Metamorfosis 54 "Carlos Montemayor"

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D I R E C TO R I O UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE CHIHUAHUA

Dr. Jesús Villalobos Jión Rector Dr. Sergio Rafael Facio Guzmán Secretario General Lic. Gustavo Macedo Pérez Director de Extensión y Difusión Cultural FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS

Dr. Armando Villanueva Ledezma Director M.A.N. Alejandro Chávez Ramírez Secretario de Extensión y Difusión Cultural CONSEJO EDITORIAL

M.A.N. Alejandro Chávez Ramírez Director Lic. Daniel Arturo Almeida Trasviña Lic. Luis Fernando Rangel Flores Secretarios Dra. Angélica Sandoval Pineda Dr. Frank Malgesini Burke Dr. César Antonio Sotelo Gutiérrez Dr. César Santiesteban Baca Dr. Arturo Rico Bovio Dr. Alberto Pérez Piñón Dr. Gerardo Ascencio Baca Dr. Javier Contreras Orozco Dr. José Romo González Dictaminadores

Cuidado editorial: Luis Fernando Rangel Flores Claudia Kareli Reyes Castruita Frida Vizcarra Sáenz Consejo consultivo: M.H. Victoria Montemayor Galicia Dr. Cesar Antonio Sotelo Gutiérrez Dra. Mónica Torres Torija González Ilustraciones: Mónica Carolina Rodríguez Arenas Fotografía de portada: Danilo De Marco Fotografías de interiores: Danilo De Marco, Victoria Montemayor Galicia Susana de la Garza, Jesús Quiñones, Giovanni Gentile Marchetti Metamorfosis. Nueva época.Año 53, número 54, julio-diciembre de 2021 es una publicación semestral editada por la Universidad Autónoma de Chihuahua. Calle Escorza #900. C.P. 31000, Chihuahua, Chih. Tel. (614) 439-1500 ext. 3844, www.ffyl. uach.mx / metamorfosis@uach.mx Editor responsable: Luis Fernando Rangel Flores. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2012-03291338300-102 ISSN: 2007-6525, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Este número se terminó de imprimir en diciembre con un tiraje de 200 ejemplares. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización de la Universidad Autónoma de Chihuahua.


E D I T O R I A L Carlos Montemayor es uno de los escritores chihuahuenses más relevantes y prolíficos del panorama literario mexicano, desenvolviéndose como un reconocido polígrafo, pues en su labor literaria encontramos poesía, cuento, novela, ensayo y traducción —destacando en todas las áreas—. Con sus textos nos lleva a recorrer la nostalgia de la infancia; a escuchar los murmullos que rondan por las calles de Parral y por las minas repletas de historias; a ser parte de los gritos de protesta que surgen desde la sierra de Chihuahua y la sierra de Guerrero a manos de los grupos guerrilleros; y prestar atención a las palabras llenas de sabiduría de la tradición oriental, de los pueblos originarios o de las culturas que cimentaron el pensamiento occidental. Además, encontramos en su otra faceta su pasión por la música, ya que también fue un cantante de ópera, siendo tenor, llegando a grabar un par de discos. Finalmente, también es importante mencionar su valiosa labor como un activista social que siempre lo llevó a preocuparse por las comunidades indígenas, tanto en sus necesidades y en su literatura. Es por eso que en esta edición de Metamorfosis rendimos homenaje a Carlos Montemayor, en este año en el que se recuerdan dos fechas significativas: el 50 aniversario del Premio Xavier Villaurrutia, que obtuvo por Las llaves de Urgell y el 30 aniversario del Premio Bellas Artes para Obra Publicada por Guerra en el Paraíso. Es por ese motivo que, celebrando su obra, en estas páginas podremos acercarnos a la literatura, a la traducción, a la música y a todo lo que Carlos Montemayor fue en sus letras y más allá de sus letras. Al interior de esta revista, se encuentra un dossier integrado por fragmentos de su obra. Nos encontramos primero con un discurso pronunciado en 2003, con motivo de la marcha “No a la guerra, no en nuestro nombre” y nunca antes publicado, así como con un fragmento de la novela Las armas del alba, donde aborda el fenómeno tan interesantes de la guerrilla en México y su gestación en Chihuahua durante el asalto al cuartel de Madera. Al acercarnos a sus libros de cuento nos encontramos con historias breves que juegan en mundos imaginarios y nos llevan a un mundo fantástico con Las llaves de Urgell y Cuentos gnósticos, un curioso volumen que firmaría bajo el seudónimo de M. O. Mortenay. Al abordar su poesía nos encontramos con poemas tan relevantes como su “Arte poética I” y las memorias que van de la plata, a las casas, a Parral; así como aquellos poemas orientales que se presentan, en juego, bajo el nombre de Tsin Pau. Todo esto acompañado por fotografías inéditas, que nos acompañan dentro de este recorrido para conocer a Carlos Montemayor. Finalmente, agradecemos a Victoria Montemayor Galicia, por apoyarnos con la conformación de esta revista; a Emilio Montemayor Anaya, quien nos facilitó los textos que integran el dossier; a Jimena y Alejandra Montemayor Loyo, por compartir con entusiasmo este homenaje. Ahora no nos queda sino invitarlos a leer y disfrutar de la obra de Carlos Montemayor y aproximarnos a sus palabras. M.A.N. Alejandro Chávez Ramírez Director del Consejo Editorial de Metamorfosis


C O N T E N I D O 06

Una noche invernal en París. A manera de homenaje Victoria Montemayor Galicia

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Arte poética: la infinitud de Montemayor Margarita Muñoz

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La guía Montemayor: Guerra en el Paraíso, una novela incómoda Vicente Alfonso

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Las mujeres del alba de Carlos Montemayor, una tragedia moderna Argelia Cruz Guevara Faucou

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El compromiso indigenista de Carlos Montemayor Giovanni Gentile Marchetti

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El músico Pablo Espinosa

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Montemayor y la paz verdadera Carlos Montemayor Romo de Vivar

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La noche El alba Parral

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Traducciones El bosque florido La muchacha de túnica roja El joven y la muchacha

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El juego de Dios

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Ensayo: Introducción a Historia de un poema (la iv églogla de Virgilio)

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A propósito de la música Victoria Montemayor Galicia

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Homenaje-ficción-crónica-reportaje o de cómo escarbar en la literatura de Carlos Montemayor Mario Sánchez Carbajal

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Entrevista a Carlos Montemayor por Danilo de Marco: entre el ezln, el tiempo, la historia y la Tierra Danilo de Marco (introducción y traducción de Victoria Montemayor Galicia)

DOSSIER 56

Discurso: La guerra y la paz

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Novela: Las armas del alba (fragmento)

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Cuentos Canto Danza La muerte de Tsin-Pau Persecución de demonios

Carlos Montemayor: apuntes sobre la matanza del dos de octubre y una despedida sin adiós Marco Antonio Campos

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La poética de la traducción en Carlos Montemayor Demian Ernesto Pavón Hernández

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Poemas Finisterra Arte poética I Memoria de las casas Memoria de la plata

El aura y los aspectos rituales del pensamiento de Walter Benjamín en la novela Guerra en el Paraíso de Carlos Montemayor Carlos Franco, César Antonio Sotelo Gutiérrez



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Carlos Montemayor

UNA NOCHE INVERNAL EN PARÍS A MODO DE HOMENAJE...

L

a noche era clara, sin bruma, no tan fría para ser invierno en París. El cielo en azul marino refulgía de estrellas. Ese día mi amiga Ceci y yo habíamos recorrido el museo de Picasso y Delacroix; comimos pastelitos de manzana con cereza; surcamos calles angostas y empedradas en la Ille de la Cité que invariablemente nos llevaban a la rue du Cloitre Nôtre Dame, y asombradas como niñas que descubren un tesoro, nos habíamos maravillado de la majestuosidad de la Catedral a un costado del Sena. Fuimos a un carrito de baguettes, en nuestro pésimo francés pedimos dos, de tres quesos, y nos sentamos en una banca en la plazuela frente a Nôtre Dame para admirar el crepúsculo, el colorido rosetón, los inexpresivos apóstoles de piedra, la magnificente construcción y las inocentes gárgolas que parecían querer asustarnos. Habíamos llegado a París en una fría y nublada mañana del 30 de enero de 2000. Aquel año la Torre Eiffel centelleaba con la cifra luminosa en medio de la noche. Aquella noche era un 5 de febrero —¡imposible olvidar esa fecha!—, cruzábamos el campo Marte, y yo caminaba maravillada y alegre por debajo de la Torre. Íbamos rápidamente mi padre, su mujer, una amiga franco-chihuahuense y yo. Había una recepción en la Embajada de México para festejar, y tuvimos la suerte de comer antojitos mexicanos, beber tequila, vino tinto y champagne. La noche tenía su propia alegría. Mi amiga y yo no dejábamos

de observar la Torre desde el ventanal, los mariachis cantaban, las risas y el murmullo de franceses y mexicanos llegaban hasta nuestros oídos. De repente, mi padre se acercó y nos dijo: “¿Ya vieron quién está ahí?” Ceci y yo volteamos la cabeza, y en medio de unos trajeados caballeros, sentada en una silla de terciopelo rojo se encontraba ella, La Doña. Vestida primorosamente de terciopelo negro, su cabello largo, su suéter de cuello alto, su maquillaje, su lunar, su ceja, sus perlas, sus anillos, la elegancia y el porte con el que todos la recordamos. Nos miraba desde lejos sabiéndose importante, sabiendo que era ya una leyenda, un ícono, un ornamento en aquella cena. Ahora, después de veinte años y algunos meses, en la lejanía de mis remembranzas intento ver más en ese fugaz momento. La comida sin duda, la presencia de mi amado padre, el sentir la mexicanidad desde lejos siempre provoca un dejo de nostalgia, el recuerdo es ahora un zafiro en la oscuridad de mis pensamientos. La cena terminó y nos dirigimos al estacionamiento para pedir el carro. María estaba abajo con su abrigo de piel, sus guantes negros y sus joyas. El chófer vestido de gris (o ¿era azul?) la esperaba ya para ayudarla a subir a su Roll Royce —¿azul o gris?—. Mi padre y la tía Águeda nos dijeron: “Díganle adiós”. Y entonces movimos las manos como si fuera un breve homenaje a aquel personaje que era una leyenda en sí misma. María volteó y con un rostro infantil y su maravillosa sonrisa nos decía adiós.


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Victoria Montemayor Galicia

Carlos Montemayor,

entre el recuerdo y la ensoñación

Hay tantas cosas que puedo decir sobre mi padre a doce años de su muerte, pero, ¿qué puedo compartir con usted lector para que no abandone este texto? Puedo hablar del escritor, del poeta, del traductor; pero esas facetas usted las puede abordar en sus novelas, en sus ensayos, en su obra. ¿Qué puedo contar del tenor y de su pasión por la música? Todo comenzó cuando era un niño y mi abuelo contrató a un maestro de música para tomar clases. Mi abuelo contaba que en una ocasión, cuando mi padre tendría unos siete años, contrató a un maestro de música, y un buen día encontró a mi padre tocando la guitarra, fue cuando decidió que las clases serían para él. Mi padre contaba con mucha alegría cómo tomaba sus clases en las aulas de Manhattan o Nueva York, es decir, en las cantinas de Parral, y que por esta razón él tenía la idea de que las cantinas eran unos lugares limpios, puesto que el maestro lo citaba en la mañana y era cuando de las ollas brotaba espuma de jabón y el aroma a limpio se impregnaba en el lugar. Pocas personas, me parece, saben que a los 17 años formaba parte de un grupo musical en Parral, llamado “The golden boys”, él tocaba la guitarra, era una fenders blanca, y vestía un traje al estilo de los Teen Tops. Que a esa edad le dijo a mi abuelo, “Quiero ser cantante” y mi abuelo con la autoridad que lo caracterizaba dijo rotundamente: “¡No!, si usted desea ser músico, primero estudia una carrera y después, si así lo quiere, estudia música”. Mi padre

Fotografía: Carlos Montemayor y Victoria Montemayor en Normandia después de una lluvia invernal en febrero de 2000.

me contó en una ocasión que estuvo enojado con mi abuelo durante mucho tiempo por oponerse a su carrera musical. Pasaron los años y en 1965 mi padre ingresó a la Facultad de Derecho de la unam, ahí fue donde conoció a Víctor Hugo Rascón Banda, después conocería a Carlos Fuentes, así como a otras personalidades. Mi padre terminó la carrera y con la determinación del carácter que lo caracterizaba,

*Maestra en Humanidades, catedrática en la Universidad Autónoma de Chihuahua y traductora.


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Carlos Montemayor

Fotografía: Carlos Montemayor y Victoria Montemayor, diciembre de 2008 / Cortesía de Susana de la Garza.

fue y le dijo a mi abuelo: “Yo no voy andar sacando viejitas de sus casas ni maleantes de la cárcel, así que me voy a letras”. Y fue así como en 1966 ingresó a la licenciatura en Letras Iberoamericanas de la Facultad de Filosofía y Letras; el resto, es historia. En alguna ocasión me contó que haber ganado el premio Xavier Villaurrutia en 1971 con Las llaves de Urgell le dio la seguridad y confianza de que iba por buen camino. No sé con exactitud a qué edad retomó sus clases de música, quizá hacia los 34 años, pero su maestro de canto fue el tenor Roberto Bañuelas, quien alrededor del año 2000, si mal no recuerdo, hizo una composición sobre su famoso poema “Finisterra”. El estreno fue en la sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural de la unam y tuve el placer de acompañarlo. En el mes de febrero del año 2020, con motivo del

décimo aniversario luctuoso, el maestro Raúl García, director de la Orquesta Sinfónica de la Universidad Autónoma de Chihuahua, realizó una maravillosa composición musical inspirada en “Finisterra”, que se estrenó en el Teatro de los Héroes en la ciudad de Chihuahua y al día siguiente se presentó en el Foro Villista en su ciudad natal. Dicha composición, usted, lector, la puede disfrutar si la busca en Youtube. Recuerdo también cuando mi padre estudiaba con el pianista Antonio Bravo en la sala de su casa, en algunas ocasiones tuve la dicha de estar ahí y disfrutar de un concierto privado comiendo bocadillos y bebiendo vino. Sabía que en algún momento esos cristales de tiempo se romperían, aunque nunca lo imaginé tan pronto. Lo acompañé a las presentaciones de sus discos, El último tenor de arias italianas, españolas, francesas y alemanas, cuya presentación fue en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes; a la de Canciones Napolitanas e Italianas, que se presentó en la sala de conciertos de radio unam; a la presentación del disco de Canciones de María Grever en la sala Ollin Yoliztli; recuerdo el piano, la voz de mi padre, la música que extasiaba mis sentidos. Los dos últimos discos lamentablemente no alcanzaron a presentarse, estuvieron listos el año de su muerte: Concierto mexicano y Zarzuela y Cantos de España. La relación que tuve con mi padre fue muy cercana, algunas veces lo acompañaba a sus presentaciones y conferencias, admiraba su trabajo y disfrutaba los momentos a su lado. Él me enseñó a amar a mis semejantes, a leer con atención, a pensar, a reflexionar; a admirar y respetar la naturaleza, la Madre Tierra. Le gustaba la lluvia y el olor a tierra mojada, (también el whisky y el vino). Le impresionaban tanto el mar como las montañas, el desierto, los atardeceres, la luna y las estrellas; amaba y disfrutaba la vida cada instante. Mi abuelo en una ocasión dijo: “lo más importante es que nos quisimos mucho, siempre”. Y es entonces cuando uno toma conciencia de la importancia que tienen los dulces momentos con los seres queridos. Mi padre, la noche del 13 de septiembre de 2007,


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cuando fue galardonado con el premio Fundación México Unido, cerró su discurso con el hermoso verso de Dante: “l'amor che move il sole e l’altre stelle”. Es ese amor infinito que impulsa al hombre a seguir adelante, a luchar. Fue ese tipo de amor lo que me inculcó. Ahora, a doce años de distancia, cuando pienso en él, me doy cuenta de que viví muchos instantes maravillosos a su lado, que al final, lo único que nos llevamos de este mundo son los alimentos que disfrutamos y nuestros recuerdos, el tiempo que compartimos con nuestra familia, con los amigos, con nuestros padres. El amor que siempre perdura. Añoro aquellos momentos de risas, cuando comíamos, cuando disfrutábamos una copa de vino o un caballito de tequila, cuando nos abrazábamos y con un beso se detenía el mundo, me sentía tan segura entre sus brazos. Claro que también recuerdo aquellos momentos en que me regañó, no diré por qué, fueron varios, pero sobre todo los momentos dulces, los que destellan en la memoria, cuando simplemente nos sentábamos a platicar de mi vida, mis estudios, planes o inquietudes, y él me escuchaba atentamente y me daba su punto de vista, o cuando se alegraba con mis logros, con mis ensayos, cuando platicábamos sobre algún tema de literatura. O esos momentos íntimos, esas reuniones en las que lo escuchaba atenta y alegre cuando hablaba de política o de su infancia, de mis abuelos, de sus fiestas, cuando mi tía Gena hablaba de las travesuras de infancia que mi padre negaba riéndose a carcajadas y abría sus enormes ojos aceitunados, o cuando nos contaba sobre sus investigaciones para su nuevo libro, sobre Rehacer la historia, Los informes secretos, La guerrilla recurrente o Las armas del alba. Lo recuerdo tocando al piano, o cantando en la sala, ponía sus pistas y comenzaba con Verdi, La Traviata, Puccini, La Bohème o Tosca. Recuerdo cuando me cantó una tarantella y me explicó el porqué del nombre, de los bailes para sacar del cuerpo el veneno de la tarántula. Sabía tantas cosas y yo era su fan.

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Recuerdo una tarde, justo un año antes de su partida, un domingo cuando festejamos el día del padre en su casa, salió a contemplar la lluvia, llegué hasta él y lo abracé. Ambos contemplamos abrazados la lluvia y me dijo: “¡Pero qué impresionante! ¡Cuánta agua! ¡Cómo llueve! ¡Qué olor a tierra tan penetrante!”. O aquella vez que fuimos a casa de mi abuelo por libros y la lluvia caía pesada, había truenos, y el cielo era gris. Era noche y mi abuelo estaba preparándose para partir de este mundo. Y ahí estábamos los dos; en el departamento de mi abuelo recorriendo el pasillo, observando los libros, sus cosas. Era como una despedida anticipada. Pocos días después falleció mi abuelo. Se fue en una noche estrellada de verano. Al día siguiente de su partida salió el sol por la mañana, pero al atardecer ocultó su rostro y llegó la lluvia. Cuando pasó la tormenta salimos a ver el cielo. Estábamos abrazados mirando las nubes, mi padre volteó a verme y dijo: “¡Pero qué lluvia! ¡Qué día!”. Como si el cielo hubiera llorado con nosotros. Ahora, a años de distancia que he releído y estudiado sus poemas, me parece que empiezo a entender el por qué le asombraba mirar la lluvia. Quizá con la lluvia, chispeaban recuerdos de su infancia, de mis abuelos, de mis tías, de pensamientos y emociones que llegaban a su mente en ese momento, tal vez entre el ahora, la realidad y el pasado, la memoria de la lluvia y del viento, del verano, de las casas, de la noche, del tiempo, de aquel río que a lo lejos lo llamaba. Mientras tanto, yo voy buscando en el mar de mis recuerdos, una perla, una concha, un pez, una estrella, una tortuga, un coral, sus pensamientos, su voz… Recuerdo aquellas tardes cuando mi padre había estado trabajando con los mayas, tzotziles y tzeltales, para publicar una colección de libros para sedesol y el Instituto Nacional Indigenista, que tenía como propósito el rescate de sus tradiciones, cuentos, ritos y leyendas; yo llegaba a su casa, nos sentábamos en la sala y me decía: “escucha, son rezos tzeltales”, y me explicaba su ritual; o, a veces ponía un disco y me decía: “escucha, ¡ah qué piano!”. El disco era Poetic im-


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Fotografía: Carlos Montemayor y su familia durante la entrega del Premio Nacional de Ciencias y Artes, diciembre de 2009.

pressions del compositor francés Claude Debussy, me impresionó tanto que lo compré. O recuerdo cuando me regalaba discos: Mozart, por ejemplo, Il Davide penitente. Y así pasamos varias tardes escuchando música, a veces él trabajaba y yo leía, o platicábamos mientras trabajaba, o me decía: “espere, póngase a leer algo en lo que yo termino esto”, y me ponía a leer algún libro o alguna revista Proceso que estuviera cerca, en su escritorio. O algunas tardes que comíamos y luego dormíamos. O aquellas noches cuando nos veíamos entre semana para cenar, y él me platicaba de lo que había hecho, de sus proyectos. Recuerdo una mañana de domingo en el hermoso Palacio de Bellas Artes, cuando fue la presentación en la sala Manuel M. Ponce del libro Words of the true people. Una colección de poesía en lenguas indígenas con traducción al inglés y al español que realizó con Donald Frischmann; en él hay una selección de poemas de Natalia Toledo, Natalio Hernández, Librado Silva, entre otros. Para festejar, mi padre llevó un galón con un mezcal de Oaxaca que le habían regalado. Para dicho festejo nos ubicamos en la Alameda Central donde nos dispusimos a convivir. Sí, así fue. El maestro Montemayor, el Dr. Frischmann, Natalia Toledo, Susana, otras personas y yo, ¡tomando mezcal

a la 1:00 de la tarde de un domingo! Fue ahí donde me decidí a probar el mezcal sólo porque Natalia dijo que estaba delicioso. Años atrás, por 1998, cuando mi abuelo gozaba de buena salud y lo llevaba a comer helado, mi padre escribía Los informes secretos, y nos platicaba de sus investigaciones en reuniones familiares. Cuando mi padre terminó de escribir la novela, llevó el manuscrito a mi abuelo para que lo revisara y le diera su punto de vista. Una tarde fuimos por mi abuelo, había una reunión familiar para festejar el día del padre. Mi padre le preguntó: “¿Oiga, y qué le pareció la novela apa’?”, mi abuelo le contestó que estaba muy bien desarrollada, le explicó algunas cosas; mi padre le preguntó otras, mi abuelo con su tequila y mi padre con su whisky, el manuscrito estaba en la mesa y mi abuelo lo hojeaba. Yo los observaba dialogar apaciblemente, disfrutaba la forma en que se miraban, hablaban y reían. Para mi abuelo, mi padre era su orgullo, lo admiraba. Los últimos años, mi padre decía que mi abuelo había sido un hombre sabio, una persona impresionante, inteligente, un gran hombre. Mi padre con orgullo me dijo: “Tu abuelo es masón. Grado 33, el último grado de la masonería.” ¡Cómo resonaron en mi mente esas palabras! También me contó de la vena poética de mi abuelo cuando ganó un premio de poesía, dentro del jurado se encontraba nada más y nada menos que Rubén Bonifaz Nuño. Si mal no recuerdo, me parece que el poema se llama “Décimas del amor”. Recuerdo aquel año de 2003, corría el mes de febrero cuando mi padre estaba forjando Las armas del alba y me pidió que lo llevara a Cuernavaca para entrevistarse con el fotógrafo Rodrigo Moya. El viaje, además de ser una lección histórica fotográfica, incluyó clases de manejo. Íbamos en la carretera, yo nunca había manejado en carretera y él venía enseñándome, claro, a veces subía el tono: “¡Frena!, ¡acelera!, ¡no! ¿por qué frenas?, ¡no puedes frenar! ¡Acelera! ¡¿por qué no aceleras?!” e iba agarrado hasta con las uñas, ¡pobre! La relación con mi padre incluía


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clases de manejo, de lectura, de tragos, de música, de ópera, de pintura. En el año 2000 tuve la oportunidad de hacer un viaje inolvidable a París con él. Aquel invierno mi padre era el primer titular de la Cátedra "Alfonso Reyes" en el Institut des Hautes Études de L'Amérique Latine (iheal), Nouvelle Sorbonne. Mi amiga Ceci y yo llegamos la mañana del 30 de enero. Recuerdo el frío, la lluvia, la neblina, las nubes grises, las calles; mi amiga y yo esperándolo en el aeropuerto Charles de Gaulle. Habíamos aterrizado antes de la hora que indicaba el itinerario, alrededor de las 7:00 am y mi padre llegó una hora después, cerca de las 8:00. De repente lo vimos a lo lejos con su abrigo verde y su boina, corrí hacia él y nos abrazamos. Subimos al taxi y llegamos al pequeño y acogedor departamento. Esos recuerdos destellan como oasis en mis pensamientos. Recorrimos Le Champs Elysées, la Concorde, la Tour Eiffel, el Louvre, el Sena, l’Ile de la Cité, Montmartre. En Nôtre Dame recuerdo la explicación que nos dio de los vitrales, de las gárgolas, mi expectación ante la belleza de la arquitectura gótica, de los rosetones. Mi primer paseo por el Louvre, la pirámide de cristal destellaba en la mañana gris y fría, la Victoria alada parecía abrir sus alas y emprender el vuelo, la Venus nos miraba indiferente, las esculturas nos observaban, los sarcófagos egipcios hablaban del desierto, los faraones y el Nilo, las pinturas engalanaban nuestra mirada, nos contaban sobre la edad media, el Renacimiento, el Barroco, los puentes y recovecos flamencos. El recorrido de todo un día en el museo explicándonos las obras más importantes: Da Vinci, Buonarrotti, Botticelli, el Greco, Rubens, Velázquez, la pintura flamenca, la sencillez, la complejidad, los colores, los temas, la construcción del cuadro, las esculturas y su historia. Ahora me doy cuenta que muchas de las cosas que me gustan tienen que ver con mi padre. Recuerdo aquella vez en su casa cuando tomó con devoción la Divina Comedia y me dijo: —Dante, ¡maravilloso! la Divina Comedia es una

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Fotografía: Carlos Montemayor y Victoria Montemayor, 2008 / Cortesía de Susana de la Garza.

de las obras más importantes de la literatura universal. Yo apenas había empezado a estudiar la lengua italiana y le respondí: —Sí, ya en unos meses la podré leer en la lengua original. —No, está escrita en florentino, así que no la podrás leer. En ese momento pensé: “¡claro que la voy a poder leer en el original”. Tardé un poco de tiempo, pero finalmente la leí y en los últimos siete años la he releído constantemente, desde entonces imparto una cátedra sobre Dante y su siglo; incluso el año pasado organizamos un homenaje por el 700 aniversario luctuoso, (¿qué me dirías papá?) Recuerdo aquellas clases sobre Dante en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam con la Dra. María Pía Lamberti. Mi clase era los lunes, a veces llegaba a su casa a cenar y emocionada le contaba sobre la Divina Comedia, platicábamos de literatura italiana, de los poetas del Dolce stil novo; a veces del Renacimiento, de Erasmo de Rotterdam, o de Auden, Dino Campana, Ezra Pound. A doce años de su camino a las estrellas, su ausencia todavía me pesa, pero llevo su esencia que corre por mis venas, a veces sigo sus pasos y


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Fotografía: Carlos Montemayor en Villa Manin, Italia / Cortesía de Danilo de Marco


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sus palabras resuenan en mi memoria cuando leo la Ilíada, la Eneida, la Divina Comedia, intento buscar en mis pensamientos su voz, su memoria, a veces lo sueño y charlamos sobre la vida y la literatura, nos abrazamos, reímos, me da un beso y despierto.

Ayer soñé contigo, padre Era una tarde dominical cualquiera en nuestra rutina tan dispareja. Había ido a visitarte al medio día para llevarte a hacer las compras del mandado al Superama (al que siempre íbamos, al de avenida pacífico) en la ciudad de México. Quizá el dato sea un poco irrelevante, pero son también las notas cotidianas de la vida. Recorrer el súper, buscar los quesos, las aceitunas, los cacahuates, el helado, la carne, el whisky y el vino, los alimentos cotidianos. Después de hacer las compras decidiste ir a comer a un restaurante, era una cantina donde preparaban un jugoso cabrito. Cuando llegábamos al restaurante la infame música de mi despertador había sonado. Quise regresar a tan anhelado encuentro, pero como todos los sueños son fugaces, tan sólo una ilusión, tuve que despertar y un poco de malas por no haber llegado al banquete en el restaurante, pero inmediatamente recordé aquellos hermosos versos del viejo Tsin Pau, —personaje en el que al final te convertiste papá— y pensé en aquel verano, “un verano donde volvamos a reunirnos,/donde seamos otra vez felices/bajo la sombra plena de nuestro jóvenes padres,/en una fiesta que no termina,/en una fiesta a la que siempre/llegamos cuando comienza”.

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Carlos Montemayor

ARTE POÉTICA: POÉTICA: ARTE LA INFINITUD DE MONTEMAYOR Margarita Muñoz

H

ablar de un personaje como Carlos Montemayor, cuyas dimensiones literarias, estéticas, y culturales trascienden nuestro país, resulta no sólo muy difícil sino, seguramente, insuficiente. El mundo en el que se desenvolvió, aquél que decidió desentrañar, comprender y amar, es como un caleidoscopio por lo cual implica adentrarse en una dimensión tan rica, vasta y variada como es su obra: poeta, ensayista, traductor, novelista, cuentista y crítico, quien a través de su gran acervo literario, su creatividad ilimitada tuvo el poder de abordar cualquier tema con sensibilidad y erudición. En tantos de los océanos de la sabiduría, Carlos navegó como un marinero experimentado y apasionado por las aguas y los viajes en altamar. Además de ser un agudo analista político, Montemayor fue un gran estudioso de los idiomas latín, griego, hebreo y de varias de las lenguas indígenas mexicanas, como tzotzil, tzeltal, lacandón y náhuatl, y conocedor de las literaturas clásicas y las filosofías antiguas. Políglota, su amor por nuestra cultura lo llevó a investigar los recursos literarios de las lenguas indígenas de México, especialmente el maya yucateco, las lenguas mayas de Chiapas, el zapoteco del istmo y el purépecha, que dieron como fruto dos volúmenes con escritos en diez lenguas indígenas. Como artífice de la lengua, le valió ser miembro de número de la Academia Mexicana correspon*Poeta y amiga de Carlos Montemayor.

diente a la Academia Española de la Lengua. Su obra refleja el oficio del escritor que se traduce en un lenguaje luminoso, trabajado para darle la resonancia que tiene nuestro idioma, siempre anclado en la tradición clásica. Toda su vida sostuvo con su palabra y con sus actos que la narrativa y la poesía eran sus pasiones. Sin embargo, creía que la poesía era la expresión más pura de la lengua humana, la forma más depurada de la literatura: “La poesía es una forma de invocación, una forma de conjuro, una especie de grito salvaje y armonioso de la especie humana, en cambio la narrativa es una forma de apoderarnos del mundo que quisiéramos poseer para siempre y jamás perder. La poesía es un conjuro, la narrativa es una apropiación de las cosas”. Arraigado en su natal Hidalgo del Parral, Chihuahua, donde vio la luz primera en 1947, el norte mexicano permea en toda su otra. Sus raíces, su experiencia vital, sus años fundacionales, su formación moral y religiosa, están fincadas en los ásperos paisajes de esta tierra. Sus afilados contornos, sus largas sequías, el trabajo en las minas, quedan plasmados en su visión estética vital que imprimió en su obra con un claro y nutrido interés por el compromiso social y político. Carlos estudió la primaria y la secundaria en Parral, luego la preparatoria en Chihuahua. Después se marchó a la ciudad de México, donde realizó es-


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Carlos: siempre te gustó la realidad, la enfrentaste con mucho valor y la enriqueciste con tu sabiduría. Ahora nos dejas frente a ella, descarnada, sin ti, pero con tu voz y tu lucidez que seguirán siendo una guía en la oscuridad de este tiempo mexicano. Será la lengua materna, será la poesía temprana, serán los pueblos originarios, serán las flores y el canto... algo será que, en tu memoria, recupere la fragancia de éste, tu amado México. Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe

tudios universitarios y de posgrado. Los dos años en Chihuahua y el primero en México sirvieron de distanciamiento con el paisaje natural de su tierra y a su regreso, en unas vacaciones escolares, se reencontró con sus cerros, el ambiente minero, el paisaje semiárido. Este hecho lo empujó inesperadamente a la escritura. Esa necesidad de expresar el paisaje, la emoción que este le producía, lo condujo a la poesía. La tierra, para Montemayor era un ser vivo que le podía, mirar, tocar, hablar. Descubrí —decía Carlos— que la tierra estaba presente a partir del sonido, me di cuenta de que yo también estaba ahí, oyéndola. Esa sensación de que yo estuviera ahí no la podía expresar, pero la recuerdo: la tierra tenía una identidad y yo también. Esta sensación Carlos la expresa en muchas de sus entrevistas al declarar que la tierra, el paisaje, no eran sólo un escenario, sino una forma de conciencia, creía que la eternidad nos acechaba en ciertos momentos de la vida y que gran parte de ellos los conocimos en la infancia. “Arte poética I” es uno de sus primeros poemas y todos los autores que han escrito sobre la poesía de Montemayor coinciden en señalar que éste es su tesis de lo que es la poesía. En él están sentadas las bases de su creación poética. “Arte poética I” fue escrito cuando Montemayor no se dedicaba todavía a la literatura como una actividad total, era una época en

la cual se definía a sí mismo como un investigador que recopilaba información sobre los temas que años después desarrollaría. Era un “testigo silencioso” en un momento convulso de la historia de nuestro país. Carlos se dedicó simultáneamente a la poesía, la narrativa y el ensayo. Esta manifestación de su quehacer literario es la visión totalizadora, estética, filosófica, artística y humana. La dedicación apasionada al oficio de escribir, se refleja en un lenguaje, trabajado exquisitamente, con la plena conciencia de sus raíces en la tradición clásica. El otro enfoque central, también apasionado, es la condición humana, el ser humano que se enfrenta a sus deseos, a sus recuerdos y pérdidas, a sus sueños, a su destino, a su muerte. Carlos siempre recordaba cuánto le había afectado la muerte de sus padres. Su madre falleció cuando era aún muy niño y con esa pena escribió varios poemas que llevan por título Memoria, textos que se refieren a Parral. En esos mismos escritos también se encuentra con su padre. Su poesía siempre está llena del aliento de la dicha de los hermanos y la familia, de la pasión por la tierra, los árboles, los ríos, y también por los amigos. “Quisiera ahora estar sentado/ en una gran piedra bajo los árboles/ y sentir el paso del viento…/ si estar ahora en un huerto fresco/ donde mi madre volviera a vivir/ y se sentara a mi lado bajo la sombra…pero estoy aquí/ contento con esta tristeza de mi memoria”.


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Fotografía: Carlos Montemayor, Carmen Cardenal y un grupo de acompañantes en Mina La Prieta, Parral / Cortesía de Jesús Quiñones.

Montemayor decía que la poesía es una forma de conocerse a sí mismo, no como un ornato del lenguaje, sino como una vía, un camino para entender cabalmente una actitud vital, una vivencia interior, un deseo inexpresado o la memoria incluso. Siempre se sintió fundamentalmente poeta, la poesía le parecía un vehículo para reflexionar sobre muchos aspectos de la literatura. La mayor parte de sus ensayos literarios a lo largo de su vida fueron sobre poetas y sobre la poesía: “La poesía, es el motor inmóvil que mueve todas las cosas”. Toda literatura fue para Montemayor un acto de reflexión, sin embargo la poesía era una forma de introspección en la propia naturaleza excepcional de la misma, donde el idioma cala más profundo en la conciencia humana. Según él mismo decía, “la poesía es el referente más luminoso para entender cualquier época de la humanidad”. “Los chihuahuenses —añadía— todo lo que hallamos es un inmenso desierto,

estamos ajenos a las culturas mesoamericanas, no tenemos esa carga existencial” por ello el escritor no tuvo conflicto por haberse dedicado a ser latinista, helenista, mayista y a estudiar su poesía. A través de su obra, Montemayor buscó comprender las emociones humanas y se adentró así en la historia reciente de México, su testimonio es una batalla ganada por mantener vivos en la memoria colectiva los movimientos sociales más importantes de nuestro país. En “Elegía de Tlatelolco” nos dice: “Todo quedó en esta plaza/ nuestro amor en las piedras otra noche derrumbada/el silencio vela como ataúd madre y hombre /entre las botas y escupitajos de las escoltas/y la vida se ensucia/escondida en los edificios/con el afanoso mendrugo/ que nos queda del amigo que no alcanzó a huir”. Montemayor, al referirse a su obra, decía que toda ella tenía el mismo hilo conductor: lo clandestino, lo subterráneo, el subsuelo. De ahí que la minería


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siempre esté presente en sus poemas, además su infancia transcurrió asociada a la actividad minera propia de su ciudad natal. La mina de Parral, La Prieta, fue sin duda un elemento fundamental en sus años primeros. En su obra lo asocia con la cultura grecolatina, de la que dice es “el subsuelo de la cultura de occidente”, así mismo las culturas indígenas de Mesoamérica son otra forma de subsuelo de la cultura mexicana actual. Entonces los movimientos guerrilleros son el mundo clandestino, soterrado, de la resistencia social. El poeta expresaba que no podía unir el amor con la muerte, que no entendía la relación de Eros con Tanatos: “La temática erótica viene de mi propia pasión por la mujer, decía, la pasión amorosa nos hace tan voraces, tan ávidos, que es poco lo que nos queda entre las manos de toda esa agua luminosa que hemos recibido”. Insistía que sus poemas amatorios no tenían nada que ver con la muerte. Sus poemas florecían en el clima benigno de la primavera; con ella llegaban a su ánimo las palabras para forjar el poema dice Hugo Gutiérrez Vega. La poesía de Carlos, impregnada de elementos recurrentes como lluvia, árboles, polvo, calles, acogen la memoria, el tiempo, la palabra. Predomina en ella el sentido de la eternidad, el reconocimiento de nuestro origen en cualquier cosa que surja al alcance de nuestro cuerpo: el sol, la luz, un aroma, un río, en donde se manifiestan las emociones. Las emociones que están más cerca de la sensualidad que de las cosas. Montemayor decía que el amor y el erotismo es lo que más nos acerca a la condición eterna, aunque siempre se reencuentra con lo universal que había en su casa de infancia. Los poemas de Montemayor tienen una musicalidad natural, melodiosa, rítmica, formados por eneasílabos, endecasílabos y alejandrinos, tienen la aspiración a recuperar los versos latinos. Esa musicalidad permea también su narrativa, el cuento y la novela; la poesía, el lenguaje poético, prima en toda su obra.

