Libro historias de las comadrejas y otros cuentos son visiones

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Historias de Las Comadrejas y otros cuentos son visiones


Historias de Las Comadrejas y otros cuentos son visiones

Enrique S. Traverso


Arte & Diseño: Gabriela Vargas Fotografías: Cesar Aguirre Diagramación: Alberto Puente

Hecho el depósito de ley 11.723 Derechos reservados Impreso en Córdoba, Argentina Edición Año 1995 6


Cuando me internaba por estas narraciones como en una ciudad áspera, extraña, hermosa.., regresaba a mi memoria la voz entrecortada y suave de su autor, el de estas páginas y también el otro, mi amigo de largo tiempo, el conversador fascinante, el empedernido e inalcanzable lector, el ser humano tolerante para quién no existe verdad más respetable que la del prójimo y me parecía escucharlo insistente y placentero, repetir su credo que comparto y quizás pudiera ser como el que sigue: Cre-o en el hombre '-' en e! carácter sagrado de la vida Creo en la literatura para reflejar la humanidad entera, buena o mala sin aditamentos, verdad y belleza pero literatura a secas. Creo en Balzac y en los clásicos, maestros irremplazables. Creo en el talento, pero más en el sudor. Creo en el lenguaje como la vocación esencial de la hermosura. Creo en el estilo como la forma singular de ser nosotros mismos. Creo en la libertad y en la justicia, pero más creo en la capacidad redentora del arte. Creo como Tolstci, que pintando mi pueblo seré universal. Creo en la imaginación, pero más creo en la vida, materia fundamental de la creación literaria. Creo en el adjetivo y en el verbo yen su capacidad de reconstruir el mundo. Creo que la vida bien vale la pena si logra una página que merezca recordarse. Creo en los sentidos y en el gozo que nos proporcionan, pero más creo en su mágica sublimación por el arte.

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Creo en mi voluntad y en la antigua voluntad del Hombre, para dar cuenta de si mismo empeñandose en una única vocación indudable. Creo en la literatura como una pasión hegemónica, que no acepta ser compartida con otras pasiones. Querido lector: las páginas que siguen son la con firmción de las fidelidades de éste credo, te invito a compartir la gracia que nos entregan. Rodolfo Angel Vázquez


A Juan Bautista Zalazar, a Abelardo Castillo, a mi hija Maria Candelaria, siempre.


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El que pinta, esculpe o escribe, s贸lo lo hace para salir de/infierno. Antonin Artaud

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Las Comadrejas

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Cuento sólo la crueldad que vieron los ojos de mi infancia Llevaba el pueblo el ubérrimo nombre de "Las Comadrejas. Recuerdo al viento chiflar imponiendo un silencio de arenas, doblarlas esquinas, subirse abs anchos veredones, peinar o despeinar a Pajarito, mamao siempre hasta las tusas. Viento, cielos a sol lleno, comadrejas, viejas rezadoras, siestas calor de sopa. Hastío, hastío. Las Comadrejas. Adiós niña... mirála como lleva esa maldá tan precisa como el dolor de muela. Se la nota Pérez en su ser y en su andar... ¿Vos que sabís Cucharita? No se volvió a sentí nada de las hijas y ni menos de la viuda. Ah y el padre cura le echó bendición a la casa al trator, al bote viejo y hasta el nido de los col-col que hay en los cañaverales, los bendijo. Más de atrevido mandinga o quien quiera asomá el flequillo cuando ha pasao la bendición de Dios y el espíritu santo, ¿que nó?. Por mí que se mueran, dijo - escupió,torció la gorra ala derecha sobre e/pelo motoso, el que contestaba - la última vez que vía la chica

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me había dado un poco de pan blando, queso de pata y brevas. Después seguro que la pilló el sucio de/viejo - alargó un poco la mano, lentamente fijando la vista, desenroscó la tapa del vino amarillo mitad de botella - y la cantó a Ion jazos, después seguro que también ... vos sabés, es cuento viejo. La vieja caminaba contando los pasos, se había retirado de la iglesia, el sopor de las paredes construidas con una tersa piedra en 1 788 y el asma de los días húmedos no la dejaban vivir. Sacaron de a pie el féretro. Adelante marchaba el cura con su cara de comadreja y su paso de arzobispo, a los costados tía Belda llorona, tía negra un ojo de vidrio y las orejas de lava arenosa. Inmediatamente detrás, esa blanca mujer con el pelo entrecano y aritos azules de perlas falsas, que más hermosa le hacían la cara. Sombrero entre las manos. Manos con huellas de azada. Los ojos de un verde clarísimo, que de tan claros y hermosos daban pánico. Vestía un trajecín negro y abajo blusa bordada con pretina ancha Senos duros, apomelados. De la mano derecha, pálida, pendía un niño; seis años tenía. Atrás, el muerto, un metro noventa, espaldas sin curva como una ancha tabla. Lo cargaban Luisito, el hijo mayor - 28 años - con el que el muerto había rotado el poder en la casa. Desvencijado su rostro, olor a ginebra, llevaba las mismas botas siempre: salteñas de alta caña. De la manija posterior, Jorgelín, criado de la familia. Las viejas 16


M pueblo saben que es hijo mostrengo. El lo había conocido al Vástago Pérez desde cuando alguna vez supo llorar por fuera, en los brazos de la madre que lo parió. Ahí iba el Vástago, en ese cajón negro que tuvieron que hacer traer de la ciudad por que en el pueblo no se daba con ninguno del tamaño. ¡Vástago hijo de puta!, si me habrás escupido los ojos cuando eras chico. Después yo le tenía que pillar esa yegua baya que siempre fue arisca. Cómo se reían el Timoteo, el primo Felipe y la finada Margarita el día que me hicieron poné aquel traje cruzao a rayas del abuelo. Me acuerdo cuando me ató al laurel y me bajó los pantalones, y después se hizo hombre... y yo pasé a servirlo cuando se casó con la niña Elva. Me sacaron de la mesa a comé aparte porque respiraba muy fuerte y el Luisito me miraba, me miraba. Trabajar, siempre se trabajó duro, con estas dos gauchitas motas con siete dedos, me hice a ordeñá, a la pala, al hacha regular y a la azada. Cuando me pilló culiando la perra vieja, abrió una bolsa de sal y me acostó encima: lomo a la sal, de jeta al sol. De cuando en cuando me echaba un balde con agua. Estuve atao día entero y una noche. Todavía tengo huellas de las llagas, pensó el deforme, que quiso probar a comerse las uñas de la mano desocupada, desistió, le salía pus. Después dejó caer por su cara de escuerzo algunas lágrimas. En los costados, sin ninguna solemnidad el oficial Pancho 17


Quiroga y el agente Galleta López. Cerraban el cortejo una perra alzada y seis de los peores perros M pueblo. Arriba, el cielo cargado de rumores se había vuelto pardo. El cortejo avanzaba a paso medio. Por todo el pago se corrió la noticia, decía el Ojudo que masticaba tabaco rubio. En este pueblo vivimos sarnosos ycondenaos. Se nos deberían vení los cerros encima. Callesé de gruñí Pajarito, que Las Comadrejas será lo que sea, aventuró el Cuchara echándole un trago a una botellito que decía alcohol puro, pero... en fin. Pajarito lo miró con los ojos oscuros, el brillo de las moras negras se amontonó en las manchas marrones de sus córneas. Escupió tabaco. Bah, que se yo... como no me quedo seco de una sola vez ¿usté me lo sabe contestá? Acá somos ruinas del sol, no vivimos mas que para ayudarnos a contagiarse los piojos y después ayudarnos a despiojarse con las manos. Por la esquina del viejo almacén, pasó el cortejo, esquina de reunión. Algunos hombres se sacaron los sombreros, otros muchos dieron la espalda, las mujeres se persignaron. Una jardinera se detuvo, la familia entera que viajaba arriba contempló todo desde un 18


primer plano. Al fondo de la cuadra los tres hombres- sombras vieron pasar por la esquina de la panadería el pequeño cortejo. Loado sea el Señor, dijo el cura abrevando en las alturas o mirando que se venía la lluvía. En el cementerio todo fue más rápido. Aún todo el cortejo tuvo tiempo de observar a una bandada de calancates que se dirigía a un palmedar cercano. Pronto se abrió el panteón, se dejó el cajón junto a otros dos que se presentaban verticales con algunas florecillas caras y sucias. Había cucarachas. Se cerró la pesada puerta labrada. La mujer de aros azules no dejó escapar llanto. Desvió la vista hasta Jorgelín, lo vió deforme, con esa cara ovoide y la enorme prominencia que le crecía arriba de las cejas. El le sonrió con su sonrisa de molino andando. Se comía las uñas, le sangraban. Todos se fueron, ella miró de nuevo al defectuoso. Se detuvo un instante dentro de sí misma, dejó correr saliva liviana por los costados de la lengua. Pensó en su hija, tan blanca, tan hermosa. Se le hicieron presentes duros momentos. Miró las horribles begonias ... oscuros, cruentos... momentos. Las plumas de la almohada taparon los dos orificios ensangrentados. Por una cortina bordada, el caliente viento norte movía apenas las plumas adheridas a la cara. Las almohadas fueron retiradas pronto como si hubiera necesidad de observar aquel cuadro. El sexo del hombre parecía latir, después de que el cuerpo había dejado de 19


corcovear. Nadie escuchó los disparos de la bersa atenuados por las almohadas. Luisito estaba en el bar, borracho, seguramente buscando roña. Jorgelín, Jorgelín, llamó la mujer al hombrecito y le dijo: vos sos un ángel, inmundo, pensó. La historia echaba a andar su péndulo. Comenzó a chispear, llovía en Las Comadrejas.-

