamblea Uruguay, sector frenteamplista, hace unos años-, el Ministro del Interior, Eduardo Bonomi, indicó que “El PIAI (Programa de Integración de Asentamientos Irregulares), en el período pasado, hizo un montón de estructura para la convivencia. Cuando el PIAI se fue, se la apropiaron los narcos. No la gente. Y si la gente la usaba los corrían. Entonces si se hace estructura para la convivencia hay que darle protección, hay que llevar adelante políticas policiales '. El éxito de la Plaza Seregni fue, en cierta forma, adoptado como modelo a replicar en gran parte de las intervenciones en el espacio público en el marco de la “Estrategia por la Vida y la Convivencia”, cuyo componente central es la seguridad, producto de la creciente violencia de los últimos años. La problemática de la inclusión social y la convivencia, en el documento presentado, se reduce a la seguridad, legitimando de alguna forma la utilización de métodos represivos para conservar los espacios recuperados por la ciudadanía. De esta forma, podemos deducir que en el Uruguay actual, es muy difícil avanzar en zonas de convivencia sin la actuación policial que permita la protección de los logros, de los espacios, de las estructuras y de los ciudadanos. Sin embargo, también podemos pensar en nuestra ciudad y en la convivencia, en la inclusión social y la participación ciudadana a través de las ventanas rotas. ¿Cuántas veces somos indiferentes ante el deterioro de nuestra ciudad? ¿Cuántas veces contribuimos a este proceso? El problema de la convivencia está compuesto por múltiples factores y sin dudas la seguridad es uno de ellos, pero no el único.


El 24 de marzo de este año, se inauguró el "Parque de la Amistad", que forma parte del proyecto de remodelación del zoológico Villa Dolores. Es el primer parque inclusivo de Montevideo con accesibilidad universal abierto a todo público.

Sacudiendo Casavalle “Dijeron que iba a durar dos días”, recordó la alcaldesa de la zona en una entrevista a Subrayado. La plaza Casavalle se encuentra en uno de los barrios más excluidos y estigmatizados de la ciudad. Actualmente, a más de un año de su inauguración, se mantiene estoica y es mantenida por una cooperativa, demostrando a toda la ciudadanía que es posible la convivencia y la reconstrucción del tejido social. La plaza constituye la piedra fundacional del “Plan Cuenca Casavalle”, que comenzó a gestarse en 2009 con el objetivo de recuperar el barrio -alguna vez barrio jardín-, promover la integración social de sus habitantes y re-conectarlo con el resto de la ciudad. El plan también prevé la creación de un eje cívicocultural, mejoras en el sistema vial, alumbrado y se re-alojarán los asentamientos existentes; sumar a la plaza un eje cívico sobre la calle Martirené que vincule espacios públicos existentes con los propuestos y que va desde el complejo Sacude -con orientación hacia las actividades culturales y de integración social- al Cedel -con foco en el área de trabajo y educación-. En el centro de ese eje está la plaza, tres escuelas, una policlínica y próximamente también un centro cívico que se encuentra en construcción.

Todo esto constituye una fuerte apuesta para re vincular a la población residente en el barrio al resto de la sociedad, que los ha marginado y estigmatizado durante años. Mejorar la calidad de vida de las personas mediante infraestructura y servicios, así como mediante formación y acceso a la cultura, es fundamental para construir sentido de pertenencia y comunidad. Construcción colectiva La solución entonces sería generar conciencia de nuestras conductas e involucrarnos de manera activa junto a las autoridades para avanzar en soluciones ante los problemas de convivencia, de exclusión social, generando un sentido de comunidad. Sin dudas se debe reivindicar el rol del Estado en la regulación y control de un ámbito en el que debe privilegiarse el interés general por sobre cualquier apropiación particular –pequeña o grande-. El fin debería ser el disfrute colectivo. Por eso, el desafío actual no solo reside en las autoridades, que deben brindar protección a la ciudadanía, sino en aquellos encargados de planificar, de pensar nuestras ciudades y debe ser uno de los retos de la arquitectura y la obra pública. No solo se deben planear nuestras ciudades en base a lo estrictamente estético, sino que debe ser una fusión de eficiencia, seguridad, integración y creatividad. La respuesta a la inclusión no es comenzar un proceso de apartheid que varias voces proponen. Algunas investigaciones demuestran la correspondencia entre diseño urbano, comunidad y espacio público y cómo estos elementos constituyen una base sólida a la hora de planificar una política de inclusión consistente. Y en esa línea, repensar el espacio público como el eje de la vida de los ciudadanos es vital. Repensar calles, plazas, parques, paisajes, aquello que nos permite construir una identidad y ser partes del encuentro, del intercambio y la diversidad.


TECNOLOGÍA

Por Analía Dobrov Vasilieff


La tecnología está puesta al servicio de la inclusión social y en este caso particular de quienes tienen una disminución visual. La disminución parcial o la pérdida total de la visión restringen y limitan la vida de la persona afectada, debiendo depender de otro para que lo asista y ayude. El desarrollo de este calzado permite su autonomía para trasladarse por la ciudad.

