Aquarellen Abril

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Mes 04 ­ Año 04­ Número 28

Editado por: Aquarellen Cultura Directora de redacción: María Jose Mattus Director de contenidos: Jesús De Castro Portada: "Floral" de Miguel Ángel Berrocal Contraportada: "Urbana" de Miguel Ángel Berrocal. Poemas visuales: Óleo sobre lienzo de Ivan Aivazovsky Road landscape de Andyy Lee ­ Muros, imagen de archivo.


EN ESTE NÚMERO

Carlos Aganzo Página 8

Francisco Javier Página 16 José María Muñoz Quirós Página 24 Santos Domínguez Página 34 Jesús Urceloy Página 44 Mario Pérez Antolín Página 52 Jesús De Castro Página 61



PORTADA

La fotografía de la portada y la contraportada pertenecen al

fotógrafo y escritor, Miguel Ángel Berrocal, quien en esta edición nos acompaña en su calidad de capturador de sensaciones a través del lente, ese ojo digital que puede encerrar el momento, el sentimiento y la sensación de un instante. Su fotografía es como su pluma, polifacética sin correcciones, desatando pasiones que alimentan el espíritu y los instintos. La portada es una flor que destila poesía plasmando sus pistilos en una imagen que invita a colibríes y abejas a libar de la dulzura y la fragancia de las reinas de la primavera. La contraportada es una fotografía Urbana, en donde se materializa la mirada a través de una ventana, ese mirador que nos muestra lo que se va, lo que no supimos comprender o quizá lo que ha de venir para nosotros, la tibieza de una sonrisa, el desprecio del desamor, la vida, con su latigazos y sus pocos caramelos de miel.



EDITORIAL

La literatura es la fiesta de las palabras que plasmadas en

hojas grises, marrones o blancas nos permiten contar historias, sentimientos, ideas, ilusiones, un escrito es una lagrima que desciende por la pluma hasta anotarse en símbolos concordantes que cuentan una historia o que cantan un poema. Para el escritor, llenar folios es el refugio de las sensaciones, los dolores, las simplezas y desgracias que diariamente vivimos, que perseguimos y dibujan en papiros las oraciones o versos que dan vida a contundencias de letras danzantes, recreando lo que, para el lector es un deleite, una compañía, un escondite. Aquarellen ha querido rendir homenaje a grandes maestros de la poesía y en este especial publicamos a siete monstruos de la poesía hispana, quienes juntos en estos folios digitales enseñan parte del trabajo que tienen como hacedores de historias versadas que deleitan al parnaso. En esta edición tenemos el honor de contar con viejos amigos de la casa, quienes han colaborado gustosos en esta edición especial. Carlos Aganzo, Francisco Javier Irazoki, José María Muñoz Quirós, Santos Domínguez, Jesús Urceloy, Mario Pérez Antolín y Jesús De Castro. Las musas les han dado el don del verso, de hacer florecer la flor en el poema, ellos son pequeños dioses. Disfrutad de esta edición especial. Maria José Mattus


CARLOS

AGANZO


Carlos Aganzo (Madrid, 1963) es autor de los poemarios ...Ese lado violeta de las cosas (Madrid, 1998), Manantiales (Valladolid, 2002 y Ávila, 2008), Como si yo existiera (Béjar, 2004), La hora de los juncos (Ávila, 2006), Caídos Ángeles (Sevilla, 2008), Las voces encendidas (Madrid, 2010), Las flautas de los bárbaros (León, 2012) y En la región de Nod (Salamanca, 2014); del ensayo biográfico Jorge Pardo. Improvisaciones (Rivas Vaciamadrid, 2000); del libro de viajes Rutas por las Juderías de España (Madrid, 2008) y de diferentes guías de la serie ‘Ciudades con Encanto’ (Ávila, Toledo, Segovia, Tarragona, Girona, Lugo, Soria, y Pontevedra) de El País­Aguilar. Su obra literaria ha sido reconocida con galardones como el Premio Jorge Guillén, el Jaime Gil de Biedma o el Universidad de León. Pertenece a la Academia de Poesía de San Juan de la Cruz de Fontiveros.

Como periodista ha sido subdirector del periódico Ya y director de La Voz de Huelva y Diario de Ávila, así como de la revista cinematográfica Interfilms; en la actualidad es director de El Norte de Castilla. En 2012 recibió el Premio Nacional de las Letras Teresa de Ávila.


Ellos piensan, Euterpe,

que es música lo que sale de sus flautas, pero no es verdad; es un grito indignado, es la voz de la sangre que se revoluciona con el ritmo que marcan los tambores. Mas nosotros sabemos que hay otra música callada en los jardines donde aún es posible la armonía del mundo. Esta noche, si bajas a la fiesta, trae tu doble flautín. En el último acto del verano cantaremos a trío con el dulce ruiseñor de Teócrito. Mañana tomaré la lanza, el clípeo y la espada de hierro de los mirmidones, porque ya viene el tiempo de decir con las armas lo que no puede hablar el corazón.