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Carmen ojos de musgo

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Carmen tenía ese mirar esquivo de los que se sienten culpables. No era para menos, había dicho mi padre que asistió a la niña en las primeras convulsiones. Sus formas eran normales, mas su mandíbula desmedida y esos ojos musgo llenos de terror, me atornillaban la cabeza. He soñado con Carmen hasta mucho después de la primera eyaculación. Cuando no tenía los diez años y la cara llena de un bello espeso hacia los costados, su padre le abrió las piernas. Después, ya era toda una mujer, contó sin solemnidad su tío Miguel que entonces tenía trece. Mi padre explicó que era una obstrucción valvular, por eso se le ponía la cara azulada. Las hermanas de Carmen eran dos flacas desgarbadas con cuello de lombriz. Con María Esther íbamos al mismo grado, nos sentábamos en el mismo banco. La maestra decía que éramos una hermosa pareja, yo odiaba a la maestra y detestaba a María Esther como a ningún otro ser en la tierra. Con Carmen era distinto, yo sabía que ella era muy fea, que

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usaba todo el año los mismos zapatos y que los chicos le tiraban piedras por que los miraba siempre ¡con esa cara! . A mí no me asustaba, yo subía a la terraza donde ella me esperaba. Cuando me veía, sus ojos destellaban de alegría. Carmen me bajaba los pantalones ¡ y me empezaba a chupar con tanta dulzura! . Yo me emborrachaba de ella sintiéndole en la piel un olor mezcla de té con leche y almizcle. Sus caricias eran más hermosas que las de cualquier madre, pensaba. Su regocijo era grande cuando le obsequiaba semillas, tenía una bolsa llena. Una vez se orinó encima de emoción porque le había llevado una manotada de semillas de sandías negras con pintitas. Otras tardes cuando era verano y sus senos habían ya brotado, comíamos dulce de leche en la terraza y ella se dormía mientras yo le alisaba el pelo. Había momentos eternos, cuando pedíamos que el viento hiciera sonidos silbadores en las copas amarillas de los lapachos. Leíamos libros de ensueños. Carmen se detenía siempre en las mismas hojas del libro de Las mil y una noches, aunque para variar leyéramos el relato de la noche 10 o 106 que yo había adoptado como mis preferidos. Ella quería siempre la historia que cuenta lo que le había ocurrido al orfebre Hazán, el que había salvado al joven del mago y después lo había decapitado. Cuando Hazán se alejó de las muchachas con las que había estado tres días enteros riendo, bebiendo y jugando, se internó en el bosque y se sintió pequeño.Como olvidarlo, que enorme era nuestra intrigal. Ese Hazán miraba a las muchachas bañarse en un 24


espejo de agua. Lo evocaré una vez más, como desde aquella terraza, lo sé perfecto, el relato dice: T las muchachas salieron entoncesJeI espejo de agua, mientrás Hazán, sin ser visto permanecía mirándolas atónito, ante tanta belleza y hermosura, ante la dulzura de sus formas ocultas y ante sus buenas dotes. Al volverse para verlas mejor, vio a la mayor de las muchachas desnuda y ante sus ojos apareció lo que se ocultaba entre sus dos muslos: era una cúpula estupenda, redonda con cuatro pilares, que parecía un tazón de plata o de cristal y hacía recordar los versos del poeta que dijo: Cuando le quité la ropa, poniendo al descubierto la superficie de su vagina, hallé en ella una estrechez semejante a la de mi carácter y a las de mis medios de vida. Introduje en su interior la mitad de mi instrumento y ella suspiró por qué ese suspiro? Y ella : ¡por la otra mitad!, hasta aquí leíamos, imaginábamos y reíamos, pero el relato dice más. Las muchachas salieron del agua y cada una se puso sus ropas y sus vestidos. La mayor se vistió con un traje verde y su belleza superó la hermosura de los horizontes, el esplendor de su rostro reluciente más que las lunas de levante, y con su elegante paso, sobrepasó en hermosura las ramas de los árboles, haciendo enloquecer por los instintos del deseo. Podía compararse al dicho del poeta: Apareció una alegre muchacha, de quien dirías que el sol ha tomado prestada la hermosura de su mejilla. Llegó cubierta por una camisa verde, de un verde semejante a las ramas que florecen en un árbol de granadas. ti

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¿Cómo se llama ese vestido ?, le pregunté. Y ella contestó con palabras que sonaban muy dulces: Hemos destrozado el corazón de nuestros seres queridos y de allí ha salido una brisa que nos ha destrozado el corazón a nosotras". Le debo a Carmen mi adversión al sonido de las campanas de la iglesia. Ella solía ponerse como una fiera cuando sonaban las malditas. Huía a su cuarto y se tapaba la cabeza con una enorme almohada de plumas. Pasó el tiempo y nuestros contactos se hicieron esporádicos. Muchos años después supe como había sido todo; las convulsiones habían avanzado y sumergida en un mundo de pastillas, había perdido los reflejos. Con el invierno su piel se puso más pálida que nunca. Ví como se le iba hinchando la cara y los ojos se sumergían más adentro de sus cuencas. Los meses fueron deshilachándose en girones grises.Vinieron tardes nubladas, sin mirlos ni loros viajando a los palmedares. Hojas cobres, días grises, otoño. Luego la primavera y el semen brotando en los nudos de la higuera. Con el verano vino el espanto de sus ojos verdes y el coro de ranas chillando en concierto fúnebre hasta el amanecer. Una noche, largas mesas se pusieron en la calle. Las señoras acudieron temprano a dejar fuentes con albóndigas, pollo, milanesas y empanadas. Varios árboles de la cuadra habían sido preparados 26


con lamparitas de colores, pequeños paquetitos brillantes / que semejaban regalos, pendían sin ninguna gracia de las pequeñas araucarias. Yo me retraje esperando encontrarme con Carmen. Salí entre la multitud de brazos elevados en uno de los brindis, pero ella estaba mezclada entre los que festejaban. El que riera puso bien a todos que tenían corazón misericordioso por que era navidad. Pero ella siguió riendo, logrando que todos callaran, llenando de terror a los comensales. Un silencio sin murmullos creció en las largas mesas y todos los sonidos accesorios a la risa de Carmen se convirtieron en sonidos que causaban terror: la acequia, los perros que ladraban nerviosos, las ranas que croaban a morir y los niños que lloraban terriblemente. Los días para mí crecieron tumultuosos, llenos de espanto, después de aquella noche en que Carmen se reía. Los vecinos lo habían olvidado todo y seguían metidos en su hastío gomoso, ese monoritmo estúpido de la vida provinciana. El día de Santa Rosa sonaron las campanas de la iglesia con mayor estridencia que nunca, la cabeza parecía que me iba a estallar. Esa noche tuve fiebre. Carmen había tenido una muerte lenta, agónica como aquel canto de las ranas en la nochebuena. El líquido combustible con que se había rociado el cuerpo no pudó con las cuencas que carbonizadas, siguieron sugiriendo para todos los habitantes de Las Comadrejas, esos dos ojos musgo escrutadores, que abarcaron todo el terror de nuestras vidas.27