Trasladarse por las calles de una ciudad no es sencillo para quien presenta una discapacidad: muchas ciudades tienen sus veredas rotas y muchas de sus calles no están preparadas -por ejemplo con rampas-, o no tienen semáforos para personas con disminución visual. La vida en la ciudad no resulta sencilla para estas personas que precisan ser ayudadas por otras para trasladarse de un sitio a otro, ir a estudiar o hacer un trámite.

que se sienten en el pie: por ejemplo, si el sujeto está caminando alineado con el recorrido sentirá una vibración en la parte delantera del pie, mientras que si debe doblar hacia la derecha, sentirá una vibración en el lado derecho de su pie. Este calzado háptico también detecta los obstáculos físicos que existan a lo largo del recorrido.

Ponerse en los zapatos del otro

El zapato se construyó utilizando tecnología de hardware libre: tecnología que está a disposición del público en general y que puede usarse y adaptarse de acuerdo a las necesidades particulares. El uso de hardware libre permite que este calzado háptico pueda desarrollarse a un bajo costo, ya que está hecho de componentes y esquemas que están al alcance de todos los que quieran hacer uso de ellos. Si bien este calzado fue diseñado, desarrollado y testeado, todavía no se encuentra en desarrollo industrial. Se trata sólo de un prototipo, el punto de partida para poder desarrollar el producto a nivel industrial.

Ponerse en el lugar del otro o estar en sus zapatos no es algo que hacemos seguido. Podríamos decir que hubo un estudiante de Ingeniería que sí lo hizo y decidió diseñar un dispositivo para mejorar la calidad de vida quienes padecen una disminución visual o que son no videntes. El dispositivo que desarrolló es un calzado háptico: se trata de unos zapatos diseñados para que puedan trasladarse por la vía pública de la manera más autónoma posible. Fernando Berretti desarrolló el prototipo de un calzado para personas con discapacidad visual como su tésis de grado de la Licenciatura en Informática de la Facultad de Informática de la UNLP (Universidad Nacional de la Plata, en la Provincia de Buenos Aires). A este par de zapatos lo llamó calzado háptico porque funciona a través del reconocimiento generado por el sentido del tacto. ¿Cómo funciona este calzado? Este calzado funciona sincronizado con un smartphone con GPS (conectado a través de bluetooth), donde se ingresa una dirección de origen y otra de destino a través del reconocimiento de voz. Este calzado guía a la persona a lo largo del recorrido hasta llegar a su destino mediante unas vibraciones

Hardware Libre

Con los pies en la tierra Maximiliano Vázquez es un alumno no vidente de la Universidad de La Plata (de esta misma Facultad de Informática a la cual pertenece Fernando Berretti, quien desarrolló los zapatos) que utilizó este calzado y dio cuenta de su experiencia. Contó que es un modelo muy cómodo, de fácil uso y que no requiere de mucho tiempo para su adaptación. Maximiliano Vázquez dijo que la tecnología es fundamental para mejorar la independencia de las personas con discapacidad. Ojalá nos enteremos pronto de nuevas aplicaciones de ésta para mejorar la vida de las personas.

Composición del calzado: Zapatos Celular inteligente o smartphone Tecnologías hápticas Software libre: mapas, geocoding y ruteo Hardware libre


Click!

Si querés formar parte de la sección "Click!", podés enviar tus trabajos (máximo 6 fotos) a redaccion.lamirilla@gmail.com, indicando nombre o seudónimo, datos de las fotos y tus páginas de contacto (fanpage, flickr, web, etc). Las seleccionadas formarán parte de nuestro próximo número. 20


TRES X TRES

Tres países, tres propuestas Las cervezas artesanales están viviendo su momento de máximo esplendor y qué puede ser mejor que disfrutar de exquisitos sabores, en un ambiente que invita a compartir y escapar de la vorágine de la ciudad. Te recomendamos tres espacios para que no vuelvas temprano a casa.


RELATOS

PERFOMANCE Ocultar la verdad es mentir. ¿Lo es? Porque si tengo que ser así de literal, no creo que la perdone. Nunca los mencionó; creo que dijo algo al pasar, solo una vez, sobre las perfomances que organizaban en la facultad. Se reunían los cinco, ellos interpretaban una serie de imágenes que ella captaba con su cámara; posteriormente armaban un collage enorme con esas fotografías, que colgaban en el centro de la sala de exposiciones. Él se movía en esa clase de círculos que deciden qué puede ver la luz y qué no; con un par de llamadas conseguía armar un poco de alboroto, sobre todo asegurarse siempre el centro de la sala, frente al acceso de entrada. Entiendo poco lo que hacían. Luego que supe realmente lo que había pasado me puse en la tarea de buscar información sobre ellos. Un manual que describía sus técnicas los catalogaba como expertos en la fusión de materiales tradicionales y elementos inquietantes de la era moderna. Emparentados con la violencia descrita en videojuegos, este grupo, según el manual, sacrificaba la belleza en favor de estéticas degradadas. Pero la realidad es que solo veo perversión, veo máscaras de calaveras mexicanas abusando de jóvenes escondidos detrás de cabezas de osos de peluche. Veo anarquía y un tipo que se esfuerza por fingir una masturbación: abre la boca tan grande, tensa su cuerpo, que puedo descubrir la angustia. Nada de orgasmo, la violencia se reproduce en el caos de un montón de basura que se pudre en el rincón del escenario. La cámara se mueve, enfoca a una actriz que con nariz de conejo comienza a ordenar que aten a las víctimas vestidas de osos; su voz es muy aguda, finge. Imagino el collage, meciéndonos en una sala blanca y bien iluminada. Ella me explicó todo cuando una noche de verano imprimí un par de fotos para mostrárselas; las puse sobre la mesa para concentrarme en su reacción. Se tapó la boca y comenzó a llorar. Abrí una botella de vino y me senté para escuchar: no iba a preguntar, los curiosos tienen que dominar la situación, saber más que quién responde, de otra forma las respuestas te abruman tanto que terminan matando el interés, sepultan cada palabra en el olvido. Estuvieron saliendo varios años y él la empujó a esas prácticas, y más allá de toda lectura estética prefirió alejarse cuando el grupo decidió ir más lejos. Le dio miedo, estaba sola y las mujeres accionan cuando tienen miedo, son más pragmáticas en eso. Los hombres bebemos y soñamos con alguien que venga a rescatarnos sin más, porque no tenía otra cosa que hacer, y justo pensó que necesitábamos una mano. Él no la perdonó por alejarse y estuvo atormentándola varios años, hasta que por fin las cosas se salieron de control y tuvo que desaparecer. "Vos decís que yo te miento", me dijo bañada en lágrimas, "pero mataron un tipo". No quería detalles; en los manuales decían poco, no dejaba de pensar en la voz de la conejilla que daba órdenes. No era el tono, eran las decisiones incorrectas.


