LA VISION VIGILANTE

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I PREMIO BIENAL DE POESÍA ELENA GORROCHATEGUI

LA VISIÓN VIGILANTE José María Muñoz Quirós





La visión vigilante


COLECCIÓN POESÍA

Primera edición: julio 2019

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra y su contenido sin la autorización expresa del editor. Todos los derechos reservados. © José

María Muñoz Quirós

© Coedición: Ateneo Guipuzcoano Tabula Rasa Ediciones S.L.

Apdo. Correos, 3153 - 20080 • Donostia–San Sebastián email: info@tabularasaediciones.es http://www.tabularasaediciones.es

Diseño y Maquetación: Mikel Fuentealba Iribarne Impresión: Imprenta Guipuzcoana

Printed in Spain I.S.B.N.: 978-84-120191-3-1 Depósito Legal: SS-779-2019


La visión vigilante José María Muñoz Quirós



“Yo os aconsejo la visión vigilante, porque nuestra misión es ver e imaginar despiertos, y que no pidáis al sueño sino reposo”. A. Machado. Juan de Mairena



Íntima ausencia Pararse a ver volver lo que ya sabes herido por el tiempo. Pero suele suceder cuando estamos al lado de su turbia derrota que nos vence con la lengua encendida en el amargo dolor del desencanto. Firmes mundos de sed dorada, y otra vez la noche, la cosecha que crece recibiendo la sordidez decrépita que deja su olvido tan cercano, las heridas abiertas como sábanas desnudas, y una luz que se aleja si está oscura la mirada del mundo. Detenerse ante las cosas débiles y ausentes.

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Agua de septiembre Cuando retorna, fluye de otro modo, vuelve sedienta como un agua intensa a la deriva de los días. Calla transportada en su seno sometido. Está siempre desnuda como el río del tiempo cuando muere entre las matas dolorosas y tiernas. Cuando acaba de sostenerte en el vacío, nadie podrá vivir así, seco, sin todas esas caricias tenues sobre el campo, sin la fuerza tenaz frente al delirio de la savia en los chopos y en las jaras, cuando el piorno es amarillo en Gredos y el verano acaricia sus retamas.

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Agua del remanso incierto Los que esperamos que su paso rompa los límites y nazca en el camino soportando que el brote de la lluvia florezca en nuestras vidas. Los que somos partidarios del mar y sostenemos el pulso de los ojos en las altas miradas que se encienden cuando brotan dominando los días. Cuando apagas los chorros del deseo en cada gesto que se nubla en la sombra de sus lágrimas. Cuando eres agua de un remanso incierto, otoñal sinfonía en la garganta, ascua de sierpe en fiebre enfurecida, caricia firme de sudor de escarcha.

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Maneras de mirar Hay modos de mirar: cuando la vida nos rehúye dejándonos a un lado, cuando acechan los días y nos cierran los ojos sin respuesta. Cuando vuelves de un viaje de dudas y no puedes seguir viviendo de esa forma. Cuando esas horas siniestras aseguran que en el tiempo te extingues como el humo, y el amor te protege sutilmente en otra dimensión y en otro abismo. Hay modos de salvarnos de la quema con suficiente luz para que alumbres el recinto del alma que te cubre tu desnudez que atrapan las palabras.

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Noche y día (A José Hierro. Recordándole en su soneto Vida) Quisiera que mi noche fuese día y que mi día fuese oscura noche, que la luz se apagase en cada noche y la sombra muriese en cada día. Que la música triste de ese día renaciese en el alba de esa noche, y que al volcarse el tiempo siempre en noche derramase su muerte siempre en día. Quisiera que el cesar en esta noche retornase fecundo en este día, que todo lo que es noche se haga día, que todo lo que es día se haga noche. La voz del mundo cesa cuando el día duerme feliz en brazos de la noche.

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El eco del deseo Labios que en el diálogo secreto transfieren la materia dulce y frágil de un cuerpo así entregado, solo un cuerpo en permanente brasa que te habita en el deseo intenso del deseo. Mensaje exacto de belleza intacta serán labios de hiel para mis labios, sedimento de fruta envenenada en el árbol frondoso de este páramo. Nadie dirá jamás dónde se encuentra esa respuesta tímida y oculta que atrapa entre sus dedos la luz quieta. Será cada caricia lluvia intensa en el desierto amargo de un desierto.

