LA CASA DE MIS FANTASMAS. Antonio Ramos Revillas
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CANCIONERO Monterrey, tierra querida, es el Cerro de la Silla tu estandarte y tu perfil desde niño yo te quiero y es por eso que si muero que sea en ti donde nací. Entre montañas y sierras se tiende mi tierra mi tierra que es Monterrey por algo tiene la fama de ser la sultana norteña de mi querer Como la flor de azucena sus hembras nos llenan de suave y blanca fragancia y con el alma de acero cuando se viste de obrero es un canto de esperanza Como amazona perdida la luna en la silla cabalga al meterse el sol y más abajo en la loma en la Punta de la Loma parece que lloran las notas de un acordeón y perfilándose altivas las fábricas brillan vestidas de azul mezclilla y con los brazos abiertos como el señor Padre Nuestro está el Cerro de la Silla Monterrey, tierra querida, es el Cerro de la Silla tu estandarte y tu perfil desde niño yo te quiero y es por eso que si muero que sea en ti donde nací.
—”Alegorías a Monterrey” Autor: PEPE GUÍZAR Intérpretes: LAS TRES CONCHITAS y LOS HERMANOS ZAIZAR
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ÍNDICE 3
CINCO POSTALES SOBRE LA GUERRA DEL NARCO Coral Aguirre
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RÍOSANTA II Daniel Salinas Basave
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La querella de la flor de lis I Ramón López Castro
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UN ASESINATO PASIONAL Hugo Valdés
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EL TIRO DEL SIGLO Édgar Favela
DIRECCIÓN: Rodrigo Guajardo EDICIÓN: Carolina Olguín y Édgar Favela FOTOGRAFÍA: Gabriela Zavala (pp. 1 y 4) y Carolina Olguín (pp. 2, 7, 10 y 12)
*Las fotografías no necesariamente guardan relación con el texto: son meramente ilustrativas.
ARTE DE PORTADA: Gabriela Zavala COLORIZACIÓN: Andrés Villagómez DISEÑO EDITORIAL: Marta Hoyos MAQUETACIÓN: Rodrigo Guajardo
CANCIONERO: Selección de Genaro Saúl Reyes
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I. EL OJO
CINCO POSTALES SOBRE LA GUERRA DEL NARCO Coral Aguirre
Sobre la superficie porosa el ojo. Su reflejo deforma la mejilla y alarga la boca. El muchacho derrama el ácido y revuelve. Ha quitado el resto de hojas y ramillas secas al tronco. Lo ha limpiado de brotes y rebrotes. Un rastro marrón se deshace lentamente. Agoniza la tarde en los pajonales de atrás. No va a prender ninguna luz. Que la sangre y los huesos se pierdan entre las brumas recién nacidas del ocaso. Sueña con Amalia y vuelve a ver su ojo en la superficie. Huele un aroma de podredumbre que viene desde atrás. Desde la tabla rajada al medio por la presión del acero dentado. El tambo se le aparece como una cueva que también a él lo va a sumir. Oye el zumbido del motor afuera y la algazara de dos o tres voces entremezcladas. Aquí te dejamos los otros, Rata, dicen las voces entremezcladas. Y de nuevo se hace el silencio. Silencio del sol que no ha querido mirar y se esconde en el horizonte quebrado por los arbustos y el cerro. Los restos humanos permanecen en su ojo. Él revuelve de a poco como si no quisiera deshacerlos del todo. Vuelve a ver el ojo que mira fijo desde el tambo y lo reconoce. Es el de ella, el de Amalia. Los otros tienden a deshacerse.
II. EL TACÓN No jodas, hay que colgarla de los pelos, de los pelos no, de las tetas, y la risa aflora en medio del puente. Lo piensan al mismo tiempo y lanzan otra carcajada. Rugoso el barandal donde las manos se aprietan. Se la cogieron antes de subirla, antes de meterla en la cajuela, antes de traerla hasta aquí. Ella creyó, eso es lo que piensan a la par, ella creyó que así se salvaba, abrió las piernas la pobrecita, qué tetas, dice el Torcido, qué tetas hace eco el Guasón, y sus patas resuenan en medio de la madrugada sobre las escaleras, bum bum bum a causa del peso que llevan. La soga raspa las palmas, les hace tensar la espina dorsal, los aprieta un poco como a ella, a la que por último tendrán que soltar. El cielo se compadece con una lluvia que escurre con mansedumbre. El Guasón se seca el sudor, aunque no sabe si es la lluvia que le moja la cara aunque lleve un sombrerito ladeado que lo vuelve más feo y más viejo. Así está bien. El tacón rebota sobre la calle. El Torcido se fija en los alrededores. Nadie sabe, nadie escucha. Se han apagado las risas y bajan sin comentarios. En el instante de cerrar la cajuela advierten el otro. El otro tacón.
#Carretera Nacional #Guadalupe #La Alianza #Monterrey 3
III. LA MANO La tierra se cuartea, se hace polvo de oro, vuela asustándole los ojos. Aminta no se decide a correr porque de pronto se ha puesto ciega. Se para y busca hacia delante con los brazos. Está sola en medio del páramo. El sol le barre la nuca y las sienes. Quiere correr y no puede. El picor en los párpados se le desparrama en lágrimas sobre las mejillas. La mochila a sus espaldas la sume en más espanto. La escuela está tan lejos. Cruzar el arroyo seco y seguir derechito hasta topar con ella. Apunta con su pie el primer paso, luego el segundo, baja entre las piedras que se hunden en sus huaraches. Quiere soñar con globos rojos y paletas de mango. Pero ahí está la mano. Negruzca, hinchada, oliendo a mierda. Ahí está la mano en la mera cortadura sobresaliendo apenas, sola su alma en medio de la mañana.
