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Berserker. Los guerreros de Odín

BERSERKER. LOS GUERREROS DE ODÍN Por Javier Arries

Odín, dios de la guerra y de la sabiduría, al que llaman alfadir, el padre de todos, fue una divinidad nórdica especialmente querida entre las élites guerreras danesas y suecas. De hecho, la cantidad de topónimos que encontramos en Jutlandia y las islas hacen pensar que su culto nació allí y que luego se exportó a Suecia, calando mucho menos en Noruega. Los guerreros noruegos e islandeses, que al fin y al cabo procedían de Noruega, preferían a Thor, un dios especialmente querido por los campesinos, pero querido también por la gente de armas que admiraba su fuerza y coraje. No es de extrañar que un dios con las características de Odín fuera invocado en las batallas, ni que aquellos que participaban en reyertas de todo tipo se encomendaran a él. No obstante uno puede preguntarse si no había guerreros que iban más allá y se juramentaban al dios en un culto más extremo, guerreros que estuvieran enteramente dedicados al señor de la guerra.

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La arqueología parece confirmarlo. Cerca de Skern, al norte de la península danesa de Jutlandia, se alzan varias piedras rúnicas. Una de ellas, erigida cerca del año 1000, luce una inscripción mandada tallar por una mujer, de nombre Sasgerðr, para honrar la memoria de un difunto: «Sasgerðr, la hija de Finnulfr, levantó la piedra, en memoria del hijo de Óðinkárr Ásbjǫrn, el valioso y leal a su señor. ¡Un brujo sea el hombre que rompe este monumento!».

Como vemos la inscripción termina con una maldición contra todo aquel que denigre el monumento. Pero lo que nos interesa ahora aquí es el nombre del hombre en cuyo honor se levantó esta piedra y se mandó tallar la inscripción. Su nombre es Óðinkárr Ásbjǫrn. Óðinkárr es una palabra compuesta de otras dos. La primera, Óðin, se refiere a Odín; la segunda, kárr, significa cabello rizado. Muchos eruditos interpretan este nombre como una especie de apelativo dado a alguna clase de iniciados en el culto odínico que dejarían crecer sus cabellos en honor al dios. Esta hipótesis parece venir apoyada por el hecho de que este sobrenombre aparece en otras piedras rúnicas.

GUERREROS FEROCES

La otra fuente, más rica, son los textos nórdicos, especialmente las sagas, donde encontramos referencias a unos guerreros dedicados a Odín especialmente temidos, los berserker. Estos guerreros entraban en combate en un estado de éxtasis furioso que los convertía en peligrosos hasta para sus propios compañeros de armas. Al entrar en ese estado de frenesí se comportaban de manera salvaje, echando espuma por la boca, lanzándose de forma temeraria sobre las líneas enemigas. Cuando les herían no sentían dolor y su fuerza parecía la de varios hombres. Su sola visión provocaba terror. Miraban, gesticulaban y aullaban como animales. Mordían con tanta fuerza sus escudos que incluso llegaban a atravesarlos. Adam de Bremen, en el siglo XI, en su Gesta Hammaburgensis ecclesiae pontificum, los describe como guerreros feroces que saltaban a la batalla sin cota de malla, mordiendo sus escudos, matando a diestro y siniestro como si fueran lobos rabiosos con la fuerza de un oso, inmunes al hierro y al fuego. Sin duda ver algunos berserker delante de uno antes de una pelea era desmoralizador por no decir terrorífico. Que se dedicaban a sí mismos a Odín parece confirmarlo la Saga Ynglinga: «… los hombres de él [Odín] iban sin coraza, salvajes como lobos o perros. Mordían sus escudos y eran fuertes como osos o toros. Mataban a los hombres y ni el fuego ni el acero podían hacerles nada. Era lo que se llamaba Berserksgangr» (Dumézil 1973, 44). Este nombre, berseksgangr, era la palabra con la que se designaba aquel furor violento que poseía a los berserker. De un modo similar los describe Snorri Sturluson, poeta islandés, autor de la Edda Menor, y de algunas sagas. Según Snorri los berserker estaban dedicados a Odín y eran capaces de acabar con la vida de un hombre de un solo golpe. De nueve berserker parece estar hablando también Saxo Gramático en su Gesta Danorum, escrita en el siglo XI, cuando se refiere a ellos diciendo que aullaban como locos, corriendo de aquí para allá de manera frenética y haciendo todo tipo de muecas. La Saga Vatnsdæla también habla de ellos y en un pasaje nos muestra a dos berserker que gritaban como perros, mordían sus escudos y caminaban descalzos sobre el fuego.

