M es 0 1 - Añ o 0 3 E d i ta d o por Aq u a rel l en Cu l tu ra - Coq u i m bo - Ch i l e D i rectora d e red a cci ón : M a ría J osé M a ttu s D i rector d e Con ten i d os: J esú s D e Ca stro P orta d a : Con tra porta d a : Col a g e d e escri tores ( Arch i vo person a l )
E D I TO RI AL
Queridos amigos, desde Aquarellen, comenzamos el 201 6, con esperanzas renovadas de cara al futuro y con una selección de los que consideramos los mejores autores que acompañaron nuestra revista durante el 201 5. Atrás quedan páginas viejas de una revista que surgió hace ya tres años, como un tímido aporte cultural literario. Mucha agua ha corrido desde ese día,como en la vida misma, pero siempre con las ganas de seguir adelante con nuevas publicaciones, con nuevos amigos y los de siempre para así continuardifundiendo Aquarallen cada mes. Más remozada en las últimas ediciones, gracias a la participación de Jesús De Castro, quien aportó altos nombres, que hoy reeditamos, renovando de esta forma el compromiso de hacer de nuestra revista un espacio común a todos los escritores de lengua hispana y complacidos de las altas lecturas que nuestra revista alcanza, llegando a más de 6000 en la última edición, como un bonito regalo de navidad y reyes. Lo más importante de Aquarellen, es que sois vosotros quien la escribís. Gracias por seguir confiando en nosotros y juntos a por este 201 6. María José Mattus Aguirre
LA J O D I D A B O H E M I A D E M AYO D E L 6 8 ¨ Al fre d o G a rcía F ra n cé s P u b l i ca d o e n l a re vi sta l i te ra ri a S I N ALE FA d e N e w York. C o m p l e ta
Llegué a París con apenas dieciocho años. Me esperaba mi hermano José Luis, la persona que yo más he querido en el mundo. Había abandonado la casa de mis padre en Bilbao con dieciséis, y tras una larga temporada de deambular por Barcelona, Bélgica y Holanda, rendí viaje en la Ciudad Luz donde esperaba encontrar calma y acabar mi aprendizaje como fotógrafo. Atrás quedó María, de Ronda, una muchacha de 21 años y puta de oficio, entonces la más bella prostituta de Barcelona, que me protegió y, durante meses, cuidó de mí como si fuera un príncipe. Era la querida de un industrial de Bilbao, de un aristócrata de Madrid y del jefe de policía de Barcelona. Además, en sus horas libres, hacía trabajos extra. Pasados muchos años, se convertiría en la Sultana de Ronda, el personaje femenino de mi libro “El secreto del Emperador” pero entonces, en Cataluña, fue mi verdadera maestra en las artes amatorias. Delicioso aprendizaje para un muchacho de mi edad, fogoso, pero sin demasiada técnica en la práctica del sexo. Era mi primera gran ciudad y, de la mano de aquel cañón de mujer, descubrí sus callejuelas y sus avenidas cosmopolitas, el gótico y el modernismo, las fuentes y el Liceo, las playas mediterráneas, cafeterías, cines y hoteles y, La Sultana, siempre me hizo sentir el rey del mundo cuando, por la calle o en algún restaurante, íbamos del brazo matando de envidia a los hombres y levantando murmuraciones de las mujeres.
Guardo un recuerdo divertido de las escasas noches, cinco a seis al mes, en que los protectores llegaban para pasar la noche en su apartamento. Entonces, zalamera, me daba mil pesetas, un dineral entonces, y me mandaba a dormir a cuerpo de rey al Hotel Ritz con la orden de no regresar hasta que ella fuera a buscarme. Normalmente, al llegar, hacíamos el amor, supongo que para acabar de amortizar la habitación. Estoy muy agradecido a mi Sultana, nunca la olvidaré, porque me enseñó a amar a las mujeres y me quiso como una hermana, bueno, mejor. Porque, ¡con las hermanas, no se empuja! Pero Barcelona era una escala y tras unos meses, ya convertido en un hombrecito, me marché. En Holanda viví otra de las experiencias que en aquellos años nos llenaban de pasmo a los españolitos. En la Costa Brava había conocido una chica que dijo ser modelo en su país. Su cuerpazo lo evidenciaba, tuvimos un tórrido romance y, con mi destreza sexual recientemente adquirida, la deslumbré. Me rogó que fuera a Holanda con ella y dijo tener amigos fotógrafos que me darían trabajo. Cauto, sintiéndome ya un tipo vivido, respondí que me llamara cuando tuviera garantizado un trabajo para mí en su país. Me llamó y atravesé Europa en autobús. Me instalé en su casa, en su habitación y en su cama. Hasta ahí, bien. Lo gracioso es que vivía con sus padres y, los fines de semana, su mamá nos subía el desayuno a la piltra. Hoy, todavía resulta chocante esa atención, pero entonces y viniendo de España, me maravillaba tanta comprensión maternal. La chica resultó ser enfermera y una mentirosa compulsiva. No había ningún trabajo para mí salvo uno reservado por su padre, ingeniero de la fábrica Phillips, junto con los papeles para casarnos. Me creía muy listo y había caído en una trampa mortal. Abandoné apresuradamente a mi bella y dulce holandesa y me largué dejándola hecha un mar de lágrimas y a sus padres estupefactos. Luego, me he preguntado muchas veces si, de haberme quedado con ellos en Eindhoven, sería hoy un súper ejecutivo nacionalizado holandés y con un pocotón de hijos rubísimos y tan guapos como su mamá, la falsa modelo. Pero no estaba escrito así. Viví la loca bohemia de la ciudad de Amberes de la mano de Jan Van den Heiden, entonces de 22 años y estrella