PROM E EO ANTE LA
U• R • S • S • LUIS FRANCO
G. DAVALO$ j D. C. HERNANDEZ Lil■ rero I Editores
LUIS FRANCO
LL1iILiIs U.R.S.S.
G. DÁVALOS / D. H. HERNÁNDEZ Libreros / Editores
Colección:
PENSAMIENTO Y AccióN DEL TERCER MUNDO
IMPRESO EN ARGENTINA
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
© Copyright By Editorial
G. DAVALOS / D C HERNÁNDEZ Libreros / Editores
CORRIENTES 1650 / TUCUMAN 865
A ALFREDO VARELA
Aguerrido viajero hacia una nieta que es también la mía, aunque nuestros caminos se desecuentren. Con la clara amistad de L. F.
CAPÍTULO 1
EL PAN
DE AZUCAR, LAS FAVELAS Y LOS PAPAGAYOS
Día 5. Esta vez, apenas pasado el mediodía, partimos. El avión se despega de tierra y alza el vuelo con la pesaciez inicial y la creciente rapidez del cóndor. He encontrado un compailero de viaje en el doctor Juan Espina, diputado. Algo más; desde el primer momento, y pese a mi reserva gaucha, he creído hallar en él dos cosas cada vez más raras en el mercado: un noble carácter y un amigo transparente. Apenas hemos tenido tiempo de olvidarnos del reportaje aduanero del aeródromo cuando nos aconsejan olvidarnos del cigarrillo y acordarnos del cinturón de seguridad, pues estamos descendiendo sobre San Pablo. Aterrizamos. Tengo el mayor interés en echarle un vistazo a la ciudad más moderna del mundo o la más recientemente llegada a la modernidad, que desposa, mejor que otra cualquiera, el fausto neoasiático de Occidente, con la miseria negra, aquí tanto de piel como de alma. No vemos nada. Ni la punta de la nariz de sus rascacielos brasileña y tropicalmente ostentosos. Sólo el espeindor agresivo de su sol y un paradisíaco refresco de ananás. 7
Otra breve singladura aérea y descendemos en Río de Janeiro. He soñado desde niño ante el mapa del Brasil, con sus calores de infierno y su flora de edén mayor; con sus mesopotamias regadas por diluvios horizontales, llamados ingenuamente ríos, y sus mareas de azúcar, de café, de cacao y de caucho; con el esplendor de sus diamantes y sus víboras; con sus oradores y sus guacamayos; con sus riquezas de cornucopia del mundo, y su explotación de negros y no negros, más asoladora que sus sequías. Tampoco desde el lejano aeródromo se ve la ciudad famosa como Cleopatra o Scharazada, por su ardiente belleza, coronada de palmeras. Apenas a la gran distancia se cree advertir la joroba del Corcovado que, aunque no soy supersticioso, hubiera querido acariciar para surcir o remendar mi suerte. Según los mejor informados, Río de Janeiro no significa río de enero (janeiro, en portugués) sino río del puerto (januarius en • latín) dado para significar el efecto de gran portada de un mundo inédito y de maravilla que la bahía produce. Ni decir que la bahía y cuanto rodea a la ciudad están a la par de su fama. La bahía de Guanabara es quizá la reina de las bahías. Decir • la encrucijada del mar, el bosque, la montaña y el sol tropicales, ya es decirlo casi todo. El agua de la bahía tiene la mansedumbre casera de un lago o un acuario, sin perder la majestad cósmica 'del océano: un todo de belleza familiar e imperial a la vez. El color de las olas va desde un azul profundo de ultramar a un verde Nilo, sin contar sus matices de gemas deretidas. En el sopor cálido del trópico, el abanico de la brisa marina es un aguinaldo de los dioses. Es difícil que ciudad alguna pueda ostentar pn suburbio de prestigio semejante al de la urbe carioca, si preferimos, como es lógico, los aportes de la Naturaleza. Es difícil, .mbién, dar con un contraste más revelador. Queremos aludir 1 al que media entre la pompa monárquica de la montaña, las aguas, la flora y la civilización, de un lado, y del otro el espec78
táculo de las fa velas trepando hasta lo alto de los morros, tan decorativo y pintoresco que parece pintado por Murillo o Turner y tan deprimente que parece esbozado por el diablo: el contrapunto entre el olimpo de los expoliadores y el submundo de los expoliados. (En el día del Juicio Final de los dividendos, aquí los enjuiciadores bajarán de lo alto como las avalanchas.) Hacemos alto en el camino, al pie de una cascada, casi tan bella como el alba misma, que desciende por un sendero de roca antes de dar su esbelto brinco, toda ella rodeada por esos patriarcas de la flora del mundo que son los magnos árboles tropicales. Las palmeras brasileñas son quizá únicas, tan altas y enlazadas que su copa parece un mero copete: tienen algo de jirafas vegetales, mientras los árboles de gran tronco hacen de paquidermos. Las flores del trópico, con su exceso de formato, vitalidad y esplendor, recuerdan a las metáforas de los mayores potenciadores del lenguaje humano: Esquilo, Isaías, Dante, Shakespeare, Hugo, Thoreau. El paisaje, contemplado en ciertos días y horas, es tan edénico que se tiene casi la sensación de que el Pao de açucar lo es de verdad y nos deja un comienzo de diabetes. El Corcovado sobrelleva dignamente la carga de su fama con su lomo de camello orográfico. Un día, por pura equivocación (desviado interiormente no sé si por un tema de antropología o de poema) en vez de tomar la barca que va a Niteroi, capital del Estado de Río de Janeiro, me embarco en una cualquiera... Por poco no voy a parar al Amazonas o a Venezuela. Semiembriagado de paisaje, tardo en advertir que he perdido el tiempo y el itinerario, y que voy viajando a Paquetá, sita a varias millas de Río, en la orilla opuesta de la bahía de Guanabara. Cuando desembarco comienzo a advertir que el subconsciente me ha jugado un chasco venturoso. En efecto,
me apeo en uno de esos rincones del paraíso americano que por desgracia Milton no conoció antes de componer su virtuoso paraíso puritano. Un pájaro, un poeta tropical sin retórica, me saluda con un silbido en cadencia: una pura apelación a la insumergible belleza y alegría de vivir. El azul del mar es tan sofiador a la distancia como el de ciertos ojos de mujer. Frente a mí una palmera remonta hacia el cenit su copa adelgazando tanto su tallo que uno teme que una ráfaga o un grito pueda cortárselo. Me pregunto ahora si el marco de colinas y bosques está hecho para secundar la belleza del agua marina, o ésta sólo está tendida para servir a la coronada hermosura de cielos, nubes, piedras y árboles que la rodean. Dos muchachas se bañan en la playa próxima y el perfil de sus cuerpos no es el detalle más insignificante del armonioso conjunto. La ciudad fluminense, o el municipio propiamente tal, se parece a cualquiera otra ciudad más o menos tropical y grandilocuente. Eso lo compruebo después de recorrer varias horas sus calles y quedarme de facción en el cruce de la Rua do Ouvidor y la Avenida Río Blanco. Pero su rasgo prócer, y tal vez sin parangón en el mundo, no es de orden arquitectural ni edilicio: nos referimos a la visible y fraterna convivencia de razas, al hecho que una de las peores manchas de la historia —el prejuicio antinegroparece haber sido borrado aquí con esponja. Sería algo unánimemente hermoso, si no lo descontara, en agudo contraste, el asomo del rostro de la miseria más o menos absoluta, en forma de harapo, de llaga, de labios y manos implorantes. ¡La indigencia hujuana ya inútil y evitable desde hace rato, y todavía ostensible! (He visto algo asaz más aciago que un eclipse, y que no se tapa con todo ci esplendor del trópico: una mendiga cruzar la calzada en cuatro patas, gateando como los niños.) Trato de olvidar por un momento la jungla humana visitando a los hijos de la otra. Me sorprende gratamente de entrada el siguiente letrero, muy aleclo
cionador para los bípedos que aiin se creen concesionarios únícos de la no mucha inteligencia y de la no mucha dignidad que hay en el mundo: Sao tire peclras nos elefantes: eles as devolvem. (Las bestias suelen retribuir las ofensas mientras muchos ejemplares de Lotno sapiens las aceptan con amor.) El Jardín Zoológico de Río exhibe los números comunes a sus colegas de las demás ciudades del mundo. En una cosa es tal vez único: su museo vivito y coleando de pájaros. El feliz mortal que tenga ocasión de visitarlo se encontrará con un muestrario de aves tan deslumbrador como asordador y casi tan completo corno el que pudo exhibir Noé en su Arca derivante. El tucano de peito branco, es decir, con corbata y chaleco de armiño, pico amarillo, rojizo, verde y violado, ojos de topacio, ojeras de turquesa. Y más allá el faisán dorado de la China, con su cabeza de sol naciente y su pecho purpúreo de sol recién liun dido, y todo el resto orfebrado por el arcoiris. Frente a la jaula donde se aburre un autocrático gavilán real, de zarpas tan monsttuosas corno las de una pantera o las de un prestamista judío o cristiano, se abre un remanso donde navega un cisne tan hermoso que podría dar forma a los mejores sueños de nuestra alma. ¡ Pájaros del Brasil y del trópico americano, pájaros del mundo todo! Es cosa de nunca acabar el sólo poner una mirada en cada uno de ellos. Pero soy corno un chico goloso colado por azar en una confitería de frascos entreabiertos. Y acabo de entrar en el pabellón de los loros y su vasta parentela que viven en sesión parlamentaria sin cuarto intermedio. ¿Se aturden nuestros oídos? Más se aturden de colores y esplendores nuestros ojos. Oh, los guacamayos de colas en cascadas de color irresistible corno en las pesadillas de un ciego. El arará azul, color de lontananza marina todo el cuerpo, pico negro, y ojos etiopes cercados de oro. Y el arará canindé, pecho acorazado de oro, cabeza y espaldas de azul de mar, alas de azul de cielo
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y frente de esmeralda . Y el arará piringa, todo rojo, como un corazón en el día o como un incendio en la noche, sin más que la cara blanca y el ribete verde, azul y amarillo de las alas. Y cacatúas de todos los colores y lugares de la tierra —con el Brasil, Indonesia y Australia a la vanguardia. Cacatúas verdes y rojos, o azules, rojos, verdes y amarillos, o rojos sólo. El loris vermeiho e preto, rojo y negro. Y el cacatúa crista arnarelha corno un crisantemo, blanco como un cisne el cuerpo, y el pico de plata, que silabea sin pausa su propia onomatopeya: ca-ca-tu-a. Y el rosela oriental, que parece la paleta de un pintor borracho . Y el papagayo del Congo, totalmente gris como una tórtola, junto a un papagayo de cuerpo de cobre y alas de plata. Y el periquito del Nepal, con toda la gama primaveral del verde, menos el cuello, de negro africano. Y el garuba, todo de un glorioso amarillo, como si fuese el concesionario mayor del oro. Y el populachero papagaio verdadeiro. Y el galo da serra, de copete en abanico y el cuerpo todo de un amarillo púrpura tan irresistible como el sol levante. Y el arcaricreojod, de un azul tan de joya corno los zafiros y los lapizlázulis. El calor campea por sus cabales. Más que en el aire o en el termómetro, está en el suelo. Me explico que las palmeras, en fuga vertical, lleven sus copas a treinta metros del suelo procurando una ducha de frescura entre las nubes. Mientras el avión se prepara para su aerohrinco hasta la otra orilla del Atlántico, entramos en el bar. Un refresco cualquiera. se trata de una naranjada o porneladas con sabor a trópico y frescura de jardín al amanecer, algo ni remotamente parecido al jarabe antirneclicinal que en Buenos Aires lleva el mismo nombre.
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CAPÍTULO
II
EL SAHARA ENTREVISTO DESDE LAS NUBES Durante seis horas vamos deslizándonos entre las estrellas y las olas. Lo sabemos, pero no lo vemos. Nuestro cruce del Atlántico resulta así infinitamente menos novedoso que el de Solís o Magallanes, porque el avión es un tubo o envase, en que el envasado no ve —cuando ve algo— más que la tierra convertida en cartografía, es decir, en mapa. Volando a mil kilómetros por hora y a diez mil metros de altura, el avión da la sensación de estar al pairo como barco en calma chicha o picaflor que liba una corola. Un miembro de la tripulación nos instruye en italiano (que la mayoría de los nuestros entiende tanto como si fuera alguno de los más impracticables versos del Dante) sobre el manejo del "salvagente" que cada pasajero lleva "sotto la poltrona" para el caso en que por algún leve inconveniente el avión, en vez de precipitarse furioso de llamas y tumbos, acuatice dulcemente como una gaviota sobre el Atlántico nocturno... El pasajero no tiene más que echarse a las olas rompiendo de un cabezazo el vidrio de la ventanilla, colocarse el salvavida sin apuro y co13
mnzar a boyar como una medusa... La advertencia, aunque optimista, tiene por resultado visible que todos sacudan briosamente su modorra y piensen en sus herederos. Una camarera "molto gentile" se apresura a ponernos una caramelo agridulce en la boca para hacernos pasar el mal trago, sin duda. Respiramos al fin sin cortapisas . Acabamos de apeamos en Dakar. El solo saberme en el continente favorito del sol actualiza en mí remotas sensaciones y visiones infantiles: olor ecuatorial de negros y de selva, bramidos de león y de simún, rescoldo y ceniza de los arenales y frescor de cocos, interminables cuellos de jirafas y palmeras, sobre un cielo inmaculado de nubes. A quien conoce los arenales riojanos el resuello del Africa no lo amilana del todo. Eso sí, veo por primera vez un calamar cocido en su propia tinta, es decir, un negro en su clima africano. El que maneja el ómnibus que nos lleva al bar del aeropuerto es un viviente fetiche del Africa: sinuoso, elástico, soberbio, recuerda escultóricamente a una pantera negra. Dakar: aquí comienza el despojo funcional del viajero. Son de joyería los precios de cualquier chisme que se exhibe como recuerdo africano. Un colmillo tallado de elefante cuesta tanto como un elefante amaestrado y con sus dos colmillos. La aeronave sigue volando en plena noche como las aves de mal agüero. Día 6. El amanecer nos sorprende planeando sobre el desierto de Sahara. Al cabo de tantos siglos los hombres han advertido que el desierto no fue hecho por Jehová o por Alah para cruzarlo a pie, o a uña de camello o rueda de automóvil, sino sobrevolándolo, es decir, manteniéndose a prudente distancia del infierno de la arena o del viento. Pienso en el destino del Africa, continente del siglo xx, Africa, que ha esperado sesenta siglos para llegar a la modernidad
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(y tal vez a la libertad). Aunque no es así, exactamente. !n efecto, los investigadores de hoy van poniendo en claro detalles perdidos que ponen en solfa nuestra erudición tradicional. Por ejemplo, que en siglos remotos el Sahara fue casi tan verde como un lagarto y era transitado por el hombre sin necesidad de camellos, cuya vejiga-cisterna y cuyo lomo montañoso aparecieron en su horizonte de arena muchos siglos después, como durante milenios los árabes desconocieron un cuadrúpedo persa llamado caballo. Recordemos sólo que ayer nomás, como quien dice, entre los siglos xx y XVI, florecieron en el riñón del Africa —en el norte de los ríos Senegal y Níger y en la cuenca del lago Chad— civilizaciones tan barbaramente pomposas como cualesquiera de las conocidas hasta entonces en el mundo, alzadas aquí sobre la producción y el comercio de oro, algodón, marfil, y desde luego, de ébano vivo, es decir, de esclavos. ¿Arte, palacios, burocracia fungosa, parasitismo militar, beatería sádica a lo Omar o a lo Felipe II? Sí, todo eso, y un ceremonial de corte tan homicidamente fastidioso como el de Luis XIV, y hasta reyes de gusto tan evolucionadamente exquisito que hallaban más suavidad en las motas de los negros que en las de las negras. Sabemos que el poder de la técnica humana es hoy casi insondable. Por ejemplo, en el solo terreno de la ingeniería hidráulica representada por los yanquis y los rusos, hay proezas entre los mayores de la verdadera epopeya humana —la de la creación y no la del zafarrancho y la hecatombe— pero quedarán reducidas a mero antecedente o prólogo cuando los sueños científicos de hoy sean realidad un día. Ya se descuenta casi q,tíci , le pixirá mañana desviar la procesión de las nubes que van á'ifoilestav cernnsus,duohas al océano, obligándolas a verter en el desierto el agua de sus odres. Pero hay proyectos más concp yJepçlqs. j Maplame epe ayuda a los ma-
res (los latifundios mundiales de agua son tres veces mayores que los de tierra) para aplacar la sed arenosa de los desiertos. Los ingenieros alemanes primero, y los franceses después, han proyectado bombear el mar de los fenicios a la altura de Jaffa para levantarle el nivel y el ánimo al Mar Muerto y permitir que las aguas del Jordán lleven noticias de fertilidad al desierto que hasta hoy sólo ha producido profetas, langostas y bandidos. Los proyectos concernientes al Africa son más ambiciosos aún: nada menos que echar un buen chorro de Mediterráneo en la profunda depresión de Kaltara, al oeste de Egipto, y en los chotts argelino-tunecinos, y aún en el lado Chad, "ese gran mar interior sahariano que existía hace varios miles de años", que dice Henri Delorme. (Hoy se sabe que por debajo del Nilo de Ramsés II o de Nasser 1 corre otro Nilo de tres veces más caudal y del que no tuvieron la menor sospecha los egipcios arcaicos ni los posteriores, ocupados en pirámides fúnebres o en degüellos piadosos.) ¿Podrá el mundo presenciar todo eso y cosas no menos increíbles? Sin duda, siempre que el hombre deje de entretenerse en chamuscarle las pestañas a la luna o en fabricar cohetes teledirigidos para teleasustar a sus adversarios y se resuelva a iniciarse en el uso razonable de su razón. Amanecer sobre el Africa. Pese a mis empeños, apenas si logro distinguir las remotas fronteras de la tierra, el cielo y el mar. Me esfuerzo por ver el Sahara cara a cara, pero el desierto no tiene rostro identificable. Es como el destino. No debemos volar muy alto, sin embargo, pues al fin comienzo a distinguir rayas y ángulos como en la pizarra de un escolar. Y dibujos más complicados, de geometría plana. Son, sin duda, caminos, aldeas, alguna ciudad, perdidos en una inmensidad desnuda. Vuelvo a mi idilio de devenir. La maestría técnica del hom16
bre de la era atómica terminará cumpliendo con lo suyo. Uno de sus compromisos es corregir las injusticias de la Naturaleza llevando agua de las zonas inundadizas a las de sequía, como el otro es el de corregir las de la historia llevando garbanzos y libertad a los pueblos sumergidos. Las tierras humeantes de sed verán cumplirse la profecía de Isaías: "El desierto florecerá como la rosa". Y algo más y mejor, sin duda: el continente que suministró a los otros casi toda la materia prima para la gloriosa industria llamada esclavitud, va a luchar en primera línea en la batalla mundial y final contra la servidumbre. Estamos volando ahora sobre Marruecos y Argelia. Me empeño en distinguir, sin lograrlo, las huellas que dejan las hemorragias producidas día tras día por el Ejército Secreto francés que libra sus últimos encuentros suicidas contra la historia y en pro de la democracia occidental y cristiana. Bueno es recordar que la colonización francesa en Argelia, como todas las que la alta civilización cristiana ha practicado en los países atrasados --desde Centro América a la India e Indonesia, desde el Congo y Nordáfrica al Cercano Oriente y la China— fue un modelo adorable de avaricia y antropofagia. Sus preferidos factores de redención fueron el alcohol, las armas y la sífilis. "No parecen haber obrado por odio ni fanatismo religioso —escribió Maupassant, de un motín argelino de tiempo— sino simplemente por hambre. Como nuestro sissu tiempo— tema colonizador consiste en arruinar al árabe, en despojarlo sin tregua, en perseguirlo sin piedad y hacerlo reventar de miseria, habremos de ver todavía nuevas sublevaciones" (Au soleil). Hemos visto la última, contra los heroicos generales franceses que dejaron caer sus armas ante Hitler. Argelia se ha librado al fin del explotador extranjero. Falta ahora que el pueblo argelino se libre de la patriótica casta expropiadora y parasitaria de su propia sangre y su propia tierra, y desde luego, de su íncubo secular: el Korán. 17
CAPÍTULO
III
LA ROMA DE JUAN XXIII Y DE PALMIRO TOGLIATTI Volamos ya sobre el Mediterráneo fenicio y helénico, el Mediterráneo como un canal azul entre una ribera de tierra y otra de cielo. Teledirijo mis ojos hacia el poniente, hacia Gibraltar y sus aledaños, por donde pasaron o de donde salieron, a lo largo de cuarenta siglos, tartesios, fenicios, griegos, cartagineses, romanos, árabes y los tres barquitos de Colón, rumbo a la última Thule, y la nave única de Elcano cerrando la primera ronda del mundo, y el caballero Drake, amigo de la reina Isabel i azote de los mares y sus costas, y la Invencible Armada, bautizada con tanta anticipación por el optimismo filipino. Desorbito mis ojos por distinguir desde la ventanilla del avión las costas de Sicilia, es decir, de la Magna Grecia, que fue el granero de Roma y la cuna de la primera sublevación de sus esclavos, y donde hay tantos recuerdos (más que de romanos, godos o árabes) de la grandeza y belleza helénicas como en la propia Grecia, el pedazo de tierra que yo más querría conocer en el mundo. Nuestra época de cemento y hierro ha perdido en gran parte eso que sobró a los griegos: el secreto sin par 19
de crear belleza viva con las piedras, con inspiración y efectos semejantes a los de una sinfonía o un poema épico; de alzar monumentos concordes con la gracia del cuerpo y la profundidad del alma del hombre. Es decir, el inimitable modo helénico de casar la majestad y la ligereza, la hondura y la sencillez en una hermosura hermana de la felicidad, en tal grado, que sólo las columnatas eran ya una alegría de los ojos y del espíritu, y en el perfil de los propileos podía captarse, según el verso de un poeta magno: la belleza intangible de la sonrisa humana
Y algo que sólo los griegos concibieron y realizaron: ajustar en una armonía sin ripios la belleza de la arquitectura y la del paisaje. Fueron también como escenógrafos maestros sin alumnos dignos. Sus monumentos estuvieron casi siempre emplazados en lugares tales que no estorbasen el diálogo de lo cósmico y lo humano. Sé que Sicilia ofrece los mejores testimonios de esa idoneidad egregia, como lo dicen las ruinas del teatro de Segesta, y en la antigua Agrigento los templos de Juno, de Hércules, de la Concordia y el gigantesco de Júpiter, custodiados por montañas, rodeado su plinto de olivares y viñas, incensados por el aroma nupcial de los naranjos en flor. Y sobre todo el teatro de Tgormina, abierto de par en par al triple azul del cielo, las montañas y el mar, enfrentando con serenidad la sencia tempestuosa del Etna que pese a su corona de nieve --y desde los días de la loba romana— se empeña en juntar a las nubes de Júpiter las que Vulcano arroja desde su fragua subterránea. Todo esto para no olvidar a Siracusa, antaño capital de la isla y cuna de Arquímedes, pequeña ciudad tan grande como las mayores, donde se conserva una estatua de Venus tan viviente que parece el resumen de todas las mujeres hermosas que hemos disfrutado con los ojos o con los labios. ¿Que esta Sicilia fue vista sólo por mi imaginación y mis re20
cuerdos y no por mis ojos? De ello nunca me consolar del todo. Me quedo por largo rato semidormido, arrullado por una de mis musas favoritas, la de la historia, cuando de pronto advierto que estamos volando sobre el cristianismo a la vaticana y el socialismo de ópera lírica, es decir, Italia. Nos avisan que vamos descendiendo sobre Milán, casi a tiempo que a duras penas rematamos nuestro desayuno. El servicio de la comida, en efecto, es tan enfáticamente copioso y selecto que parece preparado después de un cónclave de consulta con los cocineros de los cardenales de Italia y con los cardenales mismos. Imposible, en trances corno éste, pensar en los millones de gentes que comen sólo un medio o un tercio (le lo que precisa una barriga que se respeta, y menos en los millones que se ganan la gloria celeste muriendo santamente de hambre. Después de honrar por una media hora con nuestras sandalias aladas -¿no somos peregrinos aéreos?— ci suelo de Milán y no sin antes pagar el debido tributo a los Torquemada de frontera llamados aduaneros y polizontes, partimos al fin rumbo a la ciudad de los capelos y los capelletti. El aeródromo de Roma, para no desemparejar con San Pedro y el Coliseo, es uno de los más augustos y modernos. Lo que n es moderno es el purgatorio de requisas y esperas que debe cursar y aprobar el pasajero. Desde el aeropuerto de Roma hasta la ciudad misma hay rai una hora de viaje en ómnibus, lo cual significa para mí una jo. cutida albricia, ya que me permitirá contemplar en su faz actual ese Agro Romano que ya era viejo de historia y de buchas en tiempo de los Gracos, vale decir, hace más de dos mil aóos. Me olvido provisoriamente de la historia y me encaro con el paisaje presente y viviente y no es poca la fresca soipresa de comprobar que ci suelo italiano, saqueado desde hace milenios 21
miras de jubilarse y sigue repitiendo pastos, llores y árboles. Dos de los sudamericanos más avisados vieron a mediados del siglo pasado, con ojos desorbitados por la maravilla, que la Roma papal continuaba y perfeccionaba la tradición de los Escipiones, Césares y Pompeyos de vivir del expolio y el tributo de los pueblos sometidos a su tutela. (Las excomuniones y las indulgencias pontificias fueron tan depredadoras como las legiones romanas: la condena bíblica de comer el hombre su pan mojándolo en el sudor de su frente, Roma lo interpretó mojándolo en la gota gorda que sudaba toda la cristiandad.) Sarmiento y Alberdi pergeñaron un rápido prontuario de Roma y los Estados Pontificios: el catecismo como hermano siamés del analfabetismo; el agro romano un desierto en que sólo se cultivaba la malaria; ausencia más o menos inmaculada de caminos e industrias; la llaga reemplazando al baño y el milagro a la medicina; la mendicidad y el bandidaje y el monacato como industrias universales y rivales. ¿Cosas de la época? No; Florencia y Milán eran otra cosa. "Roma admira y aflige y su campaña emponzoña... Llegando a Florencia créese salir de la mansión de los muertos a un rico oasis de verdura" (Sarmiento). Podía creerse, pues, que era la sombra del crucifijo y del campanario la que esterilizaba los campos, el vientre de las mujeres y las mentes y manos de los hombres. El gobierno ultracatólico tenía un gemelo en Europa: la administración piadosamente asoladora de los turcos. Cuando los Estados Pontificios, gracias a Garibaldi, se liberaron del gobierno del Infalible, todo comenzó a convalecer. La campiña romana no desmerece hoy de cualquiera otra del mapa europeo. Ni pantanos ni eriales. (Sólo en Calabria queda la malI ja aliada al convento.) Mieses y hortalizas, y la más 22
variada exposición de árboles, desde el álamo de Lombardía y el pino del Norte al plátano y al olivo griegos. (¿ Para qué hacer mención del cielo y de las mujeres de Italia? Mujeres que provocan el madrigal incontenible. Cielo tan sinceramente azul y romántico como un ramillete de nomeolvides. Son sin duda lo mejor que tiene y muy preferible a las desvencijadas ruinas imperiales y a sus escombrantes y asordantes monumentos católicos.) ¡ Salud, pues, al viejo agro romano remozado por obra del esfuerzo y la técnica modernos! Sólo que falta lo más importante. Los beneficiarios de hoy siguen siendo los de siempre, y no quienes lo trabajan con sus manos y leudan con su sudor: los cafoni. Falta, pues, la cruzada religiosa de hoy, la modernidad que más importa, la única que salvará el honor de nuestro siglo: que el vino lo beba quien pisa la uva y no quien lo pisa al pisador. Yo soy, y lo he sido desde mi primera adolescencia, un sufrido y aguerrido lector de historias, memorias y leyendas referentes a la biografía del mundo. Sólo que me ha gustado siempre sacar las cuentas por mí mismo, o adoptar las más verosímiles, no las más profesorales y tradicionales. Entre aquéllas está la de que los mentores de Occidente han escrito la historia de Israel y la de Roma como Rockefeller o Al Capone describirían su árbol genealógico. Con decir que la historia judía —la de un pueblo suntuosamente ignorante y tan rico en supersticiones y abominaciones como cualquier otro, si no más— sigue llamándose historia "sagrada", está todo dicho. De Roma debe admitirse que se mantuvo siempre honradamente fiel a su barbarie interior. Careció de fecundidad creadora, y en la ciencia, las artes la filosofía y aún las letras no pasó de una meritoria segundona de Grecia. Se hablará de su grandeza militar, pero la verdad es que sus muestras en el género 23
no superaron a las de Ciro, Alejandro o Aníbal. Sus magn:is carreteras —corno las no inferiores de los persas o los quichuas— fueron abiertas sólo para facilitar el paso a sus legiones depredadoras y al acarreo de sus expolios. De sus construcciones monumentales, con excepción de las Termas, apenas fueron más útiles que esos rascacielos de necrofilia llamados Pirámides de Egipto. Más significativo es el hecho de que la actividad profesional del pueblo creador del derecho fue el chafamiento del derecho de los otros pueblos: esencialmente expoliador y parasitario, apenas si conoció una industria propia, y su agricultura no superó a la Noráfrica, las Galias o el Oriente. Al revés de Grecia, en Roma la libertad, propiamente hablando, no existió ni para el cvis romanus. No llegó a divinizar, a la asiática, la persona de sus Césares? "La tiranía del Estado sobre el ciudadano éste la transfería a sus hijos" (1-Tegel). "Los súbditos deben sacrificarse a los que mandan, el ciudadano al Estado: un mundo no regido por los hombres, sino por normas abstractas" (Iehring). Roma vive del saqueo directo y del otro llamado impuesto; el derecho romano es el Anticristo del derecho no romano (Niebuhr). Puso cadenas al mundo entero y terminó encadenándose a sí misma. En cualquier caso no es fácil hallar cotejo a las orgías de servidumbre, crueldad y abyección que vio bajo algunos de sus emperadores la ciudad de las siete colinas. La admiración de la Roma rebulesca y castrense por antonomasia es un énfasis de mal gusto, y el homologar lo romano a lo helénico es un exceso de cortesía y miopía. Mirando bien, es muy difícil hallar en la Roma clásica un solo carácter de integral belleza humana. Aun sus tribunos, sus generales, sus literatos, y sus filósofos, y hasta los mejores, ostentan casi siempre el vicio, la crueldad o la avaricia como un goterón de sebo en la solapa. Tal vez las únicas
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excepciones de gran estilo fueron Lucrecio, ci poeta que con alma de augur ateo la majestad religiosa de la Naturaleza y la de la liberación del espíritu humano, y Espartaco, CI esclavo forastero que humilló a Roma siete veces más que 1rcno, corno que aún asombra, y más que nunca, la suma de cualidades que debió congregar en sí aquel nene para ,aunar y organizar jaurías tic esclavos que ni siquiera ladraban el mismo idioma, y obligar con ellas a desplegar virtudes de liebre a los concesionarios seculares del valor y la victoria. ("Hombre cíe genio" dice Ferrero, y Marx: "La más espléndida figura de la historia antigua"). Ahora bien, si de los Césares del Capitolio pasamos a los del Vaticano, no es para mejorar. Más aún: hay entre ambas progenies un entrañable parecido de familia. ¿Qué mucho? Los emperadores fueron considerados divinos, y los papas visires de Dios. El Medioevo, edad de oro del pontificado, fue el hijo (le las nupcias riel ímpetu bárbaro del Norte con la barbarie religiosa del Asia en el lecho de la putrefacción romana. Su reinado de mil años significó un sudario de fuerza puesto a la inteligencia y la voluntad creadoras del hombre, y no debe sorprendernos su soberbia esterilidad. Cuando el trabajo artesanal de los oprimidos, unido a la fecundidad de un puñado de inventos y a la recuperación de las normas griegas, produjo la palingenesia llamada Rcnaciiriiento, la pequeña ciudad-estado de Florencia, en un lapso de dos siglos, dio en genio y en lieza humanos (sin contar las riquezas de su agro, su manufactura y su comercio) más que un milenio de cristiandad medieval: Miguel Angel, Toscanelli, Leonardo, Vespucio, Maquuclo, Cellini, Calileo y ci resto. Los historiadores modernos nos muestran el parentesco de sangre y espíritu entre la Roma im perial y la papal. Esta jamás hubiera existido sin aquélla. tes de los Escipiones y los C{sares el J\teditcrránco estaba rodee25
de pueblos ms o menos aislados que gozaban de cierta libertad: griegos, egipcios, cartagineses, galos, iberos. Después todo cayó bajo la bota imperial, primero, bajo la sandalia pontificia, más tarde: la gran unificación a costa de la gran servidumbre. ¿Dad a Dios lo que es Dios y al César lo que es del do
César? Dadlo todo al Papa...
