Medicina Narrativa Escritura creativa mĂŠdica
Facultad de Ciencias de la Salud Medicina Narrativa
Cali Colombia
Volumen 1 NĂşmero 2
pp. 1-90
Julio-Diciembre 2011
ISSN 2027-7636
Rector: P. Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J. Vicerrector Académico: Antonio de Roux Rengifo Vicerrector del Medio Universitario: P. Luis Fernando Granados, S.J. Facultad de Ciencias de la Salud Decano: Pedro José Villamizar Beltrán, MD. Director de Carrera: Luz Ángela Torres Flórez, MD. Secretaria de la Facultad: Gloria Inés Flórez Villafañe Título: Medicina Narrativa - Escritura creativa médica Florencia Mora Anto, profesora del Departamento de Humanidades Dr. Pedro Alejandro Rovetto V., MD., profesor del Departamento de Humanidades Gloria Inés Flórez V., profesora del Departamento de Salud Pública y Epidemiología Lectura final de textos: Óscar Saavedra Cruz, profesor del Departamento de Humanidades ISSN: 2027-7636 Coordinador Editorial: Ignacio Murgueitio Restrepo e-mail: mignacio@javerianacali.edu.co © Derechos Reservados © Sello Editorial Javeriano Correspondencia, suscripciones y solicitudes de canje: Calle 18 # 118-250 Santiago de Cali, Valle del Cauca Pontificia Universidad Javeriana Cali Facultad de Ciencias de la Salud Teléfono 3218200 ext. 8801 - 8955 e-mail: secfacsalud@javerianacali.edu.co Formato: 16 x 24 cms Diseño de carátula: Gonzalo González Barreiro, Adriana González Rojas. Estudiante de la Carrera de Medicina Ilustraciones: Luiza Londoño Bolaños. Estudiante de la Carrera de Medicina Concepto Gráfico: Edith Valencia Figueroa Medicina Narrativa Vol. 1 No. 2 Julio-Diciembre de 2011
Índice Presentación Dr. Pedro José Villamizar B., MD. Decano de la Facultad de Ciencias de la Salud
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Prólogo Dra. Luz Ángela Torres Florez, MD. Directora de la Carrera de Medicina
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Carta al lector Dra. Gloria Inés Flórez V. Secretaria Académica de la Facultad
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La nueva clínica: la de leer, escuchar, narrar y convencer Dr. Pedro Alejandro Rovetto, MD.
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Capítulos 1. La vocación médica
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Médica en Formación Un día de paso, toda una vida de búsqueda Mi primer día Una cita en la antesala de la muerte ¿Y quien dijo que el camino sería fácil? Tus sueños están a un clic Y me sentí Doctora
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2. Sobre la muerte
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Cuathémoc Tristeza imborrable Una realidad inevitable Mi experiencia con la muerte Hasta pronto mó
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3. Prosa diversa
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Una sensación cómicamente mortal Sentí la muerte cerca Los espíritus de la guerra Del sueño a la desilusión El fin injusto de Justo Prisionero Un maravilloso acontecimiento
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4. Poesía
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Sin enamorarte Médico de Guerra Lugares comunes y secretos Arcoíris Una noche en Atenas
73 74 75 76 77
5. Región y Contexto
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Pequeñas historias Mi Cali de ayer Impresiones Inmóvil como una fotografía
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Sobre los autores
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Presentación Dr. Pedro José Villamizar B., MD.
Decano Facultad de Ciencias de la Salud Pontificia Universidad Javeriana Cali
Han pasado seis meses desde la publicación del primer número de esta novedosa revista la cual tuvo un éxito rotundo. En este nuevo número se incluyen escritos que provienen no solo de estudiantes sino de docentes y directivos de la Facultad de Ciencias de la Salud. La inspiración e inquietud por la escritura denota la positiva intención de nuestros estudiantes en una competencia fundamental para los profesionales de la salud, como es la comunicación. Ha sido tanto el interés por escribir de nuestros estudiantes que ya se tiene material suficiente para dos números más. Pero no se quiere agotar el interés del lector y por lo tanto dejamos el ansia de la lectura a los próximos escritos, los cuales cada vez traen más vivencias y pensamientos positivos sobre su proyecto de vida y sus experiencias en general. Me sorprende positivamente cada iniciativa de estos jóvenes, que se ven comprometidos con su Carrera y muestra de ello es este nuevo número que estoy seguro deleitará al lector de comienzo a fin, cuyos textos se verán adornados por escritos de sus docentes y directivos, sensibles también a transmitir sus vivencias.
Los invito a leer con detenimiento cada pĂĄrrafo de esta revista, que con seguridad los harĂĄ fantasear y viajar en la increĂble experiencia de la lectura. De la misma manera animo a todos, estudiantes, docentes y directivos a lanzarse a esta gran idea de plasmar sus pensamientos y experiencias en diversas formas de narrativa.
Prólogo Dra. Luz Angela Torres Florez, MD. Directora de la Carrera de Medicina Facultad de Ciencias de la Salud Pontificia Universidad Javeriana Cali
Deleitarse con la fluidez e ímpetu de la palabra que emana del corazón alegre e impresionable de los jóvenes que viven su sueño de sentir que algún día podrán ayudar y servir a quien en sus manos confíe su vida, es un privilegio de quien se atreve a dejarse atrapar por la inmensa sabiduría que hay en cada relato. Es un camino hacia el humanismo que empieza con los mismos autores, que se asombran de su potencial habilidad para comunicar y reflejar en la palabra el dolor, la alegría, la frustración, el amor o la duda misma que impregnó, inició o aumentó su vocación médica. Un sendero guiado por esplendidos docentes que a fuerza de datos científicos salpicados de sus propias experiencias y experticias transmiten ese saber necesario para cimentar las bases del futuro profesional. Un recorrido acompañado de la ansiosa espera de cada padre, familiar o amigo que esperan que su hijo, familiar o amigo logre superar toda meta, que es cada examen, cada trabajo que debe presentarse bajo el rigor del tiempo y la norma. Este camino que llega hoy a sus manos para impactarle sus sentidos y desea hacer explotar en su alma la sensibilidad que quizás de tanto afán cotidiano se había escondido en lo más recóndito de su propia existencia. Le invito a relajarse y beber a sorbos lentos, a deleitarse con la palabra que hoy nuestros estudiantes le sirven a su mesa.
Apreciado Lector Como miembro del comité editorial de la revista, he tenido la oportunidad de caminar por medio de los hermosos y en ocasiones conmovedores escritos de nuestros estudiantes; la experiencia ha sido más que grata, puesto que logro ver una gran coherencia entre nuestro propósito formativo cuyo eje transversal es el humanismo y los “resultados” aunque tempranos en nuestros Médicos en formación. Siento en ellos una profunda sensibilidad, un cuestionarse sobre el valor del ser humano, sobre el valor del otro. Me enorgullece ver a través de sus escritos el indeleble sello de un futuro médico Javeriano. Esta edición sin duda continuará sorprendiéndolos, esperamos incluso los motive a dejar fluir la musa. Cordialmente, Dra. Gloria Inés Flórez V. Secretaria Académica Facultad de Ciencias de la Salud Pontificia Universidad Javeriana Cali
REVISTA MEDICINA NARRATIVA
La nueva clínica: la de leer, escuchar, narrar y convencer Dr. Pedro Alejandro Rovetto V., MD. Profesor de Historia de la Medicina Medicina Narrativa
Desde 1993 con el lanzamiento formal de la Colaboración o “Biblioteca” Cochrane se hizo evidente un cambio paradigmático en la medicina: empezamos, o volvimos y ya diremos por qué, los médicos a ejercer una medicina fundamentada en “bibliotecas” de estudios y crítica formal de publicaciones y textos. Esta es la Medicina de Evidencia que tienen que aprender y en la que tienen que apoyarse los médicos jóvenes para el ejercicio de su oficio, su arte, su “tekcné”. Ya no es suficiente, aunque siempre necesaria, la sola experiencia del maestro o del mismo discípulo. Este cambio paradigmático exige una nueva clínica. Hagamos historia de algunos cambios de paradigma que han ocurrido en la medicina occidental. Cuando Laennec descubre el estetoscopio en 1816 se coloca un instrumento físico entre el paciente y el médico. Podríamos decir que el clínico deja de escuchar al enfermo (“silencio, que lo estoy auscultando”) para oír la víscera. Inmediatamente aparece una nueva especialidad, los estetoscopistas entrenados en Paris, hasta que la nueva tecnología se populariza y todos los médicos empiezan a cargar al cuello un estetoscopio.
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REVISTA MEDICINA NARRATIVA
Cuando Bright unos pocos años después describe la albúmina en la orina de pacientes renales crónicos se inicia el estudio de enfermos por pruebas de laboratorio. Al poco tiempo de esto la revista The Lancet recomienda a todos los médicos llevar en su maletín una cucharita y un mechero para hacer visible ese sedimento en la orina de sus pacientes. Se inicia el estudio de pacientes en laboratorios clínicos. Esto culminará cincuenta años después en los estudios fisiopatológicos de Claude Bernard. Cuando Virchow en su Patología Celular de 1858 empieza a enseñar que el fundamento de la enfermedad es la célula enferma le da el golpe de muerte al viejo paradigma de los humores del cuerpo en equilibrio y desequilibrio que nos acompañaba desde Empédocles en tiempos pre-socráticos. Cuando Pasteur y Koch unos veinte años después dan al mundo la explicación microbiana de las enfermedades se impone otro nuevo paradigma en la medicina, el de la enfermedad infecciosa. Después de esto arranca toda la medicina del Siglo XX basada en estos paradigmas: análisis del paciente por instrumentos tecnológicos, análisis del paciente en laboratorios clínicos y luego biomoleculares, estudio de la biología celular, y microbiología. Todo eso fundamentó en su tiempo una nueva clínica. En esos paradigmas nos enseñaron medicina y la practicamos hasta que apareció el nuevo paradigma de la Medicina de Evidencia. Nos hemos concentrado en describir los cambios en el Siglo XIX por una interpretación frecuente de ellos que hacían los historiadores de la medicina. Existió se decía una medicina del paciente, la hipocrática, la primera medicina clínica. Luego se hizo una medicina de biblioteca, la galénica. Entonces se inició una medicina de hospital, comienzos del Siglo XIX, y luego una medicina de laboratorio que llega hasta nuestros días. Y esta, la nuestra, se añadía con prejuicio positivista, es la verdaderamente científica. Se sorprenderían mucho nuestros abuelos
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y bisabuelos, médicos e historiadores, al constatar que hemos vuelto ahora a una medicina de biblioteca. Pues la Medicina de Evidencia es en esencia una medicina de biblioteca. Leemos estudios, los seleccionamos y criticamos, los agrupamos en metanálisis si es necesario, y llegamos a definir la decisión y el modo de proceder clínico siguiendo la mejor evidencia publicada. ¿Qué es esto si no una medicina de biblioteca? Nos diferencia de aquella menospreciada medicina de biblioteca de la Edad Media, la galénica, la multitud de fuentes de evidencia que usamos hoy. En aquellos tiempos antiguos y medievales se recurría a una sola fuente de evidencia: los escritos de Claudio Galeno. Hoy tenemos gigantescas bibliotecas, inconmensurables bases de datos y poderosos instrumentos informáticos que nos permiten consultar una multitud de textos. Pero los consultamos tan cuidadosamente como un médico árabe exploraba los escritos galénicos. La medicina de hoy se parece a la Biblioteca de Babel del cuento de Jorge Luis Borges. O a la biblioteca del monasterio de El Nombre de la Rosa de Umberto Eco. Este nuevo paradigma exige una nueva clínica, una nueva forma de ejercer medicina. El médico hoy debe ser, más que nunca, cuidadoso escritor y acucioso y atento lector. Debe ser un detective de textos y conclusiones. Como un Sherlock Holmes de la evidencia médica. Y debe recordar lo que dijo Holmes (personaje creado por un médico escritor Arthur Conan Doyle) a su compañero Watson (otro médico) en el Signo de los Cuatro: “Después de descartado lo imposible, lo que quede por poco probable que sea debe ser la verdad”. Este último principio es la piedra angular del diagnóstico en la Medicina de Evidencia y cualquiera que la practique debe ser un buen “holmesiano”. Como Watson debe ser un atento oyente, debe “escuchar” lo que dice el texto, su contexto y sus implicaciones. Y el texto primordial al que se enfrenta el médico es la narración que hace el paciente de su
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enfermedad. Luego de “leer el texto” del paciente y muchas publicaciones y textos que ofrezcan evidencia de buena calidad sobre el problema que aqueja al enfermo que tiene frente a sí, el médico debe proponer una decisión diagnóstica y terapéutica. Para esta decisión debe usar todas las bases de datos, buscadores y servidores, esa gran biblioteca y “máquina de pensar” que tiene a su disposición. El médico actual no debe temer la tecnología, debe ponerla al servicio de su paciente. El estudiante de medicina no puede ser un “analfabeta tecnológico”. A los mayores nos ha costado cierto esfuerzo aprender a usar computadores (ningún cambio de paradigma es fácil) los jóvenes deben estar familiarizados con ellos y ponerlos al servicio de su oficio. Pero habrá muchos pacientes que no pueden comprender la evidencia médica. Ni están en la obligación de entenderla, nosotros debemos explicársela. Lo que lleva a los dos últimos elementos de la nueva clínica: el narrar y el convencer. Si el paciente nos ha entregado la narración de su sufrimiento para que lo ayudemos, nosotros debemos narrarle la explicación de ella. La historia clínica es una narración y nuestra respuesta debe ser una narración explicatoria. Debemos contar al paciente: lo que le ha ocurrido es esto o aquello (diagnóstico) lo que recomiendo que se haga es esto (tratamiento) y lo que podemos esperar es esto (pronóstico). La mente humana se ha desarrollado y se ha adaptado a narrar lo que acepta como verdad. No es una máquina de cálculo que llega a la verdad con tablas matemáticas. O que acepte inmediatamente lo que los números parecen decir. Quizás en un futuro la evolución nos lleve a hombres autómatas, tipo Spock, que acepten sin más conclusiones matemáticas. Todavía hoy la humanidad se cuenta historias para acercarse a la verdad, para decidir que hacer y para conocer que esperar. Por último el médico debe convencer al paciente que lo que le propone (diagnóstico, tratamiento y pronóstico) es razonable y posible.
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Un poco aquella cura razonable de la Edad Media cuando la retórica era parte integral del currículo de las escuelas de medicina. En conclusión, la Medicina de Evidencia nos pide un tipo nuevo de clínica: el médico que basándose en la mejor evidencia y todas las “máquinas de pensar”, explica al paciente una decisión diagnóstica y terapéutica razonable. Y lo convence de participar activamente en su cuidado. Esta nueva clínica exige un médico que sepa leer, escuchar, narrar y convencer al paciente y a la sociedad (nuestro paciente “macro”). La medicina narrativa es un esfuerzo pedagógico para construir ese nuevo tipo de clínico fundamentado en un nuevo paradigma: la Medicina de Evidencia con su clínica de leer, escuchar, narrar y convencer.
