Aq marzo, 39

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A Q UA RE LLE N RE V I S T A LI T E RA RI A ME S 0 2 ­ A Ñ O 0 4 ­ N Ú ME R O 3 9 E D I T A D O ´P O R : A Q U A R E L L E N C U L T U R A DIRECTORA DE REDACCIÓN: MARÍA JOSÉ MATTUS DIRECTOR DE CONTENIDOS: JESÚS DE CASTRO P O RT A DA : HO LI C C O N T R A P O R T A D A : I A N K O MA K P O E MA S V I S U A L E S : Sergio Elías Torres Kyle Thompson Joel Robinson


EN ESTE NÚMERO

- FERNANDO NAVARRO PÁGINA 10 ANTONIO DAGANZO PÁGINA 18 DAVID GONZÁLEZ PÁGINA 26 ISABEL FERNÁNDEZ BERNALDO DE QUIRÓS PÁGINA 36 JOSÉ ANTONIO OLMEDO PÁGINA 44



PORTADA

Holic es la joven fotógrafa chilena que engalana la portada de este mes. Las campanas adornan el crepúsculo, con sombras que hacen juego con la luz bermeja del final del día. El ocaso retratado es siempre una expresión poética de los sentimientos que se expresan a través del lente. Holic es una destacada fotógrafa que comparte sus trabajos en blogs y redes sociales.



EDITORIAL

Dentro de los movimientos literarios importantes que ha tenido la lengua hispana a través de los años, particularmente en los siglos XIX y XX el rol que ha jugado la revista como elemento de difusión es de gran importancia. El movimiento ultraísta que comenzó en 1918 se difundió de la mano de revistas literarias como “Ultra”, “Los Quijotes”, “Grecia”, “Cervantes”, “España”, “Cosmópolis”, entre otras; en ellas escritores de la talla de Vicente Huidobro, Adriano del Valle, Guillermo de la Torre, Gerardo Diego, hacen sus colaboraciones generando no sólo gacetas de calidad indiscutible sino que , además, iniciando movimientos literarios destacados. La edición colectiva que representa una revista es sinónimo de amistad y deseo por mantener espacios divulgativos de calidad, traduciendo el viejo papel en ediciones digitales que, si bien menos románticas, tienen la capacidad de llegada en tiempo real a miles de lectores. Aquarellen se esfuerza cada día en mantenerse como un bastión de letras, con colaboradores de un excelente nivel y sumando a diario adeptos que disfrutan con la mejor literatura, la de formas clásicas, la reaccionista y la de vanguardia. No podemos dejar pasar esta ocasión para agradecer a todos los amigos que nos recibieron en nuestra gira por España y Austria, el cariño es mutuo y sepan que ya estamos trabajando por concretar todos los proyectos que nos propusimos. Un abrazo a cada uno de vosotros y a seguir viviendo, respirando y gozando la buena literatura. MARÍA JOSÉ MATTUS




FERNANDO NAVARRO


FERNANDO NAVARRO GARCÍA

Nace en Valencia en 1964 y tiene la fortuna de hacerlo en un hogar en donde la música de su padre y los libros de su madre no son más que el decorado de una infancia feliz. Tras licenciarse en Derecho en 1988 y cursar varios posgrados trabajó durante más de una década en el sector privado, actividad que compaginó con la docencia universitaria en ética de las organizaciones. En 2001 dio un giro radical a su carrera y empezó a trabajar como cooperante en un proyecto humanitario en Angola, un país que a la sazón sufría una larga y devastadora guerra civil (finalizada en 2002). A su regreso a España asumió durante más de una década la dirección académica de una organización humanitaria internacional hasta que en 2016 reorientó su carrera al ser nombrado director del Instituto de Estudios para la Ética y la Responsabilidad Social de las Organizaciones (Innovaética). Durante todos estos años ha sido profesor asociado en la Universidad Carlos III y profesor invitado en numerosos posgrados universitarios. Desde 2001 a 2014 codirigió el Máster de la UNED de Dirección de Entidades Sin Ánimo de Lucro. Ha presidido la comisión de Seguimiento del Código de Conducta de la CONGDE (Coordinadora Española de ONG) y es miembro de Foretica. Es autor de varios libros, tales como Responsabilidad Social Corporativa: Teoría y Práctica (2012), La empresa socialmente responsable: ética y empresa (2004), Estrategias de Marketing Ferial (2001), Diccionario Biográfico de Nazismo y III Reich (2010) o El Delirio Nihilista: Totalitarismos, Populismos y Nacionalismos (2018). Es también director de la colección Flores del Mal en la que ha editado críticamente diversas obras clásicas sobre los totalitarismos (Hitler: los años desconocidos, 2012 y El Fenómeno Socialista, 2014). Aparte de sus publicaciones científicas, es colaborador habitual en radio y articulista en diversos medios españoles.


LA HABITACIÓN FRIA

La habitación estaba fría, muy fría, pero a ella siempre le había gustado sentir el invierno en su cuerpo fino y delgado y ahora, cuando las primeras tormentas de noviembre se dejaban caer sobre la techumbre recia del viejo caserío, ambos se sentían tan felices como muchos años atrás. La amplia estancia disponía de una antigua chimenea que, por su estado y pétreas cenizas, parecía haber sido usada por última vez hacia muchos siglos. El calor no es bueno para los libros ­ se decía a si mismo Leonardo ­ además a ambos nos gusta saborear el frío del invierno ¿verdad? Y decía esto mirando con ternura a su amada Beatriz, mientras ella tomaba lentamente una infusión. Ella siempre había tenido el hábito de subir una de sus flexibles y delgadas piernas en la silla en que cenaba; adoptando una posición de gracilidad propia de una bailarina de ballet que a Leonardo siempre divertía. Mientras ella tomaba sus hierbas, Leonardo recorría con su mirada el amplio y lúgubre espacio, muy mal iluminado por unas escasas velas. Nunca se había fijado en lo extensa que era su biblioteca y cuantas horas de juventud, si alguna vez fue joven, había dedicado a la lectura. La maciza biblioteca llegaba hasta el techo, muy alto, cubriendo por completo las paredes de la habitación y una escalera corrediza facilitaba el acceso a los libros más elevados que eran los que Leonardo rara vez consultaba. Simplemente estaban allí porque eran su pasado. Nunca quiso deshacerse de ellos porque alguna vez los leyó y Leonardo estaba convencido de que un libro, una vez leído, pasaba a formar parte indisoluble del alma humana, de sus sueños y recuerdos. Tirarlo, por tanto, era tirar un fragmento de su vida y ya había perdido demasiado como para seguir dejando lastre en el camino. Llevaba varios días leyendo a su amada Beatriz una antigua y desgraciada historia de amor que a ambos siempre emocionaba: la Historia Calamitatum. Se trataba de las cartas de amor de Abelardo y Eloísa, aquellos amantes que antepusieron su corazón a las rígidas normas del lejano Medievo... Abelardo perdió su hombría fruto de una salvaje venganza familiar y Eloísa termino sus días en un convento pero sus corazones, aunque la unión en este mundo fuese ya imposible, siempre latieron juntos.