En la Roma pagana el sacerdocio era oficio civil y en Grecia no existió clero. En la era cristiana, el clero, como en la India brahmánica, no sólo se puso por encima del Estado y los reyes. ("Todos los países de Occidente dirigen sus miradas a nuestra humildad y nos tienen por un Dios sobre la tierra". Gregorio II.) "Los legados ápontificios —dice un historiador—, fueron equiparados por los papas con los viejos procónsules romanos." Fue el milenio de la barbarie con aureola. Odio al cuerpo, perseguido con flagelos, cilicios y ayunos. Odio a la salud: la haga y el muñón devienen sagrados, y se repugna el baño caliente, por mahometano, y el baño frío, por protestante. Odio al sexo, inventando contra él esos serrallos de esterilidad llamados conventos. Odio a la belleza y a la mujer, tenidas por conmilitonas de Satanás. Odio al sol, reemplazado por cirios. Y sobre todo, odio al pensamiento, ocultándolo con incienso, acallándolo con rezos y campanas, incinerándolo con ascuas inquisitoriales. De todo eso fue cifra y símbolo Roma, ombligo y vientre de la cristiandad. La historia del papado está más manchada de crímenes y abonaciones, que la piel y la conciencia de las panteras. Para muestra basta recordar a Sixto IV, que despojó de tierras y vidas a cuantos necesitó para engrandecer a su sobrino Girolarno, mandó decapitar delante de su madre al protonotario Colonna. Y Alejandro VI, padre de Lucrecia, su querida, que compitió en amores con las tórtolas y en veneno con las víboras, y de César, arbter ele gantiarum del asesinato y el robo. "Sólo ha26
bía un punto en la tierra en que esto fuera posible: aquel dor de coincidían la plenitud del poder real y la suprema instancia espiritual" (Leopoldo Ranke). Ya lo sabemos: sin el aporte religioso el crimen o el pecado no logra caracteres apocalípticos. Recordemos, para terminar, que el antecesor de Pío IX, Gregorio XVI, había purificado arias docenas de hombres con el calabozo o la tumba. Y que Pío IX, en el mundo moderno de Copérnico, Diderot, Lamarck, Goethe y ya en las barbas de Darwin, había infligido a la razón, con tal de derrotar la liberación humana, el dogma de la infalibilidad del papa, que hubiera hecho reír hasta las lágrimas a los griegos de la buena época, y que no evitó que Garibaldi lo encovase en el Vaticano. Desde entonces los papas dejaron de ser amos temporales, en sentido político, pero los tesoros vaticanos invertidos en industrias de paz y de guerra los han troncado en pontífices financieros del mundo. Ya se habrá visto que no soy un devoto de la Roma pagana ni menos de la vaticana, pero hoy, a mediados de 1962, no puedo sustraerme a la magia real de que al recorrer sus calles estoy pisando milenios de historia. La ciudad del Tíber era ya vieja de veinte siglos cuando Londres, París o Moscú comenzaban a ser aldeas. Desde los días de Pompilio hasta el comienzo de la República o el final del Imperio, y desde los primeros obispos a Hildebrando, amo de reyes, y desde León X a Mussolini y Togliatti ¡ cuánta agua ha corrido bajo sus puentes! (¡ Y cuánta sangre y sudor ajenos!) Apenas tengo tiempo para mirar a la Roma de hoy y abro los ojos hasta el desorbitamiento. La mezcla irreverente de edificios modernos y de vida actualísima a testimonios de un pasado tan remoto como insumergible y de esplendores de arte que no puede placear ninguna otra ciudad del mundo, dan a Roma una fisonomía impar. Contem27
piando lo que queda en pie de las Termas de Caracalla sonrío ante el hecho de que uno de los emperadores más asoladores fuera el autor de lo que habla más en favor de la Roma pagana: la solicitud pública consagrada a la salud y belleza del cuerpo humano tan despreciados por el cristianismo. Me siciLo aquí más que en cualquier parte, hombre de hoy y de mañana, y no tengo empacho en consignar que de lo no mucho que vi en Roma, uno de mis más honrados entusiasmos se despertó ante los vestigios del gran acueducto, la ringlera de arcos del Acqua Marcia y la Claudia que se ven desde la Vía Appia. Mi razón, mi corazón y mi lirismo vibran unánimes, como un caracol a la orilla riel mar, ante los restos CiC ese esfuerzo ciclópeo hecho, no en halago de la vanidad o de la brutalidad, sino en pro de la sed de vida, de salud y hermosura que el agua despierta y aplaca en el hombre. Sólo que no puedo olvidar que la famosa Via donde me hallo es ci largo calvario donde un día, por el solo delito de querer recuperar su libertad, fueron crucificados seis mil pobres Cristos que no tenían la resurrección asegurada al tercer día... Uno de los más bonitos crímenes de que pueden envanecerse las selectas castas que han manejado la historia hasta hoy. (Bueno es recordar de paso que la abolición de la esclavitud en el mundo romano vino cuando resultó antieconóniica para el esclavista, todo ello pese al entuiasmo d Li Iglesia por ella: ''Si alguno, so pretexto de piedad rcliiosa, enseñase al esclavo a no obedecer a su amo. . . caiga sobre él anatema'. (Concilio ú'c Can gras, aío 324.) Me haih más tarde contemplando el Coliseo, comenzado por Vepasiano y terminado por Tito a fines (le! siglo 1, y no JmulO s'no rememorar que ci juego favorito que solía pcsrn iaie en el seno de esta orográfica balumba, que pocha albergar hasta ochenta iriil abrebocas, era una che las cosas más auténticacuente infernales de este piadoso mundo: un combate de gladia28
dores, es decir, de dos hombres obligados a luchar a muerte, buscando cada cual arrancar la vida del otro como único medio para salvar la propia. ¿Hermoso, verdad? Cuando la sangre corría a borbotones, mezclándose casi siempre a las vísceras, y el vencido caía entre los espasmos y ronquidos de la agonía, la aristocrática e imperial alma del civis romanus llegaba a la cima del deleite estético. Mucho antes que el turismo se pusiera de moda en el mundo profano, ya lo había inventado la Iglesia de Cristo con el beato estimulo de las peregrinaciones venidas de los cuatro horizontes a besar la pata del virrey de Dios. Roma fue arnaestr;ándose en el arte inimitable de ahorrar el sudor propio y vivir del ajeno: el papa y los cardenales y sus acólitos y sobrinos vivían de las ofrendas de la cristiandad: los demás romanos, de lo que caía de la mesa del Sardanápalo infalible y sus adláteres. El turismo piadoso fue el patentador del género y el de mayor rendimiento hasta hoy. Mediante el aporte de plata, oro, gemas, tierras y otras sustancias místicas fue formándose el tesoro del Vaticano, el más consolador de este valle de lágrimas. Sólo gracia a él pudieron construirse las iglesias de Roma, casi tan numerosas como sus sotanas, y desde luego el Leviatán de la especie, Ja de San Pedro. (La primera virtud de los dioses fue siempre vivir en vacaciones imperecederas y la segunda, entretenerse en sacrificar los días efímeros de los que trabajan: sus representantes siguen su ejemplo.) Vale la pena arrimar las narices al portento, que tiene una hectárea y media de base, alza sus columnas a la altura de los rascacielos y encierra más tesoros que esos bancos de Suiza, donde depositan sus ahorros los más beneméritos cacos del mundo. Su construcción, iniciada por Constantino (emperador y asesino de sus parientes, pero muy piadoso) según la leyenda, fue 29
reiniciada en 1450 y rematada recién a comienzos del siglo xvii por PabloV. Para lograrlo, el papa León X debió acudir en su tiempo a la más sabia de las operaciones bancarias: una emisión masiva de indulgencias que sirvió de pretexto a Lutero y compinches para protestar fundando nuevas sectas cristianas, aumentando el mal en vez de amenguarlo, es decir, evitando con la Reforma y la Contrarreforma que el impulso ascensional de] Renacimiento redimiese a Occidente de la peste siríaca importada por San Paulo, como Nietzsche fue el primero en advertirlo. San Pedro, con la sola desaforada insolencia de su magnitud y su fausto traiciona sin estorbos lo que sin duda buscaron sus constructores y beneficiarios: aplastar el alma del creyente, hacerlo gemir Ego sum vermis et non horno, es decir, trocar a la feligresía en grey, en rebaño, que era lo que ellos precisaban par cebar sin riesgo su prurito imperial de poder y riqueza. La biografía de la concuspicencia de los papas y el clero aún no ha sido esbozada. Recordemos sólo que el Dante, el representante cimero del espíritu medieval y cristiano, se volvió con brío garibaldino contra el poder temporal de la Iglesia. El bastón mundano y el báculo celeste no caben en la misma mano: Di oggi mai che la chiesa di Roma Per conf ondere i due regimenti cade nel fango
¿Que eso pudo ser en el Medioevo y el Renacimiento? Ya sabemos que desde 1929 el Vaticano figura otra vez entre los Estados y puede contrabandear tabaco, whisky y dólares ante la vista gorda del Quirinal. En la Roma de 1962 hemos deletreado esta leyenda anfibia en el frente de varios edificios: Ban co di Santo Spiritu. (El medro suele simpatizar con la mística como el chacal con la carrofía.) El reportero del infierno encontró un pensionista hundido de
cabeza en el infame piso y con las patas en alto, que le dijo:
Sappi cJi'io fui vestito del gran manto. Era el ex papa Ni-co-
lás III, decano de los simoníacos. (Todavía los papas no eran infalibles y podían ir de cabeza al infierno.) Vuelvo al grano. San Pedro está semiemboscado detrás de innumerables columnas de mármol —cuatro filas— cada una tan empingorotadamente ambiciosa como la torre de Babel. (Sólo que aquí no hubo nunca confusión de lenguas porque el latín medieval fue inventado para que todos lo acatasen sin entenderlo.) Al pie de las mismas, y anticipándose a toda exégesis, se siente que el ánimo de los constructores no fue elevar el alma del creyente al cielo sino ponerla bajo la sandalia sacerdotal. ¿Qué podían ser sino semidioses los hombres que vivían o mandaban en semejante mansión? Lo enorme, como la obesidad de la ballena, deja de ser absurdo o grotesco. En busca de un guía dan mis compañeros con un mancebo romano a quien interpelan sobre la fecha probable de la erección del templo, pues advierto que desconfían de mis informaciones escolares. El cicerone contesta rápido y sin pestañeos: —Un anno dopo la morte de Gesú
Como en mí priman siempre los instintos antirrebañegos, me encuentro de pronto deambulando solo y al azar por las calles de la ciudad matusalénica, si no eterna. Huello su piso, es decir, sus estratificados siglos de historia, casi con el temor del que hollara una alfombra de precio fabuloso. El clamor diluvial de las campanas dice que esta ciudad ha venido ensordeciendo y anonadando con él al orbe cristiano primero y al católico después, y ése ha sido y es el timbre de su fama. No la cultura intelectual ni la actividad industrial como en Florencia, París o Londres, que han civilizado y educado al mundo moderno. En Milán compré cigarrillos italianos, pero no tengo fósforos, y yo que he leído a Dante, Maquiavelo, Leonardo y Ben31
venuto, y basta los sonetos de Miguel Angel, en italiano --sin olvidar a los inodornos—, me hallo con que no recuerdo cómo e dice fósforo en la lengua de D'Annunzio. Preparo escolarmente mi iilt1Oito y me allego a una cigarrería: —Bona scra. casate, jo . . . sono estraniero ... non parlo la bellissiina lingu de ... Jo bisogno ... —Ma parlo te benissinio —me interruml)e
el patrón y me corta las frases prefabricadas. Termino recurriendo al esperanto más seguro: el de las señas. Compruebo sin asombro que en la abolenga Roma los viejos coches de alquiler arrastrados por un par de matungos se co(lean fraternalmente con los autobuses y las motocicletas. Observo también que en las mesitas puestas en la acera los romanos no sólo liban café y refrescos sino que, frente a alguna tattoría saborean spaghetti o pollos allo spiedo, provocando la secreción salival de más de un infraalimcnado que pasa. Ile presenciado y escuchado de refilón una escena típicamente callí'jeia e itLliana, comprobando que el pueblo de la ciudad sagrada, al aludir a sus santos y sus vírgenes, usa ci mismo lenguaje que los cocheros usan con sus caballos o con otros cocheros. Pese a ello, la coexistencia viene durando dos mil años. Ile evocado sin querer a muchos de los ilustres viajeros de Italia (algunas páginas de Heme y Stendhal son tan inolvidables como los pinos italianos entre el sol y el mar), pero a todos termina eclipsándolos la figura jupiterina de Goethe. El padre de Fausto visitó la península en 1786, a los treinta y seis años de edad —es decir, joven aún, pero acercándose ya al mediodía de su iluminación y su poder— y ese viaje significó un pequeño gran suceso para él y para la cultura occidental. En efecto, el contacto corporal y mental con el suelo y el cielo de Italia, con el fulgor del mirar y sonreír de sus mujeres, con los prodigios de su Renacimiento, y, lo que no fue menos, en algunas de las revelaciones del arte griego, todo eso tuvo casi el sentido y el 32
alcance de una palingenesia para su sensibilidad y su espíritu. Desde entonces fue sintiéndose, tal vez más conscientemente que nadie, un integral hombre del Renacimiento en quien las gloriosas normas helénicas, es decir, las de la razón y el instinto vital, libraron un creciente combate victorioso contra los monstruosos sueños de evasión del Medioevo, contra la barbarie siríaca y la barbarie nórdica unimismadas en su afán de negar que I mundo vivo y el hombre vivo valen más que todas las pesaHIlas de los teólogos y los ensueños fúnebres del más allá. Al i'Iemento mori de la tradición sacra opuso el Acuérdate de vivir Je la sabiduría final de Fausto. Para él --como después para Heme y Nietzsche— el asomo a la claridad y serenidad del Mediterráneo significó una buena ayuda para librarse de algunas de las brumas del Norte, es decir, de la herencia cimeriana. La peregrinación por Italia, tan ansiada por él, no sólo no le trajo ninguna decepción, sino que confirmó al colmo su presentimiento: "¡Italia es mía! —escribió en un rapto casi infantil, a los suyos—, el sueño se hizo carne, ¡ya puedo morirme!" De esa gran aventura salieron no sólo las Elegías Romanas y los Italianische Reise —quizá sus dos libros más "solares"— sino algo mayor sin duda: la completa helenización de su naturaleza y su mente, la integración armoniosa y luminosa de su personalidad, - es decir, la de uno de los mayores resúmenes de hombre y sabiduría que se viera nunca. Las dos más pintorescas y simbólicas civ sus aventuras italianas son fáciles (le contar. Un día se dejó convencer de que no debía desperdiciar la ocasión de asistir a una de esas ceremonias oceánicas de la basílica de San Pedro orquestadas por el papa, que las beatas del orbe católico no canjearían tal vez ni por un boleto de entrada al paraíso. Sólo que el gran hijo espiritual le Grecia no pudo soportarla largo tiempo. Convidó a sus amios a hurtar el bulto, y recordando a Diógenes, les dijo en su coo.-)
razón al papa y los suyos: "No me quiteis el sol del arte superior y de la pura humanidad". Días más tarde, necesitado de contemplar ahincadamente a solas y en silencio las inmortales hazañas perpetradas por Miguel Angel en la Capilla Sixtina, arbitró un recurso sencillísimo: 'Pagábale bien al custode y éste me dejaba entrar por la puerta trasera y allá nos estábamos todo el tiempo que queríamos. Y recuerdo que un día, rendido de calor, hube de echar una siestecilla en el sillón pontificio". (A fe que no hubiera sido indigno de los mayores pinceles o cinceles de Italia el pintar o esculpir ese símbolo: ¡el semidiós de la inteligencia occidental, el gran pagano de la modernidad, usando el trono de la barbarie asiática y medioeval para pagar tributo a una pasajera modorra... a menos que la modorra fuera un contagio pontificio! Fuerza es registrar también en el pentagrama una nota menos riente o inocente. Al filo de la medianoche, potando qualque cosa fresca en la acera de una confitería de la calle Principe Amedeo, con algunos compañeros, asistimos inopinadamente, pestañeando como novatos, a una escena que me rememoró dos versos infernales: E vid¡ cosa ch' jo avrei paura, Senza piu prova, de contarla solo.
Se trata no obstante de algo que en Roma y donde quiera ha correspondido simétricamente al ascetismo o al tartufismo católico. No era, pues, necesario llegar hasta la Via Veneto, calle mayor de la Venus venal y venatoria. Mujeres jóvenes y bien puestas —algunas con rostros de madonas o cuerpos de Anadromenas capaces de convencer a cualquier dudoso— montan guardia en las esquinas o rondan las aceras presintiendo o propiciando la ocasión de algún Tenorio turístico, que no tarda, en efecto, en aparecer y trepar litúrgicamente con su sacerdotisa 34
de Eros al primer taxi que pasa. La cosa no llama aquí la atención de nadie, ni siquiera de los curas o los vigilantes. A los forasteros, en general, nos parece ligeramente vomitable. Algunos la hallan redondamente incompatible con el reverendo prestigio de la Ciudad Santa. Salgo yo en su defensa, y apoyado en los sexólogos modernos y aun en Herodoto y su conocida referencia al devoto sacrificio exigido por la diosa Milita en Babilonia, expongo piadosamente la tesis de los orígenes religiosos de la prostitución. (Todo lo cual no niega el que un varón que se arriesgue de noche solo por las calles de Roma corra peligro de ser raptado por las sabinas católicas.) Partimos a media mañana hacia el aeródromo, de regreso a Milán. La campiña termina por sojuzgarme del todo. Ahí está, inmortalmente juvenil y sonriente, mientras los épicos pillajes y las reverendas servidumbres, si no se han ido del todo o pueden volver, no ofenden por ahora la vista. Los pinos de Italia parecen los más armoniosos del mundo porque se alzan en una tierra santamente abonada por el arte y bajo un cielo 'i junto a un mar tan hermosos como un sueño de amor vuelto realidad. La intérprete que nos acompaña es erudita, gentil y muy bella: una enciclopedia turística encuadernada en piel de Venus. Entre una pausa de nuestra algarabía ítalo-pampeana, me llega el melodioso grito de un pájaro. No sé qué pájaro es y yo creo sr el único en oírlo. En cualquier caso ese saludo alborozado de su alma de cristal vuelve cristalina la mía. En un fundo, al costado de la carretera, un grupo de operarios parece afanado en llenar un cimiento. -¿Están construyendo ruinas? —pregunta un chusco. —No —contesta la intérprete, sonriente, pero sin duda rozada en su patriotismo arqueológico—; tenemos tantas y tan buenas que no necesitamos inventarlas.
("Las ruinas son todavía las últimas creaciones de la moda italiana", acoto yo en silencio.) Vuelvo mis ojos por última vez hacia Roma, buscando la silueta de San Pedro y grito en mis adentros napoleónicamente: "¡Desde lo alto de esa mole, veinte siglos de servidumbre os contemplan, oh romanos!". Pero eso terminará un día. ¿Que las religiones vienen durando seis mil años? Millones de años duraron los plesiosaurios, los períodos glaciales, el cólera morbus, y al fin se fueron, desterrados por el devenir. Todo anuncia que a las religiones les está llegando su ite, missa est. Pero hay otra cosa. El fascismo es un hijo morganático de la Iglesia romana. No es suposición antojadiza. Es una averiguación de Guido Piovene. Viene a decir que las profundas modalidades que veinte siglos de cristianismo vaticano han impreso al pueblo de la península (doblez y énfasis, tendencia a confundir la vida con el teatro, propensión al beso conciliatorio a toda costa cuando es preciso jugarse el cuero), han hallado expresión política en el fascismo. Al revés de Hitler, Mussolini se pasó afilando ostentosamente la espada de la guerra sólo para esconder su propósito de reducirse a esgrimir la vaina. El otro ejemplo está a la vista: Palmiro Togliatti, el líder del Partido Comunista italiano, ha dado con una técnica que intro(luce genialmente la dialéctica y la revolución en la avicultura: hacer empollar los huevos del águila marxista por esa gallina clueca que es la democracia cristiana o la popular.
CAPÍTULO
IV
VISITA DE CORTESIA A MOSCU
En América, aun viajando en avión, precisamos buenas horas para cruzar una frontera. En Europa, no. Apenas salimos de Milán, cuando ya estamos hollando, con el ojo, la frontera ítalo-suiza, y yo, montañés apeado de su roca hace ya unos años, me pirro por ver montañas a través de mi ventanilla aviónica. No estoy seguro de ditinguir cascadas, pero sí veo brillar, como islotes entre un oleaje de nubes, los picos nevados. El lago de Corno parece un pequeño zafiro pulido entre grandes zafiros brutos. Quiero decir que cruzamos Suiza sin verla. Lo que los viajes contemporáneos ganan en rapidez y comodidad, lo pierden en profundidad y belleza. Pienso en Byron y en Shelley y en sus claros y hondos días helvéticos. Ellos sí que vinieron aquí a descubrir una de las mayores bellezas posibles. Y es que el hombre tiene una raíz cósmica y un alma pánica, y cuando deja que la Naturaleza lo penetre, él penetra en ella, y esa comunión, a diferencia de la utópica que brindan las hostias, es una belleza y una alegría vivientes y sin fondo de que parti37
cipa tanto nuestra carne como nuestra alma. Byron lo anotició en uno de sus versos mayores: Are not the mountains, waves and skies a part Of me and of my soul, as ¡ of thern?