del ballet de la Ópera de Flandes. Habitábamos una buhardilla heladora en la que el frío me despertaba varias veces cada noche si tenía la mala suerte de sacar la cabeza de debajo de las mantas. Pero fue un tiempo magnífico, entre artistas y disfrutando de todas las fans que atraía la fama y el glamour de mi amigo, porque él no daba abasto y ellas encontraban exótico un español flaco y divertido. Allí conocí y trabajé, en un corto papelito, con Catherine Deneuve. Ella intervenía en una película, rodada en el río Escalda, apoyando a un director amigo suyo nieto del pintor Marc Chagal. A pesar de los esfuerzos de la actriz por ser encantadoramente educada no resultaba simpática, tan sólo una típica francesa fría. Tan helada como una sepultura. De Amberes me impresionaron los judíos reunidos en sus emporios de diamantes en las callecitas junto a la Estación Central, la bella catedral gótica con los magníficos cuadros de Rubens, el que los nacionalistas flamencos no me respondieran cuando me dirigía a ellos en francés, la vida social flirteando en los cafés de la Plaza Mayor y los bocadillos de “salade americain” que engullía cuando conseguía que me invitaran. Estuve un curso estudiando fotografía en Bruselas, pero la ciudad era un aburrimiento y la enseñanza muy lenta, así que lo dejé y comencé a trabajar en un estudio fotográfico donde en poco tiempo aprendí lo que me hubiera costado años de escuela.
Por desgracia caí de huésped en la respetable casa de una amiga de mi mamá que vivía con un sobrino sacerdote. Era viuda de un diplomático y ex colono del Congo Belga y, además, una marrana que se bañaba una vez a la semana. Ambos, ella y el cura, los dos con la misma agua. Por orden de antigüedad, por la bañera pasaba primero la viuda, luego el cura y, sin cambiar nunca el agua, finalmente yo. Ponían pegas para que saliese a pasear, para volver tarde, y por supuesto, prohibido recibir llamadas telefónicas de chicas y, mucho menos, invitarlas a casa. Un aburrimiento total. Me largué en cuanto pude y acabé en Paris. Llegué a Paris cansado de pasar hambre, frío y con la esperanza de que me aguardara una etapa llena de afecto y de serenidad. Me equivoqué por completo. Cierto que Paris se convirtió en otra de mis ciudades fetiche, pero no tenía ahorros y, mi pobre hermano, se encontraba inmerso en un proceso de divorcio, con una trabajo precario y estudiando. Mi cuñada me culpó a mí de su ruptura familiar y me puso de patitas en la calle, así que en París pasé tanta hambre y calamidades que, para desesperación de mi romántica esposa, se convirtió en una ciudad a la que nunca deseo volver. Muchos recuerdos negativos, aunque tampoco olvido otros que marcaron positivamente toda mi existencia. El más importante, compartir aquellos años con mi querido hermano mayor, José Luis, lo que nos unió entrañablemente para el resto de nuestra vida. Mi hermano y yo estuvimos más que unidos hasta que su muerte me hundió en una terrible depresión que, durante tres años, me hizo caminar por el filo del cuchillo que separa la vida del infierno. Como pueden ver, si ustedes esperaban una lectura clásica sobre las virtudes de la literatura en general y de la novela en particular, lo siento, pero han caído en las manos de un periodista escritor y, de paso, en un descarnado relato personal rayando en lo impúdico. Porque tengo esa predisposición, me agrada escribir y hablar relacionándolo conmigo. Es lo que mejor conozco. En París pasé más hambre que Carracuca, que diría mi difunto padre. Dormí en un coche abandonado, comí restos de los desayunos que me regalaba en una bolsa de basura la camarera de un hotel amante de mi amigo mexicano, y tres veces, tres, me desmayé en la calle y otras tantas me llevaron en ambulancia al hospital donde me reconocieron, me dieron un caldito y, con él, el alta médica. No había camas para enfermos de hambre, así que, a la puta calle, a seguir pasando gazuza hasta el próximo desmayo. Pronto perdí el pudor y, con Jorge, el mexicano novio de la camarera y en idénticas circunstancias de pobreza, hacíamos estragos entre las chicas hispanas en las colas del comedor de la Alianza Francesa. Eso, sí, en dura competencia con los negros senegaleses y cameruneses que explotaban también aquel filón. A nuestro favor el dominio del idioma, la educación latina y la simpatía, aunque también había muchachas en busca de emociones fuertes que los elegían, quizás por el exotismo o por la leyenda urbana sobre el tamaño de sus miembros viriles. Caíamos sobre españolas y suramericanas con el ímpetu de las hordas de Atila, les ofrecíamos ayuda para ir de compras o nos brindábamos como guías para visitas turísticas, hasta lograr con mil pretextos que nos invitaran a comer. Generalmente, tras acompañarlas por Paris, con desayuno, comida, merienda y cena a su costa, al finalizar la estancia recibíamos un regalo de despedida. Por supuesto, intentábamos acostarnos con ellas. Por el placer y esperando así que el obsequio, preferido en divisas, fuera más tiernamente generoso. Algunas enloquecidas quisieron abandonar su vida pequeño burguesa, como decían, y quedarse a pasar hambre con nosotros. ¡Qué divertida la vida bohemia!, exclamaban palmoteando. Obviamente las disuadimos. En el coche abandonado sólo cabíamos el mexicano y yo.
