Aquarellen Siete

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Mes 07- Año 02 Editado por: Aquarellen Cultura, Coquimbo – Chile Directora de redacción: María José Mattus Director de contenidos: Jesús De Castro Portada : “Abtei im Eichwald “Caspar David Friedrich.

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INDICE

EDITORIAL........................................................................................... Página 4 LITERATURA....................................................................................... Página 5 Mario Pérez Antolín “ Oscura Lucidez” ........................... Página 6 José Vicente Pascual “Interregno”.............................. ....... Página 14 Jesús De Castro.................................................................... Página 23

MÚSICA.......................................................................................... ..... Página 28 María José Mattus La 9° sinfonía de Beethoven................ Página 29

NUEVOS ESCRITORES...................................................................... Página 32

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EDITORIAL

La séptima edición de revista aquarellen es una publicación que tienen como invitados a tres amigos de la casa. Primeramente José Vicente Pascual con su libro “Interregno” un libro de ficciones históricas en el tiempo anterior a la edad media cuando el imperio romano ya llegaba a su fin. Como es costumbre en nuestra revista, hacemos gala de amigos aforistas y uno de los mejores del momento presenta su último libro: “Oscura Lucidez” un libro de aforismo profundos donde el pensamiento es llevado al límite, desentrañando a una sociedad conflictiva y que se transforma continuamente.

Jesús De castro deleita con su extraordinaria capacidad de estremecernos con sus relatos cortos, fragmentos humanos y cotidianos; historias apasionantes que mantienen al lector siempre emocionado y atento a la sugerente narración. En esta séptima edición, además, abrimos una nueva sección “Nuevos autores” en donde a partir de este número, daremos espacio a los nuevos talentos de la literatura, editándoles, entrevistándoles y por supuesto, promocionándoles. Cumpliendo así, además de rol difusor de los nacientes talentos de la pluma, de este bello arte de la literatura en todas sus expresiones, con la importancia que esta manifestación tiene, como canal expresivo de sentimientos, ideas, pensamientos. esperamos que disfruten como siempre.

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LITERATURA

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SINOPSIS DE OSCURA LUCIDEZ

En esta nueva entrega de aforismos, la más profunda y estilizada, Mario Pérez Antolín continúa su indagación sobre los aspectos más secretos y clandestinos del ser humano; y lo hace, llevando al límite el género, pues muchas veces los pensamientos, los relatos o las prosas poéticas forman universos abiertos que contienen tal cantidad de emociones y saberes que desbordan ampliamente los márgenes del simple fogonazo del ingenio. El que se decida a leer este auténtico compendio de afectos primordiales y de conocimientos transgresores se adentrará en un territorio insólito, donde nada es lo que parece y donde el pensamiento se lleva al límite. A través de sus reflexiones, el autor consigue el cuestionamiento de todas esas cosas que nos parecían inmutables. Pocos rincones de la naturaleza física y espiritual escapan a la capacidad analítica e introspectiva de Mario Pérez Antolín, da igual que se trate de meros detalles del acontecer más inmediato o de los más intrincados conceptos que vertebran la existencia. Eso sí, siempre parte, siguiendo la estela del humanismo renacentista, de su propia experiencia para desentrañar, después, las claves de una sociedad conflictiva y en permanente transformación. Este libro enseña cómo, mediante la racionalidad arquitectónica, hemos ido superponiendo, a partir de un concienzudo plan de obras, diversos supuestos que, debidamente ensamblados, formaron una estructura coherente, según la dialéctica, pero endeble según la epistemología. Propone, por el contrario, una indagación arqueológica, que arrase todas las coerciones y exhume, de forma metódica, cada uno de los mitos históricos que se hicieron pasar por hechos ciertos narrables y memorables. Hacía falta que alguien ideara una singularidad heurística. Una discontinuidad de salto infinito con la cual aparezcan los surgimientos divergentes de la reminiscencia conforme. Destaca, por último, en la escritura de Mario Pérez Antolín la belleza estilística y la ironía acerada. Dos rasgos que, junto a la enorme imaginación creativa, conforman una voz inimitable en el panorama actual de la literatura y la filosofía española.

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AFORISMOS DE OSCURA LUCIDEZ MARIO PEREZ ANTOLIN

Un carterista fue entrevistado por un periódico local. Reproduzco a continuación un extracto: —¿Cuándo te llevaste la mayor sorpresa? —En una ocasión, la billetera solamente contenía un papel con esta frase: «Espero que la próxima vez tengas más suerte». —¿Qué les dirías a los que sufren tus hurtos? —Me quedo con vuestras carteras y, a cambio, os perdono la vida. —¿Por qué elegiste este oficio? —Es el más cabal dentro del hampa, ni siquiera tocas a tus víctimas. —¿Hay un código deontológico? —Aunque le parezca mentira, yo no cojo las pertenencias que la gente se deja olvidadas sobre las mesas de los cafés. —¿Qué te da miedo? —Encontrar mi foto en una de esas carteras. Mi madre me abandonó cuando tenía cinco años. —¿Recuerdas tu primera vez? —Sí, con el dinero que conseguí pude comprar una cartera de piel que aún no me han quitado.

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Sentimos admiración por unas creaciones que nos acomplejan. El orgullo, por ejemplo, de haber fabricado la calculadora, y la consiguiente decepción de no ser capaces de calcular como ella.

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El cantero podría haber descuidado la factura de los relieves y ornamentos más altos de la catedral, ya que prácticamente nadie, en su época, iba a contemplarlos de cerca; y sin embargo no lo hizo, porque su propósito era que fueran vistos, no desde la tierra, sino desde el cielo por el único Ojo que escruta todos los detalles.

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Ciertas desgracias son tan inconsolables e inexpresables que ni las palabras de aliento confortan, ni las lágrimas más compungidas desahogan. Ante tales mazazos del destino, solo cabe, como Níobe, transformarse en roca y mineralizar el alma.

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¿Quién en un arrebato no ha demostrado alguna vez bravura?, pero no diremos, por ello, que sea un valiente. La virtud se desvirtúa si no se asienta sobre la perseverancia y la cogitación.

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Podría llamarse tempero, pero se llama erial porque nadie arrancó las piedras que entorpecen el avance de la vertedera. Podría llamarse sazón, pero se llama abandono porque la acequia no quiso abrazar este trozo compacto de basura y tierra. Podría llamarse cosecha, pero se llama yermo porque algunas parcelas prefieren la brutalidad de la intemperie silvestre al cuidado monótono del laboreo acuciante.

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Muchas veces creemos ser el centro de atención de personas que, en realidad, no se interesan por nosotros; al contrario, también sucede que cuando creíamos estar en presencia de alguien que nos ignora, ese, justamente, pasa gran parte de su tiempo intrigado por nuestras vicisitudes. La falta de correspondencia entre lo que espero suscitar y lo que consigo capturar amplía mi cuestionamiento de mí.

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Infrautiliza la libertad aquel que se conforma con no ser oprimido para ser libre. En cambio, expande la libertad el que la sacrifica para defender que, incluso el que no la merece, la tenga.

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Uno de los problemas estructurales de la política es que quienes deciden no sufren los efectos adversos de sus decisiones. El que no se priva no debería ordenar privación.

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El insistente empuje de las olas hace retroceder la adamantina resistencia de los cantiles. La blandura abarcadora que se mueve gana la partida a la rigidez craneal que emerge. La erosión es un tenso contacto entre la brutalidad y su desmoronamiento.

* El enterrador odia trabajar cuando la tierra está helada, el pico rebota y la vibración se transmite por los tendones hasta la corteza del ensimismamiento. Durante las noches de luna, las carretas subían a los pozos de nieve; allí donde quedan a la vista, no muy lejos, los fósiles en las trincheras del ferrocarril. Era una época en la que los colegiales utilizaban pizarras y era común hacer el jabón con aceite y sosa cáustica.

