«470 kilómetros»

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470 kil贸metros

Luis Vieyra

Colecci贸n Hecho a mano

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470 kilómetros Luis Vieyra Diseño editorial: Adriana Morán Sarmiento ©Luis Vieyra 2012 ©La Vaca Mariposa Editora 2012 Colección Hecho a mano Libro artesanal Ejemplar /100

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Autocomplacencia................................... Micaela...................................................... Inevitabilidad .......................................... 470 kilómetros .........................................

p. 5 p. 19 p. 23 p. 31

POESÍA ..................................................... p. 41 Refrito Al principio fue el caos Algo que no se pregunta

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Autocomplacencia

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Se detuvo la ignorancia. Stendhal no quiere pensar

en eso. Lava unos platos sucios tirados en la cocina. Los observa por más de dos horas con sus restos de comida. ¿Cuál es la ignorancia en la que piensa? Todo se detiene para dejar que otras cosas comiencen. Es el principio y el fin, el génesis y el apocalipsis juntos y revueltos en la ensalada existencialista, surrealista, democrática y anárquica. Es como un precipicio –dice–. Se siente atrapado por el lúgubre acontecer que se divisa allá abajo en el rompiente donde las olas le permiten un respiro a las agrietadas rocas y a su cabeza que está a punto de explotar. La ignorancia de la vida –razona–. Cree sentir remordimientos, deseos mundanos, retrotraer su niñez y el paso por las calles cargando las maldades inocentes de cuando era un chico, con su pasado remoto pero tan cerca que adquiere sabor, contenido y aroma. La lejanía de los efectos es irreversible. Consumirse en el fuego y escapar del presente, estar en otro sitio, no sentir miedo –divaga–. – Quisiera acariciar tus labios y tus senos Estela –le decía Stendhal– sentir ese olor sólo tuyo, masturbar mi mente con tu imagen fragmentada en nuestros recuerdos. ¿Te acuerdas del principio? Estabas triste porque habías terminado una relación de mucho tiempo, nos fumamos unos porros hechos con páginas del nuevo testamento. Querías volver a tu igualdad y ser libre. Darle la vuelta a tú corazón herido. Me preguntaste que debías hacer. Te dije que no pensaras más en él y que todo tiene un principio y un final, olvídate del principio y acepta tu apocalipsis interno. .9


Eso es lo que trato de explicarte Estela, mí soledad y la búsqueda frenética del amor y su simbioticidad con el sexo; lo más trascendental en el espíritu primitivo. – Pero tú nunca cumpliste tu parte del trato Stendhal – dijo Estela–. Jamás lo hiciste. ¿Vendrán de nuevo las imágenes alegres? o, al contrario, ¿la depresión? Ya es tarde, Stendhal sigue solo, Estela no está. Desapareció para siempre. Cuidadosamente limpia la hierba seca, uno, dos, tres. Qué más da. Prende uno y es lo mismo. Cierra los ojos para sentirse mejor. Son tantas cosas, ¡el individualismo no existe!, –se aclara para sí– ¡es un caos dentro del desajuste! Después tuvo una premonición transformada en un sueño pesadillesco, en el que vio a Estela adquirir la forma de adolescente, de mujer, de anciana y de hombre sin ninguna pausa. Los remedos de su propia vida se asían con fuerza a las figuras que Estela expulsaba de su cuerpo; la purificación del alma, el universo roto y la buena comida, todo de una vez. Stendhal siguió soñando. Este pasó por su cabeza, sintió los arañazos en su cerebro. La niña-mujer permanecía acurrucada al lado de un segundo hombre, de regular estatura y sin dientes, y que por lo visto era su padre. Sus ojos enmarcados en gruesos lentes se entornaron al ver entrar a Stendhal a este mundo de burbujas. Con el miedo en las venas y la sangre helada, el pobre se escabulló por una abertura lateral de la pesadilla. Después de una fase de atemporalidad la pequeña Estela creció y Stendhal tuvo la seguridad de que ella y su progenitor se habían convertido en pareja. Luego su vista pudo recibir con normalidad la luz del sol. La niña de pronto se volvió invisible y su padre, hermano y juez le dio la mano a Stendhal. Al tomarla, el ser sin cara .10