. En Paris, pronto me convertí en el benjamín de una cuadrilla formada por mi hermano José Luis, más tarde jefe en INTERPOL, pero que, en aquellos años de emigrantes ilegales, servía copas en Don Quijote, un restaurante español de un primo nuestro que acabó en la cárcel trás atropellar borracho a un peatón. Mi hermano, además, estudiaba literatura en la Sorbona y su profesor preferido, el hoy conocidísimo escritor peruano Alfredo Bryce Echenique, era el tercero de los miembros de la cuadrilla de amigos y el único de nosotros que tenía un sueldo fijo y digno, aunque, escaso para sus muchos méritos, según él mismo señalaba. El cuarto amigo de la cuadrilla parisina, era Paolo, un brasileño exiliado, ex guerrillero comunista, alto, fuerte y guapo que se acostaba con decenas de preciosas francesitas seducidas por su melodrama cheguevarista. Paolo pronto encontró una novia de su país y, con la amnistía bajo el brazo, se volvió a Brasil. Pero, mientras estuvo con nosotros, el cuarteto fue de traca. Con esas compañías, así resulté yo de fresco. Despacito comenzamos a mejorar de estatus como emigrantes, el escritor peruano fue promocionado en su Universidad, mi hermano comenzó a trabajar para INTERPOL y yo, poco a poco, encontré trabajitos haciendo composits y books para aspirantes a modelos con lo que, además de ligar, ya no me moría de hambre. Al mismo tiempo, mi hermano era novio de una Lacoste, de la familia de los fabricantes de ropa de sport. Los del cocodrilo. Ni que decir tiene que ella también confundía nuestra pobreza con bohemia y se divertía muchísimo siendo pobre con nosotros. Nos regalaba cosas, pero nunca un kilo de lentejas, un trozo de solomillo o un saco de patatas. Era muy rica y no imaginaba que nosotros no comiéramos o lo hiciéramos de tarde en tarde. Así, venía a visitarnos cargada de botellas de los más caros chateaux de Burdeos y del inigualable Petrus Pomerol, sin advertir que, con el precio de una de aquellas botellas, nosotros nos hubiéramos dado un festín. Por supuesto, cuando salían las nuevas colecciones de polos, nos traía un polo en cada color de toda la gama. Imagínense, éramos los pobres mejor vestidos y mejor bebidos de Paris pero, al mismo tiempo, los más hambrientos. Después, me hice novio de una chica de Pamplona, a la que falto de dinero incluso para el Metro hice caminar por Paris hasta la extenuación. Así, conocí la ciudad. Andando. Y sin comer, porque cuando la pobre me sugería ir a cenar algo, y de paso descansar un rato, yo, avergonzado de ser tan pobre, le decía, ¡déjate de cenas, cariño, lo mejor es disfrutar paseando de esta maravillosa ciudad! Ella, enamorada, insistía tímidamente. Bueno, pues, ¡aunque sea vamos al cine o nos sentamos a tomar un café! Imposible. No quería confesarle mi pobreza y que, de valor en los bolsillos, sólo tenía un ticket de Metro para volver a casa. Un día no aguantó más y dijo, pues, ¡sí tú no quieres cenar, yo sí y, ahora mismo, voy a comerme un filete con patatas! Imagínenselo. Yo afirmando que no quería tomar nada, que venía cenado de casa, mientras, miraba como ella engullía aquella carne roja, sangrante, llena de proteínas y con un enorme montón de patatas fritas doradas y crujientes. Salivaba como el perro de Paulov porque aquella noche llevaba tres sin probar bocado. Cosas de la hidalguía y de la juventud. Salivaba como el perro de Paulov porque aquella noche llevaba tres sin probar bocado. Cosas de la hidalguía y de la juventud.
