Revista de Medicina Narrativa Pontificia Universidad Javeriana Cali; edición 1

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Medicina Narrativa I Escritura creativa mĂŠdica

Facultad de Ciencias de la Salud


Rector: P. Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J. Vicerrector Académico: Antonio de Roux Rengifo Vicerrector del Medio Universitario: P. Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J. Facultad de Ciencias de la Salud Decano: Pedro José Villamizar Beltrán, MD. Director de Carrera: Luis Miguel Benitez Gómez, MD. Secretaria de la Facultad: Gloria Inés Flórez Villafañe Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales Decano Académico: José Ricardo Caicedo Decana del Medio Universitario: Clara Eugenia Jaramillo Título: Medicina Narrativa I - Escritura creativa médica Florencia Mora Anto, profesora del Departamento de Humanidades Dr. Pedro Alejandro Rovetto V., MD., profesor del Departamento de Humanidades Lectura final de textos: Óscar Saavedra Cruz, profesor del Departamento de Humanidades ISSN: 2027-7636 Coordinador Editorial: Ignacio Murgueitio Restrepo e-mail: mignacio@javerianacali.edu.co © Derechos Reservados © Sello Editorial Javeriano Correspondencia, suscripciones y solicitudes de canje: Calle 18 # 118-250 Santiago de Cali, Valle del Cauca Pontificia Universidad Javeriana Cali Facultad de Ciencias de la Salud Teléfono 3218200 ext. 8801 - 533 e-mail: secfacsalud@javerianacali.edu.co Formato: 16 x 24 cms Diseño de carátula: Catherine Llanos C. y Adriana González R. Estudiantes de la Carrera de Medicina Concepto Gráfico: Edith Valencia F. Edición I: enero de 2011


Índice Págs. P. Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J. 5 Medicina Narrativa 7 Dr. Pedro José Villamizar Beltrán, MD. Presentación 9 Medicina Narrativa Dr. Pedro Alejandro Rovetto V., MD. Desde la literatura 13 Florencia Mora Anto Textos creativos 17 Donde termina la mano del médico comienza la de Dios Alejandra Lizarazo Caicedo

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El recién nacido 20 Andrés Korgi Henao Lamento de héroes 23 Jerson Andrés Luna Rojas Fin de temporada 24 Connie Daniela Iturre Rodríguez La gota 25 Diana carolina Franco Betancourt Una simple colilla 26 Estefanía González Flórez Color con color 26 Estefanía González Flórez La hormiga rebelde 26 Estefanía González Flórez


La Microfamilia 27 Estefanía González Flórez Ciudad milagro 27 Karen Lizeth Álvarez Raigoza Mi muerte o mis sueños 29 Carmen Liliana Cuellar Ordoñez La tortura 33 María Alejandra Ospina Fernández Mi alergia 35 María del Mar Ortiz Benavides Cuento sin contar 36 Salomé Victoria Mójica Salomeología 37 Salomé Victoria Mójica El hombre y el fénix Rafael Eduardo Beltrán Benavides

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El alienígena 40 Sebastián Florido Sarria Humanos al fin y al cabo Ximena Melo Aponte

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Pretensioso soneto 43 Jerson Andrés Luna Rojas Del tiempo al tiempo 44 Jerson Andrés Luna Rojas Procesos 45 Diana Vargas Sin título 46 Estefanía González Flórez El mundo atónito-ausente 47 Salomé Victoria Mójica Poesía 49 Dr. Pedro Alejandro Rovetto V., MD.


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P. Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.

Rector Pontificia Universidad Javeriana Cali

En el ejercicio de la Medicina, la PALABRA debe ocupar un lugar central dentro de las relaciones del médico con sus pacientes individuales y con las comunidades. Infortunadamente, las presiones a las que está sometida la profesión, que debe mostrar indicadores cuantitativos de logro, impiden que la PALABRA tenga el protagonismo que le corresponde. Esta PALABRA debe ser pedagógica, es decir, adecuada a las condiciones socio-culturales del interlocutor; oportuna en cuanto debe expresarse en el momento justo; cálida pues se dirige a un ser humano que se siente particularmente frágil; que sepa balancear el realismo y una razonable esperanza. Las Facultades de Ciencias de la Salud deben favorecer aquellos espacios que permitan a estudiantes y profesores avanzar en el dominio de esta herramienta esencial para el ejercicio de una Medicina con rostro humano. Esta publicación refleja la profunda vocación humanística que pertenece a la naturaleza de la Universidad Javeriana como obra apostólica de los jesuitas.

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Medicina Narrativa Dr. Pedro José Villamizar Beltrán, MD. Decano de la Facultad de Ciencias de la Salud Pontificia Universidad Javeriana Cali

La medicina como ciencia y como arte se fundamenta en la comunicación, instrumento vital para el adecuado ejercicio de esta sublime profesión. Esta comunicación puede realizarse en las múltiples formas: verbal, visual, escrita. Este primer compendio de escritos que salen del alma de nuestros estudiantes de I semestre de la Facultad de Ciencias de la Salud y de su carrera de Medicina hace manifiesto un gran interés en cumplir con el objetivo de propiciar una formación integral, con un énfasis en lo humanístico. Añoramos los tiempos en los cuales los galenos dedicaban tiempo en escuchar a sus pacientes, tiempo para examinarlos y tiempo para explicarles sobre su problema y las recomendaciones que debían seguir para su recuperación, así como explicarle la naturaleza de su enfermedad y las posibilidades de curación. La inquietud generada por la juventud y el entusiasmo y pasión por la vocación de ser médicos, alentó a estos jóvenes a plasmar un escrito de sus vivencias previas a iniciar el estudio de la medicina y otros cuentan sus experiencias de lo vivido en este año de formación médica.

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Es gratificante para sus maestros ver el interés de estos jóvenes en exponer su intención de “saber contar el cuento” como lo manifiesta el Dr. Pedro Rovetto en su artículo sobre la importancia de la comunicación en el acto médico. El Dr. Rovetto, gran profesor y filósofo de la medicina motivó a estos jóvenes a iniciarse en el arte de la narrativa. Pero nada hubiera sido posible sin el apoyo incondicional y ejemplar de la profesora Florencia Mora, docente de la cátedra de humanidades en I y II semestre de la carrera de medicina de la PUJ Cali, en quien ellos encontraron un apoyo incondicional para estas locas “ideas” de escribir lo que su mente tenía guardado y de esta forma crearse a sí mismo el habito de escribir y “contar”, mecanismos que les permitirán acercarse más a su futuro paciente. El ejemplo de estos jóvenes nos debe inquietar a los que trabajamos en estos arduos pero gratos terrenos de la medicina para compartir nuestras experiencias y comunicarlas en beneficio de nuestra sociedad y sobre todo de nuestro mayor objetivo que son nuestros pacientes Aprendamos de ellos y animemos a crear nuevamente ese agradable ambiente de comunicación en nuestro acto médico.


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Presentación Medicina Narrativa Dr. Pedro Alejandro Rovetto V., MD. Médico Cirujano, Universidad del Valle Profesor de Historia de la Medicina Pontificia Universidad Javeriana Cali

¿Qué es la Medicina Narrativa? Si medicina es todo lo que hace el hombre con la experiencia humana de enfermar y morir, y además todo lo que hace para cuidar y promover la salud integral de su persona y los otros, la Medicina Narrativa es simplemente hacer eso a través de la narración y la literatura. El hombre ha hecho Medicina Narrativa desde hace miles de años: con el canto de los chamanes y pasando por el “sana, sana, colita de rana” de nuestra infancia hasta los poetas, novelistas y diaristas de nuestra modernidad cuando trabajan esa experiencia humana, muy humana, de enfermar y sanar o morir, todo eso es medicina narrativa. De hecho todos nosotros hemos narrado en consultorios médicos, en nuestra cama de enfermo, en reuniones de amigos nuestras enfermedades y dolencias. A los médicos en particular se nos acusa de hablar sólo de medicina; y se nos acusa de esto sobre todo en aquellas ocasiones en que no sabemos participar del discurso social y común de la enfermedad. Situación bastante común porque el médico contemporáneo no es muchas veces el mejor comunicador y confía más en la tecnología que en el lenguaje humano.