RELATOS

45 Por Carlos Lazo

Ilustración: Rodrigo Díaz

El morral repleto de baratijas me parecía una frivolidad. Lo único que se destacaba per se entre tanta pelusita, tanta fragancia a San Telmo nocturno, la petaca vaciada de un whisky que no recuerdo y volantes que acepto siempre por compasión era un llavero; mi mamá me lo regaló unos días antes de eternizarse. Mis ineludibles sugestiones internas y algunos reflejos que son como molestos resortes, verdaderos disparadores de la conciencia, insisten en recordarme su partida cada tanto, aunque yo no lo quiera. Entonces me veo obligado a contrarrestar esas manifestaciones punzantes levantando intrincados laberintos mentales en los que ansío perderme para evadirme del mundo y de mi calendario de pastillas obligatorias. Pretendo escarbar en la tierra húmeda y esconder mi cabeza en ella, como los ñandúes. Y conste que si no lo hago es solo por temor a que el ente que regula las experiencias de todos los seres, ese ovillo supremo por el que pasan todos los hilos, se aproveche aún más de mí y me encaje una patada certera en el culo. Sin embargo, cuando a uno le entran por la mirilla de los

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sesos para escudriñar sus memorias, llega un punto en que todo da igual, y no se puede hacer más que tirarse de los pelos, cachetearse uno mismo como si se detestara íntimamente y sentirse un poco violado. Después de todo, la única privacidad que tenemos está adentro de la cabeza, y ni aún así, por momentos, hay derecho a descansarnos un ratito… Qué se yo. A veces, en noches imperecederas que se estiran como chicles, al cerrar los ojos puedo verme en Irigoyen y Ramos, y las imágenes se acumulan: Rita adormecida de gloria sobre el pavimento, sangre brotando con una intensidad irreprimible, murmullos de los transeúntes, miradas atónitas, congregación de las viejas chismosas del barrio en la esquina y los cabellos de Rita como entrelazados, abrasándose en busca de consuelo. También me sucede que a veces yo la veo. En una leve reminiscencia que me instigan dos hamacas que nos remontaban al cielo en mis años de infante, en el olor a estofado (era su fuerte en lo referido a la gastronomía), en uno de esos anuncios que me parece de mal gusto y promociona el día de la madre (festividad inútil si las hay, a mi criterio), en Kamikaze, pero a veces la veo. Y ya que hablamos de ver, tengo que rendirme ante otro aspecto admirable suyo y me refiero a su mirada. No se me va a ir más del paladar lo impetuoso de sus ojos saturados de pasión, la suntuosidad aparatosa de sus pupilas (parecían engullir el universo al dilatarse, lo juro) y ese aura de grandiosidad y nebulosa que simbolizaba su iris. Resumiendo, desarrollé por ella un amor sin tapujos, de esos que son exclusivos de un solo ser-libro-Dios-durazno-elixir; pero ese amor… Noches enteras me vi trasnochado entre culpas y ansiedades, atormentado por fantasmas de la mente y la vulgaridad; desbordado por un ansia irracional de aceptación social, ansia que a su vez me generaba rechazo y a veces temor. Había en esa sed un aire a falsedad, a imposición, a injusticia. Algo indeseable que solo podía tomar forma de anhelo por gracia de mortificaciones y exigencias que, de imperantes y redundantes, se me manifestaban ya autómatas e inconscientes. Y conjugado a todo eso, un oprobio convertido en represión interna y anhelo de ser una copia, una puta copia, de quien pudiera ignorar sus instintos con tal de conservar una partícula de moralidad que siempre me supo más a totalitarismo que a Verdad. Y todo este divague se repetía cada vez que trataba de entender los celos que sentía al ver a mi viejo besando a Rita o sentándola en su regazo. De repente el 45 frenó a lo bruto, en seco, relincho de caballo y a otra cosa. Y ni hablar de cómo esto hizo enfurecer a los pasajeros. <<Cornudo>>, gritó un hombre que casi se dio la jeta contra el respaldo de un asiento. <<Bostero tenía que ser el forro este>>, le comentó un pibe a su compañero. El chofer, pobre alma la suya, se excusó diciendo: << ¿Y que mierda pretenden que haga? ¡Si esta chica para el colectivo estando yo a dos metros de distancia! Tengo que parar, loco, tengo que parar ¿no la ven? Es una pasajera, una dama, un cisne blanco, un cuarzo hexagonal que anida en las cortezas, un pino invernal que acaudala cristales inocentes…. Una dama, hijos de puta>>. Al oírlo, estuve a punto de acotar que él podría haber seguido de largo, que no tenía la culpa de la naturaleza despistada de la chica, que la empresa no sentiría los efectos insignificantes de saltearse un pasajero… No obstante, desistí. La réplica me sabía innecesaria e intrascendente, y además sentí algo parecido a un regaño, a un lejano y hondo regaño que nacía en algún lugar de mi vasta forma física y apuntaba a mi actitud inicial; algo que trataba de persuadirme sobre lo importante que fue que el colectivero pegara esa frenada para que la piba suba. Importante para mi, no para los demás, que se exhibían alterados y rabiosos. Pero ellos no importan, tampoco sus sensaciones. Lo que ahora tenía importancia para mi era, por cosas ajenas a mi entendimiento, conocer a la nueva pasajera. Superficialmente, claro está. De vista, de reojo, de pasada, como se dice. Más allá de esas intenciones que se sucedían, algún divino presagio dejó entrever que aquella presencia traía consigo un misticismo incapaz de ser comprendido por un púber ignorante de sí mismo como era yo. Antes de que la chica subiera decidí acomodarme un poco el aspecto para causar una buena impresión, en el caso de que


