Libro 4 poemas de luis franco 4 litografias de demetrio urruchua

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UN PINTOR Y UN POETA LAUREL POEMAS 1 INAUGURACION DEL NAHUEL HUAPI II BALBUCEO SOBRE EL CÁUCASO III ODA AL INFALIBLE IV INMINENCIA

LITOGRAFIAS 1 INAUGURACION DEL NAHUEL HUAPI II BALBUCEO SOBRE EL CAUCASO III ODA AL INFALIBLE IV INMINENCIA


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Demetrio Urruchúa y Luis Franco, dos artistas que pueden ser nombrados sin adjetivos, aportan a esta carpeta un material totalmente inédito y de indiscutible jerarquía.

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del hombre.- dan base a cuatro litografías que sintetizan en acertado juego simbólico el contenido esencial del mensaje poético. No se trata pues de un texto comentado y , menos aún de ilustraciones correspondientes a poemas. .L 1 Esa es una palabra que disgusta a Urruchúa. La realización técnica de sus dibujos ejecutados sobre piedra requiere el dominio de un oficio logrado a través de años de trabajo disciplinado y el ímpetu creador, casi repentista, para la captación y transmisión afinadas de los elementos pictóricos que plasma. Cada una de las litografías fue tirada a mano por el artista de acuerdo al método tradicional. Demetrio Urruchúa es vastamente conocido como para intentar aquí la valoración de su obra y menos aún su enjuiciamiento. Ya tiene categoría de maestro y un bien ganado sitio entre los creadores más destacados de la plástica americana. En cambio creemos oportuno dar siquiera sucintamente su filiación interior y algunos momentos de su itinerario. Desde su primera exposición en 1930, su obra trasunta un denso contenido social. Esta actitud importa un compromiso y un riesgo. Y responde a una necesidad psicológica creciente: deja de ser el contemplador pasivo de su tiempo para asumir mediante la dramatización de acontecimientos y seres reales -no solamente figuras sujetas a normas de composiciónel rol de testimonio y denuncia que vitaliza su mensaje confirmatorio del pensamiento de Leonardo: "El pintor que desee ser universal debe tener cuidado de que se advierta bien su razón y la causa de ella". En cuanto al riesgo de caer en el afichismo o en la reiteración mecánica de cierta temática usada como fórmula, ha sido superado con mucho en la obra de Urruchúa, convalidada por el tiempo, ahondada en valores perdurables de trascendencia cierta. Sus cuadros figuran en museos del país y del extranjero (de Arte Municipal Eduardo Sívori, de Arte Decorativo, y en las ciudades de Santa Fe y La Plata; en el Museo de Arte de Montevideo y en el de Arte Moderno de Nueva York). Una última referencia: en Boston, 1944, en exposición que reunió a los creadores más altos de la pintura mundial, donde figuraron nombres tales como Picasso, Mathieu y Modigliani, por la pintura americana asistieron Orozco, Diego Rivera y Siqueiros, siendo Urruchúa el único sudamericano invitado a esa muestra. Demetrio Urruchúa y Luis Franco. Amistad entrañable prolongada en el tiempo. Diálogo abierto, sostenido, compartido en ideas y actitudes que les son propias y definen paralelamente ambas conductas humanas. Ambos artistas unidos por una profunda identificación ideológica, la del humanismo realista, y libres de compromisos partidarios o de adhesiones a sectas. Hombres y artistas