Al fin entramos en Checoeslovaquia. Al aproximarnos a Praga, el paisaje ya no es el escultórico y pictórico de Italia y Suiza, pero no es menos hermoso, o lo es de otra manera. El cultivo de las granjas colectivas y la disciplinada presencia del paisaje no merman nada de su gracia, de esa jocundidad del verde inumerable sirviendo de fondo a los otros colores. Sobre un prado color rana dispara elásticamente una liebre, despertando el impulso cinegético mal dormido en muchos de nosotros. (Nada digo si vinieran con nosotros mis nobles amigos Héctor García y María Ester, tiradores a quienes, frente a la pieza, les tiembla poco el pulso y no excesivamente el corazón, creo.) Pero se trata ahora de liebres socialistas, esto es, con seguro de vida contra la libre empresa de la rapacidad privada. Como mis compañeros de delegación (aunque en puridad yo no soy delegado de nadie, como no sea de Lucifer, digo del poco espíritu de independencia que siempre guarda el mundo) han informado que soy autor de un montón de libros (que tal vez fuera de mis amigos nadie lee) una simpática pareja de periodistas me somete a un reportaje a la minuta. Al checo sólo lo entienden los checos y no creo que todos. Pero como el matrimonio me ataca a dos puntas, digo en la lengua de Voltaire y en la del Papa, me veo obligado a echar mano de mi francés y mi italiano presuntos para defenderme. Comenzamos a entendernos, o, al menos, lo disimulamos muy bien de ambos lados. Cuando un comedido quiere terciar en mi auxilio la reportera le advierte: —Ii maestro parla assai bene ji italiano e anch'il fran cese. . . Molte grazie. Me apresuro a compartir tan justiciera opinión y a afirmármele al italiano, sobre todo al sos38
Pechar que mis interpelantes lo estropean apenas un poco me. nos desconsideradamente que yo. Para no cojear de un solo pie, preparo a tiempo mi despedida en francés escolar: —Madame, monsieur, enchanté. Merci bien. Au revoir. El reportaje, con foto y todo, aparecerá mañana mismo en Palabra Libre, si los praguianos son menos andaluces que los italianos. Horas más tarde y después de un largo y sostenido vuelo de pato migrador, estamos llegando a la cabeza y ombligo de todas las Rusias. La primera observación que hago es que el sol de los moscovitas, como el del Josué bíblico, está aún de plantón sobre el horizonte, pese a que es llegada ya la hora vigésima. Cuando las nubes, que envuelven la tierra como si fuera una diosa, la dejan desnuda, comenzamos a distinguir los bosques de abedules con sus albos troncos, y la desaforada y salvaje estepa tan galopada por sus cosacos y cantada por sus poetas años atrás, domesticada del todo ahora, al parecer, con sus hortalizas, sus huertos, sus mieses, sus ríos navegados, sus ciudades humeantes de fábricas. Poco depués nos apeamos en el mayor aeródromo de la titánica ciudad. Un desconocido me abraza en nombre de un novelista amigo de paso por Moscú. De pronto me encuentro con la peor de las noticias posibles para un viajero, sobre todo si sus rentas escapan aún a los cristales de aumento: que pese a mi amorosa solicitud mi valija me ha ido infiel abandonándome a mi suerte en tierras incógnitas para seguir quizá la de algún aventurero, más emprendedor y afortunado que yo. Nos alojan en el hotel Ucrania, que no tiene más que treinta pisos y mil y tantos aposentos. El mío es una sala amplia y fastuosa como para un nuncio pontificio o la viuda de un mariscal, con dos camas, dos mesas, dos sillones, teléfono, placard, un baño digno de un dios de las aguas, todo en concesión exclusiva, y, lo que no es menos, un balcón abierto sobre las 39
Lo que cree saberse desde los más remotos tiempos de las desaforadas tierras que después se llamaron Rusia, es que estaban pobladas al Norte por los eslavos y al Sur por los escitas y los sármatas. Hacia los primeros siglos de nuestra era los edvos se desbordaron sobre el meridión. Poco después los godos e.esde el norte, los hunos desde el noreste, fueron invadiendo casi todo el Imperio Romano. Hacia el siglo nono Rurik, jefe de piratas nórdicos, señorea entre los eslavos y llama Rusia a sus dominios, que los mongoles ocupan en el siglo xiii y desocupan, contra su gusto, en el siglo xv. A comienzos del siglo xvii aparece el primer Romanoff coronado. Como la mayoría de las metrópolis actuales de Europa, Moscú no existía cuando ya Atenas, Roma, Cádiz y aún Bizancio eran viejas de siglos. Aldea en el siglo xii, era ya ciudad en el xiv cuando la destruyeron esmeradamente los tártaros. Renació de sus cenizas. Creció. Hacia 1650 comenzó a figurar entre las ciudades próceres del mundo. Contribuyó a aumentar su fama, mucho después, la aparición del buen Iván, llamado con excesiva adulación el terrible (suman centenares los gobernantes tan hemorrágicos como él), que se entretenía en descorchar cabezas de boyardos como otros en descorchar botellas de sidra. Sólo que a comienzos del siglo xviii, el zar Pedro —tan ivánico como el anterior— fundó San Petersburgo, y Moscú dejó de ser la cabeza coronada de Rusia hasta que la recoronaron los bolcheviques en 1917. Moscú es una vasta ciudad dividida en dos —como la noche por la Vía Láctea— por el río Moskwa. Nos informamos que tiene 350 km2 de base y siete millones de almas rojas y rojizas. Dos o tres recorridas en varios rumbos nos dan cierta imagen de su poliforme presencia. Sobre una colina que apenas si lo 40
es e alza el Kremlin. De allí, como de¡ centro de una tela de araña, parten en todas direcciones amplias vías que llevan a las afueras. Las principales tienen siete calzadas: la del centro reservada a las ruedas oficiales. (¿Es fuerza ver en esto un privilegio monarquizante de la burocracia?) Las calles raras veces carecen de lo más barato y lujoso que puedan tener los caminos: los árboles. En el fondo, aquí y allá, se remontan los rascacielos moscovitas casi siempre de fachada oscura y balcones claros y floridos, rematado el todo, con frecuencia, en esbeltas cúpulas. (Hacia la periferia, tal cual barrio de otra época demorado entre los nuevos, y tranvías gualdas y rojos, ya radiados del centro.) Palacios de presencia más o menos tradicional y nionarquizante, y a veces un tanto asiática: son generalmente sedes ¿ficiales. Pululan las verjas y jardines. Vendedores nómadas de flores, golosinas y helados (estamos en julio, un escaso mes de primavera que el optimismo moscovita llama verano) como si estuviéramos en plena Sevilla. Hacia los suburbios, junto a monumentales bloques aún oliendo a tinta, no faltan casas o rúas humillantes de vejez y pobreza, aunque ya tienen los días contados.
Desde el primer momento, el espectáculo del servicio de transportes públicos alegra como una buena noticia no esperada. Al revés de lo que ocurre en Buenos Aires y otras ciudades de fama, aquí el pasajero humano merece tanta consideración como el pasajero vacuno. Quiero decir que los coches se parecen más a coches que a perreras. Y nada de esa trepidante y vociferante congestión de tránsito y de ese hormigueo de inacabables coches privados que truecan al peatón en la liebre favorita de los lebreles o mastines motorizados, o vuelven el cruce de una calzada tan aleatorio como el de un río sin vados. Hay más caminantes que rodantes. ¿No es el footing, después de todo, 41
el más vertical, es decir, el más humanó y saludable de los deportes? El Kremlin es una especie de ciudadela, alzada en el centro de la urbe, a la orilla misma del Moskwa, a fin de que pueda contemplar su anarcisada estampa en el espejo de las ondas. Lo separa del mundo un triunvirato de muros dentados de torreones. El recirLto ostenta una colección de parques, jardines, cuantiosos y :seculares palacios, tres catedrales —una de cúpulas más aurisolares que el sol—, la torre de Iván y un museo en que el profano puede curiosear boquiabierto el trono de los zares, y el bosque de oro y pedrerías y cristales iridiscentes y la pompa archisalomónica de columnas, plafones, pisos, alfombras, altares, arañas, panoplias e iconos en que vivió embobada y semiasfixiacla desde el siglo xvii la dinastía de los Romanoff, rematada en zares que campean entre los mejores modelos de imbecilidad y crueldad coronadas que ostenta la historia. Para que la curiosidad infantilizada del intruso llegue al hartazgo, el Kremlin exhibe dos juguetes únicos en el mundo: el zar de los cañones (39 cm. de calibre y 39 toneladas en la balanza) y la zarina de las campanas (8 metros de estatura y 200 toneladas de peso). En la iglesia del Arcángel hay más oro que en el Cuzco de los incas y más bizantinismo que en Bizancio. Esta bárbara y estéril concentración de riqueza más o menos fósil en un solo punto tenía su réplica en la bárbara y fecunda miseria del resto de Rusia. Las cúpulas de la Iglesia de San Basilio y otras y las bóvedas y torres de muchos palacios, todas miniadas y bruñidas como cálices o joyas, dan al Moscú de los barrios zaristas un aspecto tan fastuosamente arcaico omo el que ofrecerían Menfis, Babilonia o [as ciudades de las Mil y una noches si pudiéramos rescatarlas del polvo o de la fábula. 42
La calle llamada de la antigua nobleza conserva naturalmerite su énfasis rococó. Se queda en la memoria, tal vez para siempre, el binomio bermellón y plata de la Biblioteca Central. del Museo Lenin y del Museo Histórico. Y el Gran Teatro, todo en mármol blanco como un alba, coronado por la solar cuadriga de Apolo. En los demás países los concesionarios exclusivos del bronce de las estatuas y de la nomenclatura de plazas y calles son habitualmente los generales y los políticos, que en vida fueron también los concesionarios más o menos exclusivos del sudor del pueblo y de las rentas del país. Aquí los favoritos del privilegio estatuario son Carlos Marx, que sacó a la filosofía de las academias y la puso en los puños de los trabajadores; Nicolás Lenin, que trabajó como Prometeo para que el pueblo, es decir, el hombre moderno, tomara su destino con sus propias manos; Máximo Gorki, que escribió con sangre y espíritu para apresurar la redención de los que amasan el pan del mundo y con harta frecuencia no participan ni de las migajas; Maiakoski, cuya musa no fue la luna, ni el trasmundo, ni la patria patrimonial de los patriotas, sino la Revolución que llevó al más desposeído pueblo moderno a expropiar a sus expropiadores. Supongo que la de Pushkin, el primero de los poetas de Rusia y patriarca de su literatura es la más bella estatua del mundo porque tiene un plinto vivo: una primavera de flores perpetuamente renovada por el cariño admirativo de su pueblo. La Plaza Roja junta en uno los dos extremos del arco de la historia rusa: de un lado, la basílica de San Basilio, en que la superstición con aureola llamada religión y el trópico de pompas de la más vieja Rusia se estrechan en matrimonio indisoluble; e1 otro lado, el Mausoleo de Lenin, el "pastor de hombres", como dice Homero, que entre todos los conocidos hasta ahora ha Puesto el más profundo y bien jugado empeño en empujar a los 43
pueblos hacia el futuro para librarlos de los tramoJos y cócos del pasado. (Digamos de paso que la procesión sin tregua que desfila ante el cadáver de Ilytch Ulianoff denuncia quizá mejor que nada la desviación asiática del stalinismo: el cuerpo del autor de Materialismo y enipirocriticisino y de la Revolución más lúcida de la historia, embalsamado como el de un faraón cualquiera, adorado como el de un santón milagrero de la más pura Rusia rasputiana... ¿Es qué la humanidad va a seguir temiendo más a la pérdida de una idea hueca que a la extracción de una muela cariada? Lo que hace de comedor principal de nuestro hotel es una especie de anfiteatro con varias centenas de mesas y millares de asientos. Si no sonara mal, diría que su magnitud tiene algo de local de exposición ganadera de lujo. Platos más usuales: fiambre, queso, consomé, pepinos, variedad de pescados, pato o pollo con arroz, el salubérrimo youghurt que en la Argentina se mira con indiferencia, el oligárquico caviar que apenas probamos por cortesía como si fuera polenta trasnochada, una sopa bolchevique fría, ácida y roja, que nadie toma en serio, de los nuestros, y que yo sólo me atrevo a trasegar. Bebidas: cerveza, que aunque aquí lleva nombre de juguete —pivo-- es muy superior a la nuestra, y una coca-cola soviética apenas más potable que el jarabe puritano inventado por los yanquis para enjuagar la kurda del whisky y endulzar la propaganda de los monopolios. La lengua de Pushkin es bastante menos abordable que la cocina rusa. No lo intentamos siquiera. Algunos tartamudeamos el italiano, el francés, el inglés, pero, los camareros y camareras —¿socialismo en un sólo país?— no se dejan conmover ni siquiera por nuestra violenta y profusa gesticulación de sordomudos. Hay intérpretes (rusos que han aprendido en el colegio un español que —fuerza es reconocerlo— se parece más al castellano que el dialecto de los andaluces y los argentinos) pero son pocos. 44
Nuestra sensación de aislamiento es la del huésped de prisión celular o del cataléptico inhumado antes de tiempo por sus herederos. Yo, por ejemplo, para indicar a la ascensorista que quiero ir al octavo piso, me veo obligado a meterle ocho dedos en los ojos, y para pedir la llave de mi pieza 907 llevo escrito ese número en un cartelito colgado del cuello como un escapulario. Resuelvo aliviar mis apuros intentando una introducción provisoria al ruso y con ayuda de Nicolás —el más simpático y sufrido de nuestros intérpretes— que cada vez que me encuentra me saluda: ¿Cómo te va, Luis?, o No fumes, Luis —me confecciono un breviario de equivalencias: Sí (da), no (net), blanco (bely), negro (chorny), buen día (dobry den), buenas noches (dobry vecher), gracias (spasivo), hasta luego (do svidania), muy bien (ochenjoroschó), pan (gieb), agua (boda). Creo advertir que las palabras que tienen algún parecido con otros idiomas de Europa deben corresponder a cosas que los rusos antecesores debieron importar de otros pueblos: azúcar (sajar). sal (sol), vino (vino). No sugiero que los rusos hayan sido alguna vez insípidos y menos abstemios. Alguien me anoticia que la frase ritual e inaugural de los enamorados es más onamatopéyica, es decir, más arrulladora en ruso que en cualquier otro idioma: la tibia lullu (yo te amo). En el hafl y el comedor se siente hablar —es decir, silbar, graznar, parpar, gruñir, berrear, reír— en todos los idiomas. Se tiene la impresión de asistir a un picnic de telefonistas argentinas, o a un congreso de loros del Trópico o de la Un. Se despliega también ante nuestros ojos todo el atlas racial. Pero esto lo veremos mejor en el Congreso.
CAPÍTULO
V
EL CONGRESO DE LA COEXISTENCIA PACIFICA El Congreso Mundial por la Paz y el Desarme funciona en el Palacio de los Congresos, soberana fábrica de creación reciente, a cuyos pisos superiores se llega por una inmensa escalera mecánica en espiral. La sala de sesiones es de amplitud bastante para dar holgada y cómoda ubicación a dos mil pacientes. Sin arriesgar juicio sobre si este Congreso va a significar una efectiva ayuda a la realización del desarme y la paz mundiales, reconozcamos que el hecho de que representantes de todos los pueblos del mundo —no de sus gobiernos— puedan dialogar durante unos días, es una novedad de mayor peso específico que la continuación de la Alianza para el Progreso o el final de Marylin Monroe. Por lo pronto el Congreso resulta de suyo un museo etnográfico vivo. Y se advierte que gracias a la técnica de hoy que permite la traducción simultánea de cualquier mensaje a los cinco o seis idiomas más difundidos del mundo, transmitida por el auricular a cada escucha, ha sido superado el entrevero de lenguas que produjo el derrumbe de la torre de Babel. Por lo demás, cualquier 47
asiático o africano que se estime habla inglés o francés sin pedir permiso a nadie. Por desgracia el Occidente textil o sastrcril ha impuesto también su indumentaria de escafandro o de funda de paraguas, fea e insalubre, a los demás pueblos, por lo menos a los más madrugueros. (Pienso que ello se debe menos al puro instinto de imitación que al empeño de poner su traje a tono con las ideas que llevan hoy en la cabeza). Los otros se resisten y no seré yo quien se lo reproche estéticamente aunque ese apego a sus indumentarias significa también apego a sus prejuicios y dioses cavernarios. ¿Es que una hindú con falda a la rodilla puede seguir siendo brahamánica? ¿Es que un inglés sin smoking puede seguir siendo feligrés de la Corona y el Parlamento coronado? Los indúes usan orgullosamente, a modo de tiara papal, una toalla de baño en la cabeza. Sus mujeres visten como gitanas con un séxtuplo cortinaje de faldas que llega al nivel inferior de los talones. Los árabes se lían a la cabeza una sábana diurna llamada albornoz, que me parece más práctica y decorativa que esa lustrosa chimenea de lujo de Occidente llamada sombrero de pelo. Los negros usan buena parte de su piel rutilante de adorno como quien luce un azabache, u ostentan un blanquísimo sudario de Lázaro exultante de su resurrección. Por lo demás, cada cual luce lo mejor que tiene. Los árabes y los hidúes, aunque aún están muy lejos de haberle ajustado las cuentas al imperialismo, como Fidel y les suyos, usan también barbas plenarias. Muchos extremorientales —laosianos, vietnamianos, indonesios— como no tienen barba que dejarse ni afeitarse, se afeitan la cabeza. Mi simpatía un poco fanática por la Revolución China y Mao Tse Tung me lleva a intentar algún contacto con los chinos, aunque los delegados de este país (creo que diecisiete, es decir, irrisoriamente pocos para traer la representación de tal vez 700 millores de bípedos pensantes, ya que es como si una pecera se arrogara la representación del océano) se alojan en otro hotel. Al fin me
señalan un pasante como chino de pura cepa (o puro arroz), y busco modo de arrimármele, intentando hacerme entender en un inglés más o menos liomh'ida. Pero desde que se me extravió la valija, la suerte sigue burlándose de mi sin compasión: lo que yo tomé por una revolucionario maotsetúnico es un monje budista envuelto en una mortaja color patito. (Noto que muchos miran a este varón archivestido con tanto interés reporteril como si fuera una mujer semidesnuda). Es obvio que el aficionado a la etnografía puede hacer aquí un curso acelerado. Insisto: el mapamundi racial a la vista. Por lo pronto todos los matices de la piel nocturna: desde el negro de charol lustrado con betún del diablo al negro lustrado con goma laca, desde el café puro al café con algunas gotas de leche. Los dioses del Africa me perdonen, pero creo que todo este alarde de negrura viene adrede y sólo para que el blanco de los ojos y dientes esplenda irresistible como nieve herida por el sol. Hay negros atléticamente hermosos que lucen como una joya una sonrisa tallada en el mejor marfil. Musco etnográfico, dije. Pieles de todos los espesores y colores y matices, corno en una peletería de rango. Rasgos faciales para todas las preferencias: cráneos rezagados y ojos de leopardo; quijodas que un buldog envidiaría; narices inconclusas y otras que no harían mal papel en el rostro de un tucán. Siluetas y modales de rinoceronte o de marabú. Melenas tan inquietantes como la del león o de Sansón y calvas tan venerables como el Calvario. Pasa un personaje de importancia convincente, pero de rostro difícilmente ubicable en la geografía étnica; lleva la cabeza echada hacia atrás y mira con insultante altivez: de pronto reparo que no hay tal cosa, sino que toda su cabeza se yergue sobre una papada de tres escalones. Compruebo que es una pura mentira occidental y evangelica esa de que todos los japoneses sean iguales entre sí como 49
los gorriones. Puedo comprobar, en efecto, que cada uno tiene un timbre de voz propio, aunque es difícil saber si su risa es un gruñido de contento o de berrinche. Pasa una cubana (a menos que sea tucumana o limeña) ya un poquito entrada en carnes y años accionando un juego de curvas que ella debe reputar tropicalmente irresistibles. Las damas hindúes que observo tienen un parecido de mellizas con nuestras cholitas correntinas, santiagueñas o puntanas. (Si las máquinas fotográficas no mienten, Rabindranath Tagore, con perdón de doña Victoria Ocampo, era sosias de un pulpero caudalosamente gracioso y bribón que había en mi pago). Sospecho que los negros son los más hondamente convencidos de la gran importancia de este Congreso y sobre todo de la suya propia. Creo no ser el único en advertir que nos miran a los demás con aire de manolo u obispo de España, cuando no de desdén, o sim plemente nos miran sin vernos, como los ingleses a los hindúes o a los argentinos. Por mi parte he llegado a conclusiones que creo algo más que conjeturas. Como los negros están llegando o van a llegar a la liberación y la cultura, no tardarán en tener antropólogos que, como es lógico, se empeñarán en demostrar científicamente la superioridad de la mota sobre la mecha lisa, de la nariz de león sobre la de lechuzo. En alguna Biblia negra aparecerá una inevitable verdad revelada. Al amasar y cocer el primer hombre, al Jehová africano le salió crudo por falta de fuego: fue la raza blanca. La segunda muestra quedó a medio cocer: fueron las razas amarilla y cobriza. Puso mayor cuidado y al fin la masa salió en cocción perfecta del horno tropical, y Jehová vio que era buena: fue la raza de Cam, hija primogénita del sol y elegida de los dioses. La verdad es que oyendo hablar en el Congreso de la Paz a los delegados negros (sudanés y congolés, abisinio o angolés) en perfecto francés de la Sorbona o inglés de Oxford y expresar ideas 50
occidentales modernas —es decir, revolucionarias— con fervor africano, apenas puede dudarse que allí los días de la hegemonía imperialista y blanca están contados. (Wall Street y sus socios confían aún en apagar con la propaganda y el soborno la insurrección de los pueblos explotados. ¿Pero es que los lobos de nuestro tiempo se dejan convencer por las ventajas de convertirse en perros mal comidos? Patricio Lumunba, asesinado por el imperiailsmo, con el amén de la UN, es, no el Cristo de motas sino el Espartaco negro cuyos manes terminarán empujando hasta la libertad definitiva a toda su raza). Esta es, tal vez, la enseñanza más saludable del Congreso. De los amarillos no hablemos, puesto que a través de la China han dado ya su gran mensaje y están dando su primera lección de cosas al siglo xx, ocupando la proa del mundo en marcha. No sé qué resulta más admirable, si el ardiente deseo de paz y cooperación entre todos los hombres o la coincidencia de todos los oradores en repetir con inmaculada fidelidad todos los lugares comunes - la pleamar de los lugares comunes!— que pueden segregarse en pro de la paz y la amistad de los pueblos, y de conminación del odio incontenible que hace saltar a los hombres a la garganta de los otros. (En verdad, en nuestro siglo, por lo menos, esto es ya una mentira desmonetizada: la guerra no la hacen los pueblos, sino los dirigentes políticos y financieros y las empresas de armamentos; y no por odio sino por petróleo.) Compruebo, a propósito, que el tipo más común de hombre, bajo todos los climas, no es el borracho, sino el que se embriaga con su propia saliva. Discursos de largo aliento que cortan el aliento al auditor. Discursos solemnes como un entierro de primera. Las mismas ideas y las mismas palabras en desfile tan uniforme como los cocheros y caballos de un acompafíamiento fúnebre. Me digo que la palabra ha sido dada al hombre para esconder, no su pensamiento, sino su falta de pensamiento. Es verdad, 51
yo tengo una inquina personal a la oratoria y creo que no existe oratoria más ciceroniana que la de los charlatanes. Se precisa, en esta ocasión, una resignación de cariátide. Después de cada discurso los oyentes nos miramos tratando cortesmente de disimular nuestra absoluta falta de regocijo, con caras de ex- borrachos. Tenemos un perfecto aire de náufragos salvados en un islote azotado aún por las olas. Y las peroratas siguen unas a otras, horas y horas, y días y días por decenas y centenas. Se dirá que la perfección del arte oratorio está en convencer al oyente sin necesidad de gastar una sola idea. Yo soy un sujeto tranquilo y bonachón, y creo que todas las criaturas tienen derecho a la vida, aún los prestamistas, los cientopies y los diplomáticos, pero los discursos, hasta los cortos, me hacen perder un estribo, y los largos, los dos estribos y la cabeza. Cuando en el Congreso padecí algunos capaces de terminar con los insomnios más rebeldes y que duraron varias eternidades, confieso honradamente que pese a mis convicciones y sentimientos de paz y de concordia, hubo momentos en que hubiera pedido, como Salomé, que me sirvieran la cabeza del último orador en una bandeja. (A los que opinen que mi reacción es un tanto excesiva, debo advertirles que los 120 discursos del Congreso por la Paz y el Desarme remataron para mi en un ataque de urticaria). Naturalmente no podían faltar excepciones y no faltaron. Me pareció entender que el mensaje del general Cárdenas (el primer latinoamericano que en nuestro siglo empardó la gesta libertadora del siglo pasado obligando a Méjico a divorciarse de la piratería inglesa y vaticana a la vez, obligando a los indios a recibir tierras y más tierras para aliviar de su tremenda carga a los terratenientes y a la Iglesia, mandando a colonia de vacaciones a regimientos enteros de puros generales) señaló la vital conveniencia de no desmembrar la causa de la paz de la causa liberadora de los pueblos y las clases enyugadas. La misma tesis, si no interpretamos mal, 52
que sostuvieron los chinos. Sartre, a su vez, en su momento más significativo, vino a decir, que la burguesía capitalista había aplaudido con brío piafante El Proceso de Kafka, viendo en él una fotografía artística de la burocracia del Kremlin, y que los so, ¡éticos se apresuraron a excomulgar a Kafka, reaccionando desaforada o zurdamente. (¿No padece ya la democracia monarquista de los monopolios un ataque de burocratización galopante?) Creo que esas, amén de algunas africanas, fueron las voces que se permitieron disonar en el recitado o arrorró unánime de la paz a toda costa. Con ello está dicho que las ideas fundamentales sobre el tema apenas si fueron aludidas. ¿Es posible el armisticio con el orden capitalista, esto es, entre la liberación y la explotación, entre el cuero cabelludo y la tiña? ¿Es preferible una agonía demorada como las garúas a una muerte relámpago? Uno de los dirigentes negros del Africa, ocupó algunas horas la presidencia del Congreso Mundial. Estaba como en su tierra, a la sombra de una palmera, y habló reiterada y eufónicamente con visible halago de escucharse a sí mismo. El orador más vibrante y retumbante de la asamblea fue el presidente de la delegación del Malí. Habló de la colonización de los pueblos africanos y del imperialismo como los gatos hablarían de los perros o los perros de las garrapatas. El delegado de otro país del trópico de color —alto bonete en su país, sin duda— habló también convulsivamente y remató en un canto de guerra, mientras esgrimía briosamente un instrumento peludo; algunos opinaban que era una insignia sagrada, algo corno un hisopo o un crucifijo; otros que se trataba de un cetro. Yo, guiándome por el parecido, susurré a alguien que estaba a mi lado que no era del todo imposible que se tratase del cuero cabelludo de algún adversario: esa hipótesis debió circular de boca en boca, pues más tarde la reco gía de vuelta corno noticia semiconfirmada. Traté de conversar con otros delegados, de Mozambique, creo. Hablaban un francés piramidal53
mente superior al mio. Me parecieron abiertamente inteligentes, al menos más que la mayoría de nuestros ases parlamentarios, episcopales o castrenses. Sospeché que eran clase dirigente innata en su tierra y que su nacionalismo poco tenía que ver con la igualdad plebeya. Tal vez hubieran podido concurrir igualmente algún congreso de Wáshington si los sentimientos negrófobos de los yanquis fueran menos tropicalmente africanos. Había entre ellos un cura católico, con todo el aspecto de un neotomista tropical. (Acaso algunas de las más llameantes y humeantes columnas de la Iglesia, como San Antonio, Tertuliano y San Agustín, no fueron africanas?) Insisto en mi sospecha de que el canibalismo económico y político de los blancos —desde el rey Leopoldo de Bélgica a Mr. Dusk— está llevando a los negros a la convicción de su superioridad de raza. ¡Ajrika über alles? Also sprach Lumunba. Yo experimento una alegría de aurora cuando pienso que movidos por su idea de raza elegida, los negros lucharán, con el mismo desaforado arrojo de los griegos contra Jerjes, para arrojar fuera del Africa al vampiro imperialista, pues ello ayudará decisivamente a arrojarlo fuera de la historia. De nuevo me deslumbra la variedad de siluetas y cataduras. Perfiles y acentos antidilivianos o barbas tan hirsutamente primarias como la de Moisés cuando en el monte Oreb pastoreaba las borregas y chivas de su suegro Iethros. Cabezas chacalescas como la del dios Anubis. Esqueletos insepultos como el Mahatma Chandi. Españoles republicanos esperando sin apuro que el enano calipigio que aún secuestra a España caiga al fin como melocotón podrido. Figuras de encantadores de serpientes o de brujos de tribu trajeados a la británica. Sombreros que allá lejos no dejan, ver a Méjico y que aquí ocultan el Kremlin. En una de las etapas del viaje me tocó de compañera de asiento en el avión una joven delegada a quien suponiéndola comuD.
