A Q UA RE LLE N RE V I S T A LI T E RA RI A ME S 0 7 A Ñ O 0 5 N Ú ME R O 4 3 E DI T A DO P O R A Q UA RE LLE N CULT URA DI RE CT O RA DE RE DA CCI Ó N: MARÍA JOSÉ MATTUS AGUIRRE E DI T O R DE CO NT E NI DO S : JESÚS DE CASTRO
P O RT A DA : "Pájaro Alucinogéno" de José Koronado CO NT RA P O RT A DA : Acharf Baznani P O E MA S V I S U A L E S : David Talby Acharf Baznani Fotografías de archivo
Todos los contenidos de Aquarellen están autorizados por sus autores. E d i t a d o e n C o q u i mb o C h i l e I S S N 0 7 1 7 0 0 4 1
T O DO S LO S DE RE CHO S RE S E RV A DO S
EN ESTE NÚMERO
ROCIO BIEDMA………………………………….……………………PÁGINA 10
-MELANIE MÁRQUEZ ………………………………….…………..PÁGINA 18
-JOSÉ ANTONIO ILLANES …………………………………………PÁGINA 26 -MANUEL RAMOS ……………………………………………………PÁGINA 36 -MANUEL CARRACEDO …………………………………………….PÁGINA 44
PORTADA
La portada del número 43 de Aquarellen literatura corresponde al
artista español residente en Pamplona José Koronado, fotógrafo, pintor e ilustrador que comparte la mayoría de sus trabajos a través de redes sociales, especialmente Instagram. La imagen es una pintura multicolor surrealista que lleva por título “Pájaro Alucinógeno”. Los colores y los trazos del ave policromada se mezclan dando como resultado un cuadro representativo de la magia del trazo multicolor que atestigua la forma de un pájaro en reposo, recurso que el artista utiliza de forma excelente en esta lustrosa imagen.
EDITORIAL
No podemos negar que en las últimas décadas las nuevas comunicaciones y la tecnología en general avanzan a la velocidad de un suspiro, estas nuevas compañeras se vuelven desesperadamente necesarias para nuestra vida principalmente porque nos facilitan el trabajo en varias maneras y muy a nuestro pesar, son casi una extensión de nosotros. Es habitual, hoy, estar trabajando en la computadora mientras miramos televisión o escuchamos música, y estamos pendientes de las redes sociales, los mensajes de texto, correos electrónicos o alertas de noticia en el celular. ¿Hasta qué punto nuestro cerebro está capacitado para sostener las tareas múltiples que las nuevas tecnologías promueven? Estas nuevas formas están cambiando el cerebro humano, estudios indican que los nativos digitales tienen menos conexiones en la zona de gestión de la memoria del cerebro porque parte de esta función la han externalizado hacia los aparatos digitales, por ejemplo ya nadie recuerda el número de teléfono de sus amigos, es más muchas personas no se saben su propio número de memoria. Los aparatos electrónicos que nos abren ventanas sociales están enterrando viejas costumbres que nos permitían mantener un intercambio neuronal saludable y que a su vez admitía tener mejores conversaciones, mejor memoria y por supuesto mayores lectores. ¿Recuerdan cuando nos llevaba días o meses leer un clásico? ¿Cuantas personas dicen haberlos leído y en realidad sólo se han informado en base a un resumen de Wikipedia? Si bien internet es un abanico de información maravillosa, siempre la investigación en páginas es valiosa y base de cualquier otra navegación a través de la red. De allí la suma importancia no sólo de lectura de libros completos sin aventurarnos a la facilona búsqueda de un resumen en alguna página amiga. En pocas palabras debemos entre mejorar nuestra concentración. La capacidad de concentrarnos es una habilidad humana que nos permite focalizarnos, planificar nuestra vida, visualizar el futuro, pero sobre todo, ejecutar de manera sostenida todos nuestros planes. Sin ella, nunca terminaríamos nada. Necesitamos leer más, leer solos, sin ningún aparato que interrumpa el hábito, analizar profundamente y detenernos a reflexionar ante el conocimiento adquirido. La telaraña de la red mundial nos está atrapando, pero debemos recordar que el internet no debe ser el culpable de nuestra falta de compromiso intelectual.
Marijo Mattus
ROCÍO BIEDMA
Rocío Biedma (Jaén) Galardonada con diversos Primeros Premios de poesía, Locales, Nacionales e Internacionales. Su obra aparece recogida en numerosas Antologías y Revistas Literarias, tanto en papel como digitales. Ha publicado con Editorial Opera Prima (Madrid), su poemario “El vértigo de la Libélula” en diciembre de 2016. Segunda edición en febrero de 2017. Tercera edición en enero de 2018 Ha prologado los libros: “Almutayab” Gabriel Gil (Sevilla) 2014 “El Árbol de la vida” José Manuel Pozo Indiano (Sevilla) 2015 “A la sombra de abril” Paco Mateos (Sevilla) 2016 “El olivo y la rosa” Juan Risueño (Bailén, Jaén) 2017 "Vientos del Verso" Antonio Portillo (Alcalá de Henares, Madrid) 2018 "Bajo el silencio de Dios" María Rocío Cardoso (Punta del Este, Uruguay) 2018 Epílogo: "De Singladuras y Mejunjes Literarios" Maritxé Abad Bueno (Dos Hermanas Sevilla) 2018 Autora del Himno para el C.P. Alcalá Wenceslada de Jaén. y del Pregón Madrugada 2016 de la Cofradía de N.P. Jesús Nazareno de Jaén. Comprometida con los Derechos Humanos, Mujer, Discapacidad y No violencia, es invitada habitual en actos literarios, presentaciones, tv y radio; también como declamadora. Colaboradoraarticulista de Diario Jaén. Otros detalles: https://jaenpedia.wikanda.es/wiki/Usuario_Conversaci%C3%B3n:R oc%C3%ADo_Biedma http://amanecemesipuedes.blogspot.com.es/ contacto: biedma.rocio@gmail.com
Dos alas de libélula
“Arcadas da la tarde reflejando la lluvia con un sol cansino despegando las horas”. Paco Mateos
Anduvimos de puntillas, fervientes por los campanarios. Tuvimos propósitos, quisimos ser cómplices, nos miramos de frente sin sospechar que también los iris dejan cicatrices. Fuimos dos alas de libélula que el viento detuvo, reflejando la lluvia en la arcada de un poema enajenado e incompleto.
