Itinerario 2015 pdf web

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Cuando el Señor iba a ser sacrificado, al atardecer, tú preparaste para él los clavos agudos y los falsos testigos, las cuerdas, los azotes, el vinagre y la hiel, la espada y la aflicción, como para un ladrón sanguinario. Después de haber descargado los azotes sobre su cuerpo, de haber puesto espinas en su cabeza, ataste todavía sus bellas manos que te habían modelado a partir de la tierra y diste hiel para beber a aquella boca hermosa que te había dado a beber la vida y diste muerte a tu Señor en el día de la Gran Festividad. Y tú te regalabas mientras él sufría hambre; tú bebías vino y comías pan, mientras él bebía vinagre y hiel; tú andabas con rostro radiante, mientras él estaba demacrado; tú exultabas, mientras él se afligía; tú cantabas, mientras él era condenado; tú dabas órdenes, mientras él era clavado; tú danzabas, mientras él era sepultado; tú te recostabas sobre mullido lecho, y él en un féretro y en un sepulcro. (Melitón de Sardes, Homilía sobre la Pascua)


EL EMBRUJO DE LA SEMANA SANTA ZAMORANA

Celebrar es: Recordar de manera festiva un acontecimiento que consideramos importante, para volverlo a vivir. Más allá de su importancia ideológica, religiosa y económica, sería ingenuo negar que Zamora reluce más que nunca durante su Semana Santa. Por un plazo de once días hay lugares de la ciudad en los que la combinación de pasiones, silencios, redoble de tambores, obras de arte y movimientos acompasados nos muestra su verdadera esencia. Recuerdo algunas de esas calles y esquinas donde se produce la magia, recuerdos fruto de la experiencia personal de uno que, ya que sufre la ciudad durante todo el año, también se permite el lujo de disfrutarla durante esos once días: Y es aquí cuando, incrédulo, contemplo esa procesión de soldados y creyentes, paseando por la ciudad los pasos de Semana Santa. Aún no comprendo, qué es lo que lo hace tan especial. Es un espectáculo precioso, el cual lleva años y años de cultura, pero después de haber visto lo que he visto, después de haber presenciado injusticias, actos inhumanos que las noticias nos recuerdan diariamente, después de darle la mano diariamente a la tristeza, a la desesperanza del tiempo que nos toca vivir, de mirarle a los ojos esas miserias me pregunto, ¿aún queda gente que sigue creyendo en DIOS?. ¿Que quien soy yo para decir algo así?. Soy uno más de esta hermosa ciudad, en la cual he crecido, vivido y la cual he protegido desde que tengo memoria. Año tras año, veo este festival, desde lo alto de la muralla. Veo como, la ciudad se arremolina para adorar a esos pasos. Una persona que trataba de “convertirme” me preguntó una vez ¿Usted cree en Dios? Yo, que no me había hecho seriamente esa pregunta, me puse a sacar cuentas, y le respondí: “No lo sé bien, pero de lo que sí estoy seguro es de que Dios cree en mí. “Y a juzgar por ciertas cosas, últimamente pienso que no solo eso, sino que además me tiene una fe bárbara. Continúo con toda una retahíla de preguntas cada una más complicada de contestar, hasta que finalmente me contó la historia de Santi… La historia de Santi es muy intrigante, aún hoy día se siguen produciendo apariciones de este niño y siempre se suele dar en los días próximos a nuestra Semana Santa. Veréis; Santi era un niño de corta edad ,menudito de cuerpo ,con una mirada triste con los ojitos de un huérfano que perdió a su mama con solo cinco añitos y esa tristeza se le había quedado grabada en la mirada. Su padre trabajaba de pastor en una de esas enormes y frías dehesas de Sayago y dado que la jornada laboral de este hombre era casi todo el día, dé sol a sol decidió que Santi fuese cuidado por las monjas del convento del tránsito. La ilusión de Santi era la de salir de nazareno con su cofradía, para ello las monjitas le confeccionaron la túnica, para que su padre lo metiera en las filas de nazarenos del Viernes Santo por la mañana. Santi contaba los días para vestirse de nazareno, pero tuvo la mala fortuna de caer enfermo meses antes de la Semana Santa.


En aquellos años, la medicina no tenía los adelantos de hoy día, y Santi después de muchos días en cama, fue perdiendo sus pocas fuerzas, su triste carita reflejaba dolor y sufrimiento ,en su cabecita solo rondaban imágenes de su buena y tierna madre que le dejo solito demasiado temprano y la alegría que nunca tuvo se transformaba en diminutas lágrimas, hasta que finalmente falleció, se fue en silencio al encuentro de lo que más deseaba un” abrazito de mama”, como él le decía a la hermana Roció. La triste noticia se difundió por todo el barrio, y todos los vecinos quisieron acompañar a Santi hasta el cementerio. El velatorio fue multitudinario y a la vez estremecedor, resultaba muy doloroso ver a Santi amortajado con su túnica de nazareno. Aquella que nunca llegaría a estrenar. La mirada de su padre que lo había perdido todo se perdía constantemente, sin palabras en su boca , su corazón vacío y roto contemplaba los ojitos de su pequeño ,sus manitas cruzadas en el pecho y una tímida sonrisa que alguien le dibujo a la hora de amortajarlo. En las manos del padre el farol que con tanto esfuerzo y sacrificio había comprado para que Santi cumpliera su sueño ,cuando se lo entregó a la madre superiora ella le comento la cara de alegría y el brillo de los ojos del pequeño Santi al verlo por primera vez incluso pidió dormir con el encendido toda la noche, soñaba con pasearlo por las calles de nuestra ciudad, se probaba su pequeña túnica y ensayaba una y otra vez una procesión imaginaria donde el sería un cofrade más. Aquel año, era distinta la noche del Jueves Santo. Su casa donde años atrás era un revuelo de nazarenos no parecía la de otros años. Todos echaban de menos a Santi Cuando el reloj marcaba las dos de la madrugada, cuatro hermanos, atravesaban la fría plaza para enfilar la calle. Escucharon un sonido de puerta de madera que se abría, y ante sus asombrados ojos vieron la figura de un niño pequeño que con su antifaz puesto salía del convento con su farol en la mano. Estos hermanos ni siquiera pudieron dar un paso, quedaron petrificados a ver como la figura del nazarenito se perdía por la calle. Decidieron seguirle, pero ya era tarde, Santi había desaparecido, tan solo se encontraron un farol pequeño, tirado en el suelo, lo recogieron y se lo entregaron al día siguiente a las monjas del convento. La sorpresa de la Hermana superiora era tremenda al preguntar cómo había salido ese farol del convento si lo tenía bien guardado en sus aposentos. A pesar de haber pasado muchos años de esto, todavía hay personas que han visto en alguna ocasión salir un nazarenito a altas horas de la madrugada del Viernes Santo saliendo del convento y perdiéndose por las calles impregnando con su fe, magia y embrujo la semana santa zamorana. No es de extrañar que los zamoranos vivamos estos días llenos de devoción y fe uno de los acontecimientos más importantes del año, historias como la de Santi más allá de su veracidad o no contribuyen a llenar de misterio y empapar de fe los corazones de los que nos sentimos como Santi cofrades imaginarios que desfilan al son del redoble de los tambores que rompen el silencio de cada procesión que en estos días convierten a Zamora en un lugar lleno de magia y encanto. Jose Antonio Martín Olivera.


Las últimas investigaciones en el campo de la historia del arte en Zamora parecen indicar que la imagen del Nazareno de San Frontis, también conocido como Jesús del Vía Crucis, fue tallada en los primeros años del siglo XVII por el escultor luso Gaspar de Acosta. Sin embargo, desde entonces hasta hoy ha sufrido numerosas intervenciones, entre ellas las conocidas de Justo Fernández, Julián Manso y Florentino Trapero, las cuales han modificado profundamente su aspecto original, pero no la secular devoción de sanfrontinos y zamoranos. La imagen fue realizada para la antigua Cofradía de la Vera Cruz de San Frontis, y hasta el siglo XIX recibió culto en la ermita de la Cruz, situada al final del caserío del arrabal, a la derecha de la Calle Larga o de Fermoselle en dirección a Sayago, y de la que hoy solo quedan en pie algunos sillares pétreos. Hasta los años sesenta del siglo pasado se realizaban diversas procesiones con el Nazareno por las calles del barrio. Una, en la mañana del día 3 de mayo, festividad de la Invención de la Santa Cruz, en que se llevaba en procesión de rogativa junto al paso de la Santa Cruz hasta el final del caserío, para hacer allí la bendición de los campos. Y la otra en la noche de Jueves Santo, en que desfilaba con el paso de la Virgen de los Dolores hasta el lugar de la antigua ermita, donde se hacían reverencia, mientras los fieles cantaban el vía crucis y otros cantos religiosos. Hoy queda la realizada en la noche del día 14



de septiembre, fiesta de la exaltación de la Santa Cruz, en que la Cofradía del Señor y de la Santa Cruz porta los pasos del Nazareno y de la Santa Cruz hasta el lugar donde se hallaba la ermita, acompañada por feligreses y devotos, después de celebrar una eucaristía solemne. Fue en 1941 cuando la recién fundada Cofradía de Jesús del Vía Crucis organizó una procesión con la imagen del Nazareno desde la S. I. Catedral hasta la iglesia parroquial de San Frontis, en la noche del martes santo. Pero antes, el Domingo de Ramos, día 6 de abril, se efectuó una procesión popular con los feligreses de San Frontis, los hermanos de la Cofradía del Señor y de la Santa Cruz, y algunos miembros de la Junta Pro Semana Santa, para trasladar la imagen desde la iglesia parroquial hasta el templo catedralicio, atravesando el puente de piedra y subiendo por la Cuesta del Pizarro. En 1948, la Cofradía de Jesús del Vía Crucis modificó el itinerario de la procesión del martes santo, saliendo desde el templo de San Andrés, lo que motivó que la procesión de traslado se realizase hasta la iglesia del Seminario y no hasta la Catedral. Y a partir de 1959, el traslado se realizaría en el denominado Viernes de Dolores, hasta que su práctica fue languideciendo y finalmente suprimido en 1970. En 1990, la Cofradía de Jesús del Vía Crucis decidió volver al itinerario inicial de la procesión del martes santo, con salida desde la Catedral, y su junta directiva y la parroquia de San Frontis decidieron recuperar el trasla-


do procesional del Nazareno hasta la Catedral el jueves anterior al Domingo de Ramos. Desde entonces, esta procesión de traslado congrega a numerosos fieles, devotos y cofrades, de ambos sexos y de diferentes edades, que acompañan a la venerada imagen desde la iglesia de San Frontis, donde se celebra una liturgia de la Palabra, hasta la iglesia madre de la diócesis, en la que se proclama un evangelio, se bendice a los que han participado en ella, y se les invita a celebrar el santo Triduo Pascual. Es un momento privilegiado para rezar, para recordar a los que ya no están entre nosotros, para orar por todos aquellos que pasan por momentos de dolor y de sufrimiento, y para suplicar a Cristo, efigiado en su imagen de Nazareno con la cruz a cuestas, fortaleza de ánimo para llevar como él nuestra cruz de cada día.