( M ú si c a e n M e ssi n a )


Estas gradas recuerdan todavía el gran teatro del mundo. Sobre el azul Tirreno y las islas Eolias, donde peinan sus risas las sirenas, las máscaras de mármol representan en trágico silencio la historia de Dionisio, el rey de Siracusa, el tirano que crucificaba a los griegos traidores que elevaron sus copas por Cartago. Tal vez por estas cosas, por otros tantos vicios como brotan donde los hombres plantan sus sandalias, la ciudad una tarde cayó al mar, causando un gran estrépito. Tan sólo el aire aplaude desde entonces, cuando nadie le escucha. Pisan nuestras amigas todo este gran poema sin saberlo. ¡Un ditirambo nuevo se merecen los dioses por permitirnos hoy sentir a solas tan intensa belleza! (Teatro romano de Tindari)


Me dices que ya no viajas más, que sólo quieres bajar hasta la playa, entre Escila y Caribdis, y ver saltar los peces en las tardes de otoño. Que sólo te interesa sentir la voz del agua como el eco recóndito de tu propia existencia; esperar la llegada de los barcos con noticias de nadie; abstraerte en las luces de la orilla contraria, jugar con el fulgor del sol en las libélulas… Pero sabes que aquí también discurre el tiempo de los bárbaros. No sigas con tu sueño. Hora es de embarcar. (Estrecho de Messina)


Venus trajo hasta aquí después de la batalla tan alta la marea, en esta inmensa hora de la tarde, que las olas del mar se han confundido con la densa corriente de la vida. ¡Cálidas las aguas subterráneas! ¡Tan ávida la sal de tu dulzura!

(Noche junto al Etna)


En esta habitación los cuatro vientos del alma se desatan cada noche. Me sabe a sal tu cuerpo de sirena varado entre las sábanas del tiempo. Bajo mi piel pequeñas sacudidas de esta tierra que tiembla cada vez que se encuentran dos amantes. Tus besos carmesí. La noche fría. Messenión prepara los baúles para el largo viaje. Mañana cruzaremos el estrecho andando sobre el mar. Fata Morgana fundirá para ti las dos orillas: la orilla de los besos, la orilla de una nueva incertidumbre. La lavanda marina anuncia con su aroma una nueva erupción del padre Etna. (Habitación en el hotel Messenión de Messina)


Cansadas del trabajo en el telar,

y de contar historias de dioses y de bestias mitológicas las princesas beocias metamorfosearon en murciélago, y han venido esta noche a interrumpir las voces de las niñas con sus gritos sin ruido. Las palabras, tan toscas, pronunciadas en la lengua de Iberia no tienen más remedio que callarse. Las princesas prefieren que los ecos de este viejo palacio frente al mar oigan solo poemas en la lengua de Ovidio. Nadie sabe latín y suena en italiano la canción del murciélago: “¡Pipistrello! ¿Me escuchas, pipistrello? Aunque ciego yo sé que no eres sordo… Tu secreto estará a salvo conmigo”. Por el Tirreno vienen los navíos con alas de murciélago a llevarse consigo a las princesas que sueñan mientras tejen con canciones viejos cuentos de amor. (Recital en el Palazzo Trabìa, Santo Stefano di Camastra)


FRANCISCO JAVIER IRAZOKI

Fotografía de Barabara Loyer


Francisco Javier Irazoki (Lesaka, 1954) fue periodista

musical en Madrid. Formó parte de CLOC, grupo de escritores surrealistas. Desde 1993 reside en París, donde ha cursado estudios musicales: Armonía y Composición, Historia de la Música, etc. Cielos segados (Universidad del País Vasco, 1992) recopiló toda su poesía hasta 1990: Árgoma, Desiertos para Hades y La miniatura infinita. Hiperión le publicó en 2006 el libro de poemas en prosa Los hombres intermitentes; en 2009, La nota rota, semblanzas de músicos de épocas variadas; en 2013, el libro de versos Retrato de un hilo; en 2015, Orquesta de desaparecidos, poemas en prosa. Durante cuatro años (2009­2013) Irazoki ha escrito su columna Radio París en El Cultural, suplemento del diario El Mundo. Actualmente es crítico de poesía en dicho medio de comunicación.


CONTRABANDO MUSICAL

Desde un tejado veo a los hombres que limpian los vidrios de las ventanas y las calles de Manhattan. Recogen minuciosamente la hojarasca, el polvo, los cartones, las botellas; también pulen las mentes de los habitantes de su isla. Otro grupo uniformado transporta las inmundicias en automóviles silenciosos y en los vagones del metro que circulan bajo el río Harlem. Triturados en locales del Bronx, los desechos llegan a laboratorios clandestinos. La sustancia que allí se produce es distribuida entre músicos que esperan envueltos en suspicacias. La policía controla en vano cada paseo diurno de los artistas, sus paradas en rincones, los diálogos con desconocidos o confidentes. Los pequeños cristales fabricados con los desperdicios de los opulentos serán consumidos antes de los conciertos nocturnos. En ocasiones los traficantes adulteran el estupefaciente añadiendo dosis de culpa burguesa. En los clubes de jazz, cuando suenan las canciones y los instrumentos, se perciben olores de detritos. Escucho con atención las primeras frases de los cantantes. Sus palabras llevan adherido el desorden de la ropa que los pobres tienden en las azoteas. De las notas emitidas por saxos, voces y pianos se desprenden al fin las partículas de una materia que no se opone al espíritu: nuestra podredumbre resucita curada en temblores musicales.