me viera. Así que me retoqué el pelo hasta donde me fue posible, me refregué los ojos que andaban un tanto achinados a causa de un insufrible madrugar y mejoré mi postura radicalmente, pasando de estar replegado en mis extremidades a erigirme en la réplica orgánica de una columna jónica. Tengo la suerte de decir que después de tanto bolonqui, al fin el momento que yo idealicé tomó forma, y el primer cruce de miradas no hizo más que confirmar lo inminente: como una ecuación que indefectiblemente tenía que resolverse a si misma, nos desnudamos incógnitas y nos descubrimos misterios, y en ese proceder, en esta especie de nacimiento que significaba el encuentro, percibimos algo que nos supo primigenio e inabarcable ¿Cómo saber si no nos habíamos admirado ya en algún valle sanjuanino hace miles de años, bajo un telón de estrellas, a la luz de esa novedad revolucionaria que ahora llaman fogata? ¿Cómo acercar al plano lógico esto que era como un deja vu anárquico e individualizado hasta de sí mismo? Vastedad, intragable vastedad, infumable dádiva de un Dios cursi y novelero. Ya estaba todo dicho. Absolutamente todo dado. Y yo, con la terquedad de un pendejo de mierda, ahora deseaba tenerla frente a mí para contemplarla como se deben contemplar las grandes cosas. De repente, un aluvión de sentimientos encontrados y atados uno al otro con cuerdas de alambre de fuego se disparó por todo mi cuerpo. Es que, al contemplar yo su semblante atiborrado de esquinas tenuemente resplandecidas y pernoctares, sus gestos y expresiones que me remitían a cabaret parisiense y cigarrillos y licores, la pecaminosidad que me inspiraban sus curvas y la libido inusitada que afloraba en mí al recorrer sus piernas, quedé sumamente impactado. Ella (me lo buchoneaban sus mejillas coloradas) advirtió el carnaval carioca de depravación que desató en mí y enseguida bajó la mirada, más por timidez que por otra cosa, mientras una tierna sonrisa le dibujaba un hoyuelo en la carita. Segundos después, un frío intenso me resquebrajó sin piedad alguna, comenzando en mis pantorrillas y acabando en mis parietales, víctimas de un dolor incontrolable y despiadado. Quizás aquello se debía al terror que me generaba pensar en el momento de nuestra separación, porque, claro, hasta ahora yo no había considero esa realidad y solo al hacerlo caí en la cuenta de que esta placidez y bienestar que me inspiraba su figura era algo temporal, caduco, inevitablemente forzado a acabarse. Vislumbrado el ineludible desenlace, la cobardía que siempre me definió empezó a aflorar. Comprendí que no me animaba a desprenderme de su presencia ni de su aura espléndida. Me rehusaba a no admirarla jamás, o peor aún, a que alguien que no fuese yo tuviera la chance de contemplarla dado el vínculo que mantenían, como decir amantes, esposos o amigos más pasionales que los amigos comunes. Por ende, si algún genio hubiera aparecido ante mí, con toda la desfachatez típica de los genios, para ofrecerme desear por única vez algo que yo quisiese sin ningún tipo de restricción, sé que no hubiese deseado un mar de guita, miles de hectáreas en Entre Ríos o La Pampa ni el poder necesario para controlar la órbita de los planetas. De rodillas le hubiese rogado que entrelazara de alguna manera a esa chica con este manojo de pajas mentales y amor que era yo, que intercediera con todo el autoritarismo posible en su corazón e implantara en él la necesidad de vivirme entre sus pechos, de interpretarme con el alma, de serme con los días, todos los días de su vida. Sin embargo, debí resignarme a la idea de que el genio no aparecería, de que el adiós tomaba forma real en cada metro recorrido y de que, una vez descendida mi amada, la mediocridad que me caracterizaba retornaría a mi vida, esta vez potenciada por la intensidad de la experiencia. No sé si de tanto lamentarme o qué, pero, a esta altura del trayecto faltaban dos paradas para terminar el trayecto, y yo ni la cuenta había llevado de ellas; me parecía una burla. Al percatarme de eso, de esa jugarreta desafortunada, de la gran náusea que me significaba la situación, sentí como si una guillotina dividiera limpiamente mi cuerpo en dos, sin dejarme chance de nada, ni siquiera de gritar o apretar los dientes. Realmente fatídico, como la gangrena y los mocos aguados. Ya no cabía la mínima cavilación en este embrollo. Sobrepasado ese sacudón, empecé a razonar de ciertas formas y contemplar algunas posibilidades que me animaban