A Beatriz siempre le gustaba que Leonardo le leyera algún capítulo de un libro de amor romántico, tan bellos por imposibles, y Leonardo disfrutaba haciéndolo mientras con disimulo la miraba de reojo para ver sus vidriosos ojos claros y su rubio cabello cayendo descuidado sobre sus hombros. Y entonces Leonardo leía pausadamente pues quería prolongar aquellos momentos y solo de vez en cuando interrumpía la lectura para comentar algún pasaje.

Pero hacía mucho frío esa noche y Beatriz se mostraba silenciosa. Pensativa, imaginó él, melancólica como noviembre. Vio su propio vaho salir a intermitencias de su boca hacia la oscuridad de la estancia y fue entonces plenamente consciente de que la habitación estaba muy fría. Pensó encender la chimenea pero sabía que eso a ella le desagradaba y cambió rápidamente de idea, mientras se daba vaho en las manos. Afuera, en la negra noche sin estrellas, refulgían los relámpagos y un rayo cayó muy cerca. Escuchó como la empalizada de madera del jardín se derrumbaba en sorda y pesada caída y una luz cegadora inundó durante milésimas de segundo la estancia. Oscuros rincones que durante años habían permanecido ocultos en la sombra, surgieron de las tinieblas en que se guarecían mostrando una nueva cara. Allí vio Leonardo apiladas varias cajas de madera conteniendo fragmentos de su pasado bajo la forma de amarillentas cartas de amor; allí vio durante un segundo el viejo busto de Palas Atenea que ambos compraron a un extraño anticuario de Baltimore y que bajo la sorpresiva luz del rayo mostró una expresión de crudeza más blanca y marmórea que la muerte misma. Leonardo miró de nuevo a su amada que seguía apoyada en la mesa en su posición de bailarina y fue entonces cuando le pareció ver que una lágrima se deslizaba por su mejilla. Pensó que quizás el rayo la había asustado, pero ambos estaban acostumbrados a pasar largas noches de invierno en la vieja casona y las tormentas solían ser muy violentas. ¿Qué te pasa? preguntó. Pero Beatriz permaneció callada mientras miraba fijamente la taza de infusiones vacía desde hacia tanto tiempo.


Fue entonces cuando Leonardo se dio cuenta de que la luz brillante del rayo que a intervalos invadía la lúgubre tranquilidad de la estancia ahora refulgía con fuerza a través de los ventanales. Y ya no hacía frío en la estancia cuyo color gris se había transformado en naranja. Poco a poco el calor fue filtrándose por los muros y las grietas fosforescentes y Leonardo notó que empezaba a ser sofocante. Temió entonces por su amada Beatriz y se volvió bruscamente para mirarla. Seguía en su sitio, pero ya no disimulaba su temor y unas claras y definidas lágrimas surcaban su cara angelical. Durante unos segundos Leonardo siguió aquellas lágrimas recorriendo sus mejillas, lamiendo su fina barbilla y cayendo, como las hojas de otoño, sobre la mesa. Y al estrellarse contra el mármol negro formaban pequeños círculos irregulares que le parecieron estrellas brillantes, como aquellas que solían observar juntos en las noches lejanas de verano. No llores más, mi amada; estoy aquí contigo. Seguimos juntos, como siempre hemos estado... Espera ­ dijo Leonardo ­ te abrazare como se que te gusta. Y se dirigió hacia ella, mientras las llamas empezaban a lamer lentamente el extremo de la negra cortina, que ahora cobraba un titilante color violeta y los libros parecían serpentear como una muchedumbre inquieta. Notó al abrazarla un calor tibio que hacía mucho tiempo no la acompañaba y se fundió con ella tan profundamente como cuando era real. Notó sus lágrimas, notó su llanto de cera recorriendo sus brazos protectores que la enlazaban y le pareció sentir el pálpito de un corazón que de nuevo latía junto al suyo. No sintió dolor alguno cuando el fuego les envolvió y cerró dulcemente los ojos. Y ahora, mientras se elevaba con el humo a través del relámpago y la lluvia, se vio otra vez con su amada Beatriz. No, ya no estaba moldeada en cera, tristeza y recuerdos y alzando ella su brazo, tanto tiempo inmóvil, cogió suavemente el suyo y le sonrío otra vez.


EL SABIO

Nada más abrir los ojos supe que ya todo lo sabía y que a partir de ese momento el velo de Isis nunca más me ocultaría los secretos que durante milenios habían sido tan bien guardados para el resto de la humanidad. Podía entender con la claridad del bebedor de absenta todos los misterios que siempre han torturado a mis congéneres; conocí al instante el valor que tiene el polvo en que indefectiblemente nos transformaremos, cuantas estrellas alumbran la eterna noche del universo, entendí el lenguaje de las flores y las plantas, también el de los insectos, supe qué nos espera cuando el destino nos alcance y dejemos detrás nuestro una pequeña estela de recuerdos y acaso también un puñado de pequeñas e insignificantes obras. Supe todo esto y hasta alcancé a ver el rostro de Dios y muchos más misterios sin que una sola fibra de mi cuerpo se sobresaltara; con la serenidad que controla los actos de aquellos que afrontan lo inevitable. Y es que era inevitable que todo esto supiera, más también que a nadie pudiera hacérselo saber. Me convertí en una eterna Casandra, pero muda y relajada... Es cierto que al principio traté de comunicarme con ellos y aconsejarles con toda la seguridad que mi sabiduría me daba: "No, no hagas aquello pues será tu ruina" o "Si, quiere siempre a esa mujer y ambos seréis felices...", pero aunque lo intenté con toda mi

alma no conseguí articular palabra alguna ¡Dios sabe que lo intenté! No recuerdo si fue al cabo de horas o días pero finalmente mis párpados húmedos y cansados volvieron a cerrarse lentamente y mi boca, reseca por tantos intentos infructuosos de hacerse oír, pudo entonces descansar. Y ellos, las imágenes borrosas que me circundaban, seguían ignorantes de mis conocimientos, seguían mirándome y realizando rudimentarios y toscos gestos; mientras yo volvía a adormecerme.