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Preguntas En esa encrucijada donde queda el hueco de tu ser, donde se esconde tu vivir en sus límites y eliges la manera de estar en esa cima del viaje que inicias con tus pasos y recibes con miedo cuando avanzas sobre los sueños. En ese caminar que hiere el alma al sucumbir de pronto en el dolor de todas las heridas que dibujan el rumbo de tus huellas, el lugar al que vuelves, el sendero donde se alarga con tu voz la duda del tiempo que te acerca hasta la nueva pregunta que no tiene ya respuesta.

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La derrota La altura que corona con tus ojos la materia del sol cuando se alberga entre las luces libres de la tarde. La altura que aproxima hasta el espacio del centro cuando encuentras donde crece la memoria que has ido construyendo. Es el viaje sin retorno, anclado entre todas tus páginas escritas, donde enciendes la luz de la distancia que renuevas en ti con más anhelo. Es la senda que sube hasta el origen del conocer. Viaje al infinito secreto de tus sílabas dormidas en la carne de un verso derrotado.

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Monólogo del agua Voz dicha en el monólogo del agua que es transparente así en la sed de un río donde viajar es soledad. Ausencia para sentir que no hay otro camino que tú, que tu vivir, que la constante mirada que te ofrece la belleza. Y llegarás cuando al final ya sepas que en esa travesía hacia el misterio solo alumbra el valor que va contigo. Solo sabrás que en su dominio fluye un enigma de fuego y una sombra, la palabra del agua y de la nieve. Será la voz, por fin, de lo invisible que se transforma en luz para tus ojos.

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Otro pájaro oculto No ha sabido mirar de esa manera incierta que las horas enmudece en un punto perdido y que se aleja en una fuga suave cuando brota en la sombra del alma. No ha sabido allanar las veredas que conducen hasta la noche, que al final ocultan el abismo que roza levemente cuando enciende en sus alas la manera de habitar los paisajes, los caminos, los muros que separan su presencia en la espesura que no esconde el canto. Todo se llena entonces de palabras en la firme inocencia de los pájaros.

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El pájaro en soledad Las aguas de los ríos son del tiempo la sustancia perdida, los dominios de cauces que derraman la derrota de un pálpito sereno revestido de penumbras azules. La corriente, como la transparencia de las cosas, ha subido hasta el árbol donde calla el rumor misterioso que está oculto sin más color que su vivir intenso en la mañana. Y luego ha retornado su manar de silbidos armoniosos, su rito de canciones encendidas. Y tú estabas callado en ese espacio que la vida nos colma y nos regala.

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Presencia inmóvil Inmensa luz la tuya, la que fluye. La que anuncia en el día su abandono, el resurgir doliente de las rosas. La que sabe también donde se esconde la desnudez del alma de los días y la duda que aflora en sus preguntas. La verdad de lo humano cuando acata la extrañeza que nace y se hace grito cuando apenas nos nombra. Lo que resta del naufragio del tiempo. Lo que queda en esa luz que ciega de repente. Ahora que enciende el día sus farolas en la plaza del mundo, y tú estás cerca con los ojos cerrados tan ausentes.

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Cervantes poeta Tan solo si la voz blanca del alba fuera tu voz. Si en el batán del mundo se escuchara la furia de un molino convertido en gigante. Si en la cima del corazón tuviera puesto el tiempo la desnudez de la palabra presa entre la reja de los libros. Poeta si con letras de cada madrugada fueras amaneciendo, si tu pluma encerrara una luz que iluminase a los seres más débiles. Poeta si en cada aventurarse floreciera la locura y el sueño insostenible del amor, y tú fueras Sancho Panza.

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El Sur Yo iré hasta allí cuando la luz termine de cerrar la mañana, cuando vuelva el instante a brotar en la nostalgia que se enciende de tiempo detenido hasta saciar de azul cada momento. Yo iré abrazado junto al sol desnudo que me ciega los ojos. Yo iré luego hasta la playa donde estoy tumbado a la orilla del mar. Me envuelvo ahora en las olas que son sábanas limpias donde dormir. Lo sé, y está mi abuelo acechando la voz de tanta ausencia. Un barco va hasta el puerto derramando la dulce brisa que adormece y sueña.