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Su primer libro de poesía, Las armas del viento, está dedicado a su hijo David, quien murió siendo un niño y a sus amigos que le enseñaron a trabajar la madera. En el bosque aprendió a resistir y comprender el dolor. La muerte del hijo fue una experiencia intolerante, intransigente, una experiencia sin concesiones: “Es el aliento que entibiará los mismos lugares/cuando abracemos la tierra que ahora nos sostiene;/que a través de otras noches, de otros años,/ llegará hasta nuestros siguientes cuerpos,/persistirá en nuestras siguientes vidas…”. En su poemario Finisterra, poema de largo aliento que Federico Corral Vallejo considera la piedra angular de su obra poética y que está dedicado a Baja California, su encuentro con el mar es un canto a la mujer, a la inmensidad del amor, es un poema erótico y en él nos encontramos este texto, que sin duda es un poema de amor dedicado a su tierra, a Parral: “Subo al monte de mi pueblo./Subo a la parte más alta del monte,/encima de mis recuerdos, encima de mi vida./ El mundo y la tarde me rodean,/y parecen la casa de mi infancia cuando había fiesta.”. Durante una estancia en China, Carlos conoció a los vates chinos de la Dinastía Tang y aquél país lo envolvió con la presencia de la neblina, efecto que vuelve a relacionar con su infancia en Parral donde los inviernos suelen ser poderosos y la neblina permanente:“Me he encontrado con neblina en otros sitios y en otros momentos como en China. A mí, la neblina me atrae mucho, porque me obliga a concentrarme de otra manera, en un sentido corporal, espiritual”. Después de 17 años de este encuentro con la poesía china, el poeta escribió Los poemas de Tsin Pau poemario que fue prologado por su querido amigo Tito Maníacco, quien dice: “Montemayor construye rítmica y armoniosamente un mundo sencillo y al mismo tiempo complejo, en el cual coexisten los grandes temas existenciales del vivir conectados estrecha e íntimamente al paisaje mexicano…”. Viajero incansable, Carlos recorrió gran parte del globo terráqueo; en todos los lugares a donde fue,


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entabló amistades entrañables como Tito, quien residía en Friuli, Italia. Fallecido en los últimos días de enero de este año, Le dedicó su último poema: “Dicen que el día de ayer mi amigo emprendió un largo viaje./ Sé que los poetas estamos acostumbrados a dilatadas travesías./ A veces las iniciamos desde nuestra mesa, desde la ventana, desde una página en blanco./ Nuestros viajes no son para descubrir o conquistar territorios; cuando logramos regresar, a menudo nos damos cuenta de que sólo pudimos comprender los territorios que son nuestros.” Podemos prescindir de enumerar su profusa obra literaria publicada y dado que es ampliamente conocida por todos, solo mencionaré la obra poética: Las armas del viento, Abril y otros poemas, Finisterra, Abril y otras estaciones, Poesía (1977-1996), Antología personal, Los poemas de Tsin Pau y realizó una antología de poemas amorosos, Los amores pastoriles. Valga decir que por su profusa obra, a lo largo de su carrera, Montemayor recibió múltiples reconocimientos tanto en el extranjero como en nuestro país. Los últimos fueron el Premio Fundación México Unido a la Excelencia de lo Nuestro concedido en 2007 por su larga trayectoria dedicada a fomentar los valores culturales. En diciembre de 2009 recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes. En esa ocasión nos dejó varias frases para la memoria y para la acción: “La cultura es la solidez de los pueblos, la identidad de éstos. Esa cultura no la pueden manipular los medios informativos ni las campañas políticas. Hacia esa fuerza del país se engloba la ciencia, el arte, la identidad, nuestra historia, y deberíamos destinar, no diría más recursos, eso se da por sentado: deberíamos dedicarle más cuidado, más amor”. Montemayor dejó inéditos cuatro libros que serán publicados este año: Las mujeres del alba, el poema Apuntes del exilio, una entrevista con la escultora originaria de ciudad Cuauhtémoc, Chihuaua, Agueda Lozano, y un nuevo volumen sobre nahuatlismos. La novela será publicada en septiembre por Mondadori, mientras que el poema con 10 cantos ya estaba en

imprenta a su fallecimiento. El resto de las obras deberán aparecer este año. El poemario Apuntes desde el exilio está dedicado a Susana de la Garza, su mujer y del que dice Quiriarte tiene ecos de El Cantar de los Cantares. Susana afirma que este poemario le ayudo a escapar de la tensión que su trabajo en la Comisión de Mediación y el tema tan fuerte del libro La violencia del Estado, le producían. El poeta alternó la palabra escrita, con la cantada. Grabó tres discos compactos en los cuales desplegó su tesitura de tenor: Canciones de María Greever, El último romántico y el doble titulado Canciones napolitanas e italianas. Igual compartió una copa de buen vino y la guitarra que magistralmente interpretaba con la charla amena siempre llena de erudición y profundidad. Todo lo fue Carlos. Hijo, amigo, padre, abuelo, maestro, eterno aprendiz, modesto experto, patriota, universal, palabrante (amante de la palabra), cantante… Cortos quedarían los adjetivos para describirlo en cada una de éstas (y cuántas más) facetas. Hablan mejor, por sí solos, sus propios versos en los que se cuela, inevitablemente, su personalidad, su ser total. Dejo abiertas las puertas... Dejo abiertas las puertas de la casa para que todos mis amigos, con sus recuerdos y su dicha, con sus amores destruidos y persistentes, lleguen con su risa y sus vasos desde el primer día de mi vida. Dejo abiertas las puertas de la casa para esperar a mis padres [en medio de mi infancia Y caminar de la mano con ellos por una mañana. Dejo abiertas las puertas para que lleguen mis hijos [con sus risas imborrables, tropezando en innumerables vidas. Para que lleguen las mujeres que he amado, y decirles el tiempo que las esperé, las tardes que las he comprendido. Para que el viento inunde la casa, los libros, los muebles, los días, oyendo todo lo que es posible. Dejo abiertas las puertas de la casa para estar siempre en el mundo.


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Este ha sido y sigue siendo Carlos Montemayor. El que una vez apuntó: “Empezamos en la bóveda celeste y terminamos en la tumba. Es un ciclo de lo vivo. Es el caso los gansos salvajes que se van y queda desolada la tierra para después reverdecer. Me pregunto si tendremos la oportunidad de vivir de nuevo”. Carlos, como los gansos, se fue y, como él dijo también en este verso, quedó desolada nuestra tierra que volverá a reverdecer con el abono de su semilla inspirando la palabra nueva, la esperanza altiva, el encuentro de las culturas con los ayeres, de las voces sempiternas que nos habitan, como Montemayor, aprovechando así esa oportunidad para vivir de nuevo, pues también nosotros le dejamos abiertas las puertas por siempre. Cd. Cuauhtémoc, Chih., mayo de 2010

Fotografía: Carlos Montemayor y un grupo de acompañantes en Mina La Prieta, Parral / Cortesía de Jesús Quiñones.


Fotografía: Carlos Montemayor en la sierra de El Paraíso, realizando la investigación para Guerra en el Paraíso, 1987.


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LA GUÍA MONTEMAYOR: GUERRA EN EL PARAÍSO, UNA NOVELA INCÓMODA

Vicente Alfonso

La guía Montemayor En el escaparate de la librería Macondo, en el centro de Chilpo, una cabeza cortada se pudre al sol. Verdosa, remojada por las aguas del Pacífico guerrerense, es el cartel que anuncia La voluntad y la fortuna, una de las últimas novelas que Carlos Fuentes publicó en vida. Allí el estado de Guerrero es retratado como un rincón donde gobierna la delincuencia“con tal cinismo —dice la cuarta de forros— que incluso se celebra el mal como si fuera el bien”. La voz narrativa es en realidad una voz de ultratumba: la de Josué Nadal, el decapitado número mil en lo que va del año. Ejecutado a machetazos, su cabeza flota en una playa del pacífico guerrerense. Tal vez por humor negro, el anuncio lleva nueve años en el escaparate de la librería más visitada de la ciudad. Pero no son las novelas de Carlos Fuentes lo que me trae a este sitio, sino una novela documental que retrata los procesos de la violencia aquí: Guerra en el Paraíso, de Carlos Montemayor. Desde las primeras páginas el libro presenta al estado como un territorio bronco y lleno de contradicciones. Documentada con esmero y precisión, citando nombres de personas y lugares reales, la novela reconstruye uno de los pasajes más oscuros de la guerra sucia, a inicios de los setenta: el combate entre el ejército y la guerrilla de

Lucio Cabañas, fundador del Partido de los Pobres (pdlp). Están aquí las emboscadas que los guerrilleros tendían al ejército, la manera en que prepararon el secuestro de Rubén Figueroa, entonces senador y precandidato a la gubernatura del estado, quien fue retenido en la sierra durante más de tres meses. Consigna también las brutales torturas que los militares aplicaban a los sospechosos de colaborar con los alzados. Aparecen los vuelos de la muerte, campesinos enterrados vivos, fusilados por la espalda, quemados dentro de sus casas. Mujeres violadas. Niños muertos. Montemayor retrata las diferencias entre el Partido de los Pobres, formado por campesinos, y la Liga 23 de septiembre, que operaba en contextos urbanos. Recrea el asalto y asesinato del empresario Eugenio Garza Sada, ocurrido en Monterrey el 17 de septiembre de 1973. A partir de trabajo de campo, así como informes y archivos de la época, Montemayor reconstruye las estrategias que el ejército usó para cercar a los combatientes. Estrategias que hoy siguen utilizándose. Vemos, por ejemplo, militares que se disfrazan de campesinos o de técnicos de la Comisión Federal de Electricidad para reconocer el terreno. Evacuan pueblos enteros, instalan retenes y en el momento

Fragmentos del libro A la orilla de la carretera (crónicas desde chilpanchingo) (uanl, 2021), libro escrito con el apoyo del Sistema Nacional de Creadores de Arte de México (snca) y una versión previa bajo el nombre de Aquí se pudre todo obtuvo el Premio Bellas Artes de Crónica Literaria “Carlos Montemayor” en 2018. *Novelista y periodista cultural.


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Carlos Montemayor Fotografía: Investigación de campo para Guerra en el Paraíso, 1987.

Fotografía: Investigación de campo para Guerra en el Paraíso, 1987.

clave pactan con los narcotraficantes de la zona: impunidad a cambio de que revelen dónde se esconde Lucio Cabañas. Pero Montemayor no se limita a eso. Deja claro que la guerra se libró, además, en otro frente: las páginas de los diarios. Después de los militares y de los campesinos, los periodistas son el grupo más numeroso de la novela. Aparecen en todos los capítulos, en un total de 27 pasajes. Reporteros incómodos, pasmados corresponsales extranjeros, redactores de pasquines locales prestos a difundir cualquier versión que les reporte ingresos. Periódicos de París que a la distancia siguen con interés lo que pasa en la sierra. Editores que son levantados por las fuerzas armadas, que son tachados de instigadores y delincuentes. Y también en este renglón es sorprendente

la actualidad que el relato acusa. Algunas veces los periodistas actúan manera de coro griego, como una colectividad que pregunta e indaga: ¿Es el grupo de Genaro Vázquez Rojas el único grupo guerrillero que hay en la sierra de Guerrero? ¿Es cierto que Cabañas tiene tratos con sembradores de amapola y mariguana en la sierra? ¿Es verdad que de 50,000 elementos que tiene el ejército, 20,000 se encuentran tras los pasos de Cabañas? Por supuesto, no es el único papel de la prensa en esta novela. Tanto el ejército como los guerrilleros tratan de usar la información a su favor. Las redacciones son también zona de guerra. De pronto, en la noche, suena un teléfono en la redacción del periódico Vanguardia. Contesta Valente Mendoza, reportero. Una voz anónima, lejana, que dice


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ser miembro de la Brigada Campesina le informa que un día antes, en Río Santiago, han emboscado un convoy militar. Han muerto doce soldados. Tras verificar que el vendedor de ataúdes de Atoyac ha surtido doce féretros al cuartel, la noticia se publica en tres diarios de Acapulco. Y eso genera represalias por parte del ejército, que entabla una lucha legal contra los periodistas “por calumnias y difamación”. Frente a los periodistas, los generales se dicen amigos de la prensa, pero en privado se refieren a ellos como moscas. Para amedrentar a los reporteros, los hostigan. Intervienen sus teléfonos. Los siguen. Y pronto, un general da la orden a uno de sus subordinados: “No quiero problemas jurídicos, capitán. Pero quiero que salgan esos periodistas de Acapulco ya, hoy mismo, presos, culpables y mudos”. Como también ocurre hoy, en la refriega hay reporteros muertos. Casos reales que Montemayor investigó y documentó. En la página 283 vemos morir acribillado al periodista Rosendo Serna, “Rosendillo”, fundador del diario El Rayo del Sur. Páginas más adelante sabremos que ha sido ejecutado por la Brigada Campesina porque “usaba su periódico en contra de los guerrilleros y para denunciar campesinos”. El periodista es asesinado por dos sujetos mientras lavaba su coche, en una escena que por los detalles me recuerda mucho la reciente ejecución de otro periodista guerrerense: Cecilio Pineda Birto, ultimado también por dos sicarios el 2 de marzo de 2017 en un negocio de lavado de autos de Ciudad Altamirano.

Norteños en la Sierra de Atoyac —¿Cuándo y por qué decidió Montemayor escribir Guerra en el Paraíso? —me pregunta Juan Villoro. No sé qué responder. Me siento un escolar en un examen sorpresa. Estamos en el Topolino, un café del centro de Coyoacán, en la ciudad de México. El café

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está vacío y afuera el viento de noviembre barre las hojas. Villoro me ha citado aquí porque le pedí que leyera las crónicas que conforman este libro. Me interesa mucho su opinión porque sigue muy de cerca lo que ocurre en Guerrero. El 26 de septiembre de 2014, cuando desaparecieron 43 muchachos estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa en hechos aún no esclarecidos, él estaba en la Universidad Autónoma de Guerrero para dar una conferencia sobre José Revueltas. Su anfitrión esa tarde fue Rogelio Ortega Martínez, entonces Secretario General de la Universidad, un hombre bien conocido por su brillante trayectoria académica pero también porque durante la guerra sucia subió a la montaña y se ofreció voluntariamente para pelear al lado de Lucio Cabañas. Juan Villoro me cuenta que aquel 26 de septiembre nadie podía imaginar lo que estaba ocurriendo, y mucho menos que un mes más tarde Ortega sería nombrado gobernador interino del estado. —Tienes que hallar la manera de hablar con él —me dice—. Porque además conoció muy bien a Carlos Montemayor. Insisto: pocos siguen tan de cerca como él lo que ocurre en Guerrero. No es casualidad que él haya estado presente cuando, en julio de 2015, 117 muchachos se graduaron como maestros en la Normal de Ayotzinapa. Le cuento que a inicios de 2016, cuando supe que me mudaría con esposa y bebé a vivir a Chilpancingo, pasé muchas horas tratando de ponerme al tanto de los temas locales. Me angustiaba encontrar en la red un alud de notas rojas, cada una más cruda que la anterior. Sus artículos, en cambio, me ayudaron mucho para trazar una composición de lugar. Villoro me señala los puntos débiles del manuscrito. Se toma el tiempo para ir desgranando sus observaciones una por una: ¿desde dónde hablan los testigos? ¿cuál es su aproximación a los hechos? ¿a quién o quiénes intento darle voz? ¿Cómo juegan los antecedentes históricos en la violencia que vive hoy Guerrero?


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Pero hay más. Me hace ver que estoy desaprovechando una ruta que trazó Carlos Montemayor. Me aconseja acomodar mis pasos sobre las huellas del chihuahuense, pues no somos muchos los escritores norteños que hemos recorrido la sierra de Atoyac. Le cuento que mi familia proviene de Parral, la misma comunidad minera donde nació Montemayor; que de joven leí muchas veces Minas del retorno y Mal de piedra mientras intentaba escribir una novela sobre mineros que nunca fraguó. Al Montemayor concentrado en Guerrero y en la llamada guerra sucia no lo advertí hasta hace dos años, cuando me mudé a Chilpo. Pocas experiencias se equiparan a leer esa novela mientras se vive en los sitios allí descritos, a salir de casa al amanecer y ver las cimas de las montañas cubiertas de niebla, a dejarse invadir por la naturaleza, pero también a sentir las huellas de una violencia que lleva décadas estacionada aquí. La realidad y la literatura forman un entramado que le da a la vida una consistencia distinta. —A eso me refiero, a los cambios que la sierra opera en las personas —precisa Villoro—. Montemayor me contó que participó en las manifestaciones del 68, pero su interés intelectual se orientó en un principio hacia la poesía, la literatura fantástica y los clásicos grecolatinos. Los cuentos de Las llaves de Urgell no prefiguran Guerra en el Paraíso. Montemayor pasó por transformaciones muy intensas. Su interés por las lenguas muertas lo llevó a interesarse por las lenguas agonizantes de los pueblos originarios. Ahí encontró un vínculo muy fuerte entre su pasión por preservar una cultura lejana en el tiempo con culturas que están muy cerca de nosotros pero que han sido invisibilizadas. Christopher Domínguez sostiene con acierto que hay una pasión académica en recoger testimonios de lenguas que carecen de gramáticos, lingüistas y filólogos. Se trata de un ejercicio antropológico, de recuperación de un legado, pero también de creación de nuevas condiciones para el idioma. Carlos aprendió, tradujo y antologó estas lenguas y al mismo tiempo se fue adentrando en la Fotografía: Carlos Montemayor en su casa Árbol del Fuego, en Coyoacán, en 1995, a los 48 años.


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realidad más cruda de México. Por amigos de Chihuahua conocía lo ocurrido con la Liga 23 de Septiembre, pero de pronto apareció como un experto en las más diversas guerrillas y obtuvo información privilegiada acerca de Lucio Cabañas. ¿Cómo llegó a esos datos? No era un reportero de investigación, pero tenía muy buenos contactos. Uno de ellos fue Rogelio Ortega. Sería muy interesante que indagaras la forma en que un libro como Guerra en el Paraíso fue posible. Se trata de una singularidad en la muy variada trayectoria de Montemayor. Me doy cuenta de que Villoro tiene razón. Conozco el entusiasmo de Montemayor por la cultura griega porque Iliana, mi esposa, fue su alumna en el Centro Mexicano de Escritores. Me ha contado que entre los becarios eran célebres los debates entre Alí Chumacero y el novelista, pues éste último solía citar a los clásicos a la menor provocación. Juan me cuenta una anécdota: Víctor Hugo Rascón Banda, el dramaturgo chihuahuense, invitó a Montemayor a presentar su libro de cuentos Volver a Santa Rosa. Se trata de relatos construidos a partir de las memorias de infancia del autor en un pueblo minero de Chihuahua. En su turno al micrófono Montemayor terminó hablando de los clásicos griegos. —Ya ni la chingas, Carlos —dicen que dijo Rascón Banda— en todo ves a los griegos. La conversación va de un tema a otro, siempre en el campo gravitacional de Guerrero: de Iguala a Acapulco, del turbio período del general Raúl Caballero Aburto a las similitudes y diferencias entre Lucio Cabañas y Genaro Vázquez, de los libros de Ignacio Manuel Altamirano a los de Baloy Mayo, de la Policía Comunitaria al papel del turismo en la entidad. Yo tomo notas, hago preguntas. Llevamos un buen rato trabajando cuando alguien nos interrumpe para invitar a Villoro a una exposición de pintura. Entre una y otra cosa, saca una agenda gastadísima, atiborrada de números telefónicos. Busca uno y lo señala: es el de Salvador Martínez Della Rocca, alias El Pino, quien fue amigo de Carlos Montema-

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yor, pero además ha sido un par de veces funcionario en Guerrero. —No estaría mal que platicaras con él. Apunto el número. Ubico bien al Pino por su libro Ecos y voces del 68. Juan mira el reloj. Se ha hecho tarde y tiene otros compromisos. Agradezco mucho sus observaciones: siento que una brecha empieza a abrirse en el monte cerrado. La sesión será el detonador para que la versión original de este libro, de ochenta páginas, crezca hasta a las ciento setenta. De pronto tengo planes para volver a hurgar en los archivos, para concertar nuevas entrevistas y emprender nuevas excursiones por los caminos del sur. Una novela incómoda Para comprender mejor la trascendencia de Guerra en el Paraíso ayuda saber que Carlos Montemayor fue llamado a testificar como perito en un juicio histórico: el que la familia de don Rosendo Radilla Pacheco entabló contra el Estado Mexicano. Corría 2009. El gobierno mexicano, que años antes había distinguido a la novela de Montemayor con el premio a la mejor obra de narrativa publicada en 1991, organizaba una embestida legal para descalificar el libro como elemento de prueba. ¿Por qué una novela le resultaba tan incómoda al poder? Vamos primero a los antecedentes. Guerrerense nacido en Atoyac en 1914, don Rosendo Radilla representa un caso emblemático para nuestro país. Porque para 2009, año en que fue emitida la sentencia, distintas organizaciones habían logrado acreditar la desaparición forzada de cientos de personas por parte de representantes del Estado Mexicano. No obstante, las autoridades habían hecho muy poco al respecto. Las cifras varían, pero en todos los casos son espeluznantes: mientras la afadem hablaba de por lo menos mil doscientas personas desaparecidas, 639 de ellas en Guerrero, la Comisión Nacional de Derechos Humanos (cndh) había documentado


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Fotografía: Consultando documentos para Guerra en el Paraíso, 1987.

por lo menos 532 casos de desapariciones, mientras que el número era de 643 para la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (femospp). Ex alcalde de Atoyac, padre de once mujeres y un varón, don Rosendo Radilla fue arbitrariamente detenido por militares y desaparecido el 25 de agosto de 1974. En ese momento, dado el ambiente represivo que se vivía en Guerrero, la familia temió presentar una denuncia pero comenzó una búsqueda que hoy continúa. No fueron los únicos en rastrear a sus familiares, por supuesto. El 3 de octubre de 1978 se constituyó la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos y Víctimas de Violaciones de Derechos Humanos en México (afadem). Tras 27 años de exigir justicia a instancias na-

cionales, los familiares de don Rosendo resolvieron presentar el caso ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (cidh). Habrían de pasar otros cuatro años para que la Corte lo admitiera, lo que ocurrió el 12 de octubre de 2005. Sería hasta 2009 cuando Carlos Montemayor fue llamado a declarar en calidad de especialista. El 22 de junio de ese año el chihuahuense entregó a la Corte un contundente peritaje sobre el contexto histórico y los movimientos sociales y políticos durante la llamada “guerra sucia”, así como los patrones de desapariciones forzadas, torturas y la impunidad durante los años sesenta, setenta y ochenta. Y es aquí donde entra Guerra en el Paraíso: a final de cuentas novela sin ficción en donde los participantes en la guerra sucia son mencionados por su nombre y apellido, el libro es constantemente


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citado en dicho informe a tal grado que la novela fue presentada como prueba en el juicio. En su peritaje, Montemayor explica que la novela requirió cinco años de investigaciones y trabajo de campo. Aquí un párrafo:

He descrito ampliamente en Guerra en el Paraíso las distintas modalidades de la desaparición forzada de personas que van aparejadas a interrogatorios con tortura o al lanzamiento de presos desde helicópteros al mar de la Costa Grande en el estado de Guerrero. Ha sido posible documentar con el paso del tiempo estos hechos y cuantificar el número de centenares de víctimas de desaparición forzada. Una carta personal del mes de febrero de 1975, por ejemplo, firmada en Petatlán, Guerrero, por el soldado Benito Tafoya, perteneciente al 19o Batallón de Infantería y que afirmó haber participado en la emboscada final a Lucio Cabañas, refiere a sus familiares el riesgo de incorporarse a los contingentes guerrilleros: “...y a los que agarramos vivos (fueron varios) a mí me tocó subirlos a un helicóptero amarrarlos de pies y manos y atados a unas barras de fierro e irlos a tirar al mar...”. Rosendo Radilla Pacheco, detenido por el Ejército Mexicano en agosto de 1974, es uno de los centenares de desaparecidos del estado de Guerrero.

Montemayor sostiene también que hubo “operativos de allanamientos ilegales multitudinarios de pequeños poblados o barrios con daños y despojos indiscriminados y arrestos colectivos sin sustento legal”. Guerra en el Paraíso lo documenta. Por mencionar dos ejemplos, en el capítulo iii se detalla lo ocurrido en el pueblo El Quemado en 1972 (arresto y tortura de sesenta hombres) y en el capítulo viii en El Porvenir en 1974 (operativos con violencia contra el poblado por apoyar al Partido de los Pobres. Pueblos arrasados, casas de campesinos quemadas por el ejército). Como consta en la sentencia del caso, oficialmente el Estado Mexicano solicitó dejar fuera del acervo probatorio “algunos textos presentados por la Comisión Interamericana y los representantes”. Entre estos textos estaba no sólo Guerra en el Paraíso, también otro título de Montemayor: La guerrilla recurrente. Al final la Corte decidió admitirlos como pruebas.

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En noviembre de 2009, la Corte condenó al Estado mexicano por violaciones graves a los derechos humanos. Entre los efectos más importantes de esa condena destaca el hecho de que los casos en donde haya militares acusados de violar derechos humanos de civiles ya no pueden ser juzgados por tribunales militares, sino por la justicia federal. No era la primera vez que la información recolectada por Montemayor servía para elaborar informes. Ya en 1990, año en que se crea la Comisión Nacional de Derechos Humanos, el presidente de la República solicitó al presidente de la comisión, Jorge Carpizo, que investigara los casos de personas reportadas como presuntamente desaparecidas. Montemayor puso a las autoridades en contacto con familiares de las víctimas, testigos y ex-militantes del Partido de los Pobres. Él mismo lo cuenta: “la información escrita y oral que obtuve durante más de cinco años de investigaciones de campo y de archivos para documentar mi novela en términos de insurgencia y operaciones militares, la compartí por vez primera con la Comisión Nacional de Derechos Humanos cuando Jorge Carpizo era su presidente y Luis Raúl González el enlace conmigo y con las familias campesinas de la sierra de Guerrero que sugerí contactar”. En la página 5 del informe resultante (Informe de la investigación sobre presuntos desaparecidos en el estado de Guerrero durante 1971 a 1974, conocido también como“Informe Carpizo”) se lee:“hay que dejar constancia que diversos particulares nos entregaron documentos pruebas, entre quienes destacan Luis Suárez y Carlos Montemayor”. Aunque otras veces he tenido esta impresión, me queda ahora la certeza de que, más que una novela, Guerra en el Paraíso es una crónica de lo ocurrido en los años setenta en Chilpancingo, en Acapulco y en la sierra de Atoyac.


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LAS MUJERES DEL ALBA DE CARLOS MONTEMAYOR, UNA TRAGEDIA MODERNA

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n el presente artículo analizaremos las figuras femeninas que aparecen el la novela Las mujeres del alba, obra póstuma de Carlos Montemayor (2010).1 La temática de la novela se destaca por expresar los hechos que tuvieron lugar en la ciudad de Madera el 23 de septiembre de 1965. Esencialmente, las voces femeninas explican cada cual a su manera como han vivido dentro del entorno familiar y social la primera etapa histórica de la Guerra sucia en México. El punto de partida en esta tragedia, es el despojo de las tierras agrarias en el Estado de Chihuahua. Pero además de dichos despojos los luchadores sociales de esta región defienden la libertad y la justicia, puesto que los personajes son seres humanos oprimidos, rechazados y explotados. Luchan por un mundo más justo. Al ser objeto de represión, los campesinos se reúnen con ayuda de grupos sindicales en un primer momento, pero al ver el aumento de despojos de las tierras agrarias forman grupos de resistencia, con ayuda de los profesores rurales, quienes se comprometen con la lucha campesina hasta las últimas consecuencias. De esta forma, la represión es inminente por parte de los grupos de poder, quienes están coludidos con las instancias gubernamentales a nivel estatal y nacional. Ante ello, los personajes masculinos entran en la clandestinidad para protegerse del poder de los caudillos que controlan la zona. En efecto, cada uno de los personajes femeninos 1 La novela Las mujeres del alba surge de la invitación de Alma Gómez (hija del Doctor Pablo Gómez, líder de la resistencia armada en Madera) a Carlos Montemayor, en la que le pedía incluir en una novela a las mujeres que participaron en el asalto, describiendo los hechos reales a partir de las vivencias de los testigos femeninos que sufrieron en carne propia esta tragedia. En consecuencia, observaremos que la novela se inspira de hechos históricos que tuvieron lugar en la región de Chihuahua durante la década de los años sesenta.

narra de forma coral su propia perspectiva, la historia reciente en ese espacio temporal pero también explican cuáles fueron los sentimientos y emociones vividos antes del asalto al cuartel durante los días que siguieron la terrible represión y cómo lograron sacar adelante a sus familias viviendo ellas mismas en una terrible desolación. Se trata entonces de un relato de los recuerdos desde una perspectiva femenina. Por otra parte, es importante señalar que el autor tuvo una formación en literatura griega y latina, fue traductor de obras clásicas griegas. Desde esta perspectiva, su formación académica se ve plasmada en sus referencias a la tragedia griega, particularmente en la obra que vamos a analizar:

Mi formación propiamente dicha se ha dado por las letras clásicas, soy un helenista. Esta formación ha sido muy importante para mi. Primero porque los grandes escritores griegos o latinos, que yo he trabajado, que sigo leyendo, que sigo traduciendo, tenían una concepción del lenguaje muy directa. Son escritores realistas y para los cuales la totalidad del universo se concentraba en sus luchas políticas, en sus tierras, en sus ciudades, en la defensa de sus comarcas. Este realismo de la literatura clásica ha sido definitivo en mi y también esa actitud ante el lenguaje que me ha conformado de una manera muy profunda… Mientras la palabra este más cerca de lo real, mientras la palabra este más cerca de la vida. Mientras la expresión sea más cercana a lo vital, será más clásico y literario.2

Ahora bien, Carlos Montemayor decide retomar los temas clásicos de la literatura griega para plasmarlos en los problemas del México de su época. Pues el autor recrea los problemas de orden humano, tal 2 Aquí y ahora, Entrevista con Carlos Montemayor, Canal 22, México, 6 de marzo de 2018, (consultado el 19 de noviembre de 2020) https:// www.youtube.com/watch?v=IGQr_2Cd348


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como el sufrimiento, la muerte, la angustia y la fatalidad que marcan su propia literatura. Sin embargo, la injusticia vivida en esta novela nos lleva a interrogarnos, por una parte, ¿en que medida la novela Las mujeres del alba pone en tela de juicio la libertad de expresión tomando en cuenta el contexto político y social del momento histórico evocado? Por otra parte ¿en que sentido los personajes protagónicos de la novela se transforman en anti heroínas? Este artículo lo analizaremos a partir de tres ejes de estudio que se relacionan entre sí. En un primer movimiento analizaremos cómo la obra de Montemayor gira alrededor de una serie de coros inspirados del teatro griega. En un segundo momento evocaremos en qué sentido las voces femeninas pueden ser consideradas como heroínas trágicas. Finalmente constataremos el valor de la libertad de expresión, evocando la justicia o la injusticia, retomando el mito de Antígona de Sófocles al que se hace referencia en el relato. En efecto, en la tradición del teatro griego los coros estaban compuestos por quince personajes que interactuaban entre sí, interpretando emociones que plasmaban el sufrimiento a través de cantos líricos. Sin embargo, en Las mujeres del alba a pesar de ser una novela inspirada en Antígona de Sófocles, los coros distan en diferentes aspectos. Sin embargo, tal como lo demuestra Ricardo Vigueras, la influencia del teatro griego marca Las mujeres del alba: La lectura de Las mujeres del alba, más allá de lo histórico y lo concreto de los hechos acaecidos en Ciudad Madera, me ha sumergido también en otra clase de corriente subterránea que merece ser explorada. Toda la obra está presidida por la voz del treno (threnos), una de las variantes de la poesía coral, que fue a su vez una variante de la poesía lírica arcaica. Estos

poemas eran compuestos para ser cantados públicamente y estaban por lo usual integrados por treinta jóvenes o doncellas que cantaban y danzaban al son de liras, pero este número podía ser variable.3

En la obra clásica de la Antígona de Sófocles los coros estaban compuestos por un grupo de ancianos de la nobleza tebana que no compartían la postura de Creonte al dejar sin sepultura a Polinice; pero al ver la violencia que se desata decidieron guardar silencio por miedo. Por el contrario, en Las mujeres del alba, las protagonistas no son personajes nobles, aunque si vivían en un ambiente de mucha violencia heredado de la Revolución mexicana, pero a pesar de ello, no se dejaron intimidar por el grupo de poder y reivindican su posición hasta el último momento. Sin embargo, es cierto que las mujeres que protagonizan la obra evocan los hechos ocurridos tal como si estuvieran respondiendo unas a otras. De esta forma, estas voces que componen el relato se expresan de forma coral, haciendo referencia al Threno, típico de la poesía clásica. En este sentido los personajes se caracterizan por ser mujeres equilibradas, capaces de controlar sus emociones y sufrimientos en medio de una serie de monólogos (coros) que demuestran la fortaleza de cada una de ellas: Yo tenía un pequeño radio, muy viejo, que estaba oyendo en la casa de mis tíos en la colonia Anáhuac. Interrumpieron la transmisión y el locutor informo que habían atacado el cuartel militar de Ciudad Madera, que el ejercito estaba esperando el ataque de los guerrilleros y que no había sobrevivido ninguno de los asaltantes. Yo sentí que me desmayaba. Sentía un zumbido en los oídos, un estremecimiento que

3 Vigueras Ricardo, “Las troyanas de Ciudad Madera: treno y tragedia en Las mujeres del alba de Carlos Montemayor”, Amaltea, Revista de mitocrítica pp. 367-386. *Doctora. Catedrática en la Universidad de Angers, Francia.


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Fotografía: Carlos Montemayor en su biblioteca.

me sofocaba. Quería llorar o gritar. Me resistí a aceptar que hubieran caído todos.