Cuando encontré un trabajo estable mi novia y yo fuimos a vivir al Medicis, un hotel de estudiantes en el 21 4, rue Saint Jacques, frente al Liceo Luis le Grand y la facultad de Derecho de la Sorbona, en el distrito 5º del Barrio Latino. Por cierto que durante los encierros estudiantiles del mes de Mayo del 68, me recluí en el Liceo con ellos y durante los días que permanecimos cercados por la policía, me tropecé por los claustros con los aterrados fantasmas de los 3000 presos que, durante el período del Terror de la Revolución Francesa, esperaron allí para ser guillotinados. También me crucé en sus aulas con los cultos espíritus de sus ex alumnos Voltaire, Moliere, Diderot, Victor Hugo, Baudelaire, Robespierre. En el Hotel Médicis vivimos contentos sin importarnos sus escaleras tambaleantes de alfombras sucias, raídas, su olor a ajo, a fritanga y a especies, pues todos cocinábamos en las habitaciones. Tampoco nos molestaban los alborotos de un batallón de soldados negros y latinos, huídos de las bases militares norteamericanas en Alemania y llegados a Paris para evitar ser enviados al Vietnam. Recalaban allí aguardando que organizaciones pacifistas los trasladaran a Suecia donde no había extradición para el delito de deserción. Mientras, encerrados en sus habitaciones, escuchaban un rock ensordecedor pinchándose heroína que, jeringuilla en mano, ofrecían generosamente por los pasillos repletos de tipos alucinados por el LSD. Parecía el infierno, pero, nunca, nadie buscó problemas conmigo. Aquel tiempo fue un baño de civilización mientras los estudiantes gritaban “la imaginación al poder”, quemaban coches, tiraban piedras a los gendarmes y, en la calle, estallaba el famoso Mayo del 68 en el que todo progre de mi edad dice que estuvo. Yo sí estuve, aunque trabajando, no lanzando adoquines. Manifestaciones, revuelta callejera, barricadas, cargas policiales y detenciones y, por primera vez, trabajé como reportero para un griego que me daba una miseria por cada carrete impresionado que le llevaba. Así fotografié todo lo que sucedió en el Boulevard Saint Germain y el Saint Michel, en el Odeón, la Sorbona y, sobre todo y, desde dentro, el largo encierro de los estudiantes en el Liceo Luis le Grand. Justo enfrente de mi hotel, al que algunas veces me escapaba para dormir, comer o visitar a mi novia. En fin, podría aburrirles más con Paris, pero ustedes no se lo merecen. Sólo un apunte más. Después encontré trabajo en un estudio fotográfico de publicidad en la Rue de Castellane, detrás de La Madeleine, y durante casi dos años rendí a plena satisfacción de mi jefe, un belga hijo de exiliados españoles, que estaba feliz conmigo. Una mañana me llamó para decirme que debido a la crisis, una nueva ley prohibía que los extranjeros ocuparan cualquier puesto de trabajo que necesitara un francés. Me pagó y me dio un abrazo llorando porque, según afirmó, era un buen trabajador y tenía mucho futuro como fotógrafo. Me estafaron. Como pasa aquí con los inmigrantes cuando ya no se les necesita. Nunca, hasta el mes pasado, quise volver a La Madeleine, ni a la plaza de la Concordia, ni pasear por el Faubourg de Saint Honoré, en aquel barrio en el que por fín me sentí persona y que llegué a considerar mi barrio. Tan querido como el Barrio Latino. Otra vez me vi en la calle y sin trabajo, aunque había aprendido mucho como fotógrafo de publicidad, conseguido mantenerme al margen de la trampa de las drogas y el dogmatismo de los partidos políticos, así que, decidí volverme a España para hacer el servicio militar. Pero, eso ya es otra historia, amigos.
F ra n ci sco J a vi e r I ra zoki
CARTA A LE O N ARD CO H E N Ahí están las calles de compás negro, donde los cortejadores de la aguja calientan su porción de olvido. Suena un concierto de ambulancias sinfónicas. Es invierno en París y, bajo los soportales, canta una mujer muy bella. Las miradas de los viandantes acarician su vestido de aguaturma. Ella sonríe desde la pobreza elegante, apoyada en una pared que parece un signo de interrogación, y a veces me habla con esa leve dejadez de quien habita en casas en las que nadie barre la tristeza. Al final canta tus canciones. Entorna los ojos y los versos se posan sobre un diminuto cadáver embozado en escarcha. Sé que envejeces, Leonard, que oyes cómo en la habitación contigua gozan contra ti las mujeres amadas y que te alivias describiendo el peso de la melancolía cifrada en lluvia. Te convendría ver tu emoción hecha vaho que despiden los labios más peligrosos de mi urbe. Aunque nunca conquistarás a esta mujer que ya se ha comprometido en amor con tu palabra.
O RACI Ó N LAI CA Sin templo ni dogmas, sin rito ni devociones, he desocupado un paraje mental. Lo ocupará una piedad sin recompensas. Piedad por los que únicamente conocen las libertades del silencio. Piedad por quien ha crecido alimentado por los abandonos. Piedad por los que al abrazarse aprietan una escalera solitaria en el cuerpo de la persona amada. Piedad por los hombres que regresan a la infancia y aprenden más dolor en los hospitales. Piedad por el apedreado en el callejón oscuro de las razas. Piedad por nuestros habitantes perdidos en la sima de un pensamiento. De noche los encontramos mientras suben una montaña. Caminan con la energía de los antiguos esclavos. Piedad por los que duermen o se despiertan sin cubrirse con los apellidos de una patria. Piedad por quien llega solo y sin equipaje a los tribunales de su conciencia. Piedad por los que desean a hombres y mujeres cercados en la niebla de un despeñadero. Piedad por quienes con su amor disidente golpean los muros de la moral. Piedad por los que sobreviven escondidos en una creencia.
RE TRATO D E U N H I LO La zumaya gorjea suavemente sobre un cadáver y, mientras amanece, eleva su delgado alfabeto. Una muchedumbre avanza con la mirada fija en la cosecha del río, y ya se percibe a los que prenden fuego al muerto, y la música que arde como una leña triste. Pasan dos hombres sobre una bicicleta ruinosa cuando el aire, ese adiós que se respira, riza su seda en el suelo. Y llegan todos a la orilla: el que habla entre bancales de almendros, el de la belleza quemada, el que lleva el mistral en los ojos, el vagabundo que despliega su cuerpo como un vaho, una muchacha que amó las tormentas y ahora aspira a que su hermosura sea una senda de agua, un viejo que sueña con caballos y bebe despacio su vaso de tiempo. Ven en la existencia un decorado de la travesía y en el hombre una migración suspensa. Después miran en el río el resumen de los que vivieron. La corriente vuelca las quemaduras, un mirlo termina el canto y la luz se incrusta en sus propias pavesas.