Desperté muy relajado, pero me di cuenta al instante de que algo

había cambiado: ya no podía escuchar el lamento de las flores blancas y rojas que poblaban la estancia y que, según me susurraban, habían sido secuestradas de su jardín; ni tampoco fui capaz de comprender la canción de amor con la que una intrépida mariposa obsequiaba a su dama. Seguía siendo inmensamente sabio y no ocultaré que mi mente era entonces capaz de solucionar cualquier problema hoy considerado irresoluble, pero al despertar de mi largo sueño algo de esa sabiduría se había perdido para siempre. Ellos, sombras ruidosas, seguían allí e intuí que me miraban con ternura. No parecían muy inteligentes y en ocasiones se dirigían a mí haciendo extrañas muecas y gestos más propios de histriones que de sabios, pero no parecían hostiles. Ese día intenté una nueva estratagema: dado que seguía sin poder hablar, intentaría escribir en un papel todo lo que sabía ¡así podría hacerles saber que tenía algo importante que contar! Gire lentamente la cabeza escrutando a duras penas la estancia. Quiso la fortuna que hubiera un lápiz muy próximo al habitáculo en donde permanecía encerrado, así que lo cogí subrepticiamente y me dispuse a escribir en las barras de madera que me cercaban las grandes revelaciones de que era dueño y señor. Debía de estar muy debilitado pues algo tan sencillo como mantener el lápiz entre mis dedos me supuso un enorme esfuerzo y la respiración agitada descubrió mis intenciones. Uno de ellos me vio y con la rapidez del rayo me arrebató el anhelado instrumento. Ahora volvía a estar solo con mi sabiduría, pues el lápiz fue depositado a miles de kilómetros de la mano que tantos frutos habría obtenido con él. Así que volví a dormirme. Desperté de noche y solo pude escuchar los agónicos serpenteos de un ratón de campo bajo las implacables garras del búho. Vi a través de la oscuridad que ellos, mis amables carceleros, seguían allí aunque esta vez dormían profundamente. Ahora no sentía mi mente tan rápida, ni mis ideas fluían con la agilidad acostumbrada. Intenté elaborar un sistema, una fórmula, una estratagema para escapar de mi prisión, pero a pesar de toda mi inteligencia el principal obstáculo para mi liberación era mi propio cuerpo, débil y quebradizo.


El aleteo del búho ya no se escuchaba y el desgraciado ratoncito, cuya infausta muerte yo siempre había sabido, tampoco intentaba ya defenderse. Vi a través de la ventana los ojos del búho y por última vez en mi vida me pareció entender el fulgor sangriento de su mirada. Volví a dormir. Me desperté sediento y muerto de hambre. Ellos seguían dormidos y parecían cansados. No tenía comida ni bebida a mí alrededor así que me puse a llorar hasta que ellos se despertaron. Sorprendentemente ella se levantó con inusitada rapidez y, cogiéndome suavemente con sus dos manos, me acercó lenta y cariñosamente a su pecho. Debo decir que se trataba de una leche excelente, así que libé del néctar con fruición. No es necesario que describa aquí los enojosos agravios a los que éste sabio neonato se vio sometido, pues imagino que ninguno de ustedes recuerda con la nitidez que lo hago yo la primera vez que les cambiaron los pañales o el impudor con que limpiaron y cubrieron de talco su tierno culito de bebe. Sé que mañana ya no recordaré nada y que toda la sabiduría que poseí durante unas horas regresará a las incontables estrellas, a los bosques más frondosos, a los cielos cristalinos y fríos de todos los desiertos y a los insondables océanos a los que pertenece. Lo sé porqué aún soy sabio y sé que mañana seré solo un bebe.


ANTONIO DAGANZO


Antonio Daganzo (Madrid, España, 1976) es poeta, narrador, periodista y divulgador cultural y musical. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid, ha publicado los poemarios Siendo en ti aire y oscuro (Ed. Slovento, 2004); Que en limpidez se encuentre (Ediciones Vitruvio, Colección “Baños del Carmen”, 2007); Mientras viva el doliente (Ediciones Vitruvio, Colección “Baños del Carmen”, 2010; 2ª ed., 2014; 3ª ed., 2015; reedición en Ecuador a cargo de El Quirófano Ediciones, Guayaquil, 2014), Libro recomendado por la Asociación de Editores de Poesía, además de Finalista del Premio de dicha entidad en 2010; Llamarse por encima de la noche (Ril Editores, 2012), aparecido en Chile, Mención de Honor “Luis de Góngora y Argote” de Poesía, concedida por el Instituto de Estudios de Literatura Contemporánea; y Juventud todavía (Ediciones Vitruvio, Colección “Baños del Carmen”, 2015), Premio de la Crítica de Madrid correspondiente a ese año, y Premio “Sarmiento” de Valladolid en 2017. Ha sido incluido en antologías como Agua: Símbolo y memoria (Ed. Slovento, 2006), 12+1: una antología de poetas madrileños actuales (Ed. Endymion, 2012), Foto Verso (Azul Editorial, Valladolid, 2017) o Sonetos para el siglo XXI (Ediciones Vitruvio, Colección “Baños del Carmen”, 2017). Versos y relatos de su autoría han aparecido en revistas como “Turia”, “Piedra del molino”, “El Cobaya”, “Álora, la bien cercada”, “El Alambique”, “Prima Littera”, “Calicanto”, “Norbania”, “La hoja azul en blanco”, “Troquel”, “Luces y Sombras” o “Gaceta del Pensamiento”, y ha brindado recitales en destacados foros: Ateneo de Madrid, Tertulia Literaria Hispanoamericana “Rafael Montesinos”, “Viernes del Sarmiento” (Valladolid), Universidad Autónoma de Chile (sede Temuco) o la Fundación IberoAmericana, con sede en Santiago de Chile. Como narrador, su cuento ¿Qué tal Mozart? fue traducido al alemán, en Salzburgo, Austria, en el marco de las celebraciones de 2006 por el 250º aniversario del nacimiento de Wolfgang Amadeus Mozart. En 2014 apareció su primer ensayo, Clásicos a contratiempo (Ediciones Vitruvio), dedicado a la divulgación de la música clásica, y en 2017, su primera novela, Carrión (Colección “De Jaque Libros”, Ediciones Vitruvio).


