Sinceridad y dorado medio

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Sinceridad

miércoles, 20 de junio de 2012 03:42 p.m.

Yo la amaba mucho, aunque nunca me atrevía a decírselo personalmente, porque era medio tímido y porque pensaba que sería rechazado, a pesar de saber que a ella le gustaban los muchachones futbolistas como yo. En fin, nunca le dije que yo sentía algo especial por ella…y el tiempo transcurrió inexorablemente. Hoy la volví a ver, de la mano con un mequetrefe, algo "intelectualoide", de esos tipitos que se la saben todo y que camina con un libro en la mano, esos estúpidos que te responden con refranes o citas de literatos. Me dolió más que verla con otro que no era yo, el hecho de verla con alguien así. Me recuperé del susto, me armé de valor y camine en dirección contraria a la de ellos, para encontrarnos cara a cara, poder humillar al pecho de gato este, para reprochar a Regina con la mirada (como lo hacía cuando éramos buenos amigos, por decir, cuando ella compraba algo que dañaba su salud; en público no podía decirle nada brusco, entonces le lanzaba una mirada furibunda, lo cual la aterraba y limitaba su descuido de salud), para mostrarle al papanatas este que yo fui el mejor amigo (¿fui?...claro, ya no lo soy…entonces no tengo mucho derecho de hacer lo que estoy planeando...) de su actual enamoradita, en fin tenía muchas ideas para realizarlas en poquísimos segundos, pues tal vez no la vuelva a ver pronto. Se acercaban, y mi corazón empezó a latir más rápido, pensaba, veía su sonrisa a lo lejos -el tipejo ya no me interesaba-, lo cual abrió el sepulcro en el cual enterré todos los hermosos recuerdos de su sonrisa, exclusivamente. En estos pensamientos me complacía de tal manera que no me di cuenta que ellos estaban frente a mí. - Hola Manuelito (¿Manuelito?), ¿cómo has estado este tiempo? Por lo menos parecía sincera su preocupación e interés, cuando se dio cuenta que ella no estaba sola. - Él es Sergio mi enamorado. Extendí mi mano queriendo destrozar la suya con toda la fuerza que tenía. - ¿Recuerdas el manual de atletismo que me prestaste?, me dijo, lo había perdido en el desorden de mi casa, pero ya lo encontré, supe que lo necesitaste para tus clases del semestre pasado. ¿cuándo puedo dártelo? Esas palabras destruyeron todos mis planes y mi mente quedó en blanco, al punto que podía abrazar al tipejo. - ¿Te parece bien mañana? Donde siempre. Definitivamente estas frases serían más mortales que un puñetazo asestado en la nariz de ese, pues revelaban que entre Regina y yo existían raíces históricas a las cuales él no debía ignorar, mucho menos debía soslayar el hecho de mi presencia emergente. Ella sonreía ingenuamente mientras él arrugaba disimuladamente su frente y yo mostraba una sonrisa victoriosa. -Entonces mañana te lo llevo. Adiós! *** -¿Cómo te ha ido todos estos años? - Muy bien, aunque no lo creas. Bueno no pude ingresar al equipo de futbol, pero mi físico sigue en línea, como siempre. - ¡Qué bueno! En fin, aquí está tu manual, yo debo irme, pues tengo clases en unos minutos.


Esas palabras asesinas destrozaron de plano todas mi ilusiones. Pero no iba a quedarme otra vez como un estúpido, había decidido a no repetir nunca más la historia, es decir callar cuando mi alma deseaba gritar, así que me armé de valor y le dije: - Antes de que partas debo decirte algo muy importante. Miro su reloj, algo disgustada, me miró, más disgustada, y dijo: - Okey, te doy 5 minutos. La frialdad con la que me espetó esas palabras no mermó la determinación inicial. -Cuando te conocí, supe que existía en ti algún misterio difícil de descifrar, y supe que yo era el enviado a cumplir esa misión imposible. Para eso yo debía amarte como nadie en el mundo lo hizo, - sus facciones empezaron a modificarse lentamente, y entendí que esta conversación empezaba a irritarla terriblemente- pero tenía un problema gravísimo, con el cual he luchado infructuosamente hasta hoy. Tú eras la persona más importante para mí y yo anhelaba amarte pero nunca me atreví a decírtelo. Tenía mucho miedo. Pero, ya no. Ahora lo sabes… - Yo sentía algo similar contigo, pero - una lágrima rodaba por su dulce faz- creí que nunca seríamos felices pues tu timidez era lo que más me agradaba y logré intuir que aquello que me atraía era lo mismo que tú odiabas con toda tu fuerza. Yo sabía que te gustaba y así hubiese continuado… y hubiéramos sido felices, pero empezaste a luchar con lo más bonito que tenías. Ahora, que has vencido esa timidez, entiendo que nunca podré estar contigo. Se levantó del asiento del parque en el cual compartimos muchos días deportivos, muchas alegrías. No logré mirar sus ojos por última vez, pues terminé tan derrotado con sus palabras. Segundos después que se alejó de mí, giré mi vista, y a lo lejos vi al intelectualoide esperándola en la esquina, irónicamente, con las misma actitud tímida con la que, años atrás, yo la hubiese esperado.


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