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Persuasión En ti está el mundo quieto, derramado en la promesa de su savia. El fruto, la derrota, la mano que se esconde para abrirnos los labios de la niebla en lo más hondo de su ser. Misterio de flor en descampado, de vacío en la noche, de silencio. Misterio de dos alas despacio cuando baten en el vacío de la brisa. En ti está todo envuelto en un abrazo, todo enhiesto como la torre de los sueños, libre destino que se encauza y después mora en el desierto limpio de unos labios que retienen la voz firme y sonora.

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Labios Labios que en el diálogo secreto transfieren la materia dulce y frágil de una palabra donde tú pervives al elegir, para seguir viviendo, el eco, solo el eco, suave y frío, mensaje exacto de fatal silencio. Labios serán de hiel para mis labios: sedimento de fruta envenenada en el árbol dudoso del asombro. Nadie dirá jamás dónde se esconde esa recia penumbra, esa desidia que atrapa cada boca en el deseo como un frugal dominio derramado en el desierto turbio de unos labios.

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Madrigal para la libertad Fray Luis está encerrado en una cárcel oscura y fría. La ventana tiene una reja de tiempo endurecido. Fray Luis mira la sombra de su sombra, la derrota del alma donde ha sido vencido por la envidia. Luego escribe lentamente en la costra de la celda el gemido del alma que alza el vuelo hasta la noche donde duerme y calla. Fray Luis no sabe que la vida sigue más allá de esa ausencia, que ha sentido abierto en esa herida un horizonte inabarcable y libre como un ave que al volar en silencio deja el nido.

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Atardecer de amor Aquí descansa el mar, aquí unos ojos enmudecen de sol pero germinan como fuente callada. Aquí terminan los días del amor. Aquí se apagan. Aquí mece la luz su inacabada materia donde nacen y caminan los días presurosos. Aquí habitan las horas con su asombro y con su nada. Y es todo en ti un vivir que se desboca, una música extraña, una derrota más que animal, un pulso desolado. Y es todo en ti, principio de tu boca, una sombra de amor que siempre brota cuando en la noche acabas derrotado.

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Azul Porque es en ese azul donde se esconden los que anhelan soñar cuando regresa la luz hasta su noche y cuando pesa la vida. Porque allí es donde responden las preguntas primeras, las que en orden van saliendo del alma cuando cesa el tiempo de brotar en la sorpresa de otro distinto azul. Porque por donde tú te avecinas siempre cuando mana su extraño estar, su luz casi temprana, es queja que fatal fulge más leve. Porque ese azul no vuela si no vuelas junto a sus alas, porque te encarcelas entre las horas de un instante breve.

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La memoria de un tiempo huido Sé que el retorno es siempre la memoria de las cosas más firmes. Cuesta luego acostumbrarse a ver pasar, a que la vida te va dejando un nudo que no acaba nunca de desatarse de tus manos, como el murmullo libre de las horas te va diciendo dónde están los años ocultos y escondidos, dónde habita aquel muchacho que llegó un buen día para estudiar, y se quedó en la noche herido por la luna y las estrellas. Aprendí a ver nacer en la mañana una niebla dorada junto al Tormes, como la piedra ardiente de la plaza.

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En las aulas de la madrugada Eran los cursos la medida exacta de la inocencia de los días: fueron pasando como el trote de un caballo herido por los sueños. Cada instante traspasaba la noche y regalaba el aleteo del amor a todos los que subimos a sus alas. Uno a uno crecimos en sus brazos, aprendimos la ciencia de lo bello, fuimos parte del breve paraíso que creció a nuestro lado. Salamanca era el principio solo del camino, la ruta abierta, la verdad sabida entre las aulas de la madrugada.

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El sueño del relámpago Inocente seré cuando atraviese la luz, cuando cercene la penumbra que se encarcela en ese fuego. Lumbre será del turbio tiempo clandestino que escondiéndose brota al fin del cielo. Más ingrávido aún. Más inseguro. Más territorio humilde insospechado. Más ruina inocente que en la fuga del dolor atrapado sobre el día ha sido refundido en sus palomas huidas y distantes. Más chispazo de luz abrasadora entre las nubes. Inocente será la sombra amarga del relámpago humilde de mi vida.

