LA CASA DE MIS FANTASMAS. Antonio Ramos Revillas
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ÍNDICE 3
EL MORO Carlos CALLES
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LA QUERELLA DE LA FLOR DE LIS II Ramón LÓPEZ CASTRO
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LOS SÍNTOMAS COMENZARON EN RÍO ORINOCO Gabriela CANTÚ WESTENDARP
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PASO DE LA SIERRA Alejandro VÁZQUEZ ORTIZ
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LA TRASNOCHE DE PABLO LESCANO EN LA CALZADA MADERO José Juan ZAPATA PACHECO
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CANCIONERO Allende escucha mi canto que tiene el encanto de un amanecer. Cuando el sol asoma por sobre la loma parece venirte a decir: Por Allende me gusta asomar para ver su romántica cruz de su suelo la noche alejar y bañar sus naranjos de luz. —”Corrido de Allende” (canción vals, fragmento) Autor: Bernardo CAVAZOS Música: Raúl ALANÍS
DIRECTORIO DIRECCIÓN*: Rodrigo Guajardo EDICIÓN: Carolina Olguín y Édgar Favela FOTOGRAFÍA**: Omar González (pp. 1 y 4), Édgar Favela (pp. 2, 3, 6, 7 y 12) y Carolina Olguín (p.10) ARTE DE PORTADA: Omar González DISEÑO EDITORIAL: Marta Hoyos COLORIZACIÓN: Andrés Villagómez MAQUETACIÓN: Rodrigo Guajardo CANCIONERO: Tomado de “Corridos y canciones de Nuevo León”, de Silvia E. Gutierrez Islas (UANL, 1996) *Los TEXTOS no necesariamente narran hechos reales y no necesariamiente narran hechos ficticios. La Resolana se reserva esa amgigüedad con fines de verosimilitud literaria y para protección de sus autores. **Las FOTOGRAFÍAS no necesariamente guardan relación con el texto: se limitan a fines de diseño.
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EL MORO Carlos Calles
A
mi abuelo le decimos El Moro. Ya pasa de los 80 años. Tiene el cabello blanco, el bigote amarillo y la piel arrugada. En la casa tenemos una fotografía de El Moro a los 15 años. Siempre me han dicho que, al menos en esa foto en blanco y negro, me veo idéntico a él. Mi mamá y sus hermanos le tienen miedo. No sé si los golpeaba. Me lo imagino con el cinturón en la mano, mis tíos de rodillas en el patio empedrado de la vieja casa en la colonia Fierro. No sé de dónde surge la imagen que me parece tan precisa. Mi tía Irasema no fuma frente a él. Mi tío Ramón le regala cervezas importadas cada semana que se juntan a asar carne. Mi mamá siempre le habla bonito cuando lo llama por teléfono, pero en cuanto cuelga le mienta la madre porque, dice, hizo miserable la vida de mi abuela. El Moro siempre me ha tratado bien, incluso estoy seguro de que me quiere. Cuando estaba chico jugaba a que me
DE ESOS DÍAS RECUERDO CON VIVEZA ALGUNAS COSAS: EL SABOR DE LOS CHILES RELLENOS, MI OPCIÓN FAVORITA A LA HORA DE LA COMIDA; EL OLOR A BANQUETA ENJABONADA POR LAS MAÑANAS; EL CAMINO LABERÍNTICO DEL ESTACIONAMIENTO DEL MERCADO AL LOCAL; EL RUIDO DE LA REJA DE METAL AL ABRIR, PUNTUALES, A LAS 8 DE LA MAÑANA. PERO LO QUE MÁS RECUERDO ES CUANDO DOÑA MARA, LA BRUJA QUE TRABAJABA PARA MI ABUELO, ME LEYÓ LAS CARTAS.