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nista, le hablé con cierto entusiasmo apostólico de las pruebas acumuladas por los investigadores modernos sobre la inexistencia real de Jesús. Pero resulta que ella era católica y de Luján, por más señas, aunque sólo me lo dijo cuando le di tiempo de hablar. Mi compañero, el doctor Espina, se entretiene en pincharle el inflado catolicismo descerrajándole cada vez que la encuentra: "Señorita, mi compañero la busca para continuar el cambio de ideas comenzado en el avión". La chica se vuelve inmediatamentb invisible. Al fin puedo comprobar que falta de amparo catóIicc lo ha buscado a la sombra del patriarca ortodoxo, varón tan eminente como el coloso de Rodas, y tan barbudo como un cónclave Qe chivos. Quizá Abraham o Matusalén fueron de su porte. Lo sigo con curiosidad de arquitecto o albañil, pues nunca he visto un varón mejor construido o edificado. El incircunciso Hércules o el circunciso Sansón lo llamarían compadre. Pienso que su mera presencia bastaría a contagiar fervor religioso a un estadio ohmpico. Creo que con una mano podría levantar a Kennedy en vilo tomándolo de tupé y con la otra a Kruschev asiéndole de una de sus gordas orejas. ¿Qué puente habrá podido tender entre la religión de la renuncia al reino de este mundo y el mensaje de lucha por la distribución de pan y justicia? ¿0 el puente lo ha construido a medias con los de la orilla opuesta? ¿El Santo Sínodo y la Revolución tornando el samovar juntos! X Alguien me presenta al general Lister. Conozco algo de su historia no oficial. Creo que fue el más eficaz agente de Stalin en Espaóa para facilitar el triunfo de Franco sacándole los ojos a la Revolución y proporcionando la extremauncián a sus representantes más combativos. Es un monstruo nerfeciamente antropomorfo como otros que han llegado a la fama. Toda su persona respira oria confianza rinoceróntica en la agresión rectilínea. Habla de 55
u abnegado encarcclam1eno, pero, eón pudorosa modestia, no alude a sus mejores hazañas. xxx
Una señora me interpela a tiempo de engarzarme una escarapela de la paz en el ojal de la solapa: —India? . . . ¿México?. —No, no . . . Argentina —Ycs, yes. 1 am australiana, si, si agrega en anglohispánico —Ambos countries very much ... idénticos very much muchas ovejas. . . —Si, pero nosotros les ganarnos a ustedes en carneros. - Oh! Yes, ( severa! brecds ......ariedades? —Sí, my lady: políticos, castrenses, tonsurados xxx
Las figuras más llamativas de cuantas se mueven en torno a la vorágine del Congreso son sin duda las de una pareja de sobrevivientes de Hiroshima. El lleva en el pecho, hasta el nivel del ombligo, una galaxia de condecoraciones, cruces, medallas y escarapelas. Ella y él son el imán de los fotógrafos y su presencia lo eclipta todo. En una de sus tantas poses aprovecho la ocasión para ponerme junto a ellos, invitando a un legislador argentino a acompañarme. —Y por qué tenemos que fotografiamos junto a ellos? —¿No somos sobrevivientes de Alzogaray y de los generales argentinos? xxx
Un secretario de embajada latinoamericano pregunta por mí, informándome de un traductor que se interesa por algún libro mío. Conversamos, y termina invitándome a su casa. Su esposa es una republicana española, fina y encantadora persona. El es una inteligencia aguda y bien equipada. Advierto desde ci comienzo que compartimos la convicción de que las religiones son la acefalía del pensamiento. (Ha leído mi Biografía Sacra y cele56
ka entre risas y bromas algún pasaje: "los santos, la burocracia celestial .....). Naturalmente, en el terreno político estamos tan distanciados como Lenin y San Basilio. Como yo no oculto mis ruborosas reservas revolucionarias ante el stalinismo y aún ante lo ciuc llamaremos krusclievismo, termina tomándome por . . . un escéptico, es decir, por un animal de sangre fría. A menos que me tome por un pesimista, es decir, por uno de esos para quienes el vino es sólo un vinagre en retardo. Poco a poco, sin énfasis ni prisa, le dejo ver que en mi santoral político las revoluciones rusa, china y cubana figuran como Jesús, María y José en las invocaciones de las beatas. No obstante, termina invitándome a una nueva tertulia, donde me presenta a algunos diplomáticos amigos. Apenas han pasado minutos, cuando me encuentro en medio de un nutrido fuego cruzado, no sólo contra la Unión Soviética de ayer y de hoy, sino, sin distingo alguno, contra Lenin, Trotski, Mao Tse Tung, Fidel y finalmente contra cualquier intento de sustraerse al ósculo amc roso de los vampiros, y todo ello sin la menor concesión al diálogo, pese a mis reiterados intentos, cuando un estornudo provindencial del último expositor me permite entrar en la liza, no en defensa de nadie, sino jugando mi ametralladora de bolsillo contra el bajovientre (¡ no tiene corazón ni cabeza!) de la democracia inspira(la y accionada por la Iglesia, el Latifundio y el Capital... Me interrumpe un casi adolescente coronel agregado para preguntarme, con mal envainada soma castrense, qué pienso del Congreso de la Paz—. No tengo aún opinión definida, mi coronel —contesto, pero aún suponiendo que contribuyera a ganar al fin la causa de la paz, sospecho que llegará demasiado tarde, pues para entonces es indudable que ya los pueblos habrán perecido bajo la orografía de oro de los presupuestos militares.
XXX ¿Qué resultado podrán lograr —me pregunto más de una 57
tez, en pleno Congreso de la paz— esta asamblea de los más diversos pueblos del mundo (mucho más representativa que los congresos similares de carácter oficial) tan esmeradamente silenciada por la prensa capitalista? Es difícil anticiparlo. Fuera de un comienzo de mejor conocimiento personal, digamos, entre gentes de todo el mapamundi —y ya es algo— es más que probable que, si tiene como corolario una tesonera campaña de propaganda, logre dar a los pueblos un comienzo de conciencia del carácter de Juicio Final que puede tener la guerra atómica, y, como consecuencia, ejercer alguna presión sobre los gobiernos belicistas a través de las masas populares. No sería poco éxito. Creemos, sin cortesía, que la Unión Soviética es pacifista por convicción y conveniencia, ya que, como lo testimonia el creciente desasosiego de los pueblos explotados ("sus lágrimas comienzan a rezongar más
que el océano", dice un poeta)
el tiempo conspira contra el imperialismo porque el imperialismo conspira contra la historia
Todo lo cual no niega que hay lugar para una sospecha urticante. La paz, como explicó Benedicto Espinoza, no constituye por si un ideal, sino cuando se erige sobre la justicia. ¿Es que la Iglesia no se ha tenido siempre por la inmaculada abanderada de la paz y la mansedumbre, pese a su rango de primera empresaria y beneficiaria de la servidumbre espiritual y temporal? ¿ Es que el último zar, tentáculo número uno de la autocracia más extractora de sudor y de sangre de nuestro tiempo, no fue el iniciador del Congreso de La Haya, encargado de evitar las colisiones guerreras entre las naciones? La búsqueda de la paz no puede implicar en absoluto la abdicación o la postergación de la lucha por la emancipación de las clases y de los pueblos oprimidos. Más aún: la victoria de esa lucha es el alfa de una paz verdadera. ¿Terror a la revolución? Es la sospecha que cabe. Y ya sabemos que la prudencia del poltrón no se atreve a ver que la prudencia de la golondrina se apoya en la temeridad de sus alas Ya 58
sabemos también que la paloma de la paz burguesa ha empollado siempre huevos de víbora, digámoslo con otra figura pajaril. Algo de eso ha sido dicho o insinuado, entiendo, por los delegados chinos y algunos africanos. Aunque sin duda no con la suficiente claridad y profundidad para mostrar a la luz del mediodía que el camino de la emancipación del trabajo y el de la concordia entre los hombres y los pueblos es uno solo. Pedirle al imperialismo que renuncie a las armas —ángel custodio de sus ganancias— es pedirle al lobo que renuncie a sus colmillos. En efecto, tiene una triple razón para no hacerlo; 1 9 ) La burocracia de charreteras es uno de los coros más bienaventurados del paraíso capitalista; 2 9 ) Los ejércitos constituyen el mercado de consumo de la industria bélica, las más fructífera dentro del reino de los dividendos; 39) Las fuerzas armadas son la única garantía efectiva de la resignación de las clases laboriosas a su yugo patriótico. El pacifismo, statu quo mal disfrazado, es el edén en conserva de los que no aspiran a más mundanza que esa que practican las casas del ramo. El pacifismo puro, es, por ende, la máscara de la contrarevolución.
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CAPÍTULO
VI
CONTINUACION DE MOSCU Creo que la primera y más sonriente de las sorpresas que Mos. cú puede deparar al visitante occidental es la de advertir que en sus copiosas jugueterías no figuran en primer plano, ni en ninguno, juguetes guerreros, esos elementos que, sumados al cine y a la pequeña e ¡numerable literatura policial, de Occidente, se usa pedagógicamente para hacer del niño un pichón de homicida. Sábese que las impresiones de alta frecuencia recibidas en la infancia plasman las imágenes y modalidades decisivas de nuestra psiquis. He aquí lo que mejor denuncia dos actitudes polarmente opuestas ante la vida: por un lado, la pedagogía de la agresión, es decir, de facilitar el regreso al estilo de la jungla; por el otro, la pedagogía de la concordancia, es decir, la de enseñar que la sociedad humana puede ser más ventajosa para sus miembros que la sociedad antropofágica o la lobuna. Un hallazgo trascendente en su pequeñez fue el de un artefacto enderezado a evitar un espectáculo entre los más inestéticos y rampantes: el del hombre obligado a rebajar el nivel de 61
su frente al nivel de las mediasuelas de sus semejantes. Nos referimos a un lustrabotas automático. xxx Es probable que en años anteriores, de terrible carencia o escasez de recursos, traídas por la guerra y la revolución, la moscovita vistiera con parquedad lindante con el ascetismo. Hoy viste como cualquiera de las mujeres de las otras grandes ciudades del mundo, aunque sin conceder importancia trascendente al detalle bizantino o al ideal rococó. ¿Es que podemos reprocharle que no acate servilmente esa elegancia decretada por los modistos, es decir, una estética de embalaje? Ocurre igual cosa, al parecer, en las demás ciudades de la llamada democracia popular, y la explicación tal vez no es difícil. Como la mujer trabaja de igual a igual en los mismos oficios que el hombre, no tiene mucho tiempo, ni menos disposición, para el narcisismo modistcril o joyeril. Creo que hay una razón quizá más decisiva: su creciente independencia económica la exime de su función específica de cazadora de marido, y, por ende, de exagerar el manejo de la "artillería femenina", como dice Stendhal. Por otra parte, su paulatina conquista de la propia personalidad le veda el imitar servilmente al hombre como los guacamayos y los cipayos imitan a sus amos caseros o ultramarinos. Sea lo que fuere, no se ven descotes prolongados hasta la línea ecuatorial, ni mujeres con pantalones de vaquero o chaquetas de explorador, ni damas de cincuenta otoños que visten como si sólo tuvieran trece primaveras. Y ni decir que tampoco se ve eso que constituye el mejor adorno de Roma y Berlín occidental: la apoteosis callejera de la Venus venal y venatoria. Mujeres ascensoristas, guardas, choferes, camareras, médicas, técnicas, artistas, obreras en todas las industrias, aún en las metalúrgicas de Vulcano. La función pasivamente resignada de la 62
feminidad, está llegando a su día final: la mujer interviniendo progresivamente no sólo en la actividad reproductora, sino también en la productora, de la sociedad irá participando cada ve más en la actividad creatriz. La novedad del mundo que va despunta será la de la creación totalmente humana en que el espíritu macho y el espíritu hembra se equilibrarán como las dos alas en el vuelo. No se trata, pues, como creen muchos filisteos, de un neomatriarcado, ni menos de una fusión anuladora de ambos sexos ,sino de una expresión cabal de cada uno para una integración más armoniosa y expresiva. Claro que para esto es indispensable que los hombres jubilen la miopía tradicional siempre segura de que toda el alma de la mujer está en su piel. xxx -¿ Qué tal Moscú? —Una Jauja eslava. Veo que su verano se queda en primavera. —Sí —inc contesta una dama madrilefia que vive aquí circunstancialmente con su esposo—, pero gran lástima es que esa primavera apenas dure mes y medio y que aborte en invierno. Más de treinta grados bajo cero a veces y nieve que puede llegarle hasta la cintura. . - ¿sabe lo que es eso? ¡ El jardín de invierno del encierro y el aburrimiento! ¿El infierno en la heladera? . La verdad es que quien no ha visto a Moscú bajo la nieve no la conoce. Moscú sin nieve no es Moscú, como un volcán apagado no es un volcán, o un mejicano sin sombrero no es mejicano. xxx Hacia el S. E. de la gran ciudad se extiende la Moscú de hoy, aparecida ayer: un barrio o una colección de barrios de 63
potentes y airosos rascacielos que albergan algo más de un millón de ánimas. Como todo ello ha sido planeado con premeditación y con alcance social, las plantas bajas de aquellos colosos están dedicadas a alojar todas las actividades de carácter público o comunal, desde las escuelas y hospitales y oficinas de gobierno a las farmacias y sastrerías. Como lo tienen todo a la mano — desde la oficina o el taller a la frutería o el bar — la primera ventaja de los moradores es un enorme ahorro de tiempo y de transportes. El revés perfecto de lo que ocurre en Buenos Aires, donde obreros y empleados gastan la mitad de su tiempo en trasladarse y la otra mitad en trabajar para sufragar esos transportes. xxx La primera sorpresa del viajero que arriba al Moscú estival es la de que el sol, compadecido, busca resarcir a los moscovitas de su desleal alejamiento en las demás estaciones, visitándolos todo el día y la mitad de la noche. El advertirlo me costó una broma de día de inocentes. Debía levantarme, por obligación turística, antes de las siete. Pero cuando me desperté, ya el sol inundaba mi pieza, metiéndose hasta debajo de mi almohada. Salté de ésta con una mano sobre los ojos... ¿Las diez, acaso las once? ...¡ Eran las cuatro! Me acosté de nuevo, compadecido de los gallos moscovitas, que no tienen tiempo de dar su tercer canto. xxx Veo, al callejear, vidrieras con joyas, relojes, cubiertos, taz-as de té o pieles que valen sumas con que un hambriento podría eructar durante un par de años. ¿Quiénes son los clientes de estas supervivencias antisocialistas? ¿Los turistas empapelados de dólares? ¿Los jerarcas cimeros del régimen? ¿Es que un 64
Olimpo con joyerías, visones, caviar y yates individuales puede sostenerse sin su tártaro de sumergidos? xxx Al revés de cualquier otra gran ciudad, las noches ele Moscú son tranquilas, silenciosas, casi solitarias. Los tilos, con sus emanaciones sedativas, ahondan ci fenómeno. Se ve luz en el interior de los aposentos familiares. ¿Gente que estudia, o juega al ajedrez o hace calceta? Un informante diplomático me dice que Moscú es la ciudad más aburrida del sistema solar. Se lo creo sin que me lo jure. Para los diplomáticos extranjeros, cuya angustia metafísica es cómo capear el tiempo desocupado, el socialismo de Moscú —básico o incipiente como es— debe resultarles algo como el agua mincral al alcoholista o un tapado de pieles a una morocha del Senegal. xxx Mi asesor de extrema derecha me advierte que la mujer rusa que no camina con paso vacuno, es decir, de campesina, camina con paso de sargento de infanteria. Tal vez no es una calumnia absoluta, pero sí una distorsión inflacionista, la de este fanático de la rutina que cree ciegamente que una mujer puede caminar como el Amor y la Gracia mandan sólo con tacones Luis XV o con la punta de las uflas como bailarina de ballet o desplegando un juego de curvas tan ondulante como el de las sirenas o las serpientes. Podemos creer que cuando la rusa se emancipe del todo, ganará la delantera aprendiendo a caminar con toda la soltura y la gracia de la naturaleza y el arte —no del artificio— como nada el cisne o corre la gacela. xxx Hay en Moscú cinco teatros para chicos. Hay muchísimos teatros de aficionados, de adolescentes que se cultivan y se sola
zan con el arte en sus horas libres en vez de emplearlas en vejar a los pasantes y desacreditar a la policía asaltando con éxito infalible bancos o choferes. xxx Moscú vista desde trigésimo piso. Mucha edificación a la Babel, equilibrada por mucho espacio libre y mucho árbol. Muy a lo lejos se distingue un verdadero bosque donde con la vista gorda del gobierno y de la sociedad —según mi informante— cualquier Pareja cori inspiración edénica puede rememorar el pasatiempo de Adán y Eva en el paraíso sin caer en pecado original. De noche, desde el mismo piso. Las grandes vías de Moscú y la Vía Láctea pertenecen a un mismo sistema. Las luces de lo alto y lo bajo integran una sola constelación. xxx El subterráneo de Moscú es el más amplio y recóndito del mundo y se dice que puede servir de refugio contra los bombardeos. Circunvalan el subsuelo de la ciudad, lo atraviesan en todo sentido. El descenso es tan hondo que uno cree llegar ya a la azotea del infierno, pero no hay tal: se trata sólo de una especie de Kremlin tubular, o mejor, de una réplica del siglo xx a esos palacios soterraños (le Las mil y una noches, por la magnificencia gemela de los cielos y los pisos, por el esplendor estelar y solar de la iluminación, la feérica dilapidación de márrnoles de todos los colores, de bronces, de lapizlázulis, de granitos, de cristales, de vitrales, de mayólicas, de estatuas. El asombro crece y se desborda cuando se advierte que en cada estación todo cambia (sobre todo la forma, magnitud y ubicación de las arafías, las más astronómicas del mundo) sin repetirse nunca. Se comprende y se arnerita todo lo que atinge a la magna cfiGG
cacia en el servicio del transporte subterráneo. ¿Pero es igualmente ponderable el antihelénico, bárbaro alarde de pompa (reflejo sin duda del asiatismo mental del stalinismo) a costa de evaporar casi el tesoro público, en días en que las masas rusas luchaban, como el gato panza arriba, con el hamb"e? ¿O es que los eructos de una generación pueden pagar los ayunos mortíferos de otra? xxx En Moscú no hay propiedad del suelo o de la vivienda. Ya se proyecta tornar gratis la habitación y el transporte. Entre tanto se está dando un impulso babélico a la construcción de viviendas. No todos los habitantes están instalados en los nuevos departamentos. Quedan doquier muestras del viejo Moscú: casas con ventanas estrechas, uniformes y rígidas como centinelas, acueductos de latón, es decir, caí'ios de desagüe adosados a la pared. Pero la populosa cruzada por la construcción se mueve sin pausa. La gente va vestida con decencia, eso es todo. ¿Que no hay una agresiva ostentación de confort sibarita y de fausto? Sí, pero tampoco hay ostentación de náufragos sociales: mendigos, prostitutas, asaltantes. La borrachera vocacional y el crimen pasional parecen ser excrecencias de todos los regímenes sociales. La curda bolchevique —existe aún, aunque en estado de subdesarrollo— asume los mismos caracteres pintorescos o arrojadizos que en ci mundo superdesarrollado. Como en el mundo capitalista, aquí también el libador profesional se abochorna de su vicio, como que el rubor le tiñe la punta de la nariz. No existen desocupados. La desocupación —que sería la primera consecuencia del desarme y la mayor amenaza contra él— sólo puede ser puesta fuera de combate en un país de econo67
mía planificada en beneficio integral de la colectividad y no de una ínfima minoría de pescadores de esas merluzas de oro llamadas superganancias. xxx Hay docenas más de detalles reveladores y alentadores. Ni decir que la instrucción general y los libros y útiles escolares son gratuitos o accesibles a todos los bolsillos. También es gratuita la atención médica, y, al revés de lo que ocurre en el mundo "libre", los precios de farmacia son más bajos que los de joyería. El seguro contra la invalidez y la vejez existe tan cierto como la Iglesia de San Basilio, aunque menos ostentoso. No he '-to santas en los edificios públicos ni prostitutas en las calles. Ni el cine, ni el diario, ni la televisión son agencias de propaganda comercial, esa organización capitalista del fraude, esa ofensiva alevosa de la charlatanería. Alguien me habla del selecto espíritu cavernario de las notas —publicadas en Buenos Aires— de Silvina Bullrich, especie de abanderada, según me explican, de todos los lugares comunes de la democracia con dividendos. Yo, que comprendo a los Santos Padres y a los escarabajos, no me extraóio. La mujer occidental, cristiana y. . capitalista, suele llevar, aunque no sea bella, a la Bella Durmiente del Bosque debajo de sus frondocabel!os .su razón anestcsiada. Xxx En Moscú, mejor que en ninguna parte, he podido entrar en estrecho contacto con los dos tipos de sectario más comunes de nuestro tiempo: el anticomunista y el comunista. El anticomunista —llevado a su perfección última por las Sorbonas de propaganda de Washington y Wall Street— tiene la parcialidad absoluta del hemipléjico, el misoneismo de un guardián de museo arqueológico, o, si es anarquista, el horror de los
[enoros platónicos de la libertad. No sólo confunden sanf.mente marxismo con stalinisrno, sino que creen, a dos carrillos, que la Revolución Rusa ha resultado un perfecto fracaso, y que lo ocurrido en China y Cuba son perfectos estupros de la libertad (esa hada más inmaculada que los ángeles, que se prostituye ni bien pone el pie en tierra), tenebrosos borrones que deben ser exonerados de la historia, y más aún: darlos por no existentes. . . El anticomunista, cualquiera sea su variedad, cree que la realidad de la naturaleza o de la historia, si no consuena con el ideal que él les fija, no tiene razón; en el fondo, aunque él no lo sepa, sigue siendo un espiritualista aséptico, un feligrés de la utopía o un devoto de la mitología del pasado: de la libre empresa, el cooperativismo, el parlamentarismo, la acracia beatífica de Jesús Nazareno, la filantropía supositoria de los multimillonarios. Los feligreses del partido que hoy se llama comunista (con sus millones de militantes donde sobran mujeres y hombres hechos a todo esfuerzo y sacrificio, sin excluir el heroico) no se sospechan en general el océano Pacífico que media entre la doctrina de Marx y el mormonismo político de José Stalin. (No dudo que hay dirigentes políticos que lo saben, aunque los más prefieren ignorarlo.) El comunista, en general, cree que el P. C. interpreta diáfanamente y encarna integralmente la pasión y la acción revolucionarias de la clase obrera. ¿Que el partido haya terminado volviéndose un aparato tan burocrático como cualquier partido de la burguesía? Lo llamará disciplina. ¿Que las purgas de sangre de 1936 y 38 significarori la decapitación de la Revolución en las personas de sus heroicos dirigentes, con la excepción de Lenin, muerto ya? Dirá que fue una necesidad dolorosa, pero indispensable para salvar la revolución. ¿Que Stalin postuló el socialismo en un solo país, disolvió la Interna69
conal, y en 1945 firmó un pacto, no con los comunistas chinos, sino con Chiang Kai Shek? Dirá que fue menester de una estrategia revolucionaria, tan profunda que sólo los iniciados pueden columbrarla. En la Biblioteca Lenin hice esta pregunta: -¿Se encuentran en esta biblioteca los libros de uno de los dos caudillos de la Revolución de Octubre y su más grande historiador, León Trotski? —Sí, se encuentran. - Pueden ser consultados por cualquier lector? —Sí, sólo que es preciso elevar una solicitud.