Acrobacia “Yo me sentía sangre de rocío en la flor de una lágrima”. José María Lopera
No entro en el mar él, penetra en mi y se me expande. Entonces siento que me nacen alas y vuelo como el albatros en la libertad de su silencio, en la infinitud de su bravura, en la inmensidad de su forma, en toda su presencia.
Salto al Abismo El álgebra que tus dedos trazando esquelas recorre los bordes de mi frágil cuello, consigue disociar mi amor con tu olvido. La peripecia que el agua ejerce sorteando despojos, se vuelve escarcha en mi parada nupcial, cuando sondea los límites de la memoria. Existe una mitológica mescolanza que profana los nombres, delimita el oxígeno, se acostumbra a la tristeza, se cierne febril a mis apéndices, y le miente a los relojes saltando una vez más, al abismo.
L i b é l u l a ro t a Se desmorona la tarde con su fardo de súplica, arrojando destierros por entre los hilos de la inconsciencia. Clama justicia, con hálitos de marioneta encubriendo llantos, goteando tiempos en la orilla del agua. Grita amaneceres con epístolas inconclusas, revoloteando sueños por desordenados acantilados del abandono. Llora en silencio cada abrazo en cada verso, haciéndose girones con su lengua de libélula despeñada y rota.
Inmolación
Que nadie venga a verme en esta noche. Ni el frío, ni la lluvia, ni el olvido, ni el viento, ni la luna, ni la pena, que el llanto no malgaste ni derroche, ni me corte la soledad mi vena que recorre el vil recuerdo malherido. Que nadie venga a verme en esta noche. Quiero sobrevolar descalza este camino, dormirme en el cimbrado de esta quena, limpiarme de una vez tanto reproche, y oír entre sueños cómo suena, mi ocaso arrojándose al olvido.
E me rg e r “…De todas maneras, sopla el viento…” Freddie Mercury
Una vez más levantaré la mirada, sacudiré mis alas, iniciaré mi vuelo, divisaré horizontes, acunare otros versos. Y pronunciaré tu nombre sólo cuando no me duela.
Rocío Biedma Del poemario “El Vértigo de la Libélula”
MELANIE MÁRQUEZ
Melanie Márquez Adams es una escritora y editora ecuatoriana.
Su colección de cuentos, Mariposas Negras (Eskeletra Editorial, Quito 2017), recibió el Tercer Lugar en los Premios Literarios del North Texas Book Festival 2018. Su antología Del sur al norte: narrativa y poesía de autores andinos en Estados Unidos (El Beisman Press, Chicago 2017) acaba de ser nombrada una de las obras finalistas en los International Latino Book Awards. Melanie ha sido publicada en diversas antologías y revistas literarias tanto en español como en inglés y colabora con ficción y no ficción creativa en las revistas digitales ViceVersa, Suburbano Ediciones y La Nota Latina. Actualmente cursa el Máster en Escritura Creativa en la Universidad de Iowa, donde ha recibido la beca Iowa Arts Fellowship. Puedes conocer más acerca de su escritura en melaniemarquezadams.com
RÍO ADENTRO
El Río burbujeante inicia su recorrido cotidiano. Se estira, se contornea, se cuela a través de la puerta de la cocina. Crece. Ocupa la sala y lame las migajas de la pizza devorada la noche anterior frente al televisor. Serpenteando sigiloso por el pasillo, arrasa con los juguetes olvidados de Miguelito. Se escurre en la habitación principal, despertando a los padres con su ebullición escandalosa y escucha impávido las protestas e insultos de siempre mientras se aleja en un cascabeleo desafiante. El paseo ondulante acaba en el cuarto de Antonio, quien festeja su llegada con caricias y frases cariñosas. El Río le devuelve melosos ronroneos y relinchos de cascadas. El niño brinca a la balsa que lo espera anclada a un lado de su cama y el Río lo arrastra con su canto efusivo hasta la bañera, llenándola de agua cristalina para que Antonio se refresque antes de ir a la escuela. La Madre ya tiene lista una legión de trapos y espera a que Antonio y el Río abandonen la casa para secar, exprimir y limpiar. Otra vez, una y otra vez, y así olvidar que por allí pasó aquella bestia detestable. Miguelito llora por los juguetes arruinados y el padre protesta por el periódico que se deshace en la entrada. La misma escena se repite cada día, todos los días, desde hace siete años, cuando Antonio cumplió los cinco y dio sus primeros chapuzones, aquel día caluroso que la Madre quisiera borrar del tiempo. Desde entonces, el Río ha sido un tormento en sus vidas y todos los esfuerzos para deshacerse de aquel intruso han sido inútiles. Al menos con el tiempo y cántaros de lágrimas también ha logrado que se acorten las visitas y que solo transcurran por las mañanas. Antes de eso, el Río solía acecharlos durante todo el día, saltando del rincón en el que estaba agazapado en los momentos más inoportunos, invadiéndolo todo con sus aguas turbias y apestosas. Porque el agua cristalina, es un detalle que la criatura ofrece únicamente a su Antonio. El niño supo desde edad temprana que su familia no compartía su cariño por el Río. Él en cambio amó al ser cosquilloso desde el instante mismo en que su pie diminuto entró en contacto con la espuma efervescente, esa que hace brincar de felicidad su corazón. Fue Antonio quien convenció al Río, luego de tener que soportar los lamentos y el llanto de su Madre cada noche, que únicamente entrase a la casa por las mañanas. Llegaron a un
