Aquarellen n° 22

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Mes 11 ­ Año 03 ­ N° 23

Editado por Aquarellen Cultura Directora de redacción: María José Mattus Aguirre Director de contenidos: Jesús De Castro Portada: La sacerdotisa dibujo de Pilar Merino Contraportada: Imagen de Archivo


EN

E S T E N Ú M E RO

ANTONIO CAPILLA

PÁGINA 6

ALEJANDRO CÉSPEDES

PÁGINA 13

ROBERTO VILLAR

PÁGINA 20

FERNANDO LÓPEZ GUISADO

PÁGINA 26

CAROLA PIZARRO ARAYA

PÁGINA 33

JETZY REYES CASTRO

PÁGINA 38


PORTADA

LA SECERDOTISA

Ilustración de Pilar Merino Campillay creadora textil, tejedora, escribe y hace clases de Lenguaje y Filosofía. Nacida en la ciudad de Coquimbo, vive en Valparaíso, Chile. Con esta ilustración la autora hace un homenaje a los pueblos ancestrales chilenos, combinando colores y simbolos representativos de las etnias precolombinas.


EDITORIAL

En el onceavo mes del año, este noviembre de súper lunas

renovadoras de energías, lluvias que limpian y borran lo malo y primaveras soleadas en los confines del hemisferio sur editamos un nuevo número de nuestra revista. Estos bríos que nos alimentan y nos predisponen al arte son los que plasmamos mensualmente en Aquarrellen siempre con la misión de ofrecer a nuestros lectores y seguidores los talentos literarios desplegados por todos los rincones de habla hispana. En este número contamos con los trabajos de Antonio Capilla, Alejandro Céspedes, Roberto Villar. Las mujeres representadas por Carola Pizarro Araya y Jetzy Reyes Castro. Junto a ellos Fernando López Guisado nos presenta su último libro “Montaña Rusa” y la poeta, tejedora e ilustradora Pilar Merino adorna nuestra portada con un saludo a la magia de los pueblos precolombinos quienes unieron sus tradiciones a las castellanas para dar vida a una cultura multicolor unida por el lenguaje que los grandes reyes usan para hablar con Dios. María José Mattus


ANTONIO

CAPILLA


Antonio Capilla Loma, sevillano de nacimiento y madrileño de adopción,

reside en Pozuelo (Madrid). Es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid y Diplomado en Magisterio, especialidad de lengua y literatura españolas. Ha sido profesor de lengua y literatura españolas durante 37 años. Desde su juventud cultiva la creación poética. Es socio del Ateneo de Madrid, del Ateneo Blasco Ibáñez de Valencia y de otras destacadas instituciones literarias. Además de colaborar en revistas y antologías, ha prologado varios libros y participado en recitales de poesía. Algunos de sus poemas se pueden leer en el blog del autor LA VOZ QUE NADIE APAGA, en diversas antologías poéticas: Arte Fénix, NEcesarias PALabras, Antología de poesía universal, Poetas para el siglo XXI, Poetas andaluces contemporáneos, Poetas del 15 de mayo, Poesía solidaria del mundo, Poetas en la red, Poetas de Ahora, Poetas sin sofá, Poetas de Sierra Morena, Encuentro Internacional de Úbeda, Ciudad Juárez V (Pentadrama), etc. Así mismo ha publicado en revistas literarias: Escritores en Red, Azahar, Álora la bien cercada, Imán, Alambique, Encuentros y Palabras (Pentadrama)… Entre otras obras ha publicado: Y EL CORAZÓN AL VIENTO, Edición de autor, Madrid, 1991; VIENTO DEL SUR, Huerga y Fierro Ediciones, Madrid, 2009; EL FUEGO EN LA PALABRA, Huerga y Fierro Ediciones, Madrid, 2012; EL ÁGUILA DE FUEGO CON LAS ALAS DEL TIEMPO, Huerga y Fierro Ediciones, Madrid, 2013; LÚA, edición bilingüe en castellano y gallego, Editorial Lastura, Madrid, 2013; PIEDRA DE LA HONDA, Editorial Vitruvio, Madrid, 2016. 2ª EDICIÓN AMPLIADA DE LÚA, Editorial Lastura, Madrid, 2016