No sólo las sagas dan fe de la existencia de estos temibles combatientes. Algunas crónicas medievales nos hablan de guerreros que mostraban una fiereza exacerbada y una fuerza casi sobrehumanas. Uno de estos guerreros en trance estuvo presente el 25 de septiembre de 1066 en la batalla de Stamford Bridge. Poco antes de ese día el rey de Noruega, Harald Hardrada, había llegado a Gran Bretaña con un ejército para reclamar el trono de Eduardo el Confesor. El anglosajón Harold Godwidson aspiraba también al trono. Harald atacó Yorkshire y se hizo con la ciudad. El ejército sajón se encaminó hasta allí para presentar batalla a los noruegos. Tras un primer descalabro los hombres de Harald Hardrada se refugiaron detrás de un puente sobre el río Derwent para reorganizar sus filas. En el otro lado quedó el ejército anglosajón. Pues bien, según la Crónica Anglosajona un berserker fue encargado por el rey noruego para defender el puente y así ganar tiempo. El rey Harald tenía fama de ser un hombre alto, de más de dos metros dice la crónica. El berserker aún le superaba en estatura. Se apostó en el puente sin armadura y armado con un hacha danesa, un arma terrible con un asta tan larga como el hombre que la manejaba. Durante una hora aquel hombre en estado de furia mantuvo a raya al ejército anglosajón infundiendo un miedo atroz entre sus soldados, tropas de élite avezadas en la batalla. Los que intentaban cruzar el puente encontraban la muerte a manos de aquel gigante. Hasta cuarenta hombres cayeron bajo el filo de su terrorífica hacha. Por fin, un guerrero sajón recurrió a una estratagema para librarse de él. Encontró un tronco con el cual pudo atravesar el río sin que el berserker le viera, y le dio muerte con su lanza.

Cuadro de la batalla de Stamford Bridge, de Peter Nicolai.

En lugar de la cota de mallas y el equipamiento normal de un guerrero, los berserker, como el noruego que guardó el puente sobre el Derwent, acudían al combate semidesnudos o cubiertos de pieles, lo que sin duda alimentó el mito de que podían convertirse en animales, concretamente en lobos o en osos. No nos asombrará entonces el hecho de que la palabra berserker pueda traducirse como «camisa de oso», ya que está compuesta por las palabras berr, que en nórdico antiguo significa oso, y serkr, que significa camisa. Designa entonces a alguien que como toda vestimenta sobre sus hombros emplea una pelliza de oso. Pero había otro tipo de berserker, los úlfhéðnar, singular úlfhéðinn, término que podríamos traducir como «capucha de lobo». Se ha sugerido que los camisa de oso eran individuos de gran estatura y envergadura que actuaban en solitario, y que los capucha o camisa de lobo actuaban en grupo imitando las manadas de lobos con los que se identificaban. Sea como fuere, a día de hoy la palabra berserker forma parte del idioma inglés y a menudo se traduce por loco, persona frenética.

De nuevo la arqueología viene a confirmar la existencia de los berserker.