libres para dar su mensaje. Heraldos que anticipan en la madurez de nuestro tiempo la inminencia de un mundo renacido para una nueva humanidad. LUCAS MORENO Cuantos a su debido tiempo leímos sus versos juveniles no hubiéramos podido representarnos de otro modo la patria de Luis Franco. (Belén, una aldea que presumimos ha de tener la forma de la mano cuando acoge el cristal de un líquido en su hueco.) Una ternura angélica, un sabor de égloga, una picardía encubierta a lo Dafnis y Cloe, emanando de sus páginas, nos pudieron mover a vaticinar que este país por fin iba a tener su Virgilio. Pero, no. Aquello sólo fue regocijo de imberbe. Luego, con los bigotes duros y los primeros cigarrillos, se le engrosó el acento, sobre todo después de su arribo a Buenos Aires. Pues el espectáculo de la gran ciudad, con su dinámica diurna y sus tentaciones noctámbulas, pero también con sus injusticias y dolores de urbe de ancho proletariado y por ende irremisiblemente apta para la lucha de clases, que siempre está por empezar de veras, lo fue enfrentando minuto a minuto con los problemas de la época, con el drama de una humanidad acogotada por el capitalismo canalla. La patria se le volvió chica y Luis Franco se advirtió ciudadano del mundo. Ya no podría tañer flauta de caña ni entonar canciones blandas como buche de paloma. La voz se le puso bronca y el instrumento recio. Y debemos alegrarnos de que así haya sido, pues merced a ello Franco se encontró a sí mismo y la Argentina ha podido volver a ocupar el lugar que perdiera con la desaparición de Lugones: uno de los primeros puestos en la poesía americana. Pues he aquí una verdad indiscutible y que proclamo a pulmón pleno con ánimo indudable de despeinarles el copete a unos cuantos ilusos: una voz continental como la de Lugones, par de las de Walt Whitman y Rubén Darío. de José Asunción Silva y Santos Chocano, de Díaz Mirón y Guillermo Valencia, de Herrera y Reissig y Amado Nervo, no había sido escuchada en este país hasta la madurez actual de Luis Franco. Ya en otra edad, distintos gustos y diversas escuelas, su nombre es el único en el Río de la Plata que puede pronunciarse al lado de los de un César Vallejo y un Pablo Neruda, dos de los cuatro astros de hoy. Como todo poeta de tamaño mayor, Franco no se limita a trasvasar la realidad inmediata, sino que, adelantándose a su tiempo, profetiza certeramente. Anuncia lo que está por llegar y de ahí el título que ha dado a uno de estos cuatro poemas, Inminencia, cuya lectura invita a definir posiciones: o se afilia uno a la causa del privilegio y la riqueza y el egoísmo, y se es una

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alfombra, o se pone uno del lado de la igualdad y la libertad de todos, y se es un hombre. Los poemas que integran esta carpeta son ante todo una convocatoria, pero hecha por la belleza, y por eso persuasiva, Su transcripción, aquí, huelga. En cambio quiero llamar la atención sobre el canto titulado Pan que inaugura el libro CONSTELACION, y al cual tengo por uno de los poemas cumbres de la lengua castellana de todos los tiempos:

La luz más nutricia que la médula, la luz que tiene alas y gorjeos de canario. La mañana que viene descalza para cruzar la creciente del rocío. La sal del mar paladeada ruidosamente por las bocas dulces de los ríos. El carbón que se hace piedra o diamante para arder sin apuro. Los nomeolvides de la lejanía despidiéndose. La biografía de los astros, las plantas y los frutos tejida a la nuestra. Millones de años miran por los ojos del lagarto mis mil siglos de hombre. Quiero medir todas las distancias con mi metro de médula. Mujeres y hombres sin cuento están en mí como ¡os otros pájaros en el canto de la calandria. Y me abre en dos el corazón una Vía Láctea de niños. Yo he dicho que Arequipa es ciudad fundada el 23 de marzo de 1897, o sea el día de mi nacimiento. De Luis Franco pueden decirse cosas parecidas. Por ejemplo: que Belén debía cambiar de nombre para adoptar el suyo; que debido a él se sabe que Catamarca existe; que él es más extenso que su provincia y más alto que cualquier mástil; que gobierna la poesía de todo el país; que América me ha dado el encargo de saludarlo con los Andes abiertos, etcétera. Para celebrar a un poeta de su envergadura, las palabras no alcanzan. Propongo que se lo rodee de mujeres y flores, aplausos, botellas y estrellas. ALBERTO HIDALGO