ni años se la rasgó por la mitad con un cuchillo filoso, y desde la herida brotó sangre venida de la tierra misma, del suelo rocoso de muchas partes de Santiago. Ahí Stendhal supo que lo femenino, que la delicadeza, tienen miles horas de espanto y tuvo una segunda reminiscencia mucho más nítida que la primera y pletórica de opresión. - No sé qué hora es. Hay una ligera humedad en el ambiente, no me puedo mover para ningún lado. Debo estar entumecido –nota Stendhal en su alucinación. No me preocupa el dinero, me siento relativamente bien, alegre, incongruente de júbilo. Al parecer estoy solo. Se puede decir que en los alrededores de donde me encuentro llueve con regularidad. Siento la piel tensa. Un ruido inunda mi sepulcro y mi soledad, apenas perceptible al principio, de a poco in crescendo. Me parece que estoy en un estado de paz y evocando vidas pasadas. ¿Dónde estoy? Estoy muerto y enterrado hace mucho tiempo, fui torturado y al cabo de años de olvido y de perdón a medias me sacan de mi escondite. ¿Qué ruidos son esos que se escuchan afuera de mi santuario? El suave silencio se acaba y mi alma retenida en la tumba por fin vuela escapando de las tinieblas. *** Al volver a la casa de puerta angosta y pasillo largo, Stendhal prende las luces oprimiendo muchos interruptores, uno tras otro, en completa sincronía. Hasta que se topa con la puerta que lo llevará de nuevo a su realidad. Trata de abrirla pero el mango está roto. Mira por el ojo mágico admirando lo insondable. Toca la nada y mitifica los espejismos anteriores en sonrisas para Estela. Ella le decía: sin aflicción el mundo es mucho mejor y la felicidad tiene más posibilidades de acercarse. .11


Stendhal despertó de su mal sueño escuchando la música de un amigo imaginario. Al salir de la modorra miró a Estela sin desviar la vista ni siquiera un milímetro, ella leía y anotaba pasajes de la obra de un filósofo alemán. Estaba ahí, recostada hacia el lado izquierdo de la cama. También había un orate acurrucado metros más allá, en un rincón de la habitación, atento a la lectura de un pesado libro como la Biblia. Estela bajó la mano y escribió líneas sagradas para su corazón definiéndose a sí misma en un acto de secreta personalidad. Niña del Olimpo, musa de arcángeles, cíclope con un gran ojo azul; cara y adúltera. – Es todo lo que he soñado –dijo Stendhal a Estela– contra el pesar de sus fantasmas venidos del inconsciente. Aquí vio monstruos gigantescos, infelices en pena buscando cuerpos donde resarcirse de sus opacadas vidas, sujetos que desean escapar de aquellos nichos petrificados, de los mausoleos semiabiertos y de esos atardeceres atormentados por las nubes que les impiden ver el sol ocultarse en el otro hemisferio. – Estela, en mí necedad te comparé con las aves que planean para ir a estrellarse con la lava de un volcán. Todas ellas quieren ser un ave fénix, rodeadas de luz. Hasta que tú Estela te transformaste en uno de esos pájaros. Y te pude tocar y lamer tu vagina y me callé cuando ustedes, las aves fénix, fueron capaces de detener la caída y mudar sus plumas en flechas de diafanidad, en un vuelo que termina en tus pelos, igual de oscuros que una pista de aterrizaje en plena noche. ¡¡Tu prostitución con el mundo!! Tener que admirarte, roer tus huesos, botarte por la alcantarilla y retomar mi paso deforme que me lleva a la ratonera que de vez en cuando emite destellos, rayos, placeres incontrolables. Anónimos. Pesados. Dolorosos –pensaba Stendhal entre sollozos–. Salió a beber de la vida para acabar en la risa de Estela. .12