tocaba los genitales. La pilinguilla, decía estirando el brazo. Yo me cubría del ataque echando el cuerpo hacia atrás y usando ambas manos como escudo. Creo que nunca me tocó, pero era lo primero que hacía al verme. La pilinguilla. Así jugaba conmigo, nunca con mis primos. De alguna manera, ahora lo encuentro tierno. En ese entonces, a mis 12 años, todavía no entendía las complejidades de la vida adulta. Para mí, El Moro era el abuelo, no el empresario dueño de un lote de autos y una hierbería en el Mercado Juárez. Para mamá y sus hermanas era El Moro y cállate porque ahí
viene, apaga el cigarro porque ahí viene, siéntate derecha porque ahí viene. Ahí viene y te va a agarrar a cintarazos. Yo lo veía con admiración de nieto y con algo de temor también. La pilinguilla. Ese verano me invitó a trabajar en la hierbería. Me pagaba 50 pesos diarios, además de la comida. Me dejaba tomar un peso de la caja registradora para comprar una coca. Para mí era de lo más esperado del día: tomar con plena libertad la moneda de un peso, alejarme del local y estar por algunos minutos sin supervisión adulta. También me regalaba lo que yo caprichosamente eligiera: un frasquito de esencia de vai-
#Colonia Fierro #Mercado Juárez #Panadería La Superior 3
nilla, varitas de incienso, una veladora de San Juditas Tadeo, cuarzos o una loción Siete Machos. Al llegar a casa mamá tiraba todo a la basura; creo que no entendía mi fascinación con las supersticiones asociadas a esos objetos. De esos días recuerdo con viveza algunas cosas: el sabor de los chiles rellenos, mi opción favorita a la hora de la comida; el olor a banqueta enjabonada por las mañanas; el camino laberíntico del estacionamiento del mercado al local; el ruido de la reja de metal al abrir, puntuales, a las 8 de la mañana. Pero lo que más recuerdo es cuando Doña Mara, la bruja que trabajaba para mi abuelo, me leyó las cartas. Pasamos al cuarto de atrás, un espacio separado del frente sólo por una delgada cortinita azul. Del otro lado podía escuchar las burlas de mi primo, que ese día también fue a ayudar a El Moro. La bruja prendió un incienso y me tomó la mano con algo de sensualidad. Preguntó cuál era mi número de la suerte. El 86, dije, y se rio de mi respuesta, nunca supe por qué. Después colocó las cartas sobre el mantel floreado con la gracia de un experto mago de fiestas infantiles. Doña Mara me auguró viajes, salud y éxito en la vida. Eres muy inteligente, dijo. Y agregó: por eso la gente te tiene envidia. Asentí, pensando en mi primo y en los golpes de los niños de la escuela. Luego tomó mi mano nuevamente y recorrió con el índice las líneas de la vida, del dinero y del amor, explicando las particularidades de cada una. Su tacto era delicado. Me daba algo de cosquillas, pero no dije nada. El calor y el humo del incienso eran sofocantes. El sudor escurría por mi espalda. La blusa blanca de Doña Mara se transparentaba con la humedad. En el cuarto se instaló una placidez extraordinaria. Quería que la bruja sostuviera mi mano para siempre. Al salir, guardó unos cuarzos en una bolsita de papel y me dio instrucciones que no seguí después porque mamá tiró los cuarzos junto a lo que El Moro me había regalado ese día. El abuelo me preguntó qué me había dicho la bruja, así le decía él, con énfasis de vendedor, y me negué a revelar los detalles. El Moro asintió con comprensión. ¿Cada cuánto se iban él y la bruja al cuartito de atrás? Regresé el siguiente verano a la hierbería. Doña Mara ya no trabajaba ahí, en su lugar estaba un brujo y no quise que me leyera las cartas. Un año más tarde mamá no me dejó ir a ayudarle al abuelo. Por primera vez la escuché decir que El Moro era un pendejo. No lo dijo con el gusto que suele acompañar el proclamar a alguien pendejo, más bien titubeó y la palabra salió cubierta de una culpa parecida al pecado original; así de grave. Crecí, y ahora veo a El Moro cada dos o tres años en algún encuentro desafortunado en casa de cualquier tía. Me acuerdo de él cada que quiero deshacerme de los triques amontonados en el clóset. Tengo un montón de objetos de mi niñez en tres mochilas y de a poco voy tirando lo que deja de provocarme nostalgia. No me he decidido a tirar la vela con forma de Pitufo que El Moro me compró en la Panadería La Superior en uno de los dos veranos que trabajé en la hierbería. No sé por qué me la compró, quizá fue una chiflazón mía. Hace varios años la prendí y dejé que la mitad del sombrero blanco se consumiera. Mi intención era quemarla toda, pensé que no tenía más sentido guardarla. Algo me detuvo, algo similar a la cobardía. Me vino a la mente la foto en blanco y negro, y en cómo dicen que ahí nos vemos igualitos. Uno no se deshace de una vela de pitufo así como así. Tampoco de la familia. 4
LA QUERELLA DE LA FLOR DE LIS II Ramón López Castro
El virrey actúa
Saint Denis ante el duque de Linares
El duque de Linares, a la sazón mandatario del rey en la Nueva España, ya algo se maliciaba de las intenciones francesas: el encargado del presidio de Santa María de Galve, haciendo acopio de inteligencia militar y de no pocos sobornos, había pescado aquí y allá noticias del trajín expansionista del gobernador Cadillac, incluso de la expedición de Saint Denis. Ese informe y demás pesquisas fueron remitidas desde Santa María de Galve a la atención del virrey, quien las leyó con creciente inquietud. El aviso que enviara Diego Ramón no hacía más que confirmar la tentativa de los colonos y tropas de la Louisiana en abrirse paso por el Golfo de México. A la audacia de la flor de lis gala, pensó el virrey español, habría de oponerse la viva fuerza del león de Asturias; pero por lo pronto, ya convocada la eminente Junta de Guerra y Hacienda el 7 de febrero de 1714, se tenía que actuar con prudencia, concluyó el duque de Linares ante la Junta que presidía. Cautela, para descubrir la profundidad de la amenaza. Giró el virrey órdenes personales al gobernador de la Nueva Vizcaya y al capitán Diego Ramón para que el primero reforzara con soldadesca los presidios del noreste, y para que el segundo remitiera, presos, a los franceses incursores y los llevaran sin daño en sus personas a la misma sede del gobierno virreinal, la Ciudad de México. Así se hizo; aunque para ello, dada la lejanía y extensión del virreinato, hubo de transcurrir un año.