acuerdo y esa es la razón por la que, luego de la escuela, el niño pasa el resto del día junto al Río. Hace la tarea rápidamente con ayuda de su amigo, quien le susurra las respuestas, y, luego, montado en la estrecha balsa, se inventa juegos de piratas y tesoros, escapando a otros mundos inundados de colores imposibles, monstruos con tentáculos y héroes inmortales. Por la noche Antonio acaricia las ondas de su compinche, haciéndole prometer que no se escabullirá por las rendijas de las puertas y que esperará paciente al nuevo día para continuar las aventuras. El Río protesta un poco, sus maullidos húmedos salpican el rostro del niño. Pero acaba accediendo, borbotando de complicidad y expectativas de ratos felices. Llega un día, sin embargo, en que la Madre no puede más. Está cansada de tener que privarse de objetos hermosos (porque el Río corroe y acaba con todo), de la eterna exprimidera de agua y, sobre todo, del dolor que todavía la carcome por lo que pasó con su Fufi adorada, su preciosa terrier que desapareció una mañana sin dejar rastros. A pesar de las promesas de Antonio, ella sabe de sobra lo que ocurrió con su perrita y desde hace tiempo ha esperado el momento de vengarse de aquel monstruo sin forma. Esa misma noche, luego de que Antonio regresa a la casa le comunica que los juegos tontos de niño se han acabado, que ya está por cumplir los trece años, y que no puede pasar el resto de la vida fantaseando junto a un río de pueblo. Se mudarán a la ciudad y vivirán en lo alto de un edificio donde estarán resguardados por murallas impenetrables. Secos. Antonio ruega a la Madre, le explica como el Río ha estado siempre a su lado; es su mejor amigo, su maestro. Pero de nada le valen al niño los reclamos y las súplicas. Ni su llanto incontenible ni el lamento del Río golpeando cientos de piedritas contra las ventanas conmueven el corazón de la Madre. No hay vuelta atrás. Al día siguiente de que se acabe el año escolar, la familia empacará las pocas pertenencias que no han sido arruinadas por el moho y se irán de allí para siempre. El último día de clases Antonio no regresa hasta muy tarde y se retira a su cuarto en absoluto silencio. La Madre no dice nada. Ya no hay razón para enojarse. Pronto estarán libres de aquella criatura insoportable. ***
A la mañana siguiente, los vecinos contemplan atónitos los despojos de la casa. Apenas quedan unas tablas podridas, un par de juguetes rotos y unos trocitos de bañera. Alguien jura por todos los santos haber escuchado en la madrugada un rugido espectacular seguido por unos gritos de espanto. El miedo le había impedido asomarse y al despuntar el amanecer, cuando por fin se había atrevido, fue tarde. Otro, asegura haber visto la silueta del niño mayor montado en la balsa navegando río adentro, jugando con un palo como si fuese una espada, peleando furioso contra el viento. Pero como es el loco del pueblo, nadie le hace caso.
Recogen los restos míseros de la casa y sus habitantes sepultándolos en la profundidad lúgubre de la tierra seca. Enseguida se sumergen en el Río, ofreciéndole cánticos de alabanza y veneración, prometiéndole que nunca le contarán a nadie lo que allí sucedió. Él a cambio les regala chorros de agua dulce y brillante. Un eco tintineante de cascabeles se escucha durante el resto del día.
E N T R E L A S MA R G A R I T A S Lu declaraba propiedad sobre todas las culebras del campo. Era la más vieja del pueblo así es que había ganado ese derecho. Por eso siempre perseguía y gritaba a los hijos del vecino, los temibles García. Unos pillos que se divertían atormentando a los animalitos. La cabaña de Lu estaba un poco más abajo de la nuestra en la hondonada del valle. Me gustaba como recogía su melena blanca con unas largas y puntiagudas horquillas. Recuerdo que me decía, “las culebras negras son grandes amigas. Cuando me visites, te voy a presentar a la culebra Pili”. Pili había vivido por años en el patio de Lu, ocupando una esquinita de la chimenea de piedra. “Cuidado y te juntas con esos niños horrorosos que maltratan a las culebras negras. Ven a merendar una de estas tardes, vas a ver cómo te enamoras de Pili, tan linda con su platito de leche”. La vieja Lu tenía un huerto detrás de su casa, al final de un pequeño camino de piedra. A un costado, se alzaba un granero donde vivían una vaca y algunas gallinas. También un gallo, grande y rojo, al que no le simpatizaba para nada Pili. La arañaba con sus garras para que dejase en paz a los habitantes del granero. La culebra igual conseguía escurrirse y obtenía de vez en cuando unos huevos inmensos. Un día, los García estaban haciendo de las suyas, robando todo lo que encontraban a su alcance. Pili descansaba en el tibio nido donde una de las gallinas acababa de poner un huevo. Le gustaba acurrucarse en aquella calidez por un rato antes de zamparse el suculento manjar, algo que le demandaba bastante esfuerzo. De repente una mano grosera aterrizó en el medio del nido. Vaya susto que se llevó el dueño de la mano imprudente cuando se dio cuenta que lo que estaba halando era una culebra. La soltó enseguida. El grito retumbó a lo ancho del valle. .Pili amaba subir por los árboles ya que escondían suculentas sorpresas. Se deslizaba hasta lo más alto y desde sus ojos de culebra contemplaba el mundo. Me gustaba verla colgada como una soga brillante, columpiándose entre las ramas. Pero su sitio
favorito era sin duda un prado de margaritas cerca del manantial. Aquel era su rincón especial. Durante el verano, descansaba y se refrescaba entre las alegres margaritas. Disfrutaba el día entero en aquel lugar de ensueño. Una mañana vi a Lu cargada de frascos repletos de conservas. Los iba a llevar a unos familiares que vivían al otro lado del valle. Puso un poco de mermelada en el platito de Pili antes de marcharse. La culebra Pili se distrajo del gusto y no percibió que el ambiente estaba demasiado quieto. Ni siquiera se escuchaba a los pájaros, como si un depredador acechara muy cerca. Totalmente despreocupada, Pili se deslizó dentro del granero para descansar Entonces los vi. Corriendo descalzos. Arrastrando su asqueroso saco. Los García. No pude hacer nada. Todo ocurrió demasiado rápido. En menos de un minuto salieron con rostros triunfales del granero y lo único que dejaron a su paso fue un polvo arrebatado. Mi madre me prohibió abrir la boca. Dijo que yo no sabía con exactitud lo que sucedió dentro del granero, que no debía andar de chismosa creando conflictos entre los vecinos. *** Aquella tarde, vi a Lu afuera de su casa. Miraba hacia el horizonte como buscando en el camino terroso alguna señal de Pili. Así lo hizo por varios días. Me dolía el estómago de verla ahí parada, los mechones de pelo blanco desordenados mientras su cabeza se agitaba en la búsqueda. Buscó por varios días hasta que finalmente, triste y altiva, se resignó: “Si Pili estuviese viva, ya habría regresado. Debo aceptar que no volveré a verla nunca más”. Inventé una excusa y eché a correr. No dejé de hacerlo hasta que estuve lejos. Lejos de Lu. Lejos de todos. Yo me reí también y volví a casa.