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Hace veinte o treinta años los académicos empezaron a observar esta conducta y sus efectos. Cuenta la profesora de literatura inglesa y teoría literaria Kathryn Montgomery Hunter en su libro “Doctors´Stories” (Los relatos de los doctores, 1991) después de observar seminarios y presentaciones de casos por médicos: “Las presentaciones, noté, no se parecían a un artículo científico… (pues) casi siempre en todas las disciplinas médicas oía, al comienzo o al final, un relato del caso particular que había revelado el problema clínico a investigar: ‘Una vez vi un paciente que…” Parece ser que en el discurso médico hay siempre una seminal experiencia personal y particular que dispara la comprensión del problema y la formulación misma de la pregunta clínica. Entonces el joven médico que no desarrolla la habilidad de escuchar narraciones y narrar experiencias se quedará, tarde o temprano, sin la inspiración necesaria al quehacer clínico. Un médico no puede ejercer toda la vida un frío oficio de criterios diagnósticos y protocolos terapéuticos sin interesarse apasionadamente por las complejas personas que son sus pacientes. Y la forma más humana de apasionarse por los demás es escuchar sus historias y compartir nuestras historias con ellos. El Dr. Robert Coles, profesor de psiquiatría de Harvard, afirma que es necesario hacer leer novelas a los estudiantes de medicina para estimular en ellos el desarrollo de la “imaginación moral” sin la cual es imposible la enseñanza de los principios éticos en medicina. Lo que quizás descubrimos con mayor sorpresa es el efecto beneficioso que tiene para la práctica clínica el narrar. Por supuesto sabemos que un paciente que logra explicar su enfermedad a satisfacción se apropia más fácilmente la explicación científica que a su vez un médico que sabe comunicarla le ofrece. Este paciente seguirá el tratamiento recomendado y reconocerá los cambios en la evolución de su proceso patológico con facilidad y confianza en su médico o profesional de la salud. Por otro lado sabemos hace años que un paciente que confía en su profesional de la salud difícilmente lo demanda. Quizás esta relación de confianza se inicia en un escuchar la narración de un hombre o mujer


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que sufre y en una narración complementaria de lo que se puede hacer y los límites de la acción terapéutica. Si pensamos filosóficamente en el acto médico vemos un diálogo de signos (signos y síntomas precisamos los médicos) entre un hombre que sufre- el enfermo- y otro que se empeña en entender y racionalizar el sufrimiento del primero para disminuirlo- el médico. Si pensamos sociológicamente también descubrimos un enfermo individual en diálogo con su familia o sociedad para que su sufrimiento sea reconocido y tratado, o no. Este diálogo es difícil y complejo muchas veces. La narración personal de experiencias, de un lado y otro del sufrimiento, sólo puede ayudar al feliz término de estos diálogos. Es necesario el entrenamiento en el narrar de los médicos jóvenes. La Dra. Rita Charon profesora de medicina clínica en el Colegio de Médicos y Cirujanos de la Universidad de Columbia, Nueva York, ha liderado el desarrollo del campo de la medicina narrativa. Desde hace dos años se estableció en esta Universidad el programa de maestría en ciencias (MS) de Medicina Narrativa. En este programa se han matriculado médicos, enfermeras, trabajadores sociales, abogados y literatos. Todos con el propósito de mejorar su práctica laboral. El primer año incluye cursos de filosofía, teoría literaria, teoría psicoanalítica, autobiografía y lectura guíada y crítica de textos literarios que trabajen la experiencia humana de la enfermedad. En la Universidad Javeriana Cali queremos inaugurar en Colombia el interés académico de las Facultades de Humanidades y Ciencias de la Salud en la Medicina Narrativa. Esto además estimula el trabajo interdisciplinario necesario a la universidad contemporánea. Para ello queremos impulsar esta pequeña revista de Medicina Narrativa que será dirigida, producida y editada por estudiantes en el futuro. Estamos también en el proceso de proponer una electiva de medicina narrativa en el currículo. Y este espacio académico estará abierto a todos los profesionales de la salud y personas interesadas en este campo.

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Para terminar con una consideración histórica, quizás todo esto sea un volver a aquella medicina hipocrática de los griegos cuando el médico “casi no tocaba a los pacientes pero hablaba mucho con ellos” según los historiadores. Añadimos una breve bibliografía introductoria al campo de la Medicina Narrativa: 1) Catálogo del Programa Narrative Medicine de Columbia University (NY, EEUU) que se puede consultar en la dirección www.ce.columbia. edu 2) “Narrative Medicine: honoring the stories of illness”, Charon, Rita (Oxford UniversityPress, 2006). 3) “The call of stories: teaching and the moral imagination”, Coles, Robert (Houghton MifflinCompany, 1989). 4) “Doctors´Stories: the narrative structure of medical knowledge”, Hunter, Kathryn (Princeton UniversityPress, 1991). 5) “How Doctors Think”, Montgomery, Kathryn (Oxford University Press, 2006). 6) “How Doctors Think”, Groopman, Jerome (Houghton Mifflin Company, 2007).


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Desde la literatura Florencia Mora Anto

Licenciada en Ciencias Sociales y Literatura Magister en Filosofía Profesora del Departamento de Humanidades Pontificia Universidad Javeriana Cali Cierto día Bernard Shaw estaba en su estudio y el jardinero le dijo: Maestro el jardín está lleno de larvas, a lo que éste contestó: ¡Qué bueno! Tendremos mariposas. La Medicina y la Literatura, se requieren, se necesitan, se hermanan, porque ahí donde los médicos vemos muertes, derrotas y gusanos, la Literatura ve cosecha de mariposas.1 Hernando Revelo Hurtado, MD.

Escribir al rompe con toda la pasión de los años y la esperanza en la vida, provocar el goce de la lectura, incitar el ejercicio de la escritura festejando el potencial narrativo de los jóvenes; aproximarse amorosamente hacia la literatura, escribir, borrar, vuelta a escribir, recordar o imaginar, son acciones que develan la profunda intención de estos textos. Borges dice que quizás lo enseñable sea la pasión por la literatura. Sí, la pasión por construir mundos posibles mediante el lenguaje; por ello, como torrente intempestivo de palabras, cada texto de esta revista refleja la escritura apasionada de muchachos y muchachas de la Primera Cohorte de la Carrera de Medicina. 1 Revelo

Hurtado, Hernando. Medicina, Literatura y Humanismo. En: Revista Colombiana de Cardiología. Volumen 17 Número 4 Agosto de 2010.

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Carl Gustav Carus, médico y artista del Romanticismo Alemán, dijo que el médico “debe poseer ante todo un conocimiento del hombre, pero no solamente de orden fisiológico, anatómico y patológico; debe conocerlo desde todas las dimensiones de su vida, en sus debilidades y en sus fuerzas, en su prudencia y en su locura. Sin ninguna duda, añade, podemos sacar más provecho, en este dominio, de los libros de los poetas, quienes, con una auténtica mirada de vidente, penetran en las profundidades de la naturaleza humana, que de los libros de antropología. En la historia de José y sus hermanos (1933-1943) de Thomas Mann, un médico egipcio dice a José:“El arte del que cura y el del escritor deben ir de la mano: Cada uno derrama luz sobre el otro y ambos se benefician de su mutua proximidad. Un médico que posea el arte del escritor sabrá consolar mejor a aquél que se revuelca en la agonía: A la inversa, un escritor que conoce la vida del cuerpo, sus jugos y fuerzas, venenos y facultades, posee una gran ventaja sobre el que nada entiende de estas cosas” 2 Desde el campo de la pedagogía, Jerome Bruner, representante de la teoría del aprendizaje autónomo dice que la narrativa literaria traslada la producción de sentido al reino de lo posible, más allá de lo banal y superfluo. Explica el modo en que la literatura crea mundos posibles que terminan modificando las visiones absolutas y preconcebidas; para Bruner, el relato de ficción ofrece posibilidades humanas, más que certidumbres establecidas. Como forma natural de organizar el pensamiento, la narrativa estimula la vida colectiva, y nos hace partícipes de la cultura. Alguien dijo que las obras literarias pueden hacer al lector médico, un mejor médico; al respecto, cabe recordar como Juan José Millas, escritor español, asegura que las mejores historias clínicas de los médicos, incluso desde el punto de vista de la clínica, son en realidad novelas, y que las novelas tienen vocación de historia clínica; por ello, antes de escribir sus obras, este autor suele leer las historias clínicas que colecciona. 2

Citados por Luis Montiel, Médico español, profesor de Historia de la Medicina en la Universidad Complutense de Madrid. www.medynet.com


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Por la Literatura aceptamos el juego de la ficción que cambia en nosotros la forma habitual de ver el mundo por otra más profunda que nos permite redescribirlo, alterar el modo de conocernos y a la vez, rendirnos frente a la metáfora y el sueño. Cuatro años, once meses y dos días duraron las lluvias en Macondo; cuentan que la atmósfera era tan húmeda, que los peces hubieran podido entrar por las puertas y salir por las ventanas navegando en el aire de los aposentos. En efecto, las obras literarias despliegan mundos y suspenden la referencia descriptiva; organizan la realidad de otro modo: Crean, revelan, encuentran, reinventan. En la Literatura el lenguaje se despoja de su función descriptora para llegar al nivel mítico en el que se recrea la función de descubrimiento; creemos que la Literatura enriquece el lenguaje de los futuros médicos, su forma de expresarse oralmente y su capacidad de redactar en forma coherente. A los estudiantes de Medicina, a los docentes y Directivos de la Carrera, a las Facultades de Ciencias de la Salud y Humanidades, nuestra gratitud por el estímulo que sabemos engrandece la pasión de escribir en estos jóvenes.