Horario y recorrido. A las 20,00 horas celebración de la Palabra en la Iglesia Parroquial de San Frontis, a las 20.30 comenzará el traslado procesional por: Fermoselle, Avda. del Nazareno de San Frontis, Puente de Piedra, Avda. de Vigo, Cuesta del Pizarro, San Pedro, Plaza Fray Diego de Deza, Plaza Arias Gonzalo, Obispo Manso, Plaza de Pío XII y Catedral donde finalizará con la proclamación del Evangelio.


YO QUIERO que tu recuerdes un día esto que ahora te cuento en esta tarde soleada de primavera, al arrimo de un sol ya vencido y del rumor de las golondrinas circundando la muralla de una ciudad desvaída. Has venido de la paramera ardiente, allá donde la muchedumbre transita vertiginosas avenidas hacia trenes atestados de fantasmas, de teléfonos que chillan y enmudecen el alma, de un mundo hostil en el cual los hombres apenas poseen el tesoro que recauda la prisa y la esclavitud miserable que ordena el dinero. Un paraje sórdido que apenas permite detener su mirar hacia la lluvia que cae mansamente. Conoces bien este miedo cotidiano que estraga el aliento y agarrota los sentidos; habrás contemplado todo ello fieramente, pero solo te ruego que me sigas en este crepúsculo fiel, que desamarres el nudo de tu mirada infantil y escuches toda la vida que florece en este viernes de dolor y acíbar. Acompáñame ante el sonido calmo de un cielo estrellado, empápate de su música única, cúbrete con este silencio que es vigor de eternidad. Tú mira, ahora, hacia ese firmamento oscuramente azulado y aférrate a la alianza que brinda el cobijo de su infinito.

….Será para la muerte, que no deja ni sombra por la carne estremecida. Federico García Lorca, El poeta dice la verdad -



SOLO aquí, varado en la orilla, ante la recia sencillez de un templo románico por tierras del viejo reino, de frente a un muro dorado que ha resistido tantos siglos de trasiegos y embates, podrás comprender el profundo espíritu de la vida, su impronta y su legado más exacto. Quiero que te detengas en esta sombra, en este punto casi añil de la existencia y contengas este nuestro tiempo; solo acarícialo sintiendo dentro de tu ser esa luz nítida que hogaño se abre como los pétalos de una flor nueva de la vega del Duero. Ese destello que ilumina todo el arcaico postigo de una iglesia medieval antes de la partida de un emparedado Cristo gótico, es la esencia: abarca al hombre en todos sus pensamientos, lo acoge en su plenitud impostora y lo redime remontándolo a su verdadero troquel. Quédate siempre con la remembranza de esta iluminación creadora, ese albor que intermedia la pre-

sencia del hastial ante la rendida aparición de la madera tallada de Dios en menesterosas andas. No puede haber otro instante en el mundo que pueda compararse con la modesta luminosidad de esta visión mágica. Esta soledad irisada que siempre escolta a la paz de los vencidos y que solo se atreven a resquebrajar tambores, carracas, incienso y el sucesivo vagar de faroles absortos por la vereda de los sueños de una anochecida abrileña. QUIERO que guardes en tu recuerdo más vivo esta colecta liberadora, esta sencillez inmortal estancada ante el corazón de un atrio del medievo que late pesadamente dejando escapar el fulgor tenue de los brazos de un crucificado ornado con pobres cardos y desheredados velones. Este tiempo, esta memoria, esta luz que embriaga el alma.


Horario y recorrido.

A las 22.30 horas comenzará la Procesión desde la Iglesia del Santísimo Cristo del Espíritu Santo, continuando por la Calle Espíritu Santo, Avda. Frontera, Calle Almaraz, Calle La Vega, San Martín, Cuesta del Mercadillo, Rúa de los Notarios, Plaza de los Ciento, Calle Arcipreste, Plaza Fray Diego de Deza, Plaza Arias Gonzalo, Travesía Troncoso, Calle de Corral Pintado, Plaza Antonio del Águila y Plaza de la Catedral, donde los Hermanos accederán al Atrio y se realizará la lectura de la Pasión de Nuestro Señor y a continuación el Coro de la Hermandad interpretará el “Christus Factus Est”. Continuando la Procesión por Plaza de la Catedral, Rua de los Notarios, Cuesta del Mercadillo, San Martin, Calle de la Vega, Calle Almaraz, Avda. de la Frontera, Ctra. de Almaraz y Plaza del Espiritu Santo, para retornar al templo de partida.


El atardecer del Sábado de Pasión trae consigo un mensaje de esperanza y fe en la vida, catequesis en las calles de Zamora que servirá de alimento espiritual para conmemorar la pasión, muerte y resurrección que en los próximos días tendrá como escenario la pequeña Jerusalén de Occidente que brotó a orillas del Duero. En estos días de ruido y furia, de disputas y miserias, el Señor nos abre sus manos como Padre que acoge a sus hijos y los alivia de la pesada carga en las que en ocasiones se convierte nuestro paso por la Vida. Nos invita a reflexionar en este camino de encuentro con nuestros antepasados, los cuales nos legaron el don maravilloso de la fe en Dios y el amor al prójimo. El silencio sólo se rompe por un cuarteto de metal salmodiando la buena nueva, las campanas de los templos por los que discurre el cortejo procesional y el anunciador mayor de nuestra Semana Santa “el barandales.” Veinticinco años de historia contemplan ya a la Hermandad más joven de la Semana Santa zamorana, y es que fue cuando yo aún aguardaba mi venida al mundo en las entrañas maternas, un grupo de zamoranos soñadores, iluminados por ese Jesús de Luz y Vida que esculpiría con acierto Hipólito Pérez Calvo, se sintieron llamados a fundar una Hermandad que tendría como principal misión exaltar la resurrección y la luz de vida, el recuerdo de los que un día hicieron posible la Semana Santa. Manolo Espías, Emilio Ufano, Vicente Díez fueron algunos de los elegidos y es que el Señor

<<Yo soy la luz del mundo. El que me siga no caminará a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida>> (Jn, 8, 12)



no elige al azar e hizo cumplir la máxima de que sus designios son inescrutables, puesto que ellos nos han dejado ya en vida aunque su alma quedará siempre impregnada en esta Hermandad. Los hermanos ataviados con su hábito monacal propio de los monjes del Cister emprenden su camino al campo santo. Los últimos rayos de luz contemplan el inicio de la peregrinación como presagio del mensaje que parece brotar de la boca del Jesús de Luz y Vida, con su mirada en el horizonte, en ese mañana incierto para nosotros que Él llena de certezas al anunciarnos “Yo soy la resurrección y la vida. Él que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y todo el que esté vivo y crea en mi jamás morirá. “Y es que para los hermanos y cofrades, zamoranos que se agolpan en las calles no hay mayor mensaje de Esperanza, de luz entre las tinieblas y que nos ayude mejor a prepa-

rarnos ante ese momento inexorable que a todos nos está por llegar. Esta debe de ser la máxima de un creyente, de un cofrade el pensar que cuando nos llegue el día, nuestro espíritu permanecerá en aquellos momentos que vivimos, pero sobre todos en todos aquellos con los que compartimos nuestra vida. Por eso el Señor nos conduce en este Sábado a recordar a todas las almas que imbuyeron nuestras vidas, y a seguir su ejemplo para que nuestro paso por la vida, ayude a otros a empapar las suyas de esencias imborrables. Este Jesús de Luz y Vida, aguardará hasta la vigilia pascual en la que volverá para anunciar el gran misterio de la Resurrección, recorriendo los alrededores del templo mayor de “El Salvador”. Su mensaje es luz y esperanza para los cofrades, zamoranos y foráneos que visiten nuestra semana de Pasión.


Horario y recorrido. Tras el Acto oración que se iniciará en el

Atrio de la Catedral a las 19 horas y con el siguiente recorrido: Plaza de la Catedral, Plaza Antonio del Águila, Obispo Manso, Plaza Arias Gonzalo, Plaza de Fray Diego de Deza, San Ildefonso, Cuesta del Pizarro, Avenida de Vigo, Puente de Piedra, Plaza de Belén, Cabañales, Sepulcro y Cementerio, donde se celebrará el Acto “Ofrenda-Oración”, actuando el Cuarteto Musical “Jesús, Luz y Vida”, y el Coro de la Hermandad interpretando un de profundis. Sigue por Sepulcro, Cabañales, Plaza de Belén, Puente de Piedra, Avda de Vigo, Cuesta del Pizarro, San Ildefonso, Arcipreste, Plaza de los Ciento, Rúa de los Notarios y Plaza de la Catedral para retornar al templo de salida.


¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las Alturas!” (Sal 117, 25-269), desde finales del siglo XIII en Zamora sus románicas piedras son testigo de la celebración y escenificación de este pasaje evangélico de la Entrada de Jesús en Jerusalén y desde 1950 está representado por un bello y magnífico grupo escultórico obra de uno de los grandes imagineros de la época que fue Don Florentino Trapero Ballestero, su acertada composición, el grupo de figuras, un bellísimo y dulce Jesús que camina montado a lomos de “ La Borriquita “ entre un hombre y una exultante mujer que le aclaman portando palmas y detrás otra mujer erguida con un guapo niño en brazos que porta una pequeña rama de olivo; y por último otros dos niños que juegan con un pollino, este amplio número de imágenes de valor artístico y acertada composición hacen que este “paso” sea el mejor de cuantos existen representando este pasaje evangélico. Es la tarde de la borriquita que tanto resalta ante el ábside románico de Santa María la Nueva o el Palacio renacentista de los Momos cuyas piedras son testigo imperecedero de la algarabía y júbilo anual y gritarían si los niños callasen, procesión llena de alegría y colorido al que se suman las relucientes túnicas blancas con amplias capas y altos caperuces fucsias de los cofrades. Miles de niños portando palmas o ramos de olivo con sus mejores galas, todos alegres, endomingados con zapatos nuevos o estrenando chaqueta, otros durmiendo sobre los hombros de sus padres asisten a la




primera de sus procesiones. “ Dejad que los niños se acerquen a mí “ dijo Jesús y con el mejor de los recibimientos que es la inocencia que brota de los corazones infantiles es aclamado en Santa María de la Nueva y Calle de Barandales para proseguir acompañándolo por las zonas más céntricas por donde arrancan los redobles de tambores y tonos de cornetas y cuando suenan fundiéndose con las esquilas del Barandales, me reencuentro con los recuerdos de la infancia anudados en las raíces hondas del corazón y que siempre guarda con ternura la memoria. Si queremos entrar en el Reino de los Cielos debemos volvernos, hacernos como niños, nos lo recuerda en esta tarde de Domingo de Ramos, Jesús, Rey de reyes.

