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Reminiscencias del culto solar en Euskal Herria
from Revista de Antropología y Tradiciones Populares Nº6
by Sociedad Española de Antropología y Tradiciones Populares
REMINISCENCIAS DEL CULTO SOLAR EN EUSKAL HERRIA Por María Martínez Pisón
Eguzki (Egozki, Iguzki, Iruzki, Iduzki, Iuski, Ekheri o Ekhi, en otros dialectos) es la diosa sol en la mitología vasca. En algunas regiones utilizan este término para referirse exclusivamente a la luz solar, reservando “eguzkibegi” (ojo del sol) para el astro en sí mismo. Según las leyendas más antiguas, esta divinidad es la hija pequeña de Amalur (Madre Tierra) y hermana de Ilargi (Luna). En versiones más modernas, se dice que es hija de Mari, matriarca de los vascos y encarnación del poder creador-destructor de la naturaleza.
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De acuerdo con los mitos cosmogónicos vascos, en el principio de los tiempos la oscuridad, personificada en Gaueko, reinaba en el mundo. Los humanos imploraron a Amalur (en otras variantes, a Mari) que les ayudara a defenderse de las criaturas y espíritus de la noche, que amenazaban su integridad y comprometían su bienestar. La Dama escuchó sus ruegos y creó a Ilargi. No obstante, su delicada luz no fue suficiente para contener a las almas de los muertos y las entidades mágicas, que pronto se acostumbraron a ella. De nuevo, la humanidad suplicó a su gran madre y ésta engendró a Eguzki, dando lugar a su vez al día. Luego les entregó el “eguzkilore” (carlina acaulis) como amuleto de protección contra los malos espíritus, los genios de las enfermedades y los/as brujos/as. Así pues, el universo quedó divido en dos grandes reinos: el gobernado por Eguzki y habitado por los seres diurnos (entre ellos, los humanos); el regentado por Gaueko y los seres mágicos (difuntos, espíritus maléficos, genios, duendes y brujos/as). De ahí surge el famoso proverbio: “eguna egunezkoarentzat eta gaua gauezkoarentzat” (el día es para los del día; la noche, para los de la noche). En consecuencia, los seres humanos quedan bajo la salvaguarda de Eguzki durante el día, pero deben permanecer en sus casas durante la noche, protegidos por los muros del edificio, el poder del fuego del hogar y el amparo de los amuletos. Si salen tras ponerse el sol y realizan ciertas acciones que atraen negativamente la atención de los espíritus de la noche, pueden sufrir distintas calamidades y, en el peor de los casos, desaparecer para siempre o encontrar la muerte.
Imagen 1: Eguzkilore. Carlina acaulis.
Los antiguos vascos explicaban el movimiento de la bóveda celeste y el fenómeno del amanecer/anochecer relatando que Eguzki surgía del vientre de la Madre Tierra cada mañana y surcaba el cielo hasta sumergirse en los mares del oeste, conocidos como “itxasgorrieta ” (mares bermejos). Durante la noche, atravesaba el inframundo y después renacía.
Existe un cuento popular en el cual se hace referencia a esta creencia y se explica cómo el gallo pasó a ser considerado el animal solar por excelencia y su canto como unos de los métodos más eficaces para ahuyentar a las criaturas mágicas. La historia narra las hazañas de tres hermanos con posesiones maravillosas: una hoz, un gato y un gallo. El último de ellos consiguió viajar más lejos que los anteriores. Mientras pasaba por Ezkuden, encontró a una cuadrilla de trabajadores que golpeaban una peña con recios palos. El muchacho sintió curiosidad y se acercó a preguntarles qué hacían. Ellos respondieron que estaban abriendo el día para que el sol volviera a calentar el mundo. El joven les indicó que se fueran a dormir y les dijo que el gallo se encargaría de tal tarea. Los mozos le hicieron caso y, cuando escucharon el canto del gallo, se despertaron y vieron que Eguzki estaba iluminando el mundo. Solicitaron al muchacho que les entregara el gallo a cambio de oro. El mancebo aceptó y se hizo rico.