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Puentes del alma Verde escriben las hojas su trazado, su doliente manar brisa constante, frágil mar en la costa que adolece la permanencia suave de la orilla del día. Enciéndete en la altura, enciende en los montes callados su desnuda posesión de infinito junto al agua de la lluvia que cruza despeinada en las riberas de la noche un puente sobre el alma. No hay mayor desencanto que el ancho espacio de su incertidumbre. Brota verde en la rama de sus brazos cuando retienen limpios la certeza de una luz que se pierde por costumbre.

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La corriente infinita En todo instante fluye una corriente de serena memoria, un ir despacio hasta el flujo del agua donde espera la transparente claridad, el hondo espacio que incendia nuestros ojos. Allí enciende la candela del alma su candela. En toda paradoja de la vida se nos da la mirada si estás ciego. El rumbo de la luz huye y escapa hasta la altura cuando va dejando manar en su desorden la presencia que crece en lo más hondo y que termina en el quieto paisaje de una estrella, en el nadar constante en la corriente.

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Vivir en verdad Vives siempre en verdad y cuando llegas hasta mí sé que puedes encenderme de amor, llenar mis ojos de esa inmensa paz que me guía por un invisible laberinto de rosas. Estás cerca de mis sentidos como mar que crece sacudiendo mis pasos en las aguas de las enredaderas de la costa en las cárdenas manos de los días habitados por ti. Rasgas paisajes donde se esconden las caricias libres. Vivir siempre en verdad y que nos deje la vida sostenernos limpiamente en el cauce de plata de sus ojos.

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Tiempo de lunas Hora de abrir los cauces donde cierras las manos. Al menos la mirada de los sueños, la intranquila mesura de los días, el pan duro del frío que entorpece el camino. Hora llena de ti y de mí, tenaz de soledades que nos persigue y busca en el desnudo conocimiento exacto de las cosas. Luego no nos sorprenden las extrañas palabras olvidadas que no dices de la desolación y de la muerte. Tiempo que he derramado sin saberlo en los dulces momentos que se escriben en las encrucijadas de la nieve.

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En los brazos del delfín El mar y una muchacha entre las olas tendidas en las aguas. La luz brota con ingrávido asombro. Va montada en el delfín de la inocencia y vuela veloz en la ventura de sus manos que conducen al fondo del secreto que resguarda el océano entre la espuma. El mar y tu, muchacha que se yergue como un faro de sol sobre la noche, como el dintel de un paso de gaviotas en las puertas ocultas del verano. Muchacha en el sigilo de las flores en el jardín del agua, en la caricia de un dorado delfín de algas de plata.

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Cantar del pueblo andaluz Esa garganta de ardorosa bruma brama en los aledaños del misterio el dolor y la furia. Esa garganta cenital y desnuda como el vuelo de los pájaros dulces del camino que hasta la claridad conducen. Esa voz enlodada de veredas negras que se pierde en el río de los juncos. Ese estar tan cercano de las flores que en el parque del sol se desmoronan contra el cristal del tiempo. Tú en las alas gravitando en la silla de las horas donde se queda el mundo sorprendido antes de amanecer en cada vuelo.

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Bailarina de luz El cuerpo dibujado con la furia de la belleza y la armonía, toda revestida del nardo enjalbegado por los gorriones tímidos del viento. Y allí en la posesión de las auroras bate sus brazos como las palomas escondidas en días de tormenta. Sobre la mesa el mundo está dispuesto a derramarse en fuego, a ser palmera de niebla y sol, a sostener el alba inmarchitable en su danzar callado. Domina la quietud. Domina el ritmo que su cuerpo dibuja limpiamente con las líneas del alma de las rosas.

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Maternidad Detrás de ti como responde el juego de las manos amadas. Como vuela un pájaro desnudo hacia las cosas cuando atrapa en el grano su alimento. Detrás de ti, muchacha tan despierta de vida, tan llena siempre de caricias, tan ángel en el frío azul cansado. Detrás de ti volando sin destino, solo en tu vientre deuda, solo cárcel de tu mirada transparente, solo la desnudez de la ternura, el bello estar cuando la vida roza la aventura de encontrar, madre, donde estar parado de caminar en todas las auroras.

