La Mirilla - Número 7

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LA SUPERFICIE DE LAS IDEAS LA CIUDAD INUNDADA: EPECUÉN Un árbol para mi vereda

SEMBRAR ES HACER FUTURO Modern Love: Lo retro vive y lucha

PERDERSE EN EL ESPACIO FOTOREPORTAJE Todos a los botes

LA OLA DIGITAL DE ANTANAS MOCKUS


Staff

Sumario ]6[ La Ola Digital de Antanas Mockus ]8[ La superficie de las ideas Perderse en el espacio

]12[ Sembrar es hacer futuro

Si con un libro se puede educar, conmover y revolucionar, “Cien años de soledad” es un mojón imborrable en el espíritu de quien decida recorrer sus hojas. Macondo puede aparecer en los detalles más cotidianos de cualquiera, sin siquiera ser percibido.

Por Belén Fourment Playnes

Directora y editora responsable Jessica Conde Editora responsable - Argentina Carolina Noya Consejo de redacción Diego Obispo, Carolina Noya, Jorge Luis Galeano, Analía Fernández, Catalina López Fernández, Sergio Osvaldo Paglietta, Manuela Moyano, Sebastián Walch, Mariana Gioiosa, Analía Dobrov, Romina Cirillo, Juliana Fitzgerald, Cecilia DP, Belén Fourment Playnes, Maxi Fleitas, Rodrigo Spa, Estefanía Demonaco, Ana Ramírez Diseño Jessica Conde Contacto redaccion.lamirilla@gmail.com

]16[ Perderse en el espacio

]19[ Click! ]22[ Fotoreportaje: Todos a los botes ]26[ Modern Love ]29[ Festejar con los Muertos

]32[ La ciudad inundada

]48[ Relatos


A nuestros lectores: La Mirilla es un medio digital independiente que busca retratar la realidad de diferentes países de América Latina desde sus expresiones culturales, sus emprendimientos, sus problemáticas, su memoria, sus procesos; desde la mirada de cada periodista que colabora en el proyecto y con la libertad que implica que cada uno de nosotros pueda mostrar aquello que cree importante para su país, sin la presión de la agenda mediática o los grupos de poder. Fue fundada en 2014 con el trabajo arduo de un grupo de periodistas de Uruguay, Argentina y Colombia, lo que implica una gran labor de coordinación para que el engranaje de la revista funcione. No recibimos financiación de ningún tipo y todos los gastos de funcionamiento parten de nosotros mismos, ya que la publicación que realizamos todos los meses es gratuita y de libre acceso (y así seguirá siendo). Nuestro empeño nos ha permitido publicar hasta el momento, incluyendo la presente edición, 7 números que nos llenan de orgullo. Es por eso que decidimos comenzar nuestra propia campaña de donaciones, con el fin de poder obtener fondos que permitan desarrollar los proyectos que tenemos en mente; proyectos que intentan demostrar que sí se puede informar de forma independiente y que una nueva manera de hacer periodismo ha surgido a lo largo y ancho del continente. En las próximas semanas estaremos lanzando nuestra campaña y habilitaremos las vías por las cuales nuestros lectores, si así lo desean, pueden colaborar con nuestra revista. Lo recaudado ayudará al proyecto a ir cumpliendo etapas e iremos publicando una rendición de cuentas para asegurar la transparencia, algo fundamental para nosotros. Creemos en lo que hacemos, en lo que queremos construir, cómo lo queremos construir y a dónde queremos llegar. Y nos encantaría que pudiesen ayudar a este pequeño pero gran equipo de periodistas, a cumplir con la difícil e importantísima tarea de informar y contribuir a la democracia. Nos leemos. Jessica


RECOMENDADOS II Bienal Internacional de Muralismo y Arte Público Cali, Colombia

Fecha: del 12 al 20 de noviembre. Setenta artistas seleccionados invadirán la capital de Valle del Cauca con varias propuestas creativas, distribuidas en 16 puntos de la ciudad: puentes peatonales y vehiculares, escenarios deportivos, estaciones del sistema de transporte, entre otros. La Bienal pretende llevar a toda la población el arte y convertir la ciudad en el lienzo que permita la creación artística.

Temporada de Cine Consciente Montevideo, Uruguay

Un espacio donde el cine sirve como punto de partida para compartir y reflexionar sobre lo que sucede a nuestro alrededor. Un puntapié para convertirnos en agentes de cambio. Al final de la proyección se abrirá un espacio para compartir reflexiones, opiniones y sentires acerca de la temática tratada. La actividad se desarrollará todos los domingos de noviembre. Consultas y reservas: permacultura.urbana.montevideo@gmail.com 092141363

Celebración del Cinéma du réel Bs. As., Argentina La muestra estará integrada por catorce films, la mayoría inéditos en Argentina, conformando una selección de los mejores documentales contemporáneos que pasaron en los últimos años por el gran festival de documentales organizado por el Centre Pompidou de París, uno de los más prestigiosos en su campo. El ciclo se llevará a cabo todos los jueves hasta el 11 de diciembre, con entrada gratuita, en el Centro Cultural San Martín.

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La ola digital

de Antanas Mockus

"Cada naci贸n tiene el gobierno que se merece". Joseph de Maistre Foto: Juan Carlos Quintero 6


C

orría el año 2010 en Colombia, un país que lleva casi 60 años de guerra interna, Y Álvaro Uribe Vélez, el más controvertido presidente desde Ernesto Samper Pizano -en la historia reciente- completaba dos periodos en el mando. Una estrategia de guerra directa contra las guerrillas lo llevaron a la victoria en 2002, con un país decepcionado por el fallido proceso de paz de Andrés Pastrana que pedía a gritos el fin del conflicto a cualquier precio. Uribe Vélez buscaba reactivar la ‘confianza inversionista’ en el país; su gobierno firmó numerosos acuerdos comerciales que teóricamente no son benéficos para muchos sectores, principalmente campesinos y pequeños empresarios, pero que pusieron a Colombia en el mapa económico de América Latina. Al finalizar el primer período, muchos líderes de opinión empezaban a notar que la corrupción, los ‘falsos positivos’ y el clientelismo, tomaban la Casa de Nariño. Los hijos del presidente, Tomás y Jerónimo, actuaban como empresarios con privilegios. Los medios de comunicación que intentaban criticar las decisiones del Estado eran señalados de terroristas por el mismísimo presidente. Los Uribistas, más conocidos jocosamente como ‘Furibistas’ (ver Paloma Valencia), atacaban verbalmente a quien se atreviera a cuestionar sus decisiones. El departamento de inteligencia de Colombia interceptaba las comunicaciones de los líderes de la oposición. El país estaba polarizado. Finalmente explotó el escandalo de la Yidispolitica: Yidis Medina, una mujer que llegó a congresista, confesó que había vendido su voto, un voto determinante en la historia de Colombia, pues aprobó la reelección presidencial y por ahí derecho la de Álvaro Uribe Vélez. A esto se le sumaría el episodio de las falsas desmovilizaciones del bloque ‘cacique La Gaitana’ por parte de Luis Carlos Restrepo. El entonces Comisionado de Paz, quien tras conocerse el fraude que incluía actores y toda una puesta en escena, se fugó, como lo hicieron María del Pilar Hurtado y Andrés Felipe Arias, todos fieles de Uribe. Algunos sectores de la opinión pública empezaban a entender la tenebrosa figura bélica que representaba Uribe: un pasado difuso relacionado con paramilitares, mafia y asesinatos, así como las constantes muestras de corrupción en su gobierno. Una parte del país quería algo diferente, quería a Antanas Mockus. El exalcalde de Bogotá es un filósofo, profesor y pedagogo