y desanimaban con llamativa facilidad. Posibilidades que pronto podían definir mi suerte y esa clase de cosas en las que solo creo cuando mi existencia se comprime o estruja gravemente por algo y los conceptos se me nublan, al igual que los sentidos y la inteligencia. Para dejarlo totalmente claro, mecanismos para lograr que esta especie de forastera permaneciera a mi lado y no huyera de este episodio confuso que significaba mi realidad. En fin, bien cabía la posibilidad de que ella descendiera en la anteúltima parada, despojándome para siempre de su presencia, o podría descender junto a mí en el final del viaje. Contemplando la última opción, comencé a idear una estrategia. Debería yo hablarle, claro que debería. Lamentablemente, uno suele saber lo que quiere, pero parece no saber lo que hace para alcanzar aquello que pretende. Esta contradicción no es más que una fatalidad que da a luz un contraste entre el pensamiento y la acción y lo hace sentir a uno el ser más idiota e indigno en la faz de la Tierra. Entonces era posible que yo me hubiese decidido a entablar charla con esta Afrodita de la modernidad, proponiendo el diálogo más impecable en la historia de los diálogos, honrando con el a los inventores de las lenguas y las palabras, de forma tal que toda ella se sintiera cortejada por mi intachable elocuencia. También podía hacer el ridículo totalmente ante su figura y suicidarme a la hora siguiente, preso de un pudor lapidario y una desesperanza de ensueño. Claro que podía. Todo este divague se acabó cuando el 45 arribó a la anteúltima parada y las puertas se abrieron, asemejándose a cuchillos que se abren paso entre la carne. Entre las personas que se apretujaban en las salidas la vi escurrirse como pez en un cardumen, aunque segundos antes de bajar volteó y me sonrió. Como perlas perfectamente dispuestas por la gracia de alguna deidad dejó ver sus dientes alineados con la rigurosidad de una formación militar, pero tan blancuzcos como la Luna en sus noches de esplendor. Esa expresión colmada de una ternura única (hasta entonces solo conocía a una sola persona capaz de generar en mi un nivel de ternura como el que experimentaba yo ahora, y había sido mi madre) y ese par de ojos encantadores me llevaron a considerar la idea de que aquel era un rostro conocido, familiar y hasta propio de mi entorno. Con una delicadeza que le agradecí enormemente, dejó caer un papel ante mí. Sé que aquella nota me correspondía, su mirada me lo insinuó. Me apuré a ficharla por última vez, antes de levantar el papelito del suelo. Grande de muzza fue mi sorpresa cuando no encontré vestigio de su humanidad, lo que me pareció ilógico porque antes de perderla de vista yo la estaba contemplando, y de repente zas, a otra cosa mariposa Una impresión de auténtica angustia me recorrió enteramente, mientras mi mente intentaba socavar todas las teorías que se me acumulaban en el matute y jugaban conmigo con la insensibilidad de quien tira un chiste en medio de un funeral. Y si se encuentran confundidos a esta altura, sea por lo que fuere, afirmen bien la silla sobre el suelo porque con esto se van a caer de traste, se los garantizo. El papelito que la chica me ofrendó, con sus respectivas palabras escritas en letra cursiva de fino grosor en donde los puntos de las ies eran siempre desalineados, puntitos con aspecto de linyera, decía así: "La eternidad no es un concepto donde yo me encuentro: es una realidad, como esa carita tuya de desconcierto. " Entonces comprendí que las pasiones desmedidas nunca son el mejor ejemplo para la cordura.


