El Itinerario 2012

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Cómo empezar con un prólogo para un referente de la Semana Santa como es “El itinerario” es complejo a la vez que ilusionante, mucho más marcado en este año por el continuo rumor que corre en torno a nuestra Semana de Pasión, y es que la crisis mundial que asola el planeta no ha dejado indiferente a nuestra Semana Santa. Llegado el Lunes de Pascua, muchos lo olvidarán, y hasta el próximo año. Curioso, ¿no?. Una ciudad que vive en torno a una semana, y que una vez acabada, guardan sus sentimientos junto a una túnica, un caperuz y los enseres que acompañan al conjunto, en un baúl arrinconado en sus habitáculos, no sin antes pensar que falta otra cuenta a tras, en la que año a año vivimos sumidos en la vejez de pasar esperando su llegada, un año más, para los más optimistas o uno menos para los no tan optimistas. Pero antes de todo esto, el domingo anterior, Jesús Resucitará entre nosotros, en esa mañana de Resurrección, en la plaza, junto a la Madre. La misma que unas horas antes vagaba por la ciudad paseando su Soledad. Era la noche del Viernes cuando entre sus brazos recogido en su regazo recogía el dolor de su corazón traspasado por siete espadas después de 600 años, en aquella tarde de solemne funeral con terciopelo negro y broncos tambores, junto aquella mañana despertada por el Merlú, en un calvario con tres cruces y un púrpura Nazareno que caminaba en Zamora desde la madrugada acompañado por miles de cruces que claman silencio. Aquel silencio del Jueves Santo, roto por las campanas y el rasgueo de las cruces que resbalan sobre el suelo, cuando aquel miserere suena junto a Viriato. Que minuto antes presencia como una Cruz con un pálido sudario cruza hacia la plaza perseguida por los pasos, de la pasión Zamorana, junto al huerto de los olivos, el prendimiento o la sentencia, y terciopelo morado, y al acabar una Virgen silente. La misma que aquella mañana rebosaba de Esperanza, junto a miles de mujeres, peinetas, mantillas y


velas para cruzar por la plaza. Aquella noche de miércoles, se veía castellana, junto con capas parduzcas de las tierras alistanas, se oían unas voces, con voz ronca zamorana. Mientras el Silencio vestía de rojo y blanco la rúa, silente el Crucificado, a todo el mundo dejaba. Antes de ser muerto en la cruz, siete palabras contaba, desde el barrio de la Horta, junto a Cofrades de pana. Un rumor lleva el agua cuando el Vía Crucis pasa, junto a la Virgen de nuevo, sobre la piedra Románica. Un rumor de fuego inocuo, junto a la cruz inclinada, Buena Muerte y antorchas, con caminar lento y pausado, oyendo el rumor al fondo, de un “Jerusalem” eclipsado. Lunes con Despedida, Caída y Amargura, con agudos clarines, yugos y rejas que forjan el corazón de la primera marcha fúnebre sobre la subida del riego. En un Domingo de Ramos vestido de cardenal alegría, palmas, niños, abuelos, que junto a la Borriquita recorren todo el centro. No sin antes acordarnos de que la noche anterior se despertaron aquellos, que siempre nos acompañan, porque un Jesús les da la Luz y la Vida. Con la ayuda de aquel Espíritu Santo que bordea la ciudad junto a un arroyo floreciente de una primavera más. Que vio subir aquel Jueves al Nazareno del Barrio, de la margen contraria, para sembrar la llama de nuestra Semana Santa. Entonces, como preludio de lo que ha de llegar, tendremos el ir y venir de tintorerías, asambleas, túnicas, pañuelos, hachones, velas, incienso, olor a Semana Santa, cíngulos y decenarios, almendras garrapiñadas, aceitadas... Desde lo profundo del baúl sacamos el sentimiento, la pasión y el corazón, lo que tenemos dentro aflora, saliendo del interior de aquel baúl que estábamos cerrando, tan solo diez días después. Sin quererlo ya estamos aquí, un año más de nuevo, a las puertas de otra Semana, sí, de otra Semana Santa. Quién sabe si una más, o una menos…. Juan Manuel Bragado Molina




La tarde de El Mozo

“El Nazareno” que parte del entrañable barrio de San Frontis, primer pueblo Sayagués, punta de mi ascendencia, para cruzar al otro lado del río Duero y unir ambas orillas. Mis recuerdos de niño me llevan al traslado de “ese Señor con la Cruz a cuestas” de forma distinta, pero igual de querida, en las tardes del Domingo de Ramos una vez acabado el desfile de “La Borriquita”. Entonces su itinerario pasaba por la Avenida del Mengue, hasta llegar a la Iglesia de San Atilano. Vivíamos esa procesión mis hermanos y yo como el principio de la Semana Santa que tanta ilusión nos hacía. El tiempo pasa y cuando, ya padre, inculcas ese sentimiento semanasantero a tu hijo y ves con orgullo que caló en él con profundidad te sientes a gusto; y si después ves a tu nieta en sus brazos procesionar en “el Traslado” la emoción te embarga más, y mucho más a Pablo que querría estar con su abuelo Miguel que tantos años lo hicieron juntos. El padre de Roderico.





Vivencias. Terminaba de dar el último adiós para siempre a un ser muy querido para mi, cuando me encontró por casualidad Jesus Salvador y me pidió que escribiera unas líneas sobre mis vivencias en la Hermandad Penitencial del Santísimo Cristo del Espíritu Santo (¡qué casualidades tiene la vida¡). Santísimo Cristo crucificado, de cuerpo gótico, emparedado y descubierto para la Semana Santa Zamorana para la noche de Viernes de Dolores, suena a muerte el campanil, las caracas, el barrio se une con la Ciudad, y te sientes elevarte al cielo

cuando en la Plaza de la Catedral rodeada de hermanos con túnica y cogulla blanca, escuchas la melodía gregoriana” Christus factus est”. Y digo zamorana, ya que es la primera procesión que se vive de forma más intima, pues participa el pueblo zamorano entero, sin todavía la presencia de nuestros anhelados turistas y compatriotas que días más tarde llenarán el templo zamorano en el cual se convierte toda nuestra Ciudad en Semana Santa, acogiendo en su seno a todos como muestra de nuestra hospitalidad Como vivencias a destacar para mí en esta Hermandad de Penitencia, fueron dos: PRIMERA.- La recuerdo con verdadero