GENTE QUE CAMINA EN MI MENTE

De noche suenan los teléfonos y escucho las voces que llaman desde el país donde nací. Me anuncian la muerte de una persona que conocí en mi infancia o juventud e, inmediatamente, siento la desaparición de un paisaje. La superficie que se desgaja deja en la niebla un torso, los brazos, los pies que fueron dos caminos paralelos. El roble y la higuera son ojos borrados cuando las frases salen del teléfono y entran en mis oídos. En mis visitas a Lesaka, compruebo que los terrenos se han encogido. Las púas de los alambres que delimitaban las praderas sujetan ahora unos retales blancos, y el viento bate esos jirones de las ropas de los ausentes. Otras llamadas siguen despegando las calles del pueblo, y aumenta el grupo de hombres y mujeres que pasean en mi memoria al despedirse de una patria de huecos. Pronto seré el viejo que lleva en un bolsillo toda la extensión de su tierra.


LOS DESCALZOS

Todos mis familiares eran doctores en nubes o esclavos del horizonte, y pasé la infancia descifrando el suelo celeste: hormigas, guijarros, hojarasca. Mientras arreciaba la lluvia, me protegía debajo de una carreta y vi los pies de los segadores. No tuve calzado antes de ser adulta, dijo la madre. Estas palabras fueron entonces mi Finisterre; las escuché pronunciadas sin reproche ni dolor. Sus sílabas construyeron un muro compacto, con una altura que agujereaba las nubes. La tapia se compone ahora de zapatos unidos por la penuria. Es el único material que ensambla los fieltros, pieles, lengüetas, cordones, suelas, ojales. También el clima se ajusta a la pobreza, y la grava, la hierba y el barro se volvieron transparentes en la frase con que una muchacha levantó la pared. Los sonidos de aquellas palabras son los cimientos. He vivido con la necesidad de abrir mentalmente una fisura en la tapia infinita de zapatos. Con cautela quito los primeros pares, vigilo el conjunto y trabajo temiendo su derrumbe. Despacio logro el hueco que mi ansiedad atraviesa. Al llegar a las tierras del otro lado del muro, compruebo que la vegetación y los minerales están envueltos en la niebla salida de mis ojos. Camino guiado por unos destellos lejanos. La luz separa las brumas; viene de los pies descalzos de una niña. Reconozco la silueta de mi madre y hacia ella me dirijo.


ÚLTIMO VERANO

Tenía tres años más que yo y también me superaba en asombros. De ingenio ágil, esbelta y con melenas rizadas, su movimiento casi continuo nos incitaba a vivir. La veíamos ascender una cuesta y al poco rato descendía impetuosa por una ladera. Detuvo las exaltaciones en los momentos decisivos de nuestras vidas. Pacientemente se sentó a mi lado para que juntos mirásemos unos minerales extraídos de su ansiedad: las páginas de los libros que compraba para mí. A los catorce años empecé a jugar con aquellas sustancias cuyo significado parecía cubierto de tierra y raíces de alguna mina profunda. A pesar de su juventud, mi hermana poseía intuiciones antiguas. Como el animal que no se equivoca de espacio y desentierra el alimento sepultado en horas de abundancia, sabía dónde buscarme las palabras. Seleccionó las líneas para desadormecer. Los domingos, antes de irse a sus distracciones de adolescente, dejaba a mi alcance las lecturas que había seleccionado: Francisco de Quevedo, James Joyce, Vicente Aleixandre, Octavio Paz. El tiempo restante fue para la euforia y las oscuridades del fondo. Me trajo con puntualidad su provisión de inquietudes, pero por seguir su modelo luminoso lancé al aire un puñado de larvas que había arrancado de los textos de Lautréamont. Era aún veinteañera cuando la enfermedad le redujo la alegría y el peso. Permanecía en silencio, y entre nosotros se adensó la niebla de los parajes donde ella rastreaba las palabras. Como si las frases hubieran igualmente adelgazado o perdido sus adherencias de gozo y misterio, dejamos de hablar. En el último verano compartido, probó una postura. Nosotros nos agachamos para imitar su muerte recogida en el hueco de las palabras vaciadas. Cuando pienso en ella, palpo un obsequio: me acompañó para que yo supiera estar solo.


CIEN PALABRAS GEMELAS

He llegado a la Zona Cero de Nueva York. Sin dejar de estar solo, soy un punto de la muchedumbre que se inclina y pone la cabeza en el pavimento. A él cayeron casi tres mil personas sacrificadas en nombre de un dios con las dimensiones del odio humano. En el suelo escuchamos ahora un mensaje. Dice: el grito era un gran bloque que nos impedía ver los paisajes. Con muchos esfuerzos musicales y simbólicos, conseguimos afinar la silueta del grito. De su interior, de las simas del pánico, sacamos estas pocas palabras: el triunfo consiste en no haber herido.


VISITANTES

Los días que viví se han unido y hablan en voz baja. Antes que yo empiece a escribir, ellos susurran: la poesía no es una delicadeza decorativa, sino una intensidad de la mirada que despierta a la conciencia.


JOSÉ MARÍA MUÑOZ QUIRÓS


Doctor en Teoría de la Literatura y catedrático de literatura. Ha publicado más de treinta libros de poesía , desde sus inicios en 1982 , entre otros, “Ritual de los espejos”(accésit del Premio Adonais), “Material reservado” (Premio Internacional Jaime Gil de Biedma) “Celada de piedra” (Premio Internacional de poesía san Juan de la Cruz), “El color de la noche” (Premio Ciudad de Salamanca) o “El rostro de la niebla” (Premio Valencia. Alfons el Magnánim). Ha reunido su poesía casi completa en el libro “Tiempo y memoria” en 2014. Ha realizado proyectos en libros con artistas plásticos como Agustín Ibarrola, Florencio Galindo, Angel Sardina , Albano o José Antonio Elvira. Sus poemas han sido traducidos al inglés, al italiano, al portugués, al bengalí y al árabe, entre otras lenguas.


