LO HUMANO DE LO HUMANO
(ENSAYOS AL LADO DE LA RESILIENCIA EPISTÉMICA DEL PENSAMIENTO AMBIENTAL LATINOAMERICANO)
FELIPE ANGEL
2002 – 2010 Cali
A Augusto Angel Maya, Uto, por resarcir el pensar, por devolver la filosofía a su cauce, por el cauce de la filosofía, por dilatar su muerte hasta descifrar estos enigmas, y, en realidad, por aquel mediodía de 1977, en los termales de Boyacá, cuando leímos por primera vez aquel poema de Vallejo: "Considerando en frío, imparcialmente (...)".
Al cobrar existencia el ser en sí sufre un cambio, pero, al mismo tiempo, sigue siendo uno y lo mismo, pues gobierna todo el proceso. La planta, por ejemplo, no se pierde en un cambio sustraído a toda medida. De su embrión, en el que de momento no se ve nada, brotan una serie de cosas, todas las cuales, sin embargo, se hallan ya contenidas en él, aunque no desarrolladas todavía, sino de un modo encubierto e ideal. La razón de este brotar a la existencia es que el embrión no puede resistirse a dejar de ser un en sí, pues siente el impulso de desarrollarse, por ser la viviente contradicción de lo que solamente es en sí y no debe serlo. Pero este salir fuera de sí se traza una meta y la más alta culminación de ello, el final predeterminado, es el fruto; es decir, la producción de la semilla, el retorno al estado primero. Claro está que en las cosas de la naturaleza se da el caso de que el sujeto, por donde comienza, y lo existente, lo que pone punto final –allí la simiente, allí el fruto- son dos individuos distintos; la duplicación se traduce en el resultado aparente de desdoblarse en dos individuos, que son, sin embargo, en cuanto al contenido se refiere, uno y lo mismo. Otra cosa acontece en el mundo del espíritu. El espíritu es conciencia y, por lo tanto, libre de que en él coincidan el principio y el fin. Como el embrión en la naturaleza, también el espíritu, después de haberse hecho otro, retorna a su unidad; pero lo que es en sí deviene para el espíritu y deviene, por consiguiente, para sí mismo. En cambio, el fruto y la nueva simiente contenida en él, no devienen para el primer embrión, sino solamente para nosotros; en el espíritu ambas cosas son la misma naturaleza y no solamente eso, sino que son la una para la otra, y es ello cabalmente lo que hace que sean las dos un ser para sí. Aquello para lo que lo otro es, es lo mismo que lo otro; sólo así puede ocurrir que el espíritu viva consigo mismo al vivir en el otro. La evolución del espíritu consiste, por tanto, en que, en él, el salir fuera y el desdoblarse sean, al mismo tiempo, un volver a sí.1
Hegel
1
Hegel. Lecciones sobre la Historia de la Filosofía. Volumen 1. Ps. 27 y 28
ÍNDICE
PRESENTACIÓN
Estas palabras se sientan a la mesa de las presencias por el prurito de estar en el convite y tener la fuerza suficiente al final de mis días para despedirme de la vida como quien se retira de un gran ágape, tal cual me lo enseñó el más poeta de los humanos, Horacio. No pretenden estas palabras convencer a alguien. Ya abandoné tan ardua labor. Quisiera, más que convencer a alguien, que ese alguien, cualquier alguien, cualificara tal o cual de mis argumentos con la sabiduría de recordarse, de comportarse o de concebirse. He ahí este libro. He ahí su intencionalidad. Tienen estas palabras el propósito tangencial de que aquellos que Cavafis llamó "legisladores de la ciudad de las ideas que ningún aventurero podrá burlar", tomen en consideración la lealtad que ellas, estas palabras, profesan a la seriedad que las acompaña. Y, ya que en esa mesa, en la mesa en cuyo ágape se analiza el banquete de las presencias, no se ingiere lo eludible, lo básico hace tabula rasa con lo superficial. De tal manera, el énfasis es deleite. El asombro se asoma afirmativo. A otros no les sucede lo mismo. El camino de la certeza es el ejercicio vivencial que la valida. Ya que no se puede dejar de ser uno mismo, estas palabras recogen aquella no fácil victoria de los argumentos; así dejaron de pelear con su inclinación. A la luz de un razonar normal y sólido para tirios y troyanos este libro somete lo que afirma a la deliberada conciencia de aquel o aquella, del lector o de la lectora, que vislumbre, ubique y concatene las fisuras en él inscritas. Como se deducirá de su lectura, poco espero que sea perfecto. Es más, odiaría que lo fuera. Entre otras cosas, porque sería indicio temible de lo erróneo de lo aquí afirmado. Si quien lee no encuentra presagio de certeza, ya no en lo afirmado sino en las fisuras aquí inscritas, y, por ende, es incapaz de refutar la inclinación general de lo desarrollado, valdría la pena que sopesara los argumentos de lado y lado. Yo lo hice. El primer lector de un libro es el autor, que lo ve aparecer letra por letra, que lo ve apersonarse de su participación en las cuitas del universo, en los ires y venires de esta fiesta de las presencias. Fui leal en ese debate de mi Partenón personal, como espero que lo sean algunos lectores y lectoras. No pude menos que dejar de pelear dentro de mí con la inclinación que preside la intuición general del mundo aquí descrita. La hice cuerpo, la hice actividad, la hice tranquilidad y, por último, la hice palabra, entre ellas estas palabras. Me he rendido ante la evidencia de que o me mentía a mí mismo o acataba mis pensares, algunos aquí descritos. Así las cosas, convertí esa intención, entre otros, en este libro, y, espero, estas maneras de ser en gestos cotidianos de ciertos lectores o lectoras.
ENSAYO 0: LA RESILIENCIA EPISTÉMICA
Los métodos de pensamiento se construyen sobre unos pocos conceptos básicos, de los cuales se nutre el propio método para edificar el resto de su Corpus. Por tanto, la definición de cada uno de esos conceptos básicos debería de ser, cómo no, asunto prioritario. Pero poco sucede así. Generalmente estos conceptos se van moldeando a medida que el método avanza la exposición de su despliegue argumental. Hegel mismo no define con claridad específica el concepto de Espíritu Absoluto. No es olvido ni tampoco una forma de exponer la argumentación. Es imposibilidad. Todo método de pensamiento tiene una Resiliencia Epistemológica. Es decir, el límite en el cual rechaza continuar introduciendo su análisis dentro de sus propias Leyes. Señala el límite donde un método no se acata más a sí mismo. Detendré al lector un momento, ya que la potencia del concepto lo demanda, para mostrar, con unos ejemplos, la noción de Resiliencia Epistemológica. Le sucedió a Newton con Einstein. La Ley de la Gravedad fue sepultada por la Teoría de la Relatividad. Le sucedió a Darwin con la ecología. La evolución biótica no se desarrolla por competencia sino por sincronía, no por la primacía del más fuerte sino por la primacía de la complementariedad. Cada especie cumple una función y no está en competencia con las otras. Y, para explayar la profundidad en un solo ejemplo, agrego lo que le sucedió a Ptolomeo cuando trató de matematizar la hipótesis platónica según la cual el Sol, el Padre Sol, gira alrededor de la Tierra, la Madre Tierra, y no al revés. ¿Por qué le interesaba a Ptolomeo probar tal hipótesis? La paulatina invasión gnoseológica de Platón en la Roma del siglo II d.C. tuvo consecuencias en todos los órdenes, religioso, artístico, médico, ingenieril, educativo, etc.. Para el caso interesa mostrar que la época exigía una astronomía centrada en el ser humano ya que se trata de algo a imagen y semejanza de dios y, obvio, desde la astronomía esto significa que la Tierra es el centro del Universo. El platonismo exige el antropocentrismo. El antropocentrismo debe su origen al platonismo. Pero Ptolomeo y los astrónomos de la época se encontraban ante un óbice mayor: hacía más de doscientos años Aristarco de Samos había ya matematizado el sistema heliocéntrico, con el Sol como centro y la Tierra girando a su al rededor. La tarea de Ptolomeo consistía en mostrar que, tal como Aristarco, él también podía matematizar un sistema astronómico que consignara la Tierra como el centro del Universo. Las matemáticas pitagóricas, al no exigirse ellas mismas una comprobación basada en la concatenación de los hechos, dieron pie para emprender un vuelo tan artificial como complejo. Empezó con los cuerpos celestes que consideraba más lejanos y se fue acercando a la Tierra. Mientras no llegó al sistema solar logró acercarse a una demostración matemática del asunto. Las distancias enormes entre las estrellas y el sistema solar permiten cierta empatía matemática con el sistema geocéntrico puesto que la distancia del Sol a la Tierra es, comparativamente,
poco relevante. Pero cuando del sistema solar se trata, pues, es imposible demostrar que el Sol gira al rededor de la Tierra por la llana razón de que no es cierto. En los detalles reside la validación de lo que se propone holístico. Ptolomeo era una persona de ciencia. Un hombre de profundos conocimientos, capaz de coincidir lo teleológico del detalle con la solidez simple de la estructura general. Su drama personal al darse cuenta de la imposibilidad de demostrar la hipótesis que la época necesitaba, su íntima tragedia al comprender que no había manera de dejar sentado que el Sol gira alrededor de la Tierra, lo heroicamente inane del empeño de Claudio Ptolomeo, impide que nuestra alegría, pero no nuestro ánimo, acompañe su expulsión de la comunidad científica de todas las épocas que, mil quinientos años más adelante, Newton le profirió al comenzar los Principios Matemáticos de la Filosofía de la Naturaleza. Colocado en la situación contraria a la de Darwin, quien durante décadas se negó a aceptar a fondo las consecuencias de su propio pensamiento, Ptolomeo durante muchos años, y así murió, se vio en la obligación de aceptar que su pensamiento no era demostrable. Tristeza cuya amplitud señala lo abarcador del empeño. Al final, cuando se le hizo evidente que ya no tenía más caminos para probar su punto, Ptolomeo coloca como impulsoras ocasionales de tal o cual planeta unas supuestas o, al menos, así por él llamadas, "fuerzas espirituales". Según la tristeza de Ptolomeo, impulsadas por "fuerzas espirituales" rotan las órbitas de los distintos planetas alrededor de la Tierra, no del Sol. Planetas que, obvio, incluían al Sol y a la Luna. Es el capricho extravagante que se permiten las matemáticas pitagóricas: pretender que, en ciencia, puede acudir en su ayuda este o aquel Deux ex machina. Traiciona Ptolomeo el método que había usado hasta entonces. Ese es su drama personal, la amplitud de su tristeza. Esa es la Resiliencia Epistemológica. Es el límite de lo que puede probar cada método de pensamiento. El límite que alcanza a presenciar del conocimiento una determinada época, unas generaciones específicas, unos individuos particulares. El camino de la certeza, no el final del camino de la certeza. No de la verdad, porque esa se la dejamos al dogma. Amamos la certeza porque se valida al ser cambiable según el ritmo argumental; huimos de la verdad porque da por hecho que no es modificable. En astronomía el sistema solar es el límite epistemológico. Simplemente, la Resiliencia Epistémica comienza en ese instante. Un método llega hasta lo abarcador de su límite y, por ende, no logra explicar un fenómeno determinado en un momento dado de ese ejercicio. Ese límite se pasa, se sobrepasa, se usurpa, se traiciona, en el momento en el cual se dejan a un lado las leyes propias del método escogido. Ptolomeo introduce mecanismos no matematizables, ni aun por las matemáticas pitagóricas. Introduce unas "fuerzas espirituales".2 No dejar a un lado las leyes que uno mismo ha escogido para su investigación, es el hosco hocico de la fiera epistémica. Es el colmillo con el cual muerde la ciencia a quien se le acerca sin la fuerza del rigor ni la 2
Por lo demás, esto es rutinario en la platonizaciónm de las ciencias. Galeno hizo lo mismo con Hipócrates. Se inventó, en el sentido real del término "inventar", uno "espíritus vitales" que, según él, según el medioevo, según la medicina galénica hasta 1626, gobernaban las cuitas del cuerpo humano. Extensamente he mostrado este punto en otro texto, El Método de Jaques.
constancia del pudor. La ciencia no admite visitantes, como supone Kuhn. Sólo la componen habitantes del Topos actitudinal dispuesto a dejarse convencer. La diversidad múltiple que la compone tiene un camino. Lleva a Jonia. No a Atenas. Así pues, sobre el espejo roto de la Resiliencia Epistemológica han visto a pedazos su imagen los grandes pensadores, los constructores de los métodos de pensamiento. Es imposibilidad, decía yo. Imposibilidad de definir claramente alguno o algunos de aquellos conceptos básicos que sustentan tal o cual método de pensamiento. Con el ánimo de que lo mismo no suceda con el Pensamiento Ambiental Latinoamericano, específicamente con el Modelo Ecosistema y Cultura, de Augusto Angel, según el camino que mi leal saber y entender desplegó en El Método de Jacobo, cuyo subtítulo es Una Historia Ambiental de las Ciencias Naturales, de las Ciencias Humanas y de las Ingenierías, anida en mí el propósito de abordar algunos conceptos básicos; básicos en cuanto no por interpuestas nociones tejen diversos saberes ambientales. En realidad, digo mal, pues acudo a estas letras no con el ánimo de quien supone irrefutable un método de pensamiento. Nada más lejos de mí. Esa es precisamente la noción de Resiliencia Epistémica. En ciencia lo motivador, lo crucial, lo que le genera "vida", lo que como camino construye la continuidad, lo que solidifica a la vez que renueva, lo "sabio" de un tal "Logos" que denominamos ciencia, es saber que nuevos argumentos mostrarán, tarde que temprano, la Resiliencia Epistemológica de cada método de pensamiento, incluido aquel en el cual uno cree. El mundo de Newton se tambaleó ante Einstein. El dogma y la verdad se los dejamos a la Doxa, a la opinión. La certeza es nuestra, los hijos de la ciencia y del arte. ¿Cuál la diferencia? La certeza es de época. El dogma y la verdad son atemporales. No por saber que llevamos construidos tantos o cuantos niveles de nuestra arquitectura conceptual, ignoramos que vendrán aquellos tiempos que desplegarán nuevos estadios, nuevos niveles, andamiajes más complejos. De igual manera, no dudamos de la certeza puesto que es un punto del camino y, de los caminos, lo que importa es la dirección que lleven. Es decir, la direccionalidad vivencial y epistémica general. Esta direccionalidad, para nosotros, en el estado actual de nuestra concepción de la historia de la ciencia, es de carácter jonio. ¿Por qué? Es simple. Hoy en día la ciencia no está expuesta a cruzar océanos enardecidos, como sucedía en la época de Ptolomeo. El intento de Ptolomeo era cambiar el carácter jonio de la direccionalidad epistémica general. El carácter jonio de la ciencia alejandrina es el eje fundacional de la ciencia moderna. Galileo y Apolonio, Harvey y Herófilo, Vesalius y Erasístenes, en fin, el atomismo de Demócrito, que hoy aceptamos con la simple y muda elocuencia de la costumbre. El intento de Ptolomeo era, pues, introducir la direccionalidad platónica a través de la matemáticas pitagóricas. Ya hoy en día eso no es posible, si por posible entendemos que ya no se puede desviar la inclinación jonia como direccionalidad epistémica general.
Se preguntará la bella sagacidad: ¿entonces, el carácter jonio de la ciencia no es de época sino estatuido ya para siempre? Sea esto lo o por ratificar o por negar en cada investigación científica, no importa el campo epistémico en el cual se desarrolle.3 De manera cotidiana, en múltiples sitios del planeta, durante el mismo minuto, gran cantidad de personas abordan esta dicotomía simplemente por el hecho de estar haciendo ciencia. Esta dicotomía es la base del ejercicio científico. Más aún, es la base de toda la actividad humana. O la naturaleza se basta a sí misma en todo y para todo o no lo hace. No lo hace cuando la construimos a partir de nuestra mente o de otras fuentes, estas ya no partícipes de la naturaleza. Mi esfuerzo no se impone a sí mismo la tarea de que no se encuentre algún día la Resiliencia Epistemológica del Pensamiento Ambiental Latinoamericano, puesto que de los argumentos provengo y a los argumentos voy. Más bien, se impone la tarea de clarificar. Clarificar no sólo en el sentido de delimitar conceptos claros y distintos, que es un útil ejercicio cartesiano aunque frágil por parcial, sino, mejor, clarificar en cuanto construir una red dialéctica de imbricaciones causales. Es decir, indagar la manera en la cual se relacionan los conceptos básicos del Pensamiento Ambiental Latinoamericano. O sea, de cómo esa relación permanece en el centro de la dinámica que alienta lo que los suscita. Mostrar, cómo no, que a sí mismos se bastan para ser. No están analizados en este libro todos los conceptos básicos del Pensamiento Ambiental latinoamericano. Sin embargo, los que están analizados son todos conceptos básicos. Dudo que mi escaso seso complazca las posibilidades de poner en juego esta aventura mayúscula. Tengo, sin embargo, una certeza: todas las letras de este libro se inclinan ante la direccionalidad del viento argumental, cuyo ímpetu las hermana por arreciar hacia un mismo lado. Todas las letras nutren la misma dirección, recorren el mismo camino hacia el mismo lado. Son, por eso, una propuesta vivencial, como lo es cualquier argumentación cuya solidez nace de la transparencia. Valen algunas anotaciones al respecto del tono de mis escritos, que muchos dicen estilo. Valen, no para ofrecer en ello disculpas por lo poco dubitativo, sino por recalcar una idea que analizo en otros textos con la requerida amplitud y en este en el acápite sobre el método de la ciencia: la parálisis paradigmática de la ciencia concebida a la manera de T. S. Khun. Esta apreciación sobre lo que es la ciencia incluye última parte de la Modernidad y la Postmodernidad. Esta apreciación de lo que es la ciencia le quita el carácter científico a la ciencia y la coloca en el ámbito de la opinión, de la Doxa, puesto que todos los paradigmas encarnan igual valía al suponerlos inconmensurables. Ineludible la sentencia del romano: animula, vagula, blandula. Según esa inconmensurabilidad, en astronomía son igualmente válidos tanto el mundo gnoseológico de Ptolomeo como el de Galileo, tanto el heliocéntrico como el geocéntrico. Es ridículo. La ciencia está construida para la certeza. Ninguna persona de ciencia, hoy en día, supone posible equiparar los dos mencionados paradigmas astronómicos. Sobre esta falta de afirmatividad se basa el tono general, aunque con 3
Rodolfo Llinás, después de ser oráculo en la textura de lo que sabe, neurología, ahora se pasa al campo de la filosofía y se declara "neokantiano". Asevera que el cerebro crea la realidad que vemos. Es decir, la inclinación jonia se demuestra día a día, para acatarla o para refutarla.
plausibles excepciones, de los escritos científicos de la última etapa de la Modernidad y de la Postmodernidad. Por ello no cejan de poner aquí un "quizá", allá un "tal vez", más adelante un retruécano falso pero ingenioso, y así, así siguen y siguen eludiendo la responsabilidad inalienable que tienen con sus afirmaciones. El tono de mis escritos posibilita su cauce en su raíz. Es decir, en la comprensión del daño que le infiere a la ciencia esa falsa duda, esa técnica retórica de simular no estar convencido de las propias palabras; en esa comprensión, digo, nace su galope argumental. La ciencia es afirmativa. Se pierden, se arrugan, amplias plétoras de su ser ella misma al navegar sobre el lomo de sus olas sin la conciencia tranquila de una creatividad tan libre como puede serlo aquello sometido al rigor de los argumentos concatenados. El mosquito de la falsa duda zumba y distrae. Distrae tanto al autor como al lector. De ahí que, cuando se traslada la direccionalidad general de la ciencia, cambie el tono del discurso científico. Del cambio general de la comprensión de lo que es ciencia nace una poética filosófica que precisa una etimología, no nueva sino novedosa. Eso es el tono: el aporte del detalle a la inclinación de lo general. Y aquí detenemos nuestra marcha otra vez, para señalar cómo la práctica científica en los últimos siglos ha sido Jonia pero su “naturalización argumental”, su validez como “ciudadana de la ciudad de las ideas”, ha sido proclive a la metafísica. De ahí la urgencia de una historia ambiental de la ciencia, de un tono tan diáfano en su aporte coloquial como complejo en su sintaxis propositiva, donde el acierto poético de una adjetivación sirve como llave para abrir el corazón que lee y patalea, que rechaza mientras digiere. Sepan ustedes que nosotros ya nos acostumbramos a que nuestro mejor argumento es la multiplicación de la necesidad derivada de los problemas ambientales. Los hechos hablan a favor nuestro. Eso hace hermoso habernos vivido tal cual hemos sido. Por último, quisiera referirme al título del presente libro, Lo Humano de lo Humano. Lo humano de lo humano se construye mediante el oleaje de las relaciones. No es la gota aislada, la individualización autista, sino la marea que baja y sube sobre la playa donde se relacionan las arenas de los acontecimientos en los cuales uno naufraga o crece o, simplemente, nada. Esta estructuración de la noción de lo que es lo humano da un sentido de proceso, un abarcar las causas, de solazarse con los frutos ingeridos en la inmediatez, que imposibilita comprenderlo sin el resto del Universo. La individualidad, humana o no humana, se construye mediante el otro y lo otro. En este sentido, la individualidad no existe más que como proceso. Es decir, como manifestación de la generalidad. La espontaneidad de la plétora es delimitada por el cauce. Los puntos específicos del camino, lo son porque están dentro del camino. Son la deferencia del hecho que se explicita. Se explicita al simple estar, al simplemente ser, al sencillo pertenecer al mundo como presencia. "Vine a vivir en este mundo", sopesa un verso de Neruda. Por esto, lo humano de lo humano no se explica desde lo exclusivamente humano. Hay que llamar las causas para que acudan a fortalecer nuestro análisis. He aquí mi llamado.
ENSAYO I: DOMESTICACIÓN
A mi padre, Josué Angel
Febrero - Abril, 2003 Calle del Empedrado, San Antonio Cali, Colombia
1. INTRODUCCIÓN ¿Qué es la domesticación? ¿Acaso existe? De existir, ¿en qué consiste? ¿En qué nos afecta a nosotros, como individuos y como sociedad? La mayoría supone que la domesticación no existe, los que afirman su existencia no la podrían definir y pocos creen que en algo los afecta directamente a ellos o a su sociedad. Sin embargo, el propósito de este texto consiste en tratar de mostrar cómo la domesticación está en la raíz de lo que hacemos y pensamos. Sobre la domesticación pesa, pues, un desconocimiento abrumador. En realidad, y a pesar de lo anterior, tratar sobre ella no es una tarea ardua si se considera la contundencia del asunto, tanto cotidiana como teórica. ¿Qué se domestica? La naturaleza, compuesta por el ecosistema y por el mismo ser humano. ¿Quién la domestica? El ser humano. Lo primero que hay que anotar consiste en que la domesticación acompaña a los humanos desde su aparición en la Tierra. Su anhelo, su necesidad, su complacencia, su triunfo y su derrota, van acompasados con los ritmos de la domesticación. La abundancia o escasez, la convivencia fácil o difícil, la alegría y el tipo de alegría al igual que la tristeza o cómo enfrentar el amor o el desamor, todo ello depende de las formas que construye el ser humano para domesticar el ecosistema y para domesticarse a sí mismo.
La domesticación comenzó con la primera vida humana, hace 5 millones de años. La adaptación del ser humano a la naturaleza se realiza a través de la domesticación. Se trata de la relación fundamental, nutricia, primaria, del ser humano con la naturaleza, incluido él mismo dentro del concepto de naturaleza. La domesticación es la relación natural del ser humano con el ecosistema y con sí mismo.
Comienzo por un recorrido del acaecer cotidiano. Voy a señalar cómo nos movemos entre elementos domesticados en el vivir del día a día. Prefiero introducir el tema de la domesticación de esta manera porque es un tema cuya importancia sólo es superada por su desconocimiento y para que el lector vea primero cómo lo afecta como individuo. Posteriormente analizaré los aspectos históricos y filosóficos. ¿Hay algo más cotidiano que una cocina? Puede haberlo pero, en cualquier caso, la cocina de una casa no defrauda como ejemplo de lo cotidiano. A través de lo que sucede en una cocina, mostraré la domesticación como referente de lo cotidiano. Comencemos, entonces.
Usted se despierta y se dispone a desayunar con huevos, jugo de naranja, café y pan. Los huevos no son de una gallina silvestre sino de una gallina domesticada, que no puede moverse por el campo, que come lo que le dan y no lo que consigue, que no conoce la lluvia ni las lombrices; es decir, que vive encerrada sin ver el cielo ni saber del olor de la tierra recién mojada por la lluvia. Sus huevos no son fértiles. Al decir de los campesinos colombianos, "no ha sido pisada por un gallo". Está domesticada. Nace, vive y muere según las necesidades sociales. El jugo no es de una naranja recogida de improviso en un árbol nacido al arbitrio del ecosistema. No. Al contrario. Proviene de un naranjo domesticado. ¿Por qué domesticado? Simple. Ese naranjo nace, crece y es alimentado de agua y abono dónde y cuándo el agricultor desea. Es una naranja domesticada. No proviene del ecosistema en su estado no intervenido por el ser humano. Por el contrario, hay una cadena social que vive de que esa naranja esté domesticada. O sea, de que el ecosistema esté domesticado. Es indispensable alguien que la plante, alguien que la riegue, alguien que la recoja del árbol, alguien que la transporte, alguien que la almacene, alguien que la venda y usted, que la compró para este desayuno domesticado. ¿No sucede igual con el café? No. Se trata de una domesticación más profunda. Su domesticación llega hasta el punto de no aparecer en su forma inicial, como los bananos, las manzanas o las naranjas, sino molido y empacado. Y queda el pan. El pan proviene de un cereal. De un sembradío. De la agricultura. Su estado de domesticación pasa por el fuego, por la cocción, por
la combinación con otros elementos igualmente domesticados, por el panadero, por la fábrica de harina, etc. Igual sucede con prácticamente cualquier alimento que usted haya ingerido. Escoja usted uno y realice el ejercicio. Una ensalada, por ejemplo. ¿La lechuga creció donde quiso la naturaleza? Sí, ya que el ser humano es parte de la naturaleza. ¿La lechuga creció donde quiso el ecosistema? No. Está domesticada. Nace, crece y muere según el criterio del ser humano. A eso lo llamamos domesticación del bioma.
Para ese desayuno usted necesitó agua. La domesticación del agua es de la mayor importancia tanto cotidiana como histórica y filosófica. La filosofía comenzó con una reflexión sobre la domesticación del agua, con Tales de Mileto. La historia no se entiende sin la relación humana con las fuentes de agua. ¿O es que alguien puede pasar más de una semana sin beber agua? Agua para el café, agua para lavar la vajilla, agua para lavar la ropa, agua para el inodoro, agua para bañarse, agua toda ella domesticada. Su presencia es directa. Sale del tubo cuando usted lo desea. Deja de salir cuando usted lo desea. Y si no sucede así, hay que llamar al domesticador del agua casera, el plomero. Hay, igualmente, otra clase de agua domesticada que no es tan sencilla de comprender. Tenerla presente en el orden cotidiano es más difícil aún. Se trata del agua domesticada para generar energía eléctrica. Es la luz de los bombillos, el calor de la estufa, la imagen del televisor, la música en el compaq disc, la posibilidad de escribir esto en un computador, etc. La energía eléctrica es, en gran medida, agua domesticada. O sea, ríos con su cauce domesticado para formar hidroeléctricas. Es la fuerza del movimiento del agua domesticada lo que genera la energía eléctrica.
Al preparar su desayuno usted utilizó un sartén para cocinar los huevos. O una olla para hervirlos. O un cuchillo para partir el tomate o una cuchara o un tenedor para comérselos. O una estufa. O la energía que llega hasta su cocina por medio de cables. Todos estos son metales domesticados. Se trata de un metal que no está en su estado original. Ha sido arrancado a la Tierra. Ha sido puesto bajo el calor del fuego. Ha sido derretido. Ha sido dispuesto en ciertas formas, como por ejemplo en barras que son enviadas a una fábrica para sacar de allí cucharas o cuchillos o un sartén o una estufa o un cable. Estos metales han sufrido un proceso social para estar allí, en su cocina. Este proceso social se llama domesticación. En su cocina hay múltiples muestras de los animales domesticados. Los más evidentes son los que están vivos, tales como su perro, su gato o su canario. A esos hay que alimentarlos. Los demás animales domesticados presentes en su
cocina están muertos. Lo alimentan a usted. El pollo o sus pechugas, el cerdo o sus costillas, la vaca o su lomo. Los hay en forma embrionaria. Los llamamos huevos. Casi siempre son de gallina pero los hay de codorniz o en forma de caviar. La domesticación animal es uno de los ejes referenciales ineludibles cuando se trata de comprender el fenómeno que condujo a adoptar el sedentarismo, no el nomadismo, como sistema adaptativo de la humanidad. Salvo la domesticación del perro que es anterior y la del gato que es posterior, los animales se domesticaron unos cinco mil años antes de Cristo. Primero, fue definitiva para la consolidación de la agricultura y sin agricultura no hay ciudades puesto que en las urbes nadie se ocupa de su alimento, de sembrarlo o de recogerlo de los árboles. La llamada "Primera Agricultura", realizada mediante láminas de sílex aplicadas a la tierra con fuerza humana, no era suficiente para suplir las necesidades. Por ende, el nomadismo continuó. Sólo con el bronce y la tracción bovina, la agricultura fue capaz de mantener sin hambre a unas poblaciones grandes, como las de las ciudades construidas a partir del pueblo sumerio, cuyos habitantes no trabajan para alimentarse directamente pues no buscan frutos ni siembran granos ni legumbres. Son citadinos. Son sedentarios. Esperan en su cocina su ración de agua y de alimento. Segundo, sin la domesticación animal no se concibe una dieta proteínica y ya Marvin Harris mostró, al analizar el canibalismo azteca, las consecuencias de la falta de proteína en la dieta de una sociedad entera, ya no en individuos aislados. Tercero, la domesticación animal fue imprescindible para el sistema de transporte. Su energía edificó el sistema urbano. Aún hoy los motores se miden en caballos de fuerza. Es una reminiscencia etimológica de la domesticación animal. Dio origen al sistema de transporte que conocemos hoy en día, inverso al del nomadismo pues con este uno iba hacia las cosas y en el sedentarismo las cosas vienen hacia uno. La rueda sólo apareció cuando se domesticaron los animales. Es una solución simple a la energía que sobra cuando un animal lleva la carga encima. De ahí nace la rueda. De la domesticación de los grandes bovinos4. Si alguien no necesita incorporar una cantidad de energía que ya tiene, no busca aquel objeto que cumpla esa tarea. He ahí la unión embrionaria entre conocimiento científico y domesticación. De tal forma que tenemos, por lo pronto y sin hacer un listado ni mucho menos exhaustivo, a la agricultura, a la dieta proteínica, a los metales y a la rueda como hijos de la domesticación animal.
4
. Los equinos fueron domesticados mucho después, hacia el año 1500 a.C., según Gordon Childe, en su libro Man by Himself, traducido al español como El Origen de la Civilización.. Mi percepción es que tal hecho fue anterior.
La domesticación animal se condujo por tres caminos distintos: los animales domesticados para vivir dentro del domus como perros, canarios o gatos, los domesticados para servir de alimento como gallinas o cerdos, y los domesticados para trabajos de fuerza, es decir destinados al aumento de la energía disponible, como los grandes bovinos para la agricultura o el asno para subir carga por caminos escarpados. En ocasiones un animal de fuerza servía, al final de sus días, como alimento. Sin embargo, no era esta la función social para la cual fue domesticado y por la cual estaba allí. Sólo cuando ya no cumplía bien su función social, se le cambiaba esa función y se le comía. La domesticación es una función social. Sólo se domestica, ya sea al ecosistema o al ser humano, para cumplir una tarea necesaria a la comunidad. Mientras escribo estas palabras, Safo, mi gata, se sube encima del teclado, ronrronea y me frota las manos con su cabeza. A Catulo, mi perro, le dan celos, empieza a mover la cola y me ladra desde el piso. Son los animales del domus. Es extraño que los animales del domus fueran el primero y el último que se domesticaron. El perro fue el primer animal domesticado y el último fue el gato. El perro se domesticó en el primer neolítico y el gato ya entrados los Imperios Agrarios. El perro fue el único animal domesticado mientras el ser humano aún era nómada. El resto de los animales domesticados lo fueron en el proceso de construcción de la estructura social que condujo a la aparición de las ciudades. Es decir, su domesticación pertenece al sedentarismo. En ese proceso de la domesticación canina se aprendió la manera, la técnica, los conocimientos prácticos para poder llevar a cabo semejante proeza con los demás animales. Es, sin duda, motivo de reflexión el hecho de que el primer animal domesticado fuera un carnívoro. Es decir, una boca más para alimentar mediante la caza. En principio, parecería mucho más sencillo domesticar a un herbívoro, que, como la vaca, come pasto. No hay que cazar para alimentarlo. Simplemente se pone a pastar. Más interesante aún es el hecho de pasar de cazar a un animal, tal como se relacionaron los humanos con los perros durante millones de años, a volverlo compañero de vida, incluso dentro del propio domus. Sin embargo, la necesidad de la domesticación proviene de que hay una función social por cumplir que no la alcanza a realizar el ser humano. El perro fue el último hallazgo técnico de la caza como sistema adaptativo. Antes hubo muchos, entre ellos la madera, la piedra, la lanza, el arco y la flecha, el hacha, el veneno y el fuego.
Tomates, habichuelas, lechugas, perejil, cebolla larga, cebolla cabezona, papas, yucas, maíz, lentejas, fríjol, arroz, cebada, comino, azúcar, en fin. Uvas, naranjas, limones, en fin. ¿Por qué están en su cocina? Están en su cocina porque están domesticados. ¿Por qué está usted en su cocina y no buscando en un potrero alguna de la flora que nombré? Usted está en su cocina porque usted mismo está domesticado.
Su sedentarismo es una domesticación. Es decir, el ir a su cocina a desayunar es una clase específica de domesticación. Es una domesticación sedentaria, no nómada. La domesticación de la flora es la agricultura. Se trata de un proceso inverso al del ecosistema, cuya tendencia se inclina por la diversidad. La agricultura consiste en desdeñar la biodiversidad. Es escoger socialmente, basados en criterios del mercado económico, un solo elemento de la flora y suprimir el resto. 20 mil hectáreas de sólo azúcar hay en mi natal Valle del Cauca, cuya capital es Cali. Y sin agricultura no hay ciudades. Es la relación suya con el desayuno domesticado. Es usted en su cocina, a la hora del desayuno, endulzando su café. El hecho de que usted pueda preparar el desayuno en su cocina implica la pérdida de la biodiversidad. Implica la agricultura. La flora fue el objeto nutricio de la domesticación en su inicio, hace cinco millones de años. Los recolectores dependían de la flora. Su instrumentalidad social, física y simbólica se basaba en la flora. Su medicina, sus explicaciones del mundo, su investigación sobre la madera, su abandonar un sitio, su felicidad tras comer abundantemente, todo dependía de la flora. Esto continuó así hasta la llegada del sedentarismo. En las ciudades la flora ha perdido su importancia social. Los instrumentos simbólicos sedentarios abominaron la flora, pues sobre ella se construyó el nomadismo. Desde la aparición de las ciudades la flora ya no es un referente dentro de los instrumentos simbólicos. En esto consiste gran parte de los deberes de la educación ambiental. Comprender la flora, su devenir histórico tanto ecosistémico como social, su lugar en la domesticación, su genialidad fotosintética, su papel en la organización de lo vivo, es indispensable para tener una mentalidad ambiental que permita superar la crisis actual.