sentimiento y fervor, pues supuso para mí una autentica lección, fue cuando salí al lado de un niño de ocho años (que salía por primera vez) en la Hermandad de Penitencia y aquella noche, antes de salir a las 20.30 horas, empezó a llover de forma solemne como solo merece un Cristo crucificado, el cielo se rompió, y al ser Hermandad de Penitencia, la misma salió a procesionar por las calles zamoranas. Con tan corta edad, me temí, que ese niño abandonara la procesión, pero a cada manifestación mía ¿de cómo te encuentras? la criatura contestaba y manifestaba que quería seguir hasta el final” como lo hizo ese que esta clavado en la Cruz”. Continuaba lloviendo a mares y ya fuese la calle de la Vega, la Cuesta del Mercadillo, la Plaza de la Catedral que el niño seguía en su empeño de no abandonar su primera procesión. Una vez entrado en el templo, rompió a llorar por el dolor y frio que sentía en su cuerpo. Pero esas lágrimas eran de alegría por haber cumplido con su deber. ¡Así se forman los nuevos hermanos en la Semana Santa Zamora, desde niños¡ Si no somos capaces de hacerlo desde la temprana edad estaremos matando nuestra Semana Santa. Después de haber transcurrido bastantes años, en la actualidad es un universitario, no falta a la cita de procesionar en dicha Hermandad, y me recuerda que de no haber salido a tan temprana edad, y haber cuajado en él estos hondos sentimientos y sacrificio, no hubiera podido continuar con esa llamada que año a año sigue cumpliendo, lleno de fe y sacrificio. SEGUNDA.- Viene a demostrar a la Ciudad de Zamora, que hay solo una clase de hermanos, formada por el conjunto de personas que en el momento de procesionar, están dentro o fuera de la procesión, pero es un único conjunto que ahorma a la Semana Santa, pues bien, un hermano de esta Hermandad, el año que yo lo conocí, portaba una bola de cera formada con cera la vela del año anterior y cuando se subía por la Cuesta del Mercadillo, le hizo entrega ,a otra persona que estaba viendo la procesión ,de dicha bola de cera. Al terminar la procesión sorprendido por tal detalle, le pregunte: ¿y porque esto?, y me manifestó: muy fácil, porque así durante todo el año nos recordamos aunque no nos veamos, que eso es la fe; y año tras año, nos vemos en el mismo lugar y en el Viernes de Dolores para hacernos la devolución de esa bola de cera, de esa forma pensamos durante el resto del año el uno del otro aunque no tengamos la oportunidad de vernos el resto del año al vivir distantes el uno del otro. Como conclusión de estas dos vivencias, a medio apunte, vienen a demostrar la fuerza de la Semana Santa Zamorana. ¡Como queda marcada en la vida de las personas para siempre ,las que procesionan y las que están en la acera¡. Miguel Angel Lozano de Lera





Y allí estaba ella. Forma parte de mis recuerdos, de los más profundos, de los más tempranos y de los más revividos. Y así era, repetido año a año desde mis apenas vividos cuatro años hasta mis poco experimentados 13. Era siempre un Sábado, un sábado que saltaba en diferentes fechas del calendario. No siempre en el mismo lugar, comencé viviéndolo quizá a la entrada del Puente de Piedra, sin duda, era allí. Allí busque durante cuatro años con mi inquieta e inocente. Allí busque durante años sus ojos, esos impresionantes ojos verdes que estaban allí esperando. Y allí estaba Élla, mirándome, esperándome; entonces, me unía a Élla. Mi Madre, que me enseño a vivir la Semana Santa desde otro sitio, desde la acera, la acera del esperar, la del ‘’Mira, ahí está papá’’. Y la miraba y la seguía, la seguía con la mirada, y caminaba a su lado, exhausta, cansada y mis pobres piececillos no aguantaban y me cogía. Cristina Salvador Varanda





Domingo de Ramos Según el refranero popular ‘’... Tres jueves hay en el año que relumbran más que el Sol, Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Asunción...’’ Pues yo añadiría otro día, que aunque no es Jueves, ilumina a la ciudad de manera especial, me refiero al Domingo de Ramos. De un tiempo a esta parte la salida del Museo de la procesión de la Borriquita ya imprime carácter dentro de nuestra Semana Santa. A sus puertas se dan cita Cofrades y numeroso público que desea presenciar el ya solemne acto de iniciación de este desfile religioso con oración, lectura del evangelio y bendición de palmas y ramos, que se elevan al cielo en honor a Jesús. Se da la circunstancia que en alguna ocasión ha sido el propio obispo el que ha protagonizado este simbólico momento. A continuación las amplias puertas del Museo se abren y todos jubilosos vemos aparecer, avanzando lentamente, al grupo escultórico de Florentino Trapero, a la vez que la banda interpreta el Himno Nacional, esa música que nos agrupa a todos los españoles en un proyecto común.

¡¡Claro que el Domingo de Ramos relumbra más que el Sol!! Zamora entera está en la calle pero además de permanecer en las aceras, participa activamente ya que por cada niño o niña hay varios familiares que durante el recorrido disfrutan más que los pequeños acompañando al redentor que mira gozoso a todos bajo la misiva triunfal y el agitar de palmas en señal de alegría en jornada tan señalada. Paciente la Borriquita Transporta al Salvador, Las palmas sirven de marco Para que el hijo de Dios Proclame su realeza Preludiando la Pasión. Desde pequeño y con todos los chavales que jugábamos en “Las Cortinas de San Miguel”, vistiendo las mejores galas ya que “... El que no estrena el Domingo de Ramos, no tiene manos ...” acompañábamos a La Borriquita y después de la procesión, en la empedrada calle, hoy arteria principal de Zamora, volvíamos a escenificar el desfile tarareando las marchas típicas de la Semana Santa que desde muy chicos nos las sabíamos enteras. El Domingo de Ramos en Zamora es bullicio, alegría y amor colectivo al hijo de Dios, sobretodo del banquillo de la Semana Santa como son los niños y niñas en sus primeros años. Jose Marcos Diez. Hermano honorífico de la Verónica





Dos rostros de Caido Mi nombramiento como capellán de la Hermandad de Jesús en su Tercera Caída ha sido sin duda la ocasión para despertarme un afecto especial hacia esta procesión, que nació el mismo año que yo, pero que no había tenido una especial significación para mí frente a otras quizá más espectaculares. Todos sus elementos ofrecen una belleza singular, pero es su impresionante imagen titular la que me asombra y me conmueve. Antes de su estreno en 1947 la Hermandad salió en procesión con otra imagen de Jesús Caído, cedida por La Congregación y aislada del grupo escultórico del que forma parte. Es una imagen más modesta que la actual titular, pero también entrañable para los zamoranos. Son dos nazarenos caídos, en posiciones diferentes y con rostros más distintos aún, pero ambos expresivos, sugerentes, trasmisores de mensaje que puede ser acogido y meditado por quienes ven en las imágenes y en las procesiones algo más que una obra de arte o un bello espectáculo.