L A L U Z , MA E S T R O , L A L U Z “¡Música, ven; traspasa todo

­cuatro días, el ruido, un imposible­, todo lo que separa todavía mis oídos y el alma, de tus ojos!” (Blas de Otero)

(I)

Ahí va mi música. Tras toda una Novena de Dvorák en la primera parte, el estreno de mi delicada obrita; tras la Sinfonía del Nuevo Mundo, el concierto de la vieja tierra y de nuestro folclore. Y la guitarra sonando. ¡Qué sencillez en los rasgueos de Regino! ¡Ay, el condenado! Hace pasar por natural, por cosa de segundos, lo que a mí me costó un siglo de dudas y cavilaciones. Bueno, quizá exagero... ¡Dejemos el tal siglo en la mitad, en todo caso! Porque las ganas que yo tenía de terminar la dichosa obra nadie las sabe. Es lo que ocurre cuando se empiezan las cosas por donde no se debe. Pero, ¡quién se resiste a la llamada de la inspiración! ¿No le sucedió lo mismo a Rachmaninov con su Segundo Concierto, esa partitura ejemplar? No lo recuerdo bien. Podría preguntárselo, enviarle una carta a los Estados Unidos rogándole que me lo esclareciera, es posible porque aún está vivo, ¿verdad? Aunque ya, ya me voy acordando. El pobre salía de una depresión terrible y sí, lógicamente se agarró a lo primero de genio que se le puso delante: el tiempo lento y el movimiento final de la obra. Por ahí también empecé yo… Estaba preocupado, a qué negarlo. La guerra –guerra espantosa y nuestra­ se encaminaba hacia su resolución, el momento de la necesaria vuelta a España se distinguía en el horizonte cada vez con mayor claridad..., y a mí no se me ocultaba que regresar con la pieza prácticamente concluida, con esta partitura bajo el brazo a la que creo haberle dado no sé si lo mejor de mí mismo aunque sí mucho de lo bueno, era lo más acertado que podía hacer. Pues bien, allí estaba yo luchando denodadamente aún con la testa de un animal al que ya había vencido por lomo y cola en un arrebato de inspiración súbita. Menos mal que el animal acabó cayendo entero. Los meses que transcurren como lustros, como décadas, ¡qué espantosos se nos antojan a los creadores, qué nocivos! Es preferible embarcarse en un proyecto desmesurado y refractario a cualquier tipo de sugestión lírica cuya consecución sólo sea fruto del trabajo, la ciencia y el mucho tiempo en él invertido, porque así parece que los años pasan por encima de uno con la brevedad de los días. sí, eso antes


que la inspiración a medias... O no... ¡No, no, en absoluto! ¡Qué

cosas tan contrarias a mis convicciones artísticas llego a pensar a veces! Aquí no caben extravíos: la inspiración a cualquier precio y por encima de todo. Y allá se las entiendan quienes disfrutan montando laboratorios musicales para alumbrar composiciones como compuestos químicos sin sensibilidad, pero con esa furiosa insolencia de lo que se juzga a sí mismo novedoso despreciando la tradición. ¡Renunciar al pasado, qué locura! Hay que mirarse en el ayer, entusiasmarse en el hoy y confiar en el mañana. ¡Eso es! Se diría que me deslumbra ahora una claridad desconocida... ¡Ah, y esta mano! Lleva aquí ya un buen rato, posada sobre una de las mías, y no me había dado cuenta. ¡Es la suya! Claro, ella es la única que sabe distraído a quien lo parece siempre. Mi reina, gracias. El mero roce de tu piel apuntala mis convicciones y me afirma en la realidad. Y la realidad es que soy un desconsiderado, desde luego, porque Regino está allí arriba en el escenario y no le presto la atención que se merece. Ni a él ni a la Filarmónica. Pongámonos, pues, a ello. Vaya, ¡qué bien suena esta música mía! ¿Será verdad que ya encaran el final del primer movimiento? Me mantengo en lo del principio, y hago partícipes ahora a todos cuantos sobre el escenario están: esta gente convierte en seda lo que para mí fue esparto. Pero no quiero volver a eso. ¿Qué estoy escuchando? ¡Si ya han llegado a la coda! Aquí logro que la orquesta se imponga y no moleste: fantástico. Y Mendoza Lassalle debe de estar dirigiendo con el alma. El aire rasgado por la batuta blandida. Lo oigo. En ocasiones me asombro de lo que puedo alcanzar a oír. Bueno, he hecho de la necesidad virtud, nada más. Así, Regino, estupendamente. Esas pequeñas variaciones y luego, jugando con la orquesta, los ecos del tema principal para concluir la página. Muy bien. Silencio. Terminó el “Allegro con spirito”. Adiós, artesanía. (II)

Y aquí empieza el “Adagio”, el largo “Adagio”, el corazón pausado y melancólico de la obra, el arte que me fue revelado y al que me entregué tembloroso. Sobre los acordes y arpegios de la guitarra, qué pronto el corno inglés. Qué indispensable su tristeza. La siento nuevamente. ¿Tristeza universal? “Se advierten reminiscencias de las melodías lentas y centrales de los conciertos barrocos”, puede que diga alguno, y acertará en buena parte. Soy hijo de la pena pasada, de todas las aflicciones que me precedieron. ¿O es que acaso esta pena que oigo ahora no es el antes de mí, las lágrimas que vertí entonces? Como si el agua entera de mi cuerpo hubiese anegado París a la sazón. Allí en su Barrio Latino, en el pequeño estudio de la Rue Saint Jacques que


