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Los fundadores del valle de Las tunas entre el recuerdo y el olvido

Los fundadores del valle de Las tunas entre el recuerdo y el

olvido.

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uizá estemos consientes de nuestra existencia en algún momento de nuestra vida, pero el tiempo pasa y el recuerdo se apodera de nosotros Qhasta que sin darnos cuenta dejamos de existir, dando paso al olvido de lo que un día fue. La abundancia y la extensión fueron desapareciendo, como la luz del sol que al final del día desaparece lentamente sobre los ceros y montañas, dando paso a la obscuridad de la noche, que con su manto sigiloso va engullendo todo lo que lo que encuentra a su paso. Toda aquella naturaleza viva y exuberante, que con su abundancia proveía a todos los habitantes del valle de La Candelaria, fue desapareciendo hasta convertirse en un territorio semidesértico cubierto de matorrales y dejando al descubierto los riachuelos que hora muchos de ellos permanecen secos y polvorientos. Como bien decían los ancianos del valle, los tiempos han cambiado, nada es como antes, pobre de las “criaturas que vengan” no tendrán agua para tomar, tierra para sembrar, aire para respirar ¿qué les espera? palabras sabias y proféticas que con el pasar del tiempo se van volviendo una realidad. Los descendientes de la familia Meléndez que otrora, habían vivido todo este esplendor, veían como hasta los árboles de carao del patio de la casa empezaron caer uno a uno, corroídos por la polilla. Poco a poco fueron desapareciendo y al igual que la familia Meléndez, ellos habían sobrevivido hasta ahora a las inclemencias del tiempo. Con el deterioro y la decadencia del lugar, las pocas familias que habían quedado en el Macuelizo decidieron dejar el poblado y marcharse a otros lugares

circunvecinos quedando solamente, la familia Reyes a la cabeza de don José, descendiente directo de los Meléndez.

Campesino iletrado que, a pesar de haber pasado toda su juventud en la costa norte, seguía siendo una persona con arraigo a su familia y con mucha sabiduría para enfrentar la dureza del lugar, que le vio nacer y donde decidió quedarse hasta el final de su vida.

Viendo la dificultad que le generaba la dureza y la decadencia del lugar hasta para conseguir agua, se propuso encontrarla y con sus propias manos cabo un poso profundo que hasta el día de hoy sigue abasteciendo del vital líquido a la familia y el ganado que poseen.

Lo cierto es que nada es para siempre y así como la familia Menéndez vivió el esplendor y la opulencia, el tiempo y su inclemencia les arrebato cuanto poseían, viéndose obligados a salir desterrados de su patria y de su pueblo con rumbo desconocido.

Pero a pesar de haber llegado sin nada con su trabajo y habilidad para los negocios, se levantaron y se posesionaron nuevamente como lo que eran, una familia de bien, sin temor a los vaivenes, a los que siempre habían estado acostumbrados.

Como era de esperarse este ciclo de eventos, siguió repitiéndose a lo largo de la historia de la familia, en otras circunstancias y con otros descendientes. Tal como su padre lo había vivido en el pasado uno de los hijos de don José también se enfrentó a situaciones parecidas.

Pero como el paso del tiempo lo borra casi todo y suavemente lo que fue una vivencia real, va desapareciendo y convirtiéndose en un simple relato que los

más viejos del pueblo, van narrando de degeneración en generación hasta perderse en el tránsito de la vida.

Ese momento está llegando para la familia Meléndez que se debate entre mantener el nombre y su legado o dar paso a otra generación que, a pesar de tener origen común, ya no figura en los anales de la tradición de su apellido, perdiéndose por el efecto de su evolución natural.

Tal como ha ocurrido en casi todas las generaciones pasadas, alguien tiene que sacrificar su vida por la causa y cargar en sus espaldas con ese legado y generalmente ocurre con aquellos hijos que deciden quedarse al lado de sus padres y hacer que su memoria trascienda las fronteras de su generación y la de

sus sucesores.

Pero como sabemos, no toda la genealogía se interesa por el origen de su existencia y así como nacen muren sin ninguna trascendencia, como ocurre con la mayoría de personas que venimos a este mundo y que como dice un dicho popular “sin pena ni gloria” también desaparecemos sin dejar rastro alguno.

Pero en el pasado de toda familia existe una secuencia de tradiciones acumuladas y los Meléndez no son la excepción como un libro abierto, sus desentiendes recordarán con nostalgia sus ejecutarías y harán que nos imaginemos nuestro origen y procedencia.

Y con ello habremos logrado que nuestros ancestros recobren la memoria de lo que hoy consideramos perdido en el olvido, pero que aún vibra en las ondas que se extienden a lo largo y ancho del universo y que poco a poco se van perdiendo en la inmensidad del espacio.

Lo que un día fue una realidad vivida, se va esfumando con el pasar del tiempo, pero lo que no puede desaparecer es la memoria de quienes existieron y dejaron

la huella de sus pasos grabados en los caminos que hoy son mudos testigos que dan fe que existieron.

También los territorios que una vez vieran nacer y levantarse a la familia Meléndez se van transformando y borrando las huellas de sus antepasados, tanto que lo que antes fueron los extensos llanos de catana, hoy son pequeñas parcelas que como remiendos de colores visten su desnudez.

Muchas de estas parcelas, hoy bajo los dominios de allegados, ya que muchos de los herederos vendieron y se marcharon al país del norte, huyendo del conflicto armado interno que la nación vivió, un poco después que los Menéndez salieran del valle.