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Don Pío

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Era un hombre adelantado de hombros, desgajado de alegrias, cuartiado de noches grilleras y amaneceres oscuros. Vestía apenas para decir que lo hacía, fumaba en pipa de caña, apenas hablaba y algunas veces reía para decir que lo hacía. Venido de la Génova italiana llegó a mis pagos en una primavera de esas amasadas. Y se vino flaco, azul los ojos y de mansedumbre la mirada. De recién llegado dicen que estaba tan llenito de pulgas como perro i ciruja. Yo sabía poco de él como de mis siete años y la época en que los coyuyos le empiezan a calentar el sexo a las algarrobas. Me acuerdo de esos veranos en la casa de los abuelos, las corretiadas bajo la viña y un ¡ay la puta! de una espina clavada en el pie descalzo. Allá estoy, si me estoy viendo con la honda colgada al cuello, unas piedras pocas en los bolsillos y de manos ligeras pillando tucos pa tantiar la noche y despues dejar que se volaran, enviándolos con la punta del dedo índice para que siguieran siendo cielo. Recuerdo bajarme del catre alto que era mi cama de chango, donde yo sentía un status raro y salir achicándome y variando las patas para que no me siguiera el duende sombrerudo, que decía mi abuela: anda pa' corretiar a los changuitos que comen higos calientes en las siestas. Y denó me ganaba tras unas plantas de achiras que me

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resultaban para verlo. Detrás del alambrado, bajo una mora híbrida que era vecina de mi nisperal se sentaba don Pío acusado por mi mirada. Sabia ponerse un gorrito azul con el ala delantera levantada, como para atajar un viento que jamás vendría. La siesta hinchaba sus ubres. El hombrecito se arremangaba la camisa de un solo intento, después siempre se la quitaba y tan desinteresado de mi curiosidad, del tiempo y de la siesta, sacaba los pies de las alpargatas, los ponía blancos, despacio, sobre la tierra y extraía del bolsillo del pantalón una tijerita de podar, pero chiquita y se empezaba a cortar las uñas de los pies. Después hacía un hoyito con el cabo de la tijerita, armaba una montañita con las uñas, las trasladaba con la punta de sus dedos despacio samente y las soltaba más despacio todavía en el hoyito. Luego echaba tierra en el pocito y con una ramita clavada en el centro de su tumba de uñas recién cortadas, una señal dejaba. Y yo ahí me quedaba mirando el pocito aquel tapado, mientras lo amasaba a Dios mismito en el hueco de la nariz y el tanito se ponía el gorrito y enfilaba para la casa.-

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Betucho y los gansos

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Yen efecto la vieja casona con techo de tejas y grandes varas, había sido tirada abajo quedando de ella sólo el recuerdo que tenía mi abuelo que siempre contaba la misma historia "en el patio delantero-hoy vereda acanaletada con desagüe a la calle- allí mismo había mateado Beigrano". La casa de Don Primitivo llegaba hasta el solar donde hoy está la iglesia, que antes se llamaba Chacarita de los padres. En una foto guardada en un cofrecito, mordida en una punta, está don Primitivo y una mujer que parece un tipo, -le aparece un pelo de barba largo bajo el lunar, había dicho el primo Exequiel y yo me admiraba viéndola pitar en la foto un enorme cigarro de chala anisado-esa ,era la esposa. Después a todo se lo llevó un otoño de vientos que trajo modorras y armó rulos de hasta un metro con unos yuyos secos que parecen poleos. Betucho me miraba con sus enormes ojos asiáticos que parecían los ojos negros y profundos de los aljibes. Por las tardes, después de tomar un mate cocido con tortilla, tarea a la que nunca le ponía menos de media hora se entretenía con el graznido informe de los gansos, que era siempre sicótico, el mismo graznido. De pronto salía de aquella posición en la que observaba a los blancos animales y

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cuando el silencio era dueño y los gansos hacían mímica de secarse las alas, él se levantaba por única vez de su silla; sigiloso caminaba hasta el alambrado con cañas que lo separaban de la acequia y se ponía a graznar a las torpes aves igual a un ganso, pero con mayor estridencia. Los bichos abrían larga y profundas sus bocas y se daban a una huida estrepitosa que a mis nueve años le causaban espanto. Betucho en vez se reía de los sonidos que emitían los animales en retirada. Muchas veces observé el mismo cuadro, como si fuese el único destinado a participar de aquella visión tan rápida y fugaz como una cuchillada de aire fresco en una siesta de febrero. En aquel momento era como si la percepción de Betucho se ampliase de tal forma que ... todo parecía estar calculado por él, que sumido como en ausencia de sí mismo, miraba la lontananza horas y horas, sin importarle el lloro de la higuera o que yo meara en la acequia para llamar la atención; hasta que de pronto, despacio, pero con enorme justeza ejecutaba cada paso. Y de nuevo ese alucinante ruido a patas en el agua, a gansos insultando a Betucho a través de la emanación de un graznido que era igual a un viento que sonaba áspero mientras él abría grandes los ojos y se reía, se reía. Betucho nunca habló, sólo emitía algunos sonidos que parecían sacados del vientre y como pronunciados por una caña. Dormía en un catre lleno de pedazos de trapos junto a las herramientas de la 36


quinta e inmensas bolsas de maíz. Ellos nunca supieron que yo sé, nunca sabrán la sensación que experimentaba ese hombre hablando en el lenguaje de los gansos, porque las fuerzas de toda su inteligencia se ponían en carrera, disparadas por mil distintos canales, en la búsqueda de una sensación, que partía del extasis, pero como a un Lama, lo transportaba a vaya saber que lugar.-

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Vida de perros

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II El viejo Dick tenía un pelaje gris y de sus fauces parecía caerse gomoso, el verano. Yo montaba cañones atrás de los girasoles o cabalgaba en un viejo escobillón de escasos pelos despeinados. Por la televisión que recién había empezado, Tarzán era alto y tenía el pelo corto. Las zapatillas Topo Gigio se imponían en la moda infantil. Pero no quiero echar a volar las palomas del recuerdo, la infancia es ese tiempo con sabor a buñuelos de la abuela, las travesías por el baldío, la vida misma que se prende y que se apaga como las piedritas que se prenden y se apagan del baldío. Las piedritas que ilumina la luna. Vuelvo al territorio de la infancia. Debo saltar las tapias, imitar el canto de los pájaros, atrapar tucos para después dejarlos volar en las noches que son puro cielo. "Vuela vuela pajarito", decíamos izándolos desde nuestros dedos, y ellos se iban trotando por el aire con sus lucecitas verdes, a seguir siendo cielo. Mi infancia fue el olivo en el centro del patio, majestuoso como un olimpo. Mi infancia fue Dick, un cachorro ovejero alemán que una vez mi padre trajo en el auto Unión. Con los chicos Dick se miraba distinto. Hablaba en un lenguaje

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de confianza entre silencios y miradas. Yo me veía siempre en sus pupilas. Cuando espiaba a don Pío, el tanito que por las siestas se cortaba las uñas y las enterraba en un pocito, él se estiraba a mi lado. Yo me escondía tras unas plantas de achiras y el perro venía conmigo, los dos observábamos aquel ritual extraño que ejecutaba el hombrecito: sacar los pies blancos como dos palomas, colocar las alpargatas azules a un costado, extraer la pequeña tijerita, similar a la de podar (pero chiquita) y luego tan despacio como había procedido, cortarse las uñas de los pies. Antes siempre se arremangaba la camiseta de un sólo intento. Dick jugaba a comerse mi sombra. Mis cavilaciones sobre la boca negra de la noche y las formas que se dibujaban en las copas del palo borracho, el algorrobo, el olivo y las casuarinas, no eran sólo mis cavilaciones, sino que eran también sus cavilaciones. Hablábamos bajo el vientre de la noche o nos sumergíamos en un silencio lacio como el viento norte que sacudía a un mismo ritmo el foquito de la calle. Me acuerdo cuando mamá bajó despacio de su pieza y dijo: pueden subir a ver a la hermanita. Los tres hermanos nos miramos, sacamos conclusiones con un dedo en la boca o la nariz y subimos las escaleras. Vos, viejo amigo, esperabas tu turno en un vértice de la terraza con tu cola flameando hacia el vacío. A veces caminábamos sin ningún sentido y dirección por la calle. Aunque siempre preferías marchar con la lengua como soltando 42