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La ruta es esa parte del mundo donde la magia se hace carne y las historias fluyen como el agua en una cascada. Necesario es para todo buen viajero pisarla, caminarla y sentirla. Apropiarse de todo lo que tiene para regalar. Aprender a romper prejuicios que tenemos sobre cosas que no conocemos, porque la ruta es esa caja de Pandora donde todo es posible y las historias son una fuente inagotable para la vida (y para un escritor, ni que hablar). He aquí, a modo de ejemplo, la historia de un día normal de autostop. Lo invito a sentarse, tomarse cinco minutos de su vida y leer esta simple crónica: no se arrepentirá (y si lo hace, el daño ya estará hecho). La soledad me golpeaba. Hacía dos días que estaba en la Laguna de los Siete Colores de Bacalar, Quintana Roo, México. Había llegado luego de haber estado unos meses en la Rivera Maya, disfrutando de la playa, el Caribe, la arena, el calor y en compañía de mucha gente: amigos que uno va haciendo en el camino, compañeros de viaje casuales de la ruta, compartiendo casas y comidas con personas que me tomaban de huésped sin conocerme. Cosas necesarias que se convierten en habituales cuando se vive de viaje. Pero allí en Bacalar todo cambió: ya no habían amigos, ni Caribe, ni compañeros de ruta, ni nadie que me alojara. Solo estaba en aquella posada destinada a escritores, tan vacía y sin vida. La laguna era paradisíaca, es cierto, con sus siete tonos azules y turquesas; tan calma y mágica. Pero yo estaba solo, nada de toda esa magia me era suficiente si no tenía con quien compartirla. Pasé dos noches y decidí irme hacia Palenque, en el estado de Chiapas. Necesitaba interactuar con la vida, matar el silencio de mis conversaciones unilaterales. La ruta, es una gran compañera, una escuela desconocida y una compañía para aquellos que la viajamos en solitario. Iban a ser cuatrocientos setenta y siete kilómetros en un día a puro autostop. Nunca había hecho más que cuatrocientos en un día y las veces que había hecho tramos largos había sido en Rumania, el país más fácil del mundo para hacer dedo (Rumania es de esos países en que más probabilidades se tiene que el auto que te pare sea el primero al que le hacés dedo). El desafío estaba planteado, la adrenalina en “modo encendido” y la soledad, apaciguada. La mañana comienza lenta, mucho sol y con la promesa de que el calor sería un constante acompañante del camino. Un auto para. Tiene aire acondicionado. Le agradezco por eso. Me deja en una intersección de una ruta nacional con un puente. Quedo naufragado en medio de una ruta desierta y con los vehículos pasando a mil kilómetros por hora. Comienzo a sacar mis mejores herramientas para el autostop: sonrisas, bailes, movimientos sincronizados entre mis dos brazos, el cartel y las piernas. Comienzo a saltar, llamar la atención, a hablar con los autos que pasan. Luego de una hora, para una pickup.

Subirse a una pickup siempre es como esa frutilla de la torta que hace a la delicia de la libertad de viajar a dedo, porque se tiene una panorámica del paisaje de trecientos sesenta grados, se siente la velocidad en la cara y el viento que despeina la sonrisa. Me deja por ahí, en un pueblo. La selva va desapareciendo. El llano del Caribe ya está muchos kilómetros a mi espalda y en frente las sierras comienzan a despuntar el relieve. Un auto me frena; lo hace porque no tengo aspecto de mexicano, me aclara el conductor. Me avanza unos kilómetros y me deja en otro pueblo desconocido. Es mediodía y aún quedan más de trecientos kilómetros para hacer. Paro a comer algo, sentarme cinco minutos y disfrutar la sombra que da un árbol al costado de la ruta. El calor aplasta todo. Mis mochilas comienzan a pesar y el mediodía empieza a avanzar lentamente. Comencé a dudar si el día sería suficiente para llegar a mi destino, los vehículos paraban pero las distancias eran cortas. Necesitaba de esos seres salvadores de las rutas, los cuales todo mochilero que viaja en autostop añora: un camionero. “El poder del querer, pudo. La Ley de la atracción; fue eso, mijo”, diría alguna de esas tías que estudian metafísica. No lo sé, pero a los cinco minutos de retomar el dedo me paró un camión: “¿Mochilero?”, me pregunta al abrir la puerta. “Pos claro carnal”, le contesté en un perfecto dialecto mexicano. Tiré mi mochila para adentro, me trepé a las escaleras y me subí. “Nicolás, de Uruguay”; “Max, de Monterrey”, nos presentamos. La música sonaba alta, tapando todos los ruidos existentes en el mundo aledaño. Max cantaba, era percusionista y tocaba el piano. “Me dicen 'cumbio', porque estoy todo el día escuchando cumbia, y cantando y bailando y tocando el bandoneón y sintiendo. Tengo una banda en Monterrey. Amo la cumbia, sabes”, me dijo para seguir presentándose, mientras entonaba “…amo su inocencia/amo sus errores/soy su primer novio/su primer amor…” de la banda Los Ángeles Azules (una de las mejores cosas que tiene Mexico junto al Mezcal y el Chavo del Ocho).

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“¿Conoces el 'Perico' Nicolás? Estás son las que tomo para no dormir. Eso es lo malo de mi trabajo, que tengo que drogarme para trabajar. Ay diosito mío, perdóname que me tenga que drogar para darle de comer a mi familia”