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Era meticuloso en extremo con sus objetos personales, por eso resultó muy extraño que el día de su desaparición estuviera el apartamento donde vivía revuelto y en desorden. Puestos a aventurar hipótesis sobre este inaudito suceso, las hubo a cual más inverosímil: que si un secuestro fallido, que si una fuga por deudas de juego, que si un enamoramiento repentino… Pero después de varias investigaciones exhaustivas de la policía, el enigma quedó sin resolver. Parece mentira que nadie diera con la mejor explicación: llega un momento en que uno prefiere no dejar rastro de su fuga precipitada, porque ha sido incapaz de dejar huella de su paso irrelevant *

¿Qué somos? Unos pocos aconteceres que se dejan atrapar por la atención de unos pocos observadores. Tan solo eso, y quizá ni eso.

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Esa humilde florecilla que aguanta las sacudidas del viento y los rayos inclementes del sol, aunque te parezca débil por carecer de envoltura, aunque semeje un rutilante chispazo de simpleza, aunque represente a la más elemental de las criaturas, ahí donde la ves, contiene una dádiva tan excelsa que podría, con su germen, colonizar la corteza estéril de un planeta gélido.

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En el infierno, siempre hay sitio para un nuevo desalmado. Incluso después de los juicios de Núremberg, cuando sus sucios pabellones estaban repletos, se admitían nuevos ingresos. Nunca tuvo que esperar un cruel por muy hacinadas que estuvieran las celdas. En el Averno no existen restricciones, cualquiera es bienvenido y las preferencias quedan completamente prohibidas. Nadie debe perderse la condena que con tanto merecimiento ganó. El que hizo el diseño del infierno quiso que, por si acaso, cupiéramos todos.

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Ella me dijo, durante mi hospitalización, que lo fundamental de su biografía estaba en las tres cicatrices de su cuerpo: la que no podía disimular su vello púbico le recordaba, a diario, aquel hijo deseado que terminó siendo este extraño de la foto; la de la mejilla derecha le impedía olvidar a un marido que, poco después de la boda, se convirtió en su peor enemigo, y la más reciente, aún con los puntos de sutura, era la de una biopsia que no presagiaba nada bueno, salvo que sería el último zurcido de su desdichada vida.

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Me hice amigo de un gladiador, que venía directo de mi imaginación, y lo traje a vivir conmigo. El vecindario protestaba porque los niños no iban al colegio y preferían jugar con él. Cuántos paseos tuvimos que interrumpir por el acoso de los paparazzi y la insistencia de los fans en busca de unos autógrafos. Los ruinosos circos romanos no le gustaban. Su lugar predilecto para los combates eran los estadios de fútbol llenos de hinchas poco antes de terminar el partido, con el consiguiente deterioro del orden público. En los estudios de cine, no encontró trabajo de especialista debido a que sus interpretaciones resultaban demasiado verídicas. Al final, las cosas se aclararon entre nosotros y, de mutuo acuerdo, viendo lo molesto de su comportamiento arcaico, decidimos que volviera al cuarto oscuro de mi fantasía, donde los anacronismos pasan desapercibidos.

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El problema de la muerte es que ni se presiente ni se adivina ni se barrunta y, aun así, termina llegando a deshora como un huésped inoportuno al que hay que acomodar, encima, en el mejor cuarto de nuestro piso. El problema de la muerte es que siempre nos coge desprevenidos y con los preparativos sin hacer, porque tiene la mala costumbre de presentarse sin haber recibido invitación. El problema de la muerte es que cuando se va, no se va sola.

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Interregno, una explicación que nadie ha solicitado y que casi nadie necesita

En la primavera de 2011, con motivo de una lectura de su obra poética en la biblioteca pública de Carmona, tuve ocasión de reunirme con el escritor Antonio Rivero Taravillo, en aquellos tiempos director de publicaciones de Paréntesis, una editorial con sede en Alcalá de Guadaira, perteneciente al ya extinto grupo MAD, que hizo más por la novela española contemporánea, durante los pocos años de actividad que le concedió el mercado, que muchos sellos editores de renombre, de esos que llenan sus catálogos con obras perfectamente escritas para que puedan ser perfectamente leídas por un público perfectamente aleatorio y que, por supuesto, son perfectamente prescindibles (me refiero a aquellos títulos con vocación de superventas, no al público, quien, a la postre, lee lo que puede y no tiene culpa de nada). Acabado el evento, caminamos y charlamos con amena parsimonia por el centro de la impecable, monumental ciudad erigida hace unos cuantos milenios sobre la gran peña que domina el valle del Guadalquivir; y yo creo que fue el entorno, subrayado con singular viveza por una personalidad exquisita , enmullida en la pausa de los siglos, lo que condujo nuestra charla, con natural fluidez, hacia los ámbitos de la novela histórica y sobre cómo valoraba Antonio Rivero su pertinencia y oportunidad de cara a nutrir el catálogo de narrativa (ya de por sí notable), de la editorial que entonces dirigía. Recuerdo haberle hablado con especial entusiasmo de títulos como El año de Malandar, de Juan Villa Díaz, una novela inusualmente bien escrita, poderosa en su pretensión y de brillante alcance, obra que me había descubierto a un autor admirable y al que, por fortuna, he seguido desde entonces.

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(Excurso: si los guionistas de la multipremiada película La isla mínima conocían el portento de True detective, y se dejaron inspirar por el ambiente mistérico y limoso de esta magistral serie detectivesca, creo sinceramente que habrían alcanzado cotas insuperables de autenticidad de haber visitado con atención y provecho la obra de Juan Villa Díaz, una novela de las que “insertan marcador” en la memoria de cualquier lector y que, por cierto, me venía al recuerdo cuando contemplaba ambas entregas cinematográficas, tanto La isla mínima como True detective. Fin del excurso). Me entretuve unos momentos rememorando El año de Malandar, y celebré la decisión de Antonio Rivero de publicar pocos meses después El códice purpúreo, novela ambientada en el siglo IV dC, cuyo argumento, así como la ya conocida pericia de su autora, Herminia Luque, auguraban, como así fue, un resultado sobresaliente. Lamentaba sin embargo Antonio Rivero la especial dificultad de publicar novela histórica, así como otro de sus géneros preferidos, las memorias (andaba por medio de la conversación el pulcro trabajo de José Antonio Moreno Jurado con Aracne, una lectura deliciosa y colmada de ese acento entre melancólico e ilusionado que caracteriza a los textos autobiográficos merecedores de serlo). Tal como me comentaba el editor, el mercado imponía de nuevo esa ley, predecible y del todo absurda, según la cual tanto las novelas históricas como las memorias personales deben publicarse acompañadas de un gran despliegue publicitario y, a ser posible, estar escritas por gente muy conocida. Reflexionamos un instante sobre el sinsentido de todo aquello: que un sacrificado, meticuloso poeta ignorado por las masas escriba unas memorias deslumbrantes, siempre cabe dentro de lo posible; pero, ¿qué de maravilloso puede haber en las memorias de estrellas mediáticas, personas más vistas que los semáforos y cuyas vidas han sido aireadas hasta el aburrimiento (a menudo hasta lo obsceno) por los medios de comunicación? En fin, concluimos como siempre: en este difícil mundo de la narrativa y la edición existe un desequilibrio activo, “movilizador”, entre la realidad y el deseo, lo que nos gustaría hacer y lo que en atención a lo estrictamente fáctico es posible; la locura (grandiosa, bendita), de escribir la batalla de Waterloo en catorce folios, con un bolígrafo BIC que cuesta setenta céntimos, y la imposibilidad de publicar esos folios, no digamos filmarlos con un presupuesto de dos o tres millones de euros… La realidad, siempre. Derivó entonces la conversación, a propósito de El códice purpúreo, hacia un punto en el que ambos estábamos de acuerdo: la escasa producción novelística sobre la época, larga y fecunda en todos los terrenos, del imperium romano en la península, la espléndida civilización hispano y tardoromana, así como el período de transición entre el poder imperial y la estabilización de la antigua provincia en torno a los dos nuevos centros de hegemonía: el reino godo de Toledo y el trono de los suevos en Brácara Augusta. Ciertamente, coincidimos en que los historiógrafos románticos crearon un durable malentendido (fatal para los intereses de la literatura), al denominar “Interregno”, o más exactamente “Interregno Visigótico”, a los siglos en que prevaleció la monarquía goda, hasta la primera oleada de asentamientos musulmanes en 711. El verdadero “interregno” sucede mucho antes, cuando se produce el efecto “vacío de poder”: Roma ya no es Roma, el dominio imperial se desvanece, las ciudades, señoríos, parroquias, prioratos e incluso obispados no encuentran un referente sólido que garantice y mucho menos organice el orden social; aún no introducida la figura jurídica del foedus en Hispania (salvo en el caso del rex suevo Hermerico, establecido en la Gallaecia, pues el resto del territorio, nominalmente, continua siendo una provincia del imperio), los