Horario y recorrido.

Se saldrá a las 17:30 horas de la Plz. De Santa María la Nueva tras la bendición popular de las palmas por el Capellán de la cofradía, continua la procesión por: Barandales, Plaza Viriato, Ramos Carrión, Plaza Mayor, Renova, Plaza Sagasta, San Torcuato, Avda Alfonso IX, Santa Clara, Plaza de Sagasta, Renova, Plaza Mayor, Juan Nicasio Gallego, Reina, Corral Pintado, Plaza Santa Maria la Nueva para finalizar en el Museo de Semana Santa.


Omne caput languidum et omne cor maerens; a pede usque ad verticem non est sanitas in eo. Vulnus et plaga tumens, non circumligata, nec est medicamine, nec curata, oleo fota. (Liber Prophetiae Isaiaha I, 5-6.) Desde el ocho de abril de 1943 la Hermandad de Jesús en su Tercera Caída toma las calles de Zamora y desde 1948 lo hace en Lunes Santo. Unión en perfecta armonía de aspectos visuales, estéticos, narrativos y artísticos. Fue fundada esta Hermandad con un claro objetivo inicial de rendir homenaje a los caídos en la Guerra Civil, aunque ahora, con esta idea original más diluida, conforma uno de los desfiles más bonitos, a mi juicio, de la Pasión zamorana. Posee tres pasos. El primero es La Despedida, tallado con suma dulzura por las manos de Enrique Aniano Pérez Comendador, que hizo palpable una escena inspirada en obras de El Greco como San Andrés y San Francisco o San Juan Evangelista y San Francisco de Asís. La espléndida talla muestra el momento en el que María se despide de su hijo



antes de que emprenda el camino hacia el Calvario. La delicadeza de las miradas y de los gestos se encuentra complementada por una policromía exquisita al aceite y por los propios materiales: cedro, pino holandés y ciprés. Acto seguido observamos el paso de Jesús en su Tercera Caída, el titular de la Hermandad. Sustituye al que en los primeros años, con permiso de la Congregación, desfiló y que se correspondía con la pieza central del grupo escultórico La Caída, de Ramón Álvarez. El paso propio, estrenado en 1947, es obra del artista Quintín de Torre, quien con gran maestría supo plasmar la escena en la que Jesús, caído, sostiene con el brazo derecho la cruz mientras clava la mirada en el cielo. La Virgen de la Amargura cierra la procesión desde 1959. Es obra de Ramón Abrantes Blanco y es una obra de bastidor realizada en cerezo y pino, que representa a María con la mirada hacia lo alto mientras levanta su brazo derecho. La gran calidad de la talla se ve incrementada por el manto de terciopelo negro que porta desde 1963. A esto se suma la excepcional obra de José Luis Alonso Coomonte, cuya contemporaneidad no resulta para nada discordante dentro de un desfile procesional más tradicional. Una cruz de grandes dimensiones realizada con yugos y una corona de espinas construida con arados contribuyen a ese impacto visual y estético del que hablábamos al principio, al que hay que unir un nutrido grupo de cruces guía que son obra del mismo artista. Si hay que escoger un momento concreto de la procesión, sin duda alguna hay que destacar el homenaje a los hermanos fallecidos que se desarrolla en la Plaza Mayor, cuando se entona La muerte no es el final mientras los grupos escultóricos avanzan por el centro de la misma. Silencio y música, tradición y modernidad, religión y arte. Tarde-noche de Lunes Santo en Zamora.


Horario y recorrido. Sale a las 20:30 horas de la Iglesia Parroquial de San Lรกzaro por: Av. de la Puebla, Feria, Riego, San

Torcuato, Benavente, Santa Clara, Sagasta, Renova, Plaza Mayor, donde se realizarรก el acto por los fallecidos de la Hermandad para continuar por, Juan Nicasio Gallego, Reina, Corral Pintado, Plaza Santa Maria la Nueva para finalizar en el Museo de Semana Santa.


No sé cómo ni cuándo he llegado, pero aquí estoy. De repente, como si despertara de un sueño –aunque bien sé que mi estado no es el de vigilia, o al menos lo dudo–, me encuentro caminando en una calle oscura, cuesta abajo. Oscura pero, a la vez, iluminada por fuego, creando un ambiente muy especial. Flanqueando la comitiva de la que formo parte por sorpresa, gente en silencio o cuchicheando, observando fijamente, ya con los ojos, ya a través de las pantallas. Miro hacia delante y veo mucha gente ataviada como yo. Palpo mi ropa y siento una tela recia. Me doy cuenta enseguida de que llevo la cabeza cubierta, y observando a mi alrededor voy reparando en los detalles de mi nuevo atuendo. ¡Pero si parezco un monje! Recuerdo que se llama cogulla y vienen a mi memoria los cistercienses que he conocido en mis visitas puntuales a monasterios y cenobios. Mis sentidos van despertando, uno tras otro. El olfato me trae una nueva revelación, y el olor peculiar me lleva a fijarme en una antorcha que llevo en la mano. No podría sorprenderme más todo lo que voy encontrando en torno a mí y en mí mismo. ¿Será un regalo de lo alto? Puede ser, quién sabe. Una procesión, de eso estoy seguro. Pero no reconozco ni el lugar ni el estilo. No hay caperuces. No hay pasos. No hay banda de música. Hasta que… ¡sí! ¡Algo rompe el silencio! Pero en con-



tinuidad con el silencio, con la oscuridad, con la noche, con la penitencia. Oigo cantar. Voces graves que, al ritmo del crepitar de las llamas de las teas, desgranan palabras en latín. Vaya, por fin me va a servir de algo mi latín del Bachillerato. A ver, a ver… una de las siete palabras de Cristo en la cruz. “Deus meus, Deus meus, ut quid dereliquisti me?”. La verdad es que impresiona. Levanto los ojos al cielo –seguro que Jesús lo hizo– y veo una gran luna llena, cuyo brillo quizás es respuesta callada del Padre al clamor del Hijo crucificado. En este momento no puedo resistir la tentación de mirar para atrás, de fijarme en mis nuevos “hermanos” que cantan en la noche… y lo veo a Él. Es una procesión –recuerdo– y Jesús no puede faltar. Pero no va sobre un paso, no lleva trono. Ni flores, ni cirios, ni faldas. Ahí va, crucificado, delante de sus cantores, pero en horizontal. Parece que ni quiere elevarse sobre los hombres. Lo veo en el claroscuro de las antorchas que lo enmarcan y de las túnicas de los ocho hermanos que lo portan. Siempre a la misma distancia de mí, siempre cerca de todos. Sí, así, casi tumbado, es como mejor puede mirar al cielo y hablar con su Padre. Con los brazos abiertos, como si quisiera alcanzar a los que caminan a su lado y a los que lo contemplan desde las orillas. Sumergido en estos pensamientos casi ni me doy cuenta de que termina la cuesta, y muy pronto unas calles me introducen en una plaza. No es muy grande, pero está a rebosar. Llena de gente y llena de silencio. Si alguien me hubiera dicho a mí antes que diría esto… una plaza llena de silencio… y aquí estoy, viéndola y pisándola con estas sandalias tan sencillas. En pocos minutos estamos todos colocados, y entonces entra Él. Majestuoso y doliente a la vez. Y cuando está en el centro, rezamos.

Se oyen pocas voces, pero me parece oír el rumor de muchos corazones. ¡Un sueño tan especial! Y cuando termina la palabra, comienza la música. Ya veo a los cantores con la cabeza descubierta, y entonan su plegaria. “Jerusalem, Jerusalem, convertere ad Dominum Deum tuum”. Conozco estas palabras. De las lamentaciones del profeta Jeremías. Pero esta vez no se cantan según Tomás Luis de Victoria. Esta vez es diferente. Mis oídos escuchan la voz de ese crucificado llamando a la conversión de su pueblo. Jerusalén ya no es la ciudad que lo expulsa fuera de sus murallas para condenarlo a muerte. Jerusalén soy yo, somos nosotros, somos los que nos decimos sus seguidores… aunque a veces miremos a otro lado, apartando nuestros ojos de Él. “Tristis est anima mea usque ad mortem”. Sí, una tristeza mortal, la de las manos atravesadas por los clavos. Pides que nos quedemos contigo, antes de que la multitud te rodee y te atrape. “O vos omnes qui transitis per viam”. Nos llamas, y te diriges a nosotros, te diriges a mí, cuando camino y cuando estoy parado, como ahora, contemplándote. Y esta vez, me da igual que sea en sueño o en vigilia, descubro que no hay dolor como tu dolor. Verso a verso, la oración me une intensamente al centro de nuestra atención. Allí está Cristo, muerto pero ya resucitado. Las llamas de las antorchas adelantan ya el calor del fuego pascual. Y esa ciudad desconocida, silente y respetuosa ante el paso del Señor, se convierte en Jerusalén, llamada a la conversión, llamada a abrir su duro corazón de piedra al esperado de los siglos. “Attendite et videte si est dolor sicut dolor meus”.


Horario y recorrido.

A las doce de la noche se inicia la procesión en la Iglesia de San Vicente Mártir, para continuar por la plaza del Fresco, calle de Mariano Benlliure, Plaza Mayor, Balborraz, Zapatería, Plaza Santa Lucia, donde el Coro de la Hermandad, entonará el JERUSALEM, JERUSALEM, en honor del Stmo. Cristo de la Buena Muerte, para seguir par Cuesta de San Cipriano, Chimeneas, Doncellas, Moreno, Damas, Hospital, Plaza Santa Maria la Nueva, Motín de la Trucha, Ronda de Santa María la Nueva, Arco de Doña Urraca, Plaza de la Leña, Ramón Álvarez, Costanilla, Mariano Benlliure, Plaza del Fresco, para retornar al Templo de salida.