Derribado bajo la cruz y rodeado de personajes que lo increpan, se divierten o lloran con impotencia, el Señor de “La Caída” parece mirar con dulzura y con tristeza, exhausto y sin ver, a quienes desde la acera contemplamos su paso con curiosidad, con indiferencia o con dolor. Su boca entreabierta provoca un diálogo: “Pueblo mío, ¡qué te he hecho o en qué te he ofendido? Respóndeme” El Jesús de la Tercera Caída parece aplastado por una enorme cruz que no termina de soltar, como significando que quiere ser fiel hasta el final. Esa cruz tiene sobrecarga, es más pesada que un mero leño, porque, recordando al Profeta, “Él llevó sobre sí nuestros dolores y soportó nuestros sufrimientos…El Señor cargó sobre él todas nuestras culpas”. Su rostro no muestra fatiga ni abatimiento, es una faz serena, de trazos fuertes y rasgos semitas, de mirada profunda y expresiva elevada a lo alto, hacia el Padre, a quien parece ofrecer sin amargura la tremenda injusticia que soporta, o a quien suplica la fuerza necesaria para culminar el sacrificio. Ante el primero se experimenta la tentación de bajar la cabeza avergonzado, o la necesidad de responderle: “Solo nos has hecho bien, perdona, Señor, nuestra ingratitud”. Y ante el segundo, ese rostro provoca ánimo, para no dejarse abatir por los fracasos y para hallar la fuerza que permita volver a intentarlo. Dos rostros, como tantos otros de nuestra celebración procesional de la Pasión, que nos hablan a gritos desde su silencio y que buscan respuesta. Agustín Montalvo





Son las doce en punto. Desde la Iglesia de San Vicente hábitos monacales se disponen a tomar la ciudad. El crepitar de las antorchas se escucha junto a los sones del Coro, bajando por Balborraz. Minutos antes, los hermanos rezan el Vía Crucis en el interior de la Iglesia, junto a un Crucificado sin vida, que inclinado sobrecoge los corazones de todos aquellos que lo ven pasar muy cerca de ellos por las calles de nuestra vieja ciudad. Un Cristo de Buena Muerte que me bautizó junto a su regazo. Silentes los penitentes caminan, descalzos pies sobre el suelo frio de la noche, cruzan la ciudad para acompañar al Crucificado. Al llegar a Santa Lucia, como espectrales voces el “Jerusalem” suena, para acompañarlo en la plaza, y de nuevo los penitentes otra vez se ponen en marcha. Silencio se oye en la noche, junto con suaves pisadas, de aquellos pies descalzos que continúan su marcha. Las campanas a su paso, sobre Iglesias románicas, tañen sonidos de hermandad, penitencia, justo a su paso por el

arco, el arco de Doña Urraca. De nuevo las antorchas con su crepitar acompañan, consumidas por la vida, el cortejo hasta su llegada. Fue en aquel templo entonces donde la procesión llegaba, la Iglesia de San Vicente donde tañen las campanas. Un momento para los Hermanos, dentro del templo, el mejor que mis ojos hayan presenciado, pues me siento afortunado. Un último canto “Vexilla Regis” para cerrar el templo, muy despacio el Cristo avanza por el centro, mientras cientos de antorchas dejan su destello sobre su costado. Despacio como si no quisiese llegar, los hermanos cantan una última oración en la mejor recompensa que un Cofrade de la Buena Muerte puede tener. Aquel Cristo deja caer su cruz y su cuerpo sobre las escaleras del altar de la Iglesia y una última oración lo acompañan, antes de volver a su sitio, antes de volver a su posición, para presenciar durante un año cientos de misas, bautizos, comuniones y quién sabe si alguna boda. El Lunes Santo se cierra tras un Crucificado imponente … silencio, hermanos, antorchas … noche de Buena Muerte Juan Manuel Bragado Molina





Santa Lucia

Corría el año 1992 cuando el Zamora se jugaba un ascenso a Segunda División B contra el Celta Turista. Aquel partido se disputó en el mítico campo de La Vaguada, que para la ocasión, presentó un lleno hasta la bandera. En una de las peñas colocadas detrás de la portería alguien con una corneta hizo sonar el merlú, lo cual provocó que uno de los peñistas le dijese a otro: “¿A que no hay huevos de hacer una Banda de Cornetas y Tambores para Semana Santa?”. Frase milagrosa una vez más. Al año siguiente una

Desterró el repertorio castrense, que no zamorano, predominante en los desfiles zamoranos, para introducir marchas de cornetas y tambores propias de Semana Santa. Duros fueron los comienzos de aquellos jóvenes que, a base de observar a las más afamadas Bandas del país y compartir experiencias con ellos, fueron progresando e introduciendo un repertorio en Zamora antes nunca visto. En Zamora ya se sabe, lo que no gusta o no interesa es sevillano y no pega. Esa era la crítica, sevillano. Crítica de quien no pasaba de un quinto punto de corneta, de quien no era capaz de salir de tres voces en una marcha, de quien no conocía más repertorio que el de la mili, de quien veía cómo esa joven Banda crecía y crecía y la llamaban a los más importantes certámenes de España mientras aquí se seguía estancado en repertorios castrenses obsoletos incluso para las propias Bandas militares. Ajenos a ello, esta Banda seguía trabajando para seguir dignificando y engrandeciendo la procesión del Martes Santo. Dado el prestigio que se iban ganando con sus actuaciones, eran muchos los amantes de la música de cornetas y tambores que se acercaban a Zamora cada Martes Santo atraídos por la música y a los que el caminar del Nazareno y la Virgen de la Esperanza por el casco viejo invitaban cada año a volver. Eran un todo, Banda y procesión. Un espectáculo conjunto de gran belleza que entroncaba perfectamente con la Pasión zamorana. Un atractivo más eran estos sonidos la tarde noche del Martes Santo. Pero llegó un año en que la Banda ya no tocaba como antes, las cornetas sonaban distinto. Aquella música se había perdido. Como siempre en Zamora las envidias y los afanes de protagonismo dejaron morir el sentimiento. Se acabaron las quedadas en las escuelas de San Frontis para “quitar nervios” el día del Traslado, se acabó la subida del Pizarro y la bajada el Martes Santo por Santa Lucía donde la Banda ofrecía un “miniconcierto” con lo mejor del repertorio, se acabó el sonido de las cajas chinas y las cuartas voces. Ahora es distinto, simplemente distinto. Quedan los recuerdos, las vivencias, poco más. Como tantas cosas en esta Semana Santa aquel sonido es una lejana historia. No es momento de buscar culpables ni hurgar heridas. Lo pasado pasado está. Pero del pasado a veces es bonito rescatar recuerdos entrañables que esta Banda dejó en mucha gente, pues también, aunque algunos se empeñen en negarlo, esta Banda fue y es aún querida. Por cierto, el Zamora perdió aquel ascenso con un gol en el último minuto, pero ascendió años más tarde y hoy sigue en Segunda B. Y es que nunca se sabe lo que deparará el futuro…

nueva Banda, conducida por estos dos peñistas futboleros, desfilaba en la Semana Santa de Zamora acompañando al Nazareno de San Frontis y la Virgen de la Esperanza. Desde siempre la procesión de la Cofradía de Jesús del Vía Crucis ha contado, en su inicio, con música de cornetas y tambores. La antigua Cruz Roja, actual Ciudad de Zamora, abrió la procesión con sus toques militares hasta que en 1993 debutó, un 1 de abril, la Banda propia de la Cofradía. Fue Banda aquella innovadora en lo que a la música semanasantera se refiere. Roberto Felix Fuentes