que tanto de mi vida hubo de conocer, sufrí esa tristeza que sólo puede llorarse con lágrimas de música: la que, tras haber sido dominada, encuentra en la serenidad su idioma, su modo de expresión. Y serena salió de mí esta melodía que va cantando el corno inglés para que luego la guitarra de Regino la adorne con virtuosismo tan suave. Serena salió la melodía, ¡mas en un único fogonazo de luz que se mantuvo milagrosamente fijo en mi conciencia! Luz, obsesión de mi vivir... ¿Cuánto tiempo hace ya del fogonazo aquel? Buen año y medio, seguro. Y después la redacción de la partitura, mientras el aire embalsamado con las fragancias todas del cercano Jardín de Luxemburgo, despertando a la nueva primavera, transformaba la nariz en hospedaje. No sé, quizá se me antoje en un futuro, si se tercia escribir algunas líneas de exégesis a propósito de esta música, rescatar el tópico de la naturaleza y disertar entonces sobre árboles cuyas hojas aprendieron la lengua de la brisa o sobre pájaros y trinos. Tendrá su sentido, y no me traicionaré por ello. Pero la guitarra que ya está sonando en soledad, abandonada por la Filarmónica –Regino lacerando el corazón del auditorio en el inicio de su “cadenza”­, representa para mí la desnudez, la emoción pura. ¿Tristeza universal? Por supuesto, sólo que desde mi personal encrucijada, desde mi yo existente. Es así como la música de la pena total se hizo mía de veras. Y ahora he de excusarme porque mi yo doliente de un año y medio atrás dejó aquí su testimonio desgarrado y sí, la guitarra ha acabado con lo sereno del discurso, perdón por esta rabia que de pronto ha nacido y está creciendo y creciendo, solamente un suspiro, hasta los rasgueos veloces que vendrán como facas, pero quiero recordarme en los días de la escasez, en los despertares sin la beca de la Real Academia de San Fernando y en el sueño del París último ya odiado hasta la amargura, cuando mi alma tan española aguardaba con impaciencia, con verdadera desesperación, el momento de volver a la nación mía desangrada por una guerra cruel, absurda y fratricida. ¡Y qué horrorosa la certeza de saber que al regreso uno ni podrá ver siquiera las ruinas que en pie hayan quedado! ¡Espantoso destino! Me consumo, me hago ceniza en la ceniza de mi España arrasada que no es posible mirar con estos ojos muertos. Sin embargo, algo me salva, me devuelve la carne que iba vistiendo mi espíritu. La mano, sí. Su mano, que sigue aquí sobre la mía. La guitarra ya ha herido. Nada. Silencio, pero la muerte no: la orquesta estalla. Es la serena melodía que le ha tomado ahora en préstamo a la pasión su nobleza. Reexposición de los violines respondida por el eco de las flautas y los clarinetes y tú, mi esposa,mi tesoro, me aprietas con mayor celo porque ahí mismo acabas de oírte, en la cima de un pentagrama , en esa nota que se elevó para descender luego enternecida.¿ Dudaste acaso de tu lugar en la tristeza?


¡Si fuiste tú dolor también! Recordarás 1929... Conocernos fue

amarnos, siempre lo supe. El París de nuestras músicas se convirtió en escenario para un encantador idilio, por supuesto, pero qué silencioso en su arranque. Parecía que el responsable de dramatizar nuestra historia de amor sólo acertaba a extasiarse con el sonido de tu piano y a endosarme a mí parlamentos sobre el futuro autor de renombre que yo estaba llamado a ser. Que así lo evoque resulta curioso, ¿verdad? Sobre todo porque la culpa de que el dramaturgo se saltara a cada instante la escena del beso era mía. ¡Nada más que mía! El miedo me tenía atenazado. Y la verguenza ¿ Con que esperanza iba a plantearse un pobre impedido como yo frente a la joven más fascinante y talentosa de la ciudad para decirle "te quiero"? Era una locura. Y en tal estado de cosas el encantador idilio sin los besos enseñó su otra cara, rozando la tragedia del absurdo. Me doliste, mujer.También tú entre mi parte de la pena , rozando la tragedia del absurdo. Me doliste, mujer. También tú entre mi parte de la pena. ¡Por Dios, si ni siquiera me quedaba el consuelo de lanzarme a las calles en busca del olvido! No iba a darle a París la satisfacción oscura de hallarme extraviado tras doblar cualquier esquina. El suplicio bien quieto, ¡bien quieto! Hasta el día en que, sin poder soportarlo más, fui a tu encuentro tropezando incluso en la última zancada para clavarme ante ti al fin, rodilla en tierra, y entonces, diosa mía, elevarte la súplica con que el amor se delató: “Sé tú mis ojos, Victoria, hasta la hora de mi muerte”. Y concediste tal gracia al fiel que jamás creyó merecerla. Llegaron pronto los besos que aún no nos habíamos dado, y algo más tarde la boda, que, por culpa de tu padre y sus reticencias, hubimos de demorar hasta el 33... ¡Qué alegría por fin! Sí, Vicky, la tristeza perdura, pero incluso lo eterno se hace a un lado de pronto y nos tolera un respiro a todos los mortales para gozar del mundo. Pues la tristeza no duraría tanto si la felicidad no durase tan poco. ¿Escuchas ahora, mi reina? Advierte cómo el “Adagio” de la pena total imagina morir en esta coda que sonríe –las maderas tan tímidas, la guitarra después­: es la final ventura de reconocernos condenados, el supremo deleite de sabernos efímeros. Y que luego lo eterno siga cantando sin nosotros. (III) ¿Oyes? Ahora la sonrisa se ha abierto en risa. Regino lo ha comprendido a la perfección, encadenando al cierre del “Adagio” el inicio del “Allegro gentile”, la página postrera del concierto. El tema que trabajará como estribillo, el contrapunto en los bordones de la guitarra. La orquesta que no disimula su alborozo. ¡Esto también en el fogonazo fijo y único de luz, Victoria! Porque si de algo entiende la inspiración es del natural continuarse de la estrella y de su ilusorio anhelo de inmovilidad. Luz, obsesión de mi vivir ...