El Duero no es frontera entre la ciudad y los barrios periféricos de Pinilla-Cabañales, El sepulcro o San Frontis el Duero es vínculo de unión entre los entornos rurales y la capital misma y como no podía ser menos este río es el principal protagonista de la procesión el martes Santo de Jesús del Vía Crucis, que a mi juicio debe recuperar la bajada por la cuesta de Balborraz, al igual que en años precedentes, esta peculiar calle zamorana fue antaño itinerario obligado de las cofradías de la Vera Cruz, Santo entierro o Nuestra Madre. Continuando con el tema que nos ocupa tengo en la memoria las diferentes vicisitudes que han configurado esta cofradía desde el siglo pasado. El recorrido del Nazareno por las calles de Zamora camino de su templo de origen era presenciado con respeto y emoción. También recuerdo el estreno del paso de la virgen de la Esperanza es una evocación mañana con amplio manto y producción de flores y luces en su trono. Todo ello sorprendió a los zamoranos acostumbrados a la austeridad de que hacían gala nuestras profesiones. Pero como era de razón en años venideros el profundo amor y devoción por esta imagen se acentuó de manera notable. Haciendo un poco de historia cabe decir que la procesión de Jesús del vía crucis alcanzó en el año 1942 una solemnidad y brillantez extraordinarias. Vecindario en pleno llenaba las calles y plazas para presenciar el paso de esta nueva cofradía. En los balcones del Ayuntamiento, Diputación y círculo de



Zamora se instalaron potentes focos de luz a mayor realce del desfile religioso, y las calles fueron barridas y regadas con esmero para el Paso de los compradores. A la hora anunciada y concluido el emotivo triduo, se organiza la procesión desde la Catedral. Habría la marcha un piquete de la guardia civil a caballo con uniforme de gala y guantes blancos. Sigue la banda de de cornetas y tambores del Frente de Juventudes, detrás unos 30 hermanos formando una cruz. Venían luego anchas filas de cofrades con túnicas blancas, caperuz, capa y cinturón morados. Avanzando con lentitud majestuosa por el centro de la calle la imagen de Jesús Nazareno a cuyo paso se inclinaban, unos con reverencia la cabeza y los más doblaban su rodilla mirando al Salvador. El itinerario fue desde la catedral por rua de Los Notarios, magistral Erro, Ramos Carrión y Plaza Mayor abarrotada de un gentio inmenso para continuar por Balborraz, Avenida del Mengue, puente de piedra, concluyendo en su iglesia de San Frontis. La presidencia la ocupaba el excelentísimo gobernador civil, hermano mayor de la cofradía acompañado del secretario provincial del movimiento, presidente de la

Excelentísima Diputación, el señor alcalde de la ciudad y el presidente de la junta de fomento, seguían también el señor comisario jefe de policía, guardia municipal y otras entidades oficiales. La banda de música de la cruz roja interpretó sentidas marchas fúnebres. Nuestro señor y su madre se alejan de la ciudad y el Duero está contento porque bien los ve pasar. Pero pronto la tristeza inunda a todos ya, Nazareno con espinas La Virgen que va a llorar y com pañuelo en la mano sus ojos quiere limpiar. Es martes Santo en Zamora Martes para no olvidar, La Madre acompaña al Hijo el Hijo no puede más …


Horario y recorrido. Sale a las 20.15 horas de la S.I Catedral por: plaza de la Catedral, Rúa de los Notarios, Plaza de los Ciento, Rúa de los Francos, Plaza Viriato, Ramos Carrión, Alfonso XII, Plaza Santa Lucia, Puente, Puente de Piedra, Plaza de Belén, donde el Nazareno despide a la Virgen de la Esperanza, la cual se dirige al convento de las M.M. Dominicas Dueñas. El Nazareno continúa su recorrido por la Avenida de su mismo nombre a lo largo de la cual se reza el Vía Crucis, calle Fermoselle hasta la Plaza de San Frontis, para terminar en su Templo Sede.


Este es quién cargó sobre sí los dolores de todos. He aquí el que fue muerto en Abel, atado en Isaac, exiliado en Jacob, vendido en José. He aquí el que fue expuesto a las aguas en Moisés e inmolado en el cordero. Este es el que se encarnó en el seno de la Virgen, el que fue clavado en la cruz y sepultado en la tierra, el que resucitó de entre los muertos y subió a lo alto de los cielos. El es el cordero que no abre su boca, el cordero inmolado, el cordero que nació de María, cordera sin mancha. El resucitó de entre los muertos y resucita al hombre de la profundidad del sepulcro.

Melitón de Sardis

Así y en el año del señor de 1733 el fraile Lupicino murmuraba las palabras que en el año 170 de nuestra era escribiera para la homilía de pascua el santo y obispo Melitón de Sardes que celebraba la Pascua el día catorce de Nisan. Todos los años el abab del eremitorio del despoblado de Villagodio pronunciaba las mismas palabras cuando salía a la calle el crucificado, llamado de la agonía, y esperaba durante horas en la calle custodiado por un puñado de frailes hasta que acudían todos los fieles para acompañar al Cristo hasta la iglesia de Santo Tomé en Zamora para prestárselo a la cofradía de Cristo de La Agonía. La procesión o traslado –verdadero acto de penitencia– se producía en la tarde-noche del lunes santo de todos los años desde que a la ermita llegó el Crucificado que Antonio



Tomé sacara a la luz con sus gubias y demás herramientas, fijándose en la agonía de un joven que perdió la vida; mientras trabajaba las tierras que había recibido casi de niño de su fallecido padre; tras la coz que le propino una bestia en el momento de recogimiento para el rezo del ángelus como hacía todos los días. … … Hermanos: este año realizaremos nuestra penitencia con mucho mas sentimiento y una oración profunda, si cabe aun más, para pedir por nuestras necesidades espirituales y para que el Señor nos regale dones para donde nos quiera y nos necesite. Hermanos: sabemos que nuestra comunidad es pobre en lo material, esta indefensa y expuesta a los avatares de los desalmados ladrones y descreídos que nada quieren saber de la ley de Dios. Hermanos: comencemos y como si fuese nuestra última manifestación pública de fe demos testimonio del sufrimiento y la agonía de nuestro señor meditando sobre las últimas palabras que pronuncio en la cruz.

De esta manera y con estas pocas pero sentidas y sinceras palabras, aquellos monjes y aquella comunidad de Santa Maria de Villagodio comenzó su peregrinar por la margen derecha de un crecido río Duero. En cada estación enunciaban una de las últimas palabras de Cristo y a continuación rezaban el Credo como forma de expresar la creencia en las revelaciones de Dios. En silencio y con la fatiga del camino, cada uno meditaba sobre las palabras de Cristo. Lupicino sabia que aquella era una procesión distinta. Este año no tendría retorno. Cumpliría el mandato que el prelado de la diócesis, Jacinto de Arana y Cuesta, le había enviado y tendría que dejar el Santo Cristo de la Agonia en la iglesia de Santo Tomé. Así sucedió y así lo aceptaron aquellas gentes obedientes y aquellos frailes abnegados que también sabían de su traslado a otros lugares. El Cristo de la Agonia siguió recibiendo culto en la iglesia de Santo Tomé y fue custodiado por la cofradía hasta su desaparición en 1828.


Durante esos años al crucificado se le cambio la cruz, se le coloco una diadema de plata, fue trasladado a la iglesia de Santa Lucia donde se alojó en un retablo que se le construyó y siempre, en los momento de soledad, fue atendido y adornado por un hombre de rostro desfigurado. Es en 1968 cuando Lupicino, en el anonimato del caperuz, vuelve a musitar las palabras del obispo de Sardes acompañado por un hombre que oculta su cara desfigurada bajo otro caperuz de pana verde y vuelven a revivir y a rezar las palabras de Cristo que durante tanto tiempo meditaron. Horario y recorrido.

Sale a las 12 de la noche de la Iglesia de Sta. Mª de la Horta, para seguir por La Horta, Caldereros, Zapatería, Plaza de Santa Lucía, Cuesta de San Cipriano, Plaza de Claudio Moyano, Plaza de Viriato donde tendrá lugar el ACTO DE LAS SIETE PALABRAS en torno a la 1 de la madrugada, concluido, la procesión continuará por Rúa de los Francos, Pizarro, Cta. Pizarro, Avd. Vigo, Puente, Plaza Sta. Lucía, Zapatería, Caldereros y La Horta donde se reintegrará al templo de salida.


Corría el año 1980, en una de esas Semanas Santas de antaño, de las no declaradas nada pero de las que los zamoranos de entonces se enorgullecían igual, un mítico Hermano de Acera iniciaba a su vástago en el rito anual de cada comienzo de primavera de patearse las calles de Zamora de procesión en procesión. No sé si fue el rojo de los caperuces, color vivo especialmente para un niño, si fue la promesa que hacen los cofrades de guardar silencio y la obligación de que todo el mundo lo guarde mientras pasa la procesión, si fue la impresionante talla del Cristo de las Injurias; pero el caso es que para un niño, ver una procesión “diferente” hizo que de inmediato le dijese a su padre “Papá, yo quiero ser de esta procesión”. Pasaron los años y la vida ha rodado de tal forma que aquel niño sigue sin ser de esta. Las distintas visicitudes semanasanteras han provocado que aquel niño se tome el Miércoles Santo como jornada de descanso para coger fuerzas para el “sextete” que se avecina en los dos días siguientes. Pero no por ello el cariño hacia el Silencio y hasta el Cristo de las Injurias ha descendido. Al revés. El Miércoles Santo sigue siendo punto de inflexión en nuestra Semana Santa. Es el día del gran boom turístico que llega con ganas y con hambre de procesión. La ciudad ya es otra y se nota. Y la salida del Cristo de las Injurias al atrio de la Catedral es otro de los instantes que detiene el tiempo. Tiene algo especial esa salida, casi en el anonimato, con el atrio vacío de cofrades y la Plaza atestada de gente esperando el Juramen-



to. Ese ver salir al Cristo y lentamente ocupar su lugar presidencial en la Plaza no se puede describir con palabras. Hay que vivirlo. De todo lo que contiene el acto del Juramento es sin duda lo más grandioso, por sencillo, por emocionante y puro. Pero esta procesión tiene más. El rápido caminar de los cofrades en silencio por la Rúa, sólo roto por el clac, clac, de las varas de los cargadores de los pebeteros y la melodía de los clarines de los heraldos es el mejor anuncio posible al paso del Rey de Zamora en su noche. Porque es su noche sin discusión posible. Y el Cristo de las Injurias es el verdadero Rey de Zamora sin debate posible. Su paso sólo lleva al Silencio y a la admiración y el verle así, cada tarde de Miércoles Santo explica por qué Zamora entera, hasta el menos creyente y el más ateo, está rendida a sus pies. El ver su caminar majestuoso hace comprender por qué los zamoranos, en cualquier instante del año, cuando se ven apurados, lanzan sus plegarias a EL, Cristo de las Injurias. Entrada la noche, la procesión recorre el centro de la ciudad hasta su último límite amurallado, con cada vez menos hermanos de acera acompañando, pues hay que reponer fuerzas para la noche que queda, con las velas regando de rojo la piedra y el asfalto y el silencio, siempre el silencio, llenándolo todo. El Hermano de acera que escoge San Torcuato o la Plaza sabe que toca esperar, pero la espera merece la pena, pues el cuadro que forma la noche, el rojo, los clarines, los caballos y el silencio es sobrecogedor. Y ya, casi en el anonimato, se recoge en el Museo, donde esperará al Viernes a ser devuelto a su hogar en el primer templo de Zamora. Se apagarán las velas, desaparecerá el rojo, volverá por un instante el bullicio e iremos corriendo a Olivares….pero eso es cosa de la página siguiente…. Otro año más el Cristo de las Injurias habrá recordado a Zamora que está con todos nosotros, que no se olvida de nosotros ni de las penurias de esta ciudad olvidada y cada vez más vacía; y con nuestro silencio


los zamoranos le rendiremos pleitesía, esperando que nuestro silencio sea el mayor grito a quien corresponda que basta ya de emigración, pobreza y miseria pues esta ciudad quiere avanzar hacia la modernidad, el progreso y el bienestar. Otro año más la tradición semanasantera y el sentimiento zamorano volverá a aflorar. Y al paso silencioso del cortejo y la embaucadora presencia del Cristo, uno no podrá por menos de pensar, aunque ya no sea posible….PAPÁ, YO QUIERO SER DE ÉSTA… o sí es posible, pues uno siempre será orgulloso Hermano de Acera de esta Real Cofradía.