Placa de bronce de la era de Vendel, encontrado en Öland. Uno de estos guerreros es el que podría estar representado en una placa de bronce del llamado yelmo de Torslunda, perteneciente a la era de Vendel, la era que precedió a los vikingos en el sur de Suecia. En la placa se ve a un hombre que lleva un casco ritual con cuernos, armado con lanza y espada, al que sigue otro hombre armado vestido con una piel de lobo y armado a su vez con lanza y espada. Suele interpretarse la escena como una representación de Odín seguido de un berserker. Otra pieza arqueológica que parece representar a un berserker es una de las piezas del ajedrez de la isla de Lewis. La pieza en cuestión, una torre, representa a un guerrero con mirada fiera mordiendo la parte superior de su escudo.

Los mitos sobre la transformación de estos guerreros en animales se vinculan al propio carácter y atributos de Odín, cargado de elementos chamánicos; entre ellos la transformación. Odín se transforma en águila, por ejemplo, para robar el hidromiel al gigante Suttung, según se narra en el Hávámal, uno de los poemas de la Edda Poética. Y según la Saga Ynglinga: «Cuando Ódinn quería cambiar de apariencia, dejaba su cuerpo en tierra, como dormido o muerto, y él mismo se tornaba pájaro o animal salvaje, pez o serpiente. Para sus asuntos, o los ajenos, podía llegar en un abrir y cerrar de ojos a comarcas lejanas. Por añadidura, sin más que su palabra, podía extinguir el fuego y aplacar el mar y hacer que los vientos soplasen donde él quisiera» (Dumézil 1973, 44).

Odín roba el hidromiel de la poesía y escapa de Suttung, ambos hechos bajo la forma de un águila. Ilustración de un manuscrito islandés del siglo XVIII.

El poeta Snorri Sturluson menciona también el poder de cambiar de forma que se atribuía a los berserker. En la Saga de Egil Skallagrimson, Egil, el portagonista, es berserker, una condición que parece hereditaria, al menos en su familia, ya que su padre y su abuelo lo son. Por cierto, no es el único caso en el que la condición de berserker parece algo hereditario. En la Saga de Hervor y Heidrek se menciona a Arngrim, un afamado y feroz vikingo cuyos doce hijos eran berserker a los que nadie derrotaba en batalla. Pues bien, según Snorri, el abuelo de Egil podía cambiar de forma a su antojo. La gente le llamaba Kvel-Ülf, «Lobo nocturno», y pese a que durante el día era una persona de buen juicio, hasta el punto de que acudían a él para pedirle consejo, por la noche sufría extraños cambios de temperamento y tenía el poder de transformarse: «siempre que era necesario su consejo hablaba con la gente: sabía dar siempre buenos consejos, pues era muy sabio. Pero siempre, al atardecer de cada día, se irritaba tanto que pocos osaban dirigirle la palabra, y prefería acostarse temprano. Se decía que podía cambiar de forma a voluntad» (Sturluson 1984, 96).

El padre de Egil, Skallagrim también heredó la condición de berserker de su padre, Kvel-Ülf. Kvel-Ülf y Skallagrim luchan juntos en un episodio de la saga. Acompañados de sus hombres, que combatían en estado de trance como ellos, participan en una refriega que acaba derivando en un auténtico baño de sangre: «Mataron a todos los hombres que se les pusieron por delante; lo mismo hicieron los de Skallagrím mientras recorrían el barco; padre e hijo no cejaron hasta haber limpiado todo el barco. Cuando Kveld-Ülf llegó a la toldilla alzó la alabarda y golpeó a Hallvard, atravesándole el yelmo y la cabeza, y la hundió hasta el mango; tiró entonces con tanta fuerza que levantó a Hallvard en el aire y le arrojó por la borda» (Sturluson 1984, 175). Y Egil, el protagonista de la saga, hijo de Skallagrím y nieto de Kveld-Ülf, vikingo feroz y poeta, muestra el mismo carácter que su padre y su abuelo. Dice la saga que nadie se atrevía a hablarle cuando le poseía el trance, porque era entonces un hombre peligroso. Por la Saga de Egil Skallagrimson nos enteramos también de que el estado de furia en el que entran los berserker les deja después postrados, agotados, pues al acabar el trance han consumido la energía de varios hombres. Si era alguien entrado en años aquello podía dejarlo exhausto hasta la muerte: «Se cuenta que los hombres que entran en trance, o los que han luchado como berserk, son tan fuertes mientras están en trance, que nada se les resiste, pero en cuanto se les pasa eran más débiles de lo normal. Así le sucedió a Kveld-Ülf, que cuando salió del trance se encontró con todo el cansancio de la lucha que había sostenido, y quedó completamente agotado y hubo de meterse en la cama» (Sturluson 1984, 176-177).