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La vocaci贸n m茅dica
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Médica en formación Alejandra Cárdenas González El dolor de mi abuela había comenzado en un diente, recorría la mandíbula y llegaba hasta la glándula parótida. Doris, mi abuela paterna, vive en Guacarí, uno de los pueblos del Valle que queda cerca a Buga. Tuvo siete hijos, seis mujeres y un varón. Ya sabrá el lector quien es el varón. Con tantos hijos es inevitable hablar de los 15 nietos, entre ellos yo. Somos una familia muy unida y eso se notó el domingo 3 de Octubre en la sección de urgencias de un reconocido hospital de Cali. Como es habitual, ese día mis padres, mis dos hermanas y yo madrugamos a nuestra iglesia Misión Paz a las Naciones, ubicada en Las Vallas al norte de Cali. Regresamos a casa temprano y recibimos un recado de Guacarí. La muela vieja de mi abuela estaba empeorando y el dolor en la mandíbula era insoportable. Mi abuelita Doris lloraba y se quejaba inconsolablemente. En la casa se encontraba mi tía Lourdes quien conmovida no dudó en llevársela cuanto antes. El mensaje era precisamente ese, que iban camino a Cali, para ir a urgencias con la abuela. Habían llegado las tres de la tarde, Dorita acababa de pasar la dura prueba del cuarto de priorización y estaba próxima a ser atendida por el médico general. Un familiar había conseguido que fuera vista también por el doctor maxilofacial; esa era la idea al venir a Cali así que todo marchaba según el plan. A las tres y media más o menos, llegamos al hospital, papá, mamá, mis dos hermanas y yo. En la entrada de urgencias nos encontramos
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con mi tía Liliana un poco preocupada. Nos contaba que Dorita había sido vista por un practicante que le mandó a tomarse una pasta para el dolor. Me pareció increíble que no fuera atendida debidamente, no la vio ni el médico general y el maxilofacial jamás apareció. La verdad es que me sentí frustrada, no solo por tratarse de mi abuela, sino también al contrastar la atención que uno puede esperar de un hospital público colombiano y de una clínica privada altamente reconocida, como en la que estábamos con mi abuelita. Pensé que como futura médica o médica en formación, no habría dejado ir a una paciente muy entrada en edad, llorando a moco tendido, como dicen, y con su cara hinchada. Habría que verla para dimensionar su dolor. El caso es que entramos ya molestos a esa sala de espera típica de urgencias, un poco oscura… o será que la mente la vuelve así de solo pensar en el sufrimiento que pasa por allá. A la entrada había una camilla, los asientos, y detrás de los asientos el cuarto de priorización. Al lado había una máquina de comestibles, otra de refrescos y una de café; de cara a los asientos, las “taquillas de admisión”. A un lado, la puerta que dividía a los enfermos importantes de los no tan importantes que esperaban sentados en las sillas. Mi familia estaba cerca de las máquinas. Una prima fue a un supermercado cercano a comprar agua y medias para mi abuela que sentía frío. Adriana, otra prima, me contaba con lágrimas que después de hablar internamente, mi abuela estaba siendo valorada por el médico general, y que si él lo consideraba, sería hospitalizada o vista de inmediato por un neurólogo. Minutos más tarde llegaron otros familiares. No miento cuando digo que por la abuela había once personas esperando su evolución, sin contarme yo. Deseaba como nunca tener todo los conocimientos que requiero para ser doctora, entrar y ayudar a mi abuela como también a los pacientes “importantes” y a los “no tan importantes”. Quería decirle al practicante que fuera más atento; al maxilofacial y neurólogo, que no se hicieran los de rogar. Pero apenas estoy en primer semestre. No sé
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nada en comparación a un practicante y ni siquiera tengo claro en qué me voy especializar. En ese instante no valía lo que estaba viendo en la universidad. No me dejarían tocar a alguien porque ya me sepa toda la vía glucolítica y conozca más o menos bien la célula, ni porque al otro día tendría que exponer sobre medicina barroca en historia. Ni por saberme las proteínas de replicación, transcripción y traducción de ADN y tampoco por conocer diseños epidemiológicos, entender bioestadística, escribir buenas crónicas en Humanidades, leer a Oliver Sacks en Comunicación o ser una reciente fan de Dr. House. Estaba perdida. Lo que me hacía médica, no era suficiente ese día. Cuando llegó mi prima con las medias, entró a ver a la abuela y salió con la noticia de que sería hospitalizada. A todos nos alivió la noticia pues significaba que saldría de allí estando mejor. Papá entró a despedirse de la abuela en nombre de todos y salimos de la clínica a las cinco de la tarde. No seguí auto frustrándome con el pensamiento y solo pensé como última reflexión: Cuando sea una médica voy a dar todo de mi para ayudar a los pacientes. No hay que ser insensible para lograr la objetividad; es necesario ser sensible para tener empatía. Al otro día, antes de entrar a Lógica Matemática, mi celular sonó. Era mi mamá avisándome que la abuela tenía un absceso en la parótida, la más grande de las glándulas salivales. Me dijo que el absceso sería drenado y controlado por un otorrinolaringólogo. Poco tiempo después, mi abuela salió de la clínica y el 18 de Octubre, un día antes de su natalicio, ya estaba festejando en Guacarí con un delicioso sancocho. No pude estar con ella en su cumpleaños número 82 ya que al otro día tendríamos el segundo parcial de Célula. Me sentí un poco mal aunque era necesario estudiar si quería ser médica.
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Un día de paso, toda una vida de búsqueda Juan Camilo Álvarez Restrepo Apasionado y con gran inclinación hacia la Medicina, me dispongo a contarles sobre aquellas primeras experiencias que me ayudaron a ser uno de los estudiantes de Medicina de la Universidad Javeriana Cali. Contaré lo sucedido un día en la vida de un cirujano plástico, el Dr. Álvaro Villegas a quien tuve el honor de acompañar en una actividad propuesta por el colegio. El despertador sonó puntual a las 4 y 50 de la mañana. El primer chorro de agua estremeció de un tirón mi cuerpo y una especie de incertidumbre se apoderó de mis pensamientos. Era claro que iba a hacer un acompañamiento en la vida profesional de un doctor, pero no sabía nada más fuera de eso. Vestido con la ropa más apropiada del closet de mi padre (ingeniero de vestidura muy formal) y ya casi listo para dirigirme a la casa de mi padrino profesional, tomé un desayuno revitalizante y me encargué de llevar en mi maletín todo cuanto fuera a necesitar. Llegué con entusiasmo a “Balcones del Campestre” y esperé a que bajara el Doctor Villegas. Pude ver su gesto de cotidianidad al lado de mi asombro por mi primer encuentro cercano con la medicina. Siendo más o menos las 6 de la mañana, nos encaminamos hacia nuestro primer destino, el Hospital Universitario del Valle. Nos recibió el más sorprendente caso que jamás hubiese podido ver. Andrés Camilo Lopera, 25 años, electricista, usuario del SISBEN y con trauma por descarga eléctrica, requería urgentemente implementación de un colgajo de piel para su brazo. Las heridas en todo el cuerpo eran casi imperceptibles, lo único visible era su brazo
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izquierdo que había quedado totalmente despellejado. El estado de shock se reflejaba en su forma de hablar. Registraban 6 y 30 a.m. como su hora de ingreso, con al menos 4 horas de ocurrido el accidente más la demora en transporte desde Jamundí. Había ya un riesgo latente para la vida de este paciente. Debía ser remitido con gran velocidad a la sala de cirugía reconstructiva donde por razones muy claras en este escrito, participaría el Dr. Villegas. Se trataba de una operación de gran complejidad, con ligamiento de colgajo cutáneo proveniente de la zona baja del estómago, unión de tendones comprometidos y reconstrucción del dedo pulgar (devolverle la función pinza que tienen las manos para trabajar). Su duración fue de 4 horas, aproximadamente. Estuvimos libres para el almuerzo a la 1 de la tarde; el doctor se tomó los 15 minutos que tardaba la comida en llegar para explicarme detalle por detalle cada paso del procedimiento en la pasada operación. Empecé a comer, muy perplejo por los milagros que era capaz de hacer un buen médico. Después de transcurridos 40 minutos, a las 2 de la tarde, Álvaro y yo nos dirigimos hacia la Clínica Imbanaco. Llegamos directamente al área de suturas donde logramos descansar un tiempo muy modesto antes de reiniciar labores. Fue drástico ver ese contraste entre lo que ocurre en un hospital del Estado y esta prestigiosa clínica privada de alto turmequé. Aquí, hubo casos de menor urgencia, atención de pacientes cada 30 minutos y pequeñas suturas con fines más estéticos que indispensables. Entre pequeños descansos y suturas nos dieron las 5 de la tarde, hora apropiada para alistar maletas y cambiar de ambiente de trabajo. A tan solo 15 minutos en carro, llegamos a la Clínica de Estética. Es una pequeña clínica dotada de la última tecnología, con la más alta variedad de médicos reconocidos, donde se atienden consultas y operaciones de carácter estético. El doctor Álvaro tiene un consultorio en la mencionada clínica y ese día tenía programada una liposucción. Luego de toda la preparación y del alistamiento del personal, a las 6 de la tarde comenzó la intervención. Muy corta, tanto que pareció no tomarle mucho esfuerzo
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al doctor. Todo concluyó con un momento de relajación y papeleo en su oficina. Había sido un día de intensas preguntas y emociones que lograron reforzar lo que desde hace mucho tenía claro, mi vocación. Entonces, a las 7 y 50 de la noche, con las baterías bajas, retorné a mi casa donde me dispuse a enterar a toda mi familia de las grandiosas experiencias vividas, hasta terminar exhausto en mi cama.
Mi primer día Cristian David Medina Flórez Miércoles 21 de Julio, todo comenzó este día. Después de haber pasado un largo fin de semana en Neiva y haber llegado a Cali el miércoles a las 3 de la mañana, horas más tarde iniciaría mi vida como universitario. Dormí hasta las 7 de la mañana. Entusiasmado y con susto, me alisté. Esta ciudad era nueva para mí y además, no sabía muy bien qué ruta del MÍO tomar para llegar a la universidad. Con mi uniforme azul, salí de la habitación y saludé a Doña Rosalba, la señora con quien vivo. Desayuné pensando en el reloj y al terminar le pregunté qué ruta tomar para llegar a la universidad. No tengo ni idea de eso del MIO mijo, me dijo. No he montado ni la primera vez. Me aclaró que en la estación me darían la información. Conté 6 cuadras hasta la Estación Tequendama; al llegar a la ventanilla pregunté cómo funcionaba la entrada y todo lo demás, escuché la carreta de la tarjeta y de los $1.500 que imagino, saben. Le pedí que me vendiera una y me recargara $3.000 para llegar a la Universidad Javeriana. Según las indicaciones de la señorita debía poner la tarjeta en el lector, ingresar cuando pitara y pararme en la primera puerta de la
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derecha a esperar a que llegara un articulado que decía T31. Antes de despegarme de la ventanilla, el articulado ya estaba abriendo sus puertas. Corrí hasta el lector y esperé a que pitara como dijo ella. Al ingresar todo estaba muy bien, el clima era agradable y había una silla vacía…! Tenía que llegar hasta Universidades, que era la última estación. No sería difícil darme cuenta porque me dijo la señorita que todos se bajarían allí. Pasamos muchas estaciones, inclusive reconocí la Estación que quedaba cerca al apartamento de mi prima, quien seguramente estaba haciendo lo mismo que yo. Cuando el articulado dijo, próxima parada Universidades, casi se me sale el corazón. Debía abordar un bus verde pequeño que no veía por ningún parte. Después vi a un policía y le pregunté cómo llegar a la universidad. Me dijo que saliera y me señaló una larga fila. Ya eran casi las 8:10 de la mañana y tenía que llegar antes de las 9 así que me afané no sin antes confirmar si esa fila era la de la Universidad Javeriana…claro, el señor llevaba puesta una chaqueta de la universidad. Después de 10 minutos, estaba en la portería de la universidad. Lo primero que pregunté fue dónde quedaba el edificio almendros, ya que allí era la primera clase de Célula, cuyo bonito nombre prefiero hoy no pronunciar. El portero me indicó que tenía que caminar hasta la capilla, luego girar a la izquierda y después caminar hasta encontrar un edificio. Cuando llegué eran casi las 8:45. Esperé contra una columna hasta que llegó un señor no muy alto, con una bata blanca larga indicándonos el salón. Era Pedro, uno de los profesores de Célula. Ya eran las 9 de la mañana. Lo que más me sorprendía era que Alejandra, mi prima, no llegaba. En ese momento pensé lo peor, se perdió, se quedó dormida… No estaba tranquilo y menos cuando Pedro comenzó a llamar lista. A las 9:10 Alejandra apareció. Descansé y pude poner atención. A medio día hice fila en la cafetería central, pedí el almuerzo y pagué $5.700. Después me reuní con mi prima y pasamos el resto de tarde hasta las 4, hora en que teníamos Epidemiología. Salimos a las 5:45 y caminamos hacia afuera de la universidad donde pasaba de nuevo
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el bus verde que nos llevaría hasta la Estación Universidades. Allí esperaría otra vez el T31, me bajaría en Tequendama, caminaría 5 o 6 cuadras hasta llegar mi casa y comer una deliciosa cena. Al otro día, desde las 5:00 de la mañana volvería a la misma rutina del miércoles 21 de Julio de 2010, mi primer día de clases y de MIO en la ciudad de Cali.
Una cita en la antesala de la muerte Tania Vanessa Duque Ángel Lunes 20 de septiembre de 2010, 3:50 a.m. Suena el despertador. No es una tortuosa madrugada porque sé a dónde voy. Me recogen a las 4:40 a.m. y sé que demoro una hora en alistarme; esta vez no puedo hacer esperar pues mi amigo viene acompañado por el novio de su hermana, un médico bastante conocido, sobre todo por su puntualidad y conciencia social. 4:40 a.m. Un vehículo llega al edificio donde vivo. Es azul oscuro, lindo por fuera y sofisticado por dentro. Adentro va mi amigo con su uniforme azul y el famoso médico con su bata. En el vehículo me siento algo intimidada; mi amigo saluda como siempre y el médico habla en forma seria, pocas palabras. Prefiero quedarme callada hasta que se rompa el hielo. Vamos en camino a recoger a otra amiga. Mientras los dos conversan sobre temas diversos, trato de imaginarme qué haremos en el hospital.