que dirigió la capital colombiana durante dos años y demostró que con educación y cultura ciudadana, el comportamiento de nuestra sociedad podía cambiar, y podía cambiar mucho. Su lenguaje intelectual era la primera y gran brecha entre sus ideas y los ciudadanos menos educados, por lo que su audiencia se concentró en un público universitario, joven, con niveles de educación que permitían entender sus ideas. Finalizaba el segundo periodo de Álvaro Uribe Vélez y uno de sus ministros era el candidato presidencial: Juan Manuel Santos (actual presidente reelecto) se enfrentaría a Antanas Mockus en las urnas y las encuestas daban como ganador al profesor que hablaba extraño. Cientos de personas se pusieron la camiseta verde. Literalmente, se apropiaron de la campaña y participaron activamente, principalmente en las redes sociales. Flash mobs, marchas pacíficas, cantos lúdicos y publicaciones activas en Facebook, Twitter, Youtube y cualquier plataforma digital hacían parte de las herramientas de la campaña. Poco a poco se fueron sumando más y más personas; las personas podían hacerse voluntarias y proponer actividades, eran lideres activos del cambio. Una campaña sucia se inició contra Antanas Mockus: que eliminaría subsidios y programas del gobierno; que extraditaría a Álvaro Uribe Vélez; que era ateo -esto en Colombia pesa pues es un país mayoritariamente católico (ver procurador Ordoñez)- y la más dura difamación fue hacer público que tenía Parkinson. A pesar de la campaña negra en la que tal vez estuvo involucrado J.J Rendón, Mockus había pasado de tener un 5% de favoritismo a estar por encima de Juan Manuel Santos en las encuestas. El día de las elecciones llegó, cientos de personas sentadas frente al televisor esperaban los resultados de las votaciones : Santos 69% Mockus 27,5% ¿Qué pasó? Las personas que con tanto empeño promovieron las ideas de la Ola Verde, el partido de Antanas Mockus, que con tanto esfuerzo dialogaron con otras personas de sus familias, de sus círculos sociales, de sus oficinas y sus universidades para convencerlas de que Mockus era la mejor salida posible para el país, quizás olvidaron que para poder ganar unas elecciones hay que salir a votar, que no basta con publicarlo en Facebook. 7


LA

SUPERFICIE DE LAS

IDEAS

Suena una alerta en mi celular: tengo tres emails nuevos 足todas publicidades足; dos notificaciones de Facebook; una nueva lista de promociones de Mercado Libre; varias actualizaciones por descargar; un SMS; dos llamadas perdidas. Pr叩cticamente no hay personas intentando contactarse conmigo: todos son robots enviando se単ales de vida. Es tiempo que se esfuma como arena entre los dedos, es el requisito de un nuevo paradigma que parece norma.

Por Maxi Fleitas 8


Superficiales Si creyera en la ley de atracción y me dejara llevar con ingenuidad por esas normas metafísicas, seguro estaría explicando en estas líneas cómo una serie de casualidades me hacen topar con el tema una y otra vez. Algo así como una luz de alerta, una confusión general: algo está cambiando en mí y poco tiene que ver con mi pubertad (tengo 30 años). Ni los menos apocalípticos pueden negarlo (les recomiendo leer “Superficiales” de Nicholas Carr), nuestra mente está cambiando, se adapta a nuevos estímulos todo el tiempo. Recuerdo cómo mi generación vivió en pocos años la transición del mundo analógico al digital, de la mente lineal a la mente que navega por la información a través de vínculos. Este tipo de mente desarrolla su inteligencia en la superficialidad de los conceptos. Demanda constantemente interacción, sin perder tiempo. No hay tiempo para leer libros enteros. Se lanza una búsqueda en Google y la información más precisa y variada se subleva a nuestro interés en segundos. La mente lineal, aquella que atravesaba varias páginas para llegar a la médula de la idea, prefiere descansar en el salto desordenado pero creativo del hipervínculo (viejo sueño de uno de los padres del plan Marshall: Vannevar Bush). Si tienen la posibilidad de consultar o hacer un poco de introspección, seguramente acepten los inconvenientes de las nuevas tecnologías por sus claros beneficios al desarrollo de nuestro propio intelecto e interconexión con el mundo que nos rodea. Pero está claro que tanto detractores como adeptos coinciden en que el medio domina nuestra cotidianidad y nos transforma, obviamente a todos en distintos niveles. Esta transformación parece regular nuestras expectativas, nuestros deseos, la forma en la que comenzamos a concebir el mundo, esa generalidad tan abstracta al principio pero que con el paso de los clicks se vuelve cercano y amigable. Esa transformación irreversible se convierte en la esencia de una sociedad, un sentimiento colectivo que construye un proyecto de convivencia, donde paradigmas antiguos mueren o se adaptan a convivir con los nuevos. Dentro de este marco me pareció acertado entender nuestra última campaña política, parecida a todas pero,

con matices contemporáneos. Una campaña pensada por poca gente que hace política, ese concepto tan desgastado y mal asociado al abuso; ese concepto que muchos prefieren negar o simplemente encargar a terceros sin escrúpulos. Una campaña construida desde el marketing superficial y cuya esencia intentaremos develar. El marketing de las ideologías (imágenes de 5 a 9) Solo cuatro candidatos masivos, varios slogans, algunas pocas ideas y, sobre todo, canciones dignas de convertirse en el hit del verano. Algunos acusan a otros de ser más evidentes en su campaña de marketing, pero todos gastan fortunas en entender al votante, en acosarlo de la forma más sutil. La danza del poder se baila con buena música cada cuatro años. Cuando el Uruguay defina su próximo presidente, la diversidad de la elección se convertirá en un misterio intrincado. Sin dudas un nuevo problema que las encuestadoras y sus tan cuestionados mecanismos de extracción de datos, intentarán explicar. Pero algo que se olvidará con rapidez es la ingravidez con la que esta campaña pasará como tantas otras, fiel reflejo del sentir popular, de la tendencia de pensamiento preponderante. Lo desafío a memorizar por lo menos veinte candidatos a senadores de una lista de cada partido; el resultado será interesante: confundirá senadores de lista o sector político, no logrará completar ni la mitad en muchas oportunidades, y en los partidos que no haya votado, apenas llegará a nombrar los primero cinco, luego de leer varias veces la lista. Sin embargo, recordará el ritmo de cada jingle partidario. Hice el mismo ejercicio con varios amigos y el resultado siempre fue el mismo, aunque en los mejores casos militaran en algún sector político. Muchos pensarán que es innecesario conocer a cada uno de las personas encargadas de decidir el marco en que la vida de un pueblo se desarrollará. Solo resta googlear la información y a través de una serie de hipervínculos, se puede entender el problema y opinar con soltura en unos pocos minutos. Inclusive, en campañas anteriores uno corría con más desventaja: apenas conocía a los candidatos y no tenía la posibilidad de indagar de forma independiente sus habilidades. Quizás no es necesario hacer una lectura lineal de