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CAPÍTULO
VII
GEORGIA INVADE EL FUTURO Terminadas las sesiones del Congreso los delegados se fraccionan en varios grupos que parten de visita a opuestas regiones del país. Yo me he sumado a una congregación latinoamericana que se dirige a Georgia, sita en las fronteras con Mesopotamia y Persia. Naturalmente me atrae menos el recuerdo de Stalin, el archipolizonte, que el de su antípoda, Prometeo, que tuvo su calvario en el Cáucaso. En un vuelo casi supersónico, en poco más de un par de horas, llegamos a Tbilizi, la ex Tiflis, capital de Georgia. Al día siguiente, pese a los 39 grados de temperatura a la sombra, llegamos en visita de cortesía a los altos hornos de más altas mentas de Georgia. Nuestra opinión unánime es que aquello es la antesala del infierno. Cabiros semidesnudos, esgrimiendo largas palas o tridentes y loasándose la piel y el alma ablandan con ascuas de carbón de piedra el hierro dejándolo casi al nivel del queso mantecoso. Después pasa a poder de los que lo manipulan y comprimen, ensanchándolo como tablones, alargándolo como vigas, perforándolo como tubos o pajuelas. (Ob71 -
servo que los que disfrutan del demoniaco honor de estar va rias horas del día en camaradería con el fuego, se muestran tan
enjutos como lobos en invierno, mientras los dirigentes tienden a la línea plena cuando no al abdomen episcopal.) Desde una casilla con aire acondicionado, mediante un dispositivo especia!, una muchacha manipula el hierro candente como si se tratara de masa para hojaldre o tallarines. Al día siguiente una parte de los delegados visita un koljosc situado a casi doscientos kilómetros de Tbilizi hacia el S.E. A medida que avanzamos, la vegetación, escasa, se levanta y adensa más. Se ven caballejos fraternalmente parecidos a nuestros viejos caballos criollos de los que sólo quedan ejemplares en las provincias interiores, y burros iguales como dos granos de cebada, a los que el hombre explota y tiraniza en todas partes, desde Belén de Palestina a Belén de Catamarca. Desfilan a ambos costados de la confortable carretera, maizales, trillas de cebada, parvas de trigo, árboles frutales, viñedos. Pájaros desconocidos vuelan o gritan diáfanamente al pasar dando al paisaje ese encanto de patio escolar del cielo que comunica a todo la presencia de los pájaros libres. No hay o no se ven chozas campesinas. Son todas casitas más o menos nuevas, de hechura y confort modernos, trabajadas en piedra, ladrillo y tejas. (¡El campo al fin para los campesinos y no para los terratenientes como en la Argentina y otros edenes de la libre empresa.) xxx El koljose o cooperativa agrícola que visitamos es el resultado de la fusión de cinco cooperativas anteriores. 4.400 pobladores divididos en 1.500 familias; 3.208 hectáreas de tierra repartidas así: 550 viñas, 300 de quintas, 800 de labranzas. Posee 600 vacunos, 2.000 ovejas, 1.300 cerdos, 12.000 aves. Explota72
ci6n altamente mecanizada y tecnificada, con 24 tractores y 4
cosechadoras, atendida por 7 agrónomos, 25 técnicos y 2 ingenieros mecánicos. Con las ganancias anuales de la explotación, que alcanzan a 1.200.000 rublos —debidas principalmente al rendimiento de las viñas— se construyen edificios comunales o se invierten en mejoras de interés general o en gastos de administración. Lo que resta se reparte entre los koljosianos, en dinero o especies. La tierra pertenece toda al Estado, pero cada familia recibe en cesión media hectárea de terreno para verdura y fruta y hace su casa propia. Los koljosianos disfrutan gratuitamente de la energía eléctrica, la molienda y el transporte, y de asistencia médicas los medicamentos se pagan a bajo precio. El koljose posee jardines infantiles, un internado para ochocientos pupilos y escuelas de enseñanza media. Los niños no comienzan a trabajar antes de los dieciséis años. Las mujeres están excluidas de las tareas pesadas, y de todo trabajo dos meses antes y dos después del parto. Tales son los datos suministrados por las autoridades del koljose. Nosotros sólo vemos las cosas desde afuera. Hay premios al trabajo y mayor ganancia a mayor producción individual: ¿no equivale eso a la incentivación o trabajo a destajo de la explotación capitalista? Los koljosianos en asamblea general eligen una presidencia de 15 miembros, que es su gobierno autónomo, pero que trabaja en estrecho contacto con el Partido Comunista. ¿Hay mala fe en desconfiar que las autoridades del partido mandan más que las del koljose y que la autoridad de éste queda reducida a polvo de arroz? Después de una visita de cortesía a quintas, viñedos y cultivos koljosianos —tan convincentes como una demostración geométrica, tan hermosos como un tapiz de Persia— nos espera una recepción más confraternizante aún: ensalada y pollo y otros 73
poemas culinarios y algo ms a medida para corazones pampea-
nos: carne vacuna y vino a discreción. La palabra vino no expresa todo, porque se trata de algo que se parece a lo que hoy se llama vino entre nosotros como el cisne al pato casero. El presidente del koljose es elegido presidente del banquete o kamadá. Este kamadcí, acaso tan danaidesco potador de mosto como el propio Omar Khayyam que en sus rubaiyat lo cantara inmortalmente, comienza brindando por la paz y la amistad universales. (Estos hombres saben mejor que nadie que la guerra es tan ciega como el enojo del rinoceronte y tan dañina como la poliomielitis, aunque un poco peor.) Uno de los compatriotas de Belisario Roldán, apresurando el último trago, y sin pérdida de un segundo, responde al brindis, cuya traducción del georgiano al ruso y del ruso al español es replicada siguiendo una vía inversa. ¡Seis arengas en lugar de dos! Para mejor el kamadá es un surtidor intermitente de brindis o toasts: brinda por la paz mundial, por la de Latinoamérica, por la amistad argentina, por la felicidad de nuestras familias y parientes. (Yo, contagiado de númen pacifista, pido que se incluya explícitamente a las suegras.) Los nuestros van contestando al punto, siempre dejándolo corto al hijo de Georgia. (Pienso que el hombre inventó la palabra para no morir de asfixia.) Todo ello sin dejar de comer, aunque tragando sin mascar como la ballena de Jonás: hay comida para empachr a un canónigo o un buitre. Como el tema es el mismo, y el estilo también, el contrapunto oratorio va resultando muy parecido a un arrorró: sospecho que si no fuera por la alacridad del maravilloso vino georgiano, estaríamos ya todos roncando en paz universal. Brinda de nuevo el kamadá porque los hombres de ciencia y pensamiento solvente se constituyan en los primeros abnderados de la paz. Contesta un médico argentino, para asombro mío, con brevísimas palabras. Una o dos veces pronuncian mi 74
nombre. Vo, que soy a veces un charlatán sin solución de con-
tinuidad, a pie llano, tengo un odio personal a la oratoria, o charla en zancos. Propongo, buscando alivio, que hablen las mujeres, fundado en tres razones: —que la igualdad socialista les concede el mismo derecho a usar de la palabra como proyectil; —que la verborrea es en ellas virtud funcional; —que en los hombres, la sintonía entre cerebro y lengua está ya rota a causa del néctar georgiano. La oratoria femenina se inicia efervescente. Pasan minutos y noto que el alivio es apenas perceptible. Siguen nuevos brindis. Yo me torturo por adivinar si los brindis son un pretexto para hablar o la oratoria es un pretexto para beber. Se pide que hablen los parlamentarios argentinos. El doctor Espina cita mi opinión de que si lo malo es breve equivale a lo bueno y termina a dos pasos del comienzo, elegantemente, con el discurso más breve oído jamás en español. Lo felicito con todo mi calor humano, elevado de temperatura por el mosto georgiano. Dos sujetos de tenebrosa entraña corean de nuevo mi nombre. Intento defenderme, pero ya un comedido me pone en la mano una copa abejeante y ya el kamada' guía mi lengua con una sonrisa entreabierta y un brazo semiextendido. Entro en acción excusándome de no poder hablar en nombre de mis colegas, como se me exige, porque (salvo excepciones que presumo, pero que no conozco) los escribas del Plata son feligreses de algún oficialismo más o menos estabular, aunque no siempre sea el del gobierno, y yo soy un antioficialista funcional, es decir, una especie de perro suelto, sin collar y sin amo. En nombre de Espinoza digo que la paz no es un ideal en sí, ya que la paz asentada en el expolio, la servidumbre y la dolce rita es la paz del osario. A la paz, pero a través del único camino transitable por la honradez: el de la expropiación de los expropiadores, como en Cuba. ¿0 vamos a postular la coexistencia 75
pacífica entre el pero y las garrapatas? (Por el ínfimo efruéil do del aplauso sospecho que mi tesis ha disonado como un aullido de lobo hambriento entre un coro de perros pastores.) Entendemos que de Stalin no queda en el territorio de la U.R.S.S. ni la sombra de los bigotes. Pero su patria georgiana es una excepción. Lo conserva en estatua, mientras en Moscú sus restos mismos han sido ostentosamente rebajados de categoría. En Tbilizi he visto una tela que representa a Stalin y a su madre. El ex seminarista de Gori y ex amo de todas las Rusias, que sentimentalmente hablando era una justa combinación de pantera y hiena, se muestra junto a su mamá en traje blanquísimo (le mariscal de verano y con una sonrisa tierna e ingenua como la de un niño de primera comunión. En un alto del camino, mientras escucho el rumor eolio de los árboles y una cristalina polémica de pájaros y admiro el tornasol del buche de un palomo, que asedia en círculos concéntricos a su dama jurándole amor con voz de torrente —divago sobre los giros de la historia y la geografía. Los árabes, que en sus grandes migraciones escapaban de sus tierras enjutas (faz glabra y supliciada de la tierra, oleaje de arenas sin una gota de agua, lábaro verde del Islam prometiendo pastos y frondas), huyendo de la sequía que borraba los oasis, los árabes llegaron armados de barbarie y de esa barbarie con fiebre que es el fanatismo, a conquistar ci mundo. 111cieron algo más: absorbieron lo mejor de las tierras y gentes que invadían, y así llegaron a ser, durante siglos, los albaceas de la civilización y los primeros médicos de la barbarie endémica de la Europa del Medioevo. Se contagiaron de culturas decadentes y las redimieron dándoles vida nueva. Así llegaron aquí. ¡Qué historia debe ser la del Cáucaso sólo en sus diez 76
últimos siglos! Sólo queremos recordar que cuando a mediados del siglo pasado, las tropas zaristas vencieron a Chamil, héroe nacional del Cáucaso, y los caucasianos —como los judíos de días de Tito o los argelinos de Ab del Kadcr— debieron expatriarse, el sultán de Turquía les ofreció tierras en Siria y Palestina. Bajo cualquier régimen político o religioso, los ricos fueron siempre "el pueblo elegido". Podernos perdonarle a Dios su existencia, pero no el haber creado al terrateniente, que se queda con el agua y la tierra de los otros, y el prestamista o capitalista, que se queda con su sudor amonedado. Georgia ya no los tiene y no parece echarlos de menos. Una reunión social en Tiflis. Pocas mujeres. (Estos georgianos parecen estar ensayando el socialismo sin renunciar del todo a su patriarcalismo mahomético.) Veo rostros muy bellos, pero contradictorios: por ejemplo, un perfil de efebo helénico con cejas de verdugo turco. (Y quién no conoce payasos solemnes, verdugos devotos, cangrejos progresistas, millonarios filantrópicos?) Me presentan al poeta más acreditado de Georgia. Es un viejo magnífico, pese a su aire de deber tres o cuatro muertes. Aguanto como puedo su apretón de manos, aunque su efecto no es inferior al de un buen pisotón. Para aliviar el trance, ya que estarnos en el edén de las viñas, se me ocurre hahlarl de Omar Kliayvarn, ci salmista del vino, y de una no indigrn traducción e1a de uno de sus ruhaiyat, una de las más inolvidables estrofas del mundo. Escucha al intérprete y clavándome sus ojos de vieja águila, me ordena que la recite, sólo por sentir el ritmo y la consonancia, ya que entre los dos idiomas hay más distancia que la que media entre el Kremlin y la Casa Blanca: 77
Con la'm paras apagadas y esperanzas encendidas, amanece. Con lán paras encendidas y esperanzas apagadas, anochece.
000 La República de Georgia es hoy un desafío a todos los atrasos. Región fragosa, calurosa, semiárida, donde no llueve a veces ni aunque truene fuerte, y con un área territorial de las más estrechas: ¿cómo ha llegado a ponerse a la cabeza del avance ruso? Puedo vender barato la receta: mediante el alto desarrollo industrial asociado a la alta tecnificación agropecuaria. Partiendo de una ponderable riqueza minera —común a muchos otros pueblos—, Georgia ha creado una industria delantera que produce desde máquinas electrónicas hasta las más variadas máquinas y herramientas agrícolas y caseras que llegan al usuario sin que las rebautice el intermediario. Este alto poder técnico ha permitido aprovechar toda el agua del país, incluso la encarcelada en el subsuelo, y dar riego sin falla hasta la última pulgada de tierra cultivable, aíiadiéndole el fertilizante adecuado. Ni decir que con todos los saltos hípicos del agua montañesa se ha organizado una caballería de fuerza que carga con todo o casi todo el servicio eléctrico que precisa la república. Agréguese a esto la socialización del agro jubilando de golpe el parasitismo terrateniente y se explicará el milagro: con un territorio menor que el de algunas de nuestras provincias argentinas, Georgia no sólo ostenta una industria ultramoderna, y los mejores vinos y la más alta enseñanza media y las más bellas —y, supongo, las más tórridas— mujeres de la U.R.S.S., sino 78
que agréguese también el 97 % de las oceánicas toneladas de té que sorben anualmente los soviéticos. 000 Volamos de nuevo sobre Georgia. A lo lejos el Cáucaso sagrado de Prometeo, casqueado de nieve y de leyenda. Después nos perdemos en un tal bosque de nubes que por horas no vemos nada de nada. Una ceguera gris. Al fin comenzamos a descender sobre Moscú: más de una legua de descenso, bloqueados de nubes, embozados de nubes hasta las cejas. . . Cuando con el alma en suspenso creemos haber pasado más abajo del piso del infierno, la tierra aparece de golpe, al alcance de la mano y del pie, verde y risueña como una égloga.
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CAPÍTULO
VIII
PRAGA, OMBLIGO AEREO DEL MUNDO Praga, ombligo de la aeronavegación mundial. Por aquí cruzan, en efecto, los aviones que van de Pekín a Oslo, de Moscú a Lima, de Berlín a Bombay. Tal vez en ninguna otra ciudad se da como en Praga una combinación tan bien avenida de antigüedad y modernidad. No ocurre como en Roma: la ruina precristiana chocando contra el templo medioeval y rebotando sobre el rascacielo americano. Praga no es ni con mucho tan remotamente vieja. Ha conservado mucho del Medioevo y del Renacimiento, modernizándose de hecho tanto más que cualquier otra ciudad de Europa. El secreto está en que Checocslovaquia es agropecuaria e industrialmente poderosa y actualísima, y gracias a ello y a un comienzo de socialización, el pueblo checo (no aludo a su casta parasitaria, si la hay) parece boyar sobre un nivel de vida alcanzado por muy pocos pueblos. No nos extrañe. Antes de la última guerra era ya un país de gran desarrollo, y la toma de la Skoda —una de las más aciagamente fecundas fábricas mi81
litares de Europa— significó para Hitler más que varias batallas ganadas. La plaza Wenceslav —plaza, calle y paseo en uno— es de lo más praguiano, aunque no tanto como el puente Carlos IV que cabalga sobre el río Moldava desde el siglo xiv, sin perder los estribos, sirviendo hoy a los autos y autobuses como ayer a las carretas remolcadas por bueyes y a las procesiones piadosas remolcadas por santos. Los puentes modernísimos que quieren empañar su fama no pueden con su autoridad de siglos. Debe solidarizarse con él el hermosísimo río, que pasa sin demora ni prisa, mostrando alegremente sus lanchas, sus botes y sus patos. El palacio de los antiguos reyes checos (hoy sede del gobierno popular) como otros edificios de tradición y rango, ostentan una oscura pátina que simula una armadura medioeval; sólo que vistiendo de colores claros sus puertas y ventanas y de flores sus balcones, se burlan risueñamente de los señores de bragas de hierro. A causa del subsuelo de piedra, Praga no tiene subterráneos, pero tiene túneles y puentes para tirar por la ventana. Como las demás ciudades de la democracia popular, Praga seduce por su ausencia de atronadora o acegadora propaganda comercial, esa ofensiva permanente de la neobarbarie y el neocartaginismo. No se ve, pues, la figura femenina en paños menores, o con media hoja de parra sirviendo de anzuelo a los pescadores de ganancias. No se trata de hipocresía o misoginia calvinista, según entiendo, sino de mero respeto a la sagrada gracia femenina, que jamás debería ser usada para menesteres vomitables. Naturalmente las más interesantes muestras de Praga son las praguianas. Algún bizantino de Occidente podrá opinar quizá que no son canónicamente gráciles o venustas y que en su esbeltez hay algo de militar. ¡Quién sabe! Sólo advierto que su gracia sólida y altiva es sin duda la que cuadra a un pueblo 82
de trabajadores y luchadores en avance, sin tiempo para lo sibarítico o rococó. Son comunes los chicos y mujeres de ojos zarcos y soñadoramente hermosos: violetas en un vaso de leche. La praguiana es excesivamente alta, creo que en general más alta y a veces más robusta que el hombre. Sospecho que en una polémica matrimonial con argumentos sólidos el marido difícilmente convencerá a su contrincante. Se dice que la checa es más eslava que la misma rusa y por ende que no se deja abordar por el primer turista desocupado que pasa, y aún suele burlarse patrióticamente de él. Para mayor margen de equívoco, parece que el monosílabo sí suena en checo como no. Alguien debió anoticiar a una golondrina praguiana de mi debilidad por el gorjeo y la rima, por el vuelo y el verso, pues ha madrugado hoy a darme la bienvenida pasando y repasando ante mi ventana con garrir tan cristalino y gozoso que parecía una traducción del cielo checo. Se advierte al primer vistazo que el de Praga es un pueblo satisfecho de sí mismo. Su primer modo de expresarlo es comiendo con la menor intermitencia posible, como los pájaros o los gusanos de seda. (Hay algo de venganza retrospectiva de los años de dieta de la invasión hitleriana?) Pienso que el escudo checo debía exhibirse menos en los edificios oficiales que en los populosos hoteles, fondas y kavarnas que flanquean la plaza Wenceslav, a toda hora, hormigueantes de clientes y sahumando a perfumería culinaria. (Yo me digo que si bien un filósofo hambriento tiene menos dignidad que un perro bien comido, no es menos cierto que los excesos gastronómicos de un mortal conspiran casi siempre contra su idoneidad sensitiva y pensativa.) Sería incurrir en omisión alevosa no consignar aquí que los checos, según testimonios fehacientes, beben también a dos carrillos y han arrebatado a alemanes y austríacos el título de cam83
peones de peso pesado de la producción y libación de la mejor cerveza del mundo. Un checo que se respete un poco —nos informa un médico argentino residente aquí— puede sorber hasta 25 medios litros de cerveza en el curso de un solo día y parte de la noche, sin más interrupciones que las exigidas por los apremios de la deshidratación. La influencia poética y galante del néctar checo es tal que tino de mis compaáeros, en un rapto de espumante efusión, me confiesa que comienza a ver las piernas de las praguianas como botellas de cerveza invertidas. Los tres viajeros que debemos partir a Alemania nos hallamos en la estación ferroviaria como en la casa de la esfinge. ¿El tren que a las 13.30 pasa rumbo a Berlín es el que viene de la derecha o el que viene de la izquierda? Tratamos de despejar la incógnita preguntando con señas, visajes y monosílabos, primero a un guarda, después a un inspector, y como nos responden en alemán una pregunta que no han entendido, terminamos confundiéndonos mutua y profusamente. Yo persisto en buscar la piedra filosofal, interrogando al mayor número posible de yentes y vinientes en dos o tres dialectos de mi creación que yo llamo francés, italiano o inglés, según el caso. Por fin... - Parlez-vous français? —Oui, oui... qué demandez vous? El tren no acaba de llegar bien, cuando parte de nuevo con su prisa de 118 kilómetros por hora que debe parecer supersónica a los riojanos de Espaíia o la Argentina. Mi informante —enviado sin duda por el Dios de los ateos— es un alemán que va a Dresden. Me anticipa que en el camino tendré ocasión de disfrutar de la vista de los espléndidos y heroicos destrozos de la guerra. En efecto, no tardo en comprobarlo. Pero poco a poco van retaceando esa impresión de pompa fúnebre, la flu84
yente belleza del río Moldava y el espectáculo de colinas, qun tas, prados de cebada, sorgo, avena o patatas. Arboles verdísimos, como recién pintados por la primavera. Casitas muy bien plantadas y trajeadas para ser campesinas. Ciudades. Mujeres escardando la tierra y un hombre piloteando un tractor. Otra vez cerveza en ciernes, es decir, cebada y lúpulo. Abetos, abedules de tronco negro o blanco. Colinas cultivadas como hortalizas. Un tren de carga pasando como una escolopendra entre una colina y el río. Fábricas con la geometría de hierro de su arquitectura y sus largas chimeneas fumando la pipa de la paz. Casitas, siempre casitas, es decir, el campo y el paisaje para los campesinos, no sólo para las vacas y los terratenientes, como en nuestra Argentina y Sudamérica antediluvianas. Si no fuera por la intervención bilateral de la policía aduanera, el cruce de la frontera pasaría inadvertido. El río que vamos costeando ahora —solemne y fecundo como los patriarcas-- susurra en alemán. Pasan de cuando en cuando verdaderos cerros esponjados de bosque. Un puente de dos pisos, uno para neumáticos, otro para mediasuelas. También ¿por qué no? una carreta tirada por bueyes y cargada de pasto y cielo. Vagones cargados de troncos o de carbón de piedra. Muchachas hermanas de Loreley, tan tudescamente rubias contra el sol, que para verlas bien fuera preciso gafas ahumadas, como dijo alguien. Un pájaro sin nombre para mí como para Adán en sus primeros días, que se posa en una rama y parte de inmediato detrás de un largo silbo transparente. Túneles en que uno puede contar hasta cien o pensar en el sepelio anticipado de los catalépticos. Al egresar del túnel: varias golondrinas en el cielo, dos barcos en el río. Y al fin Berlín.
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CAPÍTULO
IX
LAS DOS MEDIAS MANZANAS TEUTONICAS Allá por el siglo xiii Berlín era una aldea de pescadores. Aún despuntando el siglo xviii no contaba como la ciudad más prócer. Había varias ciudades en los pueblos alemanes —Frankfort, Heidelberg, Koenisberg, Munich, Dresden— de tanta o mayor fama que ella. La capital del ya hegemónico reino de Prusia, era Potsdam, que llegó a trocarse en una especie de Versailles traducida al alemán, cuando por el juego de las fuerzas económicas y el talento político y militar de Federico II, Prusia tomó asiento entre las potencias tutoras de Europa. Poco a poco, Berlín, superiormente ubicada desde el punto de vista de la geografía económica y militar, se trocó en capital de Prusia y más tarde de la Alemania imperial, es decir, cuando de un país desmembrado y pisoteado por las botas del gigantesco enano que fue Napoleón, Alemania, bajo los bigotes de Bismark —arco de triunfo a la germánica— se trocó en la muñeca más pesada del continente. Alemania (que antes de Bismark habíase alineado ya entre los países cimeros de la cultura de Europa, con Kant, Hegel, Goe87
the, Heme y el coro de sus gloriosos miisicos) emprende un curso acelerado de modernización y prevalencia en los demás terrenos: industrial, militar, político y técnico. Gracias a la verdadera caverna de mago que son los yacimientos de carbón y hierro del Ruhr, la Alemania agropecuaria y artesanal se trueca casi de golpe en una gran potencia moderna, superando en producción de acero a la misma Inglaterra, amenazando con su poderío industrial a todas sus rivales. Estas, que ya se habían repartido entre sí gran parte del mapamundi, resuelven ahogar ci peligro en su fuente, en 1914. Derrotada y literalmente maniatada por el Tratado de Versailles, Alemania resurge gracias a las profundas e irremediables contradicciones del régimen capitalista. Las potencias de Occidente resuelven hacer de ella un cordón sanitario contra la expansión de la peste bolchevique y sobre todo contra un peligro mayor: el triunfo de la revolución social en Alemania. Ello, agregado a la mecánica expansiva del capitalismo del Ruhr, dan la sencilla clave del rearme alemán y de las hazañas de Adolfo Hitler, esa iliena apocalíptica con bigotes de peluquero. Producida la derrota de Hitler, sus vencedores —Truman, Stalin, Churchill y el representante de Francia— se reunieron como amigos y compadres a la orilla de una estufa en el castillo del Kromprinz. en Potsdam, y resolvieron ocupar en confraternidad cuadrilátera Berlín y sólo por el tiempo indispensable para lograr la desnazificación y democratización de Alemania. La santa cruzada debía iniciarse procesando y distribuyendo premios de horca entre los héroes militares, políticos y financieros del nazismo. Al final de la guerra las tropas soviéticas habían ocupado casi la mitad del territorio alemán, Berlín incluso. Para que el proceso cicsnazificante se iniciara desde Berlín en forma cooperativa, los aliados occidentales debían volar 88
corno palomas mensajeras de paz sobre la zona de ocupación soviética. Pero es más probable pase un camello por el ojo de una agLija que una idea de liberación por una cabeza capitalista. Ni decir que los hechos fueron un macizo desmentido del etéreo ideal. Como en el reino del cuervo, no se advirtió frontera entre la región de las alas y la del garguero y el intestino. . . A la política capitalista no le importa evitar las calamidades de la guerra sino las calamidades de la merma de sus ganancias. ¿Que a veces es preciso sacrificar hasta la vida de millones de hombres? No importa: ella puede dar un reino por un caballo ganador. No se extrafie que los fabricantes de conservas y heladeras tengan ideas envasadas y corazones en frigorífico. Esta vez, con su ayuda a sus aliados de Occidente, el dólar sólo se proponía hacer de la Alemania del Oeste lo que estaba haciendo del Japón imperial y feudal: una fortaleza apuntando hacia la U.R.S.S. y sobre todo hacia cualquier amago de socialización de las masas trabajadoras en cualquier parte del mundo. (En América la receta llevaba el nombre de Defensa del Hemisferio.) La U.R.S.S. a su vez quería hacer de los países ocupados por ella un paragolpe para salvar los intereses del Estado ruso mucho más que los intereses de la revolución social en ci mundo. La secesión de Alemania en dos mitades, corno si se tratase de una amiba, significó la descalcificación galopante de una de ellas. No hay posibilidad de gran nación moderna sin una gran industria propia, y he aquí que el corazón industrial del país estaba en el Ruhr, es decir, en la Alemania ocupada por los capitalistas, sin contar que en ésta el dólar comenzó a moverse como en casa propia. Fuera de la más asordante y encandilante prédica tendiente a demostrar que la propiedad privada y la empresa privada son las dos alas para volar a la gloria, se pro89
cedió a algo ms convincente: asignar al marco occidental un valor cuádruple al del oriental. Todo esto, agregarlo a la descalcificación traída por la industria ausente asignó a la Alemania del Este un papel de Cenicienta. Pero pasó un puñado de años, y un régimen social de mayor sensatez y justicia unido a la emulación y a la intensa y disciplinada laboriosidad del pueblo alemán, trajeron lo suyo. La Alemania oriental no sólo fue recuperando, con ventaja casi siempre, lo destruido por la guerra y elevando a un nivel de holgura su economía agropecuaria, sino que, aliviada del peso casi geológico de los presupuestos militares a la Kaiser o a la Hitler, ha podido acometer y cumplir una hazaña sin par: crear una industria pesada aunque sea con hierro y carbón traídos de Polonia y Rusia. 000 El Berlín oriental, reconstruido casi en su totalidad, se muestra otra vez en una fuerte belleza walkiriana, aunque sin los torpes y onerosísimos arreos del parasitismo militar. He aquí algunas anotaciones de nuestra memoria. La Unter den Linlen, la más famosa y hermosa vía de Berlín, destruida y ya reconstruida del todo como lo atestigua la extrema mocedad de sus tilos. La Alexander Platz, paseo favorito de las berlinesas, tiene más atractivo y valor que todos los desfiles militares que ha presenciado Berlín. La Frank furter Allée erguida de nuevo, renacida de sus cenizas. La Torre de Müggel, desgajada por las bombas, se ve reintegrada a su unida y solitaria esbeltez. La babélica torre de la Casa Consistorial señala el centro de Berlín y el del cielo. Alemania es la patria de Brehern, el mejor biógrafo de la zoología, y de Flagenbcck, el Pestalozzi de los animales: nada de extraño que el Parque Zoológico Friedrichsfelde sea uno de los más parecidos al Edén y al Arca de Noé a un tiem90
pó. Los ríos Spree e Itavel y los lagos circundantes han hecho de los berlineses, hijos de una ciudad mediterránea, un pueblo tan bogante como Lohengrin: el lago Müggel es el edén acuático del Este. (En lo que llevo visto de Europa advierto con gozo lo que llamaré el culto de los ríos como de dioses familiares: el empeño en conservarles religiosamente su limpieza y belleza naturales. Y pienso en nuestro Riachuelo —para no citar más— convertido en un atraco a nuestros ojos, nuestra nariz y nuestra alma.) Y la noticia mayor: Berlín oriental no ha podido dejar descender el alto nivel de la tradición cultural alemana: es decir, lo mejor de su empeño está puesto en salvar y elevar lo mejor de sus teatros, sus institutos científicos, sus museos, sus salas de conferencias, su grandiosa Universidad Humbolt. En el centro y en la periferia, codeándose con la vieja edificación o con las últimas ruinas de la guerra, se alzan los colosos de las nuevas viviendas, no sólo obvios de poder y modernidad, sino respetuosos como el que más de la gracia y la belleza. Queremos creer que la Puerta de Brandemburgo, con sus columnas y su cuadriga griegas remontadas hacia la claridad como un vuelo en el alba, no se abre ya a un anteayer de hierro y rezos ni a un ayer de concentración campal en el infierno, sino a un futuro de creación puramente humana. 000 Una cosa es obvia. El acuerdo desnazificante de Potsdam ha abortado en la ocupación vitalicia de Alemania por sus vencedores. Al otro día de un juicio que pareció un ensayo del Juicio Final, contra los jerarcas nazis, y de condecorar a algunos con la Orden del Collar, u horca, a fin de acallar el clamor de jus-
con el resto: es Uecir, con ios mas meritorios serviaores que naya tenido el crimen en la historia. Por lo pronto Alfred Krup, el Vulcano nazi, el armador y financiador de la pirotecnia hit]eriana, reintegrado a su fortuna, cargos y honores. Y el general Heusinger (ex jefe del Buró de Operaciones del Cuartel General de }iitler y responsable número uno de la inundación de sangre de la Wehrmacht sobre los pueblos de Europa) ascendido a presidente de la OTAN. . . . Y detrás de esos magnates máximos del genocidio, todos los de primera y segunda magnitud. (Faltan Himmler y Eichman, porque se apresuraron locamente a autosuprimirse o fugarse, sin esperar la nueva aurora nazi.) Los héroes de Hiroshima manteníanse a nivel. Así vino Berlín a quedar partida en dos mitades, corno un matrimonio por la intervención de una suegra, para dar gusto a sus ocupantes. ¿Ciudad bifronte? ¿Barril de pólvora de Europa? No, algo infinitamente peor: el barril termo-nuclear del planeta. Frontera entre dos edades de la historia. Frontera de aullidos. El terror carnicero y el pánico herbívoro. Almas tiritantes. En eso ha venido a rematar una civilización de espasmos mecánicos, donde el corazón humano no es ya una corriente, sino un estanque que se pudre. Sobre Berlín, donde la guerra fría es el pan de cada día y el ponche de cada noche, la otra, la guerra nuclear o cósmica, sólo está suspendida de un hilo de coser. Se explica, pues, que la paz sea para los berlineses, y los europeos y todos los inquilinos del planeta, algo tan suspirado como la conmutación de pena para el condenado a muerte. El capitalismo mundial, por agencia del dólar, se prepara a su combate final, aunque sospecha que morirá bajo el derrumbe, como Sansón. En espera de esa hora, las tropas de ocupación democráticas 92
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perfeccionan su preparación militar ensayándose en masacrar huelgas obreras y desfiles pacifistas. La Bundeswehr del IV Reich es infinitamente superior a la Wehrmacht del III. (El rinoceronte es bruto por naturaleza y vocación; el rinoceronte humano lo es por mero amor a la tradición y la conveniencia propia.) Berlín Este se ha trocado en la Meca del espionaje universal. No bajan de ochenta los ateneos especializados en el género. Consignamos los más meritorios: C.I.A. (Agencia Central de Inofrmaciones), C.I.C. (Counter Informations Corps), M.I.S. (Military Informations Service), A.I.S. (Air Intelligence Service), todas de la patria de Washington, y S.I.S. (Secret Intelligence Service) inglesa, y S.D.C. y D.R.A., francesas. Los apóstoles del chisme, el sabotaje y la muerte invaden el mundo, y sobre todo la Aleirania Oriental, munidos de documentos falsos, túneles y armas secretas, de transmisores de bolsillo conectados a una estación de radar, y sobre todo munidos de dólares, esas ganzúas de oro. Raptar niños en el Este para obligar a sus padres a seguirlos al Oeste, es uno de sus tantos recursos pedagógicos. La O.I.A.S., transmisora yanqui, cumple la doble misión de captar espías verdaderos y transmitir noticias falsas. En la Alemania Federal toda idea o actitud anti-nazi es una herejía. ¿Que la Constitución prohibe Ja propaganda bélica? Eso, traducido de la letra al hecho, significa que toda manifestación pacifista, toda filosofía poco entusiasta del armamento atómico, es delito de lesa patria. Mientras los ex jerarcas de la S.S. y del Estado hitleriano se ven honrados con los mejores cargos y encargos, el proletariado y el estudiantado disidentes son los niños mimados de la profilaxis policial que procura evitarles todo contagio antinazi. La religión del IV Reich es el antisocialismo y la contrademocracia, todo bajo la Constitución más democrática del mun93
do. ¿Qué mucho? ¿Acaso Torquemada no rezaba fervorosamente al Dios del amor mientras atizaba más fervorosamente los tizones de los autos de fe? La moral política es como ci esperanto: una lengua universal, pero que nadie la habla. Bajo la denodada cooperación de las autoridades de Bonn, el neonazismo —que usa uniforme e intenciones hitlerianos— se siente tan bien como salchicha regada con cerveza. Nadie se asombre. El consejero de Estado es un camisa parda condecorado por Hitler. ¿Es mucho que Brandt, el alcalde (le la ciudad, se haga retratar jineteando un tanque de la Bundrswchr? Como la efervescencia militarita de Berlín Oeste fuera en crescendo, un día —13 de agosto de 1961— el Ejército Popular y las Milicias Obreras de Berlín Este tomaron a su cargo la vigilancia de la frontera. Para evitar las derivaciones musculares de la guerra de nervios, toda una ringlera de manzanas sitas a lo largo de la línea divisoria fue evacuada, alojando a los residentes en un barrio recién construido. 000 Tácito, el decano de los tratadistas sobre los hijos de Germania, los presenta como hijos putativos de los bosques. Lo siguen siendo aún, pese a su empingorotada civilización técnica. Alemania es acaso el país más selvoso de toda Europa y estoy seguro que nadie ama más y mejor a los árboles que el alemán: tal vez más que a la cerveza y a la metafísica juntas. No sólo por su madera o su fruta, supongo: también por su sombra de hogar y su respiración que depura la nuestra; por su copa, apriscadora de lluvias, domesticadora de vientos ,albergue de pájaros y guirnalda del mundo, y, antes que nada, por su augusta y benigna presencia de dioses vegetales, que obsequian a hombres, bestias y pájaros la ambrosía del mundo: las frutas. Durante largas pausas me he quedado frente a estos selvá94
ticos compatriotas de Munzer y Goethe, de Hebbel y Heme, inmóvil, pero con un íntimo temblor de árbol primaveral que siente en sus vasos el ascenso de la savia. Hayas, arces, encinas, abetos, pinos, laureles, nogales, robles, saludados por mi corazón con mucho más entusiasmo que a los museos, los rascacielos, los puentes o los aeródromos! Misterio del bosque más fecundo que el de los templos y primer engendrador de dioses. Dríadas de la frescura. Y el cielo de millones de ojos parpadeantes de hojas que se embosca en la espesura sagrada. Contaré entre las albricias mayores de mi viaje el que a través de la ventana de mi aposento me haya llegado durante cuatro mafianas en salutación clarísima, el silbo trinado del mirlo: música elemental y universal como la del dios de la siringa, y que eso me haya parecido una introducción no indigna a la patria de los más tempestuosos y celestes músicos del mundo. 000 El monumento a los caídos en la toma de Berlín al final de la última guerra. Espectáculo sin par. Un gran parque y una gran avenida: en el fondo la estatua de un soldado que deja caer su fusil para recoger en sus brazos, con gesto de abuelo, a un nifio huérfano que se prende a él corno a su propia madre. Eso es todo, pero es algo auténticamente augusto y hermoso: toda el alba del amor humano venciendo las tinieblas de la estupidez y la maldad. Detrás hay un mausoleo simbólico donde se honran los nombres de los más profundos héroes modernos, de los que han luchado como nadie contra la prostitución del espíritu que se alza de hombros ante la explotación, la servidumbre y el crimen: desde Marx a Mehering y desde Engels a Lenin. No falta Rosa Luxemburgo, pero falta Trotsky: el hueco es enorme y dama 95
con voz que yo, encargado con frecuencia de salvar los déficits de la sordera y de la sordidez, he sentido atronadora. Un campo de concentración no lejos de Berlín. Con su muralla de circunvalación, reforzada interiormente por una paralela de alambradas eléctricas; éste, que fue cementerio anticipado, se parece fraternalmente al grabado al agua fuerte por Jan Valtin en su libro dantesco y a los que el nazismo infirió a], territorio alemán como agujeros a una flor de regadera. El cicerone no es en la ocasión un burócrata más o menos desteílido sino un salvado del lazareto de la muerte, hazafia mayor que la de salvarse de un naufragio aviónico. Es Virgilio informando minuciosamente a su discípulo de los secretos mayores y menores riel infierno. El hombre ya maduro revive las escenas que narra con el temblor sísmico de Ugolino reviviendo la agonía de su prole. Creo que puedo ahorrar al lector los detalles del terror y el horror logrados por el vituosismo nazi. Con sólo ecordar que las unidades judías expedidas por Eichman al otro mundo alcanzan a varios millones, basta y sobra. Mas no debe olvidarse que también cayeron decenas y centenas de millares (le obreros, intelectuales y estudiantes de sangre más o menos aria o mongoloide —no semita. Una pregunta se alza más alta que las torres y las nubes. .Cómo fue posible que gentes anónimas y de nivel mental inferior al mediano (un pintamonas ascendido a sargento, un opiómano ventripotente, un boticario más o menos miope) hayan logrado un poder casi sobrehumano sobre un gran país, sobre el continente mismo de la civilización? No se trata de un acertijo de esfinge y la respuesta no es difícil. Las dos panguerras tuvieron una causa única: la potencia expansiva del capitalismo alemán y la necesidad, del capitalismo internacional, de eliminar
Acogotado por el Tratado de Versailles, el pueblo alemán creyó hallar en el más gesticulante y rechinante de los ese peligro.