Horario y recorrido.

A las 20.30 horas se congregan los Hermanos en la plaza de la Catedral, tras la ofrenda de silencio y juramento, se inicia el recorrido por la Rúa de los Notarios, Rúa de los Francos, Plaza de Viriato, Calle de Ramos Carrión, Plaza Mayor (sin vuelta), Calle Renova, Plaza Sagasta, Calle de Santa Clara, Avenida de Alfonso IX, Calle de San Torcuato, Plaza Sagasta, Calle Renova, Plaza Mayor (centro), Calle de Juan Nicasio Gallego, Calle de la Reina, Calle Corral Pintado y Plaza Santa Maria la Nueva donde finalizará la procesión recogiéndose en el Museo de Semana Santa.


Un álbum ilustrado con el proyecto de unos jóvenes zamoranos duerme el sueño de los justos en las anónimas manos de alguien que tal vez desconozca su valor histórico, tal vez olvidado para alguien incapaz de valorarlo, aunque puede que custodiado como un preciado tesoro, el testimonio de aquel lejano miércoles santo de 1956… Se abrían las puertas de San Claudio. El sonido de sus goznes se adueñaba de una silenciosa plaza en la que, pacientes, un puñado de personas se arracimaban en los rincones para ser testigos de algo nuevo. Luces y sombras en la gélida noche de un miércoles santo diferente. Un miércoles de Tinieblas que, por primera vez, no concluía con la entrada del Cristo de las Injurias en San Esteban. Un miércoles santo que continuaba, en la noche, con la salida a las calles del humilde Cristico del barrio de Olivares. Aquel puñado de “locos”, como los definió un ilustre zamorano, habían dado cumplimiento a su sueño. A pesar de las zancadillas iniciales, habían sido capaces de representar la recóndita pasión de Aliste en las calles de Zamora. Ataviados con gruesas capas de pastor y, en silencio, causaban sorpresa entre una multitud ojiplática que los veía por vez primera.



La Hermandad de Penitencia surcó las calles del viejo arrabal y ascendió a la vieja Zamora. Asombro, y escarnio se mezclaban en una noche atípica de tinieblas. Al ilustre zamorano le picaba la curiosidad y quiso contemplar el discurrir de una procesión que, a pesar de haber autorizado, no veía con buenos ojos. La sorpresa del zamorano fue mayúscula cuando vio la bella puesta en escena de aquellos “locos”. -Que gran error he cometido, -pensó- esto es penitencia de verdad. Y, ciertamente, aquella primera procesión pudo ser la mas penitencial de cuantas ha hecho la Hermandad, pues al peso de las capas y al frío de la noche se unían las burlas de los espectadores, cuyos hirientes comentarios iban a parar directamente a los corazones de aquellos “locos”. Sarcásticos calificativos que únicamente cesaron cuando las campanas de la iglesia arciprestal de San Pedro y San Ildefonso comenzaron a doblar de manera fúnebre. La fe se impuso al criterio personal y descreído de quienes no aceptaban esta maravillosa “chaladura”. Sobre una mesa atestada de papeles, olvidada, quedó un carpeta repleta de dibujos, de ilusiones de pincel y pluma. Un puñado de estampas que eran repasadas, una y otra vez, por aquel zamorano ilustre en la soledad de su despacho rectoral. Retazos de la locura de aquellos jóvenes a los que “despachó” con tan aciago calificativo. Un precioso contenido, el de aquel álbum, que fue capaz de convencer al mismismo Prelado reacio, como el que mas, a la creación de tan arriesgado proyecto.

Pasaron los años y la dificultad inicial quedó como un vago recuerdo escrito en el anecdotario de la Hermandad. Veinticinco años después, el ilustre zamorano no dudó en confesar públicamente el error cometido, abandonando el pesado lastre que le atenazaba desde la fundación. El Prelado que avaló su injustificada censura ya no existía y el ilustre zamorano arrepentido hacía profesión de fe utilizando el negro sobre blanco de una conocida publicación local. Años mas tarde, el ilustre zamorano fue llamado a la case del Padre pero su espíritu sigue deslizándose por los arbotantes de la iglesia Arciprestal cuando doblan las campanas en la noche del miércoles santo y sigue acompañando al Cristo del Amparo en su discurrir por la Zamora medieval. Su voz firme y decidida aún puede escucharse en cada golpe de matraca. Todavía hoy puede intuirse, en los pentagramas desgranados por el fúnebre bombardino, su cultivada personalidad, que ensalzó y propagó en esta ciudad y fuera de ella, el arte y la fe de esta Pasión que también fue suya. Una personalidad, la de aquel zamorano ilustre, que se dejó cautivar por la belleza de aquellas páginas que, deliberadamente quedaron olvidadas sobre su mesa, unas láminas en las que se plasmó hace seis décadas el proyecto de unos maravillosos “chalados”, un valioso testimonio, hoy desaparecido en un desconocido rincón como eslabón perdido de la creación de uno de los emblemas señeros de nuestra Pasión.


Horario y recorrido Sale a las doce de la noche de la Iglesia Parroquial de San Claudio de Olivares por Pza. de San Claudio, Calle Cabil

do, Avda. de Vigo, Cuesta de Pizarro, Calle San Pedro, Plaza de Fray Diego de Deza, Arco y Plaza de San Ildefonso, Rua de los Notarios, Plaza de los Ciento, Rua de los Notarios, Plaza de la Catedral, Puerta y Cuesta del Obispo, Avda. de Vigo, Calle Rodrigo Arias, Plaza de San Claudio (Donde se entonarรก el miserere castellano) para concluir en el templo de partida.


Sí, la de aquella Madre que aún la aguarda dentro de su corazón, horas antes de que las tinieblas sobrevengan Zamora, y que comience la injusticia. La primera espada se clava en el latente corazón de nuestra Madre. Justo en esta mañana, miles de almas acompañan a Virgen, que ha pasado las últimas 36 horas en compañía de las Hermanas de Cabañales, que con sus oraciones han querido transmitir ese hálito de Esperanza reflejado en su consternado rostro. Ya asoma la Virgen por la puerta del Convento, y la banda de Cornetas y Tambores comienza la procesión. El cortejo pasa el puente y gira en busca de la Calle Balborraz, la cual la espera para sellar una de las más bellas estampas de nuestra querida Semana Santa. La Virgen sube la cuesta con el gran esfuerzo de los cargadores que piden que se toque “La Saeta”, para aliviar la pesada carga sobre la angosta calle. Ya en la plaza mayor un descanso bien merecido en busca de las calles que darán mayor ensalce a los desfiles de la Vera Cruz, Santo Entierro y Nuestra Madre. De nuevo en pie, la Virgen, toma Ramos Carrión para atravesar Viriato, que desde lo alto de la roca vigila sigiloso. Paso a paso la Virgen toma las Ruas y ya prepara su entrada a la Catedral, pero un último fondo, permite que la Banda



de Cornetas le rinda un homenaje y con sus desgarradores toques, se oye una Hermosa Salve instrumentada, prolegómeno de la que se entonará minutos después. La Virgen se pone de nuevo en pie, y a los sones de la marcha “La Esperanza”, toma la plaza para dar su últimos pasos antes de hacer entrada en la Catedral, donde esperará a que en la misma tarde llegue el hijo que ya ha tomado una decisión y que ya no puede dar marcha atrás. Espero seas pronto tu mi niña la que acompañe a esta Virgen en la mañana de un jueves, soleado y esplendoroso, y veas pasar junto a un verde manto lleno de estrellas, la ternura de una madre que no ha perdido la Esperanza, lleno de caperuces blancos y capas de raso verde estampadas, junto a enlutadas damas de elegante porte y preciosa mirada, que encaminan sus ojos hacia la Madre de las estrellas doradas y que tus ojos reflejen el brillo de una mirada de una ferviente niñez hacia la Madre de Duero por excelencia que en tu corazón prenda la ilusión por la Semana Santa Zamorana, por la fe hacia ese Jesús que en la tarde del Jueves que ya se vislumbra, será reo de muerte.

Horario y recorrido.

Sale a las 10,30 horas del Convento de las Dominicas Dueñas de Cabañales, para continuar por Calle Cabañales, Puente de Piedra, Avda del Mengue, Calle la Plata, Balborraz, Plaza Mayor (sin dar vuelta), Ramos Carrión, Plaza de Viriato, Rúa de los Francos, Rúa de los Notarios, Plaza de la Catedral, y atrio de la Catedral, donde se entonará el canto de la Salve.



A través del amplio ventanal se distingue un horizonte sereno, delicado, ajeno casi a estos paisajes de cruz con que la primavera anega todas sus mañanas y sus vidas. La distancia moldea una ciudad que hoy viste ropaje nuevo de antiguas épocas derramando su color cárdeno por rúas descosidas, por callejones bullentes que anhelan ese instante de redención sobre sus miradas. Es la ciudad callada que se consagra alzándose sobre la luz floreciente de un jueves de nisán, que alfombra sus colinas en vaga esperanza y ciñe a sus hijos de la distancia bordando en su pecho el consuelo de la invocación al rito de este cortejo inmortal secularmente repetido y siempre renovado. Y el caminante va y viene entre parameras escaladas por vides, abrigado sólo por el candor fraterno de la niñez, desbrozando ante sí cual segador los hazes de pan, el sonido mágico del barandales que inicia fiel el desfile, que forja un baile de esquilas en sus manos en añorado reclamo que siembra con su tintineo cada esquina. Florece abril a cada paso ante el espejo del Duero que refleja una comitiva teñida de violeta y el viajero acaricia este prodigio atrapado en el asombro de sus ojos infantiles asidos en el ayer ; casi absorto ante el inesperado volteo del decenario en los hábitos que caminan prestos en hileras, ante el eco de las varas tañendo armoniosas el sendero y acaba embriagado por la música, sí , abril, este eterno concierto que en Zamora es manantial perpetuo y se hace modo y manera de este sueño de Jueves Santo.