chispas junto a los chicos. Poco te importaban esas locas que pasan todo el tiempo moviéndose con su cuerpo redondo, las ruedas de los autos, la mayor atracción de los perros del barrio. Mi trompo no bailaba. Después fue mejor juego tirarlo lejos, vos corrías a buscarlo. Nunca pude entender al viejo comisario ya retirado, que hablaba de tu impertinencia, cuando arrancabas algunas planta de lechuga de su huerta. Menos mal que nos dimos cuenta cuando te puso ese pedazo de bofe hinchado que adentro cargaba vidrios para que te rebanaras las tripas. Había quejas en el barrio por tus juegos. Don Pascual Irusta había ido a cobrarle a papá una bolsa de compras, porque vos se la habías destrozado. Movías la cabeza siguiendo las locas rayas rojas, amarillas, verdes que parecían saltar en tu boca que sacudía los retazos, mientras el hombre enfurecido te intentaba dar con un palo; después se quedó a un costado de la calle, alisándose los pelos blancos, encrespados, con las manos. Doña Julia te lo perdonaba todo, después de la diabetes que le fue apagando los ojos, ella estaba más buena. Te daba pan y leche como si fueras un cachorro. El comisario había prometido balas para tu cuerpo, era tanta su insistencia, dijeron que podías matar a un niño, que el juego que librabas se convertiría pronto en una amenaza. Embaucaron a mi padre... "Los niños a la habitación", había ordenado mamá. Con los primeros disparos de los hombres apostados en el techo, Lucía la 43


chica que nos cuidaba se tapó la cara negra, dejando la palma de la mano a nuestra vista. Su mano con algunas líneas bien dibujadas fue una entera escena de pánico No le habían dado el disparo que llaman "certero", "el tiro justo", decía el viejo comisario. Papá fumaba su cigarrillo quince del día. Habían elegido la mañana para tu muerte. Dick corrió hacía la cocina derramando sangre roja teñida de negro, mi madre inocentemente con la culpa en el vientre había abierto la puerta. Lo sacaron al patio entre el comisario, un tartamudo que llamaban "Chicho chico" y el mecánico: el tano Spoletto. Como habrán brillado las fundas de oro de sus dos colmillos cuando el sol del mediodía iluminó esa sonrisa suya mezcla de torpe y de angel; como habrán brillado en la boca del tano cuando " el disparo certero" abrió tu cabeza. Yo escribí aquellas palabras y por mucho tiempo pensé que no podría garabatear otras letras en mi cuaderno de anotaciones. Tenía diez años y puse." Dick te regalo mi porción de cielo".-

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II ¡ Atrás la musa académica! ¡Para nada quiero a esa vieja mojigata! Invoco a la musa familiar, a la ciudadana, a la viva, para que me ayude a cantar a los buenos perros, a los pobres perros, a los perros cazcarrientos, a los que todos echan por pestíferos y piojosos, excepto el pobre con quien se han asociado, y el poeta que los mira con ojos fraternos De "Los perros buenos" Baudelaire

Hoy cuando camino por las calles de mi pueblo, invento formas en las copas de los árboles. Por las tardes siempre veo tu pequeña naríz de tobogán asomarse arriba de la bombilla del mate. Desde la musiquita de mi armónica viajo hasta las mañanas tibias de mi infancia, veo a la vida en los charcos del camino como cuando era niño. Salimos a caminar por la avenida de los lapachos.Tu tristeza es por los perros cazcarrientos como dice Baudelaire, por los perros que van a hacer sus cosas o se cuentan sus cuitas bajo las estrellas,los perros sin dueños que tienen la mirada mansa de sus amigos los, cirujas, ellos hablan un lenguaje inentendible por los demás cantan 45


juntos canciones a orillas de los ríos o los arroyos. Tu pena es por los hombres que asesinan perros bajo los métodos más cobardes. En el campo los ahorcan con alambres, en la ciudad les pasan con las ruedas de los autos por encima. Si el asesino es más perverso y su salud mental está más alterada, usa vidrio adentro de un pedazo de carne o simplemente busca darle un disparo justo, "certero". Los niños jugaban en la calle angosta, una pelota descolorida era más importante que la bandera. Penquita, la perrita que encontramos cerca del puente viejo corriendo tras sus tobillos. Los arcos son cuatro piedras dispuestas en la calle con arena.

Frenó apenas, luego le pasó por encima. Quién entiende el luto de los niños. Enterramos sus huesitos bajo la higuera.

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A suntos de Perros

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¿ De qué platican los perros por las noches? Yo los he oído mantener largas conversaciones, hablan seguros, apañados en la sombra de la noche. ¿Ven otras formas que nosotros humanos de dos pies no percibimos?. Se pasan mensajes de diez o veinte sonidos, no más. Forman una larga cadena de interlocutores, captan el mensaje y le emiten desesperación, tal vez piden precipitadamente calma o llaman con voces de alarma, lo hacen expresivo. Si es necesario usar u de obuses, no dudan. Si precisan hablar alargado para algún perro solitario o para aquel apartado por cadenas, de poder seguirlos pasos de un caballo casquivano, seguro, escuche, hablan alargado. Los perros de una u otra comarca no forman cofradías ni hermandades, son sus cosas las que les importan y por eso se hablan sin carajos, anunciándose noticias, contándose pesares, hijares, nacimientos, defunciones. Los perros se cargan de luz de luna, en las noches que el satélite es un queso en medio de la nada o apenas aparece como un colmillo atrás de la montaña. Los perros tienen sus asuntos, allá van de día. De noche se cuentan historias, se consuelan y regresan en paz a dormir hasta que sea necesario.

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En Las Juntas

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Llegaron hasta Ja escuela quemando el aire frío con sus antorchas. Eran veinte hombres y el gordo Garribia, cabo con dientes como estalactitas. En ese hocico faltaban dos largos y amarronados dientes como espina de pescado. El gordo venía con FeJindor Sosa, el agente inocente pero con la fuerza capaz de dormir a un ternero de un saque, un hombrón de dos metros. "Maestro nos vá tener que acompañar". Los niños de la pequeña escuela albergue se amontonaron junto a Ja ventana de la habitación que por las mañanas servía de aula a los primeros grados y miraban las figuras y lo que acontecía desde mis espaldas. Veinte hombres, veinte antorchas que eran como lenguas azules, naranjas. Al verlos consternados bajo la nieve, con mas frío en el alma que en el cuerpo, los reconocí a casi todos: al negro Greyo, Luisito, José María, los municipales Aldo, Ramón Chico, Atenor el delegado y el gordo Pupo: el almacenero. Ah y Tatita que abría los ojos grandes, azules, como dos mundos. "Se ha horcado doña Catalina y el juez de Icaño ha dicho que usté tiene que confirmá la defunción, quel no puede por que es imposible que se traslade con los caminos tan barrinososhl "Esperen que me calzo y agarro la campera'.

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Nadie profería palabra, aparte íbamos lo más rápido que podían aquellos animales en la noche cerrada y por la cuesta que hay a la orilla del río. En el cruce que hay antes de llegar a Las Juntas, un pueblecín sobre una pequeña montaña, junto a una gruta donde existe una imagen de la Virgen del Rosario, los hombres se persignaron. Se quitaron gorras y sombreros, miraron al fondo de la noche y sintieron tal vez al viento peinarles lo mas lacio del espíritu, igual que a mi me oscurecía en aquel momento. Paramos sin que nadie lo propusiera. Alguien me pasó una botellita envuelta en cuero que contenía un aguardiente más potente que el frío que había hecho hielo del agua del río. Una energía que provenía como desde el centro de algurfa parte me entraba del licor. Los ojos de los hombres se veían vidriosos entre las luces de algunas linternas y la luna. Los ojos de los perros eran puñaladas que se encendían con la luz de las linternas. Yo hasta acá nomás llego, dijo el flaco Abel. Después se anotó Tatita masticando tabaco rubio, enseguida también se hicieron desertores los municipales ya¡ final fuimos quedando sólo el personal policial, Garribia y el agente Felindor, el negro Greyo, sobrino de la difunta y Eduardito el hijo menor de doña Catalina Eleonora Rios, en algún momento la mujer más codiciada de todos aquellos pueblos hijos del viento y donde son dueños los cóndores. Faltando todavía recorrer una pequeña picada, la casa se veía llena de una bruma espesa. Cuando estuve cerca pude saber que era 54


mitad por Ja neblina, mitad del humo que venia de las ollas. Ibamos como mirándolo todo sin focalizar en nada. La casa se ubicaba al borde de una inmensa cascada del río, entre naranjos y nogales. Mi recuerdo era una antorcha pesada. La primera vez que asistí a aquel lugar, en un camastro de tientos el hombre con una sola pierna era velado. Bajo el pequeño cuarto cincuenta, tal vez cien y adentro quizás mil cañas verdes finas, peladas que sostenían cientos miles de velas. Cuando entró la primera luz del día sentí el olor de las calas que estaban en una mesa junto a una jauría de otras flores de aromas fuertes. Amapolas enlazadas por una ramita que echaban al aire cerrado un olor embriagante y narcótico. Al llegar a la puerta del rancho, vimos al mismo costado de una higuera, una mujer llorando arriba de una cama que estaba tendida para hacerle más blando el sufrimiento. Los dos uniformados se quedaron en la puerta, uno alto con el bigote ajustado al labio y un rebenque de veinte nudos entre las dos manos, el otro retacón, tenía manchas de grasa en la chaqueta, un gorro con cuerina y lana de oveja por adentro portaba una faja de tela negra que se reventaba. El día que me fui, ahí estaban detenidos en el morro donde se ubica el destacameto. Felindor tenía un peine enorme metido en la cartuchera donde debía ir el arma reglamentaria, la mano del cabo parecía un jilguero moviéndose en el aire, mientras yo me apartaba con el rostro en el vidrio del colectivo y el alma todavía empozada en ese valle, entre los licores ocultos de su paisaje. 55


