Aq diciembre

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Mes 12 ­ Año 03 ­ número 36

Editado por: Aquarellen literatura Directora de redacción: María José Mattus Director de contenidos: Jesús De Castro Portada: Holic C o n t ra p o rt a d a : C o l l a g e e d i t o ri a l Poemas visuales: Poema 1 : Martín Walbauer Poema 2 : Lamson/NG Poema 3: Edward Weston Poema 4: Sergio E T Poema 5: Kyle Thompson


EN ESTE NÚMERO

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Francisco Javier Irazoki Pág. 10

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Santos Domínguez Pág. 14

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Sergio Macías Brevis Pág. 18

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Miguel Veyra Pág. 22

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Carlos Aganzo Pág. 26

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Antonio Daganzo Pág. 30

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Hiram Barrios Pág. 34

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María Antonia Ricas Pág. 40

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Francisco Castañón Pág. 44

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Rosa María Estremera Pág. 48

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Emilio González Martínez Pág. 52

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Jesús Cárdenas Pág. 58

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Paula Simonetti Pág. 62

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Fernando López Guisado Pág. 66



PORTADA

La fotografía de la última edición del año de Aquarellen es

una imagen que pertenece a la fotógrafa Holic, quien nos regala una bella captura que refleja un largo camino recorrido, con la luz de fondo que indica la meta a la que apostamos el próximo 2018, seguir siendo un faro literario, una luminaria cultural. Holic es una joven fotógrafa nacida en la ciudad de Coquimbo, Chile. "Suelo no revelar mi edad, pero soy una mujer con alma de niña y espero que se mantenga así, porque me permite ver al mundo desde una perspectiva diferente. Me dedico a la pedagogía por costumbre (familiar), más que por vocación. Sin embargo, mi trabajo me permite estar en constante aprendizaje y eso es algo que realmente me gusta, al igual que crear"



EDITORIAL

Ernst Cassirer manifestaba que “La oposición entre Dios y el

hombre desaparece si pensamos al hombre, no sólo por su existencia de criatura, sino por la fuerza íntima, radical y formadora que le es propia, si le estudiamos como creador”. Si admitimos la poesía como un verbo, que estaba antes de Dios, según la tradición católica, damos a la palabra la trascendencia; ese verbo que se hizo luz y que estaba antes de todo, esa manifestación de creación, de ser pequeños dioses creadores de todo, recurriendo a lo que ofrece la propia vida, describiendo anhelos y pensamientos que enriquecen los folios y aumentar así las perlas literarias. Esta vieja dama, ha vivido varias cirugías, y en algunas intervenciones ha salido muy renovada y bella, mientras que en otras su mutilación se muestra tristemente más cercana a la muerte. Los tiempos cibernéticos, mucho han ayudado a la difusión literaria, pero también, como ya hemos dicho, han fomentado a que bardos vistan trajes de supremos literatos e impulsados por muchos dedos alzados, resultados de buena publicidad se sientan los nuevos verbos que se hacen luz creadora mal cantando a la rosa y desdibujándola en las planas; empujando el arte a un espectáculo juvenil socializador. La poesía tiene lectores, tienen seguidores y amantes. Buscar simpatizar en generaciones que pretenden que la poesía se amolde a la guitarra y no al revés, es reducir un exquisito arte a una simpleza que no debemos fomentar, si no, mantener la calidad de los versos y los seguidores de la iluminación del verbo hecho poesía. Marijo Mattus




FRANCISCO JAVIER IRAZOKI


CONTRABANDO MUSICAL

Desde un tejado veo a los hombres que limpian los vidrios de las ventanas y las calles de Manhattan. Recogen minuciosamente la hojarasca, el polvo, los cartones, las botellas; también pulen las mentes de los habitantes de su isla. Otro grupo uniformado transporta las inmundicias en automóviles silenciosos y en los vagones del metro que circulan bajo el río Harlem. Triturados en locales del Bronx, los desechos llegan a laboratorios clandestinos. La sustancia que allí se produce es distribuida entre músicos que esperan envueltos en suspicacias. La policía controla en vano cada paseo diurno de los artistas, sus paradas en rincones, los diálogos con desconocidos o confidentes. Los pequeños cristales fabricados con los desperdicios de los opulentos serán consumidos antes de los conciertos nocturnos. En ocasiones los traficantes adulteran el estupefaciente añadiendo dosis de culpa burguesa. En los clubes de jazz, cuando suenan las canciones y los instrumentos, se perciben olores de detritos. Escucho con atención las primeras frases de los cantantes. Sus palabras llevan adherido el desorden de la ropa que los pobres tienden en las azoteas. De las notas emitidas por saxos, voces y pianos se desprenden al fin las partículas de una materia que no se opone al espíritu: nuestra podredumbre resucita curada en temblores musicales.


