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El fin de la prosperidad y el éxodo de la familia

oda aquella opulencia en la que vivía la familia Meléndez, poco a poco fue decayendo, los trabajadores fueron desertando, por miedo a que la familia T agraviada tomara represalias contra ellos y corrieran la misma suerte de sus compañeros desaparecidos. Y como para magnificar las cosas, nunca falta quien sugiera lo fatal, aun cuando por su condición, algunas personas le tenían envidia y hasta sentían satisfacción por la tragedia que envolvía a la familia más poderosa del que hasta ese día había sido el lugar más tranquilo de la región. Pero el problema no era sencillo, el coronel tenía muchas amistades e influencia no solo en la comunidad sino en toda la zona, su nombre era conocido más allá de las fronteras y sabía que si por alguna razón alguien se atrevía a desafiarle o traicionarle él lo sabría inmediatamente. Una de esas personalidades era su tío Lucas uno de lo más prósperos empresarios y comerciantes de la zona, que tenía nexos importantes con otras casas comerciales, como la casa Matriz de San Miguel que se encargaba de distribuir al resto del país y al mundo, la badana producida en sus talleres.

El tío Lucas no era un hombre que como dicen en el pueblo se las “comía solas” se dice que pertenecía a una de las organizaciones más antiguas y secretas del mundo, conocida como, los Masones, una hermandad que aglutina a muchas personas que se hacen llamar hermanos y que su principal actividad es el apoyo mutuo, la gnosis y la filantropía.

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Al margen de que el perteneciera a una hermandad secreta, había ciertas cosas que hacían de él todo un personaje misterioso y desconocido, pero con mucho

conocimiento e influencia, tanto en la vida político como militar y moral dentro de la población y sus alrededores.

Con estas características, todo hace pensar que el ejercía un cierto control y liderazgo sobre la familia y que además habría contribuido para que ésta se convirtiera en una de las más poderosas de la región. Ya que se dice que todos los familiares sin excepción, en algún momento acudieron a su casa para pedir consejo, sobre situaciones familiares o de negocios.

El cómo todo hombre sabio siempre tenía una respuesta para todo, tanto que había ocasiones en las que su casa estaba llena de personas queriendo hablar con él, para pedirle consejo, solventar alguna necesidad o vender sus productos ya que no estaban en condiciones de viajar a la ciudad.

Porque además de tener esas virtudes los aldeanos lo consideraban toda una autoridad religiosa y política a la que acudían para superar sus enflaquecimientos espirituales y de justicia cuando uno de los vecinos sobrepasaba los límites de la moral y las buenas costumbres.

El tío como le decía el coronel, era todo un personaje mítico y hasta cierto punto extraño, pero con mucho conocimiento y sabiduría común, filantrópico y buen anfitrión con los pobladores y sus amigos que por cierto tenía muchos a lo largo y ancho de toda la región.

Pero a pesar de sus múltiples amistades, él era un hombre soltero, nunca se casó y no tenía hijos a quien heredar toda su fortuna y conocimiento, por lo que en ciertas ocasiones y después de largas faenas de trabajo, les decía a sus sobrinos que él ya estaba viejo y que si alguien quería quedarse con su fortuna él lo apadrinaría para que formara parte de su hermandad.

Los sobrinos que aun eran muy jóvenes habían escuchado muchas historias secretas relacionadas con “la religión” de su tío como ellos le llamaban, quien siempre les replicaba que lo suyo, no era ninguna religión sino más bien una sociedad que se apoyaba mutuamente y que eran prósperos por su dedicación al trabajo.

Pero como era de esperar los jóvenes no entendían el significado de todo aquello ya que la versión que ellos conocían y creían era la que sus padres y las personas más viejas de la aldea contaban a cerca de don Lucas. Por lo que, aunque ellos le ayudaban con su negocio no tenían ningún interés por heredar sus pertenencias.

Entre las historias que se contaban estaba lo relacionado con todos los ritos y pruebas que se debían superar para ser miembro de la hermandad, lo que les generaba miedo y temor, cuentan que entre esos ritos está el de ser enterrado por tres días en el cementerio y si pasaban la prueba podían ser iniciados en la sociedad.

Lo que ninguno de los jóvenes sobrinos, estaba dispuesto a pasar y mejor decían somos pobres antes que nos entierren vivos o el viejo nos quiera entregar para que sirvamos de machos de carga en el reino de las tinieblas. Es por ello que cada vez que les mencionaba el tema, mejor evadían la conversación.

En cierta ocasión cuando enfermo y todos creía que moriría, mando a llamar a su sobrino Chilo, para que le asistiera y se quedara con sus bienes y su sociedad, éste al conocer para que lo había mandado a llamar le dijo rotundamente que no y que mejor no tenía nada, pero no quería ser quemado en el infierno.

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