WORKING CLASS HERO
Año 1 - Número 8 / Noviembre 2014
Alfonsina Maldonado JOEL MONUA
USTED TIENE QUE DEJAR DE COMER Crónicas Viajeras
LA LIBERTAD DE VIAJAR ANTONIO BERNI
Staff
Sumario ]5[ La chica de la libretita ]6[ La mirada de los otros
]8[ Working class hero Directora y editora responsable Jessica Conde Editora responsable - Argentina Carolina Noya Consejo de redacción Diego Obispo, Carolina Noya, Jorge Luis Galeano, Analía Fernández, Catalina López Fernández, Sergio Osvaldo Paglietta, Manuela Moyano, Sebastián Walch, Mariana Gioiosa, Analía Dobrov, Romina Cirillo, Juliana Fitzgerald, Cecilia DP, Belén Fourment Playnes, Maxi Fleitas, Rodrigo Spa, Estefanía Demonaco, Ana Ramírez Diseño Jessica Conde Contacto redaccion.lamirilla@gmail.com Foto de tapa: Diego Obispo
]16[ Usted tiene que dejar de comer ]20[ Fotoreportaje: Joel Monua ]26[ La libertad de viajar ]30[ Entrevista: Juan Carlos Cereceda ]32[ Surrealismo y realismo social ]34[ El auto rojo ]36[ Hombre corazón discapacitado ]38[ Relacion-es
A través de la historia, la percepción del otro se ha basado en estándares. Aquello fuera de lo categorizado como “normal”, ha sido marginado de alguna forma, excluido de la vida social o vilipendiado solo por no encajar dentro de ese absurdo concepto. Aun así, como sociedad, hemos intentado avanzar en algunos aspectos, dentro de los cuales se encuentra la discapacidad y cómo la percibimos, pasando de un modelo estrictamente basado en el aspecto médico a un modelo social de la discapacidad, donde las barreras y la exclusión que impone la fracción mayoritaria de la sociedad, son determinantes para definir quien posee o no una discapacidad, en tanto no somos capaces de adaptarnos a las diferencias individuales -que provocan limitaciones, pero no son la causa principal de la exclusión de los individuos-. Me detengo en éste modelo por la siguiente razón: aun habiendo avanzado en la visibilización de la discapacidad, aun cuando se pone sobre la mesa la igualdad de oportunidades y la inclusión social, seguimos fallando como sociedad. Seguimos discriminando a las personas con algún tipo de discapacidad; seguimos negando la oportunidad a millones de personas de poder desarrollar su vida plenamente; seguimos adoptando políticas meramente asistencialistas y no políticas que permitan a aquel que vive con alguna discapacidad, gozar plenamente de sus derechos. Accesibilidad, acceso a la información, a la educación, a la salud, a la vida en sociedad, a la participación en la vida política, son algunas de las cosas que seguimos negándole a gran parte de la población. Y las barreras físicas, les aseguro, son mucho más fáciles de derribar que las ideológicas. Cuando podamos ver al otro como sujeto de derecho y no de caridad, algunas cosas quizás cambien. Desde La Mirilla, estamos trabajando para aportar nuestro granito de arena: comenzaremos a publicar en breve nuestros contenidos en formato de audio para, aunque sea, ir derribando algunas barreras. Alguien dijo –y no recuerdo quien- que “elegía no ponerle el ‘dis’ a su capacidad”. Hagámoslo nosotros también. Nos leemos. Jessica
RECOMENDADOS Las hortensias y otros relatos Felisberto Hernández
Las Hortensias es considerada una de las mejores obras de Felisberto Hernández. Diversos autores han destacado la profunda caracterización psicológica de sus personajes, en un universo signado por la fantasía onírica, el simbolismo y el humor irónico, entre otros elementos enriquecedores de sus relatos.
Mujeres
Charles Bukowski Una de las más aclamadas novelas de Bukowski donde su alter ego Henry Chinaski, el “ viejo indecente “, un perdedor nato, se encuentra a los cincuenta años con una creciente reputación literaria, algún dinero en el banco y mujeres: montañas de mujeres. Se le ofrecen en los recitales de poesía, le escriben cartas procaces, le telefonean sin cesar. Y Chinaski las quiere todas, quiere desquitarse de su largos años de forzadas abstinencias. Un proceso de aprendizaje, de conocimiento, en el que Bukowski no escatima en sarcásticas observaciones sobre sí mismo.
Rayuela Julio Cortázar Publicada en 1963, ‘Rayuela’ marcó una revolución en la literatura de la lengua castellana. Un libro donde se puede ver completamente reflejado a Cortázar, con toda su complejidad, con su cuestionamiento del lenguaje y la forma novelesca, con su imaginación y su humor. Se trata de una novela que es protagonista de sí misma. Una obra que no puede quedar fuera de la vida de nigún lector.
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LA CHICA DE LA LIBRETITA
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a Chica de la Libretita usa anteojos. De hecho lleva dos tercios de su vida escondiendo su mirada detrás de esos vidrios redondeados, que, gracias a quién sabe qué deidad desconocida, fueron ocupando cada día menos porcentaje de su cara. Porque hasta bien entrado el tercer milenio, las gafas usadas por la Chica de la Libretita eran desproporcionadamente grandes —digamos además que la muchachita en cuestión es bastante ‘petite’ y lo era aun más en su tierna infancia—. La cuestión es que no es fácil ser un niño de escuela primaria y usar anteojos. El primer “cuatrojos, cuatrojos” llegó con el estreno de los lentes. Ese día, igual que el momento en que le anunciaron que debía usarlos de forma permanente, fueron días de llanto imparable. Ni los caramelos ácidos lograban sacarla de la angustia —sí, tiene gustos raros desde pequeña y, para compensar el mal momento, le regalaron una latita de caramelos con un pato en la tapa. El pato tocaba la guitarra…—. Fue una larga temporada de regresos al hogar entre lágrimas, quejas y ganas de romper cosas. Hasta que un día, en medio de ese “ma, fulanito me carga” que se repetía bastante seguido, llegó la respuesta mágica: “bueno, pegale”. Mamá no esperaba que al día siguiente su niña llegara sonriente, diciendo: “Nicolás me volvió a cargar por los lentes y le dí una piña en la nariz. Le quedó la nariz toda roja”. Desde ese día, los comentarios respecto a sus anteojos cesaron, al menos hasta que la protagonista de nuestra historia se acostumbró tanto a sus lentes que ya no podría vivir sin ellos —y de hecho, llora cada vez que se le rompen, rayan o lastiman de alguna manera. Se ve que lo importante es llorar por los lentes, mas allá del contexto—. Pasaron los años. Muchos años. Como dijimos, la Chica de la Libretita sigue usando anteojos y sufre cada vez que se los tiene que sacar por algo. De todas maneras, el recuerdo de aquella tarde en la que volvió, no solo feliz sino realizada tras ese pequeño acto de justicia escolar, la acompaña. Y se replica en charlas con amigos que han pasado por la misma situación, y han recibido de sus casas respuestas semejantes.