ÚLTIMO VERANO

Tenía tres años más que yo y también me superaba en asombros. De ingenio ágil, esbelta y con melenas rizadas, su movimiento casi continuo nos incitaba a vivir. La veíamos ascender una cuesta y al poco rato descendía impetuosa por una ladera. Detuvo las exaltaciones en los momentos decisivos de nuestras vidas. Pacientemente se sentó a mi lado para que juntos mirásemos unos minerales extraídos de su ansiedad: las páginas de los libros que compraba para mí. A los catorce años empecé a jugar con aquellas sustancias cuyo significado parecía cubierto de tierra y raíces de alguna mina profunda. A pesar de su juventud, mi hermana poseía intuiciones antiguas. Como el animal que no se equivoca de espacio y desentierra el alimento sepultado en horas de abundancia, sabía dónde buscarme las palabras. Seleccionó las líneas para desadormecer. Los domingos, antes de irse a sus distracciones de adolescente, dejaba a mi alcance las lecturas que había seleccionado: Francisco de Quevedo, James Joyce, Vicente Aleixandre, Octavio Paz. El tiempo restante fue para la euforia y las oscuridades del fondo. Me trajo con puntualidad su provisión de inquietudes, pero por seguir su modelo luminoso lancé al aire un puñado de larvas que había arrancado de los textos de Lautréamont. Era aún veinteañera cuando la enfermedad le redujo la alegría y el peso. Permanecía en silencio, y entre nosotros se adensó la niebla de los parajes donde ella rastreaba las palabras. Como si las frases hubieran igualmente adelgazado o perdido sus adherencias de gozo y misterio, dejamos de hablar. En el último verano compartido, probó una postura. Nosotros nos agachamos para imitar su muerte recogida en el hueco de las palabras vaciadas. Cuando pienso en ella, palpo un obsequio: me acompañó para que yo supiera estar solo.


GENTE QUE CAMINA EN MI MENTE

De noche suenan los teléfonos y escucho las voces que llaman desde el país donde nací. Me anuncian la muerte de una persona que conocí en mi infancia o juventud e, inmediatamente, siento la desaparición de un paisaje. La superficie que se desgaja deja en la niebla un torso, los brazos, los pies que fueron dos caminos paralelos. El roble y la higuera son ojos borrados cuando las frases salen del teléfono y entran en mis oídos. En mis visitas a Lesaka, compruebo que los terrenos se han encogido. Las púas de los alambres que delimitaban las praderas sujetan ahora unos retales blancos, y el viento bate esos jirones de las ropas de los ausentes. Otras llamadas siguen despegando las calles del pueblo, y aumenta el grupo de hombres y mujeres que pasean en mi memoria al despedirse de una patria de huecos. Pronto seré el viejo que lleva en un bolsillo toda la extensión de su tierra.


SANTOS DOMÍNGUEZ


PENUMBRA DE LA MÚSICA Nació, como un conjuro, del miedo de las noches, de un ritmo sin palabras que era el del corazón y el del tiempo asustado de los astros. Siguen estando aquí, bajo las delicadas notas de algún piano o en el viento afinado de una orquesta el que encauzó el aliento en un hueso sin tuétano para imitar la brisa o al animal furioso. Quien chocaba un guijarro contra la roca dura o golpeaba a compás un madero con otro como quien interpreta el corazón del mundo, el ritmo de los pasos o el latido constante de la alta luz del día. Aquí siguen estando, con sus piedras sonoras o los pies en el suelo, con su caña armoniosa o el tambor que era un tronco que convocaba al trueno. Aquel que una mañana sopló una caracola como si respirara el mar, como si duplicara el rítmico jadeo del combate o la cópula, la emoción de la caza, la angustia en la carrera, la vibración del viento o el canto de los pájaros. Nació, como un conjuro, del pánico ante todo lo que no tiene nombre, ni cuerpo, ni mirada. Del terror al sol negro y a una luna que se hunde para siempre en el mar. Y sigue estando aquí, como está en cada día la oscura sucesión de minutos y olvidos que completa la tarde, la tarea de penumbra que oscuramente somos.


JACOBO FIJMAN SUBE A LOS INFIERNOS

¿A quién llamar desde el camino tan alto y tan desierto? Jacobo Fijman.

Veo la niebla amarilla que canta su silencio en los cipreses, veo violetas marchitas que el mar hurta al ocaso y una luz inodora que aúlla sobre el mundo. Hay palomas cegadas que sangran sobre un árbol y en las paredes grita la voz desnuda de los días perdidos. Si ladraran los perros... No sé quién es el otro, de qué cristal extraño vienen estas esquirlas, de qué espejo desierto suben estas figuras, estos descoyuntados fragmentos de sentido que agrupará el horror en un ángulo opaco que ocupa la memoria con máscaras vidriosas en esta noche oscura de la celda.