Sueño

Has caído dormido entre sus brazos, sobre las altas parras que germinan el fruto de un racimo. Tenaz la vida excluye en este instante su existencia abatida, ese principio de raíz por donde fluye el hombre y se hace tierra, por donde mana el alma y se hace barro. ¿Con quién descansas en ese filo crudo del abismo? Los días se suceden y el tiempo abraza apenas tu ser desde otra brisa, nadie vuelve hacia ti su rostro ausente. En los muros del alba has recibido la redención de la mañana.


Magnitud de cal

El tiempo queda en ti cerrado y hondo; los que te miran saben que en tu cuerpo has dejado manar el infinito, has puesto en cada labio un leve roce de cal. Los que despiertan saben por qué en los ojos libres se vislumbra ese mirar primero. Ahora que guardas en tu seno el viento y el último esplendor, y el más ardiente solejar de la noche, vuelve al día donde furtiva de pasión enciendes un roce libre que germina y te ama .


E s t a c i ó n d e i d a

Nunca escondas la luz que deja su deseo, el dolor que retiene, la señal del camino donde se atrapa su derrota con la inocencia de sus alas en el tibio recodo donde olvidas las manos que te abrazan. Es el engaño, el reflejo fugaz de un invisible silencio cuando olvida su frágil desnudez, la trampa y lo escondido que deshoja hasta dejar lo inútil que al final sólo es cieno.


Llamadas

Llámame despacio, anúnciate desde la decisión del agua en la mirada, hazte línea o círculo o presencia, o germen para amar en lo invisible una renunciación hacia la niebla, al humo que esperando se ha escondido en los sauces dormidos. Decídete en la prontitud de un soplo como un labio, en la vendimia del dolor donde podemos recoger la esperanza, sumisa como un cerro que desconoce hasta qué luz puede bañar la altura, humilde en su prisión de roca trasnochada. Rosa, anúnciate en la bruma de mi sangre, en el minúsculo camino que he dejado para que tú, sonámbula, me acerques la redención del tiempo ilimitable.


Pasión Me he disuelto en la frágil y escondida penumbra del olvido, he derramado mi alma como un agua que a tus caricias riega y que convoca al color del marfil, a la insensible vanidad de las cosas. Si te dijera que yo soy ese intento de nostalgia, esa melancolía navegante en los ríos del tiempo, en sus veredas de parda calidez . Y si yo me doliese de ese modo, retando al vendaval de la distancia, saltando en desazón hasta la noche para desnudo acariciar los brazos de la última mirada del silencio. El pájaro del aire bate y mece sus infinitas alas doloridas.


Memoria

Tú no recuerdas cómo pasó al olvido la fragancia de los años de entonces. Cómo se fue perdiendo aquel aroma de inocencia dormida. De qué forma los días se amarraban al sueño, qué madre alimentó luego la aurora celeste del ocaso. No podrás nunca recordar la breve sumisión del almendro, la blanca miel del labio que ha gozado un dulce instante , el tiempo de amasar nubes de escarcha. No podrás nunca recordar el muro que la palabra arrasa en sus desvelos, el furor de las aguas cuando bajan por los acantilados del ese río, ni es dulzor que se rompe en cada instante sentido en plenitud cuando has amado.




Santos Domíngue z


SANTOS DOMÍNGUEZ RAMOS (Cáceres, 1955) es

un poeta español cuya obra ha sido galardonada con los más prestigiosos premios nacionales e internacionales, traducida a varias lenguas e incluida en la selección 25 poètes d’Espagne, publicada en Francia en 2008. Su obra más reciente, El viento sobre el agua, ha sido reconocida con la obtención por unanimidad del XXXVI Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez, uno de los más importantes que se conceden en el ámbito de la lengua española. Antologada en diversos volúmenes como Plaza de la palabra, Las alas del poema o La vida navegable, su obra poética ha sido valorada como propia de «una de las voces más importantes y más auténticas de su generación, en quien se combinan perfectamente los dos principales ingredientes poéticos: la exactitud y el misterio» (Félix Grande). La crítica especializada le considera uno de los principales poetas en español de la actualidad.


COMPÁS DE LLAMA Y YUNQUE

Mucho antes de la hoguera, bajo el azul profundo de las noches sin luna ya escalaba una música del corazón del hombre, de las respiraciones del miedo y del latido de un animal oculto. Sonaba como suena la tierra al removerse, como cruje la escarcha en las sendas pisadas de los sitios sin nadie, como susurra el viento oscuro en las espigas y pesan las palabras en las noches de insomnio. Venía desde lo alto o desde las cavernas, desde los hondos bosques incendiados. Con pulsaciones leves, con latidos de fiebre su ritmo descifraba el mundo opaco y hosco. Mucho antes de la hoguera, una lluvia prehistórica cayó sobre las plumas del pájaro sediento con sonidos cerrados y una luz decimal goteaba sin pausa sobre las notas negras del invierno. Mucho antes de llegar, la noche era con ellos y un augurio de truenos rugía en el horizonte. Era un agua innombrable, mármol o laberinto que en sílabas concéntricas delimita el peligro del tiempo y el espacio, hermanos del terror, padres del frío, en su fuego insondable y su luz sin salida. Mientras un viento leve dispersaba cenizas y agitaba en la noche callada los olivos, los metales y el agua juntaron su cadencia en un lugar secreto del corazón del hombre. Allí la voz trepaba por vísceras hambrientas y era ya en la garganta un quejido de barro. Mientras el aire daba señales de salitre y las hojas cansadas caían sobre el río, entre la voz y el mundo solo cabía la noche templada en una fragua, la noche transitable con un compás de llama y un yunque en el que suena el martillo del cante.