A simple vista, la domesticación se reduce al ecosistema. La domesticación del bioma es la más simple de comprender. Dentro de esta, lo más fácil es entender la domesticación animal. Sigue la de la flora. La domesticación del biotopo es la más difícil de comprender. Es la de los metales, la del agua y la de la energía fósil, entre otros. Sin embargo, hay otra parte de la domesticación que se dificulta aún más para la comprensión del tema. Me refiero a la domesticación del ser humano, que tiene dos partes: la de los instintos y la domesticación de otros seres humanos, que llamamos esclavitud. La esclavitud es la domesticación que el ser humano ha realizado con una parte de su propia población. Vergüenza perenne, inacabable, que acompañará a las generaciones venideras como un estigma y una advertencia de lo que es capaz el ser humano. Como, para fortuna de la humanidad, la esclavitud se acabó, nuestra cocina deberá viajar en el tiempo hasta la antigüedad, cuando usted, amable lector o lectora, podría bien haber sido la esclava que prepara el desayuno o la ama
que lo espera, o bien el esclavo que lleva el desayuno o bien el amo que lo espera. Es una cocina que incluye la domesticación humana. Pero, ¿por qué no encuentra usted un esclavo en su cocina? Porque la energía que mueve una cocina actual ya no es la misma que la de la antigüedad. Ha sido la energía, tanto fósil como hidroeléctrica, la que acabó con la esclavitud. Es decir, ha sido la domesticación del biotopo, del carbón, del gas y del petróleo, en cuanto a la energía fósil, y del agua, en cuanto a la energía hidroeléctrica, lo que remplazó la energía que producía la esclavitud. En un momento dado, fue más caro tener esclavos que máquinas. Allí se acabó la esclavitud. Volvamos a la cocina actual. Supongamos que su esposa o esposo prepara el desayuno. Usted se acerca y le pide café. ¿Por qué usted no se arrebata y empieza las caricias, así ambos lo deseen? La sexualidad humana es distinta de la animal. No responde a un llamado instintivo sino a un proceso social. Está domesticada. En los animales, las hembras tienen una sexualidad cíclica, que depende de los períodos de celo. Por esto se basa en el olfato. Los gatos, por ejemplo, perciben desde lejos el celo de una hembra. En los humanos, la sexualidad ha sido domesticada. Ya no procede por ciclos. Ya no depende del olfato. Es una sexualidad continua que depende de la vista. Es una sexualidad distinta a la ecosistémica. Sin este paso la humanidad no hubiera logrado desarrollar un mecanismo adaptativo basado en la domesticación. Como lo planteó Freud, el otro instinto domesticado es la agresividad. Es evidente que una convivencia social depende del control de la agresividad individual. Desde el primer humano, desde la organización tribal, se domesticaron el instinto sexual y el agresivo. Esto, hoy en día, se argumenta que tiene como origen el Estado. Sin embargo, el motor real de la falta de agresividad y de una sexualidad regida por la cultura proviene desde mucho antes de la aparición del Estado. Se basa en la domesticación de los instintos.
La presencia de la humanidad en la Tierra tiene dos etapas básicas, derivadas del tipo de domesticación con la cual se adapta al ecosistema. Son el nomadismo y el sedentarismo. El nomadismo ha sido denominado como prehistoria. Esta nomenclatura es peyorativa y posee total carencia de aproximación científica. Al denominarla "pre"-historia expresan de antemano su rechazo. De antemano la califican como una época antes de la cual el ser humano no era tal como es hoy, en la historia. Explico con amplitud este problema en otro texto. Baste aquí decir que la falsa división entre prehistoria e historia ha impedido el avance del conocimiento del pasado humano y, por ende, de las opciones con las cuales afrontar el presente y el futuro. Lo ha desterrado de su propio camino. "La primera huella indica la dirección del camino", afirmaba Publio Siro, el fundador de la poesía romana.
El sedentarismo es consecuencia del desarrollo del nomadismo, de sus conquistas. Hay una continuidad contundente en la domesticación. Eso tiene radicales consecuencias epistemológicas para las ciencias sociales, para la filosofía, para la antropología, para la historia, etc.. No se puede comprender el sedentarismo sin su contraposición dialéctica, el nomadismo. El recorrido técnico5 del ser humano ha rotado sobre un eje: conseguir el material más fuerte, más duro, más resistente. Esto ha sido así desde el principio del ser humano en la Tierra hasta la desintegración del transbordador espacial Columbia al entrar de nuevo en la atmósfera, en este año, 2003. No carecen de importancia los demás instrumentos físicos ni se puede caer en el reduccionismo de pensar que la técnica es exclusiva de los materiales más duros. Al contrario, para cada instrumento físico se busca el material más duro, más resistente. Así sucede con una silla o una escalera o un clavo. Sin embargo, son las construcciones de los materiales definitivamente más duros las que jalona el cambio del tipo de domesticación. Baste pensar en la supremacía social que generaron el sílex o el bronce o el hierro, cada cual en su época. El Australopithecus, hace 5 millones de años, inició la investigación sobre la materia sólida como instrumento adaptativo. Su objeto de estudio durante dos millones de años fue la madera. La madera para bajar frutos de los árboles, para defenderse de los enemigos tanto humanos como ecosistémicos, para rascarse la espalda, para buscar raíces, etc. De la madera se pasó a la piedra. Más de dos millones de años investigando la piedra, hasta llegar al sílex, la más dura de las piedras. El comercio del sílex muestra el dinamismo del nomadismo. El sílex duró hasta la llegada de los Imperios Agrarios, cuando se pasó a los metales. Primero el bronce, una aleación de cobre y estaño, y después el hierro, más abundante, más fácil de conseguir, y, por ende, propiciador de la democracia griega. Otra cosa es el bronce, que es un producto escaso y con comercio centralizado. Más allá del material más duro, más resistente, los instrumentos físicos dieron su máximo salto cualitativo con el llamado Hombre de Pekín, que hace aproximadamente 500 mil años domesticó el fuego. Es la domesticación ecosistémica más importante del ser humano. Nunca nos desprenderemos de ella. Acompaña los empeños, las aventuras, las investigaciones científicas, el confort concebido por Edmund Husserl6 como categoría filosófica y rescatado como principio del nomadismo por Marshall Sahlins7, la cocina, el carro, el cigarrillo, su casa de ladrillo, vidrio y metal y, bueno, tantas cosas; es decir, la validez o la falsía de lo prometido como época.
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Los filósofos actuales hablan de técnica para designar los instrumentos físicos de la antigüedad y tecnología para los de la modernidad. A mi me parece impertinente la diferencia y epistemológicamente muda. 6 En su libro Ciencias Europeas y Fenomenología Trascendental. 7 En su libro La Economía de la Edad de Piedra.
De la mano del fuego lo hemos aprendido casi todo: la eficacia de la medicina, la preparación de la comida, la construcción de los metales, de los ladrillos, de los carros, de los aviones, de la energía eléctrica, de los puentes, en fin, de los instrumentos físicos. De la misma manera, del fuego desarrollamos la consolidación de los mitos y el paradigma jonio de la filosofía, que llega hasta Teofrasto y Estratón, la consolidación de la ciencia hasta hoy y por siempre, además de la construcción de los instrumentos simbólicos, ya sea a favor o en contra pero de todas manera como referencia unívoca. También son hijos del fuego los instrumentos sociales, la organización tribal y la primera familia de los nómadas, el Estado y la ciudad, el sistema de transporte actual, la elaboración industrial del azúcar o del hierro o de la harina, entre tantas innumerables cosas. Cosas como la energía fósil, que es útil y valiosa por su clase de combustión y nefasta por lo mismo. Es decir, por la manera como reacciona ante el fuego.
La construcción de los instrumentos sociales se basa en la domesticación humana. Se trata de la domesticación de los instintos y de las consecuentes especificidades de su libertad. Estas llegan a variar dentro de un espectro que va desde la esclavitud al librepensamiento de los liberales del siglo XIX colombiano conocidos como el Olimpo Radical, que va desde el dogmatismo pitagórico de Crotona hasta el desenfreno báquico de su vecina Síbari, que abarca desde la domesticación total de los instintos de Lutero hasta la autonomía responsable de Walt Whitman. A través de la domesticación humana, los instrumentos sociales son determinantes en la clase de domesticación que se haga del ecosistema. La domesticación del ecosistema no se hace sólo a través de los instrumentos físicos. Estos no funcionan sin una clase específica de organización social, tal o cual, cohesionada por unos instrumentos simbólicos. Es decir, la organización social, la tribu, la familia, el Estado, las opiniones, los pensamientos, las creencias, el arte, la filosofía, no son ajenos a la relación de domesticación del ser humano con el ecosistema y consigo mismo. Al revés, son su resultado. La domesticación funciona como un sistema. Ninguno de sus instrumentos, físicos, sociales o simbólicos, funciona aislado de los otros dos. La organización social tiene tres etapas de domesticación: la tribu, la familia y el estado. La primera, la tribu, es el mecanismo esencial de los instrumentos sociales nómadas. Es la etapa más larga, pues dura el 90% del tiempo que tiene el ser humano en la Tierra. Hace apenas 50 mil años el ser humano construyó una clase de organización social distinta a la tribu. Se trata de la familia. La familia es, en esencia, distinta a la tribu. Los dos instintos básicos, eros y thanatos, están domesticados de una manera en la tribu y de otra en la familia. Fue un paso enorme, uno de los más importantes en la consolidación de la Plataforma Cultural como sistema de adaptación. El paso de la tribu a la familia le permitió al Sapiens Sapiens derrotar al Neardenthal, que permanecía en tribus. No fue fácil, pues el Neardenthal tenía una estatura, una fuerza y un
cerebro8 más grandes que el Sapiens Sapiens. ¿Por qué el Sapiens Sapiens derrotó al Neardenthal? Simple. Porque poseía un instrumentos social más avanzado, la familia, mientras el Neardenthal permanecía en tribus. La adaptación mediante grupos familiares conlleva un enorme ahorro de energía consumida y una mayor facilidad para conseguirla, una cohesión comunitaria mayor, un más sólido tejido social y una nueva "paideia", o sea un sistema de transmisión del conocimiento más eficaz. La familia fue un cambio sorprendente, que afectó de raíz toda la domesticación. Implicó una sexualidad nueva y una "cordialidad" nueva. Cambió las relaciones de amor, de hombre y mujer. Cambió las relaciones de padres e hijos. Cambió la apropiación de los objetos y la distribución de las tareas y de los alimentos. Es decir, una nueva Ley. Implicó, igualmente, un cambio de instrumentos simbólicos, una nueva manera de pensar la vida. No se puede manejar un sistema familiar entendiendo el mundo con los instrumentos simbólicos tribales. Más adelante, ya derrotado el Neardenthal, después de la Glaciación de Wurm hace más de diez mil años, la familia fue un factor determinante para pasar del nomadismo al sedentarismo. Sin el sistema familiar el sedentarismo sería imposible aún con la domesticación del ecosistema. La organización tribal no cohabita con personas ajenas a su tribu, como necesariamente sucede en una ciudad. La familia posibilita lo que la tribu impide: la convivencia de personas de distintos orígenes y creencias, sin lo cual sería imposible la ciudad. La familia es el germen del estado. Núcleos dispersos en grupos familiares, así sea en ciudades, no son viables como mecanismo social de adaptación. La viabilidad del sistema familiar está en tener un cohesionador de los distintos núcleos familiares. Es el estado. Por eso los primeros estados fueron ciudades. Ciudades-estado, las denominan los historiadores. Y, cómo no, la viabilidad del estado como sistema adaptativo surge de la cohesión que otorgue a los distintos núcleos familiares. Es decir, del tipo de domesticación que provea. Hay que anotar que el último gran paso de los instrumentos sociales es el estado. Su presencia es la misma desde hace, por lo menos, 6 mil años. Es el mecanismo esencial del sedentarismo. Es su cauce natural. Sin sedentarismo no hay estado y sin estado no hay sedentarismo. La historia de los instrumentos simbólicos tiene dos etapas: una inicial de acatamiento a las Leyes naturales, denominada el paradigma jonio, y una posterior de desacatamiento donde prima lo sobrenatural, llamada paradigma platónico.
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El cerebro del Neardenthal era de 1650 gramos y el del Sapiens es de 1500 gramos. Muestra este hecho que la adaptación ecosistémica, orgánica, basada en la genética, no era suficiente y que la adaptación basada en la domesticación posee una complejidad derivada de que tiene tres tipos de instrumentos, los físicos, los sociales y los simbólicos.
La primera comenzó con la presencia de los humanos en la Tierra y concluyó en el Imperio Romano. La segunda comienza en Roma y está terminando. Terminará, sin duda, ya sea por un cambio de piel cultural que nos acerque a una domesticación basada en los jonios, y que permita una estabilidad ecosistémica global parecida a la de los últimos diez mil años, o ya sea por la ruptura de los límites del ecosistema, en cuyo caso el cambio de piel cultural será de un solo golpe, sin antecedentes en lo que llaman historia. Pues a esto denominan historia: a la estabilidad ecosistémica global que ha permitido una continuidad en el sedentarismo como mecanismo de adaptación. Sin duda, una ruptura de los límites globales del ecosistema, como la capa de ozono o el ciclo del agua o el efecto invernadero, etc., devolvería a la humanidad al nomadismo. Hay que remontarse hasta la adaptación heroica a las glaciaciones para saber qué hacer en ese caso. Lo que peyorativamente llaman prehistoria. La primera etapa de los instrumentos simbólicos, a su vez, está dividida en dos: la nómada y la sendentaria. La nómada se basó en la flora primero y después en la fauna. Construyó sus mitos sobre la selva, sobre los árboles, sobre los animales. La sedentaria se basó en el agua con Tales de Mileto, en el fuego con Heráclito de Efeso y en el aire con Anaxímenes. La nómada en el bioma y la sedentaria en el biotopo. El paradigma jonio en filosofía duró el período comprendido entre los Imperios Agrarios y la Grecia alejandrina. Contrario a la creencia común, al profundizar el estudioso se encuentra que los grandes eruditos, Henry Jackson o Leon Robin, demuestran que la influencia de Platón tras su muerte fue de segundo orden hasta la llegada del platonismo a Roma, en el siglo I d.C.. Esto condujo al Neoplatonismo, con una pléyade sorprendente de pensadores, liderados por Plotino, mediante la cual el pensamiento platónico volvió a renacer. Fueron estos avances del pensamiento platónico los que dieron abono a la obra de San Agustín. La segunda etapa, la del desacatamiento a las Leyes naturales, comienza, pues, en el Imperio Romano y llega hasta el siglo XX. Cae en ella gran parte de la postmodernidad, sobre todo la corriente textualista. Es el imperio de Platón, el alejamiento radical con respecto a la naturaleza humana y ecosistémica, la derrota de la piel y la huida de la poesía. En fin, es sacar lo humano de la naturaleza, arrancarlo de su cuna, apartarlo de su origen y dejarlo al vacío, sin significado, pues quien niega de dónde viene no sabe qué origen tiene ser así tal cual es al desayunar. Es necesario volver al paradigma jonio y abandonar el paradigma platónico. La desazón de lo humano y los límites del ecosistema no sólo lo sugieren sino que lo demandan. ¿Qué tiene que ver la domesticación con la filosofía? Actualmente, nada. Pero ese es un ciclo que se cierra. Es el ciclo de Kant en cuanto a la Modernidad y, en general, de Platón. Se trata de la "filosofía" moribunda, que en la modernidad empieza con Descartes. La esencia de este platonismo de la modernidad consiste en pensar que dentro de la naturaleza hay dos sustancias
distintas, la humana y la ecosistémica, la res cogitans y la res extensae, la Razón Práctica y la Razón Pura. Es la metafísica kantiana sobre la cual se construyó el pensamiento de la modernidad. Pero no durará mucho, pues la necesidad alimenta su deterioro. En cuanto a la demostrada dificultad para superar sus argumentos, la metafísica era la "filosofía"9 imperante hasta hace pocos años. Ya no. Ya ese paso se dio. Sin embargo, es esa todavía la "filosofía" imperante, ya no sólo en las universidades, sino en la clase de domesticación que tenemos. Entender al ser humano sin su evolución, sin la continuidad de la vida, sin su génesis, sin su causalidad ecosistémica, sin su relación con las evidencias de las ciencias naturales, sin el carácter natural de su presencia en esta Tierra, sin su técnica, sin su organización social, es una actividad que deja mis sentimientos mudos. No me "dice" nada. Por el contrario, muy pocas cosas puedo comparar, en intensidad y en emoción, al intento de comprender al ser humano desde su conmoción causal, desde su destino contradictorio, desde su materia pensante. Es decir, desde su condición de miembro de la naturaleza.
Para los filósofos actuales hablar de nomadismo y filosofía no está dentro de lo presupuestado. Doscientos años de kantismo, doscientos años dentro del paradigma platónico, son suficiente domesticación simbólica para que procedan así. Para mí, por el contrario, la filosofía nace con el primer humano. Lo que supone una filosofía nómada, ya no sólo de los cazadores sino desde antes, desde los recolectores. La filosofía tiene, pues, cinco millones de años y el primer filósofo fue el Australopithecus. ¿Cómo arribo a esa afirmación? La filosofía cumple una función dentro de lo humano. Es el conocimiento onmiabarcador. Dicho con más precisión, el instrumento omniabarcador. O sea, aquel que, al interactuar con todos los demás instrumentos, los delimita y organiza. Es un actuar recíproco entre el instrumento omniabarcador y los demás instrumentos. Al hacerlo, moldea la inclinación general de la domesticación. Así se entiende la función de la filosofía, su razón de existir, su carácter y su importancia. Por ello la domesticación característica de la Modernidad es kantiana, con una separación tajante entre ecosistema y ser humano. O, para usar la terminología kantiana, entre Razón Pura y Razón Práctica. Esto afecta de manera contundente la vida cotidiana de todos los que vivimos desde hace doscientos años. Piedras, minerales, flora, fauna y ser humano han sido tratados y han tratado el mundo con base en la división kantiana entre ecosistema y ser humano. Hay que tener en cuenta que la separación kantiana entre ecosistema 9
"Filosofía" entre comillas, a la manera husserliana, para significar que tanto el jonio como el platónico son paradigmas de la filosofía y no la filosofía, que, para ser, debe contenerlos a ambos.
y ser humano no corresponde al conocimiento actual del asunto. Por lo tanto, está en la base de la crisis ambiental actual. No es la primera vez ni es una excepción. Al contrario. La filosofía, como instrumento omniabarcador, siempre ha sido la base de los problemas ambientales, al igual, obvio, que de sus soluciones. La domesticación se hace en conjunto, puesto que funciona como un sistema. La utilización de los instrumentos físicos es delimitada por la inclinación general del conjunto de la domesticación. No actúan solos. La crisis ambiental causada por los cazadores al incorporar el fuego no fue debida a una carencia de conocimiento técnico en su manejo, que lo tenían, sino a la filosofía como instrumento omniabarcador, y, en ese caso particular, al dogmatismo, a su carencia de límites. O sea, a que los demás instrumentos no ejercen influencia sobre la filosofía sino que ella los subyuga. Pero no sólo el cazador amaba su dominio del fuego hasta el punto de acabar con sus propias fuentes de subsistencia. Es el mismo raciocinio que ejerce usted al prender su automóvil. Al concebir la filosofía como algo indispensable en los mecanismos de lo humano, al entenderla de un solo golpe de vista como el instrumento omniabarcador, ¿cómo no darle su partida de nacimiento desde el primer humano? Hay una necesidad inherente a una adaptación basada en la domesticación que consiste en que actúe toda ella como un sistema. Hay un instrumento diseñado para cumplir la función que suple esa necesidad. Su característica, por la génesis misma de su estar en el mundo, es ser omniabarcador. Con el tiempo se le llamó filosofía pero siempre ha acompañado al ser humano. El ser humano no puede subsistir sin un instrumento omniabarcador, simplemente porque su adaptación debe realizarse de manera organizada, no a pedazos. El sistema social, la plataforma tecnológica y la manera de entender el mundo funcionan de forma conjunta, como un sistema. Hasta ahora no conocemos algo que funcione aisladamente, gobernado por la casualidad, por el azar. La naturaleza construyó esa manera de ser de las cosas. El ser humano es parte de la naturaleza. Sin conocimiento genético, sin adaptación orgánica al ecosistema, sin pertenecer a las cadenas tróficas, sin un control poblacional regido por el nicho, así lo hizo. Así nos hizo. Destinados a transformar, destinados a domesticar. Esa transformación de la naturaleza, esa domesticación, requiere de una unidad. Esta la proporciona un instrumento construido para ese propósito, un instrumento omniabarcador. La filosofía es una necesidad humana. La filosofía no es un don exclusivo del mundo griego y de quienes nacimos después. Es una función. Suple una necesidad. Por ende, proviene desde el primer humano. Ha sido tan indispensable para el recolector y para el cazador como para el sedentario. Es, igualmente, tan indispensable para los mecanismos humanos como sanar a los demás o cazar, en el nomadismo, y, en el sedentarismo, como el agricultor, que nos posibilita comer a los citadinos, o como quien construye nuestra casa, que nos permite vivir en ella o nuestra silla, que nos permite sentarnos, etc.. Tan indispensable en todas las épocas,
desde la más remota, como enseñar. ¿Por qué? Porque está incrustada en ellas. Ha sido la filosofía la principal responsable de los problemas ambientales a través de la historia, al inclinar a una determinada civilización a una domesticación específica. Es el mecanismo que hace avanzar o retroceder la técnica, que moldea la estética, que posibilita o cercena la comunicación humana, la piel y la poesía, que genera o no una ética del trabajo o del ocio o del ecosistema. No ella sola, puesto que es un instrumento, sino en su relación con los demás instrumentos, en su interactuar, en su estar "incrustada". La filosofía es el mecanismo que reside en el centro de la condición humana. No es algo tangencial puesto que es un instrumento unificador. Unificador de los sistemas sociales, de los instrumentos físicos, de la cantidad de población, de la manera de construir un saber sobre el mundo y, debido a ello, unificador de lo cotidiano, ya que le otorga un orden a la vida diaria, una unidad al comportamiento. ¿Por qué? Porque su origen, su seña, su razón de ser, su presencia en esta Tierra, pertenece a la necesariedad de la unificación de la domesticación. De otra manera la domesticación se llevaría a cabo de forma dispersa, sin cohesión. Esto, como instrumento de adaptación, la haría inviable. La función de la filosofía es precisamente esa: cohesionar la domesticación, hacer que toda ella funcione hacia el mismo lado. La filosofía es, pues, el mecanismo que pauta la inclinación general de la domesticación. Tiene una relación dialéctica con los demás instrumentos. Es el instrumento omniabarcador. O sea, la filosofía es el origen teleológico que determina la cantidad de población, que delimita la clase de utilización de la técnica, que moldea los sistemas sociales y que encausa los instrumentos simbólicos fuera de la filosofía misma. La filosofía permea lentamente la domesticación como un todo, al igual que el agua penetra la tierra tras la lluvia, lo mismo que una idea taladra nuestras convicciones una vez que sus argumentos se recuestan en nuestra memoria. Siendo que la filosofía cumple una función indispensable para que nos podamos adaptar al ecosistema, es decir que es inherente a nuestra condición, ¿cómo negar que ha existido desde el primer humano?
El sedentarismo tiene tres fases filosóficas: la inicial con los jonios que duró hasta Roma y que proviene desde el primer humano, la romana basada en el platonismo que duró hasta hace unos pocos años y la actual, el pensamiento ambiental, que recupera la visión iniciadora de los jonios. La primera visión de la filosofía sedentaria se constituye sobre el ecosistema. Se trata de la domesticación del agua. Tales de Mileto organizó lo presente en este mundo sobre la base de un único elemento referenciador, el agua. ¿Cómo llegó a esto? Si el ser humano no la hubiera trabajado, equivocándose y acertando, si no hubiera analizado y aprendido las propiedades del agua, si no la hubiera
conocido en sus mecanismos de funcionamiento, si no hubiera advertido su presencia por doquier, si no hubiera descubierto que el agua huye de los ladrillos si se colocan al Sol y así se vuelven fuertes y socialmente útiles, si el agua no llegara hasta las ciudades, si no irrigara los campos y los jardines, si no se hubiera recorrido ya el camino de la domesticación del agua, Tales nunca hubiera llegado a la conclusión de que ese elemento pudiera servir de referente único e inicial de lo presente en este mundo, de lo ecosistémico y de lo humano. La historia metafísica de la filosofía, o sea de la filosofía entendida como metafísica, supone que Tales fundó la filosofía, y, por ello, el pensamiento racional, porque colocó un elemento unificador del cual partía el mundo. Cientos de miles de años antes, el fuego sirvió a los cazadores como elemento unificador. La filosofía siempre ha buscado un elemento unificador porque su función instrumental es unificar la domesticación. Para los cazadores y para Heráclito es el fuego, para Tales el agua y para los metafísicos es un ser sobrenatural. Los demás jonios profundizaron al respecto, tanto sobre el origen del ecosistema como sobre la forma en la cual el ser humano es parte de la naturaleza. El caso de Heráclito es revelador. El efesino retoma el fuego como elemento unificador. Ya en Alejandría, quinientos años después, los sucesores de Aristóteles en la conducción del Liceo, Teofrasto y Estratón, mantenían viva la llama de la tesis de Heráclito. Nada mencionan de Platón. Tenían razón. No transcurrían treinta años desde la muerte del equivocado genial, cuando la Academia estaba ya convertida en un refugio de matemáticos mediocres y, con los años, de escépticos diletantes. Esto continuó así hasta el resurgir del platonismo en Roma, cuatrocientos años después. El Neoplatonismo cuenta con magníficos matemáticos, Papo, Proclo, Porfirio, y con filósofos de primer orden. La irremplazable sinceridad metafísica de Plotino es uno de los logros más altos de la filosofía. Plotino enfrenta los problemas que Platón dejó al aire. No en vano se gana la admiración de Hegel. Anaximandro abarcó múltiples aspectos. Fue el primer griego, aunque la historiografía platónica insista en colocarlo como el primer humano, que estructuró un mapa basado en la realidad del ecosistema. Grecia venía de su Edad Media, que denominan Edad Oscura, y los primeros jonios simplemente fijaron su atención en los Imperios Agrarios, a los cuales pertenecen geográficamente, a los cuales ellos pensaban pertenecer. Grecia era apenas un esbozo de civilización. En la época Grecia poco pesaba pero la Modernidad lo impone como tal. Hacer un mapa implica matematizar el ecosistema. O, como Husserl decía, matematizar las plétoras. Es decir, el método galileano. La ciencia. Afirmaba Anaximandro que el ser humano proviene del pez. Plutarco lo pone en las siguientes palabras: “Más aún, (Anaximandro) dice que originalmente el hombre nació de animales de otras especies”10. En otra parte agrega: “Declara (Anaximandro) que al principio los seres humanos emergieron del interior de los peces, y después de volverse como tiburones, y ser capaces de defenderse
10
. Burnet, John. Op.cit. 22. Animals.
a ellos mismos, finalmente fueron puestos en la playa y tomaron hacia la tierra”11. El paradigma jonio permaneció vigente durante el período griego. No es el momento para explayarme sobre los jonios. Baste señalar que esta inclinación general, esta percepción que condiciona toda la domesticación, denominada paradigma jonio, se perdió en Roma con el platonismo.12 La Edad Media muestra con claridad una época dominada por la filosofía, específicamente por la vertiente metafísica. Durante el medioevo la filosofía subyuga los demás instrumentos. Ejemplifica, sin duda, su ser como instrumento que unifica la domesticación, que le da su carácter de sistema. La modernidad se construyó sobre el platonismo en ciencias humanas y el paradigma jonio en ciencias naturales13. Las ciencias naturales, durante los últimos cuatrocientos años, desterraron el platonismo con dificultad pero sin pausa. Lo sacó William Harvey del cuerpo humano, el 1626, con su libro On the Motion of Heart and Lungs in Animals. Lo sacó Galileo del movimiento de los cuerpos, tanto dentro de la tierra como fuera de ella. Lo sacó Darwin del origen humano. Para abreviar, después de que en el siglo XVII Bacon, con sus Corpus Pneumaticum, le atribuyera características sobrenaturales al movimiento de la materia, hoy en día las ciencias naturales sacaron el platonismo hasta del átomo. Apenas en los albores del siglo XXI, la filosofía empieza a reaccionar. Ya en otros textos se muestran con amplitud las características del platonismo de la modernidad. Me permito acudir a ellos y al lector, para no extender las presentes palabras. Quizá no sea inútil añadir que fue la propia metafísica la que llegó a la conclusión de que la filosofía es un instrumento omniabarcador. En efecto, Edmund Husserl la denomina "conocimiento omniabarcador". Husserl fue el último gran metafísico, no sólo desde la perspectiva cronológica, sino, en realidad, porque su obra muestra la imposibilidad de la metafísica de volver al mundo físico, que él llamaba Mundo de Vida. Precisamente para lograrlo la filosofía, según Husserl, debía ser el referente para los demás conocimientos, en particular la ciencia. Pero su condición de padre atestiguaba lo contrario. El gas mostaza mató a su hijo en la Primera Guerra Mundial. La conclusión de Husserl es que la ciencia perdió su camino porque desdeña la filosofía. Tiene razón. Salvo que esa tarea es imposible desde la metafísica. Sólo se puede realizar desde el paradigma jonio. Los avances de la ciencia refutan, paso a paso, descubrimiento por descubrimiento, los presupuestos sobre los cuales se basa la metafísica. No los puede abarcar sin destruirse ella misma. La necesidad de adoptar el paradigma jonio queda manifiesta.
Las diferencias entre el pensamiento ambiental y la metafísica, es decir entre el paradigma jonio y el paradigma platónico, deben estudiarse en el Corpus 11
. Ídem. . Esnte documentado por el pensamiento ambiental. Ver Angel Maya, Augusto. La Razón de la Vida (diez volúmenes). Cuadernos de Epistemología Ambiental (cuatro volúmenes) y Angel, Felipe. Historia Ambiental de las Ciencias Naturales, de las Ciencias Humanas y de las Ingenierías (740 páginas). 13 Ver Angel Maya, Augusto. La Aventura de los Símbolos. Ecofondo. Bogotá, 1997. Sobre postmodernidad ver Angel Maya Augusto y Angel Felipe. La Fuga hacia la Incertidumbre. Ecofondo. Bogotá, 2002. 12
general de sus propuestas. No por ello dejo de lado un pequeño ejemplo que uso pensar para mí mismo, ya que su sencillez y verticalidad me acompañan. Desde la óptica platónica, Descartes puede afirmar: pienso luego existo. Sin embargo, eso no es cierto. Lo cierto es que nos comportamos como simples mamíferos en una parte básica de nuestro ser como somos. Me refiero al funcionamiento de nuestro cuerpo. Descartes ya acepta esto. Era una persona de ciencia. Conocía la medicina de su tiempo, sobre todo a Harvey, el médico del Rey Jorge I, según lo muestra su correspondencia con Gassendi. Como lo demuestra Harvey en 1626, nuestro organismo es el de un mamífero. Por lo tanto, pienso yo, se deduce que respiro luego existo. Las personas que permanecen en coma, sin conciencia, sin poder decirse a sí mismo pienso luego existo, en cambio, continúan respirando. Algunas vuelven al estado consciente. ¿Cómo las calificamos durante el período en el cual estuvieron en coma, sin conciencia? ¿Simples mamíferos? Yo no lo creo. Para mí, sin duda, son seres humanos. Se deduce que la condición humana no se pierde por dejar de pensar. Lo que no sucede cuando se deja de respirar. He ahí algo de lo cual no podemos dudar. No era otra cosa lo que pedía Descartes. Sin embargo, yo dudo con argumentos de su cogito ergo sum y él no puede dudar de mi respiro luego existo. Una ontología metafísica, platónica, no tiene en cuenta la evolución ni el genoma humano ni la continuidad de la vida ni la condición instrumental del ser humano. No tiene en cuenta las Leyes del ecosistema y, por ende, las ciencias naturales. ¿Por qué no las tiene en cuenta? Porque para Kant el ecosistema y el ser humano son dos sustancias distintas. Por lo tanto, a la filosofía kantiana no le interesa ni permite cosa distinta que un ser humano alejado del ecosistema. Desde lo sobrenatural, desde el Mundo de las Ideas (Platón) o desde la Res Cogitans (Descartes) o desde la Razón Práctica (Kant), se pueden despreciar miles de millones de años. La crisis ambiental, en cambio, nos urge entender y encauzar lo que sabemos sobre esos miles de millones de años. Lo que sabemos sobre su continuidad. A eso denominamos pensamiento ambiental, puesto que no es cosa distinta que el sucedáneo actual del paradigma jonio. La urgencia del pensamiento ambiental consiste en que, si no abandonamos el platonismo, estamos próximos a perder el equilibrio ecosistémico. La crisis ambiental, como tantas veces en la historia, se impone. No obstante, hasta ahora los límites ecosistémicos que se rompían eran regionales, tal como la pauperización de la cuenca del Mediterráneo en la época romana o la salinización de las tierras mesopotámicas en los Imperios Agrarios. Ahora la situación es radicalmente distinta. Ahora los límites ecosistémicos que están cerca de romperse son globales. Esos límites permiten la existencia de la vida en la Tierra. El ecosistema global tiene límites que el ser humano debe acatar, pues es parte de la vida en la Tierra. Respiro luego existo. De esa manera la crisis ambiental, con todo el respeto por la posición contraria, obliga a que la filosofía adopte un cambio de paradigma. Entre otras cosas, este cambio implica que la filosofía tenga en cuenta las conclusiones de las ciencias naturales, como por ejemplo el genoma humano y la consecuente continuidad de la vida. Esto indica, para la filosofía, que sólo hay una sustancia,
que primero fue materia, después vida y más tarde cultura. Pongamos el caso sólo de la continuidad de la vida, sin entrar en el paso de la materia a la vida. Si la vida es una sola, incluyendo la humana, la filosofía no debe desatender ese hecho, a no ser que falte a su esencia como instrumento omniabarcador. Al desatender este hecho, ya no abarca una parte importante de los conocimientos generales. Por lo tanto, no los incluye dentro de su análisis. Y, obvio, los demás instrumentos van dejando de lado la filosofía. No les "dice" nada. No les habla de ellos mismos. De esta forma, la filosofía ha ido perdiendo paulatinamente su papel dentro de lo que le interesa a los seres humanos, aunque su influencia general siga férrea. Gran parte de los conocimientos ya no sienten que la filosofía les "diga" algo. Sólo al regresar al paradigma jonio, la filosofía volverá a abarcar dentro de su seno los demás conocimientos y los demás instrumentos. De nuevo será útil, aunque no sea ese el punto de partida de su pretensión.