IV. EL LLAVERO
V. EL BESO
A mí no me va a pasar y sale airosa. Sube al carro, arranca, vuela. Daniel la espera en medio de la plaza. Estacionará enfrente donde no hay parquímetros. El jardín no es frondoso, puede ver las bancas, los senderos, la fuente del medio, un chavo que corre detrás de otro. Una pelea de chicos, seguro. Corren a ritmo de corrido, parecen repetir el estribillo. Le da risa y emprende el viaje al cruzar la calle. Una vez del otro lado, en el borde de la banqueta, a punto de poner el pie sobre el cordón se detiene y oye el tiro. Luego el segundo y el tercero, casi sin respiración entre uno y otro. Le da por avanzar y retroceder al mismo tiempo, le gustaría ponerse de rodillas. Y se deja llevar, por qué no va a arrodillarse si se le da la gana. Y lo hace, de a poco, suave, con la misma inercia de querer y no querer como recién nacida. Percibe las llaves del coche en su mano izquierda. No las va a soltar, con los tiempos que corren se lo roban en un santiamén. Pero qué carro, cuál, cómo saber de dónde son, del azul o el plateado. Así que no las suelta casi sin darse cuenta pero con cierto convencimiento. No las deja caer como cae ella sobre un costado. Esos chavos no estaban jugando, le da por pensar y revive el escorzo del arma en el puño del perseguidor.
Y en el último momento sintió la punta del acero en medio de sus omóplatos así que no se destrabó. No había lugar ni tiempo. Nada. Sólo estirar un poco los brazos y asirla suave por debajo de los hombros, en ese hueco al costado del seno que conocía tan bien. Por eso no le importa lo que sobrevendrá. Demasiado dolor haberla amado así, cuando se la mandaron revisar como si fuera un paquete. Demasiada prisa había puesto antes al enredarse entre sus piernas. Al agarrarla de los pelos para poseerla desde los cuatro puntos cardinales. La orden la conocía, para demostrar su lealtad hacerle el amor y luego sacrificarla. Un tiro en la nuca, le dijeron, o en la frente, como te guste más. Pero él prefirió devolver el arma, adelantar un paso y cubrirla con su cuerpo mientras le da el beso de despedida.
Ahora el llavero simula una flor de metal en el medio de su palma.
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A veces en estas historias el amor se cuela por las rajaduras del miedo.
RÍOSANTA II
Daniel Salinas Basave
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esde mi ingreso a la Facultad de Ingeniería no había vuelto a bajar a las canchas del Río. Habría acompañado un par de veces a Carina a buscar chucherías en el mercado del Puente del Papa, pero en las canchas no había vuelto a jugar. Aquella mañana del primer juego, los integrantes el Real Pío X caminamos calle abajo por el barrio, cruzamos el puente peatonal de Avenida Morones Prieto y bajamos a las viejas canchas del río. Monterrey se transformaba cada día, pero el ancestral polvo del Santa Catarina era omnipresente y eterno. Nada había cambiado en las canchas de mi infancia. Sí, había más gente, más vendedores ambulantes y más mariguanos rondando por la ciclopista, pero el entorno era idéntico. El primer partido, tal como esperaba, lo perdimos. Antes del minuto 30 íbamos abajo 0-2. En el segundo tiempo, extrañamente, empezamos a entendernos, a hablar el mismo idioma con la pelota y logramos acercarnos en el marcador, aunque no fue suficiente y acabamos 1-2. La derrota me parecía lógica, aunque nuestra conjunción, sobre todo en el segundo tiempo, fue muy superior a nuestras expectativas. Lo que no hubiera cabido ni en mi más alucinado y optimista sueño, es que aquella sería nuestra primera y única derrota. De hecho, aquel primer encuentro fue la única vez en la historia que Real Pío X conoció lo que significaba perder. El segundo partido fue trabado, pero lo ganamos 1-0 y en el tercero, ya más conjuntados, ganamos 3-0, mismo marcador que se repitió en el cuarto juego. Por alguna razón, las cosas se nos estaban dando en la cancha y las jugadas nos salían. Claudio jugaba como extremo izquierdo y era una máquina de tirar centros que Adán remataba de cabeza. El par de diecisieteañeros eran rápidos como saetas y mi primo Celso se había transformado en una muralla en la portería,
mientras que Genaro en la central se convirtió en un aduanal implacable que cerró las fronteras del área. Desde mi posición de medio armador, me daba a la tarea de distribuir y filtrar balones en todas direcciones del campo con pases improbables y cambios de juego de fantasía que nunca en mi vida había intentado y que ahora me salían naturalitos como si los practicara todos los domingos. Además, en el Real Pío X afloró en mí una desconocida habilidad como ejecutor de tiros libres. Para no hacer el cuento largo diré que a partir de nuestro segundo juego sumamos 21 victorias en forma consecutiva, una de ellas por 11-0 y otra por 9-1. Celso logró acumular ocho juegos sin recibir gol y yo logré acumular cinco domingos seguidos anotando de tiro libre y en un partido me despaché con tres goles, algo que nunca había podido presumir ni siquiera en equipos infantiles. Adán alcanzó pronto el liderato de goleo individual y su más cercano perseguidor era Claudio, que era a la vez su principal asistente. Al final de la primera vuelta éramos superlíderes absolutos en todos los renglones. Real Pío X ya daba de qué hablar a todo lo largo del Río Santa Catarina. A nuestros juegos ya no sólo iban nuestras familias y nuestras novias, sino que había aficionados que cada domingo bajaban al río a buscar la cancha donde jugaríamos. Poco a poco, los reporteros a los que como novatada o castigo mandaban a cubrir el futbol llanero, empezaron a interesarse por cubrir nuestros partidos. Si bien el deporte amateur estaba eternamente condenado a las últimas páginas de los periódicos, Real Pío X empezó a robar espacios. Jugábamos con una especie de conexión extrasensorial, como si fuéramos un mismo cuerpo en la cancha. Desde el círculo central mandaba yo pases o cambios de