Al fon so B re zm e s
ARS B O TAN I CA Hay algo épico en las flores. Algo hermoso y terrible ocurre entre sus pétalos en el breve intervalo en que despiertan. Un drama silencioso. Como si la vida ensayase en ellas, antes de hacerlo en nuestros cuerpos.
( de “Don de lenguas” Ed. Renacimiento, 201 5)
I N AB S E N TI A Hay en la ausencia una pantera y un cervatillo asustado y un cementerio con sus muertos y una noche con luna dibujada, hay gigantes de tiza con mi rostro -pájaros que anidan en sus cuencasy una lenta batalla donde luchan guerreros temibles por tu mano y paisajes nevados con figuras como en un Brueghel pequeñito y una copa de sangre derramada sobre un mantel de hilo portugués y raros cuentagotas de mercurio para la fiebre densa de los labios, suburbios, ciudades y piscinas donde duermen niños vagabundos y un museo blanco del que escapa un ladrón de guante negro que lleva bajo el brazo tu retrato. (Poema inédito)
P a co M ora l
Amar ante la tumba de los hijos robados ante el estómago eviscerado de cada muerto nuestro Amar como si folláramos como si ellos no como si todos como si cada uno como si siempre como si ya nunca Como si existiese un mañana Como si el mundo fuese un nosotros (Inédito)
E l fu e g o d e b i d o Nos debemos el fuego porque es nuestro, el que crepita en noches imposibles. Nos debemos su luz, la que refulge cuando todo es sombra. Nos debemos la llama de la hoguera o el tímido latido de las brasas, una mínima luz que retenemos de lejos, en los ojos. Nos debemos la vida, y el fuego de vivirla desde el tibio chispazo del comienzo (ese vidrio tan frágil que parece quebrarse si lo miras) al milagro irredento del rescoldo que no se apaga nunca, aunque sepamos que nunca es un adverbio de tiempo, y es finito. Nos debemos el fuego por tanto y tanto frío. (Inédito)
Ka ty P a rra
B U ZÓ N D E S U G E RE N CI AS A mis hijos No hagáis caso de aquellos que os amen demasiado. Probablemente sientan temor a que os vayáis. Salid a pasear cuando la lluvia despliegue sus urgencias. Escuchad a los pájaros, ellos sabrán deciros si la luna es propicia. Dejad que se amontonen las sombras y la nieve si no sabéis qué hacer con el insomnio. Todo se desbarata con la luz. Y aprended de los gatos a vivir dignamente, sin más ajuar que un mundo que quepa en vuestra manos. (Del libro “Coma idílico” Ed. Hiperión. Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández)
D E N AD I E A N AD I E
El mar escupe muertos, muertos imprevisibles, muertos de cuatro años, muertos recién nacidos, mujeres y hombres muertos, hinchados por la ausencia del oxígeno, muertos desconocidos que aceleran el paso decisivo de la muerte. De nadie a nadie llegan, tristemente escupidos a un país extranjero, escupidos no sólo por el mar, sino por la barbarie y la metralla. El mar escupe muertos sin identificar, y nadie quiere muertos si son desconocidos, si llegan a tu casa huyendo de una guerra y vienen abrasados por la huida. Es más fácil mirar para otro lado. El mar sabrá por qué se deshace de ellos. (Inédito)
E l en a M u 帽 oz
Are n a y H i e l o Siempre la dualidad que en mi pervive. Arriesgada y calculando siempre, a uno y otro lado del espejo. Querer sin poder, y aunque pueda, rechazar lo que no cuadra en mis cuentas sumadas con los dedos. Fortaleza cosida con debilidades que maldigo. Cada noche abrazo la almohada y pregunto c贸mo seguir caminando entre hielo y arena
La b e ri n to El azar o la magia hicieron confluir nuestros destinos: no estaban anunciados a encontrarse. Nadie elige el minuto, ni siquiera el instante que transforma una vida. Ahora, debo desenredar el hilo liado en este confuso laberinto de miradas, sensaciones y sonrisas. Encontrar el camino sin un mapa, andar el sendero trazado mรกs allรก de tus huellas Vaciar de recuerdos mi memoria, matando a mi propio Minotauro; arrancar las velas negras del olvido, buscando como Ariadna, ya sin Teseo, la luz. .
An a M on toj o
M I RAD A El día que dijiste nadietehabráqueridocomoyo, tal cómo me mirabas, todavía me estabas queriendo. No se puede mirar de esa manera si no queda algo vivo. Poco después no sé lo que ocurrió, de pronto no existía nuestra historia. Y no volviste a verme nunca más tal vez por no mirarme así, de esa manera.