– Desplegar las alas hasta encontrarte en los confines de lo que alguna vez pensamos sería mejor para ti y para mí Estela. Salvar las distancias, saltarlas con un impulso elástico hacia lo inmejorable, divisar la aurora boreal y al cabo de un segundo estar unidos de la mano y en la cama desecha de recuerdos y fantasías, siempre cogidos de emociones paralelas. Abusar al máximo del arrebato de los intestinos, perder la noción y recuperar el deseo de dulzura del elixir inmediato de tu cuerpo. No esperar la muerte sentados los dos en el barracón del olvido, invitar a los sueños a congregarse a nuestro alrededor, despedir el último fulgor del día y recibir abrazados el comienzo de la mañana. Principio y fin, el yin y el yang, alma, espíritu y carne Estela. Comienzo y final, estructuras urbanas, lluvia y sol. Frío y calor, fuego y agua, poetas y sus letras, millones de veces usadas. La sombra anduvo cerca de Stendhal para contarle el destino de Estela. Le dijo que escribiera sobre los sueños que vigorizan el alma, que dejara transcurrir las imágenes sin temor a caer en una sobredosis de conflictos que reniegan el pasado por el hecho de haber sido un antes inmediatamente a un después. Así le ocurrió a Stendhal la noche en que Estela decidió hacer el viaje. Ella logró trascender el espacio que separa la realidad que conocemos y su figura escaló los peldaños necesarios huyendo con la sonrisa pegada a la boca, para incorporarse con un sopor prolongado por la misma muerte a esa nueva estructura de su cuerpo. Fuimos todos a depositar sus restos mortales por entre los rincones de la ciudad. Cada mirada que se detuvo en el rostro de Estela quiso esquivar el puente que une el fallecimiento con la vida, un momento sobrecogedor que .13


abraza los músculos, desgarrando el velo mortuorio e inyectando en la lengua ese sabor amargo que destruye el complejo vital en el instante que dura el deceso. Al cabo de otro tiempo que pasó por la luz hacía un nuevo nivel, que no se materializa en la corporeidad sino que en el único estado visible, ¿la vida?, apareció en el camino de Estela el hombre que sacudió su genio más profundo. Aumentó de peso por primera vez, siguió un rumbo que no era el que se había trazado, amaneció sin ganas de tirar los papeles que se apretujaban en el canasto al lado de su escritorio y ni siquiera salió de la cama. Stendhal pensó de nuevo en ella. Lo hacía cada vez que algo debilitaba su salud. Estela no está, eso ya lo sé, la llamé desde un teléfono público –se quejaba–. Mientras esperaba que alguien levantara el auricular al otro extremo de la línea, el aire inquieto y delicioso con fragancia de jazmín, depositaba la dulzura de las flores en su olfato y otra vez llegaba a su cabeza la sensación de libertad, de divagar sin complejos absurdos. La bruma que cubre la inviolabilidad del espíritu, el espeso olor sanguíneo, las notas exactas que un maestro de música le saca a un violín, la estabilidad de lo conocido, eran situaciones que impulsaban a Stendhal a descorrer el velo que esconde los temores. A sujetar en la ingravidez el sonido de un beso. Stendhal no pensó más en los sueños de la noche pasada, los dejó correr libremente por el sendero que lo une a Estela más allá de la vida, sin traerlos al presente en el momento en que se despidió de su amada. Abrochó su chaqueta raída, desempolvando el miedo con el mismo dolor marginal de recordar por enésima vez a Estela. Todavía te deseo con la fuerza de la carne viva –se inquirió a sí mismo–. El reptil erecto que se aloja en su cabeza ya no .14