BEBÍ EL GRIAL DE LA ILUSIÓN PERDIDA (Homenaje a Ángela Figuera Aymerich) Bebí el grial de la ilusión perdida el despertar de la inocencia al mundo el sufrimiento azul de ser consciente el resistir mientras nos traga el barro. Sentí la voz que grita en el vacío en la oquedad donde la voz se quiebra en la silueta que al amor escapa en el silencio de un sepulcro abierto. Hundí las manos en la tierra estéril regué la flor de la piedad filial la sangre fértil de una llaga inmensa el vino amargo del doliente cáliz. Yo he recreado la palabra diáfana el centro mismo en que el latido es vida la hondura excelsa que a la cumbre accede claror de sombras en el verso franco. Y pido al fin que me perdonen todos por ver la luz cuando la noche cae por ser feliz cuando mi hermano sufre por existir cuando las voces mueren. (Piedra de la honda, Editorial Vitruvio, Madrid, 2016)


EN JUÁREZ LA CIUDAD Me desangra la sangre que enrojece la tierra y es grito en mi garganta y en Juárez la ciudad. Mujer, en tu dolor eres la alondra víctima de la zarpa cobarde que se ha clavado en ti. Ojalá fuese halcón depredador del crimen que te elige incansable porque nadie te ampara. Yo rechazo la hipócrita contrición del canalla con la boca reseca de lamentos falaces. Y me quema tu angustia y me duele tu sino y me fundo en tu estrella y tu grito está en mí. Porque requiero el tiempo en que el nido cobije felices las alondras sin que nadie las mate. (Piedra de la honda, Editorial Vitruvio, Madrid, 2016


SOMBRA QUE AL TIEMPO ESCAPA

Un relámpago ilumina la alcoba, y titilan los muebles del interior desnudo. Siempre que llueve y escapa la luz, incandescentes caras de la noche son las pobres bombillas de la oscura ciudad desamparada. Y un escalofrío enciende los huesos testigos mudos del acontecer, los muros vergonzosos del presente. La vida se consume en el incendio de los días perdidos, de las tristes reyertas de la nada, de la desesperanza paralítica. Hace falta más lluvia, lluvia diluvio que limpie las llagas, que frote las heridas necrosadas. Hacen falta relámpagos que abrasen las conciencias, que enciendan la luz del entendimiento, que iluminen el corazón en sombras. Manos perdidas que no alcanzan manos músculo de fuego que muere helado ojos de hielo que se vuelven páramos sombra que al tiempo escapa… Y tu vida, luz en la sombra, pasa consumiendo la carne para no dejar nada. (El águila de fuego con las alas del tiempo, Huerga y Fierro Editores, Mafrid, 2012)


N O M B R Á N D O T E E N S I L E N C I O

Languidecía una tenue luz de invierno bajo un incierto chal de nubes blandas. La tarde acariciaba las pálidas mejillas del océano adormecido y quieto. Y el viento se ausentaba del marco de este lienzo que bosquejo. Ligera y por la arena descalza te alejabas... Y tenues escapaban del sol luces de invierno. Te quise aquella tarde. Y siento aquel momento que estando tú tan cerca teniéndote tan lejos quise hacer mío el infinito instante nombrándote en silencio. (Viento del Sur, Huerga y Fierro Editores, Madrid, 2009)


HABLÁNDONOS DE LO QUE SE HA PERDIDO

Yo acabo de leer sus pensamientos la aguja en equilibrio de la imagen el soplo que se hunde en el instante el tímido claror del verbo austero. Y pienso que tal vez es el momento de despojar de la nostalgia el traje y de ceñir la noche con mi talle para adentrar los muertos en mis sueños. Yo siento en mí el latir de los luceros y pienso que el latido de una imagen sostiene la verdad de su bagaje y es tan real como el latir del cielo. Yo creo que en mi vida no están muertos los muertos que en mis sueños siguen vivos hablándonos de lo que se ha perdido... y escucho así sus voces en el tiempo.

(El fuego en la palabra, Huerga y Fierro Editores, Madrid, 2012)


ALEJANDRO CESPEDES

Fotografía de Daniel Mordzinski

XIX Premio de Poesía «Blas de Otero» Premio de la Crítica de Asturias 2008 Primera edición: ASOCIACIÓN DE ESCRITORES Y ARTISTAS ESPAÑOLES; Madrid, 2008.