juego de 30 metros sin levantar la vista y por una suerte de incomprensible radar, los colocaba justo donde estaba el compañero desmarcado. Ahora que lo pienso, me cuesta trabajo explicar racionalmente cómo hicimos para jugar tan bien. Magia, milagro, encantamiento, no lo sé, pero han pasado 22 años desde entonces y no he vuelto a ver un equipo amateur que juegue como jugó el Real Pío X en 1988. Terminamos el torneo regular 16 puntos arriba del segundo lugar, que era el Atlético Independencia. De 38 partidos que jugamos, ganamos 34, empatamos tres y perdimos sólo uno, el primero. Estábamos ahora cómodamente instalados en la liguilla y éramos el equipo a vencer. Nuestro primer desafío en cuartos de final fue contra Sportivo Nuevo Repueblo, precisamente el equipo que nos ganó el primer partido. Debo confesar que sentí algunos fantasmas rondando a nuestro alrededor. En México, ya se sabe, ser superlíder y favorito es más bien una maldición y son muchas las historias de grandes trabucos que se caen en cuartos luego de tener un año perfecto. En aquel juego contra Nuevo Repueblo tardamos en asentarnos en la cancha y la telepatía brilló por su ausencia en los primeros minutos. Empezamos perdiendo 0-1. Empatamos 1-1 y luego volvimos a vernos abajo nuevamente: 1-2. En el segundo tiempo la magia despertó de su siesta y dos centros matadores de Claudio encontraron la cabeza de Adán para dar vuelta a la tortilla. Casi al final, cobré el penal con el que marcamos el 4-2 definitivo. No había sido nuestro mejor partido, pero estábamos en semifinales, donde nos aguardaba uno de los históricos del Río Santa Catarina: el temible Atlético Independencia. Dos de nuestros tres empates en torneo regular habían sido contra ellos. 1-1 y 0-0, siendo ese último
LO QUE NO HUBIERA CABIDO NI EN MI MÁS ALUCINADO Y OPTIMISTA SUEÑO, ES QUE AQUELLA SERÍA NUESTRA PRIMERA Y ÚNICA DERROTA. DE HECHO, AQUEL PRIMER ENCUENTRO FUE LA ÚNICA VEZ EN LA HISTORIA QUE REAL PÍO X CONOCIÓ LO QUE SIGNIFICABA PERDER. EL SEGUNDO PARTIDO FUE TRABADO, PERO LO GANAMOS 1-0 Y EN EL TERCERO, YA MÁS CONJUNTADOS, GANAMOS 3-0, MISMO MARCADOR QUE SE REPITIÓ EN EL CUARTO JUEGO. POR ALGUNA RAZÓN, LAS COSAS SE NOS ESTABAN DANDO EN LA CANCHA Y LAS JUGADAS NOS SALÍAN.
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el único partido del torneo en que no marcamos gol. Atlético Independencia era el campeón vigente de la liga y el máximo ganador de trofeos del Río Santa Catarina. Por rol de posiciones, nos correspondía jugar contra el Inter Burócratas, sexto lugar general, pero por las siempre extrañas conexiones de ese equipo con la confederación sindical organizadora de la liga, se logró un extraño arreglo para que Pío X contra Atlético Independencia, la obvia final más esperada, se jugara por adelantado en semifinales, mientras ellos irían con el más cómodo Nuevo Loma Larga, cuarto lugar general. Los malos presagios y los mensajes pesimistas empezaron a llegarnos por todas partes en la semana previa a la semifinal. Todos decían que Pío X era flor del día, chiripazo de un verano y que a la hora de la verdad se impondría la malicia, la frialdad y la garra del Atlético Independencia, viejo zorro de las finales llaneras.
ejecutaba certeros contragolpes y Genaro estaba sufriendo para contenerlos sin cometer falta. A los 29 minutos, un defensa de Independencia derribó a Adán cerca del área. La distancia era considerable, unos 34 o 35 metros, pero me tuve confianza, apreté el abdomen y sorrajé una patada rencorosa. El balón rozó el travesaño por dentro y picó a la red de campanita. Golazo. 2-1. A los 44, una descolgada del jovencito Meléndez sacó a su portero y clavamos el 3-1. Atlético Independencia mordía el polvo y se tragaba su furia. Estábamos en la final, aunque todos nos consideraban ya los campeones. Nuestro rival sería el mediocre Inter Burócratas que se había impuesto a Nuevo Loma Larga en penales luego de un 0-0 infame con dos goles injustamente anulados al rival. Si habíamos despachado a los rojos de Independencia, Inter Burócratas, a quien despachamos 4-0 en el torneo regular, sería un flan.
taría toda enlodada y sería complicado jugar, pensé. Al amanecer la tormenta amainó. A las ocho de la mañana salí de casa y caminé rumbo a la casa de Don Remigio. La calle yacía atiborrada de árboles caídos, lodo e incluso un par de bardas derrumbadas. El Real Pío X se reunió en pleno en casa de Don Remigio y, fieles a nuestro ritual, caminamos juntos calle abajo rumbo al río en donde jugaríamos la final del campeonato en una cancha de lodo. Pero al llegar a la Avenida Morones Prieto un infierno de agua chocolatosa nos bajó de nuestra nube. La cancha no había quedado en mal estado. Simplemente no existía ya. No había cancha, ni ciclopista, ni alberca olímpica, ni mercado, ni carretera. Sólo un torrente furioso de agua color marrón en donde se alcanzaban a distinguir las llantas de cuatro autobuses arrastrados por la corriente con todos sus pasajeros adentro.
