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Dead for a Dollar por Roberto Pagés
Dead for a Dollar de WALTER HILL
Por Roberto Pagés
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TIEMPOS VIEJOS (*)
Por el increíble Huck (mi amigo Claudio), pude ver Dead for a Dollar, la última película de Walter Hill. Constatación enésima de que el cine, aquello que llamábamos el cine, está en manos de los viejos. Ya no vamos al cine ni vemos películas. Cada tanto aparece algo que, con buena voluntad, podemos llamar el cine, pero muy cada tanto. Cuando se muera el último de los jovatos, será evidente para todos lo que ya está en marcha desde hace muchos años. La vida del cine en la memoria.
Recuerdo una contratapa del LP (qué viejo estás Walter, qué viejo yo) con las canciones de la banda de sonido de Calles de fuego. Hill, inopinadamente, nombraba a Borges. Y hacia el final de sus pocas líneas señalaba que no le interesaban las presuntas cosas nuevas sino las cosas olvidadas.
Dead for a Dollar trata de las cosas olvidadas. Es un anacronismo. Un bello y gozoso anacronismo. Sentido y desplegado con la serenidad que dan los años. Quizás, con la aceptación que otorga el paso del tiempo.
Todo el mundo en Dead for a Dollar gira alrededor del dinero, todo el mundo mata y está dispuesto a morir por un dólar. Pero no todo el mundo de la misma manera. Y ahí está la dife-
rencia. Hay un cazarrecompensas (un tipo que persigue y hasta mata a delincuentes para cobrar su paga). Hay un mejicano —y su banda— , solo interesado en explotar a todos los que puede robar o explotar. Hay un delincuente, jugador de póquer, preso —no muerto— , por quien lo buscó y lo encontró.
Detengámonos en estos dos personajes.
Ladrón de caballos —acusa su carcelero— .
Culpable, reconoce. Ladrón de bancos: no pudieron demostrarlo, dice. Asesino: nunca maté a nadie que no me haya querido matar antes —se molesta—. Después veremos que el cazarrecompensas tampoco lo mató a él. ¿Por qué? No era necesario. Aunque los separe una reja estos tipos actúan en espejo, y lo demuestra la hermosa y extraordinaria secuencia en la cárcel.
Christoph Waltz y sobre todo Willem Dafoe (¡el uso de su voz!) en un duelo verbal, de silencios y miradas, en plano y contraplano con las viejas, queridas y sencillas maneras del ayer.
También hay un policía mejicano que se deja coimear para permitir que maten a un prisionero, y hay un engreído y rico pelafustán herido en su honor (su mujer blanca se escapó con un negro) y también herido en su carrera política si se conociese el hecho. Paga al cazarrecompensas para que le devuelva sus propiedades: mujer y esclavo.
Este ricachón tiene su origen en el comerciante de ostras en Hard Times (“no importa cómo te vistas, siempre olerás a pescado” —le dice James Coburn—), y su estación intermedia en el productor de la cantante en Calles de fuego: Fish (pescado) se llama, y lo tratan de Shorty (cortito, petiso).
Walter Hill no es, y nunca fue, un gil. Sabe que la vida está en los márgenes, y que el mundo oficial es pura máscara y charada. Los dólares, entonces, pero el asunto es de qué manera, hasta dónde por la guita. Waltz semblantea a un negro con todo el protocolo del ejército y lo interrumpe dándole la mano. Hará lo mismo con el jefe policial de México, que pide perdón por su distracción que ha costado una vida. Deja libre a la mujer del político, y también al negro fugitivo. Y no quiere matar a Dafoe, pero éste es un jugador: de póquer, sí, y sobre todo capaz de jugarse la vida. Así lo entiende y así la vive y la juega.
No todo es guita. Tampoco para la mujer. La única de familia poderosa, huye de su entorno familiar y de su marido. Demasiado libre, incluso sexualmente en el siglo XIX americano. “No te animarás a disparar”, le dice el marido, ignorante de con quién ha estado viviendo durante cinco años.
Ella, por elección, también es una outsider. No todo es guita, again.
Siempre creí que, además del obvio Howard Hawks, Hill ha sido influido por Jean-Pierre Melville. Hard Times, Driver, Calles de fuego, Last Man Standing albergan personajes que bien podrían haber sido del francés. En Dead for a Dollar, fuera cierta parafernalia violenta de Hollywood —por viejo, por sabio, y por anacrónico—, ha moldeado cada plano, y cada corte de montaje, como un escultor, eliminando todo lo superfluo.
Emociona, me emociona, ver ese desarrollo en el tiempo. Esas cabalgatas serenas en el desierto, las transiciones en breves fundidos a negro y también al sol, los “barridos” en la pantalla de y hacia los lados y también alguno vertical.
Viñetas esenciales para ver y sentir qué hay detrás de esos encuentros y de esos divorcios, de esas imágenes. Códigos éticos.
No es poco en estos tiempos.
(*) Publicado originalmente por el autor en su muro de Facebook, el 10 de noviembre de 2022.