TRASPASAR la frontera era muy fácil. Quién le dice a la caricia cuál es el territorio prohibido. Cómo saber que a partir de una célula inexacta comienza la maraña del deseo a hacerse impenetrable. Qué puntos de la piel dejan de indicarle dónde están los linderos del camino por el que transitar es aún posible sin tener que esconder las emociones. Qué señales le informan de que su territorio se termina y de que esa nueva tierra en la que disimuladamente los dedos van entrando no puede ser pisada todavía. Cómo puede saber la blanda esponja, los redondos planetas de la espuma, que en un instante también se hace confuso el radio de sus órbitas y atraídos por un cuerpo sin masa empiezan a gravitar en lo impreciso. Qué espasmo del cerebro modifica la intención de la esponja, del labio, de los dedos. Qué neurona oscurece y afila la mirada del hombre ante lo que sólo hacía unos instantes era un cuerpo extendido en la bañera. ¿En qué clase de espectro puede llegar a encarnarse la ternura?


PERO, ¿si no hay frontera? ¿Si yo no he tenido nunca territorios prohibidos ni a los labios ni a las manos? Desde que fui carne, carne dócil, fui adiestrada a la caricia y al amor. No hubo noche en la que no viniera a sentarse en mi colcha, no hubo noche que no me hipnotizase con aquella voz que llenaba mis oídos de extraños horizontes. Si no había frontera, ¿cómo iba él a traspasar qué límites? Fui creciendo a la sombra de sus manos, se expandían mis células cuando él las exploraba, mi piel fue como un atlas a sus ojos, un territorio utópico, cercano, conquistable. Y si no había frontera cómo reconocer aquella metamorfosis de sus manos que las hacía aletear debajo de mi falda. Desde qué irreconocible procedencia llegaba a mí aquel ímpetu sordo a la ternura y que yo nunca supe calmar sin ensuciarme.


NO sé no recordar que entre sus labios ardió todo el paisaje de mi

infancia y se apagaba revolcándose en tierra, en agua, alfombra o sábana intentando esquivar el aguijón de sus cosquillas.

No alcanzo a discernir qué diferencia existía entre unos besos y los otros. Entre los que me hacían dormir como los pájaros con la cabeza envuelta entre sus alas, y los otros. Los otros. Tal vez no fue su culpa. Tal vez no supe hacerme huraña a su mirada cuando veía sus ojos reptando por mis muslos o cuando sus dedos descubrían el asiento del alma. Pero es que mis ojos se abrían como círculos sobre la piel del agua y por su diámetro, que se hacía más ancho y más profundo en cada instante, mi inocencia escapaba con tal fuerza que el remolino ahogaba sus sentidos y lo engullía en un pozo inacabable. Y si no fue su culpa ¿cómo reconocerme en su mirada?


DESPUÉS de que chirríe la puerta de su cuarto. Después de que se

cierre el grifo del lavabo. Después de los dos clic de los interruptores del pasillo. Cuando ya estaba viendo cómo se iba acortando su sombra en la pared. Cuando la alfombra de mi cuarto amortiguaba el siseo de sus zapatillas, se aceleraban las dos respiraciones. Un vaho cálido a whisky se iba acomodando dentro de mi oído. Yo cerraba los ojos. Ya estaba aquí. Lo olía. Se arrimaba. Pronto estarían sus manos preguntando si en mi pijama había algún resquicio.


SU nombre se me hizo intolerable. Incluso en el final, cuando

agarró la muerte sus dos brazos y recordé, y repasé, hice el cómputo. Incluso en ese instante en el que las dos garras que tenía clavadas en mi estómago se aflojaron al contraluz de aquellos dos faros encendidos, incluso en esa tregua, mientras estaba viendo cómo el cráneo se le iba vaciando como un odre de vino y sus ojos que no comprendían nada se anclaban en lo alto de la noche y desde allí llamaban. Me llamaban. Incluso en lo insondable de esa casual victoria, aunque busqué sus letras ahogadas en saliva e indagaba en mi oído el eco de sus sílabas, su nombre se me hacía impronunciable. Sólo escuchaba el motor de aquel coche con sus puertas abiertas, con sus faros abiertos, obscenamente abiertos y mirándome y sus intermitentes alternativamente llamándome llamándome Aurora Aurora Aurora Aurora Aurora Aurora