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4:55 a.m. Llegamos a la casa de nuestra amiga. Llega con los zapatos en la mano, saluda con voz alegre y yo me siento con ganas de hablar durante el trayecto hasta el hospital. 5:15 a.m. Ahí está, el Hospital Universitario del Valle. Siempre me pregunté cómo era y qué personas iban pues he escuchado que llegan casos impresionantes, verdaderamente difíciles de creer. Es la segunda vez que vengo. La primera vez solo vi un pedacito de este gran hospital, un caso increíble y real: Un hombre impactado por 10 balas, 8 de ellas en la cara, que seguía vivo aunque tenía sus ojos explotados. Por eso me preguntaba ¿Qué veré hoy? Nos bajamos del carro y mi amigo nos entregó las batas. Son las batas de su hermana que también es médica. Son las mismas para las dos. Cuando caminamos hacia la entrada del hospital, el médico comienza a hablarnos y nos advierte estar siempre con él. Nos dice “si yo doy cuatro pasos ustedes también, si yo doy tres pasos ustedes igual y si yo doy dos pasos y medio ustedes dos pasos y un cuarto”. Sonríe y nosotros también. 5:20 a.m. Estamos a un minuto de entrar a urgencias. Muchos sentimientos me invaden. No sé qué situaciones afrontaré hoy. Siempre tuve concepciones míticas sobre el asunto, como por ejemplo, relaciones entre fantasmas y hospitales, entre ficción (películas y telenovelas) y realidad. Es el momento de romper estas barreras y dejar el miedo. Soy una médica en formación. Antes de entrar, el médico nos dice en tono serio y chistoso que si en algún momento nos vamos a desmayar, lo halamos de la bata y seguro nos ayudará. Ya pasó un minuto. Aquí estamos, frente a más de diez personas de diferentes edades que sufren por problemas similares. Me pregunto ¿Es posible entrar a esta sala y no sentir nada? El médico nos invita a pararnos junto a él y al lado de estudiantes y residentes. Uno de ellos empieza a contar detalles sobre la historia clínica de un paciente impactado por arma de fuego. Dice que la mayoría de balas están en su espalda. Ahí está el hombre acostado en la camilla con dos tubos,
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uno de ellos saca la sangre que puede causar obstrucción si se deja adentro. Entre las voces de los diferentes médicos y estudiantes escucho sus quejidos. Puedo notar que le duele, aunque no sé hasta dónde llega su sufrimiento. Por algún motivo irracional y estúpido, fue agredido. Aquí me encuentro parada, observando este ser humano en su desesperación, sin poder hacer nada. Pienso en que para esto me preparo, para ayudar a las personas en su dolor, una razón que me motiva a esforzarme cada vez más en mi Carrera de Medicina. 5:26 a.m. Seguimos con el mismo paciente pues requiere cuidados especiales, más una cantidad de exámenes médicos para indagar a fondo su situación. De pronto ya no puedo ver bien. Empiezo a marearme. Siento que no puedo mantenerme de pie aunque mi mente me obliga a no rendirme frente a la situación. Lo único que veo es una sombra de hormigas de luz. Mi foco o campo de observación cada vez se achiquita más. Entonces decido sentarme para mejorar y continuar el recorrido. 5:30 a.m. Pensé que el mareo se iría rápido, pero sigo sentada, con inmensas ganas de escuchar. Intento pararme, sin embargo vuelve el mareo. Desde mi asiento escucho sobre cada situación. Pasan tres minutos y ya son cinco casos, todos con impacto por arma de fuego. Trato de seguir concentrada en las voces de los médicos mientras hago un conteo hipotético: Trece de diez y seis personas, fueron baleadas en Cali, en horas de la madrugada. Pasan 3 minutos más. Los médicos se detienen en otro caso. No se trata de un adulto sino de un niño de 16 años, herido en un tiroteo. No espero más, me paro y me acerco. Dicen que el niño fue utilizado como escudo por un hombre que finalmente murió. Increíble, el niño sobrevivió y el que lo cogió de escudo no. Sin embargo eso no es lo que importa. Me pregunto cómo una persona va a coger a un niño de escudo. Pienso en cómo quedará el niño después de pasar por esta situación. ¿Qué tan graves serán las secuelas? Vuelvo a sentarme. No logro controlar
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lo que siento, es una reacción inconsciente que me pone fría y pálida. Cuando la enfermera me ve así, me invita a tomar un asiento donde puedo reclinarme mejor. Al cabo de 6 minutos, la ronda de urgencias termina. El médico me llama y nos dirigimos a un auditorio con los residentes y mis dos amigos. Apenas salimos, mi mareo se va. Al llegar, el médico pone las radiografías de los casos que acabamos de ver en la base luminosa de una estructura para visualizarlas bien y empieza a preguntar qué tiene cada paciente. Entre varias respuestas consigo retener algunas, las suficientes para comprender el grave estado de uno de los pacientes. El auditorio permanece en silencio, el médico hace cara de decepción y preocupación, trato de descifrar qué sucede pero no logro entender. Finalmente, el médico se dirige a todos y nos explica que esta es nuestra realidad caleña. Este cuadro dantesco se repite día a día pero con más intensidad los fines de semana. Es el producto de la violencia. Lo más triste es lo poco que la sociedad se preocupa por el problema. Es tanta la indiferencia que muchos creen que estos casos se exponen para manchar el nombre de la ciudad y que no suceden en verdad. Qué paradójico, es increíble que se piense de tal manera. No me opongo a que una persona piense eso pues respeto opiniones, pero aquí se trata de hechos. El médico camina de un lado a otro. Intervienen los estudiantes, se equivocan, aciertan y discuten; mientras tanto, mis amigos y yo nos miramos con cara de confusión porque vamos apenas en primer semestre. No entendemos mucho el vocabulario que emplean. Además no estoy concentrada, siento que sigo en la sala de urgencias, que continúo sumergida en la dura verdad que por tanto tiempo estuvo oculta. Mi estómago da vueltas tanto como las recientes imágenes en mi cabeza. Me quedo preferiblemente callada y sigo escuchando. Ha pasado una hora y el médico nos llama. Mientras caminamos continúa su discurso sobre los hechos sorprendentes que nadie cree
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y no paro de sorprenderme. Por un momento me distraigo al pensar en lo que disfrutamos mientras otras personas luchan por sus vidas ¿Quién diseñó el revólver para que el hombre matara a su voluntad? Tristemente, nosotros. Llegamos a un pequeño auditorio, tomamos asiento y ahora veo más residentes con uniformes blancos. Hacemos silencio por petición del médico pues al parecer unos estudiantes deben exponer sobre algunos temas. Trato de concentrarme más. Quiero aprender mucho cada vez que venga, como por ejemplo, entender que en una radiografía el diafragma derecho debe verse más alto que el diafragma izquierdo o que cuando una persona recibe una puñalada por la espalda y presenta el estómago dudoso después de los masajes de prueba, debe ser inmediatamente operada sin ningún pero. Una mujer delgada empieza a hablar sobre la efectividad de algún medicamento o procedimiento en la entubación de un paciente. Escucho las palabras “retrospectivo”, “muestra” entre otras, y pienso en mis clases de Introducción a la Investigación. Por fin logro salir de mis recuerdos, y comprendo que lo que estamos aprendiendo en estas clases es más útil de lo que pensaba. Así pasan los minutos, escuchando y viendo, hasta que al cabo de otra hora las exposiciones terminan. 7:40 a.m. Se acerca la hora de nuestra partida. Llegan otros dos médicos jóvenes, muy amables. Con ellos nos dirigimos a la cafetería del hospital. Nos sentamos y comenzamos a hablar. El médico Jefe nos ofrece un refrigerio, pero me siento extraña. Aún no asimilo la causa de mi mareo. Creía que esta condición no me hacía apta para ser médica. Pensé dejar esa idea para mí, aunque de inmediato le dije al respetable médico, lo siento, no quiero tomar nada porque aún tengo mareo por haber visto los casos de urgencias… Aunque yo quiero ser médica. Al escuchar, pone su mano en mi hombro, y me dice: “Yo también estudié 6 años medicina, estuve otro año como residente, otros más
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en la especialización, unos cuantos en cirugías y aquí sigo. ¿Crees que no me sigo mareando? ¿Crees que cuando estoy en una sala de cirugía haciendo mi trabajo no veo cosas que me hacen marear? Conocí a un estudiante que en su primera visita al anfiteatro se desmayó y siguió mareándose en muchas ocasiones. Ahora es uno de los mejores cirujanos del país. Marearse es señal de sensibilidad, significa que tu cuerpo está respondiendo a lo que ve y que no es indiferente. Pienso que es mejor médico el que se marea que el que no se marea”. Apenas termina de hablar me da un abrazo fraterno que me transmite confianza, lo que causa que acepte el refrigerio. Qué gracioso, cuando me subí a su vehículo en la madrugada, me encontraba con un médico bastante serio, que me intimidó. Horas más tarde, es la persona que me transmite confianza. 8:10 a.m. Comimos rápidamente y luego nos dirigimos al parqueadero. Nos van a llevar a la universidad, pero antes recogeremos nuestras cosas en el carro del médico y dejaremos las batas. Por momentos se rieron de nosotras porque nuestras batas tenían el mismo nombre y además, la misma especialización “Cardiología”. Nos despedimos, damos las gracias y el médico nos invita a volver. Creo que no puedo sentirme más feliz. Fue una experiencia que me llenó de muchas maneras y sobre todo, me enseñó cosas nuevas. 8:43 a.m. Vamos llegando a la universidad. Nos despedimos de los jóvenes que nos trajeron, también médicos. Cuando nos bajamos del vehículo, mis dos compañeros y yo empezamos a hablar de la experiencia vivida, sorprendidos por lo ocurrido. Ya en la universidad, el día transcurre normalmente aunque no mi manera de ver la realidad. Creemos saber qué pasa en Cali mientras estamos tranquilos en un restaurante cenando o quizás en nuestra casa viendo una película ¿Realmente sabemos? No lo creo. Por supuesto ahí están los medios llenándonos de noticias editadas y seleccionadas. Eso no basta para descubrir la realidad que nos ocultan día a día, manteniéndonos en estado de shock. Quizás nos brindan el entretenimiento que nos gusta
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para esconder lo que pasa en las calles, en las noches, durante los fines de semana, por ejemplo. Son estas las razones por las cuales seguimos así. Ignoramos aquello que también hace parte de nosotros, dejamos que la sociedad se siga contagiando con la enfermedad letal de la violencia y la corrupción, si, aquella que mata el avance de una sociedad íntegra, solidaria y equitativa. Dejamos que la sociedad se fragmente en estratos y los más bajos dejan de importarnos. Qué sorprendente, siendo todos humanos, de la misma especie y hasta de la misma familia, país o ciudad. El admirable médico me mostró que no debemos callar, que tenemos que luchar contra el silenciador corrupto para que las personas entiendan lo que pasa en la ciudad. Y conozcan las situaciones que los médicos de hospitales como el universitario deben afrontar: Hombres con cuchillos enterrados, personas quemadas, electrocutadas o heridas con armas de fuego, casos que no creeríamos, ni aún el mismo lector al revisar esta historia. Me pregunto por qué los puestos públicos se ocupan con personas que no aportan mucho a la sociedad en vez de ser llenados por gente con verdadera conciencia social, con corazón de verdad y sentido sincero de humanidad. ¿Por qué aquellos que van a ocupar cargos públicos no son formados en estas lides? ¿Por qué los gobiernos no ubican dentro de las prioridades nacionales, suprimir o al menos disminuir la cultura de la violencia? ¿Por qué los recursos estatales para la salud escasean mientras florece la corrupción? ¿Por qué no hay políticas claras para la prevención de la violencia?
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¿Y quién dijo que el camino sería fácil? Manuela Salcedo Ortega Antes del gran día, yo era la única que creía en mi victoria además de mis papás. Luego, esa autoconfianza se derrumbó. Era un domingo, uno de esos días en los que deseamos chocolate caliente y entre las cobijas, ver televisión. Como algo normal en abril, el cielo estaba oscuro. Sentía nervios. Ese día eran las pruebas del saber ICFES, las que finalmente decidirían mi futuro. El 24 de Abril de 2010, a las 7 de la mañana, estaba en Cenproes, lista para presentar mi ICFES muy temerosa por lo que me fueran a preguntar. Con la cartilla en la mano, pensaba si mi preparación había sido suficientemente buena. Había pertenecido a un pre-médico que ahora digo que realmente no me sirvió. Como dicen los papás o bueno, por lo menos los míos, “perdimos la platica”. En fin, ya estaba ahí viendo a las personas abrir su cartilla, unas atemorizadas como yo, otras felices porque al fin llegó su día (qué locos). Algunos desadaptados que se fueron con pinta de rumba, tenían esa cara de querer terminar rápido, así sea de primeros para irse a bailar choque profesional (algo que yo no sé bailar, por cierto). Después de ver a todos estos personajes, comencé mi examen. A las 12:30, salí del traumático lugar. Había quedado en ir a almorzar con mis papás. Me subí al carro y como es común, llegaron las preguntas normales: ¿Cómo te fue muñeca? ¿Te sentiste bien? La verdad no podía responder, estaba tan confundida que creí que era mejor no hablar del tema. Almorcé. No podía creer que en media hora estaría sentada nuevamente en aquellas sillas duras ¡Dios mío! Lista de nuevo para comenzar la segunda fase de las pruebas. Aún estaba nerviosa. También tenía sueño y la Filosofía no era precisamente, mi fuerte.