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patres hispanoromanos y la cada vez más influyente autoridad eclesiástica se ven obligados a maniobrar en sentidos muy diversos para, de esta forma, asegurar supervivencia y posesiones ante la irrupción en avalancha de las tribus y clanes guerreros de los vándalos y los halaunios. Cabe también considerar que la tremenda conmoción que supuso el desvanecimiento del imperio y la entrada en escena de los pueblos germano-asiáticos invasores, se produjo en un marco ideológico-cultural extraordinariamente disperso. Bien es cierto que el catolicismo parece la religión mayoritaria y, por tanto, el conexo moral y político más socorrido, pero también es verdad que existieron circunstancias especiales, elementos que desdibujarían esta prevalencia ideológica hasta hacerla confusa y, en definitiva, inhábil como sistema de valores en torno a los cuales podían cohesionarse las comunidades en busca de un nuevo paradigma de estabilidad. En primer término, el mismo cuerpo doctrinal cristiano se ve escindido por numerosas controversias teológicas, siendo habitual que los involucrados en el debate buscasen apoyo en poderes terrenos para sostener su particular visión tanto de la fe como del que debería ser su ideal, su “civitas Dei”. En la península ibérica, el más conocido de estos litigios fue el habido entre arrianos y trinitarios, aunque la capacidad generadora de desavenencias capitales en el seno del primer cristianismo resulta espectacular. Una somera lectura de La tentación de San Antonio, de Flaubert, nos ilustra maravillosamente al respecto. Por otra parte, la entrada de poderosas fuerzas invasoras en la península se confirmó a través de la extensa frontera con los antiguos territorios de los galos, los francos y los celtas; es decir: tuvo lugar en aquellos lugares donde ni siquiera el culto a las deidades clásicas grecoromanas había arraigado plenamente, cuánto menos el cristianismo, considerado por una parte no mayoritaria pero sí significativa de la población (vascones y cántabros incluidos), como una religión “extraña” a las tradiciones propias de cada cultura. La pervivencia del culto animista vinculado a las fuerzas de la naturaleza, heredado de la civilización celta, y de las arcaicas mitologías iberas, son otros elementos disgregadores respecto a esa “ideología dominante”, unificadora, que los pueblos peninsulares necesitaban para hacer frente al peligro nada ideológico y muy real de su aniquilación a manos de despiadados invasores bárbaros. Por último, y para complicar la situación en este ámbito tan decisivo para el “sentido de ser en el mundo” de los pueblos pre-medievales, nos encontramos con la visión e interpretación apocalíptica que muchos patriarcas católicos dieron a la conquista y saqueo de Roma por los ejércitos del rey godo Alarico. Según aquellos venerables varones, que el emperador se humillara ante el enemigo suponía una catástrofe inimaginable; que la Silla de Pedro fuese ocupada por un posible usurpador, el signo de la Cruz vilipendiado y arrojado de los templos, la religión de Cristo postergada como una creencia indigna, o falsa, era un riesgo espantoso que abismaba a todos los creyentes al cataclismo absoluto, sin posible remedio. Después de aquella desgracia, sólo cabía esperar el Fin de los Tiempos. En tal sentido, la meticulosa Crónica de Idacio (posiblemente la cronología más fiable de la época), resulta contundente en sus conclusiones: “De esta suerte, exacerbadas en todo el orbe las cuatro plagas: el hierro, el hambre, la peste y las fieras, cúmplense la predicciones que hizo el Señor por boca de sus Profetas”. El siglo V, para algunos cristianos visionarios, significó el fin del mundo. En cierta manera, lo fue. En un pasaje de Interregno, el sacerdote Castorio de Sanctus Pontanos expone su temor con estas atribuladas palabras: “Los mismos dignatarios de Roma, hace años que no tienen noticias verídicas sobre lo que ocurre en la sede imperial. Lo último que sabemos con certeza es que el bárbaro 16


Alarico, rey de los godos occidentales, puso cerco y saqueó la ciudad hace más o menos una década. ¿Lo imaginas? Roma todopoderosa, centro del mundo y lugar sagrado donde elevan sus oraciones los sucesores de Pedro, arrasada por una turba de salvajes idólatras, la mayoría de ellos herejes, enemigos de Cristo y de la única religión verdadera… Si esta calamidad no es signo temible entre los más aciagos, cerca debe de andarle… Si el mundo no ha acabado y los ángeles del cielo no preparan las tubas y pífanos del juicio final, poco han de tardar en ponerse a la tarea… Desde hace años y décadas no tenemos noticias de la autoridad imperial, lo que ha sucedido en aquellos lugares que antaño fuesen centro del mundo, quién ocupa ahora el trono de los césares, quién manda, quién obedece y a quién le han cortado la cabeza... Tampoco sabemos cuál ha sido la suerte de nuestra iglesia. Desde luego quedan muchos hombres de Dios, hay seguidores de Nuestro Señor Jesucristo y sus enseñanzas por todos los rincones de Hispania y también en el país de los francos. Esas noticias son seguras. Pero nada sabemos acerca de la Silla de Pedro, la autoridad suprema de nuestra religión, si un santo varón continua al frente de la cristiandad o si nuestras creencias han sido derogadas, borradas de los libros y olvidadas por el pueblo. No sabemos, Egidio, si la cruz sigue siendo emblema del imperio o si, por azares de la guerra y la política, ahora se la considera un signo pagano. Esa es mi cuita, buen amigo...”

De tal forma, nos encontramos ante una época de aparatosa incertidumbre, tanto en el ámbito social como cultural; un período marcado por hondos sentimientos de escisión entre la humanidad civilizada y sus centros “naturales” de poder, la codicia devastadora de pueblos errantes alzados en armas, la resistencia a ultranza de los vestigios imperiales y el vértigo de los pactos y alianzas establecidos entre los poderosos con el único y supremo objetivo de sobrevivir. La nobleza de las ciudades, en muchas ocasiones, prefiere pagar tributo a los bárbaros recién llegados, pues casi siempre resultaba más barato y mucho más eficaz que ofrecerlos a Roma; en otros casos se deciden por combatir, confiando la defensa de sus vidas y bienes a tropas mercenarias, mucho más aguerridas que los débiles restos de lo que en otro tiempo fuesen invencibles legiones romanas. Otros pueblos se guarecen en su territorio, ciudades amuralladas protegidas por una localización favorable a la defensa… Cada cual afronta la calamidad como puede. Es en esos momentos, y en esas condiciones, sobre los que parece oportuno extender la mirada literaria, en busca de la