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La barca de la muerte No quisiera esa barca ni al barquero Caronte entre los remos de la muerte, su potente dominio entre esas aguas que atraviesan los puentes del camino. No quisiera viajar a ese destino: está desnuda la laguna y mana en el silencio de la noche. Al fondo se divisa el oscuro pozo inmenso de la desolación. Un hombre aguarda la llegada furtiva donde azota la tormenta incesante de los rayos que destruyen las sombras. Está quieta la simiente del frío y trae desnuda la eternidad que esconde en su regazo.

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Escapando del hambre La alambrada florece sangre y miedo: saltar frente al destino que no intenta más que atrapar sus pasos. Está quieta la noche en esa reja. Va despacio pretendiendo volar entre los huecos que deja abierto el mapa de los muros cercados con espinos. Vuelve. Toma una vez más el surco y la aventura de culminar el paso. Detrás quedan días del hambre, sed de luz dorada, contaminados labios que deshoja un anhelo de estar libre en sus brazos, por fin detrás de una cadena rota.

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Pistas al cielo El equilibrio agita en cada alambre la tensión que sostiene. Están los cielos soportando la luz sobre la cara de quien asciende al aire, de quien sube a los abismos de la madrugada. Juegan las manos. Rozan en los hombros la ternura que mana de la fuerza donde columpia el peso. Van subiendo al precipicio de la cuerda tensa que encierra el juego de lo interminable más allá de los ojos. Van los brazos abrazándose al juego que imposible se alza como un dibujo que gravita en el abismo extraño de una cuerda.

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El cisne de Rubén Darío No sé si en su belleza se ha nublado la vida, el agua, la fugaz ausencia del sol en los jardines de la tarde. No sé si en su plumaje se ha perdido el resplandor del alba o la derrota del fuego en esa hoguera. No he sabido mirar sus alas que no alzan el vuelo. Su canto es triste porque nunca es canto. No sé si más allá de una pregunta es su cuello que muestra en su dominio la incógnita que encierra. No sabría imaginar por qué sobre las manos del corazón anida la belleza más allá del engaño que provoca.

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Charlie Parker Un rumor desde el bosque de las sombras, una dudosa fuente en el vacío donde bebe la música y el río inmenso de los nombres que no nombras. Un rumor desde el fondo de las notas de los caminos de la madrugada, un temblor de tristeza inacabada entre la sucesión de las derrotas. Una mirada oscura, una inocente soledad de paloma, una valiente penumbra en los espejos de luz vana. Un volver a empezar que no termina, una música lenta que adivina que esto lo estoy tocando y es mañana.

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La cima Hubo un misterio al terminar la noche frente al fulgor del día: allí esperaban las formas que me alumbran, las extrañas maneras de mirar entre las flores donde duermen los juncos. Allí estaban tumbados los caminos que conducen a la altura del monte donde asciendes a la cima. Después llegó el silencio. Fuimos despacio en la perdida senda presintiendo a lo lejos la distancia de la luz que germina. Nada muere ya en el fondo del ser, en el recodo donde se quedan los que están ausentes en el fatal abismo del abismo.

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La casa Esto es la paz: vivir cada momento como recién nacido. La mañana baña de luz la casa, y es tan vana la soledad que todo ese lamento vuelve y retorna como si ese acento lejano me dictase en el oído una duda de nieve, un fiel quejido, una pequeña voz que apenas siento. Esto es la paz: retorno de las cosas a su estado primero, a su reposo, a un profundo silencio que soñamos. Destello de las horas sigilosas que van dejando en su vivir el poso de la paz de la casa que habitamos.

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Presencia Déjame estar al lado de los días que mejor te sorprenden. Seré solo una sombra. Nada diré que pueda ofenderte. Déjame estar dormido en los umbrales de tu noche. Deja que yo te diga las palabras todas que componen las páginas escritas en tu luz y en tus ojos. Seré al menos quien escriba en tus labios cuando callas en la infinita claridad del sueño. Déjame estar donde tú estás. Te miro y nada más espero. Te contemplo y eres solo la forma de mis manos, el misterio que habita en el misterio.