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del problema, no se logra un marco de profundidad deseada, solo son perfiles poniéndose de un lado u otro. Pero algo queda muy claro: el espacio existe y debe ser usado. Las redes sociales comienzan a definir los contenidos y los medios tradicionales se reinventan buscando generar tópicos que se reproduzcan hasta el hartazgo. La muerte anunciada de la militancia directa parece inevitable. Es mucho más sencillo y barato medir el nivel de impacto de cada representante, profundizar en sus funciones o un comentario o espacio, todo es cuantificable a simple decisiones. Me mantengo en la superficie donde me vista y basta saber cuántos “me gusta” tiene la fanpage siento cómodo y todo es mucho más ágil. en Facebook de un candidato para preocuparse o seguir Nicholas Carr en el prólogo de su libro toma aquella vieja por la misma línea. La habilidad de los usuarios se pone frase de Mcluhan: el medio es el mensaje. Básicamente al servicio de la libertad de expresión; todos podemos quería decirnos que el mensaje pierde valor mientras el aportar una mirada distinta a una misma problemática. medio se fortalece, nuestra percepción y pensamiento Pero la inmadurez de los planteos puede generar un se moldea a gusto de la herramienta encargada de efecto distinto al deseado y estamos tan expuestos que transmitir la idea. Se alteran los patrones de percepción nuestra condición errática termina por condenar una idea y las nuevas tecnologías discuten su influencia lejos que aún necesitaba cuajar. del mundo de los conceptos u opiniones. Estamos tan Recuerdo un caso puntual de esta última campaña abrumados por las alertas, la programación, que no electoral: por alguna razón varios votantes del Frente notamos cómo nuestro pensamiento cambia, se adapta Amplio se enfrascaron en dejar en ridículo al candidato a la velocidad y características del medio. del Partido Nacional. Circulaba un video de unos cuatro Podemos tomarnos a la ligera nuestras decisiones minutos en el cual se montaban de forma muy evidente porque nuestra estructura cerebral se transformó y tres entrevistas. La idea central de esta edición era es muy difícil que vuelva atrás. Podemos sentirnos contrarrestar respuestas que demostraban el nivel de abrumados ante pesados bloques de texto, preferimos el mensaje corto y directo, la epifanía sanadora. Hace algunos días escuché a una persona refutar que pocos se toman las elecciones con la misma seriedad que se afronta un problema de pareja. Argumentaba que en nuestra intimidad uno le da vueltas a un mismo asunto durante meses o años y, en el mejor de los casos, busca y ensaya distintas soluciones. Los problemas persisten pero la profundización, introspección y posibilidad de cambiar el ángulo de visión terminan por hacernos tomar uno de los caminos posibles. Dos fueron los problemas centrales para la mayoría de los votantes en esta elección: seguridad y educación. Los reduccionistas quiebran la línea de fuego y utilizan las redes sociales para ofrecer soluciones pragmáticas y extremistas. Unos apoyan con el pulgar hacia arriba, otros prefieren tomar distancia y aprovechar los recursos disponibles para demostrar una postura contraria. En ambos casos el problema no se analiza, se presume inclusive que la solución en sí no es más que la raíz 10


falsedad del candidato blanco. Lo cierto es que el montaje era tan ansioso que no permitía entender en su contexto cada una de las preguntas y respuestas formuladas en la nota. Lejos de encasillar mi observación en una discusión de preferencias políticas, con este ejemplo podríamos confirmar lo que decíamos anteriormente: basamos nuestras decisiones en la superficie de pequeñas ideas o afirmaciones que se repiten hasta el hartazgo. Vivimos en un país en el cual los principales medios de comunicación respetan tradicionalmente la filiación política de sus dueños o fundadores. Tanto la izquierda como la derecha tiñen sus propios canales de difusión, se dice poco porque se entiende poco, se deshacen proyectos por el impulso individual y egoísta de un parecer subjetivo y momentáneo. No es casualidad que abran sus espacios de comentarios al final de cada nota, que no moderen en cierta medida las expresiones de los usuarios; permiten que se escriba con tinta discusiones burdas y aceleradas con el fin de mantener el monopolio de la noticia. ¿Cómo se explica que parte de la clase obrera aborrezca su propia representación sindical como defensora de sus derechos y justifique defender a su explotador directo? ¿Cómo se podría concebir que una sociedad democrática piense que lo mejor sería volver a los antiguos mecanismos bárbaros de educación y enseñanza, ya que en el pasado no se tenía conciencia de las aberraciones presentes? ¿Se puede moderar una discusión a través de un espacio que limita la estructura del mensaje solamente? ¿Cuál es el requisito para opinar? ¿Completar un espacio en blanco? ¿Incentivar bajo el anonimato de la infoxicación la reacción de otras personas impulsivas? No es casualidad que el único candidato que centró su campaña en el pasado haya sido el menos votado de los cuatro primeros. El pasado abruma al votante. La gran mayoría prefirió justificar de forma negativa o positiva el presente, prometiendo un futuro con matices esperanzadores. No hay tiempo para el análisis, para la memoria, cientos de robots intentan comunicarse con nosotros, demandan respuestas o prometen aislarnos del resto por carecer de una actualización. Al fin y al cabo es parte de nuestra especie huir del aislamiento y del olvido. Basado en “Superficiales: ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes?” / Nicholas Carr. 11


Un árbol para mi vereda

Sembrar es hacer futuro Desde el 2012 funciona en Buenos Aires la organización “Un árbol para mi vereda”, con el fin de incentivar a la comunidad a producir y crear espacios verdes en la ciudad. Concientizando sobre la importancia del entorno donde vivimos y ayudando a los vecinos a plantar árboles, este grupo apuesta a la educación sobre nuestras especies nativas para reconstruir la biodiversidad en nuestras calles. Por Carolina Noya Fotos cortesía "Un árbol para mi vereda"


L

a naturaleza es sabia. Frase hecha si las hay, pero que a veces viene bien recordar. Nuestro entorno define dónde estamos, qué comemos, cómo nos movemos y hasta cómo nos sentimos. Con el pasar de los siglos, el ser humano ha ido cambiando el entorno en el que vivía, transformando y creando -en muchos casos- uno completamente nuevo. Debido al crecimiento poblacional, a la industrialización, a las formas de cultivo, entre muchísimos otros factores, el hombre ha ido perdiendo esa conexión original con su entorno natural. El cambio no es cuestión de paisaje, sino de raíz. Con esta motivación como estandarte, un grupo de jóvenes de Buenos Aires se llamaron a la acción. Derrotando el pensamiento general de “yo solo no puedo hacer grandes cambios”, crearon esta iniciativa que consiste en plantar árboles en las veredas de la ciudad, en canteros vacíos, con la premisa de la participación ciudadana como diferencial, en donde todos podemos –desde nuestro lugar– ser agentes de cambio. Empezando por casa, como dicen muchos, y empezando por mejorar el espacio en el que vivimos. El equipo está compuestoEAT. por MarcosENJOY. Macera, AlejandroSHARE. Hillar, Santiago Escarrá y Lisandro Grané, quienes coordinan las áreas y dictan talleres abiertos al público. Cuentan además con un grupo de colaboradores cercanos y voluntarios que los ayudan en las plantaciones, tareas de vivero, planeamiento y comunicación. ¿Cuál es el objetivo de “Un árbol para mi vereda”? Germinar árboles, distribuirlos entre vecinos y asegurarse de que crezcan. La plantación se hace a pedido y con el compromiso del vecino a cuidarlo hasta que el ejemplar sea autosuficiente – generalmente al año de su plantación-. Y, ¿en dónde radica su importancia? En volver a crear corredores verdes que sirvan, no solo para mejorar nuestra vereda, sino para mejorar la calidad de vida de los vecinos y fomentar el regreso de aves y mariposas que son los polinizadores naturales de los árboles. La elección de que sean árboles endémicos se debe a que son especies que están adaptadas al medio de origen e interactúan con el resto de las especies locales o que inclusive no existen en otro lugar.