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interpretación épica de un tiempo que, como todas las épocas de crisis de la humanidad, resulta apasionante. Un par de semanas después de mi conversación con Antonio Rivero, recuerdo haber insistido acerca del asunto en el transcurso de una agradable velada con mis amigos Angustias y Félix, en Tomares, pequeño y fantásticamente bullicioso pueblo sevillano que ha ganado renombre en los últimos tiempos por ser el de mayor renta per cápita de España, o algo parecido… Les comentaba con toda ilusión (espero que sin aburrirlos demasiado), cómo la empresa de escribir una novela ambientada en el mundo confuso, violento, vitalista, mágico, del siglo V, presentaba un reto excitante para mí, por cuanto muy pocos novelistas en lengua española se habían ocupado del mismo hasta el presente. Por reivindicarme ambicioso, aunque no petulante ni pretencioso, les indicaba cómo en la literatura española no existen obras semejantes a Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros, de Steinbeck; no digamos un texto semejante a La muerte de Arturo, de Sir Thomas Mallory, y parecidos. No existe en España una épica medieval desvinculada del argumento moros y cristianos. De hecho, hemos de aguardar hasta la aparición de los cantares del Mío Cid para dar por inaugurada justamente esa épica medieval. Y lo cierto es que dicha carencia no ha sido debida (desde mi modesto punto de vista), a la ausencia de temas, sino a la perentoriedad con que la Iglesia y los reinos cristianos precisaban nutrir un ideario belicoso en contra del mahometano, dejando en el olvido (en todo caso para entretenimiento inane de la juglaría), el lirismo de asunto heroico-pagano. La novela de caballerías es detestada, en nuestra literatura, hasta en la novela de caballerías por antonomasia: El Quijote. De regreso a nuestra casa de Carmona, charlaba con mi mujer, Sonia, sobre este pormenor, y ambos estuvimos de acuerdo en que cuando algún escritor se había decidido a aventurarse en estas sendas de la narrativa (en el caso que comentábamos, una grandísima escritora: Ana María Matute), había eludido conscientemente la situación histórica concreta, trazando maravillosos argumentos en utópicos escenarios medievales, sí, pero atemporales, como sucede en obras tan portentosas como La torre vigía, Olvidado rey Gudú y Aranmanoth. No desconocíamos aquella cierta aversión que Ana María siempre tuvo por la novela histórica sensu estricto, la cual nos había argumentado con encantadora sencillez un par de años antes, en el mejor restaurante chino de Barcelona y del mundo (según su gusto y criterio, aunque una cosa era indiscutible: con ella, los empleados del local eran los más amables del mundo). Empero, aun considerando los rotundos y enternecedores “Matute dixit” con que solía concluir sus pequeñas soflamas en contra del género, tampoco desconocíamos Sonia y yo la admiración y gusto de Ana María por la obra poética de Juan Eduardo Cirlot, un autor que influyó en muchos escritores barceloneses de su generación, como la misma Matute o el mismísimo Perucho. Tampoco ignoraba yo el pequeño maremoto que supuso en los años 60 del pasado siglo, en aquellos ambientes de la vanguardia barcelonesa, la película El señor de la guerra, de Franklin J. Schaffner, y cómo había determinado los últimos años del poeta Cirlot y orientado el quehacer narrativo de autores como Ana María Matute. Confieso ahora una pequeña travesura, cometida en 2007, mediante la que quise ratificar mi íntima convicción de que la novela La torre vigía quizás no habría existido sin la película El señor de la guerra. Fue el caso que nos trasladamos desde Barcelona (donde entonces residíamos Sonia y yo), a Granada, para participar en algunas actividades de la feria del libro de esa ciudad, 18


en la que tantos años he vivido. La Junta de Andalucía, organizadora de los eventos principales, había tenido el detalle de reservarnos asientos VIP (aún no eran tiempos de austeridad, aunque estoy convencido de que algunos autores ni los han conocido ni los conocerán nunca, pero ese es otro tema…). A lo que iba. Nos encontrábamos cómodamente instalados, degustando Ana María un gin-tonic y yo una Coca-Cola light (bebida oficial de los que han consumido su ración vitalicia de gin-tonic con demasiadas prisas); la conversación derivó, o fue conducida, qué más da, hacia La torre vigía; Ana María me embelesó un buen rato con la vida privada de aquella novela; y yo, todo atento y agradecido, correspondí con un amable: “Por cierto, hablando de lo que hablamos…”. Y le obsequié el DVD de El señor de la guerra. La sonrisa de alborozo y complicidad fue un regreso de ensueños. Sí, sin duda: cuando hablábamos de La torre vigía y de El señor de la guerra, no nos referíamos a la misma clase de literatura, pero sí a la misma emoción literaria. Cuando llegábamos a Carmona, de madrugada, tras la cena y posterior tertulia con nuestros amigos de Tomares, Sonia y yo habíamos decidido que era momento de que intentase escribir una “novela histórica” de la que Ana María Matute no hubiese podido, ni querido, renegar. Una novela, por añadido “histórica”, que a ella le gustase. Un año más tarde, había redactado las primeras cuatrocientas páginas de Interregno. Ya no vivíamos en Carmona. La trayectoria profesional de Sonia nos había llevado a La Coruña. Nos instalamos en un diligente municipio cercano al aeropuerto: Arteixo. Una de las parroquias pertenecientes al ayuntamiento de Arteixo se llamaba y se sigue llamando “Suevos”. Cuando una novela “encarta” en la vida del autor, la vida se empeña en cuadrarlo todo. Si un año antes, durante la época en que rumiaba y repensaba sobre el libro aún por escribir, me hubiesen dicho que trece meses después viviría en el Finisterrae de mis personajes, en el centro de los dominios del viejo rex Hermerico, lo habría tomado a broma. Pero así suceden las cosas cuando uno se empeña en conjuntar las pulsiones y apetencias del yo interior con el fluir de una obra literaria: las cuentas suelen salir justas. No es la primera vez que me sucede, son ya muchos los ejemplos que puedo recordar, casi todos muy indiscretos, en el transcurso de casi cuarenta años dedicado a esta inclinación sin penitencia por la narrativa. Por poner uno de ellos (un ejemplo, entendámonos), me apetece referir algo sutilmente revelador que me ocurrió en 2007, cuando redactaba Los fantasmas del Retiro. Aunque la verdad es que no fue una, sino que fueron dos las coincidencias. La primera: despistado como siempre, tardé seis o siete meses, desde el inicio de la novela, en darme cuenta de que la plaza donde bajaba a nuestro perro cuatro veces al día se llamaba “Plaza del Retiro”; por supuesto, el Retiro de mi novela es el parque madrileño, pero a buen seguro que mi inconsciente tomó precisa nota de que al final de sevillana calle Alonso Mingo luce esa placa, rotulada con el nombre mágico; y también es bastante probable que el título de la novela me fuese sugerido desde la mudez un tanto pérfida y siempre preñada de simbolismo de los objetos inanimados, tal cual la inscripción indicativa de aquel espacio público. La segunda sorpresa fue aún más turbadora. El desarrollo argumental de Los fantasmas del Retiro, ambientada en el Madrid de 1956, necesitaba un espacio subterráneo inmenso (lóbrego como catacumba,

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por supuesto), que estuviese situado en las proximidades del parque del Retiro y el Observatorio Astronómico. En dicho improbable escenario, los servicios secretos del Régimen, en confabulación con unos científicos nazis refugiados en la capital de España, construían una réplica imaginativa y por tanto falsaria del sector del planeta Marte conocido como Cidonia, donde se encuentran las célebres formaciones rocosas que, por pareidolia, evocan tremendas imágenes de una esfinge y unas pirámides similares a las babilónicas. El problema no era pequeño: cómo meter en Madrid, en el subsuelo de Madrid, en el año 1956, un espacio tan descomunal. Y fue el caso que rastreando minuciosamente por Internet me enteré de que el Metro había iniciado las importantes obras del intercambiador-conexión de líneas, Retiro-Diego de León… en 1956. Finalmente, la empresa madrileña de transportes metropolitanos había resuelto, a tiempo y con criterio, mi escollo argumental. Cuando la idea y propósito de una novela funcionan, la realidad se cuida de ajustar los detalles. Habrá quien se mantenga escéptico al respecto, pero un servidor, desde su propia experiencia, no tiene más remedio que plegarse a la lógica sin lógica de lo predeterminado. Aunque hablaba de Interregno antes de desviar la memoria y la atención hacia otra novela. Y por volver al hilo principal y seguir descubriendo las coincidencias vitales que surgieron en los tres años que duró la primera redacción de Interregno, comentaré un último y decisivo detalle. Para mí, quizás, el más importante.