En los primeros días de junio de 1715 llegaron al fin, bajo fuerte escolta, los franceses ante la corte virreinal. Venían bien alimentados, vestidos con ropas decorosas, aunque restringidos sus movimientos y en todo prisioneros, salvo en lo legal. Pues no se sabía bien a bien en qué vericueto del derecho novohispano se podía meter a Saint Denis y sus acompañantes. Se decidió que eran presuntos “contrabandistas”, pero lejos de ejecutarlos in situ, se les dio trato de embajadores al ser recibidos en audiencia por el virrey y los miembros más señeros de la Junta General de Guerra y Hacienda de la Nueva España. Si bien imperó de nueva cuenta la cortesía alambicada y llena de requiebros propia de dicha centuria, el virrey y la Junta sometieron a interrogatorio exhaustivo a Saint Denis y los suyos. De lo dicho por ellos se desprendía varias mentiras y pocas, pero significativas verdades. Claro estaba que Saint Denis no comandaba una inocente caravana mercantil: acaso el virrey sabía los usos de los antiguos mexicanos, quienes tenían a sus comerciantes, los pochtecas, como espías y avanzada de sus tropas, para ganar territorio a mayor gloria de su tlatoani. Pues eso y no otra cosa era Saint Denis: un pochteca, es decir, más agente de inteligencia que truchimán. Mientras era interrogado Saint Denis y su tropa, el capitán Diego Ramón salió con una columna fuertemente armada desde el Río Bravo (o Grande, depende de quién lo vea y en qué año se le men-
cione) en busca de nuevos invasores provenientes de la Louisiana. Buscaba sobre todo un asentamiento secreto que los franceses habían construido en complicidad de los indios caudachos y texas, del cual se tenían vagos rumores. Nada encontró el esforzado capitán en esas tierras y al llegar al río Trinidad, en concreto a la desembocadura en la Bahía de Galveston, decidió retornar a Coahuila con las manos vacías. ¿Era o no real la amenaza francesa? Ocurre que el gobernador Cadillac tenía problemas con los auditores del rey Luis, quienes habían descubierto malos manejos, desfalcos y una mina de cobre que Cadillac y su hijo habían descubierto en la parte norteña de la colonia francoparlante, de la cual sacaban beneficios que, en mala hora, habían olvidado reportar a París. En medio de esta tormenta jurídica, de la cual Cadillac habría de salir muy mal parado, el gobernador de Louisiana simplemente había olvidado sus sueños de expansión imperial a costa de sus vecinos del sur. El peón había sido abandonado en territorio enemigo.
Doble y amoroso espía Saint Denis, con buen olfato para detectar cuando lo habían dejado en la estacada sin posibilidad de retirarse, decidió jugar una carta muy francesa en verdad: ante el virrey y demás autoridades, a lo largo de muchos días de interrogatorio cada vez más severo, declaró su amor. No sólo por la corona española, sino por cierta mujer, ni más
SAINT DENIS, CON BUEN OLFATO PARA DETECTAR CUANDO LO HABÍAN DEJADO EN LA ESTACADA SIN POSIBILIDAD DE RETIRARSE, DECIDIÓ JUGAR UNA CARTA MUY FRANCESA: DECLARÓ SU AMOR. NO SÓLO POR LA CORONA ESPAÑOLA, SINO POR CIERTA MUJER... 5
ni menos que la nieta del capitán Diego Ramón, una tal María Ramón. Resulta que entre diversiones, cenas, cumplidos barrocos y clases mutuas de castellano y francés, Saint Denis se había prendido de los dones y no poca belleza de María Ramón. Si esto cayó de sorpresa al capitán Ramón o si él estaba muy atareado buscando franceses en la actual Texas, como para preocuparse del corazón, acaso de la honra de su nieta, no se sabe. Tampoco es claro si el virrey tenía por honesta la conversión del otrora vasallo francés. ¿Pensó acaso que podría manipularlo cual doble agente; luego, pues, controlarlo de cualquier infidencia? Lo cierto es que Saint Denis ofreció espada, conocimiento, corazón y hacienda al virrey duque de Linares y, por ende, a Espa-
ña. Quería casarse con María Ramón, tener muchos hijos y cristianizar apaches; ah, y también intercambiar datos e información sobre las ambiciones francesas en el noreste. Si bien Saint Denis casó en buenas nupcias con María Manuela Ramón, pasando así a ser pariente de su captor don Diego Ramón, también es cierto que los historiadores modernos han encontrado una carta, fechada el 7 de septiembre de 1715, en la cual Saint Denis escribe a su antiguo patrón, el gobernador de Louisiana, dando noticias sobre las intenciones de un contraataque novohispano, y compartiendo pormenores de una nueva expedición española a Texas con la intención, ahora sí, de colonizarla en forma.