La puerta, visiblemente tallada a golpes de hacha estaba entreabieta El gordo Garribia se tapaba los dientes de estalactitas con un pañuelo, se le veían uñas en la mano regordeta afiladas. Felindor tomó aire una y otra vez, se puso flaco de piernas y cayó al suelo como un baldazo. La puerta estaba cerrada. Solamente Samuel, el hijo mayor, había decidido esperar para entrar conmigo. No sabía lo que sucedía en mí en aquel momento, solamente sabía que debía entrar, hacer y después firmar y quería que todo fuera pronto. Era el personaje más ajeno a la situación y a toda la energía amarronada como el agua de las crecientes que había en aquellos seres. De a dos, de a tres o cuatro, a pie, a caballo, en burro, en caballos bien montados con guardamontes, llegaron desde el mediodía hombres y mujeres. A las cinco de la tarde la estaban velando El juez de ¡caño se tuvo que quedar callado cuando Garribia le dijo que al cuerpo lo iban a velar y chau, que la gente acá es más seria con los muertos. Después desconectó la radio y fue a echarse un trago en el boliche del gordo Pupo, donde estaban todos despiertos, porque esa muerte fiera les había arruinado la calma. Samuel y yo descolgamos a la señora que estaba toda roja y tenía hormigas caminándole por los límites de la boca y la lengua hasta el tronco, como lengua de vaca, enorme, morada. Tenía los ojos en ademán muy contenidos, circunscriptos a la cara, pero salidos de 56


sus órbitas. Había olor. Las mujeres lavaron el cuerpo con agua de jazmines y azahares para que recobre el olor a mujer. Para ahuyentar la muerte le sahumaron las heridas de la soga con agua de manzanillas y luego se colocaron florecitas madreselvas en frascos de varios tamaños. Arriba de una pequeña mesa había un frasco con miel silvestre tapado y una cuchara limpia que se notaba lamida, un perro flaco, cetrino, cuzco ( como le dicen a todo perro chico) tenía los ojos flotando adentro de una tina. Vamos a ocultar esta muerte, que a nadie le va poner triste el corazón" farfulló un rengo que metió en unas arpilleras al cuerpito con cuatro patas y se alejó goteando agua por el suelo. Afuera el mismo hombrecito comentó" antes de lamer la muerte, lamió una cucharada de miel, perfecto'. Salimos. Encontramos caras que nos miraban la esquina del pudor y un mate para nuestras manos frías. Un poco más tarde llegó la directora de la escuela, el jefe del correo, los municipales y el delegado. La mujer en el cuarto donde las calas emborrachaban, la mujer tenía la boca tapada con grandes vendas y abajo los labios se dibujaban perfectos por la sangre. Los muchachos hacían rueda y empezaban a contar cuentos con carga pornográfica montañesa. Muy cerca las mujeres lloraban estridente. 57


Yo me alejé sigiloso cuando a pocos metros de mi persona mataban un capón cabra inmenso y la sangre roja se iba corriendo hasta el pozo de un naranjo, donde el líquido abundante se hacía más oscuro, de un rojo carmesí, con moscas de alas verdes nadándole arriba. Tres perros galguinos chupaban del charco a todo ruido. Me perdí en la espesura luego de haber corrido tras un pareja de garzas rosadas que se buscaban para el sexo. Me recosté sobre la hierba con el ruido del agua cantándome al oído. Dormí una hora, tal vez dos. Cuando desperté el sol estaba empezando a caer. Me saqué los zapatos de cuero y corrí hasta donde pude arriba de las piedras. Entonces era el cenit, el punto de claridad más vertical entre el lugar, el sol y mi persona.

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Visiones de pajarito

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Pico, Pajarito, Raúl Nico El Mal Suicidado, linyeras linyeras? Yo los he visto mearse encima sacar mariposas rubias rubias del debajo de las uñas Pitico, Pajarito, Raúl Nico, linyeras allá están inventando una lógica superior. Aquel invierno se notaba porque las siestas eran sin pájaros. De La Cocha tengo esa imágen difusa de sus calles vacías, una plaza fúnebre, gente de rostros morenos y manos morenas. Una vieja mujer tunecina, con una enorme berruga arriba del pómulo derecho, tostaba maní en una sartén que debía pesar seguro arriba de 20 libras. Pajarito miraba sin ninguna discreción desde la puerta del bar la vaporosa máquina de café que La Turca, tal cual se le decía a la

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mujer de Túnez en el lugar, había ido a comprar personalmente en Buenos Aires. Una mujercita jorobada, que vestía un enorme sobretodo grisón muy arruinado, se empecinaba en enterrar basura en el fondo M patio de su casa, vecino al baldío de la iglesia. En el bar de La Turca dos hombres jugaban al ajedrez. En torno a ellos, una rueda de Otros ocho, que de a ratos rompía el silencio de humo del ambiente vociferando algún comentario acerca de la partida que molestaba al más viejo de los jugadores. La estación del ferrocarril había sido copada por seis extraños, tres que habían caminado juntos desde Rosario; Pajarito, un judío austríaco que se había criado en el partido de 9 de julio en la provincia de Buenos Aires. Pitico, el más joven del grupo se había trasladado desde Monteros y Raúl que luego todos llamarían Raúl Nico. Raúl Nico había llegado a La Cocha el mismo día en que yo había decidido internarme en el corazón negro de aquel pueblo. Nevaba. Aquella noche caminé todo lo que pude para evitar el frío, me ofrecí a realizar alguna menuda tarea por un plato de comida en el único almacén y bar del lugar. Comí fideos recalentados a cambio de lavar una picadora de carne, una enorme batea adonde se hacían morcillas y de extra, le saqué dos garrapatas a un gato siamés que se llamaba Meeji, quien había entablado conmigo una relación, que duró hasta que salí de aquel lugar, similar a la de un hipnotizador con 62


su pupilo. Quería irme del pueblo por la mañana, no antes. Seguramente no me resultaría fácil dejar La Cocha esa noche, además confieso que una extraña razón me detenía, tal vez alguna fuerza ancestral me pellizcaba el subconsciente. Caminé hasta la estación, la mochila pesaba como todos mis pecados. La nieve alcanzaba unos cinco centímetros entre los arbustos, el camino se había puesto resbaloso. Temí al entrar al galpón donde vivían los seis extraños, como había dicho la maestra a los niños de La Cocha, que ya activaban sus mentes, componiendo fantásticas historias acerca de los hombres de Ja estación de trenes. Intenté dormir en el corredor, pero el frío me llevó pronto a internarme en la inmensa habitación, sin cuidado de hacer ruido. Me envolví con toda la ropa que traía en la mochila, puse las zapatillas enrolladas en la bufanda abajo de la nuca y dormí. Desperté cuando los hombres hacían fuego a unos diez metros de donde yo estaba. Pronto estuve sentado en torno a la hoguera que se había armado con trozos de una puerta, madera que tardaba en consumirse y creaba un halo rojo en la cara de los seis hombres que olían fuerte. Raúl Nico sería llevado a conocer la zona 'para que sepa adonde está y distinga los peligros", me explicó después Pajarito. Pitico tomó mate con Samuel. Al poco rato llegué a percibir que era