Cuando frené para recuperar el aire, me fijé en unas margaritas
cubiertas de polvo a un lado del camino. Aquellas flores, las montañas, la casa de Lu, el granero, todo era hermoso. En el cielo, las nubes esponjosas se fueron apretujando hasta convertirse en cientos de margaritas. Fascinada ante aquel brote espectacular, permanecí en silencio sin atrever a moverme. Entonces la vi. ¡Sé que la vi! Allí — en el medio de aquellas flores a las que amaba tanto — la culebra Pili se mecía feliz. Se rio de mí.
JOSÉ ANTONIO ILLANES
José Antonio Illanes, nació en España un 17 de mayo de 1962.
Escritor de narrativa, ha sido premiado en numerosos certámenes literarios, algunos presididos por autores, como Ana María Matute, Soledad Puértolas, Caballero Bonald, José Hierro, Javier Tomeo, Emilio Alarcos, José Saramago, entre otros. Es autor de “Historias de cualquier alma”, Premio Gustavo Adolfo Bécquer de Narrativa, del libro de viajes “La trastienda de la memoria” y de la novela “El azor y la zura”, Premio Internacional de Novela Corta Malela Ramos. Algunos de sus condecoraciones: Premio Internacional de Novela Corta Malela Ramos Premio Nacional de Cuentos Mágicos Rafael Palomino. Aytto. de Jaén Premio Nacional de Cuentos Alzahir Accésit Certamen Internacional “Los Cuentos de la Granja”. Premio Internacional de Narrativa “Tomás Fermín de Arteta” Premio Nacional de Narrativa Ayuntamiento de Carreño Premio de Nacional de Cuentos Tertulia Literaria Allerana Premio Internacional de Relatos Alberto Lista Premio Mislata de Narrativa Breve Premio de Nacional de Narrativa Azuqueca de Henares Premio Internacional de Relatos Meres. Premio Internacional de cuentos Sdad. de Cultura y Festejos San Pedro de La Felguera Premio Internacional de Cuentos Jara Carrillo. Premio Internacional de cuentos “De Buenafuente” Premio Nacional de Cuentos Ciudad de Martos Premio Internacional de Cuentos Gabriel Miró Premio Gustavo Adolfo Bécquer de Narrativa Finalista Certamen Nacional de Relatos Universidad Popular de Gijón Premio Nacional de Cuentos Emiliano Barral Premio Juegos Florales Ciudad del Sol Premio Nacional de Cuentos del Patronato Municipal de Juventud y Deportes. (Cádiz) Premio V Concurso Nacional de Cuentos de la Federación Nacional de Funcionarios Premio Certamen Nacional de Cuentos Antonio Machado
E L MA G O
Antes de que el reuma venciera sus sueños de alquimista y su vocación inquebrantable de vagabundo sin estrella, Florencio Pellicer, su padre, había sido el Gran Mago Custodio de los Misterios Ocultos del Templo de Salomón, el Magno Maestre Secreto de la Sagrada Orden de los Templarios, el único hombre del mundo que había probado el elixir eterno del Santo Grial y el Heredero Legítimo de todos los Enigmas del Inframundo, y a pesar de todo había muerto una noche de invierno en el interior de una carreta con olor a leones seniles, rodeado de enanos y de payasos, sin haber logrado su más ansiado sueño: levitar en la pista del circo Palace sin ayuda de artificios, acompasado por la ópera Lohengrin de Wagner, que muchos años atrás había oído cantar en un teatro del Loira, cuando nuestra carpa trashumante aún tenía coraje para vencer el rigor de las fronteras. El único legado que Florencio Pellicer cedió al hijo fueron sus títulos opulentos, su destreza en el uso de la grandilocuencia y una colección de trucos taumatúrgicos que Lucio perfeccionó con el tiempo, ideando combinaciones nuevas que revestía de exotismo o de vulgaridad, de alegría o de amargura, según su ánimo cambiante o el estado de su espíritu peregrino. También le dejó la herencia de su sangre visionaria y con ella el estigma del fracaso, pero por la época en que su padre murió, Lucio Pellicer aún no lo sabía, o al menos eso mantuvo él durante muchos años. De modo que se entregó confiado al arte de simular prodigios sin padecer otras inclemencias que las propias de su vida errante. Nosotros lo mirábamos con delectación en los atardeceres rurales, a la sombra de cualquier árbol o desafiando al sol en las llanuras polvorientas donde nos ubicaban los ayuntamientos de turno. Llevaba siempre un sombrero de copa que no perdía el color, hiciera calor o frío, le conviniera o no a su atuendo. Sólo se despojaba de él al entrar en los bares o al saludar a las mujeres, sobre las que ejercía un influjo especial que todos envidiábamos. De él llegó a sacar artilugios insospechados, animales salvajes y domésticos y tiras interminables de pañuelos coloreados cuyo origen fue siempre un misterio. Pero lo que más estupor causó en la pista y entre la gente del circo fueron sus famosas “Papeletas del Destino Fidedigno”, que muchos terminaron pagando a precio de
oro cuando corrió el rumor de que eran auténticas. Al terminar las