Aquí, donde el tiempo no fluye es muy natural que los huesos recientes y menos recientes y antiguos sigan siendo igualmente presente ante los pies del pasajero. (Carlo Levi , Cristo se paró en Éboli)



La cadencia habita la realidad y mece a Dios que bendice su Evangelio con pan de Alba y vino de Toro, acunándolo cuando ora entre olivares arribeños, lo camina en Sentencia expuesta al atrio de una cúpula expectante de cigüeñas, moviéndolo desvencijado por San Ildefonso o lo danza entre ese coro de grotescos sayones que lo azotan con espinos del Campo de la verdad : ese compás interminable que es canción aquí diferente, con una sonoridad perenne, aventada para mujeres y hombres de un siglo incierto. Y todo se trasfigura en sinfonía malva de estandartes, caperuces, cíngulos, fajas y pañuelos blancos atardecidos sobre el templo, en una extraña conjunción arrebatada de mística y tradición interrumpida a veces

por el recuerdo fugaz de nombres pasados y el renuevo encendido que pregona otra cosecha camino del Duero abajo. Partes ahora con este peregrino, quizás aferrado fieramente a su mano, esperando en la frontera hoy casi celeste de esta página y evocas también tu nostalgia de otras tardes santas donde cada minuto fue estampa infinita; donde esa melodía que asalta tu corazón jamás es poema marchito; donde la paz de la distancia imagina a ese Dios levantado en banzos que mora por doquier en las mil primaveras de esta tierra. Y crees, sí, en el milagro que restaura cada año la comunión de esta ciudad, de sus hijos, con su alma más profunda tal como la espiga niña codicia cada mañana su luz.


Horario y recorrido

Sale a las 16.45 horas del Museo de Semana Santa por: Plaza Santa María la Nueva, Corral Pintado, Reina, Plaza San Miguel, Plaza Mayor, San Andrés, Plaza del Mercado, Plaza de la Constitución, Santa Clara, Plaza de Sagasta, Renova, Plaza Mayor (de paso), Ramos Carrión, Plaza de Viriato, Rúa de los Francos, Plaza de los Ciento, Rúa de los Notarios, Plaza de la Catedral, donde se realizará una estación de veinte minutos. El regreso se inicia en la Plaza Catedral para continuar por, La Rúa de los Notarios, Plaza de los Ciento, Rúa de los Francos, Plaza de Viriato, Ramos Carrión, Plaza Mayor, Reina, Corral Pintado, y Pza de Sta Mª La Nueva para retornar al Museo


Francisco Fermín, un escultor del taller del maestro vallisoletano Gregorio Fernández, fue el encargado de crear, en el siglo XVII, una de las tallas más impresionantes con las que nos obsequia el arte de nuestra pasión. Gubia artesanal, obra magistral de nuestro conjunto artístico, para representar el entierro de Jesús al poco de ser bajado de la Cruz. La Penitente Hermandad de Jesús Yacente de Zamora saca a la calle a más de 1000 hermanos con altísimos caperuces blancos a representar el entierro austero de Jesús, cortejo que horas después, en la tarde del Viernes Santo, pondrá en la calle, con la solemnidad que merece, la Real Cofradía del Santo Entierro. Hermanos que con pies descalzos representan y acompañan, por las angostas rúas del corazón medieval de la ciudad, este desfile tan sobrecogedor como humilde. La procesión la preside Jesús Muerto, Yacente, con la sangre viva manando a borbotones de cada una de sus llagas. Acompaña la escena en el marco de la Plaza de Viriato, arteria principal del núcleo de la Semana Santa zamorana, las voces de otros dos centenares de hermanos que claman misericordia alabando al hombre bueno, muerto y humillado en la Cruz de Jerusalem. Música y letra, la del salmista, que pide clemencia alabando el legado que ese hombre justo, al que se entierra en la fría noche del Jueves Santo, nos dejó. La puerta de Santa María la Nueva se abre a las once en punto de la noche. Pies descalzos, fajín morado, estameña, cirio rojo y alto caperuz componen la indumentaria del hermano



que, en penitencia, caminará por las calles, por cualquiera de las calles de la Zamora más antigua, de la Zamora más preciada. En la Plaza Mayor, en el barrio de la Horta, en el casco antiguo, en el barrio de la Lana, rúas y plazoletas, la piedra, los arcos, las cuestas… forman el escenario perfecto donde el tiempo se detiene para observar las tres cruces de penitencia, la corona y los clavos (los enseres de la muerte) precedentes de la obra de Jesús Yacente que culmina el cortejo. La fuerza de la escena es tan descomunal que el silencio que emana acalla cualquier atisbo de tertulia para dejar paso, solamente, a la emoción del hermano de acera en las calles tumultuosas en el entorno de Viriato o casi en la soledad, que también existe, en este desfile en sus tramos más estrechos. Esa mezcla entre la escena, el cortejo y el público es preludio del climax de la noche de jueves santo con la que acabará la procesión un par de horas después. Es la conjunción de elementos más exacta para que entre los velones surja en los actores, quien sabe si el rezo, quien sabe si la oración, quien sabe si la reflexión, quien sabe si la súplica, quien sabe

si la acción… surge, cuando menos, una admiración por la postal que se refleja en nuestros ojos, surge la inquietud cuando menos de intentar comprender en un sentido u otro, el significado tan personal como simbólico de lo que ocurre y representa el momento. El paso de la procesión motiva la caricia, la complicidad, la sonrisa, el gesto o la lágrima. Estímulo incontrolable fruto de la mayor expresión de ese debate, tan nuestro, entre la tradición y la fe… que surge de manera independiente del mismo modo que aflora de manera conjunta. Y el tiempo sigue parado en la fría noche mientras pasa la talla, atribuida en un tiempo al maestro Fernández, atribuida por la riqueza documental de la actualidad al tallista Francisco Fermín que en esta imagen, que cumplirá el próximo año 75 años desfilando por Zamora con la Hermandad, refleja lo aventajado que era como alumno. Jesús Yacente, de la mirada perdida, sobrecoge corazones en las filas de hermanos, despierta a los que a su paso claman esperando escuchar de la boca entreabierta una palabra de ánimo o consuelo, las más de las veces, cuando queremos que pase por


nuestras penas y fatigas rutinarias. Jesús Yacente pasa delante de la noche mientras hay quien impertérrito espera que la sangre de sus llagas sacie esa sed de fe que se tiene aunque sin reconocerse. Apenas adolece, esta imagen, de algún nimio detalle que impida la perfección del cuadro. Perfección que sí hemos encontrado en su acción tal como se nos relata en la Escritura. Tal como se dice en la Palabra diaria llevada a la escena por la tradición oral y artística para darle fuerza y dotar de sentido de fe a nuestra Semana Santa. Las parihuelas en las que es portado el féretro de Jesús fundamenta el sello humilde y austero de una imagen, y de su cofradía, componiendo un sobrecogedor testimonio de esa fe. Y cuando el tiempo avanza y avasalla la madrugada, es cuando todo lo contado se hace canto. Miserere Mei Deus parece exclamar, también la piedra, cuando el golpe seco de tambor se frena en seco al entrar en la plaza de Viriato. La vida se vuelve a parar. Jesús Yacente avanza en el paso más sencillo posible de la pasión por la calzada empedrada mientras la procesión lo contempla por última vez hasta una nueva pasión. Y se hace el silencio, y tan sólo el aire, es acompañamiento a ese coro de voces profundas que surge del corazón de la plaza para pedir el auxilio, la misericordia… para el que se equivoca, para el que yerra una y otra vez, y tantas como su corazón le diga. Y el canto pide que triunfe la bondad, que uno se reconozca pecador y a partir de ahí enderece el rumbo de su vida. Que la alegría rectifique el camino del dolor por el que conduzca al hombre a levantarse una y otra vez. Que la vida se llene de corazones puros que traduzcan el milagro representado. Y el canto resuena en la ciudad entera, y la noche queda convertida en una oración discreta, en una emoción sincera. Y siete minutos después del grito despiadado, del canto conjuntado… la procesión recorre los últimos metros, rumbo a su iglesia, para clausurar el Jueves Santo esperando la materialización de la obra, como si fuera el mejor de los sueños, en los corazones partícipes de una u otra forma del milagro de este Cristo. Jesús Yacente que ruega por nosotros, que acompaña en el camino, que desprende misericordia como pauta del convertirse y de creer firmemente en tamaña obra de fe.

Horario y recorrido.

Solemne procesión que se celebrará a las 11.00 horas de la noche, partiendo de la iglesia de Santa Mª la Nueva, Hospital Plaza de Viriato, Ramos Carrión, Plaza Mayor, Balborraz, San Leonardo, San Juan de las Monjas, Puerta Nueva, Corredera, Plaza de Santo Tomé, Tenerías, Plaza Zumacal, Paternóster, Plaza de la Horta, Alfamareros, La Plata, Zapatería, Plaza de Santa Lucía, Cuesta de San Cipriano, Chimeneas, Doncellas, Rúa de los Francos, Plaza de Viriato (Canto del Miserere), Plaza de Claudio Moyano, Hospital, Plaza de Santa Mª la Nueva, Iglesia de Santa Mª la Nueva.


Me pedía hace unos días Luís Felipe unas fotos familiares para ilustrar un texto suyo. No encontré lo que quería pero, a base de revolver, me topé con una de mi padre túnica en ristre a la puerta de San Juan, ya de día, y otra delante de un paso, en las Tres Cruces, con mi tío Ángel en chaqueta de cuero y pañuelo blanco y miradas llenas de sopas de ajo y copita de aguardiente (entonces no se estilaban los chupitos) y sol de Viernes Santo, que ciega un poco al bajar por Santa Clara pero que no va a calentar de verdad hasta el Domingo de Resurrección. Años después de esa foto, bastantes, a mi señor padre le tocó la mayordomía de la Congregación. Ya no podía andar tras un reciente accidente de tráfico y no me dijo sino que me ordenó, como es debido, que le representara en ese lance. Yo andaba estrenando la adolescencia y esa especie de ingravidez estúpida que me hacía preferir salir en la procesión con los amigos de la pandilla que hacerlo con una vara niquelada y ni más ni menos que en la presidencia. En esa época los mayordomos eran dos por año y teníamos que escoltar a Macario, al que yo lo había omitido el don porque me lo exigió desde el primer momento. Poco escoltamos, a decir verdad, porque anduvo trasegando arriba y abajo todo San Torcuato hasta las Tres Cruces y no le vimos el pelo. Optamos por ponernos, el otro señor, ya bastante mayor, y yo al lado del capellán y de la Presidenta de la Soledad más que nada para no ir solos y poder hablar con alguien ya que rezar ni se me ocurrió pero pensar, mucho. En mi padre quieto en su sillón, en mis antepasados asomados a yo que sé qué ventanas allá arriba, en mis amigos que podían



hacerles requiebros a las mozas desde la fila y un poquito en el futuro, tan madrugador como el Cinco de Copas y tan hermoso como la Soledad. Pero a la vuelta, después de la Reverencia y ya en la Avenida, todo ese sol de Viernes Santo que parece estrenado a propósito (lo es), nos dio en la cara, nos calentó el capuz y nos amodorró en esa especie de duermevela cansino con regusto a ajo, pimentón y anís seco. Macario vino a ocupar su sitio, un momento, nos pidió disculpas por sus continuas ausencias, miró el desfile entero (entonces cabía entero en la Avenida, nada más salir de la calle de la Amargura) y nos dijo, lacónico: “Hermanos, ¡esto sí que es una procesión!”. Ni más ni menos. Exacta, erguida, a mí me pareció enorme, bamboleante, perfecta. Somnolienta y triunfal, devota y chulesca, exclusivamente zamorana. La procesión. Y el recuerdo ha durado hasta hoy, que la veo, cuando la veo, desde la acera o desde un balcón, pero que sobre todo la pienso. Y en ella van con la cabeza alta pero los hombros un poco encorvados, Macario y Anselmo y Ramiro y Venancio y Antonio y Paco y Ricardo. Tras la Virgen, presidiendo los recuerdos sagrados de todos nosotros.