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Desde el principio de la obra las voces que recrean la historia muestran la angustia y el sufrimiento que vive cada una de las protagonistas. Sin embargo, no son capaces de expresar su propio dolor, viven autoreprimiéndose para no mostrar la fragilidad inherente a los seres humanos. A la diferencia de la tragedia griega, Las mujeres del alba no mueren al final de la obra. Por el contrario, ellas manifiestan su deseo de mantener en secreto sus propias dudas y angustias, con el objetivo de proteger a sus familias y no dañarlas más emocionalmente. La novela no sigue un estilo lineal, puesto que las voces femeninas se expresan de forma coral, por medio de monólogos que evocan descripciones desoladoras, de la confusión ante el desorden social que se propaga, a partir del acontecimiento 4 Montemayor, Carlos, Las mujeres del alba, p.34.

en Madera. Así los diferentes personajes femeninos viven con sus familias y aunque la mayor parte de ellas son campesinas, sus vidas se encuentran aisladas unas de otras. Entonces con sus diferentes ámbitos geográficos entre el campo y la ciudad, ven el asalto al cuartel desde diferentes ángulos y los sentimientos que se generan dentro de su narrativa dependen de sus circunstancias familiares en ese momento preciso. Cabe señalar qué tanto en la tragedia griega como en la obra de Montemayor, los personajes femeninos se caracterizan por tener valores muy altos, justos, siempre tratando de tomar decisiones correctas. Una característica que las unifica es que cada uno de estos personajes se sacrifica con la esperanza de alcanzar un bien común. Este se traduce en encontrar una solución justa para la obtención de tierras agrarias, para la protección de los campesinos contra el abuso desmedido de los latifundistas de la región de Madera. Una vez analizada la cuestión de los coros griegos


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en la obra, pasaremos ahora al estudio de las heroínas trágicas. Para los griegos la democracia ateniense es el fruto de la practica política. Sin embargo, en el mundo griego la participación de las mujeres en la vida publica es mínima. En este sentido las mujeres de la antigua Grecia cumplen con una función importante dentro de la tragedia; ellas actúan desde el espacio que la sociedad de la época les ha otorgado, hacen virtud de su feminidad, pero también transgreden el espacio masculino, pues deben mostrar su valentía y tomar decisiones por ellas mismas como es el caso de la joven Antígona. Desde esta perspectiva, las voces femeninas que pueblan la novela de Montemayor, evocan la manera en la que surgen los conflictos sociales en Chihuahua, durante la segunda mitad del siglo xix. Se les puede considerar como anti heroínas, pues ellas forman parte de los grupos activos en la rebelión, pero a partir del espacio social dedicado a las mujeres de esa época. Así ellas deben luchar contra la opresión social solas, pues debido a las circunstancias de la novela, las protagonistas se quedan sin la protección masculina. En este contexto, deben protegerse y encargarse del cuidado de sus hijos: Monserrat, la madre / Como usted quiera, me contestó el soldado. Era un sargento. No puedo dejar a ninguno de mis hijos repetí, tendré que ir con todos. Como usted quiera. La orden es que usted se presente con mi teniente, y tengo que llevarla. Antes haremos una inspección en su casa. ¿Cómo pueden decir eso? Nosotros lo sabemos. Ordenó a los soldados que revisaran los rincones, que sacaran la ropa, que encontraran las armas. Abrieron el ropero y tiraron la ropa al suelo, abrieron cajones, cajas, movieron muebles, levantaron los colchones de las camas. Después de haber desordenado las cosas el sargento me preguntó dónde había escondido las armas. Le contesté que nunca había habido armas en mi casa. Eso se lo explicará al teniente. Salimos a la calle. La mañana era gris y fría. Cargaba a mi pequeño Trino en brazos. Mis hijas Monserrat y Rosa llevaban de la mano a mis hijos más pequeños. No habíamos desayunado. Quizás eran las siete de la mañana. Había cuatro avionetas estacionadas en la pista.5 5 Ídem, pp. 145-146.

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En este fragmento observamos como Monserrat, la madre se ve obligada a acompañar a los soldados en condiciones irregulares. Pues no llevan consigo una orden oficial de arresto. Por otra parte, todos sus hijos deben seguirla. Esta forma de maltrato contra el personaje es doble-mente un sufrimiento, pues al ser mujer los soldados aprovechan de su condición femenina. Además, llevar a menores a una cárcel era una técnica de hostigamiento para que dicho personaje declarara el lugar en el que se situaban los rebeldes. A través de estos hechos podemos ver la dignidad de Monserrat al no dejarse intimidar por los soldados y mantener el secreto. Esta mujer puede ser caracterizada como una antiheroína, puesto que ella nunca se da por vencida; su carácter rebelde se materializa en el momento en el que se exilia con su familia para huir de los militares que la acechan: Monserrat la madre / Recibí un mensaje y me dirigí con mis hijos a el Ojito, una ranchería cercana de Madera. Ahí apareció disfrazado, acompañado de un viejito arriero (Salvador Gaytán). No quería que los niños se dieran cuenta de que era él, para no ponernos en riesgo. Era la ultima semana de octubre. Ya había empezado el frío en la sierra. Me pidió que en diez días viajara a la ciudad de México y que saliera de Chihuahua durante los días de muertos, aprovechando como protección el movimiento de gente en muchos poblados y en los camposantos. Me dijo a que hotel debíamos llegar. Ahí nos esperaría un maestro de la sierra que conocíamos… Empecé a vender algunas cosas como mi estufa de leña, prendas, muebles, cosas que fueran útiles… Nos retrasamos más de diez días, porque él quería que saliéramos el día 1 o 2 de noviembre, y salimos de Chihuahua el 15 de noviembre. Yo tenía como cárcel Ciudad Madera, así que salimos como a las diez o las once de la noche. Nadie se dio cuenta, ni familia, ni soldados. Primero fuimos a Casas Grandes y de ahí a Chihuahua.6

En esta cita podemos ver cómo Monserrat es un personaje de carácter inflexible, debido a las circunstancias a las que se enfrenta. En este sentido, ella toma las riendas de su destino, alejándose de Chihuahua. Se transforma en una antiheroína porque actúa con 6 Ibídem, pp. 195-196.


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la obra la Antígona de Sófocles, en la que Antígona una de las dos hijas de Edipo se resiste a la voluntad del Rey Creonte.7 Antígona transgrede dos normas básicas de la sociedad griega. Por una parte, se opone a un varón y, por otra parte, como miembro de una comunidad, desobedece la autoridad del gobernante. No es un conflicto entre hombres y mujeres, más bien se trata de un conflicto de intereses sociales en los que los personajes se ven en completo desacuerdo ante las injusticias. En este sentido la tragedia griega se puede comparar a la novela Las mujeres del alba pues tanto Antígona como Albertina intentan recuperar los cuerpos de sus hermanos desafiando asi al poder establecido por las leyes de los hombres:

Fotografía: Carlos Montemayor / Cortesía de Danilo De Marco

valentía y no se deja vencer por la negatividad del medio que la rodea. Ella misma busca solucionar sus problemas y establece su propio plan para escapar de ese lugar. Se enfrenta al peligro constante al poner en riesgo a su familia y salir de noche de la región de Chihuahua para no ser descubierta. La tragedia griega se define asimismo por el sufrimiento que la caracteriza. De igual manera en Las mujeres del alba, se observa como los personajes deberán pagar caro el precio de desafiar a las leyes establecidas por la sociedad patriarcal como lo veremos a continuación. Ahora nos interesaremos a la reflexión a propósito del desafío al poder, éste se ve materializado a través de la analogía con respecto al mito de la Antígona de Sófocles. En efecto, la novela de Montemayor se inspira de

Albertina / Lo presentí, le toco morir a Salomón…Cuando lo escuché por la radio me dije: ahora no se equivocan. Se que es Salomón…Creo que lloré mientras iba por las calles. O quizás fue el frío, la humedad. Me parecía que atravesaba entre muertos, o entre gente que estaba a punto de morir… Varios soldados intentaron detenerme antes de llegar a los cuarteles. Tengo que pasar les contesté sin detenerme …Dos soldados se interpusieron en mi camino y me dijeron que no podía pasar. Vengo por mi hermano que esta en el cuartel, respondí sin detenerme, esquivándolos…No quiero información, vengo por su cadáver…El capitán se volvió a mirarme. Vengo por Salomón Gaytán. En la radio dicen que ustedes tienen su cadáver aquí, en el cuartel. Intervino el que acompañaba al capitán: es uno de los muertos por los explosivos cayo bajo el talud de las vías del ferrocarril. ¿Por qué quiere usted el cadáver? No lo necesitan. Yo sí. El capitán me miro expresivamente. Luego dio instrucciones a su asistente.8

La voz femenina que corresponde a Albertina, her7 Sófocles (Circa 496-406 a.C.), poeta trágico ateniense, contemporáneo de Eurípides. Las más célebres de las siete obras que conservamos son las que tratan sobre el triste hado de Edipo y de su hija Antígona. En Edipo rey (Oidipous Tyrannos), Sófocles cuenta el proceso de revelación en el que se descubre que Edipo, sin saberlo, es asesino de su padre y esposo de su madre; Edipo en Colono, obra bastante tardía, pone en escena las ultimas horas del ciego y exiliado rey de Tebas y su muerte en extrañas circunstancias en Colono, un demo del Ática, después de llegar allí con su hija Antígona como guía. Antígona, por su parte, es la heroína griega que provocó su propia muerte por hacerse cargo del entierro de su hermano Polinices en contra de un decreto de Creonte, rey de Tebas» 8 Ibídem pp. 27-29.


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mana de Salvador y Salomón Gaytán, madre de Lupito y Antonio Scóbel Gaytán, llega al cuartel para exigir el cuerpo de su hermano. Durante la historia narrada, al igual que Polinice, los cuerpos de los opositores son maltratados y expuestos a la putrefacción, antes de ser enterrados sin ceremonia alguna. En este sentido, ellos son objeto de castigo y dominación. Cabe señalar que para los antiguos griegos un cuerpo insepulto significaba que su alma no podría encontrar reposo en el Aedes. Otra coincidencia importante en sendas obras, radica en el hecho en el que tanto los combatientes del Rey Creonte como los soldados de la armada mexicana, son dos grupos que corresponden a la defensa del orden establecido en ambas sociedades. Desde esta perspectiva, los personajes que representan la defensa del poder se destacan por ser enterrados con honores: Tras la muerte de los dos hijos de Edipo, Creonte toma el poder una vez más como rey en Tebas ya sea por derecho propio o como regente de Laodamante, el hijo de Eteocles. Ordena que los muertos tebanos sean enterrados con todos los honores, especialmente Eteocles, pero que los cuerpos de los atacantes queden abandonados a la intemperie hasta su descomposición, decreto que no solo ofendía el sentimiento humanitario. Esto no era común, sino que iba con-tra los dioses de los cielos y de los infiernos, puesto que a estos últimos se les defraudaba en lo que les era debido y a los otros se los contaminaba con los cadáveres que quedaban abandonados en su territorio.9

Ahora bien, para los soldados tebanos el Rey Creonte decide realizar un homenaje posmorten a aquellos ciudadanos que supieron defenderlo y protegerlo. Sin embargo, los opositores no tendrán la misma suerte, pues serán expuestos a pudrirse tras la muerte y no ser enterrados, como castigo al haber desafiado al rey. De igual manera sucede con los cuerpos de los guerrilleros de Madera, pues antes de que las familias puedan recuperar a sus difuntos, estos son expuestos a maltratos que sirven de escarmiento para todos 9 Hard, Robin, El gran libro de la mitología griega, pp. 486-487.

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los que tengan la intención de levantarse contra los gobernantes:

Monserrat, la hija / Oímos mucho ruido frente a la casa, gritos. Mi prima y yo nos asomamos a la calle. Era un camión que transportaba troncos de madera, un camión trocero. Iban soldados caminando alrededor del camión; un muchacho que no parecia soldado iba en los estribos, sujetándose de la puerta. Tardamos en darnos cuenta, pero en la tarima del camión llevaban los cuerpos de todos. Eran seis cuerpos porque a mi tío Salomón lo estábamos velando ya en la casa de mi tía Albertina. Los cuerpos se movían cuando el camión entraba en hoyancos. Parecían cosas vivas. Las chamarras estaban abiertas y sucias. Dos calles mas adelante, hacia el centro, el camión se detuvo y los soldados fueron arrojando los cuerpos a la calle. Los arrojaban del camión. Los cuerpos se lastimaban, y todavía los soldados, a pesar de que ellos estaban muertos, los golpeaban con sus fusiles, no tenían escrúpulos…10

En esta cita podemos advertir cómo los guerrilleros caídos sufrieron maltratos físicos y comenzaban a pudrirse rápidamente. La consigna era clara, no respetaban el estado en el que estaban los cadáveres, puesto que los seguían golpeando. A pesar de dichos maltratos, las leyes universales son justas para cada ser humano, puesto que para la muerte no hay diferencias entre uno y otro grupo. En este sentido nadie se puede salvar del fin último marcado con el fallecimiento de los cuerpos en uno y otro grupo. Por lo tanto observamos cómo en la tragedia de la Antígona de Sófocles se vuelve a repetir el episodio en el que el cuerpo del rebelde Polinice es castigado y deshonrado por el Rey Creonte, en cambio su hermano Eteocle será sepultado con honores: Ahora bien, en la obra de Sófocles, Creón, el rey, exhibiría el rol masculino, la preocupación por preservar la integridad de la ciudad, por imponer el respeto a las leyes que representan el patrimonio común de los ciudadanos. En función de ello no titubea en entregar al príncipe Polínico, su sobrino e hijo de Edipo, al más horrible de los destinos: ordena que su cadáver sea abandonado insepulto en las afueras de Tebas sin recibir honores fúnebres, para que las aves de rapiña y los animales carroñeros se harten con sus despojos. El príncipe ha traicionado a Tebas y ha sufrido la muerte a manos de su

10 Ibídem. pp. 43-44.


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hermano Eteocles, quien -muerto al mismo tiempo, pero fiel a la ciudad recibirá los honores que corresponden al héroe.

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Esta última asimilación a la Antígona, muestra cómo a pesar de tratarse de dos entidades espacio-temporales opuestas y anacrónicas, el odio y la sed de venganza no conocen limites, y también cómo los sentimientos y pasiones son inherentes a todo ser humano. Así esta tragedia griega se repite, pues en Las mujeres del alba los militares muertos en combate reciben los honores durante el homenaje realizado para ellos. En cambio, los guerrilleros y sus familias son humilladas hasta el último momento:

Alma, la hija / El gobernador ordeno que ningún cuerpo saliera de Madera, ordeno que los enterraran en fosa común, los humillo…los enterraron sin mortaja, sin cajón, solo les echaron tierra y cal. Obligaron a mi tío Simón y a los familiares de los Gaytán y de los Escobel a presenciar en el cementerio las honras del ejército a los soldados muertos y una misa de cuerpo presente. El sacerdote no quiso bendecir la fosa común.12

Con esta cita observamos cómo el mito de Antígona se materializa en el relato de Montemayor, subrayando el desprecio y la pedantería del Gobernador durante esa época en el Estado de Chihuahua entre 1962 y 1968. Quien hubiera pronunciado la frase siguiente: “Querían tierra, denles tierra hasta que se harten”. Esta frase muestra el desprecio hacia los guerrilleros, el despotismo y el abuso de poder de la parte de un servidor público. A modo de conclusión, hemos podido observar cómo el talento del autor queda plasmado en esta obra póstuma. A pesar de haber sido inspirada en hechos reales, Montemayor supo recrear los eventos pasados trasponiendo la tragedia griega de las civilizaciones más antiguas a hechos ocurridos de forma contemporánea. Sin embargo, a pesar de tratarse 11 Escríbar Wicks, A, “Antígona y las fuentes del conflicto moral según Hegel y Ricoeur”. Revista de Filosofía. 12 Ibidem p.153.

de dos épocas y lugares geográficos completamente distintos, se trata de hechos de la misma naturaleza humana, con pasiones, angustias, sufrimientos y odios inherentes a los seres humanos. En este sentido podemos enfatizar que el objetivo de esta novela de guerrilla era mostrar claramente los hechos ocurridos en un pasado reciente. De esta forma, el autor replantea el levantamiento armado, recreando los hechos desde la perspectiva de los oprimidos. Cabe destacar que las razones que llevaron a Montemayor a expresar lo ocurrido por medio de una novela tienen origen en la falta de libertad de expresión; ya que se trata de un recuento de historias en la que los campesinos de Chihuahua no habían podido evocar por ningún medio de comunicación. Montemayor, en este caso, se compromete a evocar hechos que el gobierno mexicano y los grupos de poder ocultaron. La información fue manipulada por los periódicos locales y nacionales, así los guerrilleros fueron calificados de agitadores políticos, cuatreros y roba vacas. Es por esto que el autor decidió escribir esta historia para poner en alto los nombres de los caídos en Madera, desmentir las calumnias y reivindicar la rebelión contemporánea. Bibliografía:

Emisiones: Braulio Fernández, Antígona de Sófocles, conversación con Joaquín García Huidobro, emisión Entre líneas, Universidad de los Andes, Chile, 30 de septiembre de 2016. https://youtu.be/DjpXMC2k-e4 (consultado el 19 de noviembre de 2020). Imaginario, Andrea, “Tragedia griega”, 30/04/2020, Revista en linea Significados https://www.significados.com/tragedia-griega/ (Consultado: 19 de noviembre de 2020). Obras especializadas: Escríbar Wicks, A, “Antígona y las fuentes del conflicto moral según Hegel y Ricoeur ”. Revista de Filosofía, Universidad de Chile, Chile, 1996, 47-48, 65-72. http://repositorio.uchile.cl/bitstream/hand-


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Fotografía: Carlos Montemayor en Passariano, en Villa Manin, Italia. Una villa veneciana ubicada en la provincia de Udine, al norte de Italia, donde Danilo De Marco realizó una sesión de fotos en diversas partes del Veneto / Cortesía de Danilo De Marco.

le/2250/139215/Antigona-y-las-fuentes-del-conflicto-moral-seg%c3%ban-Hegel-y-Ricoeur.pdf ?sequence=1&isAllowed=y Hard, Robin, El gran libro de la mitología griega, traducido por Jorge Cano Cuenca, editorial, La esfera de los libros, Madrid, 2004. Ríos, Restrepo, Leída Andrea, “Antígona: La figura femenina en la tra-

gedia sofocliana”, Fronteras de la Historia, vol. 5, núm. 2, Colombia, 2017, p. 277-308. https://www.funlam.edu.co/revistas/index.php/ perseitas/article/view/2418 Sophocle, Antigone, Les Belles lettres, Paris,1989 (éd. bilingue). Vernant, J. P. y Vidal-Naquet, Mito y tragedia en la Grecia antigua Vol. i, traducido por M. Armiño, editorial Taurus,Madrid, España, (Trabajo original publicado en 1972). Valdés Guía, M. La situación de las mujeres en la Atenas del s. vi a. C, ideología y práctica de la ciudadanía [Vol. Extra]. Gerión. Revista de Historia Antigua, Universidad Complutense de Madrid, Madrid, 2007, 207-214. Vigueras Ricardo, “Las troyanas de Ciudad Madera: treno y tragedia

en las mujeres del alba de Carlos Montemayor”, Amaltea, revista de mitocrítica, vol 6, ediciones complutenses de Madrid España, 2014,

p.367,386. http://dx.doi.org/10.5209/rev_AMAL.2014.v6.46531 (Consultado el 1à de febrero de 2021) Tesis: Cruz Guevara Faucou, Argelia, La Guerre sale dans l’oeuvre de Carlos Montemayor, Université d’Angers, Tesis de doctorado en literatura

hispánica, Angers, Francia 2020.

Corpus: Montemayor, Carlos, Las mujeres del alba, Mondadori, México, primera edición, 2010.


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Carlos Montemayor

EL COMPROMISO INDIGENISTA DE CARLOS MONTEMAYOR Giovanni Gentile G. Marchetti

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partir de los años ochenta del siglo pasado, quizás en coincidencia con el desarrollo de importantes movimientos políticos de reivindicación y emancipación que afectan a toda América Latina y, también, gracias a una mayor y más difusa sensibilidad hacia el proceso de democratización de las sociedades, empiezan a surgir literaturas que pueden, a buen derecho, definirse “indígenas”. Entre los animadores de este nuevo florecimiento destaca, en México, la figura y la obra de Carlos Montemayor. Empieza exactamente en 1981, su labor sistemática entre diferentes comunidades indígenas del país: en primer lugar, en la península yucateca y en Oaxaca. Establece talleres finalizados al estudio de las lenguas y a la composición de obras literarias (relatos) que él se compromete a revisar. En los primeros tiempos, quien más tenía que aprender —nos cuenta— era él mismo. Con la ayuda de una preciosa guía, el antropólogo maya de Ixil, José Tec Poot, trágicamente fallecido durante el sismo que en septiembre de 1985 devastó el centro histórico de la ciudad de México, y de Cesia Chuc Uc, fue acercándose a la lengua maya. Luego, transfirió la experiencia a Oaxaca, al lado de promotores bilingües mixes y chinantecos y, más tarde, a otras regiones. De las experiencias en Oaxaca nos ha dejado un especie de diario que mucho nos ayuda a comprender su estilo de trabajo y, también, sus cambios de actitud frente a sus interlocutores indígenas. Escribe a comienzos del capítulo v: Desde hace una hora no puedo escribir. Me siento confuso porque me resisto a aceptar lo que he advertido. Vine con

otra idea, con una fantasía de lo que iba a encontrar. Primero, que el indígena es otro. Un otro quizás inferior, un bon sauvage que posee el secreto de la cultura de este país, de nuestras raíces; una especie de nicho para esas reliquias. Segundo, que es otro porque no posee la información de la vida contemporánea: que en algún invernadero especial, esa flora humana permanece incontaminada, en una dimensión menos crítica, más fantástica. Vine dispuesto a descubrirlos para llevarme algo que ellos tienen, para llevar una información especial a mi cultura. Ahora me doy cuenta que, en efecto, son otros. Me doy cuenta que ellos no tienen las raíces de este país, sino que son otro país. No otro que coexista con el nuestro, sino explotado, humillado por el nuestro. Con otras costumbres, otros pensamientos, otros valores para conceptos como bello, útil, amor, amistad, fama, deber. Su ingenuidad es la falta de agudeza que tendría cualquier extranjero que se viera forzado a escribir, pensar y hablar en español. Los muchachos con los que he hablado no son indígenas fantásticos, mágicos, ingenuos, sino personas excepcionales que han llegado al dominio de una lengua ajena mejor de lo que yo podría hacer en los idiomas que como traductor me veo obligado a estudiar; escriben y piensan y hablan en español, que no es su lengua, mejor de lo que yo hablo o escribo en griego moderno o en francés. Poseen un alto grado de desarrollo en la medida que me permiten acercarme a ellos a través de mi idioma, no del suyo.1

Estas reflexiones son el fruto del impacto, en Oaxaca, con promotores bilingües, principalmente mixes y chinantecos, reunidos por el antropólogo Stefano Varese. En una primera alocución a su auditorio, habla de sí como de un poeta interesado en el estudio de una poesía que durante muchos siglos se conservó 1 Montemayor, Carlos, Encuentros en Oaxaca, pp. 67-68.

*Doctor en Letras Hispánicas. Catedrático en la Universidad de Bolonia, Italia. Carlos Montemayor lo consideraba su hermano italiano.


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La literatura indigenista no puede darnos una versión rigurosamente verista del indio. Tiene que idealizarlo y estilizarlo […]. Por eso se llama "indigenista" y no "indígena". Una literatura indígena, si debe venir, vendrá a su tiempo. Cuando los propios indios estén en grado de producirla" José Carlos Mariátegui, El proceso de la literatura

sin que nadie la escribiera.2 Les dice que “la palabra literatura en realidad alude a la belleza de los cuentos o los poemas, y que no debemos llamar sólo así a lo que esté escrito”.3 Afirma que desea trabajar “sobre la literatura de sus propias lenguas, saber cuáles son las ideas y opiniones que acerca de los cantos o los cuentos tienen las gentes que los saben o que los hacen; cómo los aprendieron y qué utilidad creen ellos mismos que eso tiene”.4 Y promete que, a cambio de su apoyo, les ayudará “en los trabajos que estén escribiendo”.5 Alguien le pregunta cuál sea su proyecto; y Carlos contesta: Comprender el valor que tienen la poesía y los relatos en las comunidades indígenas. Reuniré en un libro las experiencias que tenga en comunidades de Oaxaca, Veracruz, Michoacán y Yucatán.6

Sin embargo, no logra superar la desconfianza de los presentes. Demasiadas veces les ha ocurrido prestar atención a gente que luego no ha cumplido. Estamos cansados de tanta gente que viene con nosotros, le explica Javier Castellanos, que más tarde en La literatura actual en as lenguas indígenas de México incluirá entre los escritores “de mucha agudeza y elegancia”. “Tú no conoces nuestra vida, nuestros problemas. No comprendes cómo nos esforzamos en sobrevivir. Somos pueblos muy humillados. Los jóvenes no quieren hablar zapoteco. Si se encuentran muchachos 2 Ibídem pp. 67-68. 3 Ídem. 4 Ídem. 5 Ídem. 6 Ídem.

de distintas comunidades, hablan en español. Creen que es malo hablar en nuestra lengua. Y tenemos que defendernos de esto”.7 P8oco a poco, aclarando que no pertenece al gobierno; que no quiere hacer recopilaciones de cantos antiguos que ellos ya tienen hechos; que tampoco pretende apoderarse de sus trabajos, y dejando entrever que puede dar satisfacción a un deseo muy vivo entre ellos, el de aprender “cómo es un poema, qué requisitos deben tener las cosas que uno escribe”8 va abriéndose camino. Insiste repetidamente:

[…] que en la vieja literatura griega no había diferencia entre los poemas que sólo se decían y los poemas que se cantaban con flauta o se bailaban con otros instrumentos y coros. Que los poemas hablaban de las cosechas, de las siembras, de los nacimientos, las muertes o las bodas. Que los autores compusieron las obras durante siglos, sin escritura, y que se fueron transmitiendo de generación en generación sin que importara quién las había creado o quién las había modificado.9

También quiere que resulte bien clara la relación entre canto (o canción) y poema: En el pasado los poemas se cantaban —dice— con una flauta o con un instrumento de cuerdas, como una especie de guitarra. Y se llamaban canciones, porque no existía la palabra poema. Tampoco existía la palabra poeta y se usaba otra que significaba algo así como cantor o trovador. Por eso aquellos que saben canciones en tu lengua son cantores. Son poemas que no están escritos y que se cantan.10 7 Ibídem. p. 55. 8 Ibídem. p. 15. 9 Ibídem. p. 17. 10 Ibídem. p. 21.


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Fotografía: Carlos Montemayor y Giovanni Gentile G. Marchetti / Cortesía de Giovanni Gentile G. Marchetti

Lo que Carlos va buscando motivar (es decir: el orgullo de sus tradiciones y de su propia lengua) va aflorando: “Lo que más me interesa —dice uno— es evitar que esos cuentos se pierdan; quiero que la gente vea que tenemos algo en nuestra propia lengua, que contamos con algo, que no estamos sin nada”.11 Otra vez Javier Castellanos parece ser el antagonista más obstinado: A mí me interesan muchas cosas, dice. Pero a usted sólo le preocupa el aspecto estético y a nosotros no. Somos pueblos muy oprimidos ya, muy lastimados. Todos los libros que hasta ahora han publicado sobre nosotros han sido hechos por otra gente, por nuestros enemigos.12 Y para sufragar esta afirmación resume un cuento que narra de un “brujo cristiano” que quiso retar al brujo más poderoso de “uno de nuestros pueblos”. El reto consistía en hacer llover. Los dos lograron 11 Ibídem. p. 22. 12 Ibídem. p. 23.

hacerlo. Luego el reto fue “secar un árbol”. Otra vez los dos lograron hacerlo. Entonces el cristiano hizo reverdecer el mismo árbol quemado y desafió a su adversario para que hiciera lo mismo, pero el “brujo indio” no pudo hacerlo. Así el cristiano pudo afirmar que la de su contendiente era una “raza maldita, un pueblo del diablo sólo capaz de hacer el mal, pero no el bien. Y los maldijo y por eso el pueblo desapareció de la sierra”.13 “Una historia como ésta —concluye Javier Castellanos— no puede ser un cuento indio”:14

Sólo sirve para justificar que nos haya matado, que hayan desaparecido nuestros pueblos. Y quieren hacernos creer que estos cuentos son nuestros. Pero no, los han inventado en contra nuestra. Nosotros tenemos que decir esto. ¿Por qué no lo dice usted? Cuando usted escriba, haga saber que todo lo que han dicho de nosotros no lo hemos dicho nosotros, que son historias hechas por enemigos nuestros, por gentes que no son indios.15

13 Ibídem. p. 25. 14 Ídem. 15 Ídem.


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Fotografía: Carlos Montemayor y Giovanni Gentile G. Marchetti / Cortesía de Giovanni Gentile G. Marchetti

Otra objeción opone Castellanos:

Usted cree que nos puede ayudar a escribir mejor, o a hacer mejor nuestro trabajo, pero no me gustaría que después todos escribiéramos no como debemos, sino como usted quiere.16

quien observa que la “conversación ya sólo giraba en círculo”, y propone fijar entrevistas “por separado o en grupos pequeños”, Carlos corta: Por ahora quiero comer con los poetas […] porque ya necesito un buen vaso de mezcal. Y espero que todos los poetas sigamos siendo borrachos y pueda beber con ellos sin que me

Con paciencia Carlos aclara que él sólo se ofrece como instrumento para que ellos puedan alcanzar de la forma más incisiva sus objetivos. Los coloquios con los interlocutores indígenas abordan luego otra cuestión de gran relevancia. Preguntando insistentemente en qué idioma prefieren escribir; en qué idioma piensan; cuál es el idioma del cual traducen. Carlos llega al final a la conclusión que “todos piensan en su lengua”.17 Llega a delimitar una primera fase de estos Encuentros en Oaxaca, un momento de descanso, que nos devuelve la presencia viva de Carlos. Después de una intervención de Stefano Varese,

A partir de una ocasión más convival, empieza la cooperación efectiva; comentando algunos poemas que los promotores llevaban consigo, va ganándose su confianza (“quizás por primera vez reciben una opinión 'técnica' sobre un poema”, observa.19 Comienza la colaboración que iba buscando; y empieza, también, su reflexión sobre los idiomas en que los poemas que se le someten están escritos. Da cuenta en su 'diario' de las conversaciones sobre la importancia del ritmo (“la secuencia de acentos prosódicos

16 Ibídem. p. 26. 17 Ibídem. p. 28.

18 Ibídem. p. 33. 19 Ibídem. p. 40.

avergüence ser el único.18


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chinanteco, quien le habla de las dificultades que experimentan para mantener viva su lengua, porque “muchas familias no quieren que sus hijos aprendan chinanteco porque piensan que de nada les servirá” y porque los niños no pueden cultivar su idioma, en cuanto en la escuela la educación se cumple solamente en español. Carlos, casi al final de su diario oaxaqueño, dice:

Fotografía: Carlos Montemayor y Giovanni Gentile G. Marchetti / Cortesía de Giovanni Gentile G. Marchetti

es el elemento primordial, más que la medida o la asonancia”,20 de la forma en que se debe conseguir (“no contándolo, sino sintiéndolo”). Refiere de encantadoras discusiones con algunas jóvenes mixes acerca de la traducción de determinadas expresiones poéticas españolas a su lengua y planea nuevos talleres. Recorriendo ahora las páginas de estas primeras experiencias de, podríamos llamarlo, “trabajo cultural” (así como le hubiera gustado a Bianciardi), se ve bien a qué apuntaba Carlos: fundamentalmente a devolverles su dignidad a las culturas indígenas a través del rescate de sus lenguas y la producción de obras que fueran constituyendo una tradición literaria reconocible. A Hermenegildo, promotor bilingüe 20 Ibídem. p, 43.

—Ustedes tienen gran talento, escriben en dos idiomas […] Pero cuando hablamos, también lo hacemos con el movimiento de nuestras manos, de nuestros hombros, de nuestros ojos. Al escribir, en cambio, no hay manera de utilizar el cuerpo ni la voz. Por eso escribir es una cosa y hablar otra. Escribir es mostrar lo mejor y más puro de nuestro idioma. Porque ustedes deben ser principalmente útiles para su lengua, no traductores al español. Un escritor debe ser capaz de entender muchas cosas de su idioma. Debe ser capaz de distinguir lo correcto, pero también de percibir lo mejor. Lo uno se logra por la gramática; lo otro por el conocimiento del ritmo. Uno es sintaxis; otro es ritmo. Uno es idioma correcto; otro es literatura. Si la lengua española no hubiera tenido libros importantes en leyes, en poesía, en religión, en historia, en relatos, no hubiera desarrollado su literatura. También el chinanteco, el zapoteco o el mixe podrán hacerlo. Yo me propongo compartir todo lo que sé para que ustedes desarrollen su trabajo de escritores. Compartir todo aquello que un escritor debe saber, independientemente de que escriba en francés, español, griego, mixe o chinanteco. Porque un escritor extranjero sabrá mucho de lo que conviene en su idioma; pero ustedes sabrán lo que conviene en el suyo. Deben asumir esta responsabilidad.21

El objetivo más inmediato del trabajo realizado con los “promotores bilingües” —escribe Carlos en La literatura actual en las lenguas indígenas de México— fue depurar, a nivel sintáctico, la lengua nativa de la influencia del español; luego acrecentar la claridad, junto con la lógica, de la expresión; finalmente, promover entre los participantes la definición de un proyecto que pudiera convertirse en libro. Los cincuenta volúmenes bilingües publicados en la Colección de Letras Mayas Contemporáneas de la península de Yucatán y del Estado de Chiapas, patrocinados por el ini y la Fundación Rockefeller de New York, son el fruto de esta cuidadosa siembra. 21 Ibídem. pp. 137-138.


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Al mismo tiempo, cuenta, iba “registrando apuntes sobre canciones y rezos sacerdotales, en espera de la posibilidad de iniciar otra fase de trabajo de grupo”.22 De estos apuntes derivarían, luego, algunos importantes ensayos: Arte y composición en los rezos sacerdotales mayas (1995) publicado en Mérida por la Universidad Autónoma de Yucatán; Arte y trama en el cuento indígena (1998) publicado por el Fondo de Cultura Económica (fce); y Arte y plegaria en las lenguas indígenas de México (1999) publicado por el fce. Exactamente el estudio del lenguaje esotérico, manifestado por los “rezos sacerdotales” y por las “plegarias”, ha planteado para Carlos, después de cuatro o cinco años de trabajo, la necesidad de volver a empezar, “con nuevos datos”, el trabajo emprendido. Lo nuevo estaba representado por el convencimiento de que no fueran ya suficientes la profundización y la depuración de la sintaxis, sino que hiciera falta, imperativamente, hacerse cargo: […]de los diversos valores acentuales, tonales y silábicos de la lengua, de tal manera que pudiéramos distinguir con facilidad los acentos de los tonos, o los acentos y tonos de los golpes glotales, y por supuesto, los valores vocálicos largos y breves. Distinciones de esta naturaleza me permitieron visualizar series de ejercicios que podrían ser útiles para otras lenguas, como en efecto lo han sido en mi trabajo con tzotziles, tzeltales, zapotecos del Istmo y purépechas. Estos ejercicios ayudan a pensar y a oír desde la propia sin-taxis y naturaleza fonética de las lenguas indígenas, pues así como hay una influencia poderosa de la sintaxis española en ellos, a veces también se presenta un influjo poderoso del orden vocálico del español, con el consecuente empobrecimiento sonoro de la lengua indígena.23

La naturaleza del lenguaje religioso-ritual es a menudo reveladora de las formas más propias de lectura poética en las lenguas indígenas. Otra importante aseveración a que ha llevado el “trabajo en el campo” de Carlos es la que atañe los 22 Véase La literatura actual en las lenguas indígenas de México, p.38. 23 Ibídem, pp. 38-39.

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géneros literarios: la poesía, la dramaturgia, el cuento, el ensayo. A propósito de estos dos últimos, nos advierte que no siempre es fácil o posible la distinción: La fuerte carga de tradición oral propicia el surgimiento de un arte narrativo de contenido histórico, medicinal o religioso, que aproxima el trabajo de la narración artística al de la investigación histórica o antropológica. En realidad, desde la perspectiva indígena no hay una clara demarcación entre lo que es un cuento literario y el conocimiento o información de una tradición cultural de las comunidades. Es decir, no siempre es posible hablar de un relato de creación pura o ficción, ya que toda ficción es una información tradicional y, por lo tanto, de valor histórico o tradicional, esto es, no ficticio.24

Además de las obras que, hasta aquí, hemos citado, hay que recordar las antologías de la literatura mexicana en lenguas indígenas: las dos últimas, recientes: La Voz profunda (2004) y Word of the True Peoples. Palabras de los Seres Verdaderos, en colaboración con Donald Frischmann y George O. Jackson (2005), publicada en Texas; y las que Carlos ha compilado en los últimos años, a margen del Programa Universitario México Nación Multicultural. También recordamos los ensayos dedicados a Los pueblos indios de México hoy, del 2000, y Los pueblos indios de México. Evolución histórica de su concepto y realidad social, del 2008; el volumen dedicado a Los tarahumaras. Pueblo de estrellas y barrancas, de 1995; y, en fin, el Diccionario del Náhuatl en el español de México, que con gran valor aceptó coordinar (2007). Pero, igualmente, deberíamos de alguna manera incluir en su “obra indigenista” ensayos y novelas que, aunque traten de “guerra sucia” o de guerrilla, siempre tienen que ver con los pueblos indios de México. A guisa de conclusión, quisiera recordar una afirmación de Carlos que puede parecer extremadamente sencilla, casi obvia, y que, en cambio, yo creo que fue él quien la sostuvo, primero y con gran clarividencia, hasta ahora. Si Juan Gregorio Regino escribió, justamente, que la lengua española “también es nuestra lengua”, Carlos, por su parte, sostuvo, en 24 Los escritores indígenas actuales, p.16.