SUPE a los doce años que aquel coche tan grande era un Seat

—y con dos apellidos que son Mil Cuatrocientos. Verde, como el agua estancada. Y fuimos a estrenarlo. Hasta esa edad recuerdo pocas cosas pues la memoria era un escenario inexplorado, oculto, sólo útil para que en él actuasen mis secretos. Eran mis doce años. Me enseñó cómo huelen los coches cuando nacen. —Hay que estar muy atenta porque este instante es único y no se olvida nunca. Este olor primigenio sólo escapa el día que su dueño abre sus puertas por primera vez. Sólo una vez. Y sólo al primer dueño. Y era cierto. Nunca más lo olvidé. Porque un poco más tarde, y también para siempre, habría de recordar el clic metálico que hace que se desmayen los respaldos. La frialdad del plástico de las tapicerías pegadas a mi espalda. El olor del tabaco en mi saliva. La presión caliente de unos brazos. El peso de otro cuerpo. La liviandad del mío. Aprendí el tacto del semen, como la goma arábiga, y su olor, a lejía. En casa me esperaba otro regalo. La postura correcta para usar el bidé. Me enseñó a hacerlo. Me quedó la impronta de aquel agua caliente corriendo por el cauce de mis muslos al mismo tiempo que mis ojos se perdían en un paisaje azul de baldosines. Allí, quieta, escuchando el revuelo del agua mientras era engullida, mientras el sumidero succionaba mis lágrimas, aprendí a recordar. Aprendí a recordar con las piernas abiertas mientras contaba doce azulejos en el alicatado. Doce anillas sujetaban la cortina de la ducha. Doce veces el cuco abrió su puerta abajo, en el reloj del comedor. Doce veces cantó mis doce años. Doce años cumplí sentada en un desagüe. Ese fue mi regalo, recordar. Recordar cómo huelen los cuerpos cuando se abren en ese instante único. Recordar ese olor primigenio que se escapa el día que su dueño abre la puerta por primera vez. Sólo una vez. Y sólo al primer dueño.


ROBERTO VILLAR


Pelos Tengo un peinado impreciso. Ni todo para atrás ni todo hacia delante ni con alguna raya que divida de algún modo mis cabellos ni abiertamente despeinado. Ni figurativo ni abstracto. Cuando el peluquero me pregunta –y lo hace cada vez que me corta el pelo­ hacia dónde me peino, tengo serias dificultades para explicárselo. Acabo por ejemplificarle mi imprecisión, mi indecisión ­¿mi indefensión?­, con un gesto de manos sobrevolando mi cabeza señalando hacia diez direcciones en un rapidísimo aspaviento acompañado de un mohín indefinido de mi cara. El peluquero tiene la amabilidad de mentir que ha comprendido, asintiendo brevemente en silencio, mirándome con el rabillo del ojo, sin huir del todo ni enfrentarse francamente a mis ojos también incómodos. Soy como me peino. A ver cuándo le entra en la cabeza y deja de atormentarme con su pregunta.


Sombrero Le dije que a mi abuelo le sentaba maravillosamente. A mi padre, no tanto. Y a mí, ya ves. Déjatelo puesto, me pidió. Le respondí que es de mala educación comer sin quitártelo. Me rió la gracieta. Intenté colgarlo en el perchero vienés lanzándolo desde la cama. Fallé.

Farola Anoche, en la calle del Toro, en dirección a mi casa, en la Plaza del Alamillo, justo después de dejar atrás la tenue luz de la farola, me crucé fugazmente con un amigo que ya no está entre nosotros. Él no me vió.


Escenas Una abuela sola –años después de la estremecedora cadena de accidentes que la dejaran sin sus tres hijos en una misma semana. Cada uno de ellos muerto en particulares e intransferibles circunstancias, y no en una matanza múltiple y común­ atragantándose con un imprevisto huesito de pollo. Contoneándose de un modo desesperadamente flexible y gracioso para atinar con la contorsión y el adecuado –y físicamente e imposible­ golpe en la espalda. Consigue finalmente liberar la tráquea ante la mirada inescrutable de su gata y la sorpresa propia por haber encontrado la prórroga de última hora. Un grupo de tres amigos de trece años. Pasean por el parque del barrio. Todos chicos. Muy juntos. A veces riéndose con vergüenza. A veces callando durante largos minutos; sabiendo que los tres están pensando en quién será quien rompa el silencio. Ansiando que la noche caiga antes de las 21:30, hora de volver a casa. Una joven en su último día de juventud se despierta en una habitación de hotel y tarda algunos segundos en hacerse una composición de lugar. Se incorpora y mira hacia la cortina que deja filtrar las primeras luces de un temprano amanecer. Pone la cara más insondable que puede poner en tales circunstancias y deshecha rápidamente la idea de levantarse, ducharse, y salir disparada rumbo al aeropuerto. Piensa en lo difícil que le resulta imitar en su casa la limpia placidez que le aportan las almohadas, las sábanas, las camas de los hoteles. Debería estar harta de ello, de pensar en cosas como esas. Pero no lo está.