Sucedió que en el verano de 2012 Sonia quedó para tomar café en La Coruña con su compañera de trabajo Eva, una asturiana encantadora, excelente lectora que, entre otras gentilezas, me había ayudado a descubrir a Sapkovski y su fenomenal saga sobre las guerras husitas en la Bohemia del siglo XV. Y sucedió que en el encuentro aparecieron, acompañando a Eva, Xosé Antonio López Silva y su esposa, Ana, amiga de aquella desde tiempos del instituto. López Silva tuvo el inmenso detalle de llevar a la reunión y 20


obsequiarme su último trabajo: la edición del inédito De santos y milagros, antología sobre textos de Álvaro Cunqueiro, publicada por la Fundación Banco de Santander. Quién alcanzara mayor privilegio: pasar la tarde en caudalosa charla con un profesor de literatura, filólogo, editor y crítico literario, experto en la obra de Cunqueiro; y pasarla no en cualquier sitio, sino en la cafetería Macondo de La Coruña. Esos fueron los inicios de nuestra amistad. Por continuarla con mayor esmero, y por hacer el destino su jugada completa, se interesó Xosé Antonio en mi dedicación novelística de entonces, de la que, sospecho, algo le había adelantado Eva. Tras escuchar mi argumentación, bastante entusiasta, sobre Interregno y sus posibilidades como novela, Xosé Antonio desveló lo espectacular que siempre respira bajo el misterio de los azares retornados: Él, no otro… Él era el editor de la Crónica de Idacio de Limia, bispo de Chaves, rescatada del olvido gracias a su inmenso trabajo documental, publicada por la Diputación Provincial de Ourense en 2006, con profusión de notas a pie de página y amplio estudio bibliográfico e histórico previo. Era el autor de un libro que yo había consultado y del que había extraído notas apresuradamente (el traslado a Galicia estaba cercano), en la biblioteca pública de Carmona, ante la imposibilidad de conseguir aquella obra por otros medios. Xosé Antonio era, por así decirlo, el experto absoluto en la materia y en el ámbito históricogeográfico sobre el que llevaba más de un año escribiendo, completamente fascinado por la época y los personajes que la poblaron. Xosé Antonio López Silva resultó ser, porque el destino manda y eso no lo cambia el más pintado, uno de los mayores conocedores de esa misma época. Y el encuentro fue en La Coruña, la antigua Brigantia, en Macondo, con un libro de Cunquerio sobre la mesa, recién salido de imprenta como recién escrito. Hay novelas que llegan a una vida porque son necesarias, en el sentido más estricto, filosófico, del término. Porque todo lo que hemos leído y aprendido y vivido nos abocan a esas páginas, esa dedicación, como un acto que transciende a la propia voluntad para ejercer como condición ineludible de nuestra personalidad. Hay momentos en la vida que resumen, o mejor dicho, sintetizan, lo que hay de secreto y de claridad en cada existencia: una especie de conclusión matemática, evidente, erigida sobre números complejos y a menudo indescifrables. Aquella tarde, en la cafetería Macondo, fue uno de esos momentos, el punto final de una incertidumbre y la primera línea de un nuevo argumento. Representó en mi conciencia algo parecido a la legitimación epifánica de Interregno. Estaba escribiendo la novela porque no me había equivocado al decidir que, en efecto, era necesario escribirla. Xosé Antonio López Silva, acaso para tranquilizar mi alborozado desasosiego tras aquel cúmulo de certeras casualidades, citó de memoria a Gonzalo Torrente Ballester: “En literatura, es real todo lo que puede escribirse y, por tanto, presentarse como real”. No encontré mejor respuesta, lo reconozco: “Qué casualidad… Sonia y yo vivimos en la calle Torrente Ballester, de Arteixo”. Una semana más tarde, recibí por correo un ejemplar de la Crónica de Idacio, el cual atesoro desde entonces como venerable objeto ritual. Tan importante es para mí que, desde luego, no está ahora con Sonia y conmigo, en nuestra actual residencia tinerfeña. Al igual que otros libros señalados por la virtud del misterio, se guarda celosamente en lugar recóndito… En la sigilosa ciudad de León.

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Un año y dos meses después de recibir la Crónica de Idacio, acabé la primera redacción de Interregno. Laus Deo, afirman muchos escritores en este punto. Para dar gracias a Dios y al destino por la novela, definitivamente, aún me queda verla en librerías y, quizás, redactar otras tantas páginas que precedan al auténtico finis coronat opus.

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LA CHICA SIN NOMBRE RELATO DE JESÚS DE CASTRO.

¡Un tequila sin sal y limón!- a Alfredo le gustaba empezar fuerte; tras ese tequila seguirían al menos dos más, espolvoreados convenientemente con dos “tiritos” en los lavabos del Ateneo, a partir del tiroteo nasal Alfredo entablaba un larguísimo dialogo etílico con su mejor amigo “Jack Daniels”. El Ateneo era su garito predilecto; en él podías encontrarte la más heterogénea mezcla de personas, desde el profesor de facultad que acude a tomar unas cervezas tras las clases, hasta muchos alumnos que, casi siempre con acierto, veían más utilidad en unas copas que en las clases impartidas por personas dóciles y domesticadas por el pesebre conseguido en coyunturas políticas. Allí confluían también los más extraños y estrambóticos personajes del mundo de la noche; era el lugar perfecto para empezar la juerga y, en algunas ocasiones, también para terminarla cuando la noche se hermana con la madrugada. -¿Me invitas a una copa, Alfredo? Vaya, la noche no podía empezar mejor; tenía ante él, ¡en la primera copa!, una auténtica y extraña belleza, morena, con unos ojazos negros llenos de secretos. - ¿Me invitas a esa copa o tendré que buscar en otra parte? Fíjate y verás que me miran otros chicos y algunas chicas también. ¡Tú decides! La verdad es que la chica merecía todas y cada una de las miradas; era increíblemente atractiva y sugerente, y… tenía algo más. Alfredo no sabía cómo explicarlo pero esa chica era algo distinto y no sólo por su forma de vestir, (parecía pertenecer a una de esas extrañas tribus urbanas Góticas) sino, sobre todo, por sus facciones juveniles, y sus ojos que escondían algo arcano como una fuerza devastadora que a través de su mirada trasmitía un misterio que solo algunos escogidos podían llegar a desvelar, si ella lo permitía. - ¿Eres Gótica o algo así? Te atreves con un tequila o quieres algo más light. - Un tequila está bien, para empezar, claro. ¿Dime, Alfredo, qué más te gusta, tequila aparte? La cosa no paraba de mejorar, una chica directa. - Me gustan los coches, las motocicletas y las mujeres, los coches y motocicletas rápidos, y las mujeres rápidas y decididas, me gusta la velocidad en todo, la vida es corta. - A mí me gustan los hombres a los que les gustan los coches, las motocicletas, la velocidad y las mujeres rápidas y decididas, pero… 23