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A eso de las 4:40 o 5:00 de la tarde no recuerdo bien, fui saliendo de la pesadilla. Subí al carro, de nuevo las preguntas y mi respuesta común, no sé. Llegué a casa con dolor de cabeza, traté de no pensar pero fue inevitable. ¿Cómo me fue? Nunca encontré una respuesta hasta que un mes después llegaron los resultados. Un día antes de la fecha oficial de publicación, salieron los resultados pero no estuve preparada para verlos. Era como un 14 de Mayo, catalogado como “el día más traumático de mi vida”. Decidí no ir al colegio. A eso de las 5 de la mañana o bueno quizás no a esa hora, más o menos a las 7 a.m. me levanté, ingresé a la página web y como era de esperarse, demasiada congestión en internet. Había quedado en ese punto donde ya los resultados iban a aparecer. De pronto, ahí estaban, al frente. ¿Cómo me fue? Mis lágrimas decían todo. Era dolor, dolor innato del corazón, al pensar que la medicina se alejaba de mí. ¿Qué había pasado? No sé, quizás nervios, presión, de verdad que no logro entender. Un mes después creí que presentarme a la U con un puesto de 318 y un promedio regular de 55 era suficiente (obvio que no lo era, y menos para Medicina) pero algo es algo (que pensamiento tan conformista tenía). Por obvias razones, no quedé. Y el llanto otra vez. ¿Qué iba hacer? Ingresé al pre-médico de la Pontificia Universidad Javeriana Cali. El siguiente ICFES era en septiembre. Sabía que lograrlo requería sacrificios, así que en las vacaciones y durante el resto de tiempo que me quedaba para el ICFES, contraté a un profesor que iba a mi casa 3 veces a la semana a darme 2 horas de estudio. Hacía simulacros, estudiaba y al mismo tiempo, cursaba el pre-médico. Hoy agradezco a Dios no darme un buen resultado en el primer ICFES.Si me hubiese dado uno muy bueno, no hubiera tenido la oportunidad de elegir mi universidad y asegurarme que Medicina sí era mi carrera. Llegó nuevamente el día y la única diferencia era que no sentía aquellos nervios. Tenía fe en mí. Salí feliz. Me fue muy bien, terminé mi pre-médico, conocí a grandes personas que por cierto son compañeros
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míos hoy. Hoy puedo decir que “nunca se valora lo que llega fácil, se valora más lo que con mucho esfuerzo se gana”. Soy estudiante de Medicina de la Pontificia Universidad Javeriana y estoy orgullosa de haber logrado todo, de estar aquí y aun cuando se sabe o se dice o se cuenta, que esta es una Carrera larga, agotadora, competitiva y saturada, yo tengo la convicción de ser médica y ninguna dificultad “me detendrá”. Después de superar el obstáculo para ingresar, me preguntaba ¿Y ahora qué? Es aquí donde te enfrentas a tus mayores miedos, no saber cómo son las clases, no saber si te preguntarán el tema al día siguiente, si te harán un quiz. Y es aquí donde estoy después de haber pasado mi primer parcial. Estudié como nunca, un mes antes, 2 horas diarias. Al realizarlo, no sabía todo. Eso me puso nerviosa y volvió mi miedo. Llegaron los resultados, y con ellos mi nota: “Manuela Salcedo tiene 2.9” ¿Por qué 2.9 si estudié como nunca? ¿Cómo pudo haber pasado esto? Dios mío, es Célula. Y ahí llega lo que siempre te dicen tus papás “Nadie dijo que sería fácil”. “La esperanza tiene que perdurar en cada uno de nosotros pues cuando menos lo esperas, siempre hay algo positivo para rescatar de todo”
Tus sueños están a un clic Yerson Penagos Osnas Sobre el sofá de mi casa, abrazado a mi perro y con el televisor encendido, meses atrás pensaba: Hace seis meses terminé la secundaria y lo que tanto había deseado cumplir, se desvanece ante la terrible situación de mi familia y de mi pueblo. Tengo 17 años, vivo con
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mi padre en el campo, soy indígena, estudié en una pequeña escuela de mi vereda, me las arreglé para terminar el bachillerato en un buen colegio del pueblo vecino y ahora aspiro entrar a la universidad. ¡Crecí en una comunidad indígena!: Jambaló. Mi reguardo, situado en la Cordillera Central de los Andes Colombianos, al nororiente del Departamento del Cauca, fuente de innumerables cauces de agua que desembocan en el río Palo, Municipio de Caloto, es el territorio de la cultura NASA también conocida como Páez. Es un territorio entre montañas, olvidado por la sociedad, secuestrado por la violencia y rondado por el miedo; desde hace tiempo su destino llegó a manos de los actores armados. La lucha por el reconocimiento de las tradiciones de mi pueblo surgió de un gran esfuerzo de los comuneros por reivindicar los valores ancestrales, las autoridades, las formas de organización y de vida. Como dijo un amigo: “Los indígenas NASA, hijos de la tierra, somos la tierra misma, venimos de la tierra, vivimos en la tierra, descansamos en la tierra”. A pesar de los grandes golpes dados por la colonización, la industrialización y el Estado, esa gran familia, mi familia, lucha por el respeto a los derechos humanos, étnicos y culturales y por su avance como grupo étnico frente a una posible desaparición. Todavía sentado, repetía en voz alta mi gran sueño: Hacer una carrera universitaria ¡Se lo debo a mi gente! De pronto, una corriente de aire entró por la ventana y puso a mis pies una hoja de papel que recordaba que mis actitudes académicas ya habían sido demostradas, que era hora de tomar el siguiente paso. Días antes, con el ánimo y el alma por el piso, divagaba en un universo paralelo donde difícilmente sonreía. La música ya no era deleitante. Silencioso y vacío, me había encerrado en lo que más temía: La oscuridad. Necesitaba la ayuda de un agente externo. Tres días antes, mi padre había recibido los resultados del ICFES, mi salvavidas. Por ello, junto a un árbol, con maleta en mano, llegó el día en que esperé la llegada de la chiva, después de decidir mi inscripción a la universidad pública. Era miércoles, que coincidencia,
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justo el día en que se forma una gran fila al lado del puesto de salud. Cada cinco minutos una enfermera avisa quién es el próximo en ser atendido, mientras se escuchan frases de inconformismo. Los doctores, “médicos” cansados, esperan que su año de rural termine pronto. Sus actos evidencian que no aprendieron a respetar y convivir con otras culturas. Eso reafirmó mi decisión de entrar a la universidad, ayudar a mi gente y evitar estas escenas. Después de la despedida y de cuatro horas de viaje en chiva, llegué a Santander a casa de una mujer increíble, perseverante y linda…Mi madre…cuanto la admiro. A pesar de su enfermedad y de su “incapacidad”… sigue adelante. Por eso, cuando le comenté mi decisión, su sonrisa y abrazo, contestaron todo. Ella es mi ídolo. Mi inspiración. Estoy inmensamente agradecido con Dios por poner frente a mí, las circunstancias que me guiaron hacia la puerta correcta. Era un día viernes, en aquel café internet. Un mensaje se repetía 10 veces y por curiosidad, revisé: “Tus sueños están a un clic”. Se trataba de una oportunidad para seguir estudiando, una beca universitaria para minorías indígenas en una universidad privada. Al parecer se había encendido un sendero de velas coloridas que indicaban cuál era el camino. La Medicina es una profesión apetecida por muchos, un privilegio de ricos y súper dotados, sin embargo, ahora era el turno de un indígena. Me he enamorado de la Medicina porque no hay nada más reconfortante que recibir unas gracias o una sonrisa cuando se alivia el sufrimiento humano. Y aún más cuando se trata de ayudar a mi gente. Confundido, sorprendido y supremamente feliz, me alegró decir ¡Me gané la beca! Y hoy es mi primer día de clase. Estoy en la Pontificia Universidad Javeriana, de Cali. En principio fue un poco difícil adaptarme, primero, por los comentarios de mis compañeros: “Y tú, de qué tribu vienes”, “Muéstranos una de esas danzas raras de los indios”, “Esos indios son jodidos” o “Para ti todos somos malos: todos somos conquistadores”; también, por las invitaciones a lugares donde no puedo darme el lujo de ir y por el hecho
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de no parecer indígena pues mi piel es muy clara en comparación con la imagen que se tiene de mi cultura. Trato de responder a las preguntas que me hacen, aclaro aquellos conceptos erróneos que pueden ofender cuando no se tiene cuidado, y trato de socializar con todos a pesar de mi miedo a incomodar por el hecho de tener un nivel socioeconómico más bajo. Ya han pasado cuatro meses, muchas horas de clase, descansos, almuerzos y tertulias. He comprobado que el concepto que me dio Andrea de “universidad privada” era totalmente erróneo. Nunca me hicieron ”el feo”, no me tiraron al lago, no existe la logia (grupo de erradicación de becados) y todo ha sido muy diferente. Tengo compañeros y amigos. Ahora sé que la Carrera que elegí es la más increíble de todas. Aprendí que los niños ricos también tienen sueños, y al igual que yo, aman la profesión de la Medicina. Estoy aquí por mi pueblo, gente que lucha cada día por el reconocimiento de sus derechos. Siento que mi pueblo me confió una tarea, difícil y satisfactoria. Cumplir mi sueño de estudiar Medicina, y dentro de unos años aliviar el sufrimiento humano de la comunidad NASA, mi gente, mi gran familia indígena. “La mejor forma de disfrutar cada minuto de existencia, es asumiendo la vida como un instante en el que se debe dar siempre lo mejor, y nunca olvidar a los tuyos”.
…Y me sentí doctora Karen Lizeth Álvarez Raigoza Era un día normal, martes de práctica de Salud Pública, un día extenuante y más allá de eso, reconfortante. Las tardes de los martes
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corren rápido y dejan la satisfacción de haber aprendido algo nuevo y ser un poquito médico. Citología, palabra evadida y temida por las mujeres, indiferente en muchos casos a los hombres y parte normal del quehacer médico; espacio de intimidad, de respeto, vergüenza y miedos. Todo pasa quizás en menos de 15 minutos, en los que el paciente entrega su confianza a nosotros o en mi caso, a una médica “en formación”. Sentí la satisfacción de que me dijeran Doctora, hecho bastante significativo para mí. La enfermera que me acompañaba, me explicaba cómo se realiza la toma de citología y les decía a las pacientes que yo estaba realizando un estudio. Trataba de mostrar una cara seria para animar a las pacientes. Veía y veía citologías, mientras les decía “más te demoras en acomodarte que en realizar el examen” “relájate que eso no dolerá”. Cuando llegó el momento de mi primera paciente, ahora sí nada de quedarse viendo. Me pasó un escalofrío, definitivamente una cosa es ver y otra es hacer. Llamaron a la paciente y me puse nerviosa. Me preguntaba ¿Cómo será la paciente? ¿Se dejará hacer la citología de mí? Varias ideas pasaron por mi mente mientras con las manos pedía a Dios que me ayudara a hacerlo bien. En realidad la citología es un proceso básico. Entró una señora de 35 años, de aspecto juvenil y por cierto, simpática. Era la paciente indicada para hacer mi primera citología. Me sentí tranquila. Cuando se estaba acomodando en la camilla me comentó que para ella la citología era terrible pues no le había ido bien en las experiencias pasadas. Otra vez volvió ese nerviosismo que también me decía ¡No lo puedes estropear! Poco a poco empecé, despacio y mirando a la enfermera para que me indicara con su mirada y aprobara lo que iba haciendo. Tomé las muestras y aquí vino el momento importante. Sacar el espéculo. Lo hice sin lastimarla. Ahora sí, con seguridad y con la actitud de toda una médica, le indiqué que habíamos terminado. Ella fue a vestirse. Me quité
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los guantes sudando bastante y pensé: Menos mal los pacientes no se dan cuenta de cómo uno también sufre. Al salir del baño, la señora dijo algo que me hizo sentir una gran persona. Comentó que había sido la primera vez que no le había dolido la toma de una citología. Así fue como hice mi primera citología. Después hice otras aunque más tranquila. Sin embargo, la primera vez es la que no se olvida y aunque todo fue muy rápido y el procedimiento es sencillo, la experiencia es relevante en mi formación como Médica.
Sobre la muerte
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Cuauhtémoc * Laureano Quintero, MD.
Director Científico Hospital Universitario del Valle Coordinación Académica Fundación Salamandra
Llegó al hospital una tarde, realmente no recuerdo. Sus padres angustiados clamaban por una pronta atención y él, apenas gemía adolorido. Lo que primero llamó la atención fue su nombre: Cuauhtémoc, como el último de los emperadores aztecas, el que combatió contra los españoles y el que puso fin a toda esa línea de gobernantes orgullosos y firmes del México de hace muchos años. Rápidamente se le llevó a la Unidad. Se cubrió casi todo su cuerpo y empezó el largo camino; la dura lucha que él y nosotros empezábamos para que sobreviviese a su tragedia. Dos días más tarde fue llevado a la sala de operaciones. Las brillantes hojas de bisturí desgarraron su lastimado cuerpo insensibilizado por los mágicos gases de la anestesia. La sangre corrió desde sus heridas y su regreso a la Unidad fue una luz de esperanza por su futuro. Interconsultas, valoraciones, ruegos de su padre angustiado y de su madre atribulada. Antibióticos, alimentación especial, una y otra venodisección, uno y otro desbridamiento, uno y otro amanecer. Una tarde cuando fui a ver como seguía escuché que alguien cantaba al lado de su cama. Era su padre quien llorando entonaba una canción de cuna en un idioma desconocido, mientras el niño le miraba con sus hermosos ojos y sonreía ante la melodía. Entonces no
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lo examiné. Preferí que el bálsamo del cariño y el arrullo de aquella canción le acompañaran y reemplazara la frialdad de mi estetoscopio sobre sus vendajes o la dureza del tensiómetro sobre su maltratado brazo. Le llamábamos “emperador”, no sólo por su nombre sino por la firmeza con que luchaba contra el bicho endemoniado que se ensañó con su cuerpo y quiso invadir su sangre y sus heridas. Todos los días muy temprano le veíamos paso a paso mejorar. Sus ojos vivos y hermosos saludaban nuestra presencia y su llanto se hacía sentir cada vez que lo movíamos. Empezó a comer. La fiebre bajaba y hasta pensábamos ya en las secuelas de sus lesiones y en cómo manejar su futuro. Su padre preguntaba con timidez por los cuidados que debía prestarle en casa cuando pronto le diésemos de alta. Siguió mejorando, su cuerpo se levantaba y su vida se sobreponía al desastre. “En tres días cumple un año de edad”, dijo su padre una de esas noches en que acudió al servicio para llevarnos la droga solicitada. Todos lo festejamos y preparamos algo especial para la fecha. Pero el bicho detestable que nos ha arrebatado tantas vidas, nos reservaba otra bofetada. En la mañana de su cumpleaños, cuando llegué a examinarlo, su cuerpecito era todo un estremecimiento. Gemía constantemente, sudaba en demasía, su respiración laboriosa y agitada no le dejaba sonreír y sus pesados párpados no dejaron que su mirada me saludara en esa ocasión. Oxigeno, drogas, suero, limpieza, todo se hizo. Su padre lo vio en ese estado y como nosotros, entendió que sobrevenía el final. Se inclinó sobre él, le dio la bendición, besó su frente y salió llorando de la habitación en donde seguíamos luchando sin esperanza. Dos horas después, su corazón, cansado de tanta lucha, se detuvo; su respiración cesó y sus ojos todavía hermosos quedaron tristemente mirando al vacío, hacia la nada, como preguntando ¿Por qué? Toda la unidad se llenó por muchas horas de tribulación, tristeza, cansancio y derrota.
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Sí, Cuauhtémoc, como su ancestro azteca, también luchó con fiereza. Pero a pesar de todo y a pesar de todos, también nuestro Cuauhtémoc perdió su última batalla y entregó su vida derrotado. También nuestro Cuauhtémoc fue vencido y se escapó de nuestras manos agotadas. *Pueden contar que el hecho que narro en el cuento fue real y cada episodio descrito fue real también. El nombre del paciente, el desenlace etc. todos son reales. Sus padres (los del niño protagonista) eran un antropólogo Alemán y una caleña hermosa que se dedicaban a las artesanías en oro y cobre. Tenían un taller en el que trabajaban con ácido. Una mañana de tragedia un descuido fatal determinó que olvidaran cerrar las puertas del taller. Cuauhtémoc el niño, entró envuelto en la ingenuidad de su inocencia y al balancear los soportes de una mesa en la que había frascos de ácido se produjo la caída sobre su cuerpo de un par de frascos cuyo contenido desgarrador se hizo cuerpo en el cuerpo del niño y le ocasionó las serias quemaduras que lo llevaron a nuestro Hospital Universitario. Lo demás ya el cuento de Cuauhtémoc lo recuerda con dolor de literatura triste....