Horario y recorrido.

Sale a las Cinco de la mañana de la Iglesia de San Juan de Puerta Nueva por: Plaza Mayor, Renova, Plaza Sagasta,Santa Clara, Avd. Alfonso IX, Pl. Alemania, Tres Cruces (dando la vuelta al crucero). Después de un descanso de 35 minutos, continuará por Tres Cruces (efectuando la tradicional reverencia), Amargura, Avda. Príncipe de Asturias, Santa Clara, Pl. Sagasta, Pl. Mayor (dando la vuelta), Pl. San Miguel, Reina, Corral Pintado, Pl. Santa María la Nueva, para concluir en el Museo de Semana Santa todos los grupos, menos la imagen de la Virgen de la Soledad que lo hará en la Iglesia de San Juan.


La fama de Jesús crecía a medida que su voz y su doctrina se iba extendiendo por las aldeas por donde pasaba en Palestina. Los milagros extendían aún más la grandeza de su figura. Ante el poder de su persona se vendían las olas del mar, muy bien de lo posesos los demonios, se abría los ojos de los ciegos y volvía el vigor y la fuerza al cuerpo de los tullidos. Su grandeza era tal que andaba sobre las aguas encrespadas del lago y en dos ocasiones al menos, multiplicó los panes y los peces. Todo esto fue de tal manera apoteósico que a su lado se multiplicaban los oyentes de sus doctrinas, hasta apiñarse, a las orillas del lago y tener que improvisar un púlpito-barca para seguir enseñando. Sus seguidores se dividieron en tres categorías: las gentes, los seguidores variopintos que le seguían por todas partes, los el escuchantes asiduos los discípulos y los que aprendieron, por su cercanía, los apóstoles. Unos y otros estaban pendientes de sus doctrinas y se admiraban de lo que él realizaba. Todo era admiración, vista y oídos estaban atentos a su decir y hacer. Pero un día le dijo a sus seguidores “ el hijo del hombre tiene que padecer mucho, le traicionará y lo entregarán a los letrados y sacerdotes del templo y lo mataran y a los tres días resucitara “. Era la primera vez en la que Jesús alude a su muerte, pero también a menudo a su resurrección. Morir y resucitar eran dos cosas incomprensibles para aquellas gentes, que lo seguía en los momentos de su mayor apoteosis entre las multitudes.



No les cabía en sus mentes lo que acababa de anunciar entre la muerte y la resurrección aparecía a los 33 años, en plenitud de vida, un calvario con cruz y un sepulcro. Y sin embargo así aconteció. Judas lo vendió y traicionó. Los sacerdotes lo juzgaron y Pilatos lo condeno,

sin causa, a la Cruz. El que al nacer no tenía ni casa, ni cuna y nació en un pesebre, el que al morir no tuvo ni cama, ni suelo, sino colgado en la cruz, tuvo prestado un sepulcro, donde lo enterraron.

El sepulcro de Jesús.

ban por la defensa del templo, el Santo sepulcro y el hospital. Estas tres órdenes llegaron a Zamora y en ella tuvieron sus templos. La horta, la Magdalena y, allende del Río, el Santo Sepulcro. Ellas unidas a los franciscanos y los dominicos fueron la prehistoria y la historia de las primeras manifestaciones o procesiones de la semana santa Zamora. El Yacente, el Cristo de las Injurias y el Santo Sepulcro y la cena son el meollo fundamental de toda la Semana Santa Zamorana desde su inicio allá en 1593 como Cofradía de penitencial. En el elenco de las procesiones destaca la del Santo Entierro en el sentido silente y respetuoso del Sepulcro donde se representa la muerte de Jesús, la primera parte de su profecía “ me matarán “. Pero del mismo sepulcro saldrá la vida, el triunfo, la gloriosa resurrección y la prueba de su divinidad y el cimiento de nuestra fe.

Si grande fue la cruz donde murió, salto de patíbulo a altar de redención. El lugar donde celebró su última cena Pascual como judío y la primera como cristiano la comunidad apostólica que lo seguía ambos cruz y cena se han repetido en las manifestaciones semanasanteras en todas hay representaciones. El sepulcro, el Santo sepulcro no ha sido olvidado jamás, pues hay estaba la promesa y la prueba de su divinidad. El argumento máximo al que apeló Jesús en su predicación y la piedra angular de la fe de los cristianos. Ya en la época de las cruzadas, de la defensa de los santos lugares se hizo nota. Había defensores del hotel, los templarios, cuidadores de los peregrinos y del hospital, los hospitalarios y los custodios del Santo Sepulcro. He aquí el nacimiento de tres órdenes, que milita-


Horario y recorrido.

Sale a las cuatro y media de la tarde Salida del Museo de Semana Santa, Plaza de Santa María la Nueva, Barandales, Plaza de Viriato, Ramos Carrión, Plaza Mayor, Renova, San Torcuato, Benavente, Santa Clara, Pza. de Sagasta, Renova, Pza Mayor (si vuelta por el lado del Ayto. Viejo), Ramos Carrión, Pza de Viriato (sin vuelta, por la fachada del Palacio de los Condes de Alba de Aliste), Rúa de los Francos, Rúa de los Francos, Pza de la Catedral, Atrio de la S. I. Catedral de El Salvador. Descanso de 20 minutos. Retorno desde el lugar de la llegada, Pza. de la Catedral, Rúa de los Notarios, Rúa de los Francos, Pza de Viriato (sin vuelta, por la fachada del Palacio de los Condes de Alba de Aliste), Ramos Carrión, Pza. Mayor (por el centro), calle de la Reina, Corral Pintado, Pza de Santa María, entrando al Museo de Semana de Santa.


Al sentir los ojos mudarse, en eterno son de eternas hermosuras, place comprobar aquiescente el viejo sonido de una puerta que se abre en aquella noche. Son las 23 horas del Viernes, cargadas las 23 de recuerdos transparentes e inolvidables de súbita hondura y belleza. La puerta de San Vicente es una puerta de San Lorenzo sevillana o de San Juan de Puertanueva en sábado Santo. Es una puerta final o semifinal hacia otra dimensión nueva que se abre y otra anterior que, sin quererlo, se cierra. El vano intento de ampliar esa puerta es ofender a Cristo en la dulzura de su muerte. Es momento de aprender que el rezo y la plegaria han de ser Corona dolorosa y gozosa a un tiempo sin más aderezos ni añadidos que lo auténtico y lo profundo. Buscar en la noche del Viernes Santo de Zamora una exageración es buscar un alfiler hueco en la costura de los sentimientos cofrades. El dintel de esa puerta es un corazón divino, real, imperturbable y Santo. Es el corazón de todos los zamoranos. Nuestra Madre de las Angustias en un canto de esperanza y ternura sobrevolando por una ciudad apagada, agotada y yerma de redención posible. Es una coda musical a esta obra casi perfecta que es la Pasión de Nuestro Señor en la ciudad del Romancero. Da igual el itinerario. Está escrito “Mektub” en los charoles negros y en los pies descalzos...



Vuelve en el último segundo de estas notas, el pensamiento reflexivo a rebelarse contra la dogmática verdad. ¿Es un velo del Templo rasgado o a punto de rasgarse? Su Corona de amor ha transpasado los límites de la amargura. Viene de frente Cristo muerto en la Cruz, su Madre -a punto de recogerlo en sus brazos- y el posterior abrazo ‘ad calorem’ de la angustia y la pena mismas. Es un poema de dolores, espadas y soledades sin término. En el oráculo infame de esa misma noche y sus recorridos renacentistas, barrocos, románicos y modernistas se alza ya solo la efigie de Viriato. Solo el, sola la Gobierna, solo Peromato. Sola Zamora hasta el sábado. Y en la curva mágica de aquella tarde de pre-coronación sus 28 la llevaban a toda prisa rezando con sus hombros y sus banzos como cualquier Viernes Santo:

Y Viriato fue tu curva y la Encarnación tu meta y tus chavales del paso ay ... 28 profetas. Para llevarte lentamente ya habrá otro Viernes Santo, que fue para coronarte principio y fin del relato. Vaya curva señera, a los sones de esta “Salve”, la emoción y la elegancia Nuestra Madre, por tus calles


Horario y recorrido. Sale a las 23 horas de la Iglesia Parroquial de San Vicente Mártir, para seguir por Cuesta de

San Vicente, C. el Riego, Calle de Santiago, C, Santa Clara, Plaza de Sagasta, C. Renova, Pza. Mayor, C. Ramos Carrión, Pza. de Viriato, Rua de los Francos C. de SorDositea AndresC. de las Damas, C. Hospital, Pza. Sta. Mª La Nueva, Calle de Corral Pintado. Calle de la Reina, Pza. de San Miguel y Pza Mayor, donde se efectuará el rezo de la Corona Dolorosa y el canto del Stabat Mater, finalizando con el canto popular de la Salve y retornando las imágenes por C. Mariano Benlliure a la Iglesia de S. Vicente.