E S P E RA, AM O R Espera, amor, no puedo. Todavía no puedo refugiarme en tus brazos, no quiero contagiarte mi amargura, no quiero que me lamas las heridas hasta que no estén limpias del recuerdo letal de la falacia. Quiero llegar a ti con el corazón puro, intacto de rencores, y que corra el agua putrefacta de mis lágrimas, —tanto tiempo estancada— hasta que brote clara, transparente, libre de la ponzoña del pasado. Quiero volver a ser la que yo era hace solo unos años —pocos para una vida— antes de que mataran mi ternura, mi deseo de amar y de entregarme al vértigo de ser solo mujer enamorada. Entonces sí, mi amor, si tú me esperas me esconderé en tu cuerpo, tus labios besarán mis cicatrices cuando ya no me duelan, cuando tan solo sean la sombra indescifrable de un tiempo sin memoria. Entonces sí, mi amor, si todavía quieres recomponer los restos del naufragio, tus manos vestirán mi piel desnuda y borrarán las huellas de esos años oscuros como si nunca hubieran existido. Contigo emergeré de mis cenizas.
J a v i e r S á n ch e z M e n é n d e z
E L PAÍS Al tomar El País entre las manos he leído que el sol acariciará esta tarde la vertiente oeste de tu casa, la zona cercana a la azotea, el balcón irlandés al que te asomas. Y es cierto, tan solo leo el diario para buscar el sol, para saber si hoy vendrá el otoño por tus largos pasillos. No me importan los censos, las estadísticas, las batallas sangrientas en el Oriente Medio, los satélites rusos, las visitas reales, no me importa el pasado porque en el ayer ya estamos, cuando miro hacia el sol y compruebo que dirige su marcha a la vertiente oeste de tu casa. De El violín mojado, Seuba, Barcelona, 1 991
P RE PARACI Ó N D E LA M U E RTE
No sé si estás dispuesto a agradecer la vida, a morir enterrado en calles o suburbios o en todos los lugares donde uno se muere cada día, a cada instante; como si uno muriera agradeciendo risas o palabras que una vez nos dijeron a pesar de pesares para sobrellevarnos; agradeciendo dudas, respuestas, valía la pena ser agradecido, agradecer la vida, recordar a los seres que agotan los abrazos, el llanto por amor y no estar muerto o descubrirse muerto y ser amado. ¡Qué difícil! Un último recuerdo principio de principios, y preparar la muerte a pesar del dolor. Y se apaga el recuerdo, y se apaga la brisa, y se apaga la idea de agradecer la vida a cada instante. De Última cordura, Betania, Madrid, 1 993.
E n ri q u e G ra ci a Tri n i d a d
CO M O RO PA TE N D I D A En un poema hay que extender la vida al viento, al sol de la mañana, a la vista de todos como ropa tendida en el alambre. Una pizca de vida es suficiente, la camisa de un sueño, por ejemplo, o el mantel de las últimas derrotas o aquel pañuelo que es como un resto de niñez, tan blanco, tan diminuto, tan herido. Los versos, hechos sangre, piel o músculo, bien cogidos con pinzas, agitándose en medio de los patios, a la luz, como banderas sin ejército. Así tienen sentido (Del libro Todo es papel )
N O (*) No hay bandera que valga un sólo muerto. No hay fe que se sujete con el crimen. No hay dios que se merezca un sacrificio. No hay patria que se gane con mentiras. No hay futuro que viva sobre el miedo. No hay tradición que ampare la ignominia. No hay honor que se lave con la sangre. No hay razón que requiera la miseria. No hay paz que se alimente de venganza. No hay progreso que exija la injusticia. No hay voz que justifique una mordaza. No hay justicia que llegue de una herida. No hay libertad que nazca en la vergüenza. (*) Del libro "Contrafábula". Este poema fue incluido en la antología “Contra el olvido”, editada con ocasión de los sangrientos atentados del 11 de marzo de 2004, en las estaciones de Atocha, El Pozo y Santa Eugenia, de Madrid.
J e sú s Arroyo
H a y u n pa se a n te e n e l e spe j o q u e m e h a ce d u d a r, no tener la certeza de su siguiente paso, desconocer si pisará nueva piedra o dará una zancada al aire del acantilado. Podría interesarme por su destino pero la pereza hace que no me importe el punto final de la fotografía.
Cre yé n d ose B a l za c Pensaron en la pose desesperada para llamar la atención de sus iguales o en ese rol que todo escritor de pluma y existencia saca de un sobre sin remite y cien destinatarios. A él, seguro de sí mismo, le importó poco la vergüenza del ajeno, la ignorancia enlutada de los suyos, el desafío voraz de cien colegas. Lo único que quiso fue llevarse a la tumba los veinte poemas escritos en la sensatez de un escondite, el olor a humedad que deja la tinta en las paredes y una mirada de amor que jamás sacó de sus pupilas. El pabellón, en fila y cuerdo de demencia, asistió a cada uno de sus veinte funerales.
An ton i o P ra e n a
E L J O VE N F RAI LE Y pensar que nadie desabrochará mi camisa con manos de paloma, ni hará caracoles en el vello de mi pecho porque ya tengo un amor que es Todo y Nada... Y saber que soy un guerrero que reza como un almendro. De “Humo verde”. Accésit Premio Iberoamericano Víctor Jara Amarú. Salamanca 2003
P E RO N O Estoy lleno de muertos, de perros muertos y hombres muertos. Mi corazón es un inmenso cementerio de perros y de hombres cuya carne se pudre y se confunde: soy el mundo y el tiempo en el que el mundo se disuelve. Podría contagiarme de esta podre, abrir mis duros ojos con espanto dejando que la luz partiese de ellos y ser un muerto más de abiertos ojos al terror del vacío. Pero no: el mundo no es tu ingrata soledad. No cabe en tu sepulcro la belleza. No te has dado la vida, te precede y habrá de redimirte cuando acabe la oscura vanidad que hay en tus ojos. Hay pájaros ahí fuera. Está la tarde dorada destellando en las esquirlas de nubes y de antenas. Está el viento jugando con las hojas, y en la hierba dos perros son sustancia compartida por un nudo de carne que los une a un trance que no puede detenerse. Grita hondo, revienta tu camisa. De lejos eres gloria innumerable. No hay muerte en la que quepa tu misterio.