Martes Santo. El abrigo en la percha. Una cena rápida. La duda y la conclusion. -Me voy-. Una veintena de kilómetros te separan de la ciudad por la carretera que corre paralela al Duero por su margen izquierda. -Viniste-. Cargaste con frecuencia con los dolores de Era la primera vez que vivirias experiencias de la todos. Con los tuyos. Eres la mujer que no abres Semana Santa de Zamora. la boca. ¿Donde tus quejas?. Elejiste la procesión de las Siete Palabras. ¿Siete llamadas?. Buscaste y encontraste. Sola, pero no tanto. Algo, alguien te llamaba. Buscaste un sitio. La procesión serpenteaba por la cuesta de San Cipriano y desde lo alto, para no perder la vista del Duero y sospechar a lo lejos tu casa en el pueblo donde Isabel la Católica y Juana la Veltraneja pusieron fin a sus diferencias. Pagaron otros. Sufrimiento del pueblo. Sufrimiento injusto de los hombres. Sufrimiento de Cristo; injusto. Leías la primera palabra, la segunda, la tercera, y así hasta la séptima. Cada una, una explicación, un sentimiento, una razón y seguramente un reflejo. Empezabas, estrenabas una vida nueva como tantas veces renacida. Ilusiones, sentimientos. En la primera palabra te acordabas de los que te olvidaron, de los que te negaron, de los que te gritaron; entre labios los perdonas. En la segunda palabra piensas en tu Paraíso. La tercera recuerdas el alivio que proporcionan tus padres cuando acudes a ellos. En la cuarta de los que te abandonaron, de los que no estuvieron; de los que no están. Tengo sed; la quinta. Recuerdas las veces que queriendo callar has gritado, has pedido y, ¿Que has encontrado? ... ... Todo está cumplido. Lees, una, dos, tres veces, mas veces. Dios Mio ¡cuanto tengo que hacer!, ¡cuanto tengo que cumplir¡. Levantas la vista. Al final la última y según lees te encomiendas a Él. Este año será distinto; mas lucha, pero distinto. Vivirás y participaras de todas; de todas las procesiones. Se que quieres participar en alguna desde dentro. ¿Cual?. J. Salvador





“Todos los que un Miércoles Santo morimos un poco con Cristo, esperemos algún día resucitar con Cristo. No vano el Jueves regresa la Virgen de la Esperanza. Santísimo Cristo de las Injurias,rogad por nosotros. AMÉN”. Acaban de cumplirse 1979 años en que a Cristo lo condenaron a muerte colgándolo de un madero. Cuando ya han transcurrido ochenta y cinco años desde la fundación de la Cofradía del Silencio, ostentando en la actualidad el título de “Real”, debemos meditar sobre los hechos sucedidos en aquel tiempo, pensando que Cristo sigue colgado del madero. Lo vemos en esa maravillosa imagen del crucifijo que, procedente del derruido monasterio de Jerónimos extra-pontem, se venera en una recoleta capilla de nuestro primer templo. ¿Cristo sigue colgado del madero? ¿Lo que vemos en el Santísimo Cristo de las Injurias es un recuerdo de lo sucedido entonces o es una realidad actual? Aunque solo fuera por rememorar aquellas trágicas jornadas, bien valdría la pena, al pasear por el parque aledaño a la Catedral, penetrar en ésta y hacer una visita a ese Amigo que nunca falla y que nos espera con los brazos abiertos. A pesar de todo, Cristo sigue colgado del madero. Los problemas actuales lo siguen crucificando a cada instante. Nuestros

problemas de los albores del siglo XXI repiten cada día lo sucedido en la primera Semana Santa de la historia. Hoy día somos incapaces de cargar con la cruz de nuestras obligaciones, que tratamos de evitar, descargándolas de nuestras espaldas hacia las del prójimo. Así las cosas, Cristo sigue agobiado bajo el peso del madero, síntesis de todas nuestras faltas y debilidades, camino del Calvario que le llevaría a la muerte. La solución a los problemas de hoy está en la imagen de lo sucedido entonces. Volvamos con frecuencia por la Catedral; en una capilla del lado de la Epístola, Cristo nos espera desde lo alto de la cruz con los brazos abiertos todos los días del año. Es tan grande el fervor que el pueblo de Zamora siente por esta bendita imagen, que en la noche del Miércoles Santo se desborda por completo, siendo insuficientes las naves catedralicias para contenerlo, teniendo que manifestarse en nuestras calles y plazas, donde al paso de Cristo crucificado, escoltado por innumerables cofrades blanquirrojos, ofrecen su silencio como ofrenda perenne entre olores de incienso a sus pies. En la tarde del Domingo de Pascua he vuelto, una vez más, por la Catedral. Después de acallados los ruidos de los cohetes, músicas y algarabías, que por la mañana cantaron la gloria de la Resurrección, el Cristo de las Injurias está de nuevo en su capilla catedralicia como si nada hubiera sucedido. Allí he estado un buen rato dialogando, más bien monologando con mis problemas, porque se que mi Amigo de la Catedral me escucha siempre. A pesar de la aseveración de San Pablo, al salir a la calle surge en mi mente una duda: ¿Cristo ha resucitado o sigue colgado del madero? Arturo Corrales de Vega





Otro milagro de la primavera A veces la ciudad viste sus tinieblas bajo un telón oscuro que enmudece las gargantas. Un lienzo impenetrable que convierte las miradas en nubes de pasión donde el silencio anida y cubre todos los ámbitos que cobija la madrugada. A veces vuelve abril a la ciudad ocre, casi al amanecer, a tientas, y entonces la vida se quiebra entre carracas y sonidos torvos de bombardinos que vivifican, por unos momentos, la memoria turbia de los hombres. Es miércoles, es nisán y ellos lo llaman Santo. Son hombres de abril; regresaron todos a la llamada térrea, alguno desde lejanos puertos hasta esta costa del Duero. Los veréis como yo, conformados a la usanza de vieja capa alistana, capa de honras de Tras os Montes, al abrigo siempre mágico del románico. Y pienso en ellos, en esta primavera sacra que devuelve a sus hijos como la marea del rio rompe nuevamente sobre la orilla. Escucho aún rendido esta letanía eterna entre abrojos que los concierta, que paso a paso, los camina sobre antañona plaza y creo en este su misterio eterno como en la febril llamarada que desprenden los faroles que guían su senda. Y Cae lóbrega la noche, ellos, al tañido hueco de la campana, alzan a Dios crucificado por los amaneceres de las rúas,

apenas sin luz que los distinga, en un silencio tenebroso que detiene todos los tiempos del mundo. Cruzan la urbe en sencillo cortejo místico y la vida, - las vidas de la ciudad - , detienen su palpitar porque este Dios de cardos y calaveras derrama su muerte en cada rostro, en cada acerado tañido de matraca, en cada miserere de Aliste que entonan sin más eco que las estrellas. La muerte se va apagando entre huellas perdidas, y ahora aquí, Jesús de Olivares, recorrido en parihuela hacia el añoso atril de San Claudio, sin oropeles vanos, ni panes de oro que dulcifiquen tanta tortura vuelvo a tu derrotada estampa, Cristo nuestro de cada día, tan sólo, tan vencido Tú, como quienes hoy desprendiéndose de la noche meditan al asombro del reflejo enorme de tu sombra sobre sus moradas Viejo Cristo al que hoy te guardan entre murallas feudales, nacido del orfebre humilde de los barrios bajos, un día regado de espinos y mieses secas, deslizas tu paso entre crepúsculos y veredas en lejanía y el hombre ya sin más ropaje que el espejo ante su Creador muriendo, retorna a ti, al secreto íntimo de la redención con el candor sereno de quién acaso sólo espera ya otro milagro de la primavera.