ACORDE DE TRISTÁN Inmóvil, sin nosotros, sin norma ni agonía, desde fuera del tiempo sólo nos mira el tiempo con el ojo sin pausa de un galope de nieve en la pura conciencia del transcurso. Ya nada existe fuera de esta vigilia lenta, de esta sombra tan blanca en la que languidece con lenta disonancia otra vez el acorde extraño del marino. Tú esperas otro acorde que te llegue del mar, de ese mar desolado donde no canta nadie. Y no llega del mar la amarga melodía en la voz del pastor, llega desde la sombra de este tiempo que suena exacto y repentino con su compás binario en el silencio blanco igual que una fisura que agrieta el corazón. No llega desde el mar, llega desde la herida de un resplandor más frío que la escarcha profunda que quema estas palabras. Pero el dolor no es esto. Es el vacío del mar y el turbio acorde sordo de las olas. Es la rosa en el viento, la rosa que persiste después de los naufragios y al volver de los sueños. Su estatura obcecada va a un lento escalofrío y hay campanas que suenan en la sonata blanca de la luna en el mar.


EL VIENTO SOBRE EL AGUA Desde un paisaje helado en la memoria, desde un sueño de espejos sin fondo y sin futuro sobrevive en nosotros un oscuro estribillo indescifrable que entona en ningún sitio algún coro de sombras. Bajo esta luz ilesa nadie lo ve. La sombra se incorpora al vacío de una nada que habitan nombres, miradas, bosques oscuros de cipreses. Me acuerdo del futuro: la tarde va pensando un sur de manantiales y una silueta en sombra se disuelve en la niebla. Nadie lo ve. La sombra se incorpora al vacío y el viento se desliza tranquilo sobre el agua. Volverá, como vuelve, a este cielo sin pájaros y a esta oscura llovizna la bóveda nocturna horadada de estrellas. En la niebla salobre, bajo el agua invertida, se desangra una rosa suavemente en la orilla con la tristeza azul de las tardes de invierno.


MONJE A LA ORILLA DEL MAR

Todo es frágil aquí, todo es niebla de asombro bajo el silencio blanco de la nieve o en el abismo azul de los acantilados. Como un pájaro herido, la lluvia se ha posado mansamente en la orilla del mar. Su música de sombra silenciosa desciende blanda y tibia a la arena sin pájaros. Desciende blanda y tibia desde este cielo turbio al turbio mar sin peces y allí se desdibuja, se disuelve en el agua de otro mar más profundo sin temblor ni oleaje. En la precaria orilla, sobre una leve duna soy un cuerpo en penumbra, una interrogativa silueta que contempla el horizonte incierto, perplejo frente al mar vacío de veleros. Y pienso en el desorden nevado de la muerte.


CREPÚSCULO ESPAÑOL DE CASANOVA

Cae la tarde amarilla, se va precipitando la sombra tras las copas espesas de los pinos. Y estos paisajes hondos, este otoño de viñas me hablan muy lentamente del final de la hoguera, de estas brasas que huelen a una dulce tristeza. Me consuela la calma que tiene el campo ahora. Me miro en el silencio interior del crepúsculo y en el agua del río, en el agua que corre somera y transitoria, oigo hablar a los muertos que fueron mis amigos. El final de la tarde, con esta luz serena, con esta mansedumbre de las convalecencias, me entrega su piedad a la hora del espanto. A esta edad la Fortuna ya no mira a los hombres: mi equipaje es un hueco, un baúl de extravío, lo que saldan las horas, un bagaje de humo que pesa más ahora que cuando estaba lleno. Mira otra vez. Quizá sólo es esto la vida: Un túmulo de arena al sur de la ventisca, la estatua indiferente en donde posa un pájaro su frágil tiempo de aire, la sombra del caballo contra un muro de agua. Sí. Quizá los minutos, como las caracolas, son huellas del cristal sobre la nube, el péndulo marino que duerme en las campanas.


Tal vez la vida sea más un lugar que un tiempo. Un lugar que confunde la máscara y la piedra, la vigilia y la lluvia, los días y los nombres en la hora de la esfinge y las inundaciones. Tal vez la vida es esto: la voluntad de nieve que hay en las pesadillas, el espíritu áspero de una emulsión de lodo, un incendio que sube por el acantilado, cenizas y pavesas sobre las olas verdes, la confusa blancura de las constelaciones. Quizá sólo sea eso lo que la vida quiere: fluir y atravesarte como un inconsistente apócrifo del viento. Mis ojos sólo miran el lugar de su ausencia.