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Donde termina la mano del médico comienza la de Dios Alejandra Lizarazo Caicedo 4 de Mayo, 6:30 p.m. cuarto 405. Está ahí, acostado en una cama oxidada, de sábanas cuyo azul apenas tiene una ilusión de mar. Tembloroso y aún con aliento para respirar, vive dependiente de dos máquinas que le suministran alimento y medicamentos. Hace un año jugaba por las calles de Toro, Cauca. Hoy su hogar es un cuarto de dos por dos, un vidrio lo separa de sus amigos. Yo estoy bien- pronuncia con dificultad al verme. Pálido, ojeroso, con presencia de equimosis en su pecho y con menos de ocho kilos de peso, Roberto Sánchez de seis años, guarda la ilusión de conocer el mar. Este paciente sufre de leucemia. Llegó hace ocho meses al Hospital Departamental Evaristo García de Cali, enfermo aunque con posibilidades de continuar viviendo. Desde ese entonces, su madre, Patricia Velasco, ha luchado sin rendirse contra un sistema de negligencia y corrupción que le quitó la ilusión de ver a su hijo crecer. El 30 de junio de 2009, la Corte falló una tutela a favor de Patricia y su esposo Andrés, para que a Roberto le concedieran el derecho a tener un transplante de médula ósea. A tiempo, pudo salvarle la vida, pero ya han pasado ocho meses y aún está a la espera de que la EPS a la que está afiliado le apruebe la operación. La Doctora Luz, Directora de la fundación, fue la encargada de decirle hace tres días a la madre de Roberto que la orden ya estaba lista, pero con estas palabras y anticipando la muerte del niño, comentó: “Ya está lista la orden para la operación, pero como Roberto está tan

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mal, no veo la razón de gastar una operación de trescientos millones de pesos en un niño que está agonizando”. Patricia y Rubén se limitaron a decir que están esperando la operación luego de que su hijo salga de una infección en la garganta. Con la mirada perdida, la espalda encorvada y sin pelo, Roberto se abraza a una estatuilla de la vírgen que le regaló su tía. - No me acaricies allí que me duele, dice. Le arden sus pies y no puede aplicarse algo. A las 7:20 p.m. del mismo día entra la enfermera a ponerle más droga, y él me mira a los ojos con una tristeza profunda, como si supiera que se va a morir. Salgo del Hospital estremecida de ver a un niño que parece un anciano diminuto. Imposible evitar las lágrimas. Es aquí donde termina la mano del médico que no puede hacer más y lo que queda es encomendarse a Dios y a la Virgen que sostiene Roberto en su mano derecha.

El recién nacido Andrés Korgi Henao En el cuarto donde los doctores se cambian, me sentía pequeño alrededor de los colegas de mi papá. Fue muy difícil encontrar una talla perfecta para mí. La ‘ropa de pijama’ me quedaba grande, pero con la boquilla y la malla para el pelo me sentía parte de este equipo de cirujanos. Era un día de semana, pero me encontraba en vacaciones del colegio y mi padre a las dos de la mañana entró al cuarto para invitarme a una cesárea en Centro Médico Imbanaco. Era como si me hubieran


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dicho que nos íbamos de viaje a otro país. Mi felicidad e intriga eran inmensas. El equipo estaba conformado por dos ginecólogos (uno de ellos mi tío), un anestesiólogo y mi papá, cuyo único trabajo como pediatra en la cesárea era recibir el bebé. Según él, ellos siempre han sido sus colegas durante muchas cesáreas, pero esa noche los iba a acompañar un observador en su plena inocencia y virginidad por no haber visto en su vida el interior del cuerpo humano: Yo. “Asegúrate de esconder todo tu pelo dentro de la malla”, me decía mi papá mientras yo le obedecía. Cuando salimos del cuarto, nos dirigimos hacia la sala de cirugía y me hicieron lavar las manos con un jabón especial, con mucho cuidado, ya que es importante que cualquier persona que entre a la sala esté completamente limpia, especialmente cuando el paciente se encuentra desprotegido y con sus entrañas al aire. Las puertas que daban paso a la sala eran como cortinas y al entrar, vi a una mujer recostada en su espalda con un mantel por encima de su cabeza que cubría su visión hacia la parte inferior de su cuerpo, mientras mi tío y su colega procedían con la cesárea. “Hola Andrés, necesito que te hagas a este lado y mires cuidadosamente, pero sin tocar absolutamente nada, solo observa”, dijo mi tío. Al escuchar estas reglas sentí como si me daban el peso de la responsabilidad de la cirugía, ya que cualquier mano mal puesta en este proceso tan delicado, traería consecuencias fatales. Me dirigí hacia donde estaba mi tío, a un lado de la camilla, y lo primero que vi fue la barriga de la mujer. Ya habían hecho la primera incisión. Ahora estaban cortando por capas de tejidos de grasa con un instrumento que parecía quemar el gordo y de una, cauterizar las heridas para que no hubiera una hemorragia instantánea. Estaba conmovido. Veía adentro de una barriga y próximamente más allá de esa barrera de puro gordo, iría a ver los órganos, el interior, la sangre y todo lo que a uno normalmente le darían ganas de vomitar; pero a mí no, yo estaba gozando este momento que iluminó mi futuro: Ser un medico-cirujano. Mi tío me iba hablando poco a poco mientras hacían más incisiones; mi papá sólo observaba igual que yo, y de vez en cuando paseaba

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lentamente hacia adelante para hablar con la mujer y contarle de lo que le estaba sucediendo. Después de varias incisiones, pude observar el interior del vientre y lo veía como un nuevo mundo. No sé por qué me imaginaba este momento con mucha sangre y guantes, pues esta cesárea no era como lo había imaginado; los guantes no estaban tan sucios y había muy poca sangre. Sin embargo, mi vista seguía encantada por el interior y el misterio de la barriga de la mujer. Ya había pasado media hora cuando mi tío dijo: “Mira Andrés, ya casi vamos a llegar a donde está el bebé, al útero”. Mis ojos se iluminaron cuando pensé de nuevo que los cirujanos iban a extraer a un bebé del vientre de la madre. Estaba completamente estupefacto con las incisiones en la barriga y lo que estaba logrando ver. En ese momento me pregunté: ¿Cómo carajos y de dónde va salir el bebé del vientre cuando lo estoy viendo en vivo y en directo? Claramente este escepticismo se debió a la falta de sintonía con Discovery Channel. Todo pasó tan rápido, que justo después de la pregunta, los cirujanos habían llegado a una cosa muy oscura, casi morada, dentro del vientre de la madre. Le hicieron una incisión y de repente vi que mi tío metió sus manos en el vientre y empezó a jalar algo redondo y extremadamente morado. Muy perplejo por lo que estaba viendo pregunté sin cesar: “¿Qué es eso?” Y mi papá me respondió: “Ese es el bebé”. No lo podía creer. Mi expresión dentro de la boquilla expresaba completamente lo escéptico que era sobre el nacimiento de un bebé por cesárea, pues nunca esperaba que el bebé saliera del vientre de la madre completamente morado. Lo que más me impresionó fue la forma en que mi tío prácticamente jalaba la cabeza del pobre niño para que saliera del útero, especialmente cuando el espacio que el bebé tenía para salir del vientre era muy pequeño. La cabeza del bebé logró salir primero y seguía completamente morada; faltaba el resto del cuerpo mientras mi tío jalaba una y otra vez. Llegué a preocuparme porque de pronto le arrancara la cabeza del todo. Salió el primer brazo, luego el otro y finalmente el resto del cuerpo. Mi papá recibió el bebé y rápidamente le introdujo un tubo pequeño por la boca hasta la garganta y otra vez estuve sufriendo por el pobre bebé.