lo he dicho antes. Pero, ¿andaré errado si digo en este punto que esa obsesión ha dejado de dolerme, abandonando por un momento la tristeza –la parte de pena que me toca­ y echándose a reír con una música que camina y camina inexorable hacia el silencio? No, es ésta la verdad. Y además creo que todo el público congregado en la sala se esfuerza en confirmármela. Lo advierto en las respiraciones contenidas. Antes me asombraba de lo que podía alcanzar a oír; ahora tendría que asombrarme de lo que puedo apreciar no oído. Haciendo de la necesidad virtud la vida entera. Miento, la vida entera no. Recuerda tu niñez, Joaquín. Sagunto, Valencia, el Mediterráneo... ¡Fue entonces el tiempo de la luz! Gloriosos días en que las formas mostraban sus colores. Así hasta que a los tres años una difteria bárbara le dijo a aquellas formas: “Esconded vuestros colores al pequeño”. ¡Y la difteria olvidó después, cuando el pequeño se hizo mayor, emitir una contraorden! Qué enfermedad infame. Pero la infamia también conoce sus desmayos, y respetó mi oído. Y el oído fue quien me trajo la música, bendita música que hoy, después de tanta oscuridad, me venga de la infamia y me devuelve la luz. ¡Sí, sí, la luz! ¡Ay, Vicky, perdóname! Una vez te pedí: “Sé tú mis ojos hasta la hora de mi muerte”. Y aquí me tienes ahora traicionándote, pues siento que mis años de ciego han terminado y que mi oído y mi alma han ascendido al fin hasta los ojos de la música. ¡Y estoy viendo, estoy viendo más allá de los colores, más allá de la vida humana! ¿Qué...? ¿Qué ocurre? ¿Que ya se ha acabado? ¿Que la delicada obrita de la vieja tierra y de nuestro folclore, que la partitura sobre el Real Sitio madrileño, que el Concierto de Aranjuez para guitarra y orquesta compuesto en París ya está siendo aplaudido? Cierto, y de qué manera. Válgame Dios, esto es un triunfo grande. 9 de noviembre de 1940. Barcelona. La cerrada ovación del Palau de la Música, al que ahora algunos se obstinan en decirle “Palacio”. Pobres hombres. El dolor por mi España, que no cesa. Pero a un lado lo perpetuo, nuevamente. ¿Quién me toma del brazo? Dos personas. ¿Quiénes son? ¡Regino y César! Sainz de la Maza y Mendoza Lassalle, la guitarra y la batuta que me llevan de la platea al escenario. El autor, don Joaquín Rodrigo. Aquí estoy, si no me esfumo. Mano, hasta luego. ¡Hasta luego, pues, Victoria! Tranquilízate, mi reina, enseguida regreso a ti. Sólo será un instante, el del gozo del mundo, el de la dicha efímera. ¿Cómo? ¿Qué me susurra Regino? “La luz, maestro, la luz”. ¡Ay, el condenado! Lo ha comprendido todo. En efecto, es la luz. La luz recuperada, la luz que me ha deslumbrado con una claridad desconocida... para que luego lo eterno pueda cantar sin mí. Siga cantando sin nosotros.


(El estreno mundial del Concierto de Aranjuez, de Joaquín Rodrigo, tuvo lugar en el Palau (“Palacio”) de la Música de Barcelona el 9 de noviembre de 1940, con Regino Sainz de la Maza a la guitarra, y la Orquesta Filarmónica de Barcelona bajo la dirección de César de Mendoza Lassalle, según reproducción del programa de mano de aquella velada que tuve la fortuna de encontrar. Dedico esta fantasía, en forma de monólogo interior, a la memoria del maestro Rodrigo.)

DESIDERÁTUM PARA LABRAR EN UN MURO “…y, sin embargo, cómo se da, unánime, dejando de ser flor…” (Claudio Rodríguez)

Que al contemplar la entrega, el candoroso incendio, la fe absoluta del rosal que nunca muere en el hogar donde naciste, pienses en mí.


DAVID GONZÁLEZ LAGO


David González Lago nació en Córdoba, España en noviembre de 1981. Es profesor de Enseñanza Secundaria en la Junta de Andalucía, especialidad de Geografía e Historia y licenciado en Historia del Arte por la UCO. También posee el grado de licenciado en Antropología Social y Cultural por la UNED. Actualmente cursando el grado de Lengua y Literatura Españolas de la UNED. Información literaria: ­ Poemarios publicados: ꞏ “33 reflexiones que Cristo haría en mi lugar”. Editado por Esdrújula Ediciones. Abril de 2016. ꞏ “Corazón inmueble”. Editado por Lastura Ediciones. Septiembre de 2017. ꞏ “Satán es un canalla despeinado”. “Canalla Ediciones”. Diciembre de 2017. ­ Ganador del XXXVII Certamen literario de Bargas (Toledo) por el poema “Tiempos verbales” ­ Ganador del Primer Concurso de poesía nocturna “Poetas de la noche”, convocado por Diversidad Literaria, por el poema “Noctívago” ­ Ganador de I Certamen Nacional de Poesía Infantil “Villafranca en la Talega”, por el poema “El país de la fantasía” ­ Finalista del I Concurso de Poesía de la Casa de la Juventud de Córdoba por el poema “Corazón Inmueble”. Poema presente en Cosmopoética 2015: https://www.youtube.com/watch?v=nibpIY2cVNA ­ Finalista del I Concurso de Microrrelato de la Casa de la Juventud de Córdoba por el relato “La mirada del presidente”. ­ Finalista del III Concurso de Poesía de la Casa de la Juventud de Córdoba por el poema “El malo del cuento”. Poema presente en Cosmopoética 2017. ­ Colaborador en la revista de poesía española “La Galla Ciencia”.


CON LA EDAD DE CRISTO (del poemario “33 reflexiones que Cristo haría en mi lugar”) Ahora que por lo visto tengo la edad de Cristo he caído en la rutina de morirme y resucitar. Cada día dedico un breve instante a mi expiración. Sin pena, sin dramas, pues sé que a los tres minutos ­lo siento Cristo, yo soy más rápido­ volveré a la vida real. Voy mutando con cada resurrección. Nunca vuelvo a ser el mismo, me siento más pesado y más libre, más etéreo y más terrenal. Rememoro mis vidas pasadas y me propongo no cometer los mismos errores, patear la piedra con la que siempre tropecé, lanzarla lejos con un tirachinas gigante, como un niño travieso haciendo justicia. Con cada renacer renuevo mi propuesta, propuesta siempre incumplida, siempre amante insatisfecha. A veces juego a tener la edad de Buda y renazco en otros cuerpos, en otros seres. Me doy el placer de vivir otras vidas, miro el mundo con ojos de animal, respiro sin humanas preocupaciones y soy consciente de la estupidez humana. Me reencarno por el mero placer de jugar, jugar con la creación, jugar con la Madre Eterna y sentir la verdad de los latidos salvajes. Pero siempre vuelvo a mi antropomórfica resurrección. Por lo visto tengo la edad de Cristo y no es edad para andar jugando.


