el reverso 4

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Fanzine EL REVERSO: año 1 / número 4 / Buenos Aires, Argentina 2017 Diseño e ilustraciones: KB ediciones Autor: Miguel Angel Fuchs

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Tu mirada achinada ese átomo que colisiona justo cuando sonreís, me quiebra en pedazos. Y la atracción me reconstruye de nuevo ¿qué parte no entendés?

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TĂş espalda y el movimiento del mar, los besos que se cruzan entre sonrisas. JamĂĄs podre escribir lo que se esconde entre nuestras bocas.

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Me lleva contra la esquina casi caigo, reboto contra su cuerpo la piel, transpiraciรณn, mi guardia. Desprotegido, me besa acaricia, muerde, vuelve a lamer, respirar, jadear. Nadie cuenta hasta diez muero en el cuadrilรกtero.

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La pupila se petrifica, las cĂŠlulas paran de empujarse, no se escuchan los latidos y la sangre no recorre un solo milĂ­metro. Me miras como si nada estuviera pasando.

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Ni aunque dividas cada uno de mis รกtomos, ni aunque leas mi mente para gritar las palabras. Nada de mi cuerpo, nada, va a tocarte.

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En la plaza, el pasto en este invierno quiere morderlo todo. Acostado boca arriba no me puedo mover, espero que algo resucite, dentro mĂ­o o en los ojos de quien me abraza.

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LĂĄgrimas contra el piso y el amor se va por la bahĂ­a, los ojos llenos de lugares comunes buscan el remo roto de todas las palabras.

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Con cada gota que golpea mi nuca, baja por la espalda todo el peso del mar, y el frĂ­o, se incrusta con fuerza en este abrazo.

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Ya estabas volviendo, en ese avión que vi pasar. Y pensé, vaciar los ceniceros es una forma extraña de decir adiós.

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Al mediodĂ­a las sombras no se acortan, se meten en el hueco donde no entra ni mi nombre. No las dejo salir.

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Descalzo huir del pasto, por el miedo a que pinche lo desconocido. Así voy esquivando también cada posibilidad de meterme en el barro. ¿Cómo voy a hacer para reconocer mis pies?

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Tu mano, cada matiz de tu sombra, la temperatura exacta de tus rincones, la fuerza con la que abrazás. Podría imaginar que estas por tocar el timbre, y decirme que nada pasó.

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Lloro y bailo con el pecho en carne viva, antes de que las moscas me caminen por el cuerpo, lavo las heridas y espero, hasta que el sol queme todo lo posible.

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Decido no abrigarme para que el frĂ­o me llegue hasta los huesos y evite pensar, que es lo que no me deja dormir esta noche.

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ÂżDe dĂłnde viene? Me despierta el aullido que retumba por dentro hasta llegar a mis ojos y abrirlos.

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Hay algo ahí, no sé qué es, pero quiero apretar más fuerte la almohada, hasta romperme todos los tejidos del pecho y de una vez poder nombrar lo que produce este ahogo.

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No soporto mรกs mi cuerpo, quiero desbordarme. Salir por la espalda para golpear toda la nostalgia. Se me pega como la humedad, ese olor a inexistente.

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Aparecen goteras en lugares nuevos, pongo baldes, trapos de piso, imagino el punto exacto donde golpeara el agua. Solo puedo esperar que todo pase.

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Abrir el catalogo es absurdo, como el momento en que estás soñando porque pasó lo imposible, sin embargo dudas. Todas las opciones se parecen o no las entendés. La tierra es del mismo color y quizás la descomposición huele igual a este sitio, donde intento aceptar un costo por el bronce, la cruz, tu nombre, nuestro apellido.

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Mi ropa esta mojada de raĂ­ces y barro, porque ahora ella esta en la tierra donde todo intento de abrazarla es inĂştil.

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Pienso si debo llevar el ramo al cementerio o dejarlo como centro de mesa. Miro el reloj, me pregunto por los horarios de visita. Decido quedarme, es mejor ver caer pĂŠtalo por pĂŠtalo y cuando sea el momento deshacerme de los restos. Tirar el florero para registrar cuando ya no queda nada.

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Subí al parapente, y mis pies subieron alto. En el reflejo de la laguna, entraba el sol, se achicaba escondiéndose en el horizonte. Los naranjas jugaban con las sombras, el viento en mi cara se llevaba todo recuerdo. Sentí que no podía con tanta distancia.