¿Has pensado alguna vez que la velocidad te lleva antes a cualquier sitio, incluso al final de la vida misma? - Oye, ¿vamos a beber o filosofar? - Se pueden hacer ambas cosas. Alfredo. ¿O te asustan las mujeres cultas? ¿O las conversaciones que lleven implícito algo más que… dónde lo hacemos, además de… qué bebemos hasta reventar? ¡Joder, una tía despampanante que se pone ella sola a tiro y tenía que salir filósofa! - ¿No me asusta nada y a ti? - A mí no me asusta nada; a veces creo que he vivido millones de vidas, sin haber vivido nunca, y a veces creo que sólo vivo para ver morir millones de vidas; este tipo de pensamientos hacen que el miedo sea solo una circunstancia más y más bien pasajera. ¿Ves a aquella chica que nos mira? - Pues no me importaría irme con ella si me resultase interesante; es más, no me importaría salir esta noche de aquí con cualquiera de todas aquellas personas que nos miran ahora mismo, pero hoy te he elegido a ti, Alfredo; de ti depende lo que ocurra a partir de ahora. ¡La madre que la parió! Lo había dicho bien clarito, vaya pava. - ¿Y qué tengo que hacer para llevarte a mi casa?; ¿oye, cómo te llamas? - Creo que hoy no te diré mi nombre, al menos no te lo diré aún, más tarde quizás te lo diga y quizás también pasen otras cosas… más tarde; para llevarme a tu casa empieza por no volver a preguntarme qué hace falta para llevarme a ella; yo decidiré si acabamos en tu casa, en otro sitio o no terminamos nada, al menos hoy. Desde luego era la chica más extravagante y enigmática con la que Alfredo había ligado en estos dos años que llevaba pululando por el Ateneo; cuanto más convencido estaba de mandarla a paseo y emborracharse solo, más y más le costaba hacerlo, acostumbrado como estaba a las noches de sexo sin comprometerse a nada. Percibía en su interior la extraña certeza de que tarde o temprano acabaría encontrándola de nuevo, por mucho que hoy se le escapase de las manos. Tres chupitos cada uno más tarde, terminaron por coger una mesa apartada y una botella llena de tequila. - ¿Dime, qué crees que va a pasar esta noche, o… qué te gustaría que pasara? A estas alturas Alfredo estaba desorientado, no sabía muy bien por dónde sorprender a esta chica sin nombre, y, lo que es peor, estaba seguro de que no importaba lo que dijese, ella se encargaría de dar la vuelta a su favor a cualquier cosa que se le ocurriese decir; pero había que intentar algo, aunque ese algo fuese sencillamente decir la verdad. - Sinceramente, al principio pensé que esto empezaría con un rápido revolcón en los lavabos, y quizás otro más tranquilo en mi casa; al principio claro, después pensé incluso en mandarte a paseo, ir directo a los lavabos y meterme otro tirito y media botella de Jack Daniels, chupito a chupito; es más, no tengo claro si me estás tomando el pelo para beber gratis, si solo buscas un chalado como tú para beber y hablar sin ofrecer nada, o si realmente quieres que lleguemos a algo más íntimo; lo que sí sé es que me importa una mierda, 24


sólo quiero que sigas aquí conmigo, que no te vayas, aunque no me digas por qué. Estoy medio borracho a pesar de la coca, pero algo dentro de mí me dice que no estás aquí por casualidad, que me buscabas, y, aunque pareces estar jugando, de alguna manera sé que has venido sólo por mí esta noche. - Yo no soy de nadie, Alfredo, ni lo seré nunca; hoy estoy contigo, ayer estuve con otros, mañana o dentro de unas horas quizás sea con aquella chica que nos mira algo confusa; sí, seguramente mañana la elegiré a ella; si puedes aceptar esto, si eres capaz de entender que nada puedes hacer por cambiarlo, si estás dispuesto a aceptar lo que no puedes impedir, es el momento de pagar esta botella que nos hemosbebido. Toma dinero, esta noche te invita esta chalada que buscaba un chalado como tú para beber y charlar, yo te espero en la puerta, daremos un paseo y quien sabe… quizás ese paseo nos lleve a tu casa, o quizás a la mía. Esta noche algunos afortunados miraran con envidia cómo salimos de aquí juntos sin un destino concreto aún; quizás mañana o pasado algunos no se sientan igual paseando a mi lado. - Desde luego estas como una cabra, chica sin nombre; voy a pagar y salgo enseguida. ¡Marcos, cóbrame! - Vaya mierda llevas macho, vaya mierda, ten más cuidado con lo que te metes hombre, le dijo el camarero asustado. - ¿Vaya mierda? Ainsss, si la envidia fuera tiña… ¡Vaya hembra que me llevo macho! - Lo dicho tío, vaya mierda, anda y que te vaya bien, Don Juan ilusorio. - Hasta mañana envidioso. - Hasta luego Casanova. - Bueno chica sin nombre ¿dónde quieres ir? - Qué más da eso, el camino es lo menos importante, una vez se sabe donde terminará; tomamos la última en tu casa y ya veremos. El camino hasta el apartamento de Alfredo transcurrió entre algunos silencios incómodos y unas pocas frases incoherentes que la chica aceptó como consecuencia de los excesos etílicos de Alfredo, pero al final estaban ante la puerta del apartamento y ella seguía allí. - ¡Qué quieres tomar chica sin nombre! Tengo tequila, vodka y a mi favorito: Jack Daniels. - Tequila está bien, Alfredo. - Bien, un tequila y un beso para empezar con buen pie. - No tengas tanta prisa, quizás ese beso que tanto esperas no te guste tanto después de todo; es mejor lo que se espera, lo que se imagina, que aquello que termina por suceder realmente, tranquilo. - ¡Qué es ese alboroto, joder Alfredo, ya estás otra vez igual! Intenta hacer algo menos de ruido, los vecinos se quejarán otra vez con razón, y algunos queremos ir mañana despejados a la facultad. - Jorge, quiero presentarte a la chica sin nombre, no sé si se quedará aquí esta noche, pero yo quiero que se quede. Este es mi compañero de piso y de estudios, mi aburrido y formal amigo Jorge. 25


- ¡Vaya mierda llevas otra vez chico! Anda, intenta tranquilizarte y vete a dormir, hasta mañana golferas. - -Ya ves, no te gustaría, es de un formal y aburrido que espanta. - Sí, desde luego es la clásica persona a la que no tengo intención de ver a corto plazo; tú eres más mi estilo de cita, Alfredo, sí, tú volverás a verme y la próxima vez vendrás a mi casa. Pero no será esta noche, esta noche no; sin embargo sí te daré ese beso que querías al entrar, un beso corto, para que me recuerdes, para que me esperes, para que sepas que muy pronto vendré a por ti y te llevaré conmigo a casa. Fue un beso rápido, esquivo, casi una despedida que no termina de llegar, como un hasta pronto que surge tan rápido, como rápido desaparece; sin embargo Alfredo sintió en ese escaso segundo un aliento frío, que desde los labios invadía todo su ser, como si hubiese besado un tempano de hielo en lugar de aquella boca que tanto deseaba recorrer a mordiscos juguetones. De repente le invadió un tremendo sopor, le pesaban los párpados y el cansancio se apoderó de todo su ser; lo último que alcanzó a ver fue una puerta, la de su apartamento, cerrándose tras una negra sombra. - ¡Dios, qué dolor de cabeza, realmente la había cogido tremenda ayer noche! - Buenos días tarambana, ¿te duele la cabeza crápula? - No me fastidies, Jorge, bastante tengo, vaya mierda cogí; encima se me escapó esa chica tan rara. - ¿Qué chica, qué dices? - ¿Qué digo?, joder tío, la chica que te presenté ayer. - ¿Ayer?, cuando te encontré, estabas solo, medio tirado en el sofá, con una botella de tequila en las manos, farfullando de manera incongruente; imagino que puesto hasta las cejas de tequila, y a saber qué más. Me voy a la facultad, intenta espabilarte a ver si consigues llegar a alguna clase medianamente lucido. - ¿Solo, solo y tirado en el sofá? Jorge alucinaba, sí es cierto, la había cogido de concurso pero recordaba cada palabra, cada mirada, recordaba ese paseo hasta el piso y, sobre todo, aquel beso corto, pero ¡tan intenso y frío!, recordaba la promesa de la chica: “Tú volverás a verme y la próxima vez vendrás a mi casa”. Estaba seguro, ella volvería, volvería a verla. Pasó el día semidormido, tumbado en la cama; con las primeras luces artificiales de la noche, se levantó y se duchó, se vistió para salir, ya comería algo rápido en cualquier sitio. - ¡Un tequila sin sal y limón! - Marchando, golferas, no sé como tienes cuerpo después de la de ayer. - Ya ves, tío, machote que es uno, una pregunta Marcos ¿La nena aquella de anoche, ha venido por aquí? - ¿Qué nena? - ¡No me jodas tú también, Marcos! La pava que estuvo bebiendo conmigo anoche, la que se fue conmigo después, esa morenaza de ojazos negros que vestía de Gótica. 26