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Andes del Meridión, al alcance del ojo y casi de la mano. La batalla sin tregua de la piedra y el tiempo. El tiempo, intemporal ya, de la piedra, el monumento al tiempo construido en granito, la patria pura sin frontera ni bandera en su desnudez sacra velada por las nubes. (La tierra con la carga de su esqueleto a cuestas como los caracoles.) Cimas de lejanía planetaria. La Vía Láctea, cima nevada de la noche. O el plenilunio sobre el valle nevado casi tan convincente como los mediodías. O los volcanes desplegando su pendón insurrecto y disparando desde lo más hondo su catapulta vertical. Y picachos y laderas bailando borrachos de terror y terremoto. O el rayo descerrajándose antes de su ronco ¡quién vive! O el viento blanco improvisando un alba sobre el nocturno de las simas. Todo ello en alto contrapunto con las tierras del pie, el claro oasis duplicado por espejos vivientes. El agua, el agua madre en la gracia sin hitos de la curva cerrada. Antología de los lagos custodiada desde la gran altura por el hielo y el fuego, y defendida desde abajo por desiertos blindados de distancia y de sal. Porque al oriente está la Patagonia Vieja, tan vieja que parece la abuela de sí misma, el desierto ermitaño donde las polvaredas y osamentas amojonan la marcha, donde la soledad ahonda su peligro como los ríos desbordados, donde el viento que ha roto su chaleco de fuerza ensaya su malambo por un día o por meses, y el cielo, el cielo es otra travesía irredenta sin sombra de ala o nube;


donde el agua está lejos como cualquier estrella y el arenal se bebe los jagüeles como el puma la sangre del guanaco tumbado: donde las travesías van con su sal a veces al modo de las llamas cargueras de la puna, porque el salitre, acaso, es el sudor cuajado del desierto, y éste quizá algún día peligró transformarse en estatua de sal por haber visto el fuego de los dioses llover sobre la tierra. (En kilómetros náufragos, tierra abajo, el aceite que la geología ordeñara a los peces allá en el secundario.) Nahuel Huapi, gran padre de aguas indias y de árboles infieles. Oh selva, catedral originaria. Sacramento primero y mayor de la tierra: el del árbol y el pájaro inaugurando el cielo. El patriarcal coihué llevando bien sus siglos a la espalda y exigiendo el abrazo de tres o cuatro atletas para ceñir su torso. El maitén, siempre en corros de consorcio y belleza trincando en homenaje a la amistad sus generosas copas. El coligüe, ofreciendo sus lanzas con airón contra las invasiones polares de la nieve. La procesión en marcha y ascenso del. ciprés, no hacia cementerios ni hacia valles de lágrimas, sino hacia los más altos edenes de pureza. Y los alerces más arriba, ahora, la columnata dórica de altura suficiente a fin de que las nubes le sirvan de arquitrabe. Y más allá y más alto todavía, ya casi geológica de antigüedad y alzada en su mansión de hielo fósil y volcanes, la araucaria. (Aquí recobran su niñez los milenios que el hombre lleva adentro.) Y en torno las montañas florecidas de nieve. Y todo esto es apenas una guirnalda tuya, Nahuel Huapi, tan puro que pareces una añoranza de ti mismo


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o que te sabes de memoria el cielo. (Déjame que lamente en sordina la ausencia de algunos de tus ángeles remeros, mientras flanquean mi memoria el cisne cuellinegro hecho de nieve y noche, y el ganso magallánico que trae en su graznido los hipos del Estrecho y sus naufragios.) Los más hermosos dioses que existieron jamás, los de las aguas dulces, te otorgaron, Nahuel Huapi, por cuna este rincón en que la tierra se supera a sí misma, donde el cielo desposa el beso de cristal y risa de las aguas al suspiro de alma cautiva de las frondas. Me desviste de años y penurias la albricia matinal de tu presencia. Eres como el frescor del párpado que baja sobre nuestra pupila ardida en llanto. Echo a bogar -aves?- en tus ondas mi corazón con todas sus velas desplegadas. (Pero al fin y al cabo eres un hijo de los Andes, Nahuel Huapi. Y cuando el viento escapa de su cárcel de hielos y arriba con su estilo de sismo y de malón, tú recuerdas tu estatura de abismo. Y te pones de pie para el gran contraataque de tumbos. improperios y espumajos de océano que escupe su desprecio.) Firmamento yacente, Nahuel Huapi. Apoteosis del color, revelado en su ser como la escala que la materia usa para alzarse a la luz. Tus aguas nos proponen un matiz siempre nuevo a imitación del buche del palomo en amores, hasta que tu último matiz se integra al de los cerros y el del cielo en una pura trinidad azul. Es cuando el silencio alza su cetro de diamante. Y tanto que el susurro diáfano del arroyo y el pájaro solfeando cielos en su garganta no son más que una loa del silencio que aquí vuelve a su esencia de pensamiento y música.