Este marco básico nos permite entender el sentido de algunas de las costumbres populares supervivientes en relación con el culto solar dentro del territorio euskaldún (País Vasco, Navarra y regiones vascofrancesas). En cualquier caso, conviene hacer un breve recorrido histórico para conocer la evolución de esa veneración al sol a lo largo del tiempo y delimitar los signos más distintivos en esta parte de nuestra geografía.
Las últimas evidencias arqueológicas sitúan el inicio del Neolítico en Euskal Herria entre el 4500-4000 a.C. En torno al 4000 a.C. se observan pruebas claras de la existencia de un culto solar en grabados hechos en piedra y en monumentos megalíticos de la época, principalmente en dólmenes y crómlechs de Navarra, Guipúzcoa y País Vascofrancés, donde encontramos una mayor concentración de estas construcciones. Tanto Barandiarán como investigadores posteriores (Fernández Eraso, Peñalver, Armendáriz, Mujika, Almagro-Gorbea, AndrésRuperez…) señalan el hecho de que buena parte de los dólmenes están orientados hacia el este, con algunas variaciones hacia el sureste. Algunos de ellos, además, tienen la entrada de la cámara alineada con la fecha exacta en la que acontecen solsticios o equinoccios, al igual que sucede con algunos crómlechs como el de Orgambide (Navarra) o Mendiluze (Álava). Asimismo, la mayoría de huesos hallados en dichas tumbas estaban situados con la cabeza mirando al este y los pies mirando para el oeste. Esta misma disposición de los restos humanos persiste durante la Era de los Metales, la Edad Antigua e incluso en época medieval.
Imagen 2: dolmen de la ruta alavesa
Durante la Edad de Bronce, la presencia de vasijas doradas como las de Axtroki y joyas con símbolos solares revelan la continuación de este culto. Entre los restos de incineración de la Edad del Hierro observamos igualmente piezas votivas y objetos de adorno personal que hacen referencia a lo solar.
Al final de la Edad del Hierro (II-I a.C) y durante la Edad Antigua, las estelas discoidales cobran protagonismo como elementos antropomorfos que ilustran la idea de renacimiento en conexión con lo celeste. En algunas de ellas, como es el caso de la estela encontrada en San Andrés de Álava, podemos ver la imagen de un guerrero rodeado por un círculo del cual emanan rayos de luz. En las inmediaciones de Pamplona también se ha hallado alguna estela que contiene la imagen de un carro con ruedas en forma de discos solares. No obstante, en la mayoría de estelas, es más común reconocer detalles como círculos simples, círculos concéntricos, ruedas solares, signos ovífilos o cruces solares. A esto debemos añadir las aras dedicadas al sol que datan de época romana.
La costumbre de enterrar a los difuntos bajo estelas discoideas pervivió con un menor arraigo en tiempos de los visigodos, con una prolongación hasta la Baja Edad Media. En esta época todavía se mantenían las estelas de cruz laureada. Posteriormente, entre el S.IX al XII, momento en que construyeron los principales templos del Camino de Santiago, esta tradición funeraria se reavivó. En esta etapa encontramos estelas redondas sin perforaciones y con símbolos cristianos, a pesar de que aún se podían percibir algunos símbolos astrales. Su uso fue decreciendo entre los S.XIV y XVI, coincidiendo con el auge de la caza de brujas y la autorización de enterramientos civiles dentro de los templos (que, curiosamente, también tendían a orientarse al este). De todos modos, en zonas aisladas del Pirineo Navarro se conservó la tradición de marcar con una estela el lugar de una muerte fuera de las lindes de las villas hasta bien entrado el S.XIX.
Satrústegui, Barandiarán e Iribarren aportaron testimonios de la persistencia de ritos populares de veneración a Eguzki en la zona pirenaica. Este último autor describió el caso de un agricultor de Luzaide (Navarra) que adoraba a la diosa sol arrodillado en los campos de cultivo y alzando las manos hacia el cielo durante el Solsticio de Verano. Algunas mujeres de esta misma localidad continuaron ofreciendo “taloak” (tortas de maíz) a Iruzki en esa fecha hasta finales del S.XX.
Imagen 3: Estelas del cementerio de Luzaide, Navarra.
Asimismo, se han preservado hasta nuestros días varias fórmulas de saludo y despedida al sol:
“Iruzki Amandrea, irudi zin zipartaka! (Señora Sol, radiante imagen)
“Oh, Iruzki Saindia, eman zahudu biziko eta hileko argia” (Santa Sol, danos luz de vida y muerte)
“Eguzki santua bedeinkatue, zoaz zeure amagana” (Santa Sol, vuelve hacia tu madre)
“Adio, Iruzki Saindia! Bihar artio, zauri bihar muga onez!” (Adiós, Santa Sol, hasta mañana. Vuelve con buena suerte).
Dentro de las festividades populares que configuran el calendario tradicional vasco podemos destacar varias celebraciones donde se evidencian claras reminiscencias del culto al sol: el Solsticio de Invierno (“Eguberri”), el Solsticio de Verano (“Izkiota ”) y la Candelaria (“Kandelario” o “Kandelairu ”).
Uno de los símbolos más distintivos del Solsticio de Invierno en toda Europa es el tronco de Navidad que es alimentado y sacrificado en el fuego del hogar para garantizar el renacimiento del sol y protegerse de los espíritus de la corte oscura. En Euskal Herria este tronco es conocido como Sukileko (Luzaide, Navarra), Tukil (Urraulgoiti, Navarra), Xubilar (Romanzada, Domeño, Iso y Napal, Navarra), Suilaro (Sara, Iparralde), Gabonzuzi (Ezkirotz, Navarra y Zegama, Gipuzkoa), Gabon-mukur (Bedia, Bizkaia); Porrondoko (Salvatierra, Goizueta y Malaerreka, Navarra) u Olentzeroenbor (Oiartzun, Gipuzkoa). En lo que al rito respecta, huelga decir que ni se utilizaba ni se utiliza un único tronco. En Mezkiritz (Valle de Erro) y Gorriti (Larraun), se talaban dos leños grandes que se situaban a ambos lados del fogón, uno mirando hacia la derecha y otro hacia la izquierda. En Eskirotz y Elcano quemaban tres teas: la primera era para Jaingoikoa (Señor de Arriba), el segundo estaba destinado a Andra Mari y el último representaba a la familia (difuntos incluidos). En Eraso y Arakil, además del madero principal, se añadía un leño por cada miembro de la familia y uno más para los pobres. En Amezkoa, el tronco ardía y arde junto a una rama de romero y otra de enebro para ayudar a purificar la casa y sus habitantes.
La temporización y el procedimiento también varían de una localidad a otra. En la mayoría de pueblos sólo se mantenía encendido durante la Nochebuena hasta el día de Navidad. En Llodio, Desojo y Salvatierra se mantenía la lumbre ardiendo hasta el Año Nuevo. Las mujeres tendían a cubrir el fuego cada noche y trazar la señal de la cruz sobre las brasas mientras recitaban fórmulas para espantar al Diablo (Etsai) y todo aquello que era considerado maléfico. En Ulzurrun guardaban la última parte del tronco de Navidad para ahumar al ganado el día de San Antón (17 de enero) junto a un puñado de flores y hojas de saúco con la intención de salvaguardarlo de la enfermedad. En Eraso, si un familiar moría durante estas mágicas noches del invierno, se dejaba en su ataúd un puñado de cenizas para asegurar su renacimiento. Estas cenizas también se usaban para proteger el hogar, prevenir las enfermedades, fertilizar los campos y proteger los terrenos de toda clase de alimañas, preparar remedios caseros y confeccionar amuletos (kuttunak).
Imagen 4: fuego del hogar.