Tristeza imborrable Diana Marcela Arango Hurtado El 19 de febrero de 2008 viajé con mi curso al Amazonas. Recuerdo mi llegada puntual al aeropuerto y la emoción de todos. En principio, llegamos a Puerto Nariño que queda a unas dos horas de Leticia, viajando en lancha. Al llegar, tomé mi Samsung fucsia para llamar a mi papá. Hablamos de todo un poquito, hasta de la novela “Pura Sangre” que estaban presentando en televisión.
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El viaje duraría hasta el 24 de Febrero, día de regreso a Cali. El sábado 23 ya cansados, visitamos la última comunidad. Ansiosa por llegar al hotel de Leticia para descansar, sentía que algo no marchaba bien. Debido a la falta de señal en mi celular, había perdido comunicación con mi familia. A eso de las 2 de la tarde del sábado, al recuperar la señal de mi Samsung, llamé a mi papá para contarle sobre el viaje pero la llamada marcaba buzón. Volví a insistir en la noche y sucedió igual. Desesperada empecé a llamar a la casa y me contestaron con voz de llanto. La profesora que nos acompañaba llamó a mi madre y al colgar me dio la noticia: Mi padre había fallecido esa misma tarde. Mi dolor era muy grande. No tenía cabeza para nada aunque mis compañeros estaban allí para apoyarme. Por mi mente pasaban sus recuerdos. No conseguía aceptar su muerte. Al llegar a Cali y ver su cuerpo en el ataúd, mi mundo se vino abajo. Lo único que quedaba era el penetrante olor a formol. No lo volvería a ver más y eso era lo más duro. Ver a mis abuelos, me partía el corazón. Sabía que todo cambiaría y tendría que apoyarme en mi familia para seguir con mi vida. Traté de desahogarme en una carta que le escribí a mi papá el lunes 25 de Febrero. Quería que se llevara algo de mí y supiera cuanto lo extrañaría. Entre lágrima y lágrima iba haciéndome a la idea de su partida. La misa fue muy bonita. Muchas personas nos brindaron su apoyo incondicional. Recuerdo como poco a poco, con lentitud, su ataúd iba bajando a ese hueco que parecía no tener final. Cada grano de tierra que caía sobre él, era una lágrima que derramaba mi ser. No fue fácil volver al colegio pues me invadía su recuerdo. Sin embargo, debí seguir adelante no solo para terminar mis estudios sino para rendirle un tributo a él. Para demostrarle a mi papá que a pesar de las adversidades no me iba rendir. Extrañaba los súper desayunos de los domingos que nos preparaba a mi hermano y a mí. Me hacían falta su risa, sus enojos, sus juegos, sus chistes, su todo, durante los
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quince años y dos meses que compartí con él. Tenía algo claro que debía aprender a vivir sin él. Empecé llenándome de fortaleza con la ayuda de Dios quien me dio su aliento para continuar y aceptar la muerte de mi papá. Seguí hasta ser lo que soy hoy, graduada del colegio y estudiante de primer semestre de Medicina en la Universidad. Día a día despierto con ganas de vivir y ser mejor, a pesar de las múltiples dificultades.
Una realidad inevitable Adriana González Rojas Primero mueren los abuelos, luego los padres y así sucesivamente. Es duro despedirnos de los que nos superan en edad. Quizás los que lean esta crónica han vivido y recuerdan con dolor la partida de un ser querido. Como el abuelo Ramón, un hombre de familia, muy trabajador. Aquel domingo 20 de Julio de 2008 fue amargo para toda la familia. Eran casi las nueve cuando mi madre me despertó. Antes de que me contara lo ocurrido, supuse que algo andaba mal pues su firme tono de voz revelaba algún tipo de accidente. “Su abuelito está en el hospital”, dijo. Recuerdo el frío intenso y las ganas de llorar. A partir de ese domingo, nuestro abuelito Ramón, no volvió a hablar. Todas las mañanas se tomaba la presión arterial con un tensiómetro digital. Ese día no se la tomó y fue directo a la ducha. Mi abuela se estaba levantando cuando escuchó el golpe. Al entrar, vio a mi abuelito en el suelo sin pronunciar palabra ni poder moverse. Mi tío Ramón Alberto y Alejandro - mi primo - lo sacaron de la ducha. Al poco tiempo llegó EMI y lo llevaron al Hospital.
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Quise verlo de inmediato, con el arrepentimiento de no haber compartido más tiempo con él. Entramos por urgencias y alcancé a ver a mi abuelita sosteniendo la mano del abuelo que yacía en una camilla. Escribo estas líneas y en este instante lloro sintiéndome muy infeliz. Me acerqué. Tenía sus ojitos cerrados, estaba pálido y frío. Se lo llevaron a cuidados intensivos y no lo volvimos a ver hasta el otro día. Los últimos 14 días de su vida fueron terribles. Guardábamos la esperanza de una milagrosa recuperación. Parecía mejorar. Recuerdo que un día entré a la habitación y sonrió como siempre lo hacía, también le sonreí. Le dije que se iba a recuperar y que pronto regresaría a la casa. En la segunda semana nos vaticinaron que no iba a recuperarse. No abría los ojos y apenas intentaba hablar. Cuando se acababan las horas de visita, íbamos a la capilla del primer piso del hospital. Rogaba a Dios que lo salvara, que no se lo fuera a llevar. No aparentaba sus 84 años, tenía buen peso y comía saludablemente. Lo mató esa enfermedad silenciosa que se llama hipertensión arterial. Los médicos dijeron que había tenido isquemia cerebral por un trombo formado en su cerebro que bloqueó uno de los vasos sanguíneos. No fue posible la operación por el sitio profundo de la lesión. Murió de madrugada, un domingo agosto 3. Desde el sábado estuvo muy mal. Lo habían intubado por un paro respiratorio. Todo el tiempo estuvimos con él. Las enfermeras decían que nos despidiéramos ya que partiría en cualquier momento. Sostenía su mano y lo besaba, diciéndole que él era mi mejor ejemplo. Ventilaba su frente con el abanico de mi mamá. Respiraba con dificultad. Habían llevado a una señora muy espiritual para orar por el alma de mi abuelito. El electrocardiograma mostraba cada vez más lentos, los latidos de su corazón. La señora nos decía que lo dejáramos ir. Eran sus últimos minutos de vida terrenal, los instantes en que íbamos a verlo vivo. Llorábamos. Mi padre le cantaba Embrujo, su canción y le decía “Don Ramón, usted es un padre para mí.” A su lado, mi abuela lloraba. Valentina, Luisa y yo, le decíamos “Abuelito, lo queremos
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mucho”, mientras pensaba en mi hermana que vive en Estados Unidos y es como una hija para él. Por eso agregaba “Abuelito, mi hermana le manda a decir que también lo quiere mucho”. Pronto su pecho dejaría de hacer esfuerzos. Pasados algunos segundos de la 1:10 de la mañana, murió. Mi hermana llamó al celular de mi mamá, contándole que cuando estaba en el apartamento, salió al balcón para observar una estrella brillante y que por eso llamó. No sé como narrar los momentos que vinieron después. A las ocho llegamos a la funeraria. Mi mamá agradeció la presencia de amigos y familiares, mientras llorábamos desconsoladamente por la triste partida del abuelo.
Mi experiencia con la muerte
Septiembre de 2009
Dra. Gloria Inés Flórez V.
Trabajadora Social Profesora de Medicina Narrativa
Hace más de un mes que falleció mi padre. Ese momento tan temido por todos, se convirtió para él y para mí en la oportunidad de liberarnos. Para él, dejar su cuerpo lacerado por el dolor que produce el cáncer, y para mí, permitir a mi alma, decirle a mi espíritu, como tal vez nunca lo había hecho, que lo amaba. Que le agradecía haberme dado la vida, y que también lo perdonaba por las veces que no estuvo, por las caricias que no recibí, por los momentos que hubiera querido disfrutar a su lado. Con todo esto, su muerte y el regalo que me dio Dios de haber estado con él en los últimos momentos, me permitió por gracia y misericordia comprender el poder del amor, ver la cercanía de la vida
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eterna en medio de la muerte terrena; por regalo de Dios, mis ojos espirituales pudieron ver como sus padres eran quienes venían a ayudarle a “pasar”. Sí, mis abuelos fallecidos eran los que lo recibirían para su tránsito a la vida eterna. Lo más maravilloso fue poder “verlo” gracias al amor, la misericordia y el poder de Dios, en ese nivel espiritual, como era antes, un hombre sano y fuerte con su cabello largo crespo y cenizo. Verlo sano, libre, limpio y maravillosamente vestido de blanco, imagen que contrastaba con su cuerpo cadavérico, inconsciente y lleno de dolor; poder en ese momento por la gracia del amor comunicarme con él, de una manera mágica, mística, lo que diríamos, telepática. Sentir su temor frente a la muerte y también saber de su amor, ha sido tal vez uno de los mejores momentos vividos con él. Más allá de mis ideas sobre el tema, esa experiencia me ayudó a entender que morir a esta vida es vivir a la eternidad. Papá, no solo te liberaste ese día, yo también lo pude hacer a través de ti. Sé que estás maravillosamente bien, en medio del amor que todo lo puede, sé que desde allá no dejas de darnos tu amor y compañía a mis hermanos y a mí. Sé que el regalo de Dios ese día fue estar tomados de la mano y con el corazón compenetrado, saber cuanto nos amábamos y decirnos hasta pronto, porque no es más que eso. Ya llegará mi momento de partir y espero papi que tu vengas a ayudarme en ese camino al encuentro con el padre celestial…
Hasta pronto mó Camila Delgado Arango El domingo 31 de mayo de 2009, mientras veía televisión con mis padres, recibimos la llamada de una tía de Bogotá. Con voz preocupante
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le informaba a mamá que mi abuelita se encontraba en grave estado de salud. Mi abuelita se había ido a Bogotá para asistir a la Primera Comunión de uno de mis primos; la mañana del 31 se levantó y mientras estaba en la ducha se desmayó. Mi tía escuchó el sonido alarmante que provenía del baño y al abrir la puerta, vio a mi abuelita en el piso e inmediatamente la llevó a la cama. Cuando mi abuelita recuperó su conciencia, le dijo a mi tía que tenía un dolor insoportable en el pecho y además, mareo. Al instante, mi tía llamó a la ambulancia; mi abuelita la abordó tranquilamente y en la clínica advirtió “No exageren que ya estoy bien”. Los paramédicos la acompañaron hasta el lugar donde estaba la camilla; al acostarse, comenzó a convulsionar. Sus ojos desorbitados completaban la desgarradora escena que continuó en la sala de reanimación. Ese fue el momento en que mi tía llamó para contar que estaban en la clínica. Al conocer la noticia, no paré de llamar a mis primos. Lo único que me decían era que mi abuelita seguía en la sala de reanimación. Yo tenía un gigantesco dolor y desaliento en todo el cuerpo. Era la única abuela que me quedaba y por eso la amaba tanto. A los veinte minutos una de mis primas me llamó y el sonido de su llanto en la Clínica del Country en Bogotá, nos hizo comprender lo que ocurrió. La llamada me descompensó y enseguida mi prima, con enorme dificultad pronunció: “La perdimos. Mó (como le decíamos por cariño) se murió”. Grité muy fuerte NOOOOO, me senté en el piso y comencé a llorar. Desde el baño mamá me escuchó y al salir, con tono de esperanza preguntó: ¿Qué pasó? Le dije “Mami, Mó acaba de morir”. Se quedó mirándome y sentada en las escaleras lloró, mientras papá abrazaba su dolor. Las cosas pasaron tan increíblemente rápido que hasta sentí algo de rabia con Dios; sufrí una depresión incontrolable, no podía dormir y tampoco pude volver al colegio. Trajeron el cadáver desde Bogotá hasta la funeraria donde llegamos a velarla el 2 de junio. Me acerqué al ataúd y al abrir la ventanita, la vi extremadamente tranquila. Inconsolable, lloré nuevamente. Mamá se acercó diciéndome “Me duele demasiado verte así, tenemos que ser fuertes y entender que Dios se la llevó porque ella
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ya cumplió lo que propuso para su vida”. Fue difícil entenderlo. Al menos comprendí que la tuve conmigo mucho tiempo y que la disfruté como tenía que ser. Para mi tranquilidad, sé que ella está feliz en el cielo con mi abuelito y que desde allá me cuida porque es mi angelito.
Prosa diversa
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Una sensación cómicamente mortal Daniela Andrea Cuello Kafury Todo empezó en la Pontificia Universidad Javeriana Cali. Leyla y yo esperábamos a Gina en Palmas para ir a comer cereal en Willy Wonka en la ICESI, y de paso para recoger a Cami -otra amiga- en el JETTA de Leyla. Mientras que Gina salía de su clase, Leyla se antojó de chontaduro, así que cuando Gina por fin se dignó a salir, nos montamos al carro -por cierto estaba lejísimos- y fuimos a saciar el antojo de Leyla en la entrada de la universidad donde venden chontaduro, mango viche y grosellas. Para hacer la compra, Leyla debía aparcarse del lado izquierdo, pero había un pequeño inconveniente: La ICESI quedaba hacia el lado derecho, por lo que cruzar a la derecha era casi imposible pero debido a la forma en que maneja y a que solo sabe conducir automóviles automáticos, logró atravesar rápidamente la hilera de carros que salían de la Javeriana. En esa odisea supe que no era prudente dejar que ella manejara. Ese día, si no moría, era por pura suerte. Desde la salida de la universidad hasta el semáforo de Carulla, por lo menos 10 carros nos pitaron. Pero ella ni se inmutó, todo lo contrario, lo que hizo fue conectar el Ipod Touch al carro y poner reggaetón a todo volumen. ¡Oh, gran error!...Dejar que Leyla conectara el Ipod…Cada vez que escucha música que le gusta, se cree en un karaoke y cierra los ojos para cantar. ¡No veía hacia dónde estaba manejando…!
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Yo creo que jamás hice tantas muecas de pánico. El corazón me latía a mil. Estaba mareada y con los nervios de punta. Sentía que los demás conductores querían matar a Leyla, por lo menos lo hacían con la mirada, esa mirada penetrante, de esas que te entran por la nuca cuando no te están viendo. Después de 30 segundos largos en un semáforo, llegamos a la ICESI. Cami ya nos estaba esperando en la entrada trasera de la ICESI con dos vasos de cereal con yogurt y fruta. Se montó al carro y le dio uno a Leyla. ¡Otro error…! Ese día cometimos muchos errores. Suspiré arrepintiéndome de no haber tomado el MIO. Nos fuimos por la Simón Bolívar, esa calle que es tan congestionada. No sé como ella fue capaz de adelantársele a todos los carros, comiendo cereal y cantando con los ojos cerrados. Lo que de verdad no entiendo es cómo no nos matamos. Creo que jamás desde que tengo uso de razón había sentido tanto terror; mis gestos eran obvios, eran incluso de dolor: Me dolía el pecho de lo rápido que latía mi corazón. Yo tenía clase en la academia de baile e iba tarde. No debí decirle eso a Leyla. Íbamos literalmente a 120 kilómetros por hora en una hora pico. Me veía en la tumba. Creo que nos salvamos unas 10 veces de tener un accidente automovilístico. Para tranquilizarme, decidí que me iba a desconectar del exterior. Fue la mejor decisión. Llegué supremamente relajada a la academia después de 30 minutos de pánico absoluto y de sufrir esta sensación cómicamente mortal.