está más, se desprendió en el túnel de los locos, traspasó los límites de la cordura y se declaró esquizofrénico. A la niña de trenzas largas la dieron en canje, la envenenaron con el sabor de pánico que tiene Santiago, en especial en sus puntos más escondidos. El apesadumbrado Stendhal, sólo como la noche, vacío como el aire, errático por los efectos del alcohol, volvió a la habitación de trazos grises. Como siempre las montañas permanecían inigualables de hermosura, satisfechas de su grandeza, observando atentas lo cotidiano; consistentes, macizas, con las cumbres puestas en dirección hacia la bóveda celeste e infinita. – Aprendí de ti el ruido de lo común –le señaló alguna vez Stendhal a Estela en agrias conversaciones que sostenía con ella en los bares– fuiste mi mensajera y mi satisfacción, mis notas en papel reflejadas en el brillo de la laguna, la fuerza de lo irreversible, la circunstancia que me rodea, el exilio predicho, la cobardía de abandonar la lucha y sumergirse en la comodidad. Después tú y yo seremos noche y vigías del dormir; eres el faro que me alienta en el trecho que no puedo ver, la salida de un callejón oscuro. Fin del mundo que conocemos. ¿Y qué es lo que conocemos? Sabemos que hay un planeta ubicado en un punto de un todo que los científicos llaman universo. Estela bajó de la cama a buscar su jugo de naranja, dejó que Stendhal contemplara toda su desnudez; la hermosa misión de vivir con Estela debajo de las sábanas colmado de alegría y sin monstruos ni fantasmas aquejándolo por los alrededores. – Stendhal –le inquirió ella– un discurso se compone de falencias, errores que con el tiempo se van arreglando–. Estela Vuelve con lentitud al nido desenvuelto, lo mira, y .15


por enésima vez le dedica una sonrisa vaporosa. Stendhal le dice que una historia de amor que nace cuando el mundo se extingue, es como el eslabón perdido de la creación, aunque los participantes sean dos dentro de un mundo indivisible. Así lo cree él. – Me gusta odiar a los hombres que te tuvieron entre sus brazos antes que yo –le dijo a Estela–, aunque lo entiendo. Quizás fueron mejores amantes que yo. 2 A Stendhal la calle le pareció más extensa que de costumbre. Quiso ir a casa de Filippo, amigo de Estela, para contarle de su muerte. Abordó el transporte público. Al llegar a casa de Filippo lo encontró postrado en su lecho, despedazado por el Sida. Stendhal recordó de nuevo a Estela recorriendo las avenidas aceptando tener sexo con extraños con dinero, sin protegerse, en sus pasos de puta, mientras que el travestido Filippo bailaba en el cabaret gay con trajes apretados de seda dorada. Fue así como Stendhal conoció a Estela, también en calidad de cliente. Ella, aburrida y destruida, le contó su pasado de abusos, de su padre alcohólico, de las reiteradas violaciones sufridas en su niñez y de su último novio. Le dijo que la bomba estaba lista para explotar, que las agujas hipodérmicas no necesitaban la tinta de las prensas. Que Filippo sufría de Sida y que la pareja de éste hacía dos años había fallecido de lo mismo. Sin inmutarse, flaco y demacrado, Filippo le habló a Stendhal con franqueza: – Qué te parece el mundo Stendhal, te concierne a ti como ser individual o prefieres ser parte del rebaño y .16


de la maleza. Tú eres lingüista, miras todas las noches al cielo; conoces cada constelación: Andrómeda, Centauro; dices ser víctima de la hipocresía y nadas en la nada sin poder salir a flote porque tu cuerpo está lleno de odio, y te envileces al punto de imaginarte la muerte de cada amante de Estela, y por fin decides volver con Susan, tu vieja amiga de la infancia, esa que te dio todo y tu tristeza. Te sujetas al tráfico de la noche, ves cosas horripilantes, sientes lástima de ti y de tu angustia, deseas la cicuta que mató a Sócrates pero sabes que no lo podrás obtener. Sientes pena y amor. Recuerdas lo que Estela te dijo cuando la dejaste: “volverás convertido en polvo y paja, sin misericordia y con las manos vacías. Habrás sufrido por tu maldad y serás el hombre más desgraciado. Llevarás en tu frente la señal del tormento e igual te enriquecerás con los pesares de otros y te odiarás por siempre, porque la venganza es el último paso antes de caer al precipicio, mi amado Stendhal”. Filippo dejó de existir en la Posta Pública, sin nadie que abrazar durante sus últimos minutos de vida. 3 – Sé que crees Stendhal –dijo Estela– que soy la mujer más torpe que pudiste haber encontrado. No sé cocinar, ni tengo aptitudes para el aseo, y qué bien me siento de no tener esas ataduras. Tú como pobre idiota te pasas las horas leyendo libros viejos, te embriagas con litros de licor fuerte y después es esta tonta la que te sube al dormitorio y te saca la ropa para que duermas cómodo. – Pero Estela, ¿Qué debo hacer? –le reprochó Stendhal– olvidarme de publicar la primera novela que no se asemeje al bodrio circundante, eh… ¿quieres eso?, o prefieres que trabaje duro para que tú uses perfumes franceses, vayas a .17