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“El tubo pequeño…” mi papá me decía, “es para que el bebé comience a respirar”. Para mi alivio, el bebé comenzó a llorar justo cuando mi papá le sacó el tubo de la boca y lo llevó a una mesita donde lo pesó y lo midió verificando que estuviera en condiciones sanas para luego entregárselo a su madre. Mi tío y su colega comenzaron a suturar las cortadas y yo miraba fijamente al bebé mientras procesaba lo que acababa de ocurrir. Todavía no podía creer que había visto un nacimiento y aún más, no creía que cirujanos como mi tío hacían esto todos los días. Lo admiraba mucho. Durante toda la cesárea estaba sonriendo detrás de la boquilla, especialmente cuando mi papá le llevó el bebé a la mamá, Claudia Patricia Morera, y cómo ella junto con su esposo y mi papá admiraban al recién nacido. En ese instante al ver como Claudia sostenía a su hijo y lo contemplaba con sus ojos lacrimosos, mi mente pudo guardar esa foto instantánea que hasta el día de hoy puedo recordar con un simple cerrar de ojos. Esa misma noche, había llegado a mi casa a las tres de la mañana y al acostarme a dormir, no pude dejar de revolcar en la cama y en mi mente de todo lo que vi: El nacimiento de una nueva vida y un futuro claro para mí.

Lamento de héroes Jerson Andrés Luna Rojas Martes, 01 de junio de 2010 a las 9:36 Los fuertes y valientes guardianes de la luz traen el falso hechizo de la paz. A través de la esfera del dolor miran el futuro y conducen nuestra santa cabalgata a la derrota. Cuando llegan los titanes desgarrando el desierto para alcanzarnos y enfrentarnos, el orgullo de guerrero renace en nosotros y los luchadores de los lagos cercanos se unen a la trágica noche. Bajo la lluvia de mil llamas observamos como nuestro dolor va

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cayendo en vano, mientras los ángeles son arrancados de los cielos y arrastrados hacia el infierno. Se contempla un paisaje en la negrura de la muerte, con estrellas desprendiéndose y cayendo en ráfagas hacia la tierra. La luz de la luna es el testigo del día más trágico... Nada parece posible para cambiar el destino. El lamento de héroes alcanza los cielos profundos. ¡Llenan el amplio cosmos y liberan el dolor… Mi dolor!

Fin de temporada Connie Daniela Iturre Rodríguez Como una jauría de leonas enjauladas que recién son liberadas, corren cientos de mujeres a buscar aquellos coloridos y centelleantes carteles que anuncian efusivos la llegada del fin de la temporada. Las tiendas hacen todo tipo de descuentos a las mercancías un poco sucias, desgastadas, arrugadas y pasadas de moda. No son despreciadas por aquellas mujeres a las que el recorte de la mesada no les da para comprar lo que está de moda. Por los amplios pasillos ahora decorados con hermosas y grandes guirnaldas -que indican la nueva tendencia de navidad- pasan todo tipo de mujeres que buscan el regalo perfecto para las fiestas. En la sección de niños, una mujer menuda, muy blanca, de unos 45 años, con cabello castaño un poco maltratado por los tintes y demás, busca desesperadamente un regalo que pueda llevarle a aquel inquieto niño de brillante cabello rubio y ojos azules, su hijo. Entre la variedad de juguetes en descuento, ninguno es de su agrado. Entonces, da la vuelta a la góndola y se encuentra con un adorable y diminuto “hombre araña”, el héroe favorito de su hijo. El precio no cabe en su presupuesto, sin embargo, decide llevarlo pues piensa, “se lo merece”. Entusiasmada se dirige a la caja con el juguete y lo entrega a una mujer de pelo grasoso y rizado, con uniforme que se


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ajusta a su cuerpo, pretendiendo ser sexy; su cara está repleta de base y los ojos se destacan con un grueso delineador negro. Sirenas, serpentinas y altavoces la sacan de sus cavilaciones y grande es su sorpresa al darse cuenta: Es la compradora número 100 y su compra es gratis. De seguro esta navidad será muy especial.

La gota Diana Franco Betancourt Escuchaba su respiración mientras el agua salpicaba desde los charcos. Giró a la derecha, avanzó dos cuadras más, faltaba poco. A la izquierda, tres cuadras y luego a la derecha. En la esquina, dirigió su mirada a la acera del frente, y entonces, entre la multitud comprobó que sí estaba. ¿Cómo no reconocer su silueta? Cruzó la calle sin perderla de vista, de repente, una gota entró en su ojo, haciéndolo parpaderar fugazmente. Volvió a mirar y ya no estaba. La buscó desesperadamente, no podía ser, imposible retroceder el tiempo, así que siguió mientras sus ojos se colmaban de lágrimas. De pronto, tropezó con alguien. Siguió de largo, caminando con su pequeña agonía. No se dio cuenta que esos ojos miel que había estado anhelando, se le quedaron viendo esperando una disculpa. Si tan sólo hubiera levantado su vista, todo habría sido diferente.


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Una simple colilla Estefanía González Flórez Cuando estaba cerca de Juan, todo era distinto, pero en la última fiesta algo se salió de control. Todo empezó con una chispa que me empezó a consumir poco a poco. Mientras estaba cerca de su boca en sus ojos vi que no me quería. Al subir a su auto, me tiró y se fue. Sola, yo solita como una simple colilla de cigarrillo, no tuve más remedio que provocar a todos, encenderlos y destruirlos.

Color con color Estefanía González Flórez Unos me tratan suave y me acomodan bien y rápido, éstos son los más creídos que se llaman a sí mismos inteligentes. Los otros, como dirían los inteligentes, los brutos, hasta me desbaratan para intentar acomodarme. No sé cuál es el problema que tienen conmigo. Ni que pudiera medir la inteligencia. Sólo soy un cubo de color.

La hormiga rebelde Estefanía González Flórez Siempre salimos juntas, en línea y ordenadas. La ley es nunca dejar a nuestras hermanas, pero hoy he decidido cambiar. Quiero conocer, alejarme, ser libre. Ya pasó un buen rato y me siento bien. Por


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primera vez, me siento viva. De repente, una bomba tras de mí, una tras otra. Intento correr pero me alcanzan. Me arrastran cada vez más lejos y yo sólo puedo pensar en mamá diciéndome “no se alejen demasiado que va a llover”.

La Microfamilia Estefanía González Flórez Mi familia es muy unida. Está mi papi y mis cinco hermanitos; los seis estamos siempre juntos. Mis dos hermanos mayores están siempre muy juntos y cerca de mi papá pero mis dos hermanos y yo estamos más cerca del exterior. Papá siempre los jala con fuerza pero alguien se los lleva y yo no quiero que eso me pase a mí. Yo que soy el menor, no me quiero alejar. No quiero que nunca nadie me lleve; yo, un electrón, no quiero irme. Quiero siempre estar aquí. A mi hermanito se lo llevaron los de la tal familia H. Tengo miedo, mucho miedo y de repente siento que me jalan. Me aferro, lo intento y lo intento, pero no puedo más. Hoy soy agua.

Ciudad milagro Karen Lizeth Álvarez Raigoza 25 de enero de 1999, 1:19 p.m. La hora del almuerzo es quizá la más esperada por todos, más en la familia Raigoza Pinzón de Armenia para quienes ese día parecía ser uno de los mejores. Toda la familia se había reunido sin motivo especial; se compartía la armonía de unos paisas y la alegría del almuerzo acompañado con fríjoles. Lo sé, lo recuerdo perfectamente porque yo

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misma hago parte de esta familia, eran fríjoles, cómo olvidarlo, la comida que más me disgustaba. Tenía cinco años. Estaba en el comedor del patio tratando de acabar con el plato de fríjoles que parecía interminable. Jugaba con la cuchara, esperando que se cansaran y me dijeran que no comiera más. Eso deseaba y se cumplió de la manera más extraña. Recuerdo que todo se movía, caí de la silla y quedé observando fijamente el tanque de reserva del patio que pretendía caer sobre mí. El perro no dejaba de ladrar y vi a mi mamá estirarme los brazos desde el otro lado del comedor. El pasillo parecía una rampla en la que no sé si me deslicé o qué, pero en cuestión de segundos no sólo estaba en brazos de mi madre sino también junto a toda la familia en la calle, viendo como todas las casas se caían. En mi familia nadie murió y la casa sólo quedó agrietada. Esa noche y no sé cuántas más, dormí en el carro de mi tía, pues era peligroso entrar a la casa por las réplicas. Se trataba de un terremoto. No sabía qué era eso, sinceramente no me preocupé. Jugaba con mi primo en el carro, mientras mis tíos, abuelos y madre, se turnaban para cuidarnos y pestañear en la silla del frente. En realidad, este testimonio no basta; es el abrebocas de este catastrófico hecho, que narran otras personas. Luz Marina Raigoza trabajaba en la clínica del seguro social. Ella sí tuvo que lidiar con una realidad más fuerte. Ese día había salido de trasnocho y a pesar de tener un día libre, tuvo que presentarse al trabajo. “Era un caos, nadie se fijaba en nada, no hubo control, la gente gritaba buscando sus familiares, muertos y heridos estaban tirados en el piso…ni siquiera se controló que los médicos usaran guantes. A mí me tocó hacer la lista de los heridos para pegarla en la puerta…tuve que cerrarla porque la gente no dejaba hacer nada”, dice Luz Marina, recordando el momento. 25 de enero de 1999, después. El terremoto fue de 6.4 grados en la escala de Richter. El edificio de la Gobernación se vino abajo, al igual que todas las iglesias. La galería principal y la Alcaldía también quedaron en el piso. Los centros de