Manos

La nota ponía: No se exculpe a nadie de mi muerte. Nada tiene que ver con la tarde. Con esta tarde a la que entristeciste. Ya estaba previsto escribir algo que tuviera que ver con las manos de una muerta, con algún amoroso deudo que deberá sobrevivirla a ella y al futuro por el que tenían previsto adentrarse. Pero aún no lo habías hecho. Todavía no te habías puesto a escribir sobre el tema. Ahora ya es tarde para escribir antes de esta tarde triste. Tocaste las manos de la mujer muerta. No es exactamente tocar lo que hiciste, siendo que sí, que las tocaste. Hace falta un verbo que designe la acción de tocar las manos de un cadáver, piensas, ahora que merodeas en torno al velatorio de anoche. Cerca lloraba, y tragaba lo que no podía evitar llorar, el enamorado de la difunta. Hubieras querido ser el rival de ese tipo, y no lo fuiste. Lo abrazaste sin énfasis. No porque no desearas consolarlo en la medida de lo posible, sino porque siempre te ha costado ser enfático al abrazar. Ahora es tarde. Ahora es noche. Nadie ha de castigarte por imaginarla desnuda. Sin vida. Cuando sales del lugar cambias repentinamente el aire de flores dispuestas para adornar la muerte con pétalos y cruces, por la silenciosa bocacalle de humedad. Un coche pasa a una distancia razonable de la muerte de todos nosotros, piensas, y te detienes un momento a apuntar distancia razonable de la muerte. Crees que es un sinsentido al que tu pésima caligrafía te ayudará a olvidar. Las manos de la muerta. La cara. El cuerpo. El cuerpo desnudo que no conseguiste verle en vida. Las posibilidades perdidas. El abrazo. Las manos que tocaste. O a las que tal vez hiciste otra cosa diferente que tocar. Otra cosa que aún no tiene nombre.


Melancolía. Pero ya no melancolo más. Ha llegado la hora de la verdad. Una hora menos en Canarias. No sé si decírtelo ahora que estás frente a mí o esperar a quedarme solo. Si no estás me ignoro. Entró en política para aportar su granito de arena. A cambio de su cachito de playa. Más allá hay monstruos ­dicen los monstruos. Aviso a navegantes: ojo si salís a navegar. Es sorprendente la capacidad que tiene el ser humano para no ser como yo. Dios privatiza el reparto de suerte. No perderé el tiempo discutiendo con mis años. No esperaba nada de ella y me decepcionó.


FERNANDO LÓPEZ GUISADO


Fernando López Guisado (Madrid, 1977) combina la escritura, la divulgación cultural y la reseña literaria con la Imagen Radiológica. Ha publicado: Aromas de Soledad, El Altar de los Siglos, Porque nunca fue suyo, La Letra Perdida (2ª edición 2014, edición ecuatoriana 2015 en El Quirófano Ed.), Rocío para Drácula (premio de la Asociación de Editores de Poesía 2014) y Montaña rusa. Aparece en numerosas antologías y ha coordinado el volumen Anatomías Secretas en torno a la figura del licántropo. Colabora con diversos medios y revistas de difusión cultural. Conduce la bitácora digital Buenas Noches Nueva Orleans. Ha realizado labores de profesor de taller de creación, asesor literario y jurado en diversos certámenes. Durante las noches de invierno, brilla por la radiación acumulada.


MONTAÑA RUSA

Sinopsis/Descripción del libro:

Primera incursión oficial en la narrativa del conocido poeta Fernando López Guisado. Un grueso volumen que reúne veintiocho relatos de temática oscura en el que el concepto de monstruo se aborda desde una perspectiva ambivalente de ternura y crítica como referencia enfrentada con el propio ser humano y sus miserias interiores. Con una prosa cuidada y rítmica en un estilo variado, que alterna el lirismo más delicado con una pulsión profundamente gamberra, los cuentos que componen Montaña rusa suponen un viaje trepidante repleto de humor a una realidad oscura e irónica reconocible en su cotidianidad, tan dulce como amarga, capaz de dejar atrapados a los más indiferentes.