EL CIELO SOBRE BERLÍN

No son legiones, vienen de dos en dos al mundo sin alas de los hombres. Vienen desde la estela, desde sus claroscuros de hielo y de grisalla para encender las altas hogueras del silencio, contra la lenta luz nevada del invierno. Vienen para probar el sabor de la sangre y el calor de la herida, para ver cicatrices o los colores blancos del dolor en los pájaros. Son la mano que escribe sobre el tiempo del sueño las armonías secretas y azules de su canto en las estatuas frías de las islas extrañas. No duermen, pero sueñan la cruz del sur con lluvia, las escalas oscuras del ángel de las lágrimas. Sueñan con una casa que flota sobre un lago, el reflejo de un mundo debajo de otro mundo. Tan lejos y tan cerca, despliegan en el cielo las alas del deseo y en el planeo violeta de la tarde, en el umbral del tiempo, se paran para oír las músicas esféricas de las constelaciones. Coetáneos de los pájaros, tienen la edad del vuelo, son los que queman árboles, los que incendian la orilla remota de los ríos. No traen otro mensaje que su misterio ardiente, su nada desvalida de hijos abandonados de los dioses. En su tierra de nadie sus canciones sin letra cantan desde el vacío de sus bocas cerradas acordes inefables, la médula del miedo, los delfines del sueño.



JESÚS URCELOY

Fotografía de Daniel Mordzinski


Jesús Urceloy (Madrid, 1964) Poeta, escritor y editor literario. Profesor de Escritura Creativa especializado en Poesía desde 1997. También es profesor y animador a la Lectura y a la Música Clásica. Dirige la colección de poesía Avena Loca, en la editorial Amargord. Actualmente trabaja para los Talleres de Escritura Fuentetaja, los Talleres de Escritura Billar de Letras y la Red de Bibliotecas de la Comunidad de Madrid.

Libros publicados: Poesía: Libro de los salmos (Devenir, 1997) / La profesión de Judas (Sial, 2000) Finalista Premio Nacional de la Crítica / Berenice (Amargord, 2005) Finalista Premio Nacional de Poesía / Diciembre (Centro de Poesía José Hierro, 2008) III Premio Internacional Margarita Hierro / Harto de dar patadas a este bote (De la luna libros, 2010) / La biblioteca amada (Polibea, 2012) / Misa de Réquiem (Centro de Arte Moderno, 2012) / Piedra vuelta. Obra reunida 1985 – 2014 (Amargord, 2014), que incluye el libro Officiun (2013) y Visibles e Invisibles, falsa antología de autores verdaderos (Cuadernos del Laberinto, 2015). Prosa: Matar en casa. Relatos (Tres rosas amarillas, 2013) / El pie sin huella. Novela (Amargord, 2014) / Ediciones literarias: Todo Sherlock Holmes (Cátedra, 2003, 14ª edición 2017) / Las 1000 noches y una noche (Cátedra, 2006, 3ª edición 2016). Para currículum más https://es.wikipedia.org/wiki/Jesús_Urceloy

detallado:


Alauda de Berenice (Amargord, 2005)

Debiera comenzarse a amar hacia Septiembre, antes que el sol un día anuncie la memoria, y el dolor difícil del recuerdo nos abrase la cara. Amar es una voz sin melodía que se canta a destiempo pero acude nueva. Hay días que se vuelve al balcón para mirar lo más lejos posible. El ejercicio conduce a la escritura: uno recuerda que es otro, como si salvarse fuera vivir en otra piel un día más. Debiera así existir una isla favorita donde exiliarse en los momentos tristes, cuando se tiende al llanto y las palabras de nuestro amante cruzan la casa y la abandonan para siempre.


Se veían...

de Harto de dar patadas a este bote (De la luna libros, 2010) Se veían muy poco y en seguida, era un hogar cansado de ocasiones, años de amor, trabajo, anotaciones: "Te espero", "Vuelvo tarde", "No hay comida". Una mañana ­doce y diez­ la huida: "Te amo. Adiós. Me voy de vacaciones", "Yo también". Precisaban dos renglones, los horarios del alma y de la vida. Recorrieron el globo por su cuenta: ella iba en barco, él en dirigible, ambos a pie: el tiempo es un latido. Una noche de abril que hubo tormenta se encontraron en casa, algo imposible, y el mapamundi se cerró sin ruido.


la fuga a egipto (fuga in aegyptum) de La biblioteca amada (Polibea, 2012) tal vez será mejor huir de casa y quemar todo rastro / enmascararse entre algún grupo de adorables frikis / amigos de sinatra por ejemplo / coleccionar postales eruditas llenas de versos de los muy usados a ser posible de neruda y lorca / y vivir bajo un puente entre la mugre y las guitarras y las heces / sí dejemos todo huyamos lejos / que nuestras ropas hiedan / oh busquemos entre las tripas de pescado un poco de amor / si es que hay amor / un beso blando / habrá que huir desnudo / con las llagas abiertas tras pedir a nuestro amante que nos obligue a andar descalzos sobre hierros y púas oxidadas / y dejar que nos paseen los vecinos por las calles al grito o a la oferta / será mejor sin duda / o alistarse en un grupo soez y mercenario que asuele poblaciones / que degüelle y que aplaste y afile los machetes entre los dientes de las calaveras / habrá que huir muy pronto / antes que el viento de la montaña baje y nos deprima un poco más


EDUARDO GARCÍA desde el puente romano de Córdoba escapa de un poema de Visibles e Invisibles (Cuadernos del Laberinto, 2015)

Qué hago aquí, preguntando, como dicen que hacían los poetas, cuándo o cómo o tal vez, o quién mira, y si me mira mirarle sonreirá, dejará a un lado la bicicleta, peinará su pelo con la mano, y después de hallar asiento en el pretil del puente y encender un cigarrillo y aspirar el humo me mirará también, como un amigo que en la distancia recordara el tiempo pasado en mis silencios y los suyos. Tal vez sonría cómplice, y escriba en su mente el poema que ahora escribo en la mía, tal vez desaparezca cuando cierre mis ojos, comprendiendo que nada es importante, que en la muerte hay un deseo de belleza y una mirada exacta al horror, al horror. Aunque lo ignore y tú desaparezcas mon semblable, mon frere seguirá el río, piedra polvo silencio nada, nada.