ACORDE DE TRISTÁN

Inmóvil, sin nosotros, sin norma ni agonía, desde fuera del tiempo sólo nos mira el tiempo con el ojo sin pausa de un galope de nieve en la pura conciencia del transcurso. Ya nada existe fuera de esta vigilia lenta, de esta sombra tan blanca en la que languidece con lenta disonancia otra vez el acorde extraño del marino. Tú esperas otro acorde que te llegue del mar, de ese mar desolado donde no canta nadie. Y no llega del mar la amarga melodía en la voz del pastor, llega desde la sombra de este tiempo que suena exacto y repentino con su compás binario en el silencio blanco igual que una fisura que agrieta el corazón. No llega desde el mar, llega desde la herida de un resplandor más frío que la escarcha profunda que quema estas palabras. Pero el dolor no es esto. Es el vacío del mar y el turbio acorde sordo de las olas. Es la rosa en el viento, la rosa que persiste después de los naufragios y al volver de los sueños. Su estatura obcecada va a un lento escalofrío y hay campanas que suenan en la sonata blanca de la luna en el mar.


SERGIO MACÍAS BREVIS


EL ERRANTE Nadie entiende al errante que arrastra ojeras como nubes. Nadie puede entrar en su paisaje como el sol o la lluvia de su región. Nadie entiende que su soledad es el olvido en que quedó su huerto. Nadie sabe que su vacío es el silencio que protesta. Nadie más que él puede reclamar las raíces de su país que no le llama. Allí sembró sus ideales. Llenó su infancia con volantines. Fue joven alegre en la fuerza de las guitarras. Canción del futuro en el idioma de la esperanza. Lo dejó todo. Desde la distancia observa el encanto de la nueva luz sobre su pueblo. Nadie entiende al errante que ha perdido su belleza. Y es flor ilusionada, pero mustia. (De La región de los últimos prodigios, España)


E S CRI B O Escribo por la luz del sol, de los astros y de tu alma. Por la voz interior de la piedra. La magia que habita en los bosques. Por los secretos de la materia, el lenguaje de las vertientes. Por el anhelo de libertad de los pueblos. Y la paz que brota de la naturaleza. (Inédito)


DE MIS TRÁNSITOS

Paso del silencio al bullicio, de la alegría al hastío. del dolor a las ilusiones. No soy más que la memoria donde aún palpita el tiempo de una feliz infancia ya perdida. El temor a lo desconocido. La angustia que en mis versos solloza en los abismos de los huesos. El amor que me estremece y anima a besarte en este universo misterioso. (Inédito)


MIGUEL VEYRAT


El abrazo

La ausencia nunca termina. Es un abrazo de humo en el filo del mundo. Se abren al polvo los miembros absortos. Vómito que nunca deja mancha. Desprendidos trozos del cuerpo. Parece el cielo entonces un implacable cepo de inocente carne rasgada por aquella luz en que dos infelices se amaron solo un instante entre sus frágiles auras de memoria y olvido.


Lugar de la escritura

Él quiso mirar en la noche por asegurar el día donde la amante pudiera sostener se en vida. Ausencia sin fin en paradojas de aliento en torno a nada. Aura en tajo abierto a la voz del mundo poeta mudo. Desnudo sobre tal desgarro mira solo al punto oscuro: noche y muerte —al arte o al amor entre el deseo. Lugar de la escritura desde un afuera que aniquila toda palabra inicial. Mutación perpetua fondo del gran hoyo en aquel no. Ambos sucumbieron en la aventura: Jamás alumbra sentido donde canta luz de día.

i Φτενοὶ θανατεροὶ καπνοὶ /λύνουν τὰ μέλη τῶν ὰνθρώπων. Γιώργος Σεφέρης ­ “Θερινό

Ηλιοστάσι”. Esta sección de “Pasaje de la noche” que encabezan los epígrafes de T.S. Eliot, Shakespeare y Seferis, está dedicada a la poeta, traductora y profesora Marta López Vilar, citada in extenso al final de estas notas (nº 20) en “Resguardo de afectos”.



CARLOS AGANZO


Ellos piensan, Euterpe,

que es música lo que sale de sus flautas, pero no es verdad; es un grito indignado, es la voz de la sangre que se revoluciona con el ritmo que marcan los tambores. Mas nosotros sabemos que hay otra música callada en los jardines donde aún es posible la armonía del mundo. Esta noche, si bajas a la fiesta, trae tu doble flautín. En el último acto del verano cantaremos a trío con el dulce ruiseñor de Teócrito. Mañana tomaré la lanza, el clípeo y la espada de hierro de los mirmidones, porque ya viene el tiempo de decir con las armas lo que no puede hablar el corazón. (Música en Messina)


Me dices que ya no viajas más,

que sólo quieres bajar hasta la playa, entre Escila y Caribdis, y ver saltar los peces en las tardes de otoño. Que sólo te interesa sentir la voz del agua como el eco recóndito de tu propia existencia; esperar la llegada de los barcos con noticias de nadie; abstraerte en las luces de la orilla contraria, jugar con el fulgor del sol en las libélulas… Pero sabes que aquí también discurre el tiempo de los bárbaros. No sigas con tu sueño. Hora es de embarcar. (Estrecho de Messina)


En esta habitación los cuatro vientos del alma se desatan cada noche. Me sabe a sal tu cuerpo de sirena varado entre las sábanas del tiempo. Bajo mi piel pequeñas sacudidas de esta tierra que tiembla cada vez que se encuentran dos amantes. Tus besos carmesí. La noche fría. Messenión prepara los baúles para el largo viaje. Mañana cruzaremos el estrecho andando sobre el mar. Fata Morgana fundirá para ti las dos orillas: la orilla de los besos, la orilla de una nueva incertidumbre. La lavanda marina anuncia con su aroma una nueva erupción del padre Etna. (Habitación en el hotel Messenión de Messina)