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Uno al lado del otro y desbordados. Veo personas dormir sobre el cartĂłn junto a los tachos donde se puede leer: “la basura se saca de 20 a 21 hsâ€?.

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Al verlo elevar la hostia en esta iglesia oscura, el circulo y los supuestos sobre la perfección están levantándose por sobre nosotros. Salgo de ahí con urgencia de buscar la luna.

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Todavía está ahí el aviso del último mensaje recibido, como si no lo hubiera abierto. ¿Un momento perdido o una segunda oportunidad?

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Mientras camino el pensamiento se posa en la sombra que se deja atravesar por las cosas. ÂżDĂłnde olvido?

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Toda la ropa sucia va sobre el colchón, en la esquina derecha. El sonido de la estufa cuando se deja al mínimo, la luz tenue queda sobre la pared siempre encendida. Los brazos pegados al cuerpo. ¿A quién obedezco cuando estoy en silencio?

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En las pisadas cada vez mas profundas, oculte mis recuerdos. Recorrí en cada tormenta las mismas huellas una y otra vez. Reitere el miedo a salir del mapa que dibuje dentro de mí. La inercia dejó surcos y aprendí que podía utilizar la lluvia para inventarme ríos. Mostré mis secretos y al final no cambio nada.

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Limpiar el horno hasta el mĂ­nimo detalle durante horas. Ver el brillo que dejo mi esfuerzo y sin embargo no querer volver a usarlo por miedo a que no pueda empezar de nuevo.

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Contraigo los mĂşsculos sobre el rompecabezas que estĂĄ delante de mĂ­. Miro el reloj, me peleo con las formas hasta quedarme dormido.

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Meto las piernas, los brazos y los gestos para luchar contra el frĂ­o. No puedo dormir, hay algo que no se va, una parte que todavĂ­a tiembla.

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Camino por el medio de la avenida, no hay nadie y el mundo parece mĂĄs real, como un pueblo perdido dentro mĂ­o.

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Muerdo cada una de las contradicciones que están en mi cabeza y caigo sobre tu yugular como un animal que quiere expandir la sangre. Dentro de la boca la sal mide: ¿Doblarse o gemir? En cada gesto criminal, entrar a la maleza de las palabras al oído hasta perder toda presión en las mandíbulas.

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Dejas que las cosas simplemente pasen y te prendes uno para respirar tus verdades a un ritmo, 24 hs 25 gramos. Necesitas decir siempre sĂ­ y repetirlo, repetirlo, repetirlo. ÂżCuĂĄl es la libertad?

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Garua, las maderas doblan, cambian de lugar. Me dejo caer y respiro todo movimiento. Ahora la luz indiferente sobre el pasto, me despierta. Ya puedo despedirme de lo que deje, del rĂ­o y de este viaje.

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Hay unos segundos en la cama donde soy la inmovilidad, a pesar del sonido de la sangre pasando por mis venas.

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La tarde en la que las nubes iluminan con olor a vainilla, las paredes alteran sus esquinas de lugar. En donde vuelan pรกjaros que cambian los colores solo por placer.

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Cuando me quedo en la cama, busco un calor que me inmovilice. En silencio reproduzco y nombro en la geografía de la colcha montañas, cierras. No se hacer un mapa que diga dónde estoy y cuál es la salida.

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Nunca se cuándo debería tocar el timbre del colectivo, una vez parado frente a la puerta de atrás. Ante ciertas incertidumbres cuento mentalmente desde cero al número que corresponde a mi edad. Siempre me queda el miedo de que sea demasiado pronto o peor demasiado tarde para hacer lo correcto.

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El día está nublado, no consigo decidir si saco las macetas al balcón o las dejo adentro. Voy y vengo con la idea de que el agua les haría bien pero que el viento podría quebrarlas. Finalmente no hago nada, necesito creer que ninguna vida depende de mí, ni siquiera la mía.

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El cambio de luz acomoda mis ojos. Escucho una guitarra como si cantara detrĂĄs de mi espalda. Me imagino la vida musicalizada como en una pelĂ­cula donde soy protagonista.

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La lluvia sobre la chapa, el viento silbando, las ventanas empañadas, el zumbido de la heladera, aquel reflejo azul de la estufa, el olor del té mezclándose con el humo del palo santo, en cada rincón están estos ruiditos de mi soledad.

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Quisiera que mi mano llegue hasta la nube mĂĄs cercana y arrancarle un pedacito, guardarlo en el bolsillo con delicadeza para que no se desarme y sacarlo para enfrentar mi pequeĂąa manera de ver el mundo.

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