agnus dei

de Misa de Réquiem (Centro de Arte Moderno, 2012)

los débiles marcan el paso en las procesiones / teclean rápidamente en el ordenador / viajan a países exóticos en clase turista / recorren el trayecto hasta casa en un vehículo sin ruedas / rompen el día con la necesidad del buen tiempo los débiles los débiles sienten por debajo de las palabras / entienden la calumnia pero la fagocitan / escuchan el silencio pero oprimen el claxon / mandan como sátrapas en las panaderías / consumen su cerveza y dejan en el platillo la última aceituna los débiles los débiles mean en silencio / aguantan la bronca del taxidermista / votan honestamente lo contrario que dicen / piensan según los otros / han inscrito a sus hijos en el mismo colegio de su infancia / dicen oh capataz mi capataz los débiles los débiles aman al que hace aman al que dice aman al que sueña / quieren ser la paloma que pintara picasso / sobre su cama vela el cristo de dalí / bajo el sueño perciben historias con relojes jergones sin memoria diccionarios aún vírgenes los débiles los débiles agitan papeletas sin premio y en las tribunas beben café y pastas inglesas / visten su hemoglobina con el azar / se casan cuando el amor emigra hacia otra puerta / se masturban sin ganas / ponen música ambiente los débiles los débiles no piden / esperan tu propuesta / los débiles no lloran más que al fin del verano / los débiles disparan con el arma del otro / se saben se numeran / cantan en misa y fuman en el atrio en silencio los débiles los débiles se vengan en quien más los protege / dejan en las aceras abiertos sus cadáveres pero se acuerdan pronto los lavan y los secan / sobre quien más les ama clavan su olvido a fuego los débiles


S a l m o 3 0

de Libro de los salmos (Devenir, 1997) Si hubiera un país que sólo fuera frontera y hubiera una ciudad, y la ciudad la misma frontera; si hubiera un edificio ubicado en la frontera, rodeado de frontera, y allí un piso elevado, acaso un sexto, un doce: donde cada frontera fuese al mismo tiempo asilo, mirador, refugio o faro. Si en esta casa hubiera una habitación encendida la noche, cada noche, frontera y siempre y siempre, y allí un hombre desde siempre escribiera, sería sólo aquel que en todos conocemos, ese hombre sería quien viviera en la sombra, quien habitado sólo de frontera nos hace a los demás el don de no hallar límites.


MARIO PÉREZ ANTOLÍN


Mario Pérez Antolín (Stuttgart, 1964) es uno de los aforistas

más importantes de nuestro país. Sus libros en este género (Profanación del poder, La más cruel de las certezas y Oscura lucidez) han recibido elogios de pensadores tan eminentes como Eugenio Trías, Victoria Camps o Joan Subirats y se han convertido, por méritos propios, en lectura obligatoria para aquellos que prefieran la fusión de la buena literatura con una filosofía disidente. Su obra poética, publicada en dos libros (Semántica secreta y Yo eres tú), destaca por la fuerza expresiva de las imágenes y por la profundidad reflexiva de las ideas, dando forma a un estilo muy innovador que tiene el reconocimiento de la crítica especializada, dentro y fuera de España.


Poemas de su libro "De Nadie"

Es funesto esto que detesto como un conjuro duro que murmuro y nada aligera mi espada salvo el ala alucinógena de la alborada alba veo releo y cabeceo junto a un presunto asunto sin el cual daría dardos y damascos para recoger el padecer del querer que me espera en la áspera espesura por la que el espanto florecerá más allá del más acá tuyo mío suyo nuestro vuestro de nadie nadie nadie nadie…


De este árbol saldrá el ataúd que te contenga. De esta roca saldrá la lápida que te cubra. De este invernadero saldrán las flores que te recuerden. De ningún sitio saldrá la abstracción que te suplante.


La oración del lumpen.

Escupen trozos de amoníaco en los cascotes cenicientos de una obra. Lo hacen a cambio de un plato de sopa caliente, lo hacen mientras esperan al camión de la basura. Pintan grafitis en los vitrales de sus córneas; y dentro retumba un caldero con la cabeza del Minotauro. Son los hijos cuyos padres necesitaron eyacular fuego y tragar hielo. Forman un grupo numeroso y heterogéneo que nació en hospicios, creció en cárceles y envejeció en asilos. Son los bienaventurados que heredarán las pocilgas del cielo. Amén.


El carnicero trae su mandil manchado de sangre después de filetear la masa amorfa que deja restos de harina en la camisa del panadero tan blanca como el yeso que encostra el mono durante la faena del albañil dispuesto a limpiar la tinta que se adhiere a las uñas del impresor todavía triste porque vio pasar el fantasma impoluto del amo altivo y no sabía que el trabajo sucio nos dota de un cuerpo puro.


Te han olvidado en el rincón más oscuro de la casa grande porque ya no sirves, porque ya no vales, porque eres viejo. En otro tiempo los propietarios reñían por conseguir tus favores, pero ahora nadie te hace caso porque ya no sirves, porque ya no vales, porque eres viejo. Buscas una segunda oportunidad para demostrar que aún estás en forma y con la misma disposición de antes. Aunque te haces notar, nadie repara en ti, y seguro que muy pronto encuentras por los pasillos de la casa grande a tu sustituto porque ya no sirves, porque ya no vales, porque eres viejo. Pobre perro, pobre animal de compañía.