ANTONIO

DAGANZO


VUELVE A TI, PEREZOSO

­Por fortuna era un sueño... ¿Qué digo un sueño? ¡Una pesadilla! Y una de las que parecían resistirse a morir aplastadas bajo la bota de la recobrada voluntad, que cuando dormimos no vivimos realmente: alguien nos vive dentro del espíritu y hace de nosotros cuanto se le antoja, ¿verdad, señorita Laura? ¡Ay, qué humorada la suya el habernos pedido que la llamáramos como entonces...! Entonces, efectivamente, señorita Laura, alguno de nosotros, aún con el calorcito de las sábanas pegado al cuerpo, caía rendido por el sueño en medio de la clase al poco de comenzar la lección; y nada más advertirlo, usted se acercaba al súbito durmiente y le decía, como si sólo se las susurrase a él pero de manera que todos las oyésemos, exactamente las mismas palabras con las que acaba de despertarme: “Vuelve a ti, perezoso”. No “vuelve en ti”, como si tratara de que recuperásemos el conocimiento que, en puridad, no habíamos perdido, sino “vuelve a ti”, como si nos instase a regresar al yo escolar que habíamos abandonado en beneficio de aquel otro yo invasor que ya vivía por nosotros, entregándonos a la fantasía. Y he de reconocer, señorita Laura, que tal fantasía en ocasiones podía jugar malas pasadas. Y puede aún. ¡Diablos! ¿No acabo de comprobarlo una vez más, y eso que ya me creía libre, con la edad que tengo, de los ardides de las cabezaditas improvisadas? Todo comienza siempre con suma dulzura, sí,... pero ¡vaya usted a saber cómo querrá terminar! Fíjese: una inexplicable somnolencia debió de vencerme al poco de sentarme ante mi viejo pupitre, y al cabo de unos minutos me tenía usted de esta guisa, que si no llega a ser por sus inolvidables y bienhechoras palabras aún estaría en medio de una pesadilla tan absurda como espantosa. ¡Y tan espantosa, señorita Laura! ¿Puede creer que la había soñado una bribona, una desalmada, una inicua hechicera? ¿Puede creer que me había soñado a mí mismo cazado en la trampa que usted había querido tendernos a López, Machado y a mí? ¡Porque no es cierto que el regreso a la infancia constituya para el hombre una punzante ambición, tanto más deseada cuanto menos posible resulta incluso imaginarse niño! No, no es cierto, aunque vivamos en un tiempo y en una sociedad donde el saber no cuenta, el esfuerzo no se valora y las responsabilidades son eludidas sistemáticamente; donde los hombres que peinan canas buscan divertirse como críos de pantalón corto. Pues esos mismos hombres por nada del mundo renunciarían para


su solaz –renunciaríamos para nuestro solaz­ a la experiencia adquirida con la edad adulta. Pues esos mismos hombres por nada del mundo renunciarían para su solaz –renunciaríamos para nuestro solaz­ a la experiencia adquirida con la edad adulta. No sé qué pensarán sobre esto López y Machado, aquí presentes, pero lo que es mi opinión... no se ha visto sino reforzada con lo que acaba de vivir por mí ese yo raptor de mi voluntad. Resulta que usted, señorita Laura, se las ingeniaba para ponerse en contacto con tres de sus antiguos alumnos, precisamente con Genaro López, con Luisito Machado y con el coleguita que completaba aquel trío de chiquillos revoltosos e inseparables: yo mismo. De cómo conseguía usted avisarnos de sus intenciones, y de cómo el trío de ayer se ponía de acuerdo, después de tantos años, para acudir a la cita, nada se sabía a ciencia cierta: los sueños suelen ser contundentes de espíritu, pero imprecisos y caprichosos en asuntos de letra. El caso era que los tres, unidos por una camaradería que milagrosamente había permanecido inmarcesible, regresábamos a la vieja escuela, donde todo aún se mostraba más decrépito que entonces, y nos presentábamos aquí, en el aula de nuestra niñez, donde, con una exactitud casi enojosa –he de reconocérselo­ respecto a lo ya vivido, usted aguardaba nuestra aparición devorada por una impaciencia nada cordial –la vista clavada en la puerta de la clase, el rectángulo de la pizarra enmarcando su figura erguida hasta la cólera­. Bien es verdad, si me permite señalárselo, y abstracción hecha del resto de los compañeros hoy ausentes, que especialmente sus años impedían darle a la escena el toque de autenticidad que le faltaba, pues nuestra madurez se presuponía, y, sin embargo, su ancianidad era en apariencia tan extrema, y tan hermana súbitamente de la del colegio en sí, que se antojaba cruel. Pero, quitando eso, su expresión, su presencia toda, en lugar de recibirnos con el cariño y la gratitud de minutos antes –cuando sonrió medio avergonzada mientras nos instaba a rescatar el impagable “señorita Laura”, ese cómico fósil del recuerdo­, pretendía ser un calco absoluto de la que entonces siempre exhibía ante nosotros si osábamos entrar en clase con varios minutos de retraso. Cosa que ocurría, de justicia es admitirlo, con demasiada frecuencia. ¡Cielo santo, qué mirada! ¡Qué mirada la de ayer, pero también la de hoy! ¿Me creerá si le digo que al sentirla en el sueño sobre mí, fulminándome rencorosa, reduciéndome a mero sonrojo sin mejillas ni piel ni cara, consulté el reloj instintivamente sólo por el temor de haber incurrido en el delito pretérito? Mas ni siquiera dispuse de un instante para conocer la hora que me