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mudo. El jarro-mate contenía, además de yerba, cáscaras de naranja y "boquitas", decía Pitico, cada vez que agregaba pequeños sorbos de una botellita verde de alcohol puro que eran vertidos con enorme parsimonia. Los hombres tenían prohibida la entrada al bar. Malolían. No supe mucho de ellos, puedo recordar las tirolesas tocadas por Samuel en una armónica alemana que guardaba en un pedacito de pana verde. Los perros de Pitico eran ocho, siempre estaban con él y dormían como un racimo a sus pies. Pitico había sido un estudiante de Medicina y entre las cosas que juntaba siempre separaba hojas de diarios. En algún bolsillo llevaba una vieja foto del boxeador Justo Suarez, "El Torito de Mataderos". En la estación estaba pegado, en lo que era su lugar, un recorte de una revista con la cara de Bonavena y la foto ajada de sus cinco hermanos, todos con trajecillos confeccionados y cocidos por su madre. Las caras redondas de los niños posando para la fotografía eran parte de otro mundo, donde había sabanas blancas y pañales blancos un mundo con olor a te con leche. Raúl Nico se vino preguntando hasta dar con Pajarito. Le traía noticias de su hermano Nicanor, había estado con él en San Pablo de Brasil. El otro tipo era el que más me llamaba la atención. Siempre que salía de la estación besaba a Pajarito en la frente, distrayéndolo de sus cavilaciones. Era un hombre alto con arrugas en las afueras de la cara 64


y los antebrazos desmedidamente anchos. Caminaba erguido, despacio, como dominando cada movimiento. Portaba barba muy larga que le nacía desde final del maxilar inferior, la alisaba con las manos usándolas como rastrillo, movidas con enorme gracia, como rascándose y peinándose al mismo tiempo. El hombre gozaba de esta práctica. Pajarito había echo de su cabeza un proyector de celuloide, se quedaba contemplándolo todo, sus pupilas semejaban dos remansos de agua tranquila ."Hay que mirar, mirar todo lo que haga falta", repetía. Yo me preguntaba, ¿mirará tal vez las formas puras? El hombre alto al que recuerdo como "El mal suicidado", se preparaba para la ceremonia. Los perros se acercaban, apiñados, temerosos, para ser testigos de lo que acontecería. Todo pasaba tan rápido como una centella, en las penumbras de aquel sitio con chapas, donde nadaba el humo. El gigante se arrodillaba, Pajarito le colocaba un pañuelo de seda al cuello, un pañuelo que era entre verde y negro. El hombre tenía una erección y se frotaba, se frotaba. Pajarito empezaba a correr el nudo y cuando el otro tenía los ojos viajando hacia la nuca, descorría el nudo y le quitaba el pañuelo. "El mal suicidado" se dejaba caer sobre el piso y sus ojos se iluminaban. Una sensación extraña debe haberle producido a aquel hombre saborear la muerte, paladearla una o dos veces por semana pensé, mientras me alejaba del lugar.

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Cayuqueo

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A Leonildo Aiassa AHumberto Volando lo conozco de la escuela primaria, siempre fue un taimado busca pleitos. Una vez le acesté una trompada que lo hizo pasar arriba de una alambrada. Habíamos parado, todos queríamos hacer un cerco y no dejar pasar leche de ningún tambo. El zorro iba a la cabeza del asunto y fue el primero en trampear. Entonces, ya salía en los diarios. Me acuerdo que nos fuimos con tres o cuatro gringos más y lo agarramos al mozo haciendo ordeñar. Dicen que defiende al colono, al hombre de campo. Miente. El siempre fue como esos patrones de estancia que ve desde la pieza para cubrirse de la calor y los mosquitos. Le tomaba su wisky mientras veía a sus peones sudar. Ahora está aliado con los dueños de las grandes cerealeras, esos que se llevan el grano al precio que quieren. Angelo Vanessi usa bombachas batarazas y un pañuelo con un prendedor del ejército. Una gorrita marrón lo acompaña desde horas tempranas. La vida en el campo se hace cada vez más dura. El hombre sentado junto a una vaca que después de 19 años se muere de flaca. El hombre sentado con su gorrita marrón mira a

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los surcos desaparecer tras el último alambrado. Hijo de piamonteses, recuerda a su madre que llegó a limarse una muela con una lima de hierro. Los viejos caminaron desde 9 de julio o antes, ahí estaban, por esa zona de la provincia de Buenos Aires. Vinieron en un carro tirado por bueyes. Atrás, más atrás del hombre, de los surcos y los campos, cientos de pinos sujetan un poco la mirada de Angelo. La pampa húmeda. Cayuqueo Cayuqueo es un pueblo muerto donde el viento se entretiene en desordenarle los pelos a los campos vacíos. El negro Tobías que ahora es abuelo y camina sin una pierna, mejor dicho con una pata de mesa de peral donde debería ir pantorrilla, tobillo y pie izquierdo. El negro Tobías todavía se acuerda de aquel pedazo próspero a 40 kilómetros de Villa María. La aceitera era la esperanza de los gringos pobres y los criollos. Usted sabe que a los criollos, yo soy negro, mi abuelo era portugués, pero es igual; a los criollos les dicen los del otro lado, acá en este pueblo que tiene un poco más de luces y cada vez menos estrellas que cuando yo vine. Claro , acá todos nos ayudan. El costurero parroquial es grande, ahí trabajan las mujeres de los señores. Las ropas que componen huelen siempre a jabón bueno. 70


Ahora el cura - que tiene esa carita de reló con tapita como venían antes-, él dice que el bautismo se tiene que cobrar por que es algo sagrado. Las mujeres están colectándole para un auto nuevo...; pero yo hablaba de Cayuqueo. La aceitera ocupó a más de 700. Yo trabajaba en la casa del gerente Gaviotto, si el Gaviotto que es dueño de la aceitera más grande de esta zona que fue candidato a gobernador y a intendente de los peronistas. Con mi vieja hacíamos vino, un vino rosado pulposo que cuando lo invitaba a algún ñato de afuera él presumía y me hacía venir a mí, como para mostrar de que manos o patas salía ese líquido que les dejaba las orejas y las narices rojas. Me obligaba a ponerme unos zapatos que me había regalado que me iban chicos, y las gentes me miraban como choco recién bañado. Cayuqueo hoy parece un cementerio vacío. Después que se cerró la aceitera, -antes se había levantado el ferrocarril-, sacaron el correo y la policía. Creo que hoy solo está doña Catalina Igarzábal, que en ese momento era Ja dueña del boliche donde había tres o cuatro mujeres trabajando. Ella había sido criada por una india, dicen. Hoy vive de unas pocas gallinas a las que el viento tan fuerte se las lleva rodando como papel. Doña Catalina recibe una pensión y ahora está loca. Ella dice que es la dueña del pueblo. Menos mal que tiene ese hijo mudo que la lleva y la trae. A veces bajan del colectivo abrazados y él la besa en la cabeza hasta que yo los veo desaparecer, porque el bala se pierde en la ruta.71


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Alas blancas

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ojitos hundidos El hombre a destajo de/llanto caminó con los ojos por seis ladrillos, la pava negra y la tristeza que de tan tan tristeza se veía. L05

La luna en su cuarto menguante la niña muerta en el cuarto del rancho. Dios nos ha puesto veneno en los pies mire como pisamos.

Un viaje en el carro de Manuel fue demasiado para trasladar los pocos enseres que se traían del campo. Se pisó barro con pasto. Y el mismo Manuel hizo dos viajes hasta el cortadero de Chicho Gómez trayendo ladrillo de descarte elegido. La pieza quedó chicona,

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arriba del elástico quemado de dos plazas que le había dado el cura Vasco, sobre cartones y ropa, ubicaron a las mellizas. Onofre y Antonia mateaban en silencio conteniendo fuerzas de bravos remolinos en los ojos, quejugaban a mantener el equilibrio. Entonces todo alrededor estaba inmóvil. El clítoris rojo del crepúsculo asomaba entre nubes negras, y bocanadas de aire caliente llegaban hasta sus rostros. Aroma de aserrín, guano y tierra, ardiendo en las gargantas de los hornos. Las mellizas no tenían el peso habían dicho en el dispensario de Barrio Inaudi. Les iban a dar la leche recién el mes que viene (entonces era febrero), cuando Antonia sacara el documento de María Guadalupe y María Gabriela. Pasé a dejarles una damajuana de diez litros con agua, ellos estaban ubicados lejos del pozo y como no habían entrado en confianza, me enteré que usaban agua del canal. Con Onofre charlamos de San Carlos Minas, del trabajo con los animales y del ofrecimiento de su primo Manuel para que viniera a la ciudad a donde seguro alguna changa iba a conseguir, si no saldrían por las noches en el carro. "El ciruja siempre tiene trabajo", había dicho Manuel. El ladrido de los perros se volvía una larga letanía por las noches como si entonaran el rezongo de todos los sufridos habitantes del lugar. Con el Vasco andábamos por vaya a saber que charla cuando vinieron a avisar que una de las nenitas de la gente nueva se 76


estaba poniendo mala. La Rosa Larga, "curandera prestigiosa de la zona" había dicho que no tenía vuelta, que tenía dibujadas las dos patas de cabra, "mirelé como se le notan maestro", me decía al oído pero en voz alta. Salimos lo más rápido que se podía en un viejo camión Bedsford que andaba en tres cilindros. Esa noche internamos a María Guadalupe. A la mañana siguiente la otra melliza recibía suero en la misma sala. Con Antonia y Onofre nos turnábamos en el cuidado de las niñas. Con el paso de los días se les hacía cada vez más dificil llegar al hospital. En el colectivo viajaban gratis pero ya no había dinero para comer. A veces me despertaba en la madrugada mirando los techos y paredes blancas del Hospital de Niños. Enfermeras y mucamas con zapatos blancos reteñidos y piernas con várices. Sábanas zurcidas, blancas y los angostos pasillos donde parecían vivir todas las bacterias y gérmenes de la ciudad. Pasillos blancos. A la pobrecita María Guadalupe, cuando el rostro tomó el tono de sus ojos verdes, la encerraron en una caja muy blanca. La llevaron en una ambulancia desgreñada. Caminamos con esa cajita como si fuera un colmillo clavándose en nuestras espaldas. Llegamos hasta la casa, afuera la luna se enseñoreaba cruenta en el cielo negro. Los perros ladraban y se volvían roncos. En el cuarto todos los movimientos ocurrían lentos, medidos. 77