«Un descanso, el del séptimo día, queda para el pueblo de Dios» (Heb 4,9) Sellado el sepulcro y dispersados los discípulos sólo “María Magdalena y la otra María estaban allí, sentadas frente al sepulcro” (Mt 27,61). El discípulo amado acompaña a la Virgen en su soledad, mientras que los judíos celebraban el Sabbat, día que recuerda el descanso de Dios en la semana de la creación. En la nueva alianza que se ha dado en el Calvario, el sábado será el día de la Madre que, unida con toda la Iglesia, “permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su Pasión y Muerte, su descenso a los infiernos y esperando en la oración y en el ayuno su Resurrección” (DD nº 73). Mientras el Hijo redime las entrañas de la humanidad, María vive esos momentos en un silencio contemplativo, reflexionando sobre las experiencias que “guardaba en su corazón” (Lc 2,61). El sentido litúrgico, espiritual y pastoral del Sábado Santo es quizá, uno de los más importantes para la fe cristiana. Juan Pablo II, recordaba en la Carta Apostólica Dies Domini que “los fieles han de ser instruidos sobre la naturaleza peculiar del Sábado Santo”. Y es que, este día no es un día más de la Semana Santa. Su singularidad consiste en que el silencio envuelve a la Iglesia. De ahí, que no se celebre la eucaristía, ni se



administre otros sacramentos que no sean el viático, la penitencia y la unción de enfermos. Únicamente el rezo de la Liturgia de las Horas llena toda la jornada. Cuando una Semana Santa vivida intensamente apura su último aliento, también la capital del padre Duero, que acusa el cansancio del fervor de sus días grandes, vuelve al silencio y la calma. Se permite un silencio íntimo, el de un pueblo, ya libre de foráneos, que aguarda al final de la tarde para tejer la alfombra que guiará el paso de la Señora de Zamora por las calles de la ciudad. Sábado Santo son todas las horas de vacío, son todos los silencios de un Dios que parece estar ausente. Sábado Santo es la tarde del duelo reservado a la Madre. La Madre que ha acompañado a Jesús hacia la cruz. La Madre que ha abrazado a un Jesús crucificado, muerto. La tarde en la que ahora ya no hay nada, hasta la cruz está vacía... y María sola. Cuando aún queda lejos una esperanza de resurrección, y cuando sólo nos queda una viuda sin Hijo: María, los zamoranos volvemos nuestra mirada hacia ella. He aquí la niña, la mujer y Madre que hoy, vestida de luto pobre con la mirada baja y las manos entrelazadas en el regazo llora en silencio su pena. Y parece que en esta tierra hasta el cielo se contagia de desconsuelo y entristece, pues el Sábado Santo acostumbra en Zamora a vestirse de color grisáceo e incluso la lluvia hace presencia como llanto tenue que cae del cielo.

Horario y Recorrido.

Sábado Santo es el Stabat Mater, donde el dolor sereno que ya pesa sobre los parpados ni siquiera permite un gesto de desgarro, donde solo unas tímidas lágrimas se atreven a advertir el sufrimiento por la mejilla de María. De aquí que el Sábado Santo invite a la soledad, donde este pueblo humilde y sentido entrega el abrazo sincero a María para mantener viva la llama de la fe. “A ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros, esos tus ojos misericordiosos” Y ya, entrada la oscuridad de la noche del Sábado Santo solo alumbrada por una hilera de tulipas, la Madre Soledad, la Señora de Zamora, cruza en silencio el arco de San Juan de Puerta Nueva, su templo, donde a la piedra encomienda María su descanso en cada Vigilia Pascual. Mientras, los zamoranos, como centinelas en la noche, alentamos y velamos su pena a la espera de la luz de la Pascua del Señor. «Mujer, ahí, tienes a tu hijo» «Ahí tienes a tu madre» “Y desde aquella hora, el discipulo la recibió en su casa” (Jn 19,25-27)

Sale a las 20.00 horas de la tarde sale de la Iglesia de San Juan, para continuar por la C/ Renova, Sagasta, Santa Clara, Avenida de Alfonso IX, Plaza de Alemania, San Torcuato, Sagasta, Renova, entrando en la Plaza Mayor, donde se entonará la Salve a la Virgen, para luego regresar al templo de salida.



Primer aleluya: las flores. Temprano, las lilas han subido a las varas plateadas de los hermanos camino del barrio de la Horta. Las lilas son, con la flor del almendro, compañera de huerto, el primer esbozo de la primavera silvestre y popular de Zamora. Esta tierra pronto se vestirá ya de margaritas, pámpanos, amapolas, jaras, hisopos, lavandas, malvas, en una esplendorosa colección de colores que sembrarán los campos de vida nueva. Las lilas entonan el primer aleluya de la mañana cuando aparece en el dintel del templo románico la figura del Resucitado, que acaba de regresar de la muerte y respira ya los primeros alientos del cercano río. Y en las varas de los hermanos, esas flores son las primeras voces del hermoso aleluya que entona la ciudad para darle la bienvenida otra vez a este mundo, al Señor que llevábamos aquí mismo a enterrar hace solo unas horas. Segundo aleluya: la luz. Madrugó la luz para vestir de hermosura el ancho cauce del viejo río, al que solo acompañó la luna, en la artesa del cielo, horas antes. La luz ha llegado para quitar la pena del rostro de la Madre y dejarle solo el luto de andar por casa sobre los hombros mientras asciende con sus ojos camino de la Plaza. En La Horta, la luz está encaramada en la alta chimenea que, como mástil del ayer, encumbró tiempo atrás los humos que salían del vientre que cocía el barro y encendía la uva. Y al final esa



luz cae sobre la Plaza para iluminar la escena de una Madre y un Hijo que acaban de reencontrarse, dando forma de eternidad al credo que sostiene una religión. Tercer aleluya: El encuentro. Por caminos distintos, unos y otros hollados por la rutina cotidiana, en los que crece, abundante, la semilla de la soledad y el desamparo, suben esa mañana del domingo la Madre y el Hijo para encontrarse en la Plaza. Ella, acostumbrada a estar a su lado, cerca, pero nunca en primera fila, se acercará hasta la Plaza, viniendo por esas calles que compusieron un día las arterias por las que transitaba ancho y dominador el tradicional comercio local y hoy muestra el fenecido prestigio de ilustres rótulos ya caídos. Él, entre dulzainas y tamboriles, ascenderá las cuestas y atravesará las rúas por las que ahora, diariamente, solo pasa la melancolía, vestida con las ya desgastadas ropas de tantas casas avejentadas o cerradas. Y allí en la plaza, los hermanos, las campanas y las pólvoras harán resonar el aleluya mas redondo y estruendoso de todos, por encima de las desidias e infortunios que anidan cada día en los tejados, cúpulas y torres de la vieja ciudad. Cuarto aleluya: Balborraz. Por Balborraz, ya felices, bajan el Resucitado y su Madre cerrando con broche lacrado en amor y fe el acabado joyero de sensaciones, devociones y sentimientos de esta Semana Santa. Esa cuesta parece que corre hasta meterse en un costado del horizonte más cercano y es, sin duda, la más hermosa alegoría inclinada de una ciudad que anhela despeñarse en su río, uno de sus tesoros más valiosos, para irse con él camino de una mar de futuros que aquí no encuentra. Balborraz, esa mañana, es un aleluya de varas floridas y engalanados balcones, una escalera de piedra

y gozo por la que desciende el Señor camino de la Pascua, un pedazo de cielo alargado que se clava en el azul del fondo, allá a lo lejos, donde aguardan de pie, como telón de fondo, los cipreses del cementerio. Balborraz es, a esa hora del mediodía, como casi siempre aún en su desvalida presencia, la cuesta más hermosa de Zamora. Balborraz es, en este domingo, el aleluya vertical y erguido, entonado en piedra y edad, que acompaña la grandeza del día. Quinto aleluya: el final. Un bosque de varas alzadas, apuntando sus flores al cielo, dice adiós a la cruz y a sus misterios dolorosos, borrando con amor las huellas de la sangre derramada. Mediodía pleno en la Horta. Y al momento, vuelve a derrumbarse sobre la ciudad el silencio de la costumbre. Empieza entonces otra procesión, más dolorosa por injusta, la de la despedida de tantos y tantos zamoranos que, al conjuro de estos días santos aprendidos de memoria en la niñez, regresan para encontrarse a vivos y muertos en las túnicas, plegarias, abrazos y músicas. Para encontrarse con la emoción de sentir de nuevo sangres y momentos perdidos. Para hablar con ellos, vivos y difuntos, de emociones, lágrimas, rezos. Para sentirlos de nuevo al lado, de la mano, caminando en sus ojos y en sus manos al encuentro del milagro que ellos les enseñaron. Aleluya, sí, grande, entero, en la fe, en la tradición y en la belleza de sus historias de piedra y en el esplendor de sus legendarias gestas del Romancero. Aleluya. Pero ese es un aleluya del ayer. El aleluya de hoy, por ahora, mientras ellos, tantos y tantos, vuelven a irse, queda escrito en el pentagrama del consuelo, la esperanza y la renuncia. Es un aleluya ronco, mellado, desafinado. Y para mayor desgracia, lo cantan cada vez menos zamoranos.........


Horario y recorrido.

Salen las dos Imágenes a las 09:00 horas de la Iglesia Parroquial de Santa Maria de la Horta: La Imágen de Jesús Resucitado, inicia su desfile por la Plaza de San Julián del Mercado, Zapatería, Plza Santa Lucía, Cuesta del Pizarro, San Ildefonso (descanso 25 minutos), Arco San Ildefonso, Rúa de los Francos, Ramos Carrión, Plaza Mayor. La Imagen de la Virgen del Encuentro. Sale del mismo Templo para continuar por C/ San Juan de las Monjas, Cuesta del Piñedo, Plaza Santa Eulalia, C/Santa Olaya, C/ Viriato, Plaza Sagasta, San Torcuato, C/ Santiago (descanso de 25 minutos), Santa Clara, Sagasta, Renova y Plaza Mayor. El Encuentro se efectuará en la Plaza Mayor a las 11,15 horas, seguidamente regreso, tras vuelta a la plaza Mayor por cuesta de Balborraz, la Plata, San Julián del Mercado, al Templo de salida.


El Itinerario

número trece, decimotercera edición

Diseño y maquetación. masimajen.com. Autores de los textos por orden de relatos José Antonio Martín Olivera José Ángel Rivera de las Heras Javier Hernández Vidal Alfonso Diez llamas Francisco Gustavo Cuesta de Reina Rubén Domínguez Rodríguez Luis Santamaria del Río José Marcos Diez Jesús Salvador Cecilio Roberto Felix Fuentes J. Carlos Izquierdo Domínguez Juan Manuel Bragado Molina Javier Hernández Vidal Jaime Rebollo Calvo Manuel Allué José Muñoz Miñambres Vicente Díez Llamas Beatriz Blanco Santos Luis Felipe Delgado de Castro Fotografías. Jesús Salvador Cecilio Mª del Amor Martín Olivera Idea de “El Itinerario” Jesús Salvador Cecilio

Reservados todos los derechos de edición. Se prohíbe la reproducción total o parcial del contenido de este número, ya sea por medios electrónicos, mecánicos, fotocopia o grabación u otro sistema de reproducción sin la autorización expresa del editor. Las opiniones expresadas en los textos y sus contenidos son responsabilidad de los autores. Los anunciantes son los únicos responsables del contenido de sus mensajes publicitarios. Agradecemos a las empresas su colaboración sin la cual sería imposible la edición de “El Itinerario”

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