- ¡Qué dices, colgado! Anoche empezaste como siempre, te bebiste un par de chupitos hablando entre dientes, después te fuiste al lavabo como siempre y al volver con las narices algo blancas, te fuiste solo a una mesa con una botella entera de José Cuervo, te la bebiste, pagaste y saliste por la puerta dando tumbos y hablando solo; si había alguien o no esperándote fuera, no lo sé, tío, pero de aquí saliste totalmente colgado y solo. Por cierto, no veas la que se montó después; al poco rato de salir tú, una chica fue violada y asesinada en el callejón de detrás, una chica joven que estaba sentada cerca de ti; estuvo casi toda la noche la pobre y te miraba bastante, no sé cómo no te diste cuenta, la verdad. Si hubieses estado más fino se hubiese marchado contigo, a lo mejor, y quizás aún estaría viva. Dicen que estudiaba en tu misma facultad, era su primer año, creo, ya había estado alguna vez por aquí, una tía algo seria pero muy amable. En fin, no puede evitarse lo que está destinado a pasar; era su noche. ¿Sólo? No, estaba seguro, la recordaba perfectamente, recordaba cada palabra, cada minuto con ella. ¿Una chica que le miraba? No, no se acordaba de ella, sólo recordaba a su chica sin nombre recordaba su promesa y su beso. Sí, volvería a verla, estaba seguro, ella se lo había prometido, la esperaría. Lo recordaba perfectamente: “Te daré ese beso que querías al entrar Alfredo, un beso corto, para que me recuerdes, para que me esperes, para que sepas que muy pronto vendré a por ti y te llevaré conmigo a casa”. Esas fueron sus palabras, estaba seguro del todo, a la mierda lo que dijesen los colgados de Marcos y Jorge; ella vendría, sólo tenía que esperarla. Pero primero un tirito para despabilarse. - ¡Dame otro tequila sin sal y limón!

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MÚSICA

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LA NOVENA SINFONÍA DE LUDWIG VAN BEETHOVEN María José Mattus Aguirre

Existen en la música selecta una serie de nombres importantes, famosos, populares, pero sin duda que Ludwig Van Beethoven, el genio de Bonn es un músico que ha grabado su nombre a fuego en la historia mundial de la música. La música de Beethoven son melodías que te transportan, te encienden el alma, el corazón, su música logra elevarte porque posee una majestuosidad suprema. Sus luchas musicales, sus sonidos consiguen estremecerte y comprender que los sentimientos, las sensaciones, los estados de ánimo son totalmente traspasables a una partitura de una forma tan perfecta. Esta exquisitez melódica le ha preservado un puesto en el Walhalla musical. Es así como una de sus obras emblemáticas, la Sinfonía nº 9 Op. 125 en Re menor (coral), estrenada ante una ávida multitud el 7 de mayo de 1824 en el Kärtnertor-theater de Viena, ha trascendido a tal nivel, que no sólo ha pasado a ser el himno de la Unión Europea, sino que se ha convertido en un verdadero símbolo mundial, una de las más excelsas creaciones que ha presenciado la historia de la humanidad. Por lo que tengo entendido estando Beethoven vivo la obra sólo se tocó una vez y sólo posteriormente hemos podido mensurar los problemas que esta obra, totalmente nueva, suscitaba a los intérpretes. Fue la interpretación de Richard Wagner lo que marcó el éxito duradero de la obra. De otra parte, hay que tener en cuenta que la tradición sólo tiene sentido si está viva y presente. Almacenar y congelar obras como la novena sinfonía de Beethoven es imposible. Como todas las obras de arte vivas, esta pieza sólo morirá cuando las gentes, la comunidad humana para la que nació, dejen de existir. Cualquier obra musical concebida a la medida de Europa, sólo será duradera mientras Europa lo sea. La obra de Beethoven rebosa fuego, pasión, embriaga de los sentimientos del romanticismo, pasiones tan característicos del compositor alemán. No obstante, se conoce poco y nada acerca de su génesis artística y de las ideas que Beethoven quiso expresar en ella, las cuales fueron su legado para la posteridad. Para empezar debemos centrarnos en la idea de que Beethoven fue un romántico, por comprender que el arte es la máxima expresión de la vida, la concepción del arte como un canal expresivo de sentimientos, de ideales, de pensamientos el individuo que desarrolla a plenitud sus potencialidades creadoras para expresar su subjetividad, construyendo así, su propio destino, pues “el arte es afirmación de vida. El acto mismo de la creación es un desafío a la derrota y la desesperación. Arte es negación de muerte” (David & Federico Ewen, Biografía musical de Viena). En la obra queda claro, además la idea de libertad, debemos recordar que Beethoven fue un efusivo admirador de las ideas de la revolución francesa y del propio Napoleón antes de que este se coronara emperador. La libertad que el compositor planeta es una libertad no solo política, sino que es una libertad para crear, para vivir, para ser. Ésta idea de fraternidad es la que se plasma en el movimiento coral de la novena con 29


el poema de Schiller en donde se manifiestan de forma muy clara los ideales de la ilustración y la revolución, o sea, ideales románticos. La obra tiene cuatro movimientos, el primero despierta con fuerza, es un renacer de un nuevo pensamiento, que se abre a nuevos tiempos, esto se advierte en un crescendo tocado por violas y violines. El segundo movimiento es un scherzo en compás de ¾ que sugiere sutilmente una anticipación de la oda a la alegría que vamos a oír. Este movimiento irradia energía por todos lados, consta de dos secciones que se repiten y una coda. En el tercer movimiento Beethoven juega con Adagio molto e cantabile - Andante Moderato - Tempo Primo - Andante Moderato - Adagio - Lo Stesso Tempo, lo que significa un abanico de tonalidades que son el deleite de los oyentes Las trompas, Los fagots y Los clarinetes responder periódicamente en eco y el ultimo eco se prolonga con acordes de cuerdas. Y finalmente llegamos al éxtasis de la obra el cuarto movimiento en donde el músico utiliza el poema de Schiller con las voces humanas como gran final. Dada su complejidad se puede concebir una sinfonía dentro de un único movimiento, incluye solos de barítono, coros, instrumental, tenor. Al inicio del movimiento ya escuchamos los sones del “Himno a la alegría” con las palabras del poeta alemán. La oda es un típico texto romántico en que se exalta a la naturaleza y al hombre. En particular, aquí celebra la hermandad entre los seres humanos. Este movimiento es la cúspide musical romántica de la expresión sentimental de Beethoven que incluyó la voz humana en la Novena Sinfonía porque aquélla expresaba de mejor forma la idea que él quería plasmar en su obra y provocar en el oyente. ¿Cómo? Simplemente apelando a la sonoridad única de la voz humana y a su provocativo emocionalismo, casi catártico. Por lo demás, las palabras interpretan el significado de la música tanto como la música descubre el sentido íntimo de las palabras, y los ritmos y las armonías del acompañamiento musical proporcionan color, luz y sombra, pintando, en esta forma, la escena del poema. Para explicar esta inclusión musical que, como era propio de Beethoven rompió los márgenes establecidos, citaremos a otro rompedor de esquemas en la música alemana: Richard Wagner: “¿Por qué la música vocal no debería poder formar tan bien como la música instrumental un género grande serio? La voz humana está ahí. Sí, es incluso, con mucho, un órgano sonoro más bello y noble que cualquier instrumento”

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O Freunde, nicht diese Töne! Sondern laßt uns angenehmere anstimmen, und freudenvollere. Freude! Freude!

¡Oh, amigos, cesad esos ásperos cantos! ¡Entonemos otros más agradables y llenos de alegría! ¡Alegría, alegría!

Freude, schöner Götterfunken Tochter aus Elysium, Wir betreten feuertrunken, Himmlische, dein Heiligtum. Deine Zauber binden wieder, Was die Mode streng geteilt; Alle Menschen werden Brüder, Wo dein sanfter Flügel weilt. Wem der große Wurf gelungen, Eines Freundes Freund zu sein, Wer ein holdes Weib errungen, Mische seinen Jubel ein! Ja, wer auch nur eine Seele Sein nennt auf dem Erdenrund! Und wer´s nie gekonnt, der stehle Weinend sich aus diesem Bund! Freude trinken alle Wesen An den Brüsten der Natur, Alle Guten, alle Bösen Folgen ihrer Rosenspur.

