ARTE
Avignon
un puente hacia otra forma de ver
#18 JULIO 2015
Publicación mensual de distribución gratuita producida por: Taller de Artes Plásticas El Portón Verde
La brutalidad y lo desagradable Como arte y fuente inspiradora por Walter Pugliese
M
ientras esperaba mi turno para pagar en la pequeña cola del supermercado del barrio, pude ver en el televisor una imagen de una deportista, una levantadora de pesas compitiendo por no sé qué título, aunque lo que el programa mostraba en realidad, era una colección de accidentes, en este caso “deportivos”. La mujer, al levantar las pesas, se le rompía literalmente uno de sus brazos y de ahí, se generaba una especie de deleite en mostrar hasta primerísimos planos ampliados y en reiteradas veces, para luego pasar a otro accidente y asi una vez más. Son imágenes violentas, bestiales, de las que solo pude ver las dos primeras tomas y después solo dedicarme a escuchar inexorablemente, ya que no podía cerrar mis oídos mientras esperaba mi turno para pagar. ¿Hay una sociedad con gusto por lo desagradable? Trato de entender que si ese programa es emitido, es con seguridad, porque hay un sector de la sociedad dispuesta a ver ese tipo de situaciones. ¿Qué goce extraño genera una imagen asi? ¿Es posible que esto sea parte de una estética social? Podríamos pensar entonces ¿Qué relación tiene esta forma de ver y gozar una imagen con un arte totalmente descomprometido y sin reflexión, absolutamente desagradable en sus formas y contenido? Vivimos en una sociedad que se jacta del avance de su tecnología y su progreso. Una sociedad que pareciera más evolucionada en muchos de sus aspectos aunque al confrontarnos con situaciones como aquellas, daría la impresión de no ser tan así.
La Vuelta de Rocha. Óleo sobre hardboard. 1929. Colección Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires.
Victor Cunsolo
V
Entonces, hay un público quizá elitista, dispuesto a consumir un tipo de arte que de algún modo se forma en esta visión o percepción de la realidad y de la vida y los contiene en un grupo de pertenecía social. Un arte torpe y bruto; violento en su propuesta y vacio en contenido. Un arte que se asemeje a esos contenidos de la realidad virtual de un monitor. Que los conecta con ese ser bastante primitivo que en definitiva son (o somos) pero que pretende a través del arte, situarse en un lugar de culto que los diferencie del resto de la sociedad. Un lugar de entendidos para pocos pero que en el fondo mantiene la misma matriz de falta de interés, saber y conocimiento que todo arte necesita.
íctor Cunsolo nace en Vittoria, Provincia de Siracusa, Sicilia, Italia, el 2 de abril de 1898. En 1913, llega al país con 15 años y se instala con su familia en el barrio de Barracas. En 1918 ingresa en la Academia de Pintura de la Sociedad Unione e Benevolenza. En 1921, Juan del Prete, amigo del artista, lo vincula a la agrupación El Bermellón que funciona en una vieja casona del barrio de La Boca.
Sino como se explican tantas “obras de arte” que pululan en los diversos centros artísticos-culturales, a partir de mierdas enlatadas, bolsas con basura, restos de comida pudriéndose, animales embalsamados en gigantescas peceras con formol. Vestigios de una sociedad engreída que no logra conmoverse con lo simple, por lo complejo que parece ser el solo hecho de sentir. La belleza en ese sentido, es un mal negocio, porque exige pensar con el alma, con lo intangible. Y no hay tecnología que nos explique lo que solo puede ser interpretado por lo sensible.
Pinta, sus clásicas vistas de La Boca, naturalezas muertas y paisajes del interior de La Rioja, sobre todo de Chilecito, donde reside por razones de salud. En 1936, regresa a Buenos Aires con la intención de retornar a aquella provincia en breve, pero muere en Lanús el 10 de abril de 1937.
Calle de la Boca o Calle Magallanes. Óleo sobre cartón. 1930. Colección Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires.