Medicina Narrativa Escritura creativa mĂŠdica
Facultad de Ciencias de la Salud Medicina Narrativa
Cali Colombia
Volumen 3 NĂşmero 1
pp. 1-160
Enero - Junio 2013
ISSN 2027-7636
Rector: P. Jorge Humberto Peláez Piedrahita S.J. Vicerrector Académico: Ana Milena Yoshioka Vargas Vicerrector del Medio Universitario: P. Luis Fernando Granados, S. J. Facultad de Ciencias de la Salud Decano: Pedro José Villamizar Beltrán, MD. Decano del Medio Universitario: Luis Roberto Rivera Mazuera Director Carrera de Medicina: Luis Alberto Escobar Flórez, MD. Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales Decano: José Ricardo Caicedo Peña Decana del Medio Universitario: Clara Eugenia Jaramillo Arango Título: Medicina Narrativa Compiladores: Florencia Mora Anto; Pedro Alejandro Rovetto Villalobos, MD.; Gloria Inés Flórez Villafañe. Lectura final de textos: Florencia Mora Anto ISSN: 2027-7636 Coordinador Editorial: Ignacio Murgueitio Restrepo e-mail: mignacio@javerianacali.edu.co © Derechos Reservados © Sello Editorial Javeriano Correspondencia, suscripciones y solicitudes de canje: Calle 18 # 118-250 Santiago de Cali, Valle del Cauca Pontificia Universidad Javeriana Cali Facultad de Ciencias de la Salud Teléfono 3218200 ext. 8801 - 8955 e-mail: secfacsalud@javeriancali.edu.co Formato: 16 x 24 cms Diseño de carátula: Gonzalo González Barreiro y Edith Valencia F. Concepto Gráfico: Edith Valencia F. Edición: Febrero de 2013
Índice Medicina narrativa, edición 2013
9
Dr. Pedro José Villamizar Beltrán, MD.
La regla de san Benito y el oficio médico
11
Pedro Alejandro Rovetto Villalobos, MD. Vamos en la ruta correcta Gloria Inés Flórez Villafañe
19
El cuidado de sí mismo y de los otros
23
Florencia Mora Anto
La vocación médica
33
Noticia inesperada
35
María Alejandra Zambrano Gustin
Primer latido
36
Paola Andrea Figueroa Toro
Juego de hermanas
37
Natalia Ruiz Tovar
Más que aliviar, acompañar es perdonar
39
David Santiago Muelas Solarte
Diciembre de 1999
41
María Fernanda Becerra Saavedra
Mi primer parcial de Célula David Andrés Endo Abella
43
Relatos de enfermedad
47
Una tradición japonesa
49
Akemi Arango Sakamoto
El día que me di cuenta de que no era una Power Rangers rosada
50
Isabel Cristina Quintero Salazar
Un episodio de migraña
52
Camila Delgado Arango
La charca en la que estaba sembrado
53
David Santiago Muelas Solarte
Muxol en caso de gripa
54
Ivana Nieto Aristizabal
Un verdadero milagro
55
Catalina Varo Echeverry
Querida señorita Regardie
59
Stephania Marulanda Hohmann
Enfermedad, amor y medicina
63
Daniela Jiménez Paredes
Una extraña enfermedad
64
Natalia Ruiz Tovar
Mi ángel protector
66
Marian Seinef Alvarado Calvache
Entre el tiempo
68
María Alejandra Nagles Hurtado
Mágico octubre
70
María Alejandra Nagles Hurtado
Un saludo constante Manuela Salcedo Ortega
72
Cabezazos a la escalera
73
Lina Alejandra Uribe Henao
Casi fue un trasplante
75
Leidy Johanna Morales Tellez
Catástrofe en la ducha
76
Paula Andrea Ocharán Barona
Prosa diversa
81
¿Qué ha pasado con la verdadera ética en la atención del paciente como un ser humano doliente?
83
Harold Styven Basallo Triana
Emergency room
85
Katerine Andrade Peñuela
Impacto mundial
89
Katerine Andrade Peñuela
Luchando contra la adversidad
91
Melissa Castaño Ramírez
Una bala perdida
92
Daniela Salamanca Bedoya
Volviendo a mi refugio
96
Alejandra Ortiz Rallón
Médicos en pañales
101
Laura Estefanía Giraldo Ceballos Leidy Tatiana Peña Izquierdo Jessica Núñez Gómez Valeria Granados Duque Natalia Granados Duque David Santiago Muelas Solarte Carlos Andrés Vergara Sánchez
103 103 104 104 104 105 105
Poemas
109
Senecta
111
Pedro Alejandro Rovetto Villalobos
Exilio
112
Andrés Kaitzberg Lasso
Fundido (Melt)
113
Andrés Kaitzberg Lasso
A oscuras
113
Andrés Kaitzberg Lasso
Inaceptable
114
Andrés Kaitzberg Lasso
La muerte de los seres queridos
117
Ese domingo
119
Yamid Yusef Cuevas
Una triste y pronta partida…. un recuerdo latente
120
Mayerlin Andrea Cruz Rodríguez
¡Ya no más…! nunca más
122
Andrés Mauricio Galarza Prado
Mi querida abuela
125
María Fernanda Becerra Saavedra
Del júbilo a la tristeza
127
Juan Martín Mancera Alzate
Mi viejita
128
Juliana Lores Espinosa
Crónica de la muerte de un ser querido
130
Daniela Duque Rodríguez
Otros textos
137
Escribir sin premios
139
Pedro Alejandro Rovetto Villalobos
Solo una experiencia
141
Nataly Chasy Molik
Cordura encerrada
142
Camilo Andrés Linares Vargas
Caso clínico
143
Daniela Jiménez Paredes
Sin título
144
Marco Vera Soto
Una tumba para muchos
144
Kelly Daniela Pinzón Jurado
Héroe
145
Kelly Daniela Pinzón Jurado
Otto el piloto
145
Danilo Osorio Flórez
Dinosaurio No. 2
145
Julio César Hernández Vargas
El bebé
146
Leidy Johanna Morales Téllez
Reclamo
146
Isabella Rebellón Martínez
Reflejo
147
Isabella Rebellón Martínez
Con riesgos
147
Constanza Abad Gómez
El mundo de las motos
151
Jorge Julián Ortíz Paredes
Ansioso pero gracioso Karen Lizeth Álvarez Raigoza
152
Medicina narrativa, edición 2013 Dr. Pedro José Villamizar B., MD.
Decano Facultad de Ciencias de la Salud Pontificia Universidad Javeriana Cali
Una vez más presentamos al interesado lector, escritos de nuestros estudiantes narrando vivencias y experiencias del transcurso de su vida personal, familiar y social, tanto en el ámbito universitario como fuera de éste. Acompañan estos escritos, algunos de docentes e incluso de padres de familia que se han interesado en esta gran experiencia de contar lo que su sensibilidad les dicta. Es muy interesante ver cómo cada edición madura y se perfecciona el vocabulario, la redacción y la forma, ya incluso con lenguaje médico especializado producto del avance en su formación médica pero siempre conservando ese sentimiento que lo relaciona con el ser humano y se vuelve el hilo conductor entre la vida cotidiana y su experiencia como médico en formación. Medicina Narrativa ha trascendido en nuestra universidad a tal punto que se tiene la asignatura que lleva su nombre. Cátedra abierta a otras disciplinas que han incursionado en ella, como Psicología, Filosofía, Comunicación, Diseño de la Comunicación Visual, entre otras. Ello muestra la intencionalidad de la asignatura de ser interdisciplinar e incluyente mostrando de esta forma que el ser humano
es integral y requiere de todas las disciplinas para ser completamente sano. Este es el punto central de la formación de profesionales Javerianos, donde el eje central está en el ser humano, y los médicos no son la excepción. Los invito a disfrutar de esta agradable escritura que estoy seguro alimentará ese gran espíritu solidario y sensible de cada uno de nuestros lectores.
La regla de san Benito y el oficio médico Pedro Alejandro Rovetto V., MD. Profesor de Historia de la Medicina Profesor de Patología Profesor de Medicina Narrativa Pontificia Universidad Javeriana Cali
Desde hace unos 35 años soy médico. Hace ya más de treinta enseño medicina. Desde hace unos ocho acudo cuando puedo a pasar unos días al Monasterio Santa María de la Epifanía (OSB) en Guatapé, Antioquia. He publicado un libro de historia de las ideas médicas para mis estudiantes. ¿Cómo he armonizado la espiritualidad benedictina y el ejercicio de la medicina en mi vida? Eso es lo que trataré de responder. Quizás el interés por lo benedictino es anterior a mis afanes médicos. Cuando era niño recuerdo algunas historietas sobre santos y en ellas la imagen de unos monjes tejiendo canastos. Aquella ingenua ilustración del “ora et labora” se me quedó grabada en la memoria infantil. Cuando era médico rural en las montañas de Caicedonia (Valle del Cauca) tenía mucho tiempo libre viajando entre vereda y vereda haciendo consultas de medicina general. Me preocupaba cómo organizar mi vida y acabé pidiendo al joven chofer de ambulancia que me acompañaba que me llevara donde un ebanista para labrar “algo” de madera, no pude explicarle a él su utilidad, que representara una O rodeando un cuadrado con cuatro celdas: la Oración alrededor de los
Talleres de mi vida, que eran y son la lectura, el estudio, la medicina y la poesía. En el fondo de mi desordenada vida (“mis andanzas las tienes registradas, / están guardadas mis lágrimas en tu odre” dice el salmo 56) no he dejado de intentar seguir ese plan de vida con algunas variaciones. Esto ha sido un peculiar e incompleto cumplimiento del “ora et labora”. En el Monasterio de Guatapé aprendí mucho sobre lo monástico, sobre todo durante las comidas cuando se leía algunas veces una historia de la Orden o algo de la vida de san Bernardo. Al escribir en mi texto sobre medicina medieval la dividí en medicina monástica y escolástica, recordando aquellas lecturas en el refectorio. En mis lecturas de historia de la medicina gocé cantidades volviendo a los Padres y la Tradición sobre todo donde se refieren a la enfermedad y los enfermos. Y descubrí la importancia de san Benito en el pensamiento médico. Hoy quisiera subrayar esto e intentar una lectura de los pasajes de la Regula benedictina más aconsejables para el cuidado de los enfermos. Debemos recordar que ya antes de san Benito la preocupación por quienes sufren enfermedad fue siempre una característica cardinal del pensamiento cristiano. A mis estudiantes les he hecho leer y discutir el episodio del ciego de nacimiento (Jn 9) como discurso sobre la enfermedad, sus causas y su significado. San Agustín es el Padre occidental que más habla de la enfermedad, casi siempre como metáfora del pecado, y de la Gracia como remedio del alma prescrito por el Médico del alma. Por otro lado los Padres griegos orientales deben ser considerados los inventores del hospital como sitio para el cuidado de hombres que sufren dolor e incapacidad, representando vicariamente en la enfermedad a Jesucristo. Sabemos que los romanos tenían hospitales, sí, pero para el cuidado de soldados y gladiadores. La medicina romana pertenecía a lo doméstico, no a lo público, con médicos de casa frecuentemente esclavos griegos o ciudadanos aficionados a la medicina como Celso (“inflamatio est rubore con dolore et tumore et calore”). San Basilio el Grande (329-379) establece algo distinto en Cesarea: un gran nosocomio (“casa de enfermos”) que llega a ser llamado la ciudad de los enfermos. Subrayemos que allí se cuidaba de los enfermos pobres o peregrinos enfermos, no de las personas
enfermas socialmente importantes como los ricos, los legionarios o los gladiadores. No se puede entonces menospreciar la influencia de la tradición cristiana en el ejercicio de la medicina pero quienes más influyeron en la práctica de la medicina fueron san Benito y sus monjes durante siglos y siglos hasta la fundación de la escuela de medicina de Salerno y luego las universidades con sus facultades. No sólo por la preservación en tiempos oscuros de la medicina clásica en manuscritos sino aún más por la importancia del cuidado de los enfermos en la Regla y las casas benedictinas con sus herbarios de plantas medicinales. Muchos santos benedictinos ejercieron medicina en sus días como san Beda el venerable, santa Hildegarda de Bingen y otros. Hay que resaltar entonces en la Regla el pensamiento médico. Para mí medicina es todo lo que hace el hombre en su cultura milenaria para enfrentar el sufrimiento que llamamos enfermedad, reconociendo (por lo menos desde el Neolítico) empáticamente al prójimo que sufre. Por lo tanto, el cuidado médico de generaciones de monjes benedictinos es parte integral de la evolución del pensamiento médico. Y la espiritualidad de san Benito es necesaria hoy, y mucho, a la medicina. Antiguamente, desde el mismo san Gregorio Magno Papa y primer biógrafo de san Benito, muchos comentaristas han alabado la discreción de la Regula Benedicti (RB). Es lugar común que la espiritualidad benedictina está fundamentada en esa discreción, “madre de las virtudes” (RB LXIV, 19). Quizás algunos piensen que esa discreción es sólo equilibrada y satisfecha moderación. Hasta contar con un poco de mala fé chistes sobre la comodidad de la vida monástica sin conocerla. Cuando empecé a visitar mi abadía una colega me preguntó sobre qué se hacía allá y comentó que era una vida “estéril, inútil”. Aunque callé lo hice para no ser violento en mi respuesta pero me ruboricé de ira ejerciendo esa virtud tan infrecuente en nuestros días, la paciencia. Precisamente en la medicina actual es donde más necesitamos paciencia, prudencia o ecuanimidad como lo aconsejaba Osler. Lo recomienda la Regla al abad, quien a su vez debe imitar en esto a
Jesucristo, “médico del alma” (San Agustín). En el capítulo 64, llamado el “segundo directorio abacial”, la Regla precisa lo que es la discreción como característica fundamental del abad. La medicina debería estudiar en qué consiste la discreción del abad benedictino y conformar el acto médico a esa necesaria e infrecuente virtud. La Regla pide al abad que no sea agitado, inquieto, inmoderado, terco, envidioso ni suspicaz porque “nunca estará en paz” (RB LXIV, 16). El médico debería comprometerse a seguir ese consejo en su oficio. Esto, repito, es lo que aquel paradigma de médico William Osler recomendaba en su famoso discurso “Aequanimitas” (1889). Él y la Regla piden al médico y al abad lo mismo: ecuaniminidad. Pero hay más en la Regula Benedicti. Cuando en los versículos que siguen se precisa lo que es la discreción del abad (RB LXIV, 17-19), exponiendo no sólo lo que no se debe hacer sino lo que hay que ser, es como si nuestro padre san Benito estuviera hablándole al oído a un médico: “sea previsor y circunspecto en las órdenes que deba dar…tome sus decisiones con discernimiento y moderación, pensando en la discreción…madre de las virtudes, ponga moderación en todo de manera que los fuertes deseen aún más y los débiles no se desanimen”. Hay que penetrar, haciendo Lectio Divina, en cada una de estas palabras de la Regula y aplicarlas al acto médico. Primero, sea previsor. No hay que añadir nada a la conocida importancia de la previsión en medicina, subrayada desde aquel inicial Aforismo Hipocrático que recomiendo a mis estudiantes aprender de memoria: “el arte es largo, la vida breve, la ocasión efímera, la situación peligrosa, la decisión difícil….”. El médico debe considerar, casi que contemplar en sentido monástico, toda la vida de su paciente, lo que ha ocurrido antes y lo que puede suceder después, como el abad debe hacerlo del monje a su cuidado. El médico debe servir al enfermo, conocerlo y amarlo (cruz del médico), teniendo en cuenta todos sus días y su noches, toda su vida corta en horas o larga en años. Hace años decía a mis estudiantes que en su casa, de noche, debían imaginar lo que estaba viviendo el enfermo que habían dejado en el hospital, acostado sudoroso en una cama y rodeado por mosquitos y toda clase
de ruidos. Yo, que he estado en algunas ruidosas salas de cuidado intensivo, sé lo que digo. Segundo ¿Qué es ser circunspecto? Si pensamos en la etimología de la palabra (circum+specere) es “mirar alrededor” del enfermo. No limitarse al evidente dolor ni al órgano enfermo. Como patólogo conozco la importancia de revisar toda la placa microscópica antes de hablar y proponer un diagnóstico (mis colegas y residentes se sonreíran porque lo hago muy rápido, pero lo hago). Además hay que mirar más allá de la biopsia: pensar en otros sitios no muestreados, pensar en el todo orgánico del paciente, pensar en el paciente en su grupo familiar, pensar en el paciente en su grupo epidemiológico, pensar en el paciente en la sociedad sabiendo que lo más importante es la persona que sufre y no las estadísticas. Como se ve, para hacer una buena medicina hay que tener la “circunspección” que san Benito recomienda a sus abades. El médico y el abad deben tomar decisiones, eso es el oficio que ejercen y es lo más difícil de su “carisma” (don, vocación). Yo como patólogo que pienso y pienso en enfermedades todos los días de mi vida me he dado cuenta que las enfermedades no son cosas ni demonios malintencionados sino decisiones que tomamos sobre un hombre que sufre, el enfermo. Y todas las semanas, lo juro, sudo algunas decisiones difíciles. Esas decisiones, sigue la Regla, deben tomarse con discernimiento. ¿Qué es el discernimiento? Para mí como médico es lo contrario al clásico y casi mágico “ojo clínico”. Es conocer el problema del enfermo, su sufrimiento, en todos sus hechos (datos clínicos, “clinical facts” en inglés) y, muy importante, en sus dimensiones y proporciones correctas. No hay que exagerar ni minimizar lo que nos conviene o nos parece. La mirada clínica del médico es esencialmente discernimiento, separar la paja del trigo. Nadie puede ser completamente objetivo, pero el médico debe intentarlo. Debe intentar ver con claridad los problemas desde arriba, o desde abajo, en sus límites exactos. Dicho sea de paso, como sólo Dios puede hacer esto, perfectamente el buen médico debe ser hombre de oración, quizás “breve y pura” como lo pide la Regla (RB XX, 4).
Algunos poderes económicos, políticos o sociales nos hacen perder el discernimiento clínico y ver sólo un problema, una solución, un ingreso económico, un beneficio social en la medicina. Nada más peligroso para el oficio médico cuyo objeto esencial, por encima de todo, es la persona que sufre. Y este oficio médico debe ejercerse con moderación. Hoy cuando todos nos creemos enfermos y creemos nuestra enfermedad la más importante, caemos fácilmente en una medicina inmoderada, costosa, peligrosa, hipertecnológica. Si hay que hacer una recomendación brutal a la medicina de nuestros días y a nuestras “entidades de salud” debería ser el pedir moderación en todo: moderación en los diagnósticos, moderación en las terapias, moderación en los fármacos, moderación en la “efectividad” y “eficacia” económicas. Otro capítulo de la Regla, el XXXIV, lo explica claramente en su mismo título: “Si omnes aequaliter debeant necessaria accipere” (Todos han de recibir igualmente lo necesario). Atención: sólo lo necesario. Algún Padre decía que el que tiene más de lo necesario lo ha robado, y uno puede robar salud al otro usando más de lo necesario para su enfermedad propia. Finalmente, el propósito del acto médico es que los enfermos “fuertes pidan más”, más vida y salud, “y los débiles no se desanimen”. La ternura del abad y de toda la espiritualidad benedictina por el pecador y el enfermo, por el monje poco cumplidor y el enfermo quejoso, es lo más admirable en el pensamiento de nuestro padre san Benito. Podría uno aplicar otras características de la espiritualidad benedictina al acto médico. Por ejemplo, el médico debe usar “los instrumentos que son las buenas obras” (RB IV) en el “taller” (RB IV, 78) que es el consultorio, el hospital, la comunidad o la familia del paciente. Y debe hacerlo con obediencia (RB V) a lo necesario: la evidencia médica necesaria para disminuir el sufrimiento del paciente. Sorprende a veces observar la desobediencia médica a la misma evidencia médica por orgullo, vanidad y otros intereses personales. El médico además debe ser taciturno (RB VI), sólo hablar lo necesario (cosa difícil para mí) y dejar al paciente hablar, aunque sea demandante, quejoso, cansón. Aunque yo no aspire ya a esa virtud, muchos médicos se habrán hecho
santos por el silencio. Un médico mayor le decía a Osler que hablaba demasiado y le aconsejaba “he ejercido durante años con una sola palabra: hmm…” Y todo esto lo debe hacer el médico con humildad (RB VII), corazón y plenitud de la espiritualidad benedictina. Algún decano de medicina (PJV para que se sepa) le dijo a los estudiantes que yo era humilde, inmerecido halago que siempre le he agradecido. Estaba equivocado, lo sé en mi íntima interioridad como diría Agustín, pero desde aquí quiero darle las gracias. Por último, habría que investigar y enseñar todo el cuidado médico (RB XXXVI) que se hacía en las abadías, verdaderas clínicas medievales. Pero basta con estas anotaciones para señalar lo importante que ha sido la lectura de la Regula Benedicti en mi ejercicio de la medicina.
Vamos en la ruta correcta Gloria Inés Flórez V.
Trabajadora Social Profesora de Medicina Narrativa Pontificia Universidad Javeriana Cali
Seis de la tarde en la sucursal del cielo y la brisa propia de mi ciudad entra por todos los rincones de Cosmocentro mientras los cientos de personas que visitan este lugar caminan de un lugar a otro; en medio de todos ellos, estoy yo, comprando materiales de última hora para una tarea de mi hijo mayor. Ya en la gran papelería de la reconocida cadena de almacenes, empiezo a sentir un dolor reconocido que me dobla literalmente; con dificultad conduzco a mi casa, afortunadamente, y casi “gateando” recorro el trayecto entre el carro, el ascensor y la puerta de mi casa. Al verme, mi esposo se preocupa y yo me limito a decirle que me voy a acostar para que me pase. Me tomo una pastilla para el dolor y a dormir temprano para evitar sentirlo de nuevo; al día siguiente pido cita en mi EPS para tratar de identificar las razones de aquella molesta sensación, sobre todo para confirmar si es un problema del pasado, ya que tuve hace varios años cálculos al riñón. Ya en la cita con el médico general y por mis antecedentes, el médico me envía los exámenes de control y una ecografía que posteriormente confirma la presencia de aquel elemento ajeno a mi cuerpo: un pequeño cálculo. A pesar de tener todos los exámenes listos, y luego de casi dos meses de espera por la anhelada cita con el urólogo, finalmente llega
el día. Como trabajo en el sur de la ciudad y la cita era en el norte, tuve que atravesar toda la ciudad. Por esas cosas de las EPS, el médico asignado atiende en el norte, a pesar de que mi IPS es en el sur. Luego de manejar una hora en pleno momento pico, medio día, llego a una reconocida clínica y encuentro en lugar del consultorio para mi cita, un edificio en remodelación con un letrero hecho a mano que decía: “Pacientes de ginecología y urología serán atendidos en la dirección XXX. Ya había manejado durante una hora y ahora para completar, debía ir de safari buscando una dirección, en una zona donde ir en carro es un completo encarte. Luego de dar vueltas por fin encuentro la dirección; es un clínica, sede de una reconocida EPS. Me presento en la recepción y la persona que me recibe está tanto o más perdida que yo. Me envía al segundo piso a averiguar por mi cita porque ella solo atiende pacientes de una EPS en particular, y por supuesto no era precisamente la mía. Subo al lugar mencionado y la persona que me atiende me informa que efectivamente el Dr. XX tiene mi cita agendada a la 1:00 p.m. y son las 12:50 p.m. Me informa que el consultorio es el número uno y que está ubicado en el primer nivel. Regreso al primer nivel y veo a un médico salir del consultorio, pasan veinte minutos y el médico no regresa, por ende , sigo esperando; pasan quince minutos más y ante la ausencia de quien debía atenderme subo de nuevo al segundo nivel, realmente molesta por la pésima atención. La respuesta de la persona en recepción es “espere que el médico la llama”. En este instante debo mencionar que hacía más de media hora el médico había salido del consultorio; ante la falta de respuesta solicito hablar con un superior, por lo cual mandan a llamar al médico.
Finalmente entro al consultorio a la 1:50 p.m. Sí, cincuenta minutos después de la hora programada, por supuesto molesta por lo comentado y para rematar, hambrienta. Entro al consultorio, un lugar pequeño con poca o nula ventilación, con un escritorio lleno de documentos, los cuales claramente llevaban días ahí, un computador, una camilla y una mesita con algunos instrumentos generales como gasas y paletas, entre otros. Y un médico que ni siquiera se excusa por la injustificada demora, centrado solo en llenar algún formato que le demandaría su computador por cada paciente atendido. El profesional que me atiende, desluce completamente la imagen que he construido de los médicos, en razón de lo afortunada que soy de hacer parte de un selecto grupo de galenos que exaltan la profesión en todo sentido. A diferencia de mis compañeros de trabajo que siempre están como muñeco de ponqué, este profesional a duras penas me saluda, poco me mira, su vestimenta no está precisamente muy arreglada, tiene su barba sin afeitar y para rematar, los tenis sucios. La sabiduría popular reza: no basta ser, sino parecer y con el escenario descrito puedo ver claramente a qué se refiere aquel viejo adagio. Adicionalmente, luego de mirar –por encima mis exámenes– y a pesar de que la ecografía mostraba un pequeño cálculo en uno de mis riñones, el galeno se limita a mandarme a “tomar mucha agüita” para que “solito se le vaya diluyendo”. No hay derecho, si esto es el servicio para el POS ¿Qué pueden esperar los del régimen subsidiado? En esas tres valiosas horas de mi tiempo tuve un safari, un reto a mi paciencia y una atención carente de buenas maneras, para que me dieran como tratamiento el que tomara mucha agüita. Lo único bueno de toda esta historia es que me sentí feliz de hacer parte del equipo de profesionales que soñaron con educar médicos integrales, médicos humanos, médicos con buenas maneras.
Aquella soleada tarde en mi bella Cali, salí de ese consultorio con la clara visión del médico que nadie quiere, que nosotros en la Javeriana no queremos. Luego de toda esta historia, agradecí el que construyamos como equipo buenos hábitos en nuestros médicos en formación, cuando les insistimos en el valor del uniforme como distintivo; agradecí que tengamos como política la puntualidad para las clases, me maravillé con la propuesta pedagógica que se ha construido en la Javeriana Cali y con los logros que hemos conseguido a pesar de ser una Facultad y una Carrera joven. Agradecí que la Medicina Narrativa haga parte de su formación y sea un distintivo de la Carrera, agradecí lo que se ha ido sembrando en los futuros médicos desde el ámbito humano y agradecí hacer parte del reto de liderar la asignatura Medicina Basada en la Etiqueta. Seguramente a la vuelta de pocos años cuando requiera visitar un consultorio médico me encontraré con un joven médico Javeriano, y sin dudarlo saldré comentando a los cuatro vientos, que además de un excelente diagnóstico y tratamiento, me trataron como a una princesa.
El cuidado de sí mismo y de los otros Florencia Mora Anto
Profesora del Departamento de Humanidades Pontificia Universidad Javeriana He aquí romero que es para la memoria; acuérdate, amor mío, te lo ruego; y aquí trinitarias, que son para los pensamientos. Aquí os traigo hinojo y aguileñas. Ofelia a Laertes y a la reina, en Hamlet
Desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha tratado de curar las enfermedades a través del uso de las plantas pretendiendo quizás, extraer sus poderes secretos, sus bondades y la misteriosa savia de la naturaleza; se sabe que los pueblos indoeuropeos soñaron durante mucho tiempo con la idea de encontrar una planta milagrosa, una especie de pócima de inmortalidad que tuviese el secreto de la vida. En efecto, la búsqueda de la piedra filosofal, entendida en su esencia como el elixir de la vida, tenía la propiedad de limpiar el cuerpo de enfermedades, transmutar cualquier metal en oro, alargar la vida de los humanos y devolver la juventud a los ancianos. Se dice que la mandrágora,1 emitía un gemido estremecedor apenas era arrancada de la tierra y que la planta era portadora de 1
La mandragora officinarum o atropa mandragora ejerció gran influencia cultural en Europa durante el Medioevo. En la medicina antigua sus hojas hervidas en leche se aplicaban a las úlceras; la raíz fresca se usaba como purgante; macerada y mezclada con alcohol se administraba oralmente para producir sueño
propiedades curativas extraordinarias; que la corteza del abedul calmaba la fiebre y los dolores articulares; que el tomillo aliviaba la tos y las heridas infectadas y que la resina calmaba los calambres. En realidad, las comunidades más antiguas imitaban a los animales y siguiendo su ejemplo de lamerse, lavaban sus heridas con agua. Se ha documentado por ejemplo, que los ibis recogen agua con su pico, estiran el cuello y levantan la cabeza con el propósito de lavar su tubo digestivo. Ya Hipócrates explicaba acerca del poder curativo de la naturaleza e invitaba a confiar en ella diciendo que frente al enfermo, había que observar cómo actuaba la naturaleza puesto que el médico era el ayudante de la naturaleza, y no su maestro; su minister y no su magister naturae. Hipócrates solía utilizar las infusiones de álamo para curar las enfermedades de los ojos, y el jugo de la corteza de sauce para controlar la fiebre y los dolores de parto. Las diversas expresiones culturales en nuestro medio, incluyen el cultivo y aprovechamiento de plantas ya sea para proteger el cuerpo, aliviar dolencias y tratar las enfermedades; se conocen los usos medicinales de la alcachofa, el apio, el azafrán de curcumán, el arándano, el cardamomo, la maca, el anís estrellado, la flor de tilo, la flor de caléndula, la menta, la quiebrabarrigo, el eucalipto, la cola de caballo, el anamú, el achiote, la uña de gato, el ajenjo, la borraja, la albahaca, el boldo, la mejorana, la valeriana, la zarzaparrilla, el palo santo, la estevia, el romero, el toronjil, la yerbabuena, la linaza, la ortiga, el pronto alivio, la pasiflora, el gualanday, el limoncillo, el venadillo, la mano de dios, el apagafuegos, la suelda con suelda, la pegapega, la borrachera, la hoja santa, la venturosa, la hierba mora y muchas otras plantas, que en algunas regiones se curan en botellas,2 se mezclan con licor de caña, se beben o se untan; en otras, se aplican como cataplasmas, ungüentos, baños, tinturas, pomadas o aceites, con el fin de prevenir y atender enfermedades tanto del cuerpo como del espíritu.
2
o analgesia en dolores reumáticos, ataques convulsivos e incluso de melancolía. En tiempos de Plinio se empleaba como anestésico dándole al paciente un pedazo de raíz para que la comiera antes de realizar una operación. http://www.mind-surf.net/drogas/mandragora.htm Se trata de las botellas curadas que preparan las comunidades afrodescendientes en el Pacífico colombiano y en algunos países de América.
Ciertamente, las prácticas sociales derivadas del uso y conocimiento de las plantas son el reflejo de las concepciones de cuerpo, enfermedad-salud, rituales de nacimiento y muerte, vida cotidiana y cosmovisión de la gente; dichas prácticas conforman narrativas geográficas y visuales que develan procesos de instauración y empoderamiento de la cultura. En este sentido, varios autores3 explican que la etnobotánica promueve el intercambio entre disciplinas como la antropología cultural, las ciencias del medio ambiente, la biología, la economía, la farmacología, la agricultura, la religión y la arqueología; señalan además, la necesidad de ampliar este diálogo multidisciplinar hacia otros campos como el arte y la literatura. Es el caso de Steven F. White4 quien considera los poemas etnobotánicos de la nicaragüense Esthela Calderón,5 como “un gran jardín lingüístico con decenas de especies de plantas de una zona biótica que abarca una región más allá de las fronteras de un solo país centroamericano. No es ajena entonces, la relación de las plantas con los distintas dimensiones del conocimiento y la cultura; por ello, un grupo de artistas e investigadores de distintas disciplinas y universidades del país,6 conformaron el “Equipo multidisciplinario de Colombia”, que participó en la Oncena Bienal de la Habana con el proyecto “Botellas curadas, una etnobotánica visual”, realizado en el marco de las acciones del Museo de Arte Contemporáneo de san Agustín MAC/SAN, entre mayo y junio de 2012. Esta propuesta mostró la dinámica de campo vivida en tres regiones de Colombia y en una localidad específica de la Habana (Cuba), habitada por médicos, agricultores y especialistas del manejo de las plantas en su relación con la cultura.
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Bermudez, Alexis, Oliveira-Miranda, María A. y Velázquez, Dilia. La Investigación etnobotánica sobre plantas medicinales: Una revisión de sus objetivos y enfoques actuales. INCI, ago. 2005, vol.30, no.8, p. 453-459. ISSN 0378-1844. Steven F. White. Los poemas etnobotánicos de Esthela Calderón: un enfoque ecocrítico. Saint Lawrence University. Anales de Literatura Hispanoamericana. 2009, vol. 38 95-110. ISSN: 0210-4547. Calderón, Esthela. Poemas Etnobotánicos. http://www.escritorasnicaragua.org/biografias/esthelacalderon. Tomado el 9 de septiembre de 2012 a las 8 a.m. Pontificia Universidad Javeriana Cali (coordinación general), Universidad del Valle, Universidad Católica, Universidad Surcolombiana, Universidad Tecnológica del Chocó y Consejo de Artes Plásticas del Chocó.
La reflexión estética en torno a la etnobotánica supone el diálogo de ritos, símbolos y creencias; ante todo, asume los modos de cuidado y el cuidado de la cultura. El cuidado de sí y de los otros, privilegia la conversación, la compañía y la hospitalidad; por ello, en 2013, el proyecto “Curar con plantas: desde las estéticas y sabidurías emergentes” del grupo De Humanitate, propone traducir ideas, trasplantar comportamientos, intercambiar creencias y contextos en una estética de relaciones que pone en juego pensamientos, sensibilidad, multiplicidad de discursos y arraigos, produciendo lo que Deleuze llama aprendizaje: lo que nos produce conmoción, deja el alma perpleja y sacude nuestra existencia. Desde el campo de la teología, esta comprensión renovadora toma el nombre de “racionalidades emergentes” y comprende los fenómenos que afectan los planteamientos objetivistas de las ciencias y las disciplinas; dichas racionalidades son similares a las estructuras narrativas de la Biblia y por eso la propuesta investigativa, no sólo indaga sobre la creencia en sí misma, sino que dialoga con el espíritu de la narrativa sagrada y por tanto, con la palabra curadora.7 7
Agudelo, Diego y Mora Florencia. Proyecto de investigación “Curar con plantas: desde las estéticas y sabidurías emergentes. Pontificia universidad Javeriana Cali. 2013.
En efecto, la narrativa que emerge corresponde a los recorridos medicinales realizados en distintos lugares, promoviendo la escritura de relatos en torno a la manera de asumir el cuidado de sí, el cuidado de los demás, el cuidado de la naturaleza y la cultura. Nuevamente –como en Medicina Narrativa– la literatura se transforma en herramienta y motor de imaginarios sociales incentivando actitudes de desvelo, aproximación, delicadeza, atención, solicitud y diligencia, reivindicando el cuidado a la manera de Leonardo Boff quien entiende el cuidado como la ternura vital, la caricia esencial, la convivencialidad, el respeto por el otro y la renuncia a cualquier otra intención que no sea la experiencia de querer y amar. Para el pensador, en el cuidado se encuentra el ethos fundamental de lo humano; es decir, en el cuidado identificamos los principios, los valores y las actitudes que convierten la vida en un vivir bien y las acciones en un recto actuar.8 Es por eso que, la narrativa expuesta en esta revista, que alcanza ya su edición número cinco, contiene relatos de vida, salud, enfermedad, sufrimiento, recuperación, envejecimiento y tranquilo trasegar hacia la muerte. En cada sección se privilegian los escritos de los médicos en formación y algunos textos elaborados por Directivos y profesores de la Facultad de Ciencias de la Salud, y la Facultad de Humanidades y Ciencias sociales. Se ha incluido en este número una serie de fotografías alusivas a cierta poética de lo cotidiano, que hace referencia a algunos de los pequeños actos que evocan nuestro paso sencillo por la vida: Hacer pompas de jabón, sentir el arroz en la piel, dibujar en las revistas, soltar la cinta del cassette, pararse sobre la arena, tocar la llama de una vela, hacer bombas de chicle y caminar descalzo.
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Boff, Leonardo. El cuidado esencial. Ética de lo humano: Compasión por la tierra. Editorial Trotta. Madrid. 2007.
Hacer pompas de jabón, sentir el arroz en la piel, dibujar en las revistas, soltar la cinta del cassette, pararse sobre la arena, tocar la llama de una vela, hacer bombas de chicle, caminar descalzo. De la serie “Les petits plaaisirs” Viviana Guarnizo Mejía
Hacer pompas de jab贸n
La vocaci贸n m茅dica
REVISTA MEDICINA NARRATIVA
Noticia inesperada María Alejandra Zambrano Gustin Salí puntual, a las 6:00 a.m. Estaba segura que tardaría un tiempo conseguir transporte y en efecto, veinte minutos después, dobló la esquina el bus que quizás sería mi salvación. Di un vistazo al reloj pensando en una segunda falta que me afectaría gravemente. Al llegar, abrí la puerta con temor de no poder siquiera dar un paso pero nadie dijo nada, así que continué. Mi estómago rugía estrepitosamente tal vez por el espanto. Cada computador tenía su respectivo lector, sobraba uno en aquella última esquina, por tanto, allí me dirigí y adopté la misma posición de mis compañeros. La contraseña es “éxitos” dijo una voz gruesa, que escuché lejana y dilatada. Pensé que era parte de mi imaginación hasta que todos rigurosamente comenzaron a golpear sus teclados. Cerré fuerte mis ojos, sacudí un poco la cabeza y comencé a escribir. Pasaron una, dos, tres, diez preguntas y yo, distraída pensaba en el resultado. No podia concentrarme. Para algunos, no lo lograría, simplemente sería una pérdida de esfuerzo y tiempo. Pensaba ¿Se alegrarían por mi regreso? ¿Criticarían mi falta de compromiso? ¿Se burlarían de mi incapacidad? ¿Me brindarían apoyo? Alguien salió de la sala y mis pies tocaron tierra firme. Miré hacia el computador y vi 32 preguntas en total. Yo estaba en la número 29, casi mágicamente. Respondí las siguientes cuatro preguntas, ahora sí, conscientemente. El recuadro decía: “Para obtener su calificación oprima click en aceptar”. No dudé un segundo. Al instante, observé detalladamente mi
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calificación y sentí aún más espanto. Sonreí, apagué el computador y salí fugazmente sin comparar las respuestas. Aló mamá, dije al salir. Viajo hoy a las diez. Los extraño mucho. Tengo una noticia para ustedes y espero sea de su agrado. Te amo.
Primer latido Paola Andrea Figueroa Toro Era mi segunda práctica en Comfenalco y como siempre, me reuniría con mi amiga de rotación en Cañas para dirigirnos al norte. Siempre llegábamos puntuales pues la doctora lo recomendaba constantemente; ese día me tocaba control prenatal con la doctora Gloria. Empezamos con la explicación de cuidados, medicamentos y vacunas que se debían aplicar a la embarazada y todos los procesos que hacía Comfenalco, incluyendo la entrega de la carpeta para archivar los exámenes y la historia clínica, muy completa a mi parecer. Luego, entró una joven, si mal no recuerdo de 20 años, delgada, de pelo negro muy liso, estatura mediana, con seis meses de embarazo. Después de dos pacientes, la doctora nos había explicado lo que haríamos en la próxima consulta, es decir, escuchar los latidos cardiacos del bebé, hacer una fetocardia y tomarle la presión; a las anteriores madres no se le había podido escuchar bien puesto que aún no cumplían ocho semanas. Fui elegida para realizar el procedimiento. Tomé la presión arterial, constatando que estaba bien al igual que sus ruidos cardiacos. En el momento en que la doctora me pasó el aparato para hacer la fetocardia mi corazón latió fuertemente. Entre tanto, ella me iba indicando hasta que poco a poco empecé a escuchar unos ruidos, aún no muy claros. Moví un poco el aparatico y escuché un lubb dupp, lubb dupp.
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En ese momento, me sentí totalmente feliz al oír ese corazón e imaginar una criatura diminuta produciendo esos sonidos que retumbaban en mis oídos. Ese fue el primer latido de bebé que escuché. Me asombré por la inmensidad que encierra la vida y la manera cómo empieza. Fue una experiencia maravillosa que todavía vive en mí.
Juego de hermanas Natalia Ruiz Tovar Es muy extraño saber que el primer accidente que tuvo tu hermana se relaciona con una secuencia de hechos muy inocentes pero riesgosos, en donde tuviste mucho que ver. Es así como de una forma u otra te sientes culpable y piensas que todo se podría haber evitado. Hace alrededor de diez años mi hermana tenía seis años y yo siete y medio. En aquella época lo único que pensábamos era disfrutar, explorar y desafiar al mundo que nos daba miles de sorpresas diarias. Un día, como era la costumbre, estábamos jugando en la sala y se me ocurrió decirle que para ganar el helado que tenía en mis manos debía comportarse como un perrito. Nuestro perro se tomó el juego muy en serio y al ver el comportamiento extraño y desafiante de mi hermana, respondió como cualquier animal que se siente amenazado, es decir, atacó de inmediato. El hecho fue traumático para mi familia y aunque el perro únicamente alcanzó a rozarle la piel de la mejilla derecha con uno de sus colmillos, salió gran cantidad de sangre por la herida. Mi hermana quedó en shock y cuando se dio cuenta de lo que había pasado, empezó a llorar desconsolada. Cuando mi mamá la vio en ese estado, comenzó a gritar y buscó inmediatamente el teléfono de nuestra pediatra desde hacía más de cinco años, la cual, además de tranquilizarla le recomendó
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un cirujano plástico reconstructivo y le dijo que fuera inmediatamente a urgencias. Luego de escuchar las indicaciones de la doctora salimos lo más rápido posible hacia la clínica; en el transcurso del camino mi mamá trataba de tranquilizarse y habló con mi papá y mi hermano, mientras que mi hermana y yo tratábamos de pensar en que nada iba a pasar y que conservaríamos a nuestro perro. Al llegar al hospital, el cirujano recomendado nos atendió muy bien y le explicó a mi madre el procedimiento que iba a realizar. Le dijo que tenía que ser rápido para no dejar una cicatriz notoria. Y que se tranquilizara porque él iba a hacer todo lo posible por ayudar a mi hermana. Mi madre no podía mirar y casi se desmaya; sin embargo, mi hermana le pidió un espejo al cirujano pues ella quería ver lo que el hombre iba a hacer con su cara. El doctor le prestó el espejo y con una sonrisa le indicaba lo que hacía por medio de un lenguaje que ella encontraba divertido y extraño. La herida comprometió la epidermis y la dermis, entonces, luego de la pequeña cirugía, el doctor le recetó gran cantidad de cremas que tuvo que aplicarse por más de un año; además, le prohibió practicar deportes temporalmente, por algunos meses. La situación afligió a mi hermana pues a pesar de que ningún compañero en el colegio se burlaba de ella, al principio recibía miradas extrañas hacia el parche que le habían puesto, como si la gente se preguntara qué le había ocurrido a esa pequeña. Cabe resaltar que gracias a las recomendaciones y el buen trabajo del cirujano plástico actualmente mi hermana no tiene cicatriz; aunque cada vez que miro su mejilla derecha, trato de buscar algún rastro de aquel incidente.
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Esta experiencia me marcó desde muy pequeña porque pude entender la labor de un buen médico que hizo todo lo posible por ayudar a mi hermana, tratándonos con cariño, paciencia y mucho respeto. Logró devolvernos la tranquilidad en una situación de fragilidad e incertidumbre.
Más que aliviar, acompañar es perdonar David Santiago Muelas Solarte No llega con claridad a mi memoria cuál fue mi primera experiencia en la práctica médica pero lo que sí sé es que probablemente y sin darme cuenta, ayudaba a los demás seres de la tierra en su lucha por sobrevivir: macarrones, mariposas, hormigas y gallinas que estaban al acecho de su depredador. Estaba siempre pendiente del cuidado de los pollos que se fracturaban por las pisadas de los terneros en el terreno limpio, debido a ello, recuerdo que les ataba el pie con un trapo de limpiar y con mi sensible tacto encajaba sus huesos delgados. Luego pasaba la tarde, siempre de aguacero, bajo la hornilla de adobe pues reemplazaba a su madre que los abandonaba. Desde muy pequeños, mi hermana y yo contamos con la terrible fortuna de tener que arreglárnosla por nuestra cuenta pues mis padres pasaban casi todo el tiempo trabajando. Nos habían dado instrucciones de cómo preparar los alimentos y el resto era solo práctica. Muchas veces nos quemamos haciendo las arepas fritas o con el agua hervida para el café pero teníamos que estar listos para cuando los mayores llegaran ya que era la costumbre atenderlos con amabilidad. Cierta vez resulté herido en uno de mis dedos cuando de madrugada tuvimos que ir con mi hermana a traer algo de leña; a los nueve años todos los niños debíamos, por lo menos, trabajar con las
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herramientas y las hachas que eran muy pesadas. Mi hermana era mi confidente, nunca le contaba a mi madre cuando sufría de algo pues eso era un signo de debilidad. Entonces mi hermana se fue convirtiendo en mi enfermera, me traía los emplastos de salvia para parar la hemorragia de cualquier herida insignificante y picaba algo de panela para forrarme la abertura y cicatrizar rápido. Eso nos permitió con gran curiosidad, consultar a nuestra abuela para que nos confesara los secretos que las hojas de los arboles ocultan para la sanación. Un pequeño brebaje dado por un mago nos permitía adentrarnos en el bosque sin que nos sucediera un accidente que nos afectara la salud, como cuando en ocasiones llegábamos a extraer sin permiso lo que había crecido en la tierra y no pagábamos como se debía al cuidandero o cultivador de la zona; entonces podíamos sufrir el arco blanco pero siempre lográbamos apaciguar la situación. Me alegra compartir la experiencia siguiente porque así fue como aprendimos el significado de las señas que son manifestaciones de tacto de nuestro organismo que nos informa lo que debe hacerse, es decir, lo que debe cumplirse con los cuidanderos. Era el mes de noviembre de aquellos años, un tiempo de cosecha de la gran mayoría de cultivos, en especial, el del árbol del nogal. La carnosidad de la fruta de este árbol se marchita y queda al descubierto la caparazón y el cuerpo de la semilla que es comestible. Con lo que queda, se hacen artesanías. Rodeábamos el único árbol que tenía los mejores frutos pues los de los demás, se dañaban antes de caer al suelo. No pudimos consumir muchos de los frutos porque a la caída se estropeaban por el golpe, bueno, por el terrible martillazo que le dábamos con una roca aunque poco a poco mejorábamos la práctica. Cuando se terminaron los pepos del suelo, se nos ocurrió dejar a la suerte quién debía treparse al árbol y tirar de algunas ramas para que cayeran más pepas. Resultó ganando mi hermana y como nadie nos vigilaba, era la oportunidad de hacerlo. Se quitó los zapatos para disminuir la fricción y mejorar su adherencia; le di el primer empujón, a medio camino me confesaba su miedo pero yo la animaba diciéndole que la meta estaba muy cerca. Sin embargo,
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un socavón de viento agitó el joven árbol y como un pepo más, mi hermana se cayó. Inmediatamente até sus agujetas, noté que su cuerpo convulsionaba y cuando llego en sí, su mirada estaba desviada. Revisé si tenía alguna fractura o algo así, no sabía qué hacer. Con mis fuerzas, logré levantarla y la llevé cerca de la casa. Se recuperó en dos días, mientras tanto, no comía y yo trataba de animarla para que lo hiciera pero ella solo arrojaba los dientes porque el golpe fue en la mandíbula. Creo que la situación me permitió transformarme en el mejor hermano, de alguna manera tenía que compensar mi error pues yo era el mayor. Mis padres nos daban más y más regaños, lamentándose de habernos criado mal pero… ¿Qué se podía hacer? Había muchas cosas por explorar. Mi hermana se levantó por fin y me dijo. Te quiero mucho, hermanito. Entonces me di cuenta que había notado mi presencia constante y eso me alegró mucho. La convencí de visitar a un sobandero para que le arreglara la pierna que todavía estaba hinchada y con todo valor se prendió de mí diciendo que no iría a cualquier lugar sin mi presencia, ella pensaba que yo podía protegerla. ¿Qué venía ahora? Aprender a sobar porque no podíamos detenernos en las labores de la casa, debíamos servir, eso era parte de la tradición, teníamos que ser fuertes.
Diciembre de 1999 María Fernanda Becerra Saavedra – Doctor, lleva un mes con la misma tos, en las noches empeora y en ocasiones se ahoga, comentaba mi madre al Dr. Narváez. Entre tanto, el escuchaba detenidamente lo que mi madre le decía y escribía algunas cosas en su agenda.
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Cuando mi madre terminó, el desvió su mirada y haciendo una señal me pidió que subiera a la camilla. Yo lo miraba asustada mientras el ponía su fonendo en mi espalda. Luego de realizar el examen físico, el Dr. se sentó de nuevo y desde su escritorio comenzó a hacerle varias preguntas a mi madre. No recuerdo muy bien todo lo que dijo. Pero dos cosas que salieron de su boca se quedaron grabadas en mi mente, la primera fue que tenían que quitarme los peluches porque según su criterio solo ayudaban a que mi estado de salud empeorara. Lo segundo, fue lo de las terapias que tendría que iniciar pues mis pulmones estaban colapsando por la flema. Recomendó un tratamiento que consistía en aplicar laser sobre puntos específicos de mi pecho y espalda para movilizar la flema y expulsarla. En realidad este fue el diciembre más amargo de la vida. No podía jugar con mis amigos, ni salir con mis juguetes nuevos porque el olor de la pólvora me hacía daño. Ya no tenía peluches y pasaba mucho tiempo acostada en mi cama. Era injusto quedarme todo el día en cama tomando medicamentos sin disfrutar mis vacaciones y sin poder comer helado; de verdad ahora que lo pienso y recuerdo, era una situación frustrante. El mes iba acabando y las terapias eran cada día más difíciles. Sentir que la flema se desplazaba desde mis pulmones hasta mi garganta, para luego ser expulsada, era una sensación desagradable. Sin embargo, poco a poco fui mejorando. La terapia fue todo un éxito; el doctor logró su objetivo aunque creo que para ser pediatra, no fue muy amable pues era parco y distante. Hacía su trabajo de manera rutinaria. Hoy, le agradezco dos aprendizajes: El primero, curarme; el segundo, mostrarme desde pequeña, un aspecto negativo del médico que no quiero ser… Un médico distante y frío.
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Mi primer parcial de Célula David Andrés Endo Abella Era el 23 de septiembre de 2012, apagué el televisor y fui a ducharme. El agua estremeció mi cuerpo, cerré los ojos y me dejé llevar por el frío. Salí de la ducha, me cepillé, apagué las luces y por fin a las 10 p.m. cerré los ojos pensando en mis 17 años de vida. De pronto, mi cerebro reaccionó. Se perdió todo el sueño y se apoderó de mí el miedo, un vacío semejante al que se siente en la montaña rusa. No supe si prender la luz y salir a caminar por la unidad que me vio crecer, entre los preciosos árboles, la piscina que tantas veces disfruté en los veranos de sol inmenso y los columpios en los que solía besar a mi novia. Decidí no pararme de cama, pensando que muy posiblemente esa cama, a la que mi mamá tantas veces me llevaba remedios, me iba a arrunchar como si fuera ella misma. Pero no, en lo único que podía pensar era en lo que sucedería al día siguiente. Eso tal vez iba a cambiar mi vida o mi parecer acerca de lo que haría. Levanté mi cabeza de la almohada para ver la hora. Era la 1 a.m. del 24 de septiembre de 2012. Sentí escalofrío. Casi la sensación de hielo recién sacado de la nevera sobre mi cuerpo. Unas horas más y llegaría ese suceso por el que había estado leyendo libros horas y horas durante semanas. No sabía si volvería a conciliar el sueño. Evoqué la época en la que todavía no me preocupaba el futuro, cuando solo pensaba en jugar y pasarla bueno con mi amigos. Imaginaba que ya serían las 2 a.m. cuando de repente, mis párpados se fueron cerrando y por fin pude dormir. Me levanté a las 6 a.m. miré el calendario y pensé, no hay más remedio. Septiembre 24 de 2012. Tendré que sacar todo de mi, dejar los nervios a un lado y tener la esperanza de que me irá bien en éste, mi primer parcial de Célula.
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Sentir el arroz en la piel
Relatos de enfermedad
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Una tradición japonesa Akemi Arango Sakamoto Recuerdo que cuando estaba pequeña –quizás tendría cinco años– mi abuela, mi abuelo y mi bisabuela materna vivían en una casa grande, la más grande, amplia e iluminada de una calle muy concurrida de Palmira, la 31. Eran las horas de la mañana cuando viendo televisión empecé a sentir un malestar en mi pequeño cuerpo. Llamaba a mi mamá a gritos, hasta el otro extremo de la casa, el lugar donde ayudaba a mi abuela, con el almuerzo. Yo estaba en la habitación donde mi mamá y sus dos hermanas solían dormir de niñas; progresivamente sentía más y más calor, las gotas de sudor frío me resbalaban por el cuello y tenía escalofríos. Después de haber gritado durante 15 minutos, llegó mi abuela. Se acercó y le dije que tenía calor y frío, que me dolía el cuerpecito. Colocó su mano mi frente, cachete y cuello, salió sin decir una palabra y volvió con un sobrecito de tela de color rojo, cubierto en su interior con tela blanca. En uno de los bolsillos había unos papelillos de arroz, doblados en forma de cuadrilátero irregular, similar a un cono; en el fondo había granos de arroz crudo. Traía un vaso con agua, sacó los granos de arroz, los puso en su mano, tomó el papel de arroz, lo remojó en agua y lo puso en mi frente; después tomó los granos de arroz, los puso en mi mano y me dijo que debía comerlos. Como el malestar era insoportable, pensé que nada podría empeorar así que empecé a masticarlos.
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No sé si mágicamente o como un efecto placebo, el arroz y el papel de arroz en mi frente me habían mejorado. Mi abuela le llamaba ``mamanchán´´ -en japonés- y solía utilizarlo con mi mamá, mis tías y mi tío. Lo había usado también con mi hermano y mi prima, en varias oportunidades. A su vez, mi bisabuela lo había usado con sus hijos y así sucesivamente. Desafortunadamente, no he podido conseguir aquellos papelillos de arroz como los de ella. Seguro, en su emigración a Colombia había traído algunos y algún familiar o conocido le habrían traído otros. Si no es posible conseguirlos, trataré de recrear unos similares para usarlos y dárselos a mis hijos.
El día que me di cuenta de que no era una Power Rangers rosada Isabel Cristina Quintero Salazar Me acuerdo tanto que estábamos de vacaciones en Santa Martha. Yo tenía tan solo cinco años y me encontraba en el cuarto de la cabaña en donde nos estábamos hospedando. Estaba con mi amigo Samuel quien venía de los Estados Unidos a pasar unas vacaciones con nosotros. Samuel muy gentil me propuso que jugáramos a los Power Rangers, él sería el Power Rangers rojo y yo sería la Power Rangers rosada. El juego consistía en saltar de un camarote a otro y el que se cayera perdería; así que el juego comenzó y estábamos saltando de un camarote hacia el otro. Mi mamá estaba bañándose, papá no estaba, y nos encontrábamos a cargo de mi hermana Ángela.
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Pasaron diez minutos y yo no quería seguir jugando, ya estaba cansada de estar saltando de un lado al otro. Así que Samuel se bajó del camarote y me dijo que me bajara, yo le pedí el favor a mi hermana que me ayudara pero ella estaba maluca, así que decidí tirarme del camarote y vaya sorpresa, me rompí el mentón. Cuando mi mamá escuchó el estruendo, salió del baño y vio el charco de sangre a mi alrededor, en realidad la sangre es escandalosa pero el golpe sí fue tremendo. Mi mamá y su amiga me cargaron, y me pusieron una toalla en el mentón para hacer presión y evitar que me desangrara. Se demoraron en conseguir un taxi para que me llevara a un puesto de salud, lo consiguieron y nos llevaron rápido, yo lloraba como una magdalena, el dolor era poquito, lo que más miedo y pavor me daba era sentir mis dientes flojos, tener la sensación de que fueran a caer. Llegamos al hospital más cercano; cuando me estaban atendiendo, el médico le preguntó a mi mamá qué clase de puntos quería, si caros o baratos. Mi mamá le respondió: Es la cara de mi hija y de una niña ¿Usted qué cree? A pesar de que me había aplicado anestesia yo sentía cómo los puntos entraban y salían 19 veces de mi mentón, no podía hablar porque me dolían los dientes. A los cinco días regresamos en el primer vuelo a Cali, me llevaron a donde mi pediatra y él le dijo a mi mamá que me llevaran al odontólogo. Me pidieron la cita, me llevaron y qué noticia, me había lastimado algunas de las raíces, entonces, me mandaron donde el ortodoncista y hasta los diez años, estuve en tratamiento odontológico. Y aprendí la lección de que los Power Rangers no existen.
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Un episodio de migraña Camila Delgado Arango Es raro decirlo pero fue chistoso mi primer episodio de migraña. Sentía la cabeza como si fuese un huevo, como cuando lo cogemos, lo movemos y notamos que su interior se mueve bruscamente. La solución fue tomarme un analgésico. Después de tres horas de patología –materia que no es de mi completo agrado–, dos horas de medicina oral y dos horas de conducta humana, llegué a casa con la ansiedad de acostarme y dejar mis “preocupaciones”. Recosté mi cara sobre la almohada y al cabo de dos minutos, me quedé dormida. Muchas veces antes de despertarme, reconozco el momento justo para levantarme, es como si la consciencia me lo dijera, así que eso hago. Me levanto. Esta vez sentí lo mismo y dentro del inconsciente rondaba la idea de que mi dolor ya había terminado. Entonces, abrí los ojos. Pero no. Sentí como si alguien estuviese apretando mi cabeza tan duro como cuando un ortopedista está tratando de encajar un hueso. Me dio un desespero increíble, con mucha cautela bajé al cuarto de mis padres para ver si consintiéndome, me curaba. Cerré los ojos, me recosté sobre las piernas de mi madre y mientras ella pasaba sus dedos por mi cabello, intentaba relajarme. De repente, mi mamá empezó a preguntarme cómo me sentía. La voz de ella es muy dulce pero cuando articuló la primera palabra, creí estar en un concierto de heavy metal precisamente al lado del parlante. Me dolía que hablara así que con mucho respeto, le pedí silencio. Cerré mis ojos nuevamente y cuando los abrí me di cuenta que lo único que podía ver era lo que se encontraba en frente mío… mi visión periférica
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había desaparecido. Me angustié porque jamás, en mis 21 años de vida me había sucedido algo parecido. Mis padres se asustaron e inmediatamente me llevaron a la clínica. Me atendió un médico muy amable; realizó toda su anamnesis y al final dio su diagnóstico: Episodio de migraña severa. Vi su formula y en mis adentros, empecé a reír… trataba siempre de imaginar la cara de mis padres cuando les dije que no podía ver y no sé por qué mi reacción fue reír… como si fuese divertido que un hijo te diga que no puede ver. Después de 21 años, la verdad ni a mi peor enemigo le deseo un episodio de migraña de este calibre… ¡Es insoportable!
La charca en la que estaba sembrado David Santiago Muelas Solarte Mi abuela materna trabajaba cuidando casas campestres de personas de procedencia caleña, en Silvia-Cauca. La casa era muy antigua y yo solía jugar con mis dedos tocando los huecos que las polillas dejaban en la madera, cubierta de alquitrán y de aceite. Había en la sala una pintura de una familia reunida alrededor de la mesa, recuerdo que veía cómo las imágenes se movían y por supuesto, mi madre no me creía. Era medio día, recuerdo que mamá me regaló un tetero que preparaba generalmente con bienestarina, leche, cedrón y plantas aromáticas que mi abuela le recomendaba. Estaba meciéndome en la hamaca de costales y trapos y me quedé profundamente dormido. A las cuatro o cinco de la tarde cuando todos llegaban del trabajo, mi madre
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me cambiaba el pañal. Ella decía que yo era muy inquieto, así que solo me dejaba con la sudadera y un gorro para gatear. Me explicó que se descuidó por un momento y que yo me acerqué a la orilla de la escalera y resbalé. Pasó mucho tiempo para que se dieran cuenta que ya no estaba con ellos, parece que tuve convulsiones fuertes, perdí el control de mi cuerpo y empecé a alucinar en mi cuarto, con imágenes de objetos que adquirían vida. Sangraba por la nariz y medio respiraba, entonces mi abuela con su experiencia sabia mandó a preparar curíes, ovejos, venados y armadillos pues había que devolverle la vida a este hombrecillo. Las manos tibias de los ancianos reformaron mis huesos adoloridos y el olor fuerte del eucalipto me hizo perder la razón y por eso no me dolía. El chaman de la comunidad me visitaba todos los días para realizarme soplos y sahumerios. Sin embargo, todo empeoraba ya que no gateaba ni comía. Incluso se comentaba sobre la posesión de otro espíritu en mi cuerpo, se decía que había cedido terreno de la posesión física en este mundo, así que tenía un fuerte contrincante contra el cual había que luchar. Hasta que Gerónimo, un amigo mentalista, se concentró y utilizó su mano mágica para introducirla en mi mente y así pudo arrancarme de la charca en la que estaba sembrado. Prontamente empecé a recuperarme.
Muxol en caso de gripa Ivana Nieto Aristizabal Supongo que debió haber sido una gripa pues nunca me enteré o aún no lo he hecho, de alguna enfermedad relativamente grave.
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Me imagino que por ser la primera hija y por ende la bebé de la familia, mis papás salieron corriendo donde mi pediatra aunque mi único síntoma hubiera sido tos. Mi memoria no llega hasta el punto de acordarme del nombre de mi médico pero hagamos de cuenta que se llamaba Pepito, entonces era el Dr. Pepito. Si pienso en la escena de unos papás “por primera vez” en un consultorio, con su bebé tosiendo, el Doctor diría ¡Pero si eso no es nada!” De cualquier manera, mis papás habrían querido saber qué era, aunque fuera solo gripa. Y además hubieran deseado que el Dr. Pepito me mandara algo para mi tos y mis moquitos, como hoy, cuando a mí y a mi hermanito nos da por toser, y no se acuerdan del nombre del jarabe, mi mamá le dice a mi papá: “Cómprales ese que el pediatra les mandaba”. Y como solo he visto tarritos que dicen Muxol, asumo que fue Muxol lo que me dieron y lo que hasta hoy me acompaña en casos de gripa. Pero hay algo de lo que si estoy segura y creo que mi memoria respalda. Es que aún imagino a mi mamá cantándome “Sana, sana colita de rana, si no sana hoy, ¡Sanará ma-ña-na! Podría apostar que ese era mi mejor remedio.
Un verdadero milagro Catalina Varo Echeverry Jueves 29 de Abril de 2010, 6:00 p.m. La tarde caía y mi mamá comenzaba una agradable conversación con su mejor amiga con quien
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no se reunía desde hacía varios años. Mi hermano y yo estábamos en la habitación principal del apartamento, cuando de pronto la cotidianidad se vio interrumpida con la inesperada llamada del jefe de mi papá, quien angustioso nos comunicó que mi padre estaba delicado de salud en la sala de urgencias de la Fundación Valle del Lili, después de sufrir un episodio de asfixia. Intranquilos, salimos de inmediato al centro médico que lo auxiliaba mientras los nervios en el carro se hacían evidentes con el silencio sepulcral que acaecía pues nunca había sucedido algo parecido ya que mi papá gozaba de una salud envidiable. Los pensamientos volaban en nuestras mentes porque especular sobre aquello que había originado el severo suceso, era inevitable. El camino fue eterno, el tráfico molesto y los segundos parecieron horas. Llegamos a la clínica e ingresamos rápidamente; desde la puerta, a lo lejos y en una camilla, visualizamos a mi padre, inconsciente; al llegar a su lado el médico que lo atendía nos dijo que en ese momento ya estaba estable, que le practicarían una serie de pruebas porque aún no conocían el motivo que desencadenó el incidente; sin embargo, aquellos exámenes se los harían más adelante. Dos horas más tarde salimos de la clínica. Martes 11 de Mayo de 2010, 8:00 p.m. La ciudad estaba cubierta por el oscuro cielo que se aclaraba con la luz tenue que la luna irradia; mis padres estaban acostados en la cama, y de repente, el episodio de asfixia que dos semanas atrás había sido causa de una insaciable angustia, retornaba. Sin embargo, esta vez no fue tan fuerte. A partir de ese día los síntomas se volvieron cotidianos, se repetían contantemente, aumentaban su grado de severidad. La salud de mi papá empezó a deteriorarse. Las visitas al médico ya eran habituales, los resultados de los exámenes no decían mucho y lo poco que enunciaban no era motivo de intranquilidad. Entre visitas y desconciertos de los médicos fue necesario planear una serie de exámenes más serios que posiblemente manifestarían el
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motivo de los episodios que se habían convertido en el día a día. Así pues, el martes 7 de septiembre de 2010, se los harían. Eran las 5:00 p.m. del jueves 9 de septiembre de 2010. Mi familia y yo estábamos en la sala de espera del cuarto piso en la Fundación Valle del Lili y esperábamos los resultados. Temerosos y acosados por incertidumbre, vimos que se acercaba el médico. Traía la respuesta que nos llenaría de preocupación o de entera satisfacción. Al aproximarse, el doctor pensaba en un millón de maneras para darnos la noticia de tal manera que las reacciones no nos sumergieran en un océano de lágrimas y depresión. La información no sería agradable pues a mi padre le habían diagnosticado dos tumores en los pulmones. Aún no sabíamos cuál era su naturaleza; podían ser benignos, es decir que podrían extraerse sin causar perjuicios. O por el contrario, podían ser malignos, lo que significaría un cáncer, que de hecho es muy común y está entre las primeras causas de muerte en el mundo. Diariamente, millones de personas son diagnosticadas con este mal que es altamente peligroso. El cauteloso estilo de dar respuesta al mencionado proceso de dolor que padecía toda la familia, sin excepción, no fue suficiente para mantener la calma ya que fue inevitable derramar lágrimas. A partir de entonces, la vida nos cambió por completo; la noticia de los tumores fue grave y cuando ya nos habían confirmado que efectivamente sí se trataba de cáncer, comprendimos que la vida se va y cambia en un abrir y cerrar de ojos, que los problemas que tanto sensibilizan a la sociedad no son ajenos a nosotros y que realmente Dios es aquel que estará siempre. Comprendimos que aferrarse a las cosas efímeras que el mundo nos ha impuesto por el innegable consumismo, es un error que ha convertido a los seres humanos en entes perforados por intensos vacíos, que no cesan de sangrar así posean una cantidad inimaginable de artículos materiales; que obstaculizan la verdadera vida espiritual, que es en realidad la que llena los vacíos y la que en el fondo nos lleva a mantener la calma en momentos difíciles, como el que vivíamos.
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Empero, esta concientización no ocurrió de inmediato. Poco a poco mientras sufríamos el proceso y día tras día, veía que la vida de mi papá se deterioraba, que todos nos hundíamos en una profunda tristeza, que no había nada ni nadie que me hiciera sentir plena felicidad, sentía que el mundo se me venía encima. Entonces, conocí a Dios por una amiga que me llevó a la iglesia, un día cualquiera, exactamente el 20 de Enero de 2011. Aquél día mi corazón sonrió por vez primera, precisamente el 22 de septiembre. Con el tiempo, toda mi familia comenzó a ir a la iglesia; la fe era penetrante, intensa, tanto que Dios se convirtió en nuestra única luz. Todos conocimos de él, de su bondad, de su belleza y su absoluto apoyo; entonces empezamos a pedir encarecidamente que sus manos curaran los tumores que mi padre tenía en los pulmones para que no sufriera y no se alejara cada día más de la vida. Fue él quien nos sacó del infierno que vivíamos. El 9 de Abril de 2011, exactamente un año después del primer episodio de asfixia de mi padre, que desencadenó esta larga y dolorosa fase de mi vida, mi papá –como consecutivamente lo hacía– tenía programada una cita donde el médico que lo había tratado desde el comienzo de su enfermedad. Era una revisión completa y el diagnóstico del avance del cáncer. Mi mamá, mi hermano y yo lo acompañaríamos en ese momento porque era de absoluto interés conocer el estado de mi padre. Al llegar a la cita, entramos con una cantidad de exámenes que días atrás le habían practicado; el médico los observó detenidamente, mantuvo silencio absoluto y nos miró a todos con cara muy seria, que reflejaba su gran profesionalismo. En realidad, todos nos mirábamos esperando una nefasta noticia. El momento fue tenso. Luego, respiró hondo y nos dijo que mi ascendiente estaba curado, libre de cáncer, sanado por completo y que era un verdadero milagro porque la vida de mi papá estuvo prendida de un hilo en muchos instantes de ese nefasto año.
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Querida señorita Regardie Stephania Marulanda Hohmann Hoy me decido a escribirle esta carta para compartirle lo que ya hemos superado; gracias a su mágico apoyo desde la distancia hemos crecido un poco más comprendiendo ahora el valor de la muerte. Mi abue ya empieza a mostrar mejoría, se nota su cálido semblante, y el positivismo empieza de nuevo a ser parte de ella; ya en su discurso no es reiterativo su deseo de morir y el sentimiento de inutilidad para con este mundo. Ahora nos expresa que se siente mejor y pregunta cómo puede esforzarse para empezar a acelerar su mejoría. He querido hace mucho contarle cómo fueron estos meses de tristeza, dolor y agonía, al no saber qué afligía el alma de nuestra abue, y de paso la de quienes tanto la queremos; eran ya fatigantes las constantes idas en la tarde, madrugada o noche a urgencias. Su enfermedad no tenía horario ni piedad y para más pena, mi abue ya rehusaba salir de casa para tener que esperar por largas horas en una sala llena de enfermos, volver a casa toda lastimada (por los fallidos intentos de canalizarle una vena) y con una incansable y costosa lista de medicamentos que el POS no cubría. Todo empezó hace ya casi nueve meses cerca a su cumpleaños, cuando como regalo de una de sus hijas había recibido un paquete de terapia con acupuntura y otras técnicas desde la homeopatía tratando de escapar un poco de la medicina alopática y buscando un remedio para sus persistentes dolores articulares y su fatiga generalizada. A causa de esto ya no quería salir a sus caminatas y ni siquiera ir al “Súper” con mamá y conmigo. Como ella vivía sola, y en aquel entonces yo solo veía cuatro materias, aunque trabajaba, tenía tiempo; coordinamos para ser yo quien
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la acompañará durante casi dos meses a sus terapias. Encontramos una considerable disminución a sus dolores y ya apreciábamos su felicidad y disposición para empezar a caminar de nuevo. Pero ya al terminar su terapia, observamos cómo mi abue, empezó a presentar una tos constante y yo que la ayudaba a vestirse empecé a ver un salpullido en su espalda; al principio no fue motivo de alarma pero al darnos cuenta que desde la homeopatía no encontraban una respuesta, y ver como el salpullido se le regaba por todo el cuerpo, como éste incrementaba su color, y cómo la tos se tornaba más seca y forzosa de lo normal, decidimos recurrir de nuevo a los médicos tradicionales. Fueron tres meses de incansables llamados a un servicio médico domiciliario al cual se inscribió a mi abue pues no siempre alguien podía quedarse a dormir con ella y nos daba miedo que en horas de la noche sufriera una crisis de algo para lo que todavía no había un nombre. Eran ya tres meses de idas y venidas a citas médicas y costosos análisis de todo tipo que los médicos alópatas le enviaban, los cuales arrojaban resultados normales, es decir, no había una causa evidente que le produjera dichos síntomas y estas dolencias que ella nunca, ni por una gripa, había sentido. En una de sus crisis de respiración nuestra única salida fue remitirla a un centro hospitalario con la ayuda del servicio médico domiciliario, donde la estabilizaran y le buscaran más a fondo cuál era la causa de su ya disminuido estado de salud; en este momento, mi abue no comía, no podía levantarse sola de la cama, había rebajado cinco kilos, le costaba respirar y no tenía el habitual rosado en su semblante. Una de sus hijas decidió viajar desde el exterior para acompañarnos, a mamá, otra tía y a mí, en esta ardua tarea con mi abue en la sala de observación, en la cual duró seis días. Luego de constantes quejas, cartas y solicitudes a su seguro médico, logramos que mi abue fuera trasladada a una habitación, pero como se presumió desde un primer momento que su padecer era
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contagioso, se interpuso otro problema, tener una habitación disponible para ella sola. Para cuando mi abue fue ubicada en la habitación, nuestra preocupación se centraba ahora en coordinar con mi tía, mamá y yo, quién se quedaría con ella, en qué días y qué noches pues aunque tendría constante y prioritaria observación por parte de las enfermeras, al no haber un diagnóstico con seguridad, queríamos conocer de antemano qué se le suministraría a mi abue y con qué sentido, preocupadas por evitar que se convirtiera en ratón de laboratorio, pues a sus 83 años cualquier error podría llevarla a su muerte; no es un secreto para ningún Colombiano que nuestro sistema de salud priorice en atención a niños y ancianos, pero también se sabe que a quienes están sin esperanza de vida, se les tiene como experimentos; igual se van a morir. Fue un mes en el que muchas cosas pasaron, eran varios los especialistas que no podían ponerse de acuerdo con alguno de los cuatro diagnósticos que nos dieron y mucho menos en un tratamiento; mientras cambiábamos de turno, cosa de diez minutos, fuimos víctimas de un robo, –mi abue vio a una mujer que entró a la habitación, sacó dinero del bolso de mi tía, y ella toda conectada no pudo hacer nada–; de reproches por parte de médicos y enfermeras quienes decían, que dejáramos de ir, pues para ese momento ya deberíamos estar contagiadas y no era bueno para nadie. Pero luego de hacernos pruebas y ver resultados negativos ya no había nada que nos hiciera cambiar de parecer y menos, luego de tanto incidente. Finalmente ya solo la cuidábamos mamá y yo, así que decidimos llevarla para mi casa, los médicos no tuvieron razones ni para dejarla ni para no dejarla ir no sabían qué tenía y el diagnóstico más cercano ya era “cuestión” de salud pública, eso decían. Fue muy duro hacer de enfermeras, reubicarnos en una casa de dos habitaciones para que ella tuviera su propio espacio mientras encontrábamos otro lugar; hacer que se alimentara bien y tratar todo el tiempo de subirle el ánimo, a alguien quien siempre se desenvolvió sola y ahora dependía de otras personas. Fueron dos meses de esfuerzos, mal entendidos, tristezas y más que todo de desconsuelo y decepción con mi abue, conocidos y otros
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familiares; pues ella dentro de su desesperación llegó a dar información que no era tan veraz y que nos dejaba a nosotras como las “malvadas”; entendíamos que ella solo quería irse para su casa y por eso intentamos considerar que estuviera en su casa bajo el cuidado de una persona que estuviera con ella ayudándole con los quehaceres, recordándole su medicación y le cocinara; pero como ella debía encargarse de pagarle, le pareció mucho y cedió a quedarse con nosotros un tiempo más. Actualmente mi abue se encuentra de nuevo en su casa y aunque sigue siendo una lucha para que se alimente bien, su disposición alcanzó para que aceptara que quien nos ayuda con los quehaceres domésticos en nuestra casa la acompañará tres días por semana solo hasta la una de la tarde; y por otro lado, con la ayuda de un centro de salud cercano, nos dimos cuenta que salud pública había empezado a tramitarle un tratamiento gratuito, pero debo decirle con toda mi sinceridad, apenas hace dos semanas le empezaron a suministrar los medicamentos. Esta fue la etapa más dura para nuestra familia, pero debe creernos que nos ayudó a unirnos más, a comprendernos más, a darnos cuenta de quién en realidad está contigo en las peores (una hermana de mamá desde que en urgencias nombraron la palabra “enfermedad contagiosa” dijo: “tengo que pensar en mis hijas, mi nieto y por eso no puedo venir más”), nos ayudó a conocer el sistema de salud que tenemos en el país pues aunque mi abue cuenta con el servicio de por vida de la Nueva EPS, fue una lucha para que algo hicieran por ella, tanto así que el tratamiento actual subsidiado por el Estado lo recibe en su totalidad como particular.
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Enfermedad, amor y medicina Daniela Jiménez Paredes Sobre mi primera enfermedad no recuerdo mucho. He escuchado a mi mamá decir que fue una “otitis del oído medio” pero para ese entonces yo era un bebé. Fui una niña sana, sin embargo recuerdo que en varias ocasiones, vomité. Solía despertarme en la madrugada, llamar a mi tía y comenzar a vomitar; llegar de la escuela y vomitar. El vómito no me agradaba. Mis remotos recuerdos refieren el sabor de aquellas épocas de enfermedad. Fue un domingo, a las siete de la noche. Tenía siete años. Mi mamá y mi tía me dijeron que fuéramos a misa. No me sentía bien, pero no quise decirlo. Aunque llegamos tarde, pudimos encontrar donde sentarnos. Hacía calor y mi malestar no había mejorado. Comencé a sentir que la cabeza me pesaba y que todo el lugar giraba. De repente, me puse fría y pálida, miré a mi mamá con los ojos bien abiertos y salí corriendo. Necesitaba vomitar, pero había tanta gente que me resultaba difícil salir. Tras mucho correr, me faltaba una persona más y estaría afuera… pero el señor no se movió, no me dejó pasar. Intenté aguantar, no me pude controlar y exploté encima de sus pantalones. Lo miré con pena y seguí corriendo. Mi mamá y mi tía venían detrás de mí y se disculparon. Al llegar a casa, mi abuela preparó un vaso de la tan indeseable “agua de linaza”. Existe en mi mente un vivo recuerdo de cada enfermedad, de la preocupación de mi familia por llevarme al médico y verme bien, del amor y el cuidado que ponían en mi proceso de recuperación. Sobre todo, existe en mi corazón aquel sentimiento de estar rodeada de las
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personas que amaba. De alguna manera, podía sentirme muy mal y sin embargo, saber que estaba a salvo. Aún puedo sentir el sabor de esa poción extraña; al final, no importaba si “el agua de linaza” funcionaba. Lo importante era saber que detrás de ese remedio disfrazado de medicina estaba el amor de una familia y el deseo de mi recuperación. Un día escuché decir que la medicina cura, pero el amor sana.
Una extraña enfermedad Natalia Ruiz Tovar Siendo sincera, no recuerdo exactamente la fecha, creo que tenía tres o cuatro años. Todo empezó con fiebres altas y decaimiento súbito, mi madre se percató de que algo inusual me estaba sucediendo y al sentir que la fiebre no cedía, decidió llevarme de urgencia a la clínica. Mi papá también asistió pero un poco más tarde por cuestiones de trabajo. Visualizo imágenes que llegan de repente, no sé si son correctas o son producto de mi imaginación que pretende jugar. Sin embargo, añadiendo todo lo que mis padres me han relatado a través de estos años, haré una corta descripción de aquella época. Recuerdo estar acostada en una pequeña camilla en un cuarto muy iluminado, con una sábana de color blanco sobre mis piernas, medias rosadas calentando mis pies y el calor recorriendo cada centímetro de mi cuerpo. Al lado de la camilla estaban mis padres, quienes sonreían cada vez que los miraba. Sabía que algo andaba mal porque a pesar de las sonrisas sus caras reflejaban preocupación, tal vez ver que fruncían el ceño, indicaba que estaban preocupados.
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Todo lo anterior era de esperarse puesto que su pequeña hija estaba acostada en una camilla desde hacía más de diez días. Los médicos no sabían qué me pasaba y al ver que no mejoraba con ninguno de los medicamentos, se había tomado la decisión de que si no mejoraba en los próximos días tenía que ser trasladada a Bogotá por posible caso de meningitis. Mi familia vivía una situación muy tensa pues según relatan no soportaban verme llorar y pedirles ayuda, ya que luego de tantas inyecciones y sacadas de sangre, los enfermeros no podían encontrar mis venas. Según mi padre, esos habían sido los días más dolorosos de su vida pues no soportaba la idea de que me llevaran a Bogotá porque eso significaba que estaba muy grave y que no me podría ver por un tiempo debido a que tenía que estar en el trabajo. Además me cuenta que cuando me quedaba dormida, trataba de consolar a mi madre y en más de una ocasión había derramado unas cuantas lágrimas. Afortunadamente luego de cuatro días en la clínica mejoré de repente y sin ninguna explicación médica. Por lo tanto, a pesar de que nadie supiera el diagnóstico no tuve que ser trasladada. Fue una situación muy extraña; sin embargo mi madre la atribuye al hecho de que toda mi familia rezaba día tras día y le pedía a sus amigos que hicieran lo mismo. Es así como una extraña enfermedad logró generar sentimientos de dolor, incertidumbre y nerviosismo no sólo a mí, sino también a mis padres, familiares y médicos; todos querían lo mejor para una pequeña niña de cuatro años.
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Mi ángel protector Marian Seinef Alvarado Calvache Un día, una hora, un minuto o quizás un segundo. Cuando se trata de tomar decisiones, si no te das prisa puedes arrepentirte el resto de tu vida. ¿Una prueba de esto? Bueno, aquí está mi historia. Tengo vagos recuerdos de lo que pasó ese día. Pero el sentimiento que me invadió cuando desperté sola, en un hospital y con mi ropa ensangrentada, es difícil de olvidar aun cuando solo tenía ocho años. 22 de Abril de 2002, 7:00 p.m. – Chao mami, le dije, mientras me subía al carro junto con mi padre y mi abuela. Estaba emocionada porque a mí me habían dejado ir a comprar lo que faltaba para hacer la cena y a mi hermana mayor, no. Recuerdo que la oía protestar porque ella también quería ir pero mi mamá le dijo que no porque mañana había clase y tenía que irse a dormir temprano. Al montarme al carro en el puesto del copiloto, me puse el cinturón mientras me despedía con la mano de mi mamá y mi hermana. Estábamos de camino y empezó a caer una leve llovizna sobre el parabrisas del carro pero no le di mucha importancia; el movimiento del carro bastó para arrullarme y caer en un profundo sueño. Lo que pasó después no lo puedo recordar, no escuché los gritos, no sentí el impacto de la silla golpeando mi cabeza, no vi las personas que en lugar de socorrernos, nos robaron. Todo lo que recuerdo es abrir mis ojos y no estar en el carro sino acostada sobre algo duro e incómodo. Estaba sobre una camilla en el pasillo de un hospital; nada de esto tenía sentido. Miré, buscando una cara familiar pero no había nadie, me sentí sola y frágil. Entré en pánico, me dolía como nunca la cabeza y no entendía la causa.
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Cuando puse mi mirada en la ropa que llevaba puesta y la vi llena de sangre, solo quise ver a mi papá y a mi abuela pero no sabía dónde estaban ni a quién preguntarle por ellos. Se me empezó a hacer un nudo en la garganta; sentía que no podía respirar. Me estaba ahogando en mi propio desespero. Después de un minuto, una enfermera se me acerca. – Hola cariño ¿Cómo te encuentras?, pregunta mientras me examina. – Quiero ver a mi papá, fue mi respuesta. Ella, como si nada, me siguió examinando y no respondió. Solo eso bastó para que explotara. Primero, no entendía mi dolor de cabeza, ni por qué tenía mi ropa ensangrentada o por qué rayos estaba en un hospital y no me dejaban ver a mi familia. Así que empecé a mostrar indicios de demencia infantil mejor conocida como pataleta. No me juzgues, después de todo era tan solo una niña, así que fue un comportamiento totalmente justificado. Al ver que estaba llorando y montando un escándalo, la enfermera me agarró de la mano con delicadeza y me ayudó a bajar de la camilla, como si comprendiera que solo era una pajarilla asustada que necesitaba ser tratada con suavidad. – Tuviste un accidente muy grave cariño, tu papá está en cirugía y tu abuela está en recuperación. ¿Comprendes lo que te digo? Asentí muy lentamente porque ya todo tenía sentido. El por qué sentía el latido de mi corazón en mi cabeza, por qué tenía sangre en mi ropa, por qué no los había visto todavía; todo encajaba pieza por pieza, excepto algo. ¿Cómo era posible que mi abuela y mi padre hubieran tenido consecuencias tan graves y yo no? Y como si ella me hubiera leído el pensamiento, me dijo. – Sabes, tienes a tu propio ángel de la guarda velando por ti, tuviste mucha suerte al salir con heridas menores.
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– Porque tu abuela nos contó lo sucedido. Cinco minutos antes del accidente tu abuela te vio cabeceando y pensó que sería mejor que te pasara para atrás junto con ella para que estuvieras más cómoda, así que eso fue lo que hicieron. Gracias a eso tu abuela pudo sostenerte y protegerte durante el choque y no permitió que te pasara casi nada. Si no te hubieran cambiado de puesto habrías quedado aplastada. Hay momentos que te marcan la vida, actos aparentemente sin importancia, pero precisamente fueron esos mismos instantes, en este caso uno solo, lo que me permite contarles mi historia ya que un minuto antes o después del accidente hacen la diferencia entre la vida o la muerte. Si mi abuela no se hubiera decidido a pasarme al asiento trasero junto con ella para que yo estuviera más cómoda o si tan solo no me hubiera quedado dormida en el trayecto y siguiera despierta en el asiento del pasajero junto con mi padre, simplemente no estaría hoy con vida.
Entre el tiempo María Alejandra Nagles Hurtado Este parecía ser un día como cualquier otro. Mi padre había venido a visitarme así que desde ese medio día me despedí de mamá y me fui de casa. Se me hizo un poco extraño que mamá no llamara pero me dije: sabe que estoy con mi papá, no ha de preocuparse. Al llegar a casa papá me dejó con prisa, abrí la puerta y pude ver cómo mi mamá intentaba arrastrarse por el piso. La calle suele ser bastante sola pero para nuestra suerte pasó un taxi, lo paré y el señor me ayudó a subirla al carro. Realmente se
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encontraba mal. Llegamos a una clínica y la hicieron pasar a urgencias. Había un solo médico que estaba concentrado en la atención de tres bebés. Ella llegó a las ocho de la noche, se acercaban las once y el médico no hacía nada. Sólo le mandó unos exámenes de sangre, por cierto, muy demorados. Mi abuela estaba devastada al igual que mi tío y todos se sorprendían ante mi tranquilidad. Pero ya era justo que le prestaran la atención adecuada y por eso, el esposo de mi mamá se enojó con el médico y al instante, como por arte de magia, aparecieron los exámenes. Según el diagnóstico era apéndice y el grado de infección era demasiado alto. Así que el médico se preocupó y dijo que “ya se había peritoneado”. De inmediato, entregaron una orden de remisión a la Clínica Valle de Lili, en Cali. Justo antes de subirse a la ambulancia le tomaron el ritmo cardíaco y susurraron “No alcanza a llegar a Cali” así que decidieron remitirla al único hospital en Buga en el que pueden operar. Subí con ella a la ambulancia. Cuando no tenía los ojos cerrados, su mirada estaba perdida, como si no estuviese. Cada vez que la ambulancia se elevaba por las irregularidades de las calles, apretaba mi mano y se le escuchaba un gemido de dolor. Al llegar a la bahía del otro hospital tuvo un paro bronquio respiratorio. Es como si todo se detuviera en un momento. Lo que veían mis ojos pasaba en cámara lenta. Los médicos corrieron y fue llevada al quirófano. Después de un tiempo, uno de ellos salió y dijo que le estaban realizando una cirugía exploratoria ya que no estaban de acuerdo con el diagnóstico. Entró de nuevo. Yo estaba sola debido a que dejaban entrar a un acompañante. Me acosté sobre unas sillas de madera mientras miraba los cubre lechos que colgaban del techo. Volvió a salir otro médico diciendo que mi madre presentaba un embarazo ectópico. Y entró de nuevo. Entre el viento que movía los cubre lechos y la tenue luz del largo pasillo, pensaba muchas cosas. Realmente no me importaba la vida de mi supuesto hermanito y hasta me sentía mal por eso. Sólo me importaba mi mamá. Después de
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largas horas, término la cirugía y me dejaron entrar. La tenían canalizada en el cuello y temblaba demasiado. Es que ella suele ser muy friolenta. Estuvo un mes en el hospital pues tenía que ser transfundida todos los días. Yo me quedaba en la casa de mi tío y la esposa de él me llevaba todos los días al colegio. En las tardes me iba caminando hasta el hospital y me quedaba hasta las once o doce. Como soy hija única, ella solía decirme desde pequeña que tenía que hacer mis cosas, que no debía depender de ella en lo absoluto. Incluso pensaba que era un poco dura pero en ese momento, comprendí su enseñanza. Entendí que si me quedaba pasiva y no me desesperaba llorando era porque ella, tiempo atrás, me había enseñado a ser fuerte. Ella siempre se preocupó por eso. En ese momento aunque la situación me doliera en el alma, la vida continuaba. Así que seguí yendo al colegio, manteniendo mi rutina. Mi mamá sobrevivió y aunque ha vivido otros episodios de delicada salud, sigue aquí conmigo.
Mágico octubre María Alejandra Nagles Hurtado A mis seis años no había ninguna cosa más maravillosa que el día 31 de octubre pues cada año con anticipación, mamá y yo empezábamos a buscar cada detalle para tener el disfraz perfecto. Recuerdo que en una ocasión quería disfrazarme de hada madrina y mi adorada abuela nos ayudó. El momento de ponerme el vestido fue maravilloso, como si fuera un cuento de hadas pero faltaba algo… Mi propia varita mágica. Quería una que brillara así que empecé a hacerla con mamá en casa; trabajábamos en la tarde cuando terminaba mis aburridas tareas. Por fin acabamos, faltaba tan solo una semana y empecé a sentirme cansada.
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Después tuve dolor de cabeza, y una noche fría de octubre de 1998, tuve el sueño más feo que pude haber imaginado. Mis padres nunca me dejaron dormir con ellos así que respiré profundamente y arrastrando mi mantita por el piso, caminé hacia su habitación y para mi sorpresa, no estaban. Grité bajo el profundo eco de la casa, empecé a enojarme, bajé las escaleras y me acosté en la sala. No recuerdo cuánto tiempo transcurrió. Solo sé que cuando llegaron estaba bastante molesta por haberme quedado solita, ya ni lágrimas me salían. Mamá me dio dolex con una cucharita rosadita que tenía un osito y se acostó conmigo en la cama mientras acariciaba mi cabello con sus manos, cosa que hasta el día de hoy me funciona. Me quedo profundamente dormida. Al día siguiente tenía un par de manchas rojitas en la piel, mamá me llevó al médico, el Dr. Zafra –aún recuerdo su nombre– quien era mi pediatra de siempre. Me observó detenidamente, frunció el seño y dijo con voz firme: sí, es varicela. No sabía específicamente qué era eso pero a Juliana –mi amiga del colegio– le había dado y entendía que era una cosa horrible. Al irnos, mamá paró en una farmacia y me compró caladril, una crema rosada. Mientras llegábamos a casa me dijo que no podía salir el treinta y uno. Me sentía mal pero tampoco fatal como para no salir de casa ese día. Mamá no insistió pero cogió el disfraz que estaba colgado detrás de la puerta y lo metió al closet. Pasaban los días, me sentía peor y mamá me obligaba a quedarme quince minutos como una estrella acostada en la cama, mientras me aplicaba esa horrible crema. Al acercarse el anhelado día, me sentí frustada y maluquita; me picaba todo el cuerpo y sobre todo, no quería estar acostada. Estaba insoportable, al punto que mamá con un grito me dijo ¡Basta ya con tu actitud! No es mi culpa que estés enferma. Como a las seis o siete llegó papá, se acercó a mi cama y dijo: No importa, otro día te pones el vestido y salimos juntos. Recuerdo que
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con mis ojos llenos de lágrimas le dije que no iba a ser lo mismo. Se quedó callado, asintió con la cabeza y me dijo: lamento no poder hacer nada para cambiar las cosas. Recuerdo haberme acostado temprano y decir que no estaría para nadie. Transcurrieron los días hasta que pude recuperarme del todo. Después, papá organizó una pequeña fiestita en casa para que pudiera ponerme mi disfraz; vale la pena resalta que yo fui la única disfrazada.
Un saludo constante Manuela Salcedo Ortega La presencia familiar estará siempre en mi vida: Creo que esa unión va más allá de los lazos que creamos en ese primer abrir de ojos del nacimiento pues los lazos se fortalecen con el tiempo. Es que esos lazos van de la genética al riñón y puede que suene muy raro, pero esta es mi enfermedad, la primera y la constante, la que desaparece y reaparece, la heredada y la que cada vez que me saluda, deja su huella. Comenzó hace 16 años. Mis infecciones urinarias fueron el comienzo de muchas maluqueras, de dolor en los riñones, de fiebres altas, de muestras constantes de orina, de antibióticos de todo tipo, feos, ricos, amargos, pastas grandes, chiquitas, por mucho tiempo o bueno, más bien como dicen por ahí: depende. ¿De qué? De qué tan fuerte fuera. He pasado por muchos médicos y creo escuchar siempre lo mismo. Es que ella aguanta ganas de orinar, es que de pronto se limpia mal... Mmm… creo que no, creo que hasta tenía un reloj todo terreno que me pitaba durísimo cada vez que debía ir al baño ¡Qué pena! ¿De qué sirvió? Pues aún me saluda, ave maría, después de cambiar de médico y que éste me hiciera una distención de uretra porque decía que la tenía pequeña, mmm… ella insiste en saludar. Creo que me saluda
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tres y hasta cuatro veces en el año. Hasta dejé de prestarle atención, igual no sirvió porque me saluda sin falta cada año. Mi mamá y todos en casa ya reconocen su llegada, su manera de manifestarse, siempre tan amarillista. Mi primera y hasta hoy última enfermedad se acompaña de mil resistencias a antibióticos, de orinadas amargas, de riñones con mil y un laceraciones, de muestras de orina y urocultivos. Pero hoy digo que esos saludos ya no me molestan pues han sido mi compañía por años y si desaparecieran hoy, no saben de lo mucho que se perderían, porque hoy por fin, estoy estudiando medicina, y en un futuro seré mi propia médica.
Cabezazos a la escalera Lina Alejandra Uribe Henao En algún tiempo durante mi infancia me pregunté por qué mi papá y mi tía no lograban llevarse bien. Parecía ilógico, pues mi tía, quien además es mi madrina, estuvo siempre pendiente de que yo estuviera bien y que no me faltara nada. ¡Ay, cosas de grandes! Mi primo y yo jugábamos, peleábamos, nos agarrábamos del pelo y llorábamos, pero momentos después olvidábamos todo y comenzábamos la nueva travesura. Lastimosamente, la relación entre mi papá y mi tía era distinta y hubo algo que él nunca pudo perdonarle. Cuando mi mamá vio a mi abuelo y a mi tía, en la universidad en la que ella estudiaba, con la cara bañada en lágrimas, se imaginó lo peor: quizás la abuelita había muerto. Afortunadamente la tragedia no alcanzaba esos límites. “Se cayó… fue Lina… se rodó por las escaleras desde el segundo piso…”, le dijo mi tía con las palabras que el llanto y el pánico le dejaban pronunciar. Mi mamá, como toda madre cuando recibe una mala noticia de su hijo, salió corriendo y atravesó la calle sin
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pensar en que podía terminar bajo una llanta. Tomó un taxi y empapó los cojines con sus lágrimas. El señor taxista pensaba que la habían robado y ella, muy en el fondo, pensaba que hubiera preferido eso. Llegó a casa y me encontró en brazos de mi papá, quien tenía la firme intención de hacerme dormir para calmar mi llanto. La situación fue la siguiente: mis padres estaban cumpliendo con sus compromisos diarios y me habían dejado al cuidado de mis dos tías, entre ellas mi madrina. Además, en la casa estaba mi primo Fabio, dos años mayor que yo, que en ese entonces tenía dos años y nueve meses. Mi madrina se estaba bañando y mi otra tía se pintaba las uñas. Mi primo y yo, supongo, jugábamos como de costumbre. A él se le ocurrió que podía ser divertido si abría la puerta que conducía al primer piso por medio de unas escaleras y así lo hizo. Yo, aprovechando las ventajas de desplazamiento que me daba el caminador, me precipité al vacío. Caí rodando y esquivé milagrosamente los chuzos que sostendrían las barandas aún no instaladas. A mi tía, me imagino, se le corrió la raya del francés por semejante susto. Mi otra tía salió del baño con sus senos al aire y fue a mi rescate. Discutió con mi papá mientras yo lloraba y mi cabeza se hinchaba progresivamente. Dos horas después, fue a buscar a mi mamá a la universidad en compañía de mi abuelo. Llegué al hospital y me hicieron tantos exámenes como fue posible. Además, me mantuvieron en controles los dos siguientes años. Pienso ahora que ese golpe fue lo que me hizo ser medianamente inteligente, pero luego me siento medianamente estúpida por pensar en esas cosas. Todo está bien, eso es lo importante. A mi primo lo perdoné de inmediato, tal vez durante la misma caída. Compartimos juntos nuestra infancia y lo que ahora nos separa son motivos de fuerza mayor y de decisiones mal tomadas. Mi papá, por su parte, nunca le perdonó el descuido que pudo haber matado a su primera hija. Todavía hace mala cara cuando ve a la “bruja” que permitió que su niña le diera cabezazos a la escalera.
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Casi fue un trasplante Leidy Johanna Morales Tellez En un día normal del mes de Enero, salí de clases y fui con mi hermana a comprar zapatos pues ya necesitaba tenis nuevos. Recorrí casi todo el centro comercial y no me gustaba nada; era algo normal, no compro hasta que encuentre algo que verdaderamente llene mis expectativas. Al llegar a mi casa a las 11:00 p.m. inocente de lo que estaba por suceder, con mis piernas exhaustas, pensaba que había valido la pena al ver mis nuevos zapatos. Me estaba quitando el jean y de repente me vi en el suelo. Todo sucedió repentinamente, sentí un dolor tan impresionante en mi rodilla que no aguanté y caí sobre ella. Creí que algo se me había partido, que mi rodilla se había fragmentado. En mi dolor, vi a mamá correr como Michael Schumacher porque al instante estaba ahí para socorrerme. Mi pierna estaba inmóvil. Al transcurrir los minutos mi articulación se hinchaba. Se sentía cada vez más caliente. Ya eran las 12: 30 a.m. y mi rodilla empeoraba, así que decidimos llamar a EMI. Me pusieron un short pues me había quitado el que en un principio había pensado era el causante de mi dolor: el jean bota tubo que toda jovencita quería tener. En menos de media hora me dirigía a la clínica en una ambulancia ya que al parecer la gravedad del asunto lo ameritaba. En el viaje, la perfecta malla vial de la ciudad de Cali acrecentaba el dolor; ahora era desgarrador. En urgencias no paró mi dolencia; me hicieron muchas radiografías mientras veía pasar gente de un lado a otro. El Michael Schumacher que había visto, ahora se derrumbaba. El doctor puso una férula en mi rodilla a las 4:00 a.m. Así continué durante un mes, visitando muchos médicos que concordaban en la razón de ser de mi dolor: la fisura del cartílago. Y también en la solución: inmovilización de la pierna. Con el pasar de
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los días y no ver mejoría, mi desasosiego crecía. Al punto de soñarme rodeada de muchos médicos que me operaban y se contradecían entre ellos. ¡Así era mi desesperación! ¡Llegó el día de mi cumpleaños! 19 de febrero y yo acostada en la camilla del consultorio del médico, con la noticia de que debían hacerme un trasplante de cartílago. Recordé en ese instante un golpe que tuve en mi colegio con una silla; nunca pensé que aquel tropezón tan insignificante me fuera a producir semejante daño. La cirugía estaba programada para ese mismo viernes. Sabía que mi vida iba a cambiar totalmente, que siempre que hiciera frío sentiría dolor leve en mi rodilla, que ya no podría correr, ni saltar como solía hacerlo. De aquel consultorio salimos tristes, no sabíamos qué decisión tomar. Quizá mi madre no es realmente Schumacher, tampoco estudia medicina como yo pero es madre y eso le bastó para no creer en la necesidad de la operación, por lo que buscó otra consideración. Es un ángel de Dios, eso pensé a las 6:00 pm, cuando el Doctor Martínez después de escuchar mi relato sobre el “golpecito” en mi rodilla, extrajo la sangre que estaba acumulada en ella, asegurando que la intervención quirúrgica no sería necesaria. Sentí la mejoría desde el siguiente día. ¡Pensar que casi fue un trasplante…!
Catástrofe en la ducha Paula Andrea Ocharán Barona Como buena adolescente, solo pensaba en los minutos que faltaban para acabar mi tarea e irme a dormir. Ya casi era la una de la mañana y mis ojos se cerraban cada vez más rápido; mi creatividad se había esfumado y no encontraba las palabras. Mi mamá se levantó y me dijo que ya no hiciera más, que dejara un poco para mañana y que más bien recuperara algo de energía; le hice caso y me fui para la cama.
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A la mañana siguiente desperté como siempre a las 4:30 a.m. y me fui al baño; cuando me duchaba de repente empecé a ver blanco (ese evento era conocido), quise reaccionar pero en menos de un segundo mis ideas se cortaron y dejé de sentir. En efecto, me había desmayado. No sé cómo pasaron las cosas luego de caer al suelo; solo sé que mi mamá escuchó un ruido fuerte, rápidamente corrió hacia el baño y yo estaba dentro de la ducha, tirada. Me levantó lo más rápido que pudo, se asustó al ver que yo estaba sangrando por la boca, gritó el nombre de mi papá para que fuera a ayudar, él salió corriendo y lo primero que hizo fue tratar de despertarme. Me pegaba no muy fuerte en la cara; al fin y al cabo, desperté y lo primero que escuché fue mi nombre. Yo no sabía lo que estaba pasando (seguíamos en el baño); al enderezarme me miré al espejo que estaba en frente mío y lo primero que vi fue sangre saliéndome de la boca, me lavé y descubrí una herida pequeña que traspasaba mi labio. Después me senté en la cama, estaba temblando; mi labio se hinchaba y la verdad, era algo doloroso ya que la herida rozaba con mis dientes. Después de tranquilizarme, me vestí. Mis papás me llevaron a urgencias en Valle de Lili, allí me revisaron la herida para ver si necesitaría puntos. Gracias a Dios, la herida no alcanzó a traspasar completamente el labio pero sí fue profunda. Me mandó un antibiótico para que no se infectara y un líquido para que la lesión cicatrizara rápido (eso me pareció magnífico ya que mi cumpleaños era en una semana). Luego de todo el drama y la angustia, mi papá me llevó al colegio; mis compañeros se asombraron porque mi labio inferior estaba muy hinchado, y debido a esto me pusieron el apodo de “Paula Jolie” por toda la semana. Y a pesar de que la herida sanó pronto, me quedó una cicatriz y el labio inferior en la parte izquierda más grande que en la derecha.
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Dibujar en las revistas
Prosa diversa
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¿Qué ha pasado con la verdadera ética en la atención del paciente como un ser humano doliente? Harold Styven Basallo Triana Según la Real Academia Española, el diálogo es la plática entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos. Nuestras bases deben fundamentarse en la atención y la relación médico/paciente, que gira en torno a un complejo encuentro entre las partes, basado en un diálogo como instrumento de análisis que nos permita experimentar la realidad que se enfrenta, lo que verdaderamente siente el paciente y la conducta de la enfermedad, para así llegar a un diagnóstico adecuado y oportuno tratamiento del enfermo. El éxito de la práctica médica depende de establecer un vínculo justificado por una entrega mutua, entre un médico benevolente y un paciente que coopere activamente en cada momento del diálogo. Es triste ver cómo nuestro sistema de salud se deteriora progresivamente, y se encarga de lapidar la concepción de los médicos sobre su ética y la dignidad humana, empezando desde el tiempo dedicado a las consultas, donde más de la mitad no supera los quince minutos de atención.
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Frente a esta realidad, cabría preguntarse ¿Será que en estos quince minutos podremos crear un vínculo lo suficientemente claro para brindar buen diagnóstico y tratamiento adecuado de la enfermedad? ¿Será que en estos quince minutos somos capaces de evaluar, interpretar y comprender la mente, el cuerpo y la historia personal, de quien acude en busca de alivio? A este deterioro se le suman innumerables aspectos que van desde la gran corrupción que se presenta en el sistema de salud, la falta de seriedad o desenfoque del sistema de vigilancia y control, hasta la limitada acción de los médicos. A mi parecer, estamos volviendo a los comienzos del ejercicio médico, cuando nos limitábamos a hacer un trabajo mecánico, donde con resignación y por ignorancia nos hemos dejado vender ante las creencias de los demás y estamos supeditados a los designios de “superiores”… Sin mencionar que hemos perdido la conciencia del valor de lo sagrado para el enfermo y hemos olvidado el sentido ético de nuestra profesión; no nos preocupamos por la percepción del paciente hacia la enfermedad, sus sentimientos, sus miedos y esperanzas de alivio. El sistema se ha encargado de crear unos médicos fríos e incluso, inhumanos. Nosotros, médicos en formación, debemos estar conscientes de la necesidad de crear un nuevo norte en este sistema de servicio, basándonos en la salud como derecho fundamental, planteándonos como enfoque una atención de calidad, encaminados a reconocer la enfermedad como un hecho, más que biológico o patológico, un hecho social y psicológico que afecta a un ser humano como a cualquiera de nosotros.
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Emergency room Katerine Andrade Pe単uela The emergency room is equipped to handle unpredictable medical situations and often very traumatic. This is the case of a 22-year-old woman who reached the level I trauma room when she suffered an accident at LaGuardia Airport, NYC where she used to work. The woman is aided by paramedics at the scene, but on the way to the hospital, her condition deteriorates. She is intubated and resuscitated, but she does not respond. At the hospital, the emergency team is prepared for the situation, waiting for her arrival. She finally reaches the trauma room fighting for her life in a very critical situation. Her young body vulnerable and unconscious, with little chance of survival is connected to the monitors and ventilator, while listening to the version of the paramedics. Dr. Weingart, attending doctor calls red trauma meaning emergent situation. He gives different medical orders to team members of Red Code. Bilateral lung auscultation, fluctuating vital signs, injuries checked, blood tests and blood transfusion in progress are the first and last interventions due to the poor response of the post traumatic event. She does not show any progress. The head CT scan is not done because she becomes unresponsive and enters in asystole. Resuscitation is not effective, the young woman does not respond and after 45 minutes of CPR, she is declared dead. There is nothing else to do. Dr. Weingart contacts her family. Its 630 am, my shift is almost over and the family of the young woman arrived being directed to the family room where they received the cold news. The truth is, no family is prepared to lose a loved one without causing a deep pain. It is really sad to see a young person die.
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Eternal silence tarnishes the lives of people passing by the emergency room while others celebrate a triumph, as mocking death. Nights in an emergency room are chaotic with demand of high speed interventions to be done. The room is cool and quite full of drunks, motor vehicle accidents, gunshot wounds, knife wounds, strokes, sick prisoners, pregnant women, heart disease, complications of cancer treatments, diabetes, neurological problems, seizures, among others which makes this place loud and bizarre. Screams, tears and loud alarms accompany our daily routine, always seeking to save lives and provide relief to those who need it. The human side and professional side are from physician and nurses, full saline poles, monitors on, ventilators on and all high-tech equipment fail to return a smile to the family that suffers for their loved one. We as members of the medical profession face situations full of challenges while pursuing the welfare of our community. To achieve this, we have the light of Almighty God, excellent training, our commitment to service and desire to improve our capacities in order to serve our community and able to show the human side by empathizing with painful situations families goes through. The medical staff constantly rotates between different medical specialties, depending on PGY (post graduate year) they belong to. This is how residents are trained and gain experience applying their knowledge to save lives and avoid mistakes to keep a patient alive and provide the opportunity to recover. Nurses are the constant body that works closely with physicians, not excluding relatives, who are a key tool in a patient’s recovery. Every night shift there is a variety of patients with unimaginable health conditions. All instruments are ready and our team is alert because at any moment you may have one or several simultaneous situations like expected on holiday celebration. Halloween is celebrated on October 31st, usually a cold night that becomes a nightmare to the medical staff because we received an X number of intoxicated people, drug overdose, motor vehicle accidents, gunshot wounds, stabbed wounds and physical assault victims. Bizarre,
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amazing situations are faced such as a young man bleeding from head to toe without knowing the origin, a drunk stabbed on right upper back with knife visible in the affected area, a man with intentional lacerations forming squares on his face, a man cut in half by his torso when thrown onto the train tracks, a young woman overdosed with an intracranial hemorrhage on CT scan. These situations may be seen as an exaggeration, but this is what is seen in an emergency room. Human beings can overact while under hallucinating drugs and alcohol that shows misbehavior with sad and unexpected endings It is difficult to get under your care a family member of a colleague or a known person. Shocking scene when at the beginning of the shift 19 00, a middle-aged man, with a witnessed faint by a paramedic right outside the hospital, was rush into the cardiac room in a critical condition requiring immediate interventions. At arrival his identity was unknown but after searching for an identification to register on the computer system we realized it was a hospital police officer that works on night shift. On the other side of the room, we heard the ring, ring coming from the red phone announcing an emergent notification (28 year old man on cardiac arrest, endotracheal tube, ventricular fibrillation, first aid in progress), suddenly paramedics show up at the door with no previous notice bringing a 20-year-old injured in motorcycle accident needing resuscitation. He presented severe head trauma, fractured right leg, several lacerations, abrasions, and extensive bruising. It is very sad and hard to perceive someone you know can suddenly become a patient of yours. The middle-aged man is diagnosed with coronary artery disease intervened with open heart surgery and ending with a good prognosis. The 28-year-old was being registered by Paula when she realized he was a family member and its then when the situations gets more complicated. The young man dies due to his critical condition. On the other hand, the young man involved in a motor vehicle accident was a friend of mine, so I had to control my emotions and continue to act professionally trying my best to save him but it was impossible. It was out of our hands.
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As we can see, these emergency room, receives all type of sick and injured patients that requires an immediate attention and interventions that pleased us when we see progression on their condition. We feel sad and helpless when we lose a patient perhaps all the attempts to save their live. On the mentioned clinical cases, we were able to closely interact with patients’ families that were in a painful situation. We always seek the best for our patients and saving lives are a priority taking in consideration our knowledge, physical capacity, skills and resources available in the emergency room. In conclusion, emergency room service requires team work focus to individual patient needs. Furthermore, it is of importance the patients’ physical status, desire to live, and family support for the recovery period during hospitalization. The medical and nursing staff always available allows us to maintain a high quality attention that is kept by maintaining the standards of constant training, updates of protocols and monitoring equipment. It is necessary to highlight safety measures to be taken into account by staff working in an emergency room. We fight for the welfare of the community but as humans we can make mistakes that can cost the life of a vulnerable person. First of all, our training should include continuous learning and updates because taking the right decisions at the right time requires self confidence but must always be aware of errors. Many of the drugs used are similar in packaging and name therefore is necessary to check several times expiration dates, dosage, inconsistencies and label them before administering to a patient and not to cause any harm. Once a medication is drawn up, should be administer personally to avoid mistakes that can cause irreversible injury to a patient and a revoked professional license when involved on a court case.
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Impacto mundial Katherine Andrade Peñuela De acuerdo a las estadísticas de la OMS el 80 % de las muertes por enfermedades crónicas se producen en los países de ingresos bajos y medios, mientras que tan solo el 20% corresponde a países de altos ingresos. Es evidente que las enfermedades crónicas como diabetes mellitus, hipertensión arterial, enfermedades coronarias y obesidad representan un grave problema de salud pública. Estas enfermedades producen efectos adversos en la calidad de vida, efectos económicos, efectos psicológicos, muerte prematura, pero sobre todo causan un impacto social a nivel local, nacional y mundial. Cabe destacar que los servicios de salud en los países en vía de desarrollo no tienen cobertura universal que garantice acceso oportuno para prevenir, promover y tratar enfermedades crónicas. En Colombia se vive la triste realidad de muchos países en vía de desarrollo, en donde es necesario estar vinculado a una empresa aseguradora para poder acceder a los servicios de salud; de lo contrario, es imposible recibir atención oportuna que satisfaga necesidades sanitarias insatisfechas. Lamentablemente las enfermedades crónicas están atentando contra el bienestar de todos pues la predisposición genética y los factores ambientales aumentan el riesgo de padecerlas. Es responsabilidad del Estado ofrecer programas de promoción y prevención de la enfermedad para reducir la incidencia de estas enfermedades y los altos costos que representan. En otras palabras, es mejor prevenir que lamentar. Es deber de todos tomar conciencia sobre la magnitud del problema para poder reducir la tasa de morbilidad-mortalidad en Colombia y en el mundo entero. Aunque el aporte financiero del Estado
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es fundamental a la hora de implementar estrategias de salud, también es de gran importancia el personal de salud como enfermeras, médicos, psicólogos, trabajadores sociales que pueden intervenir a tiempo para prevenir enfermedades crónicas. Es terrible la situación por la que atraviesan los Colombianos cuando se enfrentan a mil limitaciones en la prestación de servicios de salud pues los médicos deben cumplir con ciertas reglas como prescripciones farmacéuticas, tiempo de consulta, paraclínicos y radiología autorizada, así no sea lo más conveniente para el llamado paciente-usuario-cliente. No es culpa del personal de salud que no pueda cumplir con su deber adecuadamente al verse entre la espada y la pared ante una situación tan difícil. Simplemente en Colombia se vive un atropello a lo establecido en la Constitución Política de Colombia “Articulo 48. Se garantiza a todos los habitantes el derecho irrenunciable a la Seguridad Social. No se podrán destinar ni utilizar los recursos de las instituciones de la Seguridad Social para fines diferentes a ella. Articulo 49. La atención de la salud y el saneamiento ambiental son servicios públicos a cargo del Estado. Se garantiza a todas las personas el acceso a los servicios de promoción, protección y recuperación de la salud.” Es evidente cómo la Constitución Política idealiza todo lo referente a los servicios de salud, cómo defiende los derechos de los colombianos, pero es triste saber que nada de lo que se dice en la Constitución se aplica hoy, pues el único ideal político va encaminado al bien privado en lugar del bien público. Esto se observa en la situación actual Colombiana con el quebrantamiento del sistema general de seguridad social en salud por causa del mal manejo de los recursos, corrupción y la ambición de nuestros representantes políticos que no permiten acceso oportuno a los servicio de salud y por ende, no hay adecuada intervención médica para prevenir enfermedades crónicas de alta incidencia. Finalmente, el tema de la salud en cuanto al manejo de enfermedades crónicas se ve potencialmente en peligro en Colombia, ya que no es un derecho legal sino un paquete comercial a manos de
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aseguradoras privadas que imponen sus leyes sin importar la salud de todos.
Luchando contra la adversidad Melissa Castaño Ramírez Jesús David nació hace más de tres meses, con muchas complicaciones a nivel físico y orgánico; desde entonces, se encuentra luchando por su vida junto con su madre. Aunque los médicos no le dan muchas esperanzas de vida, Jesús día tras día sale de sus crisis cianóticas y se estabiliza para seguir con su lucha. Yo he sido testigo del proceso por el cual este pequeño de tan solo tres meses de vida ha tenido que pasar. No solo por su condición, sino por las injusticias e inequidades del sistema de salud de este, “Nuestro querido país”. El poder y la corrupción pesan más que la salud de un niño. Su única salvación y esperanza de vida, depende de una autorización de su EPS para una próxima cirugía de corazón, siendo esta la primera de muchas más. Su madre no se queda atrás. Es una mujer de 25 años, que sin apoyo de su pareja ha decidido vivir el día a día con su pequeño. Conoce la condición de su hijo y manifiesta que en cualquier momento, puede cerrar sus ojitos para irse a descansar. Es una realidad dolorosa pero ella la comprende. Por tanto, quiero expresar mi admiración y gratitud por el esfuerzo y las ganas de salir delante de este pequeño y su madre, no obstante las adversidades que la vida ha puesto en su camino. A pesar de sus múltiples discapacidades, Jesús David no se rinde ni mucho menos su madre, quien pelea constantemente con los obstáculos para sacar su hijo adelante, y de nuevo ver una luz de esperanza para sus vidas.
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Una bala perdida Daniela Salamanca Bedoya Recuerdo ese día a la perfección. Todo sucedió el miércoles 20 de Octubre de 2010. Yo estaba en décimo grado y era un día de estudio. Estábamos en la última hora de clase y mis compañeros estaban “recochando” mucho, por lo que el profesor comenzó tarde. Yo tenía deseos de ir al baño pero por más que pedí permiso para ir, ¡no me dejaron! Claro que ya casi nos íbamos; salíamos a las 12:30 pm y ya eran las 12:00. Pero yo estaba muy molesta y desesperada porque en serio, necesitaba un baño. En medio de mi estrés, se escuchó un ruido estrepitoso, como disparos de metralleta y pólvora… El silencio invadió el salón y nos inundó el miedo. No podíamos estar seguros de qué era lo que estábamos pensando aunque todos nos mirábamos la cara y no faltó el bromista que gritó: “disparoooosss!”. Luego recordamos que algunos egresados, descontentos con una profesora de lengua castellana, suelen prender fuego a un explosivo denominado “culebra” –que también se puede confundir con un tiroteo–. Y pensando en esto, el miedo se disipó. Minutos después pedí nuevamente al profesor que me dejara salir al baño, y esta vez sí me dejó. Cuando estaba de camino, me encontré a un amigo de otro salón quien me dijo: – “¿Escuchaste los tiros? Le dieron a Henry Cubillos, el padrastro de Ana” – “¿Cómo así? –respondí inmediatamente– ¿Y sí fueron disparos? Y ¿dónde? –Ana era una compañera que se había retirado del colegio porque había perdido el año–.
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– “Sí, creo que unos sicarios, afuera del colegio, por la Calle Quinta” –me contestó–. Quedé impresionada pues aunque yo no conocía al señor, Ana había sido una muy buena amiga, la apreciaba mucho y me daba mucho pesar porque recuerdo que ella se refería a él como su papá. Estaba a algunos pasos de la portería y podía ver a las secretarias y directivos asomarse por una ventana ya que habían cerrado las puertas del colegio, cosa que nunca hacían. Quería acercarme al portero a preguntarle si lo que me había dicho mi amigo era verdad y corroborar su historia, pero en eso, dos niñas de noveno, pararon y me dijeron: – “Tu prima está llorando, como que le pegaron un tiro a su papá cuando estaba recogiendo a tu primito…” – “¿Queee? –esbocé inmediatamente– ¿Cómo así? ¿Le dispararon a él? ¿Dónde está ella?” La verdad fue lo único que pude articular después de la sorpresa… Entonces él también había sido lastimado en el tiroteo… ¡No puede ser! Ellas solo se limitaron a señalar donde estaba mi prima, Carolina, quien se encontraba en una esquina del patio, tirada en el piso llorando sobre las piernas de la misma profesora de lengua a la cual le jugaban la broma de la culebra. La estaba consolando. Corrí lo más rápido que pude hasta ella, que solo era un mar de lágrimas y podía escucharla decir: – “¿¡Por qué mi papá!? ¿¡Por qué!?.– Sólo verla de esa manera me produjo muchas ganas de llorar, y fue entonces cuando vi a mi primito chiquito, Juan Martin, de cuatro años, de la mano de su profesora. Estaba llorando y en su camisa blanca tenía una mancha de sangre…
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¿¡Qué había pasado, por Dios!? ¿Por qué mi primito tenía sangre en su camisa? Entonces me acerqué a él y le pregunté qué había pasado, él solo empezó a llorar, entonces me alejé y me di cuenta: ¡Martín estaba muerto!, pero yo simplemente ¡no quería creerlo!, me sentía débil y quería llorar, pero no podía, porque quería negar el hecho de que lo que me habían dicho era real… ¡A lo mejor solo lo habían herido! ¡A lo mejor ni siquiera había sido él!, no sé. ¡Cualquier cosa! Entonces fui donde el portero a que me contara lo sucedido y a rogar porque todo fuera un sueño… una terrible pesadilla… – “Mataron a tu tío” –me dijo, aunque en realidad no era mi tío, solo era el esposo de una prima de mi mamá, era un excelente padre de tres hijos (Carolina, Juan Camilo y Juan Martín), era la mejor persona que había conocido en mi vida, ¡solo era Martín, por Dios!... pero teníamos el mismo apellido y yo llamaba a sus hijos primos, por eso la gente se confundía y decía que era mi tío.– “Pasaron unos tipos en una moto y en un carro y le dieron a Henry Cubillos, a tu tío y a Dulfay. Pasaron disparando toda la calle, tuve que cerrar las puertas, porque si no…” –¿Dulfay? ¿Otra persona más?–. – “Él hacía un minuto estaba en la oficina hablando conmigo” –intervino Jacqueline, la secretaria de la Dirección. Se notaba nerviosa y arrepentida– “Habló conmigo y después salió con Juan Martín”. Los niños pequeños salían antes que los grandes, y por eso Martín estaba allí, recogiendo a su hijo pequeño. Después me enteraría de que los sicarios iban por Dulfay, quien también iba a recoger a su nieta pequeña al colegio. Los dos estaban fuera y se saludaron, Henry estaba a unos metros de ellos y fue cuando pasaron los desgraciados sicarios disparando… Martín sólo había sido una bala perdida… Pero… ¿y Juan Camilo?, su otro hijo, ¿Ya se habría enterado? Juan Camilo estaba en el grado de mi hermano, octavo dos, y tenía que encontrarlo… pero debía estar segura de que sí fuera Martín…
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– “Déjeme salir, yo miro si sí es él” –pude decir antes de que los estudiantes se empezaran a apiñar en la puerta. Al parecer, la noticia del tiroteo ya había llegado a los oídos de los profesores, quienes habían dejado salir a los estudiantes de las aulas antes, sin embargo, todavía no abrían las puertas del colegio–. – “Yo ya lo vi, sí es él” –dijo Jimmy, el director de grupo del salón de Juan Camilo y de mi hermano–. – “Jimmy, por favor!” –Dije por última vez, pero no me dejaron–. Fue entonces cuando salí corriendo de nuevo donde estaba Carolina. La encontré en la misma posición de antes, con la diferencia de que la gente se había aglomerado alrededor de ella y ahora la veía llorar, lo cual me llenó de mucha, pero ¡mucha ira!, ¿Cómo era posible que ella estuviera sintiendo un dolor incomparable por la pérdida de su padre y los demás simplemente podían hacerse alrededor de ella para verla llorar? ¿Qué clase de personas son esas? Y recordé nuevamente a Juan Camilo, ¿Dónde estaba? ¿Ya se habría enterado?... No sabía nada excepto que debía encontrarlo, a él y a mi hermano, pues empecé a pensar, es Martín, pero pudo haber sido mi papá, mi hermano, mi mamá, cualquiera de nosotros. Y necesitaba sentirlo cerca, entonces empecé a caminar buscando sus caras entre la multitud de gente que miraba la mía… ya el chisme se había esparcido por todo el colegio, y algunos me miraban y me hablaban, pero yo no les respondía, solo me limitaba a buscar a Juan Camilo o a mi hermano, me sentía de lo peor, perdida y desesperada en un mar de personas que te miran y puedes sentir su pesar, pero eso a mí no me importaba, solo me importaba encontrar a mi hermano y a mi primo. Después de tanto buscar y ver tantas caras que parecieron mil, al fin vi a mi primo saliendo del último salón del segundo piso junto a mi hermano, estaban sonriendo, por lo que supe que desconocían la noticia hasta el momento, y los llamé con la serenidad más fingida y superpuesta que pude aparentar.
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– “¿Escucharon los tiros?” –les pregunté– – “¿Cuáles tiros?” –me respondieron los dos– “No escuchamos nada”. – “Al frente del colegio hubo un tiroteo” –¡No sabía cómo decirle! ¿Me correspondía a mí decirle que su papá estaba muerto? ¿Acaso era yo quien debía dar esa clase de noticias? Me sentía como diciéndole a mi hermano que nuestro papá había muerto… No es una noticia que se dé todos los días… No es una noticia que se quiera escuchar… No es una noticia que se quiera decir…– “Juan Ca, como que le dieron un tiro a tu papá” –traté de decirle lo más calmada que pude para que no entrara en shock y para no decirle tan cruelmente que se había quedado sin papá… Que él y sus hermanos eran huérfanos de padre… Que habían perdido una parte de su vida…–. Él comprendió al instante a qué me refería, y salió corriendo lo más rápido que pudo con el grito más desgarrador que he escuchado en mi vida y aunque intenté seguirlo… No lo pude alcanzar…
Volviendo a mi refugio Alejandra Ortiz Rallón Según la Real Academia Española, el día se define como el tiempo que la tierra tarda en dar una vuelta alrededor de su eje, equivalente a 24 horas. Un día es un espacio de tiempo en el cual el ser humano invierte sus energías para aprender producir y comprender. Y así como el ser humano se caracteriza por tener una personalidad que lo define y lo diferencia de los demás, el día también es diferente para cada uno de los seres que habitan la tierra.
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Este día había empezado igual que siempre, alrededor de las 5:20 de la mañana. Eran cerca de las 5:30 de la tarde, estaba sentada en el suelo de un parque, y veía las aves volar en grupos y a toda carrera; supongo que se dirigían a sus nidos a descansar. A mi izquierda había un humedal y decidí acostarme para mirar el cielo, disfrutar el atardecer y despejar mi mente. Mientras miraba sentía cada minuto transcurrir. Las imágenes ante mis ojos se transformaban, parecían lienzos diferentes, el azul del cielo comenzaba a desaparecer y se asomaban anaranjados, amarillos y violetas. Continuaba viendo las aves volar, en múltiples direcciones. Quiero agregar que una de mis grandes pasiones es la música, por lo cual encendí mi iPod, puse un poco de jazz, me dediqué a mi respiración y a relajarme. Mientras veía la fina combinación de colores, a mi alma llegaba la nostalgia; no era la primera vez que veía el atardecer, recostada en el césped de un parque; lo había hecho muchas veces. La última vez fue contigo, la persona que cambió mi vida. Pero la promesa había sido continuar la ruta, aunque de la fe se dude, aunque la esperanza se agote. En ocasiones cuesta descifrar el camino que nos ha traído hasta el sitio exacto donde estamos, en este presente paradójico y efímero. El pasado está cargado de emociones, una mezcla de tristezas y pasiones; también somos esclavos de lo que la bioquímica de nuestro cuerpo ha decido por nosotros. Y a su vez nos enfrentamos al ideal del mañana, a visualizarnos en esa dimensión categorizada como futuro, que nos plantea todo un cuadro de conducta regido por una sociedad represora y egoísta. Aceptar abandonar tus sueños, no es fácil, continuar con ellos tampoco lo es; encontrar la forma de sobrevivir en este mundo, depende de lo que tu como ser humano seas capaz de hacer y afrontar. Yo llegué a sentir como si me hubiera suspendido en el aire y en el tiempo, con la fortuna de imaginarme la posibilidad de volver y encaminarme por la
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ruta de mis sueños; tal vez con una alternativa, con otras posibilidades o escalones de vida que me permitieran ir hacia adelante. Descubrí que se necesita mucha valentía para seguir adelante a pesar de la pena. No te enfades conmigo, sabes que al final volveré, volveré siempre a ti, y te pido que confíes en mí. Mientras pensaba, seguí mirando el paisaje que cada vez se tornaba más cálido y oscuro, la señal de una noche venidera se hacía evidente; en eso llegó un niña acompañada de sus padres y su perro. Los padres iban tomados de la mano, hablaban entre ellos y se veía en sus rostros el amor que se tenían; el perro un Golden Retriver color chocolate, llevaba un hueso en su boca y caminaba al lado de la niña; por su parte, la niña tendría aproximadamente seis años, llevaba un vestido blanco que le llegaba hasta las rodillas, su piel era blanca como fantasma, su boca roja; de hecho me recordó la descripción de Blanca Nieves, con la única diferencia de que el cabello de la niña no era negro sino castaño. Desde el lugar donde estaba, la veía correr y jugar con su perro, recordé entonces cuando yo era una niña, cuando tenía su edad, cuando mi mayor preocupación eran el nudo de las historias que inventaba mientras jugaba. Recordé entonces que el día, en este caso el mundo, siempre es el mismo; lo que cambia es lo que uno haga. Y pensé que el mundo no había cambiado, lo había hecho yo y anhelaba volver a esa época donde la vida era tan sencilla como crear historias, jugar y bailar. Finalmente el perro y la niña llegaron hasta el lugar donde yo estaba, la niña llevaba en sus manos un ramito de margaritas que había recogido en el parque, se acercó y me dijo: Ten fe. Me entregó su ramo de margaritas y siguió su camino saltando con su perro. En ese momento supe que estaba dispuesta a vivir una vida entre paréntesis, a ser siempre la excepción a la regla, a vivir mi vida como yo quisiera, a recorrer el camino sin importar los tropiezos, a saltar, correr, bailar, reír, cantar y llorar por esa ruta; no importaban los medios, sino llegar a la línea que marcará la meta para luego mirar hacia atrás y ver la gran distancia recorrida, regresar la mirada al frente y amar el destino.
Soltar la cinta del cassette
MĂŠdicos en paĂąales
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De esta foto recuerdan que yo tenía tres meses, era muy risueña y me acababa de levantar. La silla me la había regalado mi padrino; la casa quedaba en el barrio Cristóbal Colón, de la ciudad de Cali. Me habían comprado el vestido que tenía puesto, precisamente para tomarme la fotografía, al lado de las flores.
Laura Estefanía Giraldo Ceballos
Fecha: 26 de Noviembre de 1994; edad: 1 día de nacida; lugar: Clínica Nuestra Señora de los Remedios, Cali. Mis padres dicen que no hay palabras suficientes para describir lo que sentían en ese momento ya que era su primera hija. Estaba sana ya que nací con cinco semanas de adelanto; sin embargo, dos días después tuvieron un susto muy grande ya que me dio ictericia y además por poco tienen que transfundirme, pero gracias a Dios todo salió bien. No hubo necesidad y a los cinco días me pudieron llevar a la casa.
Leidy Tatiana Peña Izquierdo
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29 de enero de 1994, en el cuarto principal del apartamento donde vivíamos. “Ese día fue el fotógrafo a la casa, se hizo un estudio fotográfico para poder conservar el recuerdo. Fue tomada en el cuarto principal, en mi cama, eran alrededor de las tres de la tarde”, dice Sandra Gómez, mi mamá.
Jessica Núñez Gómez
Noviembre de 1994, La Dorada, Caldas. Izquierda: Natalia Granados Duque (Mi hermana). Centro: Zeneyda Vélez Torres (Mi abuelita). Derecha: Valeria Granados Duque (yo). La foto fue tomada por mi mamá Mónica Duque Vélez, cuando estábamos de visita donde mis abuelitos en la Dorada, Caldas.
Valeria Granados Duque y Natalia Granados Duque
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Se dice que estaba aprendiendo a caminar, apenas me sostenía de los postes de la cerca. En este lugar vivía con mis abuelos, luego de su muerte la dejamos, ahora es solo ruinas. Durante mucho tiempo este lugar fue sitio de pastoreo para las vacas y los caballos; luego, pasaría a ser una parcela grande de cultivos de maíz y una huerta de hortalizas. Había un pequeño rancho de ovejas, mi mamá trabajaba hilando algo de lana.
David Santiago Muelas Solarte
La foto fue tomada en Barranquilla. Me tomaban una foto cada mes, en esta tenía ocho meses, estaba en el apartamento de mi mamá. Mi tío José tenía ese gorro y me lo puso porque le pareció chistoso. Yo no tenía consciencia de lo que pasaba entonces me lo dejé poner.
Carlos Andrés Vergara Sánchez
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Pararse sobre la arena
Poemas
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Senecta Pedro Rovetto Villalobos Llego al sofá, me siento, echo la cabeza atrás, Sorprendo un aroma distinto en el aire: El de mis abuelos. Pero soy yo el de los olores. Entro al salón de clases, ahogado Pero siempre puntual Y me sorprende un recuerdo de adolescencia: Soy el profesor Campana. Temo contestar el saludo de discípulos en el corredor, Todos muy queridos, Pues recuerdo miradas, No nombres. Escribo este poema en versos libres, Yo que me gloriaba de mis endecasílabos, Pues ya no cuento sílabas ni días ni años. Agradezco las preguntas en clase Que me permiten sonreír Y contar historias. Me he convertido paso a paso En algo que quizás estaba en mis planes de juventud: Un viejo profesor. Para todos mis alumnos universitarios: VALE DICTUM, muchachos (aunque ya nadie sepa latín)
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Exilio Andrés Kaitzberg Lasso Fácil sería culparlo de todo. Preguntarle incansablemente por qué lo hizo. Cómo pudo sublevarse al mismo Creador, por una mujer. Pero no; ahora lo entiendo. Ahora cuando no puedo dar un paso atrás, cuando ya todo está hecho. Cuando he hecho cosas peores que comer una manzana; Cuando contrarié todo y nada. Cuando después de hacerlo solo podía sentir su aroma impregnado en mi. Los rastros de sus besos, sus caricias, sus palabras. Toda ella más fuerte que cualquier narcótico, más dulce que la miel, más fresca que la primavera. Y fue en ese momento, en el que mi cuerpo dejó de poseerla, cuando vi lo profundo que me encontraba. No hay a quien culpar, a nadie que señalar. Después de haber probado aquel fruto del edén, ya era tarde, ya no era yo. Pero no puedo culparte, era feliz. Y ahora que me encuentro fuera de esas tierras, expulsado del paraíso, Comprendí que una pasión narcótica como esas, muchas veces, es más de lo que un hombre puede soportar.
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Fundido (MELT) Andrés Kaitzberg Lasso Cada grano de arena, que se suma al reloj, es una puñalada más en mi alma. No es el simple correr del tiempo, es tiempo sin ti. Tus palabras, cual agua para el sediento, son mi necesidad. Tus besos regresan el hálito de vida perdido. Tus caricias, susurran infinidad de versos, y cual terciopelo cubren toda mi humanidad. Es por eso que no quisiera dejar de oír tus palabras, probar tus besos, y sentir tus caricias, ya que de no tenerlas, simplemente volveré a esta penumbra.
A oscuras Andrés Kaitzberg Lasso En la calma de la noche En el susurro del viento En la desdicha ajena, alimento mi conformismo. En una pausa, un instante en medio de un día agitado. En el sonido del río, siguiendo siempre su cauce. En momentos de relativa calma, es donde descubro estas escaramuzas. No es dualidad. No es indecisión. No es miedo, pero invade mi alma. Es ahí, donde envidio la simpleza de la sumisión. Sumisión en el negro de sus ojos, que paradójicamente, en una noche como ésta, donde no esta aquí, es su recuerdo lo único que me brinda calma.
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Inaceptable Andrés Kaitzberg Lasso Insoportable. Inaudito. No puede ser. ¿Pero cómo puedo decirle no a tu nevada piel, si solo verla me produce infinita calma? A la noche en tu cabello, fiel retrato de la oscuridad, si al reflejar en el los rayos del sol, grita que para los que son como yo. A la pureza de tus ojos hechiceros, que me sumen en un trance que no deseo abandonar. A tu sonrisa, perlas que disipan todas mis angustias, y alegran mi alma. A tu voz, que me arrulla y me sumerge como el canto de una sirena. A tu fragilidad, que me da el valor de ser mejor cada día para protegerte. A tu inteligencia, que hace de ti balance perfecto entre belleza y conocimiento. A tu silueta, que ronda silenciosamente todos mis sueños. Cómo decirte que no, si toda tu me embriagas. Si me haces ver este mundo lleno de egoísmo y violencia como un paraíso. Si es esta incertidumbre, la que le da a mis días una esperanza; Esperanza que en algún momento, después de haberte tenido tan lejos, algún día estés junto a mí. Y te des cuenta de que mi mayor deseo, es que sientas lo que tú me haces sentir.
Tocar la llama de una vela
La muerte de los seres queridos
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Ese domingo Yamid Yusef Cuevas Domingo 12 de febrero de 2012 será una fecha que marcó mi vida. Era un día soleado. Me dispuse a hacer las tareas cuando sonó el teléfono, contesté y era mi madre quien con voz temblorosa, dijo: Yamid, véngase para la clínica. Me bañé lo más pronto posible y salí a buscar un taxi. Cuando llegué, me desplacé lo más rápido posible a la unidad de cuidados intensivos y al entrar, vi a mi madre hablando con dos médicos. Tenía los ojos rojos y la expresión de su rostro me hizo poner nervioso. Al verme me dio un abrazo y no pronunció ni una palabra. El médico me miró fijamente preguntándome si era su hijo, le respondí que sí, luego puso su mano sobre mi hombro y dijo: Lo siento hijo, pero ya no podrá pasar de mañana. Interpreté la frase muy rápido, mil cosas pasaron por mi cabeza y solo me preguntaba ¿Cómo pudo haber pasado esto? Al entrar y verlo no pude controlar las lágrimas. Estaba conectado a todas las máquinas y en cualquier momento fallecería. No podía creerlo. Había luchado contra la enfermedad durante seis meses y al final, fue vencido. ¡Cuántas vidas salvó! Ayudó a que muchas personas tuvieran mejores condiciones de salud pues era un médico excelente. Pero ahora mi padre era el paciente rodeado de médicos que hacían todo lo posible por salvarlo. Toda la mañana permanecí con él, sin moverme de la habitación. Mi madre salía a atender a las personas que llegaban porque de una manera u otra, se habían enterado del estado de salud
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de mi papá. Pensaba en los momentos que había pasado con él y las cosas que pensábamos hacer. No me vería graduado del colegio y yendo a la universidad a estudiar medicina; cuando le dije, recuerdo, puso la sonrisa más grande que le había visto. Hacia medio día mi madre entró y me dijo que fuera a almorzar. Salí, crucé la calle para llegar al centro comercial y allí comí velozmente para estar los últimos momentos con mi padre. Al regresar, vi que habían traído a mi hermana. Estaba abrazando a mi padre y veía cómo sus lágrimas caían al piso. Le decía al oído que se levantara. Tuve que calmarla y lo único que se me ocurría decirle era que por lo menos iba a parar de sufrir. Logré calmarla y nos sentamos a esperar lo que nadie quería que ocurriera. El tiempo parecía no correr. Solo miraba la pantalla y veía cómo la frecuencia cardíaca y otros valores, bajaban cada vez más. De un momento a otro entró el mejor amigo de mi padre, un médico ejemplar, nos saludó pero cuando vio que a mi padre le quedaba poco tiempo, salió. Los valores empezaron a bajar hasta que llegaron a cero. De repente escuchamos un sonido muy agudo. Mi padre murió. Desde entonces, no solo mi padre se me fue, sino también mi fe.
Una triste y pronta partida, un recuerdo latente Mayerlin Andrea Cruz Rodríguez El dolor persiste pero el recuerdo es grato. Y como si hubiese sido ayer, regresa a mí memoria tan humilde sonrisa, cuando decidió emprender un nuevo camino de la mano de Dios. Su cuerpo no soportaba un pinchazo más, su alma poco a poco desvanecía.
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Dos años me había mostrado incrédula frente al devastador diagnóstico. No aceptaba que con tan solo 26 años, se le escapara la vida así, de repente. La cuenta regresiva comenzaba. El cáncer que padecía ya era resistente, la invadía, había hecho de las suyas; lo supimos tras la cirugía para cáncer gástrico que le hizo el doctor. Jamás me había agradado escuchar esa patología, sabía lo que sucedía si lo llegabas a padecer y era detectado demasiado tarde. Es silencioso, acaba contigo progresivamente; cuando te das cuenta el daño ya está hecho. Este había convivido con ella durante siete años, razón por la cual era imposible hacer algo al respecto. Está muy avanzado, dijo aquel día el médico. Como familia continuábamos cegados. No lo creíamos. Buscamos por doquier la mejor medicina, aunque no fuera a dar resultado; no quisimos dañar sus esperanzas, las ganas que tenía de vivir. Fernanda quería luchar contra su enfermedad aún sabiendo dónde acabaría todo. Fui a visitarla varias veces; me reía con ella y las dos nos sentíamos muy bien. Hablábamos de medicina. Me decía que le gustaba mucho, que cuando volviera a visitarla debería enseñarle cuánto había aprendido en la universidad. Yo deseaba que las visitas se multiplicarán y que mejorara. Pero no sería así. Con dolor guardé todos mis recuerdos y últimos momentos vividos con ella. Ya el tiempo se acababa. Quería acompañarla cada minuto restante, la miré fijamente por última vez, reflejaba en su mirada que ya estaba lista para partir, que esta vez no iríamos con ella. Decidí no visitarla más. Suena un tanto duro pero creo que fue mi manera de hacerle duelo a la situación; no debía invadirla con mi tristeza, quería que se fuera feliz. La melancolía, tristeza y dolor invadía a la familia. La perdíamos cada vez más. La vida en su lucha perseverante, perdía ante la muerte. Tristemente el 20 de enero de 2011, cuando estaba en inducciones del semestre, por un momento perdí la concentración. Sentí una corazonada. Mi prima estaba en mis pensamientos constantemente. Le pedí a Dios que no estuviera sufriendo, que amortiguara su dolor, que
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me permitiera verla una vez más; pero mis suplicas fueron en vano, tan pronto como llegué a casa, papá me dio la mala noticia. Fernanda había muerto. Aún no supero su partida. Tal vez no lo demuestro pero siento pena porque ya no está. Algunos pensarán que fue la voluntad de Dios, yo quisiera entender algún día quién decide que nuestra vida acabe; y más, cuando soy de las que piensa que Dios no querría el mal para ninguno de nosotros. Entonces ¿Por qué nos llega la hora de morir? De lo que si estoy segura es que mi prima está presente en la mente de quienes la quisimos con el alma y seguimos recordándola con el corazón.
¡Ya no más…! nunca más Andrés Galarza Prado Hay etapas en la vida en que utilizamos estas frases para referirnos a un cambio importante. Quizás se utilizan con frecuencia cuando nos graduamos del colegio. El día de la ceremonia, mientras caminamos lenta y coordinadamente hacia nuestros puestos, con los padres y seres queridos alrededor viendo nuestro transcurso emotivo, nos ponemos a reflexionar lo que fue esta etapa de nuestras vidas. Compañeros, profesores e infinitas anécdotas quedarán para el recuerdo pues ya es hora de seguir adelante, hacia un futuro incierto y a la vez, alentador. Ya no más. Nunca más el colegio. Y aunque cause un poco de melancolía este pensamiento, por los momentos bonitos que se vivieron en ese período, también hay sentimientos de alegría pues se cumplió una meta de esfuerzo y dedicación.
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El 31 de enero de 2007 ocurrió un enorme cambio en mi vida. Esa mañana, al oír la irritante chicharra de timbre de mi casa, corrí como caballo desbocado para abrir, como siempre solía hacerlo con entusiasmo. Del otro lado de la puerta, me topé con la mirada perdida y devastada de mi madre. Sus ojos, empapados en lágrimas, me dejaron estupefacto. “Mataron a mi hermano. Alístate que tu papá pasa por ti en media hora.” Esas fueron las únicas palabras que logró murmurar antes de romper en un sollozo descontrolado. Después de darme la inesperada noticia, volteó y se fue sin decir nada. No fui capaz de preguntarle algo. Simplemente la observé irse mientras me quedé ahí parado en la puerta, atónito, aturdido y confundido. Mataron a mi hermano. Repetí la frase una y otra vez tratando de entender su significado hasta que me golpeó la realidad. Un golpe seco, que me dejó sin aliento, inestable y tembloroso de la angustia. ¡Ya no más...! nunca más volveré a ver a mi tío. ¿Si nacemos para morir, por qué nos causa tanta tristeza y miedo la muerte de un ser querido? Quizás porque relacionarnos con las demás personas nos hace formar un fuerte vínculo emocional y afectivo del cual es difícil desprendernos. A pesar de esto, no se puede evadir la muerte y hay que aprender a dejar ir a las personas con el tiempo. Sin embargo, esta vez no era tan fácil. Lo mataron. Le quitaron la vida a mi tío. No fue natural, ni fue obra de Dios. Nadie lo tenía en mente. Pasó. Pero no fue al azar, sino que unas manos despiadadas se dieron el descarado lujo de decidir el destino de mi ser querido. ¿Se debe perdonar? ¿Acaso el responsable está arrepentido? ¿Acaso puede reparar el daño? Sin darme cuenta en qué momento, me encontré sentado en el carro al lado de mi padre. Fue un recorrido silencioso, en el que ninguno de los dos se atrevió a decir una sola palabra. Yo miraba por la ventana, viendo a la gente pasar. Me preguntaba cuáles estaban próximos a morir, cuáles eran asesinos, cuáles eran buenas personas. ¿Y a mí?
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¿Qué me esperaba en este mundo que a veces puede ser tan cruel y malvado? La llegada al velorio fue bastante impactante. Era la primera vez que se me moría un familiar cercano y la experiencia fue devastadora. A mi alrededor, sólo veía lágrimas y caras desconsoladas. El asesinato de un hombre joven como mi tío era algo difícil de soportar. Dejaba atrás a una esposa que lo adoraba, a un hijo de cinco años que se criaría sin padre, a una familia que lo amaba. Todo esto me oprimía el corazón, me hacía sentir una tristeza enorme. Sin embargo, no era a lo que más le temía. Atravesé el velorio y saludé a unas cuantas personas que me eran familiares, más no las reconocía bajo la máscara de dolor que llevaban puesta. Al llegar al fondo del salón fue que me topé con mi mayor debilidad. Sentada en un rincón, vestida de negro y con la cara tapada en un pañuelo se encontraba mi adorada abuela, cuyo llanto no cesaba. A su lado, mi abuelo la abrazaba tratando de consolarla, el mismo se encontraba devastado por la realidad. Aquí ni el más valiente lograba contener las lágrimas. Esta imagen me arruinó. Mis abuelos son una bendición enorme que me ha entregado la vida. Un par de almas caritativas y amorosas que me cuidan y me ayudan como si fueran otros padres. Son lo más tierno que tengo y el afecto que tiene mi corazón por ellos es indescriptible. Muchos de mis familiares dicen que mi tío no hubiera podido soportar la muerte de sus padres, pues los amaba de manera inimaginable, y que quizás esta fue una de las razones por las que murió antes que ellos. Pero verlos llorar la muerte de su hijo menor quizá le hubiera derrumbado el mundo como me lo derrumbó a mí. Quité la mirada de mis abuelos. No fui capaz de saludarlos pues sabía que mis lágrimas no les transmitirían la fuerza que necesitaban en ese momento de melancolía. Mi mirada entonces se topó con el ataúd por primera vez. Estaba en el centro de la sala, rodeado por flores y una multitud que miraba el cadáver de mi tío. Un escalofrío se apoderó de
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mi cuerpo. Era la hora de decir adiós. De llevarme la última imagen de mi tío. Pero tenía miedo. No sabía con qué me iba topar adentro de ese oscuro ataúd. No me sentía preparado. Sin embargo, tenía que hacerlo. Con el poco aliento que tenía, me dirigí lentamente al centro de la sala. Era tiempo de despedirme y enfrentar el nunca más.
Mi querida abuela María Fernanda Becerra Saavedra No recuerdo muy bien el día en que mi adorada abuela fue hospitalizada, solo sé que era el mes de noviembre, creo que a mediados. Mi abuela luchaba contra el cáncer, sin saberlo, durante aproximadamente siete años; no padeció de deterioro, por el contrario, se veía muy saludable y alegre. Pero todos en casa sabíamos que tarde o temprano la vieja se nos iba a ir. Pasaron los años y a pesar de que no sufría los dolores del cáncer, en ocasiones su salud decaía; esos momentos eran de completa desesperación tanto para mí como para toda la familia. Sentíamos no poder ayudarla de manera adecuada, tratábamos de compensarlo, reuniéndonos todos y compartiendo con ella, disfrutándola lo que más pudiéramos antes de su partida. El mes de octubre de 2008 pasó rápidamente y llegó noviembre, dando paso a los preparativos del largo viaje de la abuela. Fue una mañana un poco fría cuando mi abuela se levantó muy indispuesta; ya no tenía su sonrisa, en realidad estaba pálida e inquieta. Era evidente que algo sucedía en su organismo; la miré fijamente por un rato y tratando de mantener la calma me dirigí hacia mi habitación, pero antes de que pudiera abrir la puerta, escuché el grito de mi tía. Sin pensarlo, me volteé para encontrarme con una escena poco agradable; era la de mi tía tratando de levantar con mucho esfuerzo a mi abuela. El tumor que tenía mi abuela en el paladar, estaba generando una hemorragia.
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Recuerdo que pasé dos horas sentada en una de las sillas de la sala de espera de la clínica, llena de angustia mientras observaba los rostros de mis familiares. Reflejaban temor al exponerse a la sensación de pérdida de un ser querido; yo experimentaba el mismo miedo. Imaginaba que la muerte entraba en la habitación de mi abuela, y se la llevaba. Fueron las dos horas más largas de mi vida hasta que apareció el doctor con la noticia: La abuela estaba muy delicada, por la pérdida de sangre y la metástasis del cáncer. La noticia recorrió cada centímetro de mi cuerpo, generando escalofrío; en ese momento proyecté en la mente los recuerdos con mi vieja. Ya la sentía parte de otro mundo. La abuela estuvo en coma esa madrugada y su esperanza de vida era mínima. El doctor nos recomendó hacernos a la idea de que la abuelita pronto iba a irse de nuestro lado y que lo mejor, era que cada uno entrara a despedirse para que pudiera descansar en paz. Fui la última en despedirme… de mi boca salió un te amo que recorrió mi cuerpo y un gracias por todo el amor que me dio. Sujeté su mano y la besé, sin poder contener las lágrimas. Esa fue la última vez que mis labios susurraron una palabra cariñosa dirigida a la vieja y la última vez que toqué su piel. Al parecer ella estaba esperando mi despedida. Ahora a pesar de que no la tenga para abrazarme y decirme lo mucho que me ama, sé que mi vieja me acompaña y protege. Ella es mi ángel guardián; espero que venga a recogerme el día que me toque partir para no llegar sola a ese lugar desconocido y tener la excusa de volver a ver su sonrisa hermosa.
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Del júbilo a la tristeza Juan Martín Mancera Alzate Diciembre es un mes de momentos familiares (como el día de las velitas, la llegada del niño Dios, fin de año, entre otros) y también un mes en que la rumba es algo común, en otras palabras, un mes de muchas alegrías. Cuando una persona sale a rumbear, más en esta época de alegría, nunca se piensa que vaya a suceder una calamidad familiar. Al menos no pensé que en diciembre pudiera ocurrir la muerte de un ser querido. El 28 de diciembre fue un día común; el día comenzó a las 10 a.m. Cuando desperté (algo temprano para ser vacaciones), tomé un desayuno rápido, me dirigí a mi cuarto y me puse ropa deportiva, ya que se acercaba la hora de mi entreno de tenis (deporte que amo practicar). El tiempo pasó rápido, cuando acabé miré el reloj y ya eran las 2:00 p.m.; no me sorprendió porque no me había percatado lo rápido que había transcurrido el tiempo. Fui a mi casa, tomé un baño de agua fría (que fue muy refrescante), almorcé y me acosté un rato. Al despertar de mi profundo sueño, miré la hora y dije ¡Wow, las 5 p.m.!, después, miré mi celular para saber qué mensajes me habían enviado. Cuando vi la conversación de uno de mis compañeros del colegio, decía que en la noche saldríamos a rumbear, quizás a Granada o a Menga, a una de esas discotecas de jóvenes. Antes de salir de mi casa, noté que algo no andaba bien. Mis padres, que esa noche tenían una fiesta en el Hotel Intercontinental, se veían tristes y con las “caras largas” (como suele decir mi madre), lo que hizo que me acercara a preguntar qué era lo que pasaba. La respuesta de mi madre fue: Su abuelita Josefa esta delicada, iremos a la casa de ella porque le duele el pecho. Al oír eso, no tuve mucha preocupación.
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Me limité a despedirme de mi madre y mi padre, pedir un taxi e irme para el lugar donde me esperaba la rumba. La noche transcurría normal. Tragos van tragos vienen. A las dos de la mañana me dio por revisar mi celular. Gran sorpresa me llevé al ver que no solo tenía cinco mensajes, sino también seis llamadas perdidas de mi mamá. Inmediatamente marqué y le pregunté. Su respuesta fue –No hijo, solo quería informarte que estamos en la clínica con tu abuela ya que ese dolor en su pecho puede ser un infarto–. Me preocupé un poco pero no lo suficiente para interrumpir mi alegre noche. Llegué a casa a las 4 a.m. Antes de ir a dormir, me asomé al cuarto de mis padres y supe que aún no estaban en casa. De todas formas, no los llamé. Simplemente, me acosté a dormir. A eso de las 9 a.m., un timbronazo me despertó. Era mi celular. Un poco enojado, contesté. Era la voz de mi madre; estaba un poco ronca y sonaba triste. Solo me dijo: Tu abuelita Josefa, acaba de morir. Y colgó. Eso me dejó en shock tanto así que no sabía si llorar o lamentarme por no haber estado con mi abuela las últimas horas de su vida. Lo único que me pareció positivo es que aprendí a que ningún evento social o ninguna fiesta están por encima de la familia. Uno debe valorar a sus familiares y estar con ellos el mayor tiempo posible, porque nunca sabe cuándo nos van a necesitar.
Mi viejita Juliana Lores Espinosa Un grito desesperado interrumpe la hora del almuerzo. Es Doris, la empleada de la casa, que pide ayuda. Lo único que le entiendo es que algo le pasó a Doña Ofelia. Como con súper poderes, nos paramos de la cama mi mamá, mi papá y yo. Al salir de la habitación, nos encontramos
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con Jenny, la otra empleada, en el suelo tratando de sostener a mi abuela. Mi mamá exasperada pregunta qué sucedió. Mi papá levanta del suelo a mi abuela y la lleva a la cama más cercana. Me gritan implacablemente que pida a una ambulancia. No sé ningún número, solo me quedo inmóvil. Mi mamá coge el teléfono, marca un número y me pide que de la dirección para una ambulancia. Sin siquiera pensarlo, empiezo a llorar. Escucho una voz que me habla por el teléfono, pero no me acuerdo de nada, no sé en qué dirección estoy, solo digo gritando: Una ambulancia para la casa del Dr. Lores por favor. Voy al cuarto de mis hermanos, y veo a mi abuela recostada en la cama, quieta, y a mi papá quitándole los aretes, y tratando de encontrar su pulso. No entiendo muy bien lo que está pasando. Solo observo y trato de no estorbar. La ambulancia llega, a mi parecer, en 10 segundos. Rápidamente entran dos señores a mi casa, con atuendos como de película, y suben las escaleras con una camilla en sus brazos. Miro a mi mamá llorar angustiada, y a mi papá diciéndole que él se va a ir en la ambulancia y que ella se fuera en el carro. Cuando ya tengo tiempo para pensar en lo ocurrido, estoy sola en las escaleras de mi casa llorando. Lo único que queda en mi mente, son imágenes de mi viejita, como siempre la he llamado. Empiezo a recordar cuando mis primos y yo nos quedábamos en la casa de mi abuela, y siempre comíamos arroz con huevo a la comida. Me lleno de tristeza sin saber que le puede llegar a pasar, y siento arrepentimiento por no haber sido mejor nieta con ella. Ahora solo me queda pedirle a Diosito que la proteja y la deje aquí conmigo. Ya es de mañana y por fin me dejarán ver a mi abuelita. Entro a una fría clínica, con personas caminando rápido por doquier. Entre ellos veo a mi papá, con su bata blanca y un fonendoscopio alrededor de su cuello. Nos dirigimos hacia la Unidad de Cuidados Intensivos. Entre todas las camillas, reconozco la de mi abuela. No se mueve, no responde. Miro detalladamente miles de máquinas conectadas a ella con cifras y letras que no entiendo. Veo a mi papá, y en su cara se siente la frustración de no poder hacer nada por ella. La tristeza me
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invade y empiezo a llorar. Nos reunimos alrededor de ella y tomados de las manos, empezamos a orar. Como quisiera poder hacer algo por ti, quisiera saber qué es lo que te pasa y poder ayudarte. Me siento inútil. Quisiera poder ver la alegría de tus ojos otra vez y decirte lo mucho que te amo. Tres días después, mi abuela muere por una embolia en la arteria basilar. A mi viejita, que Dios la guarde en su gloria.
Crónica de la muerte de un ser querido Daniela Duque Rodríguez La melancolía llegó con diciembre, el mes más alegre de todos, el esperado y familiar. Recibir la noticia de un cáncer no esperado, ha sido lo peor. Ese día, 7 de diciembre, la luz de las velas no brilló tanto como en los últimos catorce años. Todo era tristeza y confusión. Ni mi mamá, ni mi papá, ni mi hermana y mucho menos yo, sabíamos qué pensar. Fue una noche nostálgica, llena de sentimientos y amor familiar. A eso de las ocho de la noche, hubo una reunión. Mi padre habló durante media hora con la firmeza y elegancia que siempre tuvo su discurso, con esperanza y buena energía para mi madre (la que más lo necesitaba) pues estaba destruida. Mi padre no lloró. Como cosa mía, noté los ojos brillantes de mi padre, dejándome esa idea de caparazón de fortaleza que pocas veces dejaba caer. Pasaron los días y con ellos la angustia de un nuevo despertar. Los resultados eran contundentes. Un cáncer en la base de la lengua, grado IV, no era fácil de sobrellevar. Se necesitaba quimioterapia y radioterapia y mi papá no estaba dispuesto a someterse a ese tratamiento después de la cirugía.
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Fueron horas de diálogo entre mis padres, decidiendo sobre la vida de uno de ellos y sobre la alegría de todos nosotros. Tiempos pasados fueron mejores…pensaba yo en ese entonces, ignorando que aquel presente (con la presencia física de mi padre) iba a ser mejor que mi vida hoy en día. Finalmente, con una carta, mi padre nos informó de la manera más dulce y precisa que haría lo que fuera para sobrevivir ante esta dificultad y que era consciente que su ausencia no sería buena para nosotros, que daría todo de él para salir vivo de ésta y verme crecer, llegar a la universidad y tener hijos…para estar ahí. Llegó el día de la cirugía, los nervios y la angustia se apoderaban de nosotros, más de mi mamá y yo, que de Juan, mi papá. Estábamos todos allí: mi hermana, mi tía, mi mamá, mi papá y yo. Yo, pensando en que nada malo pasaría, en que todo saldría bien. Unos días antes, el cardiólogo de mi papá estaba preocupado por su corazón pero sabía que si no lo mataba el corazón, sí lo haría el cáncer y por eso, debía operarse cuanto antes. Era la hora de la operación, se acercaron a llevárselo y él, con lágrimas, se despidió y nos aseguró que todo saldría bien. Todo fue tan efímero que no me detuve a pensar en que sería la última vez que hablaría con él, que aprovecharía para decirle cuánto lo amo, lo necesito y lo admiro; decirle lo mucho que me divertía, hablarle de mi vida, contarle mis chistes estúpidos y ver su risa. Decirle que amaba pelear con él porque nuestras peleas duraban más de una hora. Decirle que me molestaba hacerle el café todas las tardes pero que contradictoriamente disfrutaba sentir el aroma entrando por la nariz, llegando a mi cerebro, y que de ahora en adelante, ese olor me recordaría su presencia para siempre. No aproveché para decirle que me gustaba cuando me hablaba de política, cuando me hacía pasarle los cuatro libros que leía en la semana, que me inculcara leer el periódico y me enseñara matemáticas. No aproveché para decirle que disfrutaba cuando me dejaba jugar con
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su silla de ruedas, hacerla pasar por mi patineta y correr con el viento entre nosotros para afirmarle que era el papá que todos quisieran, ese ejemplo que tomé desde pequeña y que tomaría para el resto de mi vida. Es imposible no recordar todo lo que hubiera querido decirle en ese momento y por ingenua no le dije sin tener lágrimas en mi rostro. Después de entrar a cirugía, los doctores no salían. Nosotros nos desesperábamos, el tiempo corría lento. Finalmente, la doctora salió diciéndonos lo siguiente: “Todo estuvo perfecto. Su corazón se portó excelente y no tuvimos complicaciones. Era un cáncer más grande del que nos imaginábamos pero lo sacamos todo”. ¿Cómo no recordar esas palabras de alivio y angustia al mismo tiempo? Visitar a mi papa en la UCI fue todo un deporte extremo. Verlo así no me favorecía para nada y mucho menos favorecía el estado de ánimo de mi mamá. Ese día estuvimos con él la tarde entera, y al rato, empezaron las complicaciones. Recuerdo que a las 3:00 p.m. empezó a sangrar debido a la traqueostomía, solo mi mamá estaba adentro, era una tarde soleada, no sabíamos qué más hacer, así que nos pusimos a rezar. Fuimos a buscar la capilla de la clínica Imbanaco pero ese sábado, estaba cerrada. Rezamos como si se tratara del fin del mundo, y en verdad así lo era. La muerte de mi padre significaría algo así como un apocalipsis para nosotros. Esperamos hasta las 7:30 p.m. y mi mamá salió nuevamente, un poco más tranquila pero con esa inquietud de no poderse quedar con mi papá en la noche pues no permitían las visitas. Nos fuimos a casa con el cuerpo pero se quedó allá nuestra alma y el corazón, lo llevábamos en las manos. Fue una noche difícil, de no poder dormir y de pensar a qué hora sonaría el teléfono para avisar algo. Nada ocurrió. Las mañanas y las noches siguientes transcurrieron de manera parecida hasta el miércoles. Aquel día no pude ir a la clínica, estuve triste todo el día pues no verlo ampliaría la herida que ya tenía en mi
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corazón. Esa noche cuando mi mamá llegó, recibí una llamada ¡Era el! Mi emoción desabordó los limites, apenas alcanzaba a escuchar una voz ronca pero sin duda, con el tono de él. Me decía lo mucho que me amaba y que estaba luchando por recuperarse, que extrañó no ver mi sonrisa que tanto le gustaba. Fue una llamada corta a las 8:00 p.m. aproximadamente. Logramos dormir esa noche hasta que de pronto, el ruidoso timbre del teléfono, nos despertó. Eran las 3 a.m. Nos dijeron que mi papá estaba muy grave, nos levantamos inmediatamente y mi mamá empezó a llorar. A las 3:05 llamó mi hermana diciendo que mi padre había fallecido. Fue un momento de shock. Mi mamá no podía manejar así que pedimos un taxi. Ella lloraba y yo gritaba. Yo no producía lágrimas y no recuerdo como caminaba. Llegamos a la clínica a las 3:45 a.m., corrí por el largo pasillo del piso 13 de la torre A hasta llegar al cuarto. Este recorrido se me hizo muy largo, creí que atravesaba un túnel sin salida hasta que por fin, encontré la puerta. Llegué y corrí hacia los brazos ya sin vida de mi padre, lo sentí aún caliente y lloré por primera vez. Me quedé allí acostada junto a él mientras mi mamá lo miraba sin tocarlo. Estaba impactada llorando. Lo demás fueron lágrimas y recuerdos que me parten el alma, recuerdos tan reales y dolorosos como su muerte.
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Hacer bombas de chicle
Otros textos
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Escribir sin premios Pedro Rovetto Villalobos Cuando era niño y adolescente gané los únicos premios de literatura que me correspondían, o eso parece hasta ahora. En primaria gané uno del Benemérito Cuerpo de Bomberos por una composición que me había escrito mi tía Lola quien siempre creyó en mis habilidades literarias. Quizás esa infantil estafa me llenó de karma negativo para la sequía de premios que he vivido. El último año de bachillerato fue mi Annus mirabilis para premios literarios. En un año y un solo concurso ocupé el primer, segundo y tercer puesto. Se trataba de escribir sobre la hispanidad, cuando aún la hispanidad significaba algo, un 12 de octubre. Los jurados eran miembros de la Academia de la Lengua Española de mi país. Escribí un manuscrito de más de veinte páginas comparando poetas españoles desde Berceo a Lorca y Alberti. Aunque no lo crean ahora, muchachos, los había leído a todos. Ese trabajó ganó el primer premio: algo de dinero que gasté en libros y una medalla que he perdido. Lo único que quizás hubiera perdurado en la historia local fue que resbalé por una escalera de mármol en el acto de premiación y casi mato a un anciano académico. El segundo y tercer premio en aquel concurso también salieron de mi pluma. El segundo lo escribí para una de mis mejores amigas, Ruchi, quien llena de orgullo salió a recibir el premio de manos de su tío el Ministro de Educación. El texto que ganó el tercer premio fue para la niña que me gustaba y con quien no tenía posibilidad de llegar a más nada, Rocío. Ya son ellas señoras mayores y no creo se molesten al
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revelar ahora el engaño. De estos dos últimos textos no recuerdo nada en absoluto. Tampoco creo que la Academia los haya guardado (aunque los académicos y yo somos paisanos del más compulsivo archivista del período colonial americano, Don Manuel Joseph de Ayala). Ansié luego por muchos años ganar algún premio de poesía concursando bajo diversos seudónimos y en tres copias numeradas al carbón, etc. Sólo me sostuvieron en ese desierto de reconocimiento público dos experiencias. Un día di a leer mis versos a un señor poeta mayor que me mandó a decir por su hijo y amigo mío: siga escribiendo. En reprospecto espero que sin haber leído mis versos haya mentido, por su buen nombre, porque estos eran horribles en aquella época: versos libres con gatos, crepúsculos, mar y amor no correspondido. En otra ocasión di mis versos a otro amigo, escritor fácil y ocurrente hasta el delirio. Él se los pasó a su pareja y bebiendo entre ellos vino calificaron tres de mis versos como muy buenos: “Nada se te escapa en ese silencio/ con que te cubres/ rebelde paloma de torpe mago” No sé si agradecerles o no el haber seguido escribiendo poesía (cual esclavo de Góngora: “Amarrado al duro banco/de una galera turquesa…”) por muchos años. Nunca gané un premio. Sólo viví momentos intensos comparables a ciertos fragmentos de Haydn, Ravel o las Sagradas Escrituras (más algunos Padres de la Iglesia en Maitines). Quizás por todo lo anterior impulso a mis estudiantes de medicina a escribir, escribir, escribir sin premios pues algo descubrirán. Esa es mi dulce y provechosa venganza.
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Solo una experiencia Nataly Chasy Molik Fue duro para ella conocer el sentimiento del antes y el después de aquella experiencia. Un cuarto oscurecido por la noche en el que a través de una cortina clara se cruzaban pequeños rayos de luz, se exhalaba un olor intenso a húmedo, a tierra, a lluvia. La televisión encendida en frente a sus ojos y ninguno de los concentrados en mirarla. Se escuchaban sus respiraciones intensas y se podía observar el sonido a pleno pulmón de su interior gritando en rebeldía por un beso. Sabían que algo ocurría o estaba por ocurrir. Sentado a su derecha, él tomó la decisión de agarrarle la mano, ella la sintió fría y seca, y su corazón arrancó en la carrera más intensa de su vida. Lo miró, y miro a su boca, sabiendo que correría tras ella dos segundos después; pero él se anticipó tomándola por su mejilla y acercándola. Sus labios colisionaron fundiéndose en el calor más profundo, soltó su mano y ella se sintió perdida. Mientras él la orientaba de nuevo aglutinándola contra su cuerpo; ella sentía como sus senos encerrados en su blusón de tirantes se consolidaban con su pecho. El calor de su aliento era transmitido por sus besos, momentos tranquilos y bruscos por instantes mostraban el intento de agarrar con los dientes sus labios, demostrando así las ansias de hacerla completamente suya. Deslizó espalda abajo su mano tomándola por la pierna y recostándola en el sofá; ni por un segundo soltaba sus labios. Ella introdujo sus manos dentro de la camisa tomándolo por la espalda y juntándolo hacia ella; sentía que el corazón pegaba en su pecho. Él quiso quitar su blusón agarrándolo por la parte inferior, ella despegó sus labios mirándolo a los ojos, el buscó respuesta de aceptación en su mirada y ella afirmó. Nuevamente con un beso leve procedió a subir su camisón. El frío de la noche producía en ella un
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trivial escalofrío, mientras él la encerraba fuertemente con sus brazos pensando que así lo calmaría. Ella quitó su camisa, sintiendo como su pecho y su abdomen bañados en sudor se mezclaba con el suyo, el desfilaba su mano por todo el dorso de su cuerpo, produciéndole un hormigueo pasivo en su estómago, se levantó y se sentó a sus pies colocando las manos sobre su abdomen y deslizándolas dócilmente para quitar sus interiores, los resbaló por sus piernas hasta sacarlos completamente y de nuevo fijó su cuerpo con el de ella. Mientras corrían los segundos acompañados de ese beso penetrante, ella desprendía el botón de su pantalón, indecisa, pero aun así no quería parar ese momento, logró desabrochar su pantalón quitándolo rápidamente, él la miró con una pequeña sonrisa jovial, asombrado de su actuación, los dos se miraron sonriendo desencadenando un nuevo beso aún más profundo. El abrió paso entre sus piernas con su cuerpo, penetrando así en sus entrañas; ella sintió como un ardor profundo mientras desgarraba un grito fuerte de dolor. El tomando con las dos manos sus mejillas vio el dolor en sus ojos, quedando inmóvil reposando sobre su cuerpo, sin desprenderse de ella aliviando su dolor. Tres segundos después acostados uno enfrente del otro, él la besó en la frente, mientras veía como ella caía en un profundo sueño.
Cordura encerrada Camilo Andrés Linares Vargas Un objetivo, ser grande, exitoso ¿Pero cómo, en un mundo donde el éxito es material y lo grande es lleno de mentiras y crueldad? ¿Y quién piensa con hambre? ¿Quién se atreve a perder el pan de su
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boca? Necesitamos un cambio total. Algo que desenmarañe cada raíz plantada en la mente de los individuos. Los pequeños “cambios” ya no sirven, son parte del sistema ¿Violencia? Creo que ya la hemos vivido ¿Qué posición tomar? ¿Qué sentir? ¿Ira? ¿Tristeza? ¿Resignación? O quizás ¿Es mejor no sentir? ¿Será que de verdad vivimos o simplemente existimos? ¿La solución? Tiempo y evolución. Terminé de escuchar al paciente del hospital psiquiátrico, volví a mi habitación bajo los efectos de los medicamentos circulando por mi cuerpo y pensé: No me arrepiento de estar aquí.
Caso clínico Daniela Jiménez Paredes Paciente de 16 años de edad, ingresa al servicio de urgencias refiriendo una patología un tanto extraña. Su vista parece estar seriamente afectada. Debió presentar desordenes en su sistema nervioso, ya que refirió insomnio e hiperactividad. Constantemente los vasos sanguíneos de sus mejillas hacían vasodilatación…la paciente solía sonrojarse en forma repetida. Su audición había mejorado notablemente, ahora cada canción tenía sentido y el mundo le parecía bello. Me atrevo a inferir que su sistema autónomo ha presentado reacciones en respuesta a aferencias sensitivas de tipo somato sensorial que incidieron sobre su sistema límbico. Ya he escuchado sobre esta patología antes. Según las estadísticas epidemiológicas, cada persona la ha padecido al menos una vez en la vida. Los signos y síntomas apuntan hacia un único diagnóstico…enamoramiento. Hace un tiempo, esta enfermedad se volvía crónica y por más que se intentaba, parecía que no había cura. Su sistema inmune luchó
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fuertemente por combatir ese sentimiento, pero los esfuerzos fueron vanos. Ahora se encuentra en proceso de recuperación, y la verdad, después de tanto tiempo, de tantas emociones juntas, me atrevería a afirmar que sus linfocitos han hecho memoria y por fin ha creado inmunidad.
Sin título Marco Vera Soto Y cuando pensé que había elegido correctamente mi carrera, le dio por hablar a ese tal “yo interno” que lo único que hace es confundirme, hostigarme y darme consejos incoherentes. ¿Será creerle? ¿Será hacer lo contrario a lo que me dice?... La respuesta no la tiene ni él ni yo; un tal “tiempo” se supone que la tiene, pero ese condenado nada que llega.
Una tumba para muchos Kelly Daniela Pinzón Jurado Encerrado de por vida en un cuarto, sin que nadie pueda entrar o salir de este, y completamente sólo, cierra sus ojos. El guardia de su tumba hace callar la algarabía dentro del cuarto.
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Héroe Kelly Daniela Pinzón Jurado Se amputaba los brazos, luego las manos, los dedos, después desmembraba las piernas, los pies, por último, desgarraba su piel y arrancaba sus cabellos. No le importaba, pues más tarde volverían a salir.
Otto el piloto Danilo Osorio Flórez Mientras era transportado por la real guardia hacia la mazmorra que le había sido asignada, Otto el piloto gritaba: “Devuélvame mis alas señor, dígame dónde está mi nave y mi uniforme que tengo una misión sobre las Islas Bermudas por cumplir”
Dinosaurio No. 2 Julio César Hernández Y cuando recobró la vida, el recuerdo de su ideal se había transformado en la ironía de su ideal y deseó estar muerto.
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El bebé Leidy Johanna Morales Tellez El bebé es ese ser entre gente que es célebre, endeble. Este ser excelente: estremece, enternece, embellece desde que crece. El nene depende de gente decente que le llene, que le merece; merece que le enseñen, que le enfrenten. Verle desde el deber, desde el tener, es demente, repelente, verle desde el querer, es embelese. Desperté, desee defender el bebé enclenque, endeble. El nene que se enferme le entenderé, seré clemente, creeré en el nene enclenque. Le preveré de excelente mente, excelente ser, que éste se desempeñe ñeque, que deje de temer. El reverdecer del bebé es el entretener de Ester, de Jesé... De repente esté levemente el estrés, veré pestes, temeré. Tendré fe en Él, dependeré de Él, el jefe, le perteneceré. Entenderé, emprenderé el querer desde el celeste, meteré el querer.
Reclamo Isabella Rebellón Martínez Cuanto daría porque me escucharas. Si eso fuera posible te pasaría la cuenta de toda mi vida amargada de hija indeseada, del odio que recibí, tu falta de amor y compasión. Al menos me hubieras dado en adopción y así me hubieras ahorrado la tortura del aborto.
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Reflejo Isabella Rebellón Martínez Hoy fue un día de tantos, nada para agregar. Me dirigí al lugar de siempre, aunque me sentía un poco extraña. En el corredor del hospital todo era una confusión. La gente corría hacia el quirófano, donde estaba aquella mujer que trajeron grave del accidente. Cuando abrí su pecho, vi su corazón. En sus latidos finales sentí un agudo dolor. Luego de ver su cara quedé horrorizada. Fue como mirarme al espejo.
Con riesgos Constanza Abad Gómez Cuando se me propuso escribir sobre una experiencia médica, propia, familiar o social, vinieron muchas ideas a mi mente. No pensé en una enfermedad literalmente hablando, pero sí pensé inevitablemente en padecimientos. Inicialmente se me ocurrió escribir sobre la menstruación, ya que recientemente vi un documental en el que se hablaba sobre las ideas alrededor de esta puntual visita en las mujeres, además de la curiosidad que me generaba el saber que a pesar de ser algo normal, sigue siendo un tabú en nuestra sociedad, tanto así que no hay propagandas de toallas higiénicas donde muestren que el flujo menstrual es rojo, pues lo muestran de color azul. ¿Cuántas niñas crecerán creyendo que al desarrollarse les llegará un líquido azul por sus genitales?
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Seguí pensando y se me ocurrió algo relacionado a mi anterior idea, pensé en las mujeres a las que por x o y razón les han quitado el útero o la matriz, y supuse que independientemente de la edad, de que ya se hayan tenido hijos o no, tendría que ser algo muy traumático, por el simbolismo de psíquico que éste órgano representa. Esta idea no vino a mi mente gratuitamente; la esposa de un tío muy cercano se encuentra actualmente próxima a realizarse una cirugía para extraer su útero. Me impactó. Aunque me emocionaba escribir sobre las dos cosas, quería encontrar algo más general, algún padecimiento que no involucrará solo a las mujeres, sino a los hombres también, algo que interesará al lector independientemente de su género, incluso que éste se pudiera sentir identificado y sensibilizado con mi escrito. Entonces, recordé a Brene Brown, una trabajadora social de los Estados Unidos, dedicada a la investigación; de ella vi un video que personalmente rompió muchos de mis esquemas, o quizás solo uno que perturbó a los demás. Ella se dedicó a investigar la conexión, de dónde provenía la capacidad de sentirnos conectados entre los seres humanos, de dónde provenía la empatía, cómo se establecían los vínculos, en general, cómo era que nos conectábamos. Se trataba de escudriñar en un concepto realmente abstracto que abarcaría las experiencias de mayor sentido en las personas, y se encontró con la vulnerabilidad, el núcleo del miedo y la vergüenza, pero también de la alegría, la creatividad, el amor y la dignidad. Supe en este instante de mi búsqueda, que sobre eso quería escribir, que en este tema encontraría un padecimiento general, que no excluiría a ningún ser humano sobre la tierra: Amar, soñar y contar lo que soñamos, esperar, intentar, disponerse aunque no hayan garantías, atreverse, develarse, exponerse, son algunas de las cosas que más nos cuesta a los seres humanos. ¿Qué hay de común en estas cosas? En todas nos ubicamos en un lugar en que algo puede salirnos bien o mal, en el que podemos ser bien o mal juzgados, en el que podemos ser cuestionados, un lugar bastante
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incómodo, un lugar en el que simplemente hay que dejarse ver, un lugar de vulnerabilidad. Pero, ¿qué es la vulnerabilidad? Es tener el coraje de ser imperfectos y en esa condición dejarnos ver por el otro. Precisamente allí está la dificultad, todo lo que hacemos en nuestra vida, generalmente lo hacemos con el propósito de crecer, de buscar un lugar en el que podamos ser mejor de lo que somos ahora. Transitamos día a día un proceso de autocorrección, de pulimiento, y nos decepcionamos cuando por más que avanzamos en éste, no logramos lo que buscamos, nunca estamos conformes con nosotros mismos, y ni hablar de los demás, tampoco están conformes con nosotros. Definitivamente no hay nada de malo en crecer y auto mejorarse, al contrario, es el mejor objetivo que se puede pretender, pero poco nos detenemos a preguntarnos si esa lucha y competitividad está patrocinada por un sentimiento de anulación propia, por un rechazo consciente o inconsciente de lo que somos, por una auto negación. ¿Qué puedo esperar de mí cuando no me acepto? ¿Orgullo tal vez? Me prohíbo así la oportunidad de dejarme ver como soy por el otro, pues me avergüenzo de lo que soy, entonces no me expongo y en esa medida no me conecto. No conectarse, es la gran pérdida. Nuestra sociedad padece sin dudas de esta imposibilidad de conectarse. Los conflictos de nuestro mundo, todos, nacen de la poca disposición de los seres humanos a sentirnos vulnerables, a sentirnos en riesgo, a ponernos en el lugar del otro. Vivimos en el contrario a este sentimiento, el orgullo. El orgullo no se expone, no se deja ver, el orgullo se avergüenza de sí y se encubre en una cara nueva, diferente a la real. Cuántas veces hemos estado genuinamente en el lugar de decir primero que el otro “Te amo”, “Te quiero”, “Te perdono” “¿Me perdonas?” “Te espero”, “Te tolero”, “Te acepto aunque a veces no me guste lo que haces”. ¿Cuántas veces recibimos las palabras de otro con humildad? Ciertamente en la mayoría de ocasiones estamos en la posición
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contraria, queremos que nos perdonen, que nos digan cuánto nos aman, que nos esperen, que nos toleren, que nos acepten como somos, que nos entiendan, que no nos digan la verdad, o que la digan sin que nos duela. Esa posición es demasiado cómoda, allí no nos exponemos de ningún modo. Pero hace falta exponerse para poder conectarse. La vulnerabilidad no es buena ni mala, simplemente es necesaria, y tremendamente formativa, es el núcleo de los triunfos, pero también de los fracasos. Se trata de la vulnerabilidad y de la no vulnerabilidad, en ambos caminos se cosecha. Me pregunto y me respondo en afirmativo, si la fugacidad de las relaciones de pareja actuales provienen del hecho de que cada vez más, por la lucha de poderes, nos exponemos menos, o casi nada frente a nuestra pareja, o esa persona que decimos amar. Tenemos una tendencia aguda al control, a caminar en paso firme sin equivocaciones, a no dar nada si no recibimos algo, y ese algo es la garantía de que al menos no perdimos nuestro tiempo o esfuerzo. Y cuántas veces, por no dar, nos quedamos esperando, y ¿Cuántas relaciones se acaban porque ninguno dio o cedió, ninguno se puso en riesgo esperando a que el otro lo hiciera primero? ¿No estará ahí el meollo de esta sociedad? Aquí o allá, en Colombia o Afganistán, sucede exactamente lo mismo. Si nadie nos ve, si a nadie le permitimos hacerlo, si andamos con caparazón, cómo podemos esperar continuidad, estabilidad, felicidad, tranquilidad. No bastan las dichas momentáneas, la paz continua que provee el estar en simetría con uno mismo no la da nada, y cuando hablo de simetría, me refiero a que lo que soy lo acepto y de eso doy, y de eso muestro y recibo del otro por compasión, y no por merecimiento. El merecimiento también es una cuestión de orgullo.
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El mundo de las motos Jorge Julián Ortíz Paredes Para muchas personas las motos son nada más que un medio de transporte, pero no; un día quise indagar sobre este medio y me enteré de muchas cosas más y profundicé en lo que ya sabía. Hace algún tiempo surgió en mí una pasión por las motos sobretodo en los deportes de enduro y motocross disciplinas que requieren mucha dedicación y práctica; vi la oportunidad de indagar aún más sobre estos deportes que tanto llamaban mi atención. Recurrí a viejos amigos del colegio, entre ellos Mateo, un compañero que desde muy pequeño se dedicaba al motocross, y Ricardo que había dedicado gran parte de su vida al enduro. Los dos habían crecido conmigo y por ello les tenía una gran confianza. Comencé haciendo algunas averiguaciones ¡Claro! Para que cuando hablara con ellos no quedara en las “nubes” o sin saber qué decir. Necesitaba untarme del tema. Hace exactamente tres años le pregunté a Mateo: – ¿Qué se exige para practicar motocross? Mateo respondió: – Viejo, eso es complicado exige mucho tiempo para que puedas entrenar y una persistencia ni la más verraca. Después de esta charla me quedó sonando más la idea de intentar practicar ese deporte por lo que decidí involucrarme y comenzar a practicar motocross. No fue nada sencillo. Tenía que buscar en primer lugar una moto y un buen equipo; luego, un buen entrenador. Le pregunté a mi amigo cuál me podía recomendar y me respondió: –Parce, con mi entrenador. Es de los mejores… Ahí verá si le doy el número, el man sabe las técnicas–
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Le respondí que bueno, y a los pocos días ya estaba sobre mi primer moto una KTM 300cc. Algunos me dijeron que era perfecta para principiantes por su fácil manejo y vasta potencia lo cual me agradó. Mi entrenador se llamaba Jairo Quintero y recuerdo que todos los días antes de entrenar me contaba alguna experiencia suya en el motocross o moto velocidad en la cual él había sido campeón innato toda su juventud. Me decía: – Tienes que meterle pasión y entusiasmo así te caigas y te partas el “C...”, debes seguir y llegar a la meta. Sin duda, una expresión bastante motivadora (jajaja). Al comienzo todo era raspones, golpes moretones, lodo, tierra, aceite, herramientas. etc. No fue nada fácil verme en el piso y a pesar del dolor por alguna caída, seguir. Pero poco a poco fui adquiriendo la experiencia –como todo en esta vida– y a pesar de todos los tropiezos, seguí adelante disfrutando de este deporte que algunos piensan que solo es montarse en una moto y ya. Pero no es así. Hay personas que llevan años de años en el mundo de las motos y aún ellos dicen que aprender a manejarlas es muy complicado. Es un mundo en el quizá muchos quieren vivir pero aún no se atreven.
Ansioso pero gracioso Karen L. Álvarez Raigoza Que trastorno de pánico Que trastorno de stress post traumático Lo único que sé es que mi amígdala es un fracaso. Problema que se active Problema que se deprima
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Y ahora trastorno de la ansiedad Estas cosas de mi vida. Cuando veo cosas difíciles Mi amígdala se activa Y las zonas límbicas se ríen De verme aquí metida. Pero eso no lo es todo Cuando veo cosas depresivas Las dos amígdalas se activan Y como si fuera poco Mis síntomas más me instigan. Y ahora con lo que me salen Que se me disminuyó un ACC Ese que nadie sabe quién es Pero que con todo tiene que ver. Pongámonos con palabras técnicas Aunque no sea mi especialidad Es que últimamente Ya ni a eso le veo utilidad Así que bueno, ya esta: Hay una corteza singular anterior y una región frontolimbica ventral Que según última información si disminuyen su actividad Mi proceso cognitivo afectado se verá. ¿Ahora qué me quieren preguntar? ¿Qué es lo bueno que podría pasar? que el hipocampo izquierdo y la amígdala derecha disminuyeran su actividad Pero sí que nos fregaríamos donde el giro
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poscentral izquierdo le diera por imitar la activación del putamen y de otro giro cerebral. Pero que tan giratoria Tengo esta historia Espero que hasta este momento No tenga la inhibitoria Ah! allí va el culpable Y tan galán que se hace El sistema frontolimbico Incluyendo el ACC No hacen más que activarse Y ponerse a molestar. Procesa información negativa qué más da igual me está haciendo interpretar las situaciones sociales de una manera irreal ¿Quieren más culpables?, Porque aquí lo que hay son implicados Nos les he hablado de un tal glutamato Ese que aumenta y agrava mis estragos. Tratamiento también hay Benzodiacepinas, antidepresivos y otros más que Buscan mejorar el síndrome de ansiedad social. Entre toda la fisiopatología Nunca se me olvida Que se disminuye la afinidad Por los receptores que dopamina dan.
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Pero viene la oxitocina Siempre tan divina a disminuir la activación de aquella llamada amígdala amortigua sus comunicaciones altera esa conexión jugando un papel en las conductas autonómicas y de miedo sin razón Si tuviera otro trastorno con ustedes lo compartiría Pero como no lo tengo Aquí va la despedida.
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Caminar descalzo
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Sobre los autores María Alejandra Zambrano Gustin, Paola Andrea Figueroa Toro, Natalia Ruiz Tovar, María Fernanda Becerra Saavedra, David Andrés Endo Abella, Akemi Arango Sakamoto, Isabel Cristina Quintero Salazar, Camila Delgado Arango, David Santiago Muelas Solarte, Ivana Nieto Aristizábal, Catalina Varo Echeverry, Stephania Marulanda Hohmann, Daniela Jiménez Paredes, Natalia Ruiz Tovar, Marian Seinef Alvarado Calvache, María Alejandra Nagles Hurtado, Manuela Salcedo Ortega, Lina Alejandra Uribe Henao, Paula Andrea Ocharán Barona, Harold Styven Basallo Triana, Katerine Andrade Peñuela, Melissa Castaño Ramírez, Daniela Salamanca Bedoya, Alejandra Ortiz Rallón, Andrés Kaitzberg Lasso, Yamid Yusef Cuevas, Mayerlin Andrea Cruz Rodríguez, Andrés Mauricio Galarza Prado, María Fernanda Becerra Saavedra, Juan Martín Mancera Alzate, Juliana Lores Espinosa, Nataly Chasy Molik, Camilo Andrés Linares Vargas, Daniela Jiménez Paredes, Marco Vera Soto, Kelly Daniela Pinzón Jurado, Danilo Osorio Flórez, Julio César Hernández Vargas, Leidy Johanna Morales Téllez, Isabella Rebellón Martínez, Constanza Abad Gómez, Jorge Julián Ortiz Paredes, Karen Lizeth Álvarez Raigoza, Laura Estefanía Giraldo Ceballos, Leidy Tatiana Peña Izquierdo, Jessica Núñez Gómez, Valeria Granados Duque, Natalia Granados Duque, Carlos Andrés Vergara Solarte. Pedro Alejandro Rovetto V., MD. Médico cirujano, Universidad del Valle. Especialista en Patología Anatómica (Universidad de Miami) Patología Clínica (Universidad de Cincinnati) e Inmunohematología (Universidad de Minnesota). Profesor universitario desde hace 30 años. Investigador del Grupo Historia de la Medicina Colombiana.
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Gloria Inés Flórez V. Trabajadora Social, Universidad del Valle. Especialista en Administración del Talento Humano, Universidad del Valle y Penn State University. Magistra en Administración de Empresas de la Universidad Javeriana Cali. Profesora universitaria. Secretaria Académica de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Pontificia Universidad Javeriana Cali. Florencia Mora A. Licenciada en Ciencias Sociales, Licenciada en Literatura, Universidad del Valle. Especialista en Enseñanza de las Ciencias Sociales e Historia de Colombia. Magister en Filosofía, Universidad del Valle. Profesora del Departamento de Humanidades, Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales, Pontificia Universidad Javeriana Cali.