Sentí la muerte cerca Juliana María Sánchez Rodríguez 31 de octubre de 1998… Tenía solamente 6 años y mi hermana 9. Mi papá nos iba a llevar a unas piscinas con toboganes cerca a Pereira,
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en Viterbo. Nos acompañaba un amigo de mi papá con sus dos hijas de nuestra misma edad. Recuerdo que el viaje fue eterno. Llegamos a las 10 de la mañana y mi padre dijo que primero debíamos ir hacia los lagos a pescar, que muy cerca había un saltarín. Desesperadas con el sol y los mosquitos fuimos a saltar, aunque queríamos irnos a la piscina. Mi mamá nos dijo que estaba bien, que nos acompañaba y nosotras felices nos pusimos los vestidos de baño. Me tiré del tobogán y la verdad casi no me gustó. No quería tirarme más hasta que a los cinco minutos nos dijeron que subiéramos para hacer un trencito. Emocionadas nos subimos a un tobogán de 15 metros de altura. Éramos 25 personas. Estando en la mitad, siento que mi hermana comienza a gritar que me haga más atrás. Eran las 12 y 30 del día. No recuerdo qué ocurrió pero mi hermana y mi mamá me contaron que por sobrepeso el tobogán comenzó a traquear y se partió. Todos caímos en el cemento y allí comenzó todo. Mi mamá salió corriendo a buscarnos en medio de mucha sangre y gente. Mi papá que había terminado de pescar, tiró todo y salió corriendo. A las 12:45 mi mamá me encontró en medio de dos señoras que amortiguaron mi golpe y me salvaron, por decirlo así. Mi cabeza estaba bañada en sangre. Mi mamá me cargó llorando al pensar que yo ya estaba muerta. Vale decir que las dos mujeres hicieron parte las 18 personas fallecidas esa tarde. Cuando llegó mi padre, sin pensarlo mi mamá dijo, Julián llévese a la niña que se nos murió. Los dos estaban trastornados. Mi mamá se puso a buscar a mi hermana y la encontró a la 1 de la tarde. Estaba sentada pero en shock, preguntando qué pasó. Ella cuenta que se acuerda que mi mamá le dijo, Mafe, su hermana se nos murió. Mi mamá la llevaba caminando pero ella no podía caminar bien. Luego se encontró con el amigo de mi papá quien llevaba a sus dos hijas, una sin poder caminar y otra sin respirar. El director de una clínica en Manizales, consiguió dos ambulancias. A las 3 de la tarde, estábamos de regreso. Por la gravedad de la hija del
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amigo de mi papá, ellos pararon en Pereira y nosotros nos fuimos hacia Manizales. Yo ya daba esperanzas de vida. Tenía cortadas en la frente y en la cara y a mi hermana se le había fracturado la pelvis y un brazo. Llegamos a Manizales a las 5 de la tarde y nos entraron a urgencias de inmediato. A mis padres les dijeron que si yo no me hubiera hecho con mi hermana, todos me habrían caído encima. Gracias a Dios, las hijas de los amigos de mi papá también se salvaron. Una se quebró un pie y la otra tuvo problemas leves en el corazón y los pulmones. En el hospital, a las 8 de la noche reaccioné para felicidad de mi familia. Todos lloraron de emoción. Desde allí tengo pocos recuerdos. Me sacaron en silla de ruedas para la habitación junto con mi hermana. Estuve dormida hasta el otro día y cuando desperté mi hermana gritó: ¿Juli, supiste que nos accidentamos? Yo me quebré el brazo y la pelvis y tú acabas de despertar. Yo estaba seria. Mis papás asustados llamaron al médico quien ordenó realizar un TAC cerebral. Había perdido un 40% de la memoria, sin embargo reconocía a mis papás y un poco a mi familia. Nos regalaron muchas Barbies y mi hermana estaba feliz. Yo no hablaba. El 8 de noviembre a las 4 de la tarde, después de ocho días en la clínica llegamos a la casa. Mis padres nos habían arreglado su cuarto con dulces, frutas y un PlayStation con las películas preferidas. Debíamos quedarnos en casa durante dos meses esperando a que se me curaran los puntos de la frente y que mi hermana pudiera caminar. Al poco tiempo cerraron las piscinas por todas las demandas. Pasaron dos meses y la recuperación fue perfecta. En enero de 1999, después de un año, comenzamos de nuevo a estudiar. Pero aquí no termina la aventura pues el 25 de enero del mismo año, mi hermana y yo estábamos en Armenia cuando ocurrió el terremoto. Sin embargo, este es un tema para contar otra historia.
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Los espíritus de la guerra Melissa González Pabón Detrás de una cortina, Eduardo Pabón encontró al más joven de la familia Martínez, orinado en los pantalones de puro miedo y era lógico pues había presenciado la peor de las escenas. Los abuelos de Tuluá lo recuerdan bien. Yo era apenas una adolescente pero aún veo el miedo en los ojos de mi padre el día que asesinaron a Gaitán, dice Teresa de Pabón, esposa de Eduardo, liberal de nacimiento y fiel crítico de esta guerra que para él fue absurda. Tendría 28 años cuando murió el líder Jorge Eliécer Gaitán en 1948 en una calle de Bogotá. Tuluá, ciudad donde vivía junto a Teresa, vivió una de las peores noches de todos los tiempos. Minutos después de asesinado Gaitán, la emisora Nueva Granada había interrumpido su programación para emitir música fúnebre, de hecho se dijo que la violencia del 9 de abril fue producto de la irresponsabilidad de muchas emisoras que convocaron a la toma de las armas y al saqueo de almacenes y edificios públicos. El bipartidismo en Colombia atañe al período de dominio que tuvieron los partidos políticos liberal y conservador entre 1945 y 1965. La violencia trajo consigo un proceso acelerado de urbanización alimentado principalmente por el desplazamiento de la población. Entre los municipios más azotados por el accionar del bipartidismo se destacan las poblaciones no conservadoras de la Cordillera Occidental, particularmente Tuluá, donde el grupo de “los pájaros” comandados por un reconocido personaje llamado León María Lozano, alias “El Cóndor”, causó muchas muertes. En este municipio se destacaron actores como los hermanos Marín y los evangélicos del ala conservadora. El día que mataron a algunos miembros de la familia Martínez conformada por el padre Diego Martínez, la madre Adriana Angulo y sus tres hijos varones, Tuluá despertaba de una serie de asesinatos.
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Los Martínez eran conservadores y aun así trabajaban en la casa de los Pabón que eran liberales. Habían llegado desde la Unión-Valle como unos campesinos desplazados, y encontraron en Eduardo un amigo y patrón. Unos días después del Bogotazo, un día sin fecha, porque ni Eduardo ni Teresa recuerdan bien, la pareja había salido a eso de las 7 de la mañana. Estaban caminando unas cuatro calles debajo de su casa ubicada en el barrio Villa Manuelita, justo enfrente de la antigua ferretería “Vélez” e iban hacia la iglesia Barragán. En ese momento les llegó la trágica noticia. “El Cóndor” había comenzado su campaña conservadora con la orden de asesinato de más de 30 líderes del partido liberal del Valle. Eduardo cuenta que “sólo eran asesinatos selectivos, muchos sabían quiénes iban a morir, pero luego empezó a ser algo indiscriminado y a uno de nuestros vecinos lo asesinaron esa mañana”. Teresa, quien entonces tuvo un mal presentimiento, decidió desviarse del camino hacia la iglesia y dirigirse hacia la casa de una de sus tías, en donde pasaron la noche. Al otro día encontraron un cuadro devastador. Su casa había sido saqueada y peor aún su mayordomo, Diego Martínez, yacía inmóvil en la entrada lleno de sangre. “Habían asesinado a todos. Yo cogí a Teresa de la mano, y entré, no entendía por qué habían escogido mi casa, y luego vi muertos a su esposa y a sus dos hijos mayores. Todos tenían tiros de gracia, y luego encontré al menor de los Martínez, quien a sus escasos 8 años había logrado esconderse detrás de una cortina…estaba muerto del miedo y llorando…Cuando el niño se calmó dijo que no recordaba nada, solo que a su papá lo habían matado por conservador. Luego de eso se lo llevaron sus abuelos y no supimos más de él” Hoy en día el antiguo hogar de los Pabón, sigue en pie en el barrio Villa Manuelita al sur de de la ciudad. Si usted conoce la Ferretería Vélez o si le pregunta a los habitantes del barrio todos sabrán indicarle cuál casa es. Ni Eduardo, ni otro miembro de la familia han vuelto, pues vendieron la casa cuando se mudaron a Cali. La casa se reconoce entre los vecinos por los ruidos que por la noche se escuchan. Adriana
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Beltrán, antigua vecina de la familia cuenta que “mucha gente cree que hay fantasmas dentro, hasta la gente que no sabe del asesinato de los Martínez”. El señor Arbey López actual propietario, asegura que dentro se encuentran los espíritus de los muertos que buscan desesperadamente al menor de la familia y que es casi imposible dormir ahí sin ser asustado”. El sábado 11 de septiembre me fui rumbo a Tuluá, en busca de la casa junto a mi madre, quien es hija de Eduardo, mi abuelo. No fue difícil encontrarla. Es una casa de dos pisos, blanca, con balcones negros y ventanas grandes. No ha cambiado mucho por lo que me dice mi madre, es muy al estilo colonial y aunque sus paredes están desgastadas y se le han caído varias tejas del techo, aun conserva su histórica belleza. Al pasar por el frente sentí un frío extraño, de esos que llegan a la nuca como si te respiraran encima. Quizá haya sido un simple efecto de la imaginación, tal vez un fantasma. Lo único que puedo asegurar es que el miedo que tuve no se compara con el que debió haber sentido el menor de los Martínez al presenciar la muerte de su padre, su madre y sus dos hermanos mayores, en un lugar que hoy muchos tulueños llaman “el hogar de los espíritus”.
Del sueño a la desilusión Jenny Marcela García Caviedez 14 de Octubre de 1998. Jenny es una joven deportista y estudiante de 11 años de edad. Se levanta con ánimos para su próxima competencia en los Juegos Nacionales que se realizarán en la ciudad de Pereira. Ella irá representando a la selección Valle de Nado Sincronizado como
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solista, duetista y en equipo. Ya ha participado en otros campeonatos pero en ninguno de esta magnitud y con tan grande responsabilidad. Es un mérito ganado por tanto años de dedicación. Al llegar a su entreno a las 3 de la tarde en las piscinas Hernando Botero O’ Byrne de la calle novena en la ciudad de Cali, empieza llover. Es un día atípico porque Jenny tendrá que ensayar su rutina por fuera del agua, algo incómodo. No le gusta, pero bueno, son los nacionales y faltan solo 57 días para el evento. Ha venido entrenando sus rutinas por 4 horas diarias desde enero del mismo año. Queda muy poco, por ello la ansiedad es cada vez más fuerte. Ahora Jenny dialoga con sus compañeras acerca de cómo estuvieron las clases el día de hoy. Lo aburrido que es el profesor de Química, qué almorzaron y cuál será el regalo a pedir al niño Dios. Un pitazo de Janeth Hatiuska las hace levantarse para comenzar. No habrá sección de trote porque el piso está mojado, les dice. Como aún llueve realizarán 6 series de 20 abdominales tanto bajas como altas, 4 series de 15 dorsales, 3 series de 15 sentadillas y un fuerte estiramiento. 4:15 p.m. No para de llover. El calentamiento terminó y el entreno será en tierra. Suena la música. Jenny y su grupo deben realizar las figuras con los brazos y esa rutina tiene muchos giros. Estamos mareadas, descansemos un poco, gritan todas. No sean flojas, así no serán dignas representantes del Valle en estos nacionales, responde su entrenadora. Y sigue la rutina. 5:47 p.m. Jenny se siente cansada con el giro simulado. En el minuto 5 de la rutina sucede lo peor, aquello que termina por derrumbar muchos sueños. Sucede lo que marca y cambia su vida. Jenny gira mal, voltea su tronco pero sus piernas siguen “enterradas en el suelo”. Cae y siente un gran dolor en la rodilla. Su entrenadora la observa y ve la luxación de su rótula. Una luxación de rótula es un traumatismo en la rodilla que se ocasiona cuando un deportista cambia de dirección y hace fuerza en la pierna originando la lesión de meniscos. Por suerte, la entrenadora es fisioterapeuta y cuando escucha su llanto acude y coloca
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la rótula en posición. Todas creen que el problema está solucionado y que solo bastará que pase el dolor. Janeth sabe que no es así. Jenny es trasladada a la clínica del Deporte, a unas cuantas cuadras de las piscinas. No puede caminar y el dolor es demasiado fuerte. Al momento llega don Héctor García, su padre. Ya son las 6:36 p.m. cuando sale el doctor Roberto Hernández, traumatólogo graduado en la Escuela Nacional del Deporte. “Jenny García” llama el médico, “Si, doctor soy yo”. Siga por favor. Jenny está en una silla de ruedas, su padre la acompaña pues siempre la ha apoyado en todo. - Cuéntame Jenny ¿Qué te pasó? - Me caí doctor. Y se me corrió la rodilla pero mi entrenadora la arregló. - Tuviste una luxación de rótula. Es una lesión complicada para un deportista de nado sincronizado. Debo evaluarte y definir con tu padre si operamos o prefieren esperar. - Ahora trata de doblar tu rodilla. - No doctor, no puedo. Me duele mucho. - Bueno. No vamos a forzarla ahora. Te tomas este examen de escanografía de rodilla y mañana mismo vuelves con el resultado. Necesito programarte terapias con electrodos y terapia física. Hay que tratar de rehabilitar esta rodillita. El diagnóstico no fue lo mejor, sin embargo, todo tiene solución. 15 de Octubre de 1998, son las 8:00 a.m. Jenny se levanta y es llevada a la clínica para hacer la escanografía. A las 10:12 a.m. el doctor llama de nuevo a Jenny, realiza la terapia y de acuerdo al análisis de la escanografía le envía 15 sesiones más. Mientras tanto, se pierden
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muchos días de entreno. Jenny hace sus terapias y su angustia crece. Nota que no puede mover su rodilla, bien. El 24 de noviembre de 1998 Jenny ya puede caminar. Jenny está feliz pues cree que el médico le dirá que ya puede ir a entrenar. Son las 3: 45 p.m.de uno de los días más tristes de su vida. En el consultorio del doctor, se escucha el siguiente diálogo: - Doctor, muy buenos días. - Jenny ¿Cómo estás? - Muy bien, doctor. Con ánimos de regresar a mi piscina. Los Nacionales están muy cerca y llevo varios días sin entrenar. Usted entenderá que debo ponerme al día. - Jenny, precisamente para eso te cité. Acabo de revisar los últimos exámenes y según la evolución, lamento informarte que no podrás participar en los Nacionales y tendrás que permanecer un largo tiempo por fuera de las piscinas, hasta que te recuperes de la cirugía, si es que decides que te opere. De lo contrario, tu vida sería normal pero el Nado Sincronizado no podrá ser tu deporte. Sin operarte, esa rodilla no aguantará y aunque sea operada no puedo asegurar que puedas nadar porque con el tiempo este tipo de cirugías puede fallar. Jenny no lo puede creer. Siente que su castillo se derrumba y que ya no habrá nada más. Si operarse no es una opción concreta ella no va a pasar por ese dolor. Allí, con solo 11 años, toma su primera decisión. Abandona el deporte que ama y opta por el estudio. Hoy, a sus 23 años recuerda con melancolía. Su problema de rodilla sigue allí pero sabe que la vida sigue y tiene la oportunidad de ser feliz. Por eso vive con intensidad sus días, disfruta lo que tiene y sabe que los lamentos ya no sirven de nada. Ahora ya puede contar su historia, con tranquilidad.