PASTAPASTA

Un domingo a pleno sol me recibe Lisandro en la Casa de Paz, en el barrio de Belgrano, una casona antigua y con un enorme patio en donde dictan los talleres – están desarrollando también un vivero en San Miguel, provincia de Buenos Aires –. Es aquí donde le dan vida a los árboles que, en un futuro cercano, estarán reclamando su lugar en las veredas. Entrar al patio de esta casona es sentirse completamente alejado de todo lo demás. El ruido queda fuera de cuadro, los pájaros cantan y se respira distinto. Sí, pareciera que se hubiese multiplicado el oxígeno. Retoños por allá, repiques

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por aquí, ese olor a tierra húmeda que dan ganas de meter las manos y un grupo de gente dispuesta a transmitir esa pasión, a través de talleres -los hay de varios tipos, sobre árboles nativos, sobre compost aplicado especialmente para ellos, sobre repiques- que se anuncian a través de su página de facebook y que se organizan tanto para chicos como para adultos. Enseñan cuáles son las especies endémicas del Río de La Plata y sus procesos; desde cuál es la mejor tierra para comenzar un plantín hasta en qué momento pasarla a una maceta más grande. Entre mate va y mate viene, se pierden las inhibiciones y todos ya estamos hundiendo la mano en la tierra y -previo a lijar la semilla para recrear el desgaste natural por el que pasaría en su hábitat y necesario para que el agua penetre- siembro en una macetita mi primera semilla de ceibo. Un momento sagrado, dice Lisandro, porque le estamos transmitiendo nuestra energía. Mientras uno de los chicos que participa del taller le consulta sobre cómo hacer para germinar una palta, porque la última que intentó no le salió muy bien, Lisandro nos cuenta que la motivación para este proyecto fue el nacimiento de su hijo. Cuando nació, comenzó a tomar conciencia del deterioro ambiental y se preguntó a si mismo: “¿qué futuro le quiero dejar?”. Con plena conciencia que los árboles juegan un papel importantísimo en la protección del medio ambiente, siendo ellos los que eliminan el dióxido de carbono del aire que provoca el ya conocido –y temible - calentamiento global que trae como consecuencia el efecto invernadero, se lleva adelante este proyecto. En las zonas urbanas o ciudades, los árboles son fundamentales para moderar los efectos del sol, del viento y las lluvias. Inclusive hay estudios que afirman que mejoran la salud e influyen en los estados de ánimo. Antes de irme, y solo porque había caído el sol, le pregunté a Lisandro cómo se imaginaba el futuro de la agrupación y cuál había sido su evolución: “En 2 años de vida nos fuimos

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amoldando a lo que se fue dando, sin imprimirle una dirección al crecimiento. Empezamos con una página de Facebook, plantando a pedido de nuestros vecinos y creando viveros productores en las huertas comunitarias o centros culturales donde dábamos taller. Luego, llegó la prensa y explotó todo: reuniones con municipios, coordinación de plantaciones con empresas, charlas en foros de emprendedores sustentables y mucha producción (2500 árboles en 2 años). El comienzo fue intenso. Ya nos dimos cuenta de que si no nos organizamos un poco vamos a desaparecer. Y en eso estamos. Resolviendo la personería jurídica, mejorando procesos internos y de comunicación. Creciendo lento pero firme, como los árboles. El futuro... el nuevo hombre será aquel que esté al servicio de su naturaleza. Ya no podrá ser el hombre que se piense fuera de su ecosistema y abuse de él en pos de un “beneficio” individual. Sobrevivirá el que escuche lo que el planeta está diciéndonos. Hay quienes han despertado y nos ayudan a despertar. Hay quienes no quieren despertar. Cuando decimos que crecemos al ritmo de los árboles, significa que ellos nos enseñan cómo cultivarlos. Nos dicen cuánta agua quieren, cuánto sol necesitan. Aprendemos a escuchar sus señales, sus ciclos, siempre en consonancia con las estaciones y las vibraciones. Aprendemos a tener paciencia y a confiar. No sirve de nada ponerse ansioso por ver crecer un árbol. Sirve regar y confiar en que lo hará. Emociona sentirse al servicio de los árboles. A cuya sombra, quizás, nunca lleguemos a sentarnos”. Me quedo pensando en esto mientras vuelvo en el colectivo, apretada y con calor. Y pienso en que sí, sí vale la pena sumar un granito de arena por un mundo mejor.


Semillas

Por orden de aparición: Coronillo, Ombú, Anacahuita, Algarrobo Blanco, Tarumá, Ingá Verá, Sen del campo, Curupí, Espinillo, Azota Caballo, Aliso de Río, Acacia Bonaerensis, Vara Dorada, Mil Hombres, Yerba Lucera y Tala Gateador


Perderse en el espacio

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Si con un libro se puede educar, conmover y revolucionar, “Cien años de soledad” es un mojón imborrable en el espíritu de quien decida recorrer sus hojas. Macondo puede aparecer en los detalles más cotidianos de cualquiera, sin siquiera ser percibido.

Por Belén Fourment Playnes

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Cien años de soledad”, respondía sin dudar cuando alguien me preguntaba por mi libro favorito. En esa extraña costumbre humana de creer que lo que más le gusta a alguien dará suficiente información como para desentrañar su personalidad, la profundidad de las relaciones y el miserable abandono al que nuestra raza está condenada podía contar -o no- mucho de mí. Pero a diez años (calculo) de haberme topado con el universo de Macondo, no recordaba nada de aquello que me había fascinado tanto, más que nombres y olores. Así que opté por volver a sumergirme en un árbol genealógico indescifrable, en el lodo de una guerra que pareció nunca suceder, en el cinismo del amor físico interfamiliar, en la adorable repugnancia de los cuerpos de amantes descarnados y desgastados. Cuando había leído diez líneas ya había recordado en el inconsciente cuánto de Buendía tenemos en nuestros días malos, y cuánto de Macondo hay en cada centímetro de nuestras sociedades. Terminé de descifrar por segunda vez los pergaminos en sánscrito de Melquíades junto a Aureliano Babilonia en Young, una ciudad del interior uruguayo que alberga a más de 15 mil habitantes, pacíficamente ruidosa y orgullosamente limpia, que cada tarde, después del almuerzo, entra en un vapor de siesta impermeable, dejando calles desiertas, puertas herméticamente cerradas y un abrazo de soledad programada que se vuelve sofocante. Terminé de releerlo mientras veía a la parejita de vecinos canosos y encorvados pero rebosantes de energía, y buscaba en ellos características fácilmente perceptibles de la relación forzada que Úrsula Iguarán tejió con el espíritu de José Arcadio atado en el castaño del patio, compartiendo los vecinos el calor que anunciaba una lluvia que en ningún momento les sembró la duda de que pudiera prolongarse por cuatro años. La muerte de Gabriel García Márquez me encontró trabajando un día cualquiera y llorando sin conciencia ni disimulo, pero agradecida de haber estado con personas que sin hablarme podían entenderme y sin tocarme podían abrazarme. Cuando volvía a mi casa me di cuenta que el mundo estaba exactamente igual que esa mañana, que ni en Montevideo ni en Colombia hubo flores ni mariposas amarillas, ni crónicas anunciadas ni cartas sin autores. El tiempo, girando en redondo, parecía no haber afectado nada con su inevitable noticia, así que la tristeza me acompañó hasta mi casa, parsimoniosa e 18