¿A quién servía Saint Denis? Pues ante todo, a él. Peón abandonado en el tablero, no tenía muchas opciones sino cambiar de casaca o morir ahorcado. Pero no hay que olvidar que si un peón alcanza el territorio enemigo en el último escaque, puede tornarse en señor por su propio mérito: es decir, se da la “promoción del peón”. Al llegar al otro lado del tablero, Saint Denis decide ser su propio dueño, sin olvidar dejar una puerta abierta con su antiguo soberano ni comprometerse del todo con el nuevo. CONTINUARÁ EN NUESTRO PRÓXIMO NÚMERO:
EL ENCANTO DEL PEÓN REY CONTRA PEÓN EL PEÓN SE CORONA
#Bahía de Galveston #Coahuila #Golfo de México #Linares #Louisiana #México #Nueva España #Presidio de Santa María de Galve #Río Bravo #Río Grande #Río Trinidad #Texas 6
LA CASA DE MIS FANTASMAS. Antonio Ramos Revillas
#California #Calle Río Orinoco #EEUU #Nuevo León #México #San Pedro
SALÍA A PATINAR A LA CALLE CON MI LEOTARDO ROSA Y UNA FALDA AZUL CON FLORES BLANCAS QUE ME HACÍA SENTIR MUY LINDA, PUES RESALTABA MI FIGURA DELGADA Y UNOS SENOS INCIPIENTES DE PUBERTAD. LA CALLE ERA NUESTRO MEJOR ESPACIO DE JUEGO AUNQUE CONTÁRAMOS CON UN PATIO DE BUEN TAMAÑO, NADA COMO DESPLAZARNOS POR NUESTRA CALLE O LAS ALEDAÑAS A LA NUESTRA PARA JUGAR A LAS ESCONDIDAS O A LOS ENCANTADOS.
LOS SÍNTOMAS COMENZARON EN RÍO ORINOCO Gabriela Cantú Westendarp
A veces he tenido deseos de dejar 1. de vivir. No es porque no me gusten las montañas de mi ciudad o porque no
ame a mi familia. Sucede que el dolor que se acumula en mi cuerpo se vuelve insoportable. Tengo más de seis meses con una migraña de miedo. Estoy pasando una temporada en el infierno como diría Rimbaud. Muchas veces me dijeron que mi cuerpo era normal, que todo estaba en mi cabeza, que pensara en otra cosa, que era muy aprensiva. Todo apuntaba, según los doctores y mi familia, a mi temperamento y mi tendencia por el drama. Después de años de vivir en el dolor descubro que sí estoy enferma. No me estoy inventando nada, no estoy loca. Llevo largo tiempo de meterme una larga lista de medicamentos. Seguramente mi hígado está saturado aunque aún no muestre señales. Idas y venidas con el traumatólogo, con el experto en reumatología, también con el neurólogo. Cuento, por supuesto, con toda una lista de curanderos y especialistas en medicina alternativa. He visitado acupunturistas,
sobadores, quiroprácticos, chamanes, expertos en imanes y energía. No crean que no visité psicólogos y psicoterapeutas. En realidad me dieron un diagnóstico temprano. Cuando me dijeron que tenía fibromialgia nadie sabía qué significaba eso. El doctor me dijo que algunos pacientes podían librarse del dolor y otros no. Que había que esperar para ver qué tipo de paciente resultaba ser yo. Así que con todo y diagnóstico no había mucho qué hacer por mí. Para sumarle a esto la mayor parte de los doctores de la ciudad desconocían este padecimiento que apenas había sido nombrado un par de años atrás (1993).
2.