funciones, los clientes formaban colas increíbles en la puerta de su carromato, donde entraban por turnos para meter la mano en su sombrero. A unos les trabajaba gratis, e incluso les daba cantidades de dinero que nunca se supieron, y a otros en cambio les cobraba fortunas opulentas tras dejarles sacar la cartulina, en función de su situación económica y de las líneas de su porvenir. Había personas a quienes miraba a los ojos y ni siquiera les permitía entrar en el juego, bien porque su destino estuviera cumplido, porque fueran incapaces de soportar los envites de la verdad o porque la intriga formara parte del juego. Las “Papeletas del destino fidedigno” tenían la virtud de descolorarse con el tiempo; a veces duraban días con las letras en su sitio y a veces minutos. Otras, como la mía, más de media vida. Hubo una época en que Lucio Pellicer también echaba las cartas, leía las runas y pasaba las horas garabateando cuartillas con los ojos cerrados. Llegaron a comentar que las papeletas las escribía del mismo modo, pero nunca pudo demostrarse tal cosa. Por aquellos días llegaron artistas nuevos al circo y los rumores estaban a la orden del día. Había que verlo en la mesa camilla, con el sombrero puesto, hablando del futuro y del pasado como un espíritu veterano, barajando como un tahúr aquellas cartas de dibujos insólitos con las que pudo amasar fortunas; pero los clientes preferían, sin duda alguna, el enigma de las papeletas del destino, cuya naturaleza nunca fue desentrañada por nadie del circo, ni siquiera por las múltiples mujeres que le acunaron los amores y las tristezas en el lecho de su carromato. El rumor de su inusual habilidad recorrió todo el país, y la gente perseguía al circo por los pueblos, pernoctaba en los alrededores del campamento y cruzaba la frontera con el lastre de la incertidumbre agarrado a las pupilas. Trabajaba durante noches interminables, después de las funciones, y antes incluso, y regalaba fortunas a personas que no lo merecían o a mujeres que nunca lo amaron, y que tan sólo buscaban su generosidad o su fama de amante indomable. En algunos momentos, durante aquellos días del circo Palace, temimos seriamente por su salud, pues igual enflaquecía notablemente en una jornada que se demacraba hasta el extremo en otra, sin que hubiera motivo aparente o padeciera enfermedad visible. Había semanas que perdía el sueño por completo y barzoneaba de madrugada por el campamento, con los ojos acristalados, el sombrero en la cabeza y las manos a la espalda. Charlaba con los leones con la misma naturalidad de un párroco y miraba con nostalgia el fondo del sombrero. Yo creo que aquellas bestias salvajes fueron las únicas que lo oyeron hablar, alguna vez, de sus quimeras o sus nostalgias. Nosotros nos limitábamos a
preguntarle por la salud, a llevarle alguna taza de caldo caliente y a distraer su soledad comentando cosas terrenales, pero él derivaba al momento en las experiencias de sus clientes, hábitos asombrosos, utopías impracticables que ponían la piel de gallina y arrancaban gestos de incredulidad, y que él tomaba en serio, aunque nosotros sólo viéramos en ellas el producto de su ingenio sobrenatural: un fotógrafo empeñado en retratar el espíritu de una mujer a quien amó de lejos, un alcohólico que hablaba con los muertos y leía el futuro en las manchas de su piel, un notario empeñado en construir un tren que alcanzara Singapur sin cambiar de vía… Historias de locos que llegaban a su carromato, o quizás y tan sólo el producto exclusivo de su imaginación, gracias a la cual enriqueció cien veces y empobreció otras tantas. Nadie se explicaba cómo Lucio Pellicer seguía en el circo, arrastrando un destino peregrino que nadie amaba, cuando en verdad tenía dinero para comprar y vender el circo Palace cuantas veces quisiera. Unos decían que permanecía unido a la carpa por pura añoranza de su padre, y otros que no tenía dónde ir, que su inmadurez manifiesta le impedía echar raíces en alguna parte. La verdad es que Lucio Pellicer pudo ser mucho más de lo que fue, y nosotros con él, pero se resistía a tomar las riendas del circo e incluso a peregrinar por su cuenta. Hubiera sido el mejor mago del mundo, y en cambio se resignaba a vivir en un carromato mientras el resto del planeta buscaba lo contrario. Sólo una vez sintió la tentación de ser independiente. Intimó con una equilibrista rubia que llegó al circo por una temporada y con ella se encerró durante noches enteras, gimiendo y aullando, escandalizando al resto de las familias y a la gente que guardaba cola para el día siguiente. En la pista seguía siendo el mejor, e incluso había logrado superarse, perfeccionando sus trucos hasta la locura y creando otros nuevos. Su sombrero de copa parecía por aquella época el baúl de un dios peregrino, y de él salían cosas imposibles, objetos que sencillamente, por su tamaño, no cabían en un sombrero. Parecía como si el amor hubiera multiplicado su inspiración en la pista, como si hubiera prescindido de los trucos, de la imaginación, para crear magia de verdad. Fue cuando adoptó los títulos rimbombantes de su padre, de forma que yo tenía que presentarlo ante el público como El Gran Mago Custodio de los Misterios Ocultos del Templo de Salomón, El Magno Maestre Secreto de la Sagrada Orden de los Templarios o El Heredero Legítimo de todos los Enigmas del Inframundo. Se quitaba el sombrero con una reverencia medieval mientras yo decía aquello, y entonces, de cerca, yo veía el fondo y me parecía imposible que luego sacara de allí las cosas que sacaba.