Antes de que alguien insinúe siquiera que esto puede ser una apología a la violencia, déjenme aclarar que el propósito de contar esta anécdota no es otro que el de ejemplificar hasta qué punto el ser distintos a lo que más abunda nos hace blanco de abusos, críticas o comentarios despectivos innecesarios, en tanto no ayudan a mejorar ni tienen intención de nada más que simplemente hacer daño. Hoy, modas mediante, a la Chica de la Libretita ya no se le ríen por los anteojos, pero sí por usar sombrero, o por una lista tan larga de cosas que no vienen a cuento. Igual que a casi cualquier persona que se aleje apenas un instante de “lo convencional”. Y no nos olvidemos, por favor, que lo normal es solo aquello a lo que suscriben mayor cantidad de personas. ¿Por qué eso haría válido algo e inválido su opuesto? Entonces, esta columna de hoy es un llamado a la calma. A entender que esas diferencias que nos apartan también nos destacan y que todos tenemos —sí, estoy convencida de que potencialmente todos podemos encontrar en nosotros algo que se aparte de la norma—. Salgo a la calle y veo, cada día más, que la gente esta sumamente alterada. Gritos y bocinazos acompañan hasta las actividades más placenteras. Y eso asusta. Porque ver que cualquier mínima situación genera semejante despliegue de bronca es algo muy preocupante. En serio, si es sábado a la noche, estás paseando por la zona de bares que elegiste, y ni bien cambia el semáforo ya me estás tocando bocina para que me apure, creo que hay algo en tu manejo de ansiedad que no funciona bien… Entonces, mi propuesta para lo que queda del año —vamos gente, este es momento de balances y propósitos a futuro— es que nos replanteemos nuestra relación con el mundo, festejando las diferencias de los demás, y abrazando las nuestras. Llevemos orgullosos ese muy probable estigma que traemos desde nuestra infancia o adolescencia —gordos, flacos, chuecos, feos, más tontos o más inteligentes que el resto, todos pasamos por alguna categorización que nos valió burlas en algún momento— y disfrutemos de eso que nos hace únicos. La verdadera inclusión solo nace cuando estamos en paz, primero con nuestras diferencias, y luego, casi por extensión, con las ajenas. ¡A quererse más y criticar menos! 5
La mirada de los otros
Las personas con discapacidad tienen que enfrentarse a diario con múltiples obstáculos. No solo con barreras físicas, sino con barreras edilicias, de transporte, de servicios, de accesos, educativas, laborales y con la más importante de todas, las barreras sociales. Los prejuicios están, lamentablemente, a la orden del día. 6
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ue mi ciudad es quizás – y aquí cada uno hará una reflexión en silencio sobre qué le falta o qué poseeuna megalópolis a mitad de camino en lo que respecta a las estructuras necesarias para integrar a una persona con discapacidad, se le suma la lucha diaria que tenemos todos con nosotros mismos para reconocer que hay un otro diferente a mí. Y sin querer convertir esta reflexión en un planteo de carácter freudiano, sí es determinante a la hora de relacionarnos con otros. Casi todos los días nos enfrentamos a situaciones difíciles, frustrantes y agotadoras que tiene que ver con la ciudad en la que vivimos. Casi todos los días alguien no te dice buen día, te empuja en una cola o no respeta el semáforo. Y haciendo un ejercicio de cambios de rol, imaginemos por un momento si tuviésemos que hacer todo eso con un sentido menos. O a través de una ayuda técnica para poder movilizarnos. En la esquina de una avenida sumamente transitada, un joven espera con un bastón blanco para cruzar. Hay varias personas alrededor que esperan por lo mismo. Tímidamente se acerca a un vendedor ambulante que también espera, y le pide si puede ayudarlo a cruzar. El chico asiente y le ofrece el brazo. Mientras cruzan un oficial de seguridad de un edificio de enfrente observa la situación y le hace comentarios al otro, señalando al muchacho. No de manera positiva, sino indicando que hay que prestarle atención. Aquí tenemos la primera barrera social: el chico que lo acompaña a cruzar es vendedor ambulante. “Se puede aprovechar”, susurran los que están alrededor. Tren de la línea Mitre un sábado a la tarde, ramal Retiro – centro neurálgico de la ciudad - Tigre. Se escucha de fondo alguien que canta y guitarrea una canción de Los Piojos. A medida que se acerca todos se dan cuenta que es un chico ciego, pero que toca muy bien la guitarra. Entre la gente que viaja parada hay un grupo de chicas, que se ríen mientras tararean las canciones. Al terminar la canción, una de las chicas le dice a otra “si total no ve nada, qué se va a dar cuenta”. Él escucha, con una claridad que ninguno de nosotros lo haría. Se acerca, sonríe y le dice un piropo. Un colectivo sumamente lleno de pasajeros se detiene, en la parada correspondiente, a pedido de uno de ellos. El pasajero está en sillas de ruedas, y le solicita al chofer que le baje la rampa especial – que no todos los colectivos tienen, es necesario aclararpara poder descender a la vereda. El chofer acerca lo más posible el ómnibus al cordón, y se dispone a bajar la rampa. Esta acción demora, por supuesto, unos segundos más hasta que retome su recorrido de nuevo. Del fondo se escucha a alguien -quien se camufla entre la multitud- que grita: “bueno, metele gas, apurate, que si todos nos tomáramos ese tiempo para bajar llegamos pasado mañana”. El chico en sillas de ruedas lo escucha, pero no contesta. Resignado le agradece al chofer y se baja. Como puede, y esperando que en la próxima esquina haya bajada de cordón para poder cruzar. En un kiosco, una mujer joven espera para que la atiendan. Cuando lo hacen, toma un alfajor y se lo muestra a la persona de
la caja para que le cobre. El cajero no le mira la cara, sino que va directo al audífono que tiene en su oído derecho. Él le hace un gesto si es ese el que quiere, ella le contesta “si, ¿cuánto es por favor?”. Al mismo tiempo, unos niños están correteando mientras la mamá hace la cola y uno le dice al otro: “mirá es sorda”, y el otro replica: “no digas así que te puede escuchar”, a lo que el primero responde: “pero no, si no escucha no sabe nada”. Podría continuar con estas experiencias, realidades que seguramente otros como yo han escuchado o visto o inclusive participado. Lo que demuestra es que las dificultades son más complejas de lo que creemos, y que el verdadero cambio no es solamente responsabilidad del Estado. El Estado tiene, sin dudarlo, la obligación de brindar soluciones, en todos los niveles, para personas con discapacidad y de respetar las leyes ya creadas para su resguardo. Las personas con discapacidad deben tener igualdad de oportunidades. Pero somos nosotros los que tenemos que dar el primer paso. Somos nosotros los que tenemos que comprender el alcance de la realidad. La última Encuesta Nacional de Personas con Discapacidad en Argentina (ENDI) informa que la población con discapacidad representa 7,1% de la población total que vive en localidades de 5.000 habitantes y que el total de las personas con discapacidad asciende a 2.176.123 personas. Por último, el 20,06% de los hogares albergan al menos una persona con discapacidad, lo que indica que aproximadamente en uno de cada cinco hogares del país reside por lo menos una persona con discapacidad. La integración comienza, entonces, por dimensionar que hay personas que viven con una discapacidad. Que esto no nos hace ni mejores ni peores. Nos hace diferentes. Pero no hay que temerle a la palabra “diferente”, porque es lo que en definitiva nos hace únicos. A lo que sí hay que temerle es a la falta de conciencia por los sentimientos del otro. A lo que sí hay que temerle es la falta de tolerancia. A lo que sí hay que temerle es a al miedo por vivir en un mundo integrado. Nuestras sociedades no los consideran, y se organizan de manera tal que suelen impedir su desarrollo. Es cierto que, generalmente, el hombre reacciona con temor ante lo que desconoce. Y muchos dirán que las grandes urbes están pensadas para el común denominador. Pero, ¿qué quiere decir esto? ¿Que lo que no entra dentro de estos cánones no existe? Si lo niego, si no lo acepto, no existe. Y si no existe, no es un problema. Lo que sí existe es una discriminación basada en el rechazo, el miedo y el desconocimiento. Es muy importante que actuemos, que reconozcamos y que aprendamos. Se puede cambiar el entorno, el diseño, las normas legales que regulan la convivencia pero nada de esto sirve si no hay proceso de cambio real en las mentes de los ciudadanos. La condición de discapacidad no debe ser un argumento de negación. Extender esta conciencia será la puerta para crear una sociedad que tenga pleno conocimiento de la interrelación que tenemos unos con otros. Será, en definitiva, aspirar a una sociedad en la que todas las personas puedan vivir mejor. 7
Alfonsina Maldonado