Cada persona que llegaba apartaba ¡a colcha que cubría la entrada, se arrimaba hasta el rostro de la niña y la besaba. El cuerpito parecía moverse, flamear apenas sobre el camastro inclinado. En la espalda y hacia la pared, de cartón: dos enormes alas blancas.

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Comadre

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Oiga comadre deje de mas ticá mugre. Venga al mate. Odulia se afirmó en una rueda del carro que descansaba antarca, varas para arriba, sin caballo. Un perro chupino que mordía un zapato al mismo tiempo estiró las patas traseras. Odulia se arremangaba la siesta y después en ademán de silencio se acomodaba el pañuelo que llevaba al pelo sin moverlo de su lugar. Las dos mujeres mateaban largo. Unos changuitos viajaban en rodillas hasta el barro y los pollos saltaban y picoteaban en medio de la basura. Respete su nombre Odulia, que el finado Negrito cierto que era de clavá la uña, pero se lo quería, se lo apreceaba en deveras. Cuantas veces no habré comío de lo que traía; y no le chupaba. Mírelo al mío, no le digo que peca por tomá, pero trae uno o dos viajes, separa el hierro, el cobre, la botella y el cartón ni lo separa y después a ¡ugá al fulbo y la que rema con la olla soy yo. Diga que Javier trae algo y los

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dos más chicos comen en la escuela. Tres hombres pasan por el camino, llevan gorras, vienen de un cortadera de ladrillos. Como el semen o la sopa, traen ese aroma tan especial, aroma de tierra y fuego. Los hombres desenvainan sus gorras, las mujeres los saludan. Que quiere que le diga Estela. Se han cumplía ocho meses de que lo han muerto al Negro y yo no sé viví lo mismo que antes. Hasta Dios parece ¡ugá de/lado de los otros. Mi patrona me ha dicho que vaya solamente mediodía, cualquier rato me pegan una patada en el culo porque estoy vieja. Y yo que les i' trabajao catorce años, que los i' servía todos estos años. Y el carro ahí está, se pudre. Y no lo puedo vendé, todos andan cagones porque no se puede entrá a cirujeá al centro. E' una ruina todo comadre. Pasa un hombre en un carro oriundo de un amanecer tranquilo. Lleva cañas peladas, elegidas. Un perrito viaja bajo las dos ruedas y saca todo el tiempo su lengua colorada. A la orilla del canal, a sus hombros mismos, una mujer y dos chicos recogen botellas desde el muelle con pequeñas redes atadas a la punta de unas cañas. Están destinados a esta pesca. Doña Eustaquia, al lado del horno sobre una mesa gastada, cose la funda 82


de un colchón. Por el ojo de su aguja colchonera pasamos todos, a ella no le importa. Hacia el final del caserío chato comienza un humo negro a viajar hacia el cielo. Juancito quemando gomas por que no sirven y viendo como se alza bocanada a bocanada el humo negro. La quema es para verlo al humo. Para ver, verlo. Pasá para dentro chico. Vamos a lavarse y a ponerse en cama. Che Odulia, y la Susana que no la veo, que hace? Vos viste Gorda como era esa chica, diecinueve años y no era capaz de lavá un trapo, a lo último le había vuelto a venir toda esa saliva livianita que tenía cuando era chiquita. Te acordás cuando venía el maestro, la hacía estudiá en las casas. Creo que aprendió hasta el cinco y a firmar. Ahora, a lo último andaba carpiando ajo porro en la finca de lo Garrido. Pero conozco un hombre que la necesitaba para está con una viejita en Corralito, así que el sábado le armé una bolsita con ropa y ahí se fue m'hija. si te digo que no lloré, te miento comadre. Y.. uno no tiene tanto frío en el alma. Odulia recordaba acomodando detalles como el que ata grandes nudos al pañuelo del olvido. La noche estaba hinchada comadre. La lluvia se venía haciendo grande y calladita en el cielo. Yo me levanté descalza, me lo acomodé 83


al chiquito en el pecho y ahí pasaron frente alas casas el moto Pancho, otro bajito que me parece, es de Camino a Sesenta cuadras, los dos hermanos Sacaba y Vera, ese que le dicen e/pata sucia. Todos iban con las bolsas llenas, blancas de pollos. A la tarde los había visto traer de esas bolsas de/lavadero de zanahorias. Y el Negro se había retrasado con Juan, el porteñito de doña Genoveva. "Ahí viene che Odulia, andáte a dormir, me gritó no se cual de los Sacaba que me vió. Yo entré preocupada comadre y en menos de lo que me dí vuelta para acomodar al chico en la cama, sentí los autos del comando con la sirena a toda bu/la pasar para el sur. No sé si eran tres o cuatro. Mi negro ataba una bolsa que se le estaba deshilachando. Dicen que gritó: "no tiren soy hombre de mujer y cinco hijos y largó las bolsas con los pollos al desparramo", contó elporteñito que estaba escondido trás unos ro//os inmensos de alambre que hay botados. Le metieron tres balazos Comadre y lo dejaron tirado en medio de la noche. Acá lo trajeron con vida todavía Yo no dejé que /o vieran, tenía mucha sangre ypor una de las bocas, aquí a la altura de/coto, si/yaba como un caballo en el último resuello. En la canchita el rejuntao no levantaba polvaredas como otras tardes. Dos enormes charcos de agua delante de las áreas eran el vestigio de dos días de lluvias. Cada vez que alguno entraba en esta zona los otros festejaban. La noche aterrizaba lenta y los changos 84


seguĂ­an jugando, tantiando, de memoria. El cielo juntaba estrellas en la panza. Una mujer de nombre Odulia dibuja formas caracolas sobre un poco de azĂşcar, mira con el cuello estirado por el agujero que tiene la colcha que tapa la entrada, mira y sigue mirando. La noche es ese pedacito piensa mientras acomoda los pies cerca del brasero.-

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La prima Elisa

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La prima Elisa tenía un rostro casí yendose hacia lo alargado, sus ojos negros, nítidos, siempre estaban como desesperados. La prima Elisa vivía en una casilla de madera, contigua a la estación de 25 de mayo, Mendoza. El tío Miguel Angel había entrado al ferrocarril por pedido de mi abuelo que fue maquinista, inspector, también socialista y ateo y en tiempos de Perón no tuvo trabajo. Elisa fue la única hija que tuvieron los tíos Cassini . El tío Miguel Angel perdió la pierna izquierda luego de sufrir heridas al quedarse enganchado con medio cuerpo debajo de una zorra. Entonces se hizo del puesto de guardabarreras y de la caseta de madera a orillas del pueblo. Elisa tenía muy poblada la entreceja y a los once años un bello negruzco le subía en forma de pera desde el coxis a los pulmones. Recuerdo los violentos sacudones que pegaba todo aquel mundo de madera donde vivían los Cassini. Eran tres al día: a las 8,30 a las 5 de la tarde y a la 1 de la mañana. El más fuerte lo producía el Cuyano que iba desde San Rafael hasta Retiro-Buenos Aires. El recuerdo sobre aquellos parientes es más vasto que lo que pueden ceñir mis sienes. Hasta los 14 años cuando íbamos a