De Yo he querido ser grúa muchas veces Premio Tiflos 201 3 (Visor. 2ª edc. 201 4)
D a v i d M i n a yo
S ALU TACI Ó N A VI RG I LI O PARA LAS TRE S D E LA M AÑ AN A Desposeído de su gobierno camina Eneas entre los grises pantanos. Una turba reclama su nombre bajo la oscura y velada prisión de lo extinto. Sin su maleta, entregado al paso responde al hálito de los nueve círculos: le pregunta por qué respira su cuerpo más allá de los muros de Troya. Son las tres de la mañana. Hay una plaza de vaho sobre la noche firme. Y está tu silueta rondando la angustia desde la fábula de los palios.
Tu ti e m po y e l m ío Hay una gran diferencia entre tu tiempo y el mío: el tuyo transcurre entre libros, se pierde por tu larga estantería, se deja llevar por el vaivén de las cenas programadas, el mío\ El mío en cambio se lleva a cuestas. La soledad se multiplica cuando lo único que quieres es evitarla. Me dijiste: Adiós, gracias por todo, pero ahí te quedas. Ahí es un sitio abstracto, diferente. Mi sitio fue una escalera que duró tres horas. Una burbuja de aire cercando el estómago. Me senté con los ojos callados. Con la puerta entreabierta del corazón. Los corazones tienen la extraña costumbre de gritar y revolverse cuando no están de acuerdo. Hay una gran diferencia entre tu tiempo y el mío: tú lo conviertes en algo, lo mueves de aquí para allá, juegas con él para darle sentido. El mío simplemente pasa sin ti.
F ern a n d o López G u i sa d o
VI E N N A Ahora que acaba el mundo, ignoras qué decirme y la ciudad recuerda vacía lo que no pudimos ser, regálame otro perfume que no apeste a desprecio. Aunque no hayas visto la película, cuéntame una mentira: que me esperas y me quieres. Como en «Johnny Guitar». Gracias. Muchas gracias.
CI U D AD S I N TI se me ha llenado Madrid de polvo de obra y polillas de gritos de porteras de mentiras en descuido irresponsable de lugares a los que no iremos se me ha llenado Madrid de felicidad ignorada y perdida a lo tonto de cuencos rotos y calles cortas y de niños lejanos bañándose en fuentes y de retratos de mujeres con porfiria se me ha llenado de bancos pegajosos por chicles que arrancan los empastes de fantasmas que se empujan a codazos de aparcamientos imposibles y autobuses agresivos y de espejos muy abiertos y de pasillos con severas armaduras se me ha llenado Madrid con pilas de libros alienados y culpa que los quema como un indio de película para enviarte inútiles señales de humo perdidas entre nubes y rencor de tu tierra quemada por mi miedo a coger el volante de la vida y escoger volverme loco para rodar ladera abajo tan lejos de mí tan lejos... se me ha llenado, sí, de tu ausencia porque sólo una carencia de ti puede saturar tanto de fracaso, inconsciencia y memoria rota en la única cafetería abierta y reformada en mi cocina y despacho en mi lista indeleble de pecados en un Madrid extraño y demasiado lleno que no le queda espacio para el alma
Án g e l e s F e rn a n g óm e z
CÉ LU LAS M AD RE Las anémonas son clónicas. No mueren, se dividen siendo enteras, se duplican, se espejean, se copian a sí mismas y, sin morir, vuelven a nacer eternamente. Son su mitad y la mitad de su mitad multiplicada. Doblan sobre sí sus cuerpos, se parten infinitas desde el centro de sí mismas. No mueren, sólo se marean un poco al imitarse. Pero yo..., yo soy mucho más inteligente: muero, sí, pero no me plagio nunca.
E L ALM A D E U LI S E S Yo vi a Ulises regresar de Troya mar afuera y despertar sobresaltado en las playas de su Ítaca. Ella esperaba sin saber de cíclopes ni cantos de sirena. Llovía polvo de luna menguada sobre el mar, ya plata. ¡Penélope! –decía, ¡devuélveme mi alma! Yo vi también que, regresando muchas lunas, -en una noche en que la pena le estalló en el vientre-, se hizo ella con el alma de su amado. Y la tejió a sus senos, y a su boca..., y a su cuello, y a las telarañas de su misma alma. Se quedó con ella hasta hacerle regresar a Ítaca. Yo vi que el mar alcanzó en olas moribundas sus cuerpos abrazados, bello el de él, y ya sin alma.. Y el cuerpo de Penélope, desnudo, poseía, en diminuta porcelana, las dos almas. Yo vi lo que pensaba esa mujer, lo vi en sus ojos: Zeus no llovió sobre el camino (*) él, no era Ulises, no Odiseo, sólo cuerpo, el mismo cuerpo sin esencia, y ella, no podía devolverle ya su alma. ¡Amor mío! ¡Te he pensado tantas veces..! Yo vi que, de soñarlo, se le enmarañó la magia en soledad para hacerle compañía: No estaba sola. Ella, era él. Y ella... ¡Y los dos! Él no era nada. Sólo un cuerpo que llegó hasta Ítaca.