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“Anoche dormí acá cerca, hacía dos noches no dormía. Me vine porque acá tengo una novia ¿y sabes qué? La huevona me dice que deje a mi esposa por ella. Wey, y está bien chingona esa cabrona. Sabes que yo me enamoré de ella y me pide que deje a mi mujer. Aunque yo no la dejo a mi santa esposa que es más buena que el pan la pobre. Sabes, mi esposa me llama en todo momento. Es una compañera, mi mejor compañera”. Así comenzó la charla, sin mucho filtro. “Andale Nicolás, échate unas chelitas carnal”, me invitó luego de terminada la introducción. “Salud”, dije. “…Ella me olvidó/yo me muero por su amor/no tengo compasión/Hey…”, cantaba Max. “Es que a mí me encanta la música”, me repite. “Para mi la vida es esto carnal, es la libertad de cantar sobre la ruta. Aquí me siento libre. Amo este trabajo”, me decía mientras la sonrisa en su cara irradiaba felicidad. “Pero debe ser duro estar tanto tiempo sobre la ruta, sin ver a tu familia, noches sin dormir, estar soportando el calor, el frio, la incomodidad...eh, bueno, algo de parecido tenemos vos y yo”, le dije. “Pos claro carnal, cuando te gusta lo que haces todo lo demás se soporta”, me contestó. Le voy a explicar algo, querido lector: el camionero es una especie de raza que comparte ciertos patrones con sus pares de viajeros: se pasan horas, días o semanas sobre la ruta. Pasan muchas horas manejando. No duermen mucho. Conocen lo que implica una vida en movimiento y el compartir muchas charlas con desconocidos. Saben de qué se trata el mundo del viajero, muchas veces te comprenden mucho mejor que tu familia o tus amigos. La mayoría de ellos tiene familia. Muchos tienen varias, en distintos lugares. Siempre tienen historias que contar. Siempre tienen respuestas para todo. No reparan en compartir con otros lo que tienen, porque tienen incorporada la solidaridad en su cotidiano. Ese camionero es la mejor compañía cuando se está viajando a dedo por la ruta. Ese te va a llevar muchos kilómetros hacia adelante. Podrás llegar a viajar uno o dos días enteros con él. No importa. Acto seguido me mostró unas pastillas. “¿Conoces el 'Perico' Nicolás? Estas son las que tomo para no dormir. Eso es lo malo de mi trabajo, que tengo que drogarme para trabajar. Ay diosito mío, perdóname que me tenga que drogar para darle de comer a mi familia”, exclamó al final y se mandó una de las pastillas con Coca Cola. “¡Oye! ¿Y tu por qué no vas a Norteamerica?”, me preguntó. “¿No te dejan entrar o qué?”, finalizó. Le expliqué que no tenía planeado en este viaje hacerlo y me contó que él era deportado. “¡Ah! Que lástima eso”, le dije. “Pues para mí no, porque yo hacía diez años que estaba preso. La condena era mayor pero me sacaron y me deportaron. Era más barato para ellos. Y fíjate, Nicolás, yo ahora hace tres años que salí y trabajo en libertad. Tengo treinta y un años y caí preso a los dieciocho por recibir marihuana allá ¡Oye! ¿Tu fumas mota?”, me terminó preguntando. Fue mucho para asimilar en dos segundos, le respondí que fumaba y le hice el cuento de cómo Uruguay iba camino a la legalización luego que aprobara la ley que regulaba su cadena productiva. En todo eso comenzaba a entender por qué Max irradiaba tanta felicidad trabajando tantas horas seguidas,


sin dormir ni descansar: de los dieciocho a los veintiocho encerrado, etapa en que comenzás a salir a la vida, aprender sobre el mundo, donde muchos sueños se van cumpliendo y otros quedando por el camino; tiempos de tus primeras novias, tus primeros sueldos, cuando te mudás solo y conoces a esa mujer que crees que será tu compañera por el resto de tu vida. Esos años cuando estás comenzando a encajar en un mundo que ya tiene sus reglas y te encontrás resolviendo cosas importantes, cuando esa compañera con la que te pensaste para siempre te dejó y quedaste solo, cuando querés mandar todo a la mierda, cuando te enamorás otra vez, volvés a quedar todo roto y así sucesivamente. Tantas cosas en diez años. Yo a los dieciocho casi ni barba tenía y me daba miedo ir solo a la capital de mi país. Diez años después, a los veintiocho, estaba preparando las valijas para abandonar la vida esa que ya me había aburrido. Pues bien, mientras sonaba “…Yo quiero bailar/la huaracha/con una linda muchacha que sepa bailar huaracha…”, Max me dijo que íbamos a conseguir mota, porque la que tenía la había regalado a su novia del pueblo de atrás. Llegamos a una caseta de cobro (un peaje, para que me entienda usted lector que no es mexicano) (¡Ah! Mota es marihuana. Carnal significa hermano. Alguien chingón puede interpretarse como muy bueno, buena onda, piola, macanudo. Una mujer chingona es una mujer muy bella, por decirlo de una manera políticamente correcta). “Zetas, zetas, zetas, zetas, zetas. Todo zetas por aquí carnal.”, me murmuraba Max (otra cosa por si no sabe: los Zetas son una organización de narcotráfico). Hizo una seña al exterior y un flaquito se colgó del camión. “Piedra, café, talco, coco. Tengo”, le dice a Max. “Mota dame ¿traes sábanas?” “Sí, traigo. ¿Café quieres entonces? ¿Una onza quieres? Espérame tantito”, dijo el flaquito. Por lo bajo, Max siguió murmurando “Zetas, zetas, zetas, zetas”. Luego de cinco minutos se llevó a cabo la transacción. Prendió el camión y salimos. “Pues ya, ármate un churro hombre”, y me tiró todos los implementos encima para que trabaje (¡Ah! Sábanas son hojillas de fumar). Mientras el camión avanzaba lento, yo iba armando el porro. Cuando terminé de armar, me dice