Fco. Javier Vidal Hernández





A La Virgen de la Esperanza La mañana del Jueves Santo se tiñe de verde, verde esperanza, porque la Virgen regresa a la Catedral, su templo habitual de culto, después de haber permanecido durante unas cuantas horas de retiro en el convento de las monjas dominicas dueñas del barrio de la margen izquierda de Cabañales. Cuando los primeros rayos del sol, casi siempre abrileño, resplandecen en lontananza, alrededor de dos mil damas (abuelas, madres

e hijas) perfectamente enlutadas y ataviadas de peineta y mantilla española, a la vieja usanza, uniformadas con riguroso abrigo negro, acompañadas por varios cientos de hermanos de túnica, que lucen hábito de raso blanco, capa y caperuz verdes, se encaminan apresuradamente hacia el antiguo convento para ser testigos de la salida de la Dama en su nuevo recorrido. Nuestra Dama se estremece sobremanera al contemplar impávida esta ruidosa aglomeración de gentes y emprende su andadura con los brazos abiertos sumergida en un triste

llanto porque le han arrebatado al Hijo para llevarlo a la cruz. Lentamente, con dulzura, elegancia y rostro notoriamente doloroso, inicia su regreso. Atravesando el viejo puente románico y anónimo, el viento la sorprende agitando las blancas ropas de su túnica y no puede evitar que unas lágrimas se deslicen por sus mejillas. El cortejo se encamina escrupulosamente organizado atravesando la judería zamorana para acabar enfrentándose a la emblemática y eterna calle de Balborraz para iniciar la subida. Parece que nuestra Dama levita sobre la alfombra floral multicolor que denuncia la llegada de la lujuriante primavera, y se la ve enhiesta sobre el trono de la soberbia carroza, autoría que corresponde al artesano zamorano Luis López y al artista madrileño Gabriel Barranco. Todo está preparado para el momento solemne de la subida por la empinada cuesta y los 28 hermanos de paso inician lentamente su ascenso arropados por una banda de música, que sin descansar y a tirón, como si de una penitencia se tratara, elevan la carroza a los sones de la marcha saetera del poeta A. Machado y música de Fernández de los Ríos. Contemplar este solemne e indescriptible momento, hace difícil evitar que aparezcan lágrimas de emoción y que forasteros rompan el silencio de las gentes con furtivos aplausos en la resplandeciente mañana.. Una vez recuperado el aliento de sus cargadores por el sublime y tremendo esfuerzo realizado, el desfile se encamina hacia su último destino atravesando plazas y rúas. Ellas, con la mirada al frente y rosario entre sus manos, imploran a la Dama que les conceda la gracia solicitada y los hermanos cofrades cierran y festonean el cortejo pausadamente. Los hermanos pioneros de esta cofradía han visto cumplir sus 50 dorados años de permanencia en nuestra Semana de Pasión y gracias al desvelo continuado de las juntas directivas que hacen posible el milagro cada año de mantener y conservar en perfecto estado todo el rico patrimonio que atesora la cofradía y en particular el bello manto de terciopelo, cuajado de cientos de estrellas perladas, bordadas sobre hilo de oro, en las que figura el nombre de sus donantes. Vaya el reconocimiento para todos los hermanos en general, que desde la sombra ponen toda su ilusión y esfuerzo para que se produzca cada año el milagro de ver y sentir una vez más este acontecimiento.. Emilio Jesús Alonso Fagúndez





A tu vera Me sigo empeñando en emocionarme con todo y no hay forma. Llegue cuando llegue a Zamora, después de tanto esperar. El Miércoles (antes parece que es imposible) antes del Juramento para oír al la Alcaldesa y al Obispo pero sobre todo para ver esas nubes gallegas que se repiten puntualmente, se dibujan justo hasta el cimborrio y te dejan la espalda helada. ¡Qué belleza, Dios mío,

qué exactamente se posa el Cristo en al atrio como si hubiera sido tallado sólo para eso!. Hay emoción, desde luego, pero ni me tiemblan las piernas ni me atraganto con el incienso ni me dejo llevar por esas pinceladas grises del cielo que le dan al rojo cardenal de los capuces el tono exacto, un fondo perfecto para ese barroco del siglo XX que se inventaron mis parientes. Las Capas me estremecen, claro que sí, y resoplo cuando busco el rincón perfecto, el frío preciso,

huyendo de la catarata de flashes que distraen al Cristo del Amparo y ni se queja. Y persigo a los oboes y a los fagotes, trato de adivinar qué está tocando el bombardino, tengo la lágrima a punto, pero no. Aunque del Duero Duradero suban vaharadas de recuerdos que se me confunden en la boca del estómago con el revuelto de ajetes o, vete a saber, con media hora de estar como suspendido en el tiempo, que lo estoy, que de tan poco pensar se me encabalga el gótico al románico y de repente es Franz Schubert el que le pone la banda sonora. Lo que son las cosas. Porque el Jueves ya es otra cosa. ¡Cómo me gusta haber descubierto la Esperanza, hace tan poco, cruzando el río!. Antes nos levantábamos tarde, la veíamos pasar por la Renova y a otra cosa. Ahora hay tela que cortar desde el principio hasta el final, Las procesiones mañaneras tienen un descaro único, una frescura que invita a la sonrisa, al saludo casto, a la mueca trompetera que lleva a la Virgen un poco demasiado deprisa pero con el tiempo exacto. La emoción, entonces, está en el desperezo, en la zalamería, en la sensación de trajín festero. Y a la Vera Cruz, que mi padre siempre siguió llamándole “la de Ladis”, con el estómago lleno, la sobremesa gloriosamente interrumpida y una prisa. ¿por qué?, quizás porque por fin es fiesta y a las cuatro y media en punto, en Zamora, comienza la Pasión del Señor. Entonces medio me escondo a la puerta del Museo, para no ver a nadie, a ver formar la procesión, que es lo que más me gusta. Como si fuera cosa mía, jugando a los pasos y a los nazarenos, que esa sí que es una procesión nazarena, con música de verdad, con padres que llevan a sus hijos puro en la boca, con un olor, ¡Dios!, que no he podido encontrar en otro sitio. Ni esa tarde ni a esa hora. Es ese desorden inicial, por fin, el que me emociona, esas sonrisas abiertas, ese regüeldo de amor y esa luz picante que envuelve a mi Calvito cuando sale, como trastabillando, a hacer soñar a los niños de Zamora. Entonces es cuando las lágrimas siempre a punto me hacen reconciliarme con el mundo y, ahora sí, me dejo llevar. Y no se lo cuento a nadie. Manuel Allué.