Aquella equilibrista, seguramente, fue la única persona del mundo
que compartió con él las mordeduras fatales de la soledad. Una tarde se presentaron en el campamento con un coche flamante que más parecía el transporte de un rey que el capricho de un soñador. Lucio empezó a dar vueltas en torno a la carpa, subió en él al forzudo, a los payasos, al domador, a los enanos y a todos los que quisieron pasearse, y así estuvo hasta que el coche agotó la gaso lina. Al día siguiente fue al pueblo con una garrafa vacía, volvió, llenó el depósito y se marchó con la equilibrista rubia y una fortuna incalculable en dos maletas de cuero. Así, sin perder el tiempo en despedidas. La gente de las colas marchó sin su papeleta del destino fidedigno, y nosotros, los de siempre, nos quedamos en el circo Palace, especulando durante noches enteras con la suerte de Lucio Pellicer, y le inventábamos la vida según habíamos soñado la nuestra. Unos lo imaginaban peregrinando por América; otros en una granja apartada del mundo, cuidando de una familia, sin otra preocupación que mantener en orden los hábitos cotidianos; la mayoría lo situaba en los mejores hoteles del mundo, viviendo a manta de Dios; algunos esperaban verlo regresar con un circo de varias pistas, una carpa de lujo donde los amigos pudieran enriquecer con facilidad; y todos, cada noche, poníamos la radio para saber si Lucio Pellicer había tocado ya la cumbre de la gloria. Pero nada. Nadie parecía conocerlo, a pesar de su especial predisposición para el triunfo. Transcurrieron al menos tres años, y cuando casi habíamos perdido el recuerdo de Lucio Pellicer, lo vimos aparecer una tarde sobre una bicicleta, con su sombrero de copa, sin dinero y sin maletas, sin equilibrista rubia, sin circo de siete pistas, sin triunfo y sin amor, buscando la querencia de los enanos y el vago recuerdo de Florencio Pellicer. Seguía presentándose ante el público como El Gran Mago Custodio de los Misterios Ocultos del Templo de Salomón y como El Heredero Legítimo de todos los Secretos del Inframundo, y manejando el sombrero con la misma facilidad de antaño, pero había perdido el brillo romántico de su mirada y se negaba a hablar de los años enigmáticos de su ausencia. Pronto empezó a trabajar de nuevo con sus famosas “Papeletas del destino Fidedigno”, y la fortuna y las colas regresaron a la puerta de su carromato. Seguía ejerciendo el mismo influjo sobre las mujeres
y cobrando y repartiendo fortunas con la misma facilidad, como si los rigores del desamor y los padecimientos del abandono no hubieran vulnerado su inocencia. Pero los más cercanos a él sabíamos que su visión del mundo había cambiado, tanto y de tal forma que por primera vez lo vimos llorar, de desamparo o de nostalgia, y supimos que por alguna extraña razón se producían fallos en las papeletas del destino; o bien la gente no acertaba a sacar la buena del sombrero o los arrebatos del amor le habían robado facultades a la hora de influir a distancia en la decisión de los clientes. Ahí empezó su declive, y cuando la televisión y los tiempos terminaron con los circos, volvió a marcharse, pero esta vez para siempre. Tomó entonces la costumbre de enviar cartas, y así supimos que compró una casa en una ciudad costera y que acabó convirtiéndola en pensión para transeúntes y turistas de mochila, que había colgado su famoso sombrero de copa y que había engordado veinte kilos en dos años. Luego, al poco tiempo, el circo Palace cerró las puertas, y cada uno tomó, ciertamente, el rumbo que una vez apareció escrito en su papeleta del destino. Yo había ahorrado una pequeña fortuna. Regresé a mi pueblo natal y también compré una casa, con un enorme jardín a la entrada donde sembré geranios, paraísos y bouganvillas. Y varios años después, en un viaje de placer que hice a Barcelona, me encontré con Lucio Pellicer en una cafetería del centro, por casualidad. Había sentado cabeza al fin y casado con una mujer que multiplicó sus pocos ahorros rápidamente. Volvió a hablarme de aquel notario empeñado en construir un tren que llegara hasta Singapur y del fotógrafo que inventó un artilugio para retratar el espíritu de una mujer a la que amó de lejos, y también recordó a su padre, pero no mencionó para nada los días de su fuga ni las fortunas derrochadas. Confesó, quizás formalmente, que una vez fue mago de verdad, que poseyó en serio los misterios ocultos del templo de Salomón y los secretos del inframundo, y que soñó con levitar en directo, sin necesidad de trucos, oyendo la ópera Lohengrin de Wagner. Yo guardé silencio. Si alguna vez fue mago, o cosa parecida, es algo que no puedo confirmar, ni creo que él pueda hacerlo. Antes de despedirnos me llevó a su casa y me regaló el sombrero de copa, que acumulaba polvo en el ropero, olvidado para siempre.
Algunas noches de verano, en la tranquilidad del jardín, tomo el
sombrero y lo estudio con cierta inquietud. Aún me parece imposible que pudieran salir de allí tantas y tan extraordinarias cosas, aunque tampoco tengo por qué saberlo; lo mío, en aquellos tiempos del circo Palace, no era la magia, sino colocar las sillas bajo la carpa, presentar a los artistas, mantener limpio el escenario y hacer en secreto las famosas “Papeletas del destino fidedigno”, en la penumbra de mi mesa, cuando cerraba los ojos y mi mano, sin saber cómo, escribía sola.