Oh, cura de las almas ausentes de sí mismas, digo, una cura de silencio para las almas asordadas de tráfago y estruendo: las roncas, roncas almas que han perdido su timbre. Otrosí digo ahora, desnudo lago indio de aguas emplumadas. Y es que celas, como un hondo secreto de familia, el recuerdo del hombre que primero copió su alma en tus ondas y aquí ensayó con rocas y siglos su querencia: el auca, peatón impenitente, que se trepó sobre el galope un día e intuyendo la entraña de la Cruz y sus hijos atropelló tiempo y espacio en irrepresentables leguas de furia y crines, y dio a la lanza y a las bolas un alcance sin tope, como el viento. ¿Que el malón fue rival del terremoto? Pero el alma del auca pudo instaurar su propio vuelo cuando ya en todo el resto de América su tribu quedaba por debajo del horizonte humano. Aquí, aquí cavaron su trinchera y su tumba los aucas en la diáspora decretada en su día por los concesionarios de Dios y el latifundio, cuando el gaucho fue usado como arma obligatoria en la cruzada y para indios y gauchos el horizonte de su tierra fue su cuerda de horca.


Más allá de la historia, pero aun en la tierra, arrugado de quiebras y de siglos y canoso de siglos y de nieve, el lugar más sagrado de la tierra y la historia: este calvario de montañas donde sudaste luz, oh Prometeo, como los montes sudan lava. Como ni aun el ser dios impide ser lacayo, el mandadero de la altura te aconsejó la palinodia. (Retumbaba en las últimas cavernas del océano el martillo anexando tus miembros a la roca, mientras el buitre estaba espiándote el hígado a través de las costillas.) Pero tú lo escupiste con un verbo tan alto que devino lucero de los hombres. Pedagogo del hombre a quien fuiste enseñando a humanizar la piedra, la madera y el hierro y el fuego, antes que nada, para que alzara al fin su propia aurora contra la fiera y la tiniebla, y contra el miedo -el propio- creador del infierno. Lo montaste después sobre el galope para alzar su horizonte al nivel de los vuelos y humillar las distancias. Y le enseñaste a dilatar su hogar hasta la mies y los ganados, y hasta domesticar los arenales con el camello y la cisterna, y amansar con el remo el motín de las olas. Y mientras tanto, es claro, también fuiste amaestrándolo por dentro llevándolo a remolque desde la voz articulada al alfabeto, para que el pensamiento lo forzara también a erguir interiormente la vertical humana, y pudiera ligarse a las progenies que esperaban detrás del devenir y el horizonte. Le enseñaste a aprehender la lejanía y la profundidad por agencia del número y del ángulo, sin olvidar la música,


para que fuese averiguando un poco el divagar de su alma en círculos crecientes, y el pensamiento inaugurara el reto a los demonios y a los dioses. Así trajiste al hombre desde su edén cercado de espinas y de zarpas para iniciarlo en el gran rito: el del juego simétrico de su cerebro y de sus manos, que alterando las líneas del mundo, de rebote transfigurase al operante. (Y no de forma sólo como el sapo o el insecto sino también de esencia y de destino.) Y ése fue tu pecado ante los dioses. Ellos nunca quisieron ni quieren criaturas alzadas al nivel y la luz de sus frentes, sino dobladas sobre el rezo o el surco con su doble joroba de camello, digo, sus dioses y sus amos. Pero la grey humana no quiso ser tu alumna. Prefirió oír al demagogo sacro y recibir, en trueque de su ascenso a la cima de sí misma y el mundo, un plato de lentejas celestiales. En eso, en eso estamos aún, sólo que ahora las incongruencias claman por su relevo urgente. La propaganda fide y los cambalacheros, el incienso y los gases lacrimógenos, van del bracete por las plazas. Los carceleros de hoy usan el gorro frigio. Los filósofos prendan sus sistemas en las empresas de seguros. La insurgencia de ayer sueña en sillón de ruedas. El padre de los dioses detrás de su negocio como el escarabajo detrás de su bolita. La era de la técnica, cornucopia de eructos, con su casta tragando sus vómitos de nuevo, ¡trocada en era del ayuno atómico! ¿Voy a llevar el cubo de mis últimas lágrimas obligándolo al mar a desbordarse para lavar las podres de la tierra? Bah, no tanto, que el barco del pasado, aunque a flote, está haciendo agua por todas partes