SELECCIÓN DE RELATOS:

Insomnio La presión siempre le provocaba insomnio en la noche previa. Deambulaba palpitante por la habitación. Anticipaba los rostros admirados de la audiencia ante sus elevadas y bellas frases. Fueron necesarios sacrificios, lisonjas y sucia adoración para catapultarse hasta esos soñados pechos: ya era un escritor famoso, de aquellos que llaman para impartir conferencias internacionales. Disponía de un harén de aduladores, que analizaban sus oraciones sobre el horizonte en la urbe, la contemplación musical del devenir o la apertura de las latas de sardinas. Si lograba el sencillo esfuerzo de mantenerse en este estado, sería inmortal. Mañana hubieran celebrado su veinticinco aniversario. Finalmente, embotado de anticipación y tendido en la cama, empleó el recurso de contar sus libros: los únicos amigos de verdad que le quedaban. Logró caer preso del sueño justo cuando el celador ordenaba, rutinariamente: — ¡Luces fuera!

Nuevo amor

Habían pasado más de dos años desde que se quedó viuda. Un extenso periodo de duelo: todas las fases canónicas dilatadas por la profunda unión perdida y la zozobra particular: una maldición de la niñez que jamás le ayudó a controlar sus sentimientos. Ahora, aún joven, desnuda y acariciada lentamente por aquel que la acompañó durante todo el proceso con destreza y ternura, apartó la culpa y el pudor restante. Se entregó trémula a esa nueva ilusión y comienzo, cabalgando con desenfreno pasional hacia un éxtasis de embestidas, olvidado y ambiguo. Agotada, pletórica, culminó recibiendo en su interior feliz el dulce semen y beso de ese hombre leal y paciente del que aún ignoraba había asesinado al amor de su vida sólo por disfrutar de este momento.


PariZ

Era ya tarde cuando París se llenó de zombis. Recuerdo que también era verano, pero aún así nevaba, y todos ellos, con la mirada de bolsa de plástico, vomitaban por las calles. La nieve los perseguía como un foco al actor. No hablaban. No sabíamos si pensaban en algo; de hacerlo, sería de forma diferente a la de los demás. Yo sólo estaba de paso, algo temporal. Fumaba en mi balcón, y uno de ellos, cerca de las doce, resbaló cayendo al Sena, cerca de Notre Dame. Se quedó allí, flotando boca abajo, tratando de caminar al fondo repleto de líquenes, durante cuatro días, hasta que los gendarmes consiguieron sacarlo con unos lazos rematados en soga de los que se emplean para sujetar a los perros condenados y a los presos agresivos. Pero ni éste, ni ningún otro, atacaban jamás a nadie. Eran como judíos en vagones de tren, bueyes cabizbajos camino al matadero. El frío les impuso su orden y con eso les bastaba. Tenían que inundar París de nieve y desesperanza, sin causar más estragos que aquellos de su propia torpeza. Todos llevaban un banderín con nombres de flores, de animales pequeños, de cócteles servidos durante la época de ley seca. Nadie hacía nada y París ya era suyo. Suyos los Campos Elíseos, el vértigo en la cima de la Torre Eiffel; se montaban en los carricoches de EuroDisney, compraban palomitas en la ópera, vaciaban sus bolsillos frente a la Biblioteca Nacional, encendían pitillos con los cirios de Los Inválidos y se empeñaban en visitar cada uno de los cafés sin tomar siquiera un café. Allá donde se acercaban todo quedaba regado, resbaladizo y sucio, sudoroso de pies llenos de ampollas de zapatos nuevos, comprados por familiares tristes para que envejezcan dentro de un ataúd. Cuando se colaron en el congreso no hubo marcha atrás. Las autoridades, indignadas, decidieron que ya había nevado suficiente, levantaron la veda: aprovechando la coincidencia de que uno se sentó en las catacumbas para leer el periódico, decretaron un pogromo contra todos ellos por perturbar a los difuntos. Los fueron prendiendo poco a poco. Los metían dentro del estadio olímpico. Apuntaban con lanzallamas.


Una mañana, muchos meses después, pero antes de que se levantara la cuarentena sobre París, paseaba por un callejón de Monmartre y me atrapó la nieve de improviso. Refugiado en un soportal vi pasar a uno de ellos, aferrado a un pequeño cuadro de pintor bohemio que representaba una mujer desnuda con un bebé en brazos. Me pareció que también llevaba un libro de Cortázar en el bolsillo del deshilachado chaquetón de lana gruesa. No me dio tiempo a comprobarlo. La brigada sanitaria contra la nieve lo atrapó en seguida, le cubrieron con gasolina, y lanzaron un cigarrillo sobre él. Tuve la sensación de ver morir a la última de las ballenas. Juraría que lloraba, pero yo no soy quién para opinar sobre estas cosas. Desde entonces, ha vuelto a nevar en París, de tiempo en tiempo. Pero jamás como durante aquel verano.