Que esta fuera mi primera hermandad y mi primer desfile no fue algo casual, sino todo lo contrario; fue algo decidido desde el día que mi padre me llevo a ver cantar el miserere, ya que mi hermano pertenecía al coro. Aquella era una noche castellana, muy fría y estrellada, y todo se magnificaba en aquella plaza de Viriato, (por lo menos es como se quedo grabado en mi recuerdo, con aquellas voces resonando de manera especial). Era como estar en una catedral cuyas columnas eran árboles y

la bóveda el propio cielo estrellado, y aquel salmo 50 de David inundaba por completo la magnifica catedral, que estaba completamente iluminada por las velas rojas de los hachones que llevaban los cofrades. Eran dos cordones de luz y entre ellos, de repente, apareció Él, Nuestro Yacente, aquel hombre muerto de rostro sereno, pero con las marcas de su sufrimiento, en parihuelas, como un hombre llano cualquiera, o como decía mi padre, como un hombre pobre castellano. Las voces sonoras y potentes que se conjugaban con

el silencio que manteníamos todos y con la imagen del Yacente enfrente de nosotros, fue un momento indescriptible, una amalgama de sentimientos que desde entonces se han quedado ahí dentro y nunca se borraran. Tardé poco en insistir a mi padre que me dejara apuntar, que yo quería ser del Yacente, y gracias a un amigo de infancia, le convencimos por fin y me apunté. Fueron casi 10 años de espera, y aunque me surgieron oportunidades para salir en otras, prefería esperar ya que me prometí a mi mismo que el Yacente sería mi primera hermandad. Desde entonces, son muchos los recuerdos y los sentimientos vividos, pero hay dos que los guardo en un lugar especial. El primero fue del día que me impusieron el medallón en el rito de entrada; mi madre y mi padre me acompañaron, y éste debía también recoger el medallón de ese amigo de infancia que no vivía aquí y le pidió el favor. Todavía recuerdo a don Juan Encabo diciendo mi nombre y yo todo nervioso, pero a la vez orgulloso, recibiendo la cruz griega con el aro de espinas y los tres clavos; ese día era la persona más feliz. A continuación dijeron el nombre de mi amigo y mi padre, que ya tenía cierta edad, salió a recogerlo; entonces don Juan, que le conocía, bromeó: “¡Pero mira el “abuelo” que contento viene a recoger la medalla del nieto!”. Mi padre se reía, y mi madre y yo más aun, y cuando volvió al sitio que ocupábamos me dijo: “¿Ves que fácil es conseguir el medallón? ¡Y sin esperar 10 años!. El otro recuerdo tiene que ver con la primera vez que canté el miserere, otro momento que jamás olvidaré. Aquella noche de Jueves Santo era perfecta, un poco fría, pero totalmente despejada con la luna iluminando todo. Llegué como siempre pronto a nuestra iglesia, Santa María la Nueva, me dirigí a mi querido Yacente para saludarlo como a un buen amigo y para charlar con él; luego saludé a los hermanos que ya estaban allí, elegí mi hachón como de costumbre, remangué bien mis pantalones, para que no se vieran por debajo de la estameña y me coloque en el lugar reservado para los cantores. Desde este momento hasta que salí por las puertas de la iglesia, fue como un flash, todo ocurrió muy rápido, y me vi inmerso en la procesión, en las primeras filas. Ir abriendo la procesión te permite ver las primeras expresiones de la gente, como pasan de un estado de espera, a un estado de silencio y respeto. En el trayecto que recorremos cada año hasta llegar a la plaza de Viriato, el silencio de los hermanos y el sonido seco y casi rítmico de los hachones al golpear contra el suelo



al caminar, te transportan a un estado en el que te da tiempo a reflexionar, meditar, a hablar con Él, a pensar que es una pena que tus padres no te puedan ver esa noche, la primera que cantas, por no recuerdo qué problema había surgido... y con estos pensamientos, de repente llegamos cerca de la entrada de la plaza. El murmullo que se escuchaba me hizo salir de ese estado de meditación, hasta que de repente se hizo el silencio y entramos en Viriato sólo iluminados por la luz de nuestros hachones. La plaza llena de gente impresiona cuando eres de los primeros, ya que ves como todos te miran con expectación. Los hermanos cantores nos dirigimos hacia la plataforma donde debíamos subir a cantar (menos mal que había un hermano controlando esa entrada, porque con los nervios que llevaba en ese momento, me la hubiera pasado). Me quité el caperuz, y con el hachón todavía encendido vi una mano que se alargaba hasta mí y me decía: “Hijo, trae acá, que yo los sujeto mientras cantas”. Y allí estaba mi padre, con mi madre detrás; en aquel momento me tranquilicé y sentí el calor de mi padre, ese que siempre he sentido en los momentos difíciles y que te da aliento para continuar. En ese instante era el hombre más feliz del mundo, y aquella noche, en la

que entoné por primera vez el Miserere en Viriato, quedó grabada en mi retina y en mi corazón. Al terminar, mi padre me dio mi caperuz y mi hachón, mientras yo le preguntaba: “Papá, ¿qué tal ha sonado?, y él me decía: “Bien, no habéis desafinado mucho”, y me mostraba una sonrisa de complicidad. Desde hace cinco años todo es un poco más amargo, mi padre nos dejó, y aunque sé que está junto a nuestro Yacente, una parte de mí lo echa de menos y querría que estuviese todavía aquí. Ahora en el recorrido hasta Viriato voy hablando con mi padre, le voy contando todo como antes, y sé que él me escucha, y me anima, porque cada vez que entro en Viriato para ir a cantar, siento como su mano me sujeta el hachón y el caperuz, y al terminar me los devuelve y me dice: “¡Pues este año tampoco habéis desafinado mucho, se ha oído estupendamente!”. Os mentiría si dijera que al ponerme el caperuz de nuevo no se me pone un nudo en la garganta… Y cuando al finalizar el desfile me acerco a mi Yacente y me despido de él, en ese momento siento que mi padre me dice: “No te preocupes que estoy bien, en buena compañía y siempre a tu lado aunque no me veas”. Tomás Mateos Arribas



Del balcón a la plaza

(Crónica de una congregante especial) Corría el año 1908, cuando la Junta Directiva de la Cofradía de Jesús Nazareno, vulgo Congregación, dio de baja a varios hermanos de La Caída “no solo por la desobediencia en la procesión, sino también por el escándalo que dieron comiendo en ella chorizos y otros manjares”. Y es que, aunque referenciada en esa fecha, de siempre en la mañana se han

degustado, se degustan y se degustarán las más variopintas vituallas aún a pesar de puristas y falsos tradicionalistas. Por ello no fue nada original la ocurrencia de un hermano una madrugada de Viernes Santo, cuando, buscando cómo innovar en la procesión reparó en mí, que tranquila descansaba colgada de una alcayata a la intemperie de un balcón. Poco podía imaginar dónde me llevaban a esas intempestivas horas, de paz y tranquilidad todo el año pero extrañamente