Dentro del paradigma jonio, ¿cómo nos hicimos autoconcientes? Por ende, ¿de dónde surge mi libertad, ya no en el sentido jurídico sino en la acepción filosófica de la argumentación? Llevamos siglos creyendo que lo debemos a una fuerza sobrenatural. El sobrenaturalismo filosófico está en la base de la separación de la res cogitans y la res extansae, en la base de la separación de la Razón Práctica y la Razón Pura. La domesticación, tanto del ecosistema como de sí mismo, condujo a un mamífero que desayuna, se baña, se peina y trabaja a tener autoconciencia. Ser autoconsciente significa saber que soy algo diferente de lo ecosistémico y de los demás humanos y reconocerme como tal individualidad. Por lo tanto, debo responder ante mí mismo por mí mismo. No como una figura sicológica sino como una causalidad ontológica. Es decir, como sensación de libertad. Es decir, como sensación de no estar sujeto obligatoriamente a una sola función, como la fauna. La domesticación implica, desde lo ontológico, la libertad humana. La libertad permite desarrollar los instrumentos físicos, sociales y simbólicos mediante los cuales se realiza la domesticación. Es inherente a la adaptación instrumental, colectiva y simbólica al ecosistema y, de esa manera, es el eje central de la domesticación. La libertad genera la capacidad de transformar las transformaciones que hacemos de la naturaleza, tanto ecosistémica como humana. He ahí el origen, la función y el lugar de la libertad. Fue el hecho de dedicarse a la domesticación, como sistema adaptativo general, lo que condujo al ser humano a poseer autoconciencia, a poseer la capacidad de la libertad. Esta es la diferencia entre las Leyes del ecosistema y las Leyes de la cultura. Es decir, al abandonar el nicho, al dejar su adaptación genética, al ya no poseer una adaptación orgánica al ecosistema sino una de domesticación, el ser humano se hace un mamífero autoconsciente, se vuelve un mamífero libre. Su manera de adaptarse, la domesticación, se basa en la transformación de la naturaleza. Pertenece al devenir, no al ser. Es parte de lo que se construye al fluir como en el paradigma jonio, no de lo que permanece quieto como el Ser de Parménides. La domesticación es heracliteana. De ahí
que la esencia de la técnica sea adquirir cada vez más un mayor movimiento, una mayor velocidad. Aviones, barcos, carros, computadores, estufas, el cambio de los canales en la televisión, la "comida rápida", en fin, la lista de ejemplos es amplia. De ahí la validez ya de la aventura simbólica o ya de las trasformaciones sociales. No fue de un día para otro ni de un siglo para otro. Ha sido una aventura, de la cual hacemos parte hoy en día, cuyo comienzo fue pequeño y cuya consolidación duró cientos de miles de años. En este lapso, la naturaleza construyó pedazo por pedazo una especie mamífera en un proceso donde se mezclaron elementos ecosistémicos y culturales. Su cuerpo, el suyo y el mío, el de cualquier ser humano, está construido por la naturaleza para ser un mamífero capaz de domesticar. Yo lo llamo un mamífero domesticador. Deviene libre porque es domesticador. Y es domesticador porque posee un cuerpo hecho para esa labor. Este cuerpo, este organismo, este mamífero, el ser humano, usted y yo, está dotado de neoencéfalo, posición bípeda, manos prensiles, vista estereoscópica y aparato audiofonético. No los tiene por casualidad sino por causalidad. La evolución construyó los humanos con un cuerpo destinado a la domesticación. La domesticación es la única manera de defenderse, de comer, de asociarse, de adaptarse, de hacerse colectivamente autónomo frente a las funciones del nicho, de abarcar los distintos nichos, de modificar los instrumentos simbólicos y de incrementar la eficacia de los instrumentos físicos. El ser humano es libre porque es domesticador, repito. Y es domesticador porque tiene un cuerpo hecho por la naturaleza para eso, para domesticar. La simbiosis entre ecosistema y cultura está en la raíz.
Cuando los primeros humanos nos lanzaron a la aventura que hoy vivimos, que llamamos vida, que tomamos con certeza como realidad, fueron delimitando, mediante la fiereza de la necesidad y el encanto del ingenio humano, lo que necesitaban. A esto lo llamo domesticación. Es una nueva manera de adaptarse, tras 600 millones de vida animal basada en otra clase de adaptación. La humana es una adaptación basada ya no en lo genético sino en la domesticación. Es una "emergencia evolutiva". Al igual que, previamente, lo fueron el paso de la energía sin materia a la energía con materia (Big Bang) o el paso de la materia a la vida. Los primeros humanos, al delimitar lo que necesitaban para esta nueva clase de adaptación, construyeron tres clases de cosas, que son las que todavía utilizamos. Cinco millones de años más tarde yo las llamo instrumentos. Son los instrumentos físicos, los sociales y los simbólicos. Ninguno funciona sin los otros. Es un sistema, donde los elementos individuales no actúan individualmente. De lo contrario la domesticación sería inviable como sistema adaptativo. Pero esta instrumentalidad tiene asiento en un cuerpo, en un organismo vivo, en un mamífero, que es capaz de albergarla. Un cuerpo que es así precisamente para poder utilizar instrumentos físicos, sociales y simbólicos.
Desde el primer humano, la información proporcionada por la domesticación se fue almacenando en su cerebro. Al cabo de los muchos años su cerebro tuvo que crecer. El cuerpo humano es, también, una construcción de la domesticación, de la complejidad que adquirió con el tiempo, de la necesidad de acumular más información sobre nuevas "cosas" domesticadas, de constituir la arquitectura de los instrumentos simbólicos, de albergarlos físicamente en un órgano. De lo contrario, ¿para que crecía el cerebro? La relación entre ecosistema y cultura es de raíz. Fue la cultura la que obligó a la naturaleza a construir un mamífero con un cerebro cada vez más grande. Igual sucede con la mano prensil. ¿Para qué construye la naturaleza una mano prensil sino es para instrumentalizar a un mamífero, sino es para convertirlo en un domesticador, sino es para que transforme la naturaleza? No de otra forma pasa con los ojos. Su desarrollo fue muy lento. Los primeros humanos no distinguían todos los colores ni precisaban los objetos con los ojos. Es comprensible si se tiene en cuenta que no lo hace casi ningún mamífero. La recolección, la necesidad de distinguir las especies y los frutos suficientemente maduros para comer, condujo a poseer la capacidad de ver todos los colores. Igual sucede con la vista estereoscópica, que es posterior y se la debemos a los cazadores. Es necesaria para cazar pero no para recolectar. Sin vista estereoscópica es imposible pegarle con una lanza a un animal en movimiento pero se puede recolectar. Otro elemento es el aparato audiofonético, cuya construcción, igualmente, fue muy lenta como lo demuestra el hecho de que la quijada humana cada vez se empequeñeció más, para poder dominar una mayor cantidad de matices. Matices de la voz que aparecían en la medida en que se complejizaba la vida diaria a través de una domesticación más desarrollada, más amplia, más variada. De tal manera que la domesticación está en la raíz de la condición humana. El cuerpo humano es así, de esta determinada manera, para poder domesticar. La propia evolución desdeñó a un mamífero más avanzado orgánicamente, con un cuerpo más alto y fornido y con un cerebro más grande, como el Neardenthal. El camino no era el de la adaptación orgánica, como sucedió en los anteriores 600 millones de años. El Neardenthal es uno de los tantos caminos cerrados de la evolución. El hecho de que el Neardenthal no sobreviviera y de que el Sapiens Sapiens lo lograra, muestra con claridad que la adaptación humana es instrumental. El Sapiens Sapiens había dado un salto hacia adelante en la domesticación de los instintos. Al contrario del Neardenthal, que permanecía en tribus, el Sapiens Sapiens se organizó en familias. El camino había cambiado. Es una nueva clase de adaptación. Es la domesticación. Una "emergencia evolutiva". Ese es el mecanismo de las "emergencias evolutivas". Apoyarse en el estadio presente para construir nuevas Leyes de funcionamiento de la naturaleza y pasar a un nuevo estadio. La construcción de los 92 elemento químicos duró cerca de diez mil millones de años. Uno por uno fueron apareciendo muy
lentamente. Cuando llegaron a ser 92 pudieron empezar a funcionar de otra manera. Ya no permanecían aislados sino que se unieron. Por lo tanto dos hidrógenos se unieron a un oxígeno y resultó algo completamente novedoso en diez mil millones de años: agua. Eso es una "emergencia evolutiva". La autoconciencia y la libertad son construcciones de la naturaleza. Son parte esencial de una "emergencia evolutiva". Fue la paulatina construcción de un cuerpo mamífero capaz de domesticar, lo que formó el proceso ontológico en su raíz. Está en esa capacidad orgánica el hecho mismo de que existan la autoconciencia y la libertad. Otra cosa distinta consiste en que la domesticación lleva a los humanos a proveerse de mecanismos de funcionamiento diferentes a los ecosistémicos. La naturaleza construye una plataforma orgánica, el cuerpo de un mamífero domesticador. De allí en adelante la naturaleza, a través de ese mamífero domesticador, construye una clase adaptación completamente nueva, distinta a la de la fauna. Construye, pues, la domesticación. Se trata de una "emergencia evolutiva". Esta manera de adaptarse implica la necesidad de poder cambiar el tipo de domesticación. El mecanismo ontológico que lo permite es la libertad. Sin libertad no hay manera de que funcione la domesticación. Domesticar ha hecho libre al ser humano, lo ha construido como ente autónomo, le ha posibilitado descifrarse en el destino. De tal manera que desde la ontología hay que replantear los presupuestos filosóficos. La autoconciencia es una construcción de la evolución y la libertad una facultad de la naturaleza. Ambas hechas por ella misma para dotar a los humanos de un eje ontológico que, más que propiciar o permitir, conlleva la domesticación. O sea, la transformación de las transformaciones que hemos realizado en la naturaleza, tanto de lo ecosistémico como de lo humano, mediante unos instrumentos físicos, sociales y simbólicos. ¿De cuál otra forma pudo el ser humano adaptarse a una glaciación, como las hubo varias en la "prehistoria"? ¿O a su consecuente deshielo?
La filosofía todavía se basa en el paradigma platónico en cuanto a que predomina en la época, en los medios universitarios, en la percepción pública general, y, por ende, en el tipo de domesticación que realizamos hoy en día. Por otro lado, hasta hace muy poco la filosofía fue platónica en cuanto que no se conocía ninguna argumentación que superara la suya. Por fortuna, ya no es así y la seriedad ha retomado su lugar dentro del pensar. El pensamiento ambiental ha logrado construir bases epistemológicas sólidas para comenzar la construcción del paradigma jonio de nuestra época. Al salirse la filosofía del paradigma platónico, ya no sólo el mundo físico y el ecosistema sino la autoconciencia y la libertad dejan de provenir de un mandato sobrenatural. Han de tener, entonces, sin duda, un proceso. ¿Cuál es ese proceso? El captar a cabalidad el recorrido de ese proceso atormentará y liberará la filosofía de aquí en adelante.
Que tal proceso existe es la certeza de los jonios, de Tales, de Heráclito, de Anaximandro, de Anaxímenes. Es decir, esa es la verdadera investigación con la cuál se dio inicio a la filosofía, aun concebida de manera tradicional.
Como en el verso de Saint John Perse, la domesticación "está en todas partes pero no se le nombra". Quizá siga así durante un lapso. Quizá no. Aquí hago un somero pincelazo de la domesticación y de algunas de sus implicaciones más importantes. Es un texto que no pretende ser exhaustivo ni en la variedad de temas escogidos ni en la profundidad de los tratados, aunque, como es evidente, lo afirmado se vale por sí mismo. Está escrito sin más pretensión que animar a unos cuantos a pensar el tema. Lo cual implica re-pensar la vida cotidiana. Re-pensarla, pido yo, aunque sea sólo en el desayuno. ¿Qué cosas ingiero al desayuno? ¿Por qué están estos víveres en mi cocina? ¿Por qué estoy yo en mi cocina y no buscando esos víveres? Ya su día no será el mismo. Se encontrará con la domesticación a cada paso. Estamos hechos para domesticar. Desde hace millones de años estamos domesticando. La vida cotidiana, por ende, es un ejercicio permanente que nos lleva de una cosa domesticada a otra. Pero la vida cotidiana no se genera a sí misma y, por lo tanto, no se explica por sí misma. Tiene sus causas, por las cuales es así o de otra manera. Entre varias otras causas están las históricas y las filosóficas. Consideré que estas son apropiadas para introducir el tema de la domesticación. De ahí el esquema del texto que usted acaba de terminar de leer. Restituido el orden del universo a su forma real, donde existe una sola sustancia llamada naturaleza y no dos como en la metafísica, la pregunta que da origen a mi teoría de la domesticación ha de llegar tarde que temprano. ¿Cuál es esa pregunta? Es esta: ¿si sólo hay una sustancia, llamada naturaleza, cómo se relacionan sus dos elementos, el ecosistema y el ser humano? Mi respuesta a tal pregunta es la domesticación. Galopando en la domesticación el ser humano se construyó a sí mismo. Se hizo lo que hoy es. Se pensó como hoy se piensa. En ese proceso de domesticación transformó el ecosistema, hasta el punto de que está al borde de romper sus límites globales.
ENSAYO II: LA BALADA DEL RENEGADO SABINA
Cuando el primero almirante, don Cristóbal Colón, hubo descubierto estas Indias, estando un día dando particular razón al Rey y a la Reyna de las cosas de estas partes, dijo entre otras cosas o particularidades, que los árboles en esta tierra, por grandes que sean, no meten hondas debajo de tierra sus raíces, sino poco debajo de la superficie. (…) Después que la Reyna lo hubo escuchado, mostró haber pesado lo que había oído, y dijo estas palabras: En esa tierra, donde los árboles no se arraigan, poca verdad y menos constancia habrá en los hombres. Levantamiento de los negros Gonzalo Fernández de Oviedo
Apócrifo lo quisieran pero no; qué le vamos a hacer; alguien lo redactó si sin acta escriturar acata los vestigios que de ti olfateas o en el sobaco de los siglos o en las vendimias ateas; bueno, está bien, que a veces olfateas. Eso primero, siendo lo segundo la recopilación de lo quedado, de lo ido no, de esto que pudimos respirar de las letras aquellas que encontramos hace poco en el Río Pance, cuenca arriba; letras castellanas sin el ánimo de Castilla, letras del idioma que Rubén Darío expropió a los peninsulares. Recopilación de la vertiente del tal vez pero ojalá no neutro Renegado Sabina, capitán que fue de Su Católica Majestad en lares y tiempos otros, sí, claro, cómo no, pero no en lo que hoy nutre con árboles la idiosincrasia de estos lares. ¿Cómo fue aquello? ¿Qué le sucedió para convertirse en el Renegado? Aunque hay varias versiones, no demerita las otras exponer esta: el Renegado Sabina juzgó impropio fundar lo que hace rato de memoria recorrían los siglos, tomó por falso inaugurar lo ya inaugurado aquella vez que Sebastián de Belalcázar pretendió dar nombre y fecha a las calles empedradas, a las mesas, a los hábitos y a las cosechas; es decir, se negó a “fundar” lo que ya existía, lo que llamaron Vilachí las centurias vencidas y las actuales Cali. El centenario árbol, un samán, dejó de advertir los cascos del equino, ese sonido peculiar, quizá por el desordenado ruido de las fiestas en las cuales la buena voluntad de miles sucumbió ante la maledicencia de pocos. No fue Renegado por amor; no lo fue por buscar o por encontrar a alguien; sólo huyó solo. Simple, la cosa resultó simple; salió a media noche y no volteó a mirar para atrás. Sabía qué no quería; desconocía lo que iba a encontrar. De la sinrazón, del prestigio del oro, del dolor y del prometido cielo, huyó; no de Bartolomé. Si el fraile supo explicar su posición yo, el Renegado Sabina, ¿por qué no? Lo despertó un ruido. La angustia apetece europea, se dijo mientras el redil devolvió al sueño lo que iba y venía desde el cansancio hasta su interior. Joaquín Sabina soy yo; oh, no, ya no. El premeditado olvido veda mi nombre entre los españoles; eso convertido en costumbre opaca mi llamado: mi lado es el de lo humano cuando sigue siendo humano. ¿Quién gotea la ubre de la nube, quién insiste en ser agua viva puesta dentro de aquella boca que parece mía? ¿Hace cuántos días evado los buitres de la Reyna? Un niño peina mi barba; le divierte; no abro los ojos porque temo que se asuste. Sabido es que soy el Renegado Sabina porque abandoné las huestes de la razón europea. Anclo mi alma lejos de la histeria de los actos bárbaros; las catedrales ya no me bendicen. Mi única compañía es Bartolomé, aunque hace décadas no nos vemos. Él escribió en palabras lo que yo dicto al lenguaje del sudor. Nadie sabrá de mí, salvo si alguien encuentra mi ánimo y esta carta. ¿Para qué, para qué señalar que, en el asturiano valle de Valdés, yo, el posterior Renegado Sabina, fui el íntimo petimetre del después Fray Bartolomé de Las Casas? Si no lo hubiera conocido, si la infancia sacrificio y no don, si fuera factible vivir otras vidas y no la del propio corazón, este y aquel, de Sus Majestades respectivos fraile y capitán, Bartolomé y el Renegado que en estas tierras de Sus Mercedes huye, él y yo ceder hubiéramos cedido ante el paso poderosísimo de la inclinación hacia lo fácil. No nos hubiera consumido la función póstuma de quien no acude al teatro de la lógica de su época. Ambos tememos el mutuo opinar del uno respecto del otro. Así pensaba hasta que el terco Tiempo aportó con las
semanas piruetas enanas que recobraron la conciencia del Renegado Sabina; piruetas de chiquillos, siluetas de sencillos niños, hijos y nietos del suelo, resueltamente esbeltos, que parlaban ritos y juegos, que donaban alimentos ciegos y nutricios ungüentos. Pronto la necesidad y el sediento separaron cama, cobija y firmamento; cama móvil la hamaca que le prestaron de por vida pero que se negaron a regalar, cobija múltiple lo estrellado del firmamento. La lengua del nativo dominó porque jugó mucho, al comienzo mal pero siempre en serio y a fondo; también porque como un animal sin zapatos capó el ya referido Tiempo, ritmó momentos y se hizo mes y medio. La tarde cocinera mitad imprimía olor, mitad pintaba sazón; cocinaban para él varias adolescentes cuyo perfil hería lo que descolocaba. Para dejar de desearlos no eludió los pezones recién empezados. La muchachada todo lo sabía, menos lo que los extranjeros enseñaban; eso tan sólo lo repetía. Con los años los compañeros de convivencia del Renegado una sola cosa, de cuantas sabía, consideraron digna de ser aprendida: que los equinos no eran de la misma raza que los divinos; alegaban que el resto de nada servía en las tierras del Cacique Lily. Dabeyba, su hija, sin resignación ni altanería conservó la belleza tras los elogios del Renegado, fueren falsos, sin esmero, obvios o cándidos aquella tarde en que trajo el paginaje despeinado del libraco escrito por Gonzalo Fernández de Oviedo. ¿Qué es esto?, preguntó Dabeyba. Muchas cosas a la vez, dedujo la nueva voz del Renegado. Ninguna cosa es una sola pero una sola siempre es muchas, alegó ella tras nombrar el viento y la semilla, el fruto y la semilla, el ave y la semilla, el nacimiento de los niños y la semilla. El Renegado recogió las dispersas hojas, cojas ahora pero antaño en el esmero impresas no con la anuencia de las tierras donde eran leídas sino con la de las ibéricas del Santo Oficio. De ninguna manera en sus manos el texto de Fernández de Oviedo apareció completo; incluso algunos argumentan que lo consecutivo del sistema decimal sufrió menoscabo en el intento del Renegado para obligarlo a retomar su forma original. Muchas páginas ya no se encontraron jamás, al menos eso dice él. ¿Dice dónde? Pues en el texto que encontramos enterrado la semana pasada en Pance, atado por las raíces del viejo samán como una momia vegetal capaz de determinar el momento en el cual responde. La siguiente trascripción padece el menester socavador que el paso de los siglos agrega a la inherente torpeza de las palabras. Ser lo único que de él se conserva no deja muda la satisfacción de aquello que así dice: “Con pluma más diestra que el alma que la porta, Gonzalo Fernández de Oviedo afirma al referir el levantamiento de los negros: ´Cuando el primero almirante, don Cristóbal Colón, hubo descubierto estas Indias, estando un día dando particular razón al Rey y a la Reyna de las cosas de estas partes, dijo entre otras cosas o particularidades, que los árboles en esta tierra, por grandes que sean, no meten hondas debajo de tierra sus raíces, sino poco debajo de la superficie. (…) Después que la Reyna lo hubo escuchado, mostró haber pesado lo que había oído, y dijo estas palabras: En esa tierra, donde los árboles no se arraigan, poca verdad y menos constancia habrá en los hombres´. A eso respondo y escribo yo, el Renegado, el que dejó de ser Capitán de Su Majestad: Usted, Majestad, la dama del drama ajeno; Usted, Majestad, que no pisa el suelo que denigra; Usted, Majestad, digo, Usted, Su Majestad, la bárbara cuyos deslices regalan tierras que de otros son, tierras que la ignorancia del ayer no ama; Usted, Su Majestad, que ignora el placer y las camas, que hace seis meses no se baña; sí, oye, tú, mujer sin raíz, salvo
aquella del Cid cuya barba nadie non mesó y la tanta invención como trujeron los infantes de Aragón; tú, la que no sabe llorar porque Boabdil en su nombre aún lagrimea gotas moras; oye, ven, Isabel, ya rezada si quieres, ya ida con los siglos ven, ven a estas tierras, oh, tú, la no besada. ¿No vienes? Claro, poca constancia pete a la verdad mientras el bolsillo dogmas cate. Ah, ¿dices que no es cierto? El primero Almirante sube y baja; un día aupado en tu pálido seso sube soberano de medio mundo y al siguiente baja maniquí preso en la herida de tu constancia. Las raíces de estas tierras crían muchachadas de árboles de veinte metros. El balcón en el que escribo está en una edificación tan alto como el más alto de Madrid y aún lo sobrepasa la estatura humana de dos hombres; construida con gigantescos troncos tan pulidos que brillan más que el mármol y que huelen a santidad sincera. Ibera cerviz jamás se dobló menos para mirar tan lejos como la mía mientras se reduce de tamaño el valle que atraviesa el anchísimo caudal del Cauca. En este momento entiendo la de Su Majestad tan diminuta perspectiva, tan endeble razonar, tan débil acostar el sol que ilumina, tan Usted secar el porvenir como quien planifica un trasplante de corazón continental. Usted, Su Majestad, repercutió hacha al talar árboles con el filo del menosprecio; menosprecio debido al mayor o menor precio del platino en caso de ausencia del necio oro; debido de antemano, o sea antes del conocer, antes del mínimo empapar el entendimiento de Su Majestad con la verdad de la constancia de cosas, personas y rosas que aquí habitan. ¿Todavía quiere Usted, Su Majestad, conducirnos a ser parecidos al milagro del infierno que mandó a construir en nombre del cielo? ¿A pauperizar lo posible de ser felices con cualquier espejito? Su corazón de Usted, Su Majestad, tras haber pesado esto leído, ¿lo hubo escuchado? Cuando estas tierras aún no conocían la dentadura del caballo nadie se las había regalado al italiano ese, al navegante loco, al primero Almirante. Entonces yo, dicho lo anterior; entonces junto al largo arte de los siglos anteriores, yo, el llamado Renegado por quienes me quieren bien, concedo un regalo de mi parte a los futuros habitantes del río que la joven Dabeyba dice Pance, cuando la cordillera abandona su pendiente: el espíritu que portan estas letras. Dado hoy en este mes del año que corre, El Renegado
ENSAYO II: LAS EDADES DEL UNIVERSO
(EL DESAFÍO DE HERÁCLITO)
Para mi hijo, Alejandro Angel, en su séptima vuelta al Sol. Es decir, a la edad de siete años.
3 de Mayo - 28 de Junio, 2003 Calle del Empedrado, San Antonio Cali, Colombia
Porque de su importancia se deriva su claridad, deseo tratar el tema de las Edades del Universo. Es algo que, acaso algunos, quizá la mayoría, no supongan que tenga mucho que ver con ellos. Yo entiendo para mí que, por el contrario, al comprender las Edades del Universo sabremos nuestro lugar en él. Paso previo, considero, para un cabal entendimiento de nuestra existencia en este mundo. Lo cierto es que el mismo mecanismo que produjo los soles y los planetas, el agua y el aire, la flora y la fauna, produjo al ser humano. Debo comenzar aclarando que nada hay infinito. Nada, ni el progreso ni la Tierra, ni el amor ni el petróleo, ni el remordimiento ni la capa de ozono. ¿Por qué? Porque el lapso entre levantarse por la mañana y salir a trabajar; lo que hay entre la semilla y su posterior ser un árbol; su vida misma, lector; el Sol desde hoy hasta que se apague dentro de millones de años; el camino de la hormiga hasta el árbol y su retorno al hormiguero cargando un pedazo de hoja; amarrarse los zapatos; esto y lo otro, todo nace, crece y muere. Todo se configura como proceso. Todo comienza, se consolida y se acaba. No va a ser fácil acostumbrarse a la idea de que tanto lo más grande, el Universo, como cualquiera de los más pequeños detalles cotidianos, por ejemplo amarrarse los zapatos, son igualmente finitos. Cada quien debe escoger una de estas dos alternativas: entre la ética de lo infinito y la ética de lo finito. No afrontar esta disyuntiva es escoger las consecuencias de la ética de lo infinito. No lograremos conservar nuestro estilo de vida, el "pathos" de la época, sin comprender, comprender a fondo, la finitud de la Tierra, la finitud de los sistemas que la componen, su ser acabable. El "pathos" de la época que pasa, en primer lugar, por el sedentarismo. Lo que se acabaría sería la gran ciudad. Sería inviable toda ciudad, digamos, de más de un millón de habitantes14. Es la gran ciudad, como mecanismo general de adaptación, lo que genera la desmedida cantidad de energía que demanda el "pathos" de la época. Desmedida cantidad de energía que está en la base de la crisis ambiental global. La Tierra no resiste las grandes ciudades por mucho tiempo más. Sobre la creencia irracional en la infinitud de la Tierra, la Modernidad se acercó a ella, a la dadora de vida.
Cuatro ha habido. Son las Edades del Universo. Los estadios de su proceso. Se denominan "Emergencias Evolutivas". Ese nombre les da el Pensamiento Ambiental. Provienen de ahí los 92 elementos químicos. De ahí las combinaciones de esos elementos químicos, a las cuales llamamos agua, aire, tierra, conciencia humana, etc. De ahí, también, lo grueso y lo alto de la flora o lo claro y lo 14
Se trata de un cálculo al estilo del de Aristóteles en La Política, cuando afirma que una ciudad no debe de pasar de diez mil habitantes.
oscuro del color de sus hojas. De ahí el cuello largo de la jirafa. De ahí el ser humano. ¿Cómo? Ya veremos. Desde el Big Bang la existencia toca en la puerta de las posibilidades. Las Edades del Universo, las Emergencias Evolutivas, nacen, crecen y mueren. Nacen cuando se satura el estadio anterior. Crecen cuando despliegan las posibilidades que cada una se ofrece a sí misma como una manera determinada del funcionamiento de las cosas. Es decir, como sistema. Mueren cuando el despliegue de esas posibilidades se agota. ¿Ya olvidaste que este es el párrafo final de este texto? ¿Ya lo supiste? Cuatro, pues, son las edades del Universo. ¿Cuáles? ¿Cómo? Estas y así. Y el Universo nació. Hace quince mil millones de años15. Es la Edad Primera. Es decir, la primera Emergencia Evolutiva. O sea, el sistema químico. En ese momento el niño, o la niña, nace. En castellano lo llamamos Universo, como si fuera masculino16. Pasó de estar en su útero, donde la energía existía sin materia, a constituirse en una energía con materia. Es un parto que, debido al humor de los científicos, llamamos Big Bang17. Esta Edad Primera duró diez mil millones de años. Dos terceras partes de la existencia del Universo. Durante ese lapso la naturaleza construyó los 92 elementos químicos. Uno por uno. Helio, hidrógeno, etc. En la Edad Primera cada elemento químico se consolida autónomamente. No se relaciona con ninguno otro. Funciona aisladamente. Por ejemplo, el hidrógeno no se relaciona con el oxígeno. Fueron 92 elementos químicos, no más, no menos. Con esta cantidad de elementos el sistema químico agota sus posibilidades. Los textos al respecto siempre aseguran que se trata de un proceso desarrollado lentamente, muy lentamente. Yo no lo consideró así. Un proceso debe medirse por cuán fundamental es aquello que construye. Si un cuarto de hora es suficiente para hacer un ladrillo, no lo es para construir una casa. La duración de un proceso debe medirse con respecto a la importancia de lo que desarrolla. Esos diez mil millones de años pueden parecer un lapso 15
Para no entrar en los detalles de las discrepancias entre astrofísicos, pondré la edad del Universo en 15 mil millones de años, como una cifra redonda. Es una definición operacional que adopto para este texto, al igual que las de las divisiones de esa edad. 16 El idioma castellano, al igual que la mayoría de los idiomas actuales, carece del "neutro", que aparece en los idiomas antiguos, entre ellos el griego. El "neutro" vuelve sabio a un idioma, puesto que permite nombrar las cosas sin referirlas a un género, ya sea femenino o masculino. El mar no es masculino ni femenino, tampoco la piedra ni el agua ni el aire. La sexualidad apenas comienza hace 60 millones de años, con las flores. Por lo tanto, gran parte del Universo, casi todo, no tiene género, no es masculino ni femenino. Es, sencillamente, "neutro". 17 O sea "Gran" Bang. "Bang" es una onomatopeya. Es decir, su significado reside en cómo suena.
desmesurado si uno no tiene en cuenta que en ese tiempo se construyó la base de todo. No hay nada en el Universo que no esté fundamentado en esos 92 elementos químicos. Ni la galaxia más remota ni el sentimiento más íntimo. Ni los hilos de su camisa ni las palabras que usted lee en este momento ni la actividad mental con la cual las lee.
Entonces, hace cinco mil millones de años sucede la Edad Segunda. Es decir, la segunda Emergencia Evolutiva. O sea, el sistema físico. La Edad Segunda duró dos mil millones de años. Es el lapso de consolidación de las relaciones internas de la materia. Es decir, de las combinaciones posibles entre los 92 elementos químicos. La materia amplía sus posibilidades. Convierte lo probable en posible y lo posible en hecho. La materia, que sólo conocía el estado gaseoso, por vez primera se vuelve sólida o líquida. Para continuar con el ejemplo, dos hidrógenos y un oxígeno, que antes andaban cada cual por su lado, se relacionan de acuerdo a sus afinidades químicas. Es decir, dejan de ser autónomos en su funcionamiento. Nace el agua. Es la infancia del Universo. Aparecen, claro, los cuerpos del cosmos. Las llamamos estrellas o planetas o lunas. A sus sistemas de funcionamiento galaxias, cuando son a gran escala, o sistema solar a pequeña escala como en nuestro caso específico. A partir de la Edad Segunda los elementos químicos funcionan, pues, de otra manera. Sin dejar de ser ellos mismos, sin dejar de ser hidrógenos u oxígenos, funcionan como agua. Es una nueva forma de estar en el mundo. El nuevo sistema de funcionamiento, que denomino Edad Segunda o segunda Emergencia Evolutiva, se caracteriza por el enfriamiento. Se consolidan los planetas, las lunas, los meteoritos. Así nuestro planeta deja de ser "una piedra incandescente", como llamó Protágoras al Sol. Se vuelve compacto. Dentro de la Tierra los conocemos como montañas, ríos, valles, mar, suelo, piedras, lagos, escorrentía, etc.. Así pues, en esta Edad Segunda, se terminó de construir lo que en ambientalismo se conoce como biotopo. Se terminó de construir, digo, pues ya afirmé que la base de todo es la Edad Primera. Las Edades del Universo funcionan como una escalera cada uno de cuyos peldaños se alza sobre el anterior. Son mutuamente indispensables. En la Edad Segunda nacen el agua, el barro, las montañas, el mar, los ríos, las piedras, etc.. Es la materia inorgánica. Es aquella parte de lo presente en este mundo que no está ni viva ni muerta. La vida no había llegado todavía. La Edad Tercera ocurrió hace tres mil millones de años. Es decir, la tercera Emergencia Evolutiva. O sea, el sistema vivo. Es la juventud del Universo. Como un nacimiento indica la intención, más que la consolidación, la vida nació muy pequeñita. Nació unicelular.
La vida unicelular, durante dos mil cuatrocientos millones de años, construyó la atmósfera. Si nos maravillamos con el constructor de una pirámide egipcia o con el del Canal de Panamá o con el de la nave espacial que llega a la Luna, ¿por qué no lo hacemos con quien construyó la atmósfera? Es simple. Se debe a que la Modernidad se basa en un ser humano sin raíces en la naturaleza, que no es parte de ella, que es "un imperio dentro de otro imperio", para decirlo a la manera de Baruch Spinoza. La Postmodernidad no ha avanzado mucho en este aspecto18. En realidad, no puede hacerlo porque este punto, si el ser humano es parte o no de la naturaleza, es el metarrelato de todos los metarrelatos.
Es sencillo entender cómo ese minúsculo organismo, que llamamos vida unicelular y que pasa por ser algo completamente inútil a los ojos de nuestra época, realizó la proeza de construir la atmósfera. Proeza debe de llamarse la construcción de aquello de lo cual dependemos todos los seres vivos. Sin la atmósfera no tendríamos tal condición. Ni nosotros, los humanos, ni los animales ni los árboles ni la flores. Simplemente no habría vida fuera de la unicelular. En realidad es sencillo. De su importancia se deriva su claridad. Haga Usted el siguiente ejercicio para saber cómo fue el proceso de construcción de la atmósfera: recuerde un dolor en una muela, en una que ya le hubiera sido tratada antes, una que tuviera lo que llamamos en Colombia una "calza". Recuerde cómo le dolía antes de que el dentista destapara la muela de nuevo y permitiera que salieran los gases acumulados dentro. El dolor provenía de la presión que ejercían los gases sobre el nervio. ¿Qué produjo esos gases? Un pequeño organismo, un ser vivo que no se ve pero que, por ser un ser vivo, se alimenta. Para alimentarse roe su diente y, en ese acto, libera gases. Igual ejercicio llevaron a cabo todos y cada uno de los organismos unicelulares durante dos mil cuatrocientos millones de años. Dos mil cuatrocientos millones de años en los cuales este planeta fue suyo. Es decir, de los organismos unicelulares. Es, sin duda, la forma de vida que ha reinado más tiempo en la Tierra. Segundo a segundo, minuto a minuto, hora a hora, día a día, los organismos unicelulares produjeron gases. Paulatinamente los gases se acumularon y fueron impidiendo la llegada a la corteza terrestre de ciertos rayos solares. Rayos solares que impiden la vida. Los gases se organizaron de forma muy precisa. A esa organización la llamamos capa de ozono y cosas así. Conocer, el simple conocer la atmósfera, su composición, su funcionamiento, su génesis, la utilidad de la delicadeza con la cual procede su precisión, además de su carácter omnidador de vida terrestre, es parte imprescindible de la comprensión de nosotros mismos. Somos seres vivos. A este argumento hay 18
Sobre Postmodernidad y pensamiento ambiental, ver Angel Maya, Augusto y Angel, Felipe. La Fuga Hacia la Incertidumbre. Más allá de la Modernidad y de la Postmodernidad. Ecofondo, Bogotá. 2002.
que otorgarle la firmeza de sus consecuencias filosóficas, históricas19, antropológicas, psicológicas, etc.. Eso o rechazarlo y, por ende, demostrar o que no somos seres vivos o que esa condición no se engalana como esencialidad determinadora.