CAROLA PIZARRO ARAYA


HOY Ahora veo el alba, pero nunca más hubo sueño. A veces simplemente paso flotando las calles, sin creer, sin pensar, como una vieja lámpara ennegrecida. Pero hoy volaron golondrinas bajo el nublado, eran maravillosas como entonces, quise recordar y las memorias se arremolinaron locas, como hojas muertas.


LA DIVISADA

Yo no sé decir si te conozco Me queda suelta en mis dedos la trenza de tus caminos, a la hora de encender el fogón de las palabras y su ceniza Por la estirada sombra de los días venturosos caminé a la siga de tu tranco polvoriento, me llené del golpe agudo de tu voz, como del perfume raro del camino: eras el ramo donde se atan los tallos bravos del trinar de pájaros Voy a tejer, quizás con mano torpe la hebra de un andar, allá mismo donde tu huella se funde a los arreboles Antigua buscadora de memorias en tu mar de piedra ardida Acá quiero dejar marcado el surco de lágrimas nunca dichas en los cerros de tus mejillas. En la Madre Noche has sido cuna rota de guanacos y cóndores antiguos Tu pecho está quemado de sol y pesticida Una luz de viejo ámbar triste se asoma cuando miras y callas. Mas el susurro de alfareras sin tiempo se apacienta en el fulgor de tu huerta Anduve contigo esa calle sumergida que ondulaba en el calor de un diciembre de higuerales y rudas, antes que el agua quebrara la noticia de tus pasos. En otra vereda, la de azahares conocí una pena muda que guardabas en el ruedo de tus vestidos claros y la echabas a rodar, yendo de San Isidro a Calingasta. Amasabas harinas de memoria bruja y en ti sonreían generaciones agazapadas en el pan, aún si las arcillas ennegrecidas de tu corazón se trizaban en los rincones. Corrías sin pausa los senderos que otras dejaron, sin cansarte, dejas tus cerros, Hija de las Majadas, divisada clara de cumbre y cielo, corriendo como el Elqui, allí donde tus penas mudas lleguen al mar.


PELIGROSAMENTE UNIFORMADAS LAS PUPILAS DEL MIEDO No soy este puente ardiendo ni el bullir del agua sobre el légamo mi gesto escapa en luces difusas y alérgicas Huir del testimonio de los signos el imperativo de mi alma orgánica impía acorazada en el furor de una noche continua No yo el jirón teñido la llama ondulante sobre las guedejas de las doncellas Me vislumbran en su luto los ojos colgados los dientes del carmesí el gesto homicida del hábito El punto cero del fuego Yo


AL FINAL, PALABRAS RASGADAS

A Boris Candia Corvalán I Yo quiero entrar despacio, como las ratas ciegas, a tu última soledad Mirar esas pestañas cansadas del mundo anchísimo Esa pupila de azogue que tiembla y no vacila Como un oteador de la noche, A pasos larvados me quedaré en tus esquinas imposibles A vigilar ese momento en que la respiración se aleja Y se exilia de tu rostro Y me elevaré contigo, hacia donde sea. II Has puesto ese silencio, la distancia enorme de los pájaros nacidos de un arcoiris sin color, esa tormenta en tus arterias. Llueve lentamente en las dunas y mi rostro se hace uno en la grisalla, mientras busco esos restos que la marea olvida palabras, frases, fotografías, distintos lugares, ese vuelo migratorio tuyo, hacia el frío, hacia la noche, hacia un vacío blanco. Recuerdos de las noches solitarias frente a las palabras Soledad de los que nunca llegan a rozarse pero casi pareciera que se alcanzan…