M AN UE L RAM O S
Escritor y artista plástico chileno, reside en Viena, Austria, desde
que fuera exiliado por la dictadura de Pinochet. En Austria ha publicado en edicione billingües: Hijos de la Gegrafía,1998 Aorillas del Danubio,2000 y realizado las antologías Poesía entre dos Mundos Lirik Zwischen zwei Welten Autores Latinoamericanos en Austria. ALA. junto al escritor, traductor y músico austríaco Wofgang Ratz y siete textos de poesía y cuentos, Schiff aus Papier los años 2004,2005, 2006, 2007, 2008, 2009y 2010. En Chile ha publicado: En la piel del Aire, 2012 Seres Menschen (billingüe)2013 Flores en la Celda, 2015 Cosmo Naturaleza y Ser,2015, Jaque al Amor.2017 y nuevo Seres 2018 Primer premio internacional poesía integración , y primer premio cuentos para niños Actualmente preside, la Asociación de Autores Latinoamericanos en Austria ALA. Miembro de la Sociedad De escritores chileno SECH
EL JOTE
Los años no han pasado en vano y el tiempo no ha logrado borrar de mi mente aquel mineral tan lejano, pálido y pequeño, perdido entre cerros colgados del sol y sedientos de agua. Ocurre todos los días, porque al caer la tarde pareciera que hasta la misma cordillera se pusiera melancólica y dibujara en todos los espacios, esa nostalgia que se cuece en los poros de la carne y en los rostros curtidos por el frío o sol. Todo se vuelve tertulia obligada por el silencio. Entre el jolgorio victorioso del aleluya, el más grande recuerdo que guardo de mi niñez es el volantín. Aquel pájaro de papel diseñado que mostraba al mundo el arte del poder infantil y que presentaba al universo, una obra realizada por manitas traviesas. Era un trozo de papel y palillos que se encumbraba hacia el cielo sujeto solo por una delgada hebra de la que pendían nuestros sueños. Un día, luego de una larga discusión con mis amigos, decidimos construir uno grande de color anaranjado. Al verlo terminado, conscientes de la emoción que arrebata a un artista el ver su obra concluida, lo bautizamos como Jote. ¡Nació el Jote! ¡Nació el Jote!, gritábamos y corríamos encendidos de alegría hacia las cumbres pedregosas de los cerros pampinos. ¡Nació el Jote!, repetíamos y, al mismo tiempo, lo exhibíamos con orgullo; una vez en el aire, lo seguimos con nuestra mirada de niños hasta que él, al llegar al trono de los vientos, subió hasta las nubes y robó el color de las plumas de un pájaro. En un instante, trémulos de ansiedad, fuimos entregándoselo al cielo. Le dimos metros de hilos para que su frescura se elevara por los espaciosos caminos aéreos y pudiera llegar a tomar su puesto anaranjado en la fantástica acuarela flamante del infinito. Ducho, el Jote, ondeaba como pluma entre las nubes. Todo parecía tranquilo hasta que de improviso apareció un inmenso volantín pardo y lo atacó como un cóndor ataca a su presa. Nuestra alegría se transformó en un dolor fúnebre. Gritábamos al viento: ¡Jote, cuidado con el volantín pardo, cuidado con la muerte! Él parecía no escuchar nuestro terror porque se desató del hilo que lo ataba a la tierra y se transformó en una hermosa naranja cósmica.
¡Jote, baja a la tierra! ¡Jote, baja a la tierra!, gritábamos angustiados, pero la sorda y temeraria naranja cósmica ya se había aliado al espacio y le narraba nuestros sueños de infancia. ¿Y todavía está en los cielos, abuelo? Claro, Gonzalito, todaví
E S C U C H A D MI R A D Y S E N T I D
Escuchad al viento, al trinar de los volátiles al rumor del mar y al murmullo de la lluvia. escuchad al rugido de los bosques y la selva. Mirad al azul del cielo, a la pureza que adorna las montañas y el abismo a la luminaria sonrosada de la aurora y al ocaso a las manos estrelladas del astro rey y a los ojos luminosos de la noche. Mirad Al caer de las hojas otoñales al ritmo de la lluvia, ved al vaivén del mar acariciando litorales la danza de la tierra y a los astros en su armónico universo. Sentid la tristeza y la alegría de los pueblos a los padres que dan vida a la vida a los frutos de la tierra y el amor al amor porque de no ser así hubiese sido imposible la existencia de las artes el poeta y sus cantares el verbo y la palabra
LA CA RT A
A Pamela Ramos
Caminábamos mi hija y yo por un bello parque de la ciudad de Viena; era otoño, y una lluvia arquitecta, después de haber construido cientos de lagunitas de agua en las que navegaban hojas marrones que parecían barquitas de papel, le dio paso a los tenues rayos de sol para que terminara su obra pintando todo de luz. ¡Mira papito, parece todo pintado de miel! expresó ella con alegría. Sí, hija, parece todo pintado de luz. A veces está tan cerca la belleza y no la percibimos le respondí en tono reflexivo, no considerando que a sus cortos años, tal vez mis palabras le parecieran extrañas. Dicho aquello, casi no habíamos dado un par de pasos deleitándonos con el bello paisaje cuando oímos unos gritos. Era un grupo de manifestantes racistas que nos gritaba con evidente odio: ¡extranjeros fuera, extranjeros fuera! Un miedo, una vergüenza y una inmensa indignación me invadieron. De inmediato recordé una entrevista que había tenido en un espacio radial en la ciudad de Estocolmo, a propósito de mi calidad de extranjero. En esa oportunidad, un radioescucha me preguntó: ¿Cómo puede vivir usted en un país tan racista como Austria? El racismo le respondí es una de las enfermedades del mundo, y agregué en su país, como en mi país, existe el racismo, y también, el clasismo, o sea, el racismo no es propiedad o no es patrimonio de ningún país en particular y le repetí El racismo es una de las enfermedades del mundo. Mi hija lloraba inconsolablemente y me decía entre sollozos que debíamos irnos, que nosotros somos extranjeros… Era evidente que tenía miedo. La tomé en brazos y me acerqué a una banqueta del parque. Una vez acomodados le relaté una historia de mi infancia. Pon atención –le dije secando sus lágrimas. Yo viví mi infancia en Chile, en un mineral pequeño, lejano y desértico donde existe la mina de cobre a rajo abierto más grande del mundo, que en esos años era explotada por una compañía norteamericana Chile Exploration Company. Por supuesto, a los explotadores extranjeros, o a los gringos, como le llamábamos, les pagaban en dólares; mientras que nuestro sueldo, evidentemente, era miserable. La diferencia era abismal, la misma, en todo caso, que existe ahora entre la clase