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y la paz de los buitres supura tal olor que el arco iris mismo se vuelve arco de guerra, El corazón del hombre nuevo busca libar humanidad como la abeja flores. Por eso el pensamiento dejó academias y aulas para pasarse al frente, a los puños del mundo. Y el pueblo sucio de sudor vencido y de llanto y de sueños irredentos, el marido cornudo de la máquina, el legionario del ayuno que aún amasa el pan de todos, levanta ya sus manos para leudar el mundo y amasarlo de nuevo. ¿Y quién será el que diga que si las fuerzas ciegas con el ciego carbón alumbran un diamante la historia no es capaz de hacer del siervo un hombre en toda su terrestre y celeste estatura, oh Prometeo?


Y fue que un día advino el avatar postrero de la Cruz cargando en sus dos brazos 'u la pesadilla más antigua (la del salvaje virgen que usa de desayuno la carne de su dios para endiosarse un rato) destilada en la alquimia de la hostia y el cáliz... La Cruz, árbol sin brotes y sin nidos cuya sombra más angosta que lanza o sepultura propicia el frío de las lápidas para hacer del invierno humano una estación eximente de las otras y obligar a la vida a buscar su Tebaida entre la tumba y la ultratumba, la Cruz, encrucijada del gran atraco: la suerte humana llevando a cuestas su propio cadalso.

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Y fue el terror nocturno a mediodía, y los cirios eclipsando al sol, y el incienso nublando el espíritu, y el alma trocada en alfombra de las rodillas y la súplica, y el olor de santidad anatematizando el baño, y la muerte haciendo señas obscenas detrás del esqueleto "Mi reino no es de este mundo.. La demagogia con aureola gritando su fobia al sexo, al seso, al pan y la camisa, y arrullando al sudor y la coyunda como la escala cierta para subir a la jubilación celestial. Y al fin viniste tú, sucesor de los Césares, César de crucifijo, quienquiera que seas (León, Paulo, Clemente, Alejandro, Juan, Pío), a cobijar los reyes bajo tus alas como el buitre cobija a sus pichones o la peste a los empresarios de pompas fúnebres. Y fue el confesonario, ese radar de Dios, detectando y arrodillando todas las conciencias. Y todas las limosnas, incluso la de los limosneros, cayendo en tu corazón, alcancía universa. Tu Santo Oficio (oficio que el infierno envidiaba entre todos) hizo de la carne humana el mejor combustible para incinerar el pensamiento,