Working class hero “Hay dos tipos de discapacitados: los que salimos adelante y los que se hunden por la sociedad”: así de simple lo resume Alfonsina Maldonado, quien aprendió a vivir sin una mano a causa de un incendio y hoy se ilusiona con competir como amazona en los Juegos Paralímpicos de Río 2016. Poder se puede, pero hay que sacrificarse. Por Belén Fourment Playnes
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uando el 25 de setiembre de 2006 los informativos reportaron que Darío Silva, ex jugador de Peñarol y de la selección uruguaya -en ese momento sin equipo-, había sufrido la amputación de una pierna, muchos lloramos. Que no sobreviviera no era la preocupación: la cuestión era que saliera del coma y se diera cuenta que nunca más iba a poder jugar a la pelota. Traumático, doloroso, imposible de sobrellevar. Y después lo vimos salir, avanzar, retomar su vida y hasta volver a las canchas usando prótesis y jugando con colegas retirados. Darío lo superó. Hay caminos, sin embargo, que se empiezan por el otro lado. Que empiezan un día de 1985, con una vela que cae en un cuarto afectado por un corte de luz y prende fuego todo su interior, incluyendo la cuna en la que descansa Alfonsina Maldonado, quien será llevada desde Florida al Hospital Militar de Montevideo, sometida a múltiples operaciones e internada para pasar casi cinco años de su infancia allí. Caminos que seguirán con la vuelta a casa en 1990 y el inicio de una vida “normal”, y se desarrollarán, con muchos vericuetos, hasta llegar a un pueblito de Portugal donde hoy vive una mujer que a pesar de haber perdido su mano izquierda es una amazona que sueña con competir en los Juegos Paralímpicos de Río 2016. “Jockey es el que corre carreras; jinete es el hombre que monta como deporte y amazona es la chica. Siempre me ponen jineta, es lo mejor”, dice entre risas Alfonsina, que hace las aclaraciones correspondientes y charla largo y tendido con La Mirilla con un océano de por medio y asumiendo con gusto ser convocada por tener una discapacidad. Ella, que monta caballos a pesar de no tener su mano izquierda, la que perdió por las quemaduras sufridas aquel fatídico 1 de mayo, no se esfuerza por disimular su falta. Muy por el contrario, asegura que lo que le sucedió, aunque fue doloroso, la hace ahora sentirse bendecida. Pero de eso se hablará luego. Ella sueña con Río, y es prioridad absoluta. Se mudó a España para poder alcanzar el nivel que le permitiera participar de los Juegos de Londres 2012, los que se perdió por dos puntos. No se rindió y Portugal
se le apareció en su camino del brazo del entrenador Francisco Cancella, quien decidió patrocinarla. “Soy muy afortunada de tener un maestro como él”, asegura, dispuesta a absorber todo el conocimiento que generosa y pacientemente le transmite. “Me siento muy a gusto, muy tranquila con él”, manifiesta, conforme con la evolución que han tenido juntos con el caballo Zig-Zag, con el que están trabajando hace apenas cuatro meses. Radicada en Aros, un pueblito que está a 80 kilómetros de Oporto y a 200 de Lisboa, se levanta temprano a diario, limpia el box de su caballo, lo pasea, hace deporte y entrena por la tarde. “La gente piensa que montar a caballo es subirse y ya está, pero hoy en día los profesionales están incrementando la parte del deporte físico, no sólo la meditación sino salir a correr, hacer bicicleta, pilates, porque montar te deja bastante rígidos los músculos. Además no sólo tu caballo tiene que estar bien sino que tú tienes que estar física y mentalmente preparado”, explica. El trabajo mental, dice, es clave. A Alfonsina le gusta hacer yoga y meditación, pero como no tiene profesores cerca está haciendo ejercicios de respiración y probando subirse a su campeón con una música que la “súper” relaja. Para montar, Alfonsina debe vendarse su mano para evitar cortes, y manejar las riendas con un método que inventó para sentirse cómoda: “medio que me ato las riendas (lo dice y se ríe), pero sí puedo desenvolverlas y soltarlas cuando tengo que soltarlas. Ha sido un trabajo de muchas horas de aprendizaje para poder hacer eso”. En Portugal, la floridense estará entrenando hasta que terminen los clasificatorios para Río, que empiezan en abril de 2015 -en Barcelona o Portugal, no hay confirmación- y terminan el 1 de enero de 2016, dando cupos por continente de cara a los Juegos, que a su vez se reparten por equipos e individualmente. “El nivel de la prueba que yo realizo es realmente alto -es normal, con todo tipo de ejercicios. Hago la prueba de Gran Premio grado 4, y soy la única amazona de América del Sur que la hace internacionalmente”, dice con disimulado orgullo. La idea es llegar a Río meses antes de la competencia que se desarrollará en la primera quincena de setiembre,
Podés colaborar con Alfonsina a través de la cuenta 42847 en Abitab o en la caja de ahorro 201-152004 del BROU. Por más información: www.alfonsinario2016.com 10
del 7 al 18, para adaptarse tanto ella como el caballo a la temperatura: les tocará competir -porque tiene “la esperanza y la fe” de que llegará- a mediodía, al aire libre, con chaqueta y corbata obligatoria y con un pantalón que bastante calor le da. “Te asás”, admite. Cancella, el entrenador de Alfonsina, la patrocina con su trabajo, y a su vez su caballo Zig-Zag es patrocinado por el brasileño SasaJe, el criador más grande del mundo en materia de caballos lusitanos. Pero plata falta, y bastante: “todavía no tenemos el dinero para las primeras pruebas internacionales. Para conseguir los costos tengo como cuatro cuentas, ya sea en Santander, BROU, Abitab y PayPal, para que cualquier persona que quiera colaborar pueda hacerlo. Y estoy esperando la resolución de conseguir alguna beca a través del Estado. Sí tengo el apoyo incondicional de la Federación Ecuestre del Uruguay y el aval del Comité Paralímpico, y actualmente el Ministerio de Turismo y Deporte ha declarado el proyecto de interés ministerial. Y el haber salido deportista del año esperemos que me dé un aval”. El costo de los internacionales clasificatorios para Río 12
oscila en los 3.000 y 4.000 dólares, y “mínimo” tiene que ir a 10. “No es tan caro si lo comparás con una carrera de Fórmula Uno”, dice con optimismo, resaltando que tiene “muchos” gastos cubiertos por la ventaja que le da tener el patrocinio del animal. Pero falta, siempre falta. De hecho, no ha podido competir a nivel internacional recientemente por falta de fondos, ya que tiene que priorizar su objetivo de Río. “Es muy importante que el país se implique con el deporte en sí; no sólo yo me sacrifico para representarlos, también hay otro montón de deportistas que viven en el exterior y sacrifican mucho. También es importante moverse muchos meses antes, más conociendo cómo funciona Uruguay. Están los que se salen a quejar un mes antes, y uno tiene que ser consciente de eso, moverse antes y sobre todo, en la vida, uno tiene que dar para recibir. Considero que todos los deportistas deberían hacer acciones para los niños, por eso parte de mi tiempo lo dedico a eso”, reflexiona Alfonsina, mujer-ejemplo.
Hombre de palabra
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rancisco Cancella De Abreu es la persona con la que Alfonsina, en su soledad portuguesa, pasa más tiempo actualmente. Entrenador y jinete hace 36 años, cuando este profesional se cruzó con la amazona floridense, le prometió ayuda. Ahora sueñan con llegar juntos a Río. “Conocerla ha sido una casualidad. Fue en un concurso internacional de paralímpicos, en Barcelona, y para mi estaba clarísimo que montaba un caballo muy difícil, bastante por debajo de sus capacidades como amazona. Meses más tarde la visité y la ayudé con su potra, y en esa ocasión confirmé que ella tenía, aparte de su actitud y determinación de atleta de alto nivel, las condiciones de una gran atleta ecuestre, que escucha, entiende y ejecuta”, le contó Francisco a La Mirilla, tras una jornada de trabajo con la uruguaya. “Por eso le prometí mover mis contactos. Así encontramos a Zig-Zag en la yeguada de caballos lusitanos SasaJe, la mayor del mundo, propiedad del portugués José Eusebio, instalado en Brasil, que desde mi primera llamada telefónica dijo claramente que estaba interesado en colaborar desinteresadamente. Metió a su caballo en el avión y lo entregó en mi casa en Portugal”, relató. Con Alfonsina, la “única” dificultad que encuentra Francisco para trabajar es “la incapacidad de volver a acortar las riendas con agilidad después de las muchas recompensas que necesita el caballo estirándose”. “Pero esto es solamente un ejercicio de entrenamiento que no estará en la competición; en todo lo demás presenta los pequeños problemas de cualquier jinete, pero con dedicación superior”, destacó, orgulloso. De cara a los Juegos, el entrenador reconoció que sería mejor tener preparación en dos o tres caballos y no solamente Zig-Zag: “pero todo indica que el binomio esta saludable y llegará a Rio 2016 en la mejor forma. Tenemos un seguimiento de voluntarios para la salud y bienestar, como jamás nadie ha tenido, y las pruebas determinantes empezarán esta primavera (boreal)”.