¡Alegría, bella chispa divina, hija del Elíseo! ¡Penetramos ardientes de embriaguez, oh celeste, en tu santuario! Tus poderes reúnen lo que la rígida costumbre rompiera; y todos los hombres serán hermanos bajo tus alas bienhechoras. Quien logró el golpe de suerte, de ser el amigo de un amigo, quien ha conquistado una noble mujer, ¡que una su júbilo al nuestro! ¡Sí!, que venga aquel que en la Tierra no pueda llamar nada suyo salvo su alma. Pero quien jamás lo ha podido, ¡que se aparte llorando de nuestro lado! Para todas las criaturas se derrama alegría de los senos de la Naturaleza. todos los buenos, todos los malos, siguen su camino de rosas.

Küsse gab sie uns und Reben, Einen Freund, geprüft im Tod. Wollust ward dem Wurm gegeben, Und der Cherub steht vor Gott.

Ella nos dio los besos y la vid y un amigo leal hasta la muerte; El placer se dio al gusano y el querubín está ante Dios. Alegres, como los soles surcan la espléndida bóveda celeste, corred, hermanos, seguid vuestra ruta, alegres, como el héroe hacia la victoria. ¡Abrazaos, multidudes! ¡He aquí un beso al mundo entero! Hermanos, sobre la bóveda estrellada debe habitar un Padre amante. ¿Os prosternáis, multitudes? ¿Mundo, presientes al Creador? ¡Búscalo por encima de las estrellas! ¡Allí debe estar su morada!

Froh, wie seine Sonnen fliegen Durch des Himmels prächtgen Plan, Laufet, Brüder, eure Bahn, Freudig wie ein Held zum Siegen. Seid umschlungen, Millionen! Diesen Kuss der ganzen Welt! Brüder - überm Sternenzelt Muss ein lieber Vater wohnen. Ihr stürzt nieder, Millionen? Ahnest du den Schöpfer, Welt? Such ihn überm Sternenzelt, Über Sternen muss er wohnen.

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NUEVOS ESCRITORES Nueva secci贸n para difundir a nuevos talentos de la literatura

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Entrevista a Charly Pérez, periodista uruguayo que acaba de editar su primer libro en formato electrónico titulado “Instantes de...”

¿Quién es Charly Pérez? Háblenos de usted Con ese seudónimo soy conocido en los medios de comunicación. Soy un amante de la comunicación que comenzó su carrera en los medios a los 16 años, y que ha tenido la oportunidad de desempeñar la comunicación y el periodismo en diversos países por más de 26 años. Ejerciendo desde mi natal Uruguay, hasta en Argentina, en varias regiones de Estados Unidos, así como para México, España, y para cadenas tan prestigiosas como BBC de Londres, Radio Nederland Internacional y Radio Francia Internacional. En el libro, aparece mi nombre real que es Charly Yeye.

¿Por qué una persona que trabaja en los medios decide publicar un libro electrónico? Bueno justamente como dice la reseña del libro, inicie este nuevo camino para establecer otra vía de comunicación con la gente. Por muchos años he escrito para otros, bajo pedido de los medios, con determinadas características. Ahora, es tiempo de expresarme desde un punto de vista más íntimo, más personal, más bajo mis premisas y humildes estimaciones. En tal caso, será otra forma de comunicarme. Es oportuno precisar que el libro también está impreso y a la venta en tapa blanda y tapa dura, aparte del formato electrónico.

¿A quien pretende llegar y que mensaje lleva su libro? El objetivo principal del libro es provocar que la gente que no gusta mucho de la lectura se pueda acercar, inducirla, ayudar con un “granito de arena” en arrimar más gente a la lectura. Es un tema que considero importante para los latinos en Estados Unidos y para muchos latinoamericanos que les cuesta la lectura, que no se sienten motivados a leer un libro. Por tal razón, escribí un libro muy sencillo, fácil de leer y seguir, con muchas separaciones y párrafos, sin correlación, con redundancia y algunas repeticiones, en busca de provocar una fácil lectura. Seguramente, más de uno se identificará con algunas secciones del libro. No pretendo más que eso. Mi próximo proyecto será una novela, con más rigor y complejidad, para otro tipo de público, sin desmerecer a nadie. ¿Escritor vocacional o escritor ocasional? Escritor de casi toda la vida. Como les expresé antes, he estado en los medios por más de 26 años y comencé a los 16, haciendo radio, tv, y prensa escrita. Por lo que, un escritor de casi toda mi vida. Ahora, buscando otra vía de comunicación, otra forma de llegar a la gente. 33


Explíquenos el motivo principal por el que usted considera que merece la pena leer su libro

No sé si hay un motivo en especial. También soy lector desde niño, y creo que todo libro merece una oportunidad. Luego, diremos qué nos dejó, qué nos aportó. Los libros como la vida siempre nos dejan algo. Creo que éste libro, es el reflejo de pensamientos, reflexiones, de muchas cosas que pasamos en la vida. Por supuesto, hay una cuestión personal en el mismo pero también el reflejo de muchas historias de vida que un periodista ha podido observar y que se escurren en frases.

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APARATO MENTIROSO

AUTOR: LELAFF

Don Avelino Gómez era el farmacéutico del barrio, arrancaba su día muy temprano, desayunaba con mates y bizcochitos junto a su mujer, luego salía indefectiblemente con su ropa bien planchada y sus zapatos brillantes a las seis menos diez de la mañana. Caminaba tranquilamente las diez cuadras que lo separaban de su farmacia, y como era un tipo, digamos, saludador, el recorrido le tomaba más tiempo que a otros. –Eh! Don Alberto, - Adiós, Doña Marcela, Uy! Don Greco, y así recorría el trayecto. Abría su negocio con puntualidad de relojería, ataviado con su guardapolvo de un blanco inmaculado, siempre correcto y bien dispuesto, para el no había mejor fórmula para el éxito, que atender bien a su clientela. Ese lunes, a las nueve y cuarto, entro por la puerta una señora forastera, de figura gruesa y con muy poco o ningún interés por la elegancia, de vestido floreado verde con detalles rojos, zapatos convertidos en chancletas y cartera marrón de cuero sin asas, parecía no muy bien dispuesta al dialogo. No respondió al saludo del cortés propietario, y se dirigió directamente a la báscula, la miro con desdén, un poco de costado como quien con la mirada le propinaba a otro una severa advertencia. Subió, un pie iniciando las tratativas, luego de un golpe llevo toda su voluptuosa humanidad sobre el sufrido aparato. La aguja parecía querer dar varias vueltas, pero se contuvo, y fue yendo y viniendo hasta marcar los ciento veinte kilogramos de peso. El Sr. Gómez traba de mantenerse al margen de la maniobra, pero no tenia donde escapar, el mostrador le impedía toda salida, se encontraba a metros de la escena y por más que se hiciera el distraído, era partícipe necesario de lo que ocurría. Ella estallo en odio, su cabeza giraba a un lado y al otro, bufaba como una vaca traicionada, buscando un blanco para el chancletazo. De pronto sus miradas se encontraron, el no podía sostenerla, su frente se había cubierto de sudor, sus manos temblaron tiro el recetario y la lapicera en un tosco movimiento, y aunque su boca estaba seca como pastel polaco, por fin, pudo articular una frase, diciendo de corrido, -No le confíe a ese instrumento Señora, le pido mil disculpas, pues hace meses que debo arreglarla, anda mintiendo en veinte kilos por lo menos… Pasaron unos momentos de zozobra, luego la mujer esbozo una sonrisa, bajo de la balanza, puso bajo el brazo su cartera, saludo cortésmente y salió del recinto con paso firme, meneando pronunciadamente las caderas. Don Gómez no solía mentir, pero para él, no había mejor fórmula para el éxito, que atender bien a su clientela. 35


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