la ópera, asistas a clases de yoga y termines el día con una ignorante visita a la galería más kitsch. – No, pero también tengo hambre de vez en cuando, hambre de libertad. Ir a una tienda y comprarme un vestido bonito. Stendhal, te amo demasiado como para olvidarme de los buenos momentos vividos a tu lado. Aquellas comidas a deshora en el parque, las caminatas por el sendero oculto que descubrimos una tarde de invierno cuando el viento nos transportó hacia la frescura de nuestros cuerpos. Pero ahora ya no puedo más. Sé que volverás con Susan, la abrazarás como lo hacías en tus primeros coqueteos con el amor. Y después, tendrán hijos y tus hijos, tus nietos; y te enterrarán en la tumba del valle donde siempre has querido acabar tu vida. Ya debo dejarte y romper las ataduras que me liman por dentro; soy joven. Quizás vuelva a la vida nocturna, pero en mi interior sentiré por fin que me he desligado del peso que me oprime el pecho, y vendrán tiempos nuevos donde sabré mantenerme a la altura sin desbarrancarme hacia ningún lado. Puede que me vaya a la casa que ocupaba mi padre que hace años está desocupada y aprender si la vida es sólo una sugerencia, Ya vez, no soy la misma que cuando nos conocimos. Aprendí de ti la filosofía, a penetrar en los sueños; me invité yo sola al baile final contigo Stendhal. Vamos vuelve con Susan, ella te espera al otro lado de la ciudad, con su silueta de bailarina y néctar en los labios, idénticos a los que yo probé antes que tú, hasta luego mi macho imbécil, hasta nunca ser déspota y malévolo. *** Sentado en la orilla de la cama de Filippo -ubicada en un ángulo del último galpón del hospital- horas antes de su muerte, Stendhal escuchó de él que “la verdad es irreconocible la primera vez, en la segunda ocasión la .18


dejamos pasar por fanatismo y la tercera oportunidad nos damos cuenta del error cometido, pero ya es tarde, ya es demasiado tarde para cambiar el destino, aunque no creas en él. Se nos va la armonía. Stendhal quedó en silencio, no supo que decir. Se le vino a la memoria el sabor de la carne. Es –dijo–, como desabrochar la blusa de Susan soñando con Estela. Descender por sus curvas hasta hallar la concha húmeda. Deslizar la mano por la entrepierna y sentir la fricción de los pelos depilados y darla vuelta para que ella se ofrezca con su indolente mirada y gusto extraviado. 4 El clima en esta ciudad es seco, el sol pega con fuerza. El fin del mundo hace pensar a Stendhal en la infancia ennegrecida por el tiempo. Los hombres –intuye él– son ingratos y egoístas. Varios de ellos nunca más fueron a ver a Filippo, ni siquiera concurrieron a su funeral al que llegaron unos cuantos individuos con apariencias de flores nocturnas, ni tampoco al entierro de Estela. Creo que algunos ni se enteraron de la muerte de quien fuera el gran bailador de la noche, el génesis hecho persona de este tipo de espectáculos. El único travesti que merecía un lugar al lado de los grandes hombres de este siglo. Stendhal lo acompañó hasta el final de su vida, lo vio sufrir con dignidad, le curó sus heridas y lo besó cuando ninguna boca carmesí se acercó para hacerlo. Después del entierro de Filippo, Stendhal volvió a su casa con Susan. Ingresaron por la puerta trasera. Como de costumbre, él colocó en el equipo un disco de jazz de John .19