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Invocación a la palabra Voy volcándome, escribiendo hasta el fondo de este estar en las cosas, en mí, en toda la penumbra del mundo, donde siendo parte de sus palabras soy palabra, donde sin darme cuenta estoy cerrado en una voz sin forma. Voy despacio también, reconduciéndome, acechando lo que está oculto. Y al final me queda solo una brizna dulce de misterio. Entonces, sin saber cómo se llega hasta la noche, voy vertiendo formas que me invaden, calcos de sintonías con la vida, perplejas aguas turbias en el instinto extraño del lenguaje.

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Noche del alma Un abrazo de roca y una turbia quietud: esa es la forma exacta. Solo un tiempo de abril, solo el destierro de las flores. Y después la querencia del mar entre tus brazos. Luego el agua que no moja ni enturbia el pensamiento cuando quiere fulgir. Siempre la rosa pululando en tus labios que la abrazan hasta desfallecer. Así es la noche del alma, momento que germina en el canto, que atraviesa fronteras hasta resplandecer. El humo alivia la ceguera del sol que siembra el día en un destello limpio si amanece.

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Meciendo las palabras Pluma de sabia mano es la derrota de la inmóvil palabra del olvido. Será pluma y será jardín de ausencia que no brota ya más. Tal vez es una manera de morir. No hay otra forma más verdadera: el día y sus caminos cortados en un verso y en un vano pasar. Es invisible ya la forma de hacerse más presente. Se derrama en un vaso de luz que luego bebes lentamente. Y apuras hasta el quicio de su dolor el triste desvivirse que no comprendes. Al nacer conoces la seducción de su existir profundo.

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Otoñada Está la tarde fría y escondida entre las horas. Tiempo inacabado que encuentra en la vencida paz del día un páramo desnudo, una lejana servidumbre de luz en lo más alto donde las nubes mueren. Está el muro del granito apostado en la maleza. Un pájaro descansa en el alfeizar de la ventana. Nadie sale a la calle, nadie pregunta nada, nadie sabe responder a las dudas del perdido sentimiento del hombre en su destino hacia la noche. En mi mirada brota una caricia escrita sobre el frío.

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Poética No eres nada: ni tan siquiera un modo de viajar al olvido. Se descubre lo que estaba perdido, lo que sobra del banquete dorado de la trampa de la vida. No eres ni la desnuda intransigencia, ni el absurdo brote de lo mustio. Ni una trivial palabra incandescente. Solo así te sometes a ese delirio, y hablas con las dudas que todos callan. No eres la derrota reconocible. No tienes espacio para vivir de otra manera, y sabes decir lo inútil y lo que no puedo decir más que del modo que tú callas.

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Tránsito de la vida Así paso las horas, construyendo mi propios pasos, la tenaz mirada que sobre el mundo lanza su misterio y desbroza la niebla de los días. Estoy allí, cruzando ese desierto donde estás tú, atravesando el puente de las horas, marchando por los valles que dividen mi ser en dos mitades, que se encarcelan bajo mis entrañas furiosas y cobardes. Estoy quieto como el racimo de las uvas libres en su parra de sombra. Nadie llama a la puerta del sol cuando atardece hoy en mi corazón calladamente.

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La noche en ti La noche en calma y a lo lejos deja el mar su plenitud de furia lenta, y un barco cuando escapa de las olas cercenando la espuma de las aguas. La noche y tú, perdido como un náufrago, escapando también de la derrota del día que se fue y esconde ahora la triste luz de cada amanecida. La noche y tú que es noche que desvela el paisaje dorado de la playa donde estuviste así frente a la orilla. La noche ya principio del camino que sube hasta la sombra de las sombras donde tú te has perdido y no regresas.

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Incertidumbres Incertidumbre turbia es la palabra cuando regresa al punto del recuerdo; allí está retomando la añoranza, vistiendo lo invisible, alzando el vuelo con las alas cansadas, siendo espejo de los momentos ácidos del alma que cierne en su dominio cada instante de plata y de silencio. Incertidumbre que se aleja y se escapa ensombrecida por los misterios de la madrugada. Allí está la mirada de la muerte con la negra pasión del desaliento sobre los labios del amor. Regresa al punto del olvido y luego calla.