E V A NG E LI O A UT O B I O G RÁ F I CO (del poemario “33 reflexiones que Cristo haría en mi lugar”) Escribo para redimir el pecado del mundo. Escribo para reventar la apatía cristalizada ­propia y ajena­, para matar a los que matan el tiempo, para hacer añicos a los muertos en vida. Escribo con ímpetu, con furia, con violencia injustificada. Escribo sobre el fango y la niebla, sobre el humo de un volcán en erupción ­de ahí que me lloren los ojos­. Escribo desde un búnker de tela de araña ­vulnerable y preciso, peligroso y sincero­. Escribo mis sagradas escrituras, de mi puño y letra, sin obedientes evangelistas tomando apuntes. Escribo por placer, por lujuria, por hambre, por frío, por necesidad. Escribo por mi convicción de inocente, rasgando con mis uñas los muros de mármol de mi celda etérea y abierta sin rejas, ni techo, ni suelo ­vivo levitando en mi encierro­. Escribo porque tengo manos y huesos. Escribo porque tengo frente y munición. Escribo porque tengo pulmones ­los mismos con que grito por cada poro, los que provocan cataclismos inadvertidos­. Escribo con fuego y con alcohol, con la seguridad de un puño brumoso. Escribo para salir del coma. No escribo para matar el tiempo; escribo para mantenerlo vivo.


C O R A Z Ó N I N MU E B L E

(del poemario “Corazón inmueble”) Poema finalista del I certamen de Poesía y Microrrelato de la Casa de la Juventud de Córdoba. Se vende corazón para entrar a vivir. De reciente construcción. Calidades de lujo. Coqueto y diáfano. Zona tranquila y residencial. Amplia terraza con vistas al mar. Alegre y soleado. Buen aislamiento térmico, acústico [y sentimental]. Suelo de parquet. Ideal para principiantes de mundano paladar. Se vende corazón para reformar a su gusto. Orientación sur. Todo interior. Tarima flotante. Lleva años sin navegar. Buena ubicación. Zona ajetreada. Necesita reparaciones. Normal, corrientes de aire. Escasas humedades. Esporádicos cortocircuitos. Familiar y cotidiano. Vistas anodinas. Ideal para conformistas. Precio a convenir. Se vende corazón sin tejado. Inmobiliaria “Borrón y cuenta nueva”. Amplio solar. Infinitas posibilidades. Suelo de barro, para andar descalzo. Bien ventilado y luminoso. Vistas al universo. Ideal para soñadores y dementes. Mejor ver.


EL LUCIFER QUE FUI (del poemario “Satán es un canalla despeinado”) Antes de ser Satán fui Lucifer. De ahí que conserve algunos destellos lejanos que mis entrañas disparan en instantes singulares ­reminiscencias de un pasado contundente­. De ahí que en ocasiones me sienta tan sublime, tan ángel elegido, tan faro solitario mimado y reluciente. El Lucifer que fui me sigue prestigiando. De ahí que fuera derribado cuando en el más alto pináculo me encumbraron con agasajos, que mi dolor virase a lo soberbio al conocer el precio de la palabra “honestidad”. De ahí las manchas que decoran mi plumaje y mi forzosa corona de príncipe oscuro ­ tentador contrincante de invidentes que degustan amaneceres de ficción urdidos con saña en plena noche­. El Satán que soy me resta prestigio. Y así, sin gloria ni artificio, sin laureles ni mecenas pero siempre enfilando las cumbres que me invocan, paseo por el inframundo mi fama inmerecida.


DESCONFIANZAS RAZONABLES

(del poemario “Satán es un canalla despeinado”) No confíes en esos peinados impecables impolutos impasibles. No confíes en la gente que jamás se despeina. La existencia es un gran huracán que desencaja nuestros huesos y nos vuelve del revés. Solo los despeinados lo dieron todo en la batalla.


EN LUGAR DE TU CUERPO (del poemario “Corazón inmueble”) En lugar de tu cuerpo, a mí tu sombra, que sin prisa cobija mi existencia, que paciente matiza mi presencia, que amortigua mis pasos con su alfombra. En lugar de tu cuerpo, aquellas gotas, tus gotas de sudor y lluvia y llanto para saciar mi sed. Si me atraganto que sea con tu espanto de derrotas. Quiero tu aroma, el aire que regalas, decorosa fragancia que respiro con el vibrante aliento que me exhalas. En lugar de tu cuerpo, tus mañanas, tus bostezos, tu insomnio, tus suspiros. En lugar de tu cuerpo, lo que emanas.




ISABEL FERNÁNDEZ BERNALDO DE QUIRÓS


Isabel Fernández Bernaldo de Quirós, nacida en Mieres (Asturias) en 1947, ha sido Profesora Titular de la Facultad de Biología de la Universidad Complutense de Madrid. Ha colaborado con numerosos artículos en el diario La Nueva España y otros medios de comunicación, tanto de prensa escrita como digitales, a la vez alternaba su escritura con prosa poética, relatos y poesía, centrando su quehacer y su pasión por esta última, fruto de la cual son los tres libros de poemas que Ediciones Vitruvio ha publicado: Al son de las

mareas (2014), Luz velada (2015) y Las farolas caminan la calle (2017).


Un sofá de tarde azul Un sofá de tarde azul es testigo del sopor de un lápiz desgastado que avanza lento sobre un ingenuo cuaderno a rayas. Los ojos que miran al frente contemplan el verso de una ventana abierta al mar que rima con la tenue brisa filtrada por una sutil mosquitera. Los ojos que miran al frente contemplan el verso de un toldo con traje de avispa que aletea, insistente, sobre el aroma verde de la arizónica. Los ojos, el verso, la rima, el cuaderno y el lápiz desgastado hace rato que duermen.


Efecto espejo De nuevo la misma mudez, el mismo vacío, las mismas nubes pasajeras que amagan lluvia de afectos y empeoran la orfandad de su desierto. Arena seca Arena murmullo Arena confusa Arena que arremolina Céfiro. Arena disculpas Arena razones Arena esperanza Arena que rasga el tiempo. Oasis su destino. Efecto espejo.


Más allá del tiempo Hay un tu y un yo que sólo saben de ti y de mi los propios pronombres del verbo. En el universo dehiscente que alberga los sueños transgresores, sin estar, fuimos, y fuimos porque somos ­más allá del laberinto del tiempo­ amantes en lo etéreo.


Unas gotas de mar

Entre mis manos, el perfume de unas gotas de mar que guardo en botella de náufrago azul. Entre mis dedos, el aroma de sus orillas en la ciudad. Me abandono a este manso sentir.


L u n a h e ri d a La noche vela tu inocencia, luna. Redoblan rumores engarzados en insultos y difamaciones. ¡Zorra! le grita el día, porque ella ofrece su desnudez generosa al amor y al poeta. Luna de nácar que lloras te guardas decreces suspiras y no resuelves. ¡Reacciona! No dejes que te mueran la envidia y la ignorancia. Luna de nácar, mi luna herida.