de bullicio ese día. De repente me encontré en mitad de la Plaza entre una gente apretujada muy rara. Todos vestían de negro y alzaban al cielo unas cruces de madera cantando y gritando sin cesar. Por fin sonó el reloj de la Plaza y tras cinco campanadas unos tambores se impusieron sobre toda la algarabía. Entonces aquello se puso en marcha. Fue mi primera madrugada de Viernes Santo. Poco a poco vi por qué estaba allí, y es que cada vez que alguien decía en la acera “una almendra, una almendra” el que me había llevado me enseñaba y la reacción era de estupor, como quien ha visto un fantasma o de risa fácil, como quien ve algo que no espera ver. Y es que yo, que he sido siempre una longaniza de chorizo bien parecida, nunca pensé que me llegasen a confundir con una almendra garrapiñada, por más que en la noche podamos dar el pego por compartir color, y más si me cortan en rodajitas suculentas a cualquier paladar. La procesión continuaba y me hice la sensación de la noche, salvo cuando aparecían unos señores que en vez de cruz llevaban vara, que entonces me escondían rápidamente entre el laval negro. Yo, que soy lista, enseguida identifiqué un sonido, que antes tarareaban en la Plaza y que ahora tocaban las Bandas, la marcha de Thalberg, que por la pasión con que movían esas figuras de madera y era tarareada supuse enseguida que era el himno de Zamora. También me llamaron la atención dos señores, que como por arte de magia, cada vez que tocaban la corneta y el tambor hacían que todos se parasen y el público rezungase “otro puñetero fondo, ya está bien”, pero claro, esas figuras no se mueven solas y esos pobres que van debajo también deben descansar, aunque por el olorcillo que notaba imaginé que no era la única de mi especie desfilando en la procesión, solo que alguna de mis congéneres debía tener mano con algún jerifante y la habían metido enseguida de hermana de paso, supongo que saltándose toda la lista de espera. En esto se hizo la luz y me encontré en las Tres Cruces. Pararon a desayunar y pensé que era mi momento de gloria, pero no, resulta que la gente en vez de degustarme a mí preferían otro alimento. Las sopas de ajo me relegaban al ostracismo y no pude disimular mi enfado, más aún cuando al ponerse en marcha la procesión de nuevo ya no me sacaban tanto. Y es que con la luz ya no parecía una almendra garrapiñada y no hacía la misma gracia. Encima corría el riesgo de que esos de la vara me descubrieran y se acabara mi procesión, pues yo carecía de medallón y aún no me había llegado el turno en la lista de aspirantes. Aún así entre el laval de la túnica pude contemplar la vuelta a la Plaza Mayor. Entonces ya sabía que las figuras que veía eran los pasos que bailaban a los sones de marchas fúnebres, especialmente la de Thalberg. También supe que esos dos señores que tocaban



eran el Merlú, tan popular que hasta le hicieron una estatua, y que de siempre se reparten almendras en la procesión. Total, que me gustó y volví más años, bueno, con la interrupción de uno en que un listo me degustó mientras esperaba en un garaje a que me recogieran para ir a la procesión. Otra vez me llevaron a San Juan a ver la salida del Cinco de Copas y es que ya conocía el ritual de la procesión y todo lo que pasa esa madrugada en Zamora: el baile, la salida, la subida al crucero, el desayuno, la reverencia, la bajada por Amargura, la vuelta a la Plaza y la entrada de los pasos. Y me hice partícipe del sentimiento, a veces mal entendido, de los zamoranos esas horas. Sentimiento de orgullo patrio. Procesión por excelencia, donde una almendra es obsequio valiosísimo destinado a quien ha hecho méritos durante el año para recibirla. Contrasta la alegría del zamorano con el dolor que se supone en el momento. Curiosa paradoja pero que hace grande a esta Semana Santa, mal que les pese a los puristas y a los fariseos de boquilla. Si algo descubrí los años que salí en la procesión es que en Zamora la Semana Santa es religión, sí, pero sobre todo TRADICIÓN, y una no se puede comer a la otra. Hay que ser zamorano para entenderlo y hay que respetarle como lo vive, sin decretazos marco de anillo y báculo. Llevo ya unos años sin salir, no sé si me hicieron emérita, aunque medallón propio nunca tuve o algún vara me descubrió y me echaron. Me cuentan que pudo ser por algún escándalo que algún ignorante espectador preparó en mi presencia, algunos que no entienden lo que es Zamora ni la procesión de la mañana. ¿Procesión de los borrachos? Eso creen algunos y con esa idea vienen a estropear la magia, pero no, es procesión de alegría por ser zamorano, y el que no lo vea así no tiene sitio ni en la fila ni en la acera. Una pena. Me cuentan que la cosa está difícil, que la desunión y la crisis pueden acabar con la Semana Santa. Sería una pena que algo tan sentido y que el zamorano lleva tan dentro se desvirtuase o se perdiese. Por favor, a quien corresponda, que eso no ocurra jamás. Palabra de longaniza de chorizo. Roberto Felix Fuentes



Santo Entierro. Qué curioso, el tiempo se ha tomado la libertad de cambiar los papeles. Así es, este Viernes Santo hay algo diferente en las calles de Zamora; no solo se ven hombres de luto a las cuatro y media en la iglesia de San Esteban. Para mí todo va mucho más allá del hecho de que las mujeres podamos salir por primera vez en la procesión de la Real Cofradía del Santo Entierro. Hay una foto en casa. Esa foto me transporta a aquel momento, al mismo lugar, mi primera Semana Santa, con apenas un mes mi padre me sostenía vestido con la tú-nica de terciopelo negro. Esta vez los papeles se han cambiado, no es mi padre quien coloca un cíngulo y un decenario en su cintura... Vale, sí, lo está colocando pero me lo está colocando a mí, supongo que me toca recoger el testigo, continuar la tradición semanasantera de mi familia. Han pasado ya 13 años desde aquella foto, no puedo evitar dejar de mirarla, me parece que los segundos se me escapan entre las manos. Una última revisión; cíngulo,

decenario, guantes, caperuz, vara... Sí, está todo listo. Es increíble, la pasión, el sentimiento que tiene mi padre hacia la Semana Santa han conseguido hacerle llorar al colocarme la medalla. Llega la hora, voy hacia el comedor, allí me esperan mis abuelos, ellos, que se encargan de custodiar todo cuanto tenga que ver con la Semana Santa. En el corto trayecto que he de recorrer entra la plaza de Santa Eulalia y San Esteban veo muchas más mujeres, no sé si en mi misma situación, pero sí cercana, todas caminamos pensando hoy habrá pocas como nosotras, somos pioneras. Una vez en San Esteban, como otro año más, toca esperar, este por suerte se pasa más rápido aunque, he de admitir, me recorre una extraña sensación de agobio el pensar que, por motivos meteorológicos la procesión no saldrá, que el Cristo de las Injurias, Longinos o la Virgen de los Clavos, sin olvidarnos de Cristo muerto no van a dejarse ver este año por las calles de Zamora. Pasa un rato, pero por fin todo empieza. Voy encabezando el desfile. Curioso, lo sé, pero solo soy capaz de pensar: ¡por fin! y si soy sincera, también me viene a la cabeza la idea de que quizás dentro de unos años, sean mis propias hijas quienes procesionarán vestidas con el terciopelo negro. Cristina Salvador Varanda