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salud estaban a punto de colapsar, pues las ayudas no eran suficientes. Hubo 2000 víctimas; los cementerios estuvieron colmados de llantos y flores. Fue esta la manera más atroz de terminar el siglo veinte, aunque también hay que admitir que la ciudad se recuperó de forma admirable. Allí está lo satírico de la vida; después de tantas tristezas, vino el progreso y ahora sí, se mejoraron los programas para estar listos ante una catástrofe. Es como en la medicina: en ocasiones, alguien debe sacrificarse para encontrar una solución. Ahora Armenia se conoce con el nombre de ciudad milagro, milagro de renacer de las cenizas. Andrea Londoño estaba en su casa viendo Los Simpson. Al recordar dice “ese día le cambió la vida a todo el mundo…nos dimos cuenta cómo era de fugaz la existencia…se destruyó lo que conocíamos.” Los terribles testimonios muestran las precarias condiciones de los habitantes y la falta de comunicación, entre otros problemas. Diego Romero dice “en ese momento, todo fue pánico y la gente corrió desesperadamente a buscar a sus familias…las vías estaban destruidas, no había energía… todo era caos”. Sin embargo, para muchos lo peor no fue el terremoto sino la primera y la segunda réplica, ya que muchas personas entraron a sus casas para sacar sus pertenencias y las edificaciones se derrumbaron, matando a mucha gente.

Mi muerte o mis sueños Carmen Liliana Cuellar Ordoñez Recuerdo perfectamente aquel día, 21 de septiembre de 2009, uno de los más difíciles hasta hoy. No sabía a quién echarle la culpa; si a Ecopetrol por brindarme la oportunidad de estar en Bogotá, a mis padres por no darme la orden de quedarme en la misma ciudad de ellos o a mi novio porque en gran parte sólo me fui para estar cerca de él.

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Pensaba y pensaba recostada sobre la cama que muchos ya habrían usado. Tenía una baranda verde pastel con bordes que te lastimaban y dos colchones baratos, tan desgastados que los resortes salidos te chuzaban. La habitación medía 1.50 metros de largo por 90 centímetros de ancho; no tenía baldosas ni closet. El televisor estaba sobre el suelo y mis cosas en bolsas negras de basura. Mi refrigerador había quedado en el pasillo donde otros estudiantes sacaban la poca comida que lograba comprar, aunque ya hacía tres días que esos groseros no tenían nada para robarme porque se había terminado la comida y no tenía plata para comprar. Me di la vuelta y quedé boca abajo para ver si finalmente lograba dormir, aunque era poco probable; además, sentí bajo la almohada, tan delgada como una hoja de papel, el mango del cuchillo que había decidido mantener a la mano, debido al episodio de dos días atrás, cuando el dueño de la casa que había ido a cobrar el arriendo –cosa que hacía puntual cada mes– me tomó fuertemente de los brazos e intentó abusar de mí, golpeándome contra la pared. No sé de dónde saqué fuerzas y con las uñas lastimé su arrugada cara. Quise chuzarle los ojos, pero como eran tan pequeños y estaba tan oscuro, no logré encontrarlos. Aún me pregunto cómo fue posible arañar su cara, pues tenía las uñas cortas como nos obligaban a tenerlas todo el tiempo en la universidad, por aseo. No sabía qué hora era, me dolían los dientes por apretar la dentadura de tanto estrés pensando que en cualquier momento ese señor me hacía algo. Al día siguiente tenía parcial de fisiología, la materia más difícil de segundo semestre y la única que iba perdiendo. El estómago me sonaba bastante fuerte porque hacía tres días no probaba algo más que agua del lavamanos que estaba en el baño del segundo piso; ese baño tampoco tenía baldosas y por las paredes caminaban cucarachas y otros bichos extraños. El baño del primer piso era más bonito, pero a mí no me permitían usarlo porque era sólo para los del primer piso y yo vivía en el segundo. Tenía los ojos cerrados.


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Mi pensamiento se había desviado hacia el programa de televisión Friends; estaba pensando primero en los comentarios chistosos sobre éste, luego pensé en los romances de los protagonistas, entonces a mi mente llegó Sergio, mi novio, un joven de 18 años como de 1.70 de estatura, cabello castaño, ojos cafés. En algunas ocasiones su cara se llenaba de barros que yo fingía no notar; su mano derecha no lograba hacer supinación porque a la edad de 11 años se había quebrado el brazo y le había quedado así. Pensar en todo esto me hizo feliz por un momento hasta que mi mente me llevó de nuevo al parcial de fisiología. Si no lo pasaba, perdería la materia y la beca, luego no podría seguir estudiando ni tampoco estar con Sergio, porque tendría que volver con mis padres, y ellos estarían decepcionados. Estos pensamientos que me aterrorizaban hicieron que abriera los ojos. Ya eran las 6 de la mañana. No había logrado dormir, el rayito de sol que entraba a diario a la habitación ya estaba asomándose. Lo reconocía porque debo aclarar que no era mi primera noche de desvelo, al parecer, eso también lo causaba el estrés. Me levanté para alistarme e ir al parcial. Cuando cogí la caja en la que guardaba mis instrumentos de aseo, recordé que no tenía jabón porque lo había dejado en el baño y en cuestión de minutos ya no estaba, pero no le vi problema a eso, cualquier solución encontraría. Estando en el baño con mi cajita, mi maquillaje y mi ropa –porque ni loca saldría en toalla por allí– las náuseas empezaron, cosa que venía sucediendo hace más de un mes. Pero esta vez era diferente; me dije a mi misma que no estaba para enfermarme en estos momentos. Me desnudé, abrí la ducha que no tenía separación del inodoro lo que me hacía llevar una bolsa para meter la ropa y que no se mojara. El malestar aumentaba gradualmente, pero yo trataba de ignorarlo porque ya tenía suficiente con el hambre, como para ir a enfermarme. Después de vestirme, tomé el cepillo de dientes ya muy gastado, sobre éste regué la crema dental que mi mamá me había mandado y que nunca se terminaba –gracias a Dios– pero decidí antes hacer “chichita”. Sentí un olor extraño y muy fuerte pero no era para preocupar a mi familia así que

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esa era otra cosa que no contaría. Se sumaría a la lista de los vómitos, la hemorragia, la caída del pelo, la uña encarnada, la migraña, el hecho de no tener ni comida ni jabón, entre otras. Me paré frente al espejo como acostumbro hacerlo antes de cepillarme y sentí un olor y sabor extraños. No sabía de dónde provenían. Pensé que el olor de la orina había dejado partículas en mi boca, como sucede con los perfumes feos; luego sentí que ya casi era hora de vomitar, entonces me volteé hacia el inodoro, y como si hubiese dado la orden fue expulsada de mi cuerpo una sustancia verde y amarga. Me dolieron todos los músculos, mis ojos rodeados por ojeras estaban rojos, aunque el rojo de las arterias dilatadas hacía que el color verde de las ventanas del alma, resaltara más. Levanté mi cabeza y todo se oscureció. No sé cuánto tiempo habré perdido el conocimiento, pero cuando desperté, me afané por el parcial. Levanté mi maletín del suelo, sentí de nuevo el extraño sabor y olor, las náuseas volvieron, corrí al baño pensando que no alcanzaría a llegar, que haría un reguero que tendría que limpiar y que no llegaría temprano al parcial. Alcancé a llegar al baño, me paré frente al inodoro y reconocí lo extraño. Cuando se viene la sangre por la nariz te queda un sabor en la boca, era eso, la saliva sabía a sangre. Me agaché porque sentí que el vómito ya venía. En ese momento me di cuenta que sin vida, no sería doctora. Pude ver que la culpable de estar así, era yo misma. Quité la venda de los ojos y supe que a diario me estaba suicidando cuando le escondía a todo el mundo la gravedad de las cosas. Noté que me ocultaba por no preocupar a los demás, ni preocuparme a mí misma. Sólo la sangre que salía sin parar, logró que pensara en mi bienestar. Entonces pensé en el camino que debería tomar: El que me conduciría a una muerte lenta, dolorosa y segura o el que me llevaría a cumplir mi sueño de ser médica.