Egill Skallagrímsson manuscrito del siglo XVII de la Saga de Egil. TROPAS DE ÉLITE

Los guerreros que combaten en este trance son una ventaja para sus compañeros de filas, en cuanto que siembran desconcierto y caos en las líneas enemigas y abren brechas entre sus filas; pero por otra parte combaten en un estado de exaltación tal que tienen nublada la razón. Pueden ser un peligro para sus mismos compañeros de armas, pero también para ellos mismos, especialmente en los desembarcos. Era algo muy corriente que los guerreros que viajaban sobre un navío de guerra no supieran nadar. Algunos berserker se abalanzaban a la proa sobre la cubierta de los barcos, y si entraban en furor demasiado pronto, no podían resistir el ansia de combatir y se arrojaban al mar antes de llegar a la costa, ahogándose irremisiblemente. Guerreros que pierden el control de sí mismos hasta ese punto pueden ser útiles en algunas ocasiones, pero no tanto en otras.

Dado el potencial bélico de los berserker era habitual que formaran guardias y tropas de élite al servicio de reyes, caudillos y jefes, a los que tampoco importaba contratar el servicio de hombres versados en magia capaz de infundir miedo y estupor entre los enemigos, inutilizar sus armas y potenciar el efecto destructivo de las de los guerreros al servicio de su jefe. La primera mención a los berserker en un texto escrito se la debemos a Þorbjörn Hornklofi, quien en el siglo IX compuso un poema en honor de Haraldr Hárfagri, Harald I de Noruega, al que describió rodeado de una guardia de hombres vestidos con pellizas de lobo, que aullaban en combate de modo salvaje y llenaban sus escudos con la sangre de sus enemigos. Estas tropas de élite del rey participaron activamente en la batalla de Hafrsfjord, que tuvo lugar en el año 872, y que marcó el punto de inflexión de la unificación de Noruega bajo el mandato del rey Harald.

Así se menciona en el capítulo II de la Saga de Grettir. Traduzco a partir de la versión en inglés de G. H. Hight: «Entonces el rey ordenó a sus berserkers, los hombres llamados úlfhéðnar, que avanzaran. Ningún hierro podía lastimarlos, y cuando cargaban, nada podía resistirlos».

La batalla de Hafrsfjord de Ole Peter Hansen (1870).

Magos y berserker forman parte también del ejército del rey Eirik en la Saga de Göngu-Hrólfs, y le ayudan a obtener la victoria sobre el rey Hreggvid de Novgorod, territorio en Rusia de los vikingos varegos o rus procedentes de Suecia. Doce berserker estaban al servicio del rey Hrolf Kraki, según se narra en una saga que lleva su nombre. Uno de ellos se llamaba Bodvar Bjarki, «Pequeño oso guerrero», y su espíritu, mientras él caía en una suerte de trance parecido al sueño, dice la narración cargada de elementos mágicos, podía materializarse lejos de su cuerpo en forma de oso. Y así ocurrió en una batalla. Un enorme oso combatía al lado del rey causando estragos en las filas enemigas. Fueron a llamar a Bodvar Bjarki, que estaba dormido, para que ayudara al monarca. Pero al despertarle su espíritu en forma de oso no pudo combatir más y el rey perdió la batalla.