Aquel domingo 10 de septiembre de 1988 jugamos con tribuna llena. Para semifinales reservaban la cancha más cuidada de todo el río, la única que tenía pista alrededor y gradas para unas 300 personas, además de contar con algunos islotes de pasto no tan seco. En partidos de finales jugábamos con dos jueces de línea y no con un solo árbitro, como ocurría en torneo regular. Las 300 personas que cabían en la tribuna pronto la atiborraron y alrededor de la cancha había más de 200 personas de píe, incluidos fotógrafos de El Norte y El Porvenir. Carina había tejido una enorme bandera aurinegra que colocó sobre la reja, aunque eran más las banderas rojas del Atlético Independencia. El balón empezó a rodar a las 12:00 y el Atlético Independencia fue un hueso muy duro de roer que, por poco, nos madruga en un par de contragolpes. Sin embargo, a los 34 minutos Claudio mandó uno de esos centros extraños que acaban por convertirse en tiro y techó al arquero de Independencia. 1-0, aunque poco nos duró el gusto. Segundos antes del medio tiempo Independencia nos empató luego de contrarrematar un mal rechace de Celso. El segundo tiempo comenzó con malos augurios cuando estrellaron en nuestro travesaño un remate de cabeza. Atlético Independencia
Durante la semana se habló mucho de la final, pero más se hablaba de la inminencia de un huracán llamado Gilberto que golpearía duro en Matamoros, Tamaulipas y cuya “colita”, alcanzaría de rebote a Monterrey. Nada grave fuera de una lluvia. Imaginé una final en lodo bajo un chipi-chipi molesto, pero nada del otro mundo. Conforme se acercaba el fin de semana los pronósticos se volvieron más negros. Gilberto pegaría con todo en Matamoros y decenas de personas ya huían de la costa tamaulipeca para refugiarse en Monterrey, donde el ciclón sería más benigno. La noche antes del juego contra Burócratas nos concentramos en casa de Don Remigio. Estábamos reunidos frente a la tele viendo la inauguración de los Juegos Olímpicos de Seúl y preguntándonos si la lluvia no enlodaría mucho la cancha. Lo peor que podía pasar, pensamos, era que el partido se pospusiera para el próximo domingo, lo cual nos parecía aborrecible, pues traíamos las pilas muy altas y ya nos urgía despedazar a Burócratas y levantar el trofeo de campeones. Aquella noche se fue la luz y entre las tinieblas escuchábamos vidrios romperse, árboles que caían y objetos que acababan despedazados mientras el viento soplaba con rencor y llovía a cántaros. Sin duda la cancha es-
Aquel domingo 17 de septiembre, día en que íbamos a jugar la final del campeonato del que éramos amplios favoritos, se consumó el peor desastre en casi 400 años de historia regia. La unidad deportiva más grande del mundo yacía sepultada en lodo bajo un torrente devastador. “El río volvió a ser río”, dijo Don Remigio con resignación. De nada valieron las gestiones para buscar reprogramar el juego en alguna cancha lejos del Santa Catarina. Los de Inter Burócratas no quisieron saber nada del asunto y nos acusaron de frívolos e insensibles por pensar en una final y no en los cientos de muertos y damnificados que había dejado Gilberto. La casa club donde la liga tenía sus oficinas y sus archivos también había quedado devastada. En 1988 no hubo campeón en el Santa Catarina. Mi novia y yo nos casamos en noviembre y nos fuimos a estudiar a Canadá en donde dos décadas después seguimos viviendo con dos hijos canadienses. Don Remigio murió al año siguiente víctima de un infarto sin haber podido levantar una copa. Los integrantes del equipo se perdieron en la altamar de la vida y aquella gran final que hubiera coronado al Real Pío X como el campeón del Río Santa Catarina se inscribió en el enorme libro de la historia de lo que pudo haber sido.
#Avenida Constitución #Avenida Morones Prieto #Arturo B. de la Garza #Independencia #“La Risca” #Loma Larga #Macroplaza #Monterrey #Pío X #Prepa 2 UANL #Río Santa Catarina 6
LA CASA DE MIS FANTASMAS. Antonio Ramos Revillas
LA QUERELLA DE LA FLOR DE LIS I
Ramón López Castro
Y
a alboreaba el siglo XVIII. Había ocurrido con no poca efusión de sangre la guerra de sucesión española: luego de ella se afianzó en el trono hispánico Felipe V, Borbón de la rama Anjou cuyo estandarte era la flor de lis, mismo que insertó en el escudo español entre las columnas de Heracles y flanqueado por los iconos que representan los cuatro reinos cristianos de la península. Su gobierno procuró la defensa y expansión del virreinato de la Nueva España ante la asonada inglesa, siempre presta a la piratería y a las malas artes; pero asimismo ante el creciente poderío de la otra flor de lis, la francesa. Siendo borbones ambos soberanos, tanto Luis XIV de Francia como Felipe V de España, el poco cauto en lides históricas podría imaginar complicidad o entendimiento entre ambos. Pero las peores guerras siempre surgen de disputas familiares; compartir sangre no es garantía de buena vecindad. Colindaban en efecto ambos imperios: el galo llegaba a la Louisiana, siendo ésta su plaza fuerte contra el avance anglosajón que venía desde las Carolinas. Pero al sur yacía Texas, levantisca tierra de apaches que habían hecho fracasar la tentativa novohispana de colonización masiva en el siglo XVII. Texas y el Golfo de México aparecieron entonces en los sueños de los emprendedores súbditos de la Francia. Existía un tenue cordón umbilical entre los asentamientos franceses adyacentes al Golfo mexicano y el Quebec: el imponente Mississippi, el cual estaba siempre en riesgo de ser amputado por las incursiones inglesas. ¿No podría entonces la Louisiana crecer y hacer imperio rumbo al sur? Y así fortalecer ese incierto corredor con el norte francófono; o bien, si era cercenado por la pérfida Albión, mantenerse independiente como una nueva potencia, no lejos del Caribe y las islas bajo las cuales ondeaba asimismo la flor de lis, cercando de esta manera a la Nueva España. En este juego imperial, los peones podían y debían a rato cambiar de casaca, introducirse de manera sutil en campo enemigo, tantear las defensas, utilizar subterfugios para ir infiltrando al rival. Las piezas grandes no entraban de inmediato en la lid. Así pues, el muy ilustre gobernador francés de la Louisiana, Antoine de la Mothe, Señor de Cadillac, oriundo de Gascuña como el ilustre y ficticio D’Artagnan, encomendó una expedición a Texas y Coahuila al astuto, no menos ambicioso, Louis de Juchereau, Señor de Saint Denis, experto en escaramuzas con indios levantiscos y ansioso de gloria.