“Pues préndele hombre”. “Pero estamos aún en la caseta y está lleno de controles acá”, contesté. “Oye, aquí no pasa nada. Aquí no manda la policía, aquí es de los Zetas. Si te prendes un porro y la policía te para, al otro día ese policía amanece muerto. La policía no se mete con el negocio. Aquí es legal.”, argumentó. Un excelente argumento, “extremadamente lógico”, piensé. Dos segundo después, la cabina se llenó de humo dulzón. Las horas pasaban, el calor comenzaba a invadir el poquito aire fresco de las ventanas. La música sonaba intensa. “¡Ah! Esa la conozco. Simón, el gran varón”, le dije. Comenzamos a cantarla juntos a todo volumen. “…En la sala de un hospital/a las nueve y cuarenta y tres/nació Simón/es el verano del cincuenta y seis/el orgullo de Don Simón por ser varón…”. Mientras la cantaba con ese camionero cantante pensaba en aquella casa donde me crié y las mañanas de “Sonido Tropical” en Galaxia FM y los parlantes de la radio a todo volumen, la cumbia, las trompetas, los coros y el “alereleleley arelelere” del cantante de turno. Recordé el fastidio que me daba a las ocho de la mañana esa música. Pero en ese momento, arriba del camión, era felicidad. Era hacer links con mi vida que estimulaban mi sonrisa. Era eso, o el porro que me había fumado. Luego de parar a comer bistec a la mexicana y tras dos horas más de charlas que incluyó la carne asada del norte de México versus la carne asada del resto del país, la vida en Estados Unidos, la vida del viajero, Luis Miguel, Chicharito Hernandez, Suárez e Inglaterra, el Mundial, la educación de los hijos, lo que significaba cada uno de los eufemismos de las drogas: qué era talco, piedra, café, etc. De hablar de Breaking Bad y que me dijera: “Si, yo cociné meta. Era muy buena”. Luego de atravesar sierras de bosques y entrar a zona selvática nuevamente, me dejó en la entrada a Palenque. Mi destino. Nos saludamos, nos dimos un abrazo y nos agradecimos el habernos conocido. Yo quedé en la intersección esperando que alguien me levantase para llegar al centro de la ciudad y Max en su cabina, con su mundo de cumbias, disfrutando de esa libertad que había recuperado hacía tres años, consciente de ella y de que la vida siempre te da segundas oportunidades.

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VIERNES SANTOS EN HUMAHUACA

DANZAR Y CANTAR A LA MEMORIA DE JESÚS POR DIEGO OBISPO


“Nosotros cantamos y danzamos, celebramos cuando alguien que amamos muere, porque sabemos que al mismo tiempo que muere de este lado, nace del otro”. Kuarayju, anciano paje Guaraní. Estudiar la cosmovisión andina y romper el muro de silencio a la que ha sido sometida desde la colonización es una tarea que se presenta como impostergable, si es que pretendemos ir en búsqueda de la parte más importante de nuestra identidad. Con esta certeza me he acercado tantas veces como pude a los territorios andinos. Cada viaje me ha nutrido de interrogantes que he intentado responder durante la travesía pero, sobre todo, en los meses posteriores. Refiriéndonos en términos periodísticos, toda la información que plasme en estas líneas no ha sido contrastada entre mis libros ni en debates con amigos. Ni siquiera enfrenta la deformación que sufre con el tiempo, o con el pasaje por diferentes capas de razonamientos y conclusiones. Este relato, rodeado de conclusiones apuradas y preguntas incongruentes, puede ser tan subjetivo como vacío, pero es el más puro que pueda escribir sobre estos aconteceres. Una vez más trato de entender algo cuya existencia abre la puerta a una compleja y diversa realidad. La cosmovisión andina es muy diferente a la eurocentrista que todos conocemos y practicamos. Aquí es común encontrarnos con alegría cuando debería haber dolor, con colores vivos cuando debería haber grises, con música frente a nuestro silencio, con bailes enfrentando nuestra solemnidad. Desde nuestra postura resulta difícil entender cómo es posible que el día que se conmemora la crucifixión de Jesús, Humahuaca se haya convertido en una fiesta popular, con decenas de comparsas desfilando desordenadamente entre cientos de fieles festejándolas. Los afiches anunciaban: “Viernes Santo, peregrinación y fiesta popular”; en otro de mis viajes, un anciano me había comentado que en el norte toda reunión del pueblo estaba condenada a terminar en baile. Gran parte de los pobladores del norte jujeño saben tocar algún instrumento, principalmente quenas, bombos y flautas. La música es parte de sus vidas: es la manera en que se comunican con el entorno. A

través de ella veneran, agradecen y protestan pero por sobre todo, celebran. Ese viernes Humahuaca se transformó en un carnaval: desde temprano, en todos los rincones del pueblo, se escuchaba el sonar de bombos y flautas. “Es el himno a la virgencita y cada comparsa tiene el suyo”, me dijo una joven huamaqueña. A las 10 de la noche y luego de un largo peregrinar, todas las comparsas estaban en la plaza frente a la iglesia. Allí el cura párroco y las monjas vivaban y aplaudían las alabanzas que llegaban de los más alegres y diversos modos. “Todos sabemos que detrás de esa alegría está el reconocimiento al sufrimiento de Jesús en la cruz”, me dijo una de las monjas en el patio de la iglesia. Otra vez vienen a mi memoria los festejos por el día de los muertos, los funerales y los cementerios de estas regiones. Esa extraña relación con el mundo de los muertos y la necesidad de celebrar el hecho de estar juntos en comunidad me muestra la diversa riqueza que habita en estas tierras. Sus pobladores supieron callar sus costumbres y por sobre todo su cosmovisión, por más de medio siglo. Pero para no olvidarlas la mezclaron con las que traían los españoles y formaron este hermoso sincretismo.

En Huamahuaca el cementerio es un jardín hermosamente florido, frente al gris y al marrón del adobe y la tierra reinante.


/La-Mirilla

@_lamirilla

La Mirilla


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