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COVID-19: la sociedad pánico y el devenir “Randall”

Parece que en estos tiempos covideano-neoliberales vivimos bajo la misma lógica política que la ciudad de Monstruópolis. En esta ciudad, los asustadores de la empresa Monster’s Inc se dedican a extraer energía de los gritos humanos. Al principio las fronteras parecen claras: los monstruos son los asustadores y los humanos los asustados. Sin embargo, las fronteras no tardan mucho en romperse: un pequeño calcetín humano se pega en la espalda de uno de los monstruos e inmediatamente se activa la alarma: “¡33-12! ¡33-12!”. La aparente armonía en la empresa se cae revelándose así una contradicción fundamental: que los verdaderamente asustados son los asustadores. Los monstruos, que eran productores de pánico, han resultado ser los productos de una sociedad del pánico. ¿Y no es exactamente lo que hoy nos ha revelado la activación de la alarma “¡Quédate en casa!”? ¿No es el Covid-19 ese pequeño “calcetín tóxico” que se nos pega en la espalda?

Notas preliminares sobre el Pánico

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El pánico no hace vínculo con nada ni con nadie, pues se rige bajo el imperativo del “sálvese quien pueda”. Según Freud, el pánico significa “la disgregación de la multitud así como una cesación de todas las consideraciones que antes se guardaban recíprocamente los miembros de la misma” (Freud, 1921). El pánico, en este sentido, sería un fenómeno contrario a lo que entendemos por “amor”. El “otro” siempre sale sobrando. No existe lazo social entre los miembros y, por lo tanto, no existe cohesión en la masa. También podríamos decirlo de otro modo: en el pánico no existe contagio. En la multitud del pánico, como dice Freud, los individuos se disgregan, no se agregan; es decir, no se contagian. Agregarse, para el sujeto del pánico, es equivalente a perder, pues esto implica renunciar a una parte de sí para dárselo al otro. Disgregarse, en cambio, es ganar, porque no se está renunciando a nada y al mismo tiempo se protege del otro.

Cuando se piensa en los fenómenos de pánico, casi siempre se entiende como un momento de emergencia que rompe con una cohesión preexistente. ¿Qué sucede si descubriéramos que ésta cohesión preexistente ya la ha roto el neoliberalismo? Muy probablemente entraríamos en pánico. Tal vez ésta sea una buena imagen para entender la muerte de Dios y del fantasma del Pueblo-Uno: ¡33-12! ¡33-12! ¡Todos corran! ¡Sálvese quien pueda!

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