Mensajero,

que me vacío en su ausencia, le dirás; que mis ganas de tocarla reducen el álgebra a una mota de polvo, le dirás; que avanzo con una legión de amantes inconsolables, le dirás; que de repente lo acapara todo, le dirás; que estoy carnalmente abrasado de espíritu por ella, le dirás, mensajero, cuando la veas.


JESÚS DE CASTRO


ANTIPOEMA DE LAS COSAS HUECAS. Operar a corazón abierto con un cuchillo de cocina, un manual de primeros auxilios lavándose las manos con fairy en oferta antes de la intervención. Volar bajo el sol con alas de cera. Trasladar la semántica de la vida sin semántica. El aplauso de los ojos cerrados. La imagen de moda con sonrisa profident. La frase correcta de auto ayuda. El beso bobalicón en un poema hueco. La negación del yo, el súper yo y el ello con afirmación implícita del concepto. Asesinar la metáfora con la gramática y la gramática con la metáfora Escribir por escribir, aunque al hacerlo muera la palabra en el intento.


¿Y qué hacer cuando sientes en los huesos que las fronteras de la

razón practican el efecto dominó dibujando un monstruo en su caída? Observad el feto deforme sobre fondo blanco, que es el color de la suma de todos los colores. Sus dientecitos amarillos sobre el pliegue agónico devoran enciclopedias sin abrir. Sus garritas desgarran cerebros y vísceras con las ansias del lactante. Sus pezuñitas se mueven con la satisfacción del caníbal glotón. Alrededor del festín macabro arden las hogueras de las letras facilonas que llegan a fin de mes. La masa moldea una masa deforme y cambiante perfectamente uniformada. Es la hora del vado permanente, la dirección prohibida ondea en los puntos cardinales. Urbanizaciones fantasmas en fondos de saco, con extensos jardines sembrados de mordazas. La piscina comunitaria está vacía y sus ranas comienzan a sentir el calor del agua en ebullición sobre sus cómodos traseros empeñados como ancas en cualquier restaurante francés de moda. Todo es deconstrucción en el menú de la vida y la muerte. Correteamos alegres sobre nuestros campos sembrados de sal. Somos postestructuralistas de la paradoja de la contradicción.


Me gustas sucia e insolente como la realidad que nos salpica, como los pies de barro de todos los enanos que intentan jugar al strip póker con palabras como libertad. Me gusta también verte correr prostituida por cualquier callejón oscuro, aquellos de los que huyeron las oscuras golondrinas cansadas de empachos sintácticos y una dieta de vómitos ultra cursis. Tal vez cansadas también de la ausencia de vida inteligente en el planeta rojo visto desde Marte. Tal vez no sea casualidad que tengas tu propio día, todos los muertos tienen uno, aunque no sirva de mucho. Pero yo me he cansado de llegar una vez al año con flores a tu sepulcro. ¡Bebamos vino a la memoria de los vivos escupiendo las sobras sobre las sombras!


He buscado en vano la estación de infierno en diversos apeaderos, infierno es aquí y ahora, en cualquier grano de arena que cae impávido esperando la inminente vuelta del receptáculo para caer de nuevo sobre sus compañeros, una imagen sobre el tiempo, no muy distinta de miles de cadáveres apilados en tantas fosas comunes. Círculos concéntricos en torno al mismo tormento, el castigo inherente a la condición humana. Somos látigos de nosotros mismos, nuestras lenguas implacables trazan surcos de sangre sobre nuestro propio futuro. Descarnados penitentes cargando las piedras de nuestro pecado original por el vórtice con la vana ilusión de la inmortalidad que nunca fue.


¡Qué duro escribes Jesús!

Escribo duro, y tal vez frío, como un amanecer bajo el telón de acero. Cómo el alambre espinoso que todos instalamos alrededor de nuestras opiniones. Duro como las manos encallecidas del silencio en torno a cualquier ciudadano. Duro y frío como la soledad del peregrino cruzando el desierto. Duro como una sonrisa postiza bajo una farola. Como el niño amputado del útero materno. Como el perro abandonado en las calles. Duro como el pan nuestro de cada día arrebatado hoy mismo por el poder disfrazado. Seco como los labios agrietados por la sed de besos. Como el panal de miel sin abejas laboriosas. Como la rosa marchita anunciando la muerte sobre su tallo. Tal vez escribo duro como la vida descarnada, como el hueso calcinado de cualquier cadáver que fue convidado de piedra en el festín de los gusanos. Escribo duro porque la vida es un puñal clavado en la espalda.


THE WALKING DEAD Llegué dos veces al mismo corral cargado de ofrendas de amistad y la dulce miel que reposa entre páginas. Llegué con palabras frente al gruñido cotidiano ofreciendo flores al devorador de bellotas. La sordera es un discurso de mentes cerradas. Las carreteras yacen olvidadas como viejos sepulcros Las calles están llenas de caminantes, pero nadie camina por ellas. Vivo entre relojes que siempre llegan tarde Estoy cansado del olor a mar muerto que desprenden algunos puertos y sus barcos desmadejados, varados, con la brújula averiada y las velas rotas. Tengo sed de agua dulce Sed de retorno a la brisa mediterránea. Al viento amable de la cordillera cantábrica A las viejas canciones de cuna Volar con alas de acero, sí, volar con alas de acero.




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