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Puerta K98

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Después de casi dos años, volvemos a viajar. Parecia que se nos había olvidado qué era una tarjeta de embarque, cómo se hacía una maleta, la sensación de entrar a un avión o los nervios al despegar. Veinticuatro alumnos vivieron la experiencia hace unas semanas. Hablamos con cinco de ellos.

Hace algo más de dos semanas, el sábado 13, 24 alumnos y tres profesores del IES Joaquín Rodrigo salimos del aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas con destino Düsseldorf. Ese grupo era la delegación española que, como decíamos, embarcaba hacia Alemania para inaugurar los encuentros en este tercer proyecto Erasmus+ que, después de dos años, nos permitía volver a viajar.

A las 6:15, un autobús salía del instituto para llevarnos al aeropuerto. Pero, para estar a esas horas frente al edificio rojo, hubo que despertarse muy pronto… Cinco de los 24 afortunados nos hablan de cómo vivieron ellos el día desde que abrieron los ojos en la madrugada hasta que nos subimos al avión y hubo que desconectar los móviles.

Sergio se despertó a las 4:30 con el sonido de la alarma, y quince minutos después lo hacía Candela, que asegura que, si no hubiera sido por lo que le costó dormirse la noche anterior debido a los nervios, se habría despertado antes de que sonara; y Marta, que si no se hubiera tenido que duchar y terminar de recoger algunas cosas habría puesto la alarma algo más tarde. La siguiente fue Carlota, que no se quedó dormida porque fue su madre quien la despertó; y Martín, cinco minutos después que ella, a las 5:05, escuchó el sonido de la alarma y dejó pasar otro par de minutos antes de levantarse. Candela y Martín desayunaron un vaso de leche con galletas y Marta un actimel, pero los demás nada, porque los nervios les quitaron el hambre y, además, era demasiado pronto y aún no querían comer nada.

A las 5:30 Sergio salió de casa con su madre; mientras que, cinco minutos después, junto con sus padres y su hermana Elisa, que también viajó, Carlota iba de camino al instituto e intentaba asimilar que se iba a Alemania. Los siguientes fueron Martín y Marta, a las 5:50, él acompañado por su hermana Luna (que también formaba parte de la delegación española) y sus padres y ella, ya que su hermana prefirió quedarse durmiendo en casa, iba solo con sus padres. Y luego Candela, a las 6:10, con su padre, se dirigió al instituto. Todos ellos fueron en coche y durante el trayecto les invadían los nervios y la expectación, hasta llegar a la puerta del instituto. Allí, con el resto de compañeros, Martín se fue relajando, pero los demás sentían más emoción cuanto más cerca estaba el aeropuerto; excepto Marta, que dice, entre risas, que todavía estaba muy dormida.

El peso máximo para la maleta era de 20 kilos y Candela, como no la había podido pesar en casa, estaba preocupada, pero en la facturación la báscula del mostrador marcó 19,3 kg, así que no hubo ningún problema. Aparte de Marta, que tuvo que llevar dos (la segunda de máximo 10 kg), cada uno llevaba una maleta (todas pesaban entre 14 y 19 kilos) y una mochila pequeña que los acompañó en la cabina del avión.

En el autobús, con los nervios creciendo a cada segundo y todos con un amigo al lado, cada uno pensaba en algo diferente mientras la incertidumbre tomaba el puesto de sentimiento protagonista: Carlota, en cómo sería el avión y la vida con una

familia desconocida; Candela, en lo bien que se lo iba a pasar, en lo mucho que iba a llorar a la vuelta y en la de tareas, trabajos y deberes que tendría que hacer; Martín, en cómo sería la familia y la casa, y en que iba a pasar su cumpleaños en la ciudad germana; Sergio le daba vueltas a todo, en especial a cómo sería el despegue y en lo que su hermana le había contado sobre la experiencia Erasmus de cuando ella formaba parte del primer proyecto; y Marta imaginaba la semana que se aproximaba, todo lo que iba a hacer y cómo iba a ser su familia alemana.

No hubo ningún problema en el control de seguridad, la única anécdota que surgió de éste fue que Marta, como llevaba botas, se las tuvo que quitar y caminaba descalza por el aeropuerto, algo que le hizo mucha gracia. Como no hubo ningún incidente, no tardamos nada en estar en la cola antes de subir al avión, en la puerta de embarque K98, frente a la que nos hicimos una foto, y los profes nos dieron diez minutos para comprar algo antes de que abrieran el acceso. Sergio decidió comprar un Aquarius y unas barritas energéticas, mientras que Candela se decidió por café y agua. Marta también compró un café, Martín ya tenía la comida de casa y Carlota no cogió nada. Fue durante esa espera cuando Sergio se empezó a tranquilizar, pero el resto de sus compañeros (incluido Martín, que se había calmado antes) sintieron los nervios de nuevo; Carlota, porque tenía miedo al avión; Candela, porque fue cuando empezó a comentar con sus amigas esa sensación; Martín, porque se dio cuenta de que estaba a punto de subir y Marta simplemente empezó a sentir más emoción que antes.

Eran las 8:30 y, tarjeta de embarque en mano, nuestros cinco elegidos y sus compañeros subieron al avión, donde desconectaron el móvil y la mente hasta llegar a Alemania, donde les esperaba una aventura que no se podían ni imaginar.

La ventana indiscreta

Este mes no sólo salimos del país con los contenidos del número sino que llevamos la portada a un escenario alejado del centro: al aeropuerto Adolfo Suárez Madrid Barajas. Dejando de lado el que tengamos un avión de verdad en portada, miramos hacia todo lo que hay detrás (literal y metafóricamente) de este viaje y de la semanaen Alemania, para contar algunos de los momentos clave.

PUERTA K98

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