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varias ocasiones y con igual razón, que “las lenguas indígenas también son nuestras lenguas”; esto es, no solamente el español y no solamente la literatura en lengua española representa al pueblo mexicano. Bibliografía: Montemayor, Carlos. Encuentros en Oaxaca. México. Aldus. 1995. —. La literatura actual en las lenguas indígenas de México. México. Universidad Iberoamericana. 2001. —. Los escritores indígenas actuales II. México. Conaculta, Fondo Editorial Tierra Adentro.1992.

Fotografía: Carlos Montemayor / Cortesía de Danilo De Marco


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EL MÚSICO Pablo Espinosa

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l cumplirse doce años de su desaparición física, el trabajo de Carlos Montemayor crece en presencia en las agendas nacionales. En las distintas tareas que desempeñó, hay un notable avance. Las reivindicaciones sociales, acción central en su existencia, efervescen con su ejemplo. Limpió el camino para que otros detrás de él avancen. La literatura indígena, desde que él —entre otros— acometieron la tarea prometeica de publicar la obra de escritores indígenas en su propia lengua, ya no en ediciones bilingües: en su lenguaje original y originario; es ya un componente esencial de nuestra identidad. Aunque la vida en 2022 es en muchos sentidos radicalmente diferente a la anterior a 2010, cuando Carlos Montemayor ejerció sus quehaceres. La pandemia modificó rituales, modos de producción, actitudes. Una madeja de dilemas, entre ellas la responsabilidad social frente al cuidado de la economía: cancelar todo, con el riesgo de perder control sobre los indicadores bursátiles. El legado, el ejemplo, el pensamiento de Montemayor es un faro que guía en momentos difíciles. La reciedumbre moral, su signo, mueve directrices. El sólo hecho de imaginar qué pensaría Carlos Montemayor de las circunstancias, problemas, dilemas actuales, dirige las reflexiones hacia su verticalidad y de ahí el siguiente paso es la acción positiva. Hay un territorio no del todo asimilado todavía: el trabajo de Carlos Montemayor como músico. En las plataformas digitales donde se puede escuchar música (Apple Music, Spotify), se encuentran algunos de los discos que grabó como tenor, acompañado al piano por Antonio Bravo. Esa es solamente una de las maneras como ejerció su oficio en la música. Al escribir poesía ejerció como músico, al igual que cuando estudió y difundió la literatura en lenguas indígenas. En largas conversaciones que sostuvimos, me instruyó sobre esos temas. Por ejemplo, el hecho de que las lenguas mesoamericanas, particularmente el zapoteco del Istmo, tiene algunas tonales con significado, que *Periodista cultural y escritor.


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en este caso es un tono más alto, uno descendente y otro ascendente, y otorgan a la lengua referentes rítmicos que son irrepetibles e irreproducibles en el inglés o en el español. En lenguas como el maya yucateco, ejemplificaba Montemayor, hay además golpes glotales que pueden acompañar a ciertas consonantes guturales, pero también a vocales. Y particularmente se presentan como vocales dobles y articuladas. Esos datos sonoros producen en esa poesía una especie de polifonía, de dotación instrumental mucho más diversificada y completa que las que tienen las lenguas inglesa o española. Por tanto, explicaba Carlos Montemayor, gran parte de la expresividad poética de estas lenguas no las podemos atisbar, no las podemos imaginar ni por supuesto sugerir en el inglés o en el español. Eso es irrecuperable. Sin embargo, Montemayor lo logró: “El trabajo de trasladarlos a otras lenguas se vuelve fascinante. Es una especie de ejercicio circula, múltiple, entre dos lenguas, como si se estuviera haciendo un dibujo a dos manos y el dibujo de la mano derecha podría corresponder simétricamente, pero también complementarse con el dibujo de la mano izquierda, de tal manera que estamos mirando a través de una especie de caleidoscopio la composición simultánea de las lenguas”.

Le hice notar la convicción de José Emilio Pacheco de que en poesía no hay traducción, hay versión y que T.S. Eliot cuando se refiere a las versiones de Ezra Pound de la poesía china, usa la hermosa palabra translucence, en lugar de traslation. Efectivamente, respondía Carlos, las traducciones de Ezra Pound de la poesía china no son translations en términos específicos, son translucences, es decir, la relaboración de un tejido translúcido donde esa luz original es posible vislumbrarla desde la lengua inglesa. En sus traducciones de poesía indígena, Carlos Montemayor prefería “algo más comprometedor: versiones cómplices. Mis traducciones de poesía in-

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dígena son versiones cómplices. Me uno a esa clandestinidad, a esa resistencia cultural. Finalmente, esa capacidad del tejido translúcido nace de la complicidad más diáfana”. Tenía oído exquisito para el arte melódico de, por ejemplo, los rezos y a los efectos rítmicos, armónicos, a las polifonías. Me explicaba: “a veces los estudios comparativos, que constituyen una fórmula común, no son suficientes para escudriñar, valorar y sobre todo entender el valor musical de las lenguas originarias”. Como sabemos, la música ha tenido en las civilizaciones antiguas usos prácticos, ya mediante usos rituales, ceremoniales o místicos, pero siempre con los pies pegados a la tierra. Para estudiar la lengua maya, solicitó al compositor Francisco Núñez ayuda: “le entregué una grabación de un largo rezo de Waajil Kool, cantado en una región maya y él reprodujo en pentagramas las tres secuencias del rezo”. En primer lugar, Núñez encontró que están estructurados fundamentalmente en una escala pentáfona, lo cual resulta su posible conexión con la música maya auténtica. “Hay glissandi que rompen la monotonía característica de los parámetros dinámicos de los rezos indígenas y sobre todo una aceleración progresiva y un ascenso y descenso del recitado continuo en notas que sólo abarcan un intervalo de quinta. Esos rasgos son suficientes para no confundir esos rezos con ninguna otra forma occidental, por ejemplo, el canto gregoriano. Tienen una clara estructura formal muy propia. Por ejemplo, largas exclamaciones que parecieran lamentos se alternan con una rapidez inusitada de recitado. La melodía permanece a lo largo de la plegaria como un referente poderosamente persuasivo e inmerso en su mundo”.

En su vida cotidiana, la música: “el canto me sirve para reflexionar, sobre todo en los momentos en que me ronda la angustia cuando estoy escribiendo una novela y llega el momento en que todo se empantana, deja de fluir. La música me salva”. El canto, es decir la música, me explicaba Carlos, “es una forma de conocimiento. De autoconocimien-


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to. Porque se canta con todo el cuerpo o no se canta: se debe cantar reuniendo toda la presencia humana, corporal, sensorial, sensual, de lo que somos, o de lo contrario la voz no avanza. Ese acuerdo que exige, al interior, el canto, es también el acuerdo interior que nos exige la poesía”. Porque la voz es el sonido de nuestra especie: así suena el cuerpo humano, así vibra la realidad humana. Es la fuerza de la tribu. El canto convoca a toda la especie y esa es toda la gracia del arte vocal en sus distintos momentos, espacios, alturas, fortaleza o suavidad. La música vocal es la que comunica más rápida y profundamente a los humanos. Es la esencia de lo que somos. Es por eso que Carlos Montemayor cantaba.

Fotografía inédita cortesía de Victoria Montemayor: La noche del 13 de septiembre de 2007, con motivo del vii Premio Fundación México Unido a la excelencia de lo Nuestro. Cantando en el hall del Palacio de Bellas Artes: “Si en México insistimos en que tenemos una historia de 500 años, estamos perdiendo el privilegio y el honor de poseer una memoria milenaria; este país podría ser tan milenario como China y la India si no renegáramos de las civilizaciones”. Aquella noche de fiesta mi padre se acercó al músico para decirle que quería cantar, el músico volteó a verlo con un gesto despectivo y Susana de la Garza le dijo “es el homenajeado, es Carlos Montemayor”, entonces el hombre apenado lo dejó cantar. Y fue así como cantó varias arias italianas con su vaso de whisky en la mano.


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MONTEMAYOR Y LA PAZ VERDADERA

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l 11 de septiembre de 2001, yo tenía tres semanas de haber llegado a la ciudad de Nueva York para comenzar con mis estudios de maestría y doctorado. Esa mañana histórica, al ver personalmente cómo caían dos emblemas de la hegemonía financiera de Estados Unidos, la primera persona que contacté para platicar y consultar su opinión fue Carlos Montemayor Aceves, con quien tuve una relación muy estrecha (para mí, fundamental), y a quien siempre le dije “tío.” Mi tío, de manera usual, me sacó de la confusión y angustia en la que estaba con su enorme apoyo y cariño. Fue gracias a él que tuve el valor de tomar la decisión de hacer estudios especializados de filosofía, después de haber obtenido la licenciatura en Derecho —la razón principal de mi presencia en Nueva York—. Este ensayo está basado en conversaciones con mi tío sobre los atentados de septiembre 11, la justificación de la guerra en Irak, y la llamada “guerra contra el terrorismo”. En particular, citaré porciones de un discurso pronunciado por él en contra de la guerra de Irak el 15 de febrero de 2003, cuyo contenido tiene, como mucho de lo que él escribió, una importancia urgente. Por razones de estilo, me referiré a mi tío como “Montemayor” en el texto a continuación. La guerra y las múltiples manifestaciones de opresión y brutalidad, criminal e institucional así como nacional e internacional, siempre fueron fuentes de interés y agobio para Montemayor. Era un agobio fundado en su profunda empatía por los oprimidos y su incomparable carácter moral. Los oradores de la marcha “No a la guerra, no en nuestro nombre” fueron Montemayor y Rigoberta Menchú, quienes se dirigieron a sus oyentes desde el Ángel de la In-

dependencia en la Ciudad de México. En el inicio de su discurso, que enfatiza los motivos de la guerra en contra de Irak, Montemayor dice: “Es la guerra no de los pueblos, insisto, sino de un puñado de gobernantes que a nombre de los pueblos, que a nombre de la vida, de la libertad, de la justicia, quieren acabar con nosotros, acabar con nuestros pueblos, destruir la vida, la libertad, la justicia”. El discurso continúa documentando desde una perspectiva histórica y periodística el cinismo y la barbarie de las intervenciones diplomáticas y militares de Estados Unidos en el medio oriente para garantizar su hegemonía política y financiera, que es realmente la motivación de las guerras en esa devastada región del planeta. Guerras que, como dice Montemayor, se ejecutaron para beneficiar a una docena de corporaciones e intereses del gobierno de Estados Unidos y sus (muy pocos) aliados. Estas acusaciones eran controversiales en 2003, en especial porque el terrorismo internacional requería de soluciones gubernamentales, entre ellas, el conflicto armado con terroristas cuyas acciones violentan la vida normal de las personas. Pero las aserciones y reclamos de Montemayor han quedado confirmadas y justificados ampliamente con el pasar de los años. En un pasaje profético, Montemayor declara: “Nos oponemos a esta guerra por los millones de muertos y desplazados que se generarán en Irak y en toda la región; por la catástrofe que implica la guerra despiadada y porque desencadenará nuevos actos de terrorismo. Un ataque unilateral destruiría el derecho internacional, el multilateralismo de las relaciones internacionales y la existencia misma de las Naciones Unidas”.


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Carlos Montemayor Romo de Vivar Cada una de estas aseveraciones han sido trágicamente irrefutables. La crisis humanitaria de Siria e Irak no tiene precedente, ambos países habiendo quedado prácticamente en ruinas por las acciones militares de Estados Unidos y su intervencionismo político desinformado e irresponsable. El reciente debacle y abandono de Afganistán (otro país en ruinas) y las intromisiones políticas y financieras en Irán por parte de Estados Unidos indican que los desastres de las guerras de medio oriente continuarán. Y qué decir de la cruel renuncia, total y criminal, de las convenciones en contra de la tortura por parte de Estados Unidos en su guerra contra el terrorismo. Qué decir del escándalo vulgar y terrible de las prisiones secretas y de la prisión, al parecer permanente, de Guantánamo. El orden jurídico de Naciones Unidas no sólo se ha visto atacado por Estados Unidos, sino que las administraciones que siguieron al 11 de septiembre lo han considerado como un obstáculo. Las convenciones que se ratificaron para que nunca se vuelva a denigrar la dignidad humana, después de la tragedia de la segunda guerra mundial, son interpretadas por Estados Unidos como textos sujetos a manipulación política y al boicot de intereses ajenos al complejo militar e industrial Estadounidense. Seleccioné este texto que me envió Montemayor pocos días después de la marcha en contra de la guerra en Irak porque fue parte central de una discusión que tuve con él y que no logré entender bien en ese momento. El tema central de esta conversación fue el concepto de la paz genuina, o la paz humanitaria. Yo estaba abrumado y preocupado, y en parte de acuerdo con algunos argumentos a favor de la guerra en contra del terrorismo. Aunque no hay ni

comparación ni proporción entre la guerra y los actos terroristas, asesinar a civiles con aviones de vuelos comerciales que son usados como proyectiles contra edificios urbanos no es algo que uno puede pasar por alto. El odio obscuro y homicida de los terroristas en contra de sectores amplios de la humanidad tampoco puede ignorarse. La pregunta es, ¿cómo confrontar ese odio? Lo que Montemayor entendió perfectamente en aquel momento (y durante su vida), y que yo no pude ver claramente, es que el odio jamás se debe confrontar con más odio y destrucción, especialmente cuando este odio “de respuesta” es usado y manipulado por intereses ajenos y opuestos a los intereses de los pueblos. Esta postura no es el resultado de un pacifismo idealista e inocente, sino de una comprensión profunda de las dinámicas que mueven a la política y al derecho. Por eso Montemayor me mandó su discurso en contra de la guerra. Los motivos de la guerra son injustos independientemente de consideraciones acerca del terrorismo, y a través de las guerras, los gobiernos ignoran y destruyen a los pueblos que dicen representar. La lucha y resistencia de los pueblos debe ser en contra de sus opresores, no en contra de otros pueblos. Esta verdad universal es rigurosamente documentada y explicada en la obra de Montemayor, cuyo énfasis fue el contexto de opresión política en México con respecto a varios movimientos sociales. Las violaciones a derechos humanos y las injusticias no las cometen “pueblos” sino organizaciones, corporaciones, y políticos que orquestan reorganizaciones sociales a través de violencia, para su beneficio. Por eso Montemayor señala: “Nos quieren hacer creer que la guerra es algo lejano y ajeno, pero no es así.

*Doctor en Filosofía. Catedrático en San Francisco State University, Estados Unidos.


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Fotografía: Carlos Montemayor en Villa Manin, Italia / Cortesía de Danilo de Marco.

Es un proyecto de reorganización del mundo.” Precisamente, la guerra es la reorganización brutal de las necesidades y realidades de los pueblos. No es algo etéreo que se justifica con argumentos letrados, sino a través de dominio militar y financiero. La guerra nos afecta de manera directa y constante. De ahí que la solidaridad entre los pueblos sea tan importante. ¿Y qué formas toma dicha solidaridad? Estas formas son múltiples. Por ejemplo, la curiosidad por la cultura, idioma, tradiciones y cosmovisión de los pueblos. Montemayor dedicó su vida a este tipo de solidaridad con los pueblos originales de México, y también con los sobrevivientes grupos indígenas de nuestro ensangrentado continente. Los pueblos, como la guerra, no son abstracciones “lejanas y ajenas.” En el caso de los pueblos, estos no deben ser meras abstracciones u objetos lejanos de nuestra

admiración u odio. La misma noción de “pueblo” es, por ende, problemática. El “pueblo” de México no es una abstracción—y no debe serlo. Lo mexicano se construye a partir de una diversidad que debe entenderse en su peculiaridad cultural, lingüística e histórica. Montemayor decía a menudo que saber varios lenguajes era como habitar una casa con muchas ventanas. Esta bella metáfora tiene dos sentidos. Uno de ellos es que habitar en esa casa le permite a uno ver muchas más realidades y paisajes de lo que es ser humano. El otro sentido es que dicha casa con varias ventanas puede ventilarse fácilmente. Ambos sentidos son importantes para entender cómo hay que apreciar a los pueblos de manera concreta, y no abstracta. Para poder admirar la diversidad humana, de los pueblos y de sus tradiciones, hay que primero entenderla de manera concreta, en su vitalidad diaria.


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La paz verdadera es la comprensión y el entendimiento entre los pueblos, en toda su magnífica diversidad. Ésta es la base del respeto genuino. Nuestra empatía y curiosidad hacia otros es la fuente de la paz genuina. Montemayor explica: “la paz no es la ausencia de la guerra. Confundimos la paz con muchas facetas de la violencia … La paz es una fuerza. Es una voluntad. Es una tenacidad por construir, por vivir, por comprender, por no renunciar a la vida, por no dilapidar ni perder el instante en que pertenecemos a la vida y en que, ¿porqué no?, somos la vida.” La condición necesaria para la paz es la no exclusión del otro, y aún más, la inclusión empática y activa del otro basada en el entendimiento de la situación de quien es sistemáticamente excluido y oprimido. La “paz” falsa a la que nos hemos acostumbrado es simplemente la ausencia de violencia brutal por parte del Estado, en un contexto de opresión y exclusión sistemática—de mujeres, trabajadores, indígenas, y migrantes. La ausencia de guerra nunca garantiza la inclusión y por el contrario, un sistema de exclusión es perfectamente compatible con la ausencia de guerra, la cual se suspende sólo porque los poderosos tienen y conservan lo que quieren. Somos la vida porque la historia es de los pueblos, del pueblo, de la gente común y corriente que sufre todo tipo de arbitrariedades y que se afana a la vida a pesar de todo. Garantizar la paz genuina es mucho más difícil que destruir ciudades o civilizaciones; mucho más complejo que organizar al ser humano comercialmente con una medida abstracta que nos convierte a todos en “más de lo mismo.” Montemayor declara: “La paz es la tarea difícil y plena de dignificar al ser humano, de reconocer en el otro la misma dignidad y necesidad de vida que en nosotros. El actual sistema económico mundial va en un sentido opuesto al de nuestra dignidad. Tiende a transformar el conocimiento y la educación en una mercancía; no busca el saber como conquista humana, sino como conquista empresarial y comercial.” Cuando la educación es una mercancía y el saber es una conquista empresarial, las

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reglas de exclusión se agravan. En lugar de ayudar y comprender, juzgamos e ignoramos. Todo se vuelve numérico y comercial. Las desaparecidas de Ciudad Juárez (y de todo el país), las narco-fosas, la impunidad que protege a los criminales y gobernantes, y la pobreza de la gran mayoría de las y los trabajadores, son percibidos como una fuerza abstracta y ajena, el resultado de una “economía” social, una especie de cifra esotérica, como señala Montemayor. Son doce años ya de la muerte de Montemayor. Doce años de luto que han visto a México y al mundo sumergirse todavía más en la pobreza, la violencia, y la “paz” abstracta, o la simple ausencia de crueldad explícita característica de las guerras. Ahora entiendo que mi “apoyo” al combate al terrorismo era igualmente abstracto e infundado. Esa es una de las lecciones más importantes que nos dejó Montemayor. El mundo necesita de acciones concretas basadas en la vitalidad de nuestra esencia humana y la labor de dignificar al ser humano. Los argumentos, respuestas, posturas y conflictos abstractos sólo nos dividen, beneficiando a quienes se mantienen en el poder a través de la paz abstracta. La paz abstracta nos fragmenta y nos “divierte” alejándonos de la particularidad y dignidad de los que nos rodean. Es un modo te turismo espiritual que nos mantiene moralmente temerosos y débiles. Los pueblos de nuestro país deben celebrar y agradecer los esfuerzos de Montemayor en su lucha por la paz verdadera; por su infatigable búsqueda por la verdad y la justicia en un país y en un continente repletos de mentira y crueldad. Voces como las de Montemayor hacen falta ahora más que nunca. Ojalá su legado nos permita comenzar la ardua tarea de lograr la paz verdadera. Como concluye Montemayor su discurso, y como él siempre lo ejemplificó, debemos ser optimistas: “otro mundo es posible.”


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Correo enviado el viernes 28 de febrero de 2003 desde la cuenta mortenay@hotmail.com

Carlitos: Hace unos días, en la marcha a favor de la paz que se efectuó en México, me pidieron que fuera el orador único de la marcha. Finalmente, hablamos sólo Rigoberta Menchú y yo. Te mando el discurso que pronuncié en esa ocasión y te sugiero que busques dos artículos de Jim Cason y David Brooks, corresponsales estadunidenses de La Jornada, en la página 31 del 19 de diciembre de 2002, “Gobierno y empresa de EU apoyaron plan armamentista de Irak en los 80” y en la página 26 del 25 de febrero de 2003, “EU proporcionó a Irak sus primeras armas biológicas, confirman documentos oficiales”. Recibe un gran abrazote.

Carlos Montemayor

Fotografía: Carlos Montemayor Romo de Vivar y Carlos Montemayor / Cortesía de Carlos Montemayor Romo de Vivar Fotografía: Victoria Montemayor Galicia, Carlos Montemayor Romo de Vivar, Carlos Montemayor, Berenice Montemayor Romo de Vivar, Berenice Romo de Vivar y Susana de la Garza, en el restaurante chihuahuense “La toma de Tequila”, en ciudad de México, verano de 2009.


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Carlos Montemayor

La guerra y la paz

Hermanas y hermanos de México y del mundo: Este día nuestra voz tiene la fuerza de innumerables millares de voces. El día de hoy nuestras manos se enlazan con millones de manos en el mundo. Hoy nuestra palabra vibra en muchos idiomas y se desprende de incalculables millares de labios. Nuestros pasos han recorrido e inundado hoy ciudades de Medio Oriente, Europa, África y de nuestro inmenso y herido continente. Nos enlazamos con la palabra, las voces y las manos a los hombres y las mujeres del mundo. Es la fuerza de la paz. Es la fuerza de los pueblos. Desde este ángel de la Independencia venimos a decir ¡no! a la guerra que un puñado de gobernantes estadounidenses quiere volcar sobre Irak. No es una guerra del pueblo de Estados Unidos. Jóvenes, ex militares, profesores, trabajadores, intelectuales, cinco mil poetas y alcaldes de 90 ciudades de Estados Unidos han dicho no a esta guerra. Tampoco la desean los pueblos de Inglaterra, España, Italia o Turquía. Es la guerra no de los pueblos, insisto, sino de un puñado de gobernantes que a nombre de los pueblos, que a nombre de la vida, de la libertad, de la justicia, quieren acabar con nosotros, acabar con nuestros pueblos, destruir la vida, la libertad, la justicia. Venimos a decir: “¡no a esta guerra, no en nuestro nombre!” Este grupo de gobernantes cree que no tenemos memoria. En los años ochenta, dos años después de que aviones israelíes destruyeron el reactor Osirak, eje del programa nuclear iraquí, el entonces presidente Ronald Reagan envió como representante personal ante Sadam Hussein al joven político Donald Rumsfeld. Llegó el ahora Secretario de Defensa hace 20 años a Bagdad para renovar las relaciones diplomáticas, militares y comerciales. Un apoyo peculiar, a partir de ese momento, estuvieron brindando a Hussein los gobiernos de Ronald Reagan y George Bush padre: dinero y las materias primas necesarias para iniciar la producción de armas de destrucción masiva. El enemigo del momento para los gobernantes de Estados Unidos no era Irak, pues, sino Irán. Entre los años de 1985 y de 1988


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Discurso pronunciado por Carlos Montemayor el 15 de febrero de 2003 con motivo de la marcha “No a la guerra, no en nuestro nombre”, publicado de manera íntegra por primera vez.

los gobernantes estadounidenses aprobaron el envío a Irak de 70 provisiones de microorganismos, entre ellos la bacteria ántrax. La familia Bush y políticos como Donald Rumsfeld recuerdan hoy la ayuda que prestaron a Sadam Hussein hace más de veinte años en materia de armas químicas, biológicas y nucleares. A los gobernantes de Estados Unidos les sucede lo que a las mejores familias de la mafia: sus mejores amigos de ayer son sus peores enemigos de hoy. Ayer Osama Bin Laden fue un héroe para Reagan en la lucha de Afganistán contra los soviéticos; hoy es la cabeza del terrorismo mediante el cual justificó Bush la invasión de Afganistán. Ayer, ayudaron a Saddam Hussein para que iniciara la producción de armas de destrucción masiva; hoy quieren derrocarlo e invadir Irak por haber aceptado esa ayuda. Estados Unidos necesita para su consumo doméstico la cuarta parte del mercado mundial del petróleo. Las mayores reservas de petróleo se encuentran en yacimientos de Medio Oriente, en particular de Arabia Saudita y de Irak. En otras palabras, no era necesario para Estados Unidos comprobar a plenitud los nexos de Afganistán ni de Al Qaeda con los atentados en Nueva York y Washington, ni ahora comprobar los nexos de Hussein con Al Qaeda ni confirmar la producción iraquí de armas de destrucción masiva, sino asegurar por cualquier medio el control militar, político y económico del petróleo de esa región. Es decir, a ese puñado de gobernantes estadounidenses no le basta la seguridad comercial, la amistad internacional, el libre mercado de los hidrocarburos, el respeto a la vida de los pueblos ni el status de socios comerciales, sino el control militar y económico total. Por eso deciden plantear al mundo una guerra nueva, diferente, que bajo el concepto de lucha contra el terrorismo les autorice a definir los espacios, países, gobiernos, dirigentes y movimientos sociales que tendrían derecho a existir o merecerían la guerra. Este reajuste político y militar no constituye tampoco una propuesta de solución ni de mejoramiento de las condiciones sociales, económicas,

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políticas o militares de los pueblos que habitan las zonas designadas como ejes del mal, sino solamente una recomposición militar de acuerdo con los intereses de los gobernantes de Estados Unidos y de los grandes consorcios petroleros. El poder que ha vencido en la Guerra Fría no se propuso construir una nueva paz entre los países, no se ha propuesto construir un mejor ser humano; desea encontrar nuevos enemigos y justificar nuevas injustificables guerras. Es aquí donde la voz solidaria de los pueblos del mundo se convierte en la conciencia de los pueblos del mundo. Esta conciencia, que es la paz; esta fuerza solidaria con que se construye la paz, ha venido a decir hoy, aquí, ¡no a la guerra! No a esta guerra de un puñado de gobernantes estadounidenses que ha desafiado y presionado a la onu para que convalide su intención de invadir Irak a fin de controlar las reservas petroleras del medio oriente sin que importen las pérdidas humanas ni las devastadoras consecuencias ecológicas y económicas que ocasione al mundo. Nos oponemos a esta guerra por los millones de muertos y desplazados que se generarán en Irak y en toda la región; por la catástrofe que implica la guerra despiadada y porque desencadenará nuevos actos de terrorismo. Un ataque unilateral destruiría el derecho internacional, el multilateralismo de las relaciones internacionales y la existencia misma de las Naciones Unidas. Los gobernantes estadounidenses se han erigido como protectores y jueces del mundo. ¿Quién los nombró? ¿En qué votación democrática pedimos su protección? ¿Quién les dijo que pueden juzgar a quienes quieran y no ser juzgados por nadie? ¿Con qué calidad moral dedican miles de millones de dólares al diseño y producción de armas de destrucción masiva y cuestionan a otro país por hacerlo a sabiendas de que ellos mismos lo indujeron a hacerlo? ¿Con qué calidad moral los que bombardearon innecesariamente Hiroshima y Nagasaki y arrojaron napalm en Vietnam pretenden devastar a un país debilitado por 13 años de embargo meses después de haber invadido al país más pobre de la tierra, como lo es Afganistán? Ningún gobierno tiene derecho a utilizar ese armamento en contra del mundo. Estamos aquí para advertir a la onu que la resolución que autorice el ataque a Irak equivaldría a legitimar el genocidio. Estamos aquí para decir a los mexicanos que es necesario oponernos en todos los espacios posibles a esta guerra, porque también es contra nosotros. Si hoy invaden Irak por su petroleo, ¿quién nos puede garantizar que mañana no vendrán por el nuestro, por nuestra agua, nuestras especies, nuestro maíz, nuestros recursos naturales? Hoy defender al pueblo iraquí


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es defender nuestro derecho a la vida, el derecho de todos los pueblos a la vida. ¡Hermanos Iraquíes, hermanos de todo el mundo, no están solos! ¡No estamos solos! Nos quieren hacer creer que la guerra es algo lejano y ajeno, pero no es así. Es un proyecto de reorganización del mundo que ha acaparado las tierras del Brasil, militarizado Colombia e intervenido en Venezuela, que está aniquilando y expulsando al pueblo Palestino, que impide la autodeterminación al Vasco y mantiene el bloqueo al Cubano. A este proyecto no le importa que el hambre y el SIDA se extiendan en África como las peores epidemias de todos los tiempos; que Argentina haya caído en la crisis socioeconómica más severa de su historia; que nuestro país prosiga desmantelando su producción nacional; que se impongan leyes laborales que socavan los derechos de los trabajadores; que se mantenga la guerra de baja intensidad y se boicotee la autonomía indígena plasmada en los Acuerdos de San Andrés, aún incumplidos. Los poderosos tienen planes y sus planes tienen nombre: Plan Colombia, Plan Puebla-Panamá, Área de Libre Comercio de las Americas (ALCA), Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional. Sólo una fuerza global anclada en las luchas locales podrá resistir y construir un mundo distinto. Un mundo que no sólo sea el proyecto de los poderosos. Un mundo en el cual todos quepamos y todos los mundos sean posibles. Hay una permanente abdicación de las soberanías en materia de política económica que los gobiernos actuales llaman modernización. Y en muchos países se confunde la estabilidad social con la violencia institucional de la pobreza, el analfabetismo o la desnutrición. Una nueva idea de la naturaleza del hombre y sus derechos lleva a los gobiernos a sancionar legalmente la exclusión de trabajadores en muchas regiones del mundo sometidos a índices de pobreza extrema o a rechazarlos bajo un estereotipo que los deshumaniza y que usualmente se llama trabajador o migrante ilegal. La miseria extrema cancela de manera definitiva el desarrollo intelectual, físico y político de millones de individuos en zonas urbanas y rurales del mundo. Esta cancelación de vida plena es en verdad equivalente a la cancelación de todos los derechos humanos. Por ello la paz no es la ausencia de la guerra. Confundimos la paz con muchas facetas de la violencia. Confundimos la paz internacional con el sometimiento de los pueblos, con el nuevo colonialismo que se llama libre mercado. ¿Cuándo los pueblos del mundo acudieron a votar democráticamente por el neoliberalismo y

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Fotografía: Carlos Montemayor / Cortesía de Danilo De Marco


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el libre mercado? Libre mercado llaman los gobernantes de Estados Unidos a la expansión de los consorcios internacionales y a la imposición de las propias reglas de esos consorcios. Llaman libre mercado y modernización al sometimiento de pueblos y gobiernos a las reglas que esos consorcios imponen. De tal manera que no importa la pobreza del campo mexicano ni la pobreza de cualquier otro campo del mundo si, como aquí, se enriquecen 15 o 20 grandes empresas. ¿Esta es la paz internacional, por la que lucha el actual gobierno de Estados Unidos? ¿Es la paz internacional por la que lucha el gobierno del cambio de Vicente Fox? La paz es una fuerza. Es una voluntad. Es una tenacidad por construir, por vivir, por comprender, por no renunciar a la vida, por no dilapidar ni perder el instante en que pertenecemos a la vida y en que, ¿porqué no?, somos la vida. La paz es la tarea difícil y plena de dignificar al ser humano, de reconocer en el otro la misma dignidad y necesidad de vida que en nosotros. El actual sistema económico mundial va en un sentido opuesto al de nuestra dignidad. Tiende a transformar el conocimiento y la educación en una mercancía; no busca el saber como conquista humana, sino como conquista empresarial y comercial. La guerra somete, avasalla, subyuga, esclaviza, despoja. La pobreza y el sufrimiento creciente de los pueblos del mundo no son resultado de una política mundial de paz, sino muestra de la violencia que se expande con el poder económico de un puñado de empresas transnacionales que se han apoderado con las armas del dinero del planeta. Y que quiere ahora apoderarse del gas y del petróleo de Irak, de Afganistán, del Mar Caspio, del mundo entero. Quizás desde Bagdad a Libia, desde Venezuela a México. Démosle el turno a la dignidad de la paz. Es hora de la dignidad de la vida. De la dignidad del mundo. Esta red de resistencia ya se escucha hoy. Se oye en este Ángel de la Independencia. Se escucha en las ciudades que hoy protestan en nuestro país: Guadalajara, Monterrey, Cancún, Cuernavaca, San Cristóbal de las Casas, Ciudad Juárez, Tijuana, Puebla, muchas otras. Esta red comienza a hablar y a escucharse en Francia, Alemania, Estados Unidos, Egipto, Australia, España, Italia, México. Esa red de resistencia grita ahora: ¡No a la guerra! ¡No al neoliberalismo! Sí a la paz que nos torne dignos, constructivos. Sí a la paz que nos deje nacer, crecer, comer, brindar, amar, cantar, pensar, reír, envejecer, descubrir, comprender. Esa red grita muy fuerte a los poderosos, pero sobre todo a nosotros mismos: ¡otro mundo es posible!

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Las armas del alba fragmento

(…) El general Hsun Tiang piensa en silencio: “Éstas son las armas del alba”. Tsin pau, Poeta de la Dinastía T’ang, siglo VIII. Capítulo primero (23 de septiembre de 1965. Madera, sierra de Chihuahua). —Con el primer disparo —le condenó Arturo Gámiz—, haz blanco en el foco. Será la señal para que ataquemos. Ramón Mendoza miró la primera barraca del cuartel. Del marco de la puerta pendía un foco encendido. —Y que nadie salga vivo de aquella trinchera. Arturo comprobó la hora: cinco cuarenta de la mañana. La oscuridad era muy densa aún. Ramón Mendoza se situó en su puesto. Salomón Gaytán y Arturo Gámiz avanzaron por el terraplén hacia una especie de muro que se elevaba ligeramente junto a la vía del ferrocarril. Ramón apuntó hacia el foco; mientras cubría la mira con el grano del revólver sintió que estaba a muy corta distancia. Se volvió a mirar hacia atrás; por un momento vio el quieto brillo de las aguas en la laguna. Revisó la puerta de salida y la trinchera que debía mantener bajo control. Volvió a apuntar y disparó. El foco estalló, y como un eco del tiro comenzó a escuchar detonaciones provenientes de los sitios donde sus compañeros se habían apostado para atacar las barracas del cuartel. Cuatro en la Casa Redonda: Florencio Lugo y Lupito Escóbel, Martínez Valdivia y Óscar Sandoval; cuatro entre la iglesia y la escuela: Pablo Gómez, Antonio Escóbel, Miguel Quiñones y Emilio Gámiz. Paco Ornelas solo, por la casa de Pacheco. Y tres ahí, en el terraplén de la vía del ferrocarril. Escuchó los primeros estallidos de la vía del ferrocarril. Escuchó los primeros estallidos de granadas y bombillos de dinamita que arrojaron Arturo Gámiz y Salomón Gaytán. Le sorprendió sentir un súbito silencio en las dos barracas del cuartel, como si se hubiera detenido el tiempo y los tiros tardaran en ser reconocidos. Enfundó el revólver y preparó el fusil. Vio aparecer una sombra en la zanja: el primer soldado.