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El fin injusto de justo Alejandra Cárdenas González A la mañana siguiente corrió un rumor de muerte. Quienes lo conocían no creyeron la historia tan fácil. Es verdad que desde que empezaron los problemas económicos se notaba diferente, con un aire de infelicidad pero nunca imaginaron que estuviera tan desesperado como para robar. Su nombre era Justo, tenía 19 años, era noble y sosegado. Venía de una familia fragmentada, con abuela materna y hermanita. Vivían en un barrio popular de la ciudad de Cali. El padre no los conoció y la madre trabajaba cuidando a un anciano, tiempo completo en Jamundí. Por sus amistades, Justo siempre estuvo cerca a la delincuencia. Aprendió de sus más ilustres compañeros todos los trucos para robar. Su condición de hombre de hogar y su naturaleza inocente lo habían hecho alejarse de las aventuras, manteniéndose al margen del vandalismo en la ciudad. Algunos cuentan que murió en medio de una pelea callejera, en el intento de proteger a una hermosa rubia por la cual cinco tipos se peleaban; otros dicen que la rubia iba a ser robada por cinco tipos y Justo intervino en la hazaña; unos cuantos dijeron lo contrario, que él iba a ser robado por cinco tipos y una rubia lo impidió. En cualquiera de los casos hay cinco tipos, una rubia y un joven llamado Justo que termina apuñalado sanguinariamente en una calle de Cali. Pero la historia fue otra. Hacía más de tres meses que en la casa de Justo se comía una sola vez al día. El dinero del trabajo de su madre ya no estaba alcanzando, su hermanita había tenido que renunciar a quinto de primaria y la abuelita que era como una madre, se debatía entre la vida y la muerte en intensos dolores y escasos medicamentos. Para Justo estaba claro, les había caído la roya y lo afirmaba convencido
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cuando no le salía ningún trabajo. Su desespero fue creciendo. Pasó por todas las formas de “rebusque”, pero nada parecía prosperar. Todos esos fracasos lo llevaron a la idea de robar. Con varios intentos fallidos supo que no tenía la actitud pero después en un arranque de adrenalina se lanzó. Se iba caminando hasta uno de esos barrios de ricos donde la opulencia es costumbre y la vanidad no es derroche, un lugar perfecto porque nadie lo conocía. Bolsos, portafolios, morrales, celulares y relojes eran sus objetivos. Analizaba las calles y la gente, se colaba entre los postes y los árboles, se acercaba a los individuos y de repente la imagen de su mamá o la visión de él mismo siendo robado por otro, le impedían la acción. Un día amaneció con una sensación de seguridad. Salió de la casa, era el día, ya no podía aguantar más pues la vida era injusta con él y su familia. Quitarle un poco de suerte al que la tiene no sería tan grave, pensó. Recorrió la ciudad con la convicción de estar haciendo lo justo. Llegó a un barrio común, aparentemente tranquilo.Vio a una rubia de camisa negra con bolso prominente. Es quincena, pensó y se acercó lenta y cautelosamente hacia el bolso. Lo arrebató y ¡Ladrón! ¡Auxilio!, escuchó. Luego corrió dejando atrás la desesperada voz. Pero Justo fue interrumpido por cinco tipos jóvenes con navajas, que parecían haber estado listos para el momento del robo. Le arrebataron el bolso, lo acorralaron y luego lo apuñalaron mientras un círculo creciente de espectadores observaba la acción. El público estaba dividido; unos apoyaban con palabras e insultos y pocos lo defendían a palabra limpia. No se sabe a quién se le ocurrió llamar a la policía pero efectivamente llegó cuando a Justo le pasaba por sus ojos la película de su vida. Dos patrulleros lo llevaron al hospital; la rubia fue llevada en compañía de unos alborotadores a la estación de policía, y los cinco tipos se perdieron entre el bullicio. La gente se disipó, los vecinos se fueron a dormir y la sangre de Justo amaneció como evidencia de que esa noche, Justo no regresó.
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Prisionero Federico Reina Ramírez Agosto 21 de 1742 Hora 13:28 p.m. Oigo pasos y el latido de mi corazón es el mayor sonido dentro del pequeño cuarto húmedo al que no he podido acostumbrarme. Esta camisa no permite el movimiento de mis brazos. Se deberán estar preguntando ¿Quién soy? ¿Cómo llegué a este cuarto? Mi nombre es Girolamo Schiavonu, nací el 29 de agosto de 1722 en Palermo, un pequeño pueblo ubicado en Sicilia. Me crié en una pequeña granja. Mis padres eran muy pobres y para conseguir alimento tenía que ir al mercado central a robarle a los nobles. Mi vida dependía del robo. Junto a un grupo de amigos asaltábamos a la gente más adinerada de Palermo. Éramos conocidos como “las ratas de Palermo” por nuestra pequeña estatura y la gran habilidad de robar. Septiembre 12 de 1737 A los quince años de edad me fijé en Beatriz Borneste, la hija de la patrona de mi madre. Beatriz sabía que yo era un ladrón. Era muy bella, tenía una gran cabellera dorada, ojos verdes como esmeraldas y un carisma indescriptible. ¿Cómo un ladrón podría compartir su vida con semejante tesoro? Utilicé mis habilidades de ladrón. Primero, llegar hasta su cuarto por el balcón que quedaba cerca de un árbol. Después, confesarle mi amor con palabras de caballero. Su única condición para estar juntos era que dejara mi vida de ladrón y me dedicara a trabajar con su padre. Fue una decisión difícil. Acepté. Abril 21 de 1742 A los veinte años de edad seguía con Beatriz pero ya estaba cansado de trabajar con su padre. Tomé la decisión de volver a ser ladrón, a escondidas.
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Mayo 10 de 1742 Decidí robar la casa del Alcalde. Me preparé durante meses diseñando varios planes para asaltar la fortaleza. Julio 05 de 1742 Después de pensarlo, decidí entrar a la casa. Al salir con el botín entre mis manos, encontré un guardia que desenfundó su rifle y disparó directamente en mi cabeza. Lo único que pensé fue que incumplí la promesa hecha a Beatriz. Agosto 21 de 1742 Hora 19:45 p.m. ¿Cómo llegué a esta habitación? Se suponía que debía estar en prisión, pero no. Estoy en un hospital psiquiátrico tomando una cantidad de fármacos que desestabilizan mis pensamientos. ¡Me están haciendo creer que estoy loco! No puedo asimilar esta situación. Tengo que salir. Como medida desesperada decidí atacar a una enfermera insultándola con palabras grotescas y escupiéndole su cara. Recibí a cambio un relajante muscular, en alta dosis. Hospital Psiquiátrico de Palermo “Trabajamos para servir” Historia clínica del paciente Nombre: Carlo Cannavaro Edad: 20 años Estado civil:Soltero Descripción personal: El señor Carlo Cannavaro posee una de las fábricas más importantes del pueblo, es una persona solitaria y depresiva que vive una vida monótona de trabajo. El paciente es ingresado a la unidad de urgencias porque intentó suicidarse disparándose en la cabeza. La bala quedó incrustada en su cráneo, causándole desequilibrio mental.
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Antecedentes Familiares: Ninguno Tratamiento Julio 05 de 2002 Hora 22:25: El paciente es llevado al quirófano para retirar la bala y detener el sangrado. Hora 00:15: No se logra quitar la bala. Se estabiliza el sangrado. Hora 01:25: El paciente es remitido a cuidados intensivos. Comportamiento del paciente post-tratamiento El paciente se recupera físicamente. Se hace llamar Girolamo Schiavonu y manifiesta un comportamiento agresivo. Es remitido a un hospital psiquiátrico. Pasados cuarenta y ocho días de estar en el hospital es atendido por un psicólogo de la institución. El psicólogo le practica ejercicios, por ejemplo, le hace escribir la historia de cómo llegó al hospital psiquiátrico, lo cual le permite dar un diagnóstico. El paciente no presenta cambios positivos. Nombra en su historia a una señora llamada Beatriz y dice estar oyendo la voz de ella en su cuarto. Agosto 21 de 2002 Hora 19:45 – 20:00 El paciente es agresivo con una enfermera. Se le inyecta un relajante muscular y es mantenido en su habitación. No reacciona a los llamados que se le hacen para salir de la habitación y tomar la medicina. Un enfermero entra y ve que está tirado en el piso. Se revisa su estado y al no encontrar signos vitales, se registra su muerte. Causa de la muerte En el acta de defunción se declara que Carlo Cannavaro desarrolló una reacción alérgica al relajante muscular lo que causó su deceso.
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Un maravilloso acontecimiento Manuel Francisco Borda Arzayús Desde el microorganismo más pequeño del cual se tenga registro hasta el organismo más complejo conocido, el origen de la vida es un acontecimiento aparentemente sencillo. Mediante procesos tanto físicos como químicos, suceden ciertos cambios en una célula llevándola a convertirse en un maravilloso ser. No todos los seres humanos tienen el privilegio de conocer esta metamorfosis de la vida. Tal vez por ello, la reflexión sobre la conservación de la vida es casi nula en una sociedad cuyos intereses están cada vez más lejos del entendimiento y toma de conciencia sobre el mayor tesoro que es el milagro de la vida, presente en cada uno y en todo lo que nos rodea. Es triste ver como se perfeccionan las estrategias para acabar con una vida. Y cómo para muchos el milagro del que se viene hablando se ha convertido en un problema de índole personal, relacionado con los proyectos de vida de los individuos. Es el caso de los abortos en los que se decide quitar del medio a quien estorba. Entre tanto, los avances científicos y tecnológicos en busca de la cura de algunas enfermedades cuentan con pocos recursos y por lo tanto, los resultados suelen ser lentos. Interesante sería encontrar en los medios masivos de comunicación, especialmente en la televisión, programas que en lugar de recrear historias sobre la delincuencia y tejer un sinnúmero de eventos que denotan claramente la manera de conseguir los cometidos, mostraran el gran milagro de la creación de una vida. Y el tiempo que ello requiere, además de los procesos de transformación y perfeccionamiento que nunca terminan a lo largo del ciclo vital del ser… milagro que puede llegar a detenerse en un segundo.
Poesía
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Sin enamorarte Diana Berrío Mi idea es seducirte Mi idea es amarrarte Mi idea es que sientas por primera vez Mi idea es que caigas a mis pies. Es un arte aparte Es una meta incierta Es un reto eterno ¿O un simple asueto? Me valdré de mi astucia. Tu ingenuidad. Me valdré de mi perseverancia. Tu inocencia. Me valdré de mi piel. Tu piel. Besarte. Acariciarte. Abrazarte. ¡Cuidado! Sin enamorarte.
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Médico de guerra Dra. Luz Ángela Torres Flórez, MD. Se dibuja en su rostro Una tristeza profunda A cinco mil pies de altura, mientras sus manos entrenadas y ágiles procuran la esperanza a otro de sus soldados quien por una mina de odio entre la vida y la muerte se desangra. Aún no están a salvo! Los inmisericordes tentáculos de la guerra les amenazan en casa, una tienda de campaña que finge de hospital en medio de la espesa guerra que en la selva se desata. Se dibuja en la mente de médicos, enfermeras, mutilados y moribundos soldados, el ruego para mantenerse vivos y creer que ha de llegar el día que en mi patria se silenciaran las armas de la intolerancia. Aún no estamos a salvo! Vamos Mi Lanza!
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Lugares comunes y secretos (Fragmentos)
Dr. Pedro Rovetto, MD. Estos son poemas escritos en los últimos treinta años, en desorden. Lector amigo: no busques lo que ocultan sino lo que señalan. El poeta mismo no recuerda todas las circunstancias en que fueron escritos. A veces solo recuerda un gran dolor, una pequeña vergüenza, un terco amor… Todo nos prepara a tu muerte, madre: tu ya pequeña letra, tu pertinaz ternura, el pastel quemado, un nuevo silencio, la aguja no ensartada. Un hombre astuto y confuso regresa, exacto, al prado de ayer. Se acuesta en el mismo lugar, espera un rato y un lento dios lo premia: el sol le da en la cara. Solo una vez sentí dura tu mano sobre mí: pierna quebrada, enyesada, alto escalón, feliz llegada a casa. Dos años te quedan de vida. Sólo una vez, mamá, sobre el brazo, rígida. Tu muerte quebró súbita ese día, un ordinario día en nuestras vidas.
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Astillas de tu muerte pacientes permanecen entre simulado olvido. Siempre duele, amigo, pensar en ti. Ya la luz abandona temerosa el brillo de esos ojos pequeños, duros. Queda la cortante pupila abierta esperanzada.
Arcoiris Andrés Luna Rojas La grisacidad del gris la rojocidad del rojo la negrura del negro la blancura del blanco la verdura del verde la azulidad del azul la amarillocidad del amarillo la cafecidad del café la rosalización del rosado la moraridad del morado detrás de un color su propiedad detrás de un color su creador detrás un sentimiento un trasmisor de emociones cada sentido refleja una condición desde la capacidad de expresión.
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Una noche en Atenas Alejandra Balmaceda Las estatuas me guiaron hacia la fuente que admiraron reinas y reyes de Francia. Me contaban sobre batallas perdidas y mitos increíbles. Como un toque de magia, los jardines se iluminaron y la noche llegó. Cuando amaneció, la magia comenzó a declinar. Abrí los ojos. Miré hacia atrás y desde la esquina de mi visión, Zeus guiñó su ojo.
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Regi贸n y Contexto
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Pequeñas historias Florencia Mora A.