impotente, por no poder entender que la gente siguiera haciendo mandados y lavando platos sin ser vulnerable ante semejante pérdida, muchos desconociendo el mérito de quien ese día y más que nunca fue Gabo, el de sonrisa amable y flor en el ojal a la hora de saludar a los periodistas que en su último cumpleaños le fueron a golpear la puerta de su casa. En Europa “Cien años de soledad” se estudia en español y se aplaude de pie. Yo me pregunto si no debería estar dispuesto por ley que todos los sudamericanos debieran leerlo por lo menos una vez y cuando cada uno quiera. Me pregunto si en Uruguay los programas de estudio liceales no deberían reformularse y dedicarle una buena parte de tiempo al análisis de la obra máxima que ha dado la literatura latinoamericana, de un libro que es mucho más que objeto y de una historia que es más propia de lo que es posible imaginar. Al menos me pregunto si cada uno de los que descubrió el universo paralelo de “Cien años” hace el esfuerzo de pregonarlo. Este libro volvió a mí en la última Feria del Libro de Montevideo, después de haberse ido no sé cómo ni cuándo. Con él vino la sensación de que la lectura en papel sobrevive a pesar del internet, fascina con su olor y textura. La feria estaba llena, en todas las cajas había largas colas y, en épocas donde la educación es el blanco menos fácil de los problemas de una sociedad, reconocer en otros la pasión compartida fue un aliento esperanzador, una gracia. Leo desde antes de tener uso de razón, desde una niñez en la que preferí no aprender a andar en bicicleta para arrinconarme en la oscuridad a pasar página tras página con hambre voraz, insaciable hasta ahora. Hago el ejercicio de regalar libros aunque me disgusten, porque como debería haber creído García Márquez, leer es el único camino a la proliferación ideológica. “En cambio, no hubo poder humano capaz de persuadirlo de que no se llevara los tres cajones cuando regresó a su aldea natal, y se soltó en improperios cartagineses contra los inspectores del ferrocarril que trataban de mandarlos como carga, hasta que consiguió quedarse con ellos en el vagón de pasajeros. ‘El mundo habrá acabado de joderse -dijo entonces- el día en que los hombres viajen en primera clase y la literatura en el vagón de carga’. Eso fue lo último que se le oyó decir”.


Click!

“El componente más importante de una cámara está detrás de ella”. Ansel Adams. 19


Llueve en la Ciudad. Julio 2014.

POL PREVETT

Anal贸gica, Yashika. 40mm. Rollo Kodak 22


NICOLÁS MERNIES

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TODOS A

LOS BOTES FOTOREPORTAJE PROGRAMA RADIAL DE "LA KLASISTA FM", CONDUCIDO POR DARÍO LARMINI

Por Rospa 22


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N R E D MO E V O L ynes a l P t n e m r u o F Por BelĂŠn

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“¿De qué es tu pin?”, me preguntan, y mi cassette me encasilla automáticamente en una generación que vivió las transiciones de la música en sus diferentes formas. Mientras programas de radio sobreviven con los pedidos de las señoras que quieren escuchar “un disco”, el mundo se revoluciona vendiendo a un click un solo tema por menos de un dólar. Por Facebook anda una imagen de un cassette y una lapicera, que pregunta si se conoce la relación entre esos dos objetos: es una trampa al tiempo, un choque con la realidad de aquellos que dicen que sí y automáticamente se dan cuenta de que son parte de una generación que ya quedó atrás, y que debe ahora adaptarse a los tiempos que corren. El cassette debe ser uno de los objetos más entrañables de estos tiempos: era de tamaño compacto, de precio accesible, reutilizable y permitía que se generara con él una relación casi de hermandad. La rutina era sentarse rato frente al radiograbador para apretar el REC en el momento justo en que la radio sonaba esa canción que esperábamos y que solía empañarse con un slogan detestable de la emisora de turno, controlar que el lado A no se terminara y pegara un salto al B, y después disfrutar de la proeza. En cassette y de la obsoleta Concierto grabé mis primeros rocanroles (algo de los Red Hot Chili Peppers y sí, Bon Jovi y U2), registré presentaciones enteras del Pilsen Rock e incluso me guardé “Magnéticos”, de Snake, cuando empezaba a partirme la cabeza. Mejor aún: en cassette conocí a los Beatles. Era un compilado que tenía la imagen del “Yellow Submarine” como tapa y canciones como “Paperback Writer”, “Michelle” o “Eleanor Rigby”, que estaba en una caja con otros de su especie, legado de mis padres. Pero un día, sin que me diera cuenta, el cassette había perdido la carrera con el CD, y la música comenzaba a convertirse en una víctima letal del vertiginoso avance tecnológico. Formas y formatos La aceleración se vivió en los reproductores. La pequeña radio con casetera se transformó en un monstruoso equipo de audio con el agregado de una bandeja para CDs (entraban uno, tres o hasta cinco), que luego mutó por un fino DVD que permitía escuchar extensísimas listas e incluso acompañadas de video.

Al mismo tiempo, el tocadiscos volvía a ponerse de moda como un costoso y cool accesorio que le permitía al más exquisito deleitarse con vinilos puros y duros, de esos que en Montevideo se consiguen en el ropero de la abuela o en las veredas de la feria de Tristán Narvaja. Las computadoras, que iban achicándose con la misma velocidad, también eliminaban al disquete para darle paso a los discos y luego a los diminutos pendrives. En lo portátil fue igual de letal el cambio: el walkman del que hablaba Fito Páez le dio la bienvenida al discman al que nadie le cantó porque tuvo corta vida; llegó un MP3 de pocos megas que luego pasó a ser de gigas y que después fue MP4, MP5 y iPod. Luego, el inesperado final: el mundo resumido en un celular donde entran interminables carpetas. El ejercicio de intentar explicarle qué es un pendrive y cómo funciona a una abuela puede servir para ponerlos en contexto, para ir viendo qué les pasará en un futuro menos lejano del que esperan (a mí también, mal que me pese), cuando el sonido venga en otro envase. Mientras, me conformo con tener CDs apilados en mi casa y al alcance de la mano, radios a pila, que reproducen cassette y que no, MP3 en desuso, auriculares a montones, como para recordarme que pertenezco a una generación de transición.