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*** En el reloj eran las seis quince de la mañana. El teléfono seguía sonando. —Jolly, ¿estás ahí? —escuchó al levantar el auricular. —Dime —respondió. —Están combatiendo guerrilleros en Ciudad Madera. Dirigió la mirada hacia el perchero donde se hallaba su ropa. —Asaltaron el cuartel militar. —¿Dónde está? —En la torre de control del aeropuerto. Prohibieron ya los vuelos. —¿Le avisaste a alguien? —El capitán López viene en camino. Su avioneta está lista. —Iré enseguida. *** Los soldados terminaron de pasar lista y se dirigieron a la primera barraca del cuartel. Dos secciones avanzaban en fila con platos metálicos en las manos, para desayunar, cuando ocurrió. El sargento se volvió a mirar qué soldado había descargado por equivocación su fusil M-1. Se escucharon nuevos tiros. —¡Todos al suelo! —ordenó—. ¡A sus armas! La tercera sección, que se encontraba de guardia, seguramente estaba disparando desde la barraca de dormitorios. Vio a dos soldados heridos. Otro soldado trató de incorporarse junto a él, pero una bala le atravesó el hombro. La luz potente de una locomotora iluminó de pronto a soldados y a atacantes. Entre el ruido de descargas y bombillos de dinamita que empezaban a estallar dentro y fuera del cuartel, se distinguía la voz de un hombre que gritaba exaltado, insistente: —¡Ríndanse! ¡Ya no tienen remedio! ¡Ríndanse! *** El viento frío soplaba en la pista. En la oscuridad, la cadena de montañas elevaba su peso de sombra. Un profundo azul cobalto pugnaba por abrirse paso en el horizonte. Jolly Bustos ascendió por la escalerilla de la avioneta. Saludó al capitán


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López y se ajustó el cinto de seguridad. Despegaron. Revisó la cámara fotográfica y aseguró los rollos de película. El cielo se despejaba. Poco a poco la luz parecía surgir como un puñado de arena que manchara la negrura y la fuera aclarando. Al fondo, la sierra descubría sus cordilleras, sus ríos, su extensión verde, oscura y pétrea, mientras entraban en una zona de abundantes nubes. Las lluvias incesantes habían acrecentado los ríos, los arroyos, haciendo más intenso en el amanecer el verdor de la sierra, allá abajo, en la borrosa realidad. *** Ramón Mendoza disparó a la primera sombra y la vio caer. Otra sombra surgió, queriendo localizarlo, pero la abatió de un tiro. Una más intentó brincar sobre las zanjas y también la vio caer a unos pasos. La sombra de otro soldado trató de mover uno de los cuerpos; Ramón Mendoza disparó muy cerca; la sombra optó por regresar. Volvió a escuchar la explosión de las granadas. Distinguió a Arturo Gámiz; ahora lo vio más lejos. El olor a pólvora era intenso. Otro soldado trató de protegerse junto al muro de la trinchera preparándose para saltar. Le disparó. El soldado se quedó quieto. Volvió a disparar. El soldado pareció resentir el impacto, pero permaneció en la misma postura. Ramón Mendoza lo observó con atención: el soldado sangraba por la boca y por la nariz, ya muerto. Otro más intentó brincar en el sentido opuesto. Disparó sobre él, pero no hizo blanco. Sobrevino un tiroteo muy cercano, posiblemente de Escóbel y de Florencio Lugo. Trató de ubicar los tiros provenientes de la escuela. Escuchó el estallido de varias granadas y distinguió a Salomón Gaytán preparando otro bombillo de dinamita. Volvió a mirar la laguna. Se veía quieta, desocupada. El cielo estaba iluminado y enrojecido; el sol comenzaba a despuntar. Una ametralladora disparaba desde la barranca más grande, la de dormitorios. Oía las voces de Salomón y de Pablo Gómez, gritando a los soldados, exhortándolos a rendirse, Había calma en la zanja y ningún soldado trataba de salir ni de atacar por ahí. Pensó que tenían dominado el cuartel. *** Desde el camión, Matías había disparado también a la barraca grande y oscura, alargada. El techo de las placas de lámina se extendía como una mancha blan-

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cuzca, como arena, sobre la madera sombría y las ventanas numerosas del cuartel. Ahora Matías se hallaba a no más de cien metros de la iglesia y la escuela; alcanzaba a ver a Miguel Quiñones y a Antonio Escóbel. —Vámonos —dijo al chofer José Lozano García—. Pongamos a cubierto el equipo. El chofer condujo el camión por la brecha. Se acercaron a la principal entrada, una amplia calle que se introducía en el pueblo en medio de numerosas casas con las luces ya encendidas. —Detente —ordenó Matías—. Aquí esperaremos. Mucha gente estaba afuera de las casas, inquieta por el ruido de las descargas que se oían muy concentradas en las barracas del cuartel. Matías miró hacia el oeste, hacia la cuesta de La Borrega, la sierra que muchas veces había recorrido para llegar a Cebadilla de Dolores, a Huizopa, a El Naranjo, a Arroyo Amplio. La luz rosácea, violeta, anaranjada, ocre, se expandía en el cielo desde el oriente; al llegar a la cuesta de la sierra caía solamente como una línea de luz fría, a la espera, como un ser vivo. *** —Mi general —dijo por teléfono el coronel Antonio García Abauza, jefe del estado mayor de la Quinta zona militar—, perdone que llame a esta hora —agregó con voz nerviosa, pero pausada; hablaba sentado en su escritorio, en las oficinas de la comandancia militar, en la ciudad de Chihuahua. Tardó en oír la voz del general Tiburcio Garza Zamora, comandante en jefe de la Quinta zona militar: —¿Cómo? —Los gavilleros, general. —Los gavilleros, dirá usted, los bandidos. —Así es, mi general. —¿A qué hora fue? —Hace treinta minutos. Aún se está defendiendo la guarnición. Tenemos previsto el batallón fuera del cuartel. Están atacando a los asaltantes desde las barrancas de dormitorios y pronto lo harán desde la laguna. No hay posibilidades de que tomen la guarnición, mi general,


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—¿Cuántos son los gavilleros? —No sabemos aún, mi general. —¿Cuántos son? —Pueden ser treinta, cincuenta, ochenta. Son muchos. Atacaron hace media hora. —Voy a la oficina. Lo veré ahí. Debemos informar a la ciudad de México. *** Ramón Mendoza sintió algo extraño, como si lo llamaran. Se volvió a mirar la amplitud de la laguna. Le pareció sentir a lo lejos la quietud y la frescura. Pero algo se movía por la parte angosta. Era gente. Iban corriendo. Desde sus pies despuntó un repentino calor que le comenzó a invadir el cuerpo. Eran soldados. Soldados que corrían por la ribera. Por el bordo de la laguna distinguía ahora los uniformes verdes. Era un contingente de más de cincuenta hombres. Algunos corrían. Otros avanzaban lentamente. Ramón Mendoza sintió más agresivo el calor de la pólvora. Trató en vano de distinguir en el terraplén de las vías de ferrocarril a Arturo Gámiz y a Salomón Gaytán. No escuchaba ya el estallido de las granadas. Siguió atento al contingente que avanzaba, sin descuidar la trinchera del cuartel. Alguien ordenó retirada, a gritos, cuando comenzó a ser intenso el tiroteo de los soldados que corrían por la laguna. La voz de retirada era Pablo Gómez. —¡Retirada, vámonos! ¡Retirada! —¡Espera, espera un momento! —oyó el eco lejano de la voz de Arturo Gámiz. *** Florencio Lugo miró hacia el oriente. Aún no despuntaba el sol pero la luz ya aclaraba el mundo, la serranía, los bosques. Por la ribera vio el desplazamiento de soldados. Distinguió a muchos en posición de ataque; los tiros pegaban en las paredes de la Casa Redonda, en la tierra, a su alrededor. Cuando volvió a mirar hacia el cuartel, sintió un golpe en la cadera y luego una quemadura intensa y súbita en la pierna. Comenzó a avanzar por la calle, hacia el poniente, protegiéndose de los proyectiles provenientes de la laguna y de las barracas del cuartel. Estaba sangrando. No sentía dolor, acaso un ligero adormecimiento en la pierna.

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Al cruzar la primera calle se detuvo; se flexionó, tratando de no concentrarse en el dolor, sino de mover la pierna, de revisar el fusil. Se dio cuenta de que una bala había golpeado primero en el cargador que traía fajado en la cintura y luego descendió, sin penetrar en el músculo, pero acaso hiriendo con esquirlas y quemando. *** Jolly Bustos entendió que debía mirar hacia abajo. Reconoció el Presón de Golondrinas. Comenzaba a amanecer, pero aún entre los jirones de luz insistía un manchón de polvo, de oscuridad rezagada que no parecía dispersarse. Mientras se acercaban a la pista de aterrizaje, Jolly distinguió a muchos soldados que corrían fuera del cuartel, en las calles del poblado, algunos adentrándose en los maizales al sur de Ciudad Madera. Comprendió que se alejaban de la pista. Miró al piloto. —Mejor regresemos, Jolly —gritó el capitán López. —¡Cómo! —No nos esperan. —No puedo. Tendríamos que maniobrar demasiado para volver a la pista. —Toma la pista al revés; se están poniendo más nerviosos. Muy lentamente se iba disolviendo la oscuridad del horizonte en la neblina, sobre las nubes, entre la suave arena del alba que ascendía desde las aguas de la presa. El avión fue acercándose, tambaleante, a la pista. Jolly sintió que el aterrizaje se prolongaba. Sentía frío. *** De pronto, el sol surgió, íntegro, deslumbrante, como una luz de metal incandescente. Francisco Ornelas se sintió parte de un líquido brillante que fundía la tierra, los tiros, los gritos, el calor de los árboles. Se detuvo. Lo envolvió un olor a pólvora y a lona quemada. El sol seguía abriéndose inmenso, inundando el mundo con una luz incontrolable, como si quisiera mostrar la fuerza implacable del alba contra hombres, combates, reclamos, sueños. Escuchó el tiroteo, cada vez más nutrido, desde la laguna. Regresó hacia la casa de Pacheco, junto a la cochera. Dos niños se asomaron. Les ordenó que se retiraran. Los niños permanecieron asombrados tras los cristales de la puerta. Francisco Ornelas se apartó. Atrás


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de él, a treinta o cuarenta metros, varias voces reclamaban llorando que habían herido a un muchacho; alguna bala había penetrado la madera o la ventana de una pequeña casa. Temió que dispararan desde allá, que lo acosaran a dos fuegos. Intentó distinguir la posición de sus compañeros. El sol lo seguía cegando. Se aferró al fusil como si fuera otra salida, la madera y el metal de un puente, como si pudiera quedar suspendido, a salvo bajo la luz, en la ciega realidad del arma. *** Lupito Escóbel corrió por la calle, evadiendo los tiros que provenían de los dormitorios y de la laguna. El sol había surgido a su espalda. No podía, no debía detenerse. En la esquina midió el tiempo para correr hacia el canal. A veinte o treinta metros de distancia reconoció a Florencio Lugo, que bajaba por la pendiente. Lo vio doblarse sobre el arma. Escóbel no estaba seguro si su compañero se había caído o se revisaba una herida. Dos soldados aparecieron al fondo de la calle; distinguieron a Florencio y dispararon contra él. Escóbel dirigió su carabina al soldado que iba detrás; tiró del gatillo y lo vio caer. El otro soldado se detuvo y se volvió a mirar. Escóbel apuntó de nuevo; en el momento en el que el soldado trataba de localizar quién había atacado, tiró del gatillo. El soldado pareció dar un giro hacia la izquierda, como si su hombro, mientras caía, quisiera liberarse de una soga o de una carga. Escóbel vio a Florencio internarse en los primeros maizales.

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Canto

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n la iglesia de Arcival, Puy-de-Dôme, al comenzar un invierno amaneció en la torre del campanario un ángel que cantaba canciones dulcísimas, desconocidas, con las palabras más bellas e incomprensibles. Cantaba días enteros con la misma dulzura y no cansaba oírlo. No probaba alimentos, permanecía en la misma postura, sin notar el templo ni el pueblo, y era imposible hallar fatiga en su voz. Los domingos, toda la población permanecía fuera de la iglesia sin comer, oyéndolo hasta que oscurecía. El ángel había llegado ahí por error, perdido, confundido por el frío o por la noche. Poco antes que empezara a sentirse la primavera, el ángel desapareció, a media noche; un murmullo como de abeja al principio, y después como de ángel riéndose, hablando, interrumpió la noche. Amaneció más temprano, con el aire menos frío, más despejado, con el cielo abierto, azul.

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Danza

Nuntios tuos facis ventos, Ministros tuos ignorem ardentem Psalmi CIV :4 a Patrice Una mañana del verano de 1103 músicos extranjeros con tambores, panderos, violas, flautas y laúdes irrumpieron en la nave mayor de la catedral de Durham. Unos gemelos bailaban entre los niños de Durham y cantaban en su lengua Se extendieron enormes ruedas de baile en el templo; hombres y mujeres trajeron sus instrumentos y bailaron con regocijo ante los músicos, en corros. Al caer la noche encendieron fogatas al pie de las columnas, mientras la música y el baile continuaban. Muchos comieron ahí y durmieron en las baldosas, junto a las fogatas. Cuando salían a media noche, les parecía ver a los gemelos correr por las casas, por los techos, como bolas de luz o fuegos fatuos que desaparecían riéndose, orinando un agua luminosa en las ventanas y los techos. Era viernes, la víspera de Pentecostés. Los años siguientes volvieron los músicos y los gemelos, hasta 1109. Se les esperó en vano el año 1110. Pero a la media noche de las vísperas de ese año, se incendiaron las casas vecinas a la catedral y todos los niños del pueblo corrieron sin dañarse en las llamas y jugaron desnudos, abrazados. Cuando el crepitar del incendio aumentó, oyeron una música familiar que atormentaba los oídos. Vieron salir de las llamas pequeños animales de fuego de color violeta y rojo, que corrían por el pueblo, subían a las casas y respiraban un humo tenue y perfumado, con olor a miel, y en medio de sus ojos, cuando se volvían a mirar, se veían un puntito verde que se dilataba y contraía con lentitud. Los hombres presenciaron esa noche el cielo abierto por caminos de antepasados y no sólo de Dios. Los gemelos fueron las semillas del hombre y la mujer, de la siembra y la siega. En el pórtico esculpieron el cuarto versículo del salmo CIV de David, recordando las danzas de Pentecostés y profetizando las últimas, cuando el amor parta de la danza de una sola mujer, la música de Durham, de Toledo los poemas y del mundo los redimidos, pues el temor y la salvación se derraman de los reinos del cielo.

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La muerte de Tsin-Pau

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sin-Pau, estudiante en la capital para gobernador de una provincia, regresó a su pueblo después de muchos años de ausencia y encontró todo igual, las calles, las casas, la planicie. En medio de la Calzada de los Templos bajó de su tosco carro de madera y entró a dar gracias en los altares. Después de orar, de sentir el reposo primero, se incorporó al rito de los ministros. Tuvo una sensación que no era el movimiento de los ancianos en el rito, que no era el aire viejo del templo, la persistencia de los muros. Temió un templo infinito, o la reunión de hombres desconocidos, sin lenguaje. Antes de salir, miró fijamente en un altar el ángulo del primer sol: la piedra oscurecía y las sombras palpitaron en sus ojos hasta despertarle recuerdos de los más velados, de los más perdidos. Tsin-Pau recorrió su casa acompañado de sus padres; volvió a mirar los pasillos, las telas, las habitaciones. Comió cereal dulce, pan y fruta seca avejentada al modo tradicional de la familia. La tarde que estuvo con sus padres pasó rápidamente y le pareció que había estado en silencio, sin hablar; tal era la sensación producida por la intimidad, por la quietud de las horas. Avanzada la noche, fue molestado por varias personas que entraron en sus habitaciones y tomaron asiento en la cabecera del lecho. Se habló de la muerte completa, la que nunca se puede quitar, de la que nunca puede uno desprenderse. Cayó en un profundo sueño, durmió tan profundamente que nada volvió a recordar. Tsin-Pau abrió los ojos y vio la mañana. Su habitación estaba desarreglada, sucia, llena de polvo. Se levantó de un lecho inservible y entró en las otras habitaciones. Todo estaba en ruinas, abandonado. Salió de la casa; en la calle se encontró con tierra vacía, un horizonte viejo, infinito. Cerró los ojos y pidió ayuda; algo le hizo sentirse terriblemente, mortalmente vivo. De pronto notó movimiento en su alrededor, oyó gritos y vio las calles repletas de carros y viandantes que llenaban de ruido su pueblo. Distinguió a varios criados suyos que al verlo corrieron hacia él. Al llegar lo subieron a un asiento y le dieron un manto para cubrirse pues estaba casi desnudo. Mientras regresaban a la casa los agobiaba con preguntas que ellos no entendían. Lo llevaron a las habitaciones del jardín y lo sentaron en cojines. Tras él estaban sus padres, sentados a cada lado. Dices que estoy muerto, escucho tu lejanía como otra voz, como un cuerpo irreconocible, ¿por qué te ocultas? Sintió el llanto de una risa común, fría. Creyó al eco de un tiempo extraño, un recuerdo sin comprender, sin obtener. Yo soy quien hizo tus ojos y forjó tus dientes y llenó de ruidos tu alrededor. Limpié tus


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uñas y en la boca te di leche para caminar, para que conocieses tiempo. Te he confundido, un rumbo en tu voz se devuelve y te extravías. Ahora mueres. Esta es tu muerte, Tsin-Pau, y sientes que nunca te quitarás de ella; hace tiempo que has muerto, estás rodeado de tu muerte desde hace años y aún no termina, y no terminará jamán, jamás. Su madre, sin salir de las habitaciones, lo despidió con varias horas de anticipación. Su padre lo acompañó algunas calles. El día era despejado, el sol apenas comenzaba a elevarse. Tsin-Pau sentía a la gente caminando cerca de él, sentía el polvo, los gritos. En la Calzada de los Templos cerraba los ojos lentamente, los abría, los volvía a cerrar; quería desprender de los muros cada rasgo, cada signo. Se detuvo frente al templo, bajó de su carro de madera y entró en la antigüedad de los altares, de los rezos. Se acercó a un ángulo vacío y se dispuso a orar. Entonces, de pronto sintió el profundo terror: “Mira, ve mi cuerpo desnudo, pierdas ninguno de mis rasgos; y luego —dijo la voz, oscura, ronca, llena de lástima y desprecio— no vuelvas nunca al templo, Tsin-Pau.”.

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Persecución de demonios a Emilio Cuando el monasterio de Sainte-Croix, de la Charité-sur-Loire, de Nièvre, iba a consagrar su iglesia con la primera misa, los habitantes despertaron la noche anterior por una incontenible algarabía que se desató en las calles. Pensaron que serían festejos por la conclusión del templo. El ruido, los gritos estentóreos, las risas, continuaron durante horas y tanto era su furor que la gente comenzó a salir. Entonces las campanas sonaron a rebato, con apuro, alarmantemente; un monje estaba colgado del campanario con los pies hacia arriba, con la sotana caída sobre el pecho y la cabeza, dejando al descubierto sus piernas y el calzón, gritando desesperadamente que un grupo de demonios lo había colgado. Los habitantes de la población se concentraron en la iglesia. Por todo el pueblo se veían antorchas, figuras negras, voluminosas, grandes, que se movían con agilidad, rapidísimas, con un ímpetu difícil de sofocar. El abad llegó hasta el altar y empezó apresurado una misa; mientras oficiaba, la trepidación de los demonios en el pueblo era grande, impetuosa, ensordecedora, con ruido de tambores, roncos, grotescos, y bailes que ocupaban varias calles completas. Al terminar la misa, habiendo comulgado los hombres que pudieron llegar, salieron armados de palos y cirios para perseguir a los demonios; la fiebre y la iglesia conmocionada parecían una continuación de la fiesta desatada. Por todas las calles se confundieron los gritos de los hombres, la luz de los cirios que se apagaban y se volvían a encender milagrosamente, y los tambores negros y pegajosos que arrojaban los demonios encima de los hombres para escapar de la persecución en una carrera desesperada. Perseguidos y perseguidores destrozaron, corrieron, incendiaron. Llegaban a la salida del pueblo y volvían a entrar en él, a ensuciarlo, a llenarlo con la cera de las velas, con los tambores, y crecía la fetidez de los perseguidos y sus risas, y orinaban las casas, las azoteas, queriendo apagar los cirios y caer por sorpresa encima de los hombres. Los demonios llegaban apresurados hasta la iglesia, y mientras los hombres descolgaban a un monje del campanario, ellos colgaban a otro y ya se veía ahora un monje colgado cabeza abajo en una torre, ora otro cabeza arriba del otro campanario, gritando las señas y nombres de los demonios que los habían colgado. Corrieron los demonios en las calles, en el pueblo, en los alrededores, orinando todo el pueblo, los patios, los árboles, los techos, con sus risas, sus carcajadas y sus gritos de espanto ante los perseguidores armados de cirios y letanías. Había en las calles trozos de


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cirios y pedazos de tambores; monjes colgados de las torres, de los campanarios, de las ventanas, de los muros. Cesaron de correr y gritar hasta finalizar la noche. Cuando comenzó a amanecer, con un cansancio pesadísimo en las espaldas y el sueño ardiendo en los ojos, por fin agotados, los perseguidores con los cirios casi consumidos, pegados en la escasa ropa, en los rostros, en los brazos, y los demonios caminando lentamente con su fetidez amortiguada por el sebo de los cirios y el sudor, llegaron todos en silencio, bostezando, a la iglesia. En un costado del templo, en los muros más grandes, los monjes hicieron entrar a los demonios desnudos por una puerta que se clausuró de inmediato con la inscripción “Pater, totae noctes Noctis filii tui nos erimus”, y el comienzo del salmo 82, de Asaph. Fue común que durante las noches de las primeras semanas, la congregación de la iglesia del monasterio de Sainte-Croix, de la Charité-sur-Loire, de Nièvre, se viera invadida por los sueños de la otra persecución sagrada, por las visiones de las estrellas arrojadas al mundo. Como una reconfortante lluvia de grandeza y de frescura cayendo sobre la euforia de los dormidos y la riqueza celestial del Arcángel.

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Finisterra Entre el verano del desierto, entre el ardiente viento de las costas que aspiran a bañar el desierto, entre la ensenada donde la ciudad deposita su beso de sombra sobre el calor de las playas. Entre muros cubiertos por la humedad y cuerpos que deambulan eufóricos por el día y la cerveza. Entre el aroma salobre donde la vida escucha lentamente sus sueños erosionando sentidos. Entre el cielo desnudo y calcinado, sólo tan blanco como la arena de las playas y las cuevas, firme como las rocas entre abismos marinos, acariciado por la espuma y las embarcaciones ligeras. Entre las piedras, la resaca y los cerros que elevan su ancianidad poderosa sobre la hierba y los reptiles que se adormecen bajo el llamado grave y ensordecedor de las ballenas refugiadas en las bahías. Entre el vuelo sabio y orgulloso de los pelícanos y las gaviotas que se alejan de nuestras manos cuando quisiéramos sentir tan sólo un instante de su vuelo de espuma. Entre el verde oleaje que estalla contra la blancura de las playas y de las rocas, que despedaza su espuma contra peñascos, blancos como los sueños de todos los que han muerto y han vuelto a vivir y han vuelto a besar la muerte. Entre el Océano que estrecha contra sí mismo, contra su pecho ubicuo, contra su sexo esparcido en cada gota de su Océano, el mar final de nuestro Golfo, el mar que alguna vez todos seremos, y se derrumba en él, respirando en el oleaje, con su semen de espuma, de peces y de rocas. Entre las horas que se transforman en una fragancia verde, entre la sangre que no se escucha por el estrépito de las olas contra las peñas, aquí donde el aire es luz y sal y aroma de todo lo que es posible, caigo, me sumerjo, grito enardecido, como si toda mi piel se hubiera levantado entre los mares, como si todos los corazones que he amado estallaran sobre las costas, y beso el suelo en que ambos nos convertimos en el otro,


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en el cuerpo sudado, amargo y salobre que nos cubre, donde brotaron todos los seres que una vez, en el encuentro de Finisterra, conocimos. Canto el odio, canto el rencor que estrella sus espadas enfurecidas contra el mar que lidia con los soles, arrojando las mareas contra las playas y las rocas como si alcanzara el desierto y los astros, salando la tierra como si quisiera cegar los ojos de los astros. Canto el odio de los amores que no tenemos ya entre los brazos y persisten como ecos en caracoles rotos y vacíos; la furia con que cada uno desentierra en otro lecho los amores que en sí mismo aún escucha; la marea ascendiendo en su isla espoleada por el mar gritando por los cuerpos futuros, por los amores futuros, por los sexos futuros. Persistir como el Océano nocturno en su marejada, bajo la luna nueva que enfría las sábanas húmedas por nuestro sudor, sólo por el nuestro, entre impacientes noches de rencores y dulzuras. Canto la furia de que los cuerpos se separen, de que su encuentro no sea eterno y estruendoso como el de los mares en Finisterra; la furia de que los cuerpos amen intensa y demencialmente pero sus sexos se deshagan como arena salada y dolida entre la pálida y húmeda noche de los sentidos; la furia de no ser por siempre, de que no tengan los cuerpos la altura de nuestra soberbia y nuestra dureza, acantilados donde el otro mar que nos ama despedace su espuma como dos bocas bajo su indomable fuerza: mar que se abre con su aroma de siglos y en el cuerpo de una mujer es todos los cuerpos y en los brazos sudorosos y mordidos y lacerados es todos los abrazos. Canto el triunfo, la ira de dos cuerpos que estallan de ceguera y de luz, brillantes en la noche que erosiona al amor y a los lechos. Las espaldas donde los planetas se reflejan hipnotizados por el combate de nuestros cuerpos desnudos, del beso primordial de los sexos en que se desencadena el oleaje de todas las vidas, de todos los astros, sembrando recuerdos permanentes en cuerpos perecibles. Son los labios incólumes de la luz, de la noche, de las mujeres

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con pezones relucientes como astros sin cesar llamando, titilando desde un inmemorial paraíso. Mujeres con su sexo rutilante y oscuro como vacíos estelares que permanecen insaciados en el espacio, mostrando su incesante abismo, su incomparable oscuridad. La angustia de que el amor se derrumbe en el lecho como un oleaje exhausto, de que nos sintamos a salvo y en tierra firme oyendo entre las sábanas el ulular del pasado sin saber que es también el del futuro, cuando sienten los cuerpos que algo permanece bajo el dolor, en su deslumbrante instante. Déjame ahora, Finisterra, aprender el canto de la dulzura, la permanencia de las rocas o el sol de tu verano, la firmeza del cielo sobre los mares. Déjame, con ella, entenderlo. Contemplar su cuerpo desnudo y sudoroso y acorde con todo, acariciarlo como los veleros que se remontan sobre el mar y contemplan desde el oleaje las costas y las peñas, como la gaviota que besa tu cuerpo en el menor suspiro de la brisa marina. No quiero ser ya el dolor de no ser siempre, no quiero oír el paso fugaz del verso que se lamenta de no ser más cuando ya se ha dicho. Déjame besar la raíz intensa en que los sexos se reconcilian con todas las cosas y contemplan desde su océano convulso la luz de la totalidad inmóvil, la belleza de la dulzura inmortal de las cosas. Déjame por un momento más cantar, Finisterra, ahora que mi cuerpo oye, y siente, y ama. Cantar que este aire sobre el mar es como un cuerpo, que el vuelo del pelícano sobre la brisa es un encuentro de cuerpos, que el brillo de las olas bajo el sol calcinante es un abrazo, un ser desnudo que nos llama a grandes voces, que el calor sofocante e implacable del sol es el calor de un cuerpo. Cantar que los ojos que miran el encuentro de los mares atraviesan entre millares de cuerpos y gozan su cercanía sudorosa; que las costas y las peñas son la forma firme y durable de una desnudez implacable


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y dulce; que la sombra que cae de las cuevas, de los acantilados, es un cuerpo que se reclina en la arena, como yo me reclino sobre mi amiga. Cantar que Finisterra eleva su cuerpo de rocas y se arquea sobre sus aguas como si el encuentro de océanos fuera un grito permanente elevándose sobre el mar, ahuecándose como un cuerpo convulso por sus sentidos. Cantar así, como si tus rocas lanzaran para siempre, durante todas las noches y todas las mañanas, brotando de la espuma y del oleaje, un grito de amor, visceral, profundo, que desde el fondo vierte en espuma un goce irrespirable y deja el paso abierto a la vida, a la brisa donde por siempre cantará el instante nítido de la espuma, como una mujer que se abre de horizonte a horizonte y nos ve naufragar en un madero de deseos, sed, hambre, sueños. Aunque no sea perenne como el encuentro de tus mares, aunque no sean mis ojos los que sobre la arena rueden con los granos rutilantes de los fósiles y la sal, dame de tu espumoso mar y de tu verde oleaje, de tu inmensidad convulsionada y amarga; dame tu dulzura de cuerpos amantes, de sudorosos veranos y sudorosas mañanas, de tus voces que tañen a rebato en cada ola; dame la dulzura con que el mar ante tus costas arroja la espuma sobre tu espalda como brazos y manos colmados de versos blancos, de versos salobres que se endulzan en las bocas, de peces maravillosos que en las bocas se besan y ciegan. Dame un momento, uno sólo Finisterra, en que tu encuentro resuene en mi cuerpo convulso en el otro cuerpo, en que tu rumor y tu oleaje que se estrella en las costas sea mi rumor y estallido en el otro cuerpo, en que mi mar, mi océano, se despedace y se convierta en la blancura hirviente de otra espuma seminal y eterna: así, en ese instante en que tus océanos se juntan, en que se exalta la espuma, déjame decir que este grito espumante es para siempre, que será mi voz para siempre, oh que será mi voz para siempre.

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Arte poética Para Fernando Ferreira de Loanda Cuando mi hijo come fruta o bebe agua o se baña en un río, sólo dice que come fruta o bebe agua o que se baña en el río. Por eso ríe cuando leo mis poemas. No comprende aún tantas palabras, no comprende aún que las palabras no son las cosas, que en un poema quiero decir lo que nos rebasa a cada paso; la ira entre quincenas y casas prestadas y ropas que envejecen; la esperanza entre deudas y calles compartidas con días monótonos y con mañanas cuya única dulzura es el agua que nos baña; la honra entre empleos temporales y amigos deshonrados; la rapiña entre diarios y oficinas públicas; la vida que nos abre los brazos para tomar a un lado la noche de las lluvias y en otro los días de las desdichas. Mas cierta vez, comiendo un persimonio de mi pueblo, dijo, sin darse cuenta, que sabía como a durazno y ciruela. Porque desconocía esa fruta, no dijo lo que era, sino cómo era. No comprende aún que así hablo yo, que trato de comprender lo que desconozco y que intento decirlo, a pesar de todo. Como si ignorar fuese también una forma de comprender. Como si siempre recordara que la vida no es una frase ni un nombre ni un verso que todos entienden. Es, a mi modo, como decir que bebo agua o como fruta o que me baño en un río.

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Memoria de las casas

Durante el verano, cuando anochece en mi pueblo, todos se sientan afuera de las casas. El verano es como un peldaño en que muchos hombres se sientan al anochecer, un peldaño en que la vida se ve como un paisaje amplio, hermoso y saqueado, al que se sientan a mirarqueriendo encontrar lo que no se entiende. Y es como un recuerdo que no saben cuándo nace, como si una voz les dijera que están fuera, muy lejos, y quisieran volver, como si miraran a través de una ventana y quisieran ser también lo que miran.

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Memoria de la plata

Mi padre solía fumar en las noches sentado afuera de la casa. El calor del verano inundaba el mundo. Todas las estrellas se reunían sobre nosotros como si ninguna pudiera perderse. Yo miraba el cerro de la mina y a lo lejos escuchaba el sonido de los molinos, el rumor subterráneo de metales, hombres y agua herrumbrada. Creía que la plata era blanca, brillante como la lluvia en las noches, o como los reflejos del río o del agua estancada junto a las peñas; aún creía que iluminaba a la mina como una gran cascada. Ignoraba que era negra, que era un verano sofocante como una espuma de asfixia o muerte, y que los hombres caían como nuevas noches en un túnel sin estrellas, sin viento, sin un padre fumando al lado de ellos.

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Poemas de Tsin

Pau

La noche Anocheció hace algunas horas y he salido al jardín. Puedo escuchar la corriente del río a lo lejos, la abundancia de insectos nocturnos, las hojas de los árboles se agitan. Ya no tengo vino en la casa. Hacia la montaña, una parte del cielo está despejado, con numerosas estrellas. ¿Por qué parece más inmenso el cielo, si no hay luna? La oscuridad cubre árboles, senderos, colinas. Pareciera que el mundo está ocupado ahí, en la oscuridad, Que el mudo ahí prepara algo más. ¿Por qué ahora parece más inmenso el silencio? Siento que el silencio algo espera. Hacia el río, la noche es más densa. En este momento no tengo claridad para pensar. No sé si la noche es una forma de lo que yo seré o si es un aviso de lo que debo ser.

El alba El Río Amarillo extiende sus caudales de oro sobre las tierras, al pie de la neblina y las montañas. El sol nace y busca su propio reflejo, quiere encontrarse con el oro de las aguas y el mundo. El general Hsun Tiang recoge su cabellera y despeja sus pensamientos. Mira a su ejército: los combatientes preparan los arcos y los dardos, pulen espadas y dagas y aseguran escudos. Brillan las espadas en las montañas como nuevos caudales del Río Amarillo. El general Hsun Tiang piensa en silencio: “Éstas son las armas del alba.”.


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Parral Para Nikíforos Brettakos Subo al monte de mi pueblo. Subo a la parte más alta del monte, encima de mis recuerdos, encima de mi vida. El mundo y la tarde me rodean y parecen la casa de mi infancia cuando había fiesta. Es luz, huertas, hierba, mineros saliendo de las minas, madereras quietas, ganado que entra otra vez al pueblo, nogales erguidos entre álamos y sauces a la orilla del río. Todo parece posible desde aquí. Parece posible desear los veranos en que todos los niños regresábamos del río, en que nos mojaba los sueños con su corriente porque pasaba no sólo con su agua sino con todas las cosas del mundo; todos los seres, toda la corpulencia del universo nos cubría entre el olor de agua y de hojas y de verano (aún muchas noches después, bajo la almohada, pasaba el mundo en el murmullo de esa corriente). Parece posible sentir desde aquí los membrillos donde jugábamos, las huertas donde se agazapaba la frescura de los veranos, como si las tardes nos revelaran un secreto del mundo y un recuerdo atravesara mi cuerpo desde una vida que no era mía. En un largo sueño, en un inmenso cuerpo subíamos por los árboles en las tardes hasta las más altas ramas calientes: como besar ancianas manos, como aspirar el olor querido de una casa que ya no existe, como escuchar una voz muy a lo lejos, en el campo, el leve viento y el calor inundaban mi pueblo, inundaban el universo. Y desde esa alta rama veíamos

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todos los pueblos como el nuestro (y no había pueblos que no fueran como el nuestro). Los cuervos volaban sobre el río y sobre las huertas como si supieran toda nuestra vida; éramos tan niños que no podíamos gritar que todo permaneciera junto a nosotros. La tarde es amplia, segura, aquí, en lo alto del monte. Estoy solo. Amo este monte como si estuviera en lo alto de la música que amo. Enrojecen lentamente las nubes, la tierra, las colinas. Cae la tarde llamando a sus últimas horas. El atardecer es como un gran árbol rojo cubriéndonos con su sombra. El viento recorre mis ojos, la hierba, desprende un rumor como si fuese el nombre de algo que amamos, como los ecos lejanos de una fiesta en las huertas o alguien que muy lejos grita de una colina a otra. La tarde enrojecida, luminosa, como si fuera la única fuente de todas las cosas, la única explicación. Pareciera que desde hace millares de años es la misma. Y cuando el viento pasa sobre las cosas (y también sobre las que no están), abre un rumor de invisibles ramas brotando de su árbol, de su origen.

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La Poesía de los Goliardos

Carmina Burana El bosque florido Floret silva nobilis

El joven y la muchacha Si puer cum puellula

Florece el bosque de nobles flores y follajes. ¿Dónde está mi antiguo amante? ¡Desde aquí cabalga! ¡Ah! ¿Quién me amará?

Si un joven y una muchacha en el cuarto permanece, ¡feliz unión, amor creciente, que con semejante remedio lejos arrojan el tedio!

La muchacha de túnica roja Stetit Puella La muchacha se detiene, de roja túnica: cuando alguno la toca, se estremece la túnica, ¡ea! La muchacha se detiene, cual una pequeña rosa: su rostro es esplendoroso y sus labios florecen, ¡ea!

Se hace un juego inefable de miembros, brazos, labios… ¡feliz unión, amor creciente, que con semejante remedio lejos arrojan el tedio! El juego de Dios Ludit In Humanis Juega con las cosas humanas el poder divino (también este momento poca confianza merece)


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Introducción a Historia de un (la IV égloga de Virgilio)

poema

Illo Vergilium me tempore dulcis alebat Parthenope studiis florentem ignobilis oti; Carmina qui lusi pastorum, audaxque juventa, Tityre, te patulae cecini sub tegmine fagi. Virgilio, Geóricas IV, 562-565.