Hace 600 millones de años, un día, no sabemos cuál ni tampoco la hora, la atmósfera fue lo suficientemente propicia para generar una clase de vida más avanzada. Se trata de la vida pluricelular. Los organismos unicelulares empiezan a relacionarse para, de esa manera, pasar a ser pluricelulares. Es el período en el cual se construyó lo que los ambientalistas llaman el bioma. La vida pluricelular comenzó en el agua y, mucho después, pasó a tierra firme. Primero llegó la flora, que se nutre del Sol, y después la fauna, que se nutre de la flora. Más tarde, enormemente más tarde, llegó el ser humano, que se nutre de ambos, de la flora y de la fauna. La flora es el fenómeno más importante del sistema vivo, tras la atmósfera. La flora convierte la energía lumímica, la luz del por ello Padre Sol, en energía orgánica. Es decir, en cuerpos queda convertida la luz solar. La llamamos fotosíntesis. Todos los cuerpos orgánicos provienen de la fotosíntesis, ya sea la flora misma o ya sean sus comensales, que llamamos herbívoros, o ya sean los comensales de sus comensales, que llamamos carnívoros, o los comensales de los comensales de sus comensales, que llamamos carroñeros. Son las Cadenas Tróficas. El despliegue de la energía a través del sistema vivo. El descubrimiento de la fotosíntesis es un hecho científico a la altura de Galileo. Nos permite entender cómo funciona la vida en la Tierra. Todos los demás cuerpos vivos y pluricelulares dependemos de la flora. Bajo el amparo de la flora, el sistema vivo se ha construido a sí mismo. Inclusive la sexualidad, lo femenino y lo masculino, nació dentro de la flora. Hace sesenta millones de años llegaron las flores, las rosas, las violetas, etc.. Las flores son algo más que aquello que se da a quien se ama. Antes de las flores la Tierra no estaba poblada de flora. Y por lo tanto, tampoco de fauna. En la época del dominio de los saurios, antes de los últimos sesenta millones de años, la escasez poblacional de flora y fauna es marcada con respecto a lo que ha presenciado el ser humano. El sistema de reproducción anterior a las flores no se moviliza con el viento ni con los animales. Son semillas muy pesadas, cerradas, que caen al lado del árbol y, por ende, no llenan grandes extensiones. Las flores significan la posibilidad de poblar la Tierra. Con el arribo de las flores la Tierra se llenó de flora. Tras las flores llegaron los mamíferos. Las flores le dieron el reinado sobre la Tierra a los mamíferos. Durante los últimos cincuenta y cinco millones de años se complejizó la biodiversidad. Cada nueva especie de flora anunciaba el arribo de nuevas especies de fauna. La biodiversidad se complejizó hasta el punto de saturación de lo vivo como sistema. 19
Añado "prehistóricas", sin ironía.
La Edad Cuarta ocurrió hace cinco millones de años. Es decir, la cuarta Emergencia Evolutiva. O sea, el sistema antrópico. Es Usted, soy yo, es él. El ser humano. La adultez del Universo. "La adultez del Universo" porque en ese momento, hace cinco millones de años, en ese cuarto estadio del proceso, el proceso mismo se reconoce, se "mira", se "entiende", se vuelve visible para sí mismo. Se "habla" a sí mismo. En una palabra, se vuelve autoconsciente. Pero el proceso general de las Edades del Universo se vuelve autoconsciente no por los caminos de la metafísica, no. El proceso se vuelve autoconsciente al empezar a domesticarse a sí mismo a través d ela domesticación del ecosistema. Eso es madurez, eso es adultez. Sin antropocentrismo alguno, voy a dividir esta Edad del Universo en dos partes, una para explicar su causa y otra para explicar la consecuencia de esa causa. A pesar de ello, sé que con este sólo texto no se abarca la totalidad de este proceso. Lo he intentado en otros escritos, que están a disposición de los interesados. Cada lector, cada lectora, dirá qué tan acertadamente germinó mi esfuerzo. En este texto mi intención es mostrar el dominio de lo finito, es decir las Emergencias Evolutivas, a través de las Edades del Universo.
Su nacimiento, nuestro nacimiento, el nacimiento de la Edad Cuarta, la aparición del ser humano en la Tierra, se debe a la saturación del estadio anterior, la Edad Tercera, el sistema vivo. También se debe, obvio, a las Edades Segunda y Primera, pues sin ellas la escalera de lo existente no hubiera llegado hasta el sistema vivo. La saturación de Edad Tercera es el momento en el cual, de nuevo, el despliegue de lo existente termina con el abanico de sus posibilidades. La vida, como sistema, alcanzó el despliegue total de sus plétoras en la Edad Tercera. No era posible desplegar más las plétoras de la biodiversidad. Cada elemento vivo, salvo el ser humano, lo está porque es necesario para el funcionamiento del sistema. Es decir, la biodiversidad alcanzó el límite más allá del cual le era imposible avanzar. Cada fuente de alimento ya tenía a quien alimentar. Cada elemento de la flora tenía un animal alimentado. Es más. Cada parte de cada especie de flora alimentaba a un animal específico. La jirafa tiene un cuello largo para poder alimentarse de aquella parte del árbol que aún no tenía comensal. La forma del cuerpo de los animales proviene de su relación con sus fuentes de alimento y con el clima. Están hechos para estar organizados en una forma de vivir, dentro de una manera de funcionar las cosas, dentro de un sistema. Son las cadenas tróficas basadas en la adaptación orgánica. Es decir, la irrigación de la energía a través del sistema vivo. Su conformación como sistema. En esas condiciones de saturación, el sistema vivo produjo una Emergencia Evolutiva. Produjo un mamífero que no dependiera de las mismas Leyes que los otros mamíferos ni para su alimento, ni su bebida, ni su protección al clima,
ni su reproducción, ni su información, etc.. Es decir, que no se adaptara orgánicamente y que no hiciera parte de las cadenas tróficas. Que no le pasara lo del oso panda que sólo come bambú o lo de las hormigas cuyo cuerpo determina, para siempre y en todos los casos, si son reinas o súbditas. Cada cuerpo de cada animal está construido para complementar el sistema vivo, para apropiarse de un "espacio energético", para cumplir una función. Está condenado a cumplir esa sola función. Este nuevo mamífero, ya no adscrito a las Leyes ecosistémicas, ya sin cumplir una función dentro del ecosistema, ya sin nicho, ya sin una "paideia" genética que le permita saber qué hacer en este mundo, este nuevo mamífero debería, pues, ser apto de forma distinta para alimentarse, beber, aprender y protegerse del clima y de los depredadores en todas partes20. No como tal determinada abejita que se alimenta de tal determinada florecita. Si no hay esa florecita, la abejita no sabe qué hacer. El ser humano no se adapta como los otros animales. Domestica21. La domesticación es un nuevo sistema de adaptación en 600 millones de años del sistema vivo. Es decir, una Emergencia Evolutiva. Una Edad del Universo. Hay varios puntos que diferencian claramente los humanos del resto de los animales e insectos. Llamaré la atención sólo sobre tres: 1) 2)
3)
No estamos sujetos a las cadenas tróficas. El alimento lo domesticamos. No estamos sujetos a una "paideia" genética. Aprendemos lo que otros humanos nos enseñan. Una persona nacida en Colombia, llevada en adopción a China cuando cumplió un año de vida, habla chino. Sus padres genéticos son colombianos y hablan castellano. El conocimiento humano no es genético. Por ello la tarea de la "paideia" humana es tan difícil. No estamos sujetos a una adaptación orgánica que nos asigne una función específica en el sistema vivo. Estamos construidos, hechos para la domesticación, para el manejo de instrumentos. Es decir, para la adaptación instrumental.
Fue el límite de lo vivo, el límite de las posibilidades de la biodiversidad, su agotamiento como sistema, lo que condujo a la evolución a una nueva Emergencia Evolutiva. Es el ser humano. Es el domesticador. Es la parte del Universo que presencia el Universo. Es la autoconciencia del propio Universo. La Edad que mira las Edades. El espectador que se ha hecho espectador a
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Todas partes, no sólo de la Tierra, sino fuera de ella. Ya hemos llegado a la Luna. Ahora bien, el lenguaje tiene inserta la ética de lo infinito, pues no podremos llegar a "todas partes" sino sólo a aquellas que nuestras posibilidades reales permitan. Posibilidades químicas, físicas, biológicas e instrumentales. 21 Sobre la domesticación y sus implicaciones, véase Angel, Felipe. Domesticación.
través de la transformación de la naturaleza, a través de la domesticación de la parte del Universo que le tocó.22
Las dos primeras Edades pertenecen a todo el Universo. Los mismos elementos químicos, 92, y las mismas combinaciones de estos elementos químicos, atraviesan todo el Universo. Las dos últimas Edades pertenecen a la Tierra. La vida y el ser humano. No sabemos si en otras partes del Universo hay vida. Tampoco si, como algo obviamente posterior, hay una vida autoconciente, una presencia que certifique la presencia de las demás presencias. Usted, su saber que usted es usted, usted y su autoconciencia producto de la domesticación. Usted pensando en usted mientras mira su jardín o la pared de su pieza o la calle por donde maneja su carro. Por el momento, las Edades del Universo han sido cuatro. Todas ellas producto del mismo mecanismo, que llamamos Emergencia Evolutiva. La Edad Quinta del Universo todavía no llega. Será su vejez. El Sol, nuestro Sol, se apagará. Y, con él, sus hermanos de la segunda generación de estrellas. Tal vez el Universo vuelva al estadio anterior al Big Bang, mediante un agujero negro. Tal vez continúe expandiéndose por la agonía de la diseminación de su energía, de la claudicación de sus combinaciones, por la imposibilidad de su cercanía, por la amputación de su empatía.
Las Edades del Universo plantean consecuencias epistemológicas varias. Consecuencias tanto para cada una de las ciencias como para el organum de su complementariedad. Mencionaré, de esta última consecuencia, sólo una. No cualquiera, pues se trata de aquella que determina los límites de la identidad de cada ciencia, de su campo epistemológico, de su razón de ser. O sea, de su objeto de estudio. Cada Edad del Universo trae consigo su bagaje epistemológico. Es decir, lo trae en cuanto delimitación de un campo específico de objeto de estudio. En cuanto "realidad fáctica". El ejemplo es claro: la antropología no cabe dentro de las tres primeras edades del Universo. O, si se quiere otro ejemplo, la biología no cabe dentro de la dos primeras Edades del Universo. No caben, esta o aquella, porque en el estadio específico no existía el campo correspondiente a su objeto de estudio. No había llegado.
La Edad Primera corresponde, entonces, al objeto de estudio de la química. Es la construcción de los elementos químicos. Es decir, de los ladrillos sobre los cuales se edifica la arquitectura del Universo. La ciencia ya sabe que son los 22
Para la fundamentación de la cultura basada sobre este esquema, ver el Corpus del Modelo Ecosistema y Cultura, de Augusto Angel Maya. La bibliografía es extensa.
mismos 92 elementos químicos en todo el Universo. Es decir, que es uno solo el proceso de lo existente. La Edad Segunda corresponde al objeto de estudio de la física y de otras ciencias, como la astronomía o la geología. Es la época de la construcción de la materia en sus variantes compuestas por dos o más elementos químicos. La Edad Tercera corresponde a la ecología y a la biología. Es la vida en la Tierra. La Edad Cuarta corresponde a las ciencias humanas. Es la presencia del ser humano en la Tierra. No son caprichos humanos las fronteras que dividen la química de la física o la química de la biología o la física de la antropología, etc. Son las realidades fácticas de las Edades del Universo. El objeto de estudio de cada ciencia está determinado por la época de la evolución en la cual nació la realidad fáctica de la cual se apropia.23
Quiero mencionar primero el caso de la historia porque es el único que rompe la regla descrita en la introducción que usted acaba de leer. Digo, de entender. Hay una ciencia, la historia, que cubre todas las Edades del Universo, pero cuyo objeto de estudio ha sido reducido por los avatares mismos de cómo vemos hoy en día al propio ser humano, de cómo nos comprendemos a nosotros mismos, usted a usted mismo, lector, lectora, y de cómo comprendemos nuestra relación con el ecosistema y con el Universo en general. La historia ha sido reducida a una porción pequeña del suceder de las cosas. De los quince mil millones de años de "realidad fáctica" que tiene el campo de su objeto de estudio, la limitan al tiempo que lleva de existencia el ser humano. Cinco millones de años. ¿Qué digo? La limitan al sedentarismo. Cinco mil años. A los cinco millones de años que tiene el ser humano los sacan de la historia y los desdeñan con el nombre de "pre"-historia. Pero, sin duda, cómo no, hay una historia de los planetas, de los soles, de las estrellas, de las galaxias, y también hay una historia de los asuntos aquí en la Tierra antes del ser humano, de los dinosaurios y los pinos, las ballenas y las tortugas. ¿Será eso parte de la "pre"-historia? Es decir, ¿parte de lo que sucedió antes de la historia? O, ¿limitaremos la "pre"-historia al nomadismo? De cualquier forma hay que establecer una nomenclatura para designar lo uno, o sea el espacio exterior, el biotopo y el bioma y su "historia" o, si se quiere, su evolución, y establecer una designación distinta para nombrar lo otro, o sea lo que la historiografía metafísica denomina "historia", que, en general, se refiere 23
"Realidad fáctica" es la manera de nombrar el nacimiento y el proceso de construcción de los 92 elementos químicos o de sus combinaciones o de la vida o del ser humano.
a lo sucedido de los griegos en adelante.24 Por el momento, la nomenclatura que existe, es decir "historia", permite errores en la interpretación del objeto de estudio de tal disciplina. ¿Incluye la "historia", dentro de su objeto de estudio, el proceso de formación del Universo, del biotopo y del bioma? O, lo que es extensivo de ello, ¿incluye las edades Primera, Segunda y Tercera? Eso por un lado. Por otro lado, ¿Incluye la "historia" al Australopithecus, ese avezado genial que nos introdujo en este destino de domesticación? Hoy la llamamos "pre"-historia. Se pregunta cualquiera: ¿previo a qué? O sea, ¿qué es la "historia", qué la diferencia para que exista algo otro previo? ¿Dónde se pauta el corte epistemológico que procrea una frontera entre dos saberes diferenciados, la "historia" y la "pre"-historia? ¿Por qué se pauta? Por estas inconsistencias en cuanto a la delimitación de su objeto de estudio, la historia devino en enanismo. Es un bonsái epistemológico.
Las consecuencias epistemológicas de las Edades del Universo son, pues, múltiples. En este texto recojo unas pocas. Unas pocas puesto que utilizo una parte, la más simple quizá, de la Lógica Dialéctica. Se trata de la acumulación cuantitativa resultante en un salto cualitativo. La Lógica Dialéctica posee muchos ámbitos, como, por ejemplo, lo que Hegel denominó "la negación de la negación". La intencionalidad de este texto no alcanza a abarcar los varios mecanismos de la Lógica Dialéctica. Es la simple presentación del tema como panorama general. Es decir, no mencionar nada que no esté dentro de los aspectos que considero ejes formativos del tema. Muchos aspectos se quedan en la intención, donde reside gran parte de lo real, si dentro de lo real incluimos el futuro en cuanto que su aspecto propositivo nos condiciona el presente. Por ejemplo, la decisión de acostarse temprano hoy ante la obligación de madrugar mañana. La intención es el útero de lo real. En la intención suya, lectora, lector, o en la mía. En última instancia, el paso entre la intención y el hecho es una emergencia evolutiva. Esto queda para cuando alguien, usted o yo, amplíe las consecuencias filosóficas de las Edades del Universo. Por el momento, baste lo afirmado. De cualquier forma, en este texto apenas se avizora la punta del iceberg de la Lógica Dialéctica. No puedo, a pesar de la limitaciones de espacio, dejar de mencionar la Lógica, en general, cuya telaraña arquitectónica recorre, delimita y posibilita hasta el último rincón de todo acto cotidiano y de toda ciencia. La Lógica posee varias alternativas, de la cuales menciono dos: la Formal y la Dialéctica.
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Algunos mencionan los Imperios Agrarios, pero no los incluyen dentro de las premisas de sus investigaciones. Otros, como Benjamin Farrington, realizan un esfuerzo notable pero siempre dentro de los límites de una concepción metafísica de la Modernidad, aun desde el marxismo.
La Lógica Formal deviene en metafísica, remite al paradigma platónico, así como la Lógica dialéctica remite al devenir, a la inmanencia, al paradigma jonio. La metafísica, el Ser de Parménides, el dueño de la verdad absoluta, sólo tiene la posibilidad de la Lógica Formal. La lógica formal es el escudo de quien se autodefine como mejor que los demás. Es la tijera de lo tajante. Es la ética de la exclusión. De aquello que no permite el fluir de las emociones personales ni de lo existente mismo, en cuanto todo lo que hay. La Lógica formal divide el mundo entre infinitamente bueno e infinitamente malo, entre verdad absoluta y falsedad absoluta. No permite los matices. Los matices son el cauce del movimiento. La Lógica formal es la Lógica de lo que no se mueve, de lo quieto, de lo que no evoluciona, de lo que no cambia. Otra alternativa que tiene la Lógica es la Dialéctica. Nos llega desde la antigüedad con la voz de Heráclito, su precursor. En la Modernidad, en 1807, Hegel la convierte en sistema con La Fenomenología del Espíritu. No intento aquí emprender un ejercicio explicativo de la Lógica Dialéctica. Mencionaré sólo dos de sus mecanismos, la lucha de los contrarios y lo cuantitativo vuelto cualitativo. Lo real se construye con base en la lucha de contrarios. No hay, por ende, felicidad ni amor ni sabiduría ni confort ni destino que sea completo. La epifanía que canta que vamos a ser completamente felices oculta lo único que, en serio, poseemos: nuestro día a día, atravesado por nuestra labor, nuestra actividad social y nuestras reflexiones. Es el fundamento de la ética de lo finito. En la Lógica Dialéctica el despliegue de los procesos tiene un momento en el cual lo cuantitativo, la acumulación, la ampliación de lo mismo, la suma de otro elemento con el mismo funcionar, con el mismo estadio del proceder general, dentro de la misma emergencia evolutiva, inserto en la misma Edad del Universo, como, por ejemplo la sucesión en la construcción de helio, hidrógeno, carbono, oxígeno, eso que hasta entonces es así, que en un instante dado era así, deja de ser así, deja de funcionar así. Se convierte en algo cualitativo. Deja de ser cuantitativo. Deja de acumular. Deja de sumar. Dos hidrógenos y un oxígeno se convierten en agua. Un mamífero se convierte en domesticador mediante una Plataforma Cultural y, así y en ello, se aparta del nicho. Son lo mismo y no son lo mismo. Son lo mismo porque siguen siendo el mismo oxígeno y los mismos hidrógenos y el mismo mamífero en cuanto a los sistemas digestivo, reproductivo, muscular, respiratorio et similia. No son lo mismo porque funcionan de diferente manera. Funciona como agua, no como hidrógeno solo o solo oxígeno, y funciona como mamífero domesticador, no como mamífero ecosistémico. Ya el hidrógeno y el oxígeno no son parte de la materia gaseosa sino de la líquida, ya el mamífero domesticador no pertenece a un solo nicho sino a todos. Se trata de Emergencias Evolutivas. El concepto de Edad del Universo, o sea el concepto de emergencia evolutiva, conlleva de implícita raíz la Lógica Dialéctica. Pero la Lógica, tanto la formal como la dialéctica, no es algo que el ser humano se ha inventado. Está en el funcionamiento del Universo. Está en el agua. Es el agua.
La Modernidad, no obstante, pertenece a la Lógica formal, pertenece a Kant. O sea, a la metafísica. El corte epistémico, "la fractura epistemológica", el sentido general de las ciencias modernas, la división tajante entre ciencias naturales y ciencias humanas, se basa en la lógica formal. Sólo la lógica dialéctica permite saltos cualitativos. O sea emergencias evolutivas. Sin emergencias evolutivas no es posible establecer un vínculo, ya no de casualidad sino de camino, entre el Universo y el ser humano, entre el ecosistema y el ser humano. Es decir, una interdisciplina entre los objetos de estudios de las diversas ciencias. Sin lógica dialéctica no es posible la interdisciplina. Sin interdisciplina el concepto general de ciencia es parapléjico. Cada ciencia, aireada con el tufillo de la infatuación de su reduccionismo, se prefiere sordomuda. Sólo se habla a sí misma. Pero, ¿cómo? ¿No es el ser humano un organismo vivo? Es decir, ¿no pertenece la Edad Cuarta a la Edad Tercera, en el sentido de la Lógica Dialéctica? ¿No es todo lo vivo parte de lo físico? Es decir, lectora, lector, ¿no pertenece la Edad Tercera a la Edad Segunda? Y, ¿no es lo físico algo compuesto por elementos químicos? Es decir, ¿pertenece, o no pertenece, la Edad Segunda a la Edad Primera? La ciencia moderna descifró las partes del camino. Sus estadios. Hasta allí puede llegar una ciencia basada en la lógica formal. Basada, digo, en su acepción general como ciencia, no una por una. Ya la química sabe que el agua hierve y se evapora. Ya lo sabíamos desde la empiria del Pitecanthropus. La química lo demuestra de manera tal que, quien duda, ha de dejar claro por qué. El resto es actuar desde la mala fe o desde la ignorancia. La ignorancia, que mi bondad disculpa aunque la Ley penal no puesto que cualquiera podría argumentar que no sabía que matar está prohibido. El reto de la ciencia actual, es decir de la construcción de una ciencia actual, es convertirse en interdisciplinaria. No en el sentido de perder cada ciencia su objeto de estudio, sino en el de someterlo al rigor de lo real. Lo real es que cada objeto de estudio, es decir, cada ciencia, pertenece a un estadio particular del proceso de la Edades del Universo pero que cada Edad se fundamenta en las anteriores. Lo real es que el Universo, incluido obviamente el ser humano, es interdisciplinario. Lo es porque sus Edades funcionan una sobre la otra. Lo real es que, ante la crisis ambiental, la ciencia sin interdiscilplina no sirve para entender lo que sucede bajo la atmósfera terrestre, la bella, la construida por la vida unicelular. No sirve para entender lo que sucede en la Tierra, dentro de la cual se desarrolla su vida, lector, lectora. Tampoco para entender la relación esencial entre lo que hay fuera de la atmósfera terrestre y lo que pasa dentro de ella. Las ciencias, se desprende, están ubicadas en una determinada Edad del Universo, o en varias, según su desarrollo. Este primer paso del despliegue argumental, visto así solo, enfatizaría el hecho de que cada ciencia ha de ir por su lado, sin reparar en las demás. Nada más perjudicial para la comprensión de las Edades del Universo, y, en general, del pensamiento ambiental, que la falta de interdisciplina. Simplemente, amable lector o lectora, porque las Edades del Universo funcionan por Emergencias Evolutivas, una basada en la otra. Es decir, por medio de la apropiación de la edad anterior para estructurar una
nueva edad. Las cuatro Edades del Universo son un proceso. Plantea esto que cada una es indispensable. Que no se puede sacar del proceso ninguna de las Edades del Universo porque todo él se derrumba. Nadie quitaría el primer piso de una casa de cuatro, a no ser que la desee derrumbar. Sin interdisciplina se hace incomprensible tanto el proceso de las Edades del Universo como cada estadio de él. ¿Qué quiere decir "incomprensible"? Que cada edad se trata de explicar por sí sola. Por ejemplo, la física no cree que le debe nada a la química; por ejemplo, la biología o la ecología no creen que le deben nada a la física y a la química; por ejemplo, la filosofía no cree deberle nada a la biología o a la ecología o a la física o a la química. Pasa por alto este análisis el hecho de que los mecanismos de funcionamiento de una Edad están construidos sobre la anterior. Fijémonos sólo en lo que acontece en la Tierra y veremos que esta funciona como un sistema. Su parte química no funciona aislada de su parte física. Su parte biológica o ecológica no funcionan aisladamente de su parte química o física. Su parte antropológica no funciona aisladamente de sus partes química, física, biológica o ecológica. Las ciencias van en contravía de este sistema de funcionar las cosas. Cada ciencia se concibe aislada, inmersa en un autismo que le impide comunicarse con aquello de lo cual fue causa o con aquello de lo cual es consecuencia. Es decir, le impide oír a las otras ciencias o decirles algo. La idea básica que atraviesa las Edades del Universo es la unidad fenoménica del proceso. Todo él es el mismo ente. Un solo ente. Dividido, sí, claro, en sus estadios, en sus fases, en su devenir, en sus Edades. Esto es así a no ser que pensemos que el árbol que ahora usted ve en la calle de su casa no proviene de la semilla que alguna vez fue. Es decir, a no ser que no consideremos el devenir como el inicio de lo real.
En el primer párrafo de este texto afirmé que las Edades del Universo son útiles para la comprensión, como individuo, de uno mismo además de la comprensión del lugar de la humanidad entre las demás cosas que conforman la presencia de lo que existe. Cuando se comprende que la humanidad es una de las etapas del Universo, uno de los estadios de su proceso, una construcción realizada sobre construcciones anteriores, quizá haya un choque pequeño con nuestra manera de entendernos. Unos cuantos minutos de una extraña incomodidad. Pero no más. Cuando se da un paso más adelante y ya no sólo se comprende sino que se asume que eso es así, en ese momento, las cosas cambian en la vida personal, en la forma de tratarse uno mismo a uno mismo, de relacionarse con los demás o en la forma de mirar a aquella que los chibchas llamaban Chía, la Luna. Se comienza por aceptarse finito. Finito como este múltiple planeta. Finito como el Sol. Tan finito que no vale la pena desperdiciar la vida. Es decir, comer sin saborear, amar sin alegría, estudiar sin asombro, caminar sin saberse bípedo. Se comienza y se termina con un "carpe diem" de Horacio.
Las Edades del Universo dan cuenta, pues, de su finitud, de su manera de proceder general y de sus formas de proceder específicas, de sus estadios, etc. Todo ello conforma una "macrofinitud". Existe otra clase de finitud, más cercana, la "microfinitud", la finitud de lo que acontece en el orden cotidiano. La microfinitud es, como quien dice, amarrarse los zapatos, lo que dura ese proceso, sus procedimientos y sus resultados inmediatos. Es fácil enumerar una lista de cosas incluidas dentro de la microfinutd. No es ese mi propósito puesto que ciertos lectores, determinadas lectoras, lo harán más allá de mí, más allá de ellos y de ellas. Deseo, más bien, llevar al lector a considerar este concepto dentro de uno sólo de los aspectos referentes a una sola de las ciencias, a la sicología. Específicamente a la salud psicológica que implica comprender la microfinitud. Hay, por supuesto, múltiples consecuencias dentro de la propia psicología, pero tampoco es ese el propósito de este texto. Sin embargo, menciono esto pues se trata, espero, de un "asuntillo" que quizá alguna persona capte como mecanismo. Ah, cosa útil. La microfinitud implica que allí donde estemos, no nos sintamos en otra parte. Esto tiene dos aspectos. El primero cuando uno se siente bien en un sitio, en una situación, como en una fiesta. ¿Cuántos momentos placenteros se dejan de gozar porque uno permanece pensando que se van a acabar? Como si eso no fuera lo normal, como si la finitud no enriqueciera los instantes. Segundo, cuando uno no se siente bien como por ejemplo el conductor de bus urbano que desea estar en su casa, viendo televisión con las pantuflas puestas. Si tuviera en cuenta la real finitud de ese acontecer, se le volvería menos pesado. Es la microfinitud, la certeza de la finitud de los actos cotidianos, lo que posibilita que no nos abrumen, que no nos taladren psicológicamente. Igualmente, la microfinitud, el saber que se va a acabar ese proceso cotidiano, por ejemplo manejar un bus urbano o amarrarse los zapatos, es la llave posibilitadora para disfrutar del día. "Carpe diem", recomendaba el poeta romano25.
No sabemos si en otras partes, fuera de la esfera azul que rota alrededor del Sol, las Edades del Universo hayan logrado avanzar más allá de la Edad Segunda. ¿Qué sabemos sobre cómo sería, de haber sido? De haber sido o de estar siendo. Sabemos que, no importa dónde quede el "aquí" de esa porción del Universo que llegó hasta las Edades Tercera o Cuarta, debe cumplir ciertos requisitos básicos. Por ejemplo, para la Edad Tercera, tener agua.26 Debe tener una manera de convertir energía lumínica en cuerpos orgánicos, como la
25
Engúllete el día, de Horacio. La referencia implica exclusivamente la vida pluricelular, pues la unicelular no requiere agua. El olvido, la ignorancia, que nos acompaña sobre la vida unicelular es tan vasta que dejo este desatino como prueba de su contundencia. 26
fotosíntesis, y una manera de distribuir esa energía a los demás cuerpos vivos, como las cadenas tróficas. La Edad Cuarta debe de tener varías características orgánicas. La relación adaptativa funcional básica con el ecosistema pasa por esas características. Menciono algunas de ellas. A)
Debe de poder ver el mundo tal cual es.27 Implica el desarrollo de la vista estereoscópica. Es decir, que enfoque tanto de cerca como a larga distancia. Implica la vista policromada. O sea, ver los distintos colores.
B) Debe poseer un órgano en el cual almacenar la información, como el cerebro. C) Debe poseer un mecanismo para transmitir información, como el aparato audiofonético humano. La manera en la cual devino el proceso de la Edades del Universo no permite que abarquemos la esperanza en su multiplicidad espontánea. El proceso de lo existente ha sido de una determinada manera.
En última instancia, en esto consiste la evolución: en ir más rápido cada vez. Así sucede cuando se transita de la Edad Primera a la Segunda, así de la Edad Segunda a la Tercera y, de igual forma, de la Edad Tercera a la Cuarta. La cultura28 es un avance enorme en este sentido. O sea, este es el enorme sentido del avance de la cultura. Es decir, el sentido de lo que es el ser humano. Se trata de un avance con respecto a otras formas de organización de la existencia. De un avance en lo primario totalizador del movimiento: la rapidez. Una parte importante de lo que es el ser humano lo es debido a la aceleración de los procesos ecositémicos. Es decir, de la Edad Tercera. No otra cosa es el buey para arar, la agricultura, el carbón o el petróleo, el perro o el arco y la flecha para cazar, la energía atómica para cicatrizar Hiroshima y Nagasaki o alumbrar París. Veamos someramente estos ejemplos. La agricultura consiste, entre otras cosas, en agregarle energía a un determinado ecosistema. Energía en forma de agua o de abono. El carbón o el petróleo consisten en quemar en un 27
Es decir, tal cual es en un estadio específico de las Edades del Universo. No vemos el mundo en sus componentes atómicos, que sería la perspectiva desde la Edad Primera. Lo vemos tal cual es en un estadio específico de su funcionamiento. Es decir, en la Edad Cuarta. 28 "Cultura" tomada con la acepción de los primeros antropólogos, entre ellos el precursor Tylor. Es decir, como lo que abarca los instrumentos físicos, los sociales y los simbólicos. Todo lo humano. Se trata de la Edad Cuarta.
instante lo que duró miles de años en construirse. La energía fósil es un cúmulo de cuerpos otrora vivos, dinosaurios, insectos, rastrojos, eucaliptus, sequoyas, pinos, helechos, aves, etc., acumulados en enormes fosas. La vida se basa sobre el carbono. Son cadenas de carbono. En la caza, tanto el perro como el arco y la flecha, son simples formas de aprovechar energías ecosistémicas para realizar más efectivamente la labor. Y la energía atómica proviene de la aceleración de las partículas del átomo. Se trata de acelerar la rapidez. Es decir, de darle cauce a la inclinación general del Universo. La verdadera rapidez, la que sobre su cabalgar construyó al Universo, es el cementerio de lo fácil. En su dinámica se entierran los facilismos. La fatuidad inane del inmediatismo no pertenece a la rapidez. Es parte del abismo. No es parte del camino. Del camino que viene avanzando desde hace quince mil millones de años hasta el día y momento en que tecleo estas letras o en que Usted las lee. El proceso mediante el cual se construyeron las Edades del Universo posee la poderosa habilidad de ser únicamente él mismo. Allí reside el instante epistemológico en el cual lo perdemos. En el cual perdemos el Universo. En el cual dejamos de lado la premisa de Zenón de Chipre: "No hay nada mejor que el Universo". Allí, cuando el universo es él mismo, nos desafía y, así, lo perdemos bajo el enigma de Parménides o la afirmación de Platón. El proceso del Universo no permite dudas en cuanto al devenir de su existencia. De esta manera nos "habla". ¿Qué hablar antiguo es ese? Es el que recomienda entender el camino tal cual ha sido. El que establece un derrotero. El que susurra porque el énfasis no es argumento. El que susurra desde la aparición del Australopithecus, el que susurra hace cinco millones de años. El que susurra al oído de la ciencia y del arte. ¿Qué inclinación lleva consigo ese hablar antiguo, ese susurrar el Universo su paradigma? La inclinación que afirma: "Tú, tú, humano, mi Edad Cuarta". ¿Quién lo susurra? ¿La diosa de Parménides? Oh, no. No hay dogma en estos susurros, puesto que proceden de las permanentes y sistemáticas comprobación y rectificación. El que susurra es el esfuerzo sistemático de crítica y aporte que llamamos ciencia o arte. El que susurra es aquel que pensó en ti mucho antes de que nacieras, sin saber siquiera que ibas a nacer. El que susurra eres tú mismo, si atiendes al proceder germinador inherente a los argumentos y no sólo a lo que ya sabes. El movimiento, el devenir, aquello contrapuesto al Ser, aquello extraño a la metafísica, nos habita de tal manera que eso somos: la parte más rápida del Universo29. Dirá este o aquel que un huracán, un venado o la luz son más rápidos que los humanos. Procede su razonar desde la lógica formal. La complejidad del Universo amerita una validación mayor de su autoconciencia. Dejemos que la lógica dialéctica sea nuestro vehículo epistémico. Tras los 29
. En este sentido, la Edad Cuarta lo sería igual en cualquier parte del Universo. Hay que evitar concienzudamente el antropocentrismo. He ahí uno de los hálitos cuya brisa conduce los vientos de este texto: evitar el antropocentrismo.
velos del asombro, tras las utilísimas certezas que da el errar, tras elegir nuestro camino desechando otros por medio del sabio errar, tras estudiar a fondo y saber esto poco pero preciso, tal vez se entienda que la rapidez, exenta, pues, de adehalas, es el cambio. La velocidad de la luz no cambia. Es constante. Esa clase de rapidez pertenece a la Edad Primera. La complejidad es el cauce que delimita el río por el cual transita la verdadera rapidez. Cada paso de las Edades del Universo avanza en esa dirección: la rapidez como complejidad. Las Edades Primera, Segunda y Tercera incrementaron la rapidez como complejidad. La Edad Cuarta domestica ese acumulado de complejidad. Así se sube al lomo motriz de las anteriores Edades del Universo. Pero, entonces, en este proceso de la cultura, la rapidez se basa en deconstruir la complejidad anteriormente fabricada en el Universo. La rapidez de la agricultura o de la ganadería depende de que exista la menor complejidad ecosistémica posible: una sola especie. La especialización autista de las diversas ciencias proviene de allí. La Modernidad construyó ciencias para no comprender la complejidad. Ciencias sin interdisciplina, como si el Universo funcionara por pedacitos, analizables, entonces sí, cada uno por separado. La tecnología consiste en desmantelar la complejidad de las tres anteriores Edades del Universo en aras de la rapidez de la presente Edad. La Edad Cuarta es la que más rápidamente se adapta, la que se construyó para cambiar más rápidamente. Lo que llaman espíritu, alma y similares, es aquella tácita flexibilidad adaptativa. ¿Para adaptarse a qué? A las anteriores Edades del Universo. Es decir, para ser unívocamente ese ser el camino sólo él mismo. El desafío de Heráclito.