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Pero a pesar de eso, aunque me esfuerzo por mantener el contacto musical físico, termino cayendo en el consumo digital: en la oficina, en el ómnibus, en la calle, en la radio online que se alimenta con una computadora y un puñado de cables y deja en el olvido los estudios plagados de material y material y material. En la vida. En Uruguay, el programa “Aquí está su disco” se emite religiosamente todos los días desde hace 55 años en Radio Monte Carlo. Las casi siempre señoras y casi siempre mayores llaman por teléfono a la emisora para pedir lo que quieren escuchar; para pedir, como lo dice el nombre del programa, “un disco” que nunca es un disco sino un tema. El ciclo vive y lucha cuando la música del mundo está a un click de distancia hace más de una década, cuando apareció en escena Ares. El software pionero en la descarga de tracks fue el Ares, que a pesar de su contaminación y desprolijidad sucedió al polémico Napster y se sostiene todavía. De ahí en más todo es una sucesión de nombres en inglés: YouTube ofreciendo audio más imagen de manera gratuita y con una actualización constante, Taringa convirtiéndose en una gran central de archivos a los que acceder (violando todo tipo de derechos de autores y perdiendo grandes sumas de dinero por eso), radios online replicándose en todo el mundo y permitiendo que desde Italia se pueda escuchar en vivo un programa de Uruguay, y en España uno de Argentina, y en México uno de Alemania. En un virtual mundo sin fronteras encontraron su lugar los streamings gratuitos como Grooveshark y Spotify: su virtud está en tener un vastísimo universo de artistas y géneros en su haber, 28

con la generosidad de permitir armar listas de reproducción y programar tardes enteras de música para consumo personal o para compartirle al mundo. Los acompaña SoundCloud, una plataforma en la que los artistas pueden elegir difundir su música gratuita y cuidadosamente. Mientras los artistas siguen debatiéndose entre los beneficios y las contras de la descarga, embanderándose algunos en una batalla que está prácticamente perdida y dando otros el brazo a torcer ante una situación a la que deben aprender a sacarle jugo, internet les da una tregua, a través de Amazon o de iTunes. Volviendo a décadas atrás, cuando los Beatles o los Rolling Stones vendían sus singles, quien quiera puede comprar a un click y por menos de un euro una sola canción, lo que hizo que El Cuarteto de Nos fuera líder de ventas en Argentina con la reciente “Habla tu espejo”. La música funciona así: con singles que pueden adquirirse a través de una computadora con tarjetas de crédito, con No Te Va Gustar editando un disco en vinilo, con Molina & Los Cósmicos financiándose un álbum a través del aporte online de la gente, con U2 ofreciendo gratuitamente su último trabajo para los usuarios de iTunes, con un exceso de información y formatos constante y conviviente. Discos, DVDs, playlists, descargas, un click, otro click y otro más. Pero sin lugar para el cassette, la mía sigue siendo una generación marcada por el cambio, a pesar de ser parte de la masa que tiene el acceso absoluto al infinito universo de los sonidos… Y del rocanrol.


Festejar con los Muertos Por Diego Obispo

Fotos: Nadia Fernรกndez 28


H

ay pueblos que miran el fin de sus días con miedo. En nuestra cultura occidental parece cada vez más difícil aceptarlo. La enfermedad y la muerte se consideran enemigos que el progreso de la ciencia y la medicina buscan atacar. La mayor parte de las personas muere en hospitales, separados de sus familias y de sus seres queridos. La muerte está desnaturalizada y escondida. Por estas tierras el 2 de noviembre es un feriado en desuso, apenas nuestros abuelos o familiares mayores acuden por costumbre a depositar flores y rezar frente a las tumbas de sus seres queridos. Los cementerios ese día reciben una inusual cantidad de visitas, y retoman al otro día su desolada calma. En otras regiones el día de los muertos es fiesta nacional. Las civilizaciones indígenas de América camuflaron durante siglos sus creencias bajo símbolos católicos. Se formó así un sincretismo cultural que hoy tiene en la celebración del Día de los Difuntos una de sus fechas más relevantes. En el siglo XV, los católicos enterraban a sus muertos dentro de las Iglesias como forma de protegerlos en un campo santo. La gente se vestía de negro para llorar un riguroso luto por el alma de sus muertos.

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En tanto en los territorios incaicos, desde el norte de Chile hasta el sur de Colombia, los enterraban en enormes Chullpas de piedra y se ponían sus mejores trajes de colores para la ceremonia, a las que acompañaban con cantos, bailes y comidas. Esta relación con la muerte aún subsiste en las culturas de la región andina y se contrapone con la lógica del dolor que prevalece en nuestra cultura. En el área rural, donde se asientan las comunidades nativas, la muerte de cualquier miembro de la comunidad aún se celebra con bebida, pichado de coca, música y baile. Una persona que muere es un alma que si tiene un buen proceso protege y visita a los suyos una vez al año, el primero de noviembre en el Día de los Difuntos. Ese día se sirven mesas repletas de comidas y bebidas típicas que serán levantadas a la tarde del otro día. Los presentes disfrutan del banquete que permaneció servido para recibir y compartir con las almas, ayudándolas a que no sufran, se vayan en paz y vuelvan al siguiente año. La relación con la muerte no es de miedo, ni de dolor. Tampoco tiene un sentido de recompensa en el reino de Dios. En la cultura andina es un proceso constante que no tiene final ni inicio, es una existencia paralela a la


propia existencia en vida. En consecuencia no se da un sentido de tensión negativa. Así se explican varios de los fracasos en programas de prevención de enfermedades. Por varias décadas el Banco Interamericano de Desarrollo enfocó sus planes en evitar la muerte o enfermedades que podrían conllevar a la muerte, lo que no tuvo el efecto esperado en la población indígena beneficiaria. Los técnicos comprobaron con extrañeza que luego de una extensa campaña de instalación de baños en comunidades indígenas amazónicas, estos en muchos casos se convirtieron en cuartos de almacenamiento. Años más tarde, el BID concluía el análisis de esta experiencia sentenciando que: “la lógica de la advertencia no funcionó porque las comunidades indígenas no temen a la muerte y sus prioridades son otras”. El 12 de febrero de 2003 en plena crisis económica boliviana, un motín policial produjo un enfrentamiento con las fuerzas armadas dejando más de 30 muertos. Pese a ello el carnaval continuó y miles de bolivianos salieron a las calles de Oruro, lo que se transformó en uno de los carnavales más masivos de la historia. Las cadenas internacionales no entendían cómo podía

continuar la fiesta cuando debería haber duelo, cómo se puede bailar luego de una catástrofe, cómo reír cuando hay muertos que llorar. Se trataba de comparar el comportamiento boliviano con la congoja en la que se sumió Estados Unidos tras el atentado a las Torres Gemelas. Una comparación que resulta imposible, porque obedece a dos sentidos diametralmente opuestos. La relación de las comunidades indígenas con la muerte es difícil de entender para cualquiera que no tenga su misma vivencia interna. Por eso el carnaval siempre seguirá su curso y si hay muertos se dirá que la fiesta es por el bien de ellos. Los bailarines seguirán bailando con la rebelión traducida en danza llena de alegría ante un mundo indolente que llora a los muertos y no llora a los vivos, que tiene miedo de la muerte y no tiene miedo a vivir en una constante incoherencia.

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Un viaje por Epecuén

La ciudad inundada

Por Ana Ramírez R. Fotos: Ana Ramírez R.