En su prólogo a Hojas de hierba, Borges explicó que el inglés de Withman es muy reciente; no así el griego de Homero o el latín de Virgilio. Pensaba en las numerosas versiones homéricas en la lengua inglesa de las que se ocupó hacia 1932 en unas bellas páginas. En esa ocasión, dos fueron sus principales supuestos: que el traductor es infiel a las imaginaciones, hombre y valores de Homero, por la distancia de mundos, y que no puede desprenderse el lenguaje de su mundo concreto, único. Estas observaciones son útiles todavía: la superstición de que las traducciones son inferiores supone, primero, que el texto a traducir es invariable y que toda modificación atenta contra él; segundo, que el texto es exacto y definitivo, lo cual corresponde, como afirmó, a la religión o al cansancio. Borges añadió que en Homero (y podríamos desplazar tal afirmación a Virgilio) la dificultad categórica consiste en no saber lo que corresponde al poeta y lo que corresponde al lenguaje, a la que podemos agregar, también, lo que corresponde a su historia (mitos, religión, lecturas, tradición, moral, política, etc.). Así, supone un texto invariable y definitivo en una forma incompleta de ver a distancia de siglos un poema notable, pues texto definitivo o invariable pudo serlo en cierto y breve momento: después de una generación (y en general en el poema que nos ocupará), la calidad de invariable y definitivo de un texto queda depositado bajo un conjunto tortuoso e inumerable de tradiciones, interpretaciones y contrastes de mundos. Un texto que sobrevive a la sociedad en que se escribió, no trae automáticamente todos sus elementos históricos a cuestas, como Eneas trajo a su padre y a sus penates; el poema queda en sí mismo, a solas, incierto-, aunque el lector quiera amar esas palabras fielmente, ya no serán las mismas, porque se acerca a ellas llevando otra cultura. En verdad, no son tan lejanos los idiomas como los mundos. El mundo

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en que sonaron, vibrantes, los versos de Virgilio o los de Homero, fue distinto; los poemas conmovían a otra cultura, la enriquecían, la iluminaban. La fidelidad a las palabras que tantos traductores han profesado ante poemas de Homero y de Virgilio ha sido siempre genuina, aunque muy diferente la capacidad para cumplirla. Pero aun las mismas palabras, a distancia de siglos, son otras palabras. Las calidades de la versificación se le escapan a un lector moderno: es decir, ni el verso, en cuanto artificio, es observable. Y aunque pudiese asentarse cierta fidelidad al texto, carecemos aún de la resonancia cultural que los poemas implicaron. La lectura de Withman o de Neruda o de Perse, es un encuentro con nuestro mundo; pero la lectura de Homero o de Virgilio es una colisión de mundos, opuestos o diferentes, pero nunca idénticos. Una traducción de Homero o de Virgilio testimonia esa diferencia. La traducción arroja luz, amor, fidelidad, al orbe del poema traducido, sí; pero la traducción es, también, el nuevo universo del que nace y al que pertenece. La lectura de las sucesivas traducciones que Virgilio u Homero han experimentado a lo largo de nuestro idioma, evidencia los mundos literarios al que pertenecen. Lo vemos, tratándose de Virgilio en Villena, en Fray Luis de León, en Casasús o en Bonifaz Nuño; tratándose de la Ilíada, en Gómez Hermosilla, en Segalá y Estalella o en Fernando Gutiérrez, o, para ser extremos, en las traducciones al griego moderno de Pelías y de Kazantzaki. Cada uno fue fiel a sus modelos según el universo cultural con que entendió “la fidelidad” y el “texto definitivo”, según los condicionamientos literarios, históricos, poéticos, que le permitieron ver el poema, que constituyeron su forma de verlo. La secuela que a lo largo de siglos y de generaciones han dejado poemas así, es también el orbe que nos influye y que determina nuestra visión de ellos. Aquí es cuando cabe la observación de Borges de que la primera lectura de los libros famosos es ya la segunda, porque nos acercamos a ellos conociéndolos de antemano. Este “conociéndolos de antemano” es el conjunto más o menos brumoso del empeño que muchas generaciones de lectores o traductores han impreso en la historia de un texto. Por ello decía Borges que la frase de releer a los clásicos era una inocente verdad. Y esto es en gran parte el atractivo potencial de un clásico: la lectura como un despeje de tradiciones, mitos, biografías, interpretaciones históricas, paralelos poéticos; selección cultural que constituye la fusión del traductor con el conocimiento humano y literario que el poema contiene. Leer a un clásico, traducirlo, implica un despeje cultural de varios mundos. El consejo de Eliot, en 1957, a propósito de Cathay de Pound, de que cada generación debía traducir para sí misma, tiene una amplia significación en este contexto. Eliot advirtió que el Cathay de Pound sería considerado un espléndido ejemplo de la poesía inglesa del siglo xx, más bien que una fiel traducción o que una libérrima paráfrasis. Semejante afirmación puede hacerse de otras traducciones, atendiendo no tanto su fidelidad al texto traducido, como a su realidad actual literaria. La devoción y fidelidad a un texto sólo testimonia la fidelidad al


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propio mundo en que esa traducción fue posible, a la tradición asimilada y actual que hizo posible ver así un poema, porque cada traductor es fiel a su mundo, a su vida real, a su historia. Hay poemas que todas las generaciones traducen, parafrasean, glosan, porque encuentran en él los elementos suficientes para un reconocimiento exacto o múltiple. Y las sucesivas traducciones no son una enmienda a las anteriores, sino la señal de la persistencia que el poema tiene en cada generación o en cada lector. Porque traducir un poema no es solamente recuperarlo en otro idioma, no es sólo emitir un balance léxico o un inventario informativo, sino hacerlo nuestro, descubrir el prisma que lo constituye y las múltiples fases que cada lector busca, que cada traductor selecciona. Después de muchas generaciones, un poema así es ya muchos poemas, una lectura es una numerosa relectura. Esto sucede con Homero, con los trágicos griegos, con los salmos de David o con los Evangelios. Y sucede también con Virgilio. Y en cada caso, no sólo vamos al encuentro de las palabras, sino del mundo que encierran y del que provinieron. Eliot explicó que de niño gozaba más con Virgilio que con Homero porque le parecía que el mundo de Virgilio era más justo, más moral, más civilizado. Pero agregaba que por “mundo de Virgilio” entendía lo que Virgilio hizo del mundo en que vivió. La Roma de ese tiempo era vulgar y deplorable; los romanos fueron menos aptos que los griegos para las artes y el pensamiento; el latín no era capaz de expresar, como el griego, el pensamiento puro. Y afirmó que la civilización romana en la poesía de Virgilio es mejor de lo que realmente fue. Reconoció que no podía compararse a Virgilio con Homero, pero sí a la civilización aceptada por Homero con la que Virgilio depuró en su obra. Y sí, Virgilio construyó ese mundo. Pero fue el que su propia realidad le permitió construir. Intentó mostrar a Roma como un imperio eterno, universal, destinado a los más altos logros; trató de cantar su advenimiento glorioso, cantar que encaminaba a él todas las cosas y todas las guerras como hacia la culminación de los tiempos: la Edad Dorada, la Edad de Augusto, según el sexto libro de la Eneida, construiría para dicho de Lacio. Ese mundo que casi sitúa en un orbe sacro, en un orbe completo y feliz, nace por vez primera en su libro de Eglogas. Ahí aparece el mundo que Virgilio quiso entender y ver; que cantó no tanto porque sería real, sino porque las palabras alcanzaron la altura dorada con que habrían sonado de haberse permitido el universo una dicha así, un orbe así. No nació el mundo que Virgilio cantara; más sus palabras fueron la Edad Dorada, vivieron a la altura áurea de los hechos imposibles, pero amados, que la Eneida celebra. Y ese canto es la iv Egloga.

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Escultura realizada por el arquitecto, amigo y artista Fermín Gutiérrez, con motivo del xi aniversario luctuoso, a cargo del Ayuntamiento de Parral, Chihuahua, en febrero de 2021.



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Fotografía: Carlos Montemayor acompañado por su nieto Diego Montemayor de la Garza / Cortesía de Victoria Montemayor.


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A PROPÓSITO DE LA MÚSICA... Victoria Montemayor Galicia

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abía una vez un abuelo escritor, traductor, poeta y tenor que tenía tres hijas y un hijo. Ése abuelo tenía un único y hermoso nieto de nombre Diego (como su ancestro que llegó de Portugal centurias atrás). Diego tenía tres años y mostraba una inteligencia para varias cosas, pero un talento especial para la música. Un domingo familiar, después de una comilona, ya en la sobremesa, el abuelo tomó a Diego entre sus brazos y lo sentó en sus piernas, en la mesa colocó frente a él diversas copas y vasos con diferentes medidas de agua. El abuelo pasaba sus yemas de los dedos por los vasos y le decía al nieto: “¿Escuchas la diferencia en el sonido?”. Y el pequeño Diego con sus ojos grandes y cafés, con sus rizos dorados y su maravillosa sonrisa decía: “¡Sí!”. Y el abuelo le decía: “Ahora hazlo tú”. el pequeño pasaba sus finos dedos de pianista por los vasos; éstos, rendidos a la sensibilidad del niño emitían diferentes sonidos. Un fin de semana después, el pequeño Diego se sentó al piano y comenzó a tocar las teclas y le decía al abuelo: “Mira abuelo, esto es una melodía”, y tocaba, “esto no es melodía”. El abuelo maravillado y con una mágica sonrisa que sólo un abuelo amoroso puede poseer, dijo: “Diego tiene un oído especial para la música”. Al año siguiente, la abuela, quien también es amante de la música, inscribió al pequeño Diego a clases de música. Dos años después Diego dio su primer concierto en grupo al que todos asistimos con singular alegría. Así por varios años más el abuelo asistía a los conciertos para ver a su nieto interpretar al piano. Fotografía: Carlos Montemayor tocando el piano / Cortesía de Victoria Montemayor.


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HOMENAJE FICCIÓN-CRÓNICA-REPORTAJE, O DE CÓMO ESCARBAR EN LA LITERATURA DE CARLOS MONTEMAYOR

Mario Sánchez Carbajal

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os homenajes y más aún los correspondientes a aniversarios luctuosos suelen tener una doble vista; por un lado, se trata de una entusiasta celebración que nos recuerda (o quizá no es que nos recuerde, porque no es algo que se olvide), sino que devuelve al tiempo presente de nuestra voz y nuestra mirada, la vida y la obra de a quien se le hace homenaje. Y por otro lado, es un acto de nostalgia y resignación, que crudamente nos obliga a padecer la impotencia frente a la realidad (sólo física) de no poder abrazar y agradecer al homenajeado por dejarnos en las manos y en el alma una herencia impagable. Sin embargo, la literatura nada sabe de vivos o muertos, o mejor dicho, sabe tanto que desdeña los planos de existencia y reconoce el todo y sus conexiones inexorables. Así que no hay impedimento para que las voces, las ideas, los agradecimientos, los pensamientos, los recuerdos e incluso los silencios que hoy aquí se manifiestan, lleguen diáfanos a los oídos de Carlos Montemayor: hasta el otro mundo, la otra dimensión o cualquiera que sea ese lugar del cosmos donde ahora vagabundea su conciencia. En lo personal, y a pesar de todo lo que hasta ahora he cacareado sobre los homenajes, me sigue siendo confuso qué es un homenaje o, más bien, cómo se hace un homenaje: ¿debo hablar bien o mal del homenajeado? Supongo que bien. ¿Debo leer algo de su obra? ¿y cómo debo hacerlo, con tono solemne y engolado, con suficiencia retórica, con ligereza y *Escritor.

fluidez? O quizá ¿debo tratar de explicar su obra en tanto que agrego opiniones eruditas o bromas con alta carga intelectual? ¿O tal vez todo eso junto? No sé. Me parece, de entrada, una terquedad recalcar la importancia de su aportación literaria e intelectual, me parece ocioso hacer un recuento formal de sus días y su obra, me parece absurdo contar anécdotas personales, más aún porque no tengo otras más allá de las que me han dejado la lectura de sus textos. Y aquí me detengo, porque creo que eso es importante para el homenaje, no el de hoy, sino el cotidiano, el que atañe al lector que en la soledad se sienta para abrir un libro de donde saldrá como una nube, un remolino, una tormenta, un huracán, las ideas de un hombre ilustrado como Carlos Montemayor. Sin embargo, el mejor homenaje no es solo la lectura, sino el diálogo a través de la lectura. Y eso me lleva al homenaje-ficción-crónica-reportaje o lo que sea que intento hacer aquí. Todo comenzó cuando recibí una llamada. En pro de la sana elipsis, omitiré el contenido completo de dicha conversación, excepto aquella parte que tiene que ver con la invitación al homenaje a Carlos Montemayor. De inmediato respondí que por supuesto que sí: entonces me imaginé entrando a Bellas Artes, subiendo la escalera, atravesando el umbral de la Manuel M. Ponce para después sentarme en uno de los cómodos sillones del auditorio y esperar las voces


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que me contarían sobre el mundo de Montemayor. Luego toda esta imaginería se vino abajo cuando me enteré que sí, era invitado, pero no como testigo sino como participante. Por supuesto que nuevamente dije que sí. De ese día en adelante me puse a pensar en qué era un homenaje y qué podía hacer para homenajear a un autor que me fue sorprendente cuando lo leí por primera vez. Y además cómo aquí hoy se los iba a transmitir a ustedes, cómo los contagiaría de esa emoción. Entonces, mientras dormía, trabajaba, lavaba trastes, sacaba a pasear a los perritos, y releía la obra de Montemayor (no todo al mismo), intentaba imaginar algo qué decir acerca de él. Y lo único que me vino a la cabeza es que lo que yo quería era dar testimonio de mi diálogo con Carlos Montemayor. Así mi primera ocurrencia fue un diálogo directo y de inmediato pensé en una sesión espiritista, que en ese momento me pareció la manera más directa de hablar con él; sin embargo, no conozco médiums efectivos y esto me exponía a ser víctima de un charlatán. Después pensé en una ouija, pero no tengo una y creo que eso está más cercano a un juego de mesa que a una verdadera conexión con el Otro mundo. Luego, ya en franca desesperación, me pareció factible una bola de cristal, pero lo cancelé de inmediato porque creo que esas sólo funcionan para adivinaciones sobre el futuro. Y así en tanto devaneaba en torno a estas ridículas disquisiciones, vino una voz que me dijo: —¿Sabes quiénes son los mejores médiums para dialogar con un autor? —No, evidentemente no lo sé —respondí —Sus personajes y sus narradores —contestó la voz. —¿También para dialogar con Carlos Montemayor? —pregunté con una candidez rayana en la estulticia. —Sí, obviamente sí —me respondió con hartazgo y luego agregó—: tan es así que puedo asegúrate que

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muchas veces ellos saben más que el mismo autor. Me hizo sentido lo que decía la voz, pues yo ya tenía claro que Montemayor, como los grandes autores, tiene una receta para cada alma, es decir, uno se acerca y encuentra en su literatura lo que necesita, y me refiero a las necesidades del espíritu, el intelecto y la imaginación; y en ese sentido su obra es inagotable y tan profusa como nutricia. Fue aquí donde inicié con la construcción de un homenaje-ficción-crónica-reportaje, o lo que sea (que al final los géneros siempre me han parecido cajoncitos del ocio).

Fotografía: Carlos Montemayor con el poeta Alí Chumacero en la cantina de su casa en la calle Retorno 813, en Calzada de Tlalpan, Ciudad de México / Cortesía de Danilo de Marco


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Fotografía: Un brindis con mezcal en la Alameda Central, en la ciudad de México, un domingo al medio día, después de la presentación del libro Words of the true peoples: Anthology of Contemporary Mexican Indigenous-Language Writers, realizado con Donald Frischmann, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes en 2005 / Cortesía de Donald Frischmann

Lo primero fue pensar en hacer aquel trabajo periodístico de buscar testimonios, amigos, especialistas, etcétera; pero obviamente, no buscarlos afuera sino en sus libros, como bien lo había recomendado aquella voz. Así que me volqué sobre algunas de sus obras para hacer esta pesquisa del pensamiento de Montemayor a través de quienes mejor lo conocían: sus personajes y sus narradores. El primer tema que abordé, y que había percutido mi ánimo desde la primera lectura que hice, fue el de la relación del hombre con la naturaleza. Ya fuera por aficiones personales o por duda existencial inherente, este tema, recordaba, Montemayor lo había abordado en el cuento de La tormenta, y lo había hecho con

una maestría que me podía revelar algo esencial. Así que me levanté del asiento, entusiasmado, fui al librero, busqué El alba y otros cuentos, que es donde se halla La tormenta, y de inmediato me encontré con la edición de las obras completas publicadas por el Fondo de Cultura Económica. Como todo hombre, encarnado y vicioso, sentí repentinamente una envidia grande por quienes poseyeran la primera edición de ese libro. Luego me dije para aliviarme: “Los libros valen por lo que contienen, no por el número de edición al que pertenecen”. Un poco más tranquilo, abrí el libro y mi dedo índice rastreo en el índice del libro como un insistente sabueso hasta que dio con la página 139. De


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un abanicazo de hojas llegué hasta ahí y lo primero que llamó mi atención fue la dedicatoria: A Sergio Galindo, decía, y busqué en mi mente el nombre y me dije: “supongo que se trata del escritor, el veracruzano, el de Otilia Rauda, supongo que es él” Y mientras resolvía esos caprichos inanes de mi mente comencé a sentir que mis pies se mojaban, el agua se colaba por la tela de mis tenis. Alcé la mirada. Un río corría delante de mis ojos. Llovía, era una lluvia espesa y el río crecía lenta pero inevitablemente. Busqué en derredor y me topé de inmediato con un niño que se afanaba en contener el agua mientras a su vez narraba la historia de lo que iba sucediendo. Me dijo que esa tarde se había sentado “en la peñas, cerca del árbol de las moras a contemplar el río (…) que no imaginaba lo que pasaría”. Le respondí que sí, que yo ya lo sabía porque de hecho así iniciaba el cuento y yo ya lo había leído: —Pero qué estás haciendo ahora —le pregunté con negligencia, pues debía haberlo ayudado; sin embargo, como yo a diferencia de él, sabía cómo terminaba aquello, el auxilio me parecía inútil. Entonces lo escuché decir que narraba: “Mirábamos las casas, el río a lo lejos avanzando. Y sentíamos que al mirar desde esa altura, que al seguir trabajando bajo la lluvia, éramos algo más, que comprendíamos más las cosas, como si ya hubiéramos crecido”. Me mantuve callado sólo siendo testigo de su voz. Sin embargo, en el cuaderno que yo llevaba anoté una clave sobre el hombre y la naturaleza, una clave que fue resultado de aquellas palabras. Ahora, yo aquí con ustedes, sin lluvias ni cauce creciente ni tormentas, les puedo compartir mi nota y hacer ver que las palabras del personaje, el resultado de aquella contemplación donde el río avanza, nos revela cómo en la absurda lucha antagónica entre hombre y naturaleza, el hombre sólo puede ponerse a la altura del conflicto si se convierte en la naturaleza misma, es decir, si se anula, si deja a un lado su ego y se funde con los poderes del río. Lo cual a su vez, paradójicamente, anula el conflicto o lo vuelve simplemente

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Fotografía: Carlos Montemayor con Andrés Henestrosa.

orgánico. Por tanto, lo que nos dice Montemayor a través de la voz de este niño, es que, cuando el hombre lucha contra la naturaleza, pierde como hombre pero gana como ser natural. Para fines de este homenaje, aquel hallazgo me parece suficiente, pues quiero aún entrar en otro que no está en ese libro y que más bien tiene que ver con la mina, el origen y la muerte, que son las revelaciones que más me han conmovido en la obra de Montemayor (y disculpen el salto caprichoso, pero bueno, yo en un principio me miraba de aquel lado sentado cómodamente y sin embargo estoy de este, así que creo que me es permisible). Una vez resguardados de la tormenta, me fui no muy lejos, porque por supuesto, la obra que buscaba estaba al lado de la anterior, en el mismo plúteo


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del librero. Sin embargo, aquí sí había que adquirir uniforme, calzarse las botas del minero, el casco, y erigirse como un serio gambusino, pues buscar oro no es cualquier cosa. Y fui de inmediato a un par de novelas: Minas del retorno y Mal de piedra, pero para ser sincero, los lindes extensos del mundo de la novela me inhibieron. Sentí terror. Se me cerró el flujo de aire como si padeciera ya el mal de la mina, una silicosis mortal e irremediable. Entonces recordé que había un cuento anterior a estas novelas y que a

Fotografía: Carlos Montemayor en una cena con Jorge Luis Borges.

mi parecer era el perfecto origen de esta indagatoria en la obra de Montemayor. Otra vez mi dedo sabueso ahora encontró Las llaves de Urgell, y otra vez la página, ahora un poquito más cerca, pues iniciaba en la 20, y miré el título que era El encuentro, y no, en esta ocasión no había dedicatoria. Pero sí había un hombre que se hallaba en un citadino departamento y se encontraba embebido en sus pensamientos, ajeno, distraído, nostálgicamente abstraído del aquí y el ahora. Me volví a mirar al na-


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rrador (pues este era en tercera persona omnisciente) y le pregunté señalando al personaje: —Qué le pasa, —Ya sabes —me dijo— “las minas [le han demostrado] la impotencia de las cosas para mudar los hábitos o los sentimientos”. “Supongo que así sucede”, pensé sin decirle ya nada al narrador que se encontraba enunciando algo sobre una mujer llamada Marian. Me senté a ser testigo, a esperar que llegara la parte que a mí me parecía una revelación. Debo confesar que de vez en vez el narrador me miraba con cierta molestia, como a un intruso. Yo le sonreía amablemente y hacía gestos intentando darle a conocer mi papel de testigo inofensivo, de amable espectador. Por algún momento, incluso pensé que era buena idea identificarme como periodista, para así hacer que él se sintiera más tranquilo por “el chismoso con licencia de chismoso”. Sin embargo, no me dio tiempo de hacerlo porque de repente el narrador llegó a la mitad de la página 22 y dijo: “Los mineros le hicieron formar otro lenguaje”, lo dijo refiriéndose al personaje, por supuesto. Y no había yo terminado de asimilar esta frase tan densa cuando el narrador ya estaba adelantado, en la página 25, diciendo que “la mina enseña al hombre que todos los hombres son mineros, sacados como piedras, como metal espantoso, bellamente, hurañamente negro, o colorado, o brilloso como ojos, como sangre, como vida, como la saliva en que la mujer los parió a todos”. Yo seguí ahí metido hasta el final, pero por cues-

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tiones de tiempo y de hartazgo (del suyo, no del mío, por supuesto) he decidido dejarlo hasta aquí. Esto también un poco mañosamente para incitar a que cada uno de ustedes viva su propia odisea en la obra de este autor. Yo ahora, como decía, me quedo con la última reflexión acerca de la manera en que Montemayor, a través de este personaje desolado que extraña la sierra porque la sierra lo ha signado, le ha dado el lenguaje que nombra su existencia, nos da cuenta de las francas necesidades y nociones de la justicia social (importantísimo a lo largo de toda su obra): esa justicia social donde todos somos iguales no por una terquedad moral, sino porque todos somos minerales de la misma madre, del mismo vientre pedregoso, de la misma mina. Y bueno, más allá de la ocurrencia o el juego de hacer un ficción-reportaje-crónica-no se qué, este acto lúdico lo hice para demostrar la necesidad de entrar a su obra como un gambusino que va en busca del oro, que desea encontrar, pero que también está dispuesto a sorprenderse y a perderse en la entrañas de esa tierra narrativa tan fértil como poderosa. Porque la obra de Montemayor nos invita a la posesión, a la participación, al cuestionamiento, a la sensibilidad, a la imaginación. Porque la literatura necesita y merece gente que esté dispuesta al extravío y a la experiencia. Y por eso mismo, también espero que este homenaje-ficción haya sido de su agrado y, más importante aún, del agrado de Carlos Montemayor que nos debe estar escuchando desde el sin tiempo y el sin espacio del universo literario.


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ENTREVISTA A CARLOS MONTEMAYOR ENTRE EL EZLN, EL TIEMPO, LA HISTORIA Y LA TIERRA Danilo De Marco Introducción y traducción de Victoria Montemayor Galicia

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anilo De Marco es un gran fotógrafo italiano, además de colaborador en diversos diarios italianos como: “Il corriere della Sera”, “La Repubblica”, “L’Unitá”, “Il Manifesto”, y franceses como: “Le Monde”, “Le Monde Diplomatique” y “Le Nouvelle Observateur”, gran lector, escritor, artista y fotógrafo. Entre sus libros que van a la par de sus exposiciones fotográficas, se encuentran: “La sal de la tierra” y “Resistencias”; asimismo, dos libros publicados en Italia por De Marco y Montemayor: uno sobre los pueblos indígenas de México y otro sobre los pueblos guerrilleros de Guerrero y Chiapas. Mi padre y Danilo se conocieron en la primavera de 1996. Danilo estaba en México y había leído un artículo de mi padre sobre la guerrilla en Chiapas y la cuestión indígena en general, terminó la lectura y buscó su número en el directorio telefónico, le llamó y mi padre lo recibió en su casa con whisky y música italiana. Ahí platicaron sobre México y sus luchas campesinas, las causas sociales. Danilo había estado en Chiapas, en el Paraíso, en la sierra de Guerrero donde le había tomado fotos a la madre de Lucio Cabañas (quien como sabemos fue asesinada brutalmente en julio de este año). Cuando mi padre murió, Danilo escribió un texto a su gran amigo. El texto se titula “Largo viaje desde *Fotógrafo y periodista.

la oscuridad a mi amigo y compañero Carlos Montemayor”; en éste, que además fue publicado en la revista Solar con la traducción de Enrique Servín, Danilo nos cuenta cómo conoció a mi padre, narra algunos momentos en los que convivió con él en México, en Italia y en otros lugares, el inicio de su amistad. Ambos se admiraban. Mi padre escribió un artículo en La Jornada donde nos habla sobre el trabajo de Danilo De Marco. Mi padre tenía varios nexos con diversos países y culturas, pero la influencia italiana era notable comenzando por Dante, la ópera y la gran cantidad de amigos italianos que tuvo: partisanos, poetas, novelistas, traductores, investigadores, pintores, músicos y artistas. La entrevista que leeremos a continuación es muy importante porque es una breve historia sobre los movimientos indígenas, campesinos y guerrilleros. Señala además, puntos que estamos viviendo actualmente, no obstante sea una entrevista realizada en 1997. Una vez más podemos observar la mirada analítica y previsora que poseía Montemayor sobre nuestra historia y la historia en general; y a la vez deleitarnos con la mirada fotográfica de Danilo De Marco, quien nos envío las fotos para su publicación (grazie Danilo!).


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La lucha de un pueblo por la dignidad y la libertad en cualquier parte del mundo que suceda, en realidad, enriquece la vida de todos los hombres; porque la dignidad del pasado no es la del presente: la dignidad humana y la libertad que conquistaron nuestros abuelos, o los padres de nuestros abuelos, no aseguran nuestra libertad y nuestra dignidad; cada generación debe luchar por su propia dignidad Carlos Montemayor

Todos los pueblos que luchan por su dignidad son el centro del mundo. Danilo de Marco

Entrevista a Carlos Montemayor Danilo De Marco: ¿A la luz de los acontecimientos de estos últimos años en México, podríamos hablar de un renacimiento indígena? Carlos Montemayor: Seguramente. He trabajado alrededor de 14 años como lingüista y escritor en las comunidades indígenas de México, sobre todo en la zona Maya. Durante este periodo, me he dado cuenta del proceso de desarrollo político y cultural indígena: han aparecido escritores en lengua indígena en revistas, libros, diarios, se han formado grupos teatrales, han nacido proyectos culturales, organizaciones campesinas independientes con nuevas capacidades político-administrativas. Otra grave discriminación ha sido también perpetuada hacia la lengua indígena, juzgada como inferior; sin embargo, son sistemas lingüísticos tan complejos como el griego, el alemán, el inglés, el español… Siempre se ha tratado de incorporar al indio en la supuesta sociedad nacional, exigiendo que termine de ser indio y, por lo tanto, renuncie a sus derechos, a su historia, a su identidad. Cuando irrumpe el ezln con la bandera indígena ya existían las condiciones para que este poder tuviera una resonancia inmensa; el mundo indígena se había preparado para entender, apreciar y defender la dimensión que todo esto representaba. Estas condiciones no las preparó el ezln,

pero forman parte de este proceso de resurgimiento indígena. Dentro de las aguas profundas, subterráneas de la espiritualidad indígena, la aparición del ezln ha sido la señal esperada. DDM Búsqueda de la identidad, defensa de los ciclos de la producción agrícola, del tiempo de la tierra… CM Tratando de explicar en pocas palabras el corazón de estas culturas, se llegaría a una síntesis extrema. En primer lugar, la Tierra para los indígenas no es una cosa inerte, sino un ser vivo, y el hombre o, mejor dicho, los pueblos indígenas están al servicio del mundo. La razón esencial es que ésta une a la comunidad ancestral de los hombres y de los dioses: la tierra, los animales, los ríos, la lluvia, la semilla y la cosecha representan un proceso de identidad viviente en el mundo visible e invisible, día tras día. Todo se encuentra encerrado en el proceso agrícola; en algunas lenguas indígenas, como en la tarahumara, se dice que el maíz almacenado duerme o descansa. Todo está en relación entre seres que viven no sólo de la productividad y la competitividad, como sucede en la mentalidad comercial occidental: para ellos, el hecho fundamental es la continuidad como pueblo, como comunidad. Y el tiempo es un tiempo cíclico, es el tiempo que está regresando, o mejor dicho, es el tiempo que nunca se ha ido. Vive en el mundo invisible contiguo al mundo que nosotros llamamos real. La historia no


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Fotografía: Carlos Montemayor, Zebedeo, Tacho y el subcomandante Marcos.

es un hecho pasado, sino algo que está sucediendo… el tiempo no transcurre, sino que es simultáneo en sus posibles e invisibles dimensiones. Por esta razón cuando hablan de Zapata, hablan de una fuerza que se mantiene viva, por esto Zapata es la encarnación de todo un pueblo en todo el país. Es una lucha que se llama relación con la tierra, que se llama campesino, pobreza, rebelión. DDM Una rebelión social, por lo tanto, indígena y campesina, pero con un verdadero componente espiritual… CM Quiero rebatir el concepto de complejidad de esta insurrección. Sin lugar a dudas, junto con los problemas concretos de expulsiones enteras de comunidades de sus tierras por parte de ganaderos y terratenientes, de miseria y represión, el elemento

de los catequistas de la Teología de la Liberación es uno de los factores fundamentales para la insurrección: una línea pastoral que por su carácter social ha suscitado siempre adversidad en los sectores del poder económico, gubernamental y eclesiástico. Particularmente en la zona Maya la religión ha sido por siglos un factor para la revalorización de estos pueblos. En 1712 la lucha de Juan López contra el ejército del “Gobierno”, como es llamado ahora en Los Altos de Chiapas, contiene algunos paralelismos espirituales con el zapatismo. Antes de esta fecha los indígenas no podían aspirar a ser dueños de su religión cristiana. Todo era oficiado por las autoridades coloniales o eclesiásticas compuestas por españoles. La idea de religión consistía en que, en lugar de pensar que el cristianismo


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fuera bueno también para los indígenas, se convertía en una de las formas de liberación para los pueblos indios. Cuando éstos dicen “la Virgen se apareció a los indígenas” es la señal de que Dios y el cristianismo son algo bueno para ellos. La aparición significa que existe una relación entre ellos y Dios. Las comunidades indígenas comienzan a luchar por tener la posibilidad de una relación directa, sin la mediación de la autoridad. Comienza un proceso de indigenización de la fe, una nueva religiosidad, y también una nueva visión política y humana. La insurrección, por esta razón, parte de una revelación: es el mensaje de la Teología de la Liberación. DDM Y el hecho político, el marxismo, ¿cómo entra en todo esto? CM Entra en modos diversos. Durante los años 70’s y 80’s existía todavía la Liga de los grupos guerrilleros formada durante los años 60’s, y estaba trabajando justo en Chiapas. Con la modificación sustancial del mapa mundial de los países del Este, se modifica radicalmente un proceso que antes era visto de manera teórica y ortodoxa en términos marxistas, y comienza un proceso de indigenización de los movimientos guerrilleros y de núcleos marxistas. Creo que ésta es la enorme contribución del ezln: antes, la ductilidad de los seres indigenizados y después la coincidencia de la lucha indígena de liberación, o mejor, la continuidad de esta lucha con el momento de la revelación. De esta forma se indigenizan la Iglesia, la religión y el marxismo. DDM La mujer indígena como protagonista del cambio. Me parece uno de los caballos de batalla del ezln. CM La situación de la mujer cambia en los distintos grupos indígenas. Podemos decir que, en general, el mundo indígena es patriarcal. Pero acercándonos a una mayor comprensión de su organización encontraremos que existe una clara división del trabajo entre sexos. El trabajo que desempeña la mujer es esencial para la supervivencia de toda la familia. La mujer es un elemento productivo fundamental, y esto

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como sabemos genera poder. En el ezln se reconoce oficialmente, por primera vez, la importancia del papel de la mujer, no sólo como productora sino también como autoridad. Creo que es el resultado mismo del proceso de transformación y organización de los contingentes zapatistas, muchos de los cuales son mujeres; esto obligó a un reconocimiento formal de la función de la mujer también en las comunidades indígenas. DDM He visto un fuerte prejuicio de tipo racista hacia el indio, y esto sobre todo en el sur, en Chiapas. CM Chiapas es solamente el punto extremo de una discriminación racial que padece el indígena en México. En México se aplaude la imagen del indio histórico, se aplauden las grandes culturas indígenas que han creado Teotihuacán, Tula, Palenque, Chichen Itzá. Sin embargo, desde la formación de este país, en el siglo xvi se inició una actitud que podemos llamar de esquizofrenia histórica. En el siglo xvi las culturas indígenas eran vistas como diabólicas, para atacar con la espada y con la cruz; de esta manera, fueron destruidas las élites religiosas y políticas, la cultura en general. Ahora consideremos que, en el origen de la nación mexicana, han estado estas dos culturas: la india con todas sus diferencias, la española y la europea. La consecuencia natural, la “naturaleza” esencial no podría ser otra que el mestizaje. “El mestizaje es nuestra vida”, el camino para afirmar la libertad de los pueblos y la cultura que debe “acrisolarse” en México. A partir de este momento, quien se sentía mexicano se convertía automáticamente en heredero de Cuauhtémoc o de Moctezuma. Sin embargo, y aquí tocamos el punto crucial, no es el reconocimiento del indio real, de aquél de sangre y carne que comparte nuestra cotidianeidad: existen zonas en el país en donde el racismo es imperceptible o discreto, otras donde es agresivo y violento; solamente es un prejuicio racista que ha permanecido desde hace siglos, como el que prevalece en la mayoría de los ganaderos, empresarios, políticos chiapanecos, y en gran parte de la


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población mestiza de clase media, puede esclarecer la falta absoluta de respeto por el patrimonio, la vida y la educación de la cultura indígena de la tierra, de los bosques y de la espiritualidad. Desde el primer encuentro en San Andrés Larráinzar, la delegación zapatista estaba formada solamente por indígenas. Esto provocó disgusto en los delegados gubernativos por el prejuicio racista sobre la incapacidad del indio, así entendida en México. El racismo es seguramente otro elemento que produce la sublevación zapatista. Es un “ya basta” también al racismo. DDM En el país está creciendo la presencia militar en cada sector de la vida pública. Una militarización nunca antes vista. CM Se usa el término de militarización, pero me parece que no sea exacto definir así lo que está sucediendo: más que un proceso de militarización en México, veo un repliegamiento del sistema político, que no es capaz de afrontar muchas de las misiones que le esperan y, sobre todo, de resolver en términos sociales y económicos los problemas de la sociedad. No se puede hablar de militarización porque las decisiones políticas no son tomadas por el ejército y porque la militarización está concentrada en áreas especificas: Chiapas, Guerrero, Oaxaca y la Huasteca. El gobierno mexicano está demostrando ser, cada vez más, incapaz de cumplir con las funciones que le esperan, cada vez más ineficiente y corrupto. Se están disgregando las estructuras corporativas más fuertes como la Confederación Nacional de los Trabajadores que aseguraban el control nacional de los sindicatos. Se ha perdido gran parte del control de las organizaciones campesinas. Se ha perdido la posibilidad de influenciar a la población a través del sindicato de maestros. En resumen, se ha perdido un número altísimo de contingentes. Durante 60 años hemos llamado instituciones a esta mezcla de partido único y gobierno en las cuales las instituciones se confunden con la permanencia de este sistema político. La única estructura que se ha conservado es la militar: el ejército está asumiendo funciones administrativas

en el lugar de los políticos; en este momento, está ejercitando funciones de orden público que no se esperaban, en lugar de los cuerpos de policía, ahora desacreditados por la corrupción, por los conflictos entre aparatos y por los abusos de poder cometidos. Colocar al ejército en lugar de la policía quiere decir desnaturalizar su función y colocarlo en condiciones de peligro… (los últimos acontecimientos en donde se han visto involucrados el general Rebollo y otros altos militares en actos de corrupción…) podríamos permanecer sin ejército y sin policía. DDM Y existe el empleo real del ejército en la lucha contra el narcotráfico. CM El general Barry McCaffrey, llamado en los Estados Unidos el “Zar antidroga”, durante la Convención Nacional del Partido Republicano en San Diego, criticó la propuesta de Robert Dole que consistía en el uso del ejército en la lucha contra el narcotráfico. McCaffrey afirmó que sería un error de seguridad nacional. DDM Pero, ¿no fue justamente McCaffrey quien propuso la participación del ejército para tal misión en América Latina? CM Ése es el punto. McCaffrey sabe muy bien que las fuerzas armadas norteamericanas no deben afrontar el narcotráfico, sin embargo quiere que el ejército lo haga en el resto del continente, y en el momento en el que todos los ejércitos estén expuestos y debilitados por el poder de la corrupción, el único ejército disponible que existirá en este hemisferio será el norteamericano. DDM ¿Una estrategia para el dominio total del continente Americano? CM Ciertamente. Ya existen enfrentamientos a nivel económico, político, diplomático, educativo y comercial entre los Estados Unidos y el resto del continente. Además, la lucha antinarcóticos está siendo enfocada desde la óptica estadounidense como una lucha para perseguir fuera de su territorio nacional. Una lucha de la oferta y no de la demanda, que en su territorio es superior al 50 por ciento del


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resto del mundo. Me parece más un enfrentamiento por el monopolio que una lucha contra el consumo de los narcóticos. DDM El guerrillero por lo tanto como fenómeno internacional del siglo xx, pero también gracias a la ductilidad y a las reflexiones de este nuevo zapatismo en Chiapas, es un nuevo modo de ser guerrillero; y nuevos me parecen también los objetivos. CM La guerrilla ha sido constante en México desde la llegada de las tropas españolas, particularmente en Chiapas y en la zona maya. Hoy podemos hablar sólo de la conquista del territorio maya, pero no del control absoluto de estos pueblos. Durante el siglo xx, con las luchas de liberación en todos los continentes, el guerrillero ha sido sinónimo de una lucha de liberación como en Vietnam o Corea, de un cambio político socialista como en China y Cuba o de una resistencia también nacionalista o marxista como en Italia o en la España franquista. Sin embargo, la guerrilla rural como hemos visto tiene otras raíces. Por esta razón los zapatistas son sólo el anuncio, la reaparición de las más viejas luchas del mundo. Y tal vez este nuevo lenguaje, estos nuevos símbolos sean uno de los secretos que acompañan esta insurrección. La discriminación en cualquiera de sus formas, política, racial, económica, jurídica, sirve para negar la condición humana, sirve para poner a un ser humano contra otro, contra sí mismo. Por esta razón la lucha del ezln, el valor del indio zapatista de Chiapas no compete solamente a México. Esta lucha, venza o pierda en Chiapas es una lucha que no se inició en el siglo xx, y que por lo tanto no terminará en el siglo xx. Sin embargo, aspira a terminar. No es una lucha por la toma del poder, es una lucha por la democracia, la justicia y la libertad. Aspira a terminar, por esta razón está obligada a vencer en todas las regiones del mundo. Y desde todas las regiones del mundo, donde haya un guerrillero o gente dispuesta a luchar por

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un mundo mejor, más justo, y desde la resistencia italiana, terminemos esta entrevista con las palabras de Danilo De Marco a mi padre: “Envíanos Carlos: un cáliz de refosco, un puñado de tierra, y un poco de poesía para serte fieles y leales así como tú lo has sido con tus compañeros, y continuar juntos ese viaje tan incierto que nos vuelve a todos iguales.”