y de la razón humana la Bella Durmiente del Bosque que echó su sueño de mil años. Fue entonces tu hora de In excelsis. La Trinidad te escrituró lo mejor de este Valle de Lágrimas, y tu excomunión fue más temida que la cola de los cometas, y mientras la mística pactaba con el vientre y el bajo vientre y tu agua bendita amenazaba de hidropesía al mundo, tú hacías gorjear salmos a la Eternidad con ángeles eximidos de alas y de sexo, y reeditabas, oh tonsurado Júpiter, las mejores aventuras galantes de la mitología. ¿Qué mucho, si el diablo era ya uno de tus sacristanes, que tu santidad compitiera con las panteras en manchas sin posible Jordán para el lavado? Aunque hoy las eternidades se derrumban la de tu Iglesia aún se afirma en sus muletas. Al volverse millonarios los treinta dineros de Judas fueron chapuzados en la pila del bautismo antes de elevarlos al Banco del Espíritu Santo y a las más venerandas fábricas de armamentos. He aquí, de paso, una noticia confirmada que escapó a la gran prensa y a la radiofonía: Dios no resultó más longevo que los plesiosaurios (que alquilaron por un millón de siglos la tierra) y ha muerto hace rato, y es su cadáver insepulto el que aún gangrena la atmósfera. ¡Urge una inhumación universal de badajos a fin de oír mejor el diálogo del hombre con su creciente esencia y propiciar que el hombre averigüe aquí abajo su propio infinito y ensaye por la escala de la historia el ascenso a su propio cielo! Pero mi pecho está ya ebrio de numen y campanas. Permíteme cantar, oh nuncio pontificio de Dios, (yo soy Luis Franco, padre confesor de serpientes) tu postrer santísimo triunfo. Un día un general disponible cualquiera saltó -¿lo recuerdas?- con salto cuadrumano sobre España, y el Medioevo regresó entre una insurrección general de sarcófagos, y la muerte se hospedó en España como en su jardín de invierno.


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Wall Street y las democracias bancarias financiaron gustosas un Tedéum. El Derecho Internacional cambió de naipes raspados. Y la Revolución, ya con pujos de gota, gruñó por compromiso. Y tú lo bendijiste. La mitad de las manos callosas de España fue segada a prisa. La mitad de los niños y poetas sirvió de tiro a la paloma. Falanges de mujeres, previa la extremaunción, y antes de ser entregadas a los fusiles, fueron entregadas a los fusileros, mientras los tuyos, querubes de alas de vampiro, le lamían las manos al mundial galopín de la casta venido del Escorial y de las cuevas de Altamira y le incensaban las aciagas nalgas. Y tú lo bendijiste. El asombro miraba con órbitas vacías las cárceles nunca ahítas hinchándose como tumores. Y por encima del silencio de las guitarras de España sólo oíase el trémolo que el horror tocaba en las vértebras. Y tú lo bendijiste, Las estatuas mismas abandonaron sus pedestales cuando la inteligencia fue recluida en los manicomios y la muerte llamaba a todas las puertas con el eco del martillo despidiendo a los ataúdes. Ya el olor de los claveles y azahares de España naufragaba en la fragancia de los osarios. Ya los surtidores regaban los jardines con lágrimas. Las mangueras apagaban los incendios con lágrimas. Como el náufrago saciado de mar, España, saciada de lágrimas, entraba en la pleamar del llanto. Y tú, ventrílocuo de Dios, lo bendijiste.


Porque en tus huesos hay aun cal sin apagarse 1

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y hierro rítmico en tus venas, y en tu llanto y tu sudor queda un sabor de océano, y en tu corazón algo del fuego que encabritó las montañas y porque un día esgrimiste el caballo, el arado y el hacha atraillado con los de abajo, acostando tu sueño sobre el suelo cuando era preciso, comulgando con el pan y el vino que partearon tus manos. y porque, aun cuando el dolor y la servidumbre ajenos hacían sollozar tu dicha, el arco de los cielos tañía tus nervios estirados y tu gallo era el que despertaba a la aurora: tú, el que cantas, puedes cantar ahora el apresurado retiro de los ídolos a su museo de cera y el inminente amanecer del hombre. Edad de las manos analfabetas, edad del fuego, edad de la piedra, edad de los metales edad galopante del vapor y el telégrafo, edad de la excursión al traspatio de los planetas. ¿Y la edad del hombre, cuándo? El hombre atómico está en pie. Pero he ahí aún a la casta en su sillón de brazos, una mano asida al crucifijo, la otra al dividendo, filialmente guardada por los suyos: los ángeles custodios de espuela y tizona, la gendarmería de papel y teclas, los bomberos con mangueras de agua bendita. El pasado insepulto quiere aún estrangular el aire. Y si las columnas de mercurio miden la fiebre, las columnas de bancos, templos y fortines miden las pesadillas heredadas.