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N

o sé qué me llevó a Epecuén; apenas puedo recordar cómo supe de la existencia de esa ciudad. Creí haber leído un cuento en un libro titulado “Historias del Movimiento Anárquico Organizado de Agitación Surrealista” que compré hace unos años, evidentemente por lo llamativo de su título acompañado de un hermoso diseño de portada que muestra una mujer de escafandra y bikini sumergida en lo que parece ser una ciudad completamente inundada. Sin embargo hoy, hojeando el ejemplar, no encuentro el cuento en cuestión. Quizás esté a simple vista y se me escapa o tal vez nunca existió y realmente llegué al conocimiento de Epecuén como fruto de alguna investigación que no recuerdo. La cuestión es que algo me llamaba de ese lugar en particular, hacía tiempo me rondaba por la cabeza como una fijación de destino exótico, se destacaba entre otros tantos que tengo pendientes y que iré concretando. Sabía que quería ir sola; contradictoriamente, me aterraba viajar sola. Recientemente me atreví a seguir ese curioso impulso de conocer ese rincón tan inhóspito, tras superar una serie de trabas más bien mentales y con esta frase fortalecedora rondándome los pensamientos: “hay algo para vos en ese lugar”. De modo que un día de octubre me compré un pasaje a Buenos Aires, en donde había estado sólo un par de veces -acompañada y por poquísimo tiempo-. La semana pasada me fui en un Buquebus nocturno con un montón de viajeros que conciliaban el sueño despatarradamente ocupando toda la superficie del barco. Fue como navegar en una gran cama comunitaria a la que logré sumarme cuando no me ganaba el nerviosismo de estar emprendiendo algo sola que no entendía demasiado. Llegamos a la gran ciudad en la madrugada de un martes soleado y lo primero que hice -después de tomar el necesario café matutino-, fue comprar un pasaje con destino a Carhué en la terminal de Retiro, ese monstruo de cemento que me resulta incluso más desagradable que la modesta Terminal de Tres Cruces de este lado del río.

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Carhué es un pueblo que está en el límite entre la provincia de Buenos Aires y la Pampa. Tiene unos 10.000 habitantes y es el lugar más poblado cercano a Epecuén. Se parece mucho a un pueblito del interior uruguayo, pero las casas son más grandes y el entorno es más turístico, ya que cuenta con hoteles de hasta 5 estrellas y spa termales. Es un lindo lugar para andar en bicicleta, comer helados artesanales y disfrutar de un entorno rural simpático que puede resultar muy desestresante. Sólo dos compañías de micro viajan ahí y lo hacen por la noche, ya que el camino lleva de unas ocho a diez horas. Durante el trayecto me llevaba mi libreta mágica y escribí lo siguiente: “22/10/2014: Estoy llegando a Carhué. Dormí todo el viaje. Recuerdo al salir de Buenos Aires estructuras de cemento, puentes que se levantaban en varias direcciones, escenas de hombres en fogones entre basura... y allí me ganó el sueño. Ahora miro hacia adelante y veo una carretera recta que parece interminable, se junta en una línea horizontal perfecta con la inmensa llanura del inabarcable campo que venimos atravesando hace horas. Estoy muy emocionada y siento que de todos los lugares del mundo ahora tengo que estar acá”. 34

Al llegar encontré dónde hospedarme (contaba con algo de dinero para usar) tras preguntar en varios lugares. Con mi mochila grande a la espalda, mi pañuelo palestino en la cabeza (tolero muy poco el sol argentino) y mi pinta germana (que aún no sé muy bien cómo heredé) resultaba muy llamativa en el pueblo, supongo, ya que me sentí completamente observada por las pocas personas que estaban en las calles a esa hora y hasta me preguntaron algunos de dónde venía, a lo que contesté lacónicamente (para no perder la costumbre). En el hotel me llenaron de folletos sobre las Termas de Carhué, la leyenda del nombre Epecuén (en el lenguaje de los nativos indígenas de allí significa “casi asado” y refiere al escozor que provocan las aguas al entrar en el Lago Epecuén) y sobre lo que fue la ciudad en sus días de esplendor, hace más de 30 años. Esa tarde me propuse llegar a mi verdadero destino: la ex villa turística Epecuén, la ciudad inundada de la que no se habla demasiado y que resulta tan llamativa para algunos viajantes y fotógrafos. Esa misma noche escribí lo siguiente: “Las ruinas son increíbles. Fue una ciudad próspera y muy turística que surgió a partir del lago que la rodeaba, cuyo contenido salino y mineral, dicen, es de los más elevados, después del Mar Muerto. Esto convierte a sus aguas en únicas y especialmente curativas. Fue un


llamador turístico desde los inicios de la ciudad, por 1830. El agua creó esta ciudad y también se encargó de destruirla. Hay edificios que todavía están casi en pie y entre los escombros de otros se distinguen aún restos de camas oxidadas, cartelería, canchas de fútbol. Varios carteles indican que no es conveniente ingresar a las ruinas, ya que existe un severo peligro de derrumbe. Los árboles están secos y de un color blanco muy puro, es impactante la imagen de sus raíces secas, petrificadas, emergiendo del fango, y cómo se mantienen esos fósiles en hilera, como si aún estuvieran resguardando las callecitas de una ciudad-balneario. El color blanco no se limita a los árboles, sino que invade todas las estructuras demolidas y hasta tiñe la tierra fangosa en las zonas donde en esta época del año llega el agua. El agua, hoy, sólo cubría la zona más alejada del portal de entrada, en donde se hace evidente la previa existencia de un parque acuático con toboganes y piscinas. Es como un habitante calmo que descansa casi inmóvil, como si no estuviera en absoluto relacionada con la devastación desnuda que deja ver alrededor. La desnudez es la de un paisaje que muestra sólo lo básico, lo interno puesto a la luz a través de una catástrofe; me conmueve. Es un lugar más turístico de lo que pensaba, varios autos van y vienen y en el camino se ven algunas personas. Hoy hasta encontré un set cinematográfico que estaba

rodando escenas para un corto, cuya actriz conocí antes en el bondi -por cierto, buena onda. Pero aun así el caudal de personas es mínimo, y se puede lograr la comunión con el paisaje sin molestias. Hice el camino en una bicicleta que alquilé en el centro informativo de Carhué por unos $ 60 uruguayos. Debe ser una media hora pedaleando rápido desde Carhué a Epecuén; yo demoré mucho más porque me iba deteniendo en cada cosa: por ejemplo, en una virgen que se encuentra apenas saliendo del pueblo, en el comienzo de la ruta a la ex villa. Tiene una placa debajo que reza: “NUESTRO PUEBLO FUE CUBIERTO POR LAS AGUAS PERO JAMÁS SE AHOGARÁN NUESTROS SENTIMIENTOS POR ÉL” (primer reencuentro de epecuenenses). También estuve mucho rato en una zona del camino a la que, no sé por qué, me indicaron que no fuera. Es una simple calle asfaltada coronada por esos árboles fosilizados, que dan una impresión tan particular. Y por último me detuve en las ruinas del ex matadero de Epecuén, que se yergue a unos cuatro kilómetros antes de entrar en las ruinas de la ciudad. El camino en bici sería muy sencillo si no estuviera ese sol calcinante (en un sendero donde no hay más sombra que los modesto rectángulos de alguna caseta que aparece eventualmente) y si las calles no fueran de a ratos un pedregullo difícil de transitar.