It’s sacrifice, at all “Hay dos tipos de discapacitados: los que salimos adelante y los que se hunden por la sociedad, porque te dicen: ‘pobrecito’. ¿Quién es la gente para decirte que no?”, se cuestiona Alfonsina, indignada. Ella, que es del primer tipo, salió adelante por su amor a los caballos, su “gran motivación”. “Yo creé un sueño para salir adelante, para olvidar el dolor”, reconoce. Aunque impulsa a todas las personas a que crean en sus sueños, ella sabe que hay una barrera enorme adelante, a la que Uruguay no le es ajeno. “Nuestro país no está capacitado y con conciencia de lo que es la discapacidad. Yo creo que tener una discapacidad no es el problema: el problema de la discapacidad es la gente, la sociedad. Las personas que lo vivimos lo vemos alrededor. Y no hay conciencia de lo que es; muchas veces la gente gira la cara. Me pasa cuando estoy en Uruguay que me subo a un bus y no me dan el asiento. No hay conciencia, no hay respeto. Estás en un sitio público y nadie te da el lugar
para que pases para adelante”. Alfonsina, a quien su familia tildó de loca cuando manifestó su deseo de ser amazona internacional, tiene asumida su discapacidad, pero eso no evita que le duela reconocer lo que se percibe desde afuera hacia adentro. El emocional no es el único dolor. “La mano me duele las 24 horas del día”, admite, antes de soltar palabras sobre ese asunto que calan hondo; que me conmueven a mí, que disimulo, y la conmueven a ella y a su voz que se quiebra pero que no la detiene. “El dolor es mental. Si te mentalizas en que no está, puedes vivir con él. Y si estás pendiente de que está, no puedes vivir tranquilo. Para mí el dolor no sólo es un gran compañero de vida, sino un gran maestro. Es parte de tu propio recorrido y rendimiento, es parte de lo que das”. Justo, necesario, profundo. “Tengo los ojos emocionados”, sigue. “El dolor me ha marcado mucho la vida, de pequeña más aún. Recuerdo que los días que no estaba en coma inducido y llegaba la hora de mis curaciones era increíble. Yo no lloraba, sino gritaba. Me veían a buscar, mi madre se iba de la sala y 13
yo empezaba a gritar porque sabía que me venían a hacer los raspajes y las curaciones. ¿Cómo puedes olvidar eso? Me ataban las manos y los brazos para poder curarme”. Desgarrador. Esos no son los únicos recuerdos perturbadores del pasado. Aunque la escuela rural la sorteó con facilidad, el liceo se le hizo cuesta arriba. “El niño es inocente, pero el adolescente no, busca todo lo imperfecto, algo para dañar muchas veces. Si sos gorda te dicen ‘gorda’, y en mi caso era muy fácil. Probablemente en ese instante no se dan cuenta que te están haciendo daño”. El testimonio de Alfonsina, lejos de dar lástima, remueve otra gama de emociones adentro, convida a una reflexión propia que posiblemente nos dejará a los capacitados indignados con nosotros mismos, por quejarnos de los kilos de más, los problemas de más, el tiempo de menos. Ella, que nunca quiso usar prótesis porque las considera artificiales, lo sabe y lo procesó con todas sus dificultades: de hecho, dejó de esconder su brazo a los niños pequeños y pasó a dar charlas motivacionales a grupos a partir de cuatro años, tratando de que no se asusten, no tengan miedo y sí conciencia de que son capaces de hacer “todo”. “No pasa nada, una mano o una pierna no es que no te deje ser feliz. La felicidad no se basa en una mano, se basa en pequeños detalles que tenemos cada día. Y hoy, que ya he procesado todo, considero que soy una bendecida, porque puedo valorar la vida de manera totalmente diferente, y encuentro la felicidad en detalles que no hubiera encontrado”, reconoce. “Ahora, a mis charlas intento siempre ir muy descubierta, que claramente se vea mi brazo y las cicatrices que tengo en todo mi cuerpo. Un día, con una amiga que le falta una mano, nos pusimos a caminar por la calle de Montevideo, las dos de manga corta. No te puedo explicar la reacción de la gente, se daba vuelta a mirarnos. Cuando lo tienes asumido no pasa nada, pero cuando no, es muy doloroso”, dice otra vez con un tono de tristeza en una voz que casi todo el tiempo es optimista, apuntando constantemente a generar conciencia. “Asumir” es una palabra que se repite en la conversación con La Mirilla, y que tiene que ver con dos cosas: con la terapia individual y grupal que hizo hasta los 18 años, que venía de la mano con el tratamiento de cuidados intensivos; y con ser creyente a su manera: “uno debe creer en sí mismo y en la fuerza del universo. Cuando tú crees en ti mismo y en lo que quieres, logras todo, y esa es la principal creencia. Aceptarnos, creer en nosotros. Y no dejarnos contaminar”. Para Alfonsina, está claro que llegó a donde llegó 14
creyendo en ella y solamente en ella. “Soy yo, luchando por mi objetivo”, resalta, y admite sin egoísmo: “nunca he escuchado lo que me dicen los demás, escucho mi corazón. Muchas veces mis amigas me dicen: ‘Gorda, ya lo intentaste’. ‘Ya lo intenté, sí, pero puedo seguir intentándolo. ¿Cuál es el problema?’ ‘Que estás sola, que te llamamos y estás llorando…’ ‘Sí, lloro de rabia, pero no porque me sienta derrotada: para aliviar mi corazón y seguir adelante’. Estos meses han sido de mucha soledad, pero debo recordar que estoy aquí por una meta. Es parte del proceso, del sacrificio, y es una elección que hago con un orgullo increíble. Cuando te llaman a pista y dicen: ‘representante de Uruguay’, es una emoción única”. Lo dice con firmeza, pero las lágrimas no se aguantan. Su sacrificio la llevó a ganar el premio a Deportista del Año que otorga la Comisión de Deportes de la Cámara de Representantes, y el Premio Gonchi Rodríguez. “Mi familia no lo podía creer. Es todo gracias a mi empeño, mi lucha. Muchas veces me emociona por saber el sacrificio que he hecho y que hago, y la capacidad de caerte, volverte a levantar; caerte y volverte a levantar, siempre mirando a ese objetivo sin desviarme del camino, por más barreras que haya”. Enterarse de que había recibido estos dos premios fue “una sorpresa, un orgullo y sobre todo una gran motivación para continuar”, más que nada porque es la primera vez que este primer galardón se le otorga a alguien del mundo hípico y a alguien con una discapacidad, y que el segundo se le otorga a un deportista fuera del automovilismo. “Es un escalón muy grande que hemos dado en el ámbito de la discapacidad”, valora, embanderándose en una causa colectiva. Alfonsina, que le agradece a su madrina deportiva Gabriela Rosés, modelo y diseñadora “con un corazón gigante”, está llena de energía pensando en Río, pero más allá del resultado final, ella quiere atravesar este proceso con un objetivo: dejar un mensaje de vida, de lucha. “Mi sacrificio no es solo para mí, sino para todos. Quiero demostrar que en la vida todo se puede, siempre que te lo creas, te esfuerces y estés acostumbrada a sacrificarte, porque la gente no está acostumbrada a eso, se piensa que es sólo un esfuercito. El sacrificio es grande, y en el proceso duele, duele mucho. El sacrificio es parte de tus logros, pero para verlos tenés que esperar mucho”, dice esta amazona que mucho tiene que ver con la concepción guerrera de la palabra, y que no teme ni sacrificarse ni emocionarse ni caer. “La vida está mucho más allá de lo simple, la vida está para dejar un legado”, suelta.
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DEJAR DE COMER Por Diego Obispo Fotos: Diego Obispo y Rospa 16
La obesidad es una de las epidemias de mayor crecimiento a nivel mundial. Mientras el mundo se sigue diseñando para los flacos, a los gordos solo les resta escuchar miles de veces el mismo sermón que les pide alejarse de la comida. Gordos Organizados y Stop Gordofobia son dos organizaciones que trabajan desde diferentes lados el tema de la obesidad.
Un tercio de la población mundial es obesa y esa cifra se ha duplicado en los últimos 30 años. La Organización Mundial de la Salud (OMS) cataloga a la obesidad como la epidemia del siglo XXI, y tras esa afirmación se busca encasillarla como una adicción. Pero a diferencia de otras adicciones, en este caso alejarse del producto al que se es adicto es naturalmente imposible. En un intento por sobrellevar la situación, los programas de prevención de la obesidad hacen hincapié en la difusión de un modo de vida más saludable, sin atacar a los problemas de fondo que padecen quienes conviven en una sociedad que no está diseñada para ellos. Aunque es de tarde, el olor a cocina, ruidos a platos y cubiertos, son parte del ambiente del bar en el que espero a Luis Cherro, presidente de Gordos Organizados del Uruguay (GOU). La situación hace inevitable comenzar hablando de las tradiciones italianas y españolas que nos dejaron arraigado el encuentro en torno a la comida o a los lugares en donde se elabora. “De cualquier otra adicción vos te podes alejar, pero de la comida no, y una vez que comes de más el estómago se agranda y no es haciendo dieta como se soluciona: si dejas de comer el estómago igual seguirá pidiendo más para llenar el espacio que le sobra.” Según Luis los programas de dietas que ofrecen bajar 40 o 50 kilos en un par de meses muchas veces lo logran, pero generan un efecto rebote en el cuerpo y es muy probable que se vuelva a engordar más. Alguien que come 5000 calorías al día y pasa a comer 600 genera que su cuerpo se asuste y cuando entre comida al organismo éste la guarda para cuando no haya y por tanto pide más de lo normal.
Las cifras en torno a la obesidad son alarmantes, en Uruguay la Encuesta Nacional de Sobrepeso y Obesidad (ENSO II) publicada en 2009 indica que uno de cada dos uruguayos se encuentra sobre la franja de sobrepeso y uno de cada cinco uruguayos es obeso. Uruguay tiene un presidente con sobrepeso y en ese marco fue que GOU intentó que Mujica tomara la bandera de la obesidad. Se presentó un proyecto de ley que está en Cámara de Diputados, en el que se declara a la obesidad como una enfermedad y se garantiza su cobertura médica y quirúrgica. El estudio ENSO II estableció que la obesidad multiplicaba por cinco la posibilidad de sufrir hipertensión y por seis cuando el índice de Masa Corporal es alto. El 48% de los obesos tienen valores de presión arterial por encima de lo normal. Uno de los principales reclamos del colectivo es la aplicación de planes de medicina preventiva que garanticen la cobertura médica y creen un programa nacional de lucha contra la obesidad. Plantean que en todo el Uruguay existan cuerpos médicos preparados para atenderlos. “Hoy muchos médicos simplemente nos dicen: usted tiene que dejar de comer, y la respuesta es: no puedo.” Para Cherro, si la OMS cataloga a la obesidad como una adicción, lo que se debe hacer es reeducar a las personas en sus hábitos, y para eso es necesario un cuerpo multidisciplinario que incluya cardiólogos, psicólogos, psiquiatras, dietistas y endocrinólogos. La atención médica es el tema de las principales denuncias que llegan a la organización: desde carencia de tomógrafos, resonadores magnéticos, y sillas de 17
ruedas en donde se pueda atender alguien con sobre peso, hasta el rechazo explicito por obesidad. “Hay mutualistas que han expresado claramente que no toman gente obesa. Hay casos de personas que necesitan una tomografía computada y recurren al Hospital Británico - el único que tiene un tomógrafo para gente con obesidad -, una vez atendidas vuelven al hospital para hacerse socio y les responden que no toman a personas con su peso”. La atención por parte de los funcionarios muchas veces es inapropiada. “Nos apuran y la gente se ahoga. Yo invito a que hagan el ejercicio de caminar con una bolsa de 50 kilos en los hombros para ver que se siente y si pueden moverse”, afirma Cherro. Al profundizar comprendemos que el tema de la exclusión por cuestiones de tamaño va mucho más allá de los pequeños espacios en el transporte o los talles de ropa cada vez más chicos, aunque no deja de ser evidente que el transporte colectivo no está preparado para recibir a personas gordas. Respecto a la ropa algo se ha legislado en este último tiempo, pero algunos importadores que traen ropa desde China se toparon con el problema que allí las prendas se fabrican hasta un 54 talle nacional, así que decidieron saltar la norma reetiquetándolas con talles diferentes: algunas XXG, otras XXXG, pero en definitiva son todas 54. “Encima ni entrás en el probador, así que si vas a buscar un pantalón prácticamente lo llevas sin probarlo y después no hay forma de cambiarlo porque no viene más grande. A veces las casas de confección de ropa compran en remates tela de un solo color y hacen ropa grande toda igual y visten a los gordos todos iguales. No estamos ni cerca de la posibilidad de vestirnos bajo las tendencias del momento. Y encima nos cobran cualquier precio” comenta Luis.