LOS ÚLTIMOS TIEMPOS

A menudo, según las sagas, tenían un carácter taciturno y el más mínimo enfado podía hacer que perdieran el control. En ese estado podían agredir a amigos y familiares. Esa pérdida de control asustaba a muchos de ellos, que veían su condición de berserker como algo penoso que no deseaban. Un ejemplo de este temor lo encontramos en la Saga Vatnsdæla. El protagonista de la misma es Ingemund, un colono noruego en Islandia.

Ingemund tiene un hijo, Thorir, que era berserker. A Thorir le desagradaba su condición, pues cada vez que perdía el control se sentía mal. Cuenta la saga que un hermano suyo hizo una ofrenda «al que creó el Sol», Cristo. En aquel tiempo era común entre los paganos islandeses que a algunos niños que no podían ser mantenidos se les dejara morir, por miedo a acabar con los recursos de la isla. Pues bien, para agradar a su dios, además de la ofrenda, el hermano de Thorir salvó a un niño, hijo de una concubina y de un pariente, de este destino fatal. Parece que la ofrenda, algo bastante pagano por otra parte, dio sus frutos y Thorir ya no volvió a perder el control. Con todo tenemos que ser cuidadosos a la hora de interpretar textos como éste, ya que fueron escritos por autores ya cristianizados para los cuales una institución como la de los berserker era algo del pasado que había que erradicar, máxime cuando, debido a la creencia de que podían convertirse en animales, acabó por identificárselos con hombres lobo y agentes del diablo. De hecho, desde el punto de vista cristiano, que acabaría imponiéndose en las sociedades nórdicas, muchos de ellos se comportaban, a ojos de los conversos a la nueva fe, como poseídos, personas de las que se apoderaban los demonios.

Finn Arnesson y Thorir Hund según ilustración de Gerhard Munthe

Todo parece indicar que con los nuevos cambios sociales, religiosos y políticos que acontecieron en el mundo nórdico, los berserker, como institución, acabaron degenerando desde las iniciales tropas de élite formadas por guerreros dedicados a Odín en poco más que bandoleros sanguinarios. Cuando los pequeños reinos se unificaron dando lugar a las coronas de Dinamarca, Noruega y Suecia, los conflictos armados entre diferentes jefes y clanes disminuyeron vertiginosamente y los berserker perdieron su razón de ser como guardias y tropas de vanguardia. Muchos, tal y como reflejan muchas sagas, se convirtieron en personajes temidos que vagaban por el país buscando algún granjero con el que enfrentarse para quedarse de este modo con sus propiedades. Sabedores de su superioridad en el combate se comportaban de modo jactancioso y fanfarrón, provocando deliberadamente peleas que solían ser mortales para sus contrincantes. No responder a un reto, a un holmgang, era un signo de cobardía entre los nórdicos, y los campesinos se veían obligados a enfrentarse a aquellos personajes, muchos de los cuales prácticamente se habían convertido en matones sin escrúpulos que abusaban de su fuerza y de su dominio de las armas.

El capítulo 19 de la Saga de Grettir refiere como para algunos nobles noruegos era vergonzoso el comportamiento de estos hombres violentos que retaban a la gente respetable para quedarse con su dinero, con sus tierras, y a veces con sus mujeres. Dos hermanos de la región de Halogaland, Thorir Paunch y Ogmund el Malo, serían, según el autor de la saga, los peores de estos bandidos. Más grandes y fuertes que el común de los hombres, cuando les invadía la furia no había forma de detenerlos. Robaban, mataban y se llevaban a las mujeres con ellos, reteniéndolas una o dos semanas y dejándolas volver después. En el año 1015, Eiríkr Hákonarson, caudillo noruego, los declaró proscritos en Noruega. En la misma saga un berserker enorme, llamado Snaekoll, a la cabeza de un grupo de bandidos reta a un hombre llamado Einar diciéndole que o le cede voluntariamente a su hija Gyrid o tendrá que batirse con él. Grettir, el protagonista de la saga, desafió a Snaekoll y este comenzó a aullar y a morder el borde de su escudo gesticulando con el entrecejo como un loco.