ENSAYO V: CAMBIO CLIMÁTICO EN DOSTOYEVSKI (MATEMATIZACIÓN DE LA DIVERSIDAD)
A todo esto, Rusia se va quedando sin bosques; terratenientes y gañanes abaten con verdadera saña sus árboles. (…) Pero antes de que nuestros hijos se hagan adultos, ya habrá en el mercado diez veces menos madera disponible. Lo que de ahí se derive puede que sea nuestra ruina. ¡Pero prueben ustedes a decir algo tocante a la limitación del derecho a despoblar los bosques, y verán las cosas que se oyen¡ De una parte, necesidad nacional; de otra, ofensa al derecho de propiedad; dos razones contrapuestas. En seguida se forman dos bandos. (…) Pero, ¿es que de veras no hay más que dos bandos?”. Junio, 1876 Diario de un Escritor
Conscientes, tal como lo estamos en el comienzo del Siglo XXI, del estropicio que como civilización hemos causado en la biosfera, no nos ha sido dado capturar con expedita claridad que en la matematización de las presencias radica una de las causas inequívocas del cambio climático. La lucha contra lo universalizador de esa matematización hoy la lleva a cabo el Ambientalismo pero comenzó hace dos siglos en la poesía y algunas décadas después prosiguió en la novela de forma casi simultánea con la pintura. Musas varias su denuedo donaron. No las abandonemos; son aliadas gnoseológicas de las luchas ambientales actuales. La manera en la cual hemos enfrentado el análisis del cambio climático padece de anteojeras epistémicas; no enfoca más que la noción actual de “ciencia”; así, entrecomillada. Siendo que esa noción se confunde con la de la matematización de las presencias y que ha aportado su nítida cuota como una de las causas del cambio climático, pasa del coqueteo caprichoso el anhelo de explorar la magnitud de esta situación desde el otro lado del hecho simbólico: desde el arte. Vale inicio lejos de lo tangencial; vale un paseo por Dostoyevski. ¿La ciencia? ¿Dije “ciencia” o ciencia? No, no la ciencia sino lo que hoy tenemos por tal: el dos más dos son cuatro, el positivismo, la lógica formal vestida de moto sierra en el Amazonas, el establo donde no cabe Fiódor, que la denomina “semiciencia”. Eso no es más que un pedazo de la ciencia pero a él nos referimos cuando tal vocablo intuimos, pensamos, oímos o pronunciamos. Ah, claro, nos llega investido por el maquillaje des-depredador con el cual el desarrollo se presenta entre nosotros. Para usar el metalenguaje de Edmundo Husserl en aquel tardío texto, Ciencias Europeas y Fenomenología Trascendental, hablamos de la matematización de las plétoras por medio del Método Galileano. Plétora es la dignificación de lo diverso al concretarse en presencia individual. Referimos, por ende, la matematización de la diversidad. Bajo la presunción de que nada escapa al dos más dos son cuatro, la Modernidad organizó su desenfreno. En este Siglo XXI para ir al fondo del problema ambiental debemos centrarnos en contrarrestar la matematización de las plétoras; es decir, en construir lógicas de lo diverso como un cuerpo gnoseológico contrapuesto a la bárbara lógica de quien asume el dos más dos son cuatro como única premisa humana para relacionarse consigo mismo y con la biosfera. La diversidad, al ser así matematizada, deja de ser diversa; se convierte en particularidades idénticas, pues tanto la rosa como la lluvia, el carbón como la vaca, las montañas como los ríos quedan enmascarados en números. Y un número es igual a otro en cuanto que no es chimenea ni elefante sino número. Muerta la diversidad tanto ecosistémica como humana, fallece la intimidad de lo plural. La naturaleza madura no se enfrenta a nosotros, los humanos; ella somos. Fiódor Mijailovitch, y lo pongo como ejemplo de tal madurez, se supuso dominado por una misión: desenmascarar la matematización de las presencias para rescatar la validez del mundo interior humano. Error, errores, vacíos y miedos, también la angustia y vaya incluida la desgracia personal; sí, ese enorme esfuerzo por ser feliz; tú, que esto lees, y yo, que esto escribo; lo humano, en síntesis, goza o padece, construye o se construye, amenaza o
mata, se desvanece o desayuna según un vaivén y un ritmo no ajeno pero sí irreductible a lo matematizable. La matematización de la diversidad, el positivismo, la noción de “ciencia” en los últimos dos siglos, encarna una estrechez dentro de cuyo ejercicio tanto lo humano como la biosfera se agotan. Nosotros, obligados por el cambio climático, (¿me oyes?), enfrentamos la temible eficacia del positivismo, rechazamos su cara tecnológica porque usa la sonrisa del confort como trampa; la enfrentamos, digo, sobre el horizonte negado a lo biodiverso, sobre lo cercenado a la potente permanencia de los sistemas vivos en las lides del tiempo, sobre lo falible del veredicto de Hölderlin: Somos nosotros mismos los que nos lanzamos al abismo. Tenemos, así pues, una queja; la queja de la complejidad evolutiva. Ni los ecosistemas específicos ni la biosfera, argumentamos hoy, ni la inevitable intimidad de cada quien consigo mismo, alega Fiódor, caben en ti, positivismo. La ciencia incluye el positivismo, abarca la “semiciencia”, engloba el dos más dos son cuatro pero su inmensidad sobrepasa sin cesar ese breve lar; lo sobrepasa envuelta en una vigencia constituida de instantes; lo sobrepasa cuando las miradas se enamoran sin verbos; lo sobrepasa no sin lo vívido de lo amplio; como funcionamiento sistémico no unidireccional lo sobrepasa. Lo primero que derribó la “semiciencia” fue la pluralidad del mundo interior humano, no el noreste del Brasil ni la capa de ozono ni la cuenca donde el Río Hudson se emborracha con aceite. Bosques y arroyos, libertades mamíferas como la de la vaca u ovíparas como la del gallo, decisiones humanas y lo posible de una felicidad estable en esta ancha Tierra, la que alimenta nociones, la que acaricia estómagos y la avaladora de compromisos; todo ello roto. A los siglos XIX y XX les fue impuesta como camisa de fuerza una noción de ciencia reducida a la “semiciencia”, encerrada en el positivismo; para el pensamiento del Siglo XXI esa noción aparece infinitamente próxima a la destrucción racionalizada, sosegada, normalizada y salvaje de la biosfera. El por qué de lo que muta, no cuánto; el dolor del gato en su patica recién quebrada por un automóvil, no el automóvil; el miedo del niño que se sienta en el último banco del salón, no el salón ni el último banco; la mísera duda de si prefieres el helado de chocolate o de vainilla, no la vainilla ni el chocolate; el susto de amar y el amar ese susto, no la rudeza de entregarse a otro que te supone individuo mecanizado a su medida porque nada entrevé de tu universo interior; esas cosas, matematízalas si puedes. No has podido, Occidente. En la vanagloria de tu afán por lograrlo dejaste al planeta carcomido y a tu Pathos exento de la única elegancia que hay, la de lo diverso. Tu estrechez fenoménica aburre. El dos más dos son cuatro lo concibe la Modernidad como toda la ciencia. ¿Ciencia sin Raskólnikov? ¿”Semiciencia”, más bien? Miremos a ver. Hace tres décadas, vapuleado por la crudeza de mi primera novela, Otra Libertad, me rehíce en el intento de responder la siguiente pregunta: ¿cómo puedo estar seguro de que no todo se puede reducir a lo matematizable? A lo largo de estos años me favoreció el hallazgo fortuito o intencionado de múltiples variantes y sub-variantes de esta actitud. Hoy comparto la de la existencia, si la memoria entusiasma y miente poco, de aquella papelería en San Petersburgo a la cual acompañé, o lo supuse, a Anna. Allí decidí visitar a Fiódor; antes de ese instante la claridad de mis límites me lo impedía. Tú, que lees, puedes no ir con nosotros, con Anna y conmigo; basta con que abandones lo que estás
haciendo. A mí me convenció el que, tras tres décadas, la capacidad evolutiva de esa pregunta mutara de nuevo, se posesionara otra vez de mí, en esta ocasión en mi necesidad actual de poder atenazar algo más que una sola parte del cambio climático, la de la “semiciencia”. ¿Quepo dentro de la matematización de las presencias, quepo dentro del razonar del dos más dos son cuatro? ¿La biosfera cupo en esa prosaica lógica o rezongó? ¿Rezongo yo, rezongas tú? ¿Importa? Importa si tienes verdaderamente en cuenta que ella no supera los 20 años y que hoy, 4 de octubre de 1866, cerca de dos semanas antes de que Fiódor cumpla los 45, ella, sí, ella, Anna Grigorievna Snítkin, sin saber que la acompañamos, entra a la papelería Gastinity Dvor, compra papel y vuelve a salir. Ella, que presume de taquígrafa, baja por el callejón Stalarniy hasta la casa del escritor, y ya que lo que es proceso no digiere decisiones sino inercias, golpea en la puerta. Leyó, dos meses hace, Pobres Gentes. Fiódor refunfuña mientras acude a abrir. Está convencido de que no va a funcionar: ¡una taquígrafa! ¡Qué ocurrencia! Firmé ese temible contrato con mi editor. Si no entrego una novela completa para el 1 de noviembre pierdo los derechos de toda mi obra, pasada y futura. Comprende que, más que una taquígrafa, necesita un puente que, en veintiséis días, lo ayude a cruzar por encima del río del dos más dos son cuatro; es decir, a escribir una novela antes del 1 de noviembre. Se niega a aceptar que la realidad consiste exclusivamente en la matemática. Si las personas se rigen por el dos más dos son cuatro, cualquier taquígrafa me sirve. Mi editor predica el dos más dos son cuatro. Hace poco más de un año murió mi hermano, mi aliado, mi comprendedor; no mucho antes de eso, quedé viudo; y ahora esto. Vamos, Fiódor, vamos, tú puedes: abre la puerta. No se ha logrado dilucidar si fue debido a que era un jueves, como es hoy, de otoño o a que octubre empezaba a romper el rompecabezas que suma y resta, anota en su memoria cuán incapaz es de enviar al editor las dos terceras partes de Crimen y Castigo, que ya tiene escritas. ¿Por qué no? De todas maneras, fuera de mí, nadie notará que falta una parte. Los horizontes se profanan si se dejan incompletos; por eso no envío Crimen y Castigo sin la tercera parte, así pierda los derechos de toda mi obra. Mi único recurso radica en sacar adelante una novela nueva, distinta, en menos de un mes. Escribiendo como de uso, a mano, resulta improbable que alcance. Faltan poco más de veinte días. ¿De dónde me surgió la idea de dictarle a una taquígrafa en vez de redactar directamente sobre el papel? ¿Podré concentrarme enfrente de otra persona? ¿Podré continuar el hilo narrativo sin ver mi propia caligrafía? Aquí está, parada afuera de la puerta de mi casa. Yo deseé que así fuera; yo puse un aviso clasificado en el periódico. Volvió a tocar. Eso me gusta. ¿Qué hago? ¿Abro? No hay muchas cosas más escurridizas que la certeza de validar lo que uno desea. ¿Será así esta vez? Se decide; abre. Con cierta distancia respecto al usual preaviso del dolor, tras saludarla, tras bajar sin pena la mirada porque la puerilidad de los momentos nada muestra de la posible puerilidad de uno, Fiódor Mijailovitch Dostoyevski extiende la mano. Sin terminar de saludarla, le comenta la situación. Entonces, no hay un minuto que perder, responde Anna, inflexible como la ternura a fondo. Durante veinticinco días de aquel octubre de 1866 Fiódor vuelve a reír, deja la “dieta del gato” que consiste en sólo té con galletas, se inclina sobre una mirada como
quien logra la proeza de ver el mundo con una persona al lado y le dicta El Jugador a los ojos de Anna Grigorievna. El 1 de noviembre de 1866 entrega el manuscrito. Derrotamos al dos más dos son cuatro, se le escucha al salir de la oficina del editor. La besa; ella prefiere abrazarlo largamente. Pero la lucha no era sólo contra el editor, cuyo nombre tengo la desgracia de recordar pero no la vileza de nombrar. Tanto en lo ecosistémico como en lo antrópico, la lucha por la filigrana de lo que no sobra, por la lógica de las miríadas, por el tacto de lo que no se puede excluir, la lucha por lo humano de las personas; ah, sí, ¿te acuerdas o preferirías estar solo al leer esto?; esa lucha inmensa encaja hoy con el pensamiento ambiental; encaja en cuanto necesitamos la minuciosa pela, el regaño aplacador y la coqueta gracia del espejo mejorado con los cuales Fiódor vapulea los límites del dos más dos son cuatro. La complejidad ambiental ha de estar consciente de que el menoscabo cuantificador no sólo descuaja la biosfera; antes de descuajar la biosfera, o sea para lograr hacerlo, debe anonadar la íntima manera en la cual cada quien, cuando está solo, se habla a sí mismo. Sin una racionalidad matematizada descuajar un bosque constituye anatema. Allí el pensamiento ambiental llama a Fiódor: explícanos. Raskólnikov no está amarrado al dos más dos son cuatro porque exento de culpabilidad según el sistema judicial, el botín enterrado y a la espera, el futuro garantizado y en América, eximido de las consecuencias exigidas por el dos más dos son cuatro, lo desaíra, lo ridiculiza, lo desdeña como validez argumentativa. ¿Cómo logra tal hazaña? Se entrega. Prefiere lo perjudicial para él. Miento; resignifica lo perjudicial, des-matematiza la ética. La justicia no solamente es un contrato social; es, además, un contrato individual de cada quien consigo mismo. Confiesa dos homicidios pero se entrega por uno, el que lo atormenta, el de la “inocente Sonia”, la sobrina de la anciana usurera; Sonia, a la cual el jugueteo sincrónico del azar puso en ese sitio en ese momento. La otra muerte, la de la usurera, no la lamenta; meses la planeó con detalle, la argumentó meses. Lo que dirige al caminante es más complejo que lo unívoco. Si El Jugador se atuviese al dos más dos son cuatro, pues, no jugaría. No como quien tiembla frente a la repetición de su error, de su afán por ir al casino, sino incapacitado a fondo para desistir de hacerlo se aleja del acatamiento del dos más dos son cuatro; no se deja gobernar por la “fuerza de voluntad”. En El Idiota explora la “matematización de las costumbres”, si se permite la licencia de equiparar la capa subterránea de la cortesía con lo inamovible de la mentira institucionalizada para mantener cierta cordialidad social. Un acto reflejo nos obliga a quitar la mirada sobre el ojo bizco de nuestro interlocutor y pasarla, posarla y pesarla en el ojo que no se despista; si de quienes visitan a los recién nacidos nos atuviéramos al porcentaje que se abstiene de señalar a los padres que su hijo es feo, podríamos concluir que a la Madre Tierra la habitan únicamente personas hermosas; a no pocos adoptados la sorpresa de su origen a edad tardía los toma por el cuello así como hay los otros, los que ni siquiera se enteran; en fin, los ejemplos están a flor de piel. No le digas a papá, que la maestra no se entere, en fin. La sinceridad cruza ese alambrado de púas y habla lo que la cortesía pactó callar. El Idiota, el Príncipe Minschk, Leov él, a los diez y ocho años, recién llegado a la gran urbe salta esa cerca de púas en la reunión petesburguesa más connotada y al final del “estropicio” le dice a la matrona mandona: “Pues a lo que más le temen ustedes es a nuestra
sinceridad”. Falta de sinceridad que, como es justo, aceita la maquinaria colectiva del trato social pero que, como es obvio, impide que hacia dentro cada cual se parezca a sí mismo. No te rías tan sonoramente, a nadie mires a los ojos por más de cinco segundos, en fin; no te salgas del establecido ritmo del dos más dos son cuatro; o sea, no improvises. ¿No entiendes que la creatividad estorba? ¿Ignoras que la sinceridad no es digerible? En Los Poseídos, Schátov pregunta: “Pero ¿no me decía usted que, si matemáticamente le demostrasen que la verdad existía fuera de Cristo, preferiría quedarse con Cristo a irse con la verdad?”. Unas líneas más adelante añade: “Jamás la razón estuvo capacitada para definir lo malo y lo bueno ni para separar lo malo de lo bueno, aún de una manera aproximada; por el contrario, siempre, de un modo vergonzoso y lamentable, se equivocó. La ciencia ha dado únicamente soluciones con los puños. Por esa particularidad se ha distinguido la semiciencia, la plaga más terrible de la Humanidad, peor que la peste del hambre y la guerra, ignorada hasta nuestros días. La semiciencia es un tirano como hasta hoy no los hubo. Un tirano que tiene sus sacerdotes y sus esclavos; un déspota ante el cual todo se prosterna, con amor y superstición, hasta ahora inimaginable; ante el que tiembla incluso la ciencia misma y bochornosamente lo adula”. Ha sonado la campana. Fiódor llama al orden: la semiciencia del dos más dos son cuatro es una afrenta adulada incluso por la propia ciencia; una afrenta porque se pretende omniabarcadora sin serlo. Nunca podrá matematizar a Kirillov, que se suicida para demostrar lo inalienable de su “libre albedrío”, así argumentado: “Yo me mataré para poner de manifiesto mi rebeldía”. Nada lo induce al suicidio salvo abofetear a la “semiciencia”, salvo retarla al duelo en el cual, aunque mueren, triunfan los Pushkin que en el mundo han sido. También en Los Poseídos, en boca de quien lo desmerece, y por ello resulta pedagógica esa irónica asimetría entre las palabras y los hechos, sentencia Piotr Stepánovitch: “Sería preferible no desempeñar papel alguno, ser uno mismo, ¿no es así? Nada más cuco que ser uno mismo, porque nadie lo cree. Yo, lo confieso, quería dármelas de tonto, porque ser tonto es más fácil que ser uno mismo”. No es casualidad etimológica que tanto el vocablo “idiota”, la voz “idiosincrasia”, la expresión “idioma” así como el término “identidad” provengan de la palabra griega “idios”, que significa lo que se parece a sí mismo, lo particularizado, lo identificable por sus características. Igual en el ámbito individual, comunitario, regional o nacional, resulta idiota tanto procurar parecerse a sí mismo como ejercitar un idioma digno del ser así tal cual somos; idiota resulta en medio del acartonamiento derivado de la matematización de las costumbres y de lo vacío del lenguaje. Idiota el príncipe Minschk; idiota deviene una etnia que procura parecerse a sí misma, que trabaja en elaborar su identidad, que se atiene a su lenguaje; idiota resulta un país que pretende asumir sus propias costumbres en el contexto internacional; idiota no para los que lo intentan, que, por el contrario, así se tienen cerca a ellos mismos, cerca a su “idiosincrasia”, cerca a su “idioma”, cerca a la pulsión de lo humano, sino idiota para la férrea gnoseología matematizada y matematizadora, cuya ubicuidad legal y tecnológica, simbólica y actitudinal, educacional y artística acapara el Pathos de la época.
Gnoseología que en la primera mitad del Siglo XX mutó la camisa de fuerza del dos más dos son cuatro por otra variante de la matematización: la estadística; o sea, por el Sanax, por la pastilla colectiva con la cual doparnos mediante la supuesta verdad porcentual; la verdad a cuotas. No podían ignorar las varias fracturas que por doquier quebraron el aparato óseo del dos más dos son cuatro; el Principio de Incertidumbre, la lógica redonda del submundo cuántico, la Relatividad. El Teorema de Göedel, por ejemplo, muestra cómo la termodinámica no se rige por esa aridez metodológica. Dos ollas con agua, ambas a 43°; si viertes una en la otra la suma de las dos temperaturas no se rige por el dos más dos son cuatro; no suman 86°. Tan disciplinadora o más que la matematización anterior de la “semiciencia”, esta otra, la nueva, la de la verdad a cuotas, la estadística, no logró evitar que el necio Jorge Luis Borges clamara que él corría el riesgo de ser el primer inmortal si la muerte constituía una verdad estadística, pues en cualquier momento varía dentro de un rango, y no una ley natural que ocurre siempre y en todos los casos, en cuyo ámbito no corría ese preciado riesgo. El inescrutable ciento por ciento de la muerte de los seres vivos gangrena las piernas de la estadística. Cuando el tozudo Padre Sol insiste en no salir por el Oeste, sepan que lo constato con un esbozo de sonrisa piadosa por T.S. Kuhn, cuya ceguera incita a equiparar el paradigma geocéntrico con el heliocéntrico como si la ciencia no padeciera la obligación de acertar; mejor dicho, como si acertar no fuera posible. Ni el dos más dos son cuatro ni la estadística son los únicos criterios válidos de verdad ni cubren la mayor porción de la actividad sistémica de las presencias. Buena parte del océano biosférico y gran parte del río humano no pasan cerca al áspero hocico de la fiera matematizadora; una parte sí. La estadística con su verdad a cuotas, el Círculo de Viena con la excepción de la lógica atómica de Russell, Hans Han y su hijo Kuhn, la de allí derivada concepción actual de “ciencia”, ignoran la gramática de la vida que colocó el acento autónomo de Raskólnikov en la sobrina y no en la tía. ¿Le dio el treinta y tres por ciento de remordimiento en un caso y el ochenta y cinco en el otro? ¿Existe lo estadístico en mi mundo interior? ¿Te desdeño el doce por ciento o el quince? El remordimiento, la vida anímica, mi mundo interior, la complejidad de mi rumiar varias cosas mientras espero que el semáforo cambie de color, no abren sus plétoras a los saberes recluidos exclusivamente en lo matematizable. En Dostoyevki el pálpito de la filosofía de la ciencia aparece imbricado en la construcción de personajes que, por ello, contrastan con los demás. La mención escueta de Iván Karamazov o de Stravoguin muestra la eficacia de esta estrategia narrativa, puesto que la acción se desenvuelve no sin pasar por la diversidad ideológica. Una porción sustantiva de las reflexiones al respecto se encuentra en las partes que, a menudo por sugerencia de los editores, Dostoyevski no incluyó en la versión final de sus obras; sustantiva en cuanto que en esos pasajes con mayor desgarro expone su pensamiento. En la edición de Aguilar, en el Tomo III, en la página 1592, se encuentra, dentro de la Paralipómena de Los Poseídos, el siguiente aguijón maltusiano: “Y ¿qué pasará entonces? (…) Pues dentro de unos siglos estará el mundo tan mortecino ya, que por pura desesperación (el ser humano. N.A.) deseará estar muerto del todo. ´Montañas, desplomaos encima de nosotros y aplastadnos´, así dirán los hombres, o algo por el estilo, cuando los medios científicos no alcancen a alimentar al hombre y la vida se haga estrecha y dura. (…) Cuando
venga a faltar el alimento y la ciencia no pueda proporcionar comida y calefacción, y la Humanidad siga aumentando, será menester frenar ese incremento”. Pero volvamos a lo édito: en Los Poseídos Stepán Trofímovich aduce que “supongamos que yo estoy equivocado; pero ¿no tengo mi derecho humano, eterno, supremo, a la libertad de conciencia? Tengo el derecho a no ser beatón ni supersticioso, si quiero, y, por esto, naturalmente, me ha de mirar con malos ojos más de un individuo hasta la consumación de los siglos”. Ninguna época ha estado tan pausterizada como para que la individualidad humana no sea un jurado ineludible, cuya sentencia conoce cada quien y, que a medida que el Pathos de la época amplía la libertad colectiva, empiezan los otros a saberla. La fiera realidad de la intimidad humana se escapa de tus numéricas manos igual que cualquier ser creativo busca el agua lejos de tus dedos, positivismo. La tecnología desgarradora de la pluralidad; la biosfera saqueada sin piedad y, cómo no verlo, esa violencia aplaudida por una racionalidad matematizada inserta en un túnel unidireccional; la vivencia humana estrecha, monotemática, superficial y cíclica; caminito que conocemos como civilización occidental, como cambio climático, caminito perversamente pavimentado por la matematización de las presencias. Si la ciencia se agota en los límites del dos más dos son cuatro, la crisis ambiental carece de salida; cualquier taquígrafa sirve. El remedio para sanar la enfermedad climática del planeta y la tangencialidad superficial de la vivencia individual, se llama diversidad. Enfocarnos en propiciar la diversidad, esa es la tarea ambiental de hoy, esa fue la tarea de Fiódor. Arte y Ambientalismo, senderos siameses del organismo simbólico, íntimo y comunitario que somos. Así vanagloriados por la falta de dicotomías, de esa manera ensillados cual “rocín antes” de saberse asno, el positivismo anestesió el último par de centurias; ahora confía en que no desarticularemos su coartada. Coartada que “prueba”, que “demuestra”, su supuesta inocencia en los desastres inferidos al destino mutuamente global e individual. Asepsia numérica, neutralidad objetivada tecnológicamente, bata blanca de irreprochable desdén por la persona concreta, son las virtudes in vitro que de sí mismo pregona el dos más dos son cuatro; que pregona con trompetas de supuesta neutralidad y que con claros clarines se auto define apolítico. Supone que, como payaso que en el fondo se maquilla, de antemano calculó el porcentaje de nuestra risa. Nos tiene “medidos”. Mientras no demos un paso afuera de sus predios, la “semiciencia” logra que sus críticos desdeñen, desdeñemos, intentar la simple sugerencia de un reproche, la verificable contravía de la caída de una peligrosa gota de nuestro equivocado sudor. No te enteres que Anna Grigorievna alguna vez se detuvo en la papelería Gastinity Dvor, que papel compró y que ella, siendo como era de verdad taquígrafa, bajó por el callejón Stalarniy y, oye, menos, mucho menos sepas que golpeó en una puerta. No menciono que esa puerta se abrió. Entra, lector; lectora, entra. El fondo necio, la curtida cicatriz, la rota noria de la ingenuidad, el hecho de desmerecerse a fondo, ciertas angustias, lo definitivamente humano, tú, sí, oye, tú tal vez no ahora pero en el fondo necio, tú; en la curtida cicatriz, tú; en el hecho de desmerecerse a fondo y en ciertas angustias, tú; tú que oyes tu propio deseo de comprender el cambio climático; ese deseo no te será cumplido sin incluir lo que Fiódor trajo al banquete de los
argumentos y al ágape de los siglos, lo que gravita por fuera del dos más dos son cuatro, lo invalidado por el positivismo, lo que animó a Ana Grigorieva Snítkin a comprar papel, a recorrer tal callejón, a golpear dos veces en esa puerta, que será tuya si la abres. Abre, te digo. Abre, ¿qué? Abre tu vida a la complejidad. Sacúdete de la “semiciencia”. Aquí estamos, sí; aquí estamos, Fiódor, Anna y yo, a la espera de que abras. Sospechamos que ni la Pacha Mama ni nosotros tres somos abarcables por el dos más dos son cuatro. Y, ¿tú?
EL RITMO DE LOS COLORES Y EL ESPACIO DE LAS COSAS
El duelo a muerte contra el positivismo institucionalizado provino del arte en los siglos XIX y XX; ahora proviene del ambientalismo. El rostro del dos más dos son cuatro, tras el duelo, tras el duelo institucional o tras el duelo personalizado, no se observó despeinado ni enfático. El arte, en cambio, conservó en la memoria un trazo de aquel duelo y se puso de espaldas al dos más dos son cuatro. El arte, o sea el arte todo, las nueve musas y Safo también; cómo no, ya que sin ella estaríamos incompletos; se rebeló contra la tiranía de la racionalidad positivista. Van Gogh le corta la cara al paisaje, desmiente las líneas que separan los cuerpos unos de otros, desata la espacialidad del cojo ritmo cartesiano, redondea el espacio porque quita lo cuadrado al paisaje cuando le proporciona un puñetazo en la mandíbula a la exactitud. Anima la visión de los procesos en movimiento en contra de la indudable elegancia sicológica del “Troppo vero”, para ponerlo con las palabras expresadas por Julio II ante lo que, al retratarlo, el de Urbino puso o propuso en el lienzo. El espacio de Newton, que es el de Kant, el del positivismo institucionalizado, el cada vez menos tuyo o mío, el cartesiano, el de la lógica formal, el del dos más dos son cuatro, lo rompe van Gogh. Otras físicas, otras lógicas, otras matemáticas, ritman los colores porque las cosas ocupan los espacios de forma distinta sin dejar de ser ellas, las casas casas, manzanas las manzanas. Pero no son iguales a las casas o a las manzanas de Newton o de Rafael. El espacio apareció fluyendo, impreciso pero sólidamente ahí, atado sí, sí, claro, como hoy nos parece evidente pero para las calendas del Siglo XIX la ruptura del espacio por parte de los impresionistas se recibió con escándalo similar a la ruptura del tiempo bíblico por parte de Darwin. Theodore Duret (Les Peintres impressionnistes. Floury, editor. París) resumió el asunto en 1906: “En las obras impresionistas los contornos no quedaban tan determinados, ni las líneas tan rígidas, ni las formas tan precisas. (…) Sólo podía lograr estos efectos suprimiendo los rígidos y
estáticos contornos. (…) Lo que quería expresar eran sensaciones de movimiento y de luz, y únicamente podía conseguirlo dejando a menudo sobre el lienzo líneas indefinidas y contornos flotantes. El público se encontraba, por tanto, desconcertado ante las obras de los impresionistas, que le ofrecían un sistema de colorido, una variedad de tonos y un destello de luz completamente nuevos; estas obras ya no le presentaban lugares escogidos, motivos arreglados, a los que estaba acostumbrado, sino que sustituían las líneas determinadas por un toque amplio y contornos indefinidos. Al no poseer estos rasgos que el hábito consideraba esenciales en toda obra de arte, producían el efecto de algo grosero, monstruoso, simples bocetos o esbozos sin formas”. Este nuevo esqueleto de la espacialidad construido por los impresionistas desconcertaba por igual a las señoras rezanderas y a los intelectuales de vanguardia. Oigamos a Zola (Mes Haines. G. Chanpentier, editor. París, 1879): “La primera impresión que produce un lienzo de Manet es un poco dura. No se está acostumbrado a ver plasmaciones tan sencillas y sinceras de la realidad. Luego, ya lo he mencionado, hay unas elegantes rigideces que sorprenden. Al principio la mirada no advierte más que amplias tintas. Pronto los objetos se diseñan y ocupan su lugar; al cabo de unos segundos el conjunto aparece vigoroso y se experimenta un verdadero placer al contemplar esta pintura clara y grave, que refleja la naturaleza con brutal suavidad, si se me permite esta expresión”. La línea mata de inanición los flujos ya que no son mensurables a tajadas, como lo hace la lógica formal. Pierre Francastel (Peinture et Societé. Audi, editor. Lyon, 1952) habla de “una especulación sobre un espacio desprovisto de contornos, así como de profundidad encuadrada y mensurable”. El espacio se rompió hacia adentro, hacia el flujo, casi Tao; murió el número pues lo uno, casa, manzana, se diluye. Lo “mensurable” feneció con la desaparición de la línea que separa esto de lo otro. Lo que Leucipo le preguntó a su discípulo, Demócrito; lo que plantea el Impresionismo a la filosofía; lo que la filosofía elude, sigue en el centro de cualquier noción sobre el Universo: ¿lo infinitamente próximo, el aire y tu piel, el ánfora y el vino, la nave y el mar, están separados o unidos? Duret habla de “contornos indefinidos”, Zola alega que “los objetos se diseñan” y así “ocupan su lugar”. La línea no es la única visualización real para delimitar el espacio ocupado por los cuerpos pues el mundo está compuesto por pequeñísimas partículas, que ese par de griegos llamaron atomos, que mantienen atados los organismos y los cuerpos a sus propios límites. René Hyughe (L´impressionnisme et le Pensé de
notre Temps. Prométhée, num. 1, febrero de 1939) vierte el líquido amniótico: “La ciencia divide la materia en millares de millones de átomos que hacen del universo un inmenso magma de partículas infinitesimales en torbellino, en el cual el azar y la lógica de las asociaciones crean los cuerpos, las formas y los objetos como otros tantos fantasmas provisionales. El impresionista, por su parte, practica un divisionismo análogo: nada de contornos, formas y objetos diferenciados sino un espolvoreo de manchas coloreadas, la unión y el agrupamiento de las cuales engendran la ilusión de las cosas”. La racionalidad positivista tampoco vio con buenos ojos la ruptura del espacio por parte del Impresionismo: para ellos lo que sirve para la ciencia no sirve para el arte. Desde y después del Impresionismo, las artes plásticas no son más que la diversidad consuetudinaria del distanciamiento respecto al dos más dos son cuatro. Me salgo de la lógica formal, dijo cada cual; juntos enunciaron con colores el tránsito móvil de la luz y, en efecto, no volvieron al redil domesticador empotrado por el positivismo, enclaustrado en el dos más dos son cuatro, en el “naturalismo” renacentista, el paisaje tal cual la falta de complejidad lo percibe. Tiraron la precisión al suelo, la estrellaron contra el piso, no por falsa, no por enferma o traumática, sino por estrecha, por ser un pedacito, un fragmento, de la emocionada autonomía intuitiva de la racionalidad. No te negamos, oh dos más dos son cuatro; positivistas, qué eficaces son ustedes; precisión, qué útil eres. Solamente notamos que poco representan la inmensa verificación de los rincones del minuto, la variedad de los recovecos enhebrados en las horas y por las horas, la miríada de los días agotada en lo escogido ayer; en fin. Raskólnikov no cabe en el dos más dos son cuatro. La veranera de mi antejardín tampoco. Antígona, la de antaño, y Antígona, mi pastor alemán, menos. Así pues, el arte fue el primer órgano simbólico, el primer rebelde, ante la tiranía positivista, ante la excluyente racionalidad matematizada. Mientras supusimos que la complejidad remitía su exclusividad a lo humano, el grito del arte afrontó, él solo, la afrenta. Cuando la fragilidad biosférica se rompió por los tejidos sistémicos de su complejidad, cuando notamos que la complejidad ecosistémica no es menor que la humana, era tarde. La habíamos fracturado. ¿Qué potente martillo asestó la gramática del golpazo que arrasó tanto con la complejidad humana como ecosistémica? El positivismo, el dos más dos son cuatro, el que quepas dentro de esa fórmula, ese es el tal martillo. Por esta razón, y para salir de la
encrucijada actual, para sabernos posibles frente al cambio climático, debemos no limitar nuestro acercamiento a la “ciencia” a aquello que su versión actual quiere mostrarnos sino que, dado que una porción de la libertad la garantiza ser necio o sentir remordimiento, frenamos. Byron ni siquiera tiene la obligación de ir a Missilonghi para morir por una Grecia dos mil años sepultada. Ir hasta el arte entrega las herramientas para salirse del positivismo. La matematización de la racionalidad actual no se derrota desde dentro de su propia lógica; las tautologías no son proclives al suicidio. Entonces, ya allí y no antes, la mueca, el eructo, la sazón olfativa de los sobacos del positivismo institucionalizado refrendan lo aconsejado por los callejones sin salida: devuélvase. Hasta el cansancio de la biosfera llega el callejón sin salida del positivismo; de ahí no pasa. El desarrollo que la humanidad merece camina para el otro lado. Recorrer a pie el sendero del arte ayuda desprenderse de la inmediatez espacial, aquella pequeñez que reduce los horizontes.