El acceso al mercado laboral es muy difícil para personas gordas. Las denuncias llegan desde varios lados: en los últimos años hasta la Intendencia de Montevideo se ha sumado a la larga fila de organizaciones que rechaza personas por su tamaño. Los problemas para la accesibilidad de los gordos a diferentes servicios llega al punto de no conseguir ataúdes y en las morgues no existen freezers para conservar los cuerpos. “El sepelio se demora, los cuerpos se empiezan a descomponer por falta de frío y las soluciones siempre son groseras en esos casos” afirma Cherro. Es extraño que una situación tan compleja que afecta en mayor o menor medida a más de la mitad de la población no genere mayor resonancia, más aún en el medio de una campaña electoral en donde lo que sobran son promesas. Parece difícil entender como tanta gente no pueda organizarse. Para Cherro existen diferentes motivos para que esta situación se dé así. “Por un lado mucha gente se ha dejado ganar por la enfermedad”: las tasas de suicidios alcanzan un 30% en los obesos mórbidos. Los medios también juegan un papel importante en ese sentido: “el tema de la obesidad no vende. Por un lado se vende el cuerpo perfecto, pero no se tratan los temas referidos a la inclusión social. A mí me han llamado a la ONG gente pidiéndome gordos para actuar tipo caricatura, ‘preciso un gordo que se pegue un tiro o que mate a otro gordo de 200 kilos’…” La delgadez se nos vende con infinidad de mensajes que la relacionan con la felicidad, el éxito, el bienestar. Desde anuncios de gente alegre vistiendo ropa que solo existe en tallas pequeñas, hasta películas donde los personajes delgados viven y los gordos, en el mejor de los casos, hacen gracia.
“La FAO dice que en el 2013 habían 842 millones de personas en situación de hambre. En otra pestaña de la misma computadora la OMS proyecta que habrá 1500 millones de personas con sobre peso en 2015”
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y su persona y es tan dañino como los problemas de salud que puede conllevar el hecho de ser gordo. Estas situaciones generan mucho daño, suicidios, daños Stop Gordofobia es una ONG que trabaja el tema de psicológico, bullying y violencia de todo tipo”, afirma obesidad desde el lado de la penalización social que Colman. reciben los cuerpos considerados excesivos. En ese sentido María cree que la organización muchas Esta vez el mate y las galletitas confirman lo difícil que es veces ha trascendido el tema de la obesidad como “dejar de comer”. La activista María Colman me muestra hecho social para ser un lugar en donde se comienza algunos contenidos en internet. El punto de encuentro de el proceso de aceptación personal y de entendimiento esta comunidad es el Facebook Stop Gordofobia. de nuestra realidad. Es una necesidad generada por la Los dos administradores actuales son un español y una violencia con la que convivimos. uruguaya que viven en Canarias. Su lucha también es La charla continúa y nuestras búsquedas en internet feminista y latinoamericanista. Desde la red realizan derivan en el mapa del hambre en el mundo. Allí la FAO campañas virtuales para romper con los estereotipos de dice que en el 2013 había 842 millones de personas belleza. en situación de hambre. En otra pestaña de la misma “No está bueno que desde la publicidad y los medios se computadora la OMS proyecta que habrá 1500 millones ridiculice al gordo y no esta bueno el estereotipo de que de personas con sobre peso en 2015. Las dos caras ser gordo sea una persona asexuada o poco atractiva de una moneda que tienen a la alimentación como eje sexualmente. Eso conlleva muchas veces hasta un principal. problema de autoindentificación de la propia realidad, el no asumirse como gordo deriva en no asumir su cuerpo
Stop Gordofobia
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cr贸nicas viajeras
La libertad de viajar LA RUTA Y LOS BALCANES Por Nicol谩s Marrero
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l sonido a bosque raspaba mi sueño y lo iba convirtiendo en ese crepúsculo onírico que da la mañana. Abrí los ojos y las paredes de mi carpa flameaban sutiles gracias al viento cálido del Mar Adriático. Por un momento no sabía que hacía allí, desorientado traté de recordar mi presente y enseguida apareció el camino recorrido. Me vino a la mente el día anterior y el tren sobre las nubes en la frontera de Serbia y Montenegro; recordé el día y medio que me llevó hacer a dedo desde Ramnicu Valcea (Rumania) hasta Belgrado (Serbia). Me acordé de esa ciudad rumana que era donde estaba viviendo hacía unos meses luego de que dejara mi vida de oficina, ahorro y futuro en Montevideo. Allí estaba yo, recién despierto en un bosque frente al mar en la ciudad de Bar, Montenegro. Abrí el cierre de la puerta y la gente estaba haciendo deportes frente a mí. Pasaban corriendo, me miraban, sonreían y me saludaban. Yo devolvía el gesto comprendiendo que ellos estaban más sorprendidos que yo. Desayuné ese pan con tomate del día anterior, acompañado del jugo de naranjas en caja y esas galletas dulces de un kilo por un euro. Junté todo y desarmé la carpa (esa de “2 seconds” que es una maravilla: uno la arma en dos segundos, es solo sacarla del paquete y ¡plumba! Muy mágicamente queda armado el iglú; para guardarla no son necesarios más de diez segundos luego de aprendida la técnica, que en mi rústico caso me llevó meses aprenderla). Recogí la basura, me colgué la mochila, me despedí de mis vecinos deportistas y marché a la ruta. Mientras caminaba, el horizonte me regalaba las montañas a mi derecha y el mar a mi izquierda. Desde más allá de mi vista, la niebla se apoderaba del aire, tapando la carretera y los pueblos a los pies de los acantilados. La ruta serpenteaba el Adriático y subía incesante hasta esa espesa niebla. “¿A dónde voy?”, me pregunté. Abrí el mapa y tracé la ruta. Sarajevo era el próximo destino. Debía hacer toda la costa montenegrina, entrar a Croacia y a los pocos kilómetros doblar a la derecha para entrar a Bosnia-Herzegovina. Luego pasar por Mustar, una ciudad a mitad de camino, para, posteriormente, llegar a Sarajevo. No eran muchos kilómetros. Nada más que trecientos, más o menos. “¿Nada más que trecientos? ¿Cómo es eso de ‘nada más’? ¡Cómo cambió mi percepción de las distancias desde que empecé a viajar!”, me dije. Recordé cuando me iba a la playa en Uruguay. Valizas era el destino. Quedaba más o menos a trecientos kilómetros de mi casa en Montevideo y me tomaba un autobús. Ese viaje de cuatro o cinco horas me parecía eterno. “En la percepción está la relatividad del tiempo”, concluí como para dejar de
pensar estupideces y ponerme en marcha. Ese día, salí con la más absoluta sensación de libertad que te da el viajar. Era yo, la ruta y el mapa. No había nada atrás que me detuviera y el camino hacia adelante se hacía prometedor (más allá de la niebla y la sensación de novela Stephen King que me dio aquello). Si la libertad debiera de tomar cuerpo sería una ruta por la cual viajar, donde mientras se la transita, uno va eligiendo hacia dónde ir, tomando bifurcaciones que se convierten en otros caminos y que llevan a otras rutas, otros lugares, otros mundos, a otra gente. Todas esas elecciones que se me presentaban, se hacían carne al costado de la banquina; tan reales, tan explícitas. Ese día no llegué a Sarajevo. Es más, no pude salir de Montenegro. Hice solo cien kilómetros en diez horas. Caminé por montañas, sufrí el calor, perdí la carpa, la volví a recuperar, me interné en cañaverales e hice un claro para montar campamento. Muy poco avancé. Al otro día se complicó más por problemas en la frontera con Croacia: me hicieron desnudar, me revisaron, me retuvieron y me liberé. Llegué a Mustar y la espera de cuatro horas para que alguien me levante me derrotó. Terminé de luchar contra la ruta y me tomé un autobús para la capital bosnia. Quería dormir en una cama y darme una ducha de agua caliente. Sepa usted lector, que cuándo su vida está liviana y entra en una mochila de sesenta y cuatro litros es cuándo aprende a disfrutar y gozar de una ducha de agua caliente y un colchón. El autobús me dejó en la periferia y yo debía llegar al centro de Sarajevo. Me quedaban treinta y cinco euros y una semana más de viaje. Había decidido gastar dinero en pagarme dos noches de hostal para estar más cómodo. Me subí al tram. Me senté y me quedé quietito. Pasé sin pagar ticket, como lo había hecho en la mayoría de los países de Europa (pero no voy a dar mucho detalle de mi lado delincuente de los viajes). A los cinco minutos se subió una horda de inspectores vestidos de camisa celeste (qué originalidad, lástima que estábamos en verano y le faltaban los sacos de paño). En eso, uno se me para en frente con toda su cara balcánica de malo de película; lo miro pensando “¡puta madre! No tengo ticket y este me lo va a pedir”. Él me mira y, en efecto, me dice: “¿Ticket?”. Lo miró de nuevo, le sonrío, saco una moneda de la mochila y le contesto: “Sí, deme uno por favor”. Me vuelve a preguntar sobre el ticket, explicándome que debía de mostrarle el ticket y yo, con mi mejor cara de turista ignorante, le vuelvo a dar la moneda pidiéndole a él que me venda un ticket. Me mira con cara de derrotado, va hacia el frente, le compra el ticket al chofer, lo marca y me lo da. Yo le agradezco. 28