Parece que fue ayer… Parece que fue ayer y como pasa el tiempo… El recuerdo sigue vivo: el abrazo materno al sentir sus carnes calientes; la caricia de su aliento sobre el frágil cuerpo desnudo; una lágrima que cae sobre su cabeza, como surgida de la nada. Hoy veo la misma imagen maternal con el fruto de sus entrañas sobre el regazo. El semblante sereno y la tez pálida como resabios de una jornada angustiosa. En mi mente retengo el recuerdo, la vida… la emoción. En la calle veo el dolor, la aflicción… el sufrimiento. Sentimientos encontrados que se unen indisolublemente en mi corazón. Parece que fue ayer cuando solo eras una ilusión y hoy tu presencia es una realidad. Tu sola contemplación me da fuerzas para abrirme camino en la difícil senda de la vida. Por ti, por lo que representas para mi, renazco cada día y vuelvo a ser yo mismo con mas fuerza. No quiero que ningún dolor enmascare tu eterna sonrisa. Tu inocencia es la razón de mi existencia. La Madre volverá a la calle,

perfumando de incienso su presencia, llevando angustias por todos los rincones de la noche y yo te llevaré a ti de la mano para mostrarte su Pasión. Caminaremos juntos tras la Madre, la Nuestra, la de Todos. Te enseñaré a quererla como yo la quiero. Tu corazón irá cosido al suyo bajo la blanca estameña que lucirás en tu primera procesión. Junto a mí, contemplarás la suave cadencia con que la mecen a la luz de miles de pabilos sigilosos. Ahora es pronto para que sepas más cosas pero un día, no muy lejano, tu también te estremecerás al contemplar el porte majestuoso de su presencia en la tenebrista noche del Viernes Santo. No lo olvidarás. Parece que fue ayer y ya han pasado seiscientos años de pasión por las calles de nuestra ciudad. Seis siglos cargados de una historia de la que ahora tú vas a ser partícipe. Si, parece que fue ayer, y ya han pasado tres años desde que vi tu rostro por primera vez. La misma escena maternal… Y una misma Madre con los ojos enjugados en lágrimas, pero no de angustia, sino de emoción contenida. El mejor recuerdo para un padre. Gracias a las dos por obsequiarme con los bienes mas preciados de este mundo: la vida y la ilusión. Juan Carlos Izquierdo Domínguez





Sentimientos

Mi madre desde que era muy pequeña me enseño que por las noches, cuando me fuera a acostar, le rezara a la imagen de la Virgen de la Soledad, que en la cabecera de mi cama, velaba para que mis sueños fueran como el de los angelitos que con Ella están en el cielo. Ahora cuando me pongo a rezar y miro para su cara, en la que veo tantas expresiones, es como un libro para mí, su rostro relata las más bellas y tiernas páginas que jamás una persona pudiera escribir. Su mirada triste y llorosa dejan caer unas lagrimas de ternura, que solo con mírala fijamente, se ve en ella el sufrimiento y la soledad de una madre que ha perdido a su hijo y que en silencio lo eleva al más alto nivel. Aunque esa soledad se convierte en multitud cuando tantas y tantos zamoranas y zamoranos la vemos enlutada y con un rosario en sus tiernas manos el día de Sábado Santo transmitiéndonos ese dolor que lo sentimos tan dentro. Todas las que la acompañamos nos sentimos solas espiritualmente pero siempre arropadas por ese negro y bello

manto, nos unimos a ti en la plaza con esa infinita devoción que sentimos en lo más profundo de nuestra alma cuando cantamos la salve al finalizar la procesión y alguna lágrima derramamos porque de ti Virgen de la Soledad esperamos tu perdón.

Virgen de la soledad Virgen de la Soledad, Que aguantaste con Amor, Con ternura y humildad, Ese terrible dolor, Fruto de la humanidad. Hoy Zamora está rezando, Para obtener tu perdón, Y al cielo todos mirando, De rodillas esperando, Recibir tu bendición.

Ana Pérez Prieto Emiliano Pérez García





Sentido Común Corría el año 2016, concretamente el mes de abril, cuando Zamora cerraba brillantemente una nueva edición de su Semana Santa. La Virgen de la Alegría entraba a los sones del himno nacional de España a su casa de Santa María de la Horta. Un año más el epílogo de la Semana Santa dejaba un poso de Amargura entre el zamorano y el visitante. La alegría de la resurrección en la Plaza con el encuentro y los disparos de escopeta devolvían a esta vieja ciudad zamorana a su realidad de siempre. Había sido una Semana Santa brillante,

con una climatología excepcional y un gentío impresionante en las calles zamoranas. De nuevo Zamora se ponía al nivel de Sevilla en cuanto a cobertura mediática e interés en España y en el Mundo. De hecho, la Semana Santa de Zamora se estaba convirtiendo en un icono de las fiestas populares nacionales en seria competencia con los sanfermines, las fallas o la Feria de abril. Atrás en el olvido habían quedado los años sombríos, aquel 2012 donde se tuvo hasta que cerrar el Museo porque no había un euro y todo el Mundo daba la espalda a unos regidores semanasanteros caducos y sin ideas.

Aquel 2012 fue el colmo, el no va más que un grupo de jóvenes semanasanteros escogió para dinamitar las bases de esta popular celebración. Propusieron una unión de cofrades cuya primera medida fue provocar una moción de censura en cada una de las directivas cofradieras, para, una vez liquidados los caducos gestores, tomar las riendas de una no menos caduca Junta Pro Semana Santa. La Semana Santa de Zamora era un enfermo en coma al que nadie tenía agallas de meter el bisturí. Ellos lo hicieron. Una vez hecho lo más difícil, eliminar partepechos, buscavaras, figurones y caciques, se dedicaron a regenerar las cofradías. Las Asambleas dejaron de ser un ordeno y mando del presidente de turno y campo de batalla de envidias provincianas trasnochadas para convertirse en auténticos foros de debate y respeto a las ideas de quienes verdaderamente hacen Zamora y su Semana Santa, los cofrades de a pie, que, impulsados por este nuevo talante, empezaron a acudir en masa a intervenir en las asambleas y colaborar con las cofradías. Ya no eran los de siempre. Ahora hasta dejaban hablar y todo. Bajo un prisma de unidad las cofradías comenzaron a autogestionarse y a unirse para necesidades comunes y respetar y tener en cuenta las señas de cada una. Quienes necesitaban bandas las negociaban y gestionaban al unísono y la Junta Pro Semana Santa empezó a realizar su verdadera labor, promocionar la Semana Santa con publicaciones de interés y campañas ingeniosas que enseguida trajeron a Zamora el turismo perdido. Las instituciones públicas y privadas, conscientes de los beneficios y convencidos del nuevo talante de los dirigentes semanasanteros, se animaban a colaborar costeando parte de los gastos que la Semana Santa necesitaba. Así el enfermo se reanimaba. El Museo se llenaba de visitas y, algunos de los pasos fueron trasladados a sus iglesias titulares, por lo que la visita al Museo era un complemento más a una visita generalizada del románico zamorano. Resucitado y Virgen de la Alegría, por ejemplo, escoltaban al Cristo de las Siete Palabras en la Horta. Las cofradías dejaron sus locales para trasladarse a una sede común, con un despacho para cada una de ellas donde gestionaban sus distintas necesidades, mientras sus enseres se encontraban perfectamente cuidados en el Museo. En vez de tanto gasto superfluo se empleaba el dinero en las verdaderas necesidades de la cofradía y sus obras sociales, lo cual era un argumento de peso a la hora de solicitar colaboraciones públicas y privadas. Total, que la Semana Santa volvió a ser el orgullo de Zamora y la UNESCO ahora sí se plantea hacerla Patrimonio de la Humanidad y es muy posible que pronto lo sea….ah no, que estamos en 2012, otra vez estaba soñando…¿Sentido común en la Semana Santa de Zamora? Un sueño, posible sí pero… de momento un sueño Roberto Felix Fernández






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