Viendo en retrospectiva los síntomas comenzaron a presentarse desde la infancia. Recuerdo que cuando vivíamos en la casa de Río Orinoco y pasábamos gran parte del tiempo con los vecinos ya tenía lo que luego llamaron colitis nerviosa y hoy se conoce como intestino irritable. Salía a patinar a la calle con mi leotardo rosa y una falda azul con flores blancas que me hacía
sentir muy linda, pues resaltaba mi figura delgada y unos senos incipientes de pubertad. La calle era nuestro mejor espacio de juego aunque contáramos con un patio de buen tamaño, nada como desplazarnos por nuestra calle o las aledañas a la nuestra para jugar a las escondidas o a los encantados. Ni pensar en meternos para ver televisión o jugar a los videojuegos como lo hacen ahora muchos niños. Las cosas han cambiado. Esa casa ya no pertenece a mi familia, incluso la fachada ya no es la misma. Por ahí circulan muchos más autos que antes y no se ven niños jugando afuera de sus casas. Pero regreso a mis malestares: a media tarde de juego entraba a casa buscando algún alivio para mi panza adolorida. Sentía constipación porque no había logrado ir a obrar como decía mi abuela. Estreñida de nacimiento. Lo típico entonces era que me dieran buscapina para el dolor. Como todavía no aprendía a tragar tabletas me lo daban líquido y tenía un sabor amargo asqueroso. En realidad estos dolores se presentaban casi 7
de a diario. Mis hábitos alimenticios no ayudaban del todo. Comía pocas frutas y verduras, no había la consciencia que existe hoy de alimentarse sanamente. Después de un rato volvía a la calle a seguir con la pandilla que lideraba mi hermana mayor, que a veces tenía a la cuadra en jaque. Alguna vez le cortó el pelo a la vecina jugando al salón de belleza. En reprimenda mi padre le cortó el pelo a ella tanto como a un varón y mi hermana no derramó ni una lágrima. No quería dar a mis padres el placer de verla llorar. Siempre he admirado a mi hermana. Ha sabido ser mi amiga además de hermana, es mi mayor confidente. En ese entonces era mi rol model. Yo quería patinar también como ella, ser buena para la gimnasia y para la danza. En esa época todas las niñas del municipio solíamos estar enroladas en actividades en torno a la danza. Yo además acudía a clases de inglés, pues mi colegio no era bilingüe y ya se decía que el inglés era indispensable. Teníamos de ejemplo a mi madre que dominaba, además del español, el inglés y el alemán y estaba aprendiendo italiano. Entonces mamá tenía muchas jaquecas y era común que tuviera oleadas de mal humor. Sospecho que ella también padecía de fibromialgia pues, ahora, cerca de los 70 años, le han diagnosticado artritis reumatoide. Yo me sentía la consentida de mamá, y tal vez lo era. Mi hermana tuvo que sufrir las exigencias que sufren muchos primogénitos por la inexperiencia de los padres. Mi hermano, por su parte, también estuvo sujeto a las expectativas que tenían mis padres sobre su desarrollo y su futuro. El único hombre, el que debía triunfar en los negocios que heredaría de mi padre. Creo que yo tuve oportunidad de ser más libre sin tener que pelear mucho por ello. Mi hermana ya me había abierto camino.
3.
Entre las ocurrencias de ella estuvo una que recordamos con remordimiento pero con muchas carcajadas. En esa época convivíamos mucho con algunos de mis primos. Una noche se quedaron a dormir algunos de ellos y mi hermana nos instó a hacer algunas bromas telefónicas. —Bueno, hablamos de La Ranchera de Monterrey. ¿Se encuentra la señora de la casa? Le informamos que se acaba de ganar una lavadora. Del otro lado de la línea se escuchaban gritos de sorpresa y alegría y eso nos daba un ataque de risa y colgábamos el teléfono. Entonces las comunicaciones eran otra cosa. No había forma de identificar o rastrear los números. Pero esas eran bromas más leves, no pasaban de alebrestar a alguna ama de casa que soñaba con cambiar su centro de lavado. La verdadera y escandalosa llamada la hicimos a los bomberos. No recuerdo si fue ella o alguno de mis primos que, fingiendo una voz de adulto, anunció con voz angustiada que frente a la casa había un incendio y era urgente que vinieran a apagarlo. Fue así como un rato después vimos que llegaba a la cuadra el camión de bomberos y la policía del municipio de San Pedro Garza García en busca del fuego. Eran cerca de las 9 de la noche y papá y mamá habían salido a cenar. Estábamos a cargo de la chica que ayudaba con el aseo de la casa. Cuando vimos a todo el equipo de rescate afuera, nos entró primero la emoción y luego el temor a ser descubiertos. Obviamente habíamos dado la dirección y habíamos dicho que vivíamos en frente. No hacía falta hacer una gran investigación para dar con los embusteros. Vimos por la ventana que uno de los oficiales se acercaba y entramos en pánico. Apagamos todas las luces de la casa y le rogamos a la chica que nos cuidaba que dijera que en esta casa no vivían niños, que era una pareja de viejitos (no se usaba la palabra adulto mayor). La chica consintió a nuestra petición. Pero el oficial no era ningún tonto y sabía que por ahí estábamos escuchando. Alzó la voz y dijo que era de suma gravedad hacer perder tiempo a los bomberos y a las autoridades con falsas alarmas. Tenía toda la razón. Afortunadamente para nosotros, que para entonces estábamos mojados del miedo, no pasó a mayores. Mis padres se enteraron al día siguiente y nos dieron un sermón sobre lo irresponsables que habíamos sido. A los meses, sin embargo, papá se acordaba del asunto con una carcajada. De pronto nos celebraba nuestras travesuras.
4.