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Mendoza me las ingeniaba para pasar por 25 de mayo y lograba casi siempre quedarme en lo de mi tío Miguel Angel. Todo resultaba bastante fácil por que era mi padre el más entusiasmado en llegar hasta allá a beber café en tazas de lata negra y reír tomando una copita de cogñac, hablando largas horas con el hombre de una sola pierna, " el más ingenioso pescador de bagres que he conocido', decía mi padre poniendole un título de nobleza a tío Miguel Angel en nuestra familia de arrogantes pescadores; hombres de esos que tienen fotografias por todos los costados de la casa junto a una lancha que dice El Caimán, enseñando orondos pescados de buen tamaño como si fueran medias-calcetines. Han pasado varios años, la miseria nos ha llenado los ojos de humo y en la familia de mi padre cada cual cerró su puerta de entrada. Las fiestas de tradición como el año nuevo o los cumpleaños de los viejos cada vez tienen más silencios. Ahora he regresado como salido de un baúl. Me encuentro con esta mujer que mira rígida la pared al lado de Ja cuna de una niña que tiene fiebre. Es mi prima Elisa que tiene esas cejas de mandril y la cara alargada. Su hijita tiene más fiebre y yo estoy junto a ella después de muchos años. Hemos acabado de hablar hace un instante, como si se tratara de un encuentro de ocasión, tal vez el de dos vecinos que se encuentran en la puerta del mercado. Había juegos donde aguzábamos nuestro oído, entonces nos movíamos más suaves que un gato. Era antes del último temblor en


la caseta. La prima Elisa entonó una vieja canción para mecer a su hija. Duerme niña buena que pasada la noche mamá te llevará a pasear en coche. El silencio se hizo gotoso, pesado. Hubiera venido a tono alguno de aquellos sacudones que la prima E. y yo habíamos vivido en la casilla junto a las vías. Las horas fueron pasando casi sin palabras. Empecé a sentirme parte del ambiente, a mirarlo todo sin pensar en nada. Al rato ví a la pequeña hija de Elisa que entrecerraba sus ojos grises, ví que estaba algo pálida. Pasaron varios minutos más, pero como no supe que decir me senté entre unos almohadones grandes y cerré los ojos. Cuando desperté ví a la prima E. llorando casi sin ruidos ni lágrimas. Velaron a la niña en una sala donde llevaron muchos espejos. Yo permanecí siempre en silencio, acompañándolo todo con la vista y después ... al respecto de prima Elisa que más contar... ¡Tenía las caderas tan altas!

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Carta a Sergio Tomeยก

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Hay cosas que nos hacen ver cuan frágil es nuestro esquema. Hay golpes que nos sacuden de la vida acostumbrada, que en una pequeña ciudad es más tediosa y aburrida todavía. Las Comadrejas. Mayo 1993, Catamarca. Estimado Sergio: El sol apuñalaba la tarde como si fuera un vampiro negro derretido. La siesta era interminable. Un calor gomoso colgaba del ambiente. Mi sexo se hinchaba y yo me acorralaba en el desinterés hacia la vida. El viento, que soplaba con pizcas de arena, me sumergía en un letargo lacio. Una babosa membrana que se derramaba en los cordones de las veredas manchados con moras, detenía los pasos y hacía a la gente hablar lento. Cientos de caracoles fueron arrastrados por el viento desde las montañas azules cercanas. De las ventanillas de los automóviles estacionados a la vera izquierda de la calle, pendían hongos con formas de pequeños racimos de uva, en colores que variaban del verde al violeta. Un gato cruzó la calle en dirección al árbol donde yo estaba

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apoyado. Observé feroces pezuñas asomar de sus garras, que por instantes parecían rígidas y finas,filosas; a momentos frágiles, inconsistentes. En sus ojos naranjas sentí estallar el latido de mis testículos. Dos enormes cuervos y una inmensa paloma que provenían del pabellón de tuberculosos del Hospital San Juan Bautista volaban alto semejando ser las Tres Marías. La paloma viajaba al centro entre los pájaros negros. Pronto, las tres aves se largaron en picada estrellándose contra el capot de un viejo bergatín parado hace años a pocos metros del cruce de calles. Tres grandes aureolas de sangre bañaron el viejo automóvil y otras manchas de un carmesí terrible saltaron hacia la calle, donde las negras manchas de las moras eran confidentes del asfalto. El viejito no se fijó en mí para trasponerme, se agarró de los pómulos, que de flacos me sobresalen. Ví como puso su pie izquierdo sobre la hebilla de mi cinturón y la ingle, (gracias que no me puso un talón en la cara). Saltó por encima mío despidiendo un fuerte olor a plomo de las nalgas. Dejé correr a mis pies que me llevaron pronto a otro lugar; pero el recuerdo de la esquina, de esa esquina tan trivial para nosotros Sergio, hizo que mi espíritu se blandiera en dos. Perdí presencia, prestancia; la sonrisa desde entonces aparece a destiempo. El llanto es seco, si no las gotas me ensucian la cara, lágrimas oscuras me llueven desde los lagrimales. 96


Sergio, no pudo esa parte que se mudó de mi persona regresar más. El otro día me encontré a las tres de la mañana, una hora imprecisa para la nostalgia; me encontré buscando algo tras el revoque grueso y carcomido de una pared de adobe; en la esquina de Almagro y Rivadavia. En esa pared, en esa esquina común y ahora creo fatídica, donde vos pusiste con pintura 'basta por favor de filosofía, te atraparemos Correcaminos... y luego festejamos mientras nos echábamos una meada bajo la luna de agosto. El otro día, te juro que llegué al rincón y lo sentía , juro que ahí estaba... como explicarte?, sentía una parte de mí adentro afuera. No, no es impreciso (usaré una letra mas remarcada, me hace falta) es como si percibiera mi presencia pero no sólo en mí sino afuera, una especie de desdoblamiento. El otro yo de mí, más arrabalero si querés: tengo el alma partida en dos. Ese pedazo de espíritu salió de mi cuerpo. Perdí presencia, prestancia, la sonrisa desde entonces aparece a destiempo y semeja una flor de cala emborrachada. El llanto es seco, sinó las gotas espesas como dos cristales de cuarzo me arañan la cara. No pudo esa parte mía regresar más. Ya sé, dirás con esa sonrisa de media cara lo mismo de siempre. Últimamente pienso que mis ideas son más débiles, mi cerebro debe almacenar el dato (el de la pérdida digo) .Pero .... que poco vale mi zanata, sé que Vaga, ese cuzco marrón claro, trotacalles y amigo de Guevara tiene accesos de tos cuando duerme bajo la luna. Y que Guevara es ese filósofo de calles vacías que platica con la nada, (que es el manto oscuro de la 97


noche), y que las estrellas aquí se quieren reventar en enero, que vos seguís tratando de convencerme que lea a ese ñato de Kundera, yque sos sutil, nada obsesivo; pero a mí Kundera no me importa. El otro día sentí en aquel rincón donde ese pedazo de espíritu que salió de mi cuerpo, que no se volatilizó, sabés (sí, ya sé que escribo torpe y que a vos te cansa que te cuente en mi carta lo mismo que muchas veces te he dicho en nuestras noches de calles vacías). Sé que el tiempo se comió toda aquella dicha, que los perros siguen meando la pared. Otros flacos, cetrinos, manchados le tosen a la luna. Los perros de la ciudad por las noches platican de nuestra vida acostumbrada. Amigo, no puedo volver al lugar, aunque varias veces he dicho, debo regresar por ese pedazo de alma que se derramé de adentro mío. Vos me niirarás fulero Sergio, pero yo no soy el mismo. Una alteración química, psicotrónica se ha producido en mi cuerpo que es el estuche..........y después de la pérdida te aseguro que el estuche no es el mismo que antes y yo no sé vivir Jo mismo que antes.. Tal vez se trate de un tema que le corresponda a la física cuántica, donde acaba la materia, la desmaterialización. Sabés, cuando me olvido, cuando en la rotonda de enfrente a la Plazoleta del Maestro lo veo a Ernesto vendiendo barriletes de varias colas, desmedidamente largas. El dice que la cabeza se le va achicando. Y te hablo del casco, nada de metáfora racionalista u enfoque holístico. El tamaño del cráneo va disminuyendo. Ernesto 98


cree que "la voz le viene desde más adentro", que el cuerpo es el que entró a replegarse, él dice como si el espíritu se hubiera recogido sobre el coxis. Los dos nos contentamos de comprendernos. El ya no le cuenta a nadie que es un ex titiritero, yo tampoco frunzo el ceño para decir de cuando escribía en el periódico. No soy más escritor, ni cronista, ni escribiente, pienso. Sabés que buenos son los barriletes que arma Ernesto. Caña cortada a mano,qué pulso hermanito, son tan delgadas y tan derechitas!.

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Presentación Las Oixnadrejas Carmen ojos de musgos Don Pío Betucho y los gansos Vida de perros Asuntos de perros En Las Juntas Visiones de Pájarito -Cayuqueo Alas blancas Comadre La prima Elisa Carta a SergioTomei

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