Otra pieza del ajedrez Lewis que representa a un berserker RASTREANDO EL ORIGEN DE LA FURIA GUERRERA

¿Son los berserker una institución única del periodo vikingo? Seguramente no. Al poeta romano del siglo I Lucano se le atribuye la expresión furor teutonicus, la furia teutónica, que se empleaba para describir el estado frenético con el que luchaban los guerreros germanos, y en particular los cimbrios y teutones, que tuvieron en jaque a la República de Roma en el siglo II a.C. Probablemente debido a un cambio climático ocurrido durante los años 120-115 a. C. un pueblo, los cimbrios, que habitaba las costas bálticas, Dinamarca y el sur de Escandinavia, comenzaron a migrar hacia el sur arrastrando con ellos a otros pueblos germánicos como los teutones. Pronto acabarían enfrentándose a las legiones de Roma venciéndolas en una serie de derrotas humillantes que sembraron el pánico entre la población romana. Era la primera vez que Roma entraba en contacto directo con las gentes del norte de Europa que vivían más allá de las tierras ocupadas por los celtas, y les sorprendió aquella disposición fanática con la que muchos de aquellos guerreros se enfrentaban a la batalla.

En la columna de Trajano, mandada erigir por este emperador romano para celebrar las guerras que condujeron a la conquista de Dacia, hay una escena, la número 36, en la que aparecen representados guerreros que luchaban como aliados de Roma y que los arqueólogos identifican con germanos. Algunos de ellos llevan capuchas de lobo, y otros de oso. Parecen estar cerca del emperador, y quizá formen parte de su guardia personal ¿Estamos aquí ya en presencia de berserker y de úlfhéðnar? Resulta probable.

Y es que el éxtasis guerrero debía ser algo habitual entre los pueblos germanos. Es algo corriente entre muchas criaturas de la mitología nórdica. Los jotun, los gigantes de la escarcha pelean poseídos por una rabia feroz a la que las fuentes denominan «furor de los gigantes». Incluso algunos dioses, como Thor, combaten en este estado de frenesí. No es de extrañar que incluso el nombre de Odín, el dios al que se dedican precisamente los berserker, esté vinculado a esta locura sagrada, aunque este estado extático, en el caso de Odín, también está ligado muy de cerca al poder de la profecía. El nombre protogermánico de Odín, Wōđanaz, deriva de un adjetivo de este idioma, wōđaz, que significa vidente. Pero este éxtasis místico tiene también matices que lo vinculan a la posesión divina. El que está poseído por la fuerza de la divinidad se comporta como un loco que se debate en una especie de frenesí místico en el que muestra una fuerza y una energías fuera de lo común. De hecho en gótico wods significa poseído. Pero este trance místico tampoco está exento de una furia exacerbada y violenta, como se deduce de la palabra óðr, presente tanto en el antiguo nórdico como en el inglés antiguo, palabra que describe a los locos furiosos.

La furia guerrera tampoco parece exclusiva de los guerreros germanos, como parece deducirse de los relatos mitológicos en torno al héroe celta irlandés Cúchulainn.