política y los trabajadores. –Y continué, luego de secarle una nueva lágrima Allí en la escuela de ese mineral aprendí las primeras lecciones de historia de los héroes. No olvido que teníamos que rendirle homenaje, por ejemplo, a Cristóbal Colón por supuesto obtuve la nota más baja del curso, y, aparte de eso, fui castigado. Pasaron los años, hija, muchos años desde entonces, cuando llegó un día mi padre a visitarme a una de las cárceles del Pinochetismo donde estuve, y me preguntó por qué estaba yo preso. Le respondí que había despertado a la realidad desde que había aprendido la verdadera historia del descubrimiento de América. Él me abrazó y dijo que se sentía orgulloso de mí; y que mientras estuviese detenido, y él tuviese vida, no le faltaría nada a mi familia. Cuando salí de la cárcel nos vinimos a este país, hija. Por eso vivimos en esta latitud prestada por tantos años. Mi niña abrió sus ojos almendrados, comprendiendo, al fin, nuestra propia historia. En realidad nunca habíamos hablado en casa sobre la palabra extranjero, o de la razón por la que habitábamos en un país en el que no habíamos elegido vivir, un lugar donde se experimenta un proceso de desculturización que nos hace perder nuestra identidad y nos convierte en un vagabundo indefinible. Yo decía estas palabras en voz alta, sin mucha conciencia de que mi hija aún era pequeña para absorber tanta información, sin embargo, continué. Pero con el tiempo, hija, uno aprende a amarlo, a conocer a su gente, e incluso se logra tener amigos maravillosos; además, en este suelo nacen y crecen los hijos, los nietos… y también, nuevos sueños le dije mirándola fijamente. Quería que entendiera que pese a todo, éramos parte de esta tierra. Nos vimos casi obligados a retornar a nuestra casa ya que mi hija seguía llorando. Una vez allí, le dije –sabes, mi amor, te escribiré una cartita, y en el colegio, en hora de pausa, quiero que la leas… ¿te parece? Sí papá, gracias respondió y besó mi mejilla. Al día siguiente, llegando a casa, me abrazó y me contó con un semblante vivo y alegre: Papito, en el colegio, y en la hora de pausa como tú me indicaste, leí la cartita que me escribiste. Mientras leía, me puse muy contenta. Mi profesora se acercó a mí, porque se dio cuenta de que algo me estaba pasando. ¿Por qué ésta alegría tan grande en tu cara, Pamela?
me dijo, y yo le conté que tú me habías escrito esas palabras porque ayer unos extranjeros nos habían gritado “¡extranjeros, fuera!”. Entonces ella me pidió permiso para leerla a mis compañeras.
Querida hija, ahora estoy aquí, en Viena. Tú también estás aquí, pues Santiago de Chile, Londres, Viena o París, son sólo palabras, y los kilómetros, sólo cifras. Tú vives en la calle de la amistad y yo también vivo allí, pues nosotros tenemos un único país que se llama Mundo y su apellido es Ser Humano. Te amo. Tu padre
Pamelita volvió a abrazarme. Todas sus compañeras, luego de la lectura de su profesora, la habían rodeado con mucho cariño. Lo último que escuché ese día antes de que mis propias lágrimas aparecieran, fue…¡Te quiero papá!
MANUEL CARRACEDO
Nació en Ourense un 13 de agosto de 1966. Es licenciado en
Ciencias Políticas y Sociología en la Universidad Central Barcelona. Profesor de Literatura, Geografía e Historia. Ha escrito tres poemarios: Mirando al Atlántico, El lado canalla del asfalto, El amor es amargo. (Ariel ediciones) Entre sus libros de narrativa, podemos encontrar: Historias en el café del Rueda y Memorias de una Guerra (Promocions Culturais) Ensayos: La generación Perdida y Edgar Allan Poe, creador de dos estilos literarios.
I
Elijo esta locura de saber que estamos locos la dicha de estar enfermos la esperanza de estar desesperanzados la aventura de abrazar horizontes el querer ser todo para no ser nada seguir construyéndote como en los lejanos días de la infancia donde nos ocultamos de todo expresándonos con el cuerpo.
II Cuerpos derribados que no se miran ni escuchan se cubren bajo la oscuridad de noches enlazadas no tiene nada que decirse la piel ya no respira la bondad del sexo asumen la derrota la perversa realidad se impone a los sueños y gestos ante la sórdida vehemencia de lo débil
IV
Quiero huir de estas soledades que se agarran a las raices que un día levitaron sobre perfumes de lilas y orquídeas ahora me mantengo en el exilio del verbo ella en su propia aura ensimismada sobre memorias espectrales danzando sobre la extática del mito que me condena a esta locura mirando las sepulturas
V
Se revelaron contra aquella América que vivía de rentas morales que victorias y derrotas habían dejado hasta que se dieron cuenta que ellos eran el grito libertario que no todo era la moralina de Eisinhower negros segregados , cárceles llenas de intelectuales no existía grandeza, dignidad , libertad ellos asumieron las vergüenzas de un País que vendía sus propios espejismos algunos muriero de cirrosis abrazados a sus madres muchos se ocutaron en bibliotecas para seguir releyéndo la triste historia moral de un País