Llegué al hostal y negocié dos noches por nueve euros. Una ganga de la época de Ceausescu y el comunismo gris y aparatoso, pero a veinte metros del centro principal. Eso quería: urbanidad. Luego de haber estado días en soledad con el bosque, el mar y la naturaleza; necesitaba el hollín, las bocinas, la gente, el olor a carne asada de la calle. Y allí estaba yo, naufragado en Sarajevo. Esa ciudad con la que crecí viéndola en CNN, aniquilada y sitiada; que la entendía solo como un menú más de la oferta del entretenimiento de televisión, al lado de una película de Rambo o el Show de Benny Hill. “¿Cuánto ha pasado en mi vida para que yo esté acá?”, me pregunté. Sarajevo se me atragantaba en la garganta (sí, así como suena. Literal, crudo.) ¿Cómo no me iba a movilizar todo eso? Para que entienda, amable lector, llegué a un parque donde los niños jugaban sobre las tumbas de otros niños muertos durante la guerra. Si, así como lo lee. Había bancos, árboles, hamacas, toboganes, túneles y barras para trepar; había parejas dándose amor, una fuente que arrullaba el sonido y las lápidas de todos esos niños asesinados. Un parque que sirve como ancla de memoria, para no olvidar que en la guerra un niño está imposibilitado de ser niño y que la bala no mide edades. La escenografía de esta mágica ciudad se me presentaba en los edificios y sus cicatrices de impactos de metrallas. Se me dibujaba en una mujer sin un brazo que atendía
un comercio de Kebab, en la mezquita que comenzaba a cantar su hora de rezo, en el cura ortodoxo que se apresuraba a prender dos o tres velas en su iglesia y en la monja cristiana que rezaba un rosario antes de vaciar la caja de limosnas. En la calle, los olores musulmanes se robaban la atención, de los cuales el shawarma y el Cevapcici eran los grandes culpables. Todo convivía en su heterogeneidad: el té turco y la narguile para fumar, McDonald’s y la Coca Cola, el Cevapcici y la rakia, las banderas orgullosas de BosniaHerzegovina, el rio atravesando todo, el turista de gorro de paja, la mujer Paris Hilton y sus brillantes, el veterano que lustra los zapatos, las calles empedradas, los autos último modelo, las montañas que fueron refugio de los francotiradores serbios que sitiaron la ciudad, las casas, la pobreza y la riqueza. Todo mezclado. Todo en paz. Todo tan irreal. Al final dejé esa ciudad nostálgico, con ganas de intimarla mucho más. Como esa mujer perfecta de una noche, que dura lo insuficiente como para amarla toda la vida. Pero la ruta seguía, tal es la cuestión del eterno viajero: siempre condenado a soltar y seguir. El futuro me vio en otras ciudades, en otras rutas, en otros bosques y otros mares; pero ninguno de ellos me regaló aquella mañana en el bosque tan reveladora de la libertad, ni me mostró tan explícito el choque entre la ficción y realidad que sufrí en Sarajevo.
TIPS GASOLEROS 1
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Existe lo que se llama “Balcan Flexi Pass”. Es un ticket de tren para todos los países balcánicos excepto Croacia. Estos son: Rumania, Bulgaria, Macedonia, Montenegro, Bosnia-Herzegovina, Serbia y Grecia. Se incluye, además, Turquía. El que yo saqué valió ochenta y ocho euros para usarlo cinco días en un total de un mes (pero hay varias opciones, ilimitados, por mes, por viajes, etc). Yo me fui de Bucarest a Estambul ida y vuelta. De Belgrado a Montenegro. Luego de Belgrado al norte de Rumania y desde allí a las playas del Mar Negro en la frontera rumana-bulgara. Todo por ochenta y ocho euros (incluso me sobraron dos días, ya que habían veces que los inspectores no lo marcaban o lo marcaban en el lugar incorrecto)
Los hostales en países como Serbia y Bosnia rondan entre los cinco y ocho euros. De los más baratos en Europa.
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Los países balcánicos son países llenos de bosques. Úselos para acampar, nadie le dirá nada. En caso de que alguien pregunte diga que es viajero, hable y sonría (siempre hay que sonreír. Es un código que todo el mundo entiende)
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A diferencia de otros lugares de Europa, en Bosnia, Montenegro y Serbia, es más barato comer en locales como restaurantes o puestos callejeros, que comprarse la comida clásica de supermercado (pan, queso, tomate y jugo). En Sarajevo se puede comer por un euro y medio, uno se va lleno a reventar y hasta le da para dejar propina.
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Dato importantísimo: por regla general universal, los locales de comida en que las sillas y las mesas son de plástico (preferentemente, color blanco) son los lugares más baratos y ricos para comer.
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Viajá a dedo. Vas a descubrir un mundo nuevo en el viaje. La gente te va a llenar de energía, se invitarán a compartir una comida, un té, un café, una charla. Te ofrecerán lugares para dormir. Te vas a dar cuenta que al mundo aun lo
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Juan Carlos Cereceda Entrevista
"La pintura me dio la alegrĂa de expresarme" Por Mariana Gioiosa Fotos: Gustavo VelĂĄzquez
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Las paredes estaban vestidas con pinturas abstractas de María Paz, la naturaleza muerta de Nora Sollosqui, las obras surrealistas de Inés Rivarossa y los mágicos paisajes de Juan Carlos Cereceda. Dos mujeres con tubos de cartón largo contaban al oído fragmentos del libro “Postales de otra Ciudad”. El reloj marcaba las 19.30 cuando llegó por la puerta principal el artista de los paisajes soñados, quien tras recibir saludos y felicitaciones, conversó con La Mirilla. ¿Que significa para vos pintar y cuándo comenzaste a hacerlo? Pintar es expresarme, sacar un poco lo que tengo adentro. Me transmite mucha vida, mucha alegría. Hace siete años comencé y expuse enseguida, un profesor de un taller que estaba tomando me convenció, me dijo que una obra de arte no era tal hasta que no está colgada y tenga un observador. Pensé que jamás iba a poder pintar y ya tengo 20 muestras hechas, algunas individuales, como en la casa de la cultura de Quilmes, en el Teatro Roma y la Universidad Tecnológica de Avellaneda, entre otras. Además participé en exhibiciones grupales, como esta. ¿Cómo fue que diste los primeros pasos en esta expresión artística? Un día mi segunda mujer estaba pintando, me crucé y le dije: “che eso no es así”, al rato pasé otra vez y le repetí lo mismo, a la tercera vez me dijo: “tomá pintá vos y dejame de jorobar”. Le hice caso y quedó bien lo que hice. A los tres, o cuatro días se apareció con varias telas y acrílicos. Empecé como un jueguito y me di cuenta que me iba gustando cada vez más. Me hubiese encantado comenzar hace 40, 50 años, porque me doy cuenta que todavía tengo mucho camino por recorrer ¿Podrías contar sobre el premio que recibiste del Museo Victor Roverano? En el marco del segundo salón anual Nuestras Islas Malvinas del año 2012, que se realizó en el Museo de Víctor Roverano que dependiente de la casa de la cultura de Quilmes, recibí el primer premio por la obra Frío, Soledad y Desamparo. Este cuadro lo hice en un bastidor de ochenta centímetros por un metro, en acrílico con espátula y pincel. No tenía mayor ilusión
que mi cuadro sea elegido, porque participaban personas que pintan muy bien, además los directores y el jurado son tipos grosos, importantes y nunca me imaginé que me iba a encontrar con el primer premio. ¿Cómo es tu técnica? Tomo como disparador alguna situación. No respeto los colores de la imagen en la que me inspiro, le doy mis propios colores. El común denominador son generalmente los colores cálidos. Quiero hacer algo agradable a la vista de quien esté mirando mis obras, por el equilibrio, la composición y la paleta utilizada. Que mi pintura tenga un recorrido que pueda ser entendido. ¿Cómo te gustaría que sea mirada tu obra? Me gustaría que al observador le resulte sugerente. Por ejemplo en el cuadro Una hoja en el bosque, esa hoja que aparece sola, en el medio del bosque, le puede llevar a preguntarse por qué esa hoja está ahí o qué le habrá pasado a ese loco que rescata la hoja. Otro ejemplo es la obra Niebla en el bosque, en esa se respira un ambiente de humedad, y esa humedad tiene interrogantes: ¿Qué habrá pasado? ¿Cuándo habrá sido? ¿Por qué? Además de ser artista plástico, sos arquitecto, ¿Qué relación encontrás entre los dos oficios? La pintura me sirvió para soltar. La arquitectura es un poco estructurada, son líneas rectas, con terminaciones muy prolijas. En cambio la pintura es algo que me da más libertad,
Juan Carlos Cereceda presentó algunas de sus mejores obras en una muestra de arte conjunta que se realizó en la asociación Gente de Arte de Avellaneda entre el 1 y el 15 de noviembre. En la misma, también exhibieron sus pinturas Nora Sollosqui, Inés Rivarossa y María Paz. En el marco de exposición se presentó también el libro “Postales de otra ciudad” de la escritora Verónica Rodríguez, la cantante Carmen Simone interpretó tangos y valses y actuó el grupo de teatro Sex Tetas.