Este héroe guerrero sufría unos ataques de éxtasis furiosos, conocidos entre los celtas de habla gaélica arcáica, como ferge o dechrad, un estado que le llevaba a transformarse en un ser monstruoso con una furia asesina que no distinguía entre amigos y enemigos. Aquel estado bestial era designado como riastrad. El parecido con los berserker es evidente. La descripción de cómo cambiaba el cuerpo y la faz de Cúchulain cuando sufría estos ataques parece confirmar este parecido, ya que, de forma exagerada, se viene a decir que el rostro del guerrero se deformaba haciéndole tomar un aspecto feroz, y que llegaba a babear como una bestia. En este estado, por ejemplo, mató él sólo a centenares de enemigos durante la batalla de los bueyes de Cualinge. Este furor tremendo se manifiesta a menudo en un intenso calor corporal que emana del héroe, de forma muy similar al intenso calor que experimentan algunos chamanes durante sus trances extáticos. Cuando aún era un niño Cúchulain fue poseído por una ira tal que amenazaba con destruir Emain Macha, la capital de la provincia del Ulster. Para evitar que esto ocurriera las mujeres jóvenes salieron desnudas. El muchacho lleno de un pudoroso estupor se ocultó apartando la mirada de las mujeres, momento que los guerreros aprovecharon para atraparlo y sumergirle sucesivamente en tres tinajas de agua fría para que le abandonara aquella fiebre furiosa. La primera tinaja reventó con el calor que emanaba del cuerpo del chico; el agua de la segunda rompió a hervir; y el de la tercera era tan caliente que algunos hombres eran incapaces de soportar aquella temperatura.

El mismo furor, en fin, parece haber afectado a ciertos guerreros celtas y celtíberos de la Península Ibérica que al igual que los berserker nórdicos se cubrían con pieles de animales. Según Estrabón y Silio Itálico esta costumbre era corriente entre los cántabros. Silio Itálico narra en su Punica como en el año 207 a.C., Laro, un corpulento y temible caudillo cántabro, mercenario de los cartagineses, se abalanzó sobre los romanos con su hacha doble, con la que también cazaba osos pardos. Los soldados quedaron paralizados de miedo ante esta muestra de lo que ellos llamaban furor heroicus. Los romanos le rehuían y Laro mató a diestro y siniestro hasta que sucumbió a manos de Lucio, hermano de Escipión, cuando el cántabro se abalanzó sobre el general romano. Silio menciona también a otro guerrero cántabro, también llamado Laro, que hacía muecas horribles durante la batalla aterrorizando a sus enemigos.

No son pocos los autores que sugieren que el furor sagrado de los berserker era producido por el consumo de algún tipo de enteógeno. Entre los candidatos están la amanita muscaria y el pan contaminado con cornezuelo de centeno. Hay quien ha sugerido también que quizá, antes del combate, consumían cerveza en la que se había mezclado belladona, quizá beleño, plantas solanáceas, alucinógenas, que se emplearon, por ejemplo, en las pociones que las brujas medievales utilizaron como ungüentos para acudir al aquelarre, aunque ese tipo de untos las dejaban postradas y en una especie de sueño alucinatorio. Otros autores apuntan a enfermedades mentales como la epilepsia o a trances autoinducidos mediante ceremonias y danzas rituales. A día de hoy es difícil saberlo.

BIBLIOGRAFÍA

guerreros de todos los pueblos indoeuropeos. El propio Homero menciona que, a diferencia de otros que mantenían la calma y una actitud fría y disciplinada, algunos guerreros aqueos luchaban lleno de lyssa, furia, que lleva el mismo nombre que una divinidad asociada a la locura, la demencia y la rabia frenética. Autores como Bruce Lincoln, Georges Dumézil o Mircea Eliade se han ocupado de esta materia en sus obras.

Monumento al cántabro (Santander, Cantabria).

Anónimo: Gretis Saga. En Internet: https://www.sagadb.org/grettis _ saga.en2.

Última consulta el 19 de abril de 2020.

Arries Javier: Magia y Religión Nórdicas, Madrid. Editorial Luciérnaga, 2019.

Dumezil, Georges: Los Dioses de los Germanos, México. Siglo Veintiuno Editores S.A., 1973.

Italico, Silio: La Guerra Púnica, Madrid. Akal, 2005.

Peralta Labrador, Eduardo: Los Cántabros antes de Roma, Madrid. Real Academia de la Historia, 2008.

Sturluson, Snorri: La Saga de Egil Skallagrímsson, Madrid. Editora Nacional, 1984.

De hecho la furia extática parece ser algo corriente entre los

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