Los nuevos colonos como no formaban parte de la historia de la comunidad y no tenían ni la más mínima intención de mantener el estado de las cosas, por el contrario, la intención era traer la modernidad y una mejor condición de vida para los pobladores de la región.

Lo que para muchos de los descendientes de la familia era difícil de comprender, ellos no conocían más modernidad, que la que habían alcanzado con sus rudimentarias herramientas de trabajo en el campo y sus habilidades para el comercio de mercancías.

Pero la acción del tiempo no se puede detener y con la llegada de la supuesta modernidad todo estaba a punto de acabar, el rio se convirtió en una corriente de agua pestilente, los árboles terminaron en leña para los fogones de los nuevos habitantes, pero a cambio les llevaron carreteras, energía eléctrica y otros beneficios antes nunca vistos.

Con todos estos cambios lo que un día fue como el paraíso terrenal, se convertido en un lugar desolado y casi desértico, que si los fundadores estuvieran para verlo

seguro que mejor desearían dejar de existir y desde lugar donde estén la tristeza les embarga por tan semejante barbarie.

Pero nadie está para contarlo todos se han ido, solo persiste el tenue recuerdo como el primer paso al completo olvido que va apoderándose de la mente de todos los descendientes que aún sobreviven a los fundadores de la familia Meléndez.

Con todo el esfuerzo por mantener viva la memoria y el legado de la familia es nadar contra la corriente todo se va terminando la vida, los bienes, las

generaciones, los caminos, las fronteras, los ríos… es difícil detener el tiempo y sus rigideces.

Pero, así como desaparecieran casi por completo los valles de catana, el valle de la candelaria al que un día llegara la familia Meléndez, también desapareció y se convirtió en un nuevo sitio, un lugar desconocido que jamás se hubiera imaginado el coronel a aquella mañana de domingo de julio cuando llegara desterrado de su tierra natal, cansado y sin esperanzas.

Con el paso de los días, los años, las décadas, los siglos…. las cosas ya nunca serán como antes, los ancestros fundadores desaparecieron por la acción natural del tiempo y surgieron nuevos actores que se van posesionando de lo poco que queda del enorme esfuerzo que hicieran los que les antecedieron.

Pero en la memoria de los que todavía recuerdan borrosamente aquella gesta, está depositada la semilla y el legado de la familia y más de alguno de los heredaros seguirá sus pasos y trasladará a las próximas generaciones el legado de sus costumbres y tradiciones.

En cambio, los valles de La Candelaria y de las Tunas a pesar de haber perdido sus nombres originales sobreviven como solidos muros a las inclemencias del

tiempo y al asedio de los hombres que un día la hicieron grande y prospera, y que marcaron su ubicación en el mapa de la historia.

Y a pesar de que las cosas grandes son casi irreconocibles, lo que no puede desaparecer es la acción de los hombres que han dejado huellas imborrables en la dura roca de vida y en el pensamiento colectivo de todos los sobrevivientes a lo largo de su descendencia.

Huellas que se solo se pueden ver a través de la lente del más fino cristal que jamás hayamos estado en capacidad de observar, porque para la mayoría de los seres, la vida solo existe en la medida que lo que nos mueve sea el interés por lo material.

Todo aquello que no es visible desafortunadamente no es de interés para la mayoría de los que habitamos algún momento esta maravillosa tierra que solo vemos cuando deseamos ver y para complicar las cosas solo vemos lo que

queremos ver.

Esta condición de individuos comunes y corrientes es lo que nos tiene en la encrucijada de la vida y nos pone al desnudo ante quienes por su condición de seres humanos no tenemos la capacidad de ver más allá de lo profundo de nuestros sentimientos y emociones que en definitiva son los que nos hacen vivir.

Sin que la nostalgia y el sentimentalismo se apoderen de nuestras mentes la vida es como un relato que se va distorsionando y desvaneciendo por la acción del tiempo para luego pasar de la realidad al sub realismo en el que lo más cercano a la realidad es el cuento y la leyenda de lo que en algún momento ocurrió.

El final es lo que espera a todo lo que existe en este mundo y la familia Meléndez no podía estar sobre este eterno principio que rige toda la existencia material y

humana y que, aunque pasemos desapercibidos por ser tan insignificantes no dejamos de ser parte de ella.

Eso es lo que paso con esta y muchas familias, que, aunque el paso del tiempo ha borrado casi toda su existencia, aún queda en el recuerdo de sus ya casi extintos descendientes un legado cultural que los hace diferentes al resto de los habitantes del mundo.

Mario José Reyes Maradiaga

Docente de carrera, con formación en las ciencias de la educación; Maestro de Educación Primaria, Licenciado en Pedagogía, Maestría en Nuevas Tecnologías Aplicadas a la Educación, Dr. En Educación con Énfasis en Mediación Pedagógica. Toda una vida, dedicada a la docencia y a la administración de la educación.

En el valle de las tunas, es un trabajo, que está inspirado en el éxodo del que fueron objeto los habitantes de las comunidades fronterizas a principios del siglo XX. Una de esas muchas historias, que no han sido narradas y que lamentablemente se pierden en el transcurrir del tiempo. Cabe señalar que la trama, aunque está cargada de figuras literarias, no está lejana de la realidad, Puesto que muchas familias asentadas en estos hermosos parajes, en algún momento de sus vidas, se vieron obligados a salir huyendo. A consecuencia de las enemistades generadas por las constantes reyertas entre los partidarios de los diferentes bandos políticos de la época, que por lo general terminaban en el destierro o la muerte.

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