56


Haces de luz Lo sabes todo y sin embargo callas: vas atando los días en sus haces de lentitud, momentos que se apagan cuando existiendo olvidan su existencia. Lo sabes en el modo y en la forma, en el sonido y en su cárcel blanca, en las horas vertidas como faros desde donde divisas cada ausencia. Lo sabes y retornas al inicio vano y perfecto de la repetida trayectoria del alma. Así terminas de escribir en el agua de las horas, en el instante tibio de las fuentes, en la cima del alba de las rosas.

57


Frágil Y entonces ya presientes que has vencido sobre un extraño modo de nostalgia: habitas la alta cumbre de la nieve, la transparencia de un mirar callado que sabes cierto como es cierto el cuerpo que te abraza y te colma. Nadie olvida lo ingrávido y lo extraño, lo difícil que fue ese paso hasta rozar la cumbre ahora ya coronada por tus manos. Sonríes como un pájaro en la rama viendo crecer la flor en cada brote de luz esclarecida. Nadie sabe hasta dónde se alarga esa victoria que no te alcanza ni tal vez conoces.

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Como la muerte Ha crecido en la sangre. Fue la espina cincelada en su rostro quien desata un misterio de muerte, la condena de los pájaros negros del ocaso. Fue derrotando el tímido secreto de escapar por la orilla de las flores. Su cuerpo está desnudo como el día entre los brazos de la madrugada, y su herida desangra en una fuente el chorro de la luz de la mañana. Ha brotado en la muerte, se ha encendido en las aristas débiles del fuego. Sus ojos manan paz, manan silencio junto a la sombra frágil de la sombra

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La espera Los álamos. El magnolio a la vera del sendero dormido entre los pinos, un infinito azul en los caminos, la tensa luz del sol en primavera. La tristeza del día en la cimera tarde de ese momento donde fuimos habitados por lo que más quisimos en el extraño sueño de la espera. Los álamos cegados por el vuelo de los jilgueros libres, por la ausencia de la nube que habita junto al cielo del alma que se agosta en la dolencia de las cosas perdidas. El desvelo tímido y breve de la somnolencia.

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Los dominios del verde Primavera Siempre nacer transforma las orillas del corazón, las colma de una débil presencia de la luz, y luego brota libre como la mano de un instante cuando acaricia el mundo. Se transforman los rostros de las cosas, sus pisadas leves y nuevas, el ardor de un labio de verde brisa o de dorada lumbre. Están los días calmos como acequias que caminan despacio hacia la brisa del alma de las flores. Es más verde la soledad que imprime su nostalgia en las manos del tiempo. Cae la tarde sobre el verde misterio de la hierba.

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Verano ¿Habéis sentido un verde que se enciende en la ladera ardiente del verano? Está su desnudez húmeda y dócil más verde que los ojos de los ciervos. ¿Habéis notado el cálido reflejo de un verde transparente sobre el agua de una fuente? ¿Habéis visto en su arroyo el camino del río hacia la cumbre? El verano y los pájaros se abrazan en un vuelo tan alto que acarician los troncos y las hojas. ¿Has rozado alguna vez el néctar de las flores? La sangre por las venas de las ramas es verde como el alma de las rosas.

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Otoño Al morir se transforma en verde extraño lo que germina triste en el otoño: un vendaval de luz cálida y tibia cuando atrapa la sombra de las ramas. Solo al morir, en ese instante libre de romperse en destellos, de llenarse de turbios frutos donde anida un pájaro. Y luego, en la penumbra de su forma, un presagio furtivo que se aquieta en otra claridad, en otro abismo. Al nacer como un sauce somnoliento, miedoso siempre, clandestino y triste, tímido, temeroso, tenso y tenue, errante en los colores del ocaso.

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Invierno En el invierno el verde se aletarga en la desnuda languidez del frío. Alza sus manos para la derrota del mundo que se enciende junto al fuego, que se aventura en sus dominios tristes sobre el brote inseguro de la noche. En el invierno el verde ha derramado en la sombra de un sauce su caricia cansado de esperar el paso incierto de las aves lejanas y perdidas. En el invierno, el verde de las hojas satinadas de luz cuando atardece sobre su corazón de fruto amargo, brota junto al cansancio de la vida.

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