ENSAYO VI: APUNTES PARA UNA CLASE DE MATEMÁTICAS
¿Y no sabes tú que a pesar de que hacen uso de las formas visibles y razonan sobre ellas, no están pensando en esto sino en los ideales que las formas reflejan; no en las figuras que dibujan, sino del cuadrado absoluto y del diámetro absoluto, y así sucesivamente? Las formas que ellos dibujan o hacen, y que dan sombra y se reflejan en el agua, son convertidas por ellos en dibujos, pero en realidad ellos están buscando encontrar las cosas mismas, que sólo pueden ser vistas con los ojos de la mente. La República Platón
Unidad de los Saberes; o sea más que interdisciplina, más que multidisciplina, más que intradisciplina y más que et similia; Unidad de los Saberes rota cuándo, tajada desde cuál racionalidad y si esa herida genérica continúa entre nosotros; ahí termino y así comienzo: matemática, mathémata, o mejor, tà mathémata, en Grecia significó "materias de enseñanza”30. Proviene de la palabra “aprender”, manthánein. Para un griego antiguo todo lo que se enseñaba se llamaba Matemática. No se referían a las matemáticas tal como entendemos el término hoy, operaciones numéricas aprendidas a través de una materia más del Currículum, oh, no; reseñaban a todos los conocimientos dignos de ser ya no aprendidos porque estos pasean un benéfico autismo en cuanto a lo que pretende obligarlos, sino los considerados dignos de ser enseñados, fueran filosóficos, médicos, astronómicos, de carpintería, orfebrería, del manejo del poder, agrícolas o de cualquier índole. La diferencia entre los saberes dignos de ser aprendidos y los dignos de ser enseñados estriba en la posibilidad de libertad en las generaciones que arriban. Baste, por ahora, establecer que tà mathémata designaba a todos los Saberes en su unidad pedagógica.
La Aritmética entre los griegos también señala una cosa distinta a la actual. Para ellos, lo que nosotros llamamos aritmética, se denomina Logística31; o sea cálculos prácticos, como los de Tales al medir la distancia de un barco hasta la orilla, como los de Anaximandro al diseñar el primer mapa, como los de un 30
. Lloyd, G.E.R.. Ciencia y Matemáticas. El Legado de Grecia de M.I. Finley. Página 270. Cito a Lloyd pero abunda la historiografía al respecto; Heath y Singer, por ejemplo, enuncian intuiciones necesarias, algunas aquí planteadas; Bernal y Farrington validan la data consignada. 31 . Ídem.
carpintero al construir un mueble; o sea, vale decir las cosas numeradas por numerables, las cosechas, la cantidad de clavos o de madera, de ciudades, de estrellas, de personas, de animales domesticados. La Logística trata de los números concretos. Ahora bien, para ellos, los griegos, la Aritmética circunscribe los números considerados en sí mismos32. Estamos frente a los números no referidos al entorno ecosistémico o biosférico ni al espacio exterior, tampoco a la Cultura, al comercio, a los espacios socialmente arquitectarudizados ni a los mapas ni a la construcción de vías; no se refería a las cantidades de ríos, de mares, de animales domesticados o de clavos o de ciudades o de habitantes en una ciudad. O sea, entre ellos la Aritmética engloba los números absolutos, bien denominados números abstractos.
Antes de Aristóteles el término tà mathémata se usó en su concepción original. Incluso Platón utiliza el término tà mathémata de manera indistinta; para denominar la dialéctica, la logística, la geometría plana, la geometría sólida y la astronomía33. Para Platón todavía la acepción tà mathémata incluye una parte de las que hoy llamamos ciencias humanas, la dialéctica, la retórica. Pero lo importante es que no separa de las ciencias naturales la tà mathémata, no la vierte ajena a la Physiké. La tà mathémata es todavía para Platón una referencia de todos los elementos del tejido simbólico plausibles de enseñanza. Tà mathémata, para Platón, abarca el conjunto de todo lo que se debe enseñar. Aristóteles estableció la diferencia fundamental entre tà mathémata y las ciencias naturales34. Rompió la unidad de la tà mathémata; unas sujetas a la Phisiké porque se verifican mediante su probable armonía con el entorno y otras no. Aristóteles construyó este error fundamental de los saberes actuales, que les impide funcionar 32
. Ídem. . Ídem. 34 . Ídem. 33
orgánicamente como sistema simbólico; estos y aquello van para lados distintos. Veamos cómo lo plantea Lloyd: “Así, en Aristóteles, que fue el primero en abordar la diferenciación sistemática de los distintos dominios de la investigación, mathematiké difiere de physiké en que, no obstante tener los cuerpos materiales volumen, superficie, líneas y puntos (que son los objetos de estudio de la mathematiké), el matemático los investiga con abstracción de los cuerpos materiales mismos”35. Queda bien planteado el problema. Recordemos la antesala de estas palabras, la definición de la ruptura epistémica que da Platón en la República.
Ya en tiempos de Aristóteles unos saberes no se estudian como parte de la Physiké, tales como la astronomía, la óptica, la mecánica o la armónica. Se estudian como simples matemáticas aplicadas con “abstracción de los cuerpos materiales mismos”. Aunque Aristóteles reconoce que la astronomía, la óptica y la armónica son “las más físicas de los mathémata”36, esto no objeta que tajó en dos unos saberes que hasta entonces permanecían unidos. Que sea así como debe ser: he ahí un camino del pensar en tierras no otras. El origen de lo que taja la unidad de los saberes empieza en cuán holística dentro de cada saber es su parte matematizable respecto a su objeto de estudio. En el fondo el murmullo de la voz de Kant: la libertad no cabe en los saberes destinados al entorno ecosistémico; lo humano no es matematizable; lo ecosistémico, lo biosférico, sí.
En el viaje de la Modernidad esta separación condujo a la filosofía, a la ética y al arte a saltar por la borda, a dejar de navegar en la misma embarcación de las ciencias naturales, todas, y de algunas corrientes de las ciencias sociales; dejar de navegar en la misma embarcación, aclaro, pero no en el mismo 35 36
. Ídem. . Ídem.
mar gnoseológico, único e indiviso él por encontrarnos en este sitio de la Vía Láctea en este momento específico tras el Big Bang; mar gnoseológico, por ende, del cual no cabe la posibilidad de saltar por la borda; el Universo es lo único que hay. O la matemática se hace espejo proactivo de lo que hay o miente; miente con simetría, concatenada internamente miente, sí, cierto. El criterio de certeza se valida con respecto a lo que hay, no en la concatenación abstracta de fórmulas domesticadas por la lógica formal, parapléjicas para la complejidad factual de la evolución.
La resiliencia a lo matematizable perfila cada saber; cada saber se pretende lo íntimo de la mathemata griega. Mientras en la escala de la evolución el objeto de estudio de un saber posea mayor cercanía con el día de hoy, mientras más lejos esté del Big Bang, resulta más difícil de matematizar. La complejización de la energía en su lento avance, la denominada evolución, los miles de millones de años allí resueltos en ímpetu, la pulsión termodinámica en su ser ella, diversifica las funciones de lo posible debido a internalidades fenoménicas insustituibles. A medida que ello sucede la complejización se hace menos permeable a ser matematizada. Nada de esto administra una línea de ascenso permanente; por el contrario, la complejización de la energía forcejea con aquellas sus propias internalidades que se resisten a cada paso y cae; sí, cae y no se levanta; muchas veces así se queda, tendida en un callejos evolutivo sin salida, como los celenterados; en ocasiones vuelve y levanta ritmo; de las tensiones proviene, viene a ellas, es ellas pues al vagar por lapsos y comarcas encarna los flujos mutuos de aquello que resiste y de aquello que insiste; queda convertida en la tensión misma.
Pretendo que ahora se entienda un poco más, como época, digo, la causa por la cual no es serio dejar de reflexionar sobre las consecuencias de tomar “los cuerpos materiales (que tienen) volumen, superficie, líneas y puntos” como una camisa de fuerza con la cual después se sujeta el movimiento colectivo del entorno ecosistémico o social y, también, cómo no, el del individuo humano; el individuo ecosistémico, el caballo tal, la florecilla aquella, el viento éste, los Farallones de Cali, la vaca cuyo lomo como, la zanahoria y la manzana, el individuo ecosistémico, digo, carece de visibilidad y aún de argumentabilidad tras siglos y siglos de una estrategia adaptativa, la de la Modernidad, que vuelve ajenas las especies no Sapiens e “inexistentes” los individuos que las constituyen. Así se establece que la matemática se relacione con el entorno en una sola dirección: la que toma por idónea su lógica interna, sin incluir aquella lógica factual del entorno, ya que este es el conjunto de “los cuerpos materiales mismos” de los cuales se “abstrae”. Es una separación que dura hasta hoy y que debemos transformar en aras de construir la unidad de los saberes, paso indispensable para intentar la unidad entre lo humano y la Madre Tierra.
Antes de Aristóteles los componentes del tejido simbólico se estudian en su conjunto bajo el nombre de tà mathémata; Aristóteles rompió esa unidad. Esto ha influido decisiva y negativamente en que los saberes de la Modernidad no funcionen como un sistema. Rotos, cojos, tartamudos, bueno, está bien; aún así mucho los amo, cierto, pero no sirven para la coyuntura biosférica actual. La separación de los estudios matemáticos con respecto a los estudios del ecosistema y de la biosfera, de la tà mathémata con respecto a la Physiké, en parte es responsable de los problemas ambientales actuales; en la parte aquella que afecta el esqueleto de la cosa. La matemática
suelta, sin restricción, andando a su antojo, produce lo que en buena medida lleva sin freno ni medida a expoliar los ecosistemas y generar la arritmia de la genérica biosfera. Suponemos que la ciencia es adecuada mientras funcione la máquina que construye, mientras funcione como instrumento; es decir, mientras no falle. Esto se hace sin pensar en que los ecosistemas y la misma biosfera tienen límites. Punto. Límites tras los cuales la Némesis, la reacción, la patada de mula, la venganza de los ecosistemas, la tos biosférica, devienen en insostenibilidad de la estrategia adaptativa de la Modernidad. El problema de una tà mathémata como rueda suelta dentro del funcionamiento del tejido simbólico, tal como la construyó Aristóteles, tal como la Modernidad en falso la garantiza sin fecha de caducidad, es la causa de la irracionalidad de las ciencias del siglo XX. La efectividad del científico llegó a estar en directa contravía con el bienestar de sus congéneres. Un científico nazi se esmeró por encontrar un gas más adecuado para matar personas. Es un científico irracional. Hiroshima no hables, nada digas; tu mutismo a pausas grita en la primavera silenciosa.
Pero es más grave. La matematización abstracta pertenece a los científicos; sus resultados no. Baste el vasto dolor de Alberto Einstein al enterarse de lo ocurrido en Hiroshima y Nagasaki mientras lo tentaba el recuerdo de su carta al presidente de Estados Unidos para que los Aliados se adelantaran a los Nazis en la construcción de una bomba nuclear. Einstein consideró mandar esa carta el peor error de su vida. Uno de los hombres más pacíficos y buenos construyó una teoría puramente matemática que derivó en el artefacto capaz de equiparar una ciudad con un instante. Los científicos postmodernos pretenden manejar la genética cuando solo la perturban; suponen, en su
candor de cristal, que ellos tienen la misma potestad sobre sus experimentos in vitro que la que poseen sobre los resultados de allí salidos al ser objetivados socialmente. Están encargados del manejo de sus experimentos, no de sus consecuencias; tributan denarios a la ruptura aristotélica de los saberes.
Así que la fractura epistemológica es fuerte: las matemáticas dejaron de verificarse en las posibilidades reales del entorno tanto humano como ecosistémico o biosférico pues se obnubilaron en la precoz pertinencia de su aplicación tecnológica. Causa: la fractura entre saberes matematizables y saberes no matematizables; fractura de la noción que valida la certidumbre, cualquier certidumbre. Consecuencia: una tecnología por fuera de la capacidad de resiliencia de la biosfera y de los ecosistemas locales y regionales. De esta manera las matemáticas arrastraron, arrastran, la civilización globalizada a una cruda fractura con sus posibilidades reales: la falta de empatía rítmica con el flujo biosférico, la fractura entre lo humano y la Madre Tierra.
ENSAYO VII:HISTORIA DEL MINUTO (MATEMATIZACIÓN DEL TIEMPO)
Casa de los colores Octubre 2010 Cali
¿Qué cabe en un minuto? Cabe mucho, si se trata de aquel en el cual un átomo arrasó Hiroshima pero de uso poco encierra en su sucesión cotidiana de rutina aconductada. Ahí vive nuestra noción de minuto, como una unidad que determina un lapso susceptible de llenarse de tal o cual manera. ¿Será que llegó la hora de sacudirnos del minuto ataviado con tan breve noción? Preveo que una enormidad sujetadora nos espera detrás de la historia del minuto. El conteo de un minuto, su validez, no resulta neutro; oh, no: implica la matematización de tu día, de tus remordimientos, de tus angustias, el contento lapso de cuando eres realmente feliz, o sea, tu ritmo vivencial; en fin, ya lo adivinaste, se trata de la matematización del uso del Tiempo, individual o colectivo, biosférico o humano. Hablo del uso y no del Tiempo, cuya autonomía recorre galaxias y estrenos de Hollywood; cuya autonomía respecto a lo que puede lo humano no podemos mitigar. Es así porque no lo podemos transformar, no lo podemos domesticar; al Espacio sí. Por eso nos relacionamos distinto con cada uno. Más que domesticar el Tiempo nos hemos autodomesticado, los humanos, digo, mediante su matematización. La Modernidad, como estrategia adaptativa, depende de la matematización del uso del Tiempo. Lo que estoy nombrando no es la medición del minuto; es hora de ir más allá; de acudir a la autodomesticación ejercida por medio de la tecnologización matemática del paso del Tiempo. Eso es Christiann Huygens (La Haya, 1629 – 1695) como vértice histórico, no como persona; la complejidad individual excede la representatividad de quien se erige como ícono de época. Rige, pues, desde sus días hasta los nuestros su concepción tecnologizadora de la matematización del mundo; rige significa que gobierna el planeta esa propensión para que la tecnologización redunde en explícito confort; gobierna implica que así lo ordena desde la fundación de la Academia de Ciencias de Francia, que acompañó Huygens bajo la designación de Luis XIV. Basado en las investigaciones de Galileo sobre el péndulo, Huygens en 1657 construyó el primer reloj tal como lo
conocemos. Antes no eran confiables y poseían una sola manecilla, la de señalar las horas. El mecanismo pendular ofrecía una precisión constante, por lo cual en 1675 Huygens alentó al Rey Sol para sistematizar la empatía horaria en el territorio francés. Así se hizo. Lento y complicado, el proceso se demoró; con los años pudo fabricar en serie el nuevo reloj, en 1687. Contenía tres manecillas, algo inédito; una para las horas, otra para los minutos y la tercera para los segundos. Por primera vez un territorio constituido por muy diversos pueblos, usos y dominios, repartidos en entornos ecosistémicos diferentes como los marselleses mediterráneos y los rubios normandos, encausaron sus cuitas al unísono, ritmados por un atavío tecnológico: el Reloj de Huygens. Por vez inicial, el acercamiento simbólico y la inclinación actitudinal respecto al paso del Tiempo se dictó con relación a otro lugar, París, por lo cual cada región ya no ejercía, ni siquiera presentía, la antigua medición lugareña del Tiempo. El Tiempo dejó de ritmarse bajo las circunstancias del entorno; se salió del ecosistema dado, fuere cual fuere; la ruptura entre el ritmo del Tiempo y el entorno ecosistémico taja nuestro día, para bien o para mal. El uso, la percepción y la validación mediante los hechos dejaron de enmarcarse en la ineludible cotidianidad de los lugareños y pasaron a la tutela de una especie de contrato social que en nada se sujeta o se atiene o se cimbra con el hecho de que, por ejemplo, el Sol aparece más temprano en los llanos orientales colombianos que en mi ciudad natal, Cali, al occidente del país y, sin embargo, la hora no varía; pero varía unos metros más allá de la frontera con Venezuela. Esta es una característica sin la cual ignoraremos los fundamentos de estos días. Pronto Londres se equiparó con París. Situémonos en 1800: la revolución industrial somete a la población europea a la ferocidad del Reloj de Huygens; Malthus pronuncia la maldición demográfica en Las Leyes de los Pobres: ya que los recursos no alcanzan es ley que mueran los más débiles. Proveniente de las ciencias sociales resultó un libro determinante para las ciencias naturales: Darwin lo escoge como compañía de cabecera en el Beagle y sobre ese esquema centra el mecanismo de la evolución en la sobrevivencia del más apto. Dickens desnuda la eficacia
atroz del minuto como impuesta medida del Tiempo; en lo laboral con sus niños; por favor, sus niños; en el transporte con su famoso símil, en Dombey & Son, que constata la rendición del Sol ante la precisión con la cual el Reloj de Huygens domestica el arribo de los trenes; en lo sicológico con sus avaros retorcidos, rígidos e infelices, incluido Dombey; en lo educativo, en lo familiar, etc. Pero, claro, París y Londres no son París y Londres; son sus colonias. Sin sus colonias, ni París París ni Londres Londres; eso es sabido y aún no pagado. Lo que resulta novedoso constata que sin el Reloj de Huygens no habrían sido lo que fueron a partir de 1700. El Reloj de Huygens expandido por el planeta década tras década, mar tras mar, pueblo tras pueblo, ejecutó uno de los pilares del colonialismo: allende la mar océana con una zancadilla de buques de guerra hizo trastabillar la relación entre el territorio simbólico con el territorio físico, puesto que los sacó de la temporalidad efectivamente a ellos atada, ya en África, en Oceanía, en Asia o en América. El puerto desde el cual zarpó el colonialismo, Greenwich, nombra, dicta e impone uniformidad al paso de los minutos. Uniformidad sin la cual la globalización deviene parte de lo imposible. Los continentes le reportan a la ciudad, a Londres, a París, a Madrid, a Nueva York, a Shanghái, etc.; le han de seguir el paso comercial, el ajetreo de la imposición de nuevos dioses en el lar simbólico, por el cuello agarrados con la férrea mano de una racionalidad que no admite otras temporalidades, otras formas de pasear por el día.
LA POLINIZACIÓN DE LAS ZONAS DE LA NADA (Notas de diálogo de los saberes ambientales sobre metodología, pedagogía y modelos de investigación)
Felipe Angel
Prólogo
Al retomar los apuntes sobre el diario trasegar encuentro con enfática frecuencia la circunstancia según la cual el ambientalismo no cuenta con un acerbo simbólico que lo identifique como tal en su planificación y praxis gestora, investigativa o pedagógica. Así como no hay una pedagogía ambiental sino que en la Educación Ambiental se aplica ya el Constructivismo, ya la Escuela Nueva, ya el método Waldorf, et similia. De ese mismo talante, lo que es cierto para la Educación Ambiental no lo es menos ni para la Investigación Ambiental ni para la Gestión Ambiental, cuyos ejercicios se ciñen a metodologías y modelos de investigación traídos de las ciencias humanas, sea de la sociología, sea de la antropología, etc., o recabados en las ciencias naturales, ya de la ecología, ya de la biología, etc. Ninguno es propiamente ambiental. Eso demarca consecuencialidades mejorables. Pensemos que, hoy por hoy, en estas tierras bárbaramente regaladas a un navegante loco por una lejana reina que nunca su pie posó sobre ellas, la interdisciplina se ejerce con base en ese poco específicamente ambiental acerbo simbólico, constituido por modelos de investigación, metodologías y pedagogías ajenas. Como obstáculo casi siempre, a veces como derrumbe, esto ha menoscabado la ambientalización de la interdisciplina. ¿Cuál es la causa que nos ha hecho demorar tanto para preguntarnos si una pedagogía ambiental, un modelo ambiental de investigación, una metodología ambiental de gestión, encarnan la necesariedad o siquiera la conveniencia? ¿No está “eso” en el centro del debate sobre la construcción
de saberes ambientales? O, vaya, claro, habita en esta Madre Tierra la otra vía, la de declarar que “eso” no hace parte de los saberes ambientales. Otros ahondarán en esta vertiente; yo no, salvo como réplica dialogada. Lo cierto es que nos encontramos frente a una partición de aguas que las corrientes nutricias del pensamiento ambiental no pueden eludir. Esconder las preguntas desemboca en eludir las respuestas. Peor aún, conlleva renunciar a lo más preciado de los saberes ambientales, que pasa por responder ante realidades concretas locales, regionales, nacionales y globales. Ese responder no se reduce al bravío pero, en la mismedad de su soledad, un poco bobalicón pragmatismo; asume, también y, de pronto, sobre todo, el sentido de la vivencia personal, de la noción de lo que significa vivir eso así y, obvio, de las inevitabilidades de la procedencia de esa vivencia. De esa manera, desde Argentina hasta México, desde el Caribe hasta los bosques de Temuco que criaron a Neftalí Ricardo Reyes Basoalto, después llamado Pablo Neruda, los ambientalistas latinoamericanos construimos el futuro, que no cesa de llegar. No es tarea fácil en cuanto que no hallo otra más difícil. Pedagogías, modelos de investigación y metodologías nacen en medio de pueblos maduros; es decir, de pueblos que ya no eluden ser ellos mismos. Se ha avanzado. No en las particularidades ya anotadas de lo ambiental; cierto. Pero, así provengan de saberes que ellos mismos no se consideran ambientales, son huellas que trazan direccionalidades a los posibles senderos identitarios. En Colombia, los aportes metodológicos de Orlando Fals Borda en sociología son un buen ejemplo. Si en estas tierras algo se le exige a una pedagogía ambiental, a un modelo ambiental de investigación, a una metodología ambiental de gestión,
radica en que, más que permitir, ha posibilitar la construcción del perfil de nuestra identidad. Recalco que no es fácil. La primera generación de ambientalistas nuestros, que frisa los setenta años, compuso la sinfonía del horizonte, las variantes de lo abarcable y, así, sí, así trazó a cuáles esfuerzos dedicar nuestros sudores, ante cuáles tropiezos rabiar y ante cuáles llorar. Aprendimos de ellos que sin agua no es dable la plenitud de la vivencia humana, que nunca lo ha sido ni lo será, a no ser para quienes la limitan a una semana. Eso enseñamos. Sin embargo, una pedagogía ambiental, un modelo ambiental de investigación, una metodología ambiental de gestión, no nos fue donado a la segunda generación, a la cual pertenezco según ameritan mis 51 años. Esa segunda generación recibió, recibimos, una de las más gratas sorpresas en la historia del sedentarismo; el ecosistema, lo que las abuelitas llaman “la naturaleza”, atrapa y desnuca la racionalidad sobre la cual fuimos hechos, incluidos la ternura sabia del humanismo, el mimético paraíso, los poderosos y múltiples dedos de la metafísica, la contravía de la tecnología, la afrenta de una ciencia esclava ya que “no piensa”, la incomunicación entre personas cercanas, el tan temible como risible antropocentrismo, los años sin que la emoción sobre pase lo superficial, en fin; lectora, haz tu lista y evita leer una sola vez; lector, ¿para qué leer sin meditar sobre uno mismo?; en fin. Tras tal abismo; tras bifurcarnos entre lo que éramos y lo que ahora somos; tras desdorar ídolos falsos que amábamos, como Platón, como Píndaro, como Cicerón, como Kant; tras trastabillar y no levantarnos sino dejar que los hechos y el delicioso vino de Quíos que único abreva en la amistad hicieran esto último por nosotros; tras venir a
vivir en este mundo, ya no tememos al espejo: somos ambientalistas para poder ser transparentes con nuestra época. Reducidos a precisar el horizonte que nos fue legado o enclaustrados en ser alimento divulgador o dedicados a ser voces de la Pacha Mama inscritos en el exclusivo ejercicio de difundir, como devenir no hubiera estado mal. Muchas segundas generaciones ni siquiera eso lograron. Hemos aportado no un horizonte porque horizonte solamente hay uno; el nuestro es aquel que recibimos de los viejos. Hemos aportado lo que traza la manera en que funcionan las complejidades de ese horizonte, sin desmedro de que la ampliación no implica refutación sino camino recorrido. Ni la primera ni la segunda generación legó, hasta ahora y según mi leal saber y entender, una pedagogía ambiental, un modelo ambiental de investigación, una metodología ambiental de gestión. Por algún lado la ingenuidad del ingenio empezó a intuir lo que hoy llamamos escalera, lo que denominamos rueda o acueducto. Predecibles por lo que les quepa de falibles, estas letras quizá a la tercera generación en algo le ayuden a elaborar su fruición, a desrutinizar su dedicación y a verificarse sesudos y eficaces en la transparencia del ecosistema, que no llora por costumbre ni se enferma sin humanos. Las Zonas de la Nada Las Zonas de la Nada configuran el espacio donde actúan aquellos elementos que, en un momento y espacio dados, no están presentes o no lo están como solían. Un ejemplo: una especie extinta o en vías de extinción. Otro: una lengua de la cual ya nadie conoce vocabulario, sintaxis, etimología, precisión o fineza semiológica; sólo se sabe de su pasada pertinencia para individuos concretos. Uno más: una cuenca que fue de agua. Sucede así, igualmente, con un derrame de
petróleo que se acerca inexorable a un río o a una costa. Sabemos que distintas formas de vida ya no estarán allí tras el arribo del petróleo. Otro ejemplo: la relación de los caleños y caleñas con el agua, que, entre otras variables, pasa por el baño en río, como actitud heredada de una tradición indígena que aún hoy conserva vigencia. En 1900 ese profundo rito de la identidad de mi natal se llevaba a cabo en el Río Cauca; en 1940 en el Río Cali. No poderse bañar hoy en esos ríos es un elemento de las Zonas de la Nada. Ya no está. Se perdió no sólo como costumbre sino como posibilidad, al igual que se extinguen las especies de flora y fauna, como se secan los riachuelos, se desertifican los suelos, se cercena la diversidad civilizatoria de los pueblos o la pesca en la “subienda” del gran río de la Magdalena escasea. No obstante, la complejidad ambiental no es propicia únicamente para precisar las consecuencias negativas de la relación entre los humanos y el ecosistema sino que, igualmente, como un guante, se aviene a la mano de quien cava los pilares de la construcción histórica de la identidad de una comunidad dada o en la preservación del funcionamiento de la multiplicidad ecosistémica. Por ejemplo: el café colombiano es un elemento indiscutible de nuestra identidad culinaria pero no es endógeno; es un extraño que se nos instaló día, referencia, soberanía, fue traído por las carabelas y la conciencia europeas desde Asia, al lado de los esclavos africanos. El café se inscribe en las Zonas de la Nada durante el lapso en el cual no existía por estos lares. De allí, en un momento dado pasa a la esfera nutricia de las presencias. Si sale de las Zonas de la Nada, ¿dónde entra? A lo inexistente en un momento y lugar dados contraponemos lo que está vigente, no importa si envejece o rejuvenece. Lo denominamos Zonas de la Complejidad. Es lo que tradicionalmente las metodologías, las pedagogías, los modelos de investigación, asumen como horizonte a ser abarcado, en lo cual cabe una ahistoricidad manifiesta, una
validación del desconcierto al ver la inmediatez como totalidad y a lo humano como fenómeno que se autogenera. Cuando hablo de las Zonas de la Nada no me refiero a las acepciones tradicionales de tal vocablo. O sea, no se trata de la Nada inmensa, contrapuesta al Todo: aquella gran presa de caza de la filosofía metafísica. Tampoco a la Nada sartriana, esa enfermedad emocional de época. La Filosofía de la Naturaleza, por creer en la finitud del Universo y de sus componentes, acuña la noción de la Nada referida a los lapsos de finitud de las presencias en este mundo. Por lo tanto, se configura con base en elementos específicos tomados del pasado y del futuro en su relación con el ámbito presente de la investigación, de la educación o de la gestión. Hablo de una Nada real. Si ubicamos la plena presencia de una pierna amputada, si deducimos que el vaivén cojo de ese posterior caminar en algo varía la estabilidad previa, las cicatrices anuncian a lo que de educativo tiene lo ambiental. Quien con esto sufra óbice para ser feliz, o al menos para estar alegre, desdeña el poderoso y largo tejido de la evolución. No olvidemos que lo que propongo consiste en un espacio resiliente, no fijo, que, por ejemplo, incluye dentro de las Zonas de la Nada especies en vías de extinción. Esas especies permanecen aún en la Zona de la Complejidad, están presentes, y alguien podría entrever en ello una contradicción solamente si entiende las Zonas de la Nada como algo rígido y no como lo que es, una inclinación, una tendencia, una arcilla maleable por lo humano y que, al así proceder, al así burilar, esculpe lo que cada siglo define como humano. Una tendencia, una inclinación, que si ya cumplida, hablamos de una especie extinta; que si ya en proceso, decimos que todavía participa de la Zona de la Complejidad pero cada vez menos. Ese es el síntoma: la reducción de la participación de una determinada presencia en la Zona de la Complejidad. Si aumentamos la participación, por tomar un
caso, de las abejas en la Zona de la Complejidad de la flora urbana, ellas empiezan a distanciarse de las Zonas de la Nada. Ellas, sin las cuales lo humano no sobreviviría ni habría llegado a ser parte de las cuitas del mundo; ellas, digo, y lo que polinizaron, además de los comensales herbívoros y la sucesiva biomasa biodiversificadora por trófica; ellas nos restituirían con creces ese gesto. Devolver a las presencias su función, he ahí el objeto de las Zonas de la Nada. Las Zonas de la Nada reflejan en las Zonas de Complejidad las consecuencias, ya benéficas, ya mejorables, de la relación entre lo humano y lo ecosistémico. Con este ítem la complejidad ambiental deja de ser un ciclo, onanista en el sentido en que se satisface a sí mismo, para pasar a cultivar un choque cultural derivado de ver de un solo golpe las consecuencias sobre cómo la formación de la identidad de los pueblos se genera al transformar el ecosistema. Ya que lo humano no se rige por las leyes ecosistémicas, su adaptación deviene transformación del entorno. La polinización Oigo en la BBC que en Nueva York están propiciando la reproducción de abejas para incrementar la flora urbana mediante la polinización. Los antejardines son parte crucial del proyecto. Vendiendo la miel con algunos subsidios tributarios, se pretende convertirlo en una fuente de trabajo. Significa la noción y la práctica de introducir sustentabilidades ecosistémicas en las Zonas de la Nada urbanas. No es de menor cuantía intentar potencializar el sistema urbano mediante mecanismos de funcionamiento del ecosistema. Conlleva abandonar el esquema general de los últimos cinco mil años de racionalidad urbana, generada con base en su relación con el entorno; esquema general que consiste en desarticular el funcionamiento del ecosistema. Significa para estas limitadas pero no entrópicas palabras que usted lee, un símil ubicador de cómo puede procurarse la
ambientalización de las metodologías, de los modelos de investigación y de las pedagogías mediante las Zonas de la Nada. La abeja es una glotona de la diversidad, ya no sólo de especies sino de individuos dentro de una misma especie. Busca la flor, persigue el polen, se equivoca al escoger un camino, reclama su derecho a volver a intentar, lo encuentra, el polen es factible, le parece que se puede estar a bien con el Universo si se considera que no hay nada mejor, se nutre, lleva minucias de polen a otra flor, deja una parte y vuelve a emprender la odisea diversa de sus vuelos. Así una y otra vez. Pues así, igual, de la misma forma, el carácter sistémico del ambientalismo le impide considerar que un solo saber abarca las cuitas de este mundo. Como a la abeja, al ambientalismo no le basta el polen de un único saber. Bueno, también podría ir a pie, si llegado a su hálito encuentra que su estatura no alcanza para alzar la mirada y el vuelo, porque no logra convocar la verdadera vida de la intención. Si vuela, ha de nutrirse en la complejidad sistémica. Es la pedagogía de la polinización; es la metodología de la polinización; es la investigación de la polinización. Vale decir, cuando la interdisciplina nutre debido a que se nutre de varios saberes, desdeñando la anorexia de la especialización autista. El ego individual, la parcela epistémica demarcada por la necesidad de conservar el trabajo, los diálogos de saberes vestidos con el traje de un Otelo pseudocientífico que abruma la tarima y repite sus líneas, qué palo tan demoledor en las ruedas del movimiento ambiental latinoamericano, qué detalle de lo inane en que esta época convirtió a la posibilidad de confiar en algo más grande que el duelo personal, algo probablemente mayor que la estabilidad social individualizada. El aporte de las Zonas de la Nada lleva a ambientalizar nuestro ejercicio, sea educacional, investigativo, de reflexión o de gestión. ¿Por qué? Porque obliga a las abejas a ir hasta la
flor que no está polinizada o que no lo está adecuadamente. Ya no lo ve como una equivocación. Ahora sabe que aquella flor sin polinizar otorga, de ser incluida en el vuelo, la interdisciplinareidad que las abarca a todas. “Todellas”, diría nuestro señor Don Quijote. Él era un poco exagerado, así que diré que ese “todellas” se remite a cuantas a su alcance están. Cuando el aporte de cada abeja, de cada saber, se hace para trasladar a la Zona de Complejidad aquello que está en la Zona de la Nada, el caminante que tal sendero transita no podrá menos que ambientalizar su paso. Epílogo El propósito de estas palabras consiste, como paso inicial, en introducir un acápite capaz de ser insertado en varias de las metodologías, pedagogías y modelos de investigación actualmente en uso dentro de la gestión, la educación y la investigación ambientales; o, lo que es igual, ambientalizar esas metodologías, esas pedagogías, esos modelos de investigación. La experiencia ha ido demostrando, y hay que mirar si lo sigue haciendo, que la complejidad demanda, cuando menos, un ítem que fije el semblante ambiental. Ese ítem ha de dotar de la especificidad ambiental tanto a metodologías y modelos de investigación construidos desde y para otros saberes, así como a pedagogías elaboradas sobre gnoseologías no enfocadas en lo ambiental. En ese sentido de ítem propongo el paso inicial de las Zonas de la Nada. El que puedo dar yo. El siguiente paso no lo puedo dar yo sino Usted. Usted al aplicar las Zonas de la Nada a sus investigaciones, a su gestión, a sus principios educacionales. Decantado, abrazado por los lapsos, herido por las limitaciones y sanado por ellas, el devenir polinizador de las Zonas de la Nada quizá apetezca escenarios propios, integralidades participativas y direccionalidades específicamente ambientales. O si no, no. Usted decide, sin importar el ruido de los que hablan duro.