M a rcu s F a b i a n o
B Ó RE AS & N O TO S a enorme âncora deixa as fráguas e do cais de cantaria já logo zarpa: a grande vela o seu lençol desfralda e no mirante um aceno chora a casa no diamantino sono das judiarias uma aflição de glória dos ministros: guardados pelo dossel das oliveiras sonham partidas de pimenta e seda esses esmaltam brasões hereditários mas é outro o agouro do embarcado: na penhora de arcanos e presságios o limão no escorbuto do astrolábio.
O S N O M E S D O M AR
o mar cria seus próprios cavalos e torna-se pedra quando muito gelado. ele não conhece flor nem fogo e mesmo assim pode queimaduras e adornos. tem enguias e mães d’água, corais e algas. o seu chão constela-se de esponjas e anêmonas. o mar é pródigo em estrelas e proventos. mas não tem galhos para os pássaros nem cabelos para os afogados. o mar é um cofre de naufrágios. no seu fundo caminham os escafandristas. entre moreias e meros seus sapatos levitam. o mar é duro e delicado como a carapaça de um crustáceo. em suas angras ele brinca de aquário. é aéreo nas nuvens e seu humor sujeita-se à lua. o mar arrasta ou empurra. e seus abismos devoram muitas âncoras. são os brincos que Iemanjá reclama. na praia a onda lambe a areia mas nunca há ânsia. o plâncton escoa na garganta e o píer é um palito que por ela avança. e se um farol a ilumina, ei-la sem amídalas. o mar é inteiro boca e saliva. e nunca cospe, apenas engole. quem pensa em ressaca o enxerga de fora. ou acredita em mentiras. o mar exige sorte além de perícia. o mar salga e salva. seu imenso é um cemitério de almas. o mar não se cala quando quer, por isso é bem maior que o céu. ele dá a volta ao mundo sem andar em círculos e move as nadadeiras do pensamento perdido. o mar pode ser lindo e sinistro. solares e umbrívagos são seus caminhos. e eles recolhem muita espuma pelas bordas. o mar é imêmore e guarda todas as horas. e só chega à costa para que alguém possa vê-lo. o homem que o vê é um peixe seco. de ar e sangue, e sem guelras. o homem é igual ao mar, concebe e faz guerras. deus separou a porção seca do mar e pôs o homem a viver nela. a terra separa as águas como a vontade faz com os homens. em sua crosta há duas árvores: a do conhecimento e a da vida. a lei é que certas frutas vermelhas são interditas. para ir de um lado a outro o homem tem pés. para atravessar o mar, navios e Moisés. em terra o homem é o lobo do homem. já o lobo marinho é bem mais tranquilo. é mimoso feito um ouriço recém-nascido e quando cresce não promete espinhos. frente ao mar o homem tem arroubos divinos: caminhar sobre as águas, multiplicar os peixes. mas sua vida terrestre é de carne e leite. o homem brinca de deus quando teima. ele se consome de porquês e se fabrica problemas. o homem brinca de deus porém vive no tempo. e no mar ele nomeia seus medos: mar morto, mar negro, mar vermelho. o homem é água e enredo.
Roberto Vi l l a r
Todas las historias de amor también lo son de fantasmas. La cama no soporta el peso de tu ausencia, pero sí el de tu regreso. También soy lo que ya no seré. Cuando te espero, cada hora contiene sesenta injusticias. El humor tiene límites, pero son límites de risa.
S AN B E RN ARD O Ella no existió aunque la bauticé Marcela el nombre de mujer que más me gustaba por aquel entonces. Fue mi primera. Un pasado que inventé para tener uno. No soy nadie sin un misterio que me preceda. Lo aprendí de muy joven. Antes de cualquier posibilidad de ayer Marcela entró en mi vida para contarle a la primera mujer que hubo una antes que ella. Linda tengo un pasado y tiene un cuerpo más bonito que el tuyo y me quiso hasta perder la cabeza y tuve que dejarla y nunca la olvidaré y jamás podré inventarme otra mujer comparable a Marcelita.
León M ol i n a
Para contener la estupidez hace falta una sensatez contenida. La poesía es un arte minoritario en el que cada uno de los lectores es una mayoría. El día discurrió entre sorpresas muy leves, lento, preciso, emotivo, reconfortante; como una página de Azorín.
La más alta compañía se alcanza al compartir soledades
La vida es una de esas casualidades de la vida. El literato maquina. El poeta escucha. La presencia de lo bello siempre contiene una parte inexplicable. Esa parte es la que explica la belleza. A partir de cierta edad podemos imaginar también lo que nos depara el pasado. El color del poema resulta de las tonalidades que van añadiendo sus silencios. Solo es posible evitar la maldad si sabemos que en nuestro interior se encuentra latente la semilla de un tipo despreciable. La madurez contiene una ligera tristeza que sostiene la alegría. Cada tipo de sentimiento aporta su tono de luz a la mirada. El conocimiento es una acuarela. No seré siempre poca cosa; algún día no seré nada. Pensar hoy consiste sobre todo en desinfectar ideas. Las personas que se enfadan con facilidad me proporcionan mucho tiempo libre.
G ra ci a s a m i g os por com pa rti r con n osotros el 2 0 1 5.