CORRÍA YA SIN FRENO EL INVIERNO DEL AÑO 1714 PARA CUANDO ENTRÓ EN LO QUE, DE JURE, ERA LA NUEVA ESPAÑA. EN SU TRAVESÍA HABÍA EVITADO CONFRONTARSE CON LOS NATIVOS OFRECIENDO PARTE DE SU BASTIMENTO, PEQUEÑAS HERRAMIENTAS Y MUCHAS MUESTRAS DE ZALAMERÍA GALA QUE A LOS PUEBLOS PRIMIGENIOS DE DICHA REGIÓN CAYERON EN GRACIA.
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EL PEÓN GALO ENTRA AL TABLERO NORESTENSE
blancos eran un hueso muy duro de roer cha con dirección al presidio español, si y decidieron dar otro derrotero a su co- no con gallardía al menos con presencia Saint Denis procuró vituallas para su in- rrería. Saint Denis, magullado pero en pie, de ánimo. Luego de las barrocas y amenas manecursión como quien parte a la guerra. Y continuó su incursión. ras de dar la bienvenida que se acostumasí era de una u otra manera, pues a los braban en dicho siglo, el capitán Diego riesgos de una emboscada apache habría que sumar el recibimiento hostil de los ENCUENTRO EN EL PRESIDIO DE SAN JUAN Ramón preguntó comedido al Señor de Saint Denis por los motivos de su travesía: españoles asentados en Texas y Coahui- BAUTISTA ¿Monsieur estaría acaso perdido, como lo la. Se tenían informes confidenciales de El capitán Diego Ramón era quien defenestuvo otro francés, el llamado Jean Jarry, que la presencia española entre la franja que va del río Nueces y termina en el ac- día el presidio de San Juan Bautista, flan- quien el mismo Diego Ramón tuvo a bien tual Río Bravo era escasa, mal pertrecha- queado por el río Bravo y un sinnúmero aprehender cuando en 1688 aquel galo da, bajo acoso constante de los nómadas de apaches que realizaban sus tropelías, tuvo la mala fortuna de entrar en territoamerindios. Habían en efecto fracasado cantos, bailes paganos y vida silvestre no rio novohispano? No, nada de eso, mon capitain, habría relas primeras misiones en esas tierras y la lejos de las endebles murallas de adobe del recinto a su cargo. Era un hombre virado Saint Denis: nos encontramos aquí Corona, aun conmovida por la guerra sude cuyos antecedentes se sabe poco en por propia voluntad, deseosos de hacer cesoria, no había reforzado los presidios cuanto a sus orígenes; en tanto se conocomercio. ni intentado de nueva cuenta establecer Y como quien saca la lista del supersus reales en dichas tierras. Eran Texas ce más de su desempeño al servicio de la Corona. Su año de nacimiento es incierto: mercado ante un dependiente, Saint y Coahuila sin duda apetecibles, pero lebien podría ser 1651, acaso 10 años antes. Denis empezó a enumerar los bienes y janas, invadidas de montaraces bárbaros Se tiene como sospecha histórica que era mercaderías que deseaba adquirir de los que en nada se parecían a los —ahora— pacíficos indios del altiplano central mexica- hijo natural de un español avecindado en españoles, previo pago en metálico, claro no. Había riquezas en dicha comarca del Querétaro. Su carrera militar inicia en está, pues de comercio y no de otra cosa noreste: pero los desafíos para usufruc- 1674, cuando participó en la expedición de se trataba su expedición: ganado vacuno tuarla y los limitados recursos virreinales Francisco de Elizondo al norte del río Sa- y caprino, acaso también porcino, granos binas para rehabilitar una fundación es- y demás géneros, sin faltar algunas vituaaletargaban su aprovechamiento. De todo esto era consciente el goberna- pañola cercana a la actual Monclova. De llas y municiones para el viaje de regreso dor Cadillac y, sin duda, su lugarteniente: ahí, nada hasta que en 1687 se le encuen- a la Louisiana. Como bien escribe José Ignacio Rubio Saint Denis. De ahí que la expedición, sin tra como subordinado de Alonso de León, ser una demostración de fuerza contun- quien lo manda a capturar o dar muerte a Mañé en su libro El Virreinato: defensa dente, podía tener éxito en realizar labo- un cacique opuesto a la colonización es- y expansión, “Ramón cumplió con todos res de inteligencia, probar la reacción no- pañola, el temible don Dieguillo. En dicha los miramientos sociales hacia el visitanvohispana y acaso dejar un asentamiento labor de exterminio lo acompañaron me- te; pero se negó a proporcionarle lo que irregular para ir poniendo pie en dichas nos de 10 militares, que se antojan pocos solicitaba”. Mantuvo entretenida a la copara dar caza a un guerrero de la etnia mitiva francesa, en lo que envió mensaprovincias. Considerando todo ello, el peón avanzó cuechale, entrenado en la guerra del indio jeros urgentes al gobernador de Coahuila e incluso al virrey, el duque de Linares. dos escaques: abandonó el refugio de los y asimismo en la del español. Diego Ramón no pudo dar con el caci- ¿Qué hacer con los franceses? ¿Darles el indios Natchitoches (francófilos habitanque —quien tendría una vida llena de te- tratamiento de apaches y colgarlos en los tes del río Mobile) y se adentró en direcmeridad que merece ser comentada en escasos árboles o yucas disponibles? ¿O ción al oeste, ya en la zona de los texas y otro espacio—, pero al menos salió vivo dar por bueno el salvoconducto firmado otras tribus de la apachería. Corría ya sin freno el invierno del año 1714 para cuan- de esa misión, lo cual no es poco mérito; por el Signeur du Cadillac donde se mado entró en lo que, de jure, era la Nueva así pues en los siguientes años cubrió las nifestaba que sólo querían comerciar con España. En su travesía había evitado con- ausencias de su jefe en el asentamiento la Nueva España vía sus provincias sepfrontarse con los nativos ofreciendo parte de Santiago de Monclova y tuvo diversas tentrionales? CONTINUARÁ de su