Al contrario de la creencia generalizada, el ambientalismo no comienza al mirar el entorno, al extasiarse con el prodigio del colibrí o el Río Amazonas en Belem de Pará, no; empieza cuando uno mira hacia su propio mundo interior, le quita la palabra al ego porque casi siempre habla para los demás y calla para uno, y así, desde la intimidad posibilitadora, desde la sabiduría de que lo humano no es necesariamente nefando ni obligatoriamente abusivo, entra con derecho propio a la fiesta de las presencias. Digo, antes de que se acabe y la resaca sea el pan de las generaciones futuras. Si así lo dejamos ser, aclaro. La Madre Tierra abruma nuestra tarde porque en las últimas décadas nos enseñó que las Zonas de la Nada pueden llegar a ser globales y negar las presencias de los sistemas vivos, incluidas la memoria, la certeza de que el día de mañana no faltará a su cita y, qué cosa, también aquella Tocata y Fuga de Bach.
ENSAYO IX: LA LIBERTAD DEL AGUA
El agua es la tarea básica que tenemos los educadores ambientales. El agua no es fácil de sujetar en la mano, pues se escapa y sigue su destino. Es más difícil aún sujetarla con el pensamiento porque el agua es más compleja que el pensamiento. Apenas estamos aprendiendo a escucharla. Por eso hablo hoy de la libertad del agua. Porque me he quedado a su lado mucho tiempo, recorriendo sus caminos, andando sus huellas. ¿Qué aprendí en este tiempo? Aprendí esto: al igual que un camino en una pendiente, la libertad del agua puede tomarse como quien sube o como quien baja. Es la misma pendiente. Hay que escoger si se sube o se baja. La libertad del agua tiene, pues, dos posibilidades. La una consiste en la libertad del agua entendida como el ciclo del agua. Es decir, el agua cumple su ciclo normal de evaporación, concentración en nubes, lluvia y escorrentía. Es libre en el sentido ecológico. La otra posibilidad se encuentra en el hecho de que la libertad humana proviene del agua. Son, de esa manera, las dos formas de entender la libertad del agua. Por una se sube la pendiente. Por la otra se baja. Son el mismo camino pero nosotros hemos de decidir cómo lo transitamos, hacia arriba o hacia abajo. Quizá no sea inoportuno ampliar la noción de que la libertad humana proviene del agua. La libertad humana no está solamente en su libertad de pensamiento. Es igualmente imprescindible la libertad que confiere el comer, el poseer salud, el cosechar, el tener ganado, el lavar la ropa, el no carecer de servicios sanitarios o de agua en la cocina, en fin. La libertad de sembrar la Madre Tierra es parte de la libertad tanto como la libertad de pensar. Hablo de la libertad humana en su devenir diario, en las cosas prácticas. Ningún ser humano ha sido libre jamás sin su ración de agua, ya fuere para beber, para cosechar, para bañarse, para cocinar, en fin, para llegar al final del día todos los días. Libertad humana y agua se necesitan mutuamente. Ahora bien, el agua que le concede libertad a los humanos es agua arrancada de su ciclo ecosistémico. Ya no se conduce como antes, cuando no era parte del sistema humano para apropiarse del agua, que llamamos, por ejemplo, acueducto. El acueducto implica un ciclo cultural del agua, distinto al ciclo ecosistémico del agua. El acueducto implica sacar el agua de su escorrentía, acumularla, distribuirla sin que derrame, llevarla hasta los distintos hogares y, al final, una manera de evacuar el agua ya usada, “sucia”. El acueducto es un ciclo que cumple el agua. Un ciclo determinado por la cultura, por los humanos, no por el ecosistema.
No solamente los acueductos emergen como un nuevo ciclo del agua, que llamo el ciclo cultural del agua. La electricidad que ilumina ciudades y campos, casi toda ella, proviene de hidroeléctricas. Es decir, de ríos que, como agua, pierden su ciclo ecosistémico y pasan al ciclo cultural. No únicamente el agua queda rota, queda apartada, queda fuera de su ciclo ecosistémico, sino, también, las tierras inundadas para la represa, los árboles, los matorrales, los pájaros, los animales, en fin. El riego de los campos destinados a la agricultura es otro ejemplo. Un jardín es otro. Quizá ahora pueda apreciarse mejor cómo la libertad del agua es una pendiente en la cual el ciclo ecosistémico es suprimido en forma inversamente proporcional al crecimiento del ciclo cultural del agua. Cuando usamos el agua para satisfacer las realidades de nuestra libertad, se la arrebatamos al ecosistema. Entender con claridad esta situación no menoscaba nuestra posibilidad de decidir si subimos o bajamos por esa pendiente. Tal vez puede ayudar a realizar una educación ambiental digna de sus retos. ¿Ayudar a qué? A amar el agua como amamos nuestra libertad de pensamiento porque ella es la madre de aquella otra libertad de no morirnos de hambre, de sed, aquella otra libertad de limpiar las ollas y la ropa, de sembrar la Madre Tierra, de prender un bombillo. Ayudar, también, a saber que toda porción de agua que desperdiciamos se la estamos quitando al ciclo ecosistémico. Es agua que ya no producirá oxígeno mediante la lluvia sobre los bosques, agua que ya no aliviará la sed de las mariposas y de los tigres, lagunas cuyo útero se quedará sin peces ni tortugas. Es agua, por eso mismo, que debemos respetar en su uso. Tenía una función por cumplir en el ecosistema. Ya no la cumple. Ayudar, entonces, a muchas cosas, de las cuales solo mencionaré una más. Las sociedades humanas, desde tiempos cuya memoria apenas estamos rescatando, se estructuran a partir del acceso al uso del agua. Enseñemos que la complejidad de la Madre Tierra está en el agua. Que el agua no es una presencia simple. Que de ella mucho, prácticamente todo, vamos a aprender. Que el agua es el hogar de la vida. Eso será cuando seamos capaces de escucharla, de verla en casi todas las cosas, de reconocer que la herimos. Eso, a su vez, será cuando entendamos qué hacemos los humanos en esta Madre Tierra. Empecemos por atender el llamado del Gran Jefe Piel Roja, Noah Sealth. Ese gran pensador, en 1854, enseñó que “La Tierra no pertenece al hombre. El hombre pertenece a la Tierra”.
PARTE III: HISTORIA
ENSAYO X: LA MEDICINA HIPOCRÁTICA COMO SABER AMBIENTAL
(ANOTACIONES SOBRE LA DIFERENCIA ENTRE HIPÓCRATES Y GALENO)
Agosto, 2004 Calle del Empedrado San Antonio, Cali Colombia
A mi debilidad, Nathali Angel Pereira, poco antes de tomar su Juramento Hipocrático
Me parece que esta enfermedad (la epilepsia) no es más divina que otra cualquiera. Tiene, como toda enfermedad, su causa natural. Los hombres piensan que es divina simplemente porque no la comprenden; pero si llaman divino a todo lo que no comprenden, ¡bueno!, las cosas divinas serían interminables.
Hipócrates de Cos De la Enfermedad Divina
1. INTRODUCCIÓN
Jurar es imponerse un código de conducta dictaminado por una específica perspectiva del mundo. Los médicos, para serlo, desde hace 2400 años realizan el Juramento Hipocrático. Ese bello acto de compromiso de y con la vida es el gesto más importante de las personas que se dedican a la salud de sus congéneres. A partir de allí son médicos. Pero en los tiempos que corren resulta una farsa. Debido a la alta necesariedad de la función social de la medicina, esta farsa esconde, más bien, una tragedia de época. Tragedia debida a que la medicina perdió su objeto de estudio. Tragedia fácilmente identificable si tenemos en cuenta la gran cantidad de consultas médicas que terminan con una confesión de ignorancia de parte del galeno: "Lo que usted padece es stress37". Los médicos de la época de Hipócrates denominaban "causas divinas" a lo que hoy diagnostican como stress. Cada vez que un médico dictamina stress, la medicina sufre una grave herida en su valoración social. El paciente, su familia, sus amigos, sus colegas laborales, piensan que la medicina sirve poco, sabe poco y ayuda poco. Tienen razón. Aquel médico que, escudado en un supuesto ejercicio de su fuero para diagnosticar, dice stress, huye de la ciencia, se afianza en la opinión personal y, lo que se viste de autoridad epistemológica, no es más que una triste constatación de su precario conocimiento sobre el funcionamiento de su objeto de estudio, la salud humana. El médico que así diagnostica alude a un término tan genérico como fuera de su objeto de estudio. No sabe qué es stress. Es una disculpa. No un diagnóstico. Renuncia en ese momento a relacionarse con la profesión que escogió y que ejerce. Lo terrible es que renuncia a su objeto de estudio, que es la salud. El médico que así procede es galénico, no hipocrático. Galeno es un reduccionismo biologista de Hipócrates. Para Hipócrates la medicina se concentra en la salud. Para Galeno, en la enfermedad. Los médicos de la modernidad son galénicos. Nada saben de Hipócrates. En falso le juran al filósofo de Cos. Sólo conocen a Galeno. ¿Qué hacen jurándole a Hipócrates? ¿Saben, para comenzar, la diferencia entre Hipócrates y Galeno? ¿Saben los límites que cubre esa diferencia? ¿Qué es medicina?
2. ¿QUÉ ES ENFERMEDAD?
Empiezo con una pregunta más específica. ¿Qué es enfermedad? La pregunta se puede responder de dos maneras, dentro de cualquier tipo de medicina, no importa cuál. Se puede responder desde Hipócrates o desde Galeno. No hay 37
Utilizo directamente el anglicismo de los médicos, stress.
más opciones. Hipócrates incluye a Galeno. Galeno excluye a Hipócrates, por lo tanto lo invalida. Bueno, como consecuencia de la pauperización actual de las implicaciones filosóficas de la medicina, es necesario comenzar aclarando lo obvio, lo que la razón y la conveniencia indican como simple y llana cultura general para quien, sabiendo qué hace, tome el Juramento Hipocrático. Hay que aclarar, pues, que para Hipócrates la medicina es filosofía, filosofía en su acepción completa, bajo cuyo amparo están subordinados todos los otros saberes, ya fueren de las ciencias naturales, de las ciencias humanas o del arte. Enseña Hipócrates en De la Medicina Antigua: “También estimo que, para conocer algo sobre la Naturaleza (Phisys)38, no se puede partir de ninguna otra fuente que de la Medicina". Como filosofía era tomada la medicina en Grecia, no sólo por Hipócrates sino como consenso social. La medicina como filosofía en igualdad de condiciones con el platonismo, con el aristotelismo, con el epicureísmo, con el estoicismo, con los jonios et similia. Esto es claro, como lo muestra Werner Jaeger en su Paideia. Dice con respecto a los sofistas: “El concepto de Naturaleza que hallamos con tanta frecuencia en los sofistas y en sus contemporáneos, nació en las esferas de la medicina científica. El concepto de Physis es trasportado de la totalidad del universo a la individualidad humana y recibe así una matización peculiar. El hombre se halla sometido a ciertas reglas que le prescribe la Naturaleza y cuyo conocimiento es necesario para vivir correctamente en estado de salud y para salir de la enfermedad. Del concepto médico de Physis humana, como organismo corporal dotado de determinadas cualidades, se pasa pronto al concepto más amplio de la Naturaleza humana tal como la hallamos en las teorías pedagógicas de los sofistas”39. Se pensaría que Jaeger no toca el tema de la influencia de Hipócrates en el pensamiento de Platón. No es así. Sabe de qué habla y con qué se enfrenta. Sabe quién es Hipócrates para la filosofía. Jaeger no sólo no ignora la influencia de Hipócrates sino que coloca la “ciencia” socrática basada en el Corpus Hipocraticum. Jaeger sostiene que “Las referencias al ejemplo de la medicina abundan sorprendentemente en él (Sócrates). Y no son casuales, sino que guardan relación con la estructura esencial de su pensamiento, más aún, con la conciencia de sí mismo y el ethos de toda su actuación. Sócrates es un verdadero médico”40. Más adelante anota que “sin exageración puede afirmarse que la ciencia ética de Sócrates, (....), habría sido inconcebible sin el procedimiento de la medicina (hipocrática)”41. La medicina actual perdió el papel de ciencia omniabarcadora, de conocimiento al cual han de derivar todos los otros conocimientos, como indispensable punto de llegada de todo saber. Cinco siglos después de Hipócrates, ya acabado el mundo griego, ya en pleno Imperio Romano, Galeno le arrebató a la medicina
38
Phisys incluye al ecosistema y al ser humano. . Jaeger, Werner. Op. Cit. Página 280. 40 . Op.cit. Página 410. 41 . Op.cit. Página 783. 39
su función social. La redujo a la enfermedad. Para Hipócrates la enfermedad es el último momento de la medicina. Para Galeno es el único. La enfermedad no es lo contrario a la salud, como la precaria lógica galénica pregona. La enfermedad es la ruptura de un sistema, que llamamos salud. La enfermedad tendría que ser considerada un sistema en sí misma, para poder ser considerada lo contrario a la salud. Por lo tanto, esta pregunta: ¿qué es enfermedad?, tiene dos posibles respuestas. Primero, aquella que considera la enfermedad como lo contrario a la salud y, por ende, particulariza tal o cual enfermedad. Esta es la respuesta casi única que alcanzan a dar los galenos actuales. Por lo tanto, un infarto del miocardio, una hepatitis, et similia, es, cada una de ellas, una disfunción específicamente localizada, inevitablemente delimitada a una parte clara y distinta dentro del funcionamiento general del cuerpo humano. Es la respuesta de Galeno. Es considerar la enfermedad como síntoma. Síntoma como generador nutricio, como primer motor, de la medicina. La enfermedad es objeto de la atención de la medicina galénica cuando se manifiesta como síntoma. Para el común de la sociedad, ambas palabras, enfermedad y síntoma, son sinónimos. Así es para la sociedad porque así es para los médicos actuales, galénicos en su gran mayoría. La medicina hace parte de mi vida cuando me enfermo, es la lógica tácita que gobierna la función social actual de la medicina. Esta es la primera respuesta, la de Galeno, la de la medicina moderna. La otra, la de Hipócrates, considera que el tratamiento de la enfermedad es una pequeña parte de la medicina, nunca de la amplitud de su naturaleza. Es mi deber señalarlo con franqueza. Eso no es la medicina, si la reducimos sólo a eso. La medicina no es la enfermedad ni la actividad médica comienza con los síntomas. Algunos pensarán que esa es, en efecto, la medicina hoy en día. Que pienso con el deseo. En realidad, son ellos quienes piensan con el deseo. La salud humana depende de factores que hoy parecieran no estar dentro del objeto de estudio de la medicina y que, con candor generalizador, denominan stress. Suponen exclusivamente psicológico lo que tiene fundamento Hipocrático.
3. ¿QUÉ ES SALUD?
Stress es una explicación que remite a aquella parte de lo humano que no funciona desde el saber de las ciencias naturales y que cae dentro de la órbita de las ciencias humanas. Entonces, cuando diagnostican stress, suspiran. Se sienten absueltos de responsabilidad. Ya no les compete. Suponen que la medicina se reduce al saber dispensado por las ciencias naturales, como la bioquímica, la fisiología, la anatomía, et similia. Por lo tanto, la medicina en la Modernidad terminó ocupando un lugar indefinible dentro de las ciencias, aunque siempre en la orilla de las ciencias naturales. No es una de las ciencias
naturales porque esto daría por sentado que el humano es igual a la fauna. No es una de las ciencias humanas porque Galeno cercenó esta parte, la de las ciencias humanas, del conocimiento médico, la excluyó, la derrotó, la colocó por fuera del objeto de estudio de la medicina. Eso es Galeno: un Kant de la medicina. He ahí otra consecuencia del inane reduccionismo biologista impuesto a la medicina desde hace más de 1800 años. Para Hipócrates, por el contrario, la medicina es la madre y la nieta de todos los saberes, quienes a su vez ejercen como la hija. Es decir, la medicina es la causa de todos los saberes, saberes cuyas consecuencias sociales, cuya práctica, deben aplicarse en la actividad médica. La historia de las ciencias es clara. En efecto, el primer documento de las ciencias naturales se lo debemos a la medicina y es parte del Corpus Hipocraticum. Inserto en un libro titulado Sobre la dieta, se llama el Sistema de Clasificación de Cos42. El Sistema de Clasificación de Cos comienza con los mamíferos, los clasifica de acuerdo al tamaño y los divide en domesticados y salvajes. Luego clasifica las aves y las divide en terrestres y acuáticas. Después continúa con los peces y termina con los invertebrados. Faltan los reptiles y los insectos porque no eran parte de la dieta. De haber sido chino, los clasifica. Entrarían en la dieta. El Sistema de Clasificación de Cos es, pues, el primer documento griego donde se intenta el estudio con un carácter metódico de una ciencia natural. Los platónicos no aceptan que la posibilidad de un avance tan significativo se dé por fuera de su esquema. Werner Jaeger, en su Paideia, dice: “Su sistema animal atrajo hace ya varios decenios la atención de los zoólogos. Estos se resitían a creer que nuestro médico hubiese podido inventar exclusivamente para su fines dietéticos un sistema como este, tan afín a la clasificación aristotélica del reino animal. Se le consideraba demasiado minucioso en los detalles, desde este punto de vista, y demasiado informado por un interés zoológico teórico. Por otra parte, no hay la menor noticia de que existiese una zoología prearistotélica como ciencia independiente en el siglo V, época en que se situaba la obra. Ante este dilema se optaba por admitir amplios estudios zoológicos para fines médicos, aunque no hubiese llegado hasta nosotros ninguna noticia de ellos, y se reconstruía a base de la obra Sobre la dieta un `sistema zoológico de la escuela de Cos´. Sin embargo, aun bajo esta forma sigue siendo inverosímil la existencia de un sistema zoológico parecido al de Aristóteles en el siglo V”43. Inverosímil única y exclusivamente si consideramos a la medicina como galénica. La actividad médica sólo para Galeno se reduce a la cura de la enfermedad. Para Hipócrates, los saberes, la química, la biología, la antropología, la economía, el arte, et similia, son las hijas porque tienen un objeto de estudio propio, que excede el de la enfermedad pero que está incluido dentro del de la salud. La medicina es, a la vez, la abuela y la hija, el punto de partida y el punto de llegada. El cometido general del esfuerzo humano ha sido, es y será sobrevivir como conglomerado. La salud ocupa, por antonomasia, el primer lugar de prioridades de tal cometido general. Por ende, todo saber proviene y se dirige a la salud.
42 43
. Singer, Charles. Op.cit. Página 217. . Jaeger, Wener. Op.cit. Página 821.
La economía, por ejemplo, es para Hipócrates una actividad que está diseñada según y existe para otorgar la alimentación, la protección contra la violencia del clima, la calidad del agua, las condiciones de higiene, et similia, cuya finalidad es la salud. La economía es una rueda suelta mientras no racionalice su función médica. Pero, claro, la economía nada hará mientras la medicina sea galénica, mientras la medicina no comprenda y asuma su carácter de eje fundacional de lo humano, mientras desdeñe su papel de génesis y propósito de lo humano. Otro ejemplo, la bioquímica. Los galénicos, con una tierna sonrisa llena de piedad, suponen que ya no es posible encontrar la génesis y el propósito de esta ciencia dentro del ámbito de la medicina. Alegan para sí mismos que la bioquímica tiene por objeto de estudio ya no sólo el cuerpo humano sino todo el ancho panorama de lo ecosistémico. No logran salir del reduccionismo, del simplismo, del facilismo. Insisten en que la salud se remite a la enfermedad. La bioquímica está dedicada a la salud humana no sólo cuando de estudiar nuestro cuerpo se trata. También está dedicada a la salud humana cuando estudia la flora o la fauna o la interacción de lo inorgánico con lo orgánico. No comprenden que la salud, en cuanto a la bioquímica o a la ingeniería agrícola o ingeniería sanitaria o sociología o economía et similia, comienza en la calidad de los cultivos, en la calidad de los pastos que ingieren los grandes bovinos, en la calidad del transporte y almacenamiento de la cadena de alimentos, en la calidad del agua que bebe la comunidad, en la calidad del aire que respira, et similia. Esa calidad está dada por factores que atañen a la sociología, a las ciencias políticas, a las ingenierías o a la economía, a la ética, y ciencias humanas en general, debido a la relación, distribución y manejo de la tierra, de los insumos agrícolas, de las fuentes y cuencas de agua et similia. Todo saber que tenga algo que ver con la alimentación humana o su satisfacción de las necesidades de agua o respiración, está bajo la órbita de la medicina hipocrática. Enseña Hipócrates en De la Medicina Antigua cómo la medicina ha participado en la consolidación social de la civilización tal como la conocemos hoy. Aspectos que hoy tomamos por sentado, como la alimentación, son producto de siglos y siglos de actividad médica. ¿Qué es la alimentación? Una larga búsqueda médica. Ahora los médicos no preservan este tesoro de la salud pública. Se desentienden de él porque son galénicos, aunque le juren a Hipócrates. La medicina comenzó, señala Hipócrates, cuando los alimentos se cocinaron y se “efectuaron muchos otros experimentos con este tipo de cosas, hirviéndolas, cociéndolas y mezclándolas de modo de atemperar los ingredientes fuertes y puros con los más débiles, adecuando todos a la constitución y fortaleza del hombre”44. El texto hipocrático merece ser trascrito con mayor amplitud. Añade: “En un comienzo no habría sido descubierto el arte médico, ni se lo habría buscado (pues no se habría necesitado de él), si hubiese sido beneficioso a los hombres enfermos vivir con la misma dieta y alimentarse del mismo modo con que los hombres comen, beben y siguen en lo demás su régimen, y si no hubiese habido algo mejor que esto para sus enfermedades. 44
. Hipócrates. Dela medicina antigua. Página 4.
“Pero la necesidad misma ha hecho que los hombres buscaran y descubrieran la medicina, porque no eran beneficiosos a los enfermos las mismas cosas que a los sanos, como tampoco los benefician actualmente. Y si uno se remontase más lejos aún, opino por mi parte que ni siquiera habría sido descubierta la dieta alimenticia de que las personas sanas se sirven en la actualidad, si los hombres se hubieran contentado con las mismas cosas que comen y beben el buey, el caballo y todos los animales, a diferencia del hombre: por ejemplo, las cosas que nacen de la tierra, como frutos, árboles, hierba. En efecto, con estas cosas se nutren, crecen y viven sin dificultad y sin necesitar de otro régimen. Pero, al menos en el comienzo, creo yo, también el hombre se servía de alimentos de tal índole. En mi opinión, las formas actuales de dieta han sido descubiertas y elaboradas por el arte45 en el transcurso de largo tiempo. (......) Por esta causa, me parece, aquellos hombres se pusieron a la búsqueda de una alimentación que fuera adecuada a su constitución, y descubrieron aquella que hoy acostumbramos. Por consiguiente, trillaron los granos de trigo, los machacaron, molieron, tamizaron, amasaron y cocieron, y con ellos produjeron pan; y con los granos de cebada, pasteles. Y efectuaron muchos otros experimentos con este tipo de cosas, hirviéndolas, cociéndolas y mezclándolas de modo de atemperar los ingredientes fuertes y puros con los más débiles, adecuando todos a la constitución y fortaleza del hombre. (...) “En tal caso, ¿qué otro nombre más justo que el de medicina convendría poner a tal indagación y a tal descubrimiento, siendo que el mismo concierne a la salud, sobrevivencia y nutrición del hombre, en sustitución de aquel régimen del cual resultan los dolores, las enfermedades y la muerte?”46 Pero para lograr que la alimentación general de la población fuera benéfica, es necesario establecer una especie de contrato social médico que incluye el esfuerzo de la comunidad bajo el manto direccional del saber hipocrático. Tanto el agricultor como el encargado del manejo de las aguas e igualmente toda aquella persona que cocinara y, en fin, toda la comunidad, en la manifestación de sus distintas actividades, se dirigía hacia la salud bajo la guía epistémica del Logos Hipocraticum. El tejido social se cohesiona con la salud colectiva como punto de llegada de toda actividad inmediata.
4. HIPÓCRATES
La Naturaleza se basta en todo y para todo.
De la Dieta 45
. Arte era como llamaban a la técnica. Ver, por ejemplo, Bernal, John. Op.cit. Página 157. “Se piensa que la medicina es el arte –techné- de curar a los enfermos”. Farrington, op.cit, página 73, dice: “El autor de De la medicina antigua no sabía de títulos más altos que el de técnico”. 46 . Hipócrates. De la medicina antigua. Página 3 y ss.
Hipócrates
Veamos qué nos dice Jaeger: “Hipócrates vivió y enseñó en Cos, isla de población y lengua dóricas; el hecho de que tanto él como sus discípulos escribiesen sus obras en Jonio, idioma que sería también seguramente el que emplearían en sus conversaciones científicas, sólo puede explicarse por una razón: por la influencia y superioridad de la cultura y ciencia jónicas en aquella época. En todas partes y en todos los tiempos ha habido médicos pero la medicina griega solo se convirtió en un arte conciente y metódico bajo la acción de la filosofía jónica de la Naturaleza”47. Y añade: " La medicina jamás habría llegado a convertirse en una ciencia sin las indagaciones de los primeros filósofos jónicos de la Naturaleza que buscaban una explicación ´natural` a todos los fenómenos; sin su tendencia a reducir todo efecto a una causa y a descubrir en la relación de causa a efecto la existencia de un orden general y necesario; sin su fe inquebrantable en llegar a encontrar todos los misterios del mundo mediante la observación imparcial de las cosas y la fuerza del conocimiento racional".
Me remito, fuera del de la alimentación, a otro ejemplo, el agua. Espero que la sana lectura logre extender este ejemplo a otros similares y fácilmente identificables. El agua es uno de los temas largamente analizados por Hipócrates, así como el aire y otros. Es un tema que pertenece al objeto de estudio de la medicina, porque la salud se nutre, entre otros factores, por la calidad del agua que la población bebe durante un lapso de años. No se trata del inmediatismo galénico, por el cual se atiende una emergencia aquí y otra allá, cuando las cuencas que surten los acueductos o las comunidades se ven contaminados. No. Por un lado, de acuerdo con la cuenca, el agua contiene distintos porcentajes en la composición química. Por otro lado, se trata de concederle al cuerpo su ser de agua en buena medida. Beber agua posee un funcionamiento de profilaxis terapéutica al interior del organismo humano. Es la posibilidad de accionar como fuente de nutrición comunitaria. Al menos, debe propiciarse el alejamiento de elementos que, ya no en el corto sino en el largo plazo, afecten la salud general de la población. Pero concederle esto al cuerpo humano, y los mismo sucede con la alimentación et similia, indica que la medicina acepta que su función social no es sólo la enfermedad. Dentro de su objeto de estudio está, igualmente, aquello que su función social exige. Tiene que incluir, ya no sólo la enfermedad, sino su etiología social. Por ende, bajo su Logos la medicina no puede despreciar las ciencias humanas. Es esto lo que hace cuando diagnostica stress. El agua se proporciona socialmente y se consume individualmente. La medicina no cumple con su función social si no interviene en las fuentes generales de la energía consumida por el cuerpo. No la cumple porque ha reducido su objeto de estudio a la enfermedad. Ya no se ocupa de la salud. La medicina galénica, por la inclinación de su fundamentación filosófica, tiende a pensar la medicina desde el individuo humano. Lo sistémico, cuando lo aceptan, lo reducen al cuerpo humano. Pero, basten los ejemplos de la 47
. Ídem.
alimentación y del agua para mostrar cómo los factores ambientales, es decir tanto ecosistémicos como culturales, son ineludibles, aunque no universales, dentro del objeto de estudio de la medicina, si se respeta el Juramento Hipocrático.
5. GALENO
Jaeger sigue una tradición que comenzó Galeno. Utilizando casi las mismas palabras que Galeno, 1800 años después Jaeger desnaturaliza a Hipócrates. Alega Jaeger que tanto los sofistas como Sócrates provienen de Hipócrates. Se pregunta uno para dónde va, se pregunta uno cómo va a tratar de probar lo que no se puede probar. Pronto va a dar el golpe. ¿Cuál es el golpe que necesita dar? El de siempre. El que llevan dando mil ochocientos años, desde Galeno. Siempre repiten el mismo truco, que no puedo menos que calificar de infantil. Mencionan a Platón y discusión terminada. Platón no es un argumento en sí mismo. Debe entrar dentro del libre juego de los argumentos en igualdad de condiciones. Lo otro raya en los límites de la racionalidad como sistema de conocimiento. Este truco es fundamental para entender por qué los galenos actuales diagnostican stress sin saber de qué hablan ni a cuánto renuncian. Se refugian en Platón y desdeñan el carácter jonio de la medicina hipocrática. Veamos cómo repite Jaeger este truco infantil, usado por Galeno de manera idéntica hace ya 1800 años. Dice: “Este punto de vista espiritualiza lo natural y naturaliza lo espiritual”48. ¿Qué punto de vista? Según Jaeger el hecho de que los hipocráticos creyeran que la Naturaleza se sana a sí misma, le otorga un carácter teleológico, en el sentido platónico, al Corpus Hipocraticum. De ahí cae en lo inconfesable para un pensador y pasa por encima de la sana lógica de las ideas. Adelante descarga su rota tela epistemológica: “A la luz de esa imagen de la Naturaleza como una fuerza espontánea e inconscientemente teleológica, podemos entender la tesis del autor de Sobre La Dieta: ´La Naturaleza se basta en todo y para todo`”49. El concepto hipocrático es sólido y tajante. “La Naturaleza se basta en todo y por todo”. No deja lugar a dudas. Pero para los platónicos esa idea es inaceptable. Hay que platonizarla. No se puede quedar así, llena del ambiente jonio. No se puede quedar así, manifiestamente en contra del Paradigma Platónico. Hay que imponer “el punto de vista (que) espiritualiza lo natural y naturaliza lo espiritual”, así sea rompiendo los ejes mínimos de una argumentación seria. Y la forma en que lanza el golpe es de niños: “A la luz de 48 49
. Op.cit. Página 813. . Op.cit. Página 814.
esta imagen de la Naturaleza (....) podemos entender...”. Es decir que va a concebir la imagen de la Naturaleza a la luz del concepto que Platón tenía de Naturaleza. De ahí pasa a tratar de probar que Hipócrates no dijo lo que dijo. Pero es un intento vano. La sentencia hipocrática es clara y no deja lugar a dudas. Dice Hipócrates: “La Naturaleza se basta en todo y por todo”. Y a la luz de ninguna imagen de la Naturaleza se debe hacer decir a los argumentos lo que no dicen. Y estamos hablando de Werner Jaeger, uno de los mejores historiadores de todas las épocas, así sea platónico. Aunque por circunstancias históricas distintas a Jaeger, Galeno se vio constreñido a usar el truco. Tomó del Corpus Hipocraticum el nombre de una obra de Hipócrates, De La Naturaleza del Hombre, que se anotaba como extraviada y de la cual sólo quedaba el título. Galeno la redactó según las conveniencias de su propósito, dijo que la había encontrado en la Biblioteca de Pérgamo, la de su propia Escuela Médica, y se la atribuyó a Hipócrates. Charles Singer, uno de los grandes historiadores de la medicina y de las ciencias naturales, pionero de este retorno a Hipócrates, muestra las minucias retóricas y los voluminosos errores en los cuales abunda Galeno en su intento de hacer pasar un texto suyo como si fuera de Hipócrates. La discusión en la época de Galeno, siglo II d.C., llevó al ostracismo de Galeno en Alejandría pero no en Roma. Plinio el Viejo, en su Historia Natural, resume la actitud romana al respecto de la medicina: "Como si miles de naciones no vivieran sin médicos, pero, sin embargo, no sin medicina; como el pueblo romano, durante más de seiscientos años". Amerita esto un pequeño acápite final sobre los médicos alejandrinos que enfrentaron a Galeno, porque la medicina romana se ufanó de no necesitar médicos y la alejandrina, por el contrario, fue aquella que Vesalio, en el siglo XVI, y Harvey, en el siglo XVII, recuperaron para la humanidad al estudiar en ella, dando inicio a la medicina moderna. El comienzo de la medicina moderna es hipocrático hasta 1800, cuando triunfa Kant y da pie para que Galeno venza de nuevo. Pero dejaré que Galeno mismo lo describa. En efecto, Galeno Galeno escribió un nuevo libro, llamado Sobre De la naturaleza del hombre, de Hipócrates. A través de todo el libro se defiende de los ataques de los médicos alejandrinos, por lo cual aquí sólo entresaco algunos apartes de la forma en que Galeno describe la situación. Lo hace de la siguiente manera: “Más aún, estaba reacio a escribir un comentario sobre el libro De la naturaleza del hombre, porque claramente trata de las mismas cosas que cubrí en mi tratado Lo concerniente a los Elementos Según Hipócrates, que ya había sido publicado”50. Dice al comienzo de la Parte I, sección 9-11: “Asimismo, alguien se puede asombrar ante aquellos que piensan que el libro De la naturaleza del hombre no es una de las obras legítimas de Hipócrates, sino, más bien, como acostumbran decir, una obra bastarda: han sido engañados por la disposición (de la obra) y por las interpolaciones que hay en ella”51. Alega Galeno que el estilo anti-hipocrático ha “engañado” a sus detractores, que los ha llevado a pensar que la obra no es de Hipócrates. No es una gran defensa. 50 51
. Galeno, Claudio. On Hippocrates On the nature of man. Part I. 1-2. Internet. Ver bibliografía. . Op.cit. Part I. 9-11.