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Me produjo especial conmoción la ruina de un hotel; creo que su nombre era Monte Real. Al atardecer un montón de pájaros negro-azulados se movían en los huecos de sus ventanas, como si fueran los verdaderos dueños de Epecuén y se dispusieran a despedir a la visita. Estar al borde del lago, donde las ruinas comienzan a hundirse, me recordó fuertemente una pesadilla repetida que tuve de niña, en donde estaba frente a una rocas jugando sola y se venía del mar una enorme ola que no llegaba a tocarme ya que despertaba apenas verla, con una sensación de pánico muy real. Este día en Epecuén sentí unos ecos de ese miedo infantil”. Al volver a Carhué celebré conmigo misma tomándome una lata de mojito que al final no resultó muy rico y cenando muzzarella con cerveza. Dormí como un angelito y sólo me desperté cuando escuché explotar la tormenta con granizo a medianoche. Al otro día el calor era más agobiante y denso, como si la lluvia nocturna hubiera sido una ilusión. Pasé la mañana en el pueblo recorriendo las abandonadas vías de tren que lo rodean, que me recuerdan tanto a mi adolescencia en Sayago cuando caminaba sola por donde aún pasan algunos trenes. Esa tarde volví a las ruinas pero esta vez me llevó un taxi. El tachero tendría unos 50 años, nunca había salido de la provincia de Buenos Aires, y tenía vocación de guía turístico. Hablaba hasta por los codos con un acento muy cerrado que me costó un poco entender, pero era muy simpático, un personaje arquetípico. Me contó que solía trabajar en Epecuén y que durante la inundación ayudó a evacuar a un montón de personas y a sacar muebles. Que él no entendía por qué venían tantas personas a conocer el lugar, ya que para los habitantes de Carhué era muy triste y trágico tener aquella ruina allí. Que soñaban con volver a erigir la ciudad. Que recordaba con nostalgia los miles de turistas en bermudas, con sus Porsches y sus gafas de sol bañándose en el parque acuático. Que pensaba mucho en las señoras llorando cuando veían el agua ascender lenta pero amenazante por las calles. Que en los alrededores el agua brotaba del suelo y los autos se hundían queriendo salir, por lo que tuvieron que cruzar a campo abierto y dejar los muebles abandonados en el pasto, donde el agua no llegaba. Me imaginé una hilera de muebles de madera vieja, costosos, recibiendo el sol pleno en medio del campo, como una conjunción de livings lujosos puestos al descubierto. Visitamos el museo que está donde antes era la estación de ferrocarril. Se ven un montón de fotografías de la ciudad en los 70 y luego, fotos de la ciudad con el agua cubriéndole los talones y muchas personas en botes llevando sacos. 36

Al final, le pedí que me dejara en las ruinas y rechacé su oferta de acompañarme. Aunque seguramente él tuviera datos muy interesantes para compartir sobre cada lugar, yo seguía firme en mi convicción de estar sola experimentando ese rincón que por algo me llamó. Ese día dejé la cámara un poco de lado. Soplaba un viento fuerte que movía la superficie del agua y agitaba las bandadas de pájaros que van y vienen entre las ruinas. Escribí: “23/10/14: Estoy sentada en las ruinas, sobre el resto de lo que podía haber sido una pared. A mi alrededor hay estructuras de ladrillo, hierro oxidado y cemento apiladas al azar. Se ven restos de baldosa, como de baño en ciertas piedras. Me cautiva el blanco general, la palidez que gobierna el paisaje. Parece inmaculado, congelado en el tiempo, como una gran escenografía de las ruinas de un panteón griego, dispuesta a propósito para impresionar. La devastación no tiene coherencia, o tiene una coherencia elevada que es el orden natural de las cosas a medida que se van sucediendo, un orden que pertenece a la naturaleza y que es rey de las ruinas, las dispone con aparente capricho de maneras que los humanos no podríamos diseñar. Estoy nerviosa, algo me lleva hacia el agua. Frente a mí está el lago dejando ver emergentes estructuras de hierro oxidado donde se deben haber hamacado cientos de niños que hoy serán hombres nostálgicos. Siento que el lago esconde algo (necesito entrar en actividad), algo silencioso que espera debajo de todo este aparente caos. El viento sopla libremente sobre la rigidez de la ciudad fosilizada. No sé qué hay acá para mí. Puedo sentir la energía de todo lo que pasó en este lugar. Siento una complicidad que no entiendo con el paisaje”. Esa noche me volví a Buenos Aires. Todavía no entiendo muy bien qué encontré en Epecuén, ni por qué necesitaba ir, pero me siento satisfecha y tengo la sensación de que van a ir cayendo un montón de sentidos a medida que avanzo. Estoy empezando a comprender que cada lugar, cada paisaje que resuena en mí, es porque manifiesta algo más puro, propio de las imágenes del inconsciente. Cada vez que sienta que hay algo para mí en un lugar significará que, de cierta manera, es a mí misma lo que estoy encontrando.


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Archibald Douglas, por el siglo XVI, decidió construir un castillo para hacer más amenas las cacerías en la zona, hasta que un día él y su amigo Archibald Campbell se juntaron para salir a cazar. Pero esta vez decidieron hacer la cacería más difícil y salieron en la noche. Se cruzaron con unos venados que estaban durmiendo detrás de una pradera y los mataron sin ningún tipo de escrúpulos. Hasta jugaron con uno de ellos casi muerto. Lo que no sabían era que ese venado era el Diablo que andaba en la tierra para ver qué sucedía con la iglesia en ese momento. Así que, al descender al infierno, le pidió a Caronte que lo acompañara a cazar unos condes que estaban pasados de vivos. Al volver al castillo a mitad de la madrugada los condes comenzaron una fogata para cocinar a ese venado. Cuando estaban en plena cena, se les aparece el Diablo junto a Caronte y les proponen jugar una partida de truco. Los condes no comprendían por qué dos humanos como ellos estaban vestidos de forma tan extraña. Su vestimenta constaba de saco, camisa blanca y corbata roja, pantalón de vestir y zapatos negros. Los condes desorientados aceptaron la partida y allí mismo comenzaron a jugar. Cuando iban los condes ganando, 15 buenas a 7 malas de los ejecutivos del infierno, comenzaron a festejar su victoria todavía no conseguida. El Diablo se molestó por esa actitud de los mortales y propuso apostar algo para hacer aún más divertido el juego. Los condes aceptaron la apuesta, que consistía en que, de ganar los ejecutivos del infierno, se quedarían con las almas de los condes: si ganaban los condes, el Diablo les daría tierras en un lugar al otro lado del Atlántico. La ambición de los condes pudo más, sumado a que iban ganando por destrozo, y aceptaron el reto. Con un "hasta igualar envido" les bastó a los ejecutivos para ganar su alma. De ese momento en adelante, todas las personas que visitaban el Castillo de Glamis nunca más ganaron una mano de truco. Siempre que están cerca de ganar, aceptan el envite y pierden no solo el partido, sino también sus almas. Nunca aceptes retos de personas que no conoces y menos aún si quienes los proponen están vestidos de traje y tienen risa diabólica. En la actualidad se los llama Capitalistas.

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/La-Mirilla

@_lamirilla

La Mirilla


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