es más abierto, más relajado. Al principio, con las primeras obras que hice me decían “Juan, se te nota el arquitecto que tenés adentro”, después fue “Juan, se nota la pelea que tenés entre la arquitectura y la pintura”, para ese momento ya empezaba a relajarme más. ¿Solamente te interesás en paisajes? ¿Qué significa para vos la naturaleza? Sí, la temática sobre la que pinto son paisajes. La naturaleza para mí significa la vida, es el ser superior, el amor. Con mi primera mujer nos gustaba mucho la vida al aire libre y con la segunda también. A mis hijos siempre les enseñé a amarla, siento algo muy particular por ella, en mi casa tengo muchas plantas y árboles grandes, parece una selva en lugar de un jardín. ¿Qué te dio la pintura? La pintura me dio la alegría de expresarme. Aprecio que la gente me diga “me gustan tus colores, hay vida y fuerza”. También me dio un poco de cararrotismo, es cuestión de decir “me lanzo y que salga lo que sea”. ¿Te cuesta desprenderte de tus obras? No es fácil desprenderse de una obra. Por otro lado, a mí me gusta exponerlas y si sufre algún daño un cuadro que ya vendí, ¿cómo hago? Cada obra es única, nunca repito un trabajo. Durante muchos años te dedicaste a la arquitectura, y hace poco tiempo decidiste volcarte también al arte plástico ¿Cómo fue aceptada esta nueva profesión por tus hijos? Mis hijos, pese a que me cargan, me dicen “viejo no te hagas el loco”, vienen a todas las muestras. Me doy cuenta que ellos sienten cierto orgullo por lo que hago. Es como volcarles caminos, decirle sí se puede, en lo que ellos quieran. ¿Qué es para vos la vida? Tuve muchas dificultades, mi madre falleció cuando tenía 6 años, me criaron mis abuelos y mis tíos, también perdí a mi primera mujer, pese a ello yo sigo creyendo que la vida es maravillosa, y me animo a expresarlo de esa forma, en la pintura y en lo cotidiano, con mis hijos, mi mujer y la gente que quiero. ¿Con qué impresión te quedás de la muestra que convocó a tantas personas? Me quedo con el clima de satisfacción, el afecto de la gente, la alegría y la buena onda.
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SURREALISMO Y REALISMO SOCIAL Por Mariana Gioiosa Fotos: Gustavo Vel谩zquez
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Hist贸rica Exposici贸n de Antonio Berni en Buenos Aires
El jueves 30 de octubre se inauguró en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA) Antonio Berni: Juanito y Ramona, la primera exposición del artista que presenta sus célebres series de Juanito Laguna y Ramona Montiel e incluye a los Monstruos de sus pesadillas.
pasando en la vanguardia internacional y cómo Berni incorpora estos elementos”, explica Mari Carmen Ramírez. Otro punto que sorprende de la muestra es que además de reunir gran cantidad de sus trabajos, un conjunto de 150 obras creadas por el artista entre 1958 y 1978, cuenta con ensamblajes de gran tamaño como Ramona bebé (1962), La apoteosis de Ramona (1971) y La familia de Juanito emigra (1972).
sta muestra está producida en forma conjunta por MALBA y el Museum of Fine Arts de Houston (MFAH), y cuenta con la curaduría de Mari Carmen Ramírez y Marcelo E. Pacheco. Antes de llegar a Buenos Aires esta exposición estuvo en el MFAH y el Phoenix Art Museum. Antonio Berni: Juanito y Ramona ocupa tres pisos y el recorrido sugerido es desde el segundo hacia el primer subsuelo. En el segundo nivel, se puede apreciar una serie de paisajes abstractos, grabados de Juanito que el artista presentó para la Bienal de Venecia en 1962 con sus matrices y otros que realizó más adelante de Ramona y sus amigos: un general, un marinero, un criminal, un embajador y un obispo, entre otros En el primer nivel sorprenden los monstruos tridimensionales que representan miedos y pesadillas. También están presentes los ensamblajes de Ramona en los que la realidad se choca contra sus aspiraciones, “…Las sedas chillonas, las pasamanerías y el oropel forman la parte principal del decorado sofisticado de Ramona, que solo pueda gozar transitoriamente de ese lujo imitativo de las vanidades del gran mundo…”, escribió Berni sobre este personaje. En el primer subsuelo los ensamblajes son aplicados a la figura de Juanito Laguna para plasmar las preocupaciones sociales que tiene el artista en la década del 70. Berni incorpora a la obra objetos de desechos encontrados en caminatas que hacía en barrios carenciados o villas, como chatarra, trapos, maderas quemadas, latas, plásticos y restos de juguetes.
Ramona Y Juanito
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Muchas de las obras expuestas, se presentan por primera vez en Argentina. El propósito de la exposición es recopilar el mayor número de obras de Juanito y Ramona que vienen de distintas partes del mundo, como Estados Unidos, España y Bélgica. Luego desplegarlas al público de manera que se pueda entender el desarrollo, cómo van surgiendo estos personajes y cómo evolucionan en toda su complejidad. En este sentido, se quiere resaltar toda la relación de Berni con las vanguardias francesas y con el arte internacional, más allá de Argentina.“Qué dicen esas obras sobre el peronismo, la sociedad argentina, pero al mismo tiempo sobre lo que estaba
Si bien Ramona y Juanito son personajes nacidos en lugares marginados, hay diferencias entre ambos. El niño representa, entre otros aspectos, la pobreza; ella está relacionada con el poder, la prostitución y la codicia.“Ramona es un personaje de arrabal, como surgido de una letra de tango; algo así como Milonguita. Ella es el símbolo de otra realidad social también cargada de miseria, como es Juanito, pero no tanto en el plano material”, analizó Berni años atrás. Andrea Giunta, Doctora en Historia del Arte en la Universidad de Buenos Aires, escritora, curadora e investigadora, participó para el catálogo de esta muestra y explica al respecto de las creaciones del artista : “Juanito es feliz pero no tiene perspectiva, mira la ciudad desde otro lugar, como un niño hundido en la miseria que no tiene acceso. En cambio, Ramona puede decidir su vida, es como el arlequín”, y continúa la escritora con el análisis: “transita distintos niveles culturales, puede estar en la miseria, pero puede estar también con los jerarcas de la iglesia o militares. Consigue manipular o articular una red de poder, pero al mismo tiempo tiene pesadillas”. Otra de las diferencias es que Juanito fue creado en Buenos Aires, mientras que Ramona fue concebida en París. Para Berni, Juanito es el arquetipo de una realidad argentina y latinoamericana; en él están fundidos muchos chicos y adolescentes que conoció. Todo el material que compone ese mundo lo encontró en los baldíos y en las calles pobres de Argentina. En el caso de Ramona, revela Ramírez, es un híbrido: si bien es una chica de un barrio porteño, se engendró en París y fue moldeada sobre la figura de la cocot parisina. Desde que fue bebé nació con los encajes de la Belle Époque y todo lo que Berni podía conseguir en los mercados de pulgas. Habló de una realidad argentina con los trapos franceses, concluye la Ramírez. Sin dudas estos personajes, creados por uno de los grandes artistas latinoamericanos del siglo XX, despertarán gran interés hasta que finalice esta muestra, el 23 de febrero de 33
RELATOS
EL AUTO ROJO Por Maxi Fleitas
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aca un cigarrillo, lo deja colgando de sus labios mientras la mueca cargada de asco contrae su cara. Parecen muertos, sentados en ese muro de hormigón. Pasan autos y los cuenta: si consigo diez rojos antes que azules seguro esta noche vuelve Viviana. El de la izquierda, el moreno, se lleva la botella de cerveza a la boca con ansiedad. No es consciente de la apuesta de los autos, pero fija la mirada en la ruta, es lo único que se mueve, autos, máquinas, cajas con ruedas y tipos que se pegan a la retina como instantáneas veladas ¡Diez rojos! Viviana debe haber sentido el escalofrío, piensa el del cigarro, lo enciende, las manos le tiemblan un poco. El auto rojo pasa frenético, lo maneja un tipo alto, apenas pasa los treinta años. Enciende la radio, cambia de una emisora a la otra. Se detiene en el semáforo detrás de un bus enorme, cambia de emisora otra vez, de salsa a pop, de electrónica a música clásica. Mozart le consuela apenas se habilita la verde, acelera para rebasar al bus. Un auto rojo pasa por la ventanilla del Bus, Viviana escucha música en su celular. Apoya la cabeza en el vidrio y piensa, entre dormida, despierta por miedo a pasarse de parada. Junto a ella viene sentada una mujer bastante grande, ocupa medio asiento más, hace calor y es incómodo tenerla pegada al cuerpo. El fastidio es un somnífero. Viviana se duerme, el auto rojo se pierde en el horizonte, su parada queda atrás mientras el celular reproduce una canción detrás de otra. No sueña, duerme de fastidio. Si diez autos blancos superan a los azules, piensa el del cigarro, Viviana vuelve esta noche y se queda a dormir. Se termina la cerveza y el moreno lo golpea en el brazo, le muestra el envase vacío. “¿Vamos a comprar otra?”, pregunta mientras el sudor se condensa en su frente. “Ahora vamos”, dice el del cigarrillo, “ahora vamos negro”. El auto rojo acelera con furia, el conductor cambia la radio, continúa pasando por todas las emisoras, las vocales desafinan con acordes de otra canción. Suda, acelera, piensa en verbos. No hay más semáforos hasta la casa de Mónica, solo buses que se adueñan de la media calzada.