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predicadores, el vocero y ejecutor de su represalia y liberación, mientras la plutocracia del marco, pavorizada ante la amenaza de las reivindicaciones proletarias, dio un visto bueno al San Jorge anticomunista. En el ínterin, el Kremlin se lavaba las manos con el jabón de Pilatos y en el momento decisivo palmeó con ellas los hombros de Hitler. En resumen: el capitalismo teutónico y el mundial, con tal de eludir la justicia debida a las clases desposeídas, se resignaron gustosos a confiar su suerte a un ostensible sanedrín de gangsters, y la mitad de Europa cayó en us manos, desde Polonia al Atlántico, sin disparar un tiro, mientras el Este y el Oeste miraban desde el balcón. El campo-calabozo apesta a osario y calvario. Aquí la humanidad sufrió tal vez la más profunda de sus caídas. Aquí la crueldad llegó a la epilepsia y la baba y la condición humana fue puesta varios grados por debajo de la zoología. Aquí no hubo una gota sola de leche de la ternura humana, que decía Shakespeare, y todos se sintieron meros tránsfugas de la tumba, porque los administradores habían cursado toda la universidad de la aberración y el crimen. (De Hiroshima no hablemos.) Nada es imposible y tal vez eso vuelva, pero volverá a pasar. Yo, poeta de hoy y tal vez de maíiana, siento venírseme encima un pensamiento avasallador como un río de montafia y preciso darle curso. El hombre no es ni necesita ser peor que las fieras y gozarse en la crueldad desinteresada. La crueldad humni tiene por raíces mayores el interés y el miedo. Hitler y los suyos fueron simples instrumentos inconscientes de las clases pri. vilegiadas del mundo aterradas hasta el temblor de dientes ante la mera perspectiva de perder sus privilegios Lo mismo que pasó con la Iglesia cuando la Inquisición. La cruz de Torquemada y la de Hitler son hermanas uterinas. Cuando el hombre destierre de su casa la explotación, es decir, la opresión, cuando entierre los badajos y los dividendos sentirá plenamente al fin 97
que la ternura humana es lo más iluminado y hermoso que hay sobre la tierra: lo único que puede rivalizar con la alborada. 000 Una noche, sin pensarlo, en el night club del Hotel Budapest, en el corazón de Berlín. Es ya la una de la mafiana y el ambiente es el mismo de tres horas atrás. El turista tiene ocasión de satisfacer plenamente su curiosidad de eterno femenino berlinés, porque las mujeres que pasan, bailan o conversan en torno a las mesas son en su triunfante mayoría jóvenes y garricIas, y algunas tan exageradamente albas y rubias corno nieve al sol. Hay sonrisas y miradas transparentes. Hay tantos ojos azules que no se echa de menos el cielo. Se dirá que la alemana es un poco walkiria, que su belleza está más aliada a la solidez y la fuerza que a la gracia, al revés de lo que es frecuente en las estirpes más meridionales. Es posible y aún probable, pero que la voz y la ondulación de la fraulcin recuerda algo a Loreley o a las sirenas, lo sospecho por el fulgor ocasional de muchos ojos masculinos. El alemán bebe cerveza con la sed arenosa del camello, pero aquí sólo se beben uvas licuadas, es decir, dorado vino del Rhin. (Tal vez alguien consume wcisse mit schuss, síntesis nectárea de cerveza blanca y jugo de frambuesas.) Y junto con el vino y la música, la danza exalta el prestigio de las Salomés ante los Herodes. Sin contar la noche, que, corno dice Byron, "favorece a las estrellas y a las mujeres" y... a Satanás. Advierto que un oficial de la marina comienza a oscilar ligeramente, sin duda creyéndose ya en ci barco. Alguien me informa que, con el transcurrir de las horas y las botellas, el alemán tiende a padecer accesos de romanticismo y a gargarizar baladas irresistiblemente sentimentales. Pero aún no hemos llegado ni siquiera a eso. La fiesta parece una reunión de fami98
ha. No se ven damas con escotes demasiado australes, ni caballeros con ademanes del trópico, ni parejas en retirada estratégica. La explicación quizá no es ardua. Aquí todas las mujeres pueden y deben trabajar al nivel de los hombres, y administrar su propia suerte. Se infiere que en sus relaciones galantes prevalece la libre determinación y con ello que no precisa acudir a turbios subterfugios ni menos a trocar en mercancía pro o extra matrimonial sus favores. No menos ponderable es el hecho que basta el abecé del socialismo para dar a la vida un sentido nuevo. (Con sólo cruzar una noche por Berlín Oeste se puede entrever que allí, como en las otras grandes ciudades capitalistas, con su puja mecánica de ganancias y lujos y su epilepsia de placeres, se busca menos la exaltación de las emociones que la exasperación de la piel y el huir de la propia insatisfacción y oquedad. La propaganda capitalista, es decir, el escozor de superganancias, ha inventado a las Bardot y congéneres, llegando a la apoteosis millonaria de la obscenidad. Y la relajación sexual ha sido siempre el barómetro de la relajación social llamada decadencia.) Pienso que una de las columnas de la sociedad liberada del porvenir será el reconocimiento de la perfecta igualdad virtual de la mujer y Ci hombre, del derecho a la plena expansión de la personalidad femenina, y que ese será el mayor servicio hecho a la belleza y la grandeza del amor. Pienso que una mujer de gran estilo moderno sólo podrá estimar, admirar o dar su amor a un hombre que luche, no por cambiar sus horas y afanes en dólares, sino por cambiar el mundo, por volverlo más libre, por inaugurar una hermosura humana apenas sospechada. La ferocidad jabalina de las luchas religiosas muestra que las religiones no han fomentado el amor entre los hombres sino atraillado a unos contra otros. La caridad ha sido siempre la 99
moneda falsa de la justicia. La limosna es el peor de los ultrajes a la decencia humana. Alguien, ecuánime, ha llamado filantropillería a la filantropía. Visitamos en Berlín el Hogar de los Ancianos para huéspedes de ambos sexos no menores de ochenta años. Porque no se trata de un asilo sino de un hogar o un hotel familiar, ocn todas las comodidades inherentes a la vida de hoy, desde el baño a la estufa y desde la biblioteca al jardín, sin olvidar el confort más olvidado y menos olvidable: la libertad. Pueden, en efecto, trabajar en la medida de sus posibilidades y su preferencia, o descansar todo el día como un diplomático o un perico ligero, y recibir y devolver visitas de parientes y amigos. Así vale la pena resignarse a tirar hasta los veinte lustros y aún más allá. (La vejez es una enfermedad de la que todos hablan mal, pero que todos quieren conocer personalmente.) Si ya no creemos en el mayor sacramento vivo que es la simpatía del hombre por el hombre es porque hemos puesto nuestra fe en otros misterios —la infalibilidad del papa o los específicos contra la calvicie, por ejemplo. Y entre todo, nada hay más sencilla y angelicalmente puro que el respeto por el candor augusto de la anciana y el anciano tan semejante al de las arrugadas y canosas montañas. Arribamos a Heisenhuttenstadt, la primera ciudad socialista de Alemania. Los chacales de la propaganda capitalista no se cansan de ponderar, con los más melodiosos aullidos, la infravida de la Alemania Oriental a cuyo pueblo sólo un muro divisorio más fúnebre que el Muro de los Lamentos y más arduo que la Muralla China impide el éxodo en torrentes sobre la tierra prometida de la Alemania capitalista. . Ya dijimos que producida la secesión de Alemania, el sector oriental, sobre las destrucciones sísmicas de la guerra, quedó sin materiales estratégicos y sin industria pesada. Y hoy una poten00
da sin
gran industria no es potencia y menos independient—, como un elefante sin trompa no es elefante. La Alemania socialista pasó años por un estado semejante al de un hombre que ha sufrido una porfiada hemorragia. Pero al fin ha podido crear su propia industria pesada. Eso son los altos hornos de Ei senhuttenstadt, a cuya aproximación una catarata de acero líquido azora como el sol y sacude y sollarna como una catarata del infierno. Ese esfuerzo ciclópeo tiene su réplica en la erección de la ciudad lograda en dos años por el esfuerzo mancomunado de los trabajadores de los altos hornos, ciudad donde nadie es dueño de nada porque todos son dueños de todo. La nueva Eisenhuttenstadt alzada al lado de la vieja: dos edades de la historia, dos hégiras sociales. ¡ Eisenhuttenstadt! Ciudad no formada a la buena de Dios o del diablo, por la iniciativa anárquica, cuando no antisocial, de cada Juan de los palotes, sino con el armonioso maridaje de imaginación y cálculo con que se resuelve un teorema o se compone un poema, anticipándose a todo, ahorrando una legión de gastos innecesarios, contemplando todos los aspectos prácticos, recreativos, higiénicos, estéticos y culturales para la máxima ventaja de sus moradores. Guardería de niños, escuelas, canchas de deporte, paseos públicos, ómnibus escolares, colonias de vacaciones, sin contar oficinas, farmacias, almacenes, tiendas, fruterías, bares, panaderías mecánicas: todo en la planta baja, como servicio de la comunidad para la comunidad. Calles y veredas tan anchas como la munificencia. Entre las últimas y los edificios, una franja de césped con matas floridas. Los pisos no pasan de cuatro —para que el edificio gigantesco no trueque en pigmeo a su inquilino— y sobre los frentes oscuros resaltan, como canastas de flores, los balcones clarísimos orlados de plantas.
E.
Deletreamos sin apuro, como escolares, el alemán paredeño (proveeduKunst handwerk (artesanía artística) Lebensmittel ría) y Wolksbuc/i das gutbuch (librería popular del buen libro). Poquísimos autos particulares u oficiales. El servicio del transporte público, eso sí, más o menos perfecto. Totalmente eliminados los pasos a nivel que en Buenos Aires producen (quizá en asociación secreta con las empresas de sepelios) más defunciones que el brahamanismo en la India y los volcanes en el Japón. Subimos a un primer piso cualquiera a visitar un hogar cualquiera. Limpieza, orden, buen gusto, flores y.. libros! Cuando salimos a la calle, de nuevo aprovecho una pausa para echar, a hurtadillas de mis compañeros, una larga mirada al zarco cielo y al rubicundo sol alemán (calumniado por Heme al asegurar que en Alemania la primavera es sólo invierno pintado de verde) y canturreo la frase más larga que sé de memoria en el idioma oficial de la Walhalla: Ach, wie schon das leben ist. Sí, es hermosa la vida, y en la tierra se abrirán siempre corolas y sonrisas. Me detengo largamente ante un parterre: rosas de un rojo oscuro de sangre aún encarcelada en las venas y rosas exquisitamente pálidas de anemia y bohemia... De pronto pienso, por contraste, en la última guerra y parece echárseme de golpe sobre el corazón todo el dolor de los hombres, el más venerable por ser el más hondo dolor de la creación. Y recuerdo que a dos horas de aquí, en Berlín, está la frontera insondable entre el pasado y el porvenir, y que allí pende de un hilo el destino del hombre y tal vez del planeta. Pero estoy en Eisenhuttenstadt y algo más fuerte que yo me dice que el mundo de los hombres libres viene en camino tan inatajable como la insurrección del alba. Y yo, que nunca colecciono nada como no sean ideas y emociones, compro una quisicosa cual102
uíera para llevarme d recuerdo de la ciudad más moderna y humanamente hermosa que he conocido. 000 Volvemos con dos compañeros "campesinos" —yo lo soy más que ellos— de visitar una cooperativa agrícola sita a muchos kilómetros de Berlín. Metro a metro ese kilometraje ha sido para mi un baño de salud y belleza, superior sin duda al que Popea se daba en leche de burras. El camino rodaba entre una paralela de robles (supongo que el roble figura en primera línea en el almanaque Gotha de los árboles) que se daban entre sí las manos, digo las ramas, para hacernos sombra. Y para algo más: para ceñir nuestro viaje con una guirnalda permanente. ¿Qué cardenal o dala¡ lama se meció bajo un palio más augusto, qué sultán paseó su aburrimiento y su énfasis entre dos filas de soldados o cortesanos que pudieran aguantar el cotejo con estos gigantescos hijos primeros de las nupcias del cielo y de la tierra? Bueno, ya sabemos lo que es una granja colectiva, donde la tierra pertenece a todos, donde el cultivo de la gleba se hace según ci consejo de la ciencia y la técnica, donde el prodigioso ahorro de trabajo y parcelamiento inútiles y de intermediarios zánganos es el resorte mayor del éxito de la empresa. La cooperativa que visitamos se honra con uno de los nombres más resplandecientes de la historia alemana: Tomás Munzer, el héroe mayor de la guerra por la liberación de los campesinos en el siglo xvi, el insobornable desenmascarador de Lutero. (El hombre de la verdad terrestre contra el de la mentira celestial que aconsejó a los príncipes tratar como a perros rabiosos a los campesinos amotinados por el hambre y la esperanza.) La tierra y el ganado pertenecen a las cooperativas, que tienen manejo autónomo, y a los sobjoses, que dependen del 103
1stado. tos miembros de esas cooperativas fueron antes duefio o peones: hoy sólo tienen en propiedad particular una parcela, una vaca, un caballo, un puñado de plantas y gallinas. (Habiendo sido tambero durante veinte años, curioseo yo con interés de especialista el lote de vacas de la granja, cuatro o cinco docenas de vacas flamencas, majestuosas de porte, robustez y gracia, ubérrimas de ubre, atendidas como altas personas, no indignas de su sacro pariente, Apis, el cornúpeta que los egipcios veneraban más que nosotros al Papa.) El énfasis rutinario que ha hecho un sacramento de la propiedad individual, predica sinceramente que en la posesión y explotación colectivas naufragan sin demora el estimulo y la iniciativa del individuo y que la individualidad y la personalidad se funden, quieras que no, en la lanosa y pringosa masa rebañega. Sin embargo la verdad parece estar en otro lado. Lo cierto es que la propiedad termina expropiando al hombre. Queremos decir que bajo el exceso de trabajo y de preocupación traído por la necesidad y la servidumbre, o por la manía adquisicionista, el hombre se trueca en esclavo de la cosa, de sujeto pasa a ser objeto. En la propiedad socialista el hombre no corre el habitual peligro de ser víctima del trabajo extenuante y enajenante, sino algo más: no corre el peligro de convertirse en lobo, de desalmarse, ya que su labor no es una competencia beligerante sino una cooperación cordial a fuerza de ser inteligente. No siendo siervo de la propiedad y su cultivo, el hombre tiene ocasión de poseerse y cultivarse a sí mismo, de dilatar, no sus fondos, sino los fondos de su persona humana como tal: de ser, no de tener o parecer. (El grillete de oro es el más siniestro, porque el engrillado se siente a gusto, como la lombriz solitaria en su medio.) 104
Al retirarnos de la granja Munzer, mis dioses me premian con una visión que equivale a los museos que no tuve tiempo de visitar: sobre una rama del primer árbol del camino dos palomas tomadas por el pico componen la más perfecta de las rimas de amor. 000
Llegamos a Potsdam que por siglos fue la más beatarnente monárquica de las ciudades alemanas. En efecto, fue la casa cuna de los reyes de Prusia ascendidos en el siglo xix a campeadores de Alemania. Alguien —creo que yo mismo— dijo que los reyes eran acefalías coronadas. Los Hohenzollcrn se ajustan benditameite a la norma, con la excepción escandalosa de Federico el Grande. En efecto, cuando el talento y el conocimiento se alojan por capricho en la cabeza enllantada de oro de un rey, éste, en honor al milagro, debe ser llamado grande, sin más trámites. Era en tiempos en que Francia, civilizada por sus desgarbados filósofos y sus mujeres elegantes, se empeñaba en civilizar —con sus afeites, su literatura y su cocina— al resto de Europa, empantanada aún en la bárbara rutina medieval hasta las piadosas rodillas. Federico, estadista y guerrero de profesión y filósofo de ornato, honró a Voltaire con su amistad y éste le devolvió la honra, aunque el rey, por no faltar a la tradición regia, terminó cediendo a los chismes cortesanos y portándose como un cochino. (Fue cierto, que fiel a su demonio, Voltaire dijo un día que al escribir su Antimaquiavelo Federico no había hecho más que escupir en su plato favorito para evitar que los demás estadistas lo probaran?) El palacio Sans Souci —las Tullerías traducidas al alemán—, es, como todas las mansiones regias, la apoteosis del sibaritismo, la vanidad y la pompa como el ensueño de una cortesana jubi106
lada. Todo hecho menos por halagar el propio gusto que por marcar mejor la distancia que media entre el olimpo parasitario y el subrnundo del sudor, del harapo y el ayuno. Alcobas tan pomposas como una puesta de sol tropical, jardines tan policromos como el sueño de un ciego, un parque formado delegaciones de todos los árboles del gran Norte, remansos en que el ciclo desciende a bañarse y refrescar su azul, estatuas y chorros de agua albeando sobre el fondo casi nocturno de los troncos y las frondas. Entre las bromas grabadas a diamante, por Heme, figura la de que la única fruta madura de Alemania era la manzana asada, pero el rey quiso tener a mano, recién cortarla de la planta, la más solar de las frutas nc Italia, España o Africa, y hubo que pergeñar la Oran gene para criar naranjas en incubadoras. Hoy que el gran parque y el gran castillo se han trocado en paseo y museo del pueblo, puede advertirse que no han perdido nada de su esplendor decorativo, y han ganado en profundidad, es decir, en belleza propiamente humana. ¿Que eso ocurrió en Postdam a mediados del siglo xviii, algunas décadas antes que la Enciclopedia y la Revolución francesas demostrasen teórica y prácticamente al mundo que los reyes y los suyos eran las garrapatas prendidas en la nuca de perro de los pueblos y que podían ser desprendidas si el paciente llegaba a sacudirse con energía adecuada? Y bien, llegó el siglo xix, edad de oro de la democracia burguesa. Y la corona alemana emulando generosamente a Sans Souci, mandó construir en Potsdam, para la Kronprinzessin Cecilia, una casita veraniega de ciento y tantos aposentos, cada uno más lujoso que el otro. Todo esto mientras el pueblo sufría la suerte del piojo en el calvario del calvo. El mayor de los salones estaba dedicado a los esfuerzos mentales del príncipe heredero. La biblioteca de Federico II, en su mayor parte en francés y latín, 106
es la de un pensador y un hombre de letras. La del kron prinz es una biblioteca asiria o espartana, es decir, consagrada a la pedagogía castrense y la filosofía carnicera. Es la de un homúnculo regio que estudia para Napoleón. Ni decir que el Potsdam socialista sólo puede jactarse de quisicosas sumamente modestas. Por ejemplo: que se ha convertido en un Hollywood germánico o que posee una fábrica de locomotoras que se obliga a la máxima eficiencia por llevar el nombre más odiado por todos los piratas de mar y tierra: Carlos Marx. Mi aguerrida curiosidad me ha dado tiempo de averiguar que Potsdam está situada en una península medianera entre dos lagos formados por el Havel que desemboca en el Elba. También me anoticié que el Danubio azul es tan verde casi como una rana, y que el único cielo de auténtico azul prusia es el alemán. También pude comprobar que basta la presencia de una sola vaca de Frisia para dar una gracia idílica y una dulzura láctea al paisaje. Nos encaminamos a un comedor situado en un parque. Al pasar observo que las hiedras se ciñen tan exageradamente al tronco de algunos pacíficos tilos como una recién casada al tronco marital. Ya sentados a la mesa me distraigo gustoso de los brindis por contemplar a un herr profesor que paladea un par de salchichas, acompañadas de karttofelsalat, con la felicidad linguística de un oso paladeando un panal de miel. Almorzamos como auténticos cardenales italianos después de un largo concilio ecuménico, regándolo todo con el torrentoso espumoso néctar que los dioses nórdicos crearon con cebada y lúpulo. Naturalmente lo más indeleble de Potsdam no son los parques, los castillos ni la cerveza, sino un avatar de Cleopatra en forma de camarera: una gretchen nata y neta, que a pesar 107
de serlo ¡ue un par de osos tan nocturnos y estrellados cómÓ sólo pueden verse en tierras solares, o, mejor aún, en las Mil y Una Noches. Todos quieren retratarse con ella sin sospechar en su ingeniudad el papel de opacos súbditos que hacen a su lado.