Me desperté a las 3 de la madrugada porque tengo el horario volteado. Aunque aquí en California son sólo dos horas de diferencia con mi ciudad, me han pegado los tiempos. Ayer arribamos al hotel casi a esa hora, así que pueden imaginar que mi reloj interno está confundido. Viajamos en avión y luego en tren. Además me desperté con dolor de cabeza, este dolor que llegó y se instaló sin reparo. En ocasiones se siente como si me oprimieran de las sienes con una pinza gigante, otras que presionaran toda mi cabecita y mi cuello. Esto es lo que antes llamaba infierno. La pastilla me la tomé a las 3 y cuando volví a ver el reloj ya eran las 4 y no lograba volver a conciliar el sueño. Por eso decidí comenzar a escribir esto que no sé si algún día se publique. Quiero decir que hoy tengo cierta esperanza de aliviarme. Vinimos a Marina del Rey a visitar a un doctor especialista en fibromialgia, el doctor Paul St. Amand. Vine con mi hermana. En realidad fue ella quien me animó a hacer el viaje; se preocupa mucho por mí. Yo no tenía cabeza para tomar decisiones. O debiera decir tengo la cabeza llena de dolor y creí que no le cabían nuevas ideas. En el trabajo estoy rindiendo muy poco pero todo sale a flote porque he logrado construir un sistema sólido en el departamento y mis dos coordinadoras son muy dedicadas y solidarias. Me dedico a dirigir el departamento de Difusión Cultural de una universidad de la ciudad. El trabajo lo conseguí porque tengo años en la promoción de la cultura, sobre todo del arte de la escritura. No obstante debo darle crédito a mi esposo, debo decir: mi amado esposo, porque lo amo con todas mis fuerzas. Y es que el dueño de la institución para la que trabajo también es su jefe y, el día que nos conocimos en una boda de un amigo mutuo y conversamos sobre cultura y educación, se decidió a ofrecerme el trabajo.
5.
Ya regresé a casa. Estuvimos en California cuatro días. El doctor es un encanto y no pude contener las lágrimas cuando me revisó y confirmó el diagnóstico. Es un hombre mayor y muy comprensivo, entiende que la ignorancia de la enfermedad suele cobrar mucha frustración. Tengo fe en aliviarme pero aún estoy con jaquecas. En estos pasados meses he ido a dar al hospital por dolores insoportables. Me han puesto un coctel de medicamentos que me controlan y alivian por un par de días. La buena noticia es que ya empecé mi nuevo tratamiento y espero salir pronto del infierno. Espero poder dar testimonio de alivio como aquellos que ya tiene años dentro del protocolo de la guaifenisina descubierto por el doctor. Todavía vivo en el mismo municipio pero en otra colonia; es una privada, pero mis hijos ya están grandes y no salen a jugar a la calle. El menor sale a pasear a los perros. En la casa de Río Orinoco, donde comencé con los primeros síntomas de mi enfermedad, también teníamos perro; se llamaba Flika y era una terrier pelo de alambre que estaba medio loca. Tan pronto tenía oportunidad se salía a la calle hecha un bólido y había que ir a perseguirla en auto porque corría como desaforada. En una ocasión mordió a una prima, a quien poco antes habíamos convencido de que… nuestra perra era inquieta pero no mordía. Mi madre estaba muy apenada con su hermana por el ataque de la perra pero le aseguró que tenía todas sus vacunas en orden. Con los años a la pobre Flika se la llevaron a un rancho y ya no supimos de ella. A mí, claro, no me pueden mandar allá. 8
LA PRIMERA NOVELA DE LA AUTORA DE
MATERIAL PELIGROSO (PREMIO NACIONAL DE POESÍA RAMÓN LÓPEZ VELARDE 2012)
G A B R I E L A
C A N T Ú WESTENDARP
E
milia padece la agonía de su madre y recuerda la historia de su familia manchada por divorcios y exilios. En estas páginas desfilan una hermana que pierde un ojo, una relación fuera del matrimonio y la vergüenza de una mujer abandonada. HAMBURGO EN ALGUNA PARTE de Gabriela Cantú Westendarp es una novela sobre el rencor al que los hombres y mujeres quedan confinados cuando la traición viene de los familiares más cercanos y también retrata una cultura mitad alemana y regiomontana que coquetea con el régimen nazi y con severos controles sociales. Escrita con un lenguaje que lo mismo pasa de la crudeza descriptiva a la poesía, de la tensión narrativa al canto, esta novela que avanza de forma fragmentaria es ante todo una expiación: a los recuerdos hay que afrontarlos, atraerlos, quitarles el oxígeno, sacarlos del fondo de la tierra para exhibirlos en el yermo sin cortapisas del presente.