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La tortura María Alejandra Ospina Fernández Cinco minutos más, le pedí a ese despertador rojo que tenía hace más de tres años, pero nunca me hizo caso, así que decidí quitarme de encima la cobijita de jirafas y emprender mi cruel rumbo hacia el baño, ese lugar tétrico con 2 x 2 metros de espacio donde sólo cabíamos la ducha y yo. Ya había tomado la decisión; estaba lista para abrir la llave, cuando una voz somnolienta gritó a lo lejos “mijitaaa, le está cogiendo la tarde”. En ese momento miré mi delgada muñeca enrollada con un Q&Q negro viejito y vi que eran las 6:30 am. Tenía mi reloj biológico atrasado una hora entera. Al momento, todo cambió, el sueño se fue, abrí la llave y ni sentí el frío del agua porque casi no me demoré. Como pude me metí en el uniforme azul colgado en el último gancho de mi closet y bajé corriendo a sacar el carro del garaje mientras me “embutía” el desayuno. Salí muy rápido del barrio que afortunadamente estaba solo. Las casas estaban tranquilas y cerradas; a todos los niños los habían recogido las rutas de los buses, así que ese no fue un impedimento. Iba feliz haciendo el retorno en la autopista Simón Bolívar (saliendo de Ciudad 2000) y más adelante por la carrera 70 sintonicé Los 40 Principales 106.5 y empecé a escuchar el Noti-Tuti-Cuanti que dan Rafa y Motta a las 6:45 a.m. Todo estaba muy bien, ya había pasado la 80 y estaba terminando de pasar El Ingenio cuando empecé a ver un un bus de la empresa Rojo Gris en el carril del centro, totalmente parado. Junto a éste, otro de la empresa Río Cali que revolucionaba su motor detrás de un Mazda 121; al otro lado del Rojo Gris, un Megane II. Ambos impedían mi paso. Justo en ese momento Rafa dijo “Bueno amigos, ya son las 6:50 de la mañana, hora de ganarse entradas para el Evento 40”. No sé qué tantas cosas pasaron por mi organismo. Sentí ganas de gritar, el corazón se me aceleró y mi primera reacción fue pegarme del pito, que por cierto parece el de una moto, para ver si los carros que


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tenía adelante se movían, pero nada pasó. Como me lo temía, estaba en un trancón. Una tranca que iba desde el final de El Ingenio hasta más allá de Jardín Plaza. Mi corazón empezó a latir fuertemente, mi sangre se volvió fría, no podía creer que llegaría tarde a mi parcial, qué iba a hacer. Volteé a mirar hacia atrás, ilusamente, para ver si podía dar reversa, meterme por alguna de las cuadras del Ingenio y tomar una ruta diferente a la Simón, pero ya tenía unos cuantos carros detrás y otros al lado mío. Estaba metida en la boca de la tranca. Tomé la peor decisión. Desvié mi mirada del Rojo Gris para posarla en el reloj del carro, un simple cuadro grisáceo con números verdes que marcaba las 7:02 a.m. Afortunadamente ese reloj mantiene adelantado para no confiarse del tiempo, pero como el ser humano es masoquista, decidí mirar mi reloj de mano y cada instante empezó a moverse a mil minutos por segundo. El tiempo se desgarraba solo; se caían los minutos mientras que la delgada aguja daba vueltas a la mica y yo seguía sin moverme ni una milésima. Hasta que por fin algo pasó a mi lado, era un guarda de tránsito. Aunque no lo vi muy bien, lo identifiqué por su chaleco blanco con reflectivos verdes. Sabía que él sería mi salvación. Y la acción empezó. Vi cómo lentamente el Rojo Gris se alejaba de la trompa de mi carro dejando entre nosotros un gran espacio y recapacité, agarré con mucha fuerza la palanca del KÍA y pisando fuertemente el clotch metí primera y mi carrito empezó a deslizarse por las onduladas carreteras de la Simón. Terminando Home Center, algo sucedió. Los carros se detuvieron de nuevo y empezaron a correr los que venían de la Panamericana… Ya me había tirado al abandono. Ni porque le sacara alas al carro alcanzaría a llegar a tiempo. No tenía nada que hacer, así que decidí calmarme, respirar y esperar a que me dieran paso. La espera fue eterna, creo que el guarda se quedó dormido, hasta que por fin volvimos a arrancar. Cogí la Panamericana, afortunadamente vacía; le saqué lo que más pude al carro hasta llegar al parqueadero del Samán de la Javeriana. Estaba lleno, como de costumbre. Ya había olvidado mi reloj. Me bajé del carro y salí corriendo hasta el edificio Almendros. Afortunadamente me tocaba el parcial en el primero de los tres pisos. Cuando estaba llegando al salón vi a lo lejos a una chica que se acercaba corriendo con una mochila de flores blancas y negras, de cabello rojizo y con


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una cajita rosada llena de dulces. Era Valeria, quien estaba sudando de tanto correr. Al llegar a la puerta, se sorprendió de verme, nos miramos y reímos juntas sin articular palabra alguna. Entré al salón y sentí cómo la tortura había llegado a su fin. No vi al profesor en el salón, ni a los muchachos escribiendo sus parciales, así que atravesé corriendo y me senté en un puesto. Alisté todo para escribir y el profesor nada que entraba, entonces, hablé con Vale y me contó que había estado en una tranca con “grisecito” (el carro de ella), por la Quinta…Mi gran tormento terminó cuando el profesor entró al salón pidiendo excusas por llegar tarde…También había estado en mi tranca.

Mi alergia María del Mar Ortiz Benavides Debería comenzar con lo ocurrido en esta fecha, pero todo empieza de tiempo atrás cuando era pequeña. Soy alérgica al Ácido Acetilsalicílico. No puedo consumir nada que contenga este compuesto que tienen las aspirinas, Alka-Seltzer, Ibuprofeno y distintos productos para el cutis. Mi piel es sensible a cualquier insecto que me pique; por ello reacciona con hinchazón o brote. Cuando era menor se evidenció la alergia al consumir un jarabe. Sentí que los párpados me pesaban y noté borrosa la vista. Ya estaba hinchada cuando mis padres me llevaron al hospital. Desde ese momento - en caso de emergencia y al ir a una cita médica – debo decir que soy alérgica y leer la composición de lo que me apliquen. También tengo que llevar conmigo Loratadina. Es mi antialérgico por si se presenta una alergia. También soy alérgica al polvo; no resisto nada que contenga polvo. Me pica la nariz insoportablemente al igual que la garganta, y los ojos se me ponen rojos. Estornudo constantemente, sin parar. Bueno, esta es una pequeña introducción para que sepan lo que me sucedió en noviembre de 2008 en Barranquilla, cuando viajé con


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mi mamá a un Congreso de Enfermería. Mi mamá es jefe de la UCI y Quirófano del Hospital San Andrés de Tumaco. Después del Congreso, iríamos al Reinado Nacional de Belleza. Estando en Barranquilla hubo un coctel campestre, muy bien organizado, con decoración hermosa. Estaba con mi mamá y sus amigas, cuando comenzó a llover fuerte. Nos pidieron entrar al salón principal. De pronto sentí un picotazo en el abdomen y le dije a mi mamá que no podía caminar. Entré al salón encorvada y no me podía mover. Mi mami me alzó la blusa y vio a la abeja. Las amigas de mi mamá trataban de ayudarme; una de ellas llamó a su hijo que estaba haciendo el Internado para que me llevara al Hospital. No podía moverme, el dolor era horrible y no paraba de llorar. Me costaba respirar. Mi mamá estaba preocupada. Me llevaron prácticamente cargada al Hospital. Al llegar me preguntaron a qué era alérgica, y me dieron un medicamento llamado Corticoide para contrarrestar la alergia. Estuve tres horas en el Hospital. Cuando llegó la hora de irme, mi abdomen estaba hinchado; todavía caminaba mal, así que los médicos le dijeron a mi mamá que debía dormir y que al despertar me iba a sentir mejor. Al otro día, tenía una roncha grande y roja que me dolía un poco. Me recuperé bien. Después de esta experiencia sé que las abejas pueden causarme daño.