acusaba, el exacto peso de mi culpa, porque ya usted, llevando aún más lejos aquel calco, le exigía a este trío que no era precisamente el de sus amores, y con una dureza en la voz nada conciliable con su vejez, que se sentase en los viejos pupitres, López y Machado en los suyos, y yo en este mío del que apenas me acordaba. Un detalle sin importancia, en cualquier caso, pues ya estaba usted ahí para indicarnos las respectivas ubicaciones. Y no sólo para eso: ¿cabía alguna duda de que su plan había de culminar según lo previsto? “¿Cómo está usted?”, le preguntaba Genaro sin cesar, como si quisiera conjurar así un peligro larvado todavía. “¡Qué buena idea ha tenido al propiciar esta visita nuestra!”, repetía igualmente Luisito, tratando de ahuyentarse el miedo. Letanías de urbanidad a las que usted permanecía inmune; intentos desesperados de quienes, una vez más, nos habíamos plantado en aquel lugar con sangre de travesura trotándonos por las venas a pesar del tiempo transcurrido, y de quienes ahora íbamos a pagar bien cara la osadía de nuestro humor granuja. “¡Sentaos!”, nos gritó sin miramientos. ¡Ay, querida señorita Laura! ¡Bribona, desalmada, inicua hechicera! ¿Puede creer que en un santiamén dejaba sobre los pupitres, nos ponía ante los ojos, rescataba del olvido la vieja condena con que otrora acertaba a humillarnos? ¡Sí, señorita Laura, la hojita de ejercicios! El folio de preguntas que usted había preparado valiéndose de contenidos de cursos venideros, y que obviamente nosotros no estábamos capacitados aún para responder; la prueba de nuestra insignificancia intelectual y espiritual que ridiculizaba nuestro carácter levantisco y estúpido. ¡E inconcebiblemente nuestro escarmiento no había concluido! Porque en el sueño, señorita Laura, tampoco atinábamos a encontrar las soluciones. ¡Y todo era aún más humillante dada nuestra condición adulta! ¿Se da cuenta? Nos mesábamos el cabello, nos revolvíamos en las sillas... ¡Éramos unos imbéciles, unos niñatos mayores, unos incultos de tomo y lomo enfermos de fatuidad, de pavorosa fatuidad...! Por fortuna era un sueño, y la pesadilla ya terminó, ¿verdad, señorita Laura? La pesadilla terminó. Aunque fíjese en cómo me miran los compañeros desde sus pupitres: si parecen desquiciados... Y usted parece más vieja que cuando entramos aquí... tan vieja como en el sueño... Pero, ¿qué veo encima de la mesa? ¡López, Machado! ¡Señorita Laura, señorita Laura! ¡Es la hojita de ejercicios! ¡Dios mío! ¿Cómo es posible? ¡La pesadilla continúa! ¡Señorita Laura, socorro, aún no soy dueño de mí mismo! ¡Ayúdeme a recobrar la voluntad! ¡Venga y susúrreme las bienhechoras palabras, aquellas palabras mágicas! ¡Señorita Laura, señorita Laura! ­¿Vuelve a ti, perezoso? Si ya te he despertado…


HIRAM BARRIOS


Los niños pequeños sabotean la moraleja de las fábulas. Y

nosotros, menos avispados, nos encargamos de sabotearlos.

La inteligencia explica; la memoria implica.

Ciertos aforismos dejan damnificados.

¿Cómo amas a alguien sin profanarlo?

La muerte es para todos. La vida, ¿también?

Caminé varios días para perderme; ¡ingrato destino!: terminé encontrándome.


El vacío de una persona se mide en la cantidad de sus palabras. La plenitud del silencio es para espíritus satisfechos.

Ya todos creen saber que no saben.

Estando a solas no me he sentido solo. Acompañado sí.

La gracia de los proverbios: que se contradicen; la desgracia de los aforismos: que no dejan de hacerlo.

Un buen tratado de filosofía puede reducirse a una línea. Los malos necesitan dos.

Los que se me visitan tienen que leer este proverbio kurdo inscrito en la puerta: “Si vienes una vez al año serás tratado como sultán. Si vienes una vez al mes serás tratado como huésped. Pero no vengas cada día porque resultarás insípido”.


La verdad, como la serpiente, cambia de piel.

El lector de aforismo recorre palimpsestos. No es sencillo distinguir los ecos de las voces.