Fotografía: Carlos Montemayor en Villa Manin, Italia / Cortesía de Danilo De Marco


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Fotografía: Carlos Montemayor en 2003, acompañado por Álvaro Ríos, Salvador Gaytán, Ramón Mendoza, Florencio Lugo y Matías Fernández y Francisco Ornelas, sobrevivientes del asalto al Cuartel de Madera en el año de 1965.

Es sorprendente que en México después de 500 años de marginación, después de 500 años de miseria, falta de justicia, analfabetismo, desnutrición, aislamiento, ausencia de cualquier servicio público y de asistencia médica, los pueblos indígenas hayan sobrevivido. Es sorprendente que las culturas, los idiomas y los valores indígenas, hayan resistido a esta trágica, injustificada, condición de vida. La discriminación en cualquiera de sus formas, política, racial, económica, jurídica, es una forma para negar la condición humana, sirve para poner a un ser humano contra el otro, contra sí mismo. Carlos Montemayor


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A manera de epílogo Danilo de Marco, fotoperiodista y trotamundos italiano, tuvo una buena amistad con Carlos Montemayor, de esta amistad nacieron entrevistas, fotos y un diálogo amistoso en el que Carlos Montemayor compartió los siguientes relatos.1 1 En 1994, Dolores Batista, una joven rarámuri originaria de Ojachichi, del municipio de Boycona, en la Sierra Tarahumara, me contó lo siguiente: Una vez una niña llevó a pastorear las cabras en la otra parte de la montaña, más allá de la pequeña cascada. La niña se desmayó porque se puso a llover muy fuerte. Cuando terminó de llover, la niebla cubrió todo y la niña se desmayó. Se oscureció y se fue a dormir en una gruta, se adentró en la montaña. Ahí se quedó durante tres días. Las cabras regresaron a la casa. Su familia no se dio cuenta de nada, pensaron que se quedó en otra casa y no fueron a buscarla. Después de tres días la niña regresó y al llegar dijo: “Estuve en la cima del monte, y de ahí vi San Juanito y Creel. Vamos allá y así ustedes podrán verlos también”. Los padres fueron a ver al monte por ella indicado. “Es demasiado pequeño, aquel monte. ¿Dónde estuviste?”. “Justo ahí, donde está aquel agujero negro”. En ese punto los padres entendieron y le creyeron. Desde entonces la niña se puso a soñar, y tenía los poderes para hacer rusiwaris, cosas de brujería. 2 Quiero hablarles de un amigo rarámuri muy renombrado en Norogachi. Se llama Erasmo Palma. Nació en un pequeño lugar de la Sierra Tarahumara llamado Tuchéachi. Lo conocí hace algunos años. Por él he comprendido a los rarámuri, pero en este caso sólo te contaré lo que me explicó sobre la palabra Chabochi. 1 Tomado del sitio web de Danilo De Marco http://www.danilodemarco.it/reportage/messico-i-tarahumara/. Traducción de Victoria Montemayor Galicia.

Es de esta manera en que los tarahumara definen a las personas blancas, a los hombres occidentales. Chabochi quiere decir barbudo, hombre con barba o bigotes. Pero entre los rarámuri, los pelos, los bigotes y la barba en el rostro, se consideran insectos, por lo tanto, dicen con buen humor que el chabochi es aquel que tiene arañas y telarañas en la cara. Por esto, cuando aluden a tal significado en cualquier parte de la zona de los tarahumara, ríen todos de golpe, como si los hubieran tomado desprevenidos. Pero no hace mucho tiempo que don Erasmo Palma me explicó la parte faltante de la cuestión. Me lo dijo así: —Mi abuela pensaba que el ser vivo en el mundo se va deteriorando cada vez más. Por ejemplo, me decía “Tú sabes que las tortillas (y cualquier otro género de alimento) si se conservan demasiado tiempo se vuelven rancias. En este punto digamos que son malas. ¿Y qué es lo que sucede a las tortillas? Se llenan de manchas y pelusa. Tú sabes que hay personas llamadas chabochi que tienen pelos en la cara. Y hasta en nuestra raza se encuentran. Porque la vida del ser viviente en el mundo está presente durante muchos años y cada vez se vuelven más malvados. El signo del hecho de que somos malos está en la barba de los hombres, justo de la manera en cómo las tortillas se echan a perder. Así como se manchan las tortillas, se dice que también nuestra alma se mancha. Cuando somos malvados, con el paso del tiempo nuestra alma se llena de inmundicia. Como el corazón de un helecho que poco a poco se vuelve alimento del gusano y el árbol se marchita a su vez en el interior o se vacía por dentro. Como el corazón del helecho se vuelve todo negro. Ahora te hablaré del corazón del hombre bueno. El corazón del hombre bueno se asemeja al corazón de un pino, porque el corazón de un pino casi nunca se marchita; así es el corazón de un hombre bueno”.


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CARLOS MONTEMAYOR: APUNTES SOBRE LA MATANZA DEL DOS DE OCTUBRE Y UNA DESPEDIDA SIN ADIÓS Carlos Montemayor

y la matanza del dos de octubre

Miembro de la generación del ’68, Carlos Montemayor se ocupó en novelar y estudiar la historia reciente del país: el mismo movimiento estudiantil del 68, las varias y variadas guerrillas, la defensa de los pueblos originarios y las nuevas literaturas indígenas. Poco leído, sin embargo, ha sido el análisis hábil y meticuloso que llevó a cabo de los expedientes oficiales sobre la matanza del 2 de octubre y que publicó en la editorial Planeta (Rehacer la historia). En él, Carlos diseccionó documentos del general Marcelino García Barragán -los cuales Julio Scherer y Carlos Monsiváis dieron a conocer en 1999 en su libro Parte de Guerra-, treinta informes estadounidenses desclasificados y escenas de los documentos fílmicos que abrieron al público la secretaría de la Defensa en 1993 y 1999 y el canal independiente 6 de Julio. Varios nombres del gobierno priísta de aquel sexenio (1964-1970) son inseparables en la responsabilidad y culpabilidad de la matanza: de la parte política, el ex presidente Gustavo Díaz Ordaz, sin duda quien ordenó todo, y el secretario de Gobernación Luis Echeverría, el operador político; de la parte militar, el jefe del Estado Mayor Presidencial general Luis Gutiérrez Oropeza, quien llevó a cabo la logística de la matanza. García Barragán logró dejar la duda. Si nos atenemos a los documentos que desmenuza Carlos Montemayor, dos eran las estrategias para acabar ese día con el movimiento estudiantil:

una, la de Díaz Ordaz y Gutiérrez Oropeza, la otra, de García Barragán. García Oropeza fue quien coordinó la operación logística de apostar de francotiradores a oficiales del Estado Mayor Presidencial en distintos edificios en torno de la plaza para disparar al ejército y a la multitud con el fin de crear confusión y desatar la balacera, para luego el gobierno, a través de los medios de comunicación, totalmente controlados, acusar a los estudiantes de haber sido los francotiradores; por su parte, la estrategia de García Barragán consistía en que el Ejército, luego de rodear la plaza, desalojara a la multitud, y miembros del Batallón Olimpia del ejército aprehendieran a los líderes estudiantiles que se hallaban en el tercer piso del Edificio Chihuahua de la Unidad Tlatelolco. Las dos se realizaron: la atroz matanza y la aprehensión de los líderes. Es fácil colegir que ambas estrategias las conocía Díaz Ordaz, pero García Barragán, si creemos a lo que él nos dice, ignoraba lo acordado entre el presidente y su jefe del Estado Mayor. Pese a contradicciones y a correcciones sobre lo que escribió en tres partes —en 1978, en una carta al hijo ( Javier García Paniagua), en una larga conversación con el general Lázaro Cárdenas y en una autoentrevista donde él mismo se pregunta y se responde sobre hechos de la historia—, pese a querer exculpar a Díaz Ordaz, pese a creer que los estudiantes preparaban una trampa al pueblo y al ejército, en la parte sustancial García Barragán es claro y concluyente y

*Escritor, traductor y sociólogo. Forma parte del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Carlos Montemayor y él se llamaban mutuamente Cástor y Pólux.


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Marco Antonio Campos

nunca ha sido desmentido: los francotiradores que dispararon al ejército y a la multitud eran oficiales del Estado Mayor Presidencial y con eso toda la versión oficial dada por lustros se cae con estrépito: la matanza estaba calculada desde la cúpula, es decir, por Díaz Ordaz, Gutiérrez Oropeza y Luis Echeverría; él, como secretario de la defensa, fue también víctima de una trampa. Respecto al material fílmico oficial y no analizado, en él se muestra en determinados momentos el lanzamiento desde un helicóptero de la luz de bengala -anuncio del inicio de la operación- y lugares donde se hallaban apostados los francotiradores del Estado Mayor Presidencial y la manera de identificarse para no ser detenidos. Pero ¿por qué la matanza inútil? Son varios los motivos, pero quisiera resaltar dos: la cercanía de los Juegos Olímpicos (faltaban diez días) y la personalidad misma de Díaz Ordaz. Se sabe, por un lado, que el entonces presidente recibía presiones continuas del Comité Olímpico Internacional para garantizar orden y tranquilidad en el curso de los Juegos o serían suspendidos; por otro lado, si bien para los presidentes priístas era consustancial el principio de autoridad y el respeto a la investidura, en Díaz Ordaz ese principio se volvía un autoritarismo sin réplica. Furiosamente anticomunista, odiando todo lo que fuera u oliera a izquierda (tenía listas de opositores y quienes creía que lo eran) Díaz Ordaz encarnó abusivamente la ira del verticalismo. La crítica la

vivía como insulto y el insulto como un desafío que debía pagarse caro. De aquel sexenio, de aquel Tiempo de los Asesinos, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría y Luis Gutiérrez Oropeza quedaron señalados para siempre como criminales de lesa humanidad. La historia los ha juzgado como tales; las leyes mexicanas nunca.

Fotografía: Carlos Montemayor revisando el manuscrito de Las mujeres del alba,Ciudad Juárez, 2009 / Cortesía de Suasana de la Garza.


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Carlos Montemayor

Fotografía: Carlos Montemayor en su casa en la calle Retorno 813, en Calzada de Tlalpan, ciudad de México / Cortesía de Danilo De Marco.

Despedida sin adiós a Carlos Montemayor Nos conocimos en 1973 cuando colaborábamos en el suplemento de El Heraldo de México. Por ese tiempo Carlos se concentraba ante todo en la tradición clásica; de alguna manera su guía y maestro era Rubén Bonifaz Nuño. Borges, Bioy, Pound y Eliot, eran algunos de sus dioses modernos. Cuando empezamos a tratarnos se dio un gran desencuentro, pese a la mediación de un buen amigo de ambos, el escritor regiomontano Humberto Martínez, quien decía acertadamente que entre nosotros eran más las coincidencias que las diferencias. Por ese entonces, Diego Valadés, uno de nuestros mejores juristas, quien era Director de Difusión Cultural, lo llamó a dirigir la Revista de la unam.

Quizá, a sus 26 años, haya sido el más joven de sus directores. En ese tiempo Carlos quería abarcar todo en grande: escribir, traducir, cantar, escribir libretos para música, y con el tiempo mucho logró. Por una u otra vía, a fines de los setenta, un gran maestro de ambos, Rubén Bonifaz Nuño nos llevó a reconciliarnos. No nos veíamos con frecuencia, pero fue una amistad entrañable y solíamos bromear, haciendo en juego un tour de force verbal, que éramos gemelos. En noviembre de 1981 Carlos, que era director de Difusión Cultural de la UAM, organizó un viaje inolvidable a New Haven, Long Island y Nueva York, con Bonifaz y otros amigos, y dimos conferencias y lecturas. Carlos, a quien le encantó siempre la


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ópera, cantaba arias donde quiera que estuviéramos, pero lo que más me asombró, fue cuando en casa de la profesora de Columbia University, Norma Klahn, tocó la guitarra y cantó, y cantamos hasta el amanecer canciones y valses de la época de juventud de Manuel M. Ponce y rock en español. Se sabía todas las letras, o casi. Bernardo Ruiz y René Avilés Fabila han hecho varias crónicas muy amenas de aquellas jornadas. Para mi asombro, Carlos se concientizó a fondo y centralmente en los años ochenta y se convirtió en una de nuestras conciencias políticas. No olvidó la gran cultura, pero se puso al lado de los perseguidos, de los indígenas, de aquellos que han sufrido la violencia de estado, de los pobres de los pobres, y los defendió desde las trincheras que pudo. Frente al poder fue todo lo contrario del intelectual y escritor acomodaticio y del no escaso género del camaleón despreciable. No faltaron para él las picaduras de los alacranes. Una mañana en la terraza de una casa de Coyoacán, a fines de los ochenta, me leyó un capítulo de una novela que estaba escribiendo sobre la guerrilla de Lucio Cabañas. Era Guerra en el Paraíso. Le dije: “Si así es toda la novela, será lo mejor que hayas escrito”. Cuando la leí impresa, confirmé mi suposición. Las páginas de los combates son tan vívidas que se leen casi sin aliento. Sin duda es una de las novelas mayores de los últimos cincuenta años. Miembro de una promoción de narradores relevantes nacidos en la segunda mitad de los años cuarenta, hijos políticos y literarios del movimiento estudiantil de 1968, Carlos fue un sobresaliente maestro de esa suerte de novela-crónica o crónica-novelada del pasado reciente histórico. Además de Guerra en el Paraíso, baste recordar esa intensa novela, hecha como en rompecabezas (Las armas del alba), sobre el fallido intento de asalto al cuartel de Madera, Chihuahua, y la meticulosa reconstrucción de la matanza del 2 de octubre de 1968, donde halla aspectos no vistos que muestran irrefutablemente la complicidad infame

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del gobierno diazordacista y de los militares. Sus impetuosas novelas, su divulgación de las literaturas indígenas y su trabajo periodístico, han hecho tal vez que no se atienda como se debe el buen poeta que fue. Hace un par de años, en un prólogo (Antología de la poesía mexicana del siglo xx, editorial Visor), escribí: “En poesía, Montemayor es ante todo autor de un muy hermoso libro de poesía (Finisterra), y de éste, son particularmente recordables, el ciclo de ‘Memorias’, donde evoca con honda melancolía instantes de niñez y adolescencia en su ciudad nativa, y el poema de amor de largo hálito, que da título al libro (“Finisterra”) que le debe no poco a la ‘Oda marítima’ de Fernando Pessoa, que él, siendo muy joven, tradujo”. Coincidimos en una docena de viajes, en buen número de mesas redondas, y solía verme con él en reuniones en casas de Alí Chumacero o de su hijo Luis, o con Juan Gelman, o cuando venía Lêdo Ivo. Tengo la impresión de que hubo un entrañable cariño recíproco. Hasta hace unos meses parecía un roble y estaba lleno de proyectos. Viajaba y escribía mucho. Lo acompañaba siempre Susana de la Garza, su mujer, que le hacía un magnífico contrafuerte con su serenidad y dulzura. Con Carlos Montemayor México no sólo pierde una conciencia política insobornable, un escritor irrepetible, sino nos deja a sus amigos un poco más solos. Con él, las hojas del árbol de la generación empiezan a caer. Y él era una gran hoja.


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LA POÉTICA DE LA TRADUCCIÓN EN CARLOS MONTEMAYOR

Demian Ernesto Pavón

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ada tan imposible como traducir un poema. Ergo, nada tan deseable. Este es un principio que me gustaría reconocer de inicio, pero no a manera de fatal limitación, sino como un reto que aliente nuestras aspiraciones de cambiar las rutas preestablecidas del lenguaje, de irrumpir mediante la palabra todo aquello que denominamos, precisamente, imposible. Ubiquemos desde esta perspectiva, por ejemplo, a los surrealistas, quienes para enseñarnos su postura ante la imposibilidad de la libertad, el amor y la poesía, fueron libres, amaron y existieron poéticamente. Lo imposible es solamente antelación de lo posible. La historia es testigo. El poeta norteamericano Robert Frost dijo que la traducción del poema es una forma de aminorarlo, de quitarle su esencia última. Enunciados así son repetitivos en diversos espacios concomitantes a la teoría literaria de la traducción, mismos que nos distancian de las oportunidades artísticas y reflexivas que otorga el oficio de traductor en relación a la poesía. Resulta curioso el reiterado recelo que a veces (tantas veces) el poeta ha mostrado con relación a traducción y traductores, o viceversa; de tal forma se han generado disputas entre disciplinas que nos

alejan de la proximidad del diálogo. Y sin diálogo no hay poesía ni traducción. Hay por otro lado, colaboraciones que olvidamos injustamente. Una vital es cuando el traductor conjunta su tarea con el poeta para compartir y (re)crear la belleza. Sin embargo, la belleza es difícil, como Ezra Pound dijo a W. B. Yeats, por lo que siempre es bueno entregar nuestra atención de análisis a los postulados de quienes han demostrado lo importante que es romper estructuras y prejuicios respecto a la creación literaria. Dicho lo anterior, quiero hablar del poeta, músico y luchador social chihuahuense Carlos Montemayor (Parral, Chihuahua, 13 de junio de 1947 - Ciudad de México, 28 de febrero de 2010), en su papel de traductor. **** De entrada, hay que decir que Montemayor dejó escritos dispersos a propósito de sus ideas sobre la traducción, los cuales son de gran valía una vez que pacientemente los recogemos: piedritas brillantes que guían nuestro camino. No fue como tal un teórico de la traducción , pero definió sus aproximaciones con una claridad que permite encontrar en sus

*Escritor y sociólogo. Maestro en Estudios Políticos y Sociales.


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postulados caminos nuevos en este campo. Al estilo de Michel Foucault o Paul de Man, Montemayor más que erigir un edificio teorético, buscó señalar deficiencias y peligrosas fisuras de lo preestablecido. La anterior consideración no es menor. La capacidad de discernir y discrepar sobre una teoría es crucial para el desarrollo del arte y su crítica, así como para las ciencias del lenguaje. El pensamiento no avanzaría igual sin las revelaciones que nos obsequian, en determinados momentos, los teóricos del cisma y la irrupción. Aquí ubico al bardo de Parral. No por este deslinde de lo teórico encontramos falta de sistematicidad en el pensamiento que abordamos ahora. El chihuahuense consideraba que la traducción de poesía —en este caso clásica, cabe destacar— pasa por cuatro niveles: léxico, métrico, semántico o interpretativo y poético.1 Me detendré especialmente en los últimos dos a lo largo de este texto, pero antes refiero una frase que sintetiza en mi opinión, la traducción para Carlos Montemayor: “Traducir es hacer, construir, no tan sólo verter agua de un cántaro a otro”.2 La perspectiva de este autor, que por cierto, fue alumno destacado de Rubén Bonifaz Nuño (con quien confrontó lo mismo que concordó), comenzó su andamiaje en la traducción de poemas clásicos de Grecia y Roma, así como de la tradición post-románica. Fue el primer mexicano en ofrecernos versiones sobre la poeta lírica griega Safo o en verternos los Carmina Burana, aquellos cantos goliárdicos configurados por exiliados y rebeldes monjes en un contexto, por cierto, histórica e ideológicamente represivo. Montemayor también se detuvo en la siempre imposible tarea de traducir a Virgilio, de quien nos otorgó la Égloga iv. Esta perspectiva clasicista es fundamental para comprender a un hombre de letras formado al estilo humanista antiguo: entre paciencia y silencio. Veamos otra perspectiva de su pensamiento y 1 Montemayor, Carlos. Memorias del verano. pp. 82-85. 2 Ibídem. p. 85.

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búsquedas. Fueron tema de interés para Montemayor los trashumantes que rodean —acaso eternamente— los márgenes de la sociedad, no obstante la época. Hablamos de individuos que se colocan en los márgenes de la sociedad, los olvidados de la historia, personajes que son sumamente importantes para la poesía y la literatura, pero que no siempre encuentran en la memoria colectiva un lugar. Montemayor intentó resarcir ciertos olvidos, dotándonos así de una propuesta ética en la propia traducción, que puede conducirnos a la pregunta: ¿es necesario traducir para recordar a quien hoy se encuentra en el olvido? Muchas veces este ha sido el eje rector para notables obras de traducción o re-edición de productos literarios de gran valor. En este punto, en los intereses del poeta-traductor, está una clave para explicar su camino que, en lo que a traducción respecta, nos hace cuestionarnos si trasladar un verso de un idioma a otro puede constituirse como un “rescate” o un “correcto entierro” en paráfrasis de Saint-Beuve, quien creía que hay una especie de deuda de honor en relación a nuestras influencias literarias, vivas o muertas. Este posicionamiento es una defensa. La cuestión de la defensa entonces está inmediatamente ligada a la de la traducción, ¿defensa de qué? De un estilo, de un ritmo, de cierta belleza sin igual. Defensa, en todo caso, de lo que nos conmueve . La defensa en cualquier traducción emprendida se mantiene como punto neurálgico hasta que el traductor culmina su labor, es decir, hasta entregar su producto terminado: después de ello, quien debe establecer esa defensa —o el rechazo— es el lector. Vemos ahora cómo la traducción asimismo estipula la configuración de una comunidad, como dijo el poeta galo Yves Bonnefoy. La traducción nos remite al pasado, donde encontramos a nuestros precedentes y donde nuestros herederos nos encontrarán si es que lo merecemos. En el caso presente, no conozco ningún traductor que haya realizado su labor sin el apoyo de alguien más: hasta el más ensi-


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Fotografía: Carlos Montemayor, 2009 / Cortesía de Susana de la Garza.

mismado ermitaño requiere la ayuda, la comprensión y en determinado momento, el rescate mismo de otra persona interesada en su obra. La traducción es por tanto una labor social. Por supuesto que establecer lo dicho no exime de disputas; antes, las alienta. Al encontrarnos en esta comunidad de voces cada vez más creciente, encontraremos consecutivamente puntos de ruptura con nuestros semejantes, divergencias de orden elemental. Sin construcciones desde lo opuesto, estamos condenados a la unilateralidad que más bien se aproxima al conformismo. Necesitamos la confrontación para avanzar en la vida y en la traducción; contar

con la mayor parte de puntos de vista en cualquier caso nos ayudará a realizar una traducción más rica y sólida. Estas cosas que a veces a nadie interesan, como solía decir Montemayor a propósito de lo que le interesaba, nos enseñan a comprender mejor este marco de la traducción. Un lugar aún inhóspito, reducido diría Steiner , es donde se sitúa al traductor al iniciar su labor: como un ser desprotegido, con rumbo incierto que se acentúa en su soledad cuando se adentra en la crítica y el debate. Este punto debe ser reconsiderado, sobre todo si consideramos que desde la década de 1980 (poco después a la publicación


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del mentado libro de Steiner), el oficio del traductor abrió notables rutas en diversas partes del mundo, gracias en buena parte a los esfuerzos académicos en las universidades. Si hablamos de Estados Unidos, por ejemplo, encontramos hoy una rica serie de propuestas para ensanchar no sólo los caminos de la traducción sino también su reflexión crítica en tanto teoría. Lo mismo podemos decir de países en Europa y, quisiera llamar la atención, de países de Latinoamérica que últimamente se han convertido en embajadores mundiales de la traducción, tal es el caso de México, Perú y Argentina. A esto último ha abonado mucho integrar en la cuestión el problema de la traducción indígena. La traducción requiere colocar diversas herramientas cada vez más sofisticadas para su reflexión y transición. Pese a esto, son necesarios los puntos de arranque para precisamente,no obstaculizar el fluir de las ideas, para (de)construir o desplazar (Derrida) nuestro pensamiento a propósito de la traducción. Pensar la idea de alguien más es traducir, en paráfrasis de George Steiner. En este sentido, avancemos en la traducción de las ideas de Carlos Montemayor. **** El bardo de Parral nos ofrece un parámetro de arranque que tiene que ver con su formación artística e intelectual, ligada desde su infancia a las guitarras y el canto de su pueblo. Montemayor proviene de un pequeño municipio en el Estado de Chihuahua, al norte de México: Parral. Bordeado por montes y llanura, con un río sumamente particular que atraviesa el paraje, este pueblo es característico por una lógica minera que, hasta ahora, hace andar todo rubro social. Tal recuento geográfico se vuelve importante cuando miramos que esta situación del autor es el punto de partida para posteriores reflexiones, mismas que jugaron un papel determinante en Montemayor: la desigualdad económica y de clase hizo ver al poeta

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la necesidad de escuchar las múltiples voces olvidadas. Un primer acercamiento fue mediante la música: los trovadores improvisados en las cantinas a las que acompañaba a veces a su padre, que tenían manos trabajadoras, curtidas por el tiempo y que, pese a su rigidez, eran capaces de crear una música hermosa, un lenguaje inesperado y revitalizante. Lo que es cierto es que el poeta utiliza las visiones y sensaciones de toda su vida no únicamente para erigir sus poemas, sino todo su pensamiento: hay un punto donde se concentran las experiencias, donde la información adquiere su síntesis, donde la palabra se puede desdoblar cada vez más sobre sí misma… llamemos a este punto la poesía. Y llamamos a la poesía echada a andar lo poético. La piedra angular en la poética de la traducción de Carlos Montemayor es la música. El lenguaje musical, que ofrece una precisión única, amplía las posibilidades de una comunicación entre diversos idiomas. Un ejemplo próximo es el poeta guatemalteco, Humberto Ak’Abal, recientemente fallecido y cercano a Montemayor, quien en sus poemas creaba literalmente —y con inusitada belleza— cantos de pájaros de la selva: escucharlo era una verdadera experiencia vital, dado que Ak’Abal supo escuchar a los pájaros para dialogar con ellos mediante la descomposición del lenguaje humano, recompuso el lenguaje originario de las aves con graznidos, susurros, silbidos y, por supuesto, un canto que hoy podemos catalogar de inigualable. Pero también están Homero, que no escribió ni su nombre y todo lo cantó como un estupendo clérigo, diría Borges;3 o los trovadores, que se dedicaron a conjuntar la melodía con la palabra en la Edad Media. En tenor de esto, recordemos que José Emilio Pacheco señalaba, con cierta preocupación, la pérdida del componente musical en la poesía, no sólo por la desaparición de la rima, sino por la llegada de nuevas tecnologías que en su inmediatez, descuidan el tiempo que requiere la sonoridad, el lirismo (2008). La música es, en cual3 Ibídem. p. 87.


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quier caso, un sustento de la poesía: cuando el poema alcanza su máximo brillo es cuando se convierte en tonalidades armónicas en el cerebro, sin la necesidad de una reacción física para ello. La poesía activa las zonas del cerebro musicales, no es completamente lenguaje. Ahora, es importante considerar en traducción —sobre todo en poesía—, que si la musicalidad de un poema desaparece, la tarea es fallida. Por otra parte, la obsesión por alcanzar una música exacta también puede resultar perniciosa. Ejemplo de ello han sido las constantes aseveraciones sobre la poesía de Friedrich Hölderlin, que se clasifica muchas veces como intraducible. O recordemos a Dante y su Comedia que, conforme pasa el tiempo, encuentra en el idioma español diferente interpretación más que del poema, de la música del poema: hoy tenemos una nueva traducción notable, sumamente ponderada por la crítica especializada, del español José María Micó, quien no se rompe la cabeza otorgándonos una versión exacta de la rítmica del Dolce Stil Novo, sino que transmite una tonalidad fresca, actual y acorde a nuestro tiempo del inmortal poema del florentino. Es verdad que la traducción nos evoca la lección primaria del Oráculo de Delfos: Nada en demasía. A propósito de la relación musical entorno al aura de Montemayor, señala el periodista mexicano Pablo Espinosa, su amigo y biógrafo: La voz es el sonido de nuestra especie: así suena el cuerpo humano, así vibra la realidad humana. Es la fuerza de la tribu. El canto convoca a toda la especie y esa es toda la gracia del arte, vocal en sus distintos momentos, espacios, alturas, fortaleza o suavidad. La música vocal es la que comunica más rápida y profundamente a los humanos. Es la esencia de lo que somos. Es por eso que Carlos Montemayor cantaba.4

Al referirse al canto, Espinosa no solamente hablaba de la condición de tenor que Montemayor ejerció en 4 Espinosa, Pablo. El canto del aeda: Testimonio de Carlos Montemayor. p. 51.

vida. También hablaba de la posibilidad de la música en la poesía y en relación a nuestro tema, en la traducción. La práctica de la traducción poética es vista desde su dimensión musical como reto creativo en primera instancia, más allá de la transmisión del sentido lógico. Una pregunta necesaria: ¿por qué no empezar la traducción del poema, primero asimilando la melodía que nos ofrecen las palabras, incluso antes de comprenderlas? La sensación es aquí lo primordial, lo universal que permanece, lo que nos invita después a la comprensión de la realidad del Otro. Justo es este el segmento donde se empalman lo poético y la traducción en Montemayor, en la necesidad de la poesía vista como un vínculo de conocimiento sobre lo humano. Así, el traductor del poema requiere ser poético, más que poeta diría yo en relación al argumento de Octavio Paz (1971), quien aseveró que el traductor debe ser poeta (aunque tal vez Paz pensaba que hay que evocar nuestra esencia poética —que todos tenemos, según Hölderlin—). El traductor, al momento de traducir poesía necesita de lo poético en su labor, fuera de ello puede seguir su vida normalmente pero en ese momento es indispensable. La cuestión en sí, es la capacidad de re-creación, que no es repetición ni verter algo de un lado a otro. La traducción poética, en la misma línea argumentativa, no requiere poetas (aunque tampoco los excluye), sino seres capaces de evocar la poesía. La traducción, me ha comentado el poeta mexicano Pedro Serrano, puede ser considerada un regalo antes que cualquier cosa, un regalo que se supone un traslado tiempo/espacio: la traducción consuma su propio fin para llegar de un lector de una lengua a otra. Este viaje siempre es mágico y misterioso. Traducir es llevar un obsequio que abre los límites del lenguaje, que no cierra sino que libera posibilidades, que por ello introduce complejidad a lo humano. Al respecto del nivel poético en la traducción, Montemayor dice: …es el más importante: el nivel poético. Ni la fidelidad léxica, ni la fidelidad métrica, ni la abundante información histórica


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o filológica, dan como resultado, sumadas, un poema, un texto con valor poético, no. La traducción de la belleza no existe, hay que volverla a crear por los mismos inciertos y sorpresivos caminos que cualquier obra literaria. De ahí que sea de vital importancia que un poeta traduzca a otro poeta; de ahí que la suma de las palabras no sea siempre igual a un poema. En este sentido, sólo el poema mismo contiene su belleza y en él la hallamos; fuera de él, sólo nos acercaría a su grandeza la lectura de varias traducciones de distintas épocas y distintos metros, como si a través de muchos sonidos y compases familiares nos acercáramos con asombro a intuir la melodía de que emanan.5

No estoy seguro si Montemayor, al igual que Octavio Paz, optaba por un poeta traductor, pero la posibilidad está abierta a críticas. Yo no decanto por opción alguna, aunque he aprendido que la traducción, como Pound aseveró, es un estupendo ejercicio para los poetas que comienzan su formación. Insisto en que estos argumentos pueden excluir más que mostrar puntos de acuerdo, por ello hay que aprender a desmenuzarlos, poniéndolos a prueba con más crítica que ideología. Aquí lo destacable es la importancia de recrear una belleza que resguarde un sentido poético y que, además, sea rigurosa filológicamente pues el rigor con la palabra siempre es una exigencia, como reconoce Père Gimferrer a propósito de los alcances de Martín de Riquer (De Riquer, 2011). No debe jamás olvidarse que sin rigor léxico y gramatical no tendríamos traducción alguna. Pero tampoco hay que descuidar la música: la música ante todo, lo demás es sólo literatura, diría Paul Verlaine. En paralelo a este argumento, destaca que el poeta y traductor Andrés Sánchez Robayna, acota que la condición literaria de la traducción es indispensable: Es evidente que los textos literarios necesitan —y aun exigen— traducciones literarias, y bien sabemos todos que con demasiada frecuencia de filología se contenta con la traslación de valores estrictamente semánticos en detrimento de los estéticos. […] Apartar, en el proceso de traducción, todos aquellos elementos de carácter creativo que forman parte de la operación traductora misma, constituye una renuncia cuyo resultado más inmediato es una de las formas menos

5 Montemayor, Carlos. Memorias del verano. pp. 82-85.

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inocentes de la infidelidad al texto de origen.6

Ya sea lo literario o lo poético, la idea de fondo expuesta es que el detonante creativo y lírico no debe sacrificarse en ningún momento en la traducción. En todo caso, el viejo conflicto entre la rigurosidad y el sentido estético puede revolverse con reciprocidad, prudencia y sobre todo, incesante reflexión. El traductor no puede dormirse en sus laureles, la poesía es sin duda, una musa celosa: el tiempo es capaz de arrebatar fácilmente los esfuerzos de quien trabaja en una traducción, si no encontramos una revisión constante del propio trabajo, una autocrítica. ¿De qué punto partir y hacia dónde pretendemos llegar? Son preguntas que pueden resultar agobiantes para quienes buscamos entablar vasos comunicantes entre idiomas, entre mundos. Esto tiene que ver en buena medida con la producción teórica sobre la traducción, rebasada por la práctica. A propósito de ello, Steiner nos dice: La traducción no ha sido un tema de primera importancia en la historia y la teoría de la literatura. En el mejor de los casos, ha figurado en ella de un modo marginal. La única excepción constituye el estudio de la transmisión y la interpretación del canon bíblico. Pero se trata de un terreno especial no es más que un aspecto del sistema más vasto de la exégesis. […] la descripción que hizo Valery Larbaud del traductor como un mendigo a las puertas de la iglesia es muy cierta.7

Montemayor por su parte, reconocía el conflictivo escenario que supone comenzar a traducir. Aprendió de T. S. Eliot y Ezra Pound las “Traslucencias”, que van más allá de una mera traducción, dado que se instauran en un respecto del pasado que se proyecta en el presente para resignificar la palabra del poema. El chihuahuense usa este argumento para ir más allá y dice: En mis traducciones de poesía indígena no iría mucho la idea. Si pensáramos en lengua inglesa, traslucencias, versos

6 Sánchez Robayna, Andrés. Ars poética: versiones de poesía moderna. pp. 15-16. 7 Steiner, George. Después de Babel: Aspectos del lenguaje y la traducción. p. 278.