DE VENTA EN LIBRERÍAS DE LA CIUDAD FONDO EDITORIAL NUEVO LEÓN / LA VENTANA / TERRAZA27.COM
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UN ASESINATO PASIONAL. Hugo Valdéz
PASO DE LA SIERRA Alejandro Vázquez Ortiz
N
oche en la sierra. La conciencia se agota entre los cuerpos molidos y el hilo de sus pensamientos se funde a negro. No saben si despiertan al remanso de la sombra o el aullido en la noche mucilaginosa fue sólo un sueño. Espabilan. En cada corazón acelerado florecen otros sentidos. No ven pero se sienten vistos; pupilas nictálopes recortan sus siluetas tendidas en la hierba. Cerca; el animal bruñe las piedras con el hocico vaporoso: en el mineral cuaja saliva mezclada con rocío. Se vuelve; sus almohadillas apenas rozan la tierra hasta que ya no se oye. Suerte. No se distingue si alguno sonríe. Vuelven a dormir. Las estrellas supernumerarias iluminan los filos de las lomas como el de una tizona de plata labrada a buril y escoplo. Despiertan antes del alba con el fresco y el murmullo de la corriente. El cielo irradia; el cañón sigue cenizo. Hay unas huellas en el lodo del río: el amanecer seca pronto su forma nítida y la pulveriza. Enseguida, el agua es el doble del cielo. Reanudan el camino; las pantorrillas calzan la superficie líquida y calma. Quiebran en una y griega perpetua. Los cerros se suceden sin nombre uno tras otro. Hambre: los bagres platean al fondo de las pozas. El sentido florecido saborea su destello. El cansancio cierra cada boca al seguir la torrentera. No sudan, el río anda tan cerca que su pura presencia lava el calor. Las pieles beben directo del álveo. Están a punto de Raíces en Allende. El reflejo del sol en el agua caliente, una mujer somete a su hijo desnudo a una ablución; lo iza. La criatura escurriendo a la luz. Pasan de largo. Más allá hay borrachos y pilotos de motocicleta, asadores. Ellos abren la turba como las masas de agua con las botas. Dejan la rivera y todo vuelve a su límite. Otra vez el cielo es el cielo y la tierra es lo que es. Se hunde en ellos una tri10
bulación inmediata, la sensación de un animal agonizante es también la sensación de despertar de un sueño. Cómo vuelve a cerrarse el ojo abierto al llamado del lobo. No oirán más ese aullido. ¿Lo saben cuando se miran en la caja de la camioneta que los lleva montaña abajo,
#Adjuntas #Allende #Raíces
carga racional entre un montón de arena y una pala petrificada con cemento? Algo dentro de ellos vuelve a dormir; se limitan a sujetarse los sombreros. Los cerros azules quedan atrás como cuernos de yunque.
LA TRASNOCHE DE
PABLO LESCANO
EN LA CALZADA MADERO José Juan Zapata Pacheco
“M
onterrey es una ciudad musical, es un crisol de músicas”, dice Pablo Lescano, y da un sorbo al mate que prepara su madre en su casa de San Fernando, provincia de Buenos Aires. En una repisa cercana hay una colección de premios y reconocimientos. Destaca el busto del Premio Gardel, uno de los más prestigiosos de la Argentina. Es la pequeña vitrina de trofeos del rey de la cumbia villera. Salvo por esos pequeños detalles, podría parecer la casa de cualquier familia mexicana. Pero cuando subimos al segundo piso hay paredes llenas de grafitis y la pintura de una chica en bikini, escultural. “Es María de Colombia”, adelanta Pablo y abre la puerta de su estudio de grabación. Podría ser la casa de cualquier familia mexicana, como la de Cata López (hijo de Javier, el de los Reyes Vallenatos), uno de sus mejores amigos, en las laderas de la Loma Larga regiomontana. En una foto de su facebook, Lescano posa con Cata en la calle con las luces de la Indepe de marco. Porque si alguien conoce bien la noche regia, es Pablo. No sólo porque de unos años a acá se ha convertido en rey de la movida villera de Monterrey, sino gracias a su fascinación por la cumbia colombiana que sigue latiendo en los bares del centro de la ciudad.
*** La cumbia villera nació en los albores del siglo XXI, con la desintegración social y económica de una Argentina que despertaba en la resaca de la década neoliberal menemista. Las villas miserias, esos barrios de chabolas en las periferias de Buenos Aires, dieron nom-
bre a un nuevo estilo de hacer cumbia, caracterizado por un ritmo machacón, armonías de huayno peruano y sintetizadores agresivos (el famoso keytar). Pero sobre todo las letras, que dejaban atrás las canciones de amor y se volcaban a narrar las historias de la calle: drogas, delincuencia y sexo. Polémica en su momento, la villera en Argentina ha sido desplazada por nuevos estilos más “ligeros” de cumbia, o por la ola global del reggaetón. Pero algunos de sus referentes, como Pablo Lescano y sus Damas Gratis, siguen gozando de un gran prestigio y de una apretada agenda los fines de semana en los boliches (antros) de la capital y en el enorme conurbano bonaerense.