Y continúa más adelante al respecto de los médicos alejandrinos, que lo criticaban abiertamente: “Ya que estas personas que demeritan cualquier cosa correcta critican la extensión del argumento o, más bien, dicen que yo he escrito el tratado completo, he decidido cortar con este insulto en particular escribiendo un segundo libro, en el cual muestro la verdadera doctrina de Hipócrates a cualquiera que observe de cerca lo que está escrito en ´La Naturaleza del Hombre` y en todas sus otras obras”52. Se refiere a los Physiologoi, a los Jonios, al Método de Jaques. Es decir, Galeno va a tratar de refutar el concepto Jonio de naturaleza. Que es el concepto actual, suyo y mío. Que es el concepto con el cual la medicina entendió la naturaleza desde el Australopithecus. Galeno tampoco esconde a cuál escuela de pensamiento se adhiere. A continuación afirma: “Platón nos recomienda estar muy atentos porque alguien que desee entender esto (el concepto de naturaleza) debe proceder metódicamente. Voy a incluir un pasaje de su Fedro”53. Y Galeno pasa a citar el Fedro 270c3, donde Platón menciona brevemente el concepto de naturaleza en Hipócrates. Termina Galeno, cómo no, con la siguiente frase, tras la cual se lanza a platonizar a Hipócrates: “Este pasaje de Platón nos enseña el significado de la palabra Naturaleza y cómo es necesaria que su sustancia sea estudiada metódicamente”54. Galeno platonizó la medicina. Es decir, la castró. Veamos sólo un ejemplo, los espíritus Vitales. Ya sabemos que para Hipócrates la naturaleza se basta en todo y para todo. Pero, para Platón y para Galeno esto es imposible. Por eso, según Galeno, los Espíritus Vitales entran por la respiración. Por eso el aire es portador de una especie de almas diminutas que provienen de la divinidad y deambulan por el aire y alimentan el sistema nervioso, que va a centrarse en el cerebro y da forma al alma humana. Estos Espíritus Vitales son enviados por fuerzas sobrenaturales. Por eso, según Galeno, tenemos conciencia y espíritu. Por la respiración platonizada, repleta de almas diminutas, que Galeno denomina Pneûma, que es soplo y espíritu en griego, se hace posible el movimiento de todo ser humano. Por eso hoy llamamos neumonía et similia a enfermedades respiratorias. G.E.R. Lloyd lo acuña de la siguiente manera: “Los titubeos y ambigüedades empañan su explicación de los orígenes de los distintos tipos de pneûma (soplo, espíritu) que según él eran responsables de las funciones vitales”55. Galeno dio prioridad a los espíritus vitales en el funcionamiento del cuerpo humano.
6. EL CORPUS HIPOCRATICUM DE LA ÉPOCA DE GALENO
52
. Op.cit. Part I. 13-16. . Ídem. 54 . Ídem. 55 . Op.cit. Página 302. 53
El Corpus Hipocraticum permaneció con gran vigor en la época de Galeno y aún con posterioridad. Sólo vio su fin con la entrada de la Edad Media. Vesalio y Harvey recibieron ya hecho el trabajo de investigación científica, tanto de Herófilo como de Erasístenes, ambos médicos alejandrinos anteriores al inicio de nuestro calendario. Pero esto sucedió no sólo en medicina sino en los demás saberes. En física y astronomía, Galileo recibió ya hecho el trabajo matemático por intermedio de las Cónicas de Apolonio, que versaban sobre la rotación de la Luna alrededor de la Tierra. Las atinentes a la rotación de la Tierra alrededor del Sol, de Aristarco de Samos, fueron eliminadas muy temprano y ya no existían al iniciarse la Edad Media. Ptolomeo es contemporáneo de Galeno e igualmente llamado Claudio. Newton, 1600 años después, sacó de la comunidad científica de todos los tiempos a Ptolomeo, por hacer involucionar la ciencia, al pasar por encima de conocimientos ya adquiridos. La época de Ptolomeo, salvo en la ciudad de Roma, rechazó vehementemente a Galeno. La Modernidad apenas comienza a entender a cuál capitulación se vio sometida, qué ontología y qué perspectiva de la ciencia perdió con Galeno. Estos son algunos de los médicos alejandrinos que se burlaban del plagio de Galeno. 6.1. Rufo de Éfeso Asegura Laín Entralgo: “Rufo de Efeso es sin duda el más importante cultivador de la anatomía”56. Añade: “A él se debe la primera noticia de la decusación de los nervios ópticos y acerca de la cápsula del cristalino”57. Otro gran aporte fue el avance en técnicas para contener la hemorragia. Sin embargo, sus avatares médicos lo llevaron a distintas materias. Por ejemplo, fue el primero en describir la peste bubónica58. Construyó la manera de entender el pulso arterial que se conservó durante miles de años, incluso con su terminología. Así lo muestra Laín Entralgo: “Rufo de Efeso, (fue) uno de los más famosos de la Antigüedad clásica. Su detallada semiología del pulso arterial, evidentemente apoyada en la doctrina de Herófilo y Erasístrato, gana en sutileza a todas las precedentes e inicia las sofisticadas clasificaciones esfigmológicas ulteriores. Rufo ordena los modos del pulso según su frecuencia (frecuente y raro), la rapidez de la pulsación (celéreo y tardo), su intensidad (fuerte y débil) y la dureza de sus arterias (duro o blando)”59. 6.2. Sorano de Éfeso “La obstetricia alejandrina rayó a gran altura en Alejandría. Herófilo, por ejemplo, estableció una pormenorizada clasificación de las distocias según sus 56
. Laín Entralgo, P.. Op.cit. Página 76. . Ídem. 58 . Singer, Charles. Op.cit. Página 317. 59 . Laín Entralgo, P.. Op.cit. Página 102. 57
causas (hasta diez distinguió) y practicó la embriotomía con un aparato de su invención, embryosphaktés. Todavía más científico fue, poco después, el estudio que consagró a las distocias el herofiliano Demetrio de Apamea. Todos estos avances, palidecen, sin embargo, junto al gran tratado de Sorano de Efeso Sobre las enfermedades de las mujeres, tan influyente en la posteridad. Todos los capítulos de la ginecología y de la obstetricia –menstruación, concepción, embarazo, parto, distocias, cuidado y enfermedades del recién nacido, ginecopatías- son tratados por Sorano con una maestría hasta entonces no igualada”60.
6.3. Areteo de Capadocia 1)
2)
Construyó varios aparatos mecánicos para las secuelas del polio y otras malformaciones o pérdida de miembros. Es decir, la medicina producía máquinas en vez de acudir a las cancioncitas platónicas de Catón. Desdeñaba la exagerada medicación y, en general, la farmacéutica. Siempre utilizaba remedios simples en los tratamientos. Es decir, acataba la forma en que Hipócrates concibe la farmacéutica. Al contrario de la forma en que la concibe la medicina moderna.
Laín Entralgo lo llama “máximo clínico y nosógrafo de su época”61. Por Areteo, entre otros, “conocemos que la peste bubónica, por ejemplo, invadió varias veces los todos los países del Mediterráneo oriental (Egipto, Libia, Siria, Grecia) en los decenio inmediatamente anteriores y posteriores a la vida de Cristo”62.
7. CONCLUSIÓN
Para Hipócrates la medicina estudia algo diferente que para Galeno. Para el filósofo de Cos la medicina sólo se entiende como un funcionamiento sistémico, cuya resiliencia es la enfermedad. Cuando el sistema rebasa los límites dentro de los cuales funciona adecuadamente, se rompe. Esto se denomina resiliencia. Es un concepto elaborado por la ecología. Resiliencia es como se denomina la enfermedad en el metalenguaje de la medicina galénica. Pero no lo toman como una manifestación sistémica sino como la expresión específica de disfunción por parte un determinado órgano. En el mejor de los casos, sobretodo en la medicina aleopática, adoptan el concepto sistémico reducido al cuerpo humano. Para Hipócrates el cuerpo humano no es un sistema en sí mismo, cuya funcionamiento pueda entenderse aislado del ambiente exterior.
60
. Laín Entralgo, P.. Op.cit. Página 125. . Op.cit. Página 64. 62 . Op.cit. Página 114. 61
Salvo efermedades congénitas o accidentales (cortarse el dedo con un cuchillo o caerse de un columpio, et similia), la salud es un sistema que integra el organismo humano con sus fuentes de nutrición y supervivencia. Es decir, con el carácter con el cual la cultura se relaciona con el ecosistema, la manera como la cultura proporciona agua, alimento, aire, recreación, espacios et similia. Este carácter no es puramente mecánico sino que constituye la plataforma sobre la cual se propicia lo político, lo ético y lo psicológico. El carácter sistémico del Corpus Hipocraticum, según la acepción que las palabras poseen en esta época que esto escribo, debe de concebirse a algo similar al significado que hoy le concederíamos a los vocablos "medicina ambiental". Es la interrelación entre los factores externos al cuerpo y el cuerpo lo que da un carácter sistémico a la medicina. De ahí se entiende cómo la enfermedad es sólo una parte de la medicina. La enfermedad es el fracaso de la medicina como saber sistémico, su resiliencia, su ruptura. Son estos factores lo que en nuestros días la ignorancia con frecuencia diagnostica como stress, al igual que antes del siglo V a.C. hablaban de causas divinas.
ENSAYO XI: CIENCIAS MODERNAS Y CONOCIMIENTO ANCESTRAL
1. INTRODUCCIÓN
Difícil ha sido articular la ciencia occidental con los así llamados discursos alternativos, entendidos estos como los conocimientos que no conciben el universo con los ojos de la episteme. Es decir, como los conocimientos ancestrales de aquellas civilizaciones que, por ejemplo, no ven el agua como H2O sino como un entidad cultural. O que para quienes tienen a una iguana de tal o cual edad como un sucedáneo de sus propio espíritu, o que no talan este o aquel árbol porque ciertos sitios están plagados de “espantos”. ¿Qué lleva al antagonismo entre estas dos formas de concebir el universo, ciencia y conocimientos ancestrales? ¿Por qué hoy el ambientalismo se debate, se divide y se diluye en esa falsa dicotomía? Hay, por supuesto, varias causas. Aquí deseo analizar una sola. Se trata de la manera con la cual la ciencia moderna se ha concebido a sí misma.
. EL DELIRIO DE LA INFATUACIÓN: LA MODERNIDAD
La Modernidad, ya no sólo su ciencia, se entiende a sí misma sobre bases platónicas, en la medida en que no se reconoce como resultado de un proceso anterior sino que, cual deux ex machina, salta a la escena de la historia de un momento a otro. En realidad, por la exhuberancia en la concomitancia de los diversos grandes sucesos que le dieron origen, la Modernidad se ha autoconcebido como una época desligada del resto de la historia, como un evento tan extraordinario que no puede pensarse sino a través de sí mismo, y no como en verdad es, parte de un proceso. Por la aludida exhuberancia e, igualmente, por no haber comprendido a Platón. ¿Cuál exhuberancia? El descubrimiento de América; la imprenta; Lutero; el poco precavido avance de las ciencias naturales; el avasallamiento de la tecnología en la resolución de problemas concretos; Cervantes y su burla severa al mundo medieval; la figura de Galileo que tenía como sombra la silueta de Copérnico; el Novum Scientiarium Organum de Bacon y su prédica
por la utilidad de las ciencias y de la filosofía; la impresión que causaron los lentes al acercar o alejar los objetos y al corregir la vista de los miopes; la sensación de libertad individual y la carga colectiva de empuje que significó; el retorno de Leucipo y de Demócrito mediante el atomismo de los 92 elementos químicos constitutivos de la materia; la teoría de la evolución planteada tácitamente ya por William Harvey en 1626 con su libro On The Motion of Heart and Lungs in Animals, donde no diferencia entre el cuerpo humano y el del resto de los mamíferos; el reduccionismo de Voltaire, su pluma, su ingenio, su sagacidad para mostrar que el razonamiento no admite otro poder fuera de los argumentos; la mayor obra escrita del ingenio humano, la Enciclopedia de Diderot; Las Afinidades Electivas de Goethe, una novela cuya finalidad es mostrar que el amor entre un hombre y unamujer procede como lo hacen los elementos químicos; la Revolución Francesa, para hablar sólo de los siglos XVII y XVIII, sin detenernos en los siglos XIX y XX; todo esto, y mucho más, muchísimo más, que puede resumirse visualmente en El Jardín de las Delicias de El Bosco, logró penetrar de tal manera la conciencia de las personas desde el siglo XVII que, desde entonces, se creyeron deudores sólo de sí mismos y asumieron su época como referente unívoco. Ese delirio de la infatuación, para usar la frase de Hegel, se incrementó con la Revolución Industrial y con lo que Husserl denominó el “comfort”, como categoría filosófica del Mundo de Vida, en su tardío libro Ciencias Europeas y Fenomenología Trascendental. La Modernidad, por ende, se concibe a sí misma como algo inédito en la Tierra. Se supone un fruto sin raíces, como si tal pudiera existir. Entre sus características está, cómo no, la infatuación, el engreimiento. Nuestro nombre dentro de la clasificación de las especies, Homo Sapiens Sapiens, sobrecoge el corazón de un observador formado en la ciencia. Pero, claro, No es poco comprobar que la infinita ironía de Borges pretende que hay una especie de la evolución que proviene de sí misma. Sapiens proveniente del Sapiens. Eso significa Sapiens Sapiens. Es un nombre que refuta la evolución en la cual se está colocando ese nombre. Lo que proviene de sí mismo no hace parte de la evolución. ¿Por qué ese nombre? Ah, las ciencias modernas sienten escalofrío, pánico, ante la posibilidad de entender la prehistoria y la historia como un proceso continuo, unívoco en su lógica dialéctica, irredimiblemente interrumpido. Si se coloca algo distinto a Sapiens después del primer Sapiens, habría que esclarecer de cuál mamífero provenimos. Es decir, cuál es eslabón que nos ata a la evolución. Pero la Modernidad se construyó contra esa idea. De ahí su delirio de la infatuación. Por lo tanto, el sistema de clasificación de Linneo sucumbe ante el sistema de clasificación del azar borgiano. Una de las lecturas favoritas de Borges era el leer de seguido las enciclopedias, y pasar de un tema a otro según el orden gramatical de la ortografía sin atender a la unidad de conceptos, a su agrupación por temas. No diría que esto influyó sobre su manera de entender el mundo. Menos aún, por favor, menos aún me atrevo a insinuarlo. Él mismo lo ha hecho ya.
Sin embargo, el mundo no se puede apreciar ni entender por retazos. No en vano la naturaleza duró miles de millones de años para pasar del azar subatómico al orden de la materia. Las ciencias sociales de la Modernidad se han construido de espaldas a la evolución. Le pregunto a la filosofía qué ha pensado, qué reflexionado, qué ha avanzado con respecto a los interrogantes directos que le plantea la evolución. ¿Ontología? Si la conciencia y la libertad provienen de la instrumentalidad y de la carencia de nicho, es difícil construir una ontología fenomenológica, menos una kantiana y, mucho, mucho menos, una cartesiana. La filosofía de la Modernidad sólo le ha respondido a Darwin una vez. Fue antes, siglos antes de Darwin. Baruch Spinoza, hacedor de lentes, concibió una sola sustancia. Era muy temprano en la madrugada de la Modernidad y la ciencia no sabía de la temible dentadura con la cual Kant, de un mordisco, las iba a dividir en dos: ciencias naturales contrapuestas a ciencias sociales. Pero, aún más, la deuda de la Modernidad con el resto de la historia se aclimata dentro del ámbito negativo que niega algo obvio, algo que los precursores modernos en cada saber, en cada ciencia, siempre tuvieron en cuenta: la Modernidad se edifica porque la cultura se reconstruye sobre conocimientos anteriores. Conocimientos que, es cierto, estuvieron opacados durante siglos en la Edad Media, pero sobre cuya elaboración e idoneidad se basaron los precursores de los saberes de la Modernidad. La Modernidad no siguió el ejemplo del Renacimiento, que tuvo a bien declarar abiertamente su deuda con la Antigüedad, la cual “renacía”, volvía a la escena de la historia. La Modernidad, por el contrario, se cree hija única de sí misma.
3. LAS CIENCIAS MODERNAS EN LA HISTORIA DE LA CIENCIA
En efecto, la ciencia moderna, hoy en día, se supone completamente original con respecto a los saberes anteriores a ella. No se cree deudora más que de sí misma. Muestra esto cómo las ciencias modernas no han aplicado su propio método con respecto a la historia de la ciencia. Nada es causa y consecuencia a la vez. Nada nace por sí mismo. La medicina actual desconoce a Erasístenes y a Herófilo a pesar de que la medicina moderna, con Vesalio y con William Harvey, explícitamente comienza cuando se adoptan los textos de los alejandrinos en contra de la platonización galénica. Ambos, Vesalio y Harvey, luchan contra la medicina platónica de Galeno. Vesalio afirma que la medicina nunca volverá a alcanzar el esplendor que tuvo en Alejandría. Sin embargo, la medicina moderna, deudora perenne de la medicina alejandrina, deudora e hija directa, se siente un conocimiento completamente nuevo en el universo. No es cierto. Los matemáticos saben bien lo poco que a Euclides han podido agregarle. Se conoce que el alejandrino Euclides resumió la matemática antigua, que
proviene de los Imperios Agrarios. Las Cónicas de Apolonio fueron explícitamente usadas por Galileo para resolver los problemas matemáticas que la rotación implica. El trabajo de Apolonio trata sobre la rotación de la Luna alrededor de la Tierra, pero, no obstante, recorre el camino matemático, el trayecto difícil, del funcionamiento de una rotación, que Galileo aplicó a la de la Tierra alrededor del Sol. Aristarco de Samos, en la Antigüedad, ya había transitado el sendero de la matematización de la rotación de la Tierra alrededor del Sol. Igual sucede con varias otras ciencias, sean naturales o humanas63.
4. ARTICULACIÓN DE SABERES Habría que, entonces, hacer la correlación entre las ciencias antiguas y las modernas para poder articular la ciencia actual con los conocimientos ancestrales, concluirán algunos. Sin duda es un paso indispensable, además de claro y hermoso. Pero no es suficiente. Igual que con la Modernidad, el platonismo nos obliga a cortar el proceso histórico en un sitio, como quien pudiera hacer tabula rasa para comenzar de cero, sea en la Antigüedad, sea en la Modernidad. En realidad eso no ha sucedido nunca. Desde el big bang, hace 10.000 millones de años, todo procede por la causalidad en cuanto que es generado por algo y, a su vez, algo genera. Por lo tanto no basta con remontarse a la ciencia de la Antiguedad, ni siquiera a la de sus antecesores en los Imperios Agrarios. Es necesario ir a la época anterior a la Glaciación de Wurm, hace 10.000 años. Es decir, antes de la domesticación de la flora (agricultura), de la domesticación de la fauna (ganadería, porcicultura, avicultura, etc.) y de la domesticación del agua (lavamanos, ducha, lavaplatos, regadíos, etc). O sea, antes de las ciudades, cuyo verdadero origen y sostenibilidad está en los tres factores anteriores. Y de allí, es necesario proseguir hacia atrás, al Neardenthal, al Pitecanthropus, al Australopithecus. Hace 500.000 años un pitecanthropus, que mi deseo llama Jaques, realizó una trepanación de cráneo exitosa. De eso hay pruebas64. Hace los mismos 500.000 años alguien construyó la técnica del fuego. Domesticó el fuego. Es el hallazgo científico más importante de cualquier época. Hace 6 o 7 mil años se domesticó la fauna. ¿Cuánto conocimiento le exigió su tarea? Hace 6 o 7 mil años alguien domesticó la flora. ¿Cuánto conocimiento le demandó su tarea? Pero antes de domesticar la flora y la fauna tuvo, por aquello intrínseco a la
63
. ver Angel, Felipe. El Método de Jaques, Una Historia Ambiental de las Ciencias Naturales, de las Ciencias Humanas y de las Ingenierías. 64 . Graham, Harvey. Historia de la cirugía. Iberia-Joaquín Gil, Editor. Barcelona, España, 1942. 3. Sobre Sumer, ver Kramer, Samuel Noah. La historia empieza en Sumer. Ediciones Orbis. Barcelona, España. 1985. Título original Form the tablets of Sumer. The Falcon`s Wing Press, Indian Hill, Colorado, U.S.A..1956.
necesidad, que haber domesticado el agua. Es conveniente revisar los proverbios sumerios. Los estudiosos de la historia de la metalurgia saben que todavía estamos en la Edad de Hierro, iniciada hace más de dos mil quinientos años. Si el proceso de conocimiento de la especie humana se hubiera suspendido en algún punto, habría sido necesario comenzar de nuevo. Cuando la Modernidad comprenda que hace parte de un proceso de hominización que lleva millones de años, saldremos de ella. Es necesario construir una ciencia que se conciba a sí misma como esencialidad resumida del proceso histórico y prehistórico, en contraposición a la ciencia moderna, que supone ser una clase de saber sin antecedentes en la historia. Hay que construir una historia que no se sienta separada de la prehistoria. Al ver la ciencia como la esencialidad resumida del proceso histórico, empezamos a concebirla como algo que se construyó con suprema lentitud y dificultad desde la prehistoria. El ser humano, desde el Australopithecus hace 5 millones de años, en cuanto que se instrumentaliza para adaptarse al ecosistema, ha procedido con el mismo mecanismo básico de la ciencia moderna. Es decir, detecta ciertos procedimientos generales, ya sea del ecosistema o de la cultura, y construye instrumentos (físicos, sociales o simbólicos) para constatar, transmitir y utilizar ese conocimiento. La ciencia moderna, y su tipo de discurso, no es más que la esencialidad resumida de la actitud general de la humanidad desde tiempos inmemoriales. Al contrario de la manera en que se concibe a sí misma, la ciencia moderna resume en su propio método la actitud humana general desde los primeros inicios. La actitud humana general como forma de adaptación distinta a la de los demás mamíferos. La ciencia moderna no es, pues, un cuerpo de conocimientos autistas, cuyo método implique la amputación de cualquier posibilidad de diálogo interdisciplinario con los demás saberes, a pesar de que se concibe a sí misma de esa manera.
5. ENCUENTRO DE SABERES Allí entran, pues, como queda obvio, los discursos alternativos, los conocimientos ancestrales. Y entran por la vía epistemológica. ¿Por qué “obvio”? ¿Por qué por “la vía epistemológica”? Porque al concebir la ciencia como el resumen metodológico de los conocimientos humanos desde la prehistoria, quedan en el mismo camino epistemológico tanto los conocimientos tradicionales como la ciencia. No son conocimientos diferenciados en su esencia, como lo entiende la presunción infatuada de la Modernidad y de sus ciencias. Son partes de un mismo proceso de acumulación de conocimientos, que emplea el mismo método, con mayor o
menor asepsia jonia, con mayor o menor contaminación platónica. Es decir, con mayor o menor acatamiento a las Leyes naturales, con mayor o menor desacatamiento a las Leyes naturales. Cuando una cultura mexicana se abstiene de matar iguanas de determinada edad, ¿lo hace por casualidad o por causalidad? Cuando una cultura chocoana determina que esta o aquella parte del bosque está llena de “espantos”, ¿lo hace por casualidad o por causalidad? Ellos saben muy bien que es una forma de permitir la renovación del medio natural, como lo expresó Hernán Cortés, su representante en el Simposio de Ética y Desarrollo Sustentable, de mayo del 2002 en Bogotá, Colombia. No hay, así pues, una ruptura epistemológica entre ciencias de la modernidad y conocimientos tradicionales.
6. CONCLUSIÓN
¿Qué decir para concluir estas cortas reflexiones? Un susurro al oído del lector, una flor como causalidad de la biodiversidad, un atardecer, una vez en no sé cuál año en que fui feliz, nada. No pretendo demostrar la aseveración general aquí planteada con tan sólo el material probatorio expuesto en estas pocas páginas. Entre otros aspectos, esto queda mostrado, ojalá demostrado, en mi libro El Método de Jaques, Una Historia Ambiental de las Ciencias Naturales, de las Ciencias Humanas y de las Ingenierías. En este momento me interesa puntualizar el concepto, sembrar la inquietud y empezar a influir en la tendencia epistemológica que considero más apropiada. Ahora bien, estas palabras son apenas una incitación a las ciencias modernas para que apliquen su propio método a su propia historia. Entre el espejo y el cristal, la Modernidad escoge a Narciso. La transparencia del cristal, de pronto, quién sabe, ilumina las arrugas y eso duele. La Modernidad no admite la modestia. Parece decir permanentemente:”He domesticado la naturaleza. No soy parte de ella”. La Modernidad, al unísono, repite la consigna de Henry James, en The American: “I´m a self-made man”. ¿Qué sugiere? Es como si dijera: “Nada le debo a la historia, nada a mis contemporáneos, nada a la naturaleza. Yo me construí sólo. Soy padre de mí mismo. Puedo solo, ya que me hice solo”. Pero, bueno, nada se ha construido solo él mismo ni nada ha sucedido una sola vez, salvo las denominadas “emergencias evolutivas”, tales como el paso
de los elementos químicos a la materia, o el de la materia a la vida y o el de la vida al ser humano. La Modernidad ha puesto buen cuidado en aplicar la consecuensialidad a todo menos a sí misma. Es un niño que no se pregunta. Es un adulto que no se responde. A no ser que vivamos el racionalismo de Voltaire bajo el amparo de Kant. Yo me conozco. Mañana, pasado mañana, la semana siguiente y al cabo de los años, me daré con una pregunta en la cabeza: “¿Qué hubiera acotado Voltaire de haber tenido tiempo de leer la obra de Kant, de no haber muerto unos años antes de La Crítica de la Razón Pura?”. Siempre habrá una pregunta llamada Voltaire. Siempre habrá alguien dispuesto a responderle únicamente a los argumentos. La ciencia, toda ella incluida la “ciencia omniabarcadora” como llamó Aristóteles la filosofía; el arte, todo él incluido el puente, el asiento, la puerta, el “happening” o la “instalación” postmodernos, hasta el óleo o el teatro o el lirismo jonio de Petrarca; la literatura, desde el sistema clasificatorio de la condición humana de Balzac hasta la denuncia de Raskólnikov de la irracionalidad de la razón, sin olvidar al Príncipe Minschk, en El Idiota de Tolstoi, donde termina con la posibilidad de la Modernidad para regresar a la modestia, a la valoración del otro; los conocimientos ancestrales; las opiniones, la vieja “doxa”, única otra forma del conocimiento distinta a la episteme; en fin, nosotros, los humanos, con nuestra capacidad de entender lo que sucede, sea ciencia, arte, opinión, conocimiento ancestral, etc., llevamos cinco millones de años usando la misma manera de adaptarnos al ecosistema y a nosotros mismos. Esta manera es fácil de definir. Nada definitivo es realmente complicado. O aceptamos las Leyes naturales y nos adaptamos al mundo de acuerdo con esos presupuestos o no las aceptamos y explicamos y vivimos el mundo desde una perspectiva sobrenatural. O el genoma humano es confiable como “verdad”, o no lo es. La condición humana está diseñada biológicamente por la naturaleza para tomar decisiones. No hay otra manera de basarse en la instrumentalidad. Por esto surge la necesidad de la ciencia desde el primer homínido. ¿Cómo decido? ¿Cómo compruebo que mi decisión fue acertada o errada? ¿De qué puedo estar cierto? Descartes comenzó el platonismo de la Modernidad con una respuesta errada a esa misma pregunta. “Pienso luego existo”, es el axioma platónico que aún gobierna las ciencias sociales. Mentira. La cosa es al revés. Existo luego pienso. Sin respirar nadie ha pensado. Claro, por supuesto, como en todo, aquí cabe la duda a la espera de que se demuestre lo contrario. La correspondencia de Gassendi muestra que Descartes conocía la obra del médico de Jorge I, Willian Harvey. Era demasiado. La Modernidad alcanza para responderle a Galileo. La condición natural del ser humano es un precepto no sólo negado por la Modernidad sino la base misma contra la cual se construyó la época que termina65. 65
Por otro lado, la Postmodernidad, planteada como se entiende hoy normalmente, es una Fuga hacia la Incertidumbre. Ya lo señala el título del ensayo recientemente publicado por Ecofondo, escrito de manera conjunta por Augusto Angel y por mí. Deseo hacer notar que el discurso postmoderno acentúa, tal vez de manera definitiva, la falsa dicotomía entre ciencias modernas y conocimientos ancestrales. Desde el postmodernismo nunca entenderemos la simbiosis uterina entre estos dos saberes. Lo aclaro porque estas pocas letras ubican la crítica sólo desde la Modernidad.
LA VELOCIDAD DEL TIEMPO Felipe Angel
(...) el curso del Tiempo y el Tiempo
son un solo misterio y no dos. Jorge Luis Borges
El Tiempo y John Donne
El Tiempo poco análisis suscita. Lapso breve es dedicado a su reflexión quizá porque en el Espacio se despliega con ruda inmediatez la herida que lo humano infiere al entorno y la volátil complacencia que saca de él. Sin embargo, tal dicotomía entre Espacio y Tiempo empieza a provocar la sensación de falsedad. Entrar en la crisis ambiental global inclina la apetencia por el tema del Tiempo en la actual cena argumental. No cesa la pregunta de si aún estamos en condiciones y con posibilidad real para que nuestro actuar impida el cercenamiento definitivo de los ritmos de la Madre Tierra. Esa pregunta, tal vez más necesitada de una réplica anclada en la profundidad que en la rapidez, obtendrá una respuesta sólida
cuando entendamos, así sea fragmentariamente, qué función cumple el Tiempo en la problemática ambiental que enfrentamos. Lo primero consiste en captar que la forma actual del Universo y, por ende, de la Madre Tierra, es producto del curso del Tiempo. Que el Universo, visto exclusivamente desde su expresión espacial, crece o se contrae, lo indica la astrofísica; que desde el Big Bang hasta hoy el Espacio ha crecido se acepta sin vacilación salvo por aquellos que suponen que el mundo cabe en esa mínima esfera que explotó hace trece mil millones de años o por quienes consideran que el mundo nació tal cual hoy es. Es decir, salvo por la lógica irónica del despreocupado postmodernismo o por la lógica inane del creacionismo. Sobre el Tiempo sabemos que no ha permanecido en una velocidad ya que en el ejercicio de sus más de trece mil millones de años a veces ha trascurrido despacio y, en veces otras, a media marcha. Con Einstein aprendimos que el Tiempo aumenta su velocidad a medida que encuentra una masa más grande. Por ello, anduvo más lento que hoy en aquella lejana primera época durante la cual se construyeron los noventa y dos elementos químicos. Esos fueron los primeros diez mil millones de años. Es un orden químico que constituye el quehacer de todo el Universo, producto de una otra velocidad del Tiempo, distinta a la actual; una que conocemos pero que no podemos reproducir a no ser que desintegráramos toda la existente masa del Universo. La velocidad del Tiempo aumentó cuando esos noventa y dos elementos químicos empezaron a fusionarse en la diversidad probable de sus posibilidades: encuentra una mayor masa. A través de los siguientes tres mil de millones de años, se mezclaron, en efecto, en la forma con la cual los encontramos hoy. Aparecen las estrellas, los soles, los planetas, las lunas, los cometas, los meteoritos y, dentro de algunos de ellos, las montañas, los valles, las aguas, los vientos, etc. El Universo se constituyó como una masa mayor; sí, es cierto. Por ello se aceleró el andar del Tiempo. No obstante, el Tiempo varió su incremento de una manera no uniforme en los diversos rincones del Universo. Por ejemplo, el Tiempo es más lento en la Madre Tierra que en el Padre Sol. Allá hay más masa que acá. Existe una diversidad de velocidades del Tiempo pero un solo mecanismo de extensión de la materia. Es difícil negar que la vida surge en un planeta con una masa específica que conlleva una dada velocidad del Tiempo. La presencia de la atmósfera indica que la Madre Tierra no ha perdido masa desde entonces. Atmósfera y vida son irremplazablemente contemporáneas. ¿Puede la vida surgir en un
sitio con una masa mucho mayor y, por ende, con un Tiempo más veloz? Viceversa, ¿puede la vida surgir en un sitio con una masa mucho menor y con un Tiempo más lento? He ahí un tema.
EL GUANTE DEL LENGUAJE FELIPE ANGEL
El dominio del idioma no es sólo para escribir; más profundo, más posibilitador, se posiciona dentro del mundo interior como el mejor amigo, se apertrecha como el aliado que clarifica los vaivenes del ritmo entre las cosas y los seres, se agrega a la posibilidad que añade posibilidades. Por ejemplo, en inglés uno se puede relacionar con el “sky”, el firmamento físico, sin necesariamente acercarse siquiera al “heaven”, el cielo teológico; en castellano “cielo” impide esa vivencia puesto que esa misma palabra los abarca a ambos, a “sky” y a “heaven”. El dominio del idioma sirve para ampliar la manera en la cual uno se relaciona con el mundo y, por ende, con uno mismo. Enamórate del instrumento diseñado para ampliar la diversidad del sentir y para pensar más allá de lo tibio; la emoción que produce vale la pena el esfuerzo.
Ahora bien, detenidos en lo referido a escribir, o en general al ala de la creatividad, encontramos que en ocasiones se toma como el vuelo posterior a todos los otros actos; en desacuerdo estoy. Cuando juntar letras al escribir no es un paréntesis vivencial supuestamente de mayor estatura humana que el resto de los acontecimientos diarios, nacen pasajes parecidos a un espejo que nos mira desde la exterioridad del texto puesto que profundamente está afuera de uno. Quien escribe se toma por asalto su propio texto, lo dota de barroco gongorino o lo peluquea tácito, intonso no. ¿No? ¿Por qué? Porque trabaja cada palabra; porque se transforma cuando se pregunta cuál adjetivo
colgar en tal sustantivo, porque se sabe artífice y no simple usuario del mecanismo con el que el mundo se manifiesta activo, reluciente, renovado; y, por último, porque valora sus textos cuando en ellos, antes de despedirlos, saludó los errores. Por ejemplo, cuando algunos colegas introducen de forma permanente el verbo “haber” quisiera mostrarles cuántas oportunidades distintas de enfrentarse al mundo, de sentirlo, de concebirlo, de “mirarlo”, de “vivirlo”, de relacionarse con él, quedan excluidas cuando se usa ese verbo; el más temible porque cansa al no agregar nada. El verbo “haber” implica en la atmósfera sintáctica una “parálisis del viento”, para expresarlo con Lozano y Lozano. Escoge, si a escribir vas, tus verbos con igual cuidado y no menor emoción que la usada cuando seleccionas tus amistades. En el verbo palpita el corazón del idioma; la intencionalidad de la intuición. Si eres un genio elude los adjetivos; si no, simplemente elude que te dejen en evidencia. Si, convencido de que tu talento necesita sudor, correcciones sucesivas y apego al delicioso jugo de los detalles, nunca coloques un adjetivo o un adverbio que esté, como un lugar común o como un chiste flojo, en lo que el inconsciente colectivo ya conoce. Decir “esfuerzo grande” conlleva no penetrar los predios de la creatividad; de por sí un esfuerzo se encajona lejos de los estantes pequeños. Al adjetivo búscalo en lo distinto que mencionas; “Cenicero sucio” o “cenicero lleno”, por ejemplo, vacían el sentido. Para los elementos físicos añade situaciones sicológicas. Por ejemplo, “cenicero memorioso” o “cenicero cómplice”. Si lograrlo se te dificulta, lee El Quijote, donde abunda lo que cercena la medianía.
Los sentimientos quedan resueltos en luna llena; los valores se afianzan porque la claridad alegra y motiva; las vivencias regalan la sabiduría de catar detalles; las cosas nacidas con dificultad disminuyen cuantía e intensidad; ¿cómo? Siendo el artesano del guante con el cual, desde la intimidad, cubres la mano con la que palpas, valoras y modificas el mundo; el guante del lenguaje.