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traslúcidos o traducciones traslúcidas. Yo prefiero algo más comprometedor: versiones cómplices. Mis traducciones de poesía indígena son versiones cómplices. Me uno a esa clandestinidad, a esa resistencia cultural. Finalmente, esa capacidad del tejido translúcido nace de la complicidad más diáfana.8

Con ello, me dirijo a una cuestión que no únicamente en la traducción ha sido relegada y que hoy necesita ser atendida: ¿desde dónde se coloca el traductor (cultural, histórica, políticamente) al momento de realizar su labor? Montemayor aboga por generar consciencia en este ámbito, al tiempo que denuncia las omisiones que muchas veces los escritores tienen al elaborar una traducción sin antes conocer el universo, la cosmovisión del poeta y del poema que se busca abordar. ¿Por qué no hablar de una epistemología de la traducción? Encuentro el debate necesario y en más de un sentido, abierto a nuestro contexto actual. Para elaborar un trabajo de traducción es indispensable saber de qué saberes partimos, cómo fueron constituidos y hacia qué aspiramos, tanto en la práctica como en la teoría. No estamos ya en tiempo de omitir cuestionar los saberes y valores preestablecidos. Las epistemes son construidas en determinados marcos históricos, para atender necesidades específicas que por supuesto, no son eternas. Sería un error imperdonable no revisar las teorías que buscamos confrontar. Sería también un error pretender que el trabajo del traductor está determinado por lógicas firmes e incuestionables. El mundo que vivimos hoy no puede entenderse sin una composición múltiple de visiones que, más allá de imponerse una sobre otra, puedan generar en nuestro criterio aprendizaje y comprensión. Nuestro poeta entendió esto en diversas formas que se muestran explícitamente en su obra literaria y naturalmente, en sus traducciones, pero me gustaría, antes de acotar argumentos al respecto, volver la vista 8 Espinosa, Pablo. El canto del aeda: Testimonio de Carlos Montemayor. pp. 110-111.

sobre el compromiso que tuvo Montemayor con los poetas indígenas de nuestro país y sobre todo, con la literatura que de ahí emana. Una literatura que se ha desarrollado en las sombras durante siglos y que hoy, pese a notorias deudas, brilla más que nunca. El libro Encuentros en Oaxaca (1995), un diario de viaje, es de enorme valía para comprender la complejidad que implica no sólo traducir a otro idioma, sino reconocer las problemáticas que están dentro y fuera de un lenguaje distinto al de nosotros. Los pueblos indígenas de México, olvidados y reprimidos sistemáticamente por el Estado y por la sociedad en México, viven un exilio literario que tiene mucho qué ver con el trato que les dan las personas que investigan su situación: “Los indígenas desconfían porque muchos llegan a trabajar con ellos, pero al final trabajan sobre ellos. Debes ser muy sincero al exponer tus objetivos para que decidan si aceptan o no.”9 En este sentido, más que generar empatía, es necesario escuchar, mirar, conocer lo que el Otro vive, y sobrevive. ¿Por qué escriben los indígenas en sus lenguas antes que en español? Porque la poesía habita en ellos, desde su circunstancia, tanto como en cualquiera de nosotros. Y más que poesía, el cuento, la novela, etc., lo justo sería decir, manifestaciones de lo bello. Sin embargo, su posición y ambiciones son particulares, pues en su caso, muchas veces la escritura parte directamente de la denuncia, de postulados más éticos que estéticos. Escribir es siempre defender una identidad que tiene su primer hogar en el lenguaje, tanto más si esto se parte de una denuncia histórica. Este tipo de manifestaciones literarias nos pueden dejar perplejos, alejarnos por nuestro occidentalismo, pero si antes comprendemos que en esta poesía hay una defensa del lenguaje, de la identidad y de la historia de los pueblos, tal vez el acercamiento sea fortuito. Así lo fue el viaje de Carlos Montemayor a Oaxaca, que lo marcó definitivamente en 9 Montemayor, Carlos. Encuentros en Oaxaca. p. 8.


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un momento de su carrera que podríamos llamar decisivo, puesto que acotó sus intereses intelectuales en la búsqueda por el reconocimiento de las denuncias de estas voces tan acalladas. No le dio voz a los oprimidos, hizo algo más valioso —en paráfrasis a Michel Onfray—, se colocó a su lado. ¿Qué tiene qué ver esto con la traducción? Una cuestión de suma importancia, el reconocimiento de las condiciones históricas del texto al que nos enfrentamos, que mucho tiene qué ver con el sentido final de nuestro trabajo. Soslayar esto, además de problemático en el nivel lingüístico, es muestra de inhumanidad. Aquí resalta el tercer nivel de la traducción que propone Montemayor: El tercer nivel, acaso el más amplio y decisivo, es el que corresponde, primero, a la interpretación y la comprensión de imágenes, de sintaxis, de conceptos, de supuestos ideológicos y, segundo, del reconocimiento del sustrato conceptual o histórico del poema. Este nivel constituye el origen y razón de las numerosas interpretaciones, estudios, historias, análisis o teorías que rodean a una obra antigua de una profusa información que en ocasiones la esconde y en otras la ilumina no sólo como a palabras, sino como al mundo que forma y del que emerge.10

Esta es una perspectiva que invita al pensamiento complejo, en términos de Edgar Morin o Hugo Zemelman, es decir, va a la búsqueda de reflexionar contemplando múltiples perspectivas, donde cada uno es una oportunidad de aproximarnos a la verdad. Esta es una apuesta que invita a la traducción multidisciplinaria, apoyándonos en diversas formas de conocimiento, no todas académicas necesariamente. Sobre la pertinencia de los diversos puntos de vista, Sánchez Robayna nos relata: Pudimos en ese momento constatar, a través de los diversos estimulantes intercambios propiciados por reuniones fonográficamente encuadradas en la traducción literaria, cómo ésta se ha convertido en el centro mismo o el punto de convergencia de un muy diverso conjunto de otras disciplinas. Si la traducción es el campo de reflexión específico de la traductología, también la crítica y la teoría literaria tienen

10 Montemayor, Carlos. Memorias del verano. p. 84.

Fotografía: Carlos Montemayor en la entrega del Premio Nacional de Ciencias y Artes, diciembre de 2009 / Cortesía de Victoria Montemayor.

mucho qué aportar en él, por no hablar de la lingüística y de la literatura comparada. 11

Por no hablar también, añadiría yo, de la antropología, la filosofía, sociología y el apoyo que sea necesario propicio para llegar a un mejor entendimiento del texto y de las condiciones en las que se creó. En el tenor de las traducciones en lengua indígena, hay una consideración adicional: los traductores indígenas se han visto obligados a traducirse a sí mismos.12 Este es un factor crucial que nos invita a reflexionar ¿por qué cierta literatura es sumamente abordada y otra es arrastrada al olvido? No siempre tiene que ver únicamente con la estética, o el arte que pueda significar el texto: hay condiciones históricas que determinan el paso del tiempo en los poemas. A medida que comprendamos mejor esto, nos podemos adentrar también en factores cruciales para entablar vasos comunicantes. El debate, el análisis y la crítica, pero sobre todo, las acciones políticas nos muestran que hay todavía mucho qué hacer. El problema se 11 Sánchez Robayna, Andrés. Ars poética: versiones de poesía moderna. 12 Espinosa, Pablo. El canto del aeda: Testimonio de Carlos Montemayor. xiii.


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preclaros en que el idioma representa la vida misma de los pueblos.13

Fotografía: Carlos Montemayor, diciembre de 2008 / Cortesía de Victoria Montemayor.

extiende a lo multicultural, que es el debate en boga hoy en prácticamente todo el mundo: ¿qué tan atentos somos y seremos para comprender a quienes no son iguales a nosotros, a quienes piensan distinto, a quienes tienen tradiciones que no comprendemos? El papel del traductor, como ha repetido una y otra vez Miguel León Portilla, es políticamente crucial para entender el desarrollo histórico y sobre todo, la resistencia de los pueblos oprimidos. Tras esto podemos comenzar a repensar la politicidad de la traducción, el peso directo que tiene cada palabra y cada espacio en blanco. El silencio que puede devenir complicidad ante marcos de injusticia, el habla que puede intervenir en la realidad para hacerla más justa, más vivible. En este tenor se instaura lo dicho en palabras del poeta nacido en Parral:

Las culturas de México permanecen vivas entre otras causas por el aporte esencial del idioma, por la función que desempeña en numerosos aspectos sociales. En los momentos precisos en que la ritualización de la vida civil, agrícola, política, religiosa exige una elevación de concepto, un reconocimiento de la dignidad de la vida de la comunidad, aparece el idioma indígena: poderoso, musical, oculto como parte del rumor del viento en las más escapadas montañas del país o en los más secos valles. Esta relación entre los enclaves sociales de resistencia cultural y el uso de la lengua aun en comunidades donde el bilingüismo se acrecienta, es uno de los casos

Es bueno así pensar a la traducción: una forma de preservar y reproducir la vida misma de los pueblos, de las tradiciones, de lo que nos han enseñado que es la poesía. Está cercana la idea de Yves Bonnefoy, quien pensaba que la traducción es un acompañamiento, un lugar de confluencia y la indicación de un camino.14 Traducir más que ser un Otro, es preocuparse por el Otro. Un Otro que desconocemos, pero que en lo esencial, nos impulsa desde el anonimato. En este caso, la traducción también es un sacrificio por alguien o mejor dicho, por algo; aquel sacrificio que está detrás de toda poesía diría Percy Shelley. Y más allá de cualquier dejo idealista, podemos decir que sin la colaboración entre colegas y comunidades, podemos darnos por perdidos cuando queramos abrirlos límites del lenguaje, que son los límites de nuestro mundo. **** Los dos niveles que he expresado, el musical y la colocación/posición del traductor, dan pie para argumentar una poética de la traducción en Carlos Montemayor, misma que sostiene los caracteres artísticos y estéticos de la palabra en un pastiche con su devenir histórico, su situación. Por supuesto, lo mencionado aquí aún son meras semillas que ya han demostrado su efectividad pero que requieren sofisticarse, trabajarse sistemáticamente. Me gustaría posteriormente elaborar una teoría poética con la adscripción de otras teorías que entren de invitadas, ya sean compaginadas o contradictorias: lo importante es hacer hablar a las voces y avanzar. Si bien, aún no es usual encontrar esta armonía entre perspectivas, sobre todo cuando disciernen, ge13 Ibídem. vii. 14 Sánchez Robayna, Andrés. Ars poética: versiones de poesía moderna. p. 390.


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neralmente por absurdas antipatías entre disciplinas, siempre podemos reivindicarnos, no sólo por el bien de la literatura sino de la sociedad misma. Recordemos la frase de Steiner: “No es exagerado decir que poseemos civilización porque hemos podido traducir a través del tiempo”.15 La primera vez que leí estas palabras, las consideré honestamente producto del sentimentalismo. Hoy que escribo esto, encuentro tanta razón en ellas que es preocupante, dada nuestra actual incapacidad para entendernos los unos a los otros, ya no digamos en diversos idiomas, sino en el propio. Este ensayo argumenta que el acto de traducir poesía implica compromiso con la música, siempre en sintonía con la comprensión del Otro que la realiza, de su circunstancia. Hay que aprender luego a colocarse lo más posible junto quien se traduce. A mi gusto, la traducción alcanza su imposible perfección en el momento en que estos dos márgenes se compaginan. Esto podría resumir la labor de un traductor que dedicó su vida a traducir algo más que las palabras, pues se dedicó a traducir la voz de los pueblos y de las personas con el entendido de la particularidad entre una y otra cuestión, entregándose vitalmente para contar historias que nos definen en tanto individuos y sociedad. No quiero dejar de lado que Carlos Montemayor nos ha enseñado que el traducir es y debe ser antes que nada, un acto que provenga de lo humano. Digo esto para ponderemos el factor humanidad en los textos independientemente las palabras, sus reglas y sistemas. La traducción entonces se erige como uno de los trabajos de la humanidad ligados a lo imposible. Habría que decir, que lo imposible y lo irrealizable son por definición, categorías diferentes. Y que nada hay más poético que la realización de un imposible.

15 Steiner, George. Después de Babel: Aspectos del lenguaje y la traducción. p. 31.

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Bibliografía Carretro Rangel, Reyna (2012) La comunidad trashumante y hospitalaria como identidad narrativa. México. El Colegio de Michoacán/ Fideicomiso Teixidor. De Riquer, Martín (2011), Los trovadores, Ariel, España. Espinosa, Pablo (2015), El canto del aeda: Testimonio de Carlos Montemayor, México, Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL). Montemayor, Carlos (1999), Memorias del verano, México, issste. Montemayor, Carlos (1995), Encuentros en Oaxaca, México, Aldvs. Paz, Octavio (1971), Traducción: literatura y literalidad, en El reverso del tapiz : Antología de textos teóricos latinoamericanos sobre la traducción literaria; Budapest, Eötvös József, 2003, pp. 157-166. Otra ed.: Barcelona, Tusquets. Pound, Ezra, (1975) El arte de la poesía, México, Joaquín Mortiz. Sánchez Robayna, Andrés, (2011) Ars poética: versiones de poesía moderna, Valencia, España, PRE-TEXTOS. Serrano, Pedro (2015). Defensas. México. conaculta-Fractal. Steiner, George (2001), Después de Babel: Aspectos del lenguaje y la traducción, México, Fondo de Cultura Económica. Artículos consultados Pacheco, José Emilio (2008), “Ovidio en el Ipod” en Letras libres, s/d, publicado el 31 de enero de 2008. DOI: https://www.letraslibres. com/mexico-espana/ovidio-en-el-ipod Rato, Mario Antolín, “Lost in traslation", en El trujamán: Revista diaria de traducción, s/d, publicado el Viernes, 10 de agosto de 2012. DOI: https://cvc.cervantes.es/trujaman/anteriores/agosto_12/10082012. htm


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EL AURA Y LOS ASPECTOS RITUALES DEL PENSAMIENTO DE WALTER BENJAMÍN EN LA NOVELA GUERRA EN EL PARAÍSO DE CARLOS MONTEMAYOR

E

n la mayoría de los estudios, tesis, presentaciones, prólogos, entre otros textos que abordan la novela Guerra en el Paraíso de Carlos Montemayor mencionan el contexto histórico en el cual se desarrolla la trama de la obra y el momento en el cual fue escrito por el poeta chihuahuense este libro —el más destacado dentro de su narrativa— según llegó a expresar el mismo escritor. Abordar esta obra literatura de Montemayor y no considerar estos elementos sociales, históricos y políticos es arriesgarse a tener análisis superficiales de esa novela, ya que ésta busca generar conciencia sobre los hechos sangrientos de la Guerra Sucia y de la represión actual del Estado mexicano: “el discurso político de la novela Guerra en el Paraíso es empleado estratégicamente por Montemayor para legitimar la identidad ideológica del movimiento guerrillero, y que en la identidad que el escritor proyecta en el movimiento social, se percibe la esencia de rasgos y valores universales que deben formar parte en la generación de una nueva conciencia social”.1 Sin embargo, a pesar del enorme peso político que tiene esta novela, otra característica que le permite mantenerse vigente en nuestros días, es el tratamiento estructural y estético que Montemayor le dedicó a aquel acontecimiento violento desde una “mirada homérica” y trágica al estilo de Esquilo, esto contribuyó a que esta obra se alejase de lo panfletario y a la vez no caer en el otro extremo como ser sólo literatura de evasión. A pesar de que se narra una lucha sangrienta entre guerrilleros y el Ejército

Mexicano, el escritor no deja de un lado su voz poética: “Incursiono en muchos géneros, pero yo creo que fundamentalmente soy poeta, veo con ojos de poeta todos los géneros; mis ensayos están afincados fundamentalmente en la perspectiva poética y casi todas mis referencias son de poetas clásicos, griegos, latinos, medievales, contemporáneos”.2 En uno de sus artes poéticas, el escritor encuentra en la poesía más importante la expresión del “cómo” que la del “qué”: “Mas cierta vez, comiendo un persimonio de mi pueblo/ dijo sin darse cuenta, / que sabía como a durazno y ciruela. / Porque desconocía esa fruta, / no dijo lo que era, sino cómo era” .3 En este sentido, Guerra en el Paraíso es una obra en la cual, a pesar de nutrirse de una amplia investigación periodística y de testimonios orales, hay un esfuerzo de una prosa poética por intentar narrar y describir “cómo” sucedió la guerrilla en Guerrero con Lucio Cabañas, por eso es recurrente encontrar analogías de los personajes con el coro del teatro esquileo, héroes trágicos o épicos, un espacio vigoroso y simbólico. Por este motivo, también hay un narrador que quizá no nos diga la verdad objetiva de los hechos de aquel enfrentamiento, pero esto no impide que deje de ser un relato honesto, además de que el escritor jugó con una enorme diversidad de voces para contrastar diversas versiones de ese hecho histórico como la de los soldados, políticos, periodistas, campesinos, mujeres, niños, etc. Considerar tanto las características políticas, sociales, históricas y estéticas de la novela nos permite

1 Flores, Mario Agustín e Iram Evangelista. “Ideología y guerrilla en el discurso político de Guerra en el Paraíso de Carlos Montemayor”. Acta Sociológica. p. 34.

2 Lemus, Silvia. “Entrevista a Carlos Montemayor 1-5”. Tratos y retratos. 4:49-5:12. 3 Montemayor, Carlos. Poesía 1977-1994. p. 67.


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Carlos Franco, César Antonio Sotelo Gutiérrez acercarnos a su “aura”, a aquella ritualidad originaria que propone Walter Benjamín, y la cual, según Bolívar Echeverría, consiste en: “El aura de una obra humana consiste en el carácter irrepetible y perenne de su unicidad o singularidad, carácter que proviene del hecho de que lo valioso en ella reside en que fue el lugar en el que, en un momento único, aconteció una epifanía o revelación”.4 El origen de Guerra en el Paraíso se encuentra en los años posteriores de algunos de los levantamientos guerrilleros más importantes para México, como el Asalto al cuartel Madera, la lucha armada de Genaro Vázquez (que luego retomó Lucio Cabañas), las guerrillas urbanas, entre muchas más insurrecciones de grupos populares, que se dieron no sólo en el país sino en todo el mundo. Montemayor publica la primera edición de esta novela en 1991, a casi dos décadas de la muerte de Lucio Cabañas, pero a sólo unos pocos años del surgimiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (ezln) en Chiapas, del cual el poeta chihuahuense se dedicó a describir, documentar e interpretar este fenómeno que ha marcado inclusive la vida pública de los últimos años. Es importante contemplar estos acontecimientos para comprender el momento en el que se está escribiendo y surge Guerra en el Paraíso, una de las novelas más importantes sobre la guerrilla en nuestro país y en Latinoamérica. Estos hechos nos permiten ver esa autenticidad de la obra ya que: “el aquí y ahora de la obra de arte, su existencia única en el lugar donde se encuentra. La historia a la que una obra de arte 4 Benjamín, Walter. La obra de arte en la época de su reproductibilidad. “Introducción”. p. 16.

ha estado sometida a lo largo de su permanencia es algo que atañe exclusivamente a ésta su existencia única”.5 Por lo cual, la obra de Montemayor se distingue de otros libros por estos acontecimientos e incluso de otras obras sobre guerrilla, ya que el poeta logró acceder a un bagaje documental y de testimonios, a los cuales ya no tenemos acceso y, aunque lo consiguiésemos (en el caos de las declaraciones) no corresponderán a lo que recordaban hace más de 30 años. Además, su interés por escribir sobre la guerrilla también tuvo influencia de algunas de sus amistades, quienes participaron en el Asalto al Cuartel Madera en 1965. Tras el asesinato de aquellos jóvenes en aquel levantamiento, los medios de comunicación emplearon adjetivos como gavilleros, robavacas, gatilleros y delincuentes, lo cual indignó tanto al escritor que, para reivindicar la lucha de sus compañeros, terminó por escribir Las armas del alba: En la peor tradición del periodismo mexicano de la época, los diarios no escatimaban denuestos contra los insurgentes caídos. Se les acusaba de ser gavilleros, asaltantes, robavacas, gatilleros y delincuentes. Montemayor no daba crédito de lo que sus ojos leían. En sus entrañas, el desconcierto caminó de la mano de la rabia. Carlos sabía que esos señalamientos eran falsos. Él conocía su honradez, compromiso, honestidad, inteligencia y limpieza.6

Este acontecimiento enmarca la vida y obra de Montemayor, su necesidad de sublimación de sus pulsiones ante las injusticias que le afectaron en su tiempo y que, con su trabajo como escritor, encontró el modo a través de la literatura de reivindicar otras voces y la 5 Ibídem. p. 42 6 Hernández Navarro, Luis. “Carlos Montemayor, habitar la vida”. La Jornada. *Periodista, escritor y ensayista.

*Doctor, investigador y catedrático de la Universidad Autónoma de Chihuahua.


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Carlos Montemayor

Fotografía: Carlos Montemayor con Donald Frischmann revisando textos para el libro Words of the True Peoples en el estudio de su casa en la calle Retorno 813, en Calzada de Tlalpan, CDMX

dignidad de estos grupos insurgentes sesgados por el discurso oficial. Esta idea de Walter Benjamín sobre cómo se crea una obra de arte, nos remite a La insoportable levedad del ser de Milan Kundera, en donde el autor critica el eterno retorno de Nietzsche: “Si cada uno de los instantes de nuestra vida se va a repetir infinitas veces, estamos clavados a la eternidad como Jesucristo a la cruz. La imagen es terrible. En el mundo del eterno retorno descansa sobre cada gesto el peso de una insoportable responsabilidad”.7 “Con la historia sucede algo semejante a lo que ocurre con la vida. La historia de los checos es sólo una. Un día concluirá, igual que la vida de Tomás, y nunca podrá ya repetir-

se por segunda vez”.8 Desde esta noción del tiempo expuesta por Benjamín y ejemplificada por Kundera, nos obliga a enfocarnos en que cada acontecimiento que rodea el contexto de la obra de Montemyor y en sí a la misma novela, pues son irrepetibles y por consiguiente son hechos históricos sui generis que sólo se han dado en alguna región de México y en un cierto momento de la historia. A pesar de la distancia que tiene la lucha de Lucio Cabañas con el año de la publicación de Guerra en el Paraíso, no deja de pertenecer al contexto en el que se escribiera la obra, ya que, como asevera Benedetto Croce toda historia es contemporánea “Como bien lo señala un clásico, Benedetto Croce, a fin de cuen-

7 Kundera, Milan. La insoportable levedad del ser. p. 10-11.

8 Ibídem. pp. 233-234.


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tas toda historia es contemporánea. Escriba sobre lo que escriba y lo haga desde el punto de vista que lo hiciere”9 y, además, porque varios de las problemáticas de la Guerra Sucia siguen vigentes desde el asesinato de Lucio hasta nuestros días. En este sentido, la obra cumple con un papel fundamental acerca de su autenticidad, ya que nos sigue remontando al origen de cuando fue escrito el libro, uno en el cual, la guerrilla continuaba en el territorio con fuerza y la cual a la vez era una extensión de luchas generacionales pasadas, las cuales heredan y siguen heredando un proyecto para la justicia de los sectores más vulnerables. Por ejemplo, en la insurgencia Zapatista de los años 90s, explica el mismo Montemayor que, para comprender este fenómeno social, debemos considerar causas muy particulares sobre éste como: “En el conflicto zapatista de Chiapas confluyen procesos de naturaleza muy diversa: agraria, social, económica e incluso religiosa”.10 Sin embargo, a pesar de las particularidades de este movimiento armado, el escritor encontró la necesidad de escribir sobre la guerrilla en Guerrero, la cual le pareció que tiene una relación importante con el ezln, como un antecedente de ese grupo: “Dos o tres amigos lo veían como una secuela de Guerra en el Paraíso. Sin embargo, para mí fue muy impactante la fuerza nítida con que el sureste mexicano se me aparecía en el relato”.11 Ese acontecimiento en Chiapas es relevante para dimensionar la historia que rodea un libro como Guerra en el Paraíso. Montemayor cuenta su proceso de cómo fue escribiendo y redactando esta novela en sus ensayos de Chiapas, la rebelión indígena de México:

En el otoño de 1988, por ejemplo, en una casa de Coyoacán conocí a un militar británico que visitaba la ciudad de México. Durante la comida, nuestros amigos me preguntaron, entre otros temas, por la novela que en ese tiempo estaba yo escribiendo, que era Guerra en el Paraíso, y comenté algunos rasgos generales del movimiento campesino de Lucio Caba-

9 Cit. por Meyer, p. 17. 10 Montemayor, Carlos. La guerrilla recurrente. p. 11. 11 Montemayor, Carlos. Chiapas, la rebelión indígena de México. p. 29.

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ñas. —Era terrorista —concluyó el militar británico. —No, por supuesto que no —respondí. Traté de explicar la lucha armada de varios cientos de campesinos que encabezó Lucio Cabañas en la sierra sur del estado de Guerrero de 1967 a 1974. Me parecía evidente que la lucha había sido provocada por las autoridades del estado y por la represión política.12

Por lo tanto, el escritor al mencionar el proceso de su novela, ya nos brinda las referencias del contexto en el cual se fue armando su narrativa sobre la guerrilla de Lucio Cabañas. Si bien faltarían más hechos para abarcar una de manera más cabal sobre el contexto en el que nace la obra, desde que empezó su redacción, desde antes de 1987, ya que en ese año, hay una foto capturada en donde se observa al escritor tomando apuntes bajo un árbol frondoso de numerosas ramas en Guerrero, hasta el año de 1991 cuando vio la luz y la continuación de otras publicaciones, ya que en la primera la novela concluye con un punto final y en las siguientes reimpresiones y ediciones, algunas de éstas ya no tienen ese signo. Quizás, esa expresión que tiene una función metalingüística, fue con la intención del escritor para referirse a una lucha que no ha terminado, a esa guerrilla recurrente; empero, este tipo de modificaciones, no dejan de obedecer a la autenticidad de la novela como refiere Benjamín: “La historia a la que una obra de arte ha estado sometida a lo largo de su permanencia es algo que atañe exclusivamente a ésta, su existencia única. Dentro de esa historia se encuentran lo mismo las transformaciones que ha sufrido en su estructura física a lo largo del tiempo”.13 Guerra en el Paraíso es una novela que sólo era posible escribirla después de más de una década de que “finalizara” la guerrilla de Lucio Cabañas, ya que, de otra manera, novelar por primera vez los acontecimientos de la Guerra Sucia en Guerrero, era un riesgo para la vida de cualquier escritor, incluso lo fue para Montemayor en su momento, ya que, en una 12 Ibídem. p. 15. 13 Walter, Benjamín. La obra de arte en la época de su reproductibilidad. p. 42.


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declaración asevera que sus novelas, al pretender ser una primera reformulación histórica de un hecho, la información que lograba conseguir podía conllevar un enorme grado de peligrosidad:

No me propongo escribir novelas que reformulen o replanteen una visión historiográfica ya establecida. Mis novelas no constituyen una reformulación de periodos históricos ya analizados previamente por especialistas; no escribo novelas históricas que ofrezcan sólo interpretaciones nuevas. El tipo de novela que propongo es aquella que constituye en sí misma la primera formulación histórica y narrativa de los hechos. Mis novelas son la primera formulación de los procesos históricos que trato. Me ocupo de temas y hechos sociales relevantes que no han sido tratados por historiadores ni especialistas ya sea por su complejidad política, por la peligrosidad de la información militar o por la dificultad de penetrar en ciertos círculos sociales o clandestinos.14

Desde esta cita, el aura de esta obra de Montemayor, también tiene un sentido ritual, como afirma Benjamín:

Las obras de arte más antiguas nacieron al servicio de un ritual que fue primero mágico y, en un segundo tiempo, religioso. Pero […] este modo aurático de existencia de la obra de arte nunca queda del todo desligado de su función ritual. Dicho en otras palabras: el valor único de la obra de arte «auténtica» se encuentra en todo caso teológicamente fundado.15

Esta ritualidad en la novela se halla en la base trágica esquilea, con la cual fue pensada, como afirmó el mismo Montemayor: “Los escritores clásicos griegos son fundamentales. Puedo decirle que la estructura de Guerra en el Paraíso proviene de dos lecturas principales: La Ilíada de Homero y las tragedias de Esquilo”.16 Recordemos que la tragedia griega funcionaba como parte de los rituales de la población de la Antigua Grecia, ya que, desde su origen en las fiestas báquicas según Nietzsche o en los cantos fú14 Montemayor, Carlos. “La memoria literaria y la historia”. Acta Sociológica. p. 107. 15 Benjamín, Walter. La obra de arte en la época de su reproductibilidad. p. 49-50. 16 Arenas Monreal, Rogelio y Gabriela Olivares Torres. La voz a ti debida: conversaciones con escritores mexicanos. p. 79.

nebres como asevera Ismaíl Kadaré,17 había una búsqueda por religar la vida humana con lo sagrado y lo divino a través de la catarsis: “los elementos rituales de la tragedia griega, que se presentan en conexión con el lenguaje poético y la finalidad dramática del espectáculo teatral”.18 De igual modo Guerra en el Paraíso cuenta con estos elementos, como los coros y la prosa poética, además de que la vida de Lucio es la de un héroe trágico que logra trasmitir esa catarsis a los lectores, quienes son como los nuevos espectadores del teatro. Montemayor llegó a escribir su primera obra Las llaves de Urgell y los Cuentos gnósticos, empleando símbolos esotéricos y religiosos, de una ritualidad que forma parte de tradiciones como la hebrea, griega, de culturas orientales, entre otras: “Montemayor incursionó en el tema de las religiones, sabía griego, latín y hebreo: “políglota consumado”, conocía los textos sagrados de los judíos, así como del cristianismo antiguo, y por lo tanto el misticismo y el gnosticismo”.19 Además, el mismo escritor creía en la magia de la palabra: “La magia está en todos lados: en la música, en el amor, en la infancia, en la vida”,20 dijo en una entrevista antes de recibir el Premio Nacional para la Ciencia y las Artes. Esa magia se encuentra en el lenguaje en la obra de Montemayor, en la palabra que permite rescatar algo del mundo que estuvo antes que nosotros. Y la palabra no sólo permite hacer memoria de nuestro pasado, también el lenguaje logra aparecer sobre nuestro cuerpo, ambientes de una gran sensorialidad como lo hace el mismo escritor en su literatura: “Mi literatura como novelista o ensayista está nutriéndose permanentemente de 17 En El nacimiento de la tragedia, Friedrich Nietzsche asevera que el origen de la tragedia se encuentra en los rituales dedicados a Dionisio, sin embargo, Ismaíl Kadaré, en Esquilo: El gran perdedor propone otra idea distinta al filósofo alemán, el escritor albanés sugiere que el génesis de este género literario se halla en los rituales fúnebres. 18 Pérez Lambás, p. 8. 19 Montemayor Galicia, Victoria. “Montemayor: entre la ensoñación, la muerte y el gnosticismo en algunos relatos de Las llaves de urgell y Cuentos gnósticos”. Acta Sociológica. p. 62. 20 Ruiz de Chávez, Felipe. “Entrevista a Carlos Montemayor”.


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este conocimiento sensorial, personal, no teórico ni intelectual, que tengo de la gente de México; quiero que mi literatura responda a esa realidad, se vincule con esa fuerza humana que yo he conocido en muchos rincones de México”.21 Este “aura” que describe Benjamín es semejante al fuego del que habla Giorgio Agamben, en su libro El fuego y el relato: “El fuego, que sólo puede ser relatado, el misterio, que se ha consumido íntegramente en una historia, nos quita la palabra, se encierra para siempre en una imagen”.22 Ese fuego o aura, es el contexto en el que nace la obra de Montemayor, tanto el que describe en su propia novela, la guerrilla de Lucio, como el de los años en los cuales estuvo redactando esta obra, durante el surgimiento del ezln. Entonces, así como ese fuego se va consumiendo y que termina como “el aparecimiento único de una lejanía, por cercana que pueda estar”,23 lo que nos queda es la palabra para intentar reproducir una obra que, una de sus finalidades es también, como en las tragedias griegas, crear una conciencia sobre nuestra realidad, una religación con nuestro origen, una catarsis que nos purifica con ese fuego hacia ese principio o autenticidad. Por lo tanto, la obra de Montemayor tiene una función de religación que continúa al servicio del ritual social, de la polis, que se interpretaba en los escenarios de las tragedias griegas. El aura y la autenticidad de Guerra en el Paraíso consisten en ese rescate de las voces y las versiones marginadas de la historia oficial, que fueron recolectadas por el escritor en el momento histórico de otro surgimiento guerrillero en el país, el del ezln.

21 Arenas Monreal, Rogelio y Gabriela Olivares Torres. La voz a ti debida: conversaciones con escritores mexicanos. p. 75. 22 Agamben, Giorgio. El fuego y el relato. p. 17. 23 Benjamín, Walter. La obra de arte en la época de su reproductibilidad. p. 15.

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Bibliografía Agamben, Giorgio. El fuego y el relato. Trad. Ernesto Kavi. México: Sexto piso, 2016. Impreso. Arenas Monreal, Rogelio y Gabriela Olivares Torres. La voz a ti debida: conversaciones con escritores mexicanos. México: Universidad Autónoma de Baja California, 2001. Impreso. Flores, Mario Agustín y Evangelista, Iram. “Ideología y guerrilla en el discurso político de Guerra en el Paraíso de Carlos Montemayor”. Acta Sociológica, núm. 81, 2020. Web. Hernández Navarro, Luis. “Carlos Montemayor, habitar la vida”. La Jornada, 28 de febrero de 2020. Web. Kundera, Milan. La insoportable levedad del ser. México: Tusquets, 2015. Impreso. Lemus, Silvia. “Entrevista a Carlos Montemayor 1-5”. Tratos y retratos, Canal 22, 8 de mayo de 2010. Recuperado el 16 de noviembre de 2020. Meyer, Lorenzo. Nuestra tragedia persiste: La democracia autoritaria en México. México: Debate, 2013. Impreso Montemayor, Carlos. Chiapas, la rebelión indígena de México. España: Espasa, 1998. Impreso. —. La guerrilla recurrente. México: Random House Mondadori, 2007. Impreso. —. “La memoria literaria y la historia”. Acta Sociológica, año LI, núm. 82, mayo-agosto 2020. Web. —. La tradición Literaria en los escritores mexicanos (orígenes de la tradición nacional): Discurso leído ante la Academia Mexicana, correspondiente de la Real Academia de la Lengua Española el 14 de marzo de 1985 en la recepción del Académico de Número. México: Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco, 1986. Web. Montemayor Galicia, Victoria. “Montemayor: entre la ensoñación, la muerte y el gnosticismo en algunos relatos de Las llaves de urgell y Cuentos gnósticos”. Acta Sociológica, núm. 81, 2020. Web. Walter, Benjamín. La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Trad. Andrés E. Weiker. México: Editorial Ítaca, 2003. Web.


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Fotografía cortesía de Danilo De Marco.

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