J E T Z Y R E Y E S C A S T RO


Artista quiteña: Poeta y Cantante. Gran parte de su niñez la vivió

en la ciudad de los cuatro ríos, Cuenca, la cantarina. Madre de Amalia Trinidad, Isis del Mar y Ágata Isadora. Cursó estudios de literatura en la Universidad Católica ­PUCE­, aunque se define fundamentalmente autodidacta: Educación de la percepción, Teatro­Danza, Música, Artes Plásticas. En Junio del 2015 representé a Ecuador en el encuentro internacional "Poesía en Paralelo Cero" 2014 Febrero: fue parte de la delegación oficial de Ecuador en FILH Feria Internacional del Libro de La Habana Cuba. 2016: Lidero la creación del Laboratorio Musical de Quito. Objetivo: Compositores en torno a las líricas de Ecuador y el mundo. 2016: Preproducción de segundo Álbúm Poesía y Música inéditas. 2015 Mayo: presentó su primer CD álbum “Valdivia Blues”, trece canciones con arreglos propios. 2011 Diciembre: Editorial El Conejo publica su segundo poemario "el tallo de Las Lunas", libro que incluye los estudios críticos de la Doctora Susana Cordero de Espinosa, Presidenta de la Academia Ecuatoriana de la Lengua y del catedrático Álvaro Alemán, Phd. También han escrito sobre el mismo, Javier Ponce Cevallos, Francisco Proaño Arandi, Raúl Pérez Torres, Santiago Rivadeneira, César Chávez, entre otros. 1995: Editorial abrapalabra publicó su poemario "lluevo", libro incluido en la Antología de la Lírica XX, Editorial Eskeletra, por el crítico Hernán Rodríguez Castelo. Han escrito sobre el mismo Violeta Luna, Edgar Allan García, Raúl Pérez Torres, entre otros. 1994 y 1995: cantautora finalista festival OTI. Mi médula Es La Poesía. Facebook: Poesía Reyes Castro Jetzy Contacto: jetzyrc@hotmail.com


Tríptico de Ninfas

II Tragifarsesca Carcelaria de plumas la famosa Migraña No la deja dormir ni anochecer ni amanecer ni Escribir amanecer sin un centavo en La Depresión destapa la olla comprueba que Está Vacía se haces tripascorazón su estómago Vacío de día y de Noche el repiqueteo de Ideas halan sus cables “bendito Café” se consuela mientras en El Agua se forman esos ojazos negros y el aroma le trae a quien Sí la quiere a la lengua de su esencia a sus besos de nicotina al Humo de su piel al Humo a Él desollada por citas incitables ­como sacadas de una Escena de Ionesco en la que se precise que uno de los dos Actores diga su parlamento parado de cabeza­ se saca Los Zapatos los tira “por donde dios manda malditos tacos el dolor Es Nada la imagen Es todo” autómata prende La Tele busca con el control un control un descontrol un algo “Nada” lo apaga lleva su Café al dormitorio el vapor la salva abre sus poros la penetra en la oscuridad Noche de Leda mamada acariciada estrujada en espasmos abierta cerrada Leda abierta amada carcelaria de plumas creada y muerta por El Humo creada y muerta por El Humo creada y muert......


red de balbuceos

aplasta el play en Koko Taylor: baby don t touch me now Koko Fuego agresividad sensualidad “!malditos ramalazos de luz!” el ciclo del padecimiento aumenta su Ansiedad Es cuando Las Palabras le salen como babas alargadísimas escoltándola hasta cuando peina a su Hijo La Idea ata un cordel de ruidos a sus tobillos esas síncopas la lanzan al piso arrastrándola en una red de balbuceos se levanta toma un sorbo de Café intenta volver a La Idea a un fonema que la ate los ha perdido encuentra unas anotaciones


obstinatio one

los fantoches tomaron extrañas formas la persistente Lluvia que Es Quito No se me quita el fa prolongado pastoso de Un Saxo tenor obstruye la radiación del presente con instrumentos de disección en el tacho de basura La Pintura sideralmente incompleta de cuando posé desnuda y embarazada ¿y Vos? Vos muriéndote de risa viéndome en una Película muda salir de extra por Un Instante desventurada en el roce con La Cámara y Yo viviéndome de llanto sin verte en El Teatro Pasillo versus Rock dirías pero sólo Es Un Blues que rebalsa con tu ironía con los cráneos de tus Niñas­corazón­de­tus­incisivos­ de­tu­hambre­de­mi­envidia del espectáculo insoportable de tu felicidad de los mails come back cada quince que me agotan hasta dormir sobre tus pestañas lázulis para que No me haga tanto daño ir y venir como zombi de la última follada por la misma escalinata en que subíamos y bajábamos exquisito No puedo “desengancharme” de tu pene umbilical y ya han pasado Cuatro años o Cuatro meses o Cuatro amaneceres “Monólogo cursi” opinarías “otra vez tu desparpajo la exhibición de tu intimidad” me dedicaste La Visión de la flama sobre el follaje tu deseo después de La Lluvia siguiéndome entre Los Árboles de La Calle en Niebla ― ¿qué Es esto? ― Es nuestra Canción ― Eres patética ― venme venme me dedicaste La Visión de la flama




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