Hay gestos que desatan gestas.

Escribir poemas es habitar una cárcel. Leerlos es construir un refugio.

Los espejismos son un negocio muy rentable.

No hay filosofía que pueda salvarte de ti.




MARÍA ANTONIA RICAS


Vida detenida en María Blanchard Los objetos escuchan: un sentido preciso, fina percepción de las vibraciones, incluso de un temblor, cayendo una pestaña. Qué atención ponen al chasquido en la soledad de alguien que está sentado y cierra sus ojos, deja de moverse, suplica desaparecer. Qué preferencia dan al lento cachemir del polvo bajando hasta un brazo que se desvive por abrazar. Distinguen la mella en un ángulo del silencio, reconocen la ondulación de un aire respirado y cálido. Están ahí, nos oyen y componen una inminencia para respondernos, para contemplarnos. No sólo cubistas se agrupan porque se estimulan, se niegan a la desgana. No sólo son cronología. Al caer la pestaña un raro gozo fosforece en sus pieles. Del libro SI ELLA NOS MIRA


Aún recuerdo el día en que fui a la mezquita de Yabal al­Barid , que llaman de Monte Frío, porque hoy la luz se cubre de un manto gris, pesado, igual que tierra yerma donde la buena lluvia desperdicia sus dones. Era aquella mañana como cristal tallado, una huerta frondosa, brillante de alegría. Fuimos mi madre y yo en piadoso paseo y desde aquella altura la tierra regalaba, querida a nuestros ojos, agradeciendo a Dios su grande complacencia: Delante era el adarve de al­Yahud , sus apretadas casas, los árboles graciosos de sus pequeños patios; hacia la izquierda el río, preso en el hondo tajo, llevándose murmullos, arenas de otra orilla. Y, más allá, en la vega, cerca de la maqbara que dicen de mozárabes, la almejía encendida del granadal en flor su bermejo color era el dardo feliz del Paraíso. Oh, traspasado amor del corazón abierto. El muecín llamaba para salat al­zuhr y supe que el Señor no olvidaría mi azalá en gratitud de mis afanes. De EL LIBRO DE ZAYNAB


Visitación Hay un momento sostenido donde todo –la crueldad, la burla, el dolor­se pliega azul y aunque pesado porque lágrimas y lagrimas adensan, azul se mueve en la visita, tornasolado por la luz. Es un momento para escribir cartas de despedidas que parezcan abrazos, reconocimientos, para decir que te he querido como quien pronuncia un saludo según pasa y va a su circunstancia. Azul aplazando una tormenta previsible, disfrutando del brazo al acercarse a la sonrisa que recibe. Ese momento que precede a la indiferencia de punzones, que no detiene nada. Sólo está, sólo se escapa de la sombra. Del libro EL CRETENSE


FRANCISCO J CASTAÑÓN


Mi p a t ri a

Mi patria es una tierra surcada por voluntades de concordia en la que no madura la ira, donde no acechan escollos amargos ni los vientos que sostienen la angustia. Mi patria es una república de gentes cercanas en la que por fin se extinguió el fervor de los patriotas encendidos, para hacer hueco a los que fueron arrancados de otras patrias. Mi patria son los caminos que descartan a esos integrismos empecinados en desfigurar a los dioses propicios y clementes. Mi patria son los ríos que cortan el paso a esos agrios fanatismos que descomponen a los pueblos de figura y de temple. Mi patria son los territorios ciertos y absolutos de la piel de ese alma cotidiana que mi amada me obsequia sin hipérboles. Mi patria desterró las fronteras custodiadas por el recelo y la sospecha, e hilvanó puentes cordiales para dar acogida a la palabra abierta en tránsito constante. Mi patria son los suelos donde ondean banderas que no demandan juramentos, tejidas con hebras de tolerancia que las canoras aves reúnen con cautela para ir amueblando el futuro de entereza. Mi patria es esa región donde el sol hace brotar, como huellas confiadas, los sinónimos de la justicia y la nieve resquebraja la simiente de la intransigencia. Mi patria, amigos, amigas, es un país aún no inaugurado, con ínfulas de continente escondido, en las latitudes de las memorias escépticas y las utopías conquistables.


Poesía adrede La poesía que deslizo adrede y a deshoras es una voz sin pretensiones. Un cántico indócil y algo acentuado. No sé si pertinente, aunque practica sus pesquisas y tanteos para especular con cierto tino. La poesía en la que hablo de los ecos de mi sangre es un clamor carente de inflaciones que antes de hacerse pálpito o aliento, antes de pensarse como arma o herramienta, alzarse quiere como osamenta bien bruñida para interpelar a este presente sobre el porqué de tantos desafueros e inclemencias, de todo lo preconcebido y prejuzgado, de los antagonismos y de las intimidaciones, de las desigualdades sin pruebas de descargo, de tantos postergados madurando una estratagema que les agracie con una escapatoria. La poesía que entre horas traigo a cuento es una trova sin jactancias, un recurso desprendido y temerario, para explorar como inéditos caminos esos lugares por otros recorridos; para entender, con el alma a ras de la franqueza, los antiquísimos lenguajes que espolean las pasiones que manifiestas nos abordan; para abrazar la luz ligada a esas estrellas que nos hacen blanco de sus muecas y, sin embargo, nos sostienen en contra de implacables declinaciones.