Coltrane. Este comenzó a dar vueltas trayendo al ambiente ese sonido familiar, mohoso y alquitranado. Se tiró a la cama y por fin rompió en un llanto tremendo; lloró por el mundo y su intolerancia y ensimismamiento, por la muerte de su amigo, por la pérdida de Estela; y su ignorancia lo atrapó otra vez desprevenido. Se volcó hacia un lado y otro del catre, rodó por la habitación. ¿Por qué, por qué? – gritó – ¡de que sirve lo nuestro, de que estamos hechos, no sabemos nada e igual damos consejos. No soy el todo, nadie es el todo. Peleo a rabiar y luego de cada discusión olvido, sí, pongo barreras infranqueables en mi cabeza. Tomó la carta que antes de fallecer le dejó Estela encima de la maquina de escribir; no había querido abrirla. Lo hizo. Decía: “La carne es simplemente carne. Algunos pedazos traen adosados huesos que si los mascas muy fuerte, pueden destrozarte los dientes. Si el olor te incomoda, si sonreír y llorar te incomoda, entonces tú y yo Stendhal, somos iguales; hechos de carne y hueso, creados por una mano invisible que sabe esconderse de todo y todos. Pues bien, te invité a cenar con tus grandes pesadillas; te convertí en el objeto de mi deseo y te expulsé igual que a una rama tirada lejos por la tormenta. Tu carne es mi carne, tu obstinación es mi deseo y tu hambre palpita en mi sien. ¿A qué sabe la carne Stendhal? ¿A libertad? ¿A qué sabe mi carne Stendhal? Te respondo: a una nota musical que vuela cuando el músico la hace explotar de sus fauces. Vuela a mis ojeras y a mi pelo negro. Stendhal, eres tú contra todo, eres tú y yo a tu lado. Soy tu sombra, tu energía acumulada. ¿Tú qué dices? Tuya por siempre E.”. Stendhal estaba en éxtasis, con la sangre hirviendo, mirando sin vista, acechando la oscuridad, sin comodidad alguna. .20


Luis Vieyra cierta vez se quejó de falta de comprensión.

Le parecía casi una injusticia que su proceder resultara codificado para el resto. -¿Tan complejo suelo ser? ¡No lo creo! ¿o sí? Noches enteras la pasó buscando respuesta. Escribió en pizarrones ajenos, boletas y papeles sueltos. En busca de consonancia desató su ira en bares dibujando lamentos e insultos en prosa, en verso y en silencio. Divagó en las contradicciones de la terapia y no tuvo reparos en sentarse a cenar sus errores a la misma hora en que todos huyen a lavarse las manos. Se disfrazó de melancolía, pero el traje no le quedaba bien. Lo suyo era la disonancia, esa mezcla de buen humor y fastidio, de valentía, optimismo, dispersión e ingenuidad. Cierto día se percató que hace rato había dejado de buscar. En las mazmorras de un viejo PC halló sus antiguos textos, fantasmagóricos retratos de juventud, que escondían un secreto. Uno oculto a discreción que no quiso ver. Se lo tuvieron que contar. Allí, había coherencia, honradez y betas de genialidad. Ahora le resulta agradable que no todos lo entiendan. Por oficio decidió ser simplemente Vieyra y he aquí el resultado. Su primer libro.

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La Vaca Mariposa Editora Colecci贸n Hecho a Mano (Todos los derechos reservados)

www.lavacamariposaeditora.com E-mail: contacto@lavacamariposaeditora.com En Facebook: LA VACA MARIPOSA EDITORA En Twitter: @UnaVacaMariposa ____________ Este libro se termin贸 de imprimir en Buenos Aires, en el mes de agosto de 2012

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