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CAPÍTULO
X
EL DOLAR CONTRA LA HISTORIA "El supremo sacerdote sacaba madera del huerto de los pobres. Si la casa de un gran señor era contigua a la de un hom-
bre común, aquél podía anexárse la choza sin obligarse a pagar nada." Eso reza una inscripción de Sumeria, la civilización pionera del mundo, varios siglos más vieja que la egipcia. Como todas las civilizaciones hasta hoy se han erigido sobre la propiedad privada, o expropiación de los muchos por los pocos, ninguna ha sido ajena hasta nuestros días a esa ignominia fundamental, porque, al igual que la esclavitud salida de su vientre, fue una de las fatalidades de la historia. Para ocultarla, se ha acudido hasta el presente a un juego combinado: las mentiras sagradas de la religión y las mentiras profanas de la política, que sus propios apóstoles y corredores terminan tomando en serio. Un día se dio con el más lindo hallazgo de los tiempos: si la retaguardia de los miserables se resignaba a su suerte en este mundo, ocuparía después la vanguardia de las milicias angelicales. El hallazgo laico no fue inferior: decía que el Estado, 109
las leyes, el gobierno, las fuerzas armadas y cebadas y ese espiritismo con campanas publicitarias que es la religión, todo eso no está para proteger a los poseyentes contra los desposeídos, sino para felicidad de todos, hasta de los mendigos. Ambas teorías han logrado hoy, gracias a la técnica, su poderío máximo. El mundo moderno vive por y para las agencias noticiosas, paraíso tropical de todos los lugares comunes y de los más descomunales infundios. Los Estados Unidos, Jauja del capitalismo mundial, han logrado la síntesis de los dos credos: el monoteísta y el monopolista. Antes de imponer los precios de las mercaderías es preciso imponer la fe absoluta en la libertad e igualdad de la democracia con dividendos contra toda laya de paganos y apóstatas. Por eso la industria publicitaria pone su primer empeño en la fabricación en serie de cabezas reducidas, es decir, de cerebros minimizados y unificados. La beneficencia capitalista suministra a sus pupilos todo cuanto necesitan ya preelaborado y acondicionado: desde los trajes, platos, potables y medicinas que debe usar, hasta las costumbres, gustos, sentimientos e ideas que debe profesar. Inspirado por la musa de los monopolios, el súbdito de la burguesía cristiano-capitallsta ha devenido una, de las criaturas más inmaculadamente cartainesas de la historia, con un cerebro mfradesarrollado y mecanizado, que no cambia de convicciones a lo largo de sesenta años aunque cambie de marca de automóvil cada sesenta días. La vida para él tiene un destino único: trabajar sin resuello el mayor número de horas soportable a fin de gastar la mayor cantidad de dólares posible. El capitalismo de hoy, corno la Iglesia medioeval, ha manufacturado, pues, a su feligrés a la medida de sus necesidades, es decir, invulnerable a todo desconformismo y a toda rebelión. En esas condiciones, los ventripotentes gerentes del Business munU)
dial pueden seguir gobernando con un máximo ahorro de dolores de cabeza y de dólares. Lo que menos sospechan las greyes democráticas del gran capital es que el saqueo totalitario de las riquezas del mundo, y ci crescendo wagneriano de la producción industrial y las bellezas del gran confort, todo eso no está dado para beneficio o alivio de las masas trabajadoras y consumidoras, sino para produ cir superganancias a los concesionarios del privilegio, y que los jueces, los congresales, el presidente (cuya elección financian fil2;ntrópicamente los monopolios) suben al poder para lo mismo. Y que las fuerzas armadas y la burocracia desarmada cuyo presupuesto va tragando el de la nación corno un arenal un arroyo, no son para defender al país sino para servir de guardia suiza al Gran Capital, apaciguando a las chusmas amotinadas antidernocráticamente por el hambre, y servir a la vez de mercado consumidor a la pundonorosa industria de los armamentos. Menos aún advierten que los monopolios, que son los dueños ce los diarios, revistas, radiodifusoras, cines y editoriales, y que financian institutos científicos y de arte, premios de concursos, becas en Oxford, la Soborna o Columbia, coleccionan estatuas y cuadros, los monopolios, en fin, son los patrones californianos de la inteligencia, los Mecenas fenicios de la cultura. No nos extrañe que si las nueve musas que inspiran al Gian Capital llevan de guirnalda hojas de cheques en vez de laurel, el pueblo yanqui, que apareció en el siglo xviii corno el pionero de la igualdad y de la libertad, haya descrito un viraje de 1800 hasta trocarse en el enemigo profesional de la libertad ajena —en México, Panamá, China, Corea, Guatemala, o el Congo— y de la suya propia, corno oso arnestrado que baila meneando la panza sujeto por una hebra de miel. Si de su libertad no le queda una libra, de su igualdad no le queda un adarme. Del U]
testimonio de Daniel Guerin y otros veedores extranjeros, coincidente con el de sociólogos yanquis del día (J C. Ahegglen, K. Archibaid, J . A. Kahl, W. Attwood, E. D. Baltzell, B. Barber, C. Barnes, R. Centers, M. Gordon, A. Green. C. W. Mills, R. Lagnos, W. Warner, V. Packard) se desprende que al auge del más troglodita de los prejuicios, el racial( contra negros o chinos, judíos o latín americanos) se agrega hoy el de los prejuicios sociales más legañosos de las monarquías. ¡Cinco clases superpuestas y más o menos incomunicables entre si como en la India de los brahamanes! Todo esto mientras las radios y las prensas del mundo atruenan y diluvian propagando la gloria de los reyes totalitarios de WallStreet, que tienen por cetro mundial un dólar, como los pieles rojas izaban de bandera la cabellera escalpada del enemigo o los jesuitas usan aún de afiche el corazón de Jesús. En un mundo creado por los mercaderes y regido por ellos la órbita de las ideas de los filósofos y los moralistas cabía dentro de la órbita del vientre de los mercaderes. Los sermones de los curas conjeccionábanse sobrernedida para ellos. Los obreros, los inventores, las prostitutas, los eruditos sudaban bara ellos. La política, los cables, las hélices, las rotativas, la filantropía se movían por ellos y para ellos. y para ellos el viento labraba las olas y el mar labraba la tierra. ¡Pero los mercaderes habían llenado de armas el mundo porque las armas habían devenido la mejor mercancía!
¿Exageraba el desconocido poeta que cantó esto? Creemos que no. Recordemos que en la segunda panguerra, y sin más que el casi módico gasto de unos cuantos cientos de miles de boys sumergidos en las tierras de Europa y en los mares de Extremo 112
Oriente, los monopolios norteamericanos se quedaron con el 80 por ciento del oro que migra sobre la tierra. ¡La más homérica hazaña de la Ilíada capitalista! ¿ Que eso significaba que Tío Sam cabalgaba en pelo el globo terráqueo y que para él la economía mundial devenía una economía de traspatio? Sin duda. Sólo faltaba sobornar o derrotar a Rusia y evitar que China se hurtase a la caridad occidental cristiana. Muchos preguntarán qué es un monopolio yanqui. La defi nición es tan ardua corno la de la Trinidad, en que perdieron del todo su escaso juicio muchos teólogos. Digamos sólo que un trust es la explotación más o menos solitaria y excluyente de un solo producto —petróleo o coca-cola, acero o chicles, carne envasada o cháchara impresa— en la zona más ancha posible del mundo y que un monopolio es una federación de trusts. Quizá nos dé más luz un sólo ejemplo. Uno de los cinco monopolios máximos, el de Morgan, acoge en su amoroso seno 445 trusts, uno solo de los cuales, la General Electric y. g., tiene más rentas que cualquier reino o república del mapamundi. ¿Que el grupo Morgan es un pulpo cuyos tentáculos ciñen nuestro globo (desde el Canadá al Congo, desde Chile a Laos) como las líneas con que representamos los paralelos y meridianos, sorbiendo la sangre y el tuétano del mundo? Eso mismo. El Gran Capital es como el gusano de seda: devora en comida miles de veces el peso de su propio cuerpo... "Con sólo el 6 % de la población mundial, Estados Unidos produce o acopia el 40 % de los bienes del mundo." Naturalmente no se logra tamaña grandeza sin aplastar el mayor número de prójimos posible. Advirtamos que para que un solo país eche por año al fondo del mar más de 55 mil millones de dólares nada más que para perfeccionar su panoplia, y una suma probablemente no inferior en propaganda, es forzoso que el resto del 113
mundo, con excepción de Europa, se resigne a la dieta de los chacales, es decir, a vivir por debajo del nivel humano. "Los dos tercios de la población humana se niegan a aceptar una situación en que su nivel de vida alcanza a sólo del 10 a menos del 5 % del de los habitantes de los Estados Unidos" (Fromm). Hablando en buen romance, eso significa que los dos tercios de la humanidad no manifiestan ningún entusiasmo por morirse de hambre, y, lo que es más, no faltan los que rezongan sin comedimiento, cuando no se permiten modales de rinoceronte asediado por los tábanos. Por eso es que los Estados Unidos se han troncado en los guardianes de la paz y del orden en el mundo, dilapidando una bonísima parte de sus rentas en mantener una gendarmería mundial que se extiende desde Panamá a Vietnam y desde Berlín a Patagonia Austral —y un régimen diluvial de noticias deformadas o prefabricadas que empapan el mundo como el mar una esponja—, y en el arte de trocar a las clases poseyentes de cada país en patrióticos Judas de sus propios pueblos mediante el método bivalvo de la amenaza y el soborno. Los slogans políticos, naturalmente están fundidos en el mismo molde de los slogans con que se imponen al mundo las heladeras General Electric o la Coca-Cola. El anticomunismo (¡el comunista de hoy, como el hereje medioeval, sólo es bueno para combustible del infierno!) y el mundo libre de la democracia occidental jesucristiana exageran un poco su solicitud con los Trujillo, los Somoza, los Stroessner, los Batista, es decir, con los más virtuosos liberticidas, genocidas y cleptómanos del Nuevo Mundo. ¿Que hay siempre la amenaza de disidentes antidemocráticos y aún antipapistas? Eso se remedia con una serie siempre actualizada de específicos: Doctrina Monroe, Panamericanismo, Buena Vecindad, Defensa Hemisfe. rica, Ayuda a los Subdesarrollados, Alianza para el Progreso. (La
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mosca no tiene bastante con ser sucia y succionante, y de allí que se vista de luto y susurre algo parecido a un responso.) En efecto, despreciamos al prestamista que arruina a un botarate exigiéndole devolver ocho cuando le presta cinco, pero no podemos menos que admirar y reverenciar a Morgan que arruina pueblos cobrándoles millones cuando les presta miles. As¡ se explica fácilmente que el rendimiento de las inversiones doláricas haya venido en marca ascendente hasta la pleamar de hoy, y que, simétricamente, las zonas que ocupan las dos terceras partes de la humanidad integran la geografía del hambre que un brasileño ha descripto en un libro tan difundido como el "Americano Gancia". ¿Qué hacer? ¿Esperar que el ogro se enferme de dispepsia? El lector precisará usar sólo a medias sus lóbulos cerebrales para comprender que cuando en un orbe tan inmaculadamente unánime aparecen borrones como la Revolución China o la Cubana o la del Congo, toda la ciencia y la técnica del sistema se mueven para demostrar que Mao-Tse-Tung y Castro son los más impeorables monstruos de dos patas de la biología y de la historia, o algo más ahorrativo: maniobrar sin ruido ni rastro a la caza de Lumumba como si se tratase de una pantera negra. Se explica claramente que China, pese a sus once millones de kilómetros cuadrados, y sus setecientos millones de almas y sus cincuenta siglos de historia, no tenga aún mayoría de edad para ingresar en la UN, y que se justifiquen todos los recursos en juego para sacar a Cuba fuera de la geografía y de la historia. ¿Que el lector ingenuo s apresurará a deducir que la plutoracia yanqui encarna un tipo de barbarie motorizada y termouclear infinitamente más peligrosa que la nazi, puesto que se ha vuelto frontalmente contra las necesidades estomacales y espirituales de la humanidad? Por desgracia es probabilísimo que tenga razón de sobra. 115
Por cierto la sociedad norteamericana no ha carecido de cerebros y espíritus capaces de advertir y denunciar a tiempo —hace ya más de un siglo— que el barco de la democracia venía haciendo agua. Whitman —quizá el único pionero de los poetas modernos— escribió: "Las siete octavas partes de los miembros de las convenciones que elegían candidatos a la presidencia de la Unión pertenecían a la más pura especie de camorristas y soplones, de detentadores y postulantes de empleos, de alcahuetes, conspiradores, malhechores, asesinos, rufianes, salteadores de banda, traficantes de esclavos" (Democratic Vistas). Convengamos en que la lista es un florilegio. Thoreau, tal vez el mayor sentidor del misterio y el hechizo cósmicos en nuestra época, pero no ajeno del todo, ni mucho menos, a las inquietudes del cosmos humano y más respetuoso de la verdad que de todo el oro yanqui, dijo hace más de un siglo algo que nadie escuchó entonces pero hoy resulta palabra de oráculo: "Hemos gastado toda la libertad heredada. Debemos luchar por ella si queremos salvar nuestra vida.' 'Es malo el negrero del Sur, es peor el del Norte, mas lo peor es ser uno mismo el negrero." "Toda la marcha de la nación, que no está orientada hacia arriba sino hacia el oste, carece de sentido para mí. No está iluminada por ningún pensamiento, ni vibra con sentimiento alguno." "La frenética acumulación de riqueza se ha trocado de simple medio en objetivo." Lincoln, tal vez el único gobernante yanqui que merezca entero respeto de la historia, él, el emancipador de los esclavos (que convivían con la democracia cuando ya habían sido abolidos hasta de las autocracias asiáticas) no creyó que esa victoria significaba la emancipación de las masas norteamericanas, según se desprende de su corrosiva broma: "Creo que si Dios hubiera creado una clase de hombres destinados sólo a comer, sin tra116
bajar, los hubiera hecho todo boca, así corno de haber creado otra destinada sólo a trabajar y sin acceso al fruto de su trabajo, la hubiera hecho sin boca y toda manos." Whitman y Thoreau, y Lincoln más que ambos, miraron sin anteojeras las fallas del sistema político instaurado por una clase explotadora con el nombre de democracia, pero creyeron en su corregibilidad, es decir, no se atrevieron a ver que el nudo gordiano del gran pleito —la división de clases— era indesatable si no se acudía al tajo proletario. (Es decir, pese a todo, los tres más claros hijos de la patria yanqui seguían siendo burgueses en algún recodo de su corazón.) Los vigías yanquis más avizores de este siglo tampoco han llegado más lejos. Hemiriway, que terminaría escribiendo un romance torero, pareció un revolucionario en Por quien doblan las campanas. Más lo pareció Steinbeck en Viñas de Ira. Mas he aquí que ambos,
junto con Faulkner, remataron en el premio Nobel, esa condecoración monetaria y publiciaria con que la burguesía internacional recompensa a los servidores directos o indirectos de la cristiandad capitalista, así como el premio Stalin honra a los bonzos del olimpo burocrático de la Unión Soviética. Howard Fast cosechó durante décadas millones de lectores comunistas en el mundo, pero pasó al pasivo apenas se atrevió a aludir a algunos de los secretos mayores de la cofradía partidaria. Por cierto, que ni antes ni después de El Dios Desnudo, fue Fast un sentidor radical en el sentido realmente moderno. Pero hubo una excepción en la jauja de la democracia mercenaria donde los directores sindicales son tan conservadores como los de museos y hasta los obreros echan nalgas de banqueros u obispos. Fue Jack London, obrero y revolucionario de veras. No estuvo del todo y siempre inmune a las lacras menores del 117
medio —idolatría del puñetazo o la aventura externa, del caserón o el yate— pero fue casi por entero el antípoda del yanqui típico: desdén olímpico de la acumulación dolárica y la rutina, sensibilidad genial ante la servidumbre y el dolor remediables de los hombres y un corazón a la altura de un cerebro cimero. Sus fantásticos viajes a los mares del Sur obedecieron, es obvio, a la necesidad de escapar a la brutalidad y vulgaridad motorizadas de su patria. En El Valle de la Luna y en el Peregrino de la Estrella radiografió la condición galeota del proletario yanqui ("más vale ser vago que bestia de trabajo"), y las crisis defensivas contra el ayuno, llamadas huelgas, tratadas con píldoras de plomo, y las mazmorras made in USA, versión mejorada de las del medioevo, y en El Talán de Hierro profetizó sin falla la contrarevolución capitalista llamada fascismo, y en Martín Eden, finalmente, puso al desnudo, en su versión yanqui, las lindezas de la democracia burguesa en vísperas de su inminente mutis del escenario de la historia. Infinitamente sórdida y más segura que nunca que el oro es el sol del mundo. Infinitamente alebronada de inteligencia y mucho más temerosa de la verdad que de los megatones. Infinitamente beocia y farisea, amortajada ya por sus propias convenciones y tabúes, negada para toda generosidad, libertad y belleza, es decir, para todos los valores que no pueden comprarse con sustancia bancaria o publicitaria,, con cohetes o credos teledirigidos. El reciente asesinato del presidente Kennedy puede servir de termómetro para medir la fiebre acarreada por el comienzo de gangrena que ataca a la democracia con crucifijos y dividendos. Pese a los épicos acentos de la musa publicitaria el mundo ha recogido este ramillete de convicciones: 1) al crimen son totalmente ajenos los gobiernos de la URSS y de Cuba, hoy por hoy los menos interesados en embarcarse en un nuevo entredicho con Washington y menos por tan inglorioso motivo; 2) según los 118
técnicos el plomo homicida tres veces infalible no ha podido en absoluto ser disparado desde la distancia y el lugar presuntos; 3) el supuesto asesino es, a todas luces, un lampiño chivo emisario, como pudo sospecharse desde el comienzo y como lo evidencia su precipitada desaparición lograda con el gentil apoyo de la policía. ¿Quiénes decretaron y quién obró el deceso de Kennedy? ¿Algún sector de los monopolios, el Pentágono, los propios ángeles custodios de la policía? A trasmano de toda elocubración detectivesca, es obvio que como en el caso de Lincoln (a quien ejecutaron después de estárselo prometiendo en todos los tonos durante tres años) no se trata de un crimen privado, de la obra de ningún aberrante suelto, sino de una medida tomada por los grandes bonetes de las finanzas, la política y la discriminación racial, dentro de la más pura tradición gangsteril de la nación. No se dirá que no es todo un símbolo este espectáculo de la democracia jesucristiana cazando como a una liebre al gobernante saldo de sus entrañas.
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CAPÍTULO
XI
¿UN EJE MOSCU-ROMAWASHINGTON FRENTE A CHINA?
El primer acertijo que en la arena política nos propone la esfinge es éste: ¿existe ya una realización marxista en el mundo? Sin duda la pregunta espantará a los feligreses de derecha e izquierda, pero no hay motivos. En este año de 1963 precisamente, dos pensadores de la mayor responsabilidad han dado una respuesta coincidente. / "El fin de Marx, el desarrollo de la individualidad de la perJsona humana, es negado en el sistema soviético en mayor medida aun que en el capitalismo contemporáneo" (Erie Fromm: Marx y su concepto del hombre). "La filosofía marx-engelsiana no es de ningún modo un materialismo.., sus autores la llamaron 'humanismo realista' y este nombre corresponde exactamente a su fin, que es la reivindicación universal de la persona humana". De ahí "la diferencia y oposición que existe entre este marxismo genuino y las deformaciones totalitarias que sin cm- '1 bargo pretenden monopolizar el marxismo" (Rodolfo Mondolfo: E. Froinin y la interpretación de Marx). 121
A mero titulo de curiosidad agregaremos que cuatro ao
antes el autor del Pequeño diccionario de la desobedinecia había coincidido proféticamente con los maestros, señalando que Marx, por encima de todo, es el mayor filósofo de la personalidad, aunque eso provoque dolor de cabeza y barriga a la cofradía universal de los filisteos. El otro acertijo que en este caso nos propone la esfinge es éste: ¿Hay marxismo-leninismo en el mundo? La pregunta es ardua, pero no incontestable, sin duda. Aquí sólo podemos aludir de prisa a los elementos fundamentales. 1 9 ) La gloriosa Revolución de Octubre de 1917, dirigida por Lenin y Trotsky, fue, mientras comandaron ellos, y hasta donde la realidad lo permitió, el cumplimiento de la concepción marxista de la revolución: dictadura del proletariado; abolición de la propiedad privada; igualdad de los ciudadanos o eliminación de las clases; ejército popular o pueblo en armas; vigencia de la Internacional proletaria. Marxistas de entera y genial responsabilidad, ambos jefes —como también lo proclamó Rosa Lluxemburgo—, sabían que, siendo el socialismo internacional por antonomasia, la Revolución de Octubre sólo podía aspirar a ser el preámbulo de algo realmente decisivo y que constituiría su propia salvación: la revolución social en Europa, y, más concretamente, en su epicentro: Alemania. 2o) Ese movimiento fue circunstancialmente frustrado en Berlín, pero los ocho millones de obreros de la social democracia —aunque carecida de dirección revolucionaria por el momento— y las condiciones draconianas impuestas al pueblo alemán por el Tratado de Versalles, eran la mejor promesa revolucionaria para un mañana más o menos inminente. 39) El gran historiador alemán A. Rosemberg muestra a la luz de los hechos intergiversahies (Histoire du Bolcheoisine) que los únicos conductores revolucionarios del grupo bolchevique fue122
ron Lenin y Trotsky; la desaparición de ambos, coincidente cóh el reflujo revolucionario de las masas, trajo el ascenso político de Stalin-Zinoviev-Kamenev, es decir, del Termidor soviético: una insospechable combinación de socialismo y reacción en proporciones cambiantes a lo largo de los años, cuyos rasgos próceres, no por desfigurados son menos señalables: a) recuperación parcial de la propiedad privada; b) regreso condicionado a la familia burguesa y a la ley de herencia; c) supresión de la Internacional Comunista; d) instauración de un socialismo nacional o de entrecasa; e) tratamiento eliminatorio no sólo de toda idea revolucionaria o trotskista, sino de toda idea no patentada por el gobierno; f) construcción de una gran industria sobre la base de sacrificar generaciones enteras. 40)
Todo esto sólo pudo lograrse gracias a la burocratización absoluta del partido, de la administración y del ejército soviético y a la dictadura, no del proletariado sobre las clases poseyentes, sino de un jefe infalible sobre todas las clases. El régimen cobró características inevitables. El terrorismo tecnificado de Stalin hizo palidecer al de Iván el Tremebundo decapitando de dos golpes a la plana mayor del viejo Partido Bolchevique y a la del Ejército Rojo. Toda oposición de izquierda anatematizada como traidora. La imagen del ex-seminarista ateo reemplazó a todos los íconos y cosechó kirieleysones inéditos. ("Nuestro amor, fuerza, corazón, heroísmo y vida, todo es tuyo, gran Stalin": Ardienko. "El más grande hombre de los tiempos": Rikov. "El mayor hombre del planeta": Dorienco. "Sol de las naciones y más que el sol porque el sol no es sabio": Alexis Tolstoy.) 59 ) El socialismo en un solo país significó el uso de la política exterior como un bumerang, es decir, en provecho del Kremlin; el manejo invertido de los intereses de la revolución proletaria mundial, como lo probó la excomunión del socialismo yugoeslavo y la intervención negativa del Kremlin en las revolu123
dones china, española, húngara, y sobre todo en Alemania, donde subestimado el peligro inicial del nazismo y luchando fraternalmente contra la social democracia, ayudó eficazmente a malograr la más grande ocasión que haya tenido en nuestro siglo la revolución social en Europa. Se dirá que todo lo arriba consignado son cosas muy pretéritas, y que muerto Stalin, el XX Congreso del Partido Comunista lo expulsó de la gloria y que después Khruschev lo expulsó de su nicho ladero al de Lenin. Ha desaparecido sin duda el terrorismo staliniano, más congelante que el invierno ruso. ¿ Significa eso, con todo su vasto alcance, que el régimen ha cambiado decididamente como el gusano se trueca en mariposa? No sólo la prédica soviética, sino la eficaz ceguera de los democristianos de Occidente( liberales, conservadores, católicos y anarquistas) se empeñan aún en gorgear cristalinamente como niños de coro que el régimen que impera en la Unión Soviética desde hace cuatro décadas es la mera prolongación del de Lenin y Trotsky y la inmaculada encarnación de la palingenesia revolucionaria concebida por Marx y Engels. Los sedicentes epígonos de Marx gustan presentarlo preferentemente en su papel de descubridor de la lucha de clases como a Magallanes en el de descubridor del estrecho que lleva su nombre. Olvidan angélicamente que el mismo Marx declinó este mérito, afirmando que su aporte más propio estribaba en haber demostrado "que la lucha de clases conduce necesariamente a la dictadura del proletariado, y que ésta constituye una transición hacia la supresión de todas las clases y hacia la sociedad sin clases" (Carta a Weidemeier, 1852.)
Pero veinte años más tarde el análisis de la Comuna de París, llevaría a Marx y Engels a conclusiones definitivas: "La clase obrera no puede limitarse a tomar en sus manos la máquina del Estado tal como es y ponerla en marcha para sus propios fines"
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(Prefacio al "Manifiesto Comunista" 1872.) Más todavía: la liberación de los oprimidos supone el cese del Estado como la liberación de las aguas congeladas supone el cese del invierno. "A mi juicio la próxima tentativa de revolución.., no debe consistir sólo en pasar el mecanismo burocrático y militar del Estado de unas manos a otras, sino en romperlo" (Carta de Marx a Kugelman, 1871.) Años después, en su libro más leído, (Origen (le la familia, la propiedad privada y el Estado) Engels analizó exhaustivamente el crucial problema: "El Estado no es la reali¿dad del ideal moral, la imagen y realidad de la razón, como pretende Hegel. Es el producto de la sociedad en un período determinado de su evolución. No ha existido siempre." ¿Que por qué y cuando apareció el Estado? Cuando la sociedad se bifurcó en expropiadores y expropiados: "El Estado aparece como el resultado de la división de la sociedad en clases." (Menos por causas internas que por una invasión forastera, sugiere un lúcido revisionismo de hoy.) Es decir, simulando estar por encima de las clases y encarnar los intereses de la sociedad toda, el Estado es el ángel custodio y tenedor de libros de la clase poseyente. Pero la capacidad productora de la técnica moderna exige el cese de esa secesión —ya idiotamente inútil— de la sociedad en poseyentes y desposeídos (o eructantes y ayunantes). "Organizada sobre la base de la asociación libre e igual de los productores, la sociedad asignará a la máquina del Estado el lugar que le corresponde en el museo de antigüedades, junto a la rueca y el hacha de piedra." Entre agosto y setiembre de 1917, esto es, en las vísperas mismas de asumir todo el poder revolucionario, Lenin —temeroso, sin duda, de que sus compañeros, que recitaban el marxismo al pie de la letra, dejaran el espíritu en el tintero— escribió, robando tiempo a sus vertiginosas tareas, uno de sus libros menos consultados y el más digno de serlo: El Estado y la Revolución.