Profesora del Departamento de Humanidades y Medicina Narrativa
En la Carrera de Medicina, asignatura Humanidades II, se aborda el estudio de la región. La fundación de ciudades, la creación de barrios, las cifras socioeconómicas y diversas lecturas sobre la vida cotidiana de los habitantes, son temas que fortalecen la conciencia histórica de los estudiantes, al igual que su arraigo y pertenencia tanto a las familias como al entorno general de la región pacífica y Colombia. Estrategias diseñadas para la puesta en escena de puntos específicos del Programa, arrojan valiosas experiencias como los Álbumes familiares, la escritura de recetas de cocina y los ejercicios etnográficos al interior del campus universitario. Vale la pena destacar que las iniciativas surgen en medio de comentarios de los estudiantes sobre las lecturas previstas en el Programa. Las asignaturas -sabemosse enriquecen semestre tras semestre, con la dinámica de las clases. Fragmentos como los siguientes, escritos por jóvenes de la Carrera, ilustran un poco el talante de las actividades: “Es curioso ver cómo los estudiantes de la Facultad de Ciencias de la Salud se han compenetrado exitosamente con el CGE (Comité de Gestión Estudiantil); los demás estudiantes de la universidad asumen que nosotros los de Medicina vivimos sumergidos en infinidad de símbolos y letras y que no hay tiempo para actividades de integración (…) Resulta interesante ver el grado de concordia de niñas como Laura Zamorano, integrada en tan poco tiempo a este espacio. Precisamente
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hoy, Andrés Luna, con palabras finas y precisas, esclarece a Laura el temeroso y a veces despiadado Círculo de Krebs. Ella se enfrenta a una de las materias más temidas: La Célula. En nuestro siguiente día de observación y registro, nos llama la atención un chico que llega. No solo cautiva nuestra atención, sino la de una niña, cuyas palabras se enredan desde el inicio de su conversación (…) Al momento presenciamos el llamado al famosísimo COCO,1 hablamos con Luismi, estudiante de Ingeniería Industrial quien ayuda en la parte administrativa y organizacional del CGE. Cuando le preguntamos sobre la actividad que más le gusta nos dice que precisamente ésta, el coco, porque permite incentivar una cultura solidaria en la comunidad educativa de la Javeriana. Por medio de las “cocos” se procura la unión lo mismo que una alimentación saludable”.2 En general, los jóvenes acuden a la memoria de abuelos y padres, a escenas de la vida universitaria y a la reflexión sobre su rol de estudiantes y futuros profesionales de la Medicina. Una de las primeras herramientas del curso es la lectura de fotografías antiguas; los estudiantes recogen fotos de sus familias, comentan sobre sus orígenes y escriben como María Juliana, textos como el siguiente: “Mamá dice que los pantalones de antes eran de terlenka, con bota muy ancha, que las camisas tenían boleros y los zapatos eran de plataformas. El pelo se llevaba largo y había una influencia americana tanto en la música como en la ropa. El matiné era en el teatro San Fernando y la rumba, en la calle quinta o en el norte. (…) No faltaba el paseo al río. Las “agua de lulo” eran únicas, se bailaba el jalajala y luego se cantaba la música que ahora se llama de planchar”3 La fotografía, sin duda, cumple con el recuerdo, como en el mito de la hija del alfarero que soporta la ausencia de su amado, dibujando su sombra en el muro. 1 2 3
Comelonas colectivas. Prieto, Isabella; Ferraris, Geraldine y Rizo, María Camila. Ejercicio etnográfico. Abril 2011. Chávez, María Juliana. Mi tiempo vivido fue mejor. Trabajo escrito en Humanidades II. Marzo 2011.
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En realidad, el botón de la cámara fotográfica reduce el tiempo a un instante y también lo eterniza para la memoria de posteriores generaciones. Quien mira una fotografía antigua, vincula el pasado con el presente, se obliga a completar un relato, cohabita en la escena observada y proyecta su propia imagen en el futuro. Es el caso de Diana quien a lo largo de su texto exclama: “Qué magnifico ver fotografías de comienzos del siglo pasado y hacer un contraste con lo que somos hoy día. Antiguamente, las fotografías eran un trozo de papel en blanco y negro; se retrataba a las personas vestidas elegantemente, los hombres llevaban sombreros y las mujeres ponían un toque mágico a sus prendas, como por ejemplo, una flor de tela. En las fotos del patrimonio, vimos hombres vestidos como combatientes y niños con el traje usual de marinero. Ver fotos es hacer volar la imaginación (…) Es extraño ver cómo cambian los estilos de vida de una década a otra, probablemente nuestros hijos o nietos se asombrarán de nuestra forma de vestir, al igual que nosotros con las fotografías vistas. Qué gratificante retroceder en el tiempo y mirar el mundo que está atrás de nosotros”.4
Mi bisabuela materna Melba Núñez de Correa en su cumpleaños # 15 en 1938, dice Diana Arango. 4
Mi abuela Merle Núñez en su cumpleaños # 15 el 7 de marzo de 1961, dice Diana Arango.
Arango Hurtado, Diana. Todo cambia. Trabajo escrito en Humanidades II. Marzo 2011.
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Entre tanto, María Camila añade: ¡Oh, mi tierra querida! Yo aquí mirándote en el Siglo XXI. Todavía puedo observar algunas caras indígenas, espejo que deja la secuela de nuestra pequeña cultura conquistada (…) Las fotos son la puerta que se abre a un mundo paralelo, completo enigma donde se activa lo más profundo, un recuerdo que perdurará mucho tiempo”.5 Como dijera Roland Barthes: “La foto del ser desaparecido viene a impresionarme al igual que los rayos diferidos de una estrella. Una especie de cordón umbilical une el cuerpo de la cosa fotografiada a mi mirada: la luz, aunque impalpable, es aquí un medio carnal, una piel que comparto con aquel o aquella que han sido fotografiados”.6 En “Recuerdos inolvidablemente deliciosos”, Daniela y Sara reprodujeron una receta de cocina, a manera de cuento: “Ésta, más que una receta, es una historia. No soy muy vieja ni tengo mucha experiencia con la comida aunque sé que mi abuela hacía los mejores platos, ni raros, ni complicados, simplemente deliciosos. (…) Empezaremos con la entrada que son unos pastelitos de papa. Para hacerlos se necesita lo siguiente: papa pastusa, huevos, caldo, queso rallado, ajo al gusto, sal y pimienta. Pelamos y cocinamos las papas en el caldo, luego las trituramos como haciendo un puré de papa. Luego, sin afán, tomamos los huevos y los mezclamos con la papa. Agregamos el queso, el ajo, la sal y la pimienta. Mezclamos bien y vertimos en moldecitos engrasados. Llevamos al horno a 350 grados, durante veinte minutos, sacamos y tenemos el primer plato listo.7 En reconocimiento al trabajo de los estudiantes, presentamos a continuación algunos de sus textos, entendiendo en este caso, que la 5 6
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Ortiz Q., María Camila. Sin título. Trabajo escrito en Humanidades II. Marzo 2011. Barthes, Roland. La Cámara Lúcida. Nota sobre la fotografía. Editorial Paidós. Barcelona. 1990. Palacio, Daniela y López, Sara Marcela. Trabajo escrito en Humanidades I. Octubre 2010.
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narrativa es un complejo campo no ajeno a la fuerza extraordinaria de la fotografía que crea, registra y multiplica mundos.
Mi Cali de ayer María Corina Ochoa Rojas El dramaturgo francés Víctor Hugo dijo alguna vez: El fin del arte es casi divino, resucitar, hacer historia. Observar fotos y tratar de unirlas como si fueran filminas es casi lo mismo. Las fotos nos hacen sentir que volvemos al pasado y estamos en una película acerca de nuestras vidas. Al verlas, nos preguntamos: ¿No era muy joven esa niña para casarse? ¿Vivirá aún ese niño pequeño? ¿Cómo serán sus descendientes? Cierta nostalgia sobreviene y las preguntas continúan: ¿Qué hemos hecho de la ciudad? ¿Por qué dejamos los paseos de río, las competencias náuticas, el campo y todo lo que nos distinguía como vallunos? Pasaron cincuenta años y todo cambió abruptamente. Se comenta que desde los Juegos Panamericanos nuestra cultura dio un giro de 360 grados pero yo creo que fue la espera del nuevo milenio las que nos hizo crecer vertiginosamente. Cuando vi las viejas fotografías de Cali creí posible encontrar a mis abuelos o tal vez a mis bisabuelos. Al final caí en cuenta que ellos llegaron a Cali mucho tiempo después de que fueran tomadas esas fotografías. Mi atención se detuvo cuando vi lo numerosas que eran las familias, sus costumbres, los ritos, las fiestas y los sentimientos; todo, absolutamente todo, era objeto de la fotografía.
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Tal vez ellos quisieron dejarnos sus vidas para que valoráramos el desarrollo como fruto del esfuerzo y así buscar un mejor futuro para sus descendientes. Un futuro que hoy es nuestro presente. Para concluir quisiera citar a uno de mis escritores favoritos: La vida no es la que uno vivió sino la que uno recuerda y la manera como la recuerda. Eso dice García Márquez en Vivir para Contarla. Ahora pienso que la esencia de la fotografía es traer el recuerdo, constatar que hubo una historia antes de la nuestra, una historia que quizás aquellas familias disfrutaron mucho.
Impresiones Andrea Castillo Ha llovido demasiado y presiento que pronto alguien subirá al zarzo a ver dónde está la gotera que amenaza con borrarme para siempre, pero no me voy a dejar. No hace mucho noté que me iba por el cielorraso creando una mancha negra. Ayer escuché que subían por las escaleras del zarzo. Pensé que se trataba de mi hijo o quizás mi nieto aunque los pasos eran débiles. Se acercaba el ruido y descubrí que era una voz juvenil. De pronto, me giraron brusca y repentinamente. Ya estoy viejo para que me zarandeen, grité. La mano me soltó. Un joven buscó con la mirada el lugar de dónde provenía la voz. Desconcertado, se agachó. Entonces se me ocurrió hacer una jugarreta, así que pregunté: ¿Quién está aquí? El chico respondió ¿Quién eres? Le dije que mirara al piso. Asustado todavía, murmuró, ¿Qué…? Volví a decirle que mirara y lentamente comenzó a inspeccionar.
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Pude ver que me observaba. Desesperado por la mirada potente, capaz de atravesar mi cuerpo, comencé a moverme en aquel incómodo pedazo de papel. Para mermar la tensión, le dije, soy Conrad. Con voz temblorosa, contestó: Y yo Jacobo. Toda la tensión se aminoró y comenzó a hacer preguntas. ¿Cómo fue que te metieron allí? Le pregunté por sus padres porque que el muchacho se parecía mucho a mí. Supe que era el hijo de mi nieto y con alegría indagué por los demás. Salté y llegué hasta otra fotografía en la que estaba más joven al lado de la que sería mi esposa después. Seguíamos conversando y comparando cada cosa en común. De pronto, su madre lo llamó a comer. Me metió en su bolsillo y salió. ¿Y la gotera? Bueno…Sigue allí. Al menos sé que ya no corro el riesgo de desaparecer.
Inmóvil como una fotografía Alejandra Cárdenas González Inmóviles, esplendorosos y de apariencia impecable. Cuántas caras del pasado, cuántos momentos plasmados. Me miran sonrientes y seguros de sí mismos. Yo sé de ellos y ellos no saben de mí. No entienden mi época. Con peinados divertidos y prendas hermosas, en parajes vallunos de nuestra Colombia, me muestran con detalles su forma de vida, identidad y cultura. Sosegados en su marco vislumbran un haz de esperanza, crédulos de que el futuro, mi presente, es mucho mejor. Esperan un país sin violencia, ansían equidad, innovación y progreso. Y al mirarme, esperan respuestas. ¿Cómo es ahora nuestra vida? ¿Cómo anda todo en nuestra época? Esas son sus preguntas.
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Apenada volteo la cara y me anego en un mutismo profundo. Las cosas no están tan mal, pero me avergüenza decirles que casi nunca están bien. No quiero contarles que sus esfuerzos por dejarnos valores, no fueron suficientes y que la cultura que se esforzaron en construir, no es cuidada actualmente. Entre otras cosas, me siento mal por la situación de nuestro mundo, aunque a decir verdad nos convendría hablarles del calentamiento global y de los recursos no renovables. Se ven tan felices que sería un sacrilegio destruir sus esperanzas de momento. Esperan mi hoy. Si tan solo les advirtiera de su futuro, podrían corregir algunos errores. Curioso pensamiento se adueña de mí y se refleja en mi expresión. Aterrados me miran más fijamente que nunca. Siguen preguntándome sobre el tiempo, cuestionan mi mirada y la expresión de intensa ambición en mi rostro. Un momento de lucidez me recuerda aquellas cosas buenas, los instantes gloriosos de nuestra historia. Y concluyo en breve que sin errores no habríamos tenido tantos milagros y alegrías. Entonces sonrío. Sostengo la mirada a mis ascendientes y les digo, todo está bien. Sonrío y continuamos inmóviles, ellos por ser fotografías y yo, por aprender una lección. ¡Pasado, permanece inmóvil! ¡Presente, no sientas nostalgia de los viejos tiempos pero aprende de ellos! Futuro, calla lo que será ti y déjanos vivir el hoy, que trabajaremos para ti. Me despido contenta de aquellos recuerdos, salgo, me tomo una foto inmóvil, sonriente y esperanzada, en un paraje valluno de nuestra Colombia, mirando fijamente la cámara. Y espero algunas décadas encontrar a alguien que aprenda mi lección.
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Sobre los autores Alejandra Cárdenas, Juan Camilo Álvarez, Manuel Francisco Borda, Diana Berrio, Andrés Luna, Alejandra Balmaceda, María Corina Ochoa, Cristian David Medina, Tania Vanessa Duque, Manuela Salcedo, Yerson Penagos, Karen Lizeth Álvarez, Diana Arango, Adriana González, Camila Delgado, Juliana María Sánchez, Melissa González, Jenny Marcela García, Federico Reina, Manuel Francisco Borda y Andrea Castillo, son estudiantes de la Carrera de Medicina de la Pontificia Universidad Javeriana Cali.
Laureano Quintero, MD. Médico Cirujano Universidad Javeriana, Bogotá. Especialista en Cirugía Hospital Universitario del Valle y Universidad del Valle. Especialista en Gestión de la Salud ICESI Cali y CES Medellín. Maestría en Emergencias y Desastres Universidad de Tulane USA. Universidad del Valle, Cali. Fellow en Cirugía de Trauma y Emergencias. Universidad del Valle. Director Científico Hospital Universitario del Valle. Coordinación Académica Fundación Salamandra
Pedro Alejandro Rovetto, MD. Médico cirujano, Universidad del Valle. Especialista en Patología Anatómica (Universidad de Miami) Patología Clínica (Universidad de Cincinnati) e Inmunohematología (Universidad de Minnesota). Profesor universitario desde hace 30 años. Investigador del Grupo Historia de la Medicina Colombiana.
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Gloria Inés Flórez V. Trabajadora Social, Universidad del Valle. Especialista en Administración del Talento Humano, Universidad del Valle y Penn State University. Magistra en Administración de Empresas de la Universidad Javeriana Cali. Profesora universitaria. Secretaria Académica de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Pontificia Universidad Javeriana Cali.
Florencia Mora A. Licenciada en Ciencias Sociales y Literatura, Universidad del Valle. Especialista en Enseñanza de las Ciencias Sociales e Historia de Colombia. Magister en Filosofía, Universidad del Valle. Profesora del Departamento de Humanidades, Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales, Pontificia Universidad Javeriana Cali.