bastimento, pequeñas herramientas encomiendas en la frontera virreinal. Todo y muchas muestras de zalamería gala que lo anterior, ya sea como promoción o casEN NUESTRO PRÓXIMO NÚMERO: a los pueblos primigenios de dicha región tigo, le ganó el mando del presidio de San cayeron en gracia. Sin embargo, a Saint Juan Bautista. EL VIRREY ACTÚA Siendo la astucia herramienta indispenDenis y su melifluo andar se le acabó la SAINT DENIS ANTE EL DUQUE DE verborrea cuando 200 guerreros apaches sable del soldado así como del diplomátiLINARES atacaron su columna, en las riberas del co, se entenderá lo que sigue: DOBLE Y AMOROSO ESPÍA Ahí estaba pues el capitán español, San Marcos. Bajo la andanada de flechas, los franceses se batieron con reciedum- oteando el horizonte inquieto, cuando vio bre, teniendo muy en cuenta que sólo te- en lontananza a los franceses. Venían és- #Coahuila #El Caribe #España #Francia nían cuatro mosquetes de avancarga de tos algo descompuestos por los rigores #Gascuña #Golfo de México #Gran Bretaescaso parque y diversas armas blancas del camino y la recién librada embosca- ña #Islas Carolinas #Linares #Louisiana que usaron con denuedo en el poco espa- da apache; pero no llegaban exánimes. #Monclova #Nueva España #Nuevo León cio disponible para maniobrar. Así como Sin rubores levantaron el estandarte de #Quebec #Querétaro #Río Bravo #Río Misinició la celada, terminó de improviso: la flor de lis, golpearon sus vestidos para sissippi #Río Mobile #Río Nueces #Río San los apaches acaso decidieron que estos sacar cardos y polvo, enderezaron la mar- Marcos #Texas 8
UN ASESINATO PASIONAL Hugo Valdés
E
n la primera semana de marzo de 1933, una muchacha de algunos 20 años instigó a dos fulanos para que mataran a la tía con la que moraba y así quedarse con la herencia. La misma noche del crimen, el sábado 3, fueron detenidos por las autoridades de Marín; al otro día se les remitió al establecimiento penal de Monterrey y fueron puestos a disposición del juez de Letras. Los tres reos de homicidio respondían a los nombres de Bernardo Mendoza, Maximino García y Benita González de Treviño. A las 10:30 de la mañana del 7 de marzo, el juez interrogó a Benita González. Dijo estar casada por lo civil y por la Iglesia, tener 20 años de edad y hacer labor de casa. Había nacido en Monterrey pero actualmente vivía en Marín. Benita cursó hasta el cuarto año de primaria, sabía leer y escribir, y era católica. Según se desprendía de su declaración inquisitiva, Benita vivió en la misma casa con su tía desde los tres años, al quedar huérfana de padre y madre. Su abuela se hizo cargo de ella hasta hacía ocho años, 1925, en que la señora Hermenegilda Martínez murió. Benita, de 12 años, y su tía Virginia se quedaron a vivir solas bajo el mismo techo. Cuando Benita tenía 14 años, Virginia la entregó a un tal Cirilo García con el fin de que la deshonrara. Desde entonces Benita se disgustaba fuertemente con su tía. Alguna vez sentenciaría: “Juro que voy a vengarme de ella. Ni viéndola muerta y con cuatro velas podría perdonarle a la pinche vieja lo que hizo conmigo”. Cuando cumplió los 17, Benita se casó legalmente con José Concepción Treviño. José ignoraba lo que sucedió entre Benita y Cirilo, pero al año de casado se dio cuenta y la abandonó. Es de suponer que tal situación acendró el odio de Benita hacia su tía. Pero más fuerte que dicha aversión era la sexualidad temprana de Benita, que la acercaba irremediablemente a otros hombres. A Maximino García, por ejemplo, que durante
una temporada se asistió en su casa junto con un hermano, de nombre Tiburcio. Benita declaró que un día ambos hermanos se disgustaron con Virginia y decidieron separarse de la casa. Por su parte, Maximino dijo no haber tenido diferencia alguna con Virginia. ¿Por qué esta discrepancia? Ya que Maximino dijo además haber tenido cópula con Benita en varias ocasiones, es presumible pensar que Virginia los haya sorprendido en el acto y, molesta, le pidiese a Maximino que dejara su hogar. Ahora bien, ¿cómo trabó Benita conocimiento carnal con Bernardo? En el caso de Maximino, un labrador soltero de 20 años oriundo de Cerralvo, fue por obra de la proximidad. Bernardo, en cambio, debió enterarse de la fácil disposición de la muchacha por boca de Maximino, quien al dejar la casa de Benita buscó hospedaje enseguida en el domicilio de Bernardo Mendoza. Tal vez la manera como Maximino le platicara acerca de ella fue moldeando su deseo por la figura esbelta de Benita, tal vez las descripciones de cómo le hacía el amor montándosele encima, acabaron por sorberle el seso y determinaron, pasado un tiempo, la muerte de aquella mujer de 44 años que era Virginia. Este hecho dice muy bien por qué Bernardo se mostró como el más decidido de los dos a la hora de combinar el crimen. Si repetidas veces Benita le sugirió a Maximino que matara a su tía, argumentando que de esa forma ya no tendrían que andar acostándose en el monte, como animalitos, ¿por qué fue Bernardo Mendoza, un hombre casado, quien se animó en serio a escabecharse a Virginia? ¿Tanto así necesitaba de la cohabitación con Benita? Un disgusto mayúsculo que Benita tuvo con su tía le rindió la paciencia. Y fue el último de febrero cuando Bernardo escuchó una proposición que sería la definitiva: “Si la matas —le dijo Benita—, te vienes a vivir conmigo y