12.5
Sobre la base de una breve antología extractada de los libros y cartas de los maestros, sumada a los resultados de la fresca experiencia kerenskiana, el trabajo de Lenin tendía a mostrar meridianamente las verdades de mayor calado revolucionario del marxismo, y por ende, las más expuestas a ser desfiguradas por la miopía o la cobardía prudente de los marxistas de seminario o de ocasión. Lenin hizo resaltar que la evolución de la sociedad occidental en sus últimas décadas no hacía más que corroborar las ideas de fondo de la dialéctica revolucionaria. "Inglaterra y Estados Unidos, representantes máximos de la libertad anglosajona en el sentido de ausencia de militarismo y burocracia, han acabado por rodar al fondo del sucio y sangriento pantano de las instituciones burocrático-militares. Hoy en ambos países la condición preliminar de toda revolución popular es la destrucción del mecanismo del Estado."
Naturalmente su libro no hace la vista gorda ante las actitudes a la Judas Iscariote de los sedicentes marxistas de mayor volumen, como para despabilar el ojo a las generaciones nuevas. La literatura de Berstein (el padre putativo de todos los socialfilisteos) no le merece más que un profiláctico desdén. Pero apenas se muestra menos descomedido con su ex-maestro Piejanov, modelo de marxista hemipléjico, es decir, alado en la teoría y cojitranco en los hechos: Plejanov se las arregla para tratar el tema escamoteando certeramente lo más actual y esencial en la lucha contra el anarquismo: "la actitud de la revolución con el Estado y la cuestión del Estado en general". Kautsky, virtuoso expositor del marxismo en su tiempo, terminó también por irse a pique, pese a su volumen, al dar contra el arrecife aciago, señalando como un absurdo el más clarividente hallazgo de la dialéctica: "Hasta ahora la diferencia entre los socialdemócratas y los anarquistas consistía en que los primeros querían con126
quistar el poder estatal y los segundos destruirlo. Pannekock quiere lo uno y lo otro." Sí, conquistar ese armipotente artefacto para destruir a la clase zángana, antes de destruirlo a él mismo. Esto es lo que aún no terminan de entender los anarquistas y congéneres, pequeñoburgueses sin saberlo. Tenorios platónicos de la libertad, que esperan angelicalmente suprimir el Estado sin suprimir antes a sus concesonarios, los cuales (Mussolini, Hitler, Franco) en pago de tan cristiano servicio, se aprestan a aplicar el cascanueces a las cabezas de la revolución romántica. Lenin contesta: "Kautsky, en lo que se refiere a la cuestión esencial, abandona la posición marxista para pasarse con armas y bagajes al oportunismo." Y después: "Los obreros, después de haber conquistado el poder político, destruirán hasta los cimientos la fábrica del Estado y la reemplazarán por otra nueva." ¿Con qué sería reemplazada la máquina del Estado, cuando la clase obrera, llegada al poder, iniciase los fundamentos de una sociedad sin clases? Marx, enemigo funcional de toda utopía, no lo sacó de su cabeza sino de la lección de objetos de la pribera revolución obrera de la historia: la Comuna de París. (La historia era marxista antes de Marx). He aquí las letras mayúsculas de aquel abecedario sin cuyo uso toda revolución social terminará en carnaval y miércoles de ceniza: 1 9 ) "El primer decreto de la Comuna fue la abolición del ejército permanente y su sustitución por el pueblo en armas." 2) "La policía quedó inmediatamente privada de toda función política." 39) "Suprimido con el ejército y la policía el poder material del antiguo régimen, la Comuna se abocó de inmediato a destruir las armas del poder espiritual: el poder del clero." 49) "Los integrantes de la Comuna, representantes elegidos por sufragio universal (en su mayoría obreros o representantes 127
notorios de la clase trabajadora) eran responsables y podían ser revocados en cualquier momento." 59 ) " Todo servicio social era retribuido tomando como base el salario obrero." Esta es, pues, la cartilla de la revolución socialista, garabateada por Marx y Engels, los grandes teóricos, corroborada en lo esencial, por los grandes ejecutores revolucionarios, desde Lenin y Trotsky a Mao-Tse-Tung y Fidel Castro. Así como la filosofía oficial y semioficial de Occidente sigue llamando materialirno ingenuo al de los más profundos filósofos griegos —los de la escuela milesia— los oportunistas con antifaz rojo pasan por alto las enseñanzas de más calado de los maestros revolucionarios. ¿Reemplazar un mayestático ejército especializado en su profesión de aplastar ciudades extranjeras o huelgas caseras por la chusma en armas? ¿Prescindir de los invictos estrategos policiales y de los detectives de sotana? ¿El sueldo de un Presidente de Concejo equiparado al de un fogonero? "De común acuerdo, dice Lenin, no se habla de ello, como si se tratara de ingenuidades caducas, como los cristianos, constituidos en religión de¡ Estado, olvidaron las ingenuidades democráticas y revolucionarias de los comienzos." A propósito: entre esas ingenuidades, no es la última la actitud frente a las religiones. Si. la democracia de verdad es la realización política de la inteligencia, debe reconocer por primer enemigo a la plutocracia cristiana que es la realización política de la fe. . . en el Dios que protege las jerarquías y las alcancías: Marx confesó que la crítica de una sociedad dividida en clases debía comenzar por la crítica de la religión, con SUL Dios autócrata, con su burocracia de santos y vírgenes, sus legiones de espadachines alados y su campo de concentración infernal para rebeldes, modelo de una sociedad de señores y siervos. No había 128
coexistencia posible entre los amos celestes y los hombres ya libres de amos terrestres. Trotsky, figura no menos gigantesca que Lenin, realizador junto con él de la Revolución de Octubre, defensor máximo de la Unión Soviética contra la coalición capitalista mundial, jefe de la oposición revolucionaria a la burocracia de Stalin, es quien, en nuestra época, ha puesto en pie, con autoridad y lucidez sólo suyas, las verdades más insobornables de la revolución proletaria. ¿Que en la Unión Soviética no existe aún socialismo? Eso sólo puede asombrar a los filisteos, ya que el socialismo exige la planificación de la economía en un plano de integración mundial y antes exige la realidad de la paz en todo el mapamundi, para que los titánicos ejércitos nacionales, con el cuento de la amenaza externa, no terminen derrotando napoleónicamente la economía y la libertad internas y trocándose en vampiros totalitarios. La falla está no en afirmar que se lucha por instaurar el socialismo, sino que éste existe en plena vigencia y canónicamente concorde con la concepción de Marx y Lenin. Recuerde el amable lector la teoría marxista del Estado y la Revolución proletaria y trate de hacerla coincidir con la existencia de un "Estado socialista" (como decir "república monárquica" o "catolicismo ateo") tan centralizado y tentacular como el mayor Estado capitalista o la más venerable autocracia asiática. Acaso se nos tirará de la oreja para recordarnos un detalle: que habiendo comenzado corno uno de los países más atrasados de Europa la Rusia soviética, en sólo cuatro décadas, se ha transformado (en ciencia, industria y otros aspectos), en una potencia comparable a la más olímpica. Bien, somos de los primeros en reconocer y aclamar la grandiosa conquista, paso indispensable en el camino hacia el socialismo, ya que éste exige una economía no sólo igual, sino superior a la del orbe capitalista: no se 129
socializa el hambre sino la cocina bien provista. Sólo que eso no es todo, ni mucho menos. A juzgar por la biografía de Jehová, la creación del mundo precisó seis días bien contados. Y la Unión Soviética parece haberse detenido en la mañana del día primero y aún haber borrado con el codo parte de lo que hacía con la mano. Socialismo en ciernes, o en incubadora, pero no socialismo todavía. Quien ausculte sin beatería de izquierda ni de derecha podrá escuchar —aunque esto escandalice a todos los cangrejos progresistas— que el abogado del diablo sugiere que la Unión Soviética y la USA se parecen como la mano izquierda y la mano derecha. Un parasitismo ciclópeo de una burocracia militar y administrativa que se queda con la porción gorda de la renta pública. Una distancia vertical y larga hasta perderse de vista entre los clímpicos y los peatones, es decir, entre los de arriba y los de abajo. Una policía política con gorro frigio, es cierto, pero que expulsa la libertad hasta de los resquicios cerebrales del individuo. Una democracia perfecta, porque permite que las castas tutoras conduzcan dulce y respetuosamente al pueblo de la nariz como los sacerdotes egipcios conducían al buey Apis. Dan ganas de alzarse en puntas de pies para gritar lo que ni los beatos de la negación ni los del acatamiento parecen haber oído nunca: que Marx, "el más genial de los pensadores de su siglo", que dice Mehering, "hombre de inteligencia suprema", que dice Bertrand Russell (aunque todos los profesores de filosofía se pelan por enmendarle la plana) no vino a postular un socialismo estabular ni gastrointestinal para regodeo de filántropos, sino, por encima de todo, muy otra cosa: el regreso del hombre a sí mismo de todas las enajenaciones que frustran su ser: el más allá, el espíritu desencarnado la propiedad privada, el Estado, el cura, el mercader y el polizonte. 130
Se me dirá que el parecido entre la Unión Soviética y los USA no es identidad. Soy el primero en advertirlo. Del mundo capitalista que hoy asume su máxima jerarquía y su máxima rapacidad en los Estados Unidos el mundo no tiene nada que esperar. Hoy su más alta política se confunde con el más bajo gansterismo. Morirá en su ley como los titanosaurios del secundario, aplastados por su exceso de masa y armadura y su escasez de cerebro. La Unión Soviética, en cambio, puede moverse hacia adelante, y lo hará, sin duda. El paso del stalinismo al kruschevismo no es decisivo, ni mucho menos pero es promisorio. El ascenso de la revolución mundial (el ensayo socializante de Yugoslavia, la emancipación neutralista de Egipto y Argelia, la palingenesia revolucionaria de China y Cuba) puede llevar a la Unión Soviética a retomar el ritmo de l os días creadores de Lenin y Trotsky: no seguir especulando con el prestigio de la Revolución de Octubre, sino recobrar su numen y hacerlo rebasar de las fronteras, so pena de quedar rezagada. Si este último albur se diera, China, sin duda, se pondrá a la vanguardia de los pueblos para dar la batalla final que separará en dos la biografía del mundo: una prehistoria más o menos subhumana en que el hombre vivía sometido a la ley de la jungla y del hambre, y una historia propiamente humana, en que el hombre tal vez no entrará a pie llano en el edén, pero sufrirá y gozará únicamente como persona, no como bestia. Y lo último no es lo menor. Sin el Ejército Rojo —que parece un mero arcángel custodio del Estado y la burocracia soviéticos— y sin ese poderío atómico igual o mayor que el yanqui, los monopolios de Wall Street hubieran ya realizado el sueño que afiebra su vigilia: hacer del mapamundi una alfombra de sus pies. ¿Exageración? No, lo dice meridianamente la gendarmería mundial que vela por la seguridad y el alza sin tregua de sus dividendos: en Islandia, 4.000 soldaditos made ja USA; en Groenlandia 131
Y, 6.000; en Guam 7.000; en Marruecos 8.000; en Filipinas 10.000; en España 10.000; en Italia 10.000; en Libia 14.000; en la IV Flota (Mediterráneo) 25.000; en Francia 40.000; en Corea del Sur 40.000; en Inglaterra 50.000; en Japón 52.000; en la VII Flota (Mar de China) 60.000; en Alemania 90.000... ¿A cuánto llegan todos sus hombres de armas repartidos por el mundo —América del Sur, Africa, Asia— incluidos los de las misiones militares y los del F.B.I.? ¿A medio millón? Más difícil aún es apreciar e! presupuesto de su diplomacia militar, incluido lo consagrado a soborno y espionaje. Recordemos su intervención en la China Popular, donde salvó a Chang-Kai-Sheck de ser liquidado en Cantón y lo instaló por su cuenta en Formosa, isla China, con bases atómicas; en Laos y Victnam, defendiendo la civilización oriental budista; en el complot de los fascistas franceses, que puso en peligro la emancipación de Argelia y la vida de De Gaulle y sobre todo en la renazificada Alemania Occidental, punta de lanza de su estrategia contra el comunismo en Europa. (¿No fue Hitler una especie de Miguel Arcángel de bigotito tutelando la santa cruzada antibolchevique?) Sin duda la diferencia fundamental de actitud ante el porvenir inmediato entre los dos colosos radica en que la Unión Soviética es sinceramente pacifista, por la doble razón de saber que el presunto match atómico va a significar el knock-out de ambos rivales, y que el tiempo está convirtiendo en arena los cimientos del capitalismo, cuyos muros sólo dominando el planeta poddan apuntalarse por un tiempo. Los popes de los monopolios también lo y por eso, quizá, simulan ¡ligar su destino a la suerte de la guerra, que es como acometer el cruce de un incendio para salvarse de un tigre. Se preguntará si los estrategas del dólar no advierten eso, sa- biendo que el poderío atómico ruso es igual o superior al suyo. Aquí entraría en función lo que los filósofos de hoy llaman la 132
dimensión irracional que existe encarcelada en nosotros, pero que en trances de terror o ambición sin freno suele abrir las puertas para apear al nivel de la zoología aún al sujeto más inteligente. Se trataría de un comienzo de parálisis cerebral progresiva, achaque que no sólo ahorra dolores al paciente sino que le dota de las más plácida seguridad de que las leyes deben ser caprichos para él y sus caprichos leyes para el mundo. La actitud en octubre de 1962 del poderío yanqui, listo a lanzarse a la guerra para... defenderse de Cuba, hablaría demasiado claro. ¿La paz del mundo y la vida de cientos de millones de seres humanos han sido salvadas esta vez, sin duda, como cree Bertrand Russell, sólo por la prudencia de la diplomacia soviética? (No somos filósofos nosotros, pero tampoco padecemos esa ingenuidad no rara en los filósofos.) El apetito de suicidio puede tentar al individuo, pero nunca a la humadidad. Los técnicos opinan que el match atómico significará la incineración súbita de por lo menos 50 millones de yanquis con Wall Street a la vanguardia. ¿Sirve de consuelo el saber que los acompañarán Kruschev y otros tantos millones de Soviéticos? (Conocí un ñato que amenazaba destriparse —desbostarse, decía-- cada vez que entraba en curda, todo con gran éxito de alarma en la casa y el barrio que pujaban por quitarle el cuchillo. Pero un día un compadre lo llevó detrás de la casa, le ofreció amistosamente su propio cuchillo y el ñato sanó de sus accesos). Los monopolios yanquis y el Pentágono representan hoy para la especie humana y el planeta un peligro semejante al de Hitler en su tiempo, aunque elevado a la enésima potencia. Sólo quo su dólar es más temible que su bomba de hidrógeno. Podrán darse todos los argumentos que se quiera, aun los rns irresistibles, en pro del pacifismo, menos el de que Marx y Lenin hayan predicado la coexistencia pacífica entre el perro y las garrapatas radicadas en su nuca y sus orejas. ¿No se parece este 1)') JO
tipo de conciliación niansueta en torno al mundo a la que se establece en torno al difunto entre el empresario de pompas fúne-
bres y el empresario de las misas de requiem? Evitar la guerra a todo trance no puede ni debe significar postergación o freno para el avance revolucionario, porque eso significaría la muerte bajo la campana neumática. El capital imperialista no puede renunciar a su idea de dominar el mundo llevándolo a la indefensión de la rata acorralada. (El Pentágono es el ángel puesto de plantón y machete en ristre frente a la puerta para evitar la entrada (le las masas en el edén de los dividendos). La libertad fue siempre infinitamente más importante que la paz. ¿Y cómo el mundo va a librarse de sus mendigos, sus desocupados y sus asaltantes si no lo dejan librarse antes de sus burócratas faraónicos y de sus Al Capone monopolistas? A propósito, ya no podemos seguir creyendo, como muchos proponen, que el desencuentro ruso-chino en el plano de la política mundial es sólo el último invento de la propaganda capitalista. Lo ilustra mejor que nadie, y meridianamente, la tesis china consignada en un editorial del Diario del Pueblo, de Pekín, respondiendo a las impugnaciones de Palmiro Togliatti, vocero soviético elegido en la patria de los tenores. Ella puede resumirse así: Afirmada básicamente en el espíritu y la letra de la doctrina Marx-Lenin, China sostiene que la coexistencia pacífica de las clases y los pueblos explotados con el imperialismo significa la resignación del perro al inquilinato de las garrapatas; que la reforma estructural, que postula Togliatti, renunciando a la toma del poder, significa alojar a la revolución proletaria en el musco de ciencias sociales y paleontológicas; que la actitud de la URSS ante el último amago gansteril de los EE. UU. contra Cuba, es un Munich caribe, vale decir, una imitación de la inimitable actitud de Chamberlain y su paraguas ante Hitler, 134
tal como se hiciera ya ante el aplastamiento de Lumumba y la insurrección del Congo; que el solo tratamiento aconsejable para evitar la amenaza termonuclear del Pentágono es jabonarle el piso profundizando la lucha de los galeotes del mundo por librarse del hambre, es decir, de Wall Street. Es eso lo único que propone China, hoy a la vanguardia de los cruzados del hambre. Acusarla de provocar la guerra amenazando al mundo con el apo^ calipsis atómico, y alinearse para ello junto a Washington y a Vaticano es algo tan magno como la bomba de cien megatones y tan oloroso con una bombita de azafétida. Ni decir que las dos denuncias últimas de Pekín son las menos contestables. Que en el conflicto fronterizo chino-hindú la URSS ha socorrido con armas al gobierno de Nehru, es decir, a un régimen que es la herencia agravada del régimen colonial inglés, ya que a la explotación de los maharajaes y brahamines de siempre se aíiade hoy, amorosamente el de la burguesía hindú, combinación más eficiente que la de las cobras, los tigres reales y la fiebre amarilla, que ha hecho de la India toda el campo de concentración del hambre. Que el pacto de desarme atómico entre la URSS, USA e Inglaterra, al reducirse al cese de pruebas nucleares espaciales, no impide las subterráneas ni las submarinas, ni impide la fabricación de petardos y cohetes atómicos, ni impide nada como no sea el que las masas sometidas se muevan contra la orografía de los presupuestos militares y la amenaza de una guerra de inhumación universal. ¿Coexistencia pacífica en torno al cráter de un volcán tomado por fogón doméstico? Las ilusiones son el alimento más suavemente digerible, pero es el más descalcificante y, cuando lleva una dosis masiva de opio, sencillamente mortal.
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CAPÍTULO
XII
BALBUCEO SOBRE EL CAIJCASO A Pedro Orgambide
Volamos sobre Tifus, no lejos de Sumeria, la tierra donde por primera vez el hombre se divorció del bosque y comenzó a amasar el mundo con sus manos. No lejos del monte Ararat, donde desembarcó Noé, el que inventó el vino y el primero que naufragó en él aun cuando estaba destinado a ser el decano de los alrnirantes. Volando frente al Cáucaso, ahora. Esfuerzo mi ojo a través de la ventanilla del avión para contemplar con toda mi alma al que más deseaba conocer de todos los rostros de la tierra. Allí está, arrugado de quiebras y siglos, encanecido de siglos y nieves, el lugar más sagrado de la tierra y de la historia: el calvario de montañas donde padeció Prometeo. No un dios descendido del cielo o de los sueños, sino un hijo de la tierra como nosotros, de la patria donde los hombres estuvieron más cerca del Hombre. Prometeo, el más grande de los griegos, la mayor figura humana y sobrehumana, cantada por el mayor poeta del mundo. No vino él a limpiar al hombre del 137
pecado original de haber cedido a iu hambre sagrada de Conocímiento, por el que fuera condenado al trabajo como a una lepra
ineludible. Prometeo vino a sacar de su paraíso de marañas y espinas al hombre hirsuto, a iniciarlo en el uso de su cerebro y sus manos, para que aprendiese a transformar el mundo y de rtbote se fuese transformando a sí mismo, y no de forma sólo como el sapo o el insecto, sino también de esencia y destino. En una bruma de ensueño o alucinación, y en un silencio de más majestad que el trueno, creí entrever la figura única: un rostro tempestuoso y sereno a la vez, más iluminado que el de los hombres y más profundo de humanidad que el de los dioses —un titán no de la fuerza sola, sino de toda la inteligencia, la audacia y la generosidad del hombre— el hijo y padre del fuego, pero sobre todo el escultor de la luz, digo de la libertad del hombre que desafía al mismo cielo con su buitre y su rayo: toda la batalla del pensamiento humano contra los demonios y dioses creados por el temor humano. Me esfuerzo por oír y traducir la voz que viene subiendo de mi corazón corno de un torrente subterráneo: "Maestro del hombre, Prometeo. Tú le fuiste enseñando con pausa a humanizar la piedra, la madera, el hierro. Y antes que nada el fuego, para que suscitara con él su propia aurora y pudiese defenderse de la tiniebla y la fiera, es decir, del terror, tirano de tiranos. "Lo montaste después sobre el galope y el relincho, para alzar su horizonte a la altura de los vuelos y humillar las distancias. Le enseñaste a dilatar su hogar hasta el ganado y la mies. Y a domesticar el desierto con camellos y cisternas. Y a apaciguar con el remo y la vela el motín de las olas. "Mientras tanto, claro está, fuiste amaestrándolo simétricamente por dentro. Le enseñaste primero la palabra y después el alfabeto, para que el pensamiento lo obligase también a er138
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guir interiormente su vertical humana y pudiera comunicars hasta con los hombres aún no nacidos. Y le erisefíastc a averiguar la lejanía o la profundidad a través de los ángulos y los números. Y aun le enseñaste la música para que pudiera presentir mejor la dimensión de su alma. "Esa fue tu gran culpa ante los dioses, Prometeo. Y no podían perdonártelo, porque los amos celestes de allá arriba, como los pardos de aquí abajo, no han querido nunca hombres erguidos sobre sus pies y caminando según la altura y la luz de su frente, sino súbditos doblados sobre las rodillas de la plegaria y bajo la joroba de la servidumbre. El dios mensajero (el ser dios o rey no impide ser lacayo) que vino a ejecutar la sentencia, se apiadó de tí y te aconsejó arrepentimiento y prudencia. (Retumbaba hasta en las cavernas del océano el eco del martillo anexando tus miembros a la roca, mientras, no lejos, el buitre te espiaba ya el hígado a través de las costillas). Y tú le contestaste las palabras que escuchó Esquilo, las más grandes que escuchó el mundo: Prefiero mi tortura, con ser la que es, a ese oficio tuyo.
Eso dijiste porque tú sabías de una albricia semejante al crecimiento del alba: la de sustraer a los hombres enajenados a cualquier ídolo de oro, barro o humo y empujarlos hacia el aprendizaje de su propia humanidad. "Y he aquí que la enseñanza mayor que impartiste a los hombres fue la de tí mismo y la de ser lo que tú eras: la libertad tallada en carne y espíritu. Sólo que los hombres no se mostraron en general buenos discípulos tuyos. Comenzaron dejándose guiar por el hombre de uniforme de vampiro —modelo de todas las variantes de parasitosis— que les hipoteca el presente con la letra de cambio de la salvación póstuma. La insensatez, cuando enorme, dejó de parecerles ridícula, como ocurre con ci cuello de la jirafa o la obesidad de la ballena. La carga de la tradición se hizo joroba, sin querer ver que para no darse de narices con139
ira el presente es preciso mirar hacia el futuro; tuvieron por éste ese terror que el buho tiene por el alba. Prefirieron siempre la melancolía soñolienta de los ocasos a la poesía álacre de las auroras por nacer. Se ncgaror s"ril)ro a ver que ci ideal divorciado de la realidad es tan precio3amente frágil como la porcelana de la dinastía Ming que una carcajada puede hacer trizas. "Claro está que no todos los hombres olvidaron tu palabra y tu ejemplo —gracias a ello, y pese a todo, sigue el mundo moviéndose hacia adelante— pero los dioses y la rutina encontraron aliados y émulos en la tierra y la tierra toda fue un campo de concentración de la servidumbre. En eso estarnos todavía. " ¿, Que hoy el hombre puede vencer la necesidad económica —forma cavernaria de la fatalidad— y obligarla a abrir al fin sus puños de piedra? Pero el mundo sigue gobernado por el peor avatar de la estupidez, la deidad más obscena que los rufianes y más oliente que las carroñas, llamada avaricia. Sus hijos aún redondean el globo con sus manos como los escarabajos su pelota. El hombre es sólo una de sus mercancías. "La ciencia y los inventos humanos han llegado a un poderío que asombraría a muchos de los dioses. Pero la ironía ha sido siempre colaboradora de la fatalidad. Hoy que los cementerios para perros entran en vigencia comienzan a escasear las viviendas para el horno sapiens.
"Los productores de riqueza en magnitud astronómica producen en igual magnitud pobres que no pueden aproximarse a ellas. Hay hartura de oro y hambre de pan, todo en gran estilo y sin retórica. "En Asia, Africa y América centenares de millones de langostas humanas entretienen su hambre con alcohol, con bctcl, con opio, con coca, con juego, con prostitución, con crimen. Toda la tierra parece regada por el Ganges de la imbecilidadse--rada y el Bramaputra de la miseria y el horror profanos. Todo eso 140
mientras los pobres coleccionistas de riquezas, pese a sus psiquiatras, enloquecen a causa de la falta de compradores. "Así fue siempre y hoy lo es más que siempre. En el mundo regido por el cetro de los mercaderes todo se hace por ellos y para ellos, desde los cócteles, a las ideas, desde las muñecas a los cohetes con que se petardea a la luna. Hasta la órbita de la meditación de los filósofos entra en la órbita del vientre de los dioses de la gordura. Y todo eso ha producido y produce un monto creciente de superganancias y de laboriosidad asoladora. "Las riquezas de la gea desplazadas por los productos sintéticos. La naturaleza incentivada por un oxígeno industrial. Voluntades motorizadas. Cerebros electrónicos y velocidades supersónicas entre un vaivén arrullador de incitantes y sedantes. Los sabios trabajan como galeotes forjando las nuevas cadenas del mundo. El amor rebajado a mero sexo y el sexo rebajado a juguete. Y una epilepsia de diversiones para ocultar los bostezos del alma. "Mientras, el barco de la civilización sigue navegando sobre una hidrografía de sudor y sangre y llanto. Y el hombre, sacado de la historia y apeado a una zoología mecánica, tiene en la mentira convencional su canción de cuna, de amor y de combate. El hombre reducido a mera cantidad y castrado de su esencia y su esperanza. " ¿Pero es que la humanidad puede suicidarse, pese a los megalones, capaces de desfondar el planeta, y la carga de terror ya desfondando el corazón del hombre? "No nos atrevemos a imaginarlo, oh Prometeo. "Olvidaba decir que hace ya un siglo apareció tu mejor alter ego hasta hoy: el que equilibró en la balanza de la historia el trabajo del cerebro y ci de las manos, sacando ci pensamiento de las academias para ponerlo en los puños del mundo. Desde entonces los días de los ventripotentes inquilinos del olimpo ca-
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Capítulo 1 - El Pan de Azúcar, las tanelas y los papagayos 7 II - El Sahara entrevisto desde las nubes ......13 III - La Roma de Juan XXIII y de Palmiro Yogliatti.................................19 IV— Visita de cortesía a Moscú ...............37 V - El Congreso de la coexistencia pacífica 47 VI - Continuación de Moscú .................61 VII Georgia invade el futuro ................71 VIII -- Fraga, ombligo aéreo del inundo .........81 IX - La,, (los medias rtiananas teutonzc' . .. ....... 87 X —El dólar contra la historia ...............109 XI - ¿Un eje Moscú, Roma, Washington frente aPekín? ...............................121 ,, XII - Balbuceo sobre el Cáucaso ..............137
Este libro se terminó de impri,nir en los talleres gráficos EmTOFJAL ESCORPIO CABRERA 3856,
Buenos Aires, el día 5 de marzo de 1964