Cuento sin contar Salomé Victoria Mójica Son las 5 de la mañana y como es costumbre, Ramiro es despertado por su mujer con el beso matutino. Desayuna agua-panela y arepa tiesa mientras observa la oscura Bogotá a las 5 y 30. El agua congelada purifica su cuerpo, enciende el TV vistiéndose y una noticia lo aterroriza. Sale pensando: Plata pa almorzar. Llega a la empresa y sorpresivamente observa caras alegres: Es día de pago. Transcurre


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la mañana y en tiempo de almuerzo se dirige al Banco a recoger lo trabajado. Embolsa sus 500 mil pesos y de repente, dos tipos blancos de cabello oscuro y ojos saltones sacan pistola, le ordenan entregue el dinero mientras Ramiro piensa en comer. Cae, preguntándose una y otra vez, qué ha sucedido… Y recuerda cuando se estaba vistiendo el extraño caso que RCN informó: Muere hombre asaltado en un Banco.

Salomeología Salomé Victoria Mójica Más timbal para los rumberos y uno de los pocos uniformes azules se mueve a ritmo de clave en la sala de expresión cultural mientras algunos han ido a estudiar La Célula. Son las dos de la tarde y empieza la tediosa labor de una metamorfosis: De aprendiz a guía. El jueves tiene un misterio especial, es el único de los siete días de la semana donde existe un espacio para no convertir una carrera en la vida sino hacerla parte de ella. Es 29 de abril de 2010 y la clase está dividida en dos, la primera es estiramiento y repaso de los pasos básicos y la segunda oye cómo va mi ritmo pa gozar mulata chachachá. De las dieciocho personas que asisten sólo una es estudiante de Medicina. Y es entendible pues con 300 créditos, seis materias, una de ellas con siete créditos, es imposible asistir. El metabolismo de colesterol, la glucolisis con sus enzimas importantes, la hexokinasa, fosfofructokinasa, piruvato kinasa, el ciclo del ácido tricarboxilico, la insulina, el glucagón, beta-oxidación, la síntesis de ácidos grasos, de lípidos, fosfolípidos, aparato de golgi, retículo endoplásmico, las balsas lipídicas, la fosforilación oxidativa, grupos sanguíneos, enfermedades mitocondriales, los IV complejos de la cadena respiratoria, demasiados tópicos para un parcial de la unidad

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estructural de la vida y sobre todo para pretender ocupar el tiempo en algo diferente. Aparte existen otras materias como historia de la medicina, humanidades, comunicación y salud, genética e introducción a la investigación (que comprende epidemiología, bioestadística y lógica matemática). Por mi cuenta y aunque el segundo parcial de célula había sido días antes, exactamente el 19 de abril, que por cierto estuvo duro, debía prepararme muy bien. Duré tres semanas estudiando, cargando tres libros de casi 2 kg cada uno, dos de bioquímica y uno de biología celular, no sólo por aprender o pasar el examen sino por una deuda moral personal emprendida, en el que consideré el peor día de mi vida por una exposición del factor nuclear NF-kb, cuyo objeto era explicar la cascada de reacciones enzimáticas. Uno de los docentes de la enunciada materia realizó una pregunta y no contesté delante de 29 cabezas juzgantes. Quería ser excretada por vía exocrina en el aparato de golgi del salón de clases. Después, desaparecer. A partir de este día he tenido diversas pesadillas existenciales, una de ellas es la obligación de ser tecnócrata para a diario no dejarme afectar por situaciones superfluas y más adelante no sentir dolor ajeno. ¿Para eso nos preparan? ¿Para convivir con el sufrimiento de las personas y hacerlo minúsculo? ¿Para pensar que el cuerpo humano es un conjunto de órganos al estilo Vesalio? Con todo respeto, ese debió ser el ideal del Renacimiento, aunque gracias al doctor Rovetto con su corriente contemporánea, considero que estudio para disminuir el sufrimiento. El ser humano es sentimientos, es contexto, es bienestar psicológico, es más que un caso patológico, es la representación de una sociedad que requiere ser aprendida por los estudiantes de Medicina. Al iniciar primer semestre, una terrible ola de duda azota a la comunidad: Emergencia social y sus decretos reglamentarios, discutidos el día 4 de marzo a las ocho de la mañana en el Auditorio Central de la Universidad Javeriana. Gran asombro me llevé cuando a la mesa redonda asistimos pocos estudiantes de Medicina, aunque es una temática que nos compete a todos, no sólo porque al


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graduarnos probablemente empeore la situación con el POS sino por el requerimiento de participación y de un quehacer por parte de todo el gremio médico. Sorpresivamente encontré que la asistencia provenía de las Carreras de Derecho y Economía; si dejamos a los economistas y abogados una cuestión tan importante para los médicos como la salud, es consecuente reducirla a tutelas y Fosyga, sin querer desmeritar la interdisciplinariedad. El 25 de enero de 2010 emprendí mi primera aventura al enfrentar la universidad con mi sueño, el que desde pequeña tenía claro cuando vendaba a mis primos y abría hormigas a la mitad. Puedo decir que seguiré enseñando e invitando a bailar en la rumba que ya va a empezar, buscando la contribución y presencia de otros ámbitos que enriquecen, luchando por la integralidad del ser humano e insistiendo en sentir, amar y enamorarse de mi carrera no desde el sentido pragmático, sino contextual. Para la fecha, la Corte Constitucional consideró inexequible la Emergencia Social y algunos de sus decretos reglamentarios.

El hombre y el fénix Rafael Eduardo Beltrán Benavides Desde tiempos antiguos, los hombres han tratado de encontrar respuestas por medio de criaturas míticas, al principio muy reconocidas y después relegadas al olvido. Esta es la historia de un hombre cuya profesión era la arqueología y su vida era un fracaso. Siempre procuraba estar solo, pues odiaba la compañía. Un día de verano se encontraba en un paraje desértico buscando algo que lo sacara a la fama. Excavaba y excavaba pero nada encontraba. Mientras lo hacía, de repente sintió algo extraño, una especie de calor incandescente que le quemaba las manos. A su lado había llegado un ave que lo mantuvo anonadado por

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sus características extraordinarias. Al querer tocarla, ésta se elevó con rapidéz dejando en el suelo una de sus plumas. Al instante, el hombre despertó con la cabeza en el escritorio y la tinta a su lado. Y como buen escritor, tenía una pluma en su mano.

El alienígena Sebastián Florido Sarria Había leído tantas historias sobre alienígenas, que su mente alejó la duda sin darse cuenta. Desde hacía tiempo sabía que el interés era mutuo, pues había visto desde su planeta naves que al parecer no eran hostiles. Los alienígenas por fin habían llegado y El estaba allí para presenciarlo. Era una especie de sueño que escondía curiosidad y una pizca de pánico. Algo parecido a lo que se siente en el primer día de colegio, aunque El nunca fue pequeño, y tampoco conocía lo que es un colegio. La nave descendía lentamente. Se veía rudimentaria, aunque eso se esperaba. Cualquiera diría que El es un valiente pues pocos se atrevían a mostrarse por miedo a que los alienígenas se enteraran que en ese planeta había vida. Entre la nave y el suelo había cinco metros que se acortaban con cada segundo. Desde la parte inferior de la nave se abrió una compuerta que dejó salir cuatro patas que se posaron sobre la superficie rojiza. Mientras tanto, El se acercaba con tímida decisión para conocer lo que todos evadían acaloradamente. Con extraña suavidad, la nave se apagó y en un instante de asombro y de dicha, ocurrió el evento al que todos temían: El terrícola había llegado a Marte.


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Humanos al fin y al cabo Ximena Melo Aponte Siendo aproximadamente las 11 a.m. de un día del año 2007, en la carrera décima - centro de Cali – un carro de valores se aproxima a una famosa joyería del populoso sector. Días antes, una banda conformada por quince personas se prepara para lo que será el gran robo. El gran día llega y desde las 6 a.m. comienza todo. Integrantes de la banda siguen al vehículo mientras otros están en la joyería haciendo la labor de campaneros. Al llegar al sitio acordado empieza la acción mientras ladrones armados con fusiles AK-47 y químicos especiales detienen el tráfico del sector. Seis de los integrantes se ubican unos adelante y otros atrás del vehículo mientras cuatro intimidan y bajan a los pasajeros del carro de valores; cinco de ellos, con químicos y fuego, logran abrir lo que se suponía era imposible. Toman cuatro bolsas de dinero y se las reparten. Cuando intentan escapar en motos de alto cilindraje, la policía inicia la persecución. Ellos tratan de huir por las pobladas calles del sector con la policía pisándoles los talones. Al doblar por una cuadra, los espera de frente un camión con el cual se estrellan de frente. En ese momento y necesitando de mi ayuda, entro yo, paramédico de Cali, para asistir a estas personas. Junto con mi compañero, nos disponemos a salir de la ambulancia para atender un accidente sin saber que se trata de delincuentes. La escena es terrible. Dos personas tiradas en la calle y cuatro militares apuntándoles. Una moto destruida, un camión sin parabrisas, la gente aglomerada, en fin, un caos total. Al bajarnos, escuchamos que los delincuentes dicen a los militares que alguien viene a rescatarlos.