Los esquiva como en un videojuego, el del auto rojo y la mujer rubia. Mónica solo quiere plata, todo el mundo busca plata, piensa, todos quieren plata. Suena una canción de Perales. Viviana no tiene plata para volver, se pasó de parada otra vez y tiene que caminar quince cuadras hasta su casa. Camina por el costado de la ruta, ayer llovió y las veredas son barro, perros que salen a mascar tobillos y barro. Le duelen los pies, le duele el alma. El moreno queda debiendo diez pesos en el almacén, pero piensa que la cerveza está tibia y tendría que ser ley hacer descuentos en estos casos. El del cigarrillo ya no fuma, ya no quiere pensar en Viviana, sabe que ni dos mil autos rojos la van traer de vuelta. El moreno quiere tomar cerveza fría, el del cigarrillo quiere ir a buscarla. Piensan en la ruta, es lo único que se mueve. Piensan en el décimo auto rojo, la polaroid del tipo que lo manejaba, concentrado en el tablero de su auto. El auto rojo se estaciona en la puerta de la casa de Mónica. Baja el conductor, camina nervioso mientras mete la mano en sus pantalones. Nadie toca el timbre con un arma. Mónica odia las armas. Le gusta la plata, piensa, yo ya no tengo plata. Viviana siente el zumbido de un auto que se aproxima, pasa tan rápido que apenas lo distingue. Tan apurados algunos, piensa, mientras los pies le duelen. Faltan solo cuatro cuadras. El moreno se sienta de nuevo en el muro de hormigón, el del cigarrillo saca la caja de su bolsillo. No camina nadie por el costado de la ruta, solo autos, buses, cuerpos inertes. Enciende con fósforos el próximo cigarrillo, “si pasa el auto rojo de nuevo te juro que voy a buscar a Viviana”, le dice al moreno. “Vos sabés que yo lo conozco a ese tipo, era el novio de mi hermana Mónica”, responde el otro mientras destapa la cerveza. “Mirá ¿estás seguro?”, pregunta el del cigarrillo. “Claro, no pasa tanta gente por acá, nadie te quiere ver”. Sonríe, mientras vuelve a empinarse la botella de cerveza.
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RELATOS
HOMBRE CORAZร N DISCAPACITADO Por Sebastiรกn Walch Abete
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E
nfrentarse a un papel en blanco: ese era uno de los desafíos más grandes de un sabio. Poniéndose a pensar que el bien es la contraposición del mal razonando que uno se puede suicidar cuando no tiene más que decir, intentaba buscarle la vuelta para no tener que dejar su vida por una simple hoja vacía. Cuando se encontró con una de las mujeres más hermosas que había visto jamás se asustó, pensó que no tenía razón que tal belleza se fijara en él. Se decidió entonces a buscar otra dama y la encontró: era un querer sincero, pero no bello. El hombre pensó que el amor era sólo una satisfacción del impulso sexual, pero se dio cuenta que en realidad es un sentimiento cortés. “El amor es una benevolencia de los dioses”, pensó. Comenzó a correr y a gritar que no quería ser querido por alguien que a él no le gustaba, sino que esperaba que la belleza más extrema fuera la que corriera a sus brazos. Este hombre pensaba que su mero andar por el mundo llegaba por las fatigas del arte, visto como lo más hermoso del mundo, como regocijo de sus más altos y bajos instintos. Y seguía creyendo, además, que su andar por el planeta era llamado a ser una de sus peores condenas: por más que escribiera los mejores libros, pintara los más bellos cuadros, compusiera música para volar, su andar sería chamuscado por ese amor que no llegaría. Atormentado, asustado ahora por un amor imposible, perdió el miedo a la hoja vacía y se puso a escribir:
En esta yuxtaposición de ideas que realizó no definió nada porque, según él, tampoco tenía mucho para decir, más que parafrasear artistas, conversar con borrachos y levantar minas que no le gustaban. Quizás no quería llegar a decir sus ideas, y por eso se encargaba de ir construyendo su propio mundo, basado en pocos hechos reales y en mucha imaginación. Todo el tiempo suspendió su juicio; todo el tiempo optó por la neutralidad. Más allá de que conquistara mujeres no terminó nunca con la más bella, no se quedó nunca con la mejor y tampoco con la más desagradable para la vista, ni se fue nunca con la primera percanta que se le presentó. No borró la tristeza ni mantuvo la felicidad: en un mundo de tomar partidos, siguió siempre su camino. Aunque un día, un buen día, comenzó a creer que le faltaba algo. Algo muy importante. Algo como la fe en sí mismo. Sintió entonces que era inmortal y decidió esperar por ese momento glorioso, pero pensó que cuando viera a su amor no podría hacer nada. Incapaz de percibir que no se jugaría por un sentimiento, dejó que esa misma irrealidad lo llamara, entendiendo que en algún momento lograría que fuera su experiencia la que hablara. Sin embargo, cuando su experiencia se rebeló, ya era tarde. Había dejado de ser joven, de ser benevolente a la visión de las mujeres. Podía ser un sabio, sí, pero ya no un objeto de deseo: era sabio por inteligencia, pero nunca supo del amor. El corazón está ligado a ese viaje de amar sin mirar lo Es esto una contraposición con la historia de las que pasa. Sin prepotencia, sin mover un dedo. Y entonces sociedades occidentales. La clase media burguesa detiene no movió un dedo. Esperó, esperó, y ahora se siente un el mundo, el más rico tiene todo lo que quiere y lo que no discapacitado de corazón. Más allá de que aún bombea tiene lo consigue, y el pobre sigue en su búsqueda de salir sangre, su corazón nunca latió rápido, nunca hiperventiló adelante con su fuerza de trabajo. Están estos dos en una por ese amor que dice que sí, nunca resopló y lloró por constante búsqueda, mientras que la clase media detiene al el amor que le dijo que no. Se siente un discapacitado mundo. Tiene lo que puede y lo que no lo desea, sabiendo de amor, y esa es la peor discapacidad de todas. No que quedarse a mitad de camino es una pérdida de tiempo. hay rampa que levante alegría, no hay lectores para su Del mismo modo, esperar a ese amor que no llega es ceguera. No hay realidad de rey. Hoy la realidad lo muestra quedarse a la mitad. acostado. Mirando el techo. Solo.
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RELATOS
RELACION-ES Por Estefanía Martínez
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A
posté todo por vos, nunca dudé de que era contigo. ¿Acaso no recordás que fui yo quien puso en Facebook: estoy en una relación con? Te cuidé como jamás lo hice con nadie, a vos y a todo lo que amabas. Pasé semanas alimentando a tu pou cuando estuviste enfermo. Puse tu foto de fondo de pantalla en mi tablet, mi ipad, mi smartphone; la usé como portada en mi Facebook y hasta la publiqué en Fotolog, y ya sé que ahora nadie ve Fotolog pero de todas formas lo hice, quería que fueses parte de cada parte de mi. Gasté mi crédito y recargué tarjetas para que nunca te faltase ese sms cada mañana. Me saqué selfies con vos hasta recién levantada y jamás dudé en subirlas -y sabes lo que odio salir mal, y bien sabes lo mal que me veo recién levantada-. Cuando tu madre agonizaba puse “me gusta”, desde que la llevaron a terapia intensiva hasta el día del velorio, cuando puse un emoticón llorando en mi muro. Compartí y retuiteé cada uno de sus estados. Y hasta le puse pelo en Photoshop cuando las fotos de la quimio. Pero nada de esto valorás, nada parece importante. Así que hoy debo tomar la decisión más difícil: lo siento, pero voy a bloquearte y a denunciar tu cuenta.
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/La-Mirilla
@_lamirilla
La Mirilla