te quedas con la mitad de lo que yo herede”. ¿Por qué no convenció así a Maximino, de quien dijo la muchacha que, tanto como ella, le guardaba mucho rencor a Virginia, y el cual, a diferencia de Bernardo, era un hombre soltero? Acaso nada más acostándose con él fuera suficiente, sin tener que abrirle la perspectiva de que viviría luego con ella. Sin embargo, habría que suponer que luego de haber poseído a Benita, Bernardo difícilmente aceptó que Maximino volviera a acostarse con ella. Aunque es muy probable que la muchacha tuviera cópula con ambos, y que salvaba las fricciones indicándole a Maximino que ya no se lo dijera a Bernardo. ¿Le diría también que una vez muerta su tía él podría irse a vivir a su casa? Con toda probabilidad, no. A este respecto Bernardo ocupaba toda la escena. Del modo que sea, el incentivo que Bernardo le prometió a Maximino fue material: la mitad de los bienes que Benita le diera. Nada comentó sobre si compartiría luego a Benita. (Sin embargo, en una de sus declaraciones Benita dice haber convenido en hacer vida marital con ambos. ¿Una promesa? ¿Un deseo proyectado?) El crimen de Virginia González se fraguó cuando Benita ofreció a Bernardo una gratificación. Al escuchar la propuesta, Bernardo le dijo: “Entonces nos haremos de vacas”. Presentía un muy buen porvenir; casi se veía dueño de un excelente hato en lugar de todas esas bestias enjutas a las que no engordaba con nada. Sólo faltaba convencer a Maximino. En su declaración éste dijo acceder para no disgustar a Bernardo, lo cual vino a confirmar su voluntad y fuerza de carácter. El sábado 3, como a las siete de la mañana, Bernardo y Maximino salieron a caballo rumbo a unas tierras vecinas a las que tenía la señorita Virginia González. Bernardo había despertado a Maximino diciéndole que se levantara para llevarle pastura a los animales.
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UN ASESINATO PASIONAL. Hugo Valdéz
En el camino le explicó el plan y le dijo que sólo faltaba que Benita les diera el norte. Lo dejó en la labor y luego se fue en dirección al pueblo. Entró a su casa para tomarse un café y apenas si platicó con su esposa. Al salir, como a una cuadra de su domicilio vio a Benita haciéndole un ademán para que fuera con ella. —Prepárense tú y Maximino —le dijo. Ahorita les voy a echar a Virginia a la labor. Bernardo volvió con Maximino y ambos esperaron. Virginia salió a su labor, llamada La Esperanza, entre las ocho y nueve de la mañana de ese sábado. Iba a ver unos animales y hacer reparaciones en la cerca. Para ello llevaba un mecate y un leño chico. Bernardo y Maximino hacían como que sacaban agua de una noria en el terreno contiguo. Cuando se hallaba trabajando en la cerca de alambre, inclinada sobre ella, Benita —a diez pasos de Virginia— volteó a ver a los dos hombres y, moviendo significativamente la cabeza, les dio entender que ése era el momento. Benita se aproximó a Virginia y le quitó el leño; extrañada, Virginia se lo quitó de nuevo, pero luego Benita se la volvió a quitar. Ya sin él, aquella cuarentona correosa no podría defenderse. Virginia vio que Bernardo y Maximino entraban a su labor y los regañó porque ya otras veces lo habían hecho sin tener su permiso. Bernardo y Maximino discutieron con ella. En eso Bernardo se le echó encima y la tumbó; Maximino se acercó a ayudarlo mientras Benita se retiraba de ese lugar sin presenciar completa la escena del asesinato. Los dos hombres le apretaron el cuello hasta asfixiarla. Cuando la dieron por muerta, llevaron a Virginia hacia el lado opuesto, a unos cuatro o cinco metros de distancia, y allí la dejaron caer mientras atravesaban la cerca de alambre que circundaba el terreno. Bernardo pasó primero y, desde el otro lado, la arrastró por abajo al tiempo que Maximino la alzaba por los pies. Se valieron de un huizache para simular un suicidio. Maximino pasó el mecate por el cuello de Virginia y le echó un nudo fuerte. Bernardo le dijo que lo deshiciera porque creía que era mejor dejar un nudo corredizo, de lo cual él acabó por encargarse. Mientras Bernardo sostenía el cuerpo, Maximino aventó el mecate a una rama del árbol y luego calculó donde debía amarrarlo. El mecate era el mismo que la mujer cargaba regularmente consigo para amarrar la puerta o sujetar algún animal. Entre uno y otro intento, el cadáver quedó suspendido sin rozar el suelo. Antes de retirarse, Bernardo y Maximino acordaron verse por la noche en la plaza. Las autoridades del pueblo empezaron a buscar a Virginia poco después del mediodía. 10
Uno de los gendarmes municipales le preguntó a Maximino si conocía el paradero de la señorita Virginia, y a Maximino se le hizo fácil decir: “Se me hace que yo sé dónde”. Como cabía en él la sospecha procedieron a interrogarlo, y pronto confesó lo que él y Bernardo habían hecho por la mañana. Bernardo Mendoza, un agricultor de 24 años de edad, quien no sabía leer ni escribir, y que ignoraba cuál era el delito que se cometía con mayor frecuencia en el estado, fue detenido más tarde, a las 7:30 horas de ese sábado 3 de marzo. Benita fue arrestada el domingo, muy temprano, y ese día por la noche los tres ingresaban en la Penitenciaría del Estado. De los pocos detalles chuscos suscitados
durante las careos e interrogatorios, sobresale aquél en el cual un celador de la Penitenciaría le preguntara a Bernardo la razón para echar sobre sí un paquetito como ése. “Virginia me prometió la mitad de sus bienes”, le contestó el reo de homicidio. No satisfecho con su respuesta, el servidor público le preguntó qué parte le correspondía a Maximino. Bernardo le confió con gran sinceridad: —Yo le iba a dar la mitad de lo que me diera Benita. —¿También esto? —el celador, sin poder evitarlo, juntó las yemas de los índices y pulgares de cada mano sobreponiéndolos a la altura del sexo, simulando una vulva.