Siroco Y entonces una tormenta seca convirtió el cielo en desierto, el sol en luna y el asfalto en espejismo. Mientras, un dedo niño dibuja olas de arena africana sobre la ventanilla de un coche.


JOSÉ ANTONIO OLMEDO


José Antonio Olmedo López­Amor (Valencia, España), es escritor,

poeta, crítico literario, articulista, cronista y divulgador científico. Titulado en Audiovisuales. Sus artículos sobre poesía japonesa son publicados en la prestigiosa Gaceta Literaria Hojas en la Acera. Miembro del consejo editorial y Delegado Territorial en Valencia de Todoliteratura.es. Codirector y cofundador de Crátera. Revista de Crítica y Poesía Contemporánea, donde también ejerce como crítico literario. Pertenece a la red mundial de escritores en español (REMES). Pertenece a la red de escritores por la tierra (RIET). También es miembro del Movimiento de Escritores pro Derechos Humanos de Valencia. Como poeta y bajo su seudónimo Heberto de Sysmo, ha publicado los libros: Luces de antimonio (Ateneo Blasco Ibáñez, 2011) en coautoría con Okoriades Varacri, El testamento de la rosa (Ediciones Cardeñoso, 2014) Finalista del VI Premio Nacional de Poesía “Poeta Juan Calderón Matador”, La soledad encendida (Ultramarina Cartonera, 2015) en coautoría con Gregorio Muelas, La flor de la vida. Elogio de la geometría sagrada (2016) Finalista de los Premios de la Crítica Literaria Valenciana 2017 y Maldito y bienamado bibelot (Baile del Sol, 2017) ganador del II Certamen Nacional de Letras “Isabel Agüera” Ciudad Villa del Río. Recientemente, ha publicado el libro de ensayo y crítica Polifonía de lo inmanente. Apuntes sobre poesía española contemporánea 2010­2017 (Lastura & Juglar, 2017) en coautoría con Gregorio Muelas, con prólogo de José Luis Morante. Ha publicado poesía en diversas antologías, entre las que destaca Cartografías de Orfeo (Editorial Isla Negra, Puerto Rico, 2014). Su intensa labor como crítico literario especializado en poesía se disemina por más de cuarenta medios culturales, nacionales e internacionales, en papel y digitales, como: Revista de Letras (diario La Vanguardia, España), Crítica (Universidad Autónoma de Puebla, México), Periódico de Poesía (Universidad Nacional Autónoma de México), Sci­Fdi (Universidad Complutense de Madrid, España), La Galla Ciencia (España), El Coloquio de los Perros (España), Revista de las ciencias del lenguaje (Facultad de las letras y los Lenguajes de la Universidad Ammar Telidji de Laghouat, Argelia) y CaoCultura (España). En 2016 publicó su primer relato titulado “El cuadro negro” en la antología Herederos de Cthulhu (Kokapeli Ediciones). Su ensayo titulado “Valencia rima: situación actual de la poesía en Valencia” ha sido publicado en la compilación de ponencias Jornada sobre la poesía valenciana actual, publicado por el Consejo Valenciano de Cultura (2017). Algunos de sus poemas han sido traducidos a otras lenguas, como el inglés, griego moderno, alemán, rumano, hindustaní e italiano. Blog del autor: https://acropolisdelapalabra.wordpress.com/


LA B E LLE Z A NO S B US CA Tinta de luz compone las palabras para aquellos que encuentran resplandor en su esencia; tinta de luz, porque el papel es negro. Oscuro es el vacío que en el silencio guarda su luminosidad. Picasso pintó luz y demostró con ello que los poemas deben escribirse tan solo con un trazo. También, la anomalía de dibujar bisontes en el aire demostró a la belleza escultura de hielo: efímera, inefable; magnífica y rotunda. Tan improbable, ajena e irrefrenable que cualquier dios y su cosmogonía. Milagro, truco o ciencia; nada despierta tanta fe entre necesitados de verdades. El mito de crear y su misterio no es menor a doctrinas de proezas fantásticas; no castiga a quien erra y no premia al que acierta, su grandeza no atiende a nuestra concepción del bien. En la ignorancia escribo, colmado de esperanza: si encuentro a la belleza es porque ella me busca.


RE NA CE R En los antepasados del lenguaje el amor era el modo de entenderse. El odio pretende serlo ahora. Aprender a sufrir es tensar la escritura. Dejar que todo fluya es amar sin reservas. Ahora que he sufrido lo bastante puedo blandir destreza, puedo crear un dios, y hasta su templo, puedo intentar amar como lo intuyo. Quererte, como el tiempo a sus relojes, honrarte, sin ajuares ni prebendas, mirarte, como un ciego miraría el mundo por primera vez.


T A CT O

La oscuridad te toma. La oscuridad nos toma. Sin referencias, idos de materia y luz, nos analizamos. Solo así descubro una verdadera sinfonía en el pulso de tu corazón. No de otra manera encuentras mi agitación, mas que en la arritmia y hondura de mis expiraciones. Manos como ojos, como labios, manos de lengua. Espero que no quede tiempo para pedir perdón. Tus senos son caligrafía braille.

Heberto de Sysmo (Poemas inéditos del poemario titulado Demens)


CRÚO R Entre el abiso y las ilísidas transcurro en esta vida, disconforme con la naturaleza de las cosas. Sentir la vocación del verso es sangradura, manación ilesa que inmola a cuanto arrastra en su crecida; todo óbice es motivación en ella —velo inconsútil— y canto.

Heberto de Sysmo (Poema inédito perteneciente a Sinagoga de tiempo).


A L F A B E T I S MO I N D U C I D O De la palabra somos adláteres sumisos. Idólatras del verbo, seres subordinados. Respeto a quien lo niega, no soy de fanatismos. Quisiera evidenciar que ser sin servidumbres no es imposible; obviar que la conciencia vive de forma independiente su síndrome de Asperger. Quisiera demostrar que la emoción sencilla no es capricho frugal ni delicia onanista. Que ser es mucho más de lo que algunos dicen. Pero en esta experiencia, real, expresionista, todo se ordena al símbolo, al color y la forma de tótems ya dispuestos, como gotas de lluvia se ahorman a los moldes que ofrece la hendidura.


S UE ÑO DE LA I NO CE NCI A

Su blanca oscuridad me dijo: —acoge este temblor de labio acantilado. Y quise modelarla, pero no encontré arcilla. Cuando fui a tocarla se descompuso en pájaros. Heberto de Sysmo (Poemas inéditos pertenecientes a La querella perenne de las palabras y las cosas).





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