Tiempo incesante

El tiempo es el universo como río. José Ortega y Gasset

A ese depredador inexorable que es el tiempo, lo encuentro en estas aguas traslúcidas y raudas, en la consonancia de su murmullo tenaz y persistente, en la efervescencia de la espuma que exudan, cual mosaico sumergido, las guijas y lajas ancladas como titanes en este riachuelo, difundiendo su regocijo entre las dehesas ribereñas, en sus remolinos tintados de arenas arcillosas, en sus tropiezos, en sus remansos de discordancias y armonía. Todo es tiempo en estas aguas que hacia otras aguas peregrinan, rozando, acariciando, lamiendo lo que su devenir delata, y borrando, a cada instante, rastros y huellas de regreso.


RO S A M A R Í A E S T R E M E R A B L A N C O


LA LOCURA Si me preguntas, te diré que tengo miedo. Me desborda la certeza de tus pensamientos que como un bedel sordo abre cualquier puerta, sin avisar… porque todo lo sabe, de todo te informa entre diálogos incoherentes. Percibe siempre sin duda y expone aún más allá. No hay titubeo en lo absurdo. El delirio, corre resbaladizo cuando no queda nada que entender: instala su sentencia. La desventura te acompaña en un sendero inconexo que todo lo engulle. Y aquel bedel agoniza exhausto, dolorido, en brazos de la mujer más cruel o la más sabia: la locura. Si me preguntas, te diré que tengo miedo. (De mi libro “Las tierras que nos cubren” Ediciones Vitruvio)


RESIGNACIÓN Aquel momento turbio decidió por mí. Busqué los palacios ocultos entre los escombros del mundo y no supe encontrarte. Tras las hoces, circulaban tranquilas las aguas. Quietas emanaban por los cauces traslúcidos. Equipajes sedimentados en los fondos lodosos de cualquier vida. Incluso en la más feliz. El largo transcurrir de los hayedos. Los recuerdos amarillos se transformaron en sonrisas de ancianos verdes, en la resina de un pino. Perenne. Como el otoño, rumbo a un tiempo donde perderse. (De mi libro “Las tierras que nos cubren” Ediciones Vitruvio)


XVI La certeza de un día lluvioso es lo único válido. La caída de sus gotas por mi pelo y en mis manos. La promesa de perderme con ella, de empaparme de ella de vivirme, de mancharme de olvidarme. La firmeza del ser porque siento su fresca tibieza, porque bautiza mis emociones en credos libres de pecados. El ruego de sentir sus cálidos regalos, su tierra humedecida, sus hojas cuajadas de vida. El esfuerzo de revivir la tierra yerma y seca los ríos sin caudal los lagos sin fondo. El plácido temblor de los días y las vívidas experiencias, las palabras gritadas con los ojos dichas para que tú las sientas. La certeza de quererte siempre a pesar de las lluvias y por encima de las tierras que nos cubren. (Poema XVI, de mi libro “EL tacto de la luna hiriente” Ediciones Vitruvio)


EMILIO GONZALEZ MARTÍNEZ


NOCHE, TAMBIÉN DE AMOR

El erotismo es una de las bases del conocimiento de uno mismo, tan indispensable como la poesía. Anaïs Nin.

Con tus cabellos enredados en mi sexo gritabas que no me conocías, que mi nombre era el brillo sediento de un trigal. Mi nombre no cabía en tu sorpresa, tus labios recorrían traviesos mis parajes y la sed moría entre gemidos. Hubo apenas un temblor, una caricia, un roce minúsculo y atroz rasgando la cómplice sombra del amor. Después hablamos del pan y de las cuotas, de los turbios manejos del gobierno y volvimos a lo nuestro, a las delicias. Hicimos del placer asunto propio, de la noche una fiesta desatada, bella en su embriaguez, exuberante.


CIRCO RELÁMPAGO Sale el trapecista, el público comienza a respirar con los intestinos. ¡¡Y ahora el doble salto astral, con los ojos vendados y las manos en los bolsillos, silbando!!

En lo más alto, donde el verde acaba en las estrellas, el trapecista se sienta a su escritorio y enciende un cigarrillo. El público deja de respirar. Al borde de la asfixia gritan por acción, piden velocidad, un tajo en el aire, vértigo, violencia. El trapecista deja de fumar, aparta el periódico con displicencia, sonríe, se quita la venda y cae aparatosamente con silla y escritorio. Sobre su cuerpo el periódico del día informa de un accidente mortal en el circo. Una burda letanía recorre las butacas. El público en pie una vez acallada la ovación, se coloca nuevamente las vendas y sale a la búsqueda ciega del trapecio, silbando, con las manos en los bolsillos.


ARTE POÉTICA

En todo instante, el peligro inminente de caer a los pies del diccionario. En ese caso, tener escrito algún poema para leer a los caídos.