#Cerralvo #Marín #Monterrey #Penitenciaría del Estado
DEL ESCRITOR DE EL CRIMEN DE LA CALLE ARAMBERRI
C
on las armas que le proporciona el género de la novela y a partir de una investigación histórica exhaustiva, Hugo Valdés regresa a lo que es su mayor especialidad y su pasión: contar un asesinato legendario que conmocionó en su momento a la ciudad de Monterrey. Tal como ocurrió en El crimen de la calle Aramberri, Valdés demuestra su capacidad para crear personajes fascinantes de ficción a partir de un hecho real ocurrido ahora en 1938, siguiendo los pasos de familiares, policías, testigos, peritos e investigadores que, buscando al asesino de una bella joven de origen asiático, encontraron las preocupantes dimensiones que ha tenido desde entonces la impunidad en Nuevo León.
DE VENTA EN LIBRERÍAS DE LA CIUDAD 11
EL TIRO DEL SIGLO Édgar Favela
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enía como 10 años cuando me contaron que el Quema descontó al Wiro una noche en que se estaban tomando unas caguamas. Al Quema lo sentaron de un cruzado que le retumbó en la quijada y ya no se pudo levantar de aquella piedra bola grande que estaba afuera de su cantón y que era donde la raza de la cuadra se juntaba a pistear. Quema y Wiro eran muy camaradas y el descontón a todos nos sacó de onda. Fuego amigo. Nunca nadie supo por qué empezó la trifulca pero lo que sí supimos es que al otro día el Quema anduvo diciendo por todo el barrio que el Wiro lo agarró descuidado y que si ya no se alivianó fue porque andaba bien locote, pero que esa misma noche iba a ir a su casa a cantarle un tiro. La pelea del Wiro y el Quema se difundió sin publicidad, sin marquesinas y sin ningún anuncio en la tele pero sí con mucho rumor de boca en boca y de chisme en chisme; de manera que cuando el Quema gritó a la puerta del Wiro, ya tenía a cientos de mirones que veníamos de los cinco puntos cardinales: del Maguey*, de las Nuevas Colonias, de la Pío X, de la Loma Larga y hasta de la Indepe. El Wiro salió de su casa sin lima y ya preparado para la batalla: cruzó Martín de Zavala sin dirigir palabra ni una sola mirada al Quema y se cuadró en el baldío de la esquina de 2 de Abril. Pinche Wiro ya había decidido el cuadrilátero y se le veía muy sereno: como si supiera que acababa de conectar el primer derechazo.
Y éste le dolió al Quema como un gancho al hígado: entró titubeante al ring y, detrás de él, una marabunta de mirones nos fuimos sobres las mejores butacas para no perder detalle. La gresca parecía desnivelada: era clara la superioridad psicológica del Wiro pero, apenas y empezaron los madrazos, el Quema exhibió una velocidad feroz y una izquierda despiadada. Wiro respondió con altura, gallardía, con intensidad irreprochable y una resistencia legendaria: repartió varios yaps, un crochet y un cross limpio y contundente que levantaron en la audiencia los Oh, los Ah, los Uh, los Ya pártele su madre y los Ya dense un beso y ya par de jotos. Quema y Wiro se trabaron y destrabaron como si no hubiera un futuro —años después yo entendería que, efectivamente, no lo había. La pelea duró cinco horas, diez horas, catorce horas, veinte horas: es difícil saberlo porque no había raunds ni tiempo límite y sólo se detuvo hasta que las luces de los postes amarillearon los rostros sanguaceados, los torsos perlados de sudor, sus sombras exhaustas y disminuidas. No hubo campanazo, tampoco aplausos. La decisión fue contundente y unánime: nadie nunca distinguió un ganador. Y yo creo que no lo hubo. La gente se dispersó y regresaron a sus comarcas. El Quema se quedó sentado en el cordón de la banqueta: se relamía sus heridas, se tentaba sus párpados amoratados, se limpiaba la sangre de la boca con una camisa blanca
que hacía todavía más dramática aquella escena. El Wiro se le acercó caminando en cámara lenta, con caguama en mano y con los estigmas aún supurando sangre y sudor. Yo lo veía todo guarecido tras las rejas del porche de mi casa y contuve la respiración donde registraba el hecho: el Wiro, a unos metros del Quema, destapó la cagua con la boca, se acercó un poco más y como no queriendo se inclinó para convidarle un trago de cerveza a su oponente. Al fin pude respirar. Los dos se quedaron caguameando hombro con hombro: los bañaba la luz mercurial y madrugaron hasta que soltaron carcajadas y poco tiempo pasó para que al final terminaran abrazados en un fraternal fer plei. Todavía hace unos años se les veía agarrando el pedo en la piedra bola grande de afuera de esa casa. Luego les perdí la pista y ya no supe de ellos. Aunque la piedra sigue ahí, imperturbable, como un monumento natural que celebra para siempre la verdadera pelea del siglo: aquella tarde-noche épica, agonística, cuando dos grandes amigos se cantaron un tiro y mantuvieron en vilo a toda la colonia. #Calle 2 de Abril #Calle Martín de Zavala #El Maguey #La Independencia #Loma Larga#Monterrey #Nuevas Colonias #Pío X
*”El Maguey” aquí referido fue un barrio de posesionarios; su desaparición como el autor lo conoció comenzó en 1996, cuando lo partieron en dos para construir el túnel de la Loma Larga —léase al respecto “El túnel”, en el primer número de LA RESOLANA. Debió ser una de las colonias de menor extensión en el área metropolitana: cuatro cuadras, dos de ellas desaparecidas al paso del túnel. Los vecinos fueron expulsados de sus casas a fuerza de bulldózers y granaderas la noche previa a la primera detonación de dinamita en el cerro. 12