La calefacción central del mundo sig ue a cargo del infierno. Or

IV

¿Los apóstoles del expolio, los estrategas del fraude, los doctores de la ley del sudor amonedado? Aún se sobreviven los feligreses del más allá que llaman ángeles y vida eterna a su piel de gallina, y los que apagan su sed en los espejos en que reincide su propia imagen solitaria, y los nautas de lo absoluto en barcos de papel: todos soslayando con exangüe rubor de eunucos las nupcias paradisíacas de la materia y el espíritu. Pero este mundo existe.


Existen los contrarios y su lucha y la común victoria (la aurora es un mero cuerpo a cuerpo entre la noche y el día y el devenir que hace peldaños de sepulcros y cunas. El carozo del invierno se llama primavera. La montaña amotinada por el fuego se ciñe corona de nieve Todo instante lleva carga de eternidad. Un mismo fervor revienta en corolas y cráteres. En el reposo de los nidos se incuban los vuelos futuros. Un día el hado comienza a empollar en el cráneo de un simi el huevo llamado conciencia, y las patas, ya manos, se alían al cerebro cimero perpetrando la altura cenital del hombre. Los dioses de la vida terminan siempre derrotando la modorra y las lápidas. ¿Domiciliar en museos a aquel cuya frente es la proa del mundo y arrestar el carro de la historia en el pantano del cangrej cuando la montaña misma conserva su perfil de galope? ¿Que hasta hoy él hombre se ha vuelto contra el hombr como el potro asustado se vuelve a cocear el incendio? Mas lo viejo muere en vísperas de devenir eterno. Con letrinas se abona la tierra de los lirios. Y el hijo del lobo se ha vuelto tutor de rebaños. ¿Y el ascua ha de dormir siempre bajo un gorro de ceniza. y el hombre detenerse en estatuas de sal y de cuajadas lágrimas, y el nivel medio de los ombligos ha de seguir fijando la altura del horizonte humano? Enumera, amigo, en tus dedos los antaños recientes o remotos. Escucha el crujido de siglos y servidumbres derrumbándos Tú, el que cantas, resucitando cada mañana de entre los muertos, alzándote sobre andamios y horizontes, anuncia que la Legión Extranjera del ayuno, vestida aún de escalofríos y calentándose con el ardor de sus llagas, quiere aullar su verdad por tu voz: que los arrodillados se alzan a orinar contra el cielo, que quienes velaron siglos en algún rincón de la noche quieren desfilar al alba por la calle mayor de la histori2 ¿Hasta cuándo cavar en el pasado la tumba del presente? ¿Hasta cuándo la obscenidad envasada de los conventos,


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y los esqueletos con espada al cinto, y los vampiros con medallas y cintas de honor? ¿Hasta cuándo el sudor y el llanto evitables desatando el río más caudaloso del mundo? ¿Y el hombre hombreando a Dios, la Propiedad, el Estado, la Moral con dividendos, toda la impedimenta de sus alienaciones? Lo imprevisto y lo increíble son ya meras vísperas.

El fiat de la Revolución desborda los textos y los cráj El tiempo congelado quiere iniciar la avalancha. Las banderas comienzan a volverse antorchas y ariete Las puertas del futuro están ya abriéndose con rumor de aurora más allá del odio carnicero y los miedos herbívoros para que el cerebro del hombre escuche sus entrañas, y la libertad y la poesía (¿no viste desdecirse al infierno en el cielo irisado de una lágrima?) sean parte del consumo diario y para todos como el petróleo o las manzanas. El animal autónomo, bajando de los árboles y trepando sobre la zoología, se reinventó a sí mismo una mañana antes de inventar a Dios prestándole su imagen. El caput inclinatus está ahora irguiéndose por dentrc El labrador del tiempo, el jornalero de la historia, el hombre, va a salir al fin de su propia noche como el


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Esta primera edición de CUATRO POEMAS DE LUIS FRANCO y

GUAIRO LITOGRAFIAS DE DEMETRIO URRUCHUA consta de mil ejemplares numerados a mano y firmados por lo ai Cada una de las litografías ha sido firmada. Las cuatro primeras carpetas, en edición especial para bibliófilos, llevan además una monocopia original en color firmada por D. Urruchúa. La presente edición sale al cuidado de Lucas Moreno. Se terminó de imprimir el 30-9-65

EJEMPLAR N9



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