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Rápido… rápido, dicen los militares para que suban a los heridos a la ambulancia. Con tono de tranquilidad los delincuentes nos cuentan detalles de sus traumas. Uno de ellos está somnoliento y el otro consciente; ambos tienen traumatismos cervicales, fracturas y laceraciones. Los pacientes son inmovilizados. Por protocolo sólo podemos llevar un paciente en la ambulancia; al decírselo a los militares, en tono irónico responden: - ¡Qué les pasa, esos manes ya vienen para acá! A éste llévenlo también. Improvisando la silla de la ambulancia como camilla, escoltados por motos y con dos militares dentro, se realiza el traslado. Mientras hago la revisión del paciente de la camilla, veo que en sus bolsillos hay veinte millones de pesos. Se me eriza la mano e inmediatamente sale una risa de todas las personas en la ambulancia. Luego, retorna la calma. Al llegar a la clínica Nuestra Señora de los Remedios, reciben los pacientes acabando así mi travesía. Al despedirme, uno de los delincuentes dice: - Dios la bendiga… Finalmente corroboro que blanco, negro, trigueño, mestizo, malo o bueno, todos somos seres humanos.


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Pretensioso soneto Jerson Andrés Luna Rojas Martes, 24 de agosto de 2010 a las 20:30 Pierdo brisas, pierdo viento Pierdo la capacidad para soplar ¿Me queda? el reflejo del aire No vuelan, los sueños por el viento. Quedan ganas, quedan fuerzas Queda un recuerdo en el olvido ¿Me pierdo? En el espejo no me encuentro Se arrastran de mi cuerpo los deseos. Mente piensa, cuerpo hace La vida fluye, el destino manda ¿Esencia? Falta mucho para eso. Piensa cuerpo, hace mente El destino fluye, la vida manda ¿Realidad? Solo es un sueño, no es verdad.

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Del tiempo al tiempo Jerson Andr茅s Luna Rojas Viernes, 20 de agosto de 2010 a las 14:03 Paso por paso, beso por beso Deseo por caricia, susurro y abrazo Latido a latido, coraz贸n desbordado Pena sufrida, y mi amor olvidado. Amistad obligada, besos guardados Espera ambiciosa, dolores encontrados Lindo recuerdo, castigo del pasado Dulce caricia, triste afortunado.


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Procesos Diana Vargas Dame a algo que reemplace tu voz Llena esto que hiciste de mí Dame forma, y moldéame a tu antojo No me dejes, no me olvides. Pareciera que todo quedaría aquí Pero retornas a mi memoria Cada vez que quieres interrumpir mi vida Llegas con ideas sucias, algo efímeras Seduces las acciones positivas y negativas Coincides entre el tiempo y el espacio. Emerges de la misma tierra, del terror de la noche Orcos brotan de mi jardín buscándote y me odian Pero no saben que ya no estás aquí Dentro de otro jardín, con otra flor Maldita flor, maldita y más maldita. Los pliegues de mi cuerpo buscan tu calor Las dunas de mi cama han perdido tu forma Hasta he olvidado a qué hueles una vez despiertas Ese beso de cada mañana que envenenó mi boca. Maldito e inoportuno momento grito cada noche Procesos vienen y van pero tú no terminas No te sabes difuminar en la naturaleza química De este desamor, de esta soledad, de esta noche de lluvia. No espero nada, me cansé de ti, de mí y de ella.

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Sin título Estefanía González Flórez Mueres pero no mueres te vas pero no te vas, permanecerás por siempre en el roce del viento, en lo alto de las montanas. Te recordará el vuelo de los pájaros, la tranquilidad del océano el canto de un ave, la arena que guarda tu esencia la espuma que trae consigo la magia de tus memorias, y las piedras que sufren en silencio. La sal del mar lleva tus lagrimas al corazón del océano los arboles son testigos de tus profundos sentimientos, memorias y sueños. Nunca mueres...muere un cuerpo porque tu espíritu vivirá por siempre en cada amanecer, en cada estrella. Seguiré las huellas que marcaste con cada reto, cada logro y cada sueño. Porque nunca te diste por vencido aquí sonará el eco de tu paso y se oirá tu risa, porque necesito tu guía para llegar donde me estarás esperando.


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El mundo atónito-ausente Salomé Victoria Mójica Razono mi locura, me he ido, El dolor cala mis huesos, Siento tus inútiles caricias sobre mi piel desollada. A lo lejos tus clemencias calladas y mi huir apacible. Mientras mi pecho palpita fuerte, Preciso que me he liberado de la cadena de tus labios, Una lágrima y luego otra, No recuerdo la libertad. Decido retroceder, Pero las memorias no abrazan Intento volver, correr, recorrer, Quiero olvidar lo que fui, Apresuro mi paso, Me persiguen y de pronto se tiñe mi conciencia Se distorsiona mi universo, Soy ausencia pensada en tu mundo atónito.

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Poesía


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Herir el cadáver

(O lección de anatomía al viejo estilo) Dr. Pedro Alejandro Rovetto, MD. Herir el cadáver con amor cortante larga herida precisa abierta Que no te detenga el hueso el tendón el cartílago ni la carne Lo suave es engañoso lo suave se abre engañoso La sangre es tibia tierra

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tierra del alfarero Quita la piel mira la fortaleza de los huesos siempre tranquilos Busca dónde cada hueso se articula inmóvil amenazante No leas abre separa no esperes ningún mensaje El cadáver calla nada piensa del frío mármol nada piensa de la mano tras el bisturí


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Nada recuerda sólo quizás el murmullo de la sangre bajo la piel (gran celestina) El ojo mira el cielo del párpado cerrado las pestañas se mueven bajo el ventilador En la nariz cae la nieve del brillo de una lámpara poetisa La boca no se sabe cerrada aún suave amorosa cree que suspira Axilas frías amargas grises y cerradas

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Muslos siempre grandes estúpidos y bellos como un adolescente Pies barrocos ya no más heridas ni cicatrices que nadie cuida Garganta abierta desnuda blanca y rosada Lengua libre al fin libre Y soberana El aire de la tráquea confundido en la quietud oyendo el mar


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Pulmones que van conociendo su peso cuando burbuja a burbuja los abandona el aire Ah! La víscera sagrada sabia y ciega al fin quieta Hígado esóterico que sangrando ansía el hirviente aceite la sal la cebolla Escondido misterioso bazo oculto peso doloroso casi Ácido estómago vacío

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feroz y aterciopelado Aromáticos riñones avaros señores de la gota Guarda cada víscera en su frasco y calla.

Fragmento

(tras una estudiante en Los Almendros agosto/2010) Una nube tras ti, atrás, un poco más baja, se rompe, ¿Qué te habrá dejado alta fumadora?: una paz, un breve deseo, un aire de femme fatale, pero no un recuerdo.


REVISTA MEDICINA NARRATIVA I

Poesía Dr. Pedro Alejandro Rovetto V., MD. Jardín de la casa de los abuelos: pera china, guanábana, aguacate, marañón, mango y medicinales hierbas que esperan, ocultas, el cólico, la hemorragia. Espejo de sangre, oculta placenta, oscura y cálida luna profunda, secreta compañera: dejas también a gritos expulsada aquel ajeno, breve, paraíso. Termina un falso silencio en la Clínica: el viento se detiene, los eucaliptos callan o la anciana de al lado deja de orinar en vaso de acero. Los poemas perdidos giran: planetas libres, fugados. Los poemas escritos son inquietantes prisioneros: hieren.

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REVISTA MEDICINA NARRATIVA I

La verdad de los mapas y los viajes es relativa, absoluta la ausencia. El tiempo un llegar tarde a todo y nunca al sitio que recordamos, absoluta la memoria. La palabra lo dice: sólo somos palabras, una, varias, muchas o todas, absoluto el silencio. Engaños el espacio, el tiempo, las palabras. Ausencia, memoria, silencio: absolutas equivocaciones. O mentimos o callamos y callados morimos, absolutamente. Desengáñate, la verdad está muerta: sólo vivimos para equivocarnos (por ahora, aquí). Perdida la ausencia (te encuentro y sigo buscando, por ejemplo) libre la memoria (recuerdo mil veces repetido, por ejemplo) y terminado el silencio (poner fin y empezar a decir, por ejemplo) seguir hablando en esta vida.




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