JESÚS CÁRDENAS


XXXVI

Volver a ser consuelo de nubes, de sonidos, de luz nunca encendida, de mareas vivas, a la sombra del ángel. Volver a ser de agua y viento como un vuelo a ras de la orilla. Mudar en feroz emoción primera al límite del vértigo. Atreverme a sus alturas. Volver entonces al relámpago y a la llama. Volver cual vino a las viñas, como vuelve septiembre a las acacias a tiempo de abrigar esta lluvia de sol como si me la hubiera reservado. Desembocar en tu amplitud con la misma cadencia prodigiosa de quien regresa a los principios. Volver al tatuaje de nuestros nombres. Oírtelo decir sería como un milagro.


SED (O BESTIA INDOMABLE)

He hallado el valor caduco en el jardín de tus deseos. Sólo persiste la certeza de que vamos a olvidar. Nada escapará a su trazo albur. En nuestro lienzo el rojo enajenado sobre el blanco pensamiento.


PRESENTIMIENTO

Hoy presiento que vienes con la lluvia, como envuelta en las nubes, en cada ráfaga de aire. En el sardinel, el paso de los años, deteriorando su estructura. Todo el decorado parece quieto: el húmedo azul, la verticalidad de los pinos, el radiador en el punto más alto, las paredes en blanco diluido, un café distendido, el calor entre mi pecho, las canciones que acompañan a estos versos…, como acompaña a la lluvia el tintineo en el plástico. Y claro, me pregunto si habrás venido para quedarte.


PAULA SIMONETTI


a W. F. es enorme el hibisco de mi infancia y es rojo como yo fui roja tan enorme que se niega a que lo piense tan rojo como un parto, madre, yo me hubiera agarrado de tus piernas no tendría que vivir en este nombre, tengo a la muerte acomodada/ quieta y ciega / adentro de mis libros/ ordenada pero es enorme el hibisco de mi infancia que se quiebre, le pido, que se doble como se dobla la memoria que se esconda en la grieta de mi mano, yo corté raíces con tijeras de gigante enterré las plantas/el patio/ los gestos de mi madre hice un pozo para hijos que no tuve arrojé a mis hombres en silencio obstinado hibisco de la infancia crece desde abajo/ desde el centro se caen las paredes de mi casa


Sueñoson I en el sueño desfila la locura y son cientos de caras que se acercan son los locos hambrientos que me cercan y pidiéndome amor reclaman cura un hombre enloquecido ya me nombra y un pájaro oscurece con su vuelo la parte de hospital que daba al cielo el gesto de ese hombre se hace sombra y lo cuenta a los gritos o en secreto la tormenta de arena se avecina la carne va a mutar en esqueleto recorre el hospital y vaticina parado frente a mí se queda quieto me anuncia que hoy el mundo se termina


No voy a hablar voy a hablar de otra cosa nunca es eso no te voy a decir basta voy a dibujarte este sutil paraíso de papel sin contarte las noches ni los sueños la mirada que se abre hacia una infancia breve de las hamacas voy a hablar de los rosarios será que no rezás que no te hamacaste ayer mañana nunca no voy a retomar la cuenta moretones que se van pero hacia adentro para volver a estallar en el gesto de los hijos de tus hijos y ad eternum me olvidaré después cuando esté hablando a nadie de Picasso, eso duele no tu mano firme como la rigidez de un loco le diste vuelta la cara y volvió otro de un golpe tu hijo se hizo hombre no me vas a decir que ellos son niños, voy a hablar de otra cosa aunque me vuelvo a este abecedario que solo habla de vos y de mi infancia y nada más no dice basta no se hizo para decir basta no voy a hablar del golpe y de la marca de la forma en que tu mano aplasta el gesto de tu hijo como si fuera mosca de verano voy a hablar de la forma en que tu mano se levanta desde adentro del poema y lo deshace


FERNANDO LÓPEZ GUISADO


DERIVA Largo camino a Ítaca y Penélope no espera; sueña su propio viaje a un nuevo mundo sin ti. Regresar a ella es regresar al hogar del Sol Poniente, al anhelo sordo, inútil, de haber sido Ulíses y no su espectro mudo entre opción y memoria.


NOCHE DE MIEDO

—Idus de octubre—

¡Bú! ¡Disfrutad de la fiesta! ¡Poned una peli de miedo! Recordad recoger, em honor de nuestras ánimas, las calabazas que brillan, los besos perdidos en el tímido crujir de manos que se chocan al buscar palomitas y el grito en la butaca. ¡Oh risa! Dulce monstruo que no hieres. La vida otorga gran ventaja al llanto. ¡Fuera culpa! ¡Disfrutad de la fiesta! Naced, de los recuerdos, un fantasma. ¡Bú!


VIENNA

Ahora que acaba el mundo, ignoras qué decirme y la ciudad recuerda vacía lo que no pudimos ser, regálame otro perfume que no apeste a desprecio. Aunque no hayas visto la película, cuéntame una mentira: que me esperas y me quieres. Como en «Johnny Guitar». Gracias. Muchas gracias.





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