*** ¿Cómo llegó la cumbia villera a Monterrey? Difícil saberlo por exactitud, pero una cosa parece clara: las barras de los clubes de futbol tuvieron bastante que ver. El propio surgimiento de las barras como Libres y Lokos y La Adicción fue un proceso de argentinización de las prácticas de las “porras” tradicionales. Así, con el nuevo modo sudamericano de alentar, llegaron los cantitos de cancha, la murga (bombo y platillo), el aguante y el gusto por la música argentina. Sobre todo bandas como los Auténticos Decadentes, Los Cafres, y claro, polémicas agrupaciones de cumbia villera como Damas Gratis, Piches Chorros, Meta Guacha. El primero en advertir que algo fuerte estaba pasando en Monterrey fue Fidel Nadal. El rasta era una presencia recurrente en las noches del Café Iguana. De regreso en Buenos Aires se encontró con Pablo y lo motivó: “Allá escuchan
cumbia todo el día, si conocen lo tuyo va a explotar”. La invitación de Eliud y Samuel, referentes de la barra de Tigres, no tardó en llegar, y en 2002 Lescano debutó en el escenario del Iguana. Pero recuerda que no fue un show sencillo: “La tuvimos que remar, porque nos faltaba un músico, y tuve que tocar con dos teclados”. Gajes del oficio escénico. Pero la semilla ya estaba plantada.
*** “Me encontré una vez con un par de puesteros de Reforma, que venden cedés, y no podían creer que sabíamos tanto de cumbia colombiana”, dice Pablo tras otra ronda de mate. Luego hablamos de Policarpo Calle y de Andrés Landero, y me muestra un tatuaje con el nombre de su hija, “Mara”, como la canción del Rey de la Cumbia. (Cuántas versiones rebajadas no estarán sonando esta noche en las esquinas de la Indepe.) A Landero no llegó a verlo en vivo, pero recuerda que, en el after de uno de sus múltiples conciertos en Monterrey, decidió ir a ver a Policarpo a La Fe Music Hall. No lo detenían las advertencias de sus amigos regiomontanos por el riesgo de la violencia que asoló la ciudad en aquellos años y que, hoy, apenas rebajada, se ha convertido en su normalidad. “Terminábamos de tocar y queríamos salir a escuchar más cumbia. Íbamos a ver a Los Reyes Vallenatos, a la Tropa. En el Bar Internacional, en La Eternidad. Y ¿viste que te invitan a subir y cantar? Lo hacíamos. ¿Cuántos seguidores de Damas Gratis hubieran imaginado encontrarlo luego del concierto en alguno de los bares
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más picantes de la calzada Madero? “El Bar de Max era el más pesado, con puñaladas por un peso”, ríe Pablo, fascinado. “Esa es la cultura de Monterrey. Y la Indepe es tan parecido a acá. Sólo que allá son montañas y acá es llano. Pero es la misma vibra de la villa, el barrio a full, la gente en la esquina escuchando música, ¿entendés? Es la misma onda que en Argentina. Muy diferente a los hoteles donde me hospedaba, que parecía Houston.
*** Damas Gratis se ha convertido en uno de los grupos más populares en Monterrey. A veces visitan la ciudad más de dos veces al año. Esto con cero distribución comercial de sus discos y nula rotación radial. Un ejemplo perfecto de que el boca a boca y el internet son a veces más efectivos que las grandes industrias culturales. No sucede lo mismo en la ciudad de México, donde le ha costado entrar. Así, Pablo casi se convirtió en el rey de la Arena Santa Lucía, pero también llenó en su momento el
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legendario Auditorio Coca-Cola. Su más reciente vista fue durante el Machaca Fest en Parque Fundidora. En su facebook oficial subió una foto con el público de fondo y un mensaje de agradecimiento: “Abrazo de gol, mexicanos. Soy un músico luchón, je”. Fiel a su costumbre, trasnochó para ver un show del colombiano Alex Manga en La Kaprichosa.
*** El amor de Lescano por la cumbia más tradicional —o sea, colombiana— de Monterrey contrasta con la devoción argentina de sus seguidores barristas. Y con la movida de bandas villeras que han empezado a surgir en Monterrey, que a veces parecen más preocupadas por cancherear con argot argentino que por hacer canciones memorables. Es muy diferente al público que Lescano acostumbra en los boliches de Buenos Aires, donde las rivalidades futbolísticas prácticamente pasan de largo. “Es más complicado que en Argentina; van como si fueran a la cancha. A veces se pone áspero, cada dos por tres hay
un roce. Yo a veces les digo: ¿Por qué no dejan lo tribunero para la cancha, y acá vienen a disfrutar de un show? Yo soy argentino, allá no le voy a ningún equipo”. Pero Lescano sabe en qué cancha juega cuando hablamos de México. Cuando nos encontramos, pasa por mí a una gasolinera de San Fernando, y lo primero que pregunta al subirme a su camioneta y confirmar de dónde vengo es predecible: —¿Tigre o Rayado? —No, Pablo. Viví en Monterrey, pero nací en Torreón. Soy hincha de Santos Laguna. Llegamos luego al barrio de su infancia. No es propiamente una villa, como las que hicieron célebre al género. Pero en las esquinas los pibes te marcan el territorio con la mirada. Todos saludan a Pablo como el vecino célebre que es. En el estéreo de la camioneta suena un tema del mexicano Luis Ornelas. —Soy amigo de Dimas Maciel (vocalista de Chicos de Barrio, una leyenda de la cumbia lagunera). Acá grabamos un tema juntos. Pero, “esa, ya es otra historia”.