La figura de Santa Lucía como una representación cristiana del sol se encuentra presente en Euskal Herria, pero la reverencia hacia ella es bastante más discreta que en los Países Nórdicos o en Italia. En nuestras fronteras es más común relacionar a Eguzki con Santa Clara.
Otra de las tradiciones que ha permanecido viva en la región vasco-pirenaica es bendecir el pan de Nochebuena, conocido como “Gabon-ogi” , “Ogi salutadu” u “Ogi mehe “ . Normalmente es el padre quien hace la marca de la cruz con un cuchillo sobre esta hogaza, mientras la madre recita una oración. Después se corta un pedazo y se guarda en un armario o en un cajón para garantizar la salud de todo ser que habite dentro de la casa (personas, animales, plantas). Algunos aún creen que también posee la facultad de aplacar el mar embravecido, proteger de las crecidas de los ríos y evitar el pedrisco.
La festividad de la Candelaria y su relación con el fuego como energía purificadora, sanadora, revitalizadora y fertilizadora es evidente. La tradición marca que en esta fecha se elaboren y bendigan las velas de cera virgen que se utilizarán con distintos propósitos mágico-religiosos. Estas candelas se emplean como sistema de protección contra el conjuro para convocar tormentas o para evitar que los rayos y el pedrisco provoquen daños en la casa o las cosechas. Con su cera se pegan las cruces o enramadas que se utilizan como amuletos de protección, tanto los que se colocan en la puerta de casa como en los campos en las fiestas de mayo. Una proporción de esta cera se añade como ingrediente a las recetas de cremas y ungüentos con propiedades curativas o mágicas. La cera de estas velas se usa igualmente para fabricar el cerillo (“ pilumena ”) de las “ argizaiolak” (lámparas antropomorfas que sirven para iluminar a los difuntos), o bien otras velas devocionales dedicadas al culto a los númenes y espíritus del hogar.
Por último, cabe señalar que, en la Baja Navarra, la “ etxekoandre ” (señora de la casa) enciende en este día una candela con el fuego del hogar, se santigua tres veces con la vela encendida en su mano (o recita alguna bendición), quema un mechón de su propio pelo y luego derrama tres gotas de cera en sus hombros y sobre los hombros del resto de los miembros de la familia, a los cuales les pide que se arrodillen mientras lleva a cabo este ritual.
El Solsticio de Verano es considerado por los vascos una época de fertilidad, abundancia y plenitud. Al igual que en otros lugares de la Península y Europa, se encuentra bastante extendida la costumbre de encender hogueras en encrucijadas o espacios liminales. En estos fuegos solsticiales se queman las hierbas sobrantes que se recogieron el año anterior. Igualmente, las camas de paja usadas por un enfermo y los viejos espantapájaros son consumidos en estas hogueras para alejar las plagas. En localidades como Mundaka se echa al fuego una muñeca con aspecto de bruja, acompañada de su gato y su búho, como una manera de protegerse simbólicamente de las acciones maléficas de las brujas y sus espíritus familiares. Cuando las brasas se consumen, las cenizas son retiradas y utilizadas para crear amuletos y remedios populares. Durante este momento se realiza también la mayor cosecha de las plantas medicinales y mágicas, que muchos denominan “belar-onak” (las buenas hierbas). Muchas de estas plantas poseen notables correspondencias con lo solar, como es el caso del trigo, los girasoles, el hipérico, el diente de león, el árnica, las margaritas, la manzanilla, la vara de oro o el laurel. La etnobotánica y la medicina popular siguen siendo ámbitos de interés entre el pueblo vasco-navarro y espacios donde aún pueden observarse ciertas prácticas de magia popular que se han preservado dentro de la tradición oral. Aunque en muchas ocasiones no hay una aproximación animista a estas materias, la costumbre ha ido pasando de una generación a otra y aún se conserva cierta esencia antigua que nos